Euripides - Tragedias II (Gredos) PDF
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TRAGEDIAS
n
S UPLICANTES - HERACLES - ION - LAS TROYANAS
ELECTRA • IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
&
EDITORIAL GREDOS
Asesor para la sección griega: C arlos G arcía G ual .
P r im e r a e d ic ió n , abril de 1978.
1.* reimpresión, febrero de 1985.
TRAGEDIAS, I I . — ?
un himeneo para acabar arrojándose sobre la pira del
esposo.
T ambién se suele afirm ar que el debate entre De
mocracia y Oligarquía no está bien encajado en el
drama, que excede el marco del mismo y que es ana
crónico.
En cuanto a la composición del Coro, se dice: si
las madres eran siete y el Coro se componía de quince
coreutas, ¿por qué éstas quince se refieren a sí mismas
como siete en total? Además, ¿cómo podrían estar pre
sentes Yocasta, madre de Polinices, que ya había muer
to, y Atalanta, madre de Partenopeo...? ¿Cómo la ma
dre de Capaneo no es aludida, ni habla, en el episodio
de Evadne, si estaba presente en el Coro?
Finalmente, se dice que algunos pasajes son indig
nos de Eurípides; tales la escena del Mensajero y la
Oración fúnebre.
Es muy de tem er que los juicios negativos sobre
las Suplicantes partan de autores que han concentrado
sus esfuerzos más en resaltar que en tratar de justi
ficar, en base al contenido del mismo, los aparentes
defectos formales del drama.
En efecto, si se piensa que la obra es una pieza de
ocasión, un pafleto de glorificación de Atenas, no hay
nada que pueda justificar o explicar lo que se nos
muestra como una estructura defectuosa. Es muy pro
bable, sin embargo, que la obra tenga una finalidad
más seria, que se trate de una tragedia esencialmente
pacifista7, como son casi todas las de Eurípides escri
tas durante la guerra del Peloponeso, exceptuando al
gunas escapadas hacia el melodrama.
17 untépeí (XTITépOJV
27 p6v<p (1ÓVOV
45 d v d (ío i f i v o jio i
4 6 oú K a T a \ £ [u o o a a ot K a ta X e lu o u o i
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2 52 d e t r á s d e 253 s in c o r c h e t e s
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280. Ikítccv E(i’ á X á ra v tÍK Íx a v fj t i v ’ d c X á ia v í
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695-666 s e g ú n su o rd en n o rm a l
695-703 s e g ú n su o rd en n o rm a]
755 X ó x o iq óó^ioic;
7 6 3 a o fú ró q bt 0r|O£Ü(; itpó<; t ó
T tá v t’ é^f|pKEO£v;
840 toTopcú tioopco
902-6 s in c o rc h e te s
9 69 s in c r u c e s
993 s in c r u c e s y s in c o m a
995 <1v I k ’ ( a t v o y á f i c D v ) yá| i£¿v ¿ v ÍK a (y á [i(j3 v ) y á jK O V
1026 E Í0E t iv e q [0 ‘ a lT t v E (;
1028 <t>avEiEV < t > a v 5 a iv
1089-91 s in c r u c e s
1101 s in c r u c e s
ARGUM ENTO
Antístrofa 1.a
Contem pla el lamentable llanto de mis ojos empa
pando mis párpados y los surcos que mis manos des
garran en m i vieja y arrugada carne. ¿Qué haré yo so
que a mis hijos cadáveres ni en casa exponer puedo,
ni con mis ojos ver la tierra de sus tumbas?
Estrofa 2.»
También tú, señora, pariste un día un h ijo e hi
ciste que tu esposo amara tu cama. Com parte ahora 55
Antístrofa 2.a
N o en sacra romería, mas por necesidad me he
acercado a los altares de los dioses que acogen el fuego
para postrarme, para rogarte. Nosotras tenemos la ra
zón y tú el poder de, con tu noble hijo, b orra r de m í
el in fortu n io que me asiste. Dolores sufro, te ruego
que tu h ijo ponga en mis brazos — ¡desgraciada!— m i
m uerto, para abrazar los tristes restos de m i hijo.
Estrofa 3.a
Este canto que sigue es de lamentos, continuador de
lamentos. Ya duelen las manos de las siervos1. ¡M ar
chad, oh golpes del canto compañeros en las penas;
marchad, oh com pañeros del d olor! Éste es el coro
que Hades reverencia. ¡Ensangrentad vuesta uña blanca
en las m ejillas, ensangrentad la piel enrojecida! Que el
llanto p o r los m uertos a los vivos adorna.
Antístrofa 3*
Es insaciable este doloroso deleite en los lamentos
que me arrastra — com o la gota de agua que de elevada
roca rueda— sin cesar, sin cesar en mis gemidos. Y
TRAGEDIAS. I I . — 3
200 de que los mortales tienen más bienes que males. Si
esto no fuera así, no podríamos estar sobre la tierra.
Y o alabo al dios que arrancó nuestra vida de un es
tado confuso y bestial: prim ero nos puso dentro el
entendimiento y luego de dam os la lengua com o men
sajera de palabras — de form a que comprendiéramos
205 el sentido de las mismas— nos entregó el sustento de
los frutos y a los frutos las líquidas gotas del cielo para
alimentar lo que nace de la tierra, para regar su vientre.
Además de esto, nos ha donado defensas contra el
mal tiem po para que nos protejam os contra la intem-
210 perie de dios; y naves para el m ar a fin de que pudié
ramos intercam biam os mutuamente los frutos que la
tierra produce entre dolores. Y cuando algo está ocul
to y no lo acertamos a ver con claridad, nos lo inter
pretan los adivinos mirando al fuego, a los pliegues de
las entrañas de las víctimas o a las aves 10.
215 ¿N o es cierto que somos caprichosos cuando dios
nos ha dado tales armas para nuestra asistencia y nos
parecen insuficientes? Es que nuestra mente anda bus
cando ser más poderosa que dios y por tener arrogan
cia nos creemos más sabios que los inmortales.
Tam bién tú perteneces a esa clase. N o fuiste pru-
220 dente al entregar tus hijas a dos forasteros, subyugado
por el oráculo de Apolo, en la idea de que ex isten 11 los
C o r o 14.
Sem icoro A.
Marcha, infortunada, del sacro recinto de Persé-
fone. Marcha y suplica — poniendo tus brazos en sus
Semicoro B.
¡P o r tu m entón! — a ti m e d irijo, amigo, el más
noble de la Hélade caída ante tus rodillas y manos yo,
la desdichada. Ten com pasión de ésta que exhala p o r 280
sus hijos un canto lúgubre, penoso, penoso, de esta su
plicante, de esta mendiga.
Semicoro A.
H ijo , no m ires con indiferencia, te suplico, a mis
hijos sin tumba — que tienen tu edad— com o presa de
las fieras en tierra de Cadmo.
Semicoro B.
Contem pla en mis ojos el llanto; estoy postrada
ante tus rodillas para conseguir una tumba para los 285
míos.
T e s e o . — Madre, ¿por qué lloras poniendo ante tus
ojos el velo sutil? ¿Es por oír los lamentos de dolor
de éstas? También a m í han llegado. Levanta tu blanca
cabeza, no llores sentada com o estás junto al venera- 290
ble altar de D e ó ,é.
E tra . — jAy, ay!
Coro.
Estrofa 1*
365 ¡O h Argos, criadora de caballos, oh llanura de m i
patria! ¡Habéis oíd o esto, habéis oído al soberano san
tas palabras sobre los dioses y santas para la gran
tierra de Pelasgo y para Argos!
Antístrofa 1.*
370 ¡O jalá al térm ino suprem o de m is males llegara!
¡O jalá recobrara ya el cadáver sangriento, o rgu llo de
una madre, e hiciera, para m i beneficio, a la tierra de
ln a co aliada!
Estrofa 2.*
H erm oso adorno para los Estados es el esfuerzo
3 7 5 piadoso y arrastra eterno agradecimiento. ¿Qué deci-
sión tomará conm igo Atenas? ¿Acaso hará un tratado
y cobrarem os tumbas para nuestros hijos?
Antístrofa 2.*
Defiende a una madre, ¡oh ciudad de Palas!, que
no lleguen a manchar las leyes de los hombres. Tú,
en verdad, veneras la justicia y no concedes nada a la
injusticia; tú siem pre protejes a todo lo que carece 38o
de fortuna. (Entran por la derecha Teseo, Adrasto, un
heraldo y guardias.)
T eseo . — (Dirigiéndose al mensajero.) Ésta es tu
habilidad permanente: servir al Estado y a m í lle
vando mensajes en todas direcciones. Conque cruza
el A s o p o 18 y la corriente del Ismeno y comunica estas
palabras al venerable tirano de los Cadmeos:
«Teseo te pide por favor que le permitas enterrar a 385
los muertos, ya que habita un país vecino. Desea ob
tener esto y mantener tu amistad con todo el pueblo
de los Erecteidas.»
Si se avienen, vuelve rápido después de elogiarlos.
Pero si no te hacen caso, éste será tu segundo mensaje:
«Que se dispongan a recibir el cortejo de m is hom- 390
bres armados.»
El ejército está acampado, se le ha pasado revista
y está dispuesto ahí, junto al sagrado C alícoro19.
Por otra parte, también el pueblo ha aceptado de
buen grado y con gusto esta carga cuando ha sabido
que yo la quiero. ( E n tra un heraldo tebano p o r la
izquierda.) ¡Vaya! ¿Quién es éste que viene a interrum- 395
pir mis palabras? A l parecer — aunque no lo sé de
Antístrofa 1.a
B. — P ero quizá el Destino abata a quien brilla p o r
su suerte. Esta confianza m e envuelve.
A. — Sin duda afirmas que son justos los dioses. 610
B. — Pues ¿quién, si no, reparte él infortu nio?
A. — De los m ortales m ucho los dioses se distin
guen.
B. — P o rq u e 26 te ves perdida con el te rro r pasado.
Justicia a justicia llama, m uerte a m uerte. De los ma- 6is
TRAGEDIAS, I I . — 4
les respiro los dioses a los m ortales dan, pues de todo
en sus manos está el térm ino.
E strofa 2*
A. — ¿Cóm o llegar podría a la llanura, de hermosas
torres llena, y abandonar la divina agua de Calícoro?
620 B. — Si algún dios alas te diera para acercarte a la
ciudad de los dos ríos, verías, sí, verías la suerte que
están corriendo tus amigos.
A. — ¿Qué destino, qué suerte aguarda al vigoroso
625 rey de esta tierra?
Antístrofa 2.a
B. — Volvem os a invocar a los dioses ya invocados.
E llos son nuestra confianza prim era en estos miedos.
A. — ¡Zeus, de nuestra antigua madre semental, de
630 la ternera hija de In a c o v , sé benévolo aliado de esta
m i ciudad!
B. — Devuélveme a la pira el adorno, él firm e asien
to de tu ciudad. (Entra por la izquierda un soldado
como m ensajero.)
M ensajero . — Mujeres, he llegado con buenas no-
635 ticias que daros después de salvarme yo — pues fu i
capturado en la batalla que libraron junto a la có
rlente Dircea las siete falanges de los capitanes muer
tos. Os anuncio que Teseo es vencedor. Te voy a evitar
un largo interrogatorio: yo era un siervo de Capaneo,
640 a quien Zeus abrasó con su rayo encendido.
C o r if e o . — Amigo, agradable es la noticia de tu
regreso y tus palabras sobre Teseo. Pues si el ejército
de Atenas está a salvo, toda noticia es buena.
M ensajero . — Está a salvo y ha conseguido lo que
645 Adrasto debía haber conseguido con los argivos, a
28 Se. de la hora.
29 Seguimos, con G régoire y C o u m d , el orden de los w . 659-
666 transmitido por los manuscritos.
30 Probablemente el actual arroyo Paraporti, que desemboca
en el río Dirce. Es decir, la infantería estaba entre los ríos
Ismeno y Dirce, a unos 600 metros al Sur de los muros de
Tebas; los carros, al Norte.
Pero Creonte no envió heraldo alguno para contes
tar estas palabras, sino que se mantuvo en silencio,
675 firm e junto a sus armas. Entonces los conductores de
las cuadrigas dieron comienzo a la batalla. Lanzaron
sus carros a través de la form ación contraria y pu
sieron a los gu erreros31 en línea de combate. Y éstos
combatían a hierro, mientras que los otros dirigían los
caballos de nuevo junto a los guerreros para la lucha.
68o Cuando vieron la multitud de carros, trabaron com
bate Forbante, je fe de la caballería erecteida, y los que
comandaban la caballería tebana. Y ora vencían, ora
eran vencidos.
685 Y o veía — aunque no lo oyera, pues estaba donde
combatían carros y guerreros— todo este cúmulo de
destrozos y no sé qué describir prim ero, si el polvo
que se elevaba hasta el cielo — abundante com o era—
690 o los guerreros arrastrados por las riendas o los to
rrentes de roja sangre, pues unos quedaban tendidos
y otros caían de cabeza violentamente contra el suelo,
al quebrarse los carros, y perdían la vida contra los
pedazos del carro.
Como Creonte viera que nuestro ejército vencería
695 con la caballería, em brazó su escudo y se lanzó antes
de que el desánimo cundiera entre sus guerreros. Pero
Teseo no se dejó vencer por la vacilación y, tomando
sus brillantes armas, se lanzó al pu nto32.
H icieron que todo el ejército trabara combate en
700 el centro y mataban, morían, se transmitían las órde-
Antístrofa 1.*
¡O jalá soltera siem pre hasta hoy el viejo Tiem po,
padre de los Dias, m e hubiera hecho! Pues ¿qué nece-
790 sidad tenía yo de hijos? ¿ P o r qué pensar que sufriría
desbordante d olor si no m e ataba al yugo conyugal?
Ahora tengo ante mis ojos el más claro in fortu n io:
verm e privada de m is amados hijos. Mas ya los veo,
795 éstos son los cadáveres de los hijos que se m e fueron
— ¡desgraciada!— . ¿Cóm o podría yo perecer y descen
der a un Hades com ún con estos mis hijos?
Estrofa 2.*
A drasto . — ¡Oh madres, el planto p o r los hijos bajo
8oo tierra resonad, vocead, en respuesta a mis lamentos!
C oro . — ¡H ijo s ! — ¡qué am argo saludo de vuestras
madres!— , a ti llamo, al m uerto.
A drasto . — ¡O h! ¡O h!
C o r o . — ¡Ay mis desgracias! sos
A drasto . — \Ay, ay!
C o ro . — ... 37.
A drasto . — ¡Oh, hemos sufrido...
C o r o . — ...lo s dolores más perros entre los do
lores!
A drasto . — ¡Oh pueblo de Argos! ¿N o veis mi
destino?
C o r o . — Tam bién me contem plan a mí, la desdi
chada, privada de mis hijos. sio
Antístrofa 2.a
A drasto . — Conducid los cuerpos de los infortuna
dos que gotean sangre, degollados no dignamente ni
p o r dignas manos entre quienes la lucha fue saldada.
C o ro . — Dádmelos para en m i regazo, uniendo sus sis
manos a las mías, poner a m is hijos sobre mis brazos.
A drasto . — ¡Los tienes, los tienes!
C o r o . — ¡Qué excesivo es el peso de m i pena!
A drasto . — ¡Ay, ay!
C o r o . — ¿Para las madres no tienes un ay?
A drasto . — Ya me estáis oyendo M.
C o ro . — ¡Lamentas, pues, tu d olor y el m ío ! 820
A drasto . — ¡Ojalá en el p olvo las filas cadmeas me
hubieran degollado!
C o r o . — ¡Ojalá nunca m i cuerpo a cama de hom
bres se hubiera uncido!
Antístrofa.
Siete madres siete hijos engendramos — ¡desdicha-
965 das!— , los más ilustres de Argos. Ahora sin hijos, sin
m ozos me m archito en lamentable vejez. N i entre los
9 7 0 m uertos ni entre los vivos me cuento; de unos y otros
m e aleja un singular destino.
Epodo.
S ó lo me quedan lágrimas y en casa el triste re
cuerdo p o r m i h ijo : tonsuras de duelo, coronas para
m i cabeza, libaciones p o r los m uertos, cantos que re
pugnan a A polo de greñas de oro. Gastaré mis mañanas
en lamentos, m ojaré con m is lágrimas constantes el
húmedo pliegue de m i peplo contra el pecho. (Aparece
Evadne sobre una roca que domina la pira de Capaneo.)
C o r if e o . — Mas he aquí que veo el fúnebre lecho 980
de Capaneo y su sagrada tumba fuera de este tem plo
__ofrenda de Teseo a los m uertos— .
Cerca de ésta veo a la esposa ilustre del héroe aba 985
tido por el rayo, Evadne, a quien engendró Ifis.
¿Por qué se habrá puesto sobre esa alta roca que
nomina este templo, después de ascender por el ca
mino?
E vadne . — ¡Qué brillo, qué resplandor despedían en 990
el É te r el carro de Helios y Setene, donde veloces don
cellas44 hacían cabalgar sus antorchas en la oscuridad
cuando la ciudad de Argos ensalzaba con sus cantos, 995
com o una torre, la felicidad de m is malditas nupcias
y de m i esposo Capaneo — ¡ay!— de broncínea arma
dura!
A la carrera, en danza báquica, de m i casa he ve 1000
nido hacia ti para poner m i pie en la llama de la pira
y en tu misma tumba, para en el Hades destruir m i
apesadumbrada vida y los dolores de m i existencia. 1005
Pues es muy dulce la m uerte cuando se m uere con los
que se ama si dios lo ha decidido.
C or ife o . — Sin duda ves esta pira, tesoro que es 1010
de Zeus, sobre la cual te has puesto. En ella está tu
esposo abatido por los resplandores del rayo.
E vadne . — Tam bién veo m i final, veo dónde estoy y
la fortuna guía m is pasos, p ero en favor de m i fama
voy a arrojarm e desde esta roca y saltar dentro de
TRAGEDIAS, I I . — 5
I f is . — Estoy perdido en mi aflicción, hijas de los
argivos.
1075 C o r o . — ¡Ay, ay, sufriendo este terrib le d olor vas
a ver, desdichado, un acto audaz entre todos!
I f is . — N o podría encontrarse otro más doloroso.
C o r o . — ¡Ay, desdichado! De la suerte de E d ip o has
tomado tu parte, anciano, y también m i ciudad des
graciada.
1080 I f is . — ¡Ay de m í! ¿Por qué no les es posible a los
m ortales ser jóvenes dos veces y dos veces viejos? Si
algo no va bien en casa podemos enderezarlo con pos
teriores reflexiones, pero la vida no podemos. En
1085 cambio, si fuéramos dos veces jóvenes y viejos, po
dríamos rectificar en caso de error al tener dos vidas.
Cuando y o veía a otros form ar familia, deseaba tener
hijos y m e consumía de deseo. Si hubiera llegado a
1090 este mom ento y experimentado qué significa el que un
padre se vea privado de sus hijos, nunca habría alcan
zado la desgracia que ahora me aflije: el engendrar y
dar vida al joven más excelente y verme ahora privado
de él.
1095 ¿Qué tengo que hacer, desdichado? ¿Marchar a
casa?... ¿ Y ver la infinita soledad de mi palacio y mi
vida carente de recursos? ¿O marcharé al palacio de
Capaneo, aquí presente? Antes me era muy placentero,
noo cuando vivía m i hija. Pero ya no existe ella, que acer
caba su boca a mi barba y sostenía esta mi cabeza entre
sus manos. Para un padre anciano nada hay más dulce
que una hija. Las almas de los hijos son más grandes,
pero menos dulces para las caricias.
¿N o m e vais a llevar con la m ayor rapidez a m i casa
nos y entregarme a la oscuridad? A llí m oriré consumiendo
m i anciano cuerpo en la inanición. ¿De qué me serviría
tocar los huesos de m i hija? ¡Oh implacable vejez,
cómo te odio! Cómo odio a quienes quieren alargar su
n i o vida y pretenden desviar el curso de la muerte con
comida, bebida y magia, cuando debían desaparecer
muriendo y dejar lugar a los jóvenes, una vez que de
nada sirven a su tie rra 47.
C o r o . — ¡Oh, hélos aquí! Ya son portados los
huesos de m is hijos m uertos. Sostened, siervos, a una
débil anciana. D el d olor p o r sus hijos no tiene fuerzas.
M ucho tiem po ha vivido y se ha consum ido entre m u
chos dolores. ¿Qué mayor sufrim ien to entre los hom 1120
bres podrías encontrar que ver a tus hijos m uertos?
Estrofa 1 .a
N i ñ o s 48. — Llevo, llevo, madre dolorosa, de la pira
los restos de m i padre, peso nada ligero p o r causa del 1125
dolor. He puesto todo lo que tenía en esta pequeña
urna.
C o r o . — ¡Ay, ay, niño, lágrimas produces a la que
rida madre de los que m u rieron ! ¡U n pequeño m ontón 1130
de polvo a cam bio de tos más ilustres cuerpos que
jamás hubo en M icen as49.
Antístrofa 1.*
N iñ o s . — M adre sin hijos, sin hijos tú; y yo, p ri
vado de m i desdichado padre, viviré huérfano en m i
casa desierta, lejos de los brazos del que m e engendró.
C o r o . — ¿Dónde están los sufrim ientos p o r m is hi 1135
jos y dónde la recompensa p o r mis dolores de parto?
¿Dónde está el alim ento de una madre, la ocupación
de unos ojos sin sueño, y dónde los besos de am or en
sus rostros?
Antístrofa 2*
N iñ o s . — Todavía llegará la justicia, con la ayuda
de dios, para m i padre.
C o r o . — Aún no se ha dorm ido esta desgracia. ¡Ay
qué lam entos! Ya tengo suficiente desventura, ya está
bien de dolores.
u so N i ñ o s . — Algún día me recibirá la humedad del
Asopo com o conductor, en broncíneas armas, del ejér
cito danaida...
C o r o . — ...y vengador de tu padre m uerto.
Estrofa 3.a
N iñ o s . — Todavía parece que te veo, padre, con mis
ojos...
C o ro . — ...dejando un beso ju n to a tu m ejilla.
i i 55 N iñ os. — P ero el ánim o que daban tus palabras se
ha marchado llevado p o r el viento.
C o r o . — D o lo r para los dos ha dejado: para su
m adre... y a ti nunca te abandonará el d o lo r p or tu
padre.
Antístrofa 3.a
N iñ o s . — Llevo tan grande peso que m e destruye.
ii60 C o r o . — Vamos, pondré su querida ceniza bajo m i
pecho.
N iñ o s . — L lo ro al o ír estas palabras tan odiosas.
M e han tocado el corazón.
C o r o . — H ijo , te has marchado. Ya no veré más esa
querida imagen de tu madre querida.
Teseo.— Adrasto y m ujeres argivas, ved a estos i i 65
niños que llevan en brazos los cuerpos de sus padres
que yo recobré. Y o y mi pueblo se los entregamos.
Vosotros debéis guardam os el agradecimiento acordán
doos de ellos. Y viendo lo que habéis conseguido de 1170
mí, comunicad a vuestros hijos estas palabras: que
respeten a esta ciudad, transmitiendo de padres a hijos,
sin interrupción, el recuerdo de lo que habéis obtenido.
Sea Zeus testigo, y los dioses del cielo, de qué favor 1175
habéis alcanzado de nosotros.
A drasto . — Teseo, sabemos todo el bien que has
hecho a la tierra argiva cuando necesitaba ayuda.
Nuestro agradecimiento no envejecerá. Si hemos re
cibido una acción noble, debemos corresponderos.
T eseo . — ¿En qué otra cosa tengo que ayudaros uso
todavía?
A drasto . — Sé dichoso, pues lo merecéis tú y tu
pueblo.
T eseo . — Así será. Que también alcances tú lo
mismo. ( Aparece Atenea sobre el tem plo.)
A tenea . — Escucha, Teseo, estas palabras de Atenea
y oye lo que has de hacer y con ello beneficiarte.
N o entregues esos huesos a los niños para que los 1 1 85
transporten a Argos, no te desprendas de ellos tan
fácilmente. Tómales antes juram ento a cambio de tus
esfuerzos y los de tu pueblo.
Esto es lo que tiene que jurar Adrasto — a él com
pete, por ser rey, jurar por toda la tierra de los Da- 119 0
naidas— .
Su juram ento será que los argivos nunca marcharán
con armas enemigas contra esta tierra y que, si otros
vienen, opondrán sus lanzas para impedirlo. Si atacan
1195 conculcando el juram ento, que de nuevo la tierra argiva
perezca de mala manera
Ahora escucha en qué condiciones has de realizar
el sacrificio juratorio. Tienes dentro del palacio un
trípode de patas de bronce, que Heracles te encomen-
1200 dó para que lo pusieras junto al altar de Delfos,
cuando em prendió un nuevo trabajo, después de des
truir los cimientos de Ilión. Corta sobre él tres cue
llos de tres ovejas y graba el juramento en la cavidad
interior del trípode. Después entrégasela al dios que
se ocupa de Delfos para que lo guarde com o recuerdo
del juram ento y testim onio para la Hélade. E l afilado
1205 cuchillo con que abras a las víctimas y hagas correr
su sagre, escóndelo en las entrañas de la tierra, junto
a las siete piras. Si alguna vez atacan a la ciudad, en
séñaselo, les producirá tem or y hará funesto su regreso
1210 a casa. Una vez que hayas realizado esto, escolta a los
cadáveres fuera del país y deja com o terreno sagrado
del dios pítico el lugar donde los cuerpos fueron pu
rificados por el fuego, junto al cruce de los tres ca
minos.
Estas palabras son para ti. A los hijos de los argi-
vos les digo: Cuando lleguéis a la mocedad, destruid
1215 la ciudad del Ism eno en venganza por la muerte de
vuestros padres. Tú, Egíales, reemplaza a tu padre en
la dirección del ejército y, contigo, el h ijo de Tideo, que
procede de Etolia, a quien su padre puso de nom bre
1220 Diomedes. Mas no debéis poner en marcha el ejército
broncíneo de los Danaidas, contra la muralla cadmea
de siete puertas, antes de que el vello som bree vues
tra barbilla. Vuestra venida les será amarga, pues os
86 M t o i j i o í ; £toi(iov
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pov TpoxTiXáToi© itSXoc; Xout
A n f it r ió n .
M égara.
L ic o .
H eracles .
I r is .
L is a .
M ensajero .
T eseo .
C oro de ancianos.
Escena: En Tebas.
A n f i t r i ó n . — ¿Quién de los hombres no conoce al
que compartió el lecho con Zeus, al argivo Anfitrión,
al que engendró Alceo, h ijo de Perseo, al padre de
Heracles? Soy yo, que poseí esta ciudad de Tebas
donde floreció la espiga terrena de los «H om bres Sem- 5
brados» *. Ares salvó un pequeño número de su estirpe
y éstos llenaron la ciudad de Tebas con los hijos de
sus hijos. De ellos nació Creonte, el h ijo de Meneceo,
soberano de esta tierra. Y Creonte fue el padre de
Mégara, aquí presente, a la que un día todos los 10
Cadmeos celebraron con cantos de esponsales, al son
de la flauta, cuando el ilustre Heracles la trajo a mi
casa como esposa.
Abandoleando Tebas, donde yo habito, y dejando
aquí a Mégara y a sus suegros, m i h ijo se ha dirigido 1 5
a la ciudad amurallada de Argos, a la ciudad ciclóp ea 2
de donde yo estoy exiliado por haber matado a Elec-
trión. Por aligerar m i infortunio y querer que yo vuelva
a habitar en m i patria, está pagando a Euristeo un
gran precio por m i retorno, librar de monstruos a la 20
tierra, sometido por los aguijones de H era o im pelido
por el destino.
Ya ha llevado a cabo los demás trabajos y ahora,
para terminar, ha bajado al Hades, a través de la
C oro.
Estrofa.
¡Oh palacio de techo elevado y envejecido lecho
nupcial! E n el bastón tengo puesto m i apoyo y vengo,
com o pájaro encanecido7, a cantar tristes lamentos 1 1 0
— palabras sólo y esperanzas oscuras de nocturnos
sueños, temblorosas, sí, mas, con todo, animosas.
¡Oh niños, niños, privados de padre! ¡O h tú, anciano, 115
y tú, desgraciada madre que lamentas al esposo que
está en la mansión de Hades!
Antístrofa.
N o dejes que se canse tu pie ni tu pesada pierna, 12 0
com o un p o trillo portad or de yugo se cansa de llevar
él peso del carro cuesta arriba, en pedregosa pen
diente *. Tom a la mano, aférrate al m anto de aquél que
deje retrasada la huella débil de su pie. Eres viejo, 12 3
acompaña a o tro viejo que en o tro tiem po, cuando
joven, convivía con su armadura nueva en los traba
jos propios de los mozos y no era la vergüenza de su
ilustre patria. Mirad, cuán parecidos a los de su padre 13 0
son estos rayos que salen de sus ojos fulgurantes.
Estrofa 1.a
C o r o . — «/Ay L in o !» 12 — tras feliz tonada— , Febo
350 canta conduciendo su cítara de sonido herm oso con
pulsador de oro. Y yo, al que de lo profundo de la
tierra sube a la luz, al h ijo no sé si llam arlo de Zeus
355 o retoñ o de A nfitrión, cantar com o corona de sus tra
bajos quiero con buen lenguaje. Que virtudes de nobles
esfuerzos para los m uertos son gloria.
Antístrofa 1 .a
Luego la raza de los montaraces y salvajes Cen- 365
la u ro s derribó con m ortíferas flechas atravesándolos
con alados dardos.
Fue testigo el Peneo de hermosas aguas y las in fi
nitas tierras de la estéril llanura y los paisajes del 370
Pelión y los lugares vecinos del H ó m o la 14 donde — sus
manos llenas de antorchas— asolaban con sus cabalga
das la tierra de los Tesalios.
Y cuando m ató a la cierva de cuernos de oro, de 37 5
moteado lom o, destructora y salvaje, honró con sus
despojos de la diosa 15 de Énoe, cazadora de fieras.
Estrofa 2.a
Y m ontó las cuadrigas y dom ó con el freno las sbo
potras de D iom ed es16, las cuales en sangrientos pe
sebres, sin freno devoraban con sus mandíbulas ali
mentos sangrientos banqueteándose — ¡m aldito fes- 385
tín!— con el placer de bocados humanos.
Atravesó las orillas del H ebro de corriente de plata
sufriendo p o r causa del rey de M icen as17.
Y en la ribera del Pelión junto a las fuentes de 390
Anauro a Cieno, m atador de viajeros, con sus dardos
mató, al insociable habitante de Anfaneas.
» En Nemea.
i* En Tesalia. Eurípides confunde la Centauromaquia de
Heracles en Arcadia (cf. v. 182) con la de Teseo y Pirítoo en
Tesalia.
15 Ártemis en la Argólide, cuya llanura devastaba la cierva.
** H ijo de Ares, tracio. Nada tiene que ver con el hijo de
Tideo, héroe de la guerra troyana.
17 Euristeo, rey de Micenas. Se ha sugerido que Heracles
podría reflejar a un personaje real, barón de Tirinto, que
estaría con respecto a Euristeo en relación de vasallaje.
Antístrofa 2 .*
395 Y se llegó a las doncellas cantoras ", hasta su m o
rada del Poniente para arrancar con su brazo de las
ramas de oro el fru to de la manzana y m ató a la ser
piente de ro jiz o lom o que las vigilaba inaccesibles
400 enroscando su espiral. E n tró en lo más hondo del
piélago m arino haciéndolo tranquilo para los mortales
con el remo.
Y puso sus manos en el punto medio de apoyo del
405 cielo, cuando m archó a casa de Atlas y sostuvo la es
trellada morada de los dioses con su hom bría.
Estrofa 3 .a
Y m archó en busca del escuadrón m ontado de las
Amazonas en M eótide, de abundantes ríos, atravesando
410 el cam ino del m ar Hospitalario.
¿Qué tropa de amigos de toda Grecia no escogió
para cobra r el dorado ceñidor del peplo de la hija de
Ares — la caza m ortífera del cíngulo— ? La Hélade tom ó
este brillante despojo de la moza extranjera y ahora
se conserva en Micenas.
420 Y abrasó a la perra de m il cabezas, a la H idra ase
sina de Lerna y untó de veneno sus flechas con las
que dio m uerte al pastor de triple cuerpo de E ritea 19.
Antístrofa 3 .a
425 Otras expediciones ha terminado con éxito y traído
los trofeos. Y ahora — ú ltim o de sus trabajos— ha
Estrofa 1.a
C o r o . — La juventud siem pre me ha sido grata. La
vejez, en cam bio, cual carga más pesada que las rocas
del Etna, sobre m i cabeza pende y mis párpados con 640
oscuro velo oculta. No, para m í de asiática tiranía la
riqueza no quiero ni m i casa llena de o ro a cam bio de 645
la juventud. Herm osa es ella en la abundancia, hermosa
en la miseria. La oscura y m orta l vejez, p o r el con- 650
trario, odio. ¡Que las olas la arrastren y que jamás se
acerque a las casas y ciudades de los hom bres! ¡Que 655
vuele por el éter con eternas alas!
Antístrofa 1.a
Si los dioses tuvieran entendim iento y ciencia a la
medida humana, dos juventudes darían com o marca
patente de virtu d a quienes la poseyeran; y una vez 660
muertos, volverían a la luz del sol com o en doble ca
rrera del esta d io31. Los m al nacidos, en cam bio, sim ple
tendrían la vida y así se podría a los malvados distin- 665
guir de los virtuosos, com o los m arineros pueden con
tar las estrellas entre las nubes. Mas ahora no hay 670
ninguna frontera exacta — puesta p o r los dioses— entre
buenos y malos, sino que el tiem po en su cic lo hace
brillar sólo la riqueza.
Estrofa 2.»
N o dejaré de ayuntar las Gracias con las Musas
—¡hermosa con ju n ción !— . ¡N o viva yo sin armonía. 675
Antístrofa 2.a
Las doncellas de Délos el peán cantan ante las
puertas del tem plo, en honor del noble h ijo de Leto,
69o y hacen girar su herm oso coro. Tam bién el peán, ante
tu palacio, com o un cisne yo, anciano cantor, de m i
boca encanecida cantaré. Pues hay buena m ateria
695 para m is himnos: él es h ijo de Zeus, mas en virtud
supera su noble cuna: con el esfuerzo ha fundado para
700 el hom bre una vida sin tempestades, pues ha destruido
las fieras que le asustaban. (Entran simultáneamente
Lico por la derecha con su guardia y Anfitrión que sale
del palacio.)
L ico . — Oportunamente sales, Anfitrión, del pala
cio, pues ya es mucho el tiem po que lleváis adornando
vuestro cuerpo con ropas y atavíos mortuorios. Vamos,
705 ordena a los hijos y a la esposa de Heracles que salgan
del palacio cumpliendo vuestra promesa voluntaria de
morir.
A n f i t r i ó n . — Señor, estás acosándome en m i infor
tunio y ejerciendo toda tu insolencia por la muerte de
los míos, cuando debías actuar con moderación, por
7io más que seas el que manda. Y a que nos impones m orir
a la fuerza, forzoso es contentarse. Hay que hacer lo
que tú decidas.
L ico . — ¿Dónde está Mégara, dónde los nietos de
Alcmena?
Estrofa 1*
C oro. — Cambia de lugar la desgracia, nuestro an- 735
tiguo gran rey ha hecho volver su vida desde el Hades.
¡Ay! Justicia v Destino de los dioses tuercen su curso.
740 C o r i f e o 33. — Ha llegado el momento en que pa
garás con tu muerte, por haberte insolentado contra
quien es superior a ti.
C o r o . — La alegría me ha hecho saltar las lágrimas.
743 Ha vuelto — lo que nunca esperó m i corazón— el sobe
rano de m i tierra.
C o r i f e o . — Ancianos, vayamos a observar lo que
sucede dentro del palacio, veamos si alguien recibe el
trato que yo espero.
L ic o . — ¡Ay de m í!, ¡ay de mí!
Antístrofa 1.a
730 C o r o . — Éste es el preludio del canto que me agra
da o ír en el palacio. La m uerte no está lejos. E l rey
gime y grita el preludio de su muerte.
Lico. — ¡Oh país de Cadmo, muero a traición!
755 C o r i f e o . — Tam bién tú mataste así. Resígnate a
pagar un precio condigno, paga la pena por lo que
hiciste.
C o r o . — ¿Quién es el que ha mancillado a los dioses
con su impiedad y — siendo m ortal— ha lanzado con
tra los felices habitantes del cielo la insensata acusa
ción de que son im potentes?
760 C o r i f e o . — Ancianos, el im pío ya no existe. El pa
lacio calla; volvamos a nuestra danza. Y a son felices
los amigos a quienes yo amo.
Estrofa 2.a
C o r o . — Danzas, danzas y banquetes ocupan a los
765 habitantes de Tebas en la sagrada ciudad. Hay un cam
bio de lágrimas, un cam bio de fortuna ha engendrado
nuevos cantos. E l nuevo soberano se ha ido, y el anti-
Antístrofa 2 .*
Los dioses, sí, los dioses se ocupan de con ocer a
justos e impíos. E l o ro y la fortu na sacan a los m or- 773
tales fuera de sí arrastrando el poder de la injusticia.
Nadie se atreve a prever los reveses del tie m p o 3*.
Cuando uno rechaza la ley y entrega sus favores a la
ilegalidad quiebra el oscuro carro de la prosperid ad 35. 78o
Estrofa 3.*
¡Oh Ism eno, cúbrete de coronas! ¡O h pulidas calles
de la ciudad de siete puertas, llenaos de coros! ¡O h
D irce de hermosa corrien te —y con tigo las hijas de 785
Asopo— , abandonad las aguas paternas! Venid, Ninfas,
para cantar conm igo el com bate victorioso de Heracles.
Oh rocas arboladas del dios P itio , oh moradas de las 790
Musas del H elicón, celebrad con vuestro alegre canto
a m i ciudad, a m is muros, donde surgió la raza de los
H om bres Sembrados, el batallón de broncíneas lanzas 795
que transmite esta tierra a los hijos de sus hijos, sa
grada luz de Tebas.
Antístrofa 3.*
¡Oh doble lecho conyugal, generador com ún, lecho
de m ortal y de Zeus — que se in tro d u jo en la cama de soo
la novia nieta de P e rs e o 36— / ¡Cuán segura se ha reve
lado para m i tu ya antigua parte de paternidad, oh
Zeus! E l tiem po ha m ostrado el b rillo de la fuerza de sos
TRAGEDIAS, I I . — 8
Heracles, el cual ha salido de las entrañas de la tierra
abandonando el infernal palacio de Plutón.
8io Com o rey, has resultado superior al tirano inno
b le 1'1 que, a la hora de la lucha a espada, ha puesto
ante nuestros o jo s la evidencia de que la justicia es
todavía del agrado de los d ioses38. (Aparecen Iris y Lisa
sobre el palacio.)
Bis C o r i f e o . — ¡Oh! ¡Eh! ¿Es que vamos a caer, ancia
nos, en un nuevo ataque de terror? ¿Qué aparición veo
sobre el palacio?
P o n en fuga, pon en fuga tu lento pie, sal de aquí,
820 ¡Rey Peán, aleja de m í la desgracia!
I r i s . — Ancianos, cobrad ánimos; ésta que véis aquí
es L is a 39, hija de la Noche, y yo soy Iris, servidora
de los dioses. N o venimos a producir daño alguno a la
825 ciudad. Nuestro ataque común se dirige contra la casa
de un solo hombre, del hijo — así dicen— de Zeus y
Alcmena. Pues antes de dar fin a sus duros trabajos,
le protegía el destino y su padre Zeus no nos permitía,
830 ni a m í ni a Hera, que le hiciéramos daño. Mas ahora
que ha terminado los trabajos que Euristeo le impuso,
H era quiere contaminarlo con sangre de su fam ilia por
la m uerte de sus propios hijos. Y así lo quiero yo.
( A Lisa.) Conque, vamos, recobra la dureza de tu
corazón, hija soltera de la negra noche, mueve contra
835 este hombre la locura, confunde su mente para que
mate a sus hijos, empuja sus pies a una danza desen
frenada, suelta al Asesinato de sus amarras.
Que con sus propias manos asesine a sus hijos y
840 los haga atravesar la corriente del Aqueronte; y que
compruebe cómo es el odio de Hera contra él y cómo
TRAGH1IAS, I I . — 10
pecialm ente contra Apolo y las fábulas en que se man*
tenía el origen divino de algunos personajes semihis-
tóricos o semilegendarios 10.
Frente a la interpretación completamente unilate
ral y simplista de éstos, otro g ru p o 11 acepta sin más la
situación paradójica no viendo en ella ninguna con
tradicción real, dado que — como vemos en Aristófa
nes y en general en la poesía griega— un tema puede
ser tratado simultánea o sucesivamente desde un án
gulo cóm ico y serio.
Un tratamiento aparte merece la interpretación de
K it t o u, que yo creo la más acertada porque llega al
fondo de la cuestión. K itto no está al otro extrem o del
espectro interpretativo; no toma absolutamente en
brom a la obra (com o malentiende Conacher), sino que
la entiende — muy en serio— como un melodrama. Esto
es precisamente lo que explicaría, según él, todas las
características de la misma.
Un autor como Eurípides, dice Kitto, que tantos
reproches ha cosechado en muchas de sus obras por
fallos en la estructura, dibujo de caracteres, etc., se nos
revela aquí como un consumado artesano del drama.
La razón no es que aprendiera su oñcio al final de
su vida, sino que la idea trágica en alguna de sus obras
exigía una form a específica, form a que en ocasiones
atentaba contra la estructura canónica de un drama.
En esta obra, sin embargo (y lo mismo podemos decir
de Helena, Ifigenia entre los Tauros, Alcestis, etc.), al
no haber idea trágica, el poeta puede «explotar los re
que en v. 502 sepa, sin haberlo oído de nadie, dónde fue ex
puesto el niño o que el banquete se va a celebrar en la tienda
sagrada (v. 806). Pero esto sonpeccata minuta.
De todas formas, se puede adm itir que, a pesar de
ser un drama básicamente irónico, tiene también su
dosis de nacionalismo y propaganda serios. Que no es
lo más importante, es evidente; pero también lo es
que nadie que haya leído a H om ero o Aristófanes puede
rechazar la seriedad de estos elementos por los rasgos
irónicos en que van envueltos.
VARIANTES TEXTUALES
6e O é X e k ;;
286 Tijiqi jiaTalax; tTin§ n u g t
354 ttirep ?iv, e! x ‘ fiv néxpov EÍHEp, EÍXEV fiv n éxp ov
389-90 e [ 6 ’ E ariv, eX0t) juiTpic; e( 6’ Io tiv ... | áX X ’ ífiv
8»|h v Tiorá I AXX’ (o o ) XPñ Tá& E
¿fiv <(ie ) xp ^ fá&E
521 oú 4>povS ocotyMyvGú
533 áKoúo^Ev; á K O Ó O fiE V .
565 oó 6 ’ 6 v a p 6uvat[i£ 0 ’ a v oó6év fiv &ovat|i£ 0a
579 vóocov vooSv
582 gXEi<;; ÍX£iQ
593 ác0Evr)<; {íevój á. (j¿v <5v
602 t S v 6 ’ eü> XEyóvttov tü v 6 ’tau Xoyítov te+
624 p (a v ptov
638 X6 7 0 10 1 V ?j T y ó o io iv
649 Xóyoit; 4>(Xok;
691 r á 6 ’ ’ éxeiv TÓ &’ Sx’ e Ck^ T^' 2x£l
692 Exei. 6 óX ov TÓXa v 0 ’ ó nalq &óXov TÚxotv 0 ’ , ó iraiq ..
703 TÚxaq
723 <5Xi<; 6 ’ ác; ó itápoi; áy’ áXloaq ó itápcx;
958 itcoq 6 ’ ; otKTpá nSq 6 ’ OtKTpá
962 fj
999 fi <oC>; n
Texto adoptado Texto de Murray
1049 á v á o a £ i < ;, n a l n £ 0 a n e p (& )v á v á o o £ i< ; kocI n e O a jiE p lc o v ,
8&GXTOV 86w aov
1058 SXkav án' s in c o r c h e t e s
1063 $ vóv é X u lq é^ ép ^ E x ’ 5 vuv éX irlt; é ^kxI v e to
1064 X a i(x ú v & a((ia>v
1071 ó jin á x c o v ¿v 6 (i(ia o i ¿v
1076 Oecopóq 0£COpÓV
H erm es.
I on.
Cr eusa , reina de Atenas.
Ju t o , rey esposo de Creusa.
S ie r v o anciano de Creusa.
S ie r v o - mensajero .
P it ia .
A tenea .
C o r o , form ado por siervas de Creusa.
C o r o (secundario), form ado por hombres.
E s tro fa .
A n tís tro fa .
11 En gr. thymélé.
Aquí probablemente el¿estilóbato*, pues
Ion está barriendo el exterior
del templo, no el altar. En 161
puede significar el «altar» como afirma Gow, si el templo era
abierto, o el «tem plo» en general (cf. Owbn, pág. 80).
12 Este refrán, por su estructura y métrica, puede ser un
antiquísimo himno délfico de Apolo, semejante al célebre de
Dioniso en Alea.
Epodo.
14 5 Mas pondré fin a m i trabajo barriendo con el laurel
y a rroja ré de este cubo de o ro el agua que viene de la
tie r r a IJ y que vierten los rem olinos de Castalia.
150 Derram aré una aspersión de agua, pues soy p uro
desde la cuna. ¡O jalá nunca acabara de servir a Febo
de esta form a o acabara con m uerte favorable!
15 5 ¡Vaya! Ya vienen las aves, ya abandonan sus nidos
del Parnaso. P ro h íb o que os poséis en los aleros o en
los techos dorados.
Tam bién a ti, heraldo de Zeus, te alcanzaré con m i
16 0 arco p o r más que superes a los demás con tu curvado
pico.
He aquí un cisne que, remando con sus alas, se
acerca al altar. ¿N o dirigirás a o tro lado tus patas de
165 ro jiz o b rillo? No, ni la form inge de Febo, que acom
paña tu canto, te podrá defender de mis dardos. Aparta
tus alas, sum érgete en el estanque de Délos, que si no
me obedeces, de sangre mancharé tu sonoro canto.
170 ¡Vaya! ¿Qué nuevo pájaro es éste que se acerca?
¿N o irá a poner bajo el alero nidos de paja para sus
polluelos? Te lo im pedirá el trin o de m i arco. ¿N o me
17 5 obedeces? Vete a cria r a las corrientes del A lfeo o a
los sotos del Istm o, que no sufran las ofrendas ni el
tem plo de Febo. Y con todo, no m e atrevo a m atar
i8o a quienes anuncian a los m ortales las palabras de los
dioses. Seguiré com o esclavo de Febo en las labores
diarias y no dejaré de servir a quien m e alimenta.
(E n tra el Coro, que se detiene a examinar la fachada 14
del tem plo.)
Antístrofa 1."
— Ya veo. Y cerca de él, o tro héroe levanta una an- 19 5
torcha encendida... ¿Pero no es — así se cuenta ju n to
a m i telar — el lancero Yolao, que en com ún los tra- 200
bajos con el H ijo de Zeus soportó?
— Aquí, m ira a éste que m onta en alado caballo 18 y
mata a la que exhala fuego, a la que tiene tres cuer
pos robustos w.
A ntístrofa 2.a
220 Eh, tú, al que está ju n to al tem plo me d irijo . ¿Me
está p erm itid o traspasar este re c in to 20 al menos con
pie p u ro ? 21.
I o n . — N o es lícito , extranjeras.
C o r o . — ¿ N i siquiera podríamos inform a m os p o r
ti m ism o?
I o n . — Habla. ¿Qué quieres?
C o r o . — ¿Es verdad que la casa de Febo encierra
el m ism o om bligo de la tierra?
I o n . — Sí, cu b ierto de guirnaldas y rodeado de
Gorgonas.
TRAGEDIAS, I I . — 11
C r eusa . — Forastero, por tu parte no careces de
educación al adm irarte de mis lágrimas. Y es que al
250 ver esta morada de Apolo he vuelto a revivir un an
tiguo recuerdo. Tenía el pensamiento en casa, aunque
yo estuviera aquí presente. ¡Oh pacientes mujeres, oh
desvergüenza de los dioses! Pues, ¿a dónde iremos a
reclam ar justicia si nos vemos perdidas por la injus
ticia de los que dominan?
255 I o n . — M ujer, ¿qué es esto tan misterioso que te
produce desánimo?
C r eusa . — Nada, mis dardos ya están lanzados24.
Conque a partir de ahora permaneceré en silencio y
tú no volverás a preocuparte.
I o n . — ¿Quién eres? ¿De qué país llegas? ¿En qué
patria has nacido? ¿Con qué nombre hemos de lla
marte?
26o C reusa . — Mi nombre es Creusa, soy descendiente
de Erecteo y m i patria es la ciudad de Atenas.
I o n . — Te admiro, mujer, por habitar ciudad tan
ilustre y haber nacido de padres tan nobles.
C r eusa . — Hasta aquí soy afortunada, forastero, no
más.
265 Ion. — ¡Por los dioses! ¿Es verdad como cuentan
los hombres...?
C reusa . — Forastero, ¿qué pregunta m e vas a hacer
con el deseo de inform arte?
I o n . — ¿ ...qu e el padre de tu padre brotó de la
tierra?
C reusa . — Sí, mi abuelo Erictonio; pero mi ascen
dencia de nada m e sirve.
I o n . — ¿Es cierto que Atenea lo hizo salir de la
tierra?
270 Creusa. — Sí, con manos virginales, sin parirlo.
Coro.
Estrofa.
A ti suplico, Atenea mía, que sin la ayuda de Ilitía
en dolores de parto, p o r obra del Titán Prom eteo sur- 455
giste de lo alto de la cabeza de Z e u s 15. Oh Feliz V ic
toria, ven a la casa de P itio desde las habitaciones de
o ro del O lim po volando hasta las calles de la ciudad 460
en que el hogar de Febo, om bligo de la tierra, pronun
cia sus oráculos ju n to al trípode de coros rodeado.
Ven tú y la hija de Leto, dos diosas, dos vírgenes her- 46S
manas venerables de Febo. Suplicad, doncellas, que la
antigua estirpe de E recte o obtenga del oráculo in- 470
maculado abundancia de hijos, aunque tardía.
Epodo.
Oh asientos de Pan, oh piedra vecina de las Rocas
495 Altas llenas de cavernas, donde las tres hijas de Aglau-
ro recorren — danzando en coro— los verdes espacios
delante del tem plo de Palas, bajo el variopinto ch illid o
soo y el canto de tus siringes, oh Pan, cuando tocas la
flauta en tus antros privados de sol, donde un día una
virgen — ¡desdichada!— parió un niño para Febo
sos ( — vejación de nupcias am argas36— ) y lo expuso com o
banquete de los pájaros, com o festín ensangrentado de
las fieras. N i ju n to al telar ni en las historias que co
rren he oíd o que tengan felicidad los hijos de dioses
y mortales.
5io I o n . — Esclavas, vosotras que, junto a las gradas
de este templo que acepta ofrendas, esperáis a vues
tro señor montando vigilancia, ¿ha abandonando ya
Juto el sagrado trípode y el oráculo o todavía perm a
nece en el interior preguntando las causas de su infer
tilidad?
Coro.
Estrofa.
Veo lágrimas y lamentables gritos de d o lo r y so
llozos cuando m i dueña conozca la hermosa paternidad
de su esposo y que ella es estéril y privada de hijos. 680
Dime, oh profeta h ijo de Leto, ¿qué him no ha can
tado tu oráculo? ¿De dónde salió este h ijo tuyo que
se alimenta del tem plo, de qué m ujer? N o m e dejo 685
adm irar p o r tu oráculo, no sea que encierre engaño.
B arrunto la desgracia y no sé hasta dónde llegará.
En form a extraña me encomienda m i dueño que guarde 69o
extraño silencio sobre esto*1. ¡Engañosa suerte la de
A n tístrofa42.
695 Amigas, ¿a oídos de m i dueña haremos claramente
llegar la noticia de que su esposo en quien ella tenía
todo y con quien la desdichada com partía su esperan
za?*1... Ahora, en cam bio, ella está perdida en su des-
70 0 gracia y él es afortunado; ella ha caído en la canosa
vejez y él desdeña a los suyos. ¡M aldito sea el que ha
entrado en la casa de rondón y no ha puesto su suerte
a la altura de una gran fortu na ! ¡Muera, sí, muera el
705 que ha engañado a m i dueña! ¡Que no tenga éxito
cuando consagre a los dioses sobre el fuego el pélano
7 10 de llama hermosa! Va a saber cuán amiga soy de mis
dueños ¡E n verdad, ya se acercan a un nuevo banquete
el nuevo padre y el nuevo hijo!**.
7 15 ¡O h cum bres del Parnaso, que tenéis un m urallón
de piedra y un lugar ju n to al cielo, donde Baco levanta
sus teas encendidas y salta ágil con sus noctivagas
bacantes! ¡Que jamás llegue este muchacho a m i ciu-
72 0 dad, que muera abandonando su joven vida!
Razones tendría m i ciudad para llora r una invasión
extranjera. Ya basta con la que trajo nuestro rey
E recteo cuando era c o n d u c to r45. (Entra por la derecha
Coro.
Estrofa 1.a
E n od ia K, hija de D em éter, tú que gobiernas los
asaltos nocturnos, encamina también de día la pócim a 1050
que llena la m orta l cratera contra quienes m i dueña,
m i dueña la envía tomada de las gotas del cuello co r 1055
tado de Gorgona, contra quien aspira a la fam ilia de
los Erecteidas.
¡Que nunca nadie procedente de otra fam ilia go
bierne m i ciudad, salvo los Erecteidas de noble cuna! 1060
Antístrofa 1.*
Y si no llegan a térm in o la m u e rte 56 ni los esfuer
zos de m i dueña — y falta ocasión para esta osadía
con cuya esperanza se alimentaba— o se clavará afila
da espada o colgará un nudo de su cuello desbordando 1065
sus sufrim ientos con o tro sufrim iento. Y bajará a otras
formas de existencia.
TRAGEDIAS, II. — 13
Pues mientras viviera, no soportaría en sus ojos
brillantes que gente extraña mandara en su casa, ella
que ha nacido en casa noble.
Estrofa 2.a
1075 Vergüenza m e da ante el d io s 57 celebrado en tantos
himnos, si ju n to a las fuentes rodeadas de hermosos
coros lle g a 58 a v er com o espectador en la noche y des
p ie rto las Antorchas del día v e in te w, cuando hasta el
1080 éter estrellado de Zeus se revuelve danzando y danza
la luna y las cincuenta hijas de Nereo, que en el p onto
y en las corrientes de los ríos de perpetua corriente
1085 danzan p o r la V irgen de la corona de o ro y su vene
rable Madre m; donde espera reinar, metiéndose com o
intruso en trabajos ajenos, ese mendigo de Febo.
Antístrofa 2.a
1090 ¡Contemplad cuantos cantáis en him nos desafina
dos — a contrapelo de la Musa— nuestros lechos y
uniones de am or com o ilegales y culpables! ¡Ved cóm o
1095 aventajamos en piedad al injusto arado de los varones!
Que un canto de rectificación, que vuestra Musa dis
cordante llegue hasta los hom bres sobre sus amoríos.
1100 Pues el h ijo de los hijos de Zeus ha demostrado su
ingratitud al sem brar para su casa una suerte de hijos
que no com parte con nuestra señora y, poniendo sus
favores en un am or extraño, ha conseguido un bas
tardo. (Entra p o r la derecha un siervo de Creusa.)
C oro
123o N o existe, no existe de la m uerte m edio de huir
para m í — ¡desdichada!— . Descubierto, ha sido descu-
TRAGEDIAS, II. — 14
(A parte.) Madre, ¡cuidado!, no vaya a ser que — como
sucede a las jóvenes— hayas sido débil cayendo en un
1525 am or furtivo y ahora eches la culpa al dios. N o vayas
a decir que m e pariste para Febo — sin intervenir el
dios— por tratar de evitarm e el baldón.
C reu sa . — No, ¡por Atenea Victoria que en su carro
sostuvo la lanza codo a codo con Zeus contra los Gi-
1530 gantes! Ningún m ortal es tu padre, h ijo m ío, sino el
soberano Loxias, el que te ha criado.
I o n . — Entonces, ¿por qué ha entregado su propio
h ijo a otro padre y dice que soy hijo de Juto?
C reusa . — N o dice que hayas nacido de Juto, sino
que te entrega a él como regalo, aunque eres h ijo suyo.
1535 Un amigo puede entregar su propio h ijo a otro amigo
para que gobierne su casa.
I o n . — ¿ Y el dios dice verdad o su oráculo es vano?
Porque m e tiene confundida la mente, com o es lógico.
C reu sa . — Escucha, hijo, lo que se me ha ocurrido:
1540 Loxias, por hacerte un favor, te ha establecido en casa
noble; con tener el nombre de hijo del dios nunca
habrías sido heredero de una casa ni del nom bre pa
terno. ¿Pues cómo, si yo misma oculté m i amor y es-
1545 tuve a punto de matarte a traición? Así que él, por tu
bien, te ha dado otro padre.
I o n . — N o voy a llegar al final de este asunto tan a
la ligera. Entraré en el tem plo y preguntaré a Febo si
soy h ijo de padre m ortal o de Loxias. (Aparece Atenea
sobre el tem plo.)
1550 ¡Eh! ¿Quién es el dios que asoma su cabeza res
plandeciente por encima del santuario? ¡Huyamos, ma
dre] N o debemos ver a los dioses si no es el momento
oportuno para que los veamos.
A tenea . — ¡N o huyáis! N o estáis huyendo de una
enemiga, sino de quien os favorece en Atenas y aquí.
1555 Soy yo quien ha llegado, Palas, quien da nom bre a
tu tierra. Vengo en apresurada carrera de parte de
Apolo, que no ha juzgado conveniente aparecer ante
vuestra vista porque no se hagan públicos los repro
ches por los hechos pasados. Me ha enviado con este
mensaje: ésta te dio a luz de Apolo, tu padre, y te ha i560
entregado a quienes te ha entregado no porque te
hayan engendrado, sino para llevarte a la casa más
noble de todas. Cuando se descubrió el asunto y quedó
patente, por tem or a que murieras por las acechanzas
de tu madre (y ésta por las tuyas), os salvó con ha- 1565
bilidad.
El soberano quería mantenerlo en secreto y que
luego en Atenas descubrieras que ésta es tu madre y
que tú eres h ijo suyo y de Febo.
Pero... para dar térm ino a mi misión y al oráculo
del dios por el que he uncido m i carro, prestad aten- 157 0
ción los dos.
Creusa, toma a tu hijo, dirígete a la tierra de Cé-
crope y asiéntalo en el trono de rey. Como h ijo que
es de los descendientes de Erecteo, tiene derecho a
gobernar m i tierra. Y será afamado en toda la Hélade. 15 7 5
Sus hijos, nacidos de un solo tronco, serán cuatro
y darán nom bre a m i tierra y a las tribus del pueblo
que habita en m i colina rocosa. La prim era será Ge-
león 70. Después vienen los Hopletes y los Argades. Los ísso
Egícores tendrán una sola tribu nombrada a partir
de mi égida. A su vez los hijos de éstos habitarán en
el tiempo señalado las ciudades de las islas Cíclades
y las regiones costeras, lo cual dará fuerza a m i tierra.
Habitarán también las llanuras de los dos continentes 1585
que separa el estrecho, el de Asia y el de Europa. En
gracia al nombre de éste serán afamados con el nom
bre de Jonios.
VARIANTES TEXTUALES
TRAGEDIAS, I I . — 15
Texto adoptado Texto de Murray
P osidón .
A te n e a .
H écuba .
T a l t ib io .
C asand ra .
A ndró m aca .
M enelao .
H e le n a .
C o r o de cautivas troyanas.
Coro.
Estrofa 1.*
Hécuba, ¿por qué lloras, qué gritas? ¿Hasta dónde
isa llegan tus palabras? A través de estos te ch os 9 he oído
los lamentos que lanzas. E l te rro r ha atravesado el
pecho de las troyanas, que, dentro de esta casa, la
m entan su esclavitud.
160 H é c u b a . — Hijas, sobre las naves de los aqueos se
mueve ya la mano del remero.
C o r o . — ¡Ay de m í! ¿Qué quieren? ¿Acaso ya me
embarcan lejos de m i patria?
H é c u b a . — N o sé, mas barrunto nuestra perdición.
165 C o r o . — ¡Ay, ay! ¡Desdichadas troyanas que vais a
som eteros al trabajo de esclavas, salid de esta mansión!
Los argivos preparan el regreso.
Antístrofa 1."
170 H é c u b a . — ¡Ay, ay! N o me llevéis a m i Casandra,
poseída p o r Baco, o b je to de ultraje para los argivos,
a m i ménade, no vaya a consum irm e en el dolor. ¡Ay
Troya, Troya, desgraciada, has perecido! Desgraciado
Estrofa 2.'
C o r o . — ¡Ay, ay! ¡Con qué lamentos desgranas los
ayes p o r tu ruina! ¡Y a no m overé de un lado a o tro 200
m i lanzadera en los telares del Id a ! P o r últim a vez
contem plo los cuerpos de m is padres, p o r últim a vez...
Mayores serán m is sufrim ientos unida al lecho de un
griego (/m aldita sea esa noche y m i destino!) o yendo 205
p o r agua a la sagrada fuente de P rie n e 11 com o mise
rable esclava. ¡O jalá marcháramos a la ilustre, a la
A ntístrofa 2.a
215 La venerable región del Peneo herm oso basa
m en to del O lim po, soporta el peso de su prosperidad
— según es fama— y de sus florecientes y abundantes
frutos. ¡Ojalá fuera allí en segundo lugar, después de
220 la sagrada, la divina tierra de Teseo! Tam bién he oído
que la tierra de Hefesto, E tna que se enfrenta a Fenicia,
madre de los m ontes sicilianos, está en boca de todos
p o r las coronas que prem ian su gallardía; y a ta tierra
225 vecina del m ar jo n io — según se navega— a la que riega
y em bellece Cratis — el que tiñe de ro jo su cabello— ,
quien la alimenta con divinas fuentes y enriquece de
arboledas la tierra. (Aparece el heraldo Taltibio.)
230 C o r if e o . — Mas he aquí el heraldo que viene del
e jé rc ito dánao, despensero de novedades. Avanza cu
briendo sus huellas con rápidos pies. ¿Qué traerá, qué
dirá? Aunque, en verdad ya somos esclavas del país
dorio.
235 T a lt ib io . — Hécuba, ya conoces mis numerosas ve
nidas a Troya com o m ensajero del ejército aqueo. Y a
m e conoces de antes, mujer. Ahora he venido para
comunicarte un nuevo mensaje.
12 Atenas.
13 Esparta.
14 Río de Tesalia que atraviesa el valle del Tempe, a los pies
del Olimpo.
15 S. c. «también conozco». Se refiere a la Magna Grecia y
especialmente la colonia panhelénica de Tunos fundada por
Pericles. Este anacronismo refleja el patriotismo de Eurípides
y sirve para cerrar el estásimo con una nueva alusión a Atenas.
H éc u b a . — ¡Ay, ay! Aquí está, troyanas, lo que hace
tiem po m e temía.
T a l t i b i o . — Y a habéis sido sorteadas, si es eso lo 240
que os temíais.
H écuba ___ ¡Ay, ay! ¿Qué ciudad has dicho? ¿Es de
Tesalia, de Ptiótid e o de la tierra cadmea?
T a l t i b i o . — Habéis sido sorteadas una a una, no
en grupo.
H éc u b a . — ¿Y quién ha tocado a quién? ¿A cuál de
las troyanas le aguarda un destino feliz? 245
T a l t i b i o . — Y o lo sé, mas escucha por partes, no
todo a la vez.
H écuba. ■ — ¿A quién, pues, le ha tocado m i desdi
chada hija Casandra? Di.
T a l t i b i o . — E l soberano Agamenón la ha elegido
especialmente para sí.
H écuba. — ¿Sin duda com o esclava para su esposa 250
laconia? ¡Ay de m í!
T a l t i b i o . — No, com o novia secreta para su lecho.
H éc u b a . — ¿A la virgen consagrada a Febo, a quien
el de bucles de o ro concedió en recompensa una vida
alejada del yugo nupcial?
T a l t i b i o . — Am or lo alanceó por la doncella poseída 2 53
del dios.
H é c u b a . — ¡Arroja, hija mía, las divinas llaves; arro
ja de tu cuerpo el sagrado adorno de tus bandas y
coronas!
T a l t i b i o . — ¿N o es grande para ella que la toque 260
en suerte el lecho de un rey?
H é c u b a . — ¿ Y qué hay de la pequeña cría que me
habéis arrebatado? ¿Dónde está?
T a l t i b i o . — ¿Te refieres a Políxena, o preguntas
por otra?
H éc u b a . — Por ella. ¿A quién la ha uncido el sorteo?
T a l t i b i o . — Se le ha ordenado hacer servicio a la
tumba de Aquiles.
265 H écuba . — ¿Ay de m í! ¡Haberla parido para esclava
de una tum ba! ¿Qué ley es ésta, amigo, o qué divino
decreto de los griegos?
T a l t ib io . — Considera feliz a tu hija, está bien.
H écuba . — ¿Por qué has dicho esto? ¿Es que no
contem pla ya la luz del sol?
270 T a l t ib io . — Ha alcanzado un destino tal, que ya
está libre de sufrimiento 16.
H écuba . — ¿Y qué hay de la esposa de H éctor, ave
zado en el combate, la desventurada Andrómaca? ¿Qué
suerte ha corrid o?
T a l t ib io . — A ésta la ha elegido para sí el h ijo de
Aquiles.
275 H écuba . — ¿Y yo de quién soy esclava, yo que nece
sito del tercer apoyo que ofrece un bastón a m i enve
jecid o cuerpo?
T a l t ib io . — Odiseo, el soberano de Itaca, te ha to
mado com o esclava.
H écuba . — ¡Oh, oh ! ¡Araña tu cabeza ya rapada,
280 abre surcos con las uñas en tus dos m ejillas! ¡Ay de
m i, ay! M e ha tocado servir a un ser odioso y trapa-
285 cero, enem igo de justicia, a una bestia sin ley que
todo lo revuelve aquí y allá y de nuevo lo de allá lo
trae aquí con las dobleces de su lengua; y lo que antes
era am igo lo hace enem igo de to d o 17. Lamentaos, tro-
29o yanas, p o r mí. M e d irijo a un triste destino. Yo, la
desdichada, he caído con el lote más adverso.
TRAGEDIAS, XI. — 16
En cuanto al doloroso destino de Héctor, escucha
395 cómo es en verdad: ha muerto con la fama del hombre
más excelente, cosa que propició la venida de los
aqueos; pues si se hubieran quedado en casa, la exce
lencia de éste habría quedado en la oscuridad. Paris
desposó a la hija de Zeus; que si no lo hubiera hecho,
habría tenido un casamiento oscuro en su casa.
400 Y es que, en verdad, el hombre prudente debe evi
tar la guerra; pero si da con ella, es hermosa corona
para su ciudad el m orir con honor, mas es deshonra
m orir indignamente. Por esto, madre, no tienes que
lamentarte por tu patria ni por m i boda, pues con ella
405 voy a destruir a mis enemigos más odiados y a los
tuyos.
C o r if e o . — Con qué placer desprecias los males de
tu casa y cantas lo que quizá no vas a probar como
cierto.
T a l t ib io . — Si Apolo no te hubiera enloquecido la
4io mente, no te habrías despedido de esta tierra, calum
niando así a mis generales, sin pagarlo. En verdad, los
hombres grandes y que tienen fama de sabios en nada
superan a quienes nada son.
El gran soberano de los ejércitos de toda Grecia,
el amado hijo de Atreo, ha aceptado por propia elec-
4 15 ción el amor de esta ménade. Y o soy un pobre hombre,
pero jamás habría querido para m í el lecho de ésta.
En cuanto a ti..., ya que no tienes sano el juicio, ¡que
el viento se lleve tus reproches a los argivos y tus loas
420 a los frigios! Sígueme en dirección a las naves. ¡H er
mosa prometida para el je fe de nuestro ejército!
(i4 Hécuba.) Y tú, cuando el hijo de Laertes quiera
llevarte, sígueme; vas a ser la sierva de una m ujer
prudente, según aseguran cuantos han venido a Ilión.
C asandra . — ¡Insolente es este esclavo! ¿Por qué
tendrán el nombre de heraldos — única m aldición20 425
común para todos los hombres— estos lacayos de ti
ranos y ciudades?
¿Tú añrmas que mi madre va a llegar al palacio de
Odiseo? ¿Y dónde está la profecía de Apolo que asegura
que m orirá aquí mismo, tal com o se me ha manifes- 430
tado?...
Por lo demás, no voy a reprocharte. ¡Pobre Odiseo,
no sabe qué sufrimientos le aguardan! Algún día va a
considerar com o oro mis males y los de los frigios
comparados con los suyos. Después de diez años
— además de los de aquí— llegará sólo a su patria.
Bien lo sabe la terrible Caribdis que ocupa el es- 435
trecho rocoso y el montaraz Cíclope com edor de carne
cruda, y la lig u r 21 Circe que transforma a los hombres
en cerdos, y los naufragios en el salino mar, y el ansia
por comer loto, y las vacas sagradas de Helios que un 440
día dejarán escapar su voz en amarga profecía para
Odiseo.
Para abreviar, entrará vivo en el Hades y, después
de escapar del agua de la laguna, encontrará en su casa,
al volver, males sin cuento.
Mas ¿a qué enumerar los trabajos de Odiseo?
Marcha con la mayor rapidez posible; celebremos en 445
Hades las nupcias con m i prometido.
¡Ah! Tú que pareces haber llevado a cabo algo im
portante, conductor de los Dáñaos22, recibirás sepul
tura de mala manera y de noche, no de día. Y en cuanto
a mí, me arrojarán desnuda y las torrenteras de nieve
Antístrofa.
Toda estirpe de los frigios se dirigió a las puertas
para ofrecer a la diosa la estratagema argiva, tallada
535 de los pinos del m onte, la perdición de los dárdanos,
regalo a la virgen de potros inmortales. Con cables de
lin o trenzado — com o se arrastra la oscura quilla de
540 una nave— lo depositaron en sede de piedra, en los
suelos del tem plo de la diosa Palas, m ortífe ro s para
nuestra p a tria 2*. Cuando cayó la oscuridad nocturna
sobre el sufrim iento y la alegría, cuando la flauta libia
545 resonaba y las canciones frigias, cuando tas mozas con
ruido de sus pies alzados cantaban sus felices gritos
55o y en las casas la lu z 75 que todo alumbra adorm ecía el
m ortecin o resplandor del fuego,
23 Palas Atenea.
24 Creo que P a ley interpreta bien esta frase cuando la para
frasea: «(suelos) que pronto iban a mancharse con sangre
( phánia) de nuestra patria». No, como S c h i a s s i , suelos mor
tíferos «en cuanto sede de una divinidad hostil a Troya» (pá
gina 112).
* La luz de la luna, en este caso, evidentemente (este adje-
Epodo.
entonces yo a la montaraz virgen cantaba en el palacio
con mis coros, a la hija de Zeus. Voces de m uerte en 555
la ciudad rodeaban la sede de Pérgamo. Los niños
asían con manos aterradas el peplo de sus madres.
A res 26 descendió de su emboscada, obra de la virgen 5&o
Palas. Los frigios sucumbían en torno a los altares, y
en sus lechos la soledad de las jóvenes que mesaban
su pelo ofrecía una corona a la Hélade, criadora de 565
mozos, y un canto de duelo a su patria fr ig ia 11. (Apa
rece Andrómaca, con su hijo, en un carro que lleva
las armas de Héctor.)
C o r i f e o . — (A Hécuba.) Hécuba, ¿no ves aquí a
Andrómaca transportada en carro extranjero? Astia-
nacte, cachorro de H éctor, acompaña el b o g a r28 de su s 570
pechos. ¿A dónde te llevan a lomos de carro, m ujer
infortunada, sentada sobre las armas broncíneas de
H éctor y los despojos tomados a los frigios con la
lanza, con los que el h ijo de Aquiles adornará los tem- 575
píos de Ptía?
A n d ró m a c a . — Dueños aqueos me llevan.
H écu b a . — ¡Ay de m í!
A n d ró m a c a . — ¿ P o r qué cantas este peán m ío ?
H écu b a . — ¡Ay, ay!
A n d ró m a c a . — ...¿ p o r estos sufrim ientos...
H écu b a. — ¡Oh Zeus! sao
A n d ró m a c a . — ...y p o r m i infortunio?
® Imprecación a Helena.
3* Demón vengador (lit. «implacable» o «ciego». Cf. Electro,
nota 41).
C o r i f e o . — Paciente Troya, ¡a cuántos has perdido 78o
por una sola m ujer y su odioso lecho!
T a l t i b i o . — Vamos, niño, deja de abrazar a tu p o
bre madre, asciende a lo a lto de la corona que form an
los m uros de tu patria. A llí ha decidido el v o to que
abandones tu vida. Prendedlo, que para transm itir esas 785
órdenes se precisa de alguien que sea implacable y más
amante de la desvergüenza que lo es m i corazón.
H écu b a . — H ijo , oh h ijo de m i pobre hijo, de tu 790
vida privadas nos vemos injustam ente tu madre y yo.
¿Qué me pasa? ¿Qué haré p o r ti, desdichado? Te
ofrezco estos golpes de cabeza, estos golpes de pecho.
Éstos son m i única posesión. ¡Ay, m i ciudad! ¡Ay de 795
ti! ¿Qué no tenemos? ¿Qué nos falta para en total
ruina perecer con m uerte total?
C o ro.
Estrofa 1.a
¡Oh Telamón, rey de Salamina criadora de abejas,
que habitas la sede de tu isla batida de olas inclinada soo
a las santas colinas, donde Atenea m ostró la prim era
rama del verdeante olivo, elevada corona y adorno de
la opulenta Atenas! Viniste, viniste en busca de haza
ñas con el lancero h ijo de A lcm enaT!, cuando llegaste sos
de Grecia para destruir Ilió n , Ilión , que un día fue
nuestra ciudad.
Antístrofa 1*
Cuando él se trajo de Grecia la prim era f l o r 38,
dolido p or sus potros robados, y en la corriente del 810
Estrofa 2.a
820 E n vano, pues, oh tú que con cántaros de o ro ca
minas delicadamente, h i j o 40 de Laomedonte, llenas las
825 copas de Zeus, servicio el más hermoso. La ciudad
que te engendró se consume en el fuego y los acanti-
830 lados marinos resuenan com o un pájaro ch illa p or sus
crías — aquí p o r sus maridos, aquí p or sus hijos, allá
p o r sus ancianas madres. Tus baños refrescantes, las
835 pistas de tus gimnasios ya no existen. ¡Y tú, ju n to al
tron o de Zeus, mantienes la bella serenidad de tu ros
tro adolescente, m ientras las lanzas de G recia han des
tru id o la tierra de P ría m o!
840 ¡O h Am or, Am or, que un día viniste a los palacios
dardanios cuando las hijas de Urano se ocuparon de
845 ti!* 1. Cóm o ensalzaste entonces a Troya trabándola en
parentesco con los dioses. A Zeus no voy a censurarlo,
pero la luz — querida a los mortales— de la A urora de
850 blancas alas ha contem plado nuestra tierra arruinada,
ha contem plado la destrucción de los palacios, aunque
com parte el lecho de un esposon, el padre de sus
TRAGEDIAS, TI. — 17
H éc u b a . — ¡Oh Zeus, soporte de la tierra y que sobre
885 la tierra tienes tu asiento, ser inescrutable, quienquiera
que tú seas — ya necesidad de la naturaleza o mente
de los hom bres44— . ¡A ti d irijo mis súplicas! Pues con
duces todo lo m ortal conform e a justicia por caminos
silenciosos.
M e n e la o . — ¿Qué sucede? ¿Qué nuevas súplicas di
riges a los dioses?
89o H é c u b a . — Te alabo, Menelao, si piensas matar a tu
esposa. Mas rehúye su mirada, no vaya a ser que te
venza el deseo. Ella arrebata las miradas de los hom
bres, destruye las ciudades, pone fuego a las casas.
Tal es su poder seductor. Y o la conozco, y tú, y cuan
tos han sufrido. ( Los soldados hacen salir a Helena
de la tienda.)
895 H e le n a . — Menelao, este comienzo es sin duda para
asustarme, pues en manos de tus siervos he sido sacada
por la fuerza delante de estas puertas. Sé que me
odias, mas con todo quiero hacerte una pregunta: ¿qué
900 habéis decidido los griegos y tú sobre m i vida?
M e n e la o . — N o tuviste que llegar al recuento exacto
de votos, pues todo el ejército, al cual ultrajaste, te
entregó a mí para que te matara.
H e le n a . — ¿Puedo, entonces, contestar a eso razo
nando que, si muero, m oriré injustamente?
905 M e n e la o . — N o he venido con intención de hablar,
sino de matarte.
H éc u b a . — Escúchala, Menelao, que no muera pri
vada de esto; pero concédeme también a m í la palabra
para enfrentarme a ella. De los males que ha causado
a Troya ninguno conoces bien, en cambio todo mi
45 Afrodita.
bres, lo dejaste en tu propia casa, zarpando de Esparta
en tu nave hacia Creta.
945 Pero basta; a continuación voy a hacerme una pre
gunta a m í misma, no a ti: ¿en qué estaba pensando
para abandonar m i casa y seguir a un extranjero trai
cionando a mi patria y familia?
Castiga a la diosa, hazte más poderoso que Zeus,
950 quien tiene el poder sobre los demás dioses pero es
esclavo de aquélla. Y ten comprensión conmigo. En un
punto sí que tendrías un argumento razonable contra
mí: cuando Alejandro murió y descendió a las entra
ñas de la tierra, debía yo haber abandonado el palacio
y marchado a las naves argivas ahora que ya no tenía
una boda dispuesta por los dioses.
955 Me apresuré a hacerlo y son mis testigos los guar
dianes de las puertas y los vigías de las torres, quienes
más de una vez me sorprendieron tratando de hurtar
m i cuerpo desde las almenas hasta el suelo con cuer-
960 das. Pero un nuevo esposo, Deífobo, me arrebató y me
retenía como esposa con el consentimiento de los
frigios.
¿Cómo pues, esposo mío, va a ser justo que muera
a tus m anos46 yo, a quien uno desposó a la fuerza y
que, lejos de salir victoriosa, tuve que servir amarga
mente en mi segunda casa? Si quieres ser superior a
965 los dioses, tal pretensión es insensata por tu parte.
C o r i f e o . — Reina, defiende a tus hijos y a tu patria
destruyendo la persuasión de ésta, puesto que, con ser
malvada, habla razonablemente. Y esto es terrible.
H é c u b a . — En prim er lugar, me pondré del lado de
970 las diosas y demostraré que ésta habla sin razón. N o
creo que Hera y la virgen Palas llegaran a tal punto de
insensatez como para que una vendiera Argos a los
C oro.
Estrofa 1.a
10 60 ¡Así has entregado a los aqueos, Zeus, tu tem plo
de Ilió n , tu altar humeante, la llama del p é la n o S2, el
1065 hum o de la m irra que asciende hasta el éter, y la sa
grada Pérgam o y los valles del Ida — ¡del Id a!— , cria
dores de hiedra, regados p o r la nieve convertida en
10 7 0 ríos, lím ite tocado p rim e ro p o r el sol, divina morada
que resplandece toda.
Antístrofa 1*
Se acabaron tus sacrificios, y de los coros los santos
sonidos y en la oscuridad las fiestas nocturnas de los
1075 dioses, y las estatuas de o ro y madera, y de los frigios
las divinas lu n a s53, doce en total. Quiero, soberano,
quiero conocer si te percatas de ello al ascender a tu
trono celeste y al éter de esta ciudad desventurada
loso a la que ha destruido el ím petu abrasador del fuego.
Estrofa 2.a
Oh amado esposo m ío, tu cadáver anda errante
1085 sin tumba, sin agua lustral, y a m í la marina nave
al im pulso de sus alas me transportará a Argos, cria
dora de caballos, donde m uros de piedra ciclópeos
hasta el cielo se elevan y una m uchedum bre de hijos
1090 a las puertas lloran colgados del cuello de sus madres.
Y gritan, y gritan: « Oh madre — ¡ay de m í!— , sola a
m í los aqueos me llevan lejos de tu vista sobre azul-
Antístrofa 2.a
¡Ojalá, cuando la nave de Menelao atraviese el cen 1100
tro del ponto, el fuego sagrado del rayo brillante, lan
zado con ambas manos, caiga en m edio de los remos
a la hora en que me sacan llorando de m i tierra Ilió n 1105
— com o sierva de Grecia— y espejos de o ro — delicias
de las muchachas— están en manos de Helena, la
hija de Zeus!
¡Que nunca arribe a la tierra laconia, ni al tálamo 1110
de su hogar paterno ni a la ciudad de Pitaña y su diosa
de puertas de b ro n ce !55. Pues ha cobrado para la gran 1115
Hélade la vergüenza de un triste m atrim onio y sufri
m ientos tristes para Jas corrientes del Simoeis. (Entra
Taltibio con el cadáver de Astianacte sobre el escudo
de Héctor.)
C o r if e o . — ¡Ay, ay! Nuevas calamidades para el
país se suceden sin cesar unas a otras. ¡M irad aquí, 1120
tristes esposas de los troyanos, a Astianacte m uerto,
amargo despojo arrojado de los m uros a quien traen
los dáñaos, sus asesinos!
T a l t i b i o . — Hécuba, sólo queda una nave que va a 1125
transportar hasta las costas de Ptía el restante botín
del h ijo de Aquiles.
Neoptólem o mismo ya ha zarpado luego de cono
cer la nueva desgracia de Peleo: Acasto, h ijo de Pelias,
lo ha expulsado del país. Por ello se ha marchado rápi
damente, sin ceder a sus deseos de quedarse, y con él
54 El Peloponeso.
3 Atenea tenía en Pitaña, barrio de Esparta, un templo de
bronce (cf. Helena 228, donde esta diosa recibe el epíteto de
chalkioikos «la del templo de bronce»).
iba Andrómaca. Me ha excitado el llanto cuando salía
del país llorando a su patria y despidiéndose de la
tumba de Héctor. Pidió a Neoptólem o que enterrara
113 5 este cadáver del hijo de Héctor que murió despeñado
desde la muralla.
En cuanto a este escudo de bronce, terror de los
aqueos, con que el padre de éste rodeaba su pecho,
pidió que no se lo llevara al hogar de Peleo ni al tá-
ii40 lam o en que Andrómaca, madre de este cadáver, será
desposada — ¡sería doloroso contem plarlo!— , sino que
lo entierren en él en vez de en caja de cedro y cerco
de piedra. Que lo pongas en tus brazos a fin de adornar
su cadáver con túnica y coronas (si es que tienes fuer-
U45 zas — ¡tales son tus males!— ), ya que ella ha partido
y la prisa de su dueño la ha privado de enterrar a su
hijo.
Nosotros, entonces, cuando hayas am ortajado el
cadáver, pondremos tierra sobre él y zarparemos,
u so Realiza con presteza lo que se te ha ordenado. Y o
te he librado ya de un trabajo: cuando atravesaba la
corriente del Escamandro, lavé su cadáver y lim pié sus
heridas.
Conque marcho a cavar su tumba a fin de que
ii55 aunemos m i trabajo y el tuyo y podamos poner proa
hacia m i patria. ( Sale p o r la derecha.)
H é c u b a . — Depositad en tierra el bien torneado es
cudo de H éctor, visión dolorosa y nada agradable para
mis ojos.
Oh aqueos, vosotros que tenéis más valor por la
lanza que por la razón, ¿qué temíais de este niño
i i 60 para ejecutar una muerte tan incomprensible? ¿Acaso
que volviera a poner en pie a Troya caída? Nada érais
entonces, si, cuando H éctor y otros mil tenían éxito en
el combate, nos veíamos perdidos y en cambio, ahora
que la ciudad ha sido tomada y destruidos los frigios,
tenéis m iedo de un niño tan pequeño. N o alabo el
miedo de quien teme sin reflexionar.
H ijo querido, ¡qué desdichada muerte te ha sobre
venido! Si hubieras sucumbido por tu ciudad, una vez
alcanzados juventud, m atrim onio y poder, habrías sido 1170
dichoso — si es que algo de esto hace feliz. Sin em
bargo, tu espíritu no recuerda haberlos visto ni cono
cido y no ha gozado de nada, aunque lo tenía en casa.
¡Desdichado, qué tristemente han segado tu cabeza los
muros de tu patria, las torres fabricadas por Loxias!
Cómo la cuidaba tu m adre y besaba tus bucles de los 1175
que ahora sale riendo la sangre entre las grietas de
los huesos — por no decir nada in d ign o56— .
¡Oh manos, dulce imagen de las de tu padre, que
ahora estáis ante mí con las articulaciones rotas!
¡Oh querida boca que a menudo dejabas escapar 1180
palabras jactanciosas, estás perdida! Me mentiste
cuando, echándote sobre m i cama, decías: «M adre, me
cortaré por ti un largo bucle de mi pelo y conduciré
hasta tu tumba los grupos de mis compañeros para
darte una amable despedida.» Pero soy yo, una an 1185
ciana sin ciudad y sin hijos, quien entierro tu triste
cadáver de joven; no tú a mí. ¡Ay de mí! En vano
fueron mis muchos abrazos, mis cuidados, mis sueños
de entonces.
¿Qué podría escribir un poeta sobre tu tumba? «A 1190
este niño lo mataron un día los aqueos por tem or.»
¡Vergonzoso epigrama para Grecia!
Con todo, aunque no heredes los bienes de tu pa
dre, tendrás su escudo de bronce donde recibir se
pultura.
¡Oh escudo que protegías el hermoso brazo de
Héctor, has perdido a tu más excelente protector!
TRAGEDIAS, I I . — 18
1. Escrita hacia el año 413 a. C., la E lectra de
Eurípides dramatiza la venganza de los hijos de Aga
menón sobre su madre Clitemnestra y sobre el amante
de ésta y usurpador del trono, Egisto. Acerca de sus
diferencias, tanto en el m ito como en la concepción
dramática, con las tragedias de los otros grandes trá
gicos sobre el mismo tema, y de sus características li
terarias trataremos luego. Veamos en prim er lugar su
estructura:
TRAGEDIAS, II. — 19
de Focea. Electra permaneció en casa de su padre
20 y cuando le llegó la edad floreciente de la juventud,
la pretendieron los más nobles de la Hélade. Pero
Egisto, temiendo no fuera a tener con uno de los no
bles un hijo que vengara a Agamenón, la retuvo en
casa y no la entregó a novio alguno.
25 Pero como todavía era m otivo de m iedo el que
fuera a engendrar un hijo ocultamente con algún no
ble, decidió matarla, si bien su madre, con ser cruel,
la salvó de manos de Egisto.
Y es que excusas sí tenía para la muerte de su
3o marido, pero temía incurrir en odio si mataba a sus
hijos.
Con estas premisas Egisto ideó lo siguiente: pro
m etió oro a quien matara al hijo de Agamenón, que
había salido fu gitivo del país, y a mí m e entregó Elec-
35 tra com o esposa (yo soy descendiente de antepasados
de Micenas y en esto, desde luego, no ofrezco m otivo
de reproche; éramos brillantes por cuna, pero pobres
de dinero y así se perdió nuestra nobleza) con la idea
de que entregándola a alguien insignificante m enor
40 sería su miedo. En efecto, si la hubiera poseído un
hom bre de categoría habría despertado la sangre de
Agamenón, que ahora duerme, y algún día le habría
llegado el castigo a Egisto.
Este hombre que veis aquí nunca ha mancillado
su lecho — C ip ris5 es testigo— . Todavía permanece
45 virgen, pues me da vergüenza deshonrar a la hija de
hombres nobles yo que soy indigno.
Por otra parte, sufro por el desdichado Orestes
— pariente m ío de palabra— si algún día vuelve a Argos
y contempla el desgraciado m atrim onio de su hermana.
Estrofa 1.a
E l e c t r a . — Acelera — ¡es hora!— el ritm o de tu pie,
¡oh!, camina, camina llorando. ¡Ay de mí, ay de m í!
H ija soy de Agamenón y me parió Clitemnestra, la 115
odiosa hija de Tindáreo, y me llaman «desdichada
E lectra » los ciudadanos. ¡Ah, qué horribles trabajos, 120
qué vida tan odiosa! Padre, tú yaces en el Hades in
molado p o r tu esposa y p o r Egisto, oh Agamenón.
Mesoda astrófica.
Vamos, levanta el m ism o lam ento de siempre, sus- 12 5
cita el placer del abundante llanto.
Antístrofa 1.»
Acelera — ¡es hora!— el ritm o de tu pie. ¡Oh!, ca
mina, camina llorando. ¡Ay de mí, ay de m í! ¿P or qué 13 0
ciudad, p o r qué moradas, desdichado hermano, andas
trajinando y dejas en la casa paterna a tu pobre her
mana entre los más terribles sufrim ientos? Ven a 13 5
librarm e a mí, la desdichada, de estas fatigas — ¡oh
Zeus, Zeus!— y a vengar la sangre de tu padre, la
más aborrecible.
Estrofa 2."
Tom a * este cántaro de m i cabeza, deposítalo para 140
que a m i padre nocturnos gemidos al amanecer yo
grite, un alarido, un canto de Hades, padre, de Ha
des. Te dedico soterraños lamentos a los que sin cesar 145
de día me entrego cortando m i querida piel con las
Mesoda astrófica.
150 ¡Ay, ay, desgarra tu rostro! Como el cisne quejum
broso ju n to a la corriente del río llama a su querido
15 5 padre, perdido de m uerte entre los traidores cercos
de una red, así, padre, te llo ro a ti, al infeliz.
Antístrofa 2.a
Y p o r vez postrera agua derram o sobre tu cuerpo
en el triste lecho de tu muerte. ¡Ay de mí, ay de m í!
160 ¡Qué amargo, padre, el trabajo del hacha que te segó,
qué amarga la emboscada cuando volvías de Troya!
N o con diademas te acogió tu m u jer ni con coronas.
165 Con la espada de E gisto de doble filo te asestó un
triste golpe m ortal y cobró un esposo a traición. (Entra
el Coro form ado por muchachas argivas.)
Estrofa 3.a
C o r o . — H ija de Agamenón, Electra, m e he acer-
170 cado a tu morada del campo. V in o un hom bre de Mi-
cenas, vino un m ontero bebedor de leche y m e anunció
que los argivos han proclam ado fiesta de tres d ía s9 y
todas las doncellas se aprestan a venir hasta el tem plo
de Hera.
17 5 E l e c t r a . — M i corazón no vuela hacia los adornos
de fiesta, amigas, ni hacia collares de oro — ¡desdicha-
180 da!— ni voy a fo rm a r c o ro con las mozas argivas ni
a m arcar círculos con golpes de m i pie. E n tre lágrimas
paso la noche, y de llora r me ocupo — ¡desdichada!—
185 de día. M ira m i pelo sucio. Y los jirones éstos de m i
peplo m ira si son dignos de una princesa, hija de
Antístrofa 3.a
C o r o . — Grande es la diosa. Anda, vamos, tom a de 190
m í prestada una túnica llena de broches y adornos de
o ro para alegrar la fiesta. ¿Crees que con lágrimas, sin
honrar a los dioses, podrás vencer a tus enemigos? N o 195
es con lamentos, sino con súplicas venerando a los
dioses com o tendrás sosiego, hija.
E l e c t r a . — Ninguno de los dioses se ocupa de la
voz de esta malhadada ni de la ya vieja m uerte de m i 200
padre. ¡Ay de m i m u erto! ¡Ay de m i vivo errante, que
habita en cualquier tierra, un pobre desterrado en el 205
hogar de un t e t e ,0, él, que nació de ilustre padre! Yo
misma habito en casa de un bracero con corazón ajado
expulsada de la casa materna en las cárcavas del 2 10
monte. Y m i madre vive con o tro amancebada en le
cho de sangre.
C o r i f e o . — De los muchos males de Grecia y de tu
casa es culpable Helena, la hermana de tu madre.
{E lectra descubre a Pílades y Orestes.)
E l e c t r a . — Ay de mí„ mujeres, abandono m i canto 2 15
fúnebre. Han dejado su escondrijo unos hombres ex
traños que se apostaban junto a la casa. Huye tú por
el camino, que yo trataré de refugiarm e en casa li
brándome de esos malhechores. ( Orestes se interpone
y trata de asirla de la m ano.)
O r e s t e s . — Espera, amiga. N o temas m i mano. 220
E l e c t r a . — Oh Febo Apolo, postrada te suplico que
no me dejes morir.
O r e s t e s . — Antes que a ti mataría a otros que me
son más odiosos.
mí.
O r e s t e s . — ¿Por qué vives aquí, lejos de la ciudad?
E l e c t r a . — He sido entregada, forastero, en m or
tal 12 matrimonio.
O r e s t e s . — ( Lanza un gem ido.) Gim o por tu her
mano... ¿A quién de los Miceneos?
E l e c t r a . — N o a quien mi padre esperaba un día
entregarme.
O r e s t e s . — Dímelo, para que me entere y se lo co- 250
munique a tu hermano.
E l e c t r a . — V ivo apartada en esta su casa.
O r e s t e s . — Un cavador o un vaquero sería digno
habitante de esta casa.
E l e c t r a . — E s h o m b r e p o b r e , p e r o n o b le y r e s p e
tu o s o c o n m ig o .
O r e s t e s . — ¿Qué clase de respeto te tiene tu esposo?
E l e c t r a . — Nunca se ha atrevido a tocar m i cama. 255
O r e s t e s . — ¿Tiene algún escrúpulo13 por los dioses,
o es que te desprecia?
Coro.
Estrofa 1.a
Naves ilustres que un día arribasteis a Troya con
incontables remos escoltando la danza de las Nereidas
cuando saltaba el delfín amante de la flauta ante las 435
proas de oscuros espolones retorciéndose, acompañan
do al h ijo de Tetis, ligero en el salto de sus pies,
a Aquiles, ju n to con Agamenón hasta las riberas del 44o
Sim oeis en Troya.
Antístrofa 1.*
Las Nereidas dejaron las alturas de Eubea y lleva
ron el escudo, armadura de oro, trabajo de los yunques
de H e fe s to 20 y p o r el Pelión y p o r los hondos valles de 445
la Sagrada Osa, atalaya de las Ninfas, buscaban al
muchacho donde un jin e te 21 lo crió com o padre para
luz de la Grecia, el h ijo de la marina Tetis, pie veloz 4so
para bien de los Atridas.
Estrofa 2.a
A alguien que de Ilió n venía, en el puerto de Nau-
plio oí decir, ¡oh h ijo de Tetis!, que en el orbe de tu 455
ilustre escudo hay estas figuras, te rro r para los f r i
gios: que en la base del escudo, en su borde, Perseo,
TRAGEDIAS, II. — 20
el segador de cuellos, sostiene la cabeza de Gorgona
460 con sandalias aladas 22 sobre el m ar y con él está Her-
mes, pregonero de Zeus, el h ijo montaraz de Maya.
Antístrofa 2.“
463 Y en medio del escudo brillaba radiante el carro
redondo del sol con yeguas aladas y los coros celestes
de astros, las Pléyades, las Híades que ante los ojos
470 de H é cto r rotaban. Sobre el casco de o ro trabajado
la Esfinge llevando entre sus uñas un tro fe o ganado
p o r sus cantos. E n la coraza que rodea sus flancos una
leona que respira fuego apresura la marcha con sus
475 zarpas cuando ve al p o tro de P ire n e 23.
Epodo.
E n la hom icida lanza saltan cuatro caballos y el pol
vo vuela por sus lomos. ¡H ija de T in d á re o 2*, de malos
48o pensamientos, tus amores mataron al rey de guerreros
tan esforzados en la lucha! P o r tanto, algún día los
hijos de Urano te darán la muerte. Sí, todavía he de
485 ver, todavía, la sangre c o rre r p o r el h ierro de tu gar
ganta enrojecida. (Entra por la derecha el viejo es
clavo.)
A n c ia n o . — ¿Dónde, dónde está mi joven señora y
dueña, la hija de Agamenón a quien un día yo crié?
490 Bien empinada tiene la subida a la casa para que un
viejo arrugado com o yo ascienda a pie. Con todo, tra
tándose de amigos he de arrastrar mi espalda doblada
y torcida rodilla. ( Sale E lectra de la casa.)
H ija — ahora te veo ya ante la casa— , te traigo de
495 mis ganados este recental que acabo de sacar de de-
Co r o.
Estrofa 1.a
Está en venerable leyenda 38 la historia de que un 700
día Pan, despensero de los campos, tom ó a un cordero
Antístrofa 1.a
7 15 Se expusieron incensarios de o ro ; brillaba sobre
los altares el fuego en la ciudad de Argos. La flauta,
servidora de las Musas, cantaba herm osísim os sones;
se desbordaban amables cantos p o r el cord ero de oro.
720 Y luego... la trampa de Tiestes; en o cu lto lecho per
suadió a la esposa querida de A treo y llevó a su casa
aquel portento. V olviendo a la plaza proclam a que tiene
725 en su casa la oveja dotada de cuernos y de vellón de
oro.
Estrofa 2.a
Entonces fue, entonces fue cuando Zeus cam bió el
730 curso brillante de los astros y la luz del sol y el blanco
rostro de la aurora. E l sol cabalgó hacia poniente con
la llama ardiente de su fuego divino y las nubes, hen
chidas de agua, hacia la Osa.
735 E l asiento de A m ó n 30 se agostó sin probar el rocío,
sin recib ir la hermosísima lluvia de Zeus.
Coro.
Estrofa.
Amiga, pon tu huella en el coro, levantando radiante ato
com o un cervatillo tu salto hasta el cielo. Ha ganado
una corona de victoria tu hermano; no la de ju n to a
las aguas de A lfe o 3Ó. ¡E a ! Canta un him no de victoria
para acompañar m i danza. 865
E l e c t r a . — ¡Oh luz, oh brillo de la cuadriga de
Helios, oh tierra y oscuridad nocturna que antes yo
veía! Las ventanas de mis ojos son libres ahora que
ha caído Egisto, matador de mi padre.
Vamos, amigas, voy a traer cuantas joyas tengo 870
y me guarda la casa para adornar mi pelo. Y voy a co
ronar la cabeza de mi hermano victorioso.
Coro.
Antístrofa.
Sí, tú levanta la cabeza adornada, que nosotras dan- 875
zaremos una danza querida de las Musas. Ya van a go-
TRAGEDIAS, II. — 21
bernar el país nuestros amados reyes de o tro tiem po
ahora que han matado con justicia a los injustos. ¡E ai
Vayan nuestros gritos al unísono con la alegría. (Entran
Pílades y servidores con el cadáver de Egisto.)
880 E l e c t r a . — ¡Orestes victorioso, nacido de un padre
vencedor de la guerra de Ilion! Acepta esta banda para
los bucles de tu pelo. Has llegado a casa no después
de recorrer una prueba inútil de seis pletros, sino de
885 matar al enemigo Egisto, el que mató a tu padre y
mío. Y tú, Pílades, escudero, discípulo del hom bre más
p ia d o so37, acepta esta corona de mis manos; pues en
esta lucha tú llevas una parte igual a la de éste. Que
siempre os vea felices.
890 O r e s t e s . — Electra, considera prim ero a los dioses
autores de esta suerte y luego elogíam e como a ser
vidor de los dioses y de Fortuna. Aquí estoy ahora
que he matado a Egisto de obra, no de palabra. Y para
895 contribuir al conocim iento claro del hecho, aquí te
traigo el cadáver mismo a fin de que, si quieres, lo
expongas para carnaza de las fieras o lo empales y
claves como presa de las aves, hijas del éter. Ahora
es tu esclavo quien antes recibía el nombre de señ or38.
900 E l e c t r a . — Siento vergüenza, pero con todo deseo
d ecir...
O r e s t e s . — ¿Qué cosa? Habla, pues ahora sí estás
libre de temores.
E l e c t r a . — ... de ultrajar a los muertos, no v a y a a
ser que incurra en odio.
O r e s t e s . — N o existe quien pueda reprocharte nada.
E l e c t r a . — La ciudad es implacable con nosotros
y gusta de murmurar.
905 O r e s t e s . — Hermana, habla si algo quieres decir,
pues con éste hemos entablado una lucha sin tregua.
Su padre Estrofio.
38 Conservamos como genuino el v. 899, como casi todos
los editores.
E l e c t r a . — Bien. ( Dirigiéndose al cadáver.) ¿Qué co
mienzo daré a mis palabras, para maldecirte, o qué
final? ¿Qué palabras pondré en el medio? ¡Y eso q u e 910
nunca dejaba de repetir cada mañana lo que quería
decirte a la cara, si de verdad conseguía verm e libre
de mis miedos de antes!
Pues bien, ya lo estoy y quiero dedicarte todos los
insultos que deseaba decirte cuando vivías.
Me arruinaste haciéndome huérfana de mi querido
padre, como a é s te 39, sin recibir tú daño alguno; des- 915
posaste vergonzosamente a mi madre y mataste a un
hombre que condujo el ejército griego, tú que no
marchaste contra los frigios.
Llegaste hasta tal punto de torpeza que pensabas 920
que desposando a mi madre no iba a ser mala contigo.
Y mancillabas el lecho de mi padre. Entérate bien,
cuando uno corrom pe a la m ujer de otro y se ve fo r
zado a tomarla en cama furtiva es un pobre hombre si
cree que la que no pudo ser continente con aquél
puede serlo con él. Vivías entre los mayores tormén- 925
tos, aunque no parecías v iv ir mal, pues sabías, sí, sa
bías que el tuyo era un m atrim onio ilegal y mi madre
que había tomado por esposo a un impío.
Ambos erais malvados y os habéis privado mutua
mente ella a ti de tu prosperidad, tú a ella de su
honor w.
Y a oías lo que se decía entre los argivos: «E l marido 930
de su esposa...», no «la m ujer de su m arido». Y en
verdad es feo que sea la mujer, y no el hombre, quien
manda en una casa. Aborrezco a los hijos que en una 935
ciudad no reciben el nom bre de su padre, sino el de
la madre. Cuando un hom bre casa con m ujer notable
39 I. e. Orestes.
Frase interpretada de muy varias maneras cuando no
considerada ininteligible. Nuestra traducción sigue la interpre
tación de K i r c h h o f f .
y superior a él no se habla del hombre, sino de la
mujer.
Te creías alguien por apoyar tu fuerza en la rique
za, y eso fue lo que más te engañó a ti, que desconocías
muchas otras cosas. La riqueza no vale nada si no es
940 por el breve tiem po que se está con ella. Lo firme es
la naturaleza, no la riqueza. La prim era siempre per
manece y acaba con la desgracia, en cambio la riqueza
que acompaña al injusto y al torpe acaba volando de
su casa tras florecer por breve tiempo.
943 En lo que respecta a las mujeres, callaré — pues
no está bien a una virgen hablar— , pero lo manifestaré
veladamente de form a que se entienda. Eras altanero,
¡como que poseías una mansión real y estabas dotado
de belleza! Pero tenga yo un esposo no con aspecto
950 afeminado, sino al estilo varonil. Los hijos de éstos
últimos son afectos a Ares, en cambio los guapos son
un m ero adorno de los coros. Al infierno, tú que has
pagado tu pena sin conocer nada de lo que, por fin, se
te encuentra culpable.
955 De la misma form a, que nadie crea que ha vencido
a Justicia, por haber corrido bien el prim er tramo,
antes de que se acerque a la línea y doble la meta de
la vida.
C o r if e o . — Terribles fueron sus actos y terrible la
compensación que os ha pagado a ti y a éste. En ver
dad, grande es el poder de Justicia.
E le c tr a . — Bien. Esclavos, hay que introducir su
960 cadáver y ocultarlo para que, cuando venga mi madre,
no vea el cadáver antes de su propia muerte.
O restes . — Espera, pasemos a considerar otra cosa.
E le c tr a . — ¿Qué? ¿N o estoy viendo tropas que
vienen desde Micenas?
O restes . — No, sólo la madre que me alumbró.
965 E l e c tr a . — ¡Qué bien camina hacia el centro de la
red!... y relumbra, eso sí, con su carro y sus arreos.
O r e s t e s . — Entonces, ¿qué hacemos con nuestra
madre? ¿La mataremos?
E l e c t r a . — ¿Acaso te ha entrado compasión ahora
que has visto su figura?
O r e s t e s . — ¡Ay! ¿Cómo voy a matar a la que me
crió, a la que me parió?
E l e c t r a . — Igual que ella mató a tu padre y al mío. 970
O r e s t e s . — ¡Oh Febo, grande es la insensatez que
has pronunciado en tu oráculo!
E l e c t r a . — Pues si Apolo es torpe, ¿quiénes son
los sabios?
O r e s t e s . — ... tú que m e has ordenado matar a mi
madre, a quien no debía.
E l e c t r a . — ¿Qué daño puedes recibir por vengar a
tu propio padre?
O r e s t e s . — Tendré que desterrarme como matricida, 975
yo que antes era puro.
E l e c t r a . — N o serás im pío por defender a tu padre.
O r e s t e s . — Pero de m i madre... ¿a quién rendiré
cuentas.por su muerte?
E l e c t r a . — ¿ Y a q u ié n r e n d ir á s c u e n ta s s i a b a n d o
n a s la v e n g a n z a d e tu p a d r e ?
O r e s t e s . — ¿No me habrá aconsejado esto un álás-
to r * 1 tomando la figura del dios?
E l e c t r a . — ¿Sentado sobre el sagrado trípode? N o 98 o
lo creo.
O r e s t e s . — Pues tampoco podría yo tener por
bueno este oráculo.
E l e c t r a . — ¡N o vayas a acobardarte y caer en fla
queza!
O r e s t e s . — ¿Entonces le preparo a ella el mismo
engaño?
42 I. e. Egisto.
¿quién de los míos habría sido mi cóm plice en la
muerte de tu padre?
Habla, si algo quieres decir, y replícame con líber-
loso tad que tu padre no murió con justicia.
C o r i f e o . — Has hablado con razón, pero tu justicia
está envuelta en vergüenza. Toda m ujer ha de ceder
ante su esposo, la que sea sensata. La que opine de
otra form a, no ha llegado al sentido de mis palabras43.
10 5 5 E l e c t r a . — Madre, recuerda las últimas palabras
que has pronunciado concediéndome libertad para
hablar.
C l i t e m n e s t r a . — También ahora lo afirm o y no me
niego, hija.
E l e c t r a . — ¿N o m e harás daño, madre, después de
oírm e?
C l i t e m n e s t r a . — N o puedo, a tu opinión opondré
mi dulzura.
1060 E l e c t r a . — Hablaré y éste será el comienzo de mi
proem io: ¡ojalá hubieras poseído, madre, m ejor ca
beza! Justo es que atraigan alabanzas la belleza de He
lena y la tuya; ambas sois hermanas, casquivanas las
1065 dos e indignas de Cástor. La una se perdió por dejarse
raptar de buen grado y tú has perdido al m ejor hom
bre de Grecia con la excusa de que matabas a tu es
poso en compensación por una hija. Pero no te conocen
bien, como yo. ¡Tú, la que antes de que se decidiera
10 7 0 la inmolación de tu hija y, apenas partido tu esposo
de casa, cuidabas los rubios bucles de tu pelo ante el
espejo! M ujer que en ausencia del m arido se esfuerza
en em bellecerse se tacha a sí misma de mala. A menos
10 7 5 que busque algún mal, en nada le conviene mostrar
en la calle un rostro hermoso. Tú eres la única de las
C oro.
Estrofa 1.a
Mal p o r mal: los vientos de esta casa soplan con
trarios. Aquel día cayó en el baño m i señor, m i señor,
y resonó el techo y tas pétreas cornisas de la casa u so
mientras decía: «¡Desdichada esposa, ¿por qué me
matas cuando vuelvo a m i patria después de diez se
menteras?•
Antístrofa 1.a
(E l tiem po) 46 en su retorn o se cobra retribu ción 1 1 5 5
p o r la unión extraviada de esta m u jer que, sosteniendo
Estrofa 2.a
O r e s t e s . — ¡T ie rra y Zeus que ves todo lo m orta l!
Contemplad esta acción de m uerte odiosa: dos cuer-
í i s o pos en tierra postrados, a golpes de m i mano, en pago
de mis miserias*7.
E l e c t r a . — H erm ano, sí, deplorable en exceso, pero
yo soy culpable. ¡P ob re de m í! M e consum í en odio
contra esta m i madre que me parió m ujer.
Antístrofa 2."
O r e s t e s . — Oh Febo, invisible es la justicia que can 1190
taste, pero bien visibles los dolores que has cobrad o:
¡m e has dado un lecho de asesino lejos de la tierra
griega! ¿A qué o tro pueblo marcharé? ¿Qué huésped, 1195
Estrofa 3.*
O r e s t e s . — ¿Viste cóm o la desdichada sacaba del
m anto y mostraba su pecho en el m om ento de m o rir
— ¡ay de m í!— , poniendo en el suelo los m iem bros que
m e dieron vida? Y o p o r el pelo...
C o r o . — L o sé bien, el d olor te consum ió cuando 1210
oías el lamento de d olor de una madre, la que te parió.
Antístrofa 3.a
O r e s t e s . — Éste fue el g rito que lanzaba poniendo 1215
sus manos en m i rostro: «¡H ijo m ío, piedad!», y se
colgaba de m i cuello hasta que el arma cayó de mis
manos.
C o r o . — ¡Desventurada! ¿Cóm o sufriste ver con tus
propios ojos la m uerte de tu madre expirante?
Estrofa 4.a
O r e s t e s . — Y o puse el manto sobre mis ojos y di
com ienzo con la espada al sacrificio hundiéndola en
el cuello de m i madre.
12 2 5 E l e c t r a . — Y yo te animaba al tiem po que ponía
mano a la espada.
C o r o . — Has com etid o el más terrible crim en.
Antístrofa 4.“
O r e s t e s . — Toma, cubre los m iem bros de m i madre
con el m anto y cierra sus heridas. ¡E n verdad alum
braste a tus propios asesinos!
12 3 0 E l e c t r a . — ¡Ved cóm o ponemos este manto sobre
quien era amiga y a la vez no amiga!
C o r o . — Éste es el lím ite de la desgracia para la
casa. (Aparecen los Dioscuros sobre el palacio.)
C o r i f e o . — Mas he aquí que sobre lo más alto del
palacio han aparecido... ¿Quiénes serán, dém ones48
12 3 5 o alguno de los dioses del cielo? Pues no es éste el
camino de los hombres. ¿Por qué se aparecerán a nues
tra vista de mortales?
C á s t o r 49. — Escucha, hijo de Agamenón. Te llaman
1240 los Dioscuros, hermanos gemelos de tu madre, Cástor
y mi hermano Polideuces, aquí presente. Acabamos de
llegar a Argos después de poner fin a la galerna que
amenazaba a una n a ve50, cuando vimos la muerte de
TRAGEDIAS, II. — 22
13 4 0 O r e s te s . — Pílades, marcha en paz y desposa a
Electra.
C A s to r . — Éstos se ocuparán de su boda. Marcha
tú a Atenas huyendo de estas perras. Ya lanzan contra
13 4 3 ti su terrible rastro estas diosas negras de piel, con
serpientes p o r brazos, que cosechan un fru to de te
rrib le dolor.
N osotros marchamos prestos hacia el m ar siciliano
para salvar las marinas proas de las naves. Caminamos
135o p o r la llanura del éter y no auxiliamos a los hom bres
mancillados, sino a quienes en su vida estiman piedad
y justicia.
A éstos salvamos de las dificultades y libram os del
13 5 5 sufrim iento. Así que nadie prefiera d elinqu ir ni ser
com pañero de viaje de los perjuros. Yo, que soy dios,
así lo anuncio a los mortales.
C o r o . — ¡Adiós! Quien puede estar con ten to y no
le doblega desgracia alguna, ha conseguido la felicidad.
IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS
1. El drama Ifigenia entre los Tauros, incorrecta
mente llamada en Táuride (nom bre de lugar inexisten
te), sin duda por analogía con la otra Ifigenia, la en
Aulide, se debió de representar por vez prim era entre
los años 414-12 a. C. Y decimos drama, porque mal po
demos llam ar tragedia a esta entretenida pieza teatral
que más parece novela escenificada que otra cosa.
Su argumento, que en seguida veremos más en de
talle, enlaza la última aventura de Orestes, en su puri
ficación del matricidio, con el rescate de su hermana
Ifigenia, que fue llevada por Ártem is a su tem plo de
la costa de Crimea, lugar habitado por los bárbaros
tauros, luego de ser sustituida por una cierva.
El prim er punto, la llegada de Orestes a la Táurica
en busca de la imagen de Ártem is es pura invención
de Eurípides. La estancia de Ifigenia allí y su carácter
de sacerdotisa es algo perteneciente a la tradición de la
época de Eurípides y se basa en un sincretismo de tres
Ifigenias en origen diferentes: la diosa ática identifi
cada con Artem is (Ártem is - Ifigenia o «protectora del
p arto»), la cual recibía culto en Halas y Braurón en la
costa norte del Ática; la diosa táurica que, según Heró-
doto (IV , 103), «los mismos Tauros llamaban Ifigenia,
hija de Agamenón»; y finalmente la Ifigenia humana.
hermana de Orestes, Electra y Crisótemis e hija de
Agamenón y Clitemnestra.
La diosa Ifigenia del Ática fue identificada sin duda
con la humana por mera coincidencia de sus nombres,
aunque de hecho el de la diosa ya hemos visto que se
relaciona con su función como diosa del parto y el de
la segunda no siempre fue Ifigenia: Hom ero y Sófocles
la llaman Ifianassa (Iliada, IX , 145, y Electra, 158). La
última identificación de éstas dos con la de los tauros
sin duda se debió a los griegos que colonizaron el
Quersoneso táurico y sirvió como magnífica excusa
para que le «asignaran» los sacrificios humanos de los
que todavía quedaban indicios en las localidades ci
tadas del Ática. Pues bien, tratando de explicar, en base
a este sincretismo, la presencia de una imagen de ma
dera, caída del cielo, de Ártem is en el Atica y el culto
a Ártem is - Ifigenia, y fundiendo todo ello con un in
ventado viaje de Orestes, perseguido ¡todavía! por las
Erinis, compuso Eurípides este drama singular cuya
estructura vamos a analizar a continuación.
2 1 235
. La obra se abre con el P ró lo g o ( - ), constituido fo r
malmente por una resis, un diálogo y la párodos, que es real
mente un diálogo lírico en anapestos. La resis introductoria es
de Ifigenia. En ella nos cuenta la historia de su sacrificio en
Áulide, las razones de su presencia entre los Tauros y su fun
ción de sacerdotisa de una diosa que gusta de matar a los
extranjeros. Finalmente nos revela un sueño que ha tenido,
sueño que ella interpreta en el sentido de que ha muerto su
hermano Orestes, el último retoño masculino de la estirpe de
Agamenón.
Precisamente tras oír esto vemos aparecer a Orestes y Pí-
lades que, en diálogo rápido, nos informan de las razones de
su llegada: tienen que robar la imagen de Artemis y llevarla
al Atica para que cesen las persecuciones de las Erinis, que
no se convencieron con el juicio del Areópago. Sin duda éste
es el mismo Orestes que el de Electra: nada seguro de sí
mismo, hasta cobarde: Pílades tiene que recordarle la obliga
ción impuesta por el oráculo y aludir a su sentido del honor
para no volverse atrás.
Entra ahora el Coro que, tras presentarse a sí mismo como
mujeres griegas que sirven a Ifigenia en el templo, inician un
diálogo lírico con Ifigenia. En realidad es un treno por Orestes
muerto acompañado de un rito funerario. Ifigenia nos vuelve a
recordar su frustrado sacrificio de Áulide y su sanguinario
sacerdocio de ahora. Terminado el canto de entrada se inicia
el Pr im e r episodio (236-391) con la entrada precipitada de un
vaquero. Formalmente este episodio es una escena de mensa
jero; su parte central consiste en una brillante descripción, por
parte de éste, del descubrimiento y captura de Orestes y Pílades:
los descubren unos pastores escondidos en una cueva y, poco
después de verlos, Orestes tiene un ataque de locura. Consiguen
reducirlos, aunque no herirlos por intervención de Ártemis, y
llevarlos ante el rey. Ya están a punto de llegar para ser sa
crificados.
El episodio se cierra con un monólogo de Ifigenia en el que
vuelve a insistir en el mismo tema —Áulide y la muerte de
Orestes—, temblando con una crítica a la diosa que «se com
place en cruentos sacrificios humemos*, aunque luego añada que
no es posible que un dios sea homicida: son los hombres del
país que se lo atribuyen a la diosa.
A continuación se pregunta el Coro, en el P r i m e r est As im o
(392-566), quiénes pueden ser esos extranjeros y cómo han con
seguido atravesar las terribles Simplégades. El estásimo cubre
el tiempo que tardan los prisioneros en llegar desde el palacio
del rey.
Acabado éste, entran maniatados los dos jóvenes y se abre
el S egundo episodio (467-642), constituido íntegramente por un
diálogo en su mayor parte esticomítico, entre Ifigenia y Orestes.
Es de tipo informativo. En él Ifigenia se entera de que son argi-
vos y se interesa por el destino que han corrido, tras la guerra
de Troya, los griegos: Helena, Calcante, Ulises, Aquiles, Aga
menón y su propia familia. Orestes le habla enigmáticamente
de la muerte de Clitemnestra, pero Ifigenia no lo comprende.
Hay que retrasar el reconocimiento. Ifigenia les propone salvar
a uno de ellos si llevan a Argos una carta en la que revela su
salvación por Artemis y su paradero actual. Orestes se ofrece
a morir, lo que da lugar a una situación irónica, aunque no
de ironía trágica, como veremos: Ifigenia ensalza su nobleza y
afirma que así debía de ser su hermano si viviera; Orestes se
lamenta de que no pueda amortajarlo su hermana, e Ifigenia
dice que lo hará ella en su lugar.
El Sbgundo est As im o (643-656) está formado por solamente
trece versos de diálogo epirremático entre el Coro, Orestes y
Pílades, lamentando aquél la muerte del uno y alegrándose por
la salvación del otro. Es muy corto, quizá intencionadamente,
porque sirve sólo para cubrir el escaso tiempo que tarda Ifi-
genia en buscar la carta dentro del templo.
El T er c e r episo d io (657-1088) es el verdadero centro de gra
vedad del drama. Es formalmente dialógico en su totalidad y
contiene la anagnórisis o reconocimiento entre ambos hermanos
y la mechané o plan de huida y robo de la imagen.
El reconocimiento se hace precisamente a través de la carta.
Pílades la llevará, pero ¿y si desaparece ésta en el viaje? Para
evitar esto, Ifigenia la acaba leyendo en voz alta, a fin de que
Pílades pueda comunicar de palabra el mensaje. La carta va
dirigida a Orestes y en ella se identifica Ifigenia, con lo que la
anagnórisis se produce con gran naturalidad y sin brusque
dades.
Al reconocimiento sigue un diálogo epirremático entre los
hermano (Ifigenia en la parte cantada). Luego se reanuda el
diálogo yámbico. Orestes le informa del matricidio, la persecu
ción de las Erinis, el juicio del Areópago y la nueva orden de
Apolo de robar la imagen de Ártemis. A continuación preparan
—o mejor, Ifigenia prepara— el plan de huida: dirá al rey que
los dos fugitivos están contaminados por matricidio y han to
cado la imagen de la diosa, por lo que tanto ellos como la
imagen tienen que ser purificados en el mar antes del sacrificio.
Así podrán escapar con la imagen en el mismo barco en que
llegaron Orestes y Pílades.
El Coro entona, mientras esperan la llegada del rey, su T er
(1089-1151). Es un canto lleno de lirismo y nostalgia
cer est As im o
por Grecia: el Coro es como el alción que no deja de llorar
en su canto. Ifigenia se va a salvar en una nave de velas hin
chadas, acompañada del rítmico sonar de los remos y la mú
sica de Pan. ¡Si fuera posible que ellas se convirtieran en aves
para volver a tomar parte en, las brillantes danzas de su patria!
Cuando, terminado el canto, entra el rey Toante preguntan
do por Ifigenia, da comienzo el C uarto episo dio (1152-1233). Es
la puesta en marcha del engaño, del plan de huida. Formalmente
es un diálogo entre Ifigenia y Toante, brillantemente dotado de
un ritmo creciente por Eurípides (primero en yambos y luego
en tetrámetros trocaicos) en que la astucia de la griega se
aprovecha de la ingenuidad del salvaje.
Mientras Ifigenia se dirige con los prisioneros hacia el mar
y ponen en práctica su plan de huida, el Coro canta el C uarto
est As im o (1234-1282). Es un himno a Apolo, formalmente del
tipo tradicional, con una breve invocación al comienzo y luego
la narración de cómo Febo se apoderó del Oráculo de Delfos
matando a la serpiente Pitón y desalojando a Temis; cómo
Ctón arrojó de nuevo a Apolo y éste se dirigió suplicante a su
padre Zeus que acabó devolviéndoselo para siempre, devol
viendo con ello «a los mortales su confianza en los versos pro-
féticos». Es un hermoso himno, pero que, debido a su contexto,
de hecho constituye una pieza de magistral ironía.
Acabado el canto del Coro, entra precipitadamente un men
sajero, dando inicio al É xodo (1283-1499). En un breve diálogo
introductorio entre el mensajero y el Corifeo, éste hace lo que
no se espera de él normalmente, esto es, intervenir en la acción.
Trata de dar tiempo a que se escapen los fugitivos diciendo al
mensajero que el rey está en su palacio, cuando la realidad es
que está en el templo. Pero el mensajero no cae en la trampa.
Golpea la aldaba del templo; sale Toante y, tras una esticomitía
entre ambos, el mensajero lie hace una brillante descripción de
la estratagema.
Cuando Toante da orden de perseguirlos por tierra y mar,
aparece Atenea ex machina que lo contiene, y como otras veces,
epiloga el drama revelando el destino que aguarda a los prota
gonistas y ofreciendo la etiología del culto a Ártemis-Ifigenia-
Taurópola en el Ática.
38-39 S i n c o rc h e te s
59-60 s in c o r c h e t e s
141-42 x iX io v c rú rijt (iu p io T E u x £ t XiXiovcróxa (iu p ioX E u xooí;
y ív c x ; ’ ArpeiSfiv xtov ’ A x p e lS a ; x<3v k X e iv ó ív ;
kX e i v ü v ;
395 6 i e u é p a a e v ’ Ioü<; 6 iE n á p a o E V . . .
477 s i n la g u n a
579 oh £Ó6ouo ’ & (ia onou6fj<; <5(1a
587 0vV)OKE l V C<()E, G eoO 6. x á xr¡<; 6 e o D, tcc&e
TÓ&E
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1046 x ° P ° 3 TtÓVOO
1 1 1 7 £ t)X o O ccc tóv ?r|X.oDo’ < 5 ra v
1120 iiETapáXXEiv (XETa^áXXEi 6 o o 6 a i^ io v ía
1214 e ttc ó ra x ;
12 3 5 note &T|Xiácnv n ó te Ar|Xiáq év
1237 $ t ’ fi T'
1 2 5 9 é it e l y a ta v é i t fil y á i; tó v
1419 á u v r in ó v e ir to í; 0 £ á v án vTiiióvE u xov 0 e§
1469 y v ¿ (iT i(; d u c a la q oC vEK a. y v . 6. oo. ... á ra ó o a o a
t£,éacnoa bé
ARG U M EN TO
I f ig e n ia .
Or e s t e s .
P íl a d e s .
V aq uero.
T o a n t e , rey de los Tauros.
U n e s c l a v o como Mensajero.
A ten ea.
C o r o , f o r m a d o p o r c a u t iv a s g r ie g a s .
TRAGEDIAS, II. — 23
c ife r 4 lo más hermoso que te naciera este año. Pues
bien, tu esposa Clitemnestra te ha parido una hija
— me ha traído una ofrenda de natalicio— . Tienes
que sacrificarla.»
Conque me arrebataron de junto a mi madre, por
las artes de Odiseo, para casarme con Aquiles. Cuando
llegué a Aulide — ¡pobre de m í!— me pusieron sobre
una pira y me iban a matar a espada. Pero Ártemis
m e arrebató, y entregó a los aqueos una cierva en mi
lugar. M e transportó a través del lím pido éter y me
estableció en este país de los tau ros5, donde reina so
bre bárbaros el bárbaro Toante, quien por tener pies
tan veloces como alas ha recibido este n om b re6, a
causa de su ligereza de pies.
Y m e ha establecido como sacerdotisa en este tem
plo, donde la diosa Ártem is se complace en estos
ritos — fiesta de la que sólo el nombre es bueno (lo
demás lo callo por m iedo a la diosa), pues sacrifico a
todo griego que arriba a esta tierra según una ley anti
gua de esta ciu dad7. Y o oficio el rito, pero de las
muertes se ocupan otros en secreto dentro de este
recinto de la diosa.
Ahora voy a confiar al aire — por si hay en ello
algún alivio— las extrañas visiones que me ha traído
la noche pasada.
26 Lit. «imitaciones».
piedras. El otro extranjero limpiaba la espuma y
cuidaba su cuerpo. L o protegía con su túnica de fino
tejid o contra los golpes que se le venían encima y
3 15 atendía a su amigo. El extranjero volvió en sí de su
postración y se percató de la tempestad de enemigos
que los acosaba y de la desgracia que los cercaba. Y
gritó. Pero nosotros no dejamos de arrojar piedras
32 0 acosándolos de uno y otro lado. Entonces oímos su
terrible voz de mando: «Pílades, muertos somos, pero
al menos perezcamos con honor. Sígueme espada en
mano.»
Cuando vim os las espadas que blandían nuestros
enemigos, llenamos con nuestra huida los valles ro-
32 5 cosos. Pero si huía uno, otros muchos les acosaban
con sus disparos. Y si rechazaban a éstos, los que
habían cedido volvían a atacarlos con piedras. Mas lo
increíble fue que, miles como eran nuestras manos,
nadie consiguiera alcanzar a las víctimas de la diosa.
330 A duras penas logramos apresarlos, no por nues
tro arrojo, sino porque, rodeándolos en círculo, arran
camos a pedradas las espadas de sus manos y cayeron
de rodillas por el cansancio. Los llevamos ante el rey
333 de estas tierras y él, al verlos, los ha enviado inmedia
tamente a ti para su lustración y sacrificio.
Joven señora, siempre orabas que se te presentaran
víctim as como éstas de hombres extranjeros. Si, ade
más, destruyes a éstos, la Hélade pagará por tu muerte,
pagará por tu sacrificio en Áulide.
340 C o r if e o . — Has narrado maravillas de este demente,
quienquiera que sea el griego que se ha llegado desde
su tierra al m ar Inhóspito.
I f i g e n i a . — Bien. V e tú a traerm e a los extranjeros,
que nosotros nos encargaremos aquí del ritual.
343 ¡Ah, paciente corazón! Hasta ahora siempre fuiste
suave y compasivo con los extranjeros, y pagabas un
tributo de llanto a tus compatriotas, cada vez que un
griego caía en tus manos. Mas ahora que, por los sue
ños que m e han llenado de amargura, creo que Orestes
ya no vive, me encontráis mal dispuesta, quienquiera 350
que seáis quienes habéis llegado. Y es que, amigas
mías, sé que es verdad que los infortunados no tienen
buenos sentimientos hacia quienes les superan en in
fortunio cuando han recibido un revés.
Pero nunca ha llegado aquí el viento favorable de
Zeus ni un navio que, atravesando las Simplégades, 355
trajera aquí a Helena — la que me perdió— y a Me
nelao, para vengarme de ellos cambiando este A u lid e 27
de aquí por la de allí, en la que los Danaidas me
asieron como a una ternera e iban a sacrificarme, y 360
el sacerdote iba a ser el padre que m e engendró.
¡Ay de mí! ¡N o quiero acordarme de los males de
entonces! ¡Cuántas veces levanté mis manos hacia la
barba y rodillas de mi padre y colgada de él decía
estas palabras!: «Padre, m e entregas en nefando ma- 365
trimonio. Mientras tú me matas, mi madre y las argivas
están cantando los cantos de mi himeneo y todo el
palacio resuena con las flautas. Y yo perezco a tus
manos. ¡Conque era Hades, y no el h ijo de Peleo, el
Aquiles a quien me prom etiste como esposo mientras, 370
con engaño, me conducías en carro a una boda de
sangre!» Y o tenía mi vista oculta tras el sutil velo y
no tom é las manos de m i hermano — ¡el que ahora está
m uerto!— ni besé, por vergüenza, la boca de m i her- 375
mana pensando que marchaba al palacio de Peleo. Mu
chas despedidas las dejé para después, ya que iba a
regresar a Argos.
¡Ah, pobre Orestes! Si has muerto, ¡por qué mal
dades y ambiciones de tu padre has perecido!
Y o repruebo los pensamientos torcidos de esta dio- 380
sa. Si un mortal se contamina con una muerte, o si toca
Antístrofa 1.*
¿Acaso con el sonoro doble batir de sus remos de
4 io abeto han hecho navegar sobre las olas su carro ma
rino con brisas que sacuden las velas, emulándose para
acrecentar la riqueza de sus palacios?
4 15 Si, pues la esperanza es amada e insaciable para
daño de los hom bres que portan el peso de su riqueza
Estrofa 2 .*
¿Cóm o atravesaron las Rocas que entrechocan,
cóm o las rib era s30, que no duermen, de los hijos de
Fineo a lo largo del m arino borde, corriend o entre el 425
ru m o r de las olas de A n fitr ite il, donde cantan los coros
de las cincuenta hijas de N e re o con pies circulares,
m ientras en proa estride el ajustado tim ón con las 430
húmedas brisas o los soplos de C éfiro hacia la tierra 435
poblada de aves, blanca 32 ribera, herm oso estadio para
las carreras de Aquiles más allá del m ar In h ó s p ito ?
Antístrofa 2 .a
¡Ojalá respondiendo a las preces de m i dueña, He
lena, la querida hija de Leda, abandonara la ciudad de 440
Troya y diera p o r venir aquí donde — su pelo rociado
con lustración sangrienta— m uriera a manos de m i 445
dueña recibiendo castigo equitativo! ¡O jalá recibiéra
TRAGEDIAS, II. — 24
O r e s t e s . — Tú sacrificarás mi cuerpo, no mi
nombre.
sos I f ig e n ia . — ¿Tam poco me dirás el nom bre de tu
ciudad?
O r e s t e s . — Estás preguntando algo que no me va
a ofrecer ventaja alguna, ya que voy a m orir.
I f i g e n i a . — ¿Qué te im pide hacerme este favor?
O r e s t e s . — Afirm o con orgullo que mi patria es la
ilustre Argos.
I f i g e n i a . — ¡Por los dioses, extranjero! ¿En verdad
eres nativo de allí?
510 O r e s t e s . — Sí, de la Micenas que un día fue opu
lenta.
I f i g e n i a . — ¿Has salido exiliado de tu patria? ¿O
por qué circunstancia?
O r e s t e s . — De alguna form a soy exiliado volunta
rio, aunque no lo deseo.
I f i g e n i a . — ¿Entonces me dirás algo de lo que deseo
oír?
O r e s t e s . — Será una adición a mis desventuras.
s is I f i g e n i a . — Y sin embargo eres bienvenido al llegar
de Argos.
O r e s t e s . — N o para mí, desde luego. Si lo soy para
ti, puedes complacerte en ello.
I f i g e n i a . — Seguro que tienes conocimiento de Tro
ya, de la que se habla por todas partes.
O r e s t e s . — ¡Ojalá no la hubiera conocido ni si
quiera en sueños!
I f i g e n i a . — Dicen que ya no existe, que ha sucum
bido a la guerra.
520 O r e s t e s . — Así es, tus noticias son exactas.
I f i g e n i a . — ¿Ha llegado Helena de regreso a casa
de Menelao?
O restes . — H a llegado para desgracia de uno de
los míos.
I f ig e n ia . — ¿Y dónde está? Que también a m í me
debe un daño desde antiguo.
O r e s t e s . — Habita en Esparta con su prim er
marido.
I fig e n ia . — ¡Oh m ujer odiada por los griegos y no 525
sólo por mí!
O r e s t e s . — También a mí, en verdad, me alcanza
ron sus bodas
I f ig e n ia . — ¿Y el regreso de los aqueos? ¿Se ha pro
ducido tal como se cuenta?
O r e s t e s . — Estás interrogándom e de una vez, tra
tando de abarcarlo todo.
I f ig e n ia . — Quiero sacarte todo antes de que
mueras.
O r e s te s . — Pregunta, ya que lo deseas. Hablaré. 530
I f ig e n ia . — ¿Volvió de Troya un adivino, un tal
Calcante?
O r e s t e s . — Ha muerto, según se decía en Micenas.
I f ig e n ia . — ¡Oh diosa soberana, qué hermosura! ¿Y
qué hay del hijo de Laertes?
O r e s t e s . — Todavía no ha regresado a casa, pero
vive, según cuentan.
I fig e n ia . — ¡Ojalá muera! ¡Que nunca consiga volver 535
a su patria!
O r e s t e s . — ¡N o lo maldigas! Todo lo que le rodea
se tom a sufrimiento.
I f ig e n ia . — ¿Y el hijo de la Nereida Tetis vive aún?
O r e s t e s . — N o vive. En Áulide contrajo matrimonio
con resultado funesto.
I f ig e n ia . — Y engañoso, como saben los que lo su
frieron.
O r e s te s . — ¿Quién puedes ser tú? ¡Qué exactas son 540
tus palabras sobre todo lo de Grecia!
43 Con Pílades.
44 Anaxibia, hermana de Agamenón y esposa de Estrofio.
TRAGH)IAS, II. — 25
I f i g e n i a . — ¿Entonces es éste el ataque de locura
que se anunció que padecías en estas mismas costas?
O r e s t e s . — N o es ahora la primera vez que me ven
en este miserable estado.
I f i g e n i a . — Entiendo. Las diosas te persiguen por
causa de tu madre.
935 O r e s t e s . — Hasta el punto de que han puesto un
freno sangriento en mi boca.
I f i g e n i a . — ¿Y por qué has pasado a esta tierra?
O r e s t e s . — He llegado por orden del oráculo de
Febo.
I f i g e n i a . — ¿Qué tienes que hacer? ¿Se puede de
cir o es secreto?
O r e s t e s . — Te lo diré. Éste es el comienzo de mis
940 muchos males. Desde que esta desgracia de mi madre
que ahora silenciamos recayó sobre mis manos, me
acosaron las Erinis, como a un fugitivo, con sus per
secuciones. Después, Loxias dirigió mis pasos hacia
Atenas para ofrecer expiación a las diosas sin nom-
945 b r e 4S, pues hay allí un sagrado tribunal que Zeus es
tableció para Ares como consecuencia de haber man
cillado sus manos con cierto crim en 46.
A llí me presenté... Al principio ningún huésped me
acogió de buen grado, pues era un ser odiado por los
dioses. Pero los que sintieron piedad me ofrecieron en
950 hospitalidad una mesa apartada4/ — aunque vivían bajo
el mismo techo— y con su silencio me mantuvieron
Coro.
Estrofa 1.a
1090 Alción, alción que ju n to a los rocosos acantilados
del m ar cantas lúgubre lamento, — voz com prensible
para quienes com prenden que celebras a tu esposo,
1095 sin cesar, con tus ca n tos57— . Yo, ave sin alas, mis
Estrofa 2.*
Tam bién a ti, señora, la argiva pentecóntoro60 te
llevará al hogar. E l caram illo, con cera en la junturas, 112 5
del montaraz Pan silbará marcando el ritm o de los
remos, y Febo el adivino, que posee el sonido encan
tador de su lira de siete tonos, te llevará cantando a 1130
la fecunda tierra de Atenas. Marcharás al im pulso del
resonante rem o dejándome aquí atrás. Los cables de
Antístrofa 2.a
¡Pudiera yo m archar p o r el brillante curso que re
corre el fuego del sol! ¡Pudiera yo dejar de batir las
H40 alas en mis costados62 sobre las alcobas de m i casa!
¡Pudiera yo tom ar parte en los coros en que cuando
ii45 era moza, en bodas ilustres, haciendo girar — a los pies
de m i madre querida— las bandas de mis coetáneas,
com pitiendo con ellas en gracia, rivalizando en suaves
y ricos peinados, al saltar sombreaba mis m ejillas
u so enredando mis trenzas con los velos de muchos co
lores! (Aparece el rey Toante por la derecha.)
Toante. — ¿Dónde está la m ujer griega que es por
tera de este tem plo? ¿Ha iniciado el sacrificio de los
H55 extranjeros? ¿Brilla ya su cuerpo bajo la acción del
fuego en los sagrados recintos? ( Sale Ifigenia del
tem plo.)
C o r if e o . — Aquí está, rey, la que te aclarará todo.
T oante . — ¡Eh! ¿Por qué, hija de Agamenón, has le
vantado de su firm e pedestal la imagen de la diosa y
la llevas en tus brazos?
I fig e n ia . — Soberano, detén tu pie ahí mismo, en los
umbrales.
H 60 Toante. — ¿Qué novedad es ésta en el templo, Ifi-
genia?
Coro.
Estrofa.
H erm oso es el h ijo de Leto, a quien ésta parió en 1235
los fru ctíferos valles de Délos, el de pelo de o ro en
tendido en la cítara y en el tiro certero del arco con
que se complace. Llevólo ella m is m a 67 de ju n to al 1240
acantilado — dejando el ilu stre lugar de su parto—
hasta la cum bre del Parnaso, de torrenciales aguas,
que danza en honor de Dioniso. A llí la serpiente de 1245
moteado lom o, de colo r de vino, cubierta con som brío
laurel de buenas hojas p o r coraza, el m onstruo p or
tentoso de la tierra, vigilaba el oráculo soterraño. T o
davía un bebé, todavía palpitando en los brazos de tu ] 250
madre querida lo mataste, oh Febo, y ascendiste al
divino oráculo y ahora te sientas en áureo trípode, en
el trono veraz, vaticinando para los m ortales desde el 1255
fond o del tem plo vecino de la corriente de Castalia, y
ocupando un palacio que es centro de la tierra.
Antístrofa.
Cuando desalojó del oráculo divino de P itón a 1260
Temis, hija de la tierra, C tón engendró nocturnos fan
tasmas de sueños que iban a manifestar a muchos
m ortales el pasado, el presente y cuanto iba a suceder,
durante el sueño, en las tenebrosas cavidades de la
TRAGEDIAS, I I . — 26
oigas, piensa qué clase de persecución puede dar al
cance a los extranjeros.
132 5 T o a n t e . — ¡Habla, tienes razón! La navegación que
han em prendido no es corta para que puedan escapar
de m i lanza.
M ensajero. — Cuando llegamos a la ribera del mar,
donde se encontraba anclada ocultamente la nave de
1330 Orestes, la hija de Agamenón nos hizo señas de que nos
alejáramos los que — por orden tuya— llevábamos los
grilletes de los extranjeros, con idea de encender el
fuego secreto para la purificación para la que había ido
allí. Ella siguió caminando con los grilletes de los ex
tranjeros en sus manos. Esto nos resultó sospechoso,
13 3 5 pero con todo, tus siervos, señor, nos dimos por satis
fechos.
Un tiem po después — sin duda para que nos pare
ciera que estaba realizando algo— lanzó un grito ritual
y recitaba cantos ininteligibles como un mago, com o
si ya estuviera purificando el crimen. Como ya llevá-
1340 ramos largo tiem po sentados, nos entró m iedo de que
los extranjeros se desataran, la mataran y se dieran
a la fuga.
Pero por tem or de ver lo que no debíamos con
templar, permanecimos sentados en silencio. Por fin
todos estuvimos de acuerdo para acercarnos adonde se
1345 hallaban, aunque nos estuviera prohibido. Entonces
vimos la nave griega, bien dotada con una fila de
remos — como alas para impulsarla— , y a cincuenta
marineros sosteniendo los remos en los toletes, y a los
jóvenes, libres ya de ligaduras, en pie junto a la proa
1350 de la nave. Unos impulsaban la proa con los botadores,
otros colgaban de las serviolas el ancla, otros prepa
raban apresuradamente la escala, arrastraban las ama
rras con sus manos y se las soltaban a los extranjeros
echándolas al mar.
Nosotros, sin cuidarnos de nada, cuando vim os la
engañosa estratagema, nos asimos a la extranjera y a
las a m a r ra s y tratamos de sacar por sus huecos las
cañas del timón de la nave.
Y nos cambiamos estas palabras:
«¿Con qué razón tratáis de zarpar robando a nuestro
país la imagen y la sacerdotisa? ¿Quién eres tú, y de 1360
qué país, para sacar ocultamente a ésta?»
Y él dijo: «S o y Orestes, su hermano — para que lo
sepas— , el h ijo de Agamenón. H e cobrado a mi her
mana, a quien perdí, y m e la llevo.» Pero nosotros nos
aferrábamos todavía más a la extranjera y tratábamos 1365
de forzarla a que nos siguiera ante tu presencia.
Así es como se produjeron estas terribles contusio
nes en m i rostro. En efecto, ni ellos ni nosotros tenía
mos armas a mano. Se entabló una lucha a puñetazos
y los brazos y pies de los dos jóvenes muchachos se 1370
dirigían contra nuestros costados e hígados, de form a
que con los encontronazos nuestros miembros se en
torpecieron.
Marcados por terribles señales huimos hacia la es
carpadura, unos con heridas sangrientas en la cabeza
y otros en la cara. Cuidadosamente apostados en las 1375
alturas combatíamos arrojando piedras, pero los ar
queros, puestos sobre la proa, nos impedían con sus
dardos que reanudáramos nuestro avance.
En esto, como un terrible oleaje impulsara la nave
a tierra y la doncella tuviera m iedo de m ojar su pie, 1380
la tom ó Orestes sobre su hombro izquierdo, se intro
dujo en el mar, saltó a la escala y puso dentro de la
nave, que se veía bien, a su hermana y a la imagen
de la hija de Zeus, caída del cielo.
Y lanzó su voz de mando desde el centro mismo de
la nave:
«M arineros de Grecia, asios a los remos de la nave
y cubridlos de blanca espuma. Y a tenemos aquello
por lo que introdujim os nuestra nave en la mar In
hóspita franqueando las Simplégades.»
1390 Y ellos, dejando escapar un suave jadeo, batían el
salino mar. Mientras la nave estuvo dentro del puerto
se dirigía hacia la boca, pero cuando la hubo atrave
sado, como diera en m edio de una violenta tempestad,
aceleró su marcha. En efecto, sobrevino de repente un
1393 viento terrible e impulsó las velas por la parte de popa.
Los marineros aguantaron golpeando las olas, pero el
oleaje en reflujo arrastró la nave de nuevo a tierra.
La hija de Agamenón se puso en pie y oraba así:
«O h hija de Leto, condúceme a mí, tu sacerdotisa, sana
1400 y salva a Grecia desde esta tierra bárbara y perdona
mi robo. También tú, diosa, amas a tu hermano; con
sidera justo que también yo ame a los de m i sangre.»
Los marineros cantaron el peán acompañando la sú-
1403 plica de la doncella, al tiempo que a la voz de mando
ajustaban al remo sus brazos desnudos del manto.
E l barco se dirigía cada vez más hacia las rocas.
Uno de nosotros se lanzó al mar a pie, otro trataba de
14 10 descolgar las anclas atadas y a m í m e enviaron a ti,
soberano, para comunicarte lo que allí acontece.
Conque ponte en camino con sogas y lazos, que
si no se produce bonanza, los extranjeros no tendrán
esperanza de salvación.
E l venerado Posidón es soberano del m ar y pro-
1413 tege a Ilión. Es enem igo de los Pelópidas y ahora va
a poner en tus manos y las de tus ciudadanos al h ijo
de Agamenón y a su hermana, la cual ha resultado
convicta de traición a la diosa por no acordarse del
sacrificio de Áulide.
1420 C o rife o . — Paciente Ifigenia, vas a m orir con tu her
mano, vas a caer de nuevo en manos de tu dueño.
Toante. — ¡Ciudadanos todos de esta tierra bárba
ra! Vamos, ¿no pondréis las riendas a vuestros potros
y correréis junto a la ribera? ¿N o im pediréis unos la
salida de esa nave griega y os apresuraréis a dar caza,
con ayuda de la diosa, a unos hombres impíos? ¿No
arrastraréis otros al m ar barcas veloces? Prendámos
los por m ar o a caballo p o r tierra, y los arrojarem os
desde lo alto de las rocas o los empalaremos. 1430
En cuanto a vosotras, mujeres, cómplices de esta
estratagema, ya vendré a castigaros cuando tenga tiem
po. N o vamos a quedarnos con los brazos cruzados
ahora que tenemos ante nosotros esta urgencia. (Apare
ce Atenea sobre la cubierta del tem plo.)
A te n e a . — ¿Adónde, rey Toante, adónde conduces 1435
esta persecución? Escucha a Atenea estas palabras:
deja ya de perseguirlos, deja de impulsar el torrente
de tu ejército. Orestes ha venido aquí forzado por el
oráculo de Loxias. Está huyendo de la furia de las E ri
nis y quiere llevar a su hermana a Argos, y la imagen 1440
sagrada a mi tierra, para librarse de sus males pre
sentes. Ésta es mi palabra por lo que a ti toca.
Poseidón, por hacerme un favor, ha calmado las
olas del mar para que Orestes, a quien tú crees que
vas a matar sorprendiéndolo en m edio de la tempes
tad, la atraviese con su nave. Y tú, Orestes (pues escu 1445
chas la voz de la diosa aunque no estés aquí), ahora
que conoces mis deseos, marcha llevando la imagen y
a tu hermana.
Cuando llegues a Atenas, construida por los dioses,
en el últim o extrem o del Ática, junto al monte Caristio,
hay un lugar sagrado al que mi pueblo ha dado el 1450
nom bre de Halas. A llí construirás un templo e insta
larás la imagen dándole el nombre de la tierra Táurica
y de los sufrimientos que padeciste recorriendo la
Hélade bajo el aguijón de las Erinis.
En el futuro los hombres celebrarán a Ártem is con
el nombre de diosa Taurópola. Establece este rito:
cuando el pueble celebre tu rescate de la muerte, que
1460 pongan un cuchillo sobre el cuello de un hom bre y
dejen correr su sangre para purificación y a fin de que
la diosa reciba sus honras69.
Y tú, Ifigenia, has de ser la clavera de esta diosa
en los bancales sagrados de Braurón. A llí serás ente-
1465 rrada cuando mueras, y te dedicarán en ofrenda los
sutiles peplos bordados que las mujeres dejan en su
casa cuando mueran en el p a rto 70.
Ordeno que envíes lejos de esta tierra a estas mu
jeres griegas71 en virtud de vina decisión justa.
1470 Tam bién a ti, Orestes, te salvé un día en el Areó-
pago, decidiendo la igualdad de votos. Y esto será ley:
que se absuelva a quien consiga votos iguales.
Conque llévate a tu hermana de esta tierra, hijo de
Agamenón, y tú. Toante, abandona tu cólera.
1475 T o a n t e . — Soberana, Atenea, quien no obedece las
palabras de los dioses, luego de escucharlas, no está
en su sano juicio. Y o no voy a irritarm e con Orestes
porque se haya llevado la imagen de la diosa, ni con
su hermana. ¿Cómo va a ser bueno com petir con los
1480 dioses poderosos? ¡Que se marchen a tu tierra con la
imagen de la diosa y que erijan la estatua en buena
hora! También enviaré a estas mujeres a la próspera
Grecia com o ordenan tus palabras.
Detendré la lanza que ahora levanto contra los ex-
1485 tranjeros y los remos de mis naves, ya que así lo has
decidido, diosa.
Suplicantes
J. M arklan d , Euripidis D ram a Supplices mulieres ad codd. mss.
recensitum, et versione correcta, notis uberrimis illustratum,
Londres, 1763.
F. H. B o t h e , Euripidis Supplices, Leipzig, 1825.
C. Collard, Euripidis Supplices, Groninga, 1975.
Heracles
U. v. W il a m o w i t z -MOll e n d o r ff , Eurípides: Herakles, Berlín, 1895.
Ion
A. S. Ow e n , Eurípides: Ion, Oxford, 1939.
V e r r a l l, The Ion of Eurípides, Cam bridge, 1890 .
U. v. W i l a m o w i t z -M o l l e n d o r f f , Eurípides: Ion, Berlín, 1926.
Las Troyanas
G. S c h i a s s i , Eurípíde, Le Troiane, Florencia, 1953.
Electra
J. D. D e n n is t o n , Eurípides: Electra, Oxford, 1939.
G. Sc h i a s s i , Eurípíde, Elettra, Bolonia, 1967.
P r e fa c io ......................................................................................... 7
S u p l i c a n t e s .................................................................................. 9
I n tr o d u c c ió n ........................................................................ 11
A rg u m e n to ............................................................................. 22
H e r a c l e s ......................................................................................... 73
In tr o d u c c ió n ........................................................................ 75
A rg u m e n to ............................................................................. 85
I o n ...................................................................................................... 137
In tr o d u c c ió n ........................................................................ 139
A r g u m e n t o ............................................................................. 151
L a s T r o y a n a s .............................................................................. 215
In tr o d u c c ió n .................. .................................................. 217
A rg u m e n to ............................................................................. 227
E l e c t r a ........................................................................................... 273
In tr o d u c c ió n ........................................................................ 275
A r g u m e n to (P O x y 42 0 ) .................................................... 286
I f i g e n i a e n t r e l o s T a u r o s ................................................ 339
I n tr o d u c c ió n ........................................................................ 341
A rg u m e n to ..................... ....................................................... 350
G lo s a r io de t é r m in o s r e f e r i d o s a l t e a t r o ... 409
B i b l i o g r a f í a ( S e le c c ió n ) ..................................................... 411