Películas
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Un asistente de un juzgado penal de Buenos Aires acaba de pensionarse y decide escribir un libro
sobre un caso que investigó en 1974. Su ejercicio de memoria lo devuelve a una época en donde la
violencia, la justicia, la política y el amor se entrelazaron para cambiar su vida. La ambientación es
un elemento esencial en esta película, que puede evocar la realidad de cualquier juzgado
latinoamericano.
Sidney Lumet
Sidney Lumet realiza una película sobre el sistema legal de EE UU. Se trata de un abogado que
asume un caso de negligencia médica y demanda al hospital, que le ofrece un acuerdo económico
para evitar el juicio. El protagonista rechaza la oferta, aun a pesar de sus clientes, porque su
apuesta es que se conozca la verdad. El director vuelve a poner en el centro de su reflexión la fe en
la justicia y, especialmente, en los jurados.
James Bridges
Esta película, que transcurre en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard,
narra aspectos del proceso de formación de los abogados. Se destaca el papel del profesor
Kingsfield, modelo de rigor, exigencia y, por qué no, causa de pánico para sus alumnos.
THE FIRM – FACHADA (1993)
Sydney Pollack
Un abogado es contratado por una firma, y recibe importantes beneficios que mejoran su nivel
social. Sin embargo, la vida ideal de este joven cambia cuando conoce las operaciones ilegales del
bufete y se entera de que han sido asesinados algunos socios. Al colaborar con el FBI para
descubrir las acciones ilegales, el protagonista se enfrenta al acuerdo de confidencialidad con sus
clientes y arriesga su futuro profesional, y su vida.
Gregory Hoblit
Según Deck Schiffet (Danny Devito), uno de los principales personajes de la película “Un abogado
debe pelear por su cliente, abstenerse de robar algún dinero e intentar decir la verdad”. Para
Deck, es fácil determinar las obligaciones éticas de los abogados, todo se limita a defender los
intereses de sus clientes sin quebrantar unas normas mínimas de decencia. La mayoría de códigos
éticos para la abogacía coinciden en que uno de los pilares de la profesión es el deber de velar por
los intereses de quienes representan. El artículo 2.7 del Código Deontológico de los Abogados de
la Comunidad Europea, por ejemplo, establece que, “Sin perjuicio del debido cumplimiento de
toda la normativa legal y deontológica, el Abogado tiene la obligación de actuar en defensa de los
intereses de su cliente de la mejor manera posible, y debe anteponerlos a cualquier otro”
(Comunidad Europea, 2015). En igual sentido, según el numeral 2 del artículo 4 del Código
Deontológico de la Abogacía Española, “El abogado, está obligado a no defraudar la confianza de
su cliente y a no defender intereses en conflicto con los de aquél” (España, [2001] 2015).
El objetivo de este trabajo es ilustrar dos problemas éticos relacionados con la obligación de los
abogados de velar por los intereses de los clientes, a partir de la representación que algunas
películas hacen de su papel en la sociedad. En especial, se analizan dos preguntas: ¿Quiénes son
los titulares de los derechos que deben defender los abogados? y ¿cuáles son, precisamente, esos
intereses que deben protegerse? Ambas preguntas son abordadas desde la perspectiva de la ética
normativa. La idea es indagar qué factores relevantes desde el punto de vista de la moral explican
las diferentes obligaciones profesionales que los abogados tienen respecto de sus clientes. Dos
advertencias son necesarias antes de continuar. La primera es que el objetivo es ilustrar dos
discusiones éticas relacionadas con el ejercicio de la profesión jurídica y no proponer una solución
a estos problemas. En otras palabras, el propósito es introducir dos importantes controversias que
en ocasiones pasan desapercibidas, ocultas detrás del consenso general que existe sobre las
funciones de los abogados. La segunda aclaración es metodológica: los problemas discutidos son
éticos y se analizan desde esta disciplina. Por esta razón, las normas y jurisprudencias se citan solo
con el objetivo de estudiar o ilustrar alguna posición ética y no con el fin de establecer cuáles son
los deberes jurídicos de los profesionales del derecho.
Me ha arruinado la vida, señor. A mí y a mi mujer […] No tiene que ir al hospital para ver a esa
chica. Nosotros llevamos cuatro años haciéndolo. Durante cuatro años… mi mujer ha llorado todas
las noches, por lo que le hicieron a su hermana […] Soy un trabajador que intenta sacar a su mujer
de aquí. Le contratamos y le pago ¿Y tengo que enterarme por la otra parte de que nos ofrecieron
200.000 dólares?
Para Kevin, Frank solo está obligado con quienes le contrataron, el bienestar de la mujer en coma
únicamente debería importar si afecta los intereses de los representados. Sólo el contrato
determina el ámbito de la asesoría jurídica, los únicos derechos que deben defender los abogados
son aquellos que se han pactado. ¿Tiene la razón Kevin o Frank? ¿Quiénes son los titulares de los
intereses que el abogado debe defender? ¿Cuál es la posición más correcta en este caso? La
película parece apoyar la opción tomada por Frank; es decir, la posición según la cual, los
abogados tienen la obligación ética de defender los derechos de las víctimas sin importar con
quién se contrató la representación legal. Existen varios apartes en The Verdict que sugieren esta
interpretación. En primer lugar, la escena antes descrita en la cual Frank por primera vez se
identifica como apoderado de la mujer en coma, justo cuando él descubre la terrible situación en
la que ella fue abandonada por las malas prácticas de los doctores. Las cámaras muestran a Clint
Eastwood recitando una epifanía, una verdad profunda que ha descubierto al momento de su
contacto con la víctima. Ahora será su abogado, no el de Kevin y Sally. En segundo lugar, el hecho
de que Frank reivindique el derecho a la verdad y no el de la reparación como el más importante a
hacer valer en el juicio. Desde su encuentro con la mujer en coma, el abogado está más interesado
en que se conozca la verdad de los hechos que en el dinero que podrían recibir sus representados.
Finalmente, porque la película se construye bajo la idea de que Galvin es capaz de recuperarse de
su alcoholismo cuando decide luchar por una causa justa. Durante el filme, Frank es retratado
como una persona ética que es incapaz de utilizar los métodos corruptos de su contraparte tales
como acudir a los medios de comunicación para influir en la decisión de los jurados. The Verdict
construye la personalidad de Frank como un héroe caído en desagracia que se reencuentra con la
virtud al decidirse a luchar por la opción más justa. La película nos invita a celebrar y no a
condenar la decisión de Galvin, luchar por una víctima es una opción más correcta que defender
llanamente a los representados. Ahora bien, así la película sugiera lo contrario, existen muchas
razones para apoyar la posición de Kevin y rechazar la de Frank. Uno de los deberes de los
abogados es, precisamente, no defender intereses opuestos a los de sus clientes. En este sentido,
el artículo 3.2.1. del Código Deontológico de los Abogados de la Comunidad Europea manifiesta
que “El Abogado no deberá asesorar, ni representar, ni defender a dos o más clientes en un mismo
asunto si existe un conflicto o riesgo significativo de conflicto de intereses” (Comunidad Europea,
2015)9 . Desde esta perspectiva, es claro que Frank Galvin actuó de forma incorrecta al preferir
defender los derechos de la mujer en coma a los de sus representados. Para quienes defienden la
posición de Kevin, en adelante teoría tradicional, la promesa hecha al celebrar el contrato – y no lo
justo de lo discutido en el proceso – es la que determina quién es el titular de los derechos que
deben proteger los abogados. Cuando reclama a Frank, Kevin lo hace en virtud del pacto
celebrado, “Le contratamos. Le pago”; en otra palabras, “cumpla su parte de la promesa que yo he
cumplido la mía”. Para Kevin no es un problema que no haya una persona encargada de defender
los intereses de la mujer en coma, para él, lo incorrecto es que el abogado por él contratado no
represente sus intereses de la forma acordada. La teoría tradicional se fundamenta en dos tesis
sólidas: (1) las personas prometen algo al celebrar un contrato como el de la representación
jurídica, (2) ceteris paribus, existe el deber moral de cumplir lo prometido. La primera tesis parece
obvia, es claro que las partes se comprometen a realizar aquello que se obligan cuando celebran
un contrato. De hecho, los dos conceptos tienen definiciones bastante parecidas; mientras el
Código Civil español define al contrato en su artículo 1254 como un acto en el que “una o varias
personas consienten en obligarse” (España, [1889] 2015)10, según Hart “Prometer es decir algo
que crea una obligación para el promitente” (Hart, 1963, p. 54). La segunda tesis es aceptada y
defendida por la mayoría de escuelas éticas. Por solo citar dos filósofos, Kant utilizó precisamente
el deber de obedecer las promesas para ilustrar lo que es un imperativo categórico, mientras que
W. D. Ross ejemplificó la noción de deberes prima facie con base en la obligación de honrar lo
prometido: “Uno de los más evidentes hechos de nuestra conciencia moral es el sentido que
tenemos de la santidad de las promesas”
Con base en los mismos fundamentos que los filósofos morales, algunos teóricos del derecho han
considerado que al deber de cumplir los contratos subyace la obligación de honrar las promesas.
En este sentido, Charles Fried afirma: “Al prometer, ponemos en las manos de otro hombre un
nuevo poder para lograr su voluntad, aunque sea sólo un poder moral. Lo que él intentaba lograr
por sí solo, ahora puede esperar que sea logrado con la prometida ayuda; darle ese nuevo poder
era el objetivo de la promesa” ¿Significa lo anterior que la teoría tradicional es válida y que no
existe una razón ética para incumplir la promesa hecha al celebrar un contrato de representación
legal? No, la decisión de Frank en The Verdict también tiene justificaciones sólidas. Es cierto que la
teoría tradicional tiene una fuerte justificación moral, pero también lo es que hay motivos para
dudar que sus conclusiones sean absolutas. Si bien es cierto que la mayoría de concepciones éticas
consideran que existe un deber moral de honrar lo prometido, este jamás ha sido considerado
absoluto. En su ejemplo relativo al imperativo categórico, Kant se refiere al deber de no prometer
lo que no podemos cumplir mas no a la obligación de respetar lo pactado en todas las
circunstancias. Al denominar el deber de cumplir las promesas como una obligación prima facie,
Ross también está aceptando que deja de existir bajo cierto tipo de circunstancias: “Sugiero deber
prima facie o deber condicionado como una forma corta de referirse a la característica (muy
diferente de ser un deber propio) que un acto tiene, en virtud de ser de cierta clase (por ejemplo
de cumplir una promesa), de ser un acto el cual sería un deber propio si no existiera al mismo
tiempo otro de otra clase que fuera moralmente significante” (Ross, 2002, p. 19). El problema, por
tanto, para quienes apoyan la tesis defendida en The Verdict, es probar que existen razones que
invaliden el deber que tienen los abogados con sus clientes de respetar la promesa hecha al
momento de celebrar el contrato de representación legal. Una de ellas se encuentra en la
normativa colombiana, en el artículo 28 de la ley 1123 de 2007 que ordena a los profesionales del
derecho: “Defender y promocionar los Derechos Humanos”. Si la función de los abogados es lograr
la justicia o defender los derechos fundamentales, existe al menos una razón derivada del rol que
los profesionales del derecho cumplen en la sociedad que puede justificar la acción de Frank
Galvin. Lo anterior no significa que los abogados tengan en todos los casos la potestad de atender
intereses diferentes de quienes los contrataron, sino que hay razones por las cuales se justifica
defender otro tipo de intereses. Si se acepta que los abogados tienen obligaciones distintas a la de
representar a sus clientes –como por ejemplo reivindicar la justicia frente a una indefensa víctima–
debe admitirse también que en algunas situaciones esta obligación es más importante que la de
honrar el contrato de representación legal. Ahora bien, existe una tercera posible tesis frente al
tema en discusión, una que concilia en lugar de enfrentar los deberes para con los clientes y las
obligaciones frente a la sociedad. Esta última posición parece ser la defendida por los redactores
del Código Deontológico de los Abogados de la Comunidad Europea, el cual establece en su
preámbulo que la misión del abogado
La posición del código no contradice ninguna de las tesis estudiadas; acepta, como Frank Galvin en
The Verdict, que los abogados están obligados con la sociedad en la garantía de los derechos
humanos; sin embargo, no cree que este deber pueda entrar en una contradicción real – para el
código esta solo puede ser aparente – con la representación de los clientes. Frank obró mal al
defender pretensiones diferentes a las de Sally y Kevin, pero no por quebrantar su promesa, sino
porque la mejor forma que tiene la sociedad de lograr la justicia está en que los abogados
representen con fidelidad los derechos de quienes los contrataron. Un ejemplo común en las
discusiones de la ética normativa puede ayudar a explicar esta posición intermedia. Imaginemos
que Pedro llega a una clínica porque se ha fracturado su dedo meñique. En el mismo
establecimiento, se encuentran tres personas que necesitan un trasplante para poder vivir; una
requiere un corazón, otra un riñón y otra el hígado. Un médico descubre que la única forma de
salvar la vida a estas tres personas es asesinar a Pedro y repartir sus órganos entre los demás
pacientes. Aunque es posible pensar que la posición del galeno está justificada porque en un corto
plazo produce más bienestar –si se hacen los trasplantes muere un paciente, pero se salvan tres,
de lo contrario solo vivirá Pedro– en el largo plazo, si las clínicas repiten la acción hecha por el
médico, los efectos serán nocivos porque la gente no acudirá a los hospitales por temor a que sean
asesinadas para usar sus órganos The Verdict puede analizarse desde una perspectiva similar;
aunque fuera cierto que la acción de Frank produce más bienestar al proteger los derechos de la
principal víctima, en el largo plazo su acción será perjudicial porque nadie deseará contratar
abogados si estos deciden defender los intereses de otras personas. En este sentido, no existe
contradicción entre la teoría tradicional y la tesis que subyace a la posición de Frank; si él quiere
que realmente se garanticen los derechos de las víctimas, debe representar de forma exclusiva los
intereses de sus clientes. El error de Galvin, por tanto, no estaría en el principio ético que justifica
sus acciones, sino en el método utilizado para honrarlo. Existen dos problemas, sin embargo, con
esta posición intermedia. El primero es que la analogía con el caso del médico es equivocada dada
la diferente función que ambas profesiones tienen en la sociedad. Como afirma Ángel Ossorio, “Se
nos confunde con los médicos. El médico debe asistir al que sufre, a todo el que sufre, sea quien
sea. Pero nosotros no debemos defender al que litiga sino al que tiene razón para litigar. Pensando
lo contrario se degrada nuestra profesión hasta los más abyectos extremos”. Es plausible pensar
que una sociedad en la cual los galenos causan la muerte a sus pacientes para salvar la vida a otras
personas es una en la que nadie confiará en la medicina; por el contrario, es plausible creer que se
protegen los derechos humanos de forma más eficiente en una sociedad en la cual los abogados
se dedican a defender solo intereses que creen legítimos. En este sentido, el ejemplo de los
trasplantes descalificaría el asesinato de Pedro, pero no la acción de Galvin. Dicho de otro modo, si
por temor los pacientes no reciben atención médica no podrán garantizar su derecho a la salud; en
cambio, si las personas que necesitan ser representadas legalmente saben que sus apoderados
dejarán el caso si encuentran un interés desprotegido más legítimo, las personas seguirán
acudiendo al litigio jurídico, solo que evitarán iniciar un proceso cuando su causa no sea justa. El
segundo problema está en la verificación empírica. No hay estudios que demuestren cuál sistema
es mejor o cuál protege de forma más eficiente los derechos de las personas, si uno en el que los
abogados defiendan de forma exclusiva los intereses de quienes los contrataron u otro diferente.
La necesidad de un estudio empírico es más urgente en el caso del derecho por cuanto, a
diferencia de la medicina, las pretensiones que se dan en un proceso están en disputa. Lo normal
es que los pacientes busquen la salud, un interés que es legítimo; en el derecho, las partes tienen
pretensiones que en la mayoría de los casos son discutidas: librarse de una condena justa, escapar
de alguna indemnización debida, etc. La comparación del caso de Pedro con The Verdict nos
sugiere que generalizar el trasplante forzado de órganos llevará a la extinción de la medicina, pero
no sucede lo mismo con la obligación de defender los derechos de las víctimas. La ausencia de
estudios en este campo hace que la posición de los redactores del Código Deontológico de los
Abogados de la Comunidad Europea sea solo una conjetura: a lo mejor si los abogados solo
defienden los intereses de sus clientes la sociedad estará mejor. Además de los anteriores
inconvenientes, hay casos en los que una posición intermedia no es viable. En Judgments at
Nuremberg, el apoderado de los jueces alemanes acusados en el Tribunal de Nuremberg, Hans
Rolfe (Maximilian Schell), se encuentra ante el dilema de proteger los intereses de Ernst Janning
(Burt Lancaster) quien desea confesarse culpable de las atrocidades cometidas durante el régimen
nazi, o los de sus otros representados. Avalar la confesión significaría agravar la condena de sus
otros defendidos, pero no aceptarla implicaría ir en contra de los intereses de Janning. Rolfe no
puede acudir a la posición intermedia porque cualquier determinación que tome irá en contra de
uno de sus clientes. Aún más, tampoco puede acudir a la teoría tradicional porque
inevitablemente quebrará la promesa hecha a sus representados, o bien defenderá los intereses
de Janning o los de los otros acusados. Ahora bien, el caso en Judgement at Nuremberg podría ser
solucionado fácilmente si se contratara a otro abogado para defender los intereses de Janning.
Algo similar puede decirse de The Verdict. Si el Estado pudiera asignar un profesional del derecho
a todos aquellos que necesiten de asesoría legal, Frank Galvin habría podido dedicarse a velar por
los intereses de Kelly y Sally sin que se vulnerasen los derechos de la mujer en coma. El problema
está, sin embargo, en que esta no solo es una opción inviable, sino imposible, por lo menos en las
circunstancias actuales. La discusión hasta ahora planteada conduce a una conclusión, la solución
al problema de la titularidad de los clientes depende de la posición que se tenga respecto a cómo
debe el Estado atribuir el derecho a la asesoría legal. En nuestra sociedad, no hemos encontrado
forma distinta de distribución de este derecho a la capacidad económica de las personas. Quien
puede pagar más tendrá, al menos en muchas ocasiones, la posibilidad de contratar a un mejor
abogado. Salvo excepciones, si se posee dinero suficiente, se accederá a un buen representante
legal que no esté atado a los compromisos u obligaciones propios de todo defensor de oficio. Si se
carece de dinero, la defensa quedará a manos de la caridad, o de la capacidad del Estado de
contratar buenos abogados. Como afirma Russell Pearce, “[la Asociación norteamericana de
colegios de abogados] se rehúsa a reconocer que nuestro sistema legal promete justicia igual
según la ley, pero permite que sea vendida y comprada”. Si Kevin y Sally no estuvieran necesitados
de dinero, habrían podido contratar a un abogado que velara por los intereses de su parienta en
lugar de buscar una rápida conciliación para mejorar sus condiciones laborales. El problema de la
asignación de la representación jurídica ha sido discutido de forma amplia en el cine. En Dead Man
Walking (Robbins, 1995), por ejemplo, el abogado defensor Hilton Barber (Robert Prosky) de un
condenado a muerte demuestra que a diferencia de su representado, el otro acusado del delito de
homicidio y violación logró escapar de la pena capital por poder pagar a un mejor abogado. En The
Rainmaker, Rudy Baylor manifiesta desesperado al creer que no podría ganar su caso frente a los
famosos abogados contratados por la compañía aseguradora: “Hay más de cien años de
experiencia legal sentada en esta mesa. Mi único personal ha perdido seis veces el examen para
obtener la tarjeta profesional”. ¿Es esta situación injusta? ¿Es injusto que acceder a la asesoría
legal dependa de la capacidad económica de las personas? Quienes defienden la tesis de The
Verdict creen que otra forma de adjudicación de la representación jurídica es no solo posible, sino
obligatoria desde el punto de vista de la ética. Los abogados tienen la obligación de defender
fundamentalmente los derechos de las víctimas y no solo los de aquellos que tienen suficiente
dinero para contratarlos. Para esta posición, es correcta la opción de Galvin, su acción contribuyó
a que el derecho a la verdad de la mujer en coma fuera respetado en el juicio. Para los defensores
de la teoría tradicional, en cambio, la única función de los abogados es representar a sus
poderdantes dentro del marco legal. La discusión sobre quién es el cliente a quien deben
representar los abogados nos ha conducido a una pregunta diferente, ¿Cuál es la mejor forma de
distribuir el derecho a la asesoría legal? Como se manifestó al inicio del artículo, el objetivo es solo
ilustrar un problema que en ocasiones ha pasado desapercibido por la teoría jurídica, no
solucionarlo. En todo caso, parece claro que una mayor argumentación desde el punto de vista de
la ética y de las ciencias sociales es necesaria para defender las dos tesis planteadas Pese a que las
posiciones estudiadas aparecen como contradictorias, ambas tienen en algo en común, el respeto
por el sistema jurídico vigente. Tanto la tesis tradicional como la defendida en The Verdict
sostienen que el mejor lugar para dilucidar los conflictos es el litigio. Pueden existir controversias
sobre quién es la persona que debe ser defendida, pero no sobre la idoneidad del derecho para
dirimir los conflictos que se dan entre los individuos. Existen doctrinas que no aceptan estas
premisas. Al contrario, afirman que el derecho no es un sistema neutral sino un campo de batalla
en el que las luchas de clases, de facciones y de género continúan sus pugnas. La función de los
abogados no es la defensa de los intereses de los clientes, sino la transformación del
ordenamiento jurídico que produce dicho tipo de conflictos. Esta posición será analizada en el
siguiente acápite relativo a los intereses que deben ser defendidos.