Dri - La Concepcion Hegeliana Del Estado
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Dri - La Concepcion Hegeliana Del Estado
c Rubén R. Dri*
1. Contexto histórico
“Hegel no puede ser pensado sin la Revolución Francesa y Napoleón con sus
guerras, esto es, sin las experiencias vitales e inmediatas de un período his-
tórico extensísimo de luchas, de miserias, cuando el mundo externo aplasta
al individuo, lo arroja contra la tierra, cuando todas las filosofías pasadas fue-
ron criticadas por la realidad de modo tan perentorio”. Antonio Gramsci
H
egel es no solamente el gran filósofo alemán del siglo XIX, sino tam-
bién el máximo filósofo de la revolución burguesa, que a partir de la re-
volución francesa se expande por toda Europa, llevada por las armas de
los ejércitos napoleónicos. Para comprender su filosofía es necesario, en conse-
cuencia, tener en cuenta por un lado la etapa en la que se encontraba el capitalis-
mo, y por otra la situación de Alemania.
En el siglo XVIII se había producido la revolución industrial y con ella el ca-
pital había pasado a realizar la subsunción real del trabajo al capital. Ello signifi-
ca que el capital había ya producido su efecto específico, la separación del pro-
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Profesor de Filosofía, Sociología de la Religión y Teoría Política y Social I y II en la Facultad de Ciencias Sociales
de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Autor de numerosos artículos sobre Hegel.
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ductor con relación a los medios de producción, lo cual había significado la des-
trucción de las totalidades orgánicas en las que se encontraba inserto el individuo:
la familia patriarcal afincada al suelo, el feudo, el gremio, la Iglesia.
El individuo queda solo, aislado. El campesino irá a buscar trabajo en la manu-
factura o en la fábrica, o se hará asaltante o mendigo. Cada cual debe buscar su
orientación en la vida y llevar a cabo sus luchas. Se forma lo que, a partir de Hegel,
se llamará la sociedad civil –bürgerliche Gesellschaft-, literalmente sociedad bur -
guesa, o sea, del burgo, de la ciudad. Es el ámbito de la particularidad, del indivi-
duo. El particular se escinde del universal. Un fenómeno nuevo que crea los nue-
vos problemas que los filósofos políticos de la modernidad tratarán de resolver.
Hegel presentará la cosmovisión más atrevida de la modernidad. Ello fue po-
sible porque la nueva sociedad a la que pertenece esta cosmovisión ya se había
consolidado. Ninguna gran cosmovisión tuvo lugar antes de que la práctica la hi-
ciera posible. Esta cosmovisión será dialéctica, es decir, la superación del parti-
cular en el universal. Sin la escisión del universal que se produce en los orígenes
del capitalismo, la dialéctica de Hegel no se habría desplegado.
El tema central a resolver por los filósofos políticos es precisamente cómo lo-
grar que la desestructuración que ha provocado el surgimiento de la particulari-
dad, escindiendo toda universalidad, no terminase en la plena anarquía en la que
la vida humana no sería posible. En otras palabras, se plantea el problema del Es-
tado. Los individuos aislados en mutua contraposición deben de alguna manera
ser reconducidos a la unidad, a vivir juntos. Se proponen diversas soluciones en
la filosofía política. Podemos distinguir cuatro tipos:
a) El Estado absolutista: es la propuesta de la coerción que debe imponer el
orden por medio de la fuerza. Se piensa que los individuos de la sociedad ci-
vil se encuentran, como dice Hobbes, en un estado de naturaleza, pre-social,
en el cual cada cual vela por sí mismo y agrede a los otros. La única solución
es un pacto mediante el cual se entregue absolutamente todo al soberano, que
como gran Leviatán mantenga a todos en orden.
b) El Estado liberal: es el Estado que ya no debe inmiscuirse demasiado en
la sociedad civil, o sea, en lo económico. Debe proteger la propiedad, o sea
el mercado, y dejarlo que se desarrolle de acuerdo con sus propias leyes, pues
es el encargado de distribuir los bienes y lo hace como con “una mano invi-
sible”. Es la propuesta de Locke y de Adam Smith.
c) El Estado democrático: es el Estado en el cual el contrato es de todos con
todos, mediante el cual se crea la voluntad general, la plena libertad. Dos son
sus ejes, el contrato y la religión, pero una religión civil, sin dogmas que unan
interiormente a todos los individuos como verdaderos ciudadanos de la patria
y no del cielo. Es la propuesta de Rousseau.
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b) El saber especulativo implica que forma y contenido están unidos. “La for -
ma en su significación más concreta es la razón en cuanto conocer concep-
tual –que concibe-, y el contenido, la razón en tanto que esencia substancial
de lo ético, así como de la realidad natural siendo la identidad consciente de
ambas la idea filosófica” (Hegel, 1993: p. 60).
c) Por lo tanto, de lo que se trata es de “conocer la razón como la rosa en la cruz
del presente” (Hegel, 1993: p. 59). El simbolismo de la rosa y la cruz alude a
los rosacruces. Hegel lo aprovecha para referirse al problema de la racionali-
dad del Estado moderno que implica las injusticias y contradicciones de la so-
ciedad civil. Ésta es la cruz que es necesario comprender en su racionalidad.
d) La filosofía es “el sondeo de lo racional ”, por lo cual necesariamente “es
la comprensión de lo presente y de lo real” (Hegel, 1993: p. 57). Se identifi-
can, de esta manera, lo racional –das Vernünftige-, lo presente –das Gegen -
wärtige- y lo real –das Wirkliche.
Es menester comenzar por la categoría de lo real o de la realidad. Hegel emplea es-
ta categoría en dos sentidos, uno débil y otro fuerte. En el sentido débil indica un hecho
empírico cualquiera, un acontecimiento como una lluvia, el nacimiento de un individuo,
una batalla. Para este sentido emplea el sustantivo Realität. En el sentido fuerte “reali-
dad” –Wirklichkeit- indica siempre la realidad subjetual o, mejor, intersubjetual. La ver-
dadera realidad está constituida por los sujetos, por los seres históricos. La familia, la
sociedad civil, el Estado, no son reale sino wirkliche. Son verdaderas realidades.
Sólo las verdaderas realidades son “racionales”. Pero también lo racional se en-
tiende de dos maneras diversas. Existe la racionalidad como Verständigkeit, que es
propia de la racionalidad matemática y de las ciencias. Tiene la racionalidad propia
del entendimiento o intelecto –Verstand-. Es la racionalidad pre-dialéctica. Respon-
de a la necesidad de abstraer y fijar, propia de la manera de conocer.
La verdadera racionalidad es la correspondiente a la razón –Vernunft-. Sola-
mente ésta capta la dialéctica. La función del entendimiento es preparar el mate-
rial, abstraer y fijar. La razón vuelve a poner en movimiento lo que el entendi-
miento ha fijado. Sólo la razón comprende la realidad y sólo ésta es racional. Por
otra parte, la realidad está presente. No puede ser de otra manera.
e) De aquí saltamos a la frase del escándalo:
“Lo que es racional es real, y lo que es real es racional”
Ríos de tinta se han vertido, ya sea para descalificar como para exculpar a
Hegel 2. Karl Ilting sostiene que Hegel acomodó la frase para escapar a la censu-
ra. Como prueba alude a los manuscritos de los cursos. En parágrafo 134 del cur-
so de 1817/18 figura la frase “lo que es racional debe acontecer” y en el prólogo
del curso de 1819/20 afirma: “Lo que es racional deviene real; y lo real deviene
racional” (Hegel, 1983: pp. 16 y 17).
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Creemos que las diferencias entre estas distintas expresiones es más aparen-
te que real. Lo que Hegel afirma en el prólogo de la publicación de 1821 es simi-
lar a lo afirmado en la Fenomenología del espíritu de 1807 3. Hegel está hablan-
do de la realidad en sentido fuerte, o sea, de la intersubjetividad y nada menos de
la intersubjetividad en su máxima expresión, la del Estado.
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civil, del Estado. De la misma manera Marx analiza en el Capital las diversas
configuraciones que va asumiendo la praxis alienada: mercancía, valor de uso,
valor de cambio, ganancia, salario.
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4. La moralidad
La moralidad es el segundo momento de la macrodialéctica. La persona, me-
ro soporte de derechos, deviene sujeto, individuo que se autodetermina. Del pun-
to de vista del derecho hemos pasado al punto de vista moral, el cual “es el pun-
to de vista de la voluntad en cuanto que es infinita no solamente en sí, sino tam-
bién para sí. Esta reflexión sobre sí de la voluntad y su identidad existente para
sí, frente al ser en sí y la inmediatez y las determinaciones que allí se desarrollan,
determina a la persona como sujeto” (Hegel, 1993: § 105).
El paso de la persona al sujeto, del derecho a la moralidad, es el paso del uni-
versal al particular, del en sí al para sí. Es la entrada del sujeto en sí mismo, y pa-
sa a constituirse, de esa manera, en sujeto. Es el paso de la mera exterioridad a la
interioridad. Es en ese momento que surge el individuo como individuo, el parti-
cular como particular.
Históricamente nos encontramos en el paso del feudalismo al capitalismo, o
del medioevo a la modernidad. Es sabido que ése es el momento del nacimiento
del particular, debido en especial a la separación del productor con relación a los
medios de producción. Hasta ese momento los individuos nunca se veían a sí mis-
mos fuera de las estructuras o totalidades orgánicas que los contenían, ya sea la
familia patriarcal, el feudo, la Iglesia, el gremio o la polis.
Hegel ve como positiva esta aparición de la particularidad: “El derecho de la
particularidad del sujeto a encontrarse satisfecho o, lo que es lo mismo, el dere-
cho de la libertad subjetiva, constituye el punto central y de inflexión en la dife-
rencia entre la antigüedad y la época moderna” (Hegel, 1993: § 124). El parti-
cular como tal, el individuo como individuo, independientemente de su familia,
polis o feudo, tiene derecho a su propia satisfacción, lo mismo que a su libertad.
Se trata de la libertad subjetiva, logro moderno que deberá dialectizarse con la li-
bertad objetiva, sólo posible en el Estado, como veremos. Por otra parte, la apa-
rición del particular es el fenómeno histórico que señala la diferencia entre la an-
tigüedad y la modernidad.
Además “en su infinitud este derecho –de la libertad subjetiva- ha sido ma-
nifestado en el cristianismo y convertido en real principio universal de una nue-
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5. La eticidad
El ser humano es esencialmente político, como ya lo había afirmado Aristó-
teles. Descubierta su propia particularidad, debe vencer la tentación de pretender
realizarse como un ser aislado. Sólo socialmente, en relaciones intersubjetivas,
puede hacerlo. Hegel dice que la moralidad sólo puede realizarse en el seno de la
eticidad, que es “la idea de la libertad en cuanto bien viviente que tiene en la au-
toconciencia su saber, su querer y, por medio de su actuar, su realidad, así como
este actuar tiene en el ser ético su base en sí y para sí y su fin motor, el concepto
de libertad que se ha convertido en mundo existente y en naturaleza de la auto -
conciencia” (Hegel, 1993: § 142).
Dialécticamente esta definición puede presentarse de la siguiente manera:
Autoconciencia – Saber__________ Ser ético – Idea de la libertad
Obrar ___________ Bien viviente – Mundo existente
El ser ético o la eticidad –Sittlichkeit- es el mundo del pueblo con sus cos-
tumbres, sus valores, sus leyes, sus instituciones, su idioma, su religión, su arte.
Es la “idea de la libertad” en el sentido ya aclarado, o sea, es la libertad real, es
el “bien viviente”, en la medida en que como “real” –wirklich- la libertad signi-
fica realización, potenciación del individuo que de esa manera amplía sus espa-
cios de opción y acción. Es el “mundo existente”, el ámbito en el que se indivi-
dualiza y realiza el sujeto.
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El ser ético o eticidad es obra del individuo o sujeto. Es éste quien la crea,
pero no puede hacerla sin suponerla, a su vez, como fundamento. Desde siempre
el sujeto está en el ámbito de la eticidad, que lo crea a él, y a la que él crea. Es un
continuo juego dialéctico entre el fundamento ético y la acción del individuo. No
se trata de ver cuál es primero y cuál segundo. No hay primero ni segundo, sino
proceso dialéctico 8.
En la Fenomenología del espíritu, el ser ético o eticidad es la polis, el Esta-
do en el cual según afirmaba Hegel desde sus escritos de juventud 9 los hombres
vivían completamente compenetrados de sus dioses, de sus leyes, de sus institu-
ciones, en la medida en que eran obra suya. Adoraban a dioses que ellos mismo
habían creado, obedecían a leyes que ellos mismos se habían dado, hacían la gue-
rra que ellos mismos habían declarado. Es decir, vivían completamente integra-
dos a su ethos.
Ethos significa refugio, guarida, casa. Es el ámbito en el que se encuentra refu-
gio, seguridad, paz. Puede ser la cueva del animal, el nido del pájaro o la caverna del
primitivo. Por extensión, la naturaleza como ámbito con sus leyes y sus claves. De
esa manera, tanto los vegetales como los animales están en su ethos, en la naturale-
za. Cada especie conoce sus leyes y sus claves. El animal doméstico está fuera de su
ethos propio. Por ello, no se lo puede reponer simplemente en la naturaleza, porque
ya desconoce sus claves y pronto perecerá en manos de quienes sí las conocen.
En la polis Hegel veía al griego completamente sumergido en su ethos. Con
la aparición del individuo como individuo, o de la autoconciencia que dramatizan
las tragedias de Esquilo y Sófocles y celebran las comedias de Aristófanes, se vie-
ne abajo la eticidad, la riqueza de la que se nutría el griego, y el hombre queda
reducido al átomo volcado sobre su propiedad que conoció el imperio romano.
El sueño de la resurrección de la polis con la Revolución Francesa, de la que
participó el joven Hegel, se esfumó en las traumáticas experiencias del terroris-
mo jacobino y de las mezquindades del directorio. Es a partir de ese momento que
Hegel, al descubrir la acción de la negatividad que le revelaban al mismo tiempo
esos sucesos dolorosos y la tragedia de Edipo, que se produce su gran descubri-
miento de la dialéctica, y con él la reformulación del concepto de eticidad –Sit -
tlichkeit- que implica no sólo el momento universal de la polis, universalidad in-
mediata, sino también el de la particularidad. Desde entonces la eticidad en su
sentido pleno significa el Estado moderno.
Las leyes e instituciones constituyen la objetividad y estabilidad de lo ético,
que hace que éste no se vea sujeto a la opinión y el capricho subjetivo. Inserto el
individuo en este ámbito ético logra su libertad. Las instituciones fundamentales
que lo constituyen son la familia, la sociedad civil y, sobre todo, el Estado.
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La sociedad civil tiene su origen esencial en la aparición del sujeto como tal,
o de la autoconciencia como autoconciencia, “la reflexión infinita de la concien-
cia de sí” que fue el motor de la destrucción de la polis en el siglo IV a.C., dado
que no estaba preparada para que el individuo como tal tuviese allí cabida. Es la
desesperación de Platón y Aristóteles, que buscan cómo replantear la polis para
que se pueda sostener.
Es el surgimiento del individuo como individuo, del particular como particu-
lar, que es al mismo tiempo universal y lo es esencialmente. En la sociedad civil
el universal permanece en la abstracción propia del entendimiento. La no com-
prensión de este nivel del desarrollo dialéctico da lugar a las soluciones incom-
pletas y, por ende falsas, en la medida que pretenden ser la solución definitiva al
problema, de Rousseau y del liberalismo.
Rousseau cree en “la inocencia del estado de naturaleza”. El liberalismo con-
sidera “las necesidades, su satisfacción, los goces y comodidades de la vida par-
ticular, etcétera, como fines absolutos”. Ello lo lleva a considerar a la cultura o
educación –Bildung- como algo exterior, como medio para aquellos fines. Pero,
dice Hegel: “El espíritu sólo tiene su realidad porque se escinde en sí mismo, se
da este límite y esta finitud de las necesidades naturales y en la conexión de esa
necesidad exterior, y precisamente de manera que se forma en ellas –sich in sie
hineinbildet-, las supera y en ellas gana su existencia –Dasein- objetiva” (Hegel,
1993: §186). En consecuencia, la sociedad civil, como momento de esta escisión
del espíritu, es un momento absolutamente necesario de él.
En forma clara y brillante presenta la estructura de la sociedad civil:
“A) La mediación de la necesidad y la satisfacción del individuo mediante
su trabajo y mediante el trabajo de todos los demás: el sistema de las nece-
sidades.
B) La realidad de lo universal de la libertad allí contenido, la protección de
la propiedad mediante la administración de la justicia.
C) La prevención contra la contingencia que subsiste en aquellos sistemas y
el cuidado del interés particular en cuanto interés común mediante la policía
y la corporación” (Hegel, 1993: § 188).
El primer momento, el del universal abstracto, es el momento de la econo -
mía. Se trata de la satisfacción de las necesidades que se logra mediante el traba-
jo, tanto el propio como el de los demás. El trabajo nunca es algo meramente in-
dividual, siempre es social. Al buscar mi satisfacción, logro también la de los de-
más. Sería el tema de la “mano invisible”, pero que sólo es parte de la verdad. Las
instituciones, y en especial el Estado, deberán intervenir.
El segundo momento es la atención a la particularidad de la propiedad, sobre
la cual debe velar la justicia. Vuelve aquí el tema del derecho tratado en la pri-
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7. El Estado ético
7.1. El concepto de Estado ético
“El Estado es la realidad de la idea ética -die Wirklichkeit der sittlichen Idee-, el
espíritu ético en cuanto voluntad clara -offenbare-, ostensible a sí misma, sus-
tancial, que se piensa y sabe y cumple aquello que sabe y en la medida en que
lo sabe. En la costumbre –an der Sitte- tiene su existencia inmediata, y en la au -
toconciencia del individuo, en su saber y actividad, tiene su existencia mediada,
así como esta autoconciencia, por el carácter, tiene en él cual esencia suya, fina-
lidad y productos de su actividad, su libertad sustancial” (Hegel, 1993: § 257).
“El Estado es la realidad de la idea ética”. Se trata de la realidad en sentido
fuerte, de la idea ética, es decir, de la eticidad en su plenitud, en su máxima rea-
lización. La plenitud de la eticidad se realiza plenamente en el Estado, al que no
hay que concebir como aparato, sino como universal concreto, plena realización
intersubjetiva, en la plenitud del mutuo reconocimiento. La idea ética es el “espí-
ritu ético”, es decir, el sujeto ético, el cual es “voluntad clara”, porque la volun-
tad es pensamiento, es razón. Es el mismo sujeto ético el que es voluntad o razón,
o voluntad racional. En consecuencia, se autoconoce.
Es necesario ver el espíritu ético que es el Estado en dos niveles, el de la in-
mediatez o de las costumbres, el primer momento del ethos, y el de la mediatez,
es decir, de la autoconciencia y la acción. El espíritu ético, o en otras palabras el
pueblo, se asienta sobre determinadas costumbres, es decir, determinados valores
vividos en forma inconsciente o subconsciente. Éstos se encuentran profunda-
mente arraigados en el sentimiento. Sobre ellos se elevan el saber y el actuar.
“En cuanto realidad de la voluntad sustancial, realidad que ésta tiene en la
autoconciencia particular elevada a su universalidad, el Estado es lo racional
en sí y para sí. Esta unidad sustancial es autofinalidad absoluta, inmóvil, don-
de la libertad llega a su derecho supremo, así como esta finalidad última tie-
ne el derecho supremo frente a los individuos, cuyo deber supremo –deren
höchste Pflicht- consiste en ser miembros del Estado” (Hegel, 1993: § 258).
El Estado como espíritu objetivo, es decir, como universal concreto que se
realiza como intersubjetividad, como sujetos que se reconocen mutuamente, es la
realidad en sentido fuerte de la “voluntad sustancial”, de la voluntad en toda su
dimensión creadora, transformadora. Esa voluntad en el Estado arriba a la univer-
salidad. No es la polis o el feudo o el imperio en el que sólo el universal puede
realizarse, ahogando al particular. Es el Estado moderno en el cual el particular
se desarrolla en todas sus dimensiones en el marco de la sociedad civil.
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la constitución y de las leyes que son hechas por el poder legislativo. Pero tam-
poco puede prescindir del poder gubernativo que aplica la universalidad de las le-
yes a los casos particulares.
La última decisión corresponde al monarca, no como determinación subjeti-
va, sino como expresión de la soberanía, de la totalidad del Estado que tiene los
distintos momentos, las leyes, la aplicación a los casos particulares como “mo-
mentos”. La soberanía es una característica esencial de los sujetos. Sólo éstos
pueden ser soberanos. Lo son con respecto a todas las partes que los constituyen,
que en realidad no son partes, sino momentos. Hegel lo define claramente: “Am-
bas determinaciones, el que los asuntos y poderes particulares del Estado no son
fijos e independientes ni para sí ni en la voluntad particular de los individuos, si-
no que tienen su raíz última en la unidad del Estado como su simple identidad,
constituyen la soberanía del Estado” (Hegel, 1993: § 278).
Al no ser la monarquía feudal una totalidad, un sujeto, por estar los poderes
distribuidos en feudos, corporaciones y comunidades independientes, no era so-
berana hacia el interior. Sólo podía serlo hacia el exterior. El despotismo, por su
parte, al estar asentado en la voluntad particular de un monarca o de un pueblo
(oclocracia), no puede ser soberano de ninguna manera.
De modo que lo que constituye la soberanía en su sentido más propio y pro-
fundo es la totalidad del sujeto, en el cual las particularidades son sus momentos.
El Estado moderno es el sujeto en el cual las particularidades, los poderes, los es-
tamentos, las familias, las corporaciones son sus momentos. Estos momentos es-
tán continuamente tensionados por dos movimientos contrarios. Por una parte
tienden a escindirse de la totalidad del Estado, y por otra, a unirse cada vez más.
En los momentos de paz se acentúa la tendencia centrífuga, por lo cual se ha-
ce necesaria la actuación desde arriba, desde el poder del soberano, para mante-
ner sólida la unidad. En los momentos de emergencia, en cambio, la soberanía al-
canza su momento más alto y puede exigir hasta el sacrificio de la propia vida.
La monarquía constitucional es la última forma de Estado, la más perfecta, la
que corresponde al concepto de Estado. Es por ello que Hegel se opone a la mo-
narquía electiva. El monarca no puede ser elegido porque no es producto del ar-
bitrio, sino momento del autodesarrollo dialéctico del concepto. Una monarquía
electiva sería una vuelta al contractualismo, lo cual significaría destruir la etici-
dad.
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los funcionarios del Estado, a los que Hegel denomina clase universal, que ya he-
mos estudiado.
No se pertenece a la clase universal por nacimiento o por algún derecho es-
pecial al que se pueda aspirar. Quien quiera pertenecer a la clase universal y ser
de esa manera un funcionario del Estado, debe probar su capacidad para cumplir
las funciones políticas mediante un examen, lo cual asegura “a todo ciudadano la
posibilidad de dedicarse a la clase universal”.
Los funcionarios de Estado no son “caballeros andantes” con sus prestacio-
nes arbitrarias, ni “servidores estatales” sólo por necesidad, sin deber ni derecho.
Por el contrario, el funcionario, como verdadero servidor del Estado, debe encon-
trar en el mismo servicio del Estado, al que debe estar completamente consagra-
do, su satisfacción personal. Ello significa que debe recibir del Estado un sueldo
digno. No puede dedicarse a negocios particulares.
Si no tienen ningún control, los funcionarios del Estado pueden desviarse de
su función y dedicarse a negocios particulares o practicar actos de corrupción en
perjuicio del Estado. Es por ello que deben estar sometidos a un doble control,
desde arriba lo ejerce su misma “jerarquía y responsabilidad”, y desde abajo “las
comunidades y corporaciones”.
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Al hablar del poder legislativo, Hegel hace especial hincapié en el papel que
cumplen los “estamentos” y con ellos la corporación, las asociaciones y comuni-
dades: “Considerados como órgano mediador, los estamentos están entre el go-
bierno en general por una parte, y el pueblo disuelto en las esferas e individuos
particulares por otra. Su determinación requiere en ellos tanto el sentido y el ca -
rácter del Estado y del gobierno, como el de los intereses de los círculos parti -
culares y de los individuos. Al mismo tiempo esta situación tiene el significado
de una mediación comunitaria con el poder gubernativo organizado, de modo que
ni el poder del príncipe aparezca como extremo aislado, y por ende como simple
poder caprichoso y arbitrio, ni los intereses particulares de las comunidades, cor-
poraciones e individuos se aíslen, o, más todavía, que los individuos no lleguen a
la representación de una multitud y de un montón, por tanto a un opinar y querer
inorgánico y al mero poder masivo frente al Estado orgánico” (Hegel, 1993: §
302).
La racionalidad –Vernünftichkeit- del Estado exige la existencia de los esta-
mentos y sus corporaciones, asociaciones y comunidades como “término medio”
–Mitte- del silogismo que es el concepto o la idea desarrollada. Efectivamente, la
dialéctica universal abstracto-particular-universal concreto es el silogismo ma-
yor-menor-conclusión, pero no el silogismo de la lógica formal como lo expresa
el entendimiento –Verstand- que lo abstrae y paraliza, sino como lo capta la ra-
zón –Vernunft- que lo vuelve a poner en movimiento 16.
Los estamentos realizan la tarea de término medio de dos silogismos. Por una
parte se constituyen como término medio de los extremos del Estado y la socie-
dad civil, y por otra entre los mismos miembros de la sociedad civil y el gobier-
no. Sin los estamentos y sus corporaciones, la sociedad civil aparecería como una
simple multitud, un simple montón de individuos.
El poder legislativo de la monarquía constitucional está formado por dos cáma-
ras. La primera cámara, cámara baja o cámara de diputados, formada por miembros
pertenecientes a las “asociaciones, comunidades y corporaciones”, y la segunda cá-
mara, cámara alta o cámara de la nobleza, que corresponde a la clase sustancial.
La clase sustancial reúne una serie de atributos que la predisponen esencial-
mente para cumplir una tarea política fundamental. Efectivamente, afincada en el
universal inmediato que es la familia, por ser poseedora de bienes raíces “tiene en
común con el poder del príncipe un querer que descansa sobre sí, y la determina-
ción natural que el poder del príncipe incluye en sí” (Hegel, 1993: § 305). Ade-
más, su patrimonio, independiente tanto de los bienes del Estado como de la in-
seguridad de la industria y el comercio y de los favores del gobierno, se halla ase-
gurado por la ley del mayorazgo contra toda arbitrariedad. Además, así como el
nacimiento del príncipe asegura al Estado su estabilidad contra el arbitrio de una
elección, lo mismo pasa con el nacimiento del hijo mayor.
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La reconciliación:
a) “Despliega al Estado como imagen y realidad de la razón, en la cual en-
cuentra la autoconciencia la realidad de su saber y querer sustancial en desa-
rrollo orgánico”.
b) “En la religión encuentra el sentimiento y la representación de ésta su ver-
dad como esencialidad ideal”.
c) “En la ciencia el conocimiento conceptualizado de esta verdad como una
y la misma en sus manifestaciones, que se complementan en el Estado, en la
naturaleza y en el mundo ideal”.
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La filosofía política moderna
Notas
1. Ilting, en comentario introductorio al curso de 1818/19, sostiene que las
críticas que Hegel hacía en sus cursos a la política de la Restauración de la
Santa Alianza fueron eliminadas en la publicación de 1821, debido a la polí-
tica de censura del gobierno prusiano.
2. Domenico Losurdo hace unos comentarios interesantes sobre las discusio-
nes que provocó la “escandalosa” afirmación hegeliana de la identidad entre
lo racional y lo real. Ilting se horroriza de esa afirmación y trata de salvar a
Hegel recurriendo a los cursos, en los cuales la frase tiene un sentido diferen-
te. Sin embargo, continúa Losurdo, Marx no la menciona, mientras que Le-
nin, quien toma una frase parecida de “Las lecciones sobre la filosofía de la
historia”, formula una interpretación en la cual distingue entre “una realidad
en sentido fuerte” y la “simple inmediatez empírica”, y agrega: “hay una rea-
lidad en sentido estratégico y una realidad en sentido táctico”. La primera es
“la tendencia de fondo” y la segunda la forman “las contratendencias reac-
cionarias del momento”. Sólo la primera puede aspirar al atributo de la racio-
nalidad. Finalmente Gramsci, comentando la frase, afirma que “parece que si
no se comprende esa relación (entre lo racional y lo real) no se puede com-
prender la filosofía de la praxis” (Losurdo, 1988: pp. 51-56).
3. Efectivamente, en la Fenomenología afirma Hegel: “Lo que no es racional
no tiene verdad alguna o lo que no es concebido no es; por tanto, la razón,
cuando habla de otro de lo que ella es, sólo habla, de hecho, de sí misma; al
hacerlo no sale de sí misma” (Hegel, 1973: p. 322). He comentado esta afir-
mación en “Odisea de la conciencia moderna”, p. 159.
4. Cfr. “Razón y libertad” pp. 91-98, referente a la “virtud y el curso del mun-
do”.
5. Es común exponer la dialéctica hegeliana mediante las categorías fichtea-
nas de tesis, antítesis y síntesis. Ello se debe probablemente a la comodidad
y a la aparente claridad que se obtiene de esa manera. Parece en efecto natu-
ral que lo primero es la afirmación o posición, a la que le sigue la contrapo-
sición, para culminar en la síntesis. Sin embargo, es a todas luces evidente
que no se puede comenzar por la posición, porque sería como comenzar de
la nada. La posición requiere la presuposición. Lo puesto está siempre presu-
puesto y lo presupuesto está puesto. Hegel lo fundamenta ampliamente en la
Lógica, pp. 349-357. Por otra parte, tesis y antítesis, al menos en la interpre-
tación que les da Hegel, conforman dos realidades heterogéneas, no dos po-
los de una totalidad, y en lo heterogéneo no puede haber dialéctica, en la me-
dida en que no puede haber superación, pues, ¿quién se supera? Lo máximo
que puede haber es síntesis, unidad sincrética, realizada por suma o mezcla,
todo lo contrario de la superación –Aufhebung-.
6. Hegel hace una historia de la desmembración del imperio alemán en el ca-
pítulo IV de “La constitución de Alemania”.
7. “El amor se indigna ante lo que continúa separado, ante una propiedad. Es-
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