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La Carreta Universidadde Intitut de recherche
Editores E.U. Cartagena pour le développement
Medellín, 2006
Fiestas y carnavales en Colombia: la puesta en escena de
las identidades / Compiladores Edgar J. Gutiérrez Sierra y
Elisabeth Cunin; prólogo Gloria Triana. - Medellín : La
Carreta Editores, Universidad de Cartagena, Institut de
Recherche pour le développemenr, 2006.
236 p. : il. ; 14 X 21,S cm. - (La Carreta social)
Incluye bibliografía.
1. Festivales - Colombia 2. Carnaval- Colombia
3. Espectáculos populares - Colombia 4. Folclor - Colombia
1. Gutiérrez Sierra, Edgar J., comp. 11. Cunin, Elisabeth, 1971-,
comp. IlI. Triana, Gloria, 1940- , pról. IV. Serie.
394.26 cd ZO ed.
AI096605
La Carreta Editores E. U.
Editor: César A. Hurtado Orozco
Evmail: lacarreta@epm.net.co
Teléfono: 2500684.
Medellín, Colombia.
Presentación 7
La Fiesta Contemporánea
Mi~B~w~ ~
6
Presentación
Este libro retoma las ponencias que se expusieron durante las Jor-
nadas de Investigación sobre Fiestas y Carnavales (16 y 17 de agosto
de 2005, Universidad de Cartagena), las cuales se desarrollaron en el
marco del convenio de investigación entre la Universidad de Carta,
gena, el Observatorio del Caribe Colombiano, el Instituto Colombia,
no de Antropología e Historia, y el Institut de Recherche pour le
Développement (2004, 200?). Confronta y analiza los procesos festivos
en Bogotá, Barranquilla, Santa Marta y Cartagena, estudiados a tra-
vés de diferentes disciplinas (historia, sociología y antropología) y abre
el camino a las comparaciones internacionales a partir del caso de la
ciudad de Niza (Francia). Es importante subrayar las convergencias
que aparecen entre los textos (influencia del crecimiento urbano y de
la modernización económica, mezcla de rasgos culturales de díferen-
tes orígenes, políticas de control de la sociedad, relaciones entre lo
local y lo nacional, etc.), y la dimensión acumulativa del análisis de lo
festivo. Nos pareció necesario también, darles espacio a los desacuer-
dos y a las contradicciones (por ejemplo, el origen de los carnavales,
sus fechas de nacimiento que remiten tanto a elementos históricos
como a la definición misma de las fiestas, dada por la investigadora o
el investigador), no como deficiencias o polémicas, sino como reflejo
de la complejidad de los procesos sociales y la capacidad del campo
científico por integrar el debate. Este libro cuenta también con cierta
diversidad formal, con una pluralidad de voces, con distintas concep-
ciones del trabajo científico, que reflejan el estado actual de la inves-
tigación en Colombia y, en particular, en el Caribe.
La cuestión de la producción de las identidades (sean étnico,
raciales, culturales, regionales, de género) fue objeto de varios estu-
dios recientes en Colombia; este libro propone abordarla bajo un nue-
va enfoque: la puesta en escena de las diferencias particularmente
visibles en las fiestas y los carnavales. Trabajar sobre estos temas fue
durante mucho tiempo considerado como "poco serio"; de hecho, fue,
ron tradicionahnente marginados por las ciencias humanas y han sido
abandonados a disciplinas con escasa legitimidad en el campo acadé-
mico (estudios de folclor). Sin embargo, este libro quiere mostrar que,
más allá de su supuesta superficialidad, fiestas y carnavales son reve-
ladores de procesos sociales, culturales y políticos complejos y nos per-
7
miten estudiarlos a partir de enfoques originales. También confirma
que todavía falta mucho por hacer y que es necesaria la realización
de nuevos estudios sobre las dimensiones económicas de las fiestas y
de los carnavales, de sus relaciones con el turismo, de las interacciones
entre lo local y lo global, del papel de las políticas culturales y por
supuesto de las 3.730 fiestas mencionadas por Marcos González, que
se realizan cada año en Colombia.
De hecho, las expresiones culturales son reveladoras del lugar
concedido al otro en la nación, de los procesos de modernización so-
cial y política de las grandes ciudades del país, de las estrategias de
control sobre lo popular y de la legitimación de un orden en construc-
ción. Hoy, la importancia concedida por el gobierno a las fiestas, y
también al turismo o al patrimonio (tangible e intangible), nos mues-
tra hasta qué punto la cultura puede convertirse en una herramienta
al servicio de una estrategia política de normalización y de reconcilia-
ción. Las festividades del pasado nos permiten analizar los procesos de
imposición de un ideal de progreso y de un modelo de civilización
moderna, de nacimiento de un orden moral republicano y de produc-
ción de un nuevo ciudadano. Por eso, el carnaval desapareció de Bo-
gotá y de otras ciudades del país, donde la construcción de un nuevo
orden público pasaba por la represión de lo festivo, como expresión de
lo salvaje (ver el concepto de biopolítica de Foucault, 2001). Al con-
trario, es interesante anotar que el carnaval empezó a crecer en Ba-
rranquilla y se transformó en Cartagena y Santa Marta como si, en
adelante, la fiesta estuviera asociada a la costa. En otros términos, los
textos reunidos en este libro, permiten un acercamiento novedoso al
tema de la construcción de una nación jerarquizada, en la cual el
Caribe sería incapaz de lograr el mismo nivel de desarrollo que el
interior del país. Se abren también nuevas pistas de investigación ha-
cia el estudio de ciudades como Barranquilla, Santa Marta o Carta-
gena que, al contrario de Bogotá, lograron combinar la moderniza-
ción urbana con la aceptación de la diferencia y la transformación
política con el reconocimiento de la heterogeneidad.
Las políticas culturales, al volver visibles las diferencias, las legiti-
man o deslegitiman, y las reformulan. De hecho, ha ido intensificán-
dose un proceso de transformación de prácticas culturales que se re-
claman de un anclaje local a menudo presentado como una señal de
"autenticidad" o de "tradición", generalmente asociada al calificati-
vo "popular" como lo muestran el dinamismo renovado de las fiestas
de la Independencia en Cartagena (con los procesos de "revitalización"
8
de las fiestas), el reconocimiento del carnaval de Barranquilla como
Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO o el renaci-
miento del Carnaval de Bogotá. Esta afirmación de las identidades
locales, que moviliza la referencia a una cultura mestiza, cuestiona
tanto el lugar concedido al otro -festivo, exótico, racializado- en el
imaginario nacional como las "conexiones" globalizadas con las cua-
les se alimenta la afirmación de una especificidad (Appadurai, 1996).
Las fiestas y los carnavales son escenarios que nos permiten observar
los mecanismos de producción, cristalización y movilización de las
categorías de pertenencia, en el momento preciso en el que la rela-
ción con el otro es objeto de una puesta en escena que acentúa sus
características y revela las lógicas de la diferenciación. Es así como se
ve la redefinición permanente, más que la desaparición, de la fronte-
ra entre étnico y no étnico, entre centro y periferia, entre desorden y
control.
El término "identidad" ha sido utilizado y a la vez criticado por las
ciencias sociales (Brubaker y Cooper, 2000); un enfoque calificado de
"esencialista", que hace énfasis en los procesos sociales de asignación
de identidades colectivas, dio lugar a unos análisis que se reclaman
de una lógica "constructivista", y que estudian los mecanismos de
aparición, normalización y transformación de estas "identidades" po-
tenciales a través de las actuaciones y de los relatos. Las fiestas y los
carnavales son, por excelencia, el lugar de la invención de las tradi-
ciones, de la recreación estética de las diferencias, de la puesta en
escena de los rasgos culturales. Es así como el interés creciente del
turismo por las actividades festivas, muestra cómo estas últimas se
convierten en una estrategia comercial para atraer al visitante. Esta
instrumentalización se encuentra también en la escenificación de las
festividades nacionales, en particular las de la historia de Cartagena,
que tienden a exhibir el espíritu patriótico, progresista y civil de los
habitantes y al mismo tiempo, imponerlo y legitimarlo.
Si las fiestas y los carnavales son las manifestaciones de procesos
sociales más amplios que los atraviesan (crecimiento urbano, migra-
ción de población, modernización económica, etc.), son almismo tiem-
po el lugar de producción de nuevas prácticas y representaciones. El
renacimiento del carnaval en Bogotá es un caso extremo que nos
muestra que, más allá de la herencia del pasado, siempre hay que
pensar, organizar y planear las expresiones culturales. Lo "tradicional"
y lo "auténtico" también se inventan y la recurrencia de ciertos sím-
bolos, personajes o actividades, corresponde más a la movilización 10-
9
cal de características festivas globales, que a unas improbables conti-
nuidades culturales. Carnavales y fiestas se convierten en una indus-
tria cultural, con la llegada de los medios de comunicación y la pre-
sencia más fuerte de las empresas privadas, que contribuyen en la
visualización de las diferencias a través de su mercantilización. Sin
embargo, el consumo del otro, la evocación del mestizaje o la valora-
ción de las diferencias, no eliminan las relaciones de dominación. La
"prueba ácida de la hibridación" (acid test af hybridity) , para retomar
las palabras de Floya Anthias (2001: 630), reside en la respuesta de los
grupos culturales dominantes, no solamente en términos de acepta-
ción y apropiación de los productos culturales de los grupos margina-
les o subalternos, sino en su capacidad de abandonar o transformar
algunos de sus propios símbolos y prácticas culturales hegemónicas.
Elisabeth Cunin
Institut de recherche pour le développement
7 de julio de 2006
Bibliograña
10
Historia de las ciudades
desde la perspectiva de los carnavales
Gloria Triana
Instituto de Investigaciones Estéticas. Facultad de Arte
Universidad Nacional de Colombia
11
es más utilizado porque abarca diversas mezclas interculturales, ya
que mestizaje hace referencia a lo racial y sincretismo se aplica casi
siempre a fusiones religiosas o a movimientos simbólicos tradicionales.
En relación con la fiesta que es el tema de este libro, tanto en las
culturas indígenas y africanas como en las hispánicas, la música y la
danza estaban asociadas a los rituales religiosos y sagrados, hecho que
detectaron tempranamente los conquistadores y misioneros. Apro-
vechando su religiosidad y su atracción por los rituales fastuosos, los
misioneros se dedicaron entonces a desacralizar estas expresiones en
las culturas originales, superponiéndoles una nueva temática acorde
con el proceso de evangelización sacralizándolas dentro del cris-
tianismo.
Hay que tener en cuenta que los españoles traían la tradición de
danzas religiosas que se ejecutaban dentro de las iglesias. En la Edad
Media española, los autos sacramentales eran un elemento obligado
en las fiestas de Corpus Christi, la tradición de utilizar el teatro en la
evangelización ya la habían practicado los españoles para convertir al
cristianismo judíos en su propio territorio. Fue así como el teatro euro-
peo de la Edad Media, instrumento de enseñanza de la fe cristiana,
renació en el Nuevo Mundo acompañado de la danza y de la música.
Lo que se hizo entonces en estas primeras etapas de la Conquista y de
la Colonia fue una transferencia de símbolos y resignificación de los
rituales: lo que era sagrado para afrodescendientes y aborígenes era
profano para los españoles, se demonizaron y satanizaron sus compor-
tamientos ceremoniales festivos y se impusieron por la fuerza las fíes-
tas cristianas sustituyendo a sus dioses por santos de la nueva religión,
muchas veces conservando los mismos lugares y fechas de los rituales.
Un cronista de la época decía: "Es conveniente para los españoles
ocupar y entretener a los indios durante los días de fiesta (... ) y es
digno de admitir que lo que se pudiera dejar a los indios de sus cos-
tumbres, es bien dejarlo, procurando que sus fiestas y regocijos se en-
caminen a la honra de Dios y de los santos cuyas fiestas celebran"
(Fray Joseph de Acosta, 1962).
El ensayo de Paolo Vignolo trata de explorar según sus propias
palabras, desde una perspectiva crítica, la metamorfosis del carnaval
y proponer caminos alternativos sobre los cuales pensar la historia de
su imaginario y, además, replantear algunas hipótesis. La primera de
ellas es revisar los conceptos de tradición e innovación pues aunque
admite que por lo general el carnaval está asociado a los conceptos de
herencia, legado y patrimonio si miramos su historia nos damos cuen-
12
ta que el carnaval ha sido un eje crucial en la modernidad, lo que
comprueban las investigaciones sobre carnavales caribeños. Para
Vignolo, la posibilidad de reinventar las tradiciones y reintegrarlas a
la contemporaneidad es lo que hace poderoso al carnaval.
Estos procesos, y los cambios que han generado la urbanización y
la globalización, están muy bien descritos por Adolfo González, Mirta
Buelvas, Jaime Olivares, Edgar Rey, Edgar Gutiérrez y Rafael Aceve~
do, al referirse a los carnavales del Caribe. El caso de Bogotá tiene
características bien diferentes, pues Camila Aschner centra su inves-
tigación en descubrir por qué las ideologías de la época no permitie-
ron la consolidación de comportamientos festivos como en el Caribe
llevando a la total desaparición del carnaval en algún momento del
siglo xx. Marcos González hace una reconstrucción histórica de los
calendarios festivos empezando por sus primeras expresiones en el si-
glo XVI y de los cambios ocurridos con los movimientos indepen-
dentistas. Christian Rinaudo aporta a este libro una interesante in-
vestigación sobre el Carnaval de Niza, enfocada a los modos de
reformulación de las identidades locales en el contexto de la
globalización, y en la aparición de un carnaval alternativo que busca
darle un nuevo espacio de expresión a lo popular contra la "turisti-
zación" de las fiestas.
Para Adolfo González el carnaval de Barranquilla es el resultado
de la combinación de multiplicidades sin límite: migrantes que traían
su bagaje de diversas fiestas, mezcla de antiguas tradiciones paganas y
cristianas, con aportes de ritos de las diversas culturas africanas que
se reelaboraron y recrearon en América y ceremonias indígenas que
se incorporaron a las fiestas religiosas y posteriormente a los carnava-
les. Es interesante en este ensayo la clasificación que hace de las
fiestas de carácter rural de los palenques y de las parcelas de los
campesinos mestizos de los pequeños pueblos y el "carnaval de aldea"
de los centros urbanos, analizando la manera como estos dos tipos de
fiesta se integraron dentro del Carnaval de Barranquilla.
En ese proceso de interrelaciones entre lo local, lo nacional y lo
global en el carnaval de Barranquilla, González describe muy bien la
evolución de una fiesta que se origina en una "aldea de libres" que se
convierte en ciudad y recibe al tiempo influencias de pequeños pue-
blos y comportamientos festivos de carnavales europeos, hasta llegar
al presente, cuando desde una perspectiva de globalización se trans-
forma en un "carnaval de masas" que empieza a pertenecer al circui-
to de la industria del entretenimiento como espectáculo.
13
Mirta Buelvas reconoce también la importancia de la migración
en la consolidación del carnaval -cuyos imaginarios festivos se
reelaboraron y crearon en el contexto urbano-, siendo sometidos a
una transformación permanente que todavía no termina. Las mani-
festaciones populares que se mantienen actualmente no están circuns-
critas a los sectores populares, en las danzas, cumbias y comparsas
participan sectores medios y hasta personas de la elite. Es precisamen-
te la flexibilidad del carnaval contemporáneo según Buelvas la que
permite que éste crezca y se desarrolle en un mundo complejo,
multicultural y globalizado.
Jaime Olivares ha centrado sus investigaciones en la organización
del carnaval analizando el proceso donde siempre se han hecho pre-
sentes las continuas y constantes tensiones entre los actores populares
y las instituciones y gremios evidenciándose conflictos de clase. Para
ilustrar sus tesis, Olivares establece cuatro etapas en las cuales estas
relaciones han cambiado pero reconoce que pese a todas las tensiones
y conflictos es importante destacar que el carnaval, como espacio,
contribuye a establecer ciertos códigos de mediación que eliminan las
barreras sociales.
Por otra parte, basado en los relatos de cronistas, viajeros y cientí-
ficos sociales, Edgar Rey describe minuciosamente el cuadro festivo
de las fiestas de las comunidades aborígenes, kogis, arawacos, chimilas
y pocabuyes que poblaban a la llegada de los españoles la región que
se constituyó en la antigua gobernación de Santa Marta.
En Santa Marta, como en Cartagena y Barranquilla, se llevaron a
cabo los procesos de hibridación entre las diferentes etnias que entra-
ron en interacción, recreando fiestas religiosas y profanas lo que pro-
dujo como resultado una fiesta mestiza, colectiva y popular que se
proyecta hasta el presente.
Para Edgar Rey, al igual que las otras ciudades coloniales, en San-
ta Marta el comienzo de la modernidad se inició con la interna-
cionalización de la economía del Magdalena, la construcción del fe-
rrocarril y la naciente zona bananera, fenómenos que atrajeron una
gran migración nacional e internacional. En ese contexto, el carnaval
se convirtió en el espacio donde recién llegados y nativos, recrearon
la tradición para convertir el carnaval en una fiesta más urbana.
Edgar Gutiérrez, quien en trabajos anteriores se había centrado
especialmente en las fiestas de la Colonia y las celebraciones de co-
mienzos de la Independencia, en este libro enfoca su trabajo en la
relación entre los factores urbanos en el contexto festivo y la polariza-
14
ción, exclusión y negación, entre las distintas clases sociales a raíz de
la expansión de la ciudad fuera de las murallas ...
Con el crecimiento demográfico la población se dispersa en la pe-
riferia y los comportamientos festivos cambian el carácter simbólico
de la celebración. La fiesta republicana adquiere valores relacionados
con la racionalidad técnica, como la eficiencia y utilidad con carac-
terísticas de lo que hoy llamamos industrias culturales.
Edgar Gutiérrez define la creación del reinado de belleza (1934)
como un espacio de encuentro entre las elites regionales. La propues-
ta era construir nación y lo nacional no desde los símbolos de lo popu-
lar y colectivo sino dentro del juego de valores de la elite: rango,
poder y prestigio unidos a un determinado concepto de belleza. Las
fiestas de la Independencia toman con el reinado de belleza un senti-
do diferente, una opinión banalizada sobre lo nacional. La fiesta y el
reinado se convierten en productos para el mercado de turismo na-
cional e internacional.
La relación histórica y cultural de la fiesta del 11 de noviembre
con respecto al concepto de ciudadanía a principios del siglo xx in-
fluido por pensamientos elitistas es el tema del trabajo de Rafael Ace-
vedo. El discurso de la época sobre la fiesta trataba de imponer una
identidad del "católico virtuoso" en los festejos del centenario de la
Independencia, alineando las costumbres de los sectores populares a
esta idea de ciudadanía. Acevedo propone en este texto que los próxi-
mos festejos populares para celebrar los 200 años de la Independencia
sean redefinidos y revalorizados en torno a la idea de una ciudadanía
multicultural.
Marcos González' se remonta a los orígenes del carnaval de Santa
Fe de Bogotá, desde la llegada de los conquistadores que traen tradi-
ciones que se mantienen aún después de los movimientos indepen-
dentistas, pues los comportamientos festivos mantienen la huella del
legado español. En cuanto a las causas del decaimiento del carnaval
González coincide con Aschner en destacar el papel de liderazgo ju-
gado por la Iglesia para imponer un nuevo modelo de civilización don-
de todo lo popular sobraba.
Es interesante en este trabajo la descripción de los procesos del
carnaval de la Bogotá del siglo XXI propuesta por la administración
Distrital que tiene como objetivo "propiciar ámbitos de festividad co-
lectiva mediante la celebración de la vida, la expresión creativa, el
goce y la apropiación de la ciudad, para fortalecer procesos de recon-
ciliación y convivencia pacífica desde la equidad, la inclusión, la so-
15
lidaridad y el reconocimiento entre pueblos, sectores y culturas del
Distrito Capital".
La investigación de Camila Aschner le sigue la pista a un carna-
val que existió en la capital y desapareció en un momento no determi-
nado del siglo xx. Su trabajo no se centra en la reconstrucción de la
historia sino en el análisis de las causas de su desaparición.
Lo más interesante de este ensayo no es el recuento de las prohibi-
ciones y apropiación de la fiesta por parte de la Iglesia pues estas
conductas represivas estuvieron presentes en las ciudades coloniales
de la costa, sino la manera como el ejercicio del poder de una elite se
impone en forma tan radical borrando todo rastro de una expresión de
arraigo popular. En el caso de Cartagena, las fiestas de la Independen-
cia -y posteriormente el reinado- absorben el carnaval pero las tradi-
ciones populares subsisten y se recrean posibilitando procesos de
revitalización como el que se vive actualmente.
La historia de Bogotá se reconstruye a través de la fiesta. Queda
claro que la rigidez en el control de las conductas empieza desde el
Virreinato cuando se redactó el documento que regulaba los bailes de
máscaras y se prohibía todo tipo de transgresiones que son la esencia
del carnaval. Habría que preguntarse, si la diversidad étnico-cultu-
ralo las multiplicidades sin límites a que se refiere Adolfo González
fueron las razones para que en el Caribe no se pudieran regular tan
drásticamente los comportamientos festivos.
Bibliograña
Acosta, [oseph de (Fray) (1962, Historia natural y nwral (1590), México, s.e.
García Canclini, Néstor (1990), Culturas lúbridas: estrategias para entrar y
salir de lanwdemidad, México, Gr~íalbo.
16
Las metamorfosis del Carnaval
Apuntes para la historia de un imaginario
Paolo Vignolo
Profesor asociado de Historia
Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
17
segunda guerra mundial parecía darse una tendencia al general es-
tancamiento de este género de celebraciones en muchas regiones del
mundo, tanto que desde muchas partes se vaticinaba una ineludible
decadencia del carnaval, a raíz de un general proceso de desacra-
lización de las sociedades modernas y del surgimiento de nuevos espa-
cios de socialización y escenificación. El progresivo derrumbe de la
civilización campesina había dejado presagiar el ocaso e inclusive la
desaparición de las fiestas tradicionales que marcaban su calendario,
sus ritmos, sus temporalidades. Caro Baroja por ejemplo arranca su
fundamental estudio de 1965 sobre el carnaval con una afirmación
tajante:
El Carnaval ha muerto; ha muerto, y no para resucitar como en otro
tiempo resucitaba anualmente. Era una fiesta de corte antiguo. Hoy
queremos ser modernos ante todo. Suelen decir las gentes piadosas que,
como último resto del paganismo, bien muerto está; pero es el caso que
personas de tendencia racionalista tampoco le han sabido demostrar
mucha simpatía. Al Carnaval no le mató, sin embargo, ni el auge del
espíritu religioso ni la acción de "las izquierdas". Ha dado cuenta de él
una concepción de la vida que no es ni pagana ni anticristiana, sino
simplemente secularizada, de un laicismo burocrático, concepción que
arranca desde bastantes décadas (Caro Baroja, 1992:39).
La historia reciente parece desmentir de forma contundente esta
previsión: tras un proceso de cambios repentinos, sorprendentes, radi-
cales, el fenómeno carnavalesco parece estar viviendo un renovado
auge, luego de un largo periodo de olvido y marginación'. Si bien en
el último cuarto de siglo la gran mayoría de los carnavales tradiciona-
les, relacionados a un mundo agrario en descomposición, están des-
apareciendo o están en un proceso de radical redefinición a las nue-
vas circunstancias, otros están surgiendo más poderososy magnificentes
que nunca. Escribe Castelli:
Luego de una decadencia que en el posguerra parecía haber decretado su
muerte, desde los años setenta hasta hoy se asistió, por varios lados, a
un renacimiento de los carnavales, que se han vuelto a menudo un
verdadero negocio, con un lanzamiento organizado en versión turísti-
co-mercantil de la fiesta espectáculo (véase carnaval de Venecia) mu-
1. Desde luego todo depende de qué se entiende por carnaval. Caro Baroja
tiende a adoptar una definición restringida del fenómeno. Así mismo Gaignebet,
que ve los carnavales contemporáneos como los últimos vestigios de una religio en
vía de desaparición. Véase C. Gaibegnet (1984).
18
chas veces relacionado, con fines promocionales, a loterías nacionales
[... ] o a la creación de tradiciones "inventadas", [... ] casi siempre en el
marco de la fiesta pueblerina (Castelli en Castellí y Grimaldi, 1996:20
trad. personal).
El fenómeno está relacionado a la exigencia de volver a establecer
espacios de sociabilidad festiva, de fortalecer el sentido de pertenen-
cia y de fomentar la solidaridad ciudadana frente a los procesos de
acelerada urbanización masiva, de fragmentación del tejido social, de
crisis identitaria a nivel individual y colectivo. Pero también se trata
de un fenómeno que tiene una enorme trascendencia a nivel de polí-
ticas urbanas y culturales: bajo el traumático impacto de la economía
mundial, revitalizadas costumbres tradicionales y festividades recién
nacidas se encuentran ahora compitiendo la una con la otra para atraer
turismo e inversión extranjera en mercados cada año más globalízados,
Asistimos a un "resurgir de la tradición, como fenómeno cársico que
aparece y desaparece", subraya Grimaldi a propósito del caso italiano:
Se recuperan los carnavales que conservan amplias trazas de elementos
folclóricos del pasado, se opera una medievalización del tiempo de la
transgresión de comienzos de año, inventando y elaborando rasgos de
muchas supuestas historias locales sobre las cuales construir nuevos
mitos de fundación, específicas identidades, se inventan nuevas formas
expresivas, como si la moderna re-funcionalización de la antigua religio
carnavalesca pudiera ofrecer una respuesta por la superación de la crisis
relacionada al milenio (Grimaldi, pp. 7 y 11 trad. pers).
Los pueblos y las regiones que ya pueden contar con costumbres
carnavalescas consolidadas se apresuran a revitalizarlas y a valorizarlas.
Las que no pueden contar con buen "pedigrí" festivo se la ingenian
para inventarse alguna tradición, o para proponer nuevos proyectos.
El fenómeno es fuertísimo en las ciudades pequeñas e intermedias,
pero también en las grandes metrópolis donde, frente la explosión
demográfica y el cambio drástico de ritmos, horarios, interacciones,
temporalidades, se opone el problema de encontrar nuevas formas de
sociabilidad de carácter público.
El carnaval de Notting Hill de Londres, para poner un ejemplo,
nacido a finales de los años sesenta por iniciativa de asociaciones de
emigrantes de las Indias occidentales en el clima de fervor cultural
de la swinging London, se ha vuelto uno de los principales puntos de
referencia festivas a nivel internacional, llegando a desafiar a carnava-
les de renombre como New Orleans y la misma Río de Janeiro en cuan-
to a dimensiones y afluencia de publico (véase Cohen, 1985:65-87).
19
Municipios, asociaciones, empresas privadas se han dado cuenta
del impacto de imagen que puede tener el carnaval, con las repercu-
siones positivas en términos de turismo e inversiones financieras. Las
industrias culturales (casas disqueras, productoras de cine y televi-
sión, editoriales) ponen cada vez más atención al movimiento artísti-
co y cultural que se gesta alrededor de esta fiesta. Como nos sugiere
Kinser, a las tres etapas de apogeo en la historia del carnaval (medio-
evo tardío, renacimiento y finales del siglo xtx-comienzos del xx) hay
que añadir una cuarta, que comenzó en los años sesenta del siglo xx y
aún sigue hoy en día (Kinser, 1990).
20
La gran mayoría de las investigaciones siguen privilegiando un
acercamiento de carácter folclórico y etnográfico, a menudo sesgada
por una lectura esencialista y localista del problema. Se nota una pre-
ocupante carencia de estudios que tengan en cuenta el marco socio-
cultural más amplio en el cual se desarrollan las manifestaciones
carnavalescas. El programa sobre intercambios culturales en la zona
Gran-Circum Caribe de la Tulane University de New Orleans, nos
recuerda además que, "aunque en años recientes se haya desarrolla-
do una gran cantidad de investigaciones sobre carnavales específicos,
ha habido notablemente pocos esfuerzos hasta hoy para estudiar el
fenómeno desde una aproximación comparativa" (www.rockfoun.org),
Sin embargo, aunque una historia del carnaval en toda su com-
plejidad aún no haya sido escrita, existe una versión bien arraigada
en cuanto a su origen y propagación. La fuerte exposición mediática
del fenómeno carnavalesco ha generado una "vulgata" que, con po-
cas variantes, ha logrado afianzarse en el imaginario colectivo con-
temporáneo, terminando por imponerse como paradigma hegemónico.
Es suficiente pasar en reseña el abundante material en circula-
ción sobre temas carnavalescos fuera de los círculos restringidos de
las academias, para darse cuenta de la sorprendente homogeneidad
en la interpretación de su historia. Fuentes tan disúniles como textos
divulgativos, estudios folclóricos, sitos Internet, folletos de las agen-
cias de viajes, documentales, videos promocionales y guías turísticas
tienen a menudo la costumbre de poner una breve introducción his-
tórica a su argumento central, por lo general la presentación de un
carnaval específico.
Lo que resulta impactante en este tipo de relatos, que raras veces
superan los pocos renglones, no es tanto la información sobre etimolo-
gía, orígenes, desarrollo del carnaval (a menudo derivada, con mayor
o menor cuidado, de los estudios clásicos antes citados). Sorprende
más bien la organización de esta misma información en el marco de
una visión lineal, progresiva del devenir histórico. En una versión muy
difundida en Internet por ejemplo, leemos:
La celebración del carnaval tiene su origen probable en fiestas paganas,
como las que se realizaban en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales
y las lupercales romanas, o las que se realizaban en honor del buey Apis
en Egipto. Según algunos historiadores, los orígenes de las fiestas de
carnaval se remontan a las antiguas Sumeria y Egipto, hace más de
5.000 años, con celebraciones similares en la época del Imperio roma-
no, desde donde se difundió la costumbre por Europa siendo traído a
21
América por los navegantes españoles y portugueses que nos coloniza-
ron a partir del siglo 'lN 3•
A través de unos verdaderos topo! literarios, el carnaval parece
desarrollarse según unas pautas bien establecidas. Surge a partir de
las fiestas dionísiacas, que de oriente llegan a Grecia y luego a Roma.
Su difusión a lo largo y ancho del Imperio romano abona el terreno por
la introducción en la Edad Media del carnaval propiamente dicho,
que se establece en contraposición a la cuaresma cristiana. La presen-
cia de la Iglesia permite moderar los excesos y desenfrenos propios de
una época que sigue siendo representada en términos de tinieblas y
barbarie", Según cuanto se lee en un sito católico:
Durante ellas predominaba el desorden civil, no había unas medidas
tan duras y estrictas contra los desenfrenos morales. En todos sitios
había cantos satíricos. No se prohibía nada durante estos días. Todo
estaba permitido. De ahí que arreciaran las crítícas contra los poderes
instituidos, como la autoridad, el poder y la religión. Debido a muchos
excesos, ha habido a lo largo de la historia países que los han prohibido
por miedo a venganzas y por sobrepasarse en los ataques contra los
poderes".
Con el Renacimiento -sigue la vulgata- el carnaval no sólo se
propaga en todo el mundo cristiano a los dos lados del Atlántico, sino
que se vuelve más refinado: es la belleza de las máscaras, la suntuosi-
dad de los trajes y la magnificencia de las celebraciones lo que ahora
llama la atención. Como reporta otro sito:
Los festejos en el periodo de carnaval tienen un origen muy remoto;
probablemente en las fiestas religiosas paganas, en las cuales se hada
uso de las máscaras para alejar los espíritus malignos. Con el cristianis-
mo esos ritos perdieron el carácter mágico-ritual y quedaron como sim-
22
ple formas de diversión popular. Aún hoy en día el carnaval representa
una ocasión de diversión y se expresa a través del disfraz, los desfiles
enmascarados, las fiestas. Durante la Edad Media y el Renacimiento los
festejos en ocasión del carnaval fueron introducidos también en las
cortes europeas y asumieron formas más refinadas, en relación con el
teatro, la danza y la música",
Depurado así de todo carácter subversivo y trastocador, el carna-
val pasa a la modernidad en cuanto espectáculo, representación y ya
no presencia viva'. Ahí se cierra por lo general el excursus histórico,
dejando presagiar que el momento culminante de todo el recurrido
está a disposición del lector deseoso de conocer algún ejemplo de
cultura local perfectamente integrada en ese proceso civilizador: un
espectáculo de arte y folclore a uso y consumo del turismo de masa.
Este tipo de relatos, aparentemente inocente, no hace sino repro-
ducir a nivel mediático una visión de la historia de molde positivista,
que si bien ya no tiene mucha vigencia en el ambiente académico,
sigue profundamente arraigada en la percepción común. La historia
del carnaval es presentada como un camino unívoco, perfectamente
en sintonía con el supuesto progreso de la civilización occídental''.
La descripción de sus celebraciones procede según un itinerario
que va desde el dominio de la natura al campo de la cultura, es decir
23
de la prehistoria de tiempos inmemoriales a la historia propiamente
dicha, de lo salvaje a lo civilizado. A las "fiestas primitivas" y desen-
frenadas de egipcios y babilonios, caracterizada por un salvajismo
panteísta, se sustituyen poco a poco los rituales paganos de las saturnales
y las lupercales grecorromanas. La conversión a un cristianismo aún
empapado de magia y supersticiones es el paso necesario que permite
finalmente desembocar en el supuesto progreso científico,cultural de
la modernídad capitalista. Todo lo que, por una razón u otra, no enea-
ja en estos «destinos maravillosos y progresivos» de la humanidad es
tachado de residual, o inclusive de obstáculo al progreso".
Lo que aparece es una poderosa construcción mediática del pasa-
do carnavalesco, que tiende a cristalizarse en una historia "oficial".
Su eficacia es evidente, ya que brinda un cuadro global en dónde
ubicar los carnavales contemporáneos, como ejemplos específicos y
localizados de una historia hegemónica. Para poder recortarse un pe,
queño espacio de legitimidad, cada carnaval se ve abogado a inscribir
su pasado en el desarrollo de la civilización universal, según una vi,
sión etnocéntrica, que encuentra su cuna en el Medio Oriente bíbli-
co y en la Grecia clásica.
Se trata de una visión omnipresente que, con pequeñas variantes,
coloniza el imaginario globalizado contemporáneo. En unos casos se
pone el acento sobre la importancia de defender vetustas tradiciones,
en otros se subraya su potencial en términos de desarrollo económico
y progreso cultural. Hay quien añora los carnavales de antaño y quien
defiende el impacto de imagen de una localidad en términos de city
marketing. Pero, prescindiendo de los diferentes enfoques, lo que se
desprende es una narrativa común, que ve en el carnaval una expre-
sión más de la superioridad de occidente y de su misión civilizadora.
Dentro de este régimen del discurso, los aportes de otras culturas
y tradiciones, sobretodo las contribuciones africanas e indígenas, de-
terminantes en el proceso de asentamiento del carnaval en tierra
americana, se encuentran relegados a un papel decorativo. Se en-
salza su riqueza simbólica, el despliegue festivo y el exotismo de sus
costumbres, pero al precio de insertarlos a la fuerza en una lectura
histórica purgada de cualquier referencia a sus luchas de emancipa,
ción ya la represión del cual han sido sistemáticamente objeto". Como
24
denuncia Nina de Friedemann a propósito del carnaval de Barran-
quilla:
Estas celebraciones de los negros, es obvio que nunca han sido caracte-
rísticas de las festividades que por muchos siglos se han venido cele-
brando como carnaval en Europa. Claro que, cuando el carnaval fue
introducido con sus propios perfiles occidentales, esas celebraciones de
negros en el litoral Atlántico, paulatinamente se fueron incorporando
a las festividades de carnaval y sus participantes empezaron a integrarse
a las masas indiscriminadas de celebrantes callejeros. Así aunque en
Colombia, al igual que en otros lugares de América, las tradiciones de
origen africano forman parte hoy del trance del Carnaval, no cabe asi-
milarlas a un rito de procedencia occidental. Ello seguiría propiciando
el desconocimiento de la influencia cultural africana en aspectos de un
país o de una región, como es el caso del carnaval en la ciudad de
Barranquilla".
Desde nuestra perspectiva este tipo de aportes son necesarios para
explorar caminos alternativos a la interpretación hegemónica, que
cae a menudo en tentaciones etnocéntricas y esencialistas. Tratar de
explorar desde una perspectiva crítica las metamorfosis del carnaval y
proponer unos caminos alternativos sobre las cuales pensar la historia
de su imaginario es precisamente el propósito de esta contribución.
Para que eso sea posible hay que replantear unas hipótesis de partida.
25
mo!'. Sus polos de difusión y desarrollo por lo general se encuentran
en ciudades que están al centro de una intensa actividad de inter-
cambios económicos, culturales, demográficos entre las regiones del
interior y los grandes circuitos internacionales.
Es el caso de Venecia, cuyo carnaval debe su fortuna al hecho de
que la ciudad haya sido por siglos el puerto de llegada de los tráficos
con oriente y a la vez el punto de afluencia de todo el valle del Po. Y
lo mismo se podría decir de New Orleans con el valle del Mississippiy
el Golfo de México, de Barranquilla con las culturas ribereñas del
Magdalena y el Caribe, de Montevideo, entre las rutas interoceánicas
y la desembocadura del río de la Plata...Verdaderos crucevías, caracte-
rizados por múltiples procesos de mestizaje. sincretismo e hibridación.
Catarsis colectiva, ritual propiciatorio de una religión ya moribun-
da o simple jolgorio colectivo: sea como sea, el carnaval se presenta
como escenario privilegiado para una dramatización colectiva, donde
ridiculizar el mundo presente, añorar los tiempos de antaño o perder-
se en ensoñaciones de futuros posibles. Más que simplemente evocar
costumbres en vía de extinción, el carnaval pone al día el pasado y lo
proyecta hacia el futuro. Como escribe Montoya Bonilla: "El carnaval
vive de su permanente actualización. Retomar el momento por el que
la sociedad pasa y reelaborarlo para la fiesta, requiere de extrema
agudeza y agilidad para ir reemplazando lo caduco, lo que se ha vuel-
to letra muerta, por lo actual" (Montoya Bonilla, 2003:27).
Podemos comparar el carnaval a una esponja, cuyo tejido va absor-
biendo la riqueza cultural, las tradiciones vitales, los fermentos artís-
ticos presentes en el territorio, hasta determinar una forma específica,
en precario equilibrio entre tendencias cosmopolitas y peculiaridades
locales.
En ese sentido hay que pensar el carnaval como parte integrante
de la dinámica capitalista. Como hace notar Boltanski, una de las
características cruciales del capitalismo es su capacidad de alimen-
tarse de las críticas, tanto sociales como artísticas, que son formula-
das en su contra (Boltanski y Chiapello, 1999). Se vuelve entonces
imprescindible explorar las modalidades a través de las cuales cada
carnaval se apropia de las posturas críticas que afloran en el espacio
mismo de la fiesta, absorbiéndolas al mismo tiempo en una celebra-
ción autorizada y a menudo fomentada desde el poder establecido.
26
La capacidad de reinventar constantemente tradiciones e inte-
gradas a la contemporaneidad, es precisamente lo que hace del car-
naval una combinación tan poderosa de identidades colectivas. Para
lograr poner en escena un pasado que moldee los imaginarios de toda
una sociedad, el carnaval aprovecha de los elementos primordiales
que convocan a la fiesta: la máscara y el disfraz, la música y la danza,
los juegos públicos y privados, el licor y el banquete, el cortejo y la
sexualidad exhibida. .. •
Pero al mismo tiempo los aterriza en los lenguajes contemporá-
neos. De esta manera el carnaval se vuelve un gran caldo de cultivo
para la constante elaboración de una mitología popular compartida.
En cuanto gran exorcismo colee tivo frente a la muerte y al transcurrir
del tiempo, el carnaval tiene que hundir sus raíces en el mito. Como
escribe Butitta, a partir de Levi Strauss y de Eliade:
El andamiaje ideológico era siempre el mismo y estaba dirigido a absor-
ber lo discontinuo natural y social en un continuo cósmico homogéneo
y unitario que, año tras año, se refundaba a través de la refundación del
tiempo [... 1. En el convertir el caos en cosmos, las fiestas como repre-
sentación mítica del tiempo lo refundan como unidades de continuo y
discontinuo, de ser y devenir. De ahí se deduce que todas las fiestas de
comienzos de año sea cual sea la forma que hayan tomado (Carnaval,
Pascua, etc.) no son tiempos de fiestas sino fiestas del tiempo, cuyo
sentido último es lo de transponer la temporalidad histórica en una
temporalidad mítica, el discontinuo del devenir, es decir de la muerte,
en el continuum del ser, o sea de la vida: un sueño inalcanzable, un
territorio imposible, es decir un mito (Butitta en Castelli y Grímaldi,
1996:59).
El carnaval es una gran fábrica de mitos v el primer mito que tien-
de a producir es su proprio mito fundacional. Las prácticas y las repre-
sentaciones carnavalescas tienen que presentarse como desligadas de
la temporalidad cotidiana, tienen que brindar la ilusión de escapar,
gracias a la evocación de una ritualidad cíclica, al inexorable operar
de la muerte.
Se explica así la tendencia generalizada a ubicar los orígenes de
todo carnaval entre las neblinas de tiempos inmemoriales, inclusive
en los casos donde la investigación muestra claramente su fundación
reciente. Un buen ejemplo es la creencia -aún extremadamente di-
fundida- de que el carnaval de New Orleans sea de origen francés.
Como subraya enfáticamente Kinser, aunque: "la idea que el Mardi
Oras fuera una creación francesa del siglo dieciocho es históricamen-
27
te absurda, el mito fundacional de un origen aristocrático francés está
aún profundamente arraigado en la imaginación colectiva» (Kinser,
1990:21).
La distancia entre la evidencia histórica y los mitos que se gene-
ran es del más grande interés para la historia del imaginario carna-
valesco, ya que permite enfatizar los elementos de transición, inter-
cambio, diseminación y movilidad propios de la fiesta, que resisten a
la noción de una tradición eterna que se hunde en un pasado ances-
tral.
28
grados y funciones y ocupaba el lugar reservado a su rango. Esta fiesta
tenía por finalidad la consagración de la desigualdad, a diferencia del
carnaval en que todos eran iguales y donde reinaba una forma especial
de contacto libre y familiar entre individuos normalmente separados
en la vida cotidiana por las barreras infranqueables de su condición, su
fortuna, su empleo, su edad y su situación familiar (Bajtin, 1974:15)13.
La segunda posición se centra en lo que, por comodidad podría-
mos llamar la "teoría de la válvula de escape". Eco la expone en un
brillante ensayo titulado "Los marcos de la 'libertad' cómica", en abierta
polémica con la posiciones bajtinianas:
El mundo al revés se convierte en la norma. El carnaval es la revolución
(o la revolución es carnaval): se decapita a los reyes (es decir se les
rebaja, se les hace inferiores) y se corona a la multitud. Esta teoría de la
transgresión ha tenido muchas oportunidades para ser popular hoy en
día, incluso entre los pocos afortunados. Suena muy aristocrático. Sólo
hay una sospecha que contamina nuestro entusiasmo: desgraciadamente,
la teoría es falsa. Si fuese cierta, sería imposible explicar por qué el poder
(cualquier poder político y social a cargo de los siglos) ha utilizado a
circenses para calmar a las multitudes; por qué las dictaduras represivas
han censurado siempre las parodias y las sátiras, pero no las payasadas;
porque el humor es sospechoso pero el circo es inocente (Eco, 1989) 14.
La función del carnaval sería, según esta interpretación, la de
servir como vía de salida a las tensiones sociales acumuladas a lo largo
del año. En otras palabras, estaríamos frente a una «transgresión au-
torizada», limitada en el tiempo y en el espacio: la puesta en escena
de un mundo al revés, cabeza abajo y patas arriba, no sería sino la más
efectiva demostración de la necesidad de preservar las jerarquías so-
ciales establecidas. La irrupción del caos licencioso de la fiesta permi-
te encanalar en un contexto circunscrito los conflictos presentes en la
colectividad, demostrando al mismo tiempo la necesidad impelente
de preservar el orden social, de restablecer el "natural" fluir del
mundo:
13. Muir retoma esta distinción cuando cataloga los rituales festivos medie-
vales en dos: los que involucran la parte superior del cuerpo (torneos, giostre,
triunfos ... ) y los que involucran la parte inferior (carnaval y fiestas populares). E.
Muir, 2001.
14. Eco se cuida de no atacar directamente a Bajtin. Sin embargo, más allá
del homenaje a uno de los maestros de los estudios de cultura popular, el blanco
polémico es evidente en toda la argumentación del artículo.
29
Para disfrutar el carnaval, se requiere que se parodien las reglas y los
rituales, y que estas reglas y rituales sean reconocidos y respetados. Se
debe saber hasta qué grado están prohibidos ciertos comportamientos y
se debe sentir el dominio de la norma prohibitiva para apreciar su trans-
gresión. Sin una ley válida que se pueda romper, es imposible el carnaval
(Eco, 1989: 16).
A la aspiración engañosa de liberación carnavalesca Eco contra-
pone el "carnaval frío" del humor, que permite minar las normas so-
ciales desde adentro, en la conciencia que la liberación total es iluso-
ria. Y que el intento de establecerla acá y ahora, en la tierra (aunque
en el tiempo fugaz de la fiesta), no hace sino fortalecer el status quo.
15. Sobre los orígenes del carnaval véase A. Lombard-jourdan, 2005. Tam-
bién la investigación de D. Fo sobre el carnaval de Fano, en www.dariofo.it.
16. Enrique Vargas, actualmente director del Teatro de los Sentidos con
sede en Barcelona, dirigió el Taller de la Investigación Dramática de la Universi-
dad Nacional de Colombia, al cual tuve la suerte de estar vinculado entre 1993 y
1995. Aprovecho de esta ocasión para destacar el papel de este grupo en la explo-
ración de los temas del juego y de la fiesta en Colombia. Véase el sito http://
www.teatrodelossentídos.com/
30
En términos sociológicos, se trata de un típico mecanismo top,down y
bottom,up: el poder constituido se encarga de establecer las pautas en
que se van a enmarcar prácticas, imaginarios y representaciones
carnavalescas. Sin embargo es la participación "desde abajo" lo que
da vida y sentido al andamiaje jurídico-organizativo dispuesto por las
autoridades. Quien vive la fiesta contribuye a transformarla, hasta
llegar a apropiarse de sus lógicas y de sus quehaceres.
El debate alrededor de la fiesta se entrecruza también con las re,
flexiones sobre el juego y su status en las disciplinas sociales. A partir
del célebre texto de Huizinga -Horno ludens- se ha venido estable,
ciendo una distinción crucial en el área semántica de lo lúdico. El
inglés, a diferencia de las lenguas romances, permite distinguir entre
el juego entendido como "game", conjunto de reglas que delimitan y
circunscriben el espacio lúdico, y el juego entendido como "play", el
acto de jugar.
La organización oficial, desde el poder, de la fiesta puede ser pen-
sada como un sistema normativo (game), que se encarga de generar
un espacio de perfonnatividad (play). La tensión entre esos dos ele,
mentos es lo que permite pensar el acto carnavalesco como una rela-
ción dinámica: la participación lúdica tiende inexorablemente a re,
basar y replantear las reglas iniciales, contribuyendo a innovarlas, a
trasformarlas, Las potencialidades del juego se manifiestan antes que
todo en las variantes que los jugadores aplican a las reglas iniciales!".
Así mismo, la presencia de normas compartidas permite establecer
las pautas que garantizan continuidad y transmisión intergeneracional
del carácter festivo peculiar de una colectividad. Le Roy Ladurie lo
ha mostrado de manera impecable en su trabajo sobre el carnaval de
Romans:
Para mucho tiempo soñé de escribir la historia de una pequeña ciudad,
Romans por ejemplo en el Delfinato [.... ]. Ponderando mejor el asunto,
decidí no describir sino quince días de historia romanesa. Dos cortas
semanas. Pero, iqué semanas! Las del carnaval de Romans, en el febrero
17. La contraposición entre acto de jugar y reglas del juego remite también
a un apasionante debate alrededor de la diferencia entre langue y parole, que
desde la lingüística saussurriana, la filosofía de Wittgenstein y la semiótica se va a
difundir en todas las ciencias sociales. Véase E. Fink, 1969. También la introduc-
ción de Ecoa la edición italiana de J. Huizinga, 1973; R. Callois, 1986; A. Winnnicot,
1981; G. Deleuze, 1970; G. Bateson, 1995. Al respeto, me permito remitir a mi
publicación P. Vignolo, 1996.
31
de 1580, en el curso de las cuales los participantes de los dos bandos se
han enmascarado, luego matado los unos a los otros. A propósito de esa
quincena agitada, brillante, sangrienta, habría que evocar también los
antecedentes y las consecuencias, los intentos y los fracasos, los am-
bientes y las significaciones del drama, incluyendo también, cuando sea
indispensable, a las ciudades y aldeas cercanas(Le Roy Ladurie, 1979:9
trad. pers) 18.
A través del caso límite de una ciudad en donde las guerras de
religiones y los conflictos socio,económicos del siglo XVI invaden el
espacio "sagrado" del carnaval, desdibujando las fronteras entre vio-
lencia simbólica y violencia física, Le Roy Ladurie nos introduce en el
corazón del universo simbólico carnavalesco. 19 Los conflictos que con,
traponen guildas de artesanos y nobleza local, hugonotes y católicos,
resaltan el juego de intereses y poderes contrapuestos que podemos
encontrar en toda celebración festiva.
Las reflexiones sociológicas de Da Matta sobre el carnaval en el
Brasil contemporáneo abren pistas en la misma dirección: la lucha
entre parada militar, procesión religiosa y desfile carnavalesco para el
control de la calle es otra manera de plantear la cuestión del carnaval
como espacio simbólico de confrontación social, a través del lenguaje
lúdico-artístico (Da Matta, 1979).
No se trata sin embargo de un campo de relaciones simétricas: las
estructuras de poder moldean las fronteras de lo lícito y de lo tolera,
do, más allá de las cuales cualquier forma de subversión, sea esa sim-
bólica o material, va a ser reprimida sin ambages. Las expresiones real,
mente innovadoras y libertarias se manifiestan en los intersticios de
esta estructura oficial, en lo que Turner y Van Gennep llaman los
estados liminales, es decir "un estado de excepción en el cual es posi-
ble contravenir las normas sociales, pero sólo momentánea,
mente" (Montoya Bonilla,2003:20). Como hace notar Montoya Bonilla,
esta condición liminal no tiene que ser pensada en términos pura,
mente negativos, sino como potencialidad transformadora de las mis,
mas estructuras en las cuales se ha generado.
32
En otros términos, el carnaval puede ser pensado en sus metamor-
fosis como una compleja dinámica entre las estrategias controladoras
puestas en marcha por parte de los poderes hegemónicos y las múlti-
ples tácticas de resistencia lúdico-festiva, que permiten apropiarse
simbólicamente de la fiesta, aprovechando de su potencial de cambio
y transformación social'",
33
Al mismo tiempo el dispositivo retórico requiere sustentarse en un
dispositivo material: experiencia técnica, capacidades artísticas, com-
promiso de las autoridades civiles y eclesiásticas, financiación pública
y privada... En este sentido, el carnaval pone interrogantes sobre el
control público o privado de las celebraciones, la logística y el manejo
organizatívo, las relaciones entre artistas locales e industrias cultura-
les, la generación de trabajos formales e informales, los procesos
participativos, los mecanismos de exclusión social. ..
Retórica y economía, elementos simbólicos y materiales, conver-
gen en la preparación y celebración de la fiesta". Pero es evidente
que el carnaval no puede ser reducido a un dispositivo retórico y ma-
terial. El carnaval jamás se ha dado simplemente a partir de una bue-
na puesta en escena en términos de producción teatral, recursos eco-
nómicos, estructura organizativa, apoyos institucionales y estrategias
de difusión. Hay otro ingrediente crucial: la participación.
Los carnavales -a diferencia por ejemplo de los festivales- no son
la simple presentación de un espectáculo. Aunque siempre haya una
componente importante de espectáculo, el carnaval le apunta a invo-
lucrar al público. Los espectadores pasivos se vuelven participantes
activos. Todos pueden volverse protagonistas en ese gran performance
colectivo: es suficiente ponerse una máscara, bailar en la calle, colar-
se en un bunde sanpachero, prender una vela al diablo, tocar en una
papayera... Una de las claves para entender la importancia del carna-
val, es su capacidad de involucrar de formas muy distintas, importan-
tes sectores de una ciudad o región, a través de una escala que va
desde la simple asistencia a unos actos, hasta un compromiso de meses.
Detengámonos por ejemplo un momento en la dramaturgia del
carnaval. Desde la Edad Media hasta nuestros días su estructura si-
gue siendo a grandes rasgos la misma: en un periodo establecido del
año, las autoridades, en el curso de un bando o de alguna ceremonia
teatralizada, entregan las llaves a rey carnaval (bajo diferentes nom-
bres y máscaras: [oselito carnaval no es sino la versión costeña del
personaje) A partir de ese momento el fluir de la vida cotidiana se ve
trastocada por un contra-tiempo festivo de carácter ritual, a lo largo
del cual se invierten los valores establecidos y la ciudad entera se
contagia del espíritu festivo.
34
El jolgorio, con sus excesos y sus desmanes, va subiendo hasta lle-
gar a su apogeo, que en ciertos casos corresponde a una verdadera
catarsis colectiva. De repente aparecen las fuerzas moralizadoras, en-
cargadas de enderezar el mundo al revés, restableciendo la decencia
y el sentido común. Sigue entonces una simbólica lucha entre los
acólitos de Dioniso y los defensores del orden establecido, que en la
iconografía tardo-medieval y renacentista es representada en la bata-
lla entre don Carnal y doña Cuaresma, entre el cerdo y la sardina."
Su majestad el rey Carnaval, derrotado, se vuelve el chivo expia-
torio: a menudo un tribunal paródico lo procesa por su transgresión y
lo condena a una ejecución ejemplar en la plazapública (Véase Girard,
1972). El funeral es la ocasión de propiciar un gran exorcismo colecti-
vo frente la muerte, a través del poder transgresor de la risa. Los habi-
tantes de la ciudad se retiran a sus ocupaciones de siempre. Sin em-
bargo rey Carnaval-cual Araba Fénix- ya se prepara a resurgir el año
siguiente más poderoso que nunca, en una encarnación lúdica del
ciclo vida-muerte-renacimiento.
Esta dramaturgia actúa como un canovaccio, una estructura de
base, que necesita ser interpretada, según las circunstancias, en miles
de variantes locales. Colangeli y Fraschetti (1982), relatando la muer-
te de rey Carnaval en Italia, escriben:
Cada año termina mal: hay quién lo quema en la plaza, quién lo tira en
un barranco, quién lo condena a muerte en un estrafalario proceso
público, quién lo ahoga en el mar, quién lo vivisecciona a través de una
chistosa cirugía, quién lo sepulta, quién lo echa del pueblo, quién, en
fin, lo suelta en los aires en un balón aerostático.
35
El dispositivo carnavalesco, como vimos, se encarga de generar su
propia historia, su propio mito fundacional, su propia inserción en el
desarrollo de la modernidad global. Sin embargo eso no es el fruto de
una improbable filiación directa, ni de un supuesto desarrollo civili-
zatorio que desde el corazón europeo se va propagando por las perife-
rias del Nuevo Mundo. Por el contrario, las investigaciones históricas
de las diferentes celebraciones carnavalescas dan cuenta de un pro-
ceso fragmentado, que procede por saltos, brincos, largas etapas de
decadencia y repentinos resurgimientos, periodos de auge y largoslapsos
de olvido.
Tomemos por ejemplo a la figura del rey Momo: se trata de un
personaje que aparece en los carnavales de medio mundo, desde Río
de Janeiro hasta New Orleans, desde Barranquilla hasta la ciudad
indiana de Goa (Véase Liberalli de Góes (2004). Eso podría inducir
en la tentación de buscar sus raíces en algún antepasado común. Es lo
que hace por ejemplo un sitio turístico dedicado a Río:
El carnaval es una nación de ensueño y, como todo reinado, cuenta con
un monarca: El Rey Momo, una de las imágenes más tradicionales y,
quizá, la más fuerte. Nacido en la mitología grecorromana, éste era el
dios de la Irreverencia, razón por la cual fue expulsado del Olimpo don-
de las otras deidades moraban. En la antigua Roma, durante los festejos
de1dios Saturno, el soldado más bello era seleccionado y coronado como
el Rey del carnaval. El elegido era tratado con sumo respeto y le propor-
cionaban la mejor comida, bebida y diversión; pero al terminar la fiesta
era ofrecido en sacrificio en el altar de Saturno. El Rey del carnaval
saltó el océano y llegó a los festejos de Río en 1933.25
Rey Momo llega a Río en los años treinta, a Goa en los sesenta", a
Barranquilla ya está presente a finales del siglo XIX, para luego eclip-
sarse y volver a aparecerse en tiempos recientes ... Es evidente que no
estamos frente a unas tradiciones decantadas a través de los siglos,
sino que más bien se trata de un recurso al cual cada manifestación
carnavalesca puede acudir, según unas circunstancias y unas necesi-
dades contingentes. La presencia del mítico rey Momo alrededor del
planeta se debe más a razones turísticas y promocionales, al azar o a
incitativas extemporáneas, que a improbables survivances de un lega-
do de la antigüedad clásica.
25. http://www.averlo.com{[urismo/SudAmericaI115.htm
26. http://www.indiatourism.com/goa-festivals/goa-camival.html
36
Al mismo tiempo, en los pliegues de estas discontinuidades pro,
pias de la versión dominante, es posible divisar las historias no escritas
del carnaval. Historias que se alimentan de otros mitos y de otros
imaginarios, cuyos rastros es posible encontrar, escondidas, en ciertas
prácticas y ciertas representaciones que siguen vivas, aunque a la
sombra de la parafernalia del carnaval oficial. YaNina de Friedemann
subrayaba este aspecto cuando distinguía entre folklore y"elitelore":
En la celebración de las fiestas y de su conceptualización en Colombia
el vocablo folklore es de uso cotidiano para evocar la fiesta popular, y
aludir a la cultura de segmentos sin poder en determinada sociedad. De
esta suerte, es preciso oponer el término elitelore para representar la
cultura de clases dominantes en un escenario donde el juego de poder
socio-polítíco se relaciona alrededor de manifestaciones en gran parte
estéticas. Así se facilita la comprensión de cómo las clases dominantes
pueden utilizar las expresiones de las dominadas con propósitos de con-
trol socio-político (Friedemann y Horner, 1995:26).
Reconocer en el carnaval la existencia de un dispositivo retórico y
material que opera desde el poder, nos permite entonces destacar el
papel, sistemáticamente desautorizado, de las innumerables tácticas
de resistencia y de contracultura, de grupos y culturas subalternas
que se mueven a su sombra.
Nos referirnos, para limitarnos a ejemplos tomados de la situación
colombiana, a la importancia del movimiento homosexual en el car-
naval de Barranquílla, cuyo desfile hasta hace pocos años era objeto
de escarnio público y sobre todo de una sistemática represión por par-
te de la policía". O a la difícil lucha por parte de los riosuceños para
que su carnaval siga siendo un espacio de palabra, de crítica y de
sátira en medio del conflicto armado.
Acá en Cartagena nos enteramos de los intentos de revitalizar las
fiestas populares, aplastadas por la maquinaria de la política espectá-
culo del reinado nacional, mientras que en el carnaval de Blancos y
Negros de Pasto se está dando un fascinante proceso de rescate de
una cultura andina demasiado tiempo despreciada. Así mismo, hacen
parte de esas historias olvidadas las reivindicaciones del movimiento
de teatro callejero para tomarse el espacio público de las ciudades
37
colombianas, substrayéndolos de esta manera a la militarización y a
las políticas del miedo".
Estas reflexiones no tratan de ensuciar «la cara bonita» de Colom-
bia, como sostienen los que ven en la fiesta una ocasión para disfrazar
con trajes light las tragedias que se viven a diario en el país, sino que
le apuntan a que la polifonía de actores que dan vida a esta extraordi-
naria manifestación colectiva que es el carnaval no sea silenciada por
el estruendo vacuo de la farándula televisiva y de la política espec-
táculo.
Una historia de los carnavales no puede no hacer referencia a esos
múltiples conflictos, luchas y tensiones que los atraviesan. Y a sus
protagonistas. Para volver al ejemplo colombiano, es impresionante
ver cómo la persistente exposición a la guerra ha llevado el mundo
académico a dedicar una importancia desproporcionada a los actores
armados. La poca atención hacia la población civil raras veces logra
desprenderse de una visión que ve en los actores desarmados algo más
que víctimas inermes o potenciales cómplices.
Rescatar las historias de los carnavales y de los carnavaleros es
también una forma de dar visibilidad y voz a esos sectores de la pobla-
ción, más amplios y activos de lo que normalmente se considera, que
desde siempre luchan con las armas del arte y de la cultura. Además
la historia de los carnavaleros -sus cuentos, sus sueños, sus quehace-
res cotidianos- no puede ser reducida a una simple forma de resisten-
cia, ni menos de desahogo, aunque tanto la una como la otra jugaron
y siguen jugando un papel relevante.
El carnaval se ha caracterizado, a lo largo de su historia, también
por ser un espacio propositivo, abierto al cambio y a visiones alternati-
vas de la sociedad. En términos bajtinianos, la risa carnavalesca tiene
un "carácter utópico y de cosmovisión", que hace temblar el mundo,
lo manda patas arriba, en un proceso que a la vez destruye y regenera
la sociedad (Bajtin, 1974: 17).
En cuanto engranaje capaz de imaginar mundos posibles a través
de un sistema de inversiones, el carnaval constituye un importante
espacio de resolución de conflictos y de generación de mundos posi-
bles. Los lenguajes de la fiesta y del juego permiten además encamar
28. Véase la revista Escenari Abiert, (2004, N2 3). Véase también mi artículo
"La prise de la rue. Féte et conflict a Bogotá". La viedes idées. NQ 11. AvriI200ó. En
línea: http://www.repid.com
38
los anhelos de transfonnaci6n social en una experiencia vivencial,
que involucra a los cinco sentidos.
Todo esos elementos tendrían que tener un papel destacado en el
análisis del carnaval, que valdría la pena pensar en términos de ima-
ginario, a la vez espacio simbólico y espacio físic029 • En ese sentido la
historia del carnaval y de su extraordinario bagaje cultural puede con-
tribuir a la construcci6n de una memoria hist6rica incluyente y com-
partida, que rompa con las convenciones hagiográficas, complacidas y
autocelebrativas.
Eso es particularmente cierto en Colombia. Hoy más que nunca,
frente al olvido y a la indiferencia que sumergen a las historias perso-
nales y colectivas de amplias regiones del país, se siente la urgencia
de rescatar la importancia del carnaval como espacio en que se mani-
fiestan en forma lúdica y festiva las contradicciones y a la vez se regu-
lan los tensiones que atraviesan la sociedad. No para borrar los con-
flictos en nombre de una identidad comunitaria ficticia, sino para
ponerlos en escena, para construir un puente hacia lo que nos resulta
diferente, desconocido, ajeno, y que por eso mismo nos asusta y a la
vez nos atrae. Como escribe Mazzoldi a propósito del Carnaval de Pas-
to: "Hay una oportunidad en la borrachera carnavalesca, que no es la
de todos los días. Es la de un encuentro con el abismo que está más
allá de la mismidad, más allá de lo propio" (Mazzoldi, 2001:99).
Al fin y al cabo, la fascinación profunda que ejerce el carnaval se
juega en esta vertiginosa apertura hacia el otro, en este reconocer la
alteridad que nos habita, aunque sea por un instante.
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Danza, mestizaje y carnaval.
Un fenómeno latinoamericano: el caso de Barranquilla1
43
danza (Ortiz, 1998:76-152; Ortiz, 1981), impuso su sello particular en
la reelaboración de música y danza, máscaras y disfraces, versos, re-
presentaciones y demás. Y el componente indio se percibe en su cono-
cimiento del entorno y su aporte de materiales físicos, elementos de
música y danza, relatos, máscaras y disfraces. La conexión entre sus
ceremonias rituales y el Carnaval es visible aunque poco investigada
en documentos elocuentes como el texto introductorio que escribió el
General juan josé Nieto para la novela Ingermina o lahija de Calamar,
una descripción etnográfica de disfraces, ritos y danzas de los indios
calamarí (Nieto, 1844).
44
Como bien lo afirma Fernando Ortiz, es de inspiración católica la
primera festividad colectiva con elementos folclóricos que se celebra
en el Nuevo Mundo: la procesión del Corpus Christi, donde la inten-
ción piadosa coincidía con caballos, toros, bailes y disfraces (Ortiz,
1991:202-221). En el mismo sentido, las celebraciones del Corpus en
el Caribe contenían muchos elementos que después se integrarían en
el Carnaval, como es el caso de los diablitos. Sucedió lo mismo con la
representación de la conquista, especie de auto guerrero que recuerda
la gesta conquistadora mediante la escenificación callejera de un
choque entre indios disparando flechas y militares haciendo tiros al
aire, y todos cantando en tonos melancólicos o triunfales, presentes
en las procesiones de Chiriguaná y Mompox (Friedman, 1983:38-41).
Semejantes procesiones no eran subversivas pero sí relajadas, y el
Obispo de Cartagena, Diego Torresde Altamirano, se quejaba en 1620:
"Por el mal orden, que en estas partes suele haber, pues en las proce-
siones generales se ha usado ir de ordinario a tropas, en confuso, sin
distinción de personas, yendo el religioso y el clérigo juntamente con
el mestizo y el negro, y algunas veces, mujeres y negras entre los reli-
giosos y clérigos, de que se sigue no ir con la decencia y devoción, que
en semejantes actos se requiere" (Martínez Reyes, 1986:212). Y algo
inconcebible, la presencia simbólica del maligno en predios litúrgicos
con los disfraces de matachines y diablos que terminaban entrando
postrados a la Catedral hasta el pie del altar. Allí, como en la Barran-
quilla de 1799, fumaban tabaco, bebían, comían y bailaban. Frente a
esto las autoridades civiles y religiosas, con las oscilaciones del caso,
terminaron siendo indulgentes y conciliatorios incluso frente a
irreverencias claras e institucionalizadas. Así ocurrió entre el Obispo
Gregario de Molleda yel Cabildo de Cartagenaentre 1731-1733 (Mar-
tínezReyes, 1986:491-492,498,647). Laactitud ladina, ynode prohi-
biciones tajantes sino de reconvenciones y reglamentaciones ambi-
guas, como en el caso del Cabildo de Cartagena de 1573 (Hernández
de Alba, 1956:28) terminó por legitimar el relajo.
Más allá de su carácter rural o urbano, este relajo colonial del
Caribe colombiano dio lugar a una clasificación interesante. En pri-
mer lugar estaban las "fiestas de comunidad", que consistían en cele-
braciones de negros, blancos, indios, mestizos o todos juntos. Allí en-
traban los palenques (núcleos de cimarrones), las rochelas (parcelas
explotadas por campesinos mestizos ubicadas en sitios usualmente in-
accesibles al control estatal pero que giraban en tomo a la hacienda
costeña) (Meisel, 1988:69-137) y los pueblos pequeños. Dentro de esta
45
clasificación se incluyen fiestas de todo tipo que, por celebrarse en
contextos de desarrollo socioeconómico incipiente, presentaban una
segmentación social escasa o inexistente, y propiciaban fenómenos de
encuentro de culturas y mestizaje. A diferencia de lo que sostiene la
brasileña María Isaura Pereira de Queiroz para fenómenos semejantes
en otros países', estas "fiestas de comunidad", lejos de ser una especie
de espectáculo teatral representado por el conjunto de la población,
tenían un aire de montoneras relajadas.
Un buen ejemplo de este tipo de fiestas aparece en el relato del
militar y sacerdote franciscano [oseph Palacios de la Vega, escrito en
1783, sobre la "vevezona" de los indios zenúes en el valle del río San
Jorge: aquí se habla de una misa cantada acompañada por los indios
con sus ornamentos e instrumentos musicales. Un cura con el crucifi-
jo en el pecho encabezaba este desfile o procesión y lo seguían dos
hileras de mujeres con velas encendidas, todo el mundo cantando un
'fe Deum Laudamus, y la "vevezona" propiamente dicha, donde le po-
nían al cura una corona de plumas. para que los demás se postraran a
sus pies. le besaran las manos. se persignaran y arrodillaran al modo
del cura tradicional en su alabanza al Dios de los cristianos. Luego se
emborrachaban con chicha. No obstante. el cura absolvió todos aque-
llos actos de una manera ladina típica: "Fue tal el gozo que se me
llenó el alma. que no podía ni articular ni menos seguir. pero conside-
randa era del agrado de Dios los dejé en su regocijo" (Palacios de la
Vega. 1994:36~46). Por supuesto que esta ambientación también se
daba en el contexto urbano con los cabildos de negros. organizaciones
de socorros mutuos en tierras de esclavitud. que funcionaban como
intermediarios entre las autoridades civilesy religiosasy.además. como
punto de encuentro donde la fiesta y el tambor se constituyeron en
lengua franca de los diversos tipos de negros (Ortiz, 1984: llAO;
Friedemann.1993:89~100).
El otro tipo de carnaval colonial es el "carnaval de aldea". siempre
determinado por el calendario eclesiástico (Ortiz, 1981:203~204). que
tiene lugar en los centros urbanos costeños y representa un punto de
intersección entre la ciudad y el campo. Como se puede apreciar en el
Carnaval de Riohacha de fines del siglo XVIII. los elementos urbanos
más sobresalientes son: estructura administrativa, esquema de finan-
ciación por cuotas, comedias nocturnas y segmentación social inci-
46
piente. En esta fiesta se da una cierta participación de la comunidad
wayúu, sobre todo en lo que a reparto de despojos de carne vacuna se
refiere. Se presentan también otros elementos entre hispánicos y mes-
tizos, como corridas de toros, carreras de caballos, fuegos artificiales y
comidas populares. Se trata de una fiesta rudimentaria que proviene
de un bárbaro comportamiento de los indios: asisten con el único ob-
jetivo de comer carne gratuita (les regalan todos los toros que se li-
dian) y se recrean despedazando vivos a los animales en la mitad de la
calle. Se observa también que hay una procesión (coincide con la de
la Virgen de la Candelaria) precedida por un típico evento del Car-
naval costeño de todos los tiempos: la conquista, y que tiene en Riohacha
su versión guajira. Y la Iglesia Católica tiene una presencia central
(De la Rosa, 1975:242-243), como se puede observar en el Carnaval
de Santa Marta de 1681, cuando el Obispo Diego de Baños y Sotomayor
ordena acomodar la exposición del Santísimo a la cronología de fies-
tas de fin de año, que culminaban en el Carnaval (De la Rosa,
1975: 128). Es esta una señal evidente de una sociedad que todavía no
ha separado lo político y lo religioso. El relajo no es menor que en las
fiestas de comunidad; sino que es más visible y,por tanto, más suscep-
tible de control social.
Durante el siglo XIX surgieron dos tipos grandes de fiestas con ele-
mentos que con el tiempo llegarían a integrarse dentro del Carnaval
de Barranquilla.
En primer lugar las "fiestas públicas", que comprenden fiestas pa-
trióticas, populares y aun hechos significativos de la vida política y
social. El momento permitió mezclar fiesta y lucha política, tal como
quedó consignado en un hecho beligerante no registrado por la
historiografía oficial: la primera batalla de Ciénaga, el 11 de mayo de
1813, cuando los feroces indios cienagueros se disfrazaron de diablitos
para danzar ante el enemigo, entreteniéndolo y desorientándolo, y así
colaborar eficazmente con sus aliados españoles para no dejar un solo
soldado vivo del ejército republicano (Capella Toledo, 1948:74-75).
En un sentido político contrario las celebraciones de triunfos republicanos
de Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, entre 1821 y 1823, fueron
el llanto del recién nacido con un estilo bien costeño: parodias de las
47
autoridades coloniales, carrozas con alegorías republicanas, bailes calle-
jeros, fuegos artificiales, bandos y oficios religiosos, que ahora daban
gracias al Dios de los republicanos (Corrales, 1898,11:295; Anónimo,
1975:123-124; Potter Hamilton, 1955:24; Gosselman, 1981:91-92).
Las "fiestas patrióticas", ritos civiles que formulaban simbólica-
mente el discurso republicano también coincidieron con el Carnaval:
el caso típico se encuentra en las fiestas del 11 de noviembre de 1852,
que se disfrazaron convincentemente de fiesta popular mediante los
bailes públicos de disfraces y el buscapié, fuego artificial de origen
hispánico cuyo movimiento sinuoso, a ras de piso, relajaba movímien-
tos fijos y estimulaba intercambios y contactos de toda clase". Lo pro-
pio sucede con los bailes públicos de disfraces de las fiestas patrióticas
de Santa Marta de 1850, que conmemoran el Acta de Independencia
de esta ciudad, suscrita el 11 de febrero de 1813 5• Por otra parte, las
fiestas patronales fueron eventos centrales en los pueblos costeños. Tal
era el caso de la fiesta de San Juan Bautista, expresión de las fiestas
del fuego dedicadas al solsticio de verano europeo, un antiguo culto
solar, y entre nosotros símbolo central de religiosidad popular (Frazer,
1993:699~ 710; Salazar, s. f.:97~ 112). Las celebraciones de Ciénaga te-
nían un inconfundible matiz carnavalesco con disfraces, comparsas
de indios, moros y cristianos y, una vez más, la representación de la
conquista (Capella Toledo, 1948:79).
Hablábamos de las "fiestas públicas" como un primer elemento
que se fundió al carnaval. En segundo lugar, encontramos el "cama-
val de pequeña sociedad" que, según Pereira de Queiroz (1983), pre-
senta los mismos elementos estructurales en toda la América españo-
la: entorno urbano típico caracterizado por un cosmopolitismo tosco
no rural del todo ni citadino acabado, por su naturaleza profana, por
la segmentación social que se traduce en escenarios separados y tipos
de divertimiento específico (sectores elitistas en teatros, clubes y man-
siones, sectores populares en las calles y en empalizadas toscas, los
primeros en carros y carrozas y los segundos a pie), pero también por
compartir espacios comunes (sobre todo las calles durante los desfí-
les). Se ve también el reinado bufo (rey, reina, rey de burlas), además
de las consabidas batallas de agua, harina, confeti, serpentinas y per-
fumes. Siguiendo la moda europea, en los sectores elitistas se aprecia
48
la influencia del carnaval italiano, que transmite una clara impresión
de lujo, ceremonia y libertad con sus bailes elegantes y un significati-
vo grado de elaboración simbólica (máscaras, cabalgatas, comparsas,
carrozas y demás) (Caro Baraja, 1965: 145-147). En el Caribe colom-
biano este tipo de fiesta, donde coinciden lo moderno y lo rústico,
hizo presencia en Cartagena, tal vez desde los comienzos del periodo
republicano, donde se destaca algo del carnaval.italiano en un entor-
no urbano bastante frágil: bajo un pabellón rudimentario poco dife-
renciado socialmente, se celebran unas fiestas públicas elitistas don-
de sólo los muy ricos pueden costearse una máscara y en la
interpretación de los disfraces prevalece el relajo sobre la representa-
ción teatral (Posada Gutiérrez, 1929:208-209).
Por su parte el Carnaval de Barranquilla de la primera mitad del
siglo XIX es un "carnaval de villorrio" como se evidencia en la descrip-
ción que hace el viajero norteamericano Rensselaer Van Rensselaer,
en 1839 (Bonney, 1875:447-448): en un villorrio con calles arenosas
en caso de sol, y lodazales en caso de lluvia, se presenta un tipo de
divertimiento simple y rústico, ligado al aluvión, y a grupos indígenas
y mestizos que festejan en la calle. En este "sitio de libres" no hay
evidencias de carnaval italiano, ni de estructura organizada de las
fiestas, ni de divertimientos sofisticados en sus salones elitistas, segu-
ramente tan rudimentarios como esos licores adulterados en forma
infame y chapucera, que registra con merecido sarcasmo un visitante
extranjero de 1836 que registró posteriormente, en 1838, con mereci-
do sarcasmo otro visitante extranjero (Stewart, 1838).
El Carnaval de Barranquilla se volvió "carnaval de pequeña so-
ciedad" en la segunda mitad del siglo XIX con la transformación del
villorrio en un centro urbano importante de la región costeña y el país
gracias al desarrollo económico, y cuyas elites sociales tenían vivien-
das modernas y hábitos de consumo sofisticado con marcada influen-
cia extranjera. Un carnaval apoyado en relaciones de vecindad tradi-
cionales donde todos los actores se conocen y tienen trato cotidiano
(algo propiciado por el pequeño taller artesanal) permitiendo un am-
biente fuertemente afectivo. Se desarrolla la conexión fiesta-Estado-
sociedad civil, iniciada con el Bando de 1876 y el decreto de 1881,
que nombró rey del carnaval a Enrique de la Rosa, y continuada con
la asignación de recursos propios para la fiesta (impuestos a cantos,
bailes populares, licores, tabaco, "pasaportes") y, en general, con los
símbolos que presiden la fiesta (rey, reina, presidente, rey de burlas).
Esta presencia de la sociedad civil y del Estado se consolidó posterior-
49
mente en los años 40 con una estructura administrativa de carácter
cívico, encabezada por la Sociedad de Mejoras Públicas. Esta organi-
zación buscó legitimar sus acciones estimulando la participación de
todos los sectores mediante concursos de disfraces y danzas, reinados
populares en los barrios y la creación, en 1942, de una unidad especia-
lizada, la Junta Organizadora del Carnaval (Abe 110, Buelvas & Caba-
llero, 1979, 1985). .
Por otra parte, hay una evidente segmentación social en el carna-
val celebrado en los clubes sociales, salones de baile y otros eventos
similares de evidente influencia del carnaval italiano (Teatro Emiliano,
Club ABC, Club Barranquilla, Batalla de Flores), así como en los
ambientes menos sofisticados de la clase media (Teatro Fraternidad)
y los espacios rudimentarios de los sectores populares (salones burreros
y demás). En los primeros se expresa el cosmopolitismo, e incluso el
esnobismo de las elites barranquilleras, mientras que se aprecia el
ambiente todavía sencillo y hasta pueblerino, en los salones burreros,
-simples empalizadas adornadas con gallardetes y flores de papel, a
donde llegaban gentes del sector rural dejando sus burros amarrados
en la puerta. Por su parte, la Batalla de Flores, respuesta cívica a las
guerras civiles del siglo XIX, se inspiró en motivos del carnaval italiano
interpretados localmente, con carrozas llamativas aunque poco
sofisticadas: "una cabalgata que siempre terminaba en cabal perra"
según el pianista samario Honorio Alarcón (Fuenrnayor, 1985).
Se evidencia gran parte del bagaje moderno de esta fiesta, acu-
sando el impacto de la migración del sector rural y de otras ciudades
costeñas hacia Barranquilla en busca de trabajo: varas santas, mimos,
máscaras individuales, comedias, danzas tradicionales (coyongos,
gallinazos, diablitos, congas, paloteos, toritos), guachernas, cumbiam-
bas y demás. Se nota también el proceso de mestizaje cultural, lo rural
cambiando dentro del contexto urbano, característico del Carnaval
de Barranquilla, sintetizado en una graciosa metáfora. Si bien el sec-
tor rural aportó "los gajos de corozo", Barranquilla contribuyó a su
reelaboración agregándole "las flores de La Habana" (Abello, Buelvas
& Caballero, 1979, 1985). Hace parte de este bagaje moderno las
zonas de Barranquilla y su ubicación física dentro de la ciudad: las
elites en los barrios del norte y, paralelamente al desarrollo urbano y a
las migraciones, el "núcleo duro" de sectores populares del Carnaval:
Rebolo como una especie de "barrio madre" del Suroccidente, con-
formado por los barrios Montes, Las Nieves, Simón Bolívar, La Luz y la
Zona Negra.
50
Durante la segunda mitad del siglo xx el Carnaval de Barranqui-
Ha, entonces una de las ciudades más importantes del país, se inscri-
bió irreversiblemente en la perspectiva de la globalización al conver-
tirse en "carnaval de masas". Se convierte en una fiesta de convocatoria
masiva de proyección nacional e internacional, celebrada dentro del
contexto de la industria del entretenimiento. Es'el resultado del con-
texto urbano y de la revolución científico-técnica contemporánea,
que amplía la franja de tiempo libre y consolida la tendencia hacia
una sociedad más recreativa, cultural y estética (Restrepo y Gonzá-
lez, 1993). Aquí se pone en juego, en proporciones sin precedentes, la
salvación de la humanidad contenida en la fórmula del genial Francois
Rabelais: "la risa es revolucionaria". Es la risa como base de cambios
individuales y sociales profundos, risa de quienes interrogan al ser
humano en sus pliegues más escondidos, risa portadora de una estra-
tegia política crucial en la sociedad contemporánea: transformar con-
flictos sociales en ejercicios de violencia simbólica.
El espectáculo es el eje central de este carnaval de la globalización:
el mundo festivo organizado en eventos controlados y rentables, con
imágenes cómicas telúricas y modernas, bajo la mirada permanente
de los medios de comunicación masiva. Además, presenta una fun-
ción estratégica en términos del desarrollo local, pues proyecta la ima-
gen de la ciudad a nivel nacional e internacional o, para decirlo con
palabras menos especializadas, el espectáculo del carnaval es la vitri-
na que vende a BarranquiHa.
En este ritual contemporáneo se imponen transformaciones bien
significativas. En primer lugar, hay una globalización de danzas y rit-
mos musicales "tradicionales", es decir, adaptaciones a los medios de
comunicación y a las influencias nacionales e internacionales. Están
"gajos de corozo" y "flores de La Habana", sí, sólo que a una escala
inédita con respecto a las fiestas anteriores. En segundo lugar, el pre-
dominio de aspectos estéticos y hedonísticos sobre aspectos funciona-
les o rituales, incluyendo lo que algunos han denominado "la función
impugnadora del folclore (Lombardi Satriani, 1975). En tercer lugar,
Il
51
dad más allá de la plaza o el barrio: paradójicamente, las calles que-
dan desiertas. En quinto lugar, la fiesta tiende a volverse internacio-
nal: no sólo por los intentos recurrentes de crear puentes con la diás-
pora costeña sino porque los medios de comunicación masiva y el libre
flujo de información por Internet así lo imponen.
A este carnaval de masas contribuyen los reinados populares, que
amplían la base social de la fiesta (Friedemann, 1985), y también los
sitios de entretenimiento nocturno: las casetas, los equivalentes loca-
les del cabaret (Patio Andaluz, Terraza Tropical, Jardín Águila) y del
afterhours (Chop Suey), incluso aquellos de diversión non sancta, como
la memorable zona de tolerancia barranquillera de los años 40 y 50
(Barrio Chino, La Ceiba).
En su estructura administrativa han predominado dos esquemas.
Primero, el estatal, que se introdujo en los años 60 con la creación de
la Junta Permanente del Carnaval, dependencia de la Alcaldía domi-
nada por los concejales. Posteriormente, en 1979, se consolidó con la
creación de un establecimiento público del orden municipal: la Cor-
poración Autónoma del Carnaval, en cuya Junta Directiva predomi-
naba la clase política (Alcalde, concejales, juntas de acción comu-
nal) y algunos aliados coyunturales (sindicatos, grupos folclóricos,
locutores, periodistas). Se consolidaron de este modo los partidos po-
líticos como mediadores perversos entre la sociedad y el Estado, por su
capacidad de manipular las fiestas con fines partidistas (electorales,
por ejemplo) distintos a las necesidades de desarrollo social y cultu-
ral, y expresados en "auxilios" y patrocinios oficiales distribuidos es-
tratégicamente entre grupos folclóricos y reinas populares. El resulta-
do de este manejo estatal fue un proceso de lenta extinción del
Carnaval marcado por la falta de criterio del ente organizador (nin-
guna proyección a largo plazo, ineficiencia, falta de recursos, des-
atención a necesidades sociales y culturales). También se convirtió
en una fiesta desorganizada (desfiles y eventos desordenados) y se
propició un progresivo deterioro de los elementos de cultura popular
(de máscaras, disfraces, comparsas y, en general, de las "tradiciones";
indiferencia juvenil hacia el folclor (González & Acosta Madiedo,
1989).
y en segundo lugar,ha predominado el esquema cívico, simboliza-
do en el empresario moderno barranquillero, que busca legitimar su
explotación económica interesándose no sólo por la unidad producti-
va sino por el entorno que la circunda (Gramsci, 1975:318-324). Sus
antecedentes se remontan a las iniciativas de los clubes sociales del
52
siglo XIX y, desde los años 40, a la Sociedad de Mejoras Públicas, hasta
la creación de la Junta Organizadora del Carnaval. Ante las limita-
ciones del esquema estatal, durante casi toda la segunda mitad del
sigloxx, el sector privado buscó conformar una alternativa de manejo
racional del Carnaval, que culminó en 1992 con la creación de una
sociedad de economía mixta, Carnaval de Barranquilla S. A. (De la
Espriella, 2003) y, posteriormente, con la Fundación Carnaval de Ba-
rranquilla, con patrocinadores oficiales (UNESCO, Alcaldía Distrital
de Barranquilla, Ministerio de Cultura) y privados que se vinculan a
través de aportes y del paquete comercial". Con esto se buscaba la
posibilidad de manejar recursos estatales con una administración ra-
cional que escapara al control de la clase política. Además, se propo-
nía comprometer al sector privado en el evento más importante de la
ciudad y, por ende, intervenir más decididamente en los asuntos pú-
blicos. Estaba en juego la estrategia de desarrollar el espectáculo y
lograr resultados culturales positivos. Desde este momento se dio un
desarrollo vertiginoso de la fiesta, no sólo en términos administrativos
y financieros', sino también éticos y culturales, porque hubo transpa-
rencia y rendición de cuentas, se detuvo el deterioro de las expresio-
nes folclóricas y se incrementó la participación popular a una escala
sin precedentes. Como corolario de este desarrollo, la Ley 706 de 2001
declaró Patrimonio Cultural de la Nación al Carnaval de Barranqui-
lla y en noviembre de 2003 el Carnaval fue reconocido por la UNESCO
como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, teniendo en
cuenta que se trataba de una fiesta con expresiones tradicionales de
interés socíal",
Esto abrió la puerta hacia una perspectiva típicamente contempo-
ránea: industrializar la fiesta como propuesta de desarrollo social y cul-
tural y como forma de preservar las tradiciones y de hacer posible la
mimesis. Propició esa mirada hacia el otro, actitud que está en la base
del mestizaje cultural y de la democracia.
6. www.carnavaldebarranguilla.orgloatrocinadoreslinfomlacion comercial.
7. Ver los informes financieros de 2004 y 2005, así como el estudio de
Fundesarrollo sobre el impacto económico local 2005, así corno los indicadores de
gestión social: número de asistentes por evento, proyección 2006, empleos genera-
dos por el Carnaval 2005, y número proyectado de personas directamente benefi-
ciadas en 2004 en la página web institucional: www.carnavaldebarranguilla.org.
8. Dossier: "Carnaval de Barranquilla obra maestra del patrimonio oral e
intangible de la humanidad", Huellas, Nos. 71-75, 2005.
53
Conclusión
54
los últimos quince años, introdujeron un elemento nuevo en la díscu-
sión sobre la fiesta: la oposición espectáculo,cultura, sobre todo si se
trata de cultura popular, intrínsecamente mala la una, e intrínseca,
mente buena la otra. Aunque con esto se distinguen de la clase polí-
tica tradicional, que no tenía posición alguna más allá de su oportu-
nismo sin principios, terminaron coincidiendo con ella en el deseo de
que el Concejo volviera a retomar el control del Carnaval como en los
tiempos dorados del clientelismo.
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57
La fiesta contemporánea
Mirtha Buelvas
Profesora titular.
Universidad del Atlántico
59
dentes de otros lugares, lo que hace al carnaval de Barranquilla re-
ceptor y heredero de muchas manifestaciones culturales del Caribe
colombiano, tanto en el ámbito de músicas y danzas, como de imagi-
narios festivos y los ha transformado y reelaborado dentro de un con-
texto urbano.
La condición de Barranquilla como receptora de expresiones cul-
turales de diferentes lugares del Caribe colombiano, permite encon-
trar hoy en el carnaval de la ciudad, indicios culturales de los di-
ferentes periodos históricos de la región, vestigios de las etapas
prehispánica, colonial, republicana, moderna y contemporánea. El
carnaval de la ciudad es una fiesta donde conviven expresiones
folclóricas de culturas tradicionales provenientes de poblaciones me-
nores, con otras de carácter urbano.
Encontramos en el carnaval, manifestaciones populares propias de
periodos históricos pasados, como es el caso de las danzas, con expre-
siones populares de creación reciente. En las tradiciones populares
del carnaval de Barranquilla, la música, el baile y el vestuario man-
tienen su esencia formal. Ciertas manifestaciones derivadas de otras
épocas y culturas, como algunas danzas y las máscaras de madera, por
ejemplo, hoy se viven de forma diferente, con cambios en el uso y en
su significaciónaunque su expresión formal se mantenga relativamente.
El dinamismo cultural ha producido cambios en el uso de las ma-
nifestaciones culturales del Carnaval de Barranquilla. Se encuentran
hoy expresiones populares culturales cuyo significado procedente de
su sitio de origen, se fue transformando y adquiriendo un uso diferen-
te a partir de la reapropiación social por comunidades diferentes a las
de su origen.
A manera de ilustración podemos tomar el ejemplo de las másca-
ras de madera usadas en los disfraces de animales que acompañan las
danzas de congos del Carnaval de Barranquilla, derivadas de la más-
cara africana.
La máscara africana original tenía un significado diferente al que
tiene hoy en la fiesta de Barranquilla. Representaba la manera de
pensar del pueblo africano de donde procede, que bajo el dominio
español no pudo expresarse igual a como lo hacía en su tierra de ori-
gen, y con mayor razón, al pertenecer a una población esclavizada,
arrancada por la fuerza de su entorno, del que conservó entre otros
bienes culturales el recuerdo de los objetos que buscaría reproducir
en condiciones muy distintas.
En el pensamiento africano, la máscara encierra una complejidad
que parte de la diferencia que hace de dos categorías, la de la mate-
ria prima en bruto como la madera, por ejemplo, y la de aquello en lo
que se convierte al ser transformada por el artista, cuya connotación
es ser símbolo de lo representado. En la talla de la escultura de las
imágenes utilizadas en los ritos, bastaba el trabajo manual y el nom-
bramiento del artista para pasar de materia prima a una representa-
ción. En las máscaras utilizadas en el baile, el acontecer era más com-
plejo porque además del nombramiento del artista, el danzante debía
hacer un nombramiento adicional en el momento de la danza.
Las palabras del escultor y del bailarín determinaban si la máscara
de un animal representaba a un hombre muerto, y se utilizaba casi
siempre en las fiestas profanas, o era una máscara reservada al culto.
Estas podían tener forma de animal y representar un "no rostro" de un
antecesor o también las cualidades del animal; por ejemplo, la araña
es la inteligencia, el elefante la fuerza, los cuernos son la luna y ésta
representa la fertilidad. ,
La simbología señalada de la máscara tallada en Africa va a de-
saparecer al atravesar el mar y llegar en calidad de esclava a la nueva
patria; en el Caribe colombiano su significado se redujo a la única
función que le fue permitida en el sistema colonial, servir de regocijo
en los cabildos de negros de nación en Cartagena, como reafirmación
de identidad y recuerdo de la tierra que había quedado atrás. En
algunos sitios del Gran Caribe -como en Cuba con los ñáñigos, y en
Haití en el vudú-, las máscaras sirvieron y sirven para seguir acompa-
ñando ritos religiosos.
En los cabildos de Cartagena las máscaras de madera, que bien
pudieron tener en un primer momento funciones de culto, fueron trans-
formando su significado y, más adelante, los animales que representa-
ron en Africa cedieron el paso a la fauna americana. En vez de leopar-
dos, elefantes y leones, las máscaras comenzaron su tránsito a la
representación de la fauna presente en América; hoy las máscaras del
Carnaval de Barranquilla representan chivos, burros, tigres, perros y
toros.
La complejidad de la máscara africana original se transformó, cam-
bió su significado y su función al pasar de una cultura a otra; hoy en
los Carnavales de Barranquilla, la máscara de madera es un objeto
para el divertimiento, para la recreación, una expresión de la plástica
y la estética popular.
La transformación de las manifestaciones culturales de carnaval
se inició fuera del perímetro de Barranquilla, que a diferencia de
Santa Marta, Cartagena y Mompox no fue un asiento colonial en el
61
Caribe colombiano, ni tuvo desarrollo significativo al iniciarse el mes-
tizaje. La fiesta del carnaval y especialmente sus diferentes expresio-
nes de danza, música, vestuarios y otras, arribaron a la ciudad con la
migración, cuando la fase formativa de la cultura multiétnica y mesti-
za de la región y su consolidación, ya se había cumplido en otras po-
blaciones y cuando Barranquilla experimenta su desarrollo urbano.
El Carnaval de Barranquilla, como todas las fiestas, se entiende
como resultado de procesos sociales y aconteceres culturales de la
historia que vive la comunidad que la sustenta como su patrimonio.
Para contextualizar entonces los carnavales de hoy en Barranquilla,
siglo XXI, es esencial hacer un recorrido sucinto y rápido por los acon-
tecimientos históricos que lo han ido perfilando.
62
En poblaciones menores de la región del Caribe, desde las prime-
ras épocas de la llegada de los españoles, se celebraron carnavales en
los que se disfrazaban y se pintaban el cuerpo, como se registra en
1526 en la colonia de Caparra de Puerto Rico; los carnavales se cele-
braban no como fiesta estructurada, como sucedió en Cartagena más
tarde, sino como un acontecimiento donde se "jugaban carnavales" lo
que incluía pintarse el cuerpo con diferentes sustancias entre otras
actividades de la población. Es posible que esto sucediera en Barran-
quilla durante la Colonia, por encontrarse en un área de influencia
de los focos culturales en esa época del Caribe colombiano, como
Cartagena, Santa Marta y Mompox, poblaciones donde los carnavales
constituían celebraciones coloniales importantes. Según la informa-
ción de De Castro (2004), basado en el censo de población de 1772, el
sitio de "Las barranquillas de San Nicolás" contaba con 1.400 habi-
tantes, un poblado pequeño que puede ser indicio de la ausencia de
la fiesta en Barranquilla durante el siglo XVIII.
En la estructura político administrativa de la Colonia, Barranquí-
lla fue sólo un sitio de libres hasta 1700 cuando alcanzó el rango de
Capitanía a Guerra del Partido de Tierra Adentro; en 1772 se recono-
ció como corregimiento, en 1774 se erigió parroquia y finalmente en
1813, por su valor estratégico en las luchas por la independencia, fue
declarada villa capital del departamento de Barlovento por la Cáma-
ra de Representantes de Cartagena.
No sabemos si Barranquilla tuvo "juegos de carnavales" en la Co-
lonia, pero si éstos existieron no debieron tener mayor importancia
dado el tamaño del caserío. Lo que sí se puede afirmar es que el im-
pulso definitivo y la consolidación de los carnavales en Barranquilla
como fiesta tradicional, obedecen al desarrollo urbano de la ciudad.
Su importancia corre pareja a la historia de la población que sólo en
1857 logra la designación de ciudad, de acuerdo con la organización
territorial del mismo año, cuando la provincia de Cartagena pasó a ser
el Estado de Bolívar.
El crecimiento urbano de Barranquilla obedece a diferentes he-
chos que suceden en la República, como la apertura del puerto ma-
rítimo de Sabanilla para el comercio internacional -de amplia re-
percusión en la ciudad-, el auge de la navegación a vapor por el río
Magdalena, la abolición del monopolio del tabaco en 1850 y el conse-
cuente auge en la producción y exportación del producto que aumen-
tó la actividad portuaria y comercial de la población, impulsando la
migración y el crecimiento de la ciudad. El cambio de régimen políti-
63
co fue el motor para el desarrollo urbano de Barranquilla y motivo del
asentamiento y consolidación de los carnavales; así, los carnavales de
Barranquilla al igual que la ciudad son hijos de la República.
Desde mediados del siglo XIX el crecimiento de la población de la
ciudad aumenta de manera significativa. Entre 1870 y 1882, y en la
segunda década del sigloxx, aumenta la tasa de expansión demográfica
debido a las sucesivas oleadas migratorias provenientes de las poblacio-
nes cercanas costeras de Cartagena y Santa Marta, cuyas poblaciones
decrecen y de las riberas del río Magdalena, del canal del Dique, del
brazo de Mompox, de Ciénaga, Magdalena y de pueblos de la región
de lo que es hoy el departamento del Cesar. Las rutas de estas migra-
ciones se explican porque el acceso a Barranquilla desde el interior
de la Costa Caribe sólo se facilitaba, en ese entonces, por vía fluvial.
Con los migrantes que vinieron a engrosar los sectores populares y
que se instalaron en los barrios abajo y arriba del río (Rebolo y las
Nieves) llegaron sones y danzas. Los nuevos habitantes trajeron consi-
go su acervo cultural a la nueva urbe, muchas manifestaciones del
Carnaval de Barranquilla como guachernas, danzas y disfraces, tie-
nen su par vivo o ya desaparecido en poblaciones de donde partieron
corrientes migratorias hacia Barranquilla, en las últimas décadas del
siglo XIX y primeras del xx.
El dinamismo económico, comercial e industrial y por ende el de-
sarrollo urbano de Barranquilla la fue convirtiendo en el sitio de ma-
yor migración de la región, en recolector de tradiciones folclóricas y
culturales del Caribe colombiano, en punto de encuentro de diversas
manifestaciones populares y mestizas provenientes de diferentes pue-
blos regionales.
Barranquilla fue un punto de encuentro de manifestaciones popu-
lares mestizas de los carnavales de las poblaciones de donde proce-
dían los migran tes. Allí se mezclaron, se transformaron y adquirieron
carta de ciudadanía con identidad propia y un carácter más urbano
en relación con sus lugares de origen. A los carnavales de Barranqui-
lla, llegó una gran variedad de manifestaciones culturales, expresio-
nes creadas en diferentes épocas históricas, de diversos ámbitos, algu-
nas proceden de espacios urbanos y otras de poblaciones pequeñas.
Todas estas manifestaciones populares de carnaval, de danza y música
que arribaron a Barranquilla, fueron estableciendo un proceso de in-
tercambio entre ellas, adquirieron una identidad propia y se diferen-
ciaron de las de su sitio de origen.
El Carnaval de Barranquilla se afianzó como fiesta, se perpetuó en
la memoria de sus habitantes y creó un alto sentido de pertenencia
64
con la celebración que con los años se convirtió en seña de identidad,
porque fue una fiesta a la medida de la nueva ciudad en cuya cons-
trucción la migración y la iniciativa ciudadana fueron pilares funda-
mentales y en donde cualquier manifestación popular excluyente no
podía tener futuro. Fue una celebración tolerante que por fuerza de-
bía incluirlos a todos. dejando resquicios para las cargas culturales de
los recién llegados.
En muchas expresiones culturales presentes en el Carnaval de
Barranquilla hoy podemos encontrar huellas culturales de los pueblos
indígenas. europeos y africanos. matrices de la cultura de la región.
Estos indicios culturales nos permiten en algunas ocasiones vislumbrar
la procedencia de ciertas manifestaciones populares del Carnaval.
Barranquilla se fue convirtiendo en una urbe y la fiesta en un recurso
de la comunidad local para hacer real la ficción compartida de uni-
dad. Los tiempos del carnaval y los espacios sociales donde se celebra-
ban permitieron una definición. es decir. daban como resultado una
identidad. Los carnavales en Barranquilla se fueron convirtiendo en
una actividad colectiva de la cultura popular de la ciudad con expre-
siones festivas de naturaleza pública. celebrada en calles y plazas.
Este rápido recorrido por el origen de la consolidación de los car-
navales en Barranquilla y el señalamiento de alguna de sus caracte-
rísticas. nos permite deducir la importancia de la migración en la con-
formación de la fiesta. Los portadores del bagaje cultural que aportaron
al carnaval diferentes manifestaciones culturales y populares. pudie-
ron conservar su procedencia y adquirir a la vez la ciudadanía de la
nueva urbe; es decir ser urbanitas sin dejar de ser pueblerinos.
En la actualidad el Carnaval de Barranquilla es un receptor de las
experiencias del presente. relacionadas con la problemática de las so-
ciedades contemporáneas y con los hechos sociales específicos de Co-
lombia.como losdesplazamientos de las zonas menos urbanas a la ciudad.
65
derarse folelor, y que ayudan a oxigenar y actualizar los desfiles anua-
les de la fiesta.
Las danzas en el carnaval son una amalgama de elementos deriva-
dos de diferentes culturas, expresiones mestizas que además de dar
testimonio sobre épocas pasadas, también registran la influencia de
nuestra época, como manifestaciones vivas.
En la fiesta de hoy, la vivencia de la vida cotidiana se trasforma
y las marcadas diferenciaciones que existen en la sociedad actual,
-gracias a la eficacia simbólica de la fiesta, donde cada uno de los
participantes puede sentirse integrado- produce la ilusión de una so-
ciedad urbana global, integrada, congruente y sin estructuras ambi-
guas e inestables.
La celebración de la fiesta convierte el espacio colectivo de uso
diario, la ciudad, en un espacio común con coherencia cultural, don-
de se integran sectores que durante el resto de año permanecen un
tanto separados de lo que acontece en la ciudad, como sucede con el
sur occidente, durante los carnavales en Barranquilla.
En la fiesta se crean relaciones, se establecen vínculos cálidos más
sinceros y desinteresados entre los participantes que los que se esta-
blecen diariamente en el ejercicio de los múltiples roles que se de-
sempeñan en una sociedad que tiende a volverse compleja y donde
las personas tienden a protegerse.
Las sociedades en el camino de la modernización experimentan el
proceso de ser homogéneas y heterogéneas a la vez y presentan múlti-
ples interdependencias, encuentros y estímulos que dificultan cada
vez más la fidelidad a una sola identidad, situación reforzada por las
constantes migraciones. La fiesta puede convertirse en el vehículo
para hacer posible que una comunidad imaginaria en el breve tiempo
de la celebración, se quede con ella misma sin interferencias, sin ele-
mentos que la perturben y minimizando sus propias complicaciones
internas. Es un espacio mágico que crea la ilusión de una comunidad
sin pluralidad, sin contradicciones y sin conflictos.
La fiesta es una representación que pone en escena a una comuni-
dad determinada mostrándola a sí misma ya las otras con sus símbolos
específicos, sus significados, permitiéndoles a los participantes experi-
mentar una identidad. Es un espacio donde los actores de la fiesta y
los diferentes sectores como el cultural, el comercial y el económico
entre otros, quieren mostrarse y recibir un reconocimiento, hacerse
visibles para la sociedad donde se celebra la fiesta.
A medida que la sociedad se hace más compleja, la fiesta no es
sólo la exposición de su identidad cultural, ni su escenificación, pero
sí puede contribuir a que la identidad y la pertenencia a la ciudad sea
uno de sus resultados. Esta es la tendencia actual de los carnavales de
Barranquilla.
En el espacio y en el tiempo de la fiesta urbana contemporánea no
se produce sólo el encuentro de la comunidad, como en otros tiempos,
sino una unidad social basada no en la comunión, sino en la comuni-
cación. Por ejemplo en el Carnaval de Barranquilla que cada día agru-
pa más personas, encontramos en la fiesta habitantes de la ciudad,
disfraces y grupos de carnaval locales y nacionales, migrantes de Ba-
rranquilla que regresan de otras ciudades nacionales e internacíona-
les, sus hijos, nacidos fuera de la ciudad y que vienen a la fiesta,
grupos de música y danzas de la región del Caribe colombiano proce-
dentes de diferentes poblaciones, lo que conforma una unidad social
que se reúne para asistir a la fiesta.
Como ocurre en las fiestas urbanas de hoy, también en los Carnava-
les de Barranquilla confluyen disfraces, miembros de los grupos del
carnaval y distintos participantes que buscan reafirmar y recordar su
identidad y otros que se suman a la fiesta especialmente para olvidarse
de quiénes son, para dejar su espacio identitario, es decir ser nadie
para sentir el anonimato, ponerse una máscara para simular lo que no
se es. En los Carnavales de Barranquilla, los participantes de la fiesta
no sólo los actores sino también los espectadores, buscan que las gentes
que arriban para la fiesta se sientan como en su casa, aun los recién
llegados.
El desarrollo moderno transforma las manifestaciones culturales
populares de las fiestas. En el Carnaval de Barranquilla, por ejemplo,
los grupos y los disfraces van entrando en otros circuitos para su super,
vivencia y fortalecimiento. Así se han venido dando transformaciones
en lo relativo a su sostenimiento y a su organización. También hay
variaciones lentas en el uso de colores y adornos del vestuario sin que
se pierda la esencia de la propuesta, por ejemplo, en el caso del vesti-
do de la mujer en la cumbia, se muestra una suave tendencia a darle
toques urbanos y hacerlo más atractivo en los desfiles. Otro cambio
observado es la utilización por parte de los grupos, de figuras con roles
propios de la época actual como la de director artístico, que no existía
hace algunas décadas, y que ahora participa sobre todo en las compar-
sas; práctica que se va extendiendo a otras agrupaciones.
Participan en los desfiles del carnaval de hoya diferencia de otras
épocas profesionales del teatro; los disfraces incluyen elementos ob-
servados en los medios audiovisuales, en Internet, en películas y en
67
televisión por cable, y así encontramos personajes de la guerra de las
galaxias, que conviven con otras representaciones de hechos impor-
tantes del año de la vida nacional e internacional. Algunos motivos
de los disfraces salen de la esfera de la globalización contemporánea a
través del uso de los diferentes medios de comunicación. Los partici-
pantes actuales del carnaval poseen mayor información que los de
hace veinte años y esto cambia la elección del disfraz para representar
en el Carnaval.
Las manifestaciones culturales en el Carnaval de Barranquilla pro-
venientes de espacios menos urbanos y correspondientes a creaciones
de otro momento histórico que, como las danzas de relación y las lla-
madas especiales, no son las más numerosas de los grupos del Carna-
val de Barranquilla, son muy valiosas para la fiesta y permanecen por
su valor estético. Los grupos de cumbias o cumbiambas son los de
mayor número hoy en el Carnaval, y presenta variaciones en relación
con la cumbia que se bailaba a finales del siglo XIX y principios del XX
en las tiendas del perímetro urbano de Barranquilla y en otras partes
de la región, donde se danzaba alrededor de los músicos en una ron-
da; para adaptarse a los desfiles de carnaval, la cumbia tuvo que imi-
tar la marcha de las danzas y ahora se desplazan en dos filas de hom-
bres y mujeres que se entrecruzan y forman figuras geométricas además
de las circulares.
Las manifestaciones populares de las fiestas, danzas y música popular
tradicional no son un patrimonio congelado, la tradición se piensa hoy
-según dice Martha Blache (1988) en el ensayo "Folclor y cultura popu-
lar"- como un mecanismo de selección, y aun de invención, proyectado
hacia el pasado para legitimar el presente.
La continuidad de la fiesta en la vida contemporánea es posible
cuando hay un interés de los participantes por mantener su patrimo-
nio festivo renovado. La fiesta actual se sostiene no sólo por razones
culturales sino también por su capacidad de transformación, por los
intereses económicos que en ella intervienen y especialmente por ser-
vir de vehículo a las necesidades sociales del momento. En el Carna-
val de Barranquilla, por ejemplo, en el último manual entregado a los
grupos y disfraces, se destaca el ejercicio de la ciudadanía como ele-
mento en la participación de la fiesta.
Las creaciones populares y tradicionales de la fiesta en la contem-
poraneidad no están sólo adscritas a sectores determinados como po-
pulares, porque se conciben más como prácticas sociales y procesos de
comunicación. En el Carnaval de Barranquilla las danzas, las compar-
68
sas, las cumbias y los disfraces son representados en esta época tanto
por sectores populares, como por sectores medios y de elite sin que la
manifestación deje de ser una expresión popular del carnaval.
En las sociedades modernas, las personas en una fiesta tradicio-
nal, como de hecho pasa en el carnaval de Barranquilla, pueden par-
ticipar de diferentes sistemas de prácticas simbólicas, creadas en dife-
rentes tiempos en una integración diacrónica y sincrónica; es el caso
de los bailarines actuales de las danzas de relación y especiales que
son expresiones culturales que pertenecen a otro tiempo histórico,
algunas provenientes de poblaciones de las riberas del río Magdalena,
o el de las danzas de Congos que derivan de los "reinados de Cartage-
na", grupos que participaron en el carnaval y las fiestas de la Cande-
laria de Cartagena y éstos a su vez surgen de los cabildos de negros de
nación de la época de la Colonia.
Las fiestas tradicionales han ido evolucionando en cuanto a quién
las organiza y las administra; hoy no sólo intervienen los participantes,
como sucedía anteriormente, sino también otros estamentos como los
organismos del Estado encargados de administrar el patrimonio mate-
rial e inmaterial de la nación, que en el caso de Colombia es el Minis-
terio de Cultura. También intervienen las alcaldías, las cámaras de
comercio y las fundaciones mixtas y privadas, como en el Carnaval de
Barranquüla con la Fundación Carnaval de Barranquilla de carácter
mixto. Igualmente intervienen las industrias relacionadas con los pro-
ductos que se consumen en la fiesta, como las bebidas y de forma
significativa los medios de comunicación, prensa, radio y televisión.
En las complejas sociedades de hoy, los participantes de la fiesta
tradicional pueden no ser una comunidad homogénea y tener dife-
rentes procedencias; así sucede en el Carnaval de Barranquilla don-
de participan campesinos al lado de músicos cumbiamberos de pobla-
ciones pequeñas; actores urbanos, locales o nacionales, que participan
individualmente o en grupos; agrupaciones de danza y música de otras
poblaciones del país; grupos de carnaval compuestos por migrantes y
sus descendientes provenientes de Estados Unidos, además de extran-
jeros de diversas procedencias que se integran a diferentes compar-
sas. Es decir que la fiesta tradicional no es ya únicamente un espacio
para la participación de habitantes de una localidad.
En los Carnavales de Barranquilla lo tradicional no se vive como
nostalgia del pasado ni melancolía con las tradiciones, sino como una
vivencia intensa y actual con las transformaciones que corresponden
a su época. Se recurre a la risa para descargar ciertas tensiones, como
la burla de los hombres que se disfrazan de mujeres. La barranquillera,
inserta en el Caribe colombiano, es una sociedad con alto grado de
machismo. Allí se reafirma esta tradición hegemónica al tiempo que
se subvierte en la parodia de hombres disfrazados de mujeres, en un
tiempo corto y limitado.
No es cierto que el tiempo de la fiesta rompa las jerarquías o acabe
con las desigualdades de la sociedad donde se celebra, pero la irreve-
rencia de los carnavales, por ejemplo en Barranquilla, deja fluir unas
relaciones más libres, menos fatalistas con lo establecido, convirtién-
dose en catarsis colectiva y permitiendo que parte de la población
esté más tranquila el resto del año.
Los carnavales son una elaboración simbólica. En las fiestas tradi-
cionales de hoy, tratar de preservar pura una tradición por norma o
disposición, no es exactamente la garantía que le permitirá sobrevivir
en el transcurso del tiempo; es más, muchas veces sucede lo contra-
rio, las nuevas generaciones comienzan a perder interés en manifesta-
ciones populares culturales que pretenden mantenerse congeladas.
La flexibilidad de la fiesta tradicional y su apertura permiten su soste-
nimiento en la contemporaneidad de un mundo variado, complicado
y globalizado donde las sociedades son multiculturales y con relacio-
nes económicas de mayor complejidad que aquellas donde nacieron y
fueron desarrollándose las tradiciones. El hombre de hoy se mueve sin
mayores complicaciones en múltiples estímulos culturales.
En el Carnaval de Barranquilla la danza, la música y las represen-
taciones no están aisladas de los agentes modernos que las atraviesan,
como las industrias culturales, las políticas del Estado sobre lo cultu-
ral, sobre los bienes simbólicos y las relaciones económicas, pero igual
están atravesadas por lo tradicional.
La migración acelerada a las ciudades, la globalización a través de
los medios de comunicación y los hechos sociales y económicos que se
viven donde se realiza la fiesta, van produciendo transformaciones en
el manejo de las diferentes manifestaciones festivas y en la fiesta misma
que en la medida en que se acepten estos cambios inevitables y la
fiesta popular se convierta en un hecho incluyente, ésta tenderá a
fortalecerse.
En la contemporaneidad la fiesta del Carnaval de Barranquilla
sigue su rumbo natural y hay que dejar que fluyan ciertas transforma-
ciones producto de este tiempo, dado que es una celebración viva con
una dinámica propia, no es una pieza de museo.
La cultura de la ciudad es una trama densa y específica con sus
símbolos y significantes que se deben entender para comprender la
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fiesta. Por ejemplo el baile, el movimiento, la oralidad, la informali-
dad, la posibilidad de establecer relaciones cara a cara -rasgos que
ayudan a la creación de redes sociales- son expresiones que están
presentes en todo el Caribe colombiano, sin embargo tienen significa-
dos específicos en cada una de sus ciudades. Sus cargas simbólicas
cambian de una localidad a otra. Para manejar y organizar la fiesta
tradicional con éxito es importante entender la trama de la ciudad en
cuestión. No hay una fórmula para hacerlo salvo la necesidad de mi-
rar específicamente la problemática histórica y social de cada pobla-
ción para contextualizar la fiesta.
En Barranquilla, recordemos, la migración es uno de los rasgos
presentes a lo largo de su historia. En relación con los carnavales, ésta
tiene una intervención diferente acorde con el momento histórico en
que se produce; en el pasado -finales del siglo XIX, primeras décadas
del xx- las cargas culturales de los migrantes que incluían prácticas
de carnaval.en sus sitios de origen se unieron, se mezclaron y engrosa-
ron las filas de la fiesta de la localidad. Estos migrantes venían a bus-
car mejor calidad de vida y con gran entusiasmo ayudaron a desarro-
llar la ciudad. Hoy este fenómeno no es posible con la plenitud que lo
fue en el pasado, ya que muchos de los nuevos habitantes de Barran-
quilla traen otras cargas sociales y psicológicas.
Lo incoherente del suceso de la migración actual suscitado por la
violencia en las zonas rurales y en las poblaciones menores en Colom-
bia, va aglomerando un gran número de desplazados en Barranquilla
que a largo plazo, si se establecen en la ciudad, van a tener alguna
relación con la fiesta, sea ésta en sentido positivo o negativo. Este será
un tema para incluirse tanto en los estudios culturales futuros de los
Carnavales de Barranquilla, como en las políticas establecidas para la
celebración de la fiesta.
Las principales ciudades del Caribe colombiano -y Barranquilla
en primer término- están recibiendo permanentemente un gran con-
tingente de desplazados provenientes especialmente de las zonas de
mayor conflicto en la región como los Montes de María, Sierra Neva-
da de Santa Marta, Alto Sinú, Urabá y otros ejes de desplazamiento.
Esta población que arriba a la ciudad tiene dificultades para integrar-
se a los centros urbanos, por lo intenso y repentino del fenómeno y
porque las ciudades no están preparadas para recibirlos. También lle-
gan a Barranquilla migran tes que no tiene la condición de desplaza-
dos y que establecen otra relación con la ciudad, tanto los unos como
los otros no disponen del tiempo suficiente, como en el pasado, para
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reelaborar sus cargas culturales e incluirlas en el carnaval, por el rit-
mo de la sociedad contemporánea y lo acelerado del fenómeno. En los
primeros, su arribo tiene connotaciones psicológicas negativas, difi-
cultando crear sentido de pertenencia a la ciudad.
León y Rebeca Grinberg (1984), en su libro Psicoanálisis de la mi,
gración y el exilio, decían que la posibilidad de desarrollar un senti-
miento de pertenencia parece ser un requisito para integrarse
exitosamente en un país nuevo, así como para conservar el sentimien-
to de la propia identidad. Esta idea puede aplicarse a los migrantes y
desplazados de las ciudades colombianas.
La participación en la fiesta permite el ejercicio de un sentido de
identidad, una expresión colectiva que es un camino en la construc-
ción de la ciudadanía, una meta deseada para la celebración contem-
poránea donde se ejerza la tolerancia y el respeto al otro.
La fiesta puede considerarse hoy como una práctica que contribu-
ye a la sanidad social de la urbe. El Carnaval en Barranquilla puede
convertirse en un vehículo para integrar y estimular el sentido de
pertenencia a la ciudad de los nuevos migran tes. La fiesta puede ser
una política social urbana orientada a desarrollar lazos de solidaridad
social con el fin de ir reconstruyendo las vidas de los recién llegados a
los nuevos espacios,
En esta época no se puede seguir pensando que las únicas políti-
cas válidas para las fiestas de las ciudades sean las de conservar y
rescatar; las ciudades se han transformado, su dinámica es mayor hoy
y, en muchos aspectos, losfestejos se trasforman, por loque es importan,
te comprender esa mecánica de la ciudad para evitar que las fiestas
sean planeadas desde el escritorio sin tener en cuenta la realidad,
porque se corre el riesgo de fracasar con la posibilidad de que lo que
se planea no tenga ningún significado para los actores del carnaval.
Cada fiesta es única, las recetas uniformes son un absurdo conceptual.
Bibliografía
Blache Martha (1988), "Folclor y cultura popular", en Revista de investiga-
ción FolkIárica del Instituto de Ciencias Antropológicas, Universidad de Bue-
nos Aires.
Castro Arturo de (1942), Ciudades colombianas del Caribe, Barranquilla, Li-
tografía Barranquilla.
Grinherg, León y Rebeca (1984), Psicoanálisis de la migTacíón y el exilio, Ma-
drid, España, Alianza Editorial.
n
Génesis y evolución de la organización del Carnaval
de Barranquilla: historia de goce y voluntades
Jaime Olivares
Antropólogo
73
cas que, como dice el antropólogo inglés Víctor Turner, "reafirman el
orden de la estructura (...) [y] restablecen todas las relaciones socia-
les entre los individuos históricos que ocupan posiciones en dicha
estructura" (1988:188). .
El Carnaval de Barranquilla representa, desde la perspectiva de
sus actores y gestores, una expresión cultural que es apreciada por la
gente porque en ella se hace presente el espíritu alegre y festivo que
caracteriza' la idiosincrasia del pueblo y que reafirma su identidad.
Su importancia es tal, que en el imaginario del ciudadano común,
la fiesta ocupa un lugar privilegiado en el que se combinan un modo
de celebración de la vida y una temporada en la que se pueden rei-
vindicar la esencia barranquillera y la inconformidad frente a lo que
se viene presentando en la ciudad; es una época en la que culminan
y se inician las principales actividades y eventos propios del contexto
sociocultural barranquillero y a la vez un espacio de tolerancia donde
se reafirma la identidad cultural de quienes participan en el carnavaL
Si se acepta el análisis sociológico expresado por Pierre Bourdieu,
considero el carnaval de Barranquilla como el ejemplo de un espacio
donde el sistema de posiciones sociales se define en relación con los
nexos y articulaciones que se dan entre sí'. Según Bourdieu, el carna-
val puede ser interpretado como un espacio social en el cual se desa-
rrollan actividades rituales con un alto contenido simbólico, utilizado
por un grupo específico con el propósito de remarcar las diferencias y
reafirmar el sentido propio de la identidad (Bourdieu, 1998:28-33).
Sin alejarme del propósito central de este texto, que es el de referir
las principales inquietudes e interrogantes planteados en torno a la
dinámica social y cultural que se manifiestan en el interior de un
carnaval como el de Barranquilla y centrándome en su organización,
intento resaltar el aporte que desde la perspectiva histórica ofrece el
análisis del carnaval, que permite apreciar y comprender la historia
política y económica de una ciudad como Barranquilla y vislumbrar el
proceso del carnaval en el que siempre se han hecho presentes las
tensiones suscitadas entre los actores o creadores locales de las expre-
siones de la cultura tradicional o popular y las instituciones y gremios
que participan en el mismo. Esta mirada permite, de alguna forma,
apreciar los conflictos de clase y las jerarquizaciones sociales que se
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dan en esta dudad y que obviamente se expresan a través del propio
carnaval.
Para ello es preciso remontarse a la organización del Carnaval de
Barranquilla desde sus primeras manifestaciones, a mediados del siglo
XVIII y pasar por las transformaciones que se llevaron a cabo durante
el siglo XIX; también es necesario ver la forma como se desarrolló la
fiesta, una vez que Barranquilla se convirtió en una de las principales
ciudades de la Costa Atlántica a mediados de los años 50 del siglo
pasado. Después de tener un panorama histórico que da cuenta de la
manera como se ha ido transformando la organización de la fiesta es
necesario analizar,desde la perspectiva antropológica, los cambios que
se han dado recientemente dentro de su estructura organizativa y
resaltar los debates que se han dado en la actualidad, a partir de la
consideración de la tradición frente a la modernidad. Tales debates
se han dado dentro de una empresa de economía mixta, que hoy por
hoyes la encargada de organizar los eventos y actividades que se
adelantan en el carnaval.
Más allá de un recuento histórico pormenorizado del carnaval,
considero que mi investigación intenta ver el carnaval retrospectiva-
mente como herramienta para analizar su condición actual, sin per-
der de vista aspectos fundamentales como los contextos sociales, polí-
ticos, culturales y económicos específicos que se han dado a lo largo
del proceso de la fiesta, desde sus orígenes hasta el presente; tales
contextos influyen en la manera como interaccionan los organismos
encargados de la organización del carnaval con sus actores y gestores,
quienes a su vez modelan la dinámica organizativa del carnaval con
los valores, experiencias y posiciones políticas a las que se han acogido.
75
ra como Barranquilla se inserta en la vida social y económica del país,
donde indiscutiblemente su establecimiento a orillas de la desemboca-
dura del río Magdalena, la promovió como principal centro portuario,
donde una población numerosa, procedente de Cartagena, Santa Mar-
ta, la región del Canal de Dique y de Mompox se asentaría de manera
permanente. Al respecto Posada dice:
Hay muy pocas dudas, por consiguiente, que el auge portuario de Barran-
quilla -que se benefició de las sucesivas bonanzas exportadoras del país-
estimuló un desarrollo comercial sin precedentes en un pueblo que
ahora comenzaba a darse aires de ciudad. A finales del siglo, dieciséis
países tenían representantes consulares en Barranquilla quienes, con
los comerciantes extranjeros, le daban a la ciudad un sabor cosmopolita
(1987:17).
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De otro lado, el papel que desempeñó el río Magdalena, también
se vislumbra en esta celebración, puesto que insertó el Carnaval den-
tro de la realidad social y cultural de la región y del país, lo que hizo
que la fiesta conservara las principales expresiones y manifestaciones
ancestrales propias de la tradición, ya la vez introdujera elementos y
aspectos que innovarían la práctica cultural, como lo señala García
Canclini (1990: 14) al referirse a la forma como se estructura el pro-
yecto de modernidad. El carnaval de Barranquilla es prueba de la
manera como se mezclan lo tradicional y lo moderno, lo atávico y lo
novísimo dentro de un mismo escenario.
Si bien, los orígenes del carnaval se pueden remontar a las festivi-
dades coloniales celebradas en Cartagena y Santa Marta, hay quienes
hacen mención del primer registro del carnaval en fuentes escritas a
partir del siglo XIX:
[...] las fiestas de San Nicolás y el carnaval eran las diversiones popula-
res por excelencia encabezadas por Antonio Sundheim y sus compañe-
ros. En las primeras, de carácter religioso, los regocijos de diez días in-
cluían corridas de toros, juegos y bazares; mientras que el carnaval
comenzaba a constituir parte de las vivencias de la población de Ba-
rranquílla [...]. Era [tal] la impresión que las dos fiestas causaron en
Elías P. Pellet que cuando arribó a la ciudad en 1866 consignaría [...] el
primer registro de dichas fiestas, [que] por entonces [eran] de tres días
[y comprendían grandes celebraciones] liberales donde está presente la
tensión entre lo lícito y lo ilícito (Conde, 1990:63).
Para esos años, la ciudad presentaba una marcada estratificación
social que no impedía la participación de diversos sectores sociales en
esta fiesta. Al respecto, se cuenta con datos fechados en 1876, época
en la cual algunos sectores populares ubicados en barrios como el
Rebolo hacían presencia en los diversos actos del carnaval, con danzas
como las de los congos y cumbías', así como población proveniente de
Cartagena. Pese al carácter popular de la fiesta otra parte de las celebra-
ciones se llevaba a cabo en los salones de los nacientes clubes sociales
de la ciudad, las cuales marcarían un hito en el desarrollo del carnaval.
Poco a poco éste empezó a constituirse como un espacio en donde
se minimizaban las tensiones de orden socio-racial, especialmente las
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que se dieron con la instauración de la República, heredadas de las
diferenciaciones étnicas y sociales transmitidas desde el período colo-
nial. La caracterización del espacio carnavalesco se da por la partici-
pación de múltiples actores anónimos que a través de manifestaciones
de danza, música, ritmo o crítica jocosa, minimizan la diferenciación
en el interior del carnaval.
Además de la importancia de la participación masiva de la pobla-
ción barranquillera, es notorio el papel desempeñado por los banque-
ros y comerciantes que hacían parte del sector empresarial de la ciu-
dad y a quienes se puede caracterizar "por construir un espacio público
y privado, en el que se apoya y afianza su personalidad dominante,
cautiva yejemplarizante" (Solano, 1996:61). Siguiendo lo expuesto
por S. Solano, este hombre empresarial se distingue porque
[...] su primer espacio estaba en función de sus negocios y de su rol social
como hombre de empresa, de su incursión en la administración públi-
ca, de su interés en el desarrollo urbano y en una estructura de servicios
públicos [adecuada], en la medida en que ambos [aspectos] le brinda-
ban la posibilidad de la comodidad y el esparcimiento (teatro,
camellones, calzadas públicas, clubes sociales, fuentes de soda, zonas de
tolerancia) [...]; pero el surtido de estas novedades también era el mos-
trarse y en esta medida afianzar su presencia cotidiana en el espacio
urbano y social, garantía de su poder dentro de la comunidad (1996;61).
Es así como banqueros y comerciantes se erigieron como la clase
gremial por excelencia de Barranquilla, estamento ligado a intereses
económicos que giraron en tomo al río y que a posteriori ocuparían
importantes posiciones políticas y sociales desde donde consolidarían
los destinos de la creciente urbe y por supuesto, de la fiesta carnava-
lesca.
Para finales del siglo XIX y principios del XX, la pirámide social de la
ciudad se encontraba conformada por tres clases sociales claramente
identificables; según Conde, en la cúspide de la pirámide social
barranquillera se encontraba aquella que
[...] indistintamente se ha venido llamando elite barranquillera, inte-
grada por comerciantes, transportadores, banqueros y empresarios
fabriles, [quienes] en la mayoría de los casos eran una misma persona.
Esta clase social nutrida por empresarios nacionales y extranjeros con
una mentalidad pragmática para los negocios, configuró el sector "opu-
lento" de la sociedad barranquillera, representada por un 9,6% aproxi-
madamente [de la población existente para entonces]" (1990:80).
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Pese a la marcada estratificación social-y comparativamente me-
nor que la de la sociedad cartagenera-, el constante y promisorio
crecimiento económico barranquillero permitió la movilidad social y
el ascenso a sectores relacionados con el comercio, la banca, el trans-
porte, la ganadería y la industria, actividades consideradas por Conde
como "claves en el empuje que vivía la ciudad" (1990:80). Esta parte
de la población barranquillera será uno de los elementos claves en la
organización del carnaval a lo largo de su historia y será objeto central
en la propuesta del texto.
Fue la elite barranquillera la que introdujo ciertos patrones cultu-
rales europeos, bajo el pretexto de avivar el goce del carnaval en sus
centros y clubes sociales; patrones derivados de la mentalidad cosmo-
polita, resultado de los "viajes al exterior, estudios en el extranjero y
presencia de colonias de foráneos" (Solano, 1996:64), que impusieron
las pautas y modelos que se iban a seguir en la Barranquilla de finales
del siglo XIX y principios del xx. Fue esta misma clase dirigente la que
comenzó a organizar el carnaval de la ciudad a través de la instaura-
ción de juntas integradas por prestigiosos miembros de clubes socia-
les; esta situación no impidió la participación activa de otros sectores
como los agricultores, artesanos, carpinteros, latoneros, braceros y
operarios, quienes hacían parte de las comparsas callejeras danzando
y recorriendo las calzadas y principales vías públicas que cruzaban los
nacientes barrios barranquilleros.
Para el año de 1918 aparece la reina como figura central del carna-
val, investidura que desde su aparición fue y es ostentada por una dama
generalmente de la alta sociedad, que además de ser escogida por su
belleza, representa los intereses políticos e industriales de la ciudad.
Teniendo en cuenta la posición teórica de Bourdieu, en el caso
del carnaval de Barranquilla se podría decir que los diversos sectores
en el interior de la ciudad, han determinado ampliamente el espacio
social del carnaval y éste se ha venido imponiendo, tanto en códigos
como en prácticas, actividades, criterios y apreciaciones. Precisamente
esta característica es la que permite la conformación de grupos de
danza cuyos integrantes provienen de diversas clases sociales. Es así
como en un mismo espacio y actividad convergen industriales y obreros,
a pesar de las distancias socio-económicas que los separan; conver-
gencia que obviamente es de carácter temporal, ya que el período
festivo lo permite.
En relación con lo que Bourdieu concibe como "campo", el Car-
naval de Barranquilla se erige como un espacio en el que se dan un
79
conjunto particular de relaciones objetivas, las cuales pueden ser pro-
ducto de la alianza o del conflicto, de la concurrencia o de la coope-
ración entre quienes representan los diferentes estamentos sociales.
Por ende, el Carnaval de Barranquilla constituye un capital simbólico
que ha sido usado, legitimado y manipulado por un determinado seg-
mento de la sociedad barranquillera que estructura" (1988: 188), bajo
el pretexto de conglomerar al pueblo barranquillero, lo hace partícipe
de una actividad donde reafirma el sentido propio de identidad y
remarca aún más las diferencias sociales, económicas, políticas y cul-
turales entre los diversos estamentos de la ciudad.
00
Posteriormente, mediante ordenanza decretada por la Asamblea
del Atlántico (Ordenanza Nº 37 de 1941), se dispuso la organización
de la fiesta carnavalera en manos de la llamada Junta Organizadora
del Carnaval de Barranquilla. Un año después (1942), la Sociedad de
Mejoras Públicas de la ciudad, conformada en su gran mayoría por
prestigiosas personalidades pertenecientes a la banca, la industria y el
comercio local, además de participar activamente en la organización
del festejo, consolida a un cierto grupo social que empieza a tener un
mayor control del carnaval como evento. Es en esta etapa de la admi-
nistración, cuando se incorpora un modelo de gestión de carácter
gremial-filantrópico, donde sus miembros, además de pertenecer a
determinadas empresas, corporaciones y asociaciones, en un acto de
filantropía con la ciudad, realizan la fiesta para la ciudad bajo el be-
neplácito de las autoridades locales.
Finalizando la década de los años cuarenta, se decide nombrar
una Junta Municipal del Carnaval, integrada por tres miembros del
Concejo de la ciudad. De esta forma el sector político barranquillero
se introduce en la administración de las fiestas, lo que más tarde gene-
rara una serie de cambios, algunos de los cuales suscitarán conflictos
entre este sector, las autoridades locales y la ciudadanía en general.
Para la década de loscincuenta, la organización del carnaval trans-
curre a cargo de una junta organizadora, presidida por el alcalde de la
ciudad, la cual acuerda funcionar bajo el modelo de gestión empresa-
rial filantrópico del que anteriormente se había hablado. Llama la
atención que para esta época se autorizó la participación en la junta,
del cuerpo consular acreditado en la ciudad.
Fue en este período cuando la calle comenzó a convertirse en un
espacio social por excelencia, pilar de las fiestas, bailes y eventos don-
de se congregaban todos los estamentos sociales,ya fuera como espec-
tadores o como partícipes. Por estos años comenzaron a otorgarse los
conocidos auxilios económicos a las juntas de los barrios, nombradas
oficialmente por la junta central, tendencia que predominaría duran-
te el transcurso de las carnestolendas en los próximos años, lo cual
nos indica la forma en que se relaciona el poder con los diversos
escenarios sociales, económicos y políticos de la ciudad. Paralela-
mente se establecieron mandatos y preceptos emanados por la Al-
caldía de la ciudad donde se instauraron prohibiciones y restriccio-
nes entre las cuales se encuentran la venta o alquiler indebido de
placas, el porte de armas y el uso de disfraces considerados como
81
"indecorosos'P: estas disposiciones nos evidencian la forma en que el
control social quedaba establecido para entonces dentro del escena-
rio carnavalesco.
Mediante el Decreto 0554 del 26 de noviembre de 1958 se instauró
la Junta Organizadora del carnaval, la cual haría parte de la adminis-
tración departamental dos años después (Decreto NQ 573 de diciem-
bre 26 de 1960), año en el cual se establecería el carácter permanente
de dicha junta dentro de la organización carnavalesca. No obstante,
a mediados de dicha década se determinaría que el municipio nueva-
mente tomara las riendas en la organización y gestión del carnaval.
Una característica que vale la pena mencionar, es la apropiación
que para entonces se dio de los recursos estatales que se asignaron a
través del presupuesto oficial destinado especialmente a la organiza-
ción de los eventos del carnaval". En este periodo, el interés del Esta-
do por la realización de las carnestolendas, implicó la participación
activa de la nación, que destinó partidas presupuestales para el desa-
rrollo de la fiesta a través de la Oficina Nacional de Turismo, creada
bajo el mandato de la Junta Militar de 1957.
Debido al amplio respaldo económico con el que contaba el car-
naval, la clase dirigente de la ciudad insistió en la realización de un
evento de carácter internacional, al mejor estilo de los desfiles de
Nueva Orleáns, que contara con la asistencia de gobernadores y al-
caldes de ciudades extranjeras, sobre todo de Estados Unidos.
Con un jugoso presupuesto para invertir en las actividades yeven-
tos propios del carnaval, aparecerían inevitablemente la corrupción y
el manejo irregular de las finanzas a cargo de las administraciones
locales; esta situación se prolongaría a lo largo del período adminis-
trativo del Frente Nacional, cuando muchos de los cargos se conce-
dían a través de cuotas partidistas entre liberales y conservadores, lo
que generó innumerables problemas que se vieron reflejados en el
acontecer de la fiesta.
En esta década se advierte el crecimiento desmedido de Barran-
quilla, tangible a través de un sinnúmero de barrios populares que
surgen sin control y sin planificación alguna; desde entonces, estos
sectores sustentarán la matriz popular del carnaval, a través de una
82
generación de individuos que creció y se fonnó en la ciudad y que son
descendientes de aquellas oleadas de inmigrantes que llegaron a Ba-
rranquilla en época posterior.
Para 1960 se hizo manifiesta y contundente la intromisión política
en el carnaval, aspecto que menoscabó el proceso de consolidación
de la fiesta, ya que se dieron constantes desacuerdos entre la junta
organizadora y el Concejo Municipal, este último encargado de la
aprobación de las partidas necesarias para la realización de los even-
tos carnavaleros (La Prensa, 2-11-60: 1). Las continuas discrepancias
entre la junta y el Concejo, incidió en la improvisación de las activi-
dades y eventos del carnaval, situación en la que también influyó la
manera irregular de elección de los miembros integrantes de la junta
organizadora del carnaval, designados normalmente por los alcaldes y
gobernadores de tumo, de acuerdo con las recomendaciones y los
intereses políticos.
La discontinuidad de los miembros integrantes que hacían parte
de la junta, dificultó el trabajo organizado y la planeación de los even-
tos, a lo cual se sumaron los problemas que generó la elección irregu-
lar de los integrantes de las juntas de barrios, donde se hizo más que
evidente el tráfico de influencias:
[...] los concejales disponían de asignaciones oficiales de dinero para
auxiliar el carnaval. Se establecía de esta manera una red de relación
política cuyas compensaciones se registran en la actualidad solamente
en recuentos narrativos. Así se anota como las hijas de los líderes polí-
ticos locales salían siempre elegidas como reinas populares. Algunos
dirigentes políticos notables en el panorama nacional o departamental
se convirtieron en presidente honorarios de algunas de las danzas de los
barrios (Friedeman, 1985:17).
Llama la atención observar cómo desde entonces se propuso obte-
ner utilidad económica a través del usufructo del espacio público,
específicamente del montaje de graderías especiales por parte de una
empresa comercial barranquillera, para admirar eventos tales como la
afamada "batalla de flores".
En 1966, con la creación de una junta organizadora por parte del
Concejo municipal (junta Provisional de Turismo y Carnaval), se re-
currió a los comités de los barrios, que se habían conformado en épo-
cas pasadas y que tenían entre sus principales funciones la organiza-
ción de eventos dentro del carnaval. Mediante este procedimiento, la
clase política barranquillera de turno mantuvo el manejo y control de
la fiesta, táctica que a su vez contribuyó a aumentar el potencial elec-
83
toral que se daba en los barrios populares donde quedaba la sede de
los tradicionales grupos de danza del carnaval. De esta forma, se esta-
bleció una especie de "mecenazgo" entre los líderes políticos locales y
los hacedores del carnaval; los primeros determinaban el monto de los
auxilios, en tanto que los segundos se limitaban a preparar el montaje
artístico respaldado por dichos auxilios.
Se puede decir que mientras este tipo de estrategias legitimaron
la estructura dominante de una clase, ante la ciudad se presentó como
un acto de naturaleza filantrópica que ayudó a generar una concep-
ción equívoca de agradecimiento por parte de los grupos folclóricos,
hacia quienes "desinteresadamente" los financiaban; se estableció así
una especie de compadrazgo entre figuras de la política local y el
pueblo barranquillero.
Al mencionar el crecimiento urbano que presentó la ciudad en
este periodo, se puede señalar que el mismo desarrollo metropolitano
y el incremento poblacional incidieron en la dinámica social del car-
naval, especialmente en la conformación y en las relaciones sociales
de los grupos folclóricos tradicionales; se dieron entonces transforma-
ciones exteriorizadas en su constitución y en las relaciones sociales en
su interior, de tal forma que las que se establecieron a partir de los
nexos de parentesco, amistad y vecindad fueron reemplazadas por re-
laciones establecidas por otros vínculos como los laborales.
En 1970 nuevamente se creó una junta (junta Permanente del
Carnaval y del Folclor Barranquillero), la cual estableció que el aporte
que se le brindaba a los grupos artísticos participantes se realizara (en
cajas de ron producido por la Fábrica de Licores del Departamento),
a pesar de los aportes económicos suministrados por la empresa privada.
Seis años después, en 1976, los grupos copartícipes en el carnaval
se reunieron para tratar, entre otros temas, asuntos relacionados con
su participación, los incentivos de la premiaci6n y los auxilios genera-
les recibidos. Ante dicha coyuntura, la junta en pleno decidió reunir-
se con los directores de los grupos, debido a la amenaza de no partici-
pación de éstos en los eventos del carnaval, eventualidad que se
subsanó mediante común acuerdo entre las partes.
Al año siguiente (1977), el alcalde de turno decide presidir la
junta y desde esa posición comienza a pensar en el manejo de las
fiestas por medio de una junta con perfil netamente privado, en don-
de se presupone que la comercialización de los eventos sería el aspec-
to clave para tener en cuenta en el buen desarrollo de las carnes-
tolendas. Nuevamente se elige una junta integrada por miembros de
84
los clubes sociales, representantes de las familias más prestantes de la
ciudad y ejecutivos de la industria, el comercio y la administración
hotelera de la ciudad. Justamente para este año, las fiestas dejan un
buen balance a favor de las arcas de la organización, lo que de alguna
forma comienza a incidir a favor de la intervención privada en el ma-
nejo de la fiesta.
En 1978, se gesta entre los picoteros o dueños de los equipos de
sonido que amenizan las fiestas del pueblo, una huelga sin preceden-
tes, producto de la avalancha de impuestos dictados por la alcaldía,
incidente que favorece la participación y apoyo de las grandes empre-
sas del sector privado en la ciudad.
El año de 1979 significó para la ciudad un período de permanente
crisis política debido a que la metrópoli perdió su liderazgo como prin-
cipal centro urbano de la Costa Atlántica. La crisis en los servicios
públicos, la permanente corrupción política y la incapacidad de la
acción publica, dan fe de la anterior afirmación. Para entonces se
estipula la creación de un comité cívico, integrado por miembros de
los diferentes gremios de la ciudad que asumieron y presidieron la
organización de la fiesta.
Dicha crisis motivaría la creación para esta época de la Corpora-
ción Autónoma del Carnaval, ente oficial sin ánimo de lucro, la cual
tuvo carácter de establecimiento público y gozó de patrimonio, esta-
tutos, personería jurídica y autonomía administrativa. Su función prin-
cipal sería la de promover, fomentar, organizar y llevar a cabo todas las
actividades y certámenes que ocurrieran dentro del marco de la fiesta
carnavalesca, labor que llevarían a cabo sus miembros integrantes ele-
gidos por el concejo municipal de turno.
Por no tener asiento en dicha junta, los grupos participantes en el
Carnaval de Barranquilla fundaron la Asociación de Grupos Folclóricos
del Atlántico', acto que tornó más tensionante la relación entre los
grupos tradicionales que participan en el Carnaval de Barranquilla y
la Corporación Autónoma del Carnaval.
En 1981 el folclorista Carlos Franco organizó la primera escuela de
comparseros del Carnaval de Barranquilla, lo cual marcó un prece-
dente en la historia del Carnaval de Barranquilla con la presentación
85
del montaje artístico titulado "Ydel agua qué", comparsa en la que se
señalan los principales problemas que presentaba la ciudad en mate-
ria de servicios públicos.
Para 1983, se empieza a generar en la ciudad gran preocupación
por el rescate del carnaval. Al respecto, un representante político de
la ciudad propone en líneas generales lo siguiente: "(...) darle una
mejor organización [al carnaval], y dotarlo de un respaldo financiero
estable, así como la alternativa de instalar en las aceras, como se hace
en Río de Janeiro, unas tribunas móviles que permitirían también
obtener algunos recursos" (Diario del Caribe, 2-11-83,4). La proposi-
ción tiene tal acogida que, en ese mismo año se instalan los primeros
tres palcos, en unas pocas cuadras del recorrido de los tradicionales
desfiles.
Años después (1985) se hizo común la comercialización de las ban-
deras de los grupos y disfraces que participaban en el carnaval, a lo
cual se aunó la aparición de los primeros grupos infantiles de cumbias
que constituyeron los verdaderos semilleros de la tradición carnava-
lesca en la ciudad.
Facultado por las autoridades civiles, en 1989 se realiza la cons-
trucción de palcos y plataformas a lo largo de la carrera 43, en los que
se albergaron aproximadamente 11.000 espectadores que obviamente
pagaron sus entradas. Ese mismo año la Corporación elaboró un regla-
mento para los concursos, en el que se decidía el número mínimo de
participantes que debían tener los grupos, así como la manera en que
tendrían que ir vestidos y los pasos correctos de marcación del ritmo.
En 1990 los grupos folclóricos se quejaron, pues consideraban que,
siendo ellos los protagonistas del espectáculo, deberían tener partici-
pación en las ganancias que producían los palcos. En protesta por la
autorización concedida por la alcaldía a estos palcos, el público que
asistía a los eventos, se tomó la calle 43 y ocasionó el caos total en los
desfiles programados.
En 1991 se dieron grandes cambios en la estructura de la organiza-
ción del carnaval, así como en el desarrollo de nuevas dinámicas. Fue
entonces cuando un sector de la población homosexual de Barranquí-
lla, presentó en la calle un desfile nocturno en el marco de un evento
organizado por ellos mismos, ante el beneplácito y la mirada de una
parte de la ciudadanía; sin embargo, el desfile generó una serie de
protestas por parte de la Iglesia Católica, de la organización del car-
naval y de un sector de la comunidad barranquillera y finalmente fue
censurado.
86
En este mismo año se dan serias discrepancias entre la Corpora-
ción Autónoma del Carnaval y la Asociación de Grupos Folclóricos
del Atlántico, quienes aducían que la Corporación centraba toda su
atención en atender exclusivamente aspectos de carácter administra-
tivo. Como forma de protesta ante dichas discrepancias, se rechazó de
manera enfática la realización del carnaval en el sector de la vía 40.
Pese a esta decisión, hoy en día los eventos masivos del carnaval se
realizan en dicha vía, e incluso se autoriza la instalación de palcos.
Con la aprobación de la nueva constitución colombiana y con la
promulgación de una política centrada en la preservación y difusión
del patrimonio intangible de la nación, el Estado colombiano promue-
ve ante organizaciones internacionales interesadas en este tipo de
patrimonio, la promulgación del carnaval como máxima expresión de
la tradición que encarna la identidad del pueblo barranquíllero".
87
El Acuerdo 033, de 9 de septiembre de 1991, emanado del Concejo
Municipal, suprime la Corporación Autónoma del Carnaval y conce-
de autorización al alcalde mayor para participar en la creación de una
sociedad de economía mixta, cuya duración será de 50 años y cuyo
capital social, en un 51 % del total, corresponde al municipio de Ba-
rranquilla.
La creación de esta sociedad generó inconformismo entre los par-
ticipantes del carnaval, ya que se hacía evidente que la fiesta se eri-
gía más como una empresa productiva que como una manifestación
propia del pueblo barranquillero. Ese mismo año y como una manera
de contribuir con las fiestas, se incorporan como miembros integran-
tes de algunas danzas, ciertos representantes de organizaciones in-
dustriales y ejecutivos de la ciudad, lo que hace evidente el patroci-
nio tipo mecenazgo con el que cuentan algunas de las actuales
comparsas, las cuales a veces se encuentran constituidas por persona-
lidades de la farándula y de la política local y nacionaL
Llama poderosamente la atención, que la estructura de la com-
parsa se dispone de tal manera que según el sitio que se ocupa en ella
yel tipo de comparsa de la cual se hace parte, se pone de manifiesto la
importancia y posición que el participante detenta en el interior del
grupo que representa; el carnaval se constituye entonces, de cierta
manera, en un espacio en el que se marcan las diferencias económi-
cas y sociales, ya que la estructura del desfile se encuentra predefinido
por la lógica mercantil y de poder que ahora se da en la ciudad.
En la actualidad, en algunos grupos, quien lo presida, además del
pago de una suma de dinero que lo legitima para presidirlo, pone en
claro ante el público espectador, su rol privilegiado dentro de la socie-
dad barranquillera como símbolo de distinción. Sólo hay que observar
los comentarios de la prensa local, que suele resaltar la participación
de algunos de personajes en dichas comparsas y dedicarles comenta-
rios noticiosos en las primeras planas.
En contraposición a los lugares privilegiados de estos individuos,
el integrante común y corriente de la comparsa o de un grupo folclórico,
simplemente ocupa posiciones de retaguardia, distanciado de aque-
llos que apenas han hecho parte de la tradición carnavalesca y que
irrumpen con su presencia en lo que fue la habitual manera de reco-
rrer las calles de la ciudad.
Aunque puede decirse que la manera como se estructuran en la
actualidad las comparsas, tiene efectos positivos, es indudable que
esta situación ha conducido a que algunos de sus actores y gestores
88
tradicionales generen mecanismos de resistencia, reivindicación y
apropiación del carnaval, tratando de perpetuar este espacio como un
lugar de convergencia entre los diversos actores sociales que hacen
parte de la ciudad. Por ello, al detenernos en las instancias que parti-
cipan activamente en la organización de la fiesta, nos daremos cuenta
de que la iniciativa de propender por el fortalecimiento del carnaval
como espacio de encuentro, se da en forma significativa por parte de
los actores y gestores de los grupos folclóricos.
Según lo expuesto por García Canclini, es probable que en el caso
del Carnaval de Barranquílla, y con esta nueva dinámica, se haga
evidente un conjunto de relaciones que muchas veces "suelen no ser
igualitarias, pero es evidente que el poder y la construcción del aconte-
cimiento son resultado de un tejido complejo y descentrado de tradicio-
nes reformuladas e intercambios modernos, de actores múltiples que
se combinan" (1990: 14). Hoy por hoy, además de los grupos folclóricos
y de danza, encontramos como protagonistas cinco empresas
barranquilleras que aglutinan, en su mayoría, los principales servicios
y que se autodefinen como instituciones que avalan el desarrollo de
la región. De la misma manera, es importante señalar los actos de la
empresa privada que ha venido sustituyendo el rol que antes desem-
peñaban otros grupos.
La evolución de las fiestas tradicionales, de la producción y venta de
artesanías, revela que éstas ya no son tareas exclusivas de los grupos
étnicos, ni siquiera de los sectores campesinos más amplios, ni aun de la
oligarquía agraria; intervienen también en su organización los minis-
terios de Cultura y de Comercio, las fundaciones privadas, las empresas
de bebidas, las [de] radio y televisión (García Canclini, 1995:205).
Aunque en la fiesta misma no se evidencian conflictos entre sus
gestores y la organización empresarial, lo que da la sensación de plena
calma, desde el año 1993 se presentaron algunas tensiones entre las
que se pueden mencionar las siguientes: oposición de las distribuidoras
de licores de la ciudad a participar en los eventos del carnaval, adu-
ciendo como motivo el cobro que la empresa privada les exige por el
derecho de instalar sus tarimas; discrepancias entre las personas que
tienen a su cargo el montaje de los tradicionales bailes de casetas, a
causa de los impuestos que la empresa les exige; protestas realizadas
por los actores del carnaval quienes han amenazado con no participar
en los desfiles ni en los eventos, a menos que se les incrementen los
aportes que les ha dado la empresa.
89
En todo este panorama es importante anotar que el crecimiento
de la ciudad que se dio a finales de la década de los noventa, incidió
en la generación de nuevos sectores, que a posteriori hicieron parte
de la programación oficial del carnaval. La complejidad misma, produc-
to de la vida urbana barranquillera, ha dificultado en cierta medida
los desplazamientos hacia los lugares en donde se realizaban los tradicio-
nales eventos de la programación oficial, desestimulando así la asisten-
cia a dichos eventos por parte de la población expectante del carnaval,
especialmente de aquellos sectores poblacionales que se sitúan en las
zonas marginales y a quienes se les dificulta acceder a los sectores ubi-
cados en el norte de la ciudad. Esta dificultad ha incidido en la gene-
ración de nuevos espacios recreados gracias al trabajo desinteresado
de los mismos actores del carnaval, quienes de alguna manera lideran
los procesos y se han convertido en verdaderos promotores culturales
con altas capacidades para la negociación, ya que creen que es mu-
cho más importante apuntarle a la participación que al consumo.
Esta postura política ha generado una línea de trabajo en donde
los actores del carnaval empiezan a desempeñar un papel esencial en
la nueva dinámica sociocultural de la fiesta carnavalesca, ya que con
su labor fomentan la formación y organización de grupos culturales y
promueven el establecimiento de redes de interacción y apoyo. Justa-
mente este tipo de acciones indican la vitalidad de la cultura popular
en el Carnaval de Barranquilla, así como su recuperación y resistencia
frente a las fuerzas hegemónicas que también hacen parte de la fiesta.
Es importante registrar que la formación de este tipo de promoto-
res y gestores culturales urbanos y populares favorece el diseño de
proyectos culturales con gran impacto sociocultural y ayuda a mejorar
las condiciones de negociación política ante el Estado que, al incor-
porar dichos proyectos, fortalece las respectivas políticas culturales y
los procesos de legitimación.
De lo anterior me parece oportuno apuntar que el alcance de este
tipo de acciones gubernamentales conlleva la puesta en marcha de
políticas destinadas a responder y satisfacer las necesidades culturales
de la ciudad de Barranquilla, con el fin de obtener algún tipo de consen-
so. Hay que señalar cómo el carnaval de Barranquilla, desde hace ya
algunos años, se viene convirtiendo en punto obligado de las agendas
de políticos que aspiran a los principales puestos de mando de la ciudad".
10. Esta calle está localizada en uno de los sectores más vulnerables de la
ciudad de Barranquilla; su población está compuesta por habitantes de la calle
con graves problemas sociales.
91
A modo de conclusión
93
vidad, convirtiéndose así en verdaderos promotores culturales. Prue-
ba de ello es la conformación de pequeñas microempresas cuya temá-
tica gira alrededor del carnaval, y la creación de escuelas folclóricas,
que se consolidan generando estrategias de rentabilidad a partir de la
comercialización de sus productos, convertidos en presentaciones, actos
y congresos que se realizan en la ciudad y el país. Esto se debe enfatizar
ya que existen verdaderas restricciones presupuestales para la partici-
pación de los grupos durante el carnaval. Hay que resaltar que este
tipo de procedimientos no cuestiona su validez o legitimidad, en tan-
to que genera un producto necesario para un público que lo consume.
Pero el análisis de las presentes reflexiones se puede ampliar sobre
el título que le ha concedido al Carnaval de Barranquilla la UNESCO
en el año 2003; tal título, reconoce al Carnaval como patrimonio oral
e intangible de la humanidad, y propone un plan encaminado a poner
en marcha cinco programas, que a su vez incluyen veintiséis proyectos
destinados a la preservación, conservación y difusión de las expresio-
nes culturales del carnaval, todos ellos articulados al Plan Nacional
de Cultura 2001·2010. Podría argumentarse y con razón, la existencia
de este título como justificación de un bien general; lo importante es
que en ciertos ámbitos, se le empieza a reconocer como un espacio
antropológico, que corre peligro por la desaparición de algunas de las
manifestaciones ya mencionadas, debido a los problemas políticos y
sociales que vive el país. Sin embargo, lo que hay que tener en cuenta
en este tipo de consideraciones, es la realidad social y las dinámicas
que manejan los actores, que hacen del carnaval un verdadero patri-
monio vivo, por lo que las políticas para su fortalecimiento, deben
proyectarse en un sentido más amplio que su consideración como pie-
za de museo. Estimo que es necesario ver con detalle las transforma-
ciones socioeconómicas de los actores en el contexto mundial, nacio-
nal y local, es decir, lo que tiene que ver con sus condiciones de vida,
sobre todo, considerando que estos actores pertenecen a los estratos
más bajos de una sociedad netamente estratificada como la de la ciu-
dad de Barranquilla, para establecer con ello su verdadero éxito.
Se debe estar atento a las políticas de mercantilización del evento
específicamente, aquellas que sean responsabilidad del Estado, ya que
en nombre del interés público, ponen en riesgo al carnaval por el mis-
mo hecho de mercantilizarse. Es aquí donde se debe lograr un con-
senso entre los actores, la sociedad de Barranquilla y la empresa priva-
da. Me parece oportuno expresar que esta exigencia se puede satisfacer
por lo menos parcialmente, si se basa en los vínculos que relacionan la
94
mercantilización y la creatividad; de hecho, la primera no se puede
negar rechazando enfáticamente la valorización mercantil del Carnaval
de Barranquilla en los actuales momentos; en esta medida tendremos
que matizar el carácter de transacción en las relaciones del carnaval
y la capacidad de sus actores populares para resistir, absorber y trans-
fonnar las continuas amenazas que se ciñen para la continuación de
la fiesta; ahí reside su poder creativo. Ahora bien, el valor patrimonial
del Carnaval de Barranquilla debe llevarse a cabo y con responsabili-
dad, sobre las bases de un desarrollo local en todo su conjunto.
Por último, es necesario resaltar que la implantación de una em-
presa que manejara la organización del carnaval, implicó que sus gru-
pos partícipes se organizaran formalmente a través de fundaciones,
cooperativas y especies de ONO logrando de esta manera revitalizar
todo un tejido social, que reside en las vastas redes de reciprocidad y
de relaciones que articulan toda la ciudad de Barranquilla.
Para concluir, debo decir que de acuerdo a lo que señala Oarcía
Canclini, el Carnaval de Barranquilla se ha convertido en una espe-
cie de escenario donde se hace evidente el "juego entre la reafinnación
de las tradiciones hegemónicas y las parodias que la subvierte, pues la
explosión de lo ilícito esta limitada a un período corto, definido, luego
del cual se reingresa en la organización social establecida. La ruptura
de la fiesta no liquida las jerarquías ni las desigualdades, pero su irre-
verencia abre una relación más libre, menos fatalista, con las conven-
ciones heredadas" (1990:205).
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96
El carnaval samario: esplendor de una fie51 a
tradicional en el siglo XIX
1. Introducción
97
canos originaron una fiesta mestiza, es decir, una fiesta vieja pero con
nuevos elementos. El trabajo incluye una revisión bibliográfica de tex-
tos que informan sobre fiestas de nuestros nativos, de las que trajeron
los castellanos y por supuesto de los aportes que hicieron las personas
negras traídas desde la lejana Africa.
Los mejores testimonios sobre el carnaval samario están consigna-
dos en los diarios y escritos de europeos, norteamericanos y andinos
que pasaron por la ciudad y les tocó presenciar una fiesta que se to-
maba la ciudad completa. Nadie escapaba al éxtasis samario en los
días de carnestolendas, como se desprende de los decretos y los libros
consultados, cuya información ratifican los periódicos que se editaron
en la ciudad durante todo el siglo XIX. Por eso no dudamos en consi-
derar las carnestolendas samarias como una fiesta importante en el
siglo XIX, que inclusive en la primera mitad del xx tuvo una fuerza
significativa, como lo prueban los registros periodísticos escritos y ra-
diales de la ciudad y el país.
98
que la fiesta era todo un acontecimiento social y cultural con mucha
fuerza en los sectores populares y que las autoridades comenzaron a
regularla intentando controlar los desmanes en este tiempo festivo
que enloquecía a los samarios.
El decreto en cuestión fue expedido por Juan Modesto de
Vengoechea, jefe político -en interinidad- de Santa Marta, y sancio-
nado el21 de febrero de 1846. Las prohibiciones más relevantes seña-
ladas en el acto administrativo son las siguientes: andar por las calles
desnudos o con disfraces deshonestos que ofendan la moral pública e
ir enmascarado después de las seis y media de la tarde; usar armas -
toda clase de armas, inclusive los garrotes- y hacer invenciones peli-
grosas que puedan causar daño; también la mala costumbre de mojar-
se unos a otros y usar materias asquerosas y nocivas para la salud,
como regularmente se acostumbra en los carnavales (Archivo Histó-
rico del Magdalena, siglo XIX, caja: 1846). Cada una de estas prohibí-
ciones implicaba para las personas una multa en dinero y días de arresto,
pero en su conj unto permiten concluir que las carnestolendas samarias
eran "tesas", desordenadas, lujuriosas y fuera de control y por eso era
necesario establecer restricciones, es decir, el hecho social necesitaba
una norma que lo regulara.
De acuerdo con la información obtenida, realmente el carnaval
era una verdadera fiesta colectiva popular donde todos participaban;
al parecer, todos los samarios salían por las calles y callejones de la
naciente ciudad a divertirse, sin importarles lo que pudiera suceder.
No atendían las multas, se emborrachaban, se disfrazaban de lo que
fuera y era tradicional que los hombres aprovecharan los días
carnavaleros para salir desnudos o con disfraces alusivos al falo; de
hecho, ésta era una costumbre griega. Por eso en la nota con la cual le
remitió el mencionado decreto al gobernador de la provincia, el mís-
mo 21 de febrero, el jefe interino Juan Modesto de Vengoechea fue
más taxativo: "Remito a su señoría copia autorizada de un decreto
que he dictado en esta fecha, para impedir los desórdenes y abusos
que puedan cometerse en los próximos días del carnaval" (Archivo
Histórico del Magdalena, siglo XIX, caja: 1846).
A partir de 1846 comienzan a encontrarse decretos de la administra-
ción municipal o del distrito prohibiendo actos como los señalados en
el decreto anterior, pero también artículos que exhortaban a divertirse
sanamente y otros más que contenían regulaciones para organizar bailes,
usar disfraces y con el correr del tiempo definir los espacios para presen-
tar orquestas. Se autorizaban desfiles yen general los actos administra-
tivos jugaban el papel de garantizar la fiesta carnavalera, pero la diná-
mica cultural de dicha fiesta era la que determinaba el surgimiento
de nuevas normas para reglar el comportamiento de los samarios; por
ejemplo, en 1847 el decreto prohibió el uso de palabras ofensivas y
"canciones torpes" que pudieran molestar a las personas o a las auto-
ridades (Archivo Histórico del Magdalena, siglo XIX, caja: 1847) y ello
implica pensar que los samarios ya utilizaban versos y coplas para sati-
rizar a las autoridades civiles, políticas, militares y eclesiásticas.
Iniciando la segunda mitad del siglo XIX (1851), los carnavales
eran un verdadero acontecimiento sociocultural y ya en ese momento
el decreto del jefe político del cantón no sólo contenía prohibiciones,
sino que permitía libertades e invitaba a los pobladores de la ciudad a
ayudar iluminando sus casas para que las partidas de carnavaleros
pudieran recorrer las calles con más tranquilidad en la noche. El decre-
to estableció que durante los tres días de carnaval, se les permitía a
los habitantes de la ciudad toda clase de diversiones decentes e ino-
fensivas y que en las noches ellos debían colocar luminarias en las
ventanas y losbalcones de sus casas de habitación; respecto a losdesór-
denes, la disposición oficialanunciaba lasmismas prohibiciones y penas
de años anteriores (Archivo Histórico del Magdalena, siglo XIX,
caja: 1851). En el propio decreto se estableció que su publicación de-
bía hacerse en las calles y plazas de la ciudad, para que todos queda-
ran enterados.
Estos decretos se mantuvieron y en el siglo xx, cuando se comen-
zaron a escoger las reinas de las carnestolendas, ellas mismas o sus
secretarios -o el premier-leían las órdenes reales o bando de carna-
val; por medio de estas órdenes se nombraban gabinetes con cargos
reales o imaginarios, propios de una república ideal, esclavista, feu-
dal, capitalista y hasta socialista. Igualmente, las reinas samarias tu-
vieron una importancia trascendental, no sólo en el sentido de ser las
mandamás de la fiesta sino porque esa misión resultaba ser significati-
va y muchas jóvenes samarias deseaban cumplirla.
100
[...] los bailes de la alta sociedad eran en las casas de familia, por e! día y
por la noche en los salones de! colegio-seminario, que en ese entonces
era e! Palacio de Gobierno, en e! cual estaban todas las oficinas de!
Estado. En e! centro del patio se levantaba una columna; de la parte
superior de ésta partían en forma de estrellas a manera de radios a dis-
tintas partes de la baranda del balcón, hilos de cable que servían para
sostenerla y para colgar las luces de! alumbrado, que era en aquellos
tiempos guardabrisas con vela de esperma y luego después, lámparas de
petróleo. Los cuatro lados de la columna estaban adornados con pintu-
ras alegóricas y estrofas escritas (Del Real, 1992:92-93).
Por su parte, los sectores populares se divertían en los salones al
aire libre, en sus casas y en las calles, las cuales eran tomadas por
bandas de felices y alegres carnavaleros. Como siempre ha de suceder,
algunos aristócratas que no estaban satisfechos totalmente con la rum-
ba en el colegio-seminario o más tarde en el "Centro social" o "Club
Santa Marta", amanecían en los salones donde los sectores populares
se estaban divirtiendo; sin embargo, esta inversión no se podía produ-
cir en sentido contrario.
Todos comían en abundancia las postas de carne mechadas, los
chicharrones con sangre acompañados con las tradicionales tajadas
de plátano maduro frito, los pasteles bien sazonados, y tomaban todo
el licor que se les atravesaba o se brindaba hasta llegar a un estado de
beodez. Las bebidas alcohólicas más apetecidas eran el brandy -que
llegaba importado del extranjero y mucho de contrabando-, el racó,
el anicete, la ginebra holandesa -que llegaba vía Aruba y Curazao-,
el muy solicitado, tradicional y fuerte ron "No me destape" -el ron
Papare- y bastante guarapo de caña que se traía de Gaira y de otras
haciendas vecinas a la ciudad; se puede afirmar que éstas eran las
bebidas que ingerían los hombres, porque las mujeres consumían resolis
y martinicas de muy buena calidad. Todo era posible si había suficien-
te capacidad económica para invertir en la fiesta, pero algunos tenían
que contentarse con lo poco que se comía en su casa y en tal caso el
sancocho era lo más tradicional y apropiado.
En general, el aguardiente que se producía en la ciudad y el que
se introducía de otros departamentos eran consumidos en grandes
cantidades; como se sabe, las bebidas alcohólicas son un aditamento
fundamental para aumentar la efervescencia y la alegría del ser hu-
mano, y por ende la ingestión de licor garantiza la fiesta. El recaudo
por consumo de aguardiente era significativo frente a otros rubros en
Santa Marta, como se puede apreciar en el informe que el gobernador
101
del departamento Ramón Goenaga le presentó a la asamblea departa-
mental en 1890 (Goenaga, s. f.: 88~89). El mismo hecho ya lo había
reconocido desde antes Joaquín Francisco Fidalgo:
[...[Ia Real Administración de Aguardientes [de Santa Marta ...], aven-
taja a las demás del reino, habiendo año que con los estanquillos subal-
ternos ha producido 90 mil pesos a la Real Hacienda, siendo al mismo
tiempo una de las mejores fábricas por la buena disposición de sus ofici-
nas, ventilación y excelente destilación acreditada por los inteligentes
(Fídalgo, 1999:39-40).
Sin duda, el escenario de la fiesta carnavalera estaba en la calle, la plaza
de mercado, el atrio de las iglesias, los parques y las casas de los ricos y
los pobres; con la modernización aparecieron los clubes sociales, los
salones públicos y por último las casetas. Un artículo publicado en la
prensa en 1844 hablaba de "nuestras fiestas públicas" y las calificaba
como desordenadas, muy rudas, desaliñadas y bárbaras:
Un carnaval entre nosotros bastaría para hacernos conocer del
extranjero bajo el aspecto en que nos tienen valorados. Aún no ama-
nece el primer día cuando se ve por todas partes una multitud de
hombres y mujeres cubierta de lodo y empapadas de agua como si
hubiese pasado toda la noche bajo un copioso invierno; obsérvanse a
algunos de nuestra juventud corriendo de aquí y de allí, llenos de
verdín, negro humo, achiote u otra sustancia no menos grosera y ar-
mados de un instrumento asqueroso, lleno las más veces de un líquido
inmundo, cuya infecta boca asesta contra cuantos se le acercan, sin
respetar al viejo valetudinario, ni a la autoridad, ni al desconocido, ni
a la belleza misma. En estos días, gritan ellos, todo es permitido; es
decir, en estos días no se tiene miramiento a nada, no hay urbanidad,
ni se reconoce otro poder que la ensuciomanía, suceda lo que
sucediere, y por funestas que puedan ser las consecuencias de ella. El
objeto es lucirse, manifestar ingenio en la elección de los colores,
aparecer jocosos y que mañana se diga i qué vivo es fulano! (El samario,
1844:3-4).
La intensidad de la fiesta en la calle era frenética y ningún tran-
seúnte se libraba de ser embadurnado con los productos de la época.
El mismo periódico El samario comentaba que una joven murió a con-
secuencia de un baño de agua que le dieron al salir de la catedral.
Como el mencionado decreto de 1846 para reglamentar el com-
portamiento de los samarios en el carnaval establecía sólo prohibicio-
nes, se puede inferir que el festín era tradicional y la autoridad civil lo
que hizo fue normatizar el comportamiento efervescente de los samarios,
102
Una prueba de ello es el registro del carnaval que hizo un viajero
interiorano que visitó a Santa Marta, quien no dudó en considerar
esta fiesta callejera como obsoleta o "algo salvaje"; el andino había
regresado al país después de estar muchos años en Europa y consignó
en su diario lo siguiente:
[...] el Carnaval es una gran fiesta en Santa Marta. Todos los habitantes
se disfrazan, y andan en partidas por las calles, a veces con música. Al
que no está disfrazado, lo cogen estas partidas y lo pintan de diversos
colores con mezclas no muy limpias. A mi casa se entraron y nos pinta-
ron a todos. No me gustó tal costumbre. Me parece algo salvaje. Yaesto
no se hace entre la gente civilizada. ¿Qué placer resulta de embadurnar
a uno con bermellón y manteca? Sobre todo, es una cosa muy impropia
hacerlo con una señora, o que ella lo haga. Procuraré no hallarme otra
vez en carnaval en Santa Marta (La gaceta mercantil, 1847:5).
Muy posiblemente, fue por ese comportamiento que en 1847 el
gobernante de turno debió tomar nuevas medidas represivas contra
ese desborde de alegría de los samarios, que llegaba a la agresividad.
Todo ese derroche de imaginación y creatividad aparecía desde el
mes de enero, según la reseña que hizo el periódico El churiador en
1849; en la sección "Revista local" correspondiente al domingo 18 de
febrero, se lee lo que sigue:
Carnavales. Más de un mes hace que tenemos disfraces todas las no-
ches, y parece que los samarios han sacudido ya esa vergonzosa inercia
que los tenía embrutecidos por decirlo así; déjase conocer en la pobla-
ción un deseo grande de divertirse. Los domingos que en otros tiempos
servían de tedio a los habitantes de Santa Marta, hoy por el contrario
son alegres y bulliciosos. Las señoritas y jóvenes elegantes, se muestran
graciosamente vestidas, en carruajes, caballos y de a pie, propor-
cionándose con esto una vida agradable, y dando igualmente una prue-
ba de moral y civilización (El churiador, 1849:3).
Ese domingo debió ser de carnaval, como se puede concluir de la
nota que apareció en la misma sección el siguiente domingo 25 de
febrero, en la cual infortunadamente se habló de un suceso lamenta-
ble y no de la celebración colectiva y popular de los samarios. Lástima,
porque este periódico relataba muchos hechos de la vida social, polí-
tica y cultural de la ciudad. La nota decía: "Presenciamos el primer
día de carnaval un hecho, que bien merece decir algo sobre él. Estaba
El Churiador en la gallera, cuando se suscitó allí una disputa entre un
Sr. Oficial y otras personas" (Ibíd.).
103
Los samarios y sus autoridades eran conscientes de la necesidad
de gozar el carnaval y por eso en el decreto de 1851 sobre normas de
carnaval se incluyó un primer artículo que autorizaba todo tipo de
diversiones en el territorio de la ciudad. Esta norma que permanece
en la actualidad determina que la fiesta tiene un reconocimiento so-
cial y político, y que por esta razón debe ser reglada y no atacada.
La primera noticia publicitaria sobre la organización de bailes de
carnaval apareció en 1852 y en tal oportunidad se anunciaba la venta
de guantes finos para los jóvenes, aunque infortunadamente no se
decía cuál era el lugar del evento carnavalero. Los samarios también
tenían claro que una de las prácticas tradicionales era pintarse el
rostro yeso es importante porque una característica determinante de
la fiesta carnavalera es ocultar el rostro diario para lucir uno nuevo,
posiblemente el verdadero, el otro, el oculto en nuestro subconscien-
te. Tanto es así, que en una carta publicada en el periódico El Iris, en
1853, Arturo -el autor- se despide del destinatario con estas pala-
bras: "Adiós, mi querido Filis, hasta el próximo domingo que vuelva a
escribirte. Hoyes primer día de carnaval, y vaya salir a la calle a ver
si encuentro quien me pinte, para no andar desairado" (Eliris, 1853:4).
Y se puede afirmar que la década de los años cincuenta finalizó con
fiesta carnavalera, como lo señala el semanario La reforma cuando
reseña el asesinato de Andrés Reales, alias "El Pingo"; al respecto,
uno de los testigos dice: "que unos días antes de los carnavales [el 6
de marzo fue carnestolendas], tuvo ocasión de ver los restos de An-
drés Reales" (La reforma, 1859:4).
Para la década de los años sesenta la celebración de las carnes-
tolendas fue más grande y contagió a toda la sociedad, su esplendor
fue inmenso, al punto de producir sorpresa y cierto desconcierto en
los recién llegados que veían el derroche de alegría, las diversiones
por doquier, la inmensa cantidad de máscaras, disfraces, majadera,
pinturas y "desmanes", a pesar de las prohibiciones establecidas por
los decretos del jefe político del cantón. Pero aún con la algarabía, el
desorden y todos los desmanes que producía la gran cantidad de licor
consumido y la fecha de "amnistía social", "nunca hubo un muerto, ni
un herido de gravedad y si había algún disgusto no quedaban ren-
cores, ni se sentían venganzas, porque los samarios entonces se con-
sideraban entre sí como una sola familia" (Del Real, op. cit.: 91). Don
Manuel José del Real-testigo de los acontecimientos carnavaleros-
asegura que los samarios eran tan unidos, que inclusive en medio de
104
las guerras civiles del siglo XIX mantenían ese comportamiento; así lo
comprueban algunos hechos ocurridos en la guerra de 1860.
Una de las tantas personas sorprendidas por el alboroto samario
fue la cartagenera doña Ana del Castillo Escudero, madre de monseñor
Pedro María Revollo quien nació en Ciénaga en 1868 y murió en Ba-
rranquilla en 1960, a la edad de 92 años; este obispo describió en su
libro Mis memorias muchos hechos religiosos, sociales, culturales, po-
líticos y militares de la región caribe colombiana y proporcionó infor-
mación sobre los múltiples padecimientos de los pueblos ribereños del
río Magdalena. Los padres de monseñor Revollo se casaron por poder,
ya que don Pedro Antonio era nietista -partidario de Juan José Nie-
to- y al desatarse la persecución de éstos por parte de los caracistas
-mosqueristas, partidarios de Antonio González Carazo-, el novio de
la señorita Ana del Castillo se vio obligado a refugiarse en Santa Marta;
el matrimonio se celebró el9 de enero de 1867, ella en Cartagena y él
en Santa Marta. Monseñor Revollo comenta en su libro lo que suce-
dió durante este episodio:
Celebradas las nupcias, mi madre se trasladó por mar directamente a
Santa Marta, en uno de los dos buques que hacían la travesía directa, el
"Gaira" y el "Taírona", del cual era conductor don lázaro María Riascos
[Herrera] García, primo hermano de mi padre. Llegó ella al puerto de
Santa Marta el domingo de carnaval, y se encontró con las diversiones
propias de aquel día; sorpresa para ella, porque nunca las había visto en
su ciudad natal (Revollo, 1956:3).
Era significativa la reacción de esta cartagenera que había sufri-
do, sin saberlo, las consecuencias de las permanentes persecuciones
de la aristocracia de "La heroica" a los carnavales; Cartagena celebraba
las fiestas a Baco con tanta fuerza como en Santa Marta -inclusive
algunos las comparaban con las venecianas que fueron durante muchos
años las mejores del mundo-, pero las autoridades políticas, de policía
yen particular las eclesiásticas las perseguían debido a los desórdenes
que producían los negros por las calles de la vieja ciudad. En 1774 las
fiestas habían sido objeto de una suspensión (Friedemann, 1985:26) y
tal vez por los años de infancia, adolescencia y juventud de la señorita
Ana del Castillo no conocían los cartageneros las festividades de
carnestolendas en febrero y marzo. Según lo narra muy bien el Gene-
ral Joaquín Posada Gutiérrez, en esos años ya se realizaban las fiestas
patrióticas novembrinas que fueron reguladas desde 1812 y se conser-
van hasta hoy (Posada Gutiérrez, 1973: 157-173).
105
La fiesta carnavalera de Santa Marta tomó una fuerza cada vez
mayor, pues ya no se circunscribía al perímetro urbano sino que se
acentuó en los vecinos pueblos de Gaira y Mamatoco y sobre todo en
el segundo de ellos. Para la década de los años setenta, la fiesta de
San Agatón en Mamatoco daba inicio al carnaval de Santa Marta y
muy posiblemente fue en esa época cuando los días de carnestolendas
ya no eran tres sino cuatro -aunque establecer una fecha con preci-
sión no es fácil-o De todas maneras, esa fiesta relígiosa de adoración a
un santo muestra la fuerza cultural del carnaval, que va a recibir una
serie de elementos festivos de las otras celebraciones cristianas sagra-
das, pero también permite apreciar la relación entre las fiestas religio-
sas cristianas patronales y el carnaval en la ciudad, especialmente la
fiesta de San Agatón que era movible.
Una vez terminadas las celebraciones al "Santo Borrachón", los
samarios, mamatoqueros y gaíreros regresaban a la ciudad como "ban-
dadas de aves emigrantes". El camino que conducía del pueblo a la
ciudad se llenaba de toda clase de personas:
[...] de gentes de todas las edades, en carro, en bestias y a pie. Al llegar a
Santa Marta empezaban los bailes. Por todas partes se oían las músicas
de viento, las filarmónicas, los acordeones, las gaitas, las cumbiambas y
de media noche en adelante los pilones, hasta que rayaba el alba. Pasa-
ban pocos momentos de reposo y volvían el entusiasmo v el bullicio de
los disfraces. Estos lucían de preferencia en las danzas, en la reproduc-
ción de cuadros de la conquista y de escenas teatrales; no faltando nun-
ca el disfraz del papá y del tigre (Del Real, 1992:91).
Como se puede deducir, el sábado era agotado por los samarios
con fiestas que conectaban con el carnaval que oficialmente se ini-
ciaba el domingo -de quincuagésimo- y según la "tabla de fiesta"
debían terminar el martes; sin embargo, tal hecho no acontecía en
Santa Marta a mediados del siglo XIX porque las fiestas se extendían
hasta el miércoles de ceniza y comenzaban el viernes, en vísperas de
San Agatón, así que eran seis días de festín. Sólo a comienzos del siglo
xx y después de muchas prohibiciones de las autoridades civiles, polí-
ticas, militares y principalmente de la Iglesia Católica en cabeza del
obispo don José Romero --quien era enemigo de estas fiestas-, se logró
que las carnestolendas finalizaran a las doce de la noche del martes.
En la época no había un personaje central o una junta directiva,
sino que el pueblo samario organizaba su fiesta y las autoridades la
aceptaban; entre tanto, los miembros de la aristocracia hacían lo pro-
1(Xl
pio, pero como clase dominante que eran cada vez más fueron ajus-
tando la fiesta a su posición social y por lo tanto comenzaron a elabo-
rar un programa con bailes en el colegio o en los salones del palacio de
gobierno. En los últimos cuarenta años del siglo XIX, las fiestas mostra-
ban todos los aditamentos universales para jugar al carnaval, eran los
mismos que se utilizaban a mediados del siglo xx y que sólo la moder-
nidad hacambiado por otros, es decir, desde el siglo XIX se han utiliza-
do los polvos perfumados, las pinturas en el rostro y la tiradera de agua
o mojadera,
Tal vez desde comienzos del siglo XIX -o antes- existía la práctica
de utilizar los cascarones de huevo de gallina rellenos con polvos o
con aguas de colonia o de florida, que para el efecto se guardaban
durante todo el año; a los huevos se les extraía el alimento abriéndoles
un hueco pequeño por donde luego se rellenaban, "tapando los agu-
jeros de los extremos con cera y pintando los cascarones con tintas de
colores" (Del Real, 1992:93). En elcarnaval estos huevos se los lanzaban
a las bandas carnavaleras o se los exprimían en la cabeza a los amigos
y la novia o el novio -según fuera el caso-, bañándolos con agua de
colores o con polvos; esta práctica se mantuvo hasta bien entrado el
siglo xx, casi hasta los años sesenta, cuando los huevos fueron reem-
plazados por anilinas, maicena y otros productos más modernos.
Los samarios desde el mismo primero de enero organizaban bailes
en las casas y en las noches se tomaban las calles con sus tambores y
guitarras, pues como lo hemos señalado antes el espíritu fiestero era
una constante en su vida. La ciudad se divertía y echaba al vuelo
todas las campanas de su alegría y su entusiasmo, vaciaba todas sus
bolsas y se aprestaba a caer en el vértigo de la máscara y el aturdi-
miento. En las calles y las plazas se desarrollaban actividades cultura-
les abiertas a todos los pobladores y visitantes, bandas de danzantes de
todas las edades se tomaban las calles con música, disfraces y mucho
alcohol y bullicio; la vida tranquila y apacible de la ciudad se transfor-
maba y los samarios echaban a volar la imaginación; las casas de ricos
y pobres eran escenarios de bailes en honor a las reinas y en muchos
casos eran "asaltadas", es decir, eran objeto de lo que en la época se
denominaba "asaltos carnavaleros",
Con el desarrollo de la ciudad y el crecimiento de la población y
de la fiesta, los samarios se vieron precisados a buscar alternativas
para gozar del carnaval, entonces en cada fiesta comenzaron a apare ~
cer empresarios transitorios que se apropiaban de los espacios públicos
para poner negocios donde vendían bebidas alcohólicas y otros pro-
107
duetos. En un tiempo y un espacio para homenajear a Baco y a Momo,
los devotos de San Agatón formaban una cofradía de gozones denomi-
nados los agatonianos.
108
En el siglo XX el sitio para los bailes de la aristocracia era el "Cen-
tro Social" que se creó en 1920. Esta organización, que con el tiempo
se convirtió en el "Club Santa Marta" -como aún se conoce-, deter-
minaba la manera como se debía celebrar la fiesta y su junta directiva
tenía la responsabilidad de elegir a la reina del carnaval mediante el
voto de los socios. A partir de la elección de la soberana, toda la
sociedad samaria entraba en un estado de conmoción carnavalera.
109
tal como dice el decreto de 1846 reseñado anteriormente; desde enton-
ces, siempre los decretos de las autoridades civiles prohibían algunos
disfraces y en especial aquellos que podían ofender a las autoridades
de todo tipo. No obstante, con el correr de los años y como una forma
de imponerle un control social a los enmascarados, los decretos orde-
naron que para poder disfrazarse era necesario registrarse en la alcal-
día, suministrar los datos personales y pagar un impuesto a cambio de
un número, de una especie de placa que permitía usar máscara du-
rante los días de carnestolendas. Esta identificación se le exigía a los
adultos y a los niños y además tenía diferentes valores y colores.
A partir de la expedición de la norma sobre los disfraces éstos
fueron permanentes --en el día y en la noche- y desde ese momento
usar el famoso y conocido capuchón fue la forma más tradicional y
eficaz de cambiar de rostro. En los bailes sólo se encontraban caras
cubiertas y no existía la posibilidad de saber si la persona era hombre
o mujer, ni siquiera por la manera de hablar porque hasta la voz se
cambiaba; entonces bailar en antiparejas, hombres con hombres o
mujeres con mujeres, era sólo una expresión del mundo al revés que
se vivía en esos días de fiesta.
La prohibición sobre máscaras era fundamentalmente para andar
por las calles de la ciudad o para ingresar a los bailes populares que se
daban en la ciudad, sin embargo, la misma prohibición no existía para
quienes ingresaban al colegio seminario y a los bailes en las casas de la
aristocracia samaria, donde al contrario se exhortaba a usar disfraces,
antifaces y máscaras. Los primeros disfraces referenciados fueron el de
papá y el de tigre, pero luego aparecieron los tradicionales de "pierrots",
"colombinas", "arlequines" y otros más que muestran la influencia de
los carnavales europeos, principalmente el de Venecia.
Cada año el carnaval tomaba más fuerza, como se deduce de la
gran cantidad" de avisos publicitarios que inundaban diariamente la
prensa local desde mucho antes de iniciarse en firme la fiesta; los
anuncios eran lo suficientemente explicativos y abundantes en infor-
mación. En 1852 se comenzaron a usar los periódicos para hacerle
publicidad a productos que eran propios del festín, en la sección de
avisos del semanario La Situación se lee: "FUNCiÓN DE ARMAS. En las
tiendas de los Sres. José María Vieco y Manuel Dávila se encuentran
máscaras de todas clases y a precios equitativos" (La Situación, 1852:5).
Otro aviso publicado el mismo día anunciaba la realización de tres
bailes y ofrecía guantes para la ocasión: "ÍjOVENES ELEGANTES! Se pre-
paran tres famosos bailes, les recomendamos que en la tienda de la
110
Sra. Juana Robles se venden guantes de cabritilla superiores" (Ibíd.).
A comienzos del siglo xx la publicidad tuvo un papel clave en la difu-
sión de productos indispensables para el goce colectivo.
Desafortunadamente no conocemos versos de la época, pero a juz-
gar por los decretos ellos se hacían y eran muy "ofensivos". Son justa-
mente las sátiras que se expresan mediante la palabra en composicio-
nes poéticas o escenificadas en el teatro callejero o los disfraces que
ridiculizan a personajes públicos, los elementos que constituyen un
verdadero carnaval.
[Estos...] elementos constituyen, sin duda, los mayores generadores de
risas -y no sólo de sonrisas-, de carcajadas, alimentando con ellas el
espíritu humano, re-creándolo y haciéndolo sentir que existe y que por
lo menos en ese tiempo y espacio puede reír sin limitaciones, inclusive
se puede reír de su verdugo" (Rey Sinning, 2000: 189).
Lo anterior lo comprendieron bien los samarios, quienes tuvieron
un carnaval con mucho esplendor y riqueza cultural en el siglo XIX.
111
tividades estaban en cabeza del dueño de la llamada "casa de la fies-
ta". Una de estas casas fue la del señor Urbano Candelaria, donde se
beneficiaba una res para los visitantes, los músicos y los mismos sacer-
dotes; en esta casa se servían las comidas típicas de la región, como
chicharrones con sangre, tajadas de plátano frito, pasteles con gar-
banzos, papas, alcaparras y postas mechadas, y de postre se brindaba
chocolate y café.
Tanto los originarios como los recién llegados se pasaban la noche
en vela, nadie dormía ese viernes, iban de baile en baile,de cumbiamba
en cumbiamba y los cantos populares eran interpretados por todos
acompañándose con instrumentos de cuerda: "en toda la noche era
un sólo trajín, yendo y viniendo las gentes" (Del Real, 1992:90). Al
amanecer, los repiques de campana, la música de viento y los cohetes
en el atrio de la iglesia señalaban el día esperado para cumplir la
manda y todos se preparaban para los actos religiosos programados,
pero el fuerte sonido también servía para despertar al borrachito que
estuviera durmiendo la pea de las vísperas.
Acto seguido, los músicos y muchos de los feligreses se dirigían a
la "casa de la fiesta" para continuar la parranda con el "gran anisado
de grano" y de ahí partían hacia el río pues un buen baño en las aguas
cristalinas del "Mamatoco" refrescaba del trasnocho y el trago que
era bastante fuerte, sobre todo el conocido "ron Papare". Después
había misa y en la tarde la procesión, en ella los que cargaban al santo
se iban cayendo por la traguera de las últimas veínticuatro horas. Al
termínar, la mayoría de los mamatoqueros se quedaban en su pueblo y
unos pocos, en compañía de todos los samarios y gaíreros que habían
llegado para la fiesta, se iban para Santa Marta donde empezaba el
carnaval. Las fiestas de San Agatón se siguen realizando hasta hoy,
pero la devoción no es la misma porque el sábado es de carnaval y la
rumba en Santa Marta comienza a calentarse.
Entonces los samarios y mamatoqueros cambiaron el inicio del
carnaval, ya no era el domingo sino el sábado y tal vez sería el viernes,
en vísperas de San Agatón. Así lo piensa y lo expresa Don Manuel
José del Real:
[...] puede decirse que éste [el carnaval] principiaba en la aldea de
Mamatoco con la fiesta de San Agatón [...]. Desde el viernes casi todos
los habitantes [de Santa Marta] se trasladaban al mencionado pueblo
en carros de mula, que eran los únicos vehículos que se conocían en
esos tiempos (1992).
112
Varios testigos de la fiesta mamatoquera en el siglo XIX comentan
que el pueblo se transfonnaba con la llegada de los vecinos samarios y
gaireros, las gentes invadían las casas y los antejardines, mientras los
pobladores recibían a sus huéspedes con alegría y hospitalidad. Como
van las cosas, no estamos lejos de hablar del "viernes de carnaval",
porque los samarios se siguen trasladando en masa para el pueblo de
Mamatoco e inician las carnestolendas el viernes por la noche.
Sería repetitivo insistir -pero vale la pena afirmarlo- en que los
samarios podían convertir cualquier hecho sociocultural o político en
una fiesta oficial y establecer para ella un programa financiado con
recursos provinciales, del cantón, de los mismos ciudadanos o de un
hombre pudiente que estuviera dispuesto a sufragar los gastos que
acarreaba una fiesta patronal como la de San Agatón. Esta vida social
era importante y en su transcurrir la religiosidad popular tuvo un pa-
pel fundamental, pues el período festivo era dominado por las celebra-
ciones religiosas.
Se podría pensar que algunas fiestas como la Semana Santa y el
Corpus Christi eran de recogimiento y reflexión, pero eso no es cierto
porque dichas fiestas se convirtieron en alegres debido a varias razo-
nes: la primera es que la Iglesia Católica y los españoles aceptaron
tácitamente que los negros e indios sacaran sus tambores y sus cantos
después de los oficios religiosos -en lo que fue un pacto sin firma de
acta- y la segunda es que desde la Conquista los españoles utilizaron
las parrandas de Corpus Christi para atraer a los nativos. Lo cierto es
que toda esa creatividad se vio reflejada en los carnavales, ya que
muchas danzas y disfraces se trasladaron con sus máscaras al período
de carnestolendas y las enriquecieron, tanto que a mediados del siglo
XIX una fiesta con carácter de religiosidad popular como la de San
Agatón, influyó sustancialmente en el carnaval. Por eso se afirma que
el patrono del carnaval es San Agatón.
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Danza de rradú.:irJll CUlIgO, Gran Pi/mLit!, 1311mm,¡ui/lu, 20l' 5.
Créd ito : Fund aci ón C arnav a l d ,' Barr.uiq uill.i
El COligo Heji m lllldo, Gran Purada, llaml1liflúll a, 2006.
" réditl i : Fuuclaci ón Carnaval de Bnrrnnq uilla
Cabezone «nrcs Je salir il Id J3aralla de Flores, marzo de 2003.
C r éd ito : Fer n ando Me rca 10, Barra nqu illn
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N
L;n¡I'" de !-:,IY.I accJllIIILI7I"'lIe.l .le la })a 71 ~ll tlel1l,ritlJ, 'T1111 Parada, 1Tlar~1) de 2003 .
Cré d ito: Fernnn d« Mercado, Barrallllllill,)
( ;Clnl<ll 'úl .h· [{flgur <1 , agosro de 2005.
Cr édito: Naralia Ivbría Gon s álcz Górue z. nng" l:í
Las Fiestas de la Independencia en Cartagena de
Indias: reinados, turismo y violencia (1930.. 1960)
125
no y la celebración de las fiestas, entre las problemáticas y los criterios
de los antiguos y los nuevos pobladores urbanos y su participación en
la dinámica festiva. ¿Cómo los extramuros van construyendo su propio
espacio a partir de lo popular y amplían las distancias respecto a los
eventos de la elite? En cierta forma, la ciudad empieza a polarizarse, a
negarse o excluirse mutuamente. La ciudad direcciona otra trama,
un modelo de expansión que desborda la estructura de la antigua
ciudad amurallada y sus caseríos o cantones más cercanos y represen-
tativos'.
Entre 1920 y 1960 aparecen cerca de veinticinco barrios nuevos
enCartagena: Amberes (1920-1930), Bruselas (1922-1930), La Espe-
ranza (1920-1922), Ceballos (1924), Canapote, Crespito y Zaragocüla
(1927-1928), El Prado (1935), Armenia, Boston yTesca (l938~1939),
Olaya Herrera (1940), España, (1944), Crespo (1949), Chambacú y
Trece de Junio (1953), Membrillal (1947), Martínez Martelo, (1951-
1953), Daniel Lemaitre (1952), El Bosque (c. 1950), Santa María (1954)
y Escallón Villa (1958)2.
Los barrios mencionados surgen en torno al eje vial del antiguo
tren y a la que posteriormente se convertiría en la avenida Pedro de
126
Heredia. En 1939, otros desplazamientos dan origen a barrios como
Pekín, Boquetillo y Pueblo Nuevo, que bordean algunos sectores de
las murallas coloniales y son muy significativos por su raigambre popu-
lar en lo que se refiere a los códigos de la tradición festiva. Así emergen
un contexto espacial distinto, otro modo de asumir la ciudad y hábitos
diferentes: "Un andamiaje que cobró vida propia y que si bien es cier-
to hace parte de una sociedad donde ocurrió una parte de su historia,
también creó historias nuevas que han renovado la vida de la socie-
dad" (Cabrales, 2000: 182).
Además de incidir en los procesos de urbanización y su conse-
cuente exigencia de poseer servicios modernos de electricidad, acue-
ducto, alcantarillado, telefonía, bancos y transporte, la dinámica de
los barrios repercute en la configuración de lo festivo popular en la
ciudad; el poblamiento se hace de manera improvisada pues no hay
una política de diseño urbanístico y en algunos casos se procede a la
invasión de predios porque no existe una movilidad social ascenden-
te. A los extramuros que surgen por las migraciones y la densífícacíón
urbana llega lo popular del antiguo "Corralito de piedra" y sus alrede-
dores, es decir, los contenidos festivos de los códigos sociales que co-
rresponden a los barrios Pekín, Pueblo Nuevo, Boquetillo, Getsemaní,
San Diego y Centro, donde los hábitos o matrices festivas conservan
parte de la tradición con sus elementos sociales de identidad y perte-
nencia.
En Cartagena la población está compuesta por 9.681 habitantes en
1905,84.937 habitantes en 1938 y 128.877 en 1951; en 1945 hay cerca
de tres mil asalariados en la ciudad -entre empleados y obreros-, re-
partidos en unos 140 establecimientos de la industria manufacturera
(Meissel Roca, 2000: 16-17, 46-47), pero no se sabe cuántos se em-
plean en el puerto, el mercado informal y otros sectores como tende-
ros, transportadores, pequeños artesanos, etc. El crecimiento econó-
mico, demográfico y en cierto sentido de modernización, nutre las
dinámicas urbanas y la peor parte la lleva la arquitectura colonial,
pues en varios tramos de las murallas se abren boquetes y los revellines
y baluartes son derribados (1880-1924). .
La presencia de la población en extramuros es cada vez más fuerte
y paso a paso Cartagena pierde su centro, la noción de barrio y de lo
popular sobrepasa los límites del área colonial y se dispersa por los
alrededores de la ciudad; lo popular toma otros espacios encarnados
en barrios periféricos, en especial algunos como Torices, El Espinal,
Pie del Cerro, Canapote y Chambacú, y la población de extramuros
127
exige una justa participación. En la ciudad es significativa la inmigra-
ción de la población del Bolívar grande -de las sabanas sinuanas don-
de hoy se ubican los departamentos de Córdoba y Sucre que fueron
creados en 1951 y 1966, respectivamente-, con la cual se comparten
muchas pautas de identidad regional a pesar de las diferencias.
128
ron muy traumáticos para Colombia (Bushnell, 1994:252)5, simultá-
neamente el país presenta un acelerado crecimiento urbano en las
ciudades principales como Bogotá, Medellín, Barranquilla y signos de
expansión en los servicios, la construcción y la industria manufactu-
rera, especialmente bajo los gobiernos de Enrique Olaya Herrera (1930~
1934) y la llamada "Revolución en marcha" de Alfonso LópezPumarejo
(1934-1938), la cual propicia cierta esperanza de cambio con la refor-
ma agraria de 1936 (Palacios y Safford, 2002:254-257)6.
Aunque la industria cartagenera en la primera mitad del siglo xx
es incipiente y sobre todo si se compara con la de Barranquilla, vale
destacar el desarrollo de las artes gráficas y el sector químico y farma-
céutico representado por los talleres J. V. Mogollón, jabonería Lemaitre,
laboratorios Román y gaseosas Román y Walter. Este naciente desa-
rrollo industrial, con sus diversos productos mercantiles, supone cier-
ta racionalidad económica en el ciclo de la producción y la reproduc-
ción social: "( ...) es innegable que las ofertas de bienes y la inducción
publicitaria de su compra no son actos arbitrarios" y de alguna forma
hay intereses estructurales en la administración económica de losbienes
de consumo de ciertos agentes y actores sociales (García Canclini,
1995:43).
Las fiestas de la independencia de Cartagena de Indias no son
extrañas a estas racionalidades económicas, pues si bien son unas fies-
tas públicas consolidadas mediante un patrimonio simbólico de varias
generaciones -desde los llamados protagonistas populares y "márti-
res" hasta sus más caros prohombres cívicos-, en ellas están presentes
los gremios económicos privados que poco a poco introducen intere-
ses comerciales en las dinámicas del consumo festivo y se apropian de
sus bienes simbólicos hasta determinar el carácter de los eventos. Todo
esto se hace en un marco de lucro y abuso comercial; la prensa y la
129
radio de la época registran la feria comercial publicitaria que incluye
licores y bebidas, comidas, telas, vestidos, ofertas musicales -radios,
vitrolas y tocadiscos-, maquillajes y el patrocinio para los diversos
eventos, concursos, carrozas, comparsas y disfraces (Rey Sinning,
1990:24,25).
Los valores históricos, cívicos y festivos retoman otras lógicas y
comportamientos que inciden de manera determinante en el sentido
y carácter simbólico de la celebración, confrontando racionalidades
solidarias y comunicativas con las de poder, de privilegios, distinción y
consumo. La fiesta republicana empieza a ser colonizada en cierto
grado por valores de la racionalidad técnica como son la eficacia, la
eficiencia y la utilidad, con sus procesos de masificación donde todo
se articula al mercado, es decir, por lo que hoy conforma las llamadas
industrias culturales.
130
Después de haber terminado la guerra con el Perú, en 1934 se
realiza el Concurso Nacional de Belleza, pero no en el marco festivo
de la independencia sino en el del cuarto centenario de la fundación
de la ciudad; las fiestas del centenario son organizadas por Ernesto
Carlos Martelo y Daniel Lemaitre, dos miembros de la elite de la ciudad
que pertenecen al club Cartagena y se destacan principalmente en el
campo empresarial. El certamen, que en sus comienzos aglutina a los
diferentes clubes de la elite del país, se concibe en cierta forma como
un espacio de encuentro entre las elites regionales y como productor
de una elite nacional (Bolívar, Vanegas y Vásquez, 2002:45,51)8.
La propuesta es construir la nación y lo nacional al margen de la
relación simbólica entre lo popular y la ciudadanía como colectivos,
en el plano de la inclusión y la equidad de la democracia. Esa
construcción se fundamenta en los valores compartidos por la elite
respecto a la diferenciación y la distinción -a los criterios de "rango,
poder y prestígio"-, y en un concepto de "belleza" específico que se-
ñala el predominio elitista al destacar los "signos objetivos inscritos en
el cuerpo", tales como "un porte elegante" y un "juego armonioso"
(Ibíd.: 48,51).
Tampoco las prácticas de participación se inscriben en el juego de
las dinámicas colectivas de los diversos municipios -sectores aba,
rrios-, donde se configura el tejido participativo y colectivo de lo na,
cional. Estas formas discursivas de lo nacional, producto de una cons-
trucción o invención de las elites con cierta intuición empresarial,
orientan estrategias que manipulan "lo nacional".
[...] el que las narraciones del reinado invoquen lo "nacional" produce
una forma específica de "ser nacional" y refuerza ciertos "hábitos ideo'
lógicos" sobre la nación. En ese sentido, es necesario recordar que el
lenguaje no tiene sólo una función referencial o de representación, sino
que goza de un carácter performativo. El lenguaje no sólo refiere o co-
munica una realidad preexistente sino que la crea en el mismo acto de
nombrarla (Ibíd.:47).
131
Cabe anotar que la fundación de la ciudad tiene un carácter na-
cional, lo mismo que su independencia, pero en el siglo xx "lo nacio-
nal" de las fiestas de la independencia toma con el Concurso Nacio-
nal de Belleza un sentido diferente, ya que los medios de comunicación
y su tecnología contribuyen de cierta manera a crear y reproducir una
opinión banalizada de "lo nacional".
En el folleto "Las festividades de Cartagena de Indias, diciembre
25 de 1933-enero 6 de 1934", editado por Rafael Lugo Porras, Antonio
Bustillo Franco y J. Devis Echandía con motivo de la celebración del
cuarto Centenario de la fundación de la ciudad y la inauguración de
los muelles marítimo y fluvial, aparecen las bases para participar en el
Concurso Nacional de Belleza", la programación para los doce días de
festividades y los eventos a realizarse en los clubes Miramar, Cartage-
na y Boca Grande (centro social de la colonia norteamericana).
La programación de las fiestas del centenario anuncia retretas de
gala con reconocidas bandas musicales como la que tiene la Policía
de Bogotá -dirigida por el maestro Dionisio González-, juegos
pirotécnicos y la batalla de flores con la participación de las candidatas
al concurso de belleza. Se mencionan danzas típicas -cumbia y fan-
dango- en la inmensa plaza comprendida entre el Pie de la Popa y el
Pie del Cerro, y otras de rumba porque la danza española "es muy
armoniosa y en ella no se advierte tanto la cadencia melancólica que
predomina en los otros bailes". También se habla de traer nuevos es-
pectáculos populares de Cuba.
El folleto también proporciona información sobre las tarifas de los
taxis, con estos límites: Cabrero hasta Marbella, Torices hasta Siglo
XX, Pie de la Popa hasta Alcíbia, Manga hasta el Stadium. Una guía
incluye nueve hoteles y diez pensiones, y otra los restaurantes -tres
chinos, uno italiano, dos alemanes, uno libanés, uno sirio y otros de
132
comida criolla- y seis cafés. Se piensa en complementar los servicios
hoteleros contratando dos grandes barcos que tengan orquestas, pis-
cina y cine, cada uno con capacidad para albergar a 1.500 pasajeros.
¿Corresponde entonces este proyecto de fiesta, ciudad y turismo a una
mentalidad de artesanos o a la de grandes empresarios?
La relación entre fiesta y turismo empieza a mostrar los intereses
de una elite empresarial que instrumentaliza los aspectos históricos y
los bienes simbólicos festivos -incluyendo las reliquias monumentales
y el paisaje natural- con el fin de explotar industrialmente el turis-
mo'". Esto, sin embargo, sólo se materializa en los años cuarenta por-
que antes la ciudad no tiene una infraestructura adecuada, en los
años treinta Cartagena carece de acueducto, alcantarillado, hoteles,
servicios sanitarios, aseo, vías de comunicación terrestres y marítimas,
lanchas rápidas locales y nacionales y un aeropuerto apropiado!'.
Aunque incipientes, las fuerzas de la modernización y las formas
de mediatizadas introducen paulatinamente una sensibilidad distinta
en la nueva demografía que incluye a la elite y a los sectores populares;
ellos deben aprender y confrontar nuevos estilos de vida, otros patro-
nes donde los procesos de reconocer, negar y afirmar sean una lucha
entre la nostalgia y las formas de la modernidad. En suma, deben
asimilar la complejidad de las identidades, del mestizaje, y entender
de qué manera nos constituimos en tanto individuos y como colectivo.
133
La elite, preocupada por una infraestructura de consumo para el
turismo nacional e internacional, posa su mirada en los patrones de
afuera y promueve las simulaciones propias de su clase, más interesa-
da en los cálculos de la rentabilidad y la ganancia que en el carácter
histórico y cívico de una celebración pública. Esto lleva a formular
dos preguntas: ¿Dónde queda la consideración por los ciudadanos lo-
cales y los intereses populares y todo el espacio creativo de su lúdica y
su universo simbólico? ¿Cómo resistir a los embates de esta racionali-
dad instrumental de los bienes públicos simbólicos, que son patrimo-
nio histórico de varias generaciones y forman parte de nuestra memo-
ria colectiva?
3. La ciudad en fiestas
Las ciudades en fiestas son manicomios a donde van los locos
voluntariamente.
Fray Kandonga
134
mo no decae pues en el Sinú hay una relación connatural con los
toros por bravos que sean. En Cartagena las cosas cambian porque un
toro en la calle es el "cierre puerta" y el "cógete que te alcanzan"
causa muchos destrozos, el cronista sugiere que se hagan las corridas
en el circo, "pues para eso hay toreros a contratas fabulosos" (Diario de
la Costa, 1940).
2. En los años cuarenta toman auge los bailes de salón -que de
acuerdo con algunos testimonios siguen la moda de Barranquilla- y
los bailes populares de los teatros: el Rialto es construido en 1927 y se
habilita para bailes en los años treinta, el Padilla tiene una casa que
fue nido de amores entre el héroe José Prudencio Padilla (1784,1833)
y la hija de Pedro Romero!', donde algunos cronistas narran que la
mayoría de las parejas se van a darse sus licencias de clase, raza y
sexo.
En 1943 los bailes públicos aparecen programados en la Plaza de la
Proclamación -la plazuela- y a partir de 1946 se trasladan a la Plaza
de la Aduana (El UnitJersal, 1946). En décadas anteriores el cambio
de espacio es inconcebible porque va en contra de las diversiones
patrias; en 1912,1913 se argumenta que la Plaza de la Proclamación
es el espacio natural de las fiestas porque allí se leyó solemnemente el
acta de la independencia y se estableció el centro de la administra,
ción departamental; en esta plaza la tradición se haimpuesto por va,
rias generaciones y las tradiciones se respetan. En los años cuarenta,
sin embargo, Cartagena ha cambiado y para algunos el espacio no es
funcional, se exige mayor comodidad -sobre todo para los bailes- por,
que la ciudad ha crecido y la población casi supera los cien mil habi-
tantes, los referentes de la tradición ceden ante la realidad demográ-
fica. También se debe recordar que en estos festejos populares se cuelan
disfrazados algunos personajes de la elite y los clubes, para echar su
canita al aire y transgredir las fronteras de clase, raza y sexo.
3. En las fiestas de los años cuarenta se mezclan eventos, antes de
los bailes públicos se hacen en la Plaza de la Proclamación partidos de
béisbol y esporádicamente de fútbol, juegos de billar y combates de
boxeo.
135
4. Se hacen batallas navales y de buscapiés, estas últimas se
circunscriben al decreto del momento".
5. En los años cuarenta se introducen los concursos de disfraces,
el disfraz del capuchón, el baile individual y de parejas, el cerdo
encebao, la cucaña, la competencia de pescadores y de natación, las
carreras atléticas y otros.
6. En 1935 se anuncian en la programación oficial los concursos
de rumbas, sones y cumbiambas. Antes de 1930 estos concursos y los
fandangos populares están excluidos y s610 se aceptan los bailes de la
noche de gala, los clubes contratan a las orquestas más afamadas de
la ciudad o de la región y en los barrios y bailes populares se amenizan
las fiestas con las bandas de ocho o diez músicos llamadas papayeras 15.
En Cartagena los reconocimientos son mínimos respecto a los pre-
mios que se otorgan en los carnavales de Barranquilla. En 1944, el
Diario de la Costa anuncia la recompensa para los ganadores del con-
curso de cumbia que se va a efectuar el diez de noviembre en la plaza
de la Proclamación, bajo la mirada del doctor Napoleón Perea Franco
-gobernador del departamento- quien es experto calificador de estos
bailes autóctonos. Dice así:
14. Cada año se reglamenta por decreto la quema de buscapiés que es parte
consustancial de la fiesta, el lugar y los horarios se anuncian en la programación:
"Batalla de Buscapiés Plaza de la Aduana. Dos bandos, formarán dos frentes
combatientes, bombos clarines y truenos, anunciarán el comienzo de la batalla.
Una banda de músicos amenizará este acto. Se quemarán más de tres mil cohetes"
(Diario de la Costa, 1935: Programa de las festividades).
15. Hacia los años cuarenta se incrementan los aparatos de radio y hay
varias orquestas cuyos sitios de actuación registra la prensa, ellas son: ABC en el
Club Cartagena (1937), Número Uno del maestro Pitalúa en el Teatro Rialto
(1937), que en ocasiones acompaña el cine musical en el Teatro Heredia y el Club
Cartagena; la del profesor Samuel Saltarín que toca en la Plaza de la Proclama-
ción (1938), Bolívar "que sí sopla" en los bailes del cine Capitol (1939), del Caribe
en el Bolo Club (1941), Colombia en la Radio Colonial (1944) -dirigida por el
trompetista Cristóbal Romero- y Melodía en el club Guanipa (1944); otras son:
Granada (1945), la del "Maestro Pérez" (1946), Fuentes que es dirigida por Teófilo
Tipón (1948) y Ritmo del Mar, conformada por músicos de la base naval. Los
conjuntos son: Ritmo Costeño, donde Margarita Arango canta aires típicos (1948),
y Barú (1949) con su cantante José Barros; Peñaranda y sus Muchachos y Zolita
Suárez con la orquesta de la emisora Fuentes. Hay además unas diez bandas
locales --o provenientes de pueblos- llamadas "chupacobre" o "papayeras", que
son la delicia de los bailes populares (Síntesis basada en información de prensa
1937-1950 y especialmente en la entrevista a Federico Lafaurie, ex director de la
banda departamental de Bolívar, 2004).
136
iCumbia! La clásica danza popular, acompañada de gaitas quejumbrosas
y de manojos de "espermas", billetes quemados, sacos al revés etc. La
Junta ha dispuesto premiar con la suma de $50 al grupo que mejor ejecu-
te la danza [...]. Se espera que lleguen grupos de las poblaciones aledañas
como María La Baja, Palenque, Hatoviejo, Palo Alto y Chocho (Diario
dela Costa, 1944).
En ese mismo año en Barranquilla se ofrecen premios para el pri-
mero, segundo y tercer puesto en el concurso de danzas grandes. El
primer premio de trescientos pesos lo gana la Chiva de Alfonso
Manosalva y el segundo de doscientos se le entrega al Congo Grande
de Dionisia Muñoz, el tercero es de cien pesos y lo gana el Torito de
Campo E. Montalvo. En Barranquilla se premian además las carrozas
de reinas de barrios, los vehículos adornados, las danzas grandes y las
pequeñas, los disfraces individuales, las comedias y las cumbiambas.
7. Las carrozas alegóricas son la mayoría y habitualmente tienen
motivos carnavalescos como el Carro de Saturno, pero también hay
figuras modernas como las de Benitín y Eneas (1940); estos carruajes
tienen el apoyo comercial de las empresas -galletas de soda, cigarri-
llos Lucky Strike- para participar en el bando, en la batalla de flores
yen la fantasía del Buque-Escuela. Mediante un aviso oficial de la
junta del once de noviembre se hace la convocatoria:
A todos los industriales de la ciudad que deseen cooperar al mayor
lucimiento del bando de las festividades conmemorativas del día clási-
co de Cartagena, a que hagan inscribir oportunamente sus carrozas o
camionetas de propaganda de sus productos para que tomen parte en
dicho desfile. Los vehículos deberán estar adornados como es obvio, y
sus ocupantes llevarán los disfraces que a bien tengan. La inscripción
consiste en un simple aviso por escrito al secretario de la Junta. Firma:
Daniel Lemaitre, Presidente (El Fígaro, 1940).
En noviembre de 1940, la Cámara de Comercio se queja de losdes-
tinos del dinero y le solicita al concejo municipal que le dé una partici-
pación equitativa en el nombramiento de la junta organizadora, pues
sus aportes son mayores que los del municipio. La solicitud se acepta
porque en ese año la Cámara aporta dos mil pesos para las fiestas.
8. En 1938 recorre las calles amuralladas y las afueras de la ciu-
dad el Carro Charro que representa al "gran sancocho", el típico plato
cartagenero; esta carroza es confeccionada por M. Díaz Granados y el
artista cartagenero J. M. Cañarete. Entre las carrozas alegóricas está
también la que simboliza a Cartagena de Indias y su gloriosa bandera,
confeccionada por Pablo Pujols.
137
9. Se incluyen las funciones cinematográficas entre las activida-
des de las fiestas.
10. Un cambio importante en 1937 es la introducción oficial del
reinado de las fiestas novembrinas, al cual concurren representantes
de los barrios de Cartagena: La Catedral (Mane Primera, Mane Baena) ,
San Diego (Amira Primera, Amira Mouthon 16 y otras como Mercedes
Molina Gómez y Rafaela Maza Lorduy), Getsemaní (Aura Primera,
Aura Rodríguez Alvear), La Quinta (josefina Primera, josefina
Sanjuan), Manga (Alicia Primera, Alicia Navia [iménez}, Torices
(Mane Primera, Manuelita jiménez Blanco), Alcibia (Calíxta Prime-
ra, Calixta Peñaranda), La Quinta (OIga Porras y Virginia Castillo).
Los reinados provienen de las prácticas populares del carnaval,
como lo demuestran los discursos y jerarquías de las comitivas cuando
aluden a palacios, órdenes reales y cortes con sus princesas, duquesas,
emperatrices, condes, marqueses, embajadores y otros. Estos persona-
jes son representados por vecinos del barrio o incluso de otros sitios,
los cuales conforman un gran tejido comunitario y social que poste-
riormente sirve para organizar las actividades cívicas; en los barrios
populares, los vecinos más cercanos son los que colaboran en la orga-
nización de los principales eventos cívico-festivos".
En 1941 y 1942 hay vacíos documentales y sólo en 1943, cuando se
elige entre diez candidatas a la representante del barrio Getsemaní,
Angela Valle Flórez, se mencionan de nuevo en la programación ofi-
ciallas reinas populares, quienes participan en el desfile del bando y
por eso no se lanzan buscapiés en el desfile. En ese mismo año, las
reinas populares, junto con las señoritas de los clubes de la ciudad,
también participan en la gran batalla de flores".
138
Como se puede ver, las fiestas de la independencia de Cartagena
de Indias agrupan eventos que difieren de las pautas de los carnava-
les que se realizan en Cartagena y Barranquilla, ya que estos últimos
se caracterizan por tener reinados, concursos de carrozas, danzas gran-
des y pequeñas, disfraces, comedias, cumbiambas, bailes en clubes
sociales, verbenas barriales, salones, letanías, décimas y otros actos
que poseen toda la carga del juego dinámico de lo rural y lo urbano,
en un contexto de lo popular y los intereses consumistas del capital
industrial.
Una efeméride republicana como las fiestas de la independencia,
donde está en juego lo nacional, no se puede circunscribir a la lógica
de la producción y la publicidad industrial, sino que exige unas polí-
ticas culturales que no estén bajo la estricta racionalidad del merca-
do. Hay un plus simbólico innegociable que se relaciona con los valo-
res de la nacionalidad, el patrimonio histórico y monumental y la
memoria de una tradición libertaria, y por eso frente a ciertos grupos
calculadores de la rentabilidad mercantil, otros disidentes ciudada-
nos asumen una posición crítica y defienden los valores públicos en
favor del patrimonio histórico de la efeméride, del ejercicio ciudada-
no y responsable del sentido de revuelta que tiene la fecha.
Para reivindicar las reservas populares e invisibles de la historia,
muchos disidentes se van en contra de ciertos eventos como los reina-
dos, llámense populares o nacionales; cada año estos ciudadanos ex-
presan su sentir en algunas notas de prensa que señalan críticamente
el carácter banal de las fiestas, el desdibujamiento y la pérdida de los
valores cívicos y patrióticos. Donaldo Bossa Herazo considera que los
reinados son propios de carnavales y junto con Ave -Aníbal Esquivia
Vásquez- cree que las fiestas no se deben extender por más de tres
días: "No es humanamente posible, ni aún en ciudades como Río de
Janeiro o La Habana, sostener un programa de festejos populares por
cinco días" (Diario de la Costa, 1943:2).
139
la vez formas variables de apropiación patrimonial, nuevos intereses
económicos que fracturan poco a poco los elementos de pertenencia,
las identidades o la tradición de los rituales y escenarios colectivos.
Aunque la participación sigue las pautas de las elites, hay ciertos
replanteamientos sobre la historia de la ciudad, textos de José Morillo,
Jorge Artel y otros reivindican la figura protagónica de Pedro Romero
(véase el Programa de 1939). En la prensa aparecen diversos escritos
históricos sobre Cartagena, firmados por Generoso Jaspe, Gregario
Espinosa, Jorge Artel, Eustorgio Martínez yJosé Morillo, quien en 1940
escribe en El Fígaro una biografía de Pedro Romero titulada "Una
figura del Once de Noviembre" yen la revista Pesca de abril de 1948
publica un texto sobre el "Trágico amor del Almirante Padilla".
En la sesión solemne del 11 de noviembre de 1940, el académi-
co Luis A. Múnera propone reivindicar a los héroes ignorados y en-
tonces la Academia de Historia "resuelve colocar una lápida de már-
mol en el frente oriental de la muralla del reloj público con la siguiente
inscripción: "Cartagena agradecida a los héroes ignorados de su inde-
pendencia". En noviembre de 1944, tras la visita de dos barcos vene-
zolanos a la bahía de Cartagena, se resalta la hermandad de los pue-
blos como parte de la memoria histórica de la liberación de América;
se recuerda la acogida que le dieron a Simón Bolívar los habitantes
de la ciudad y a Francisco Miranda por su aporte a la bandera tricolor
colombiana.
El poeta cartagenero Jorge Artel (1909-1994), que sigue la línea
de la poesía negra en Colombia, invita a la ciudad al poeta cubano
Nicolás Guillén. Desde los años treinta, Artel se dedica a promover lo
afroamericano y en especial las manifestaciones festivas, musicales y
de danza, como se puede apreciar en las siguientes líneas:
Pero elll de noviembre es para los cartageneros, sobre todo, una fecha
carnestoléndica, una condensación de todas las tuforadas democráti-
cas. Su recuerdo está uncido al de la música y al del grito destemplado de
las gargantas patinadas por el ron costeño. Es una visión festivamente
multicolor, enredada en sonidos tamboriles y maracas pobladas de más-
caras grotescas o graciosas. Quitar a Cartagena sus disfraces y su demen-
cia, sus "no me conoces" y sus "buscapiés," sería lo mismo que borrar
esa fecha encarnada de su calendario. Es un amable error que resultaría
insensato rectificar. Bajo la careta, gestos paralizados del hombre, los
cartageneros se trepan en ese día sobre la torre de babel de su entusias-
mo [...]. Bajo la profusa astronomía de las horas nocturnas, arden los
cuerpos en la cumbia como en una llamarada sanguínea, alimentada
140
por la oscura metáfora de los tambores y por la voz que estiliza su caden-
cia para entonar las recias coplas que zumban en las fibras del alma
popular [...]. Un pronunciado olor de hembras en sazón, se amalgama
con el fuerte olor a brea y yodo que en hálitos densos vuela hacia la
plaza, donde la abigarrada multitud quiebra los cristales sonoros de
todas sus alegrías... Clarines, timbales ruidosos, anuncian las carrozas
alegóricas y sobre un lento rodar de sedas impalpables florecen las son-
risas tentadoras en los armoniosos cálices de las bocas excitantes... en
cada Once de Noviembre principia y termina un mundo nuevo. Los
habitantes de ese mundo somos quienes hemos vivido alguna vez en él,
quienes también morimos al clausurarse las voces de la fiesta cuando se
han roto los clarines y el confeti y la serpentina se agotaron de tanto
caer sobre las cabezas de las mujeres hermosas [...]. ¡Farsa del carnaval
novembrino! Te aguardamos con el dolor anticipado de quien espera la
vida después de haber vivido y muerto muchas veces (Artel, 1937).
Las expresiones afroamericanas son criticadas por la elite empre-
sarial de la ciudad que se siente orgullosa de su aristocrática blancura
-presidentes de clubes y organizadores de los concursos de belleza- y
entonces emerge un discurso racial que marca las diferencias entre
los seres humanos y establece una discriminación vertical para las
singularidades simbólicas y culturales. Las "comparsas de negros embe-
tunados" se consideran un obstáculo en el camino de una "fiesta civi-
lizada" y por eso algunos pretenden suprimirlas:
Vicentico Martínez quiere suprimir las comparsas populares, en espe-
cialla de negros que embetunados de pies a cabeza recorren las calles en
los días del Once y amenazan al transeúnte para que les den dinero. El
Diario de la Costa no apoya la idea de Vicentico, y en verdad que hay
razón para no apoyarla, esas comparsas son lo último que le quedó a
Cartagena de la celebración de antaño de esas fiestas; por eso nos com-
place en transcribir a continuación la siguiente carta:
Cartagena octubre 20 de 1941:
Señor Don Vicentico Martínez Martelo
La ciudad.
Muy apreciado Sr. y amigo:
Leí su carta al director del Diario de la Costa sobre la necesidad que
tienen los cartageneros de desprenderse, una vez para siempre y sobre
todo en las próximas festividades por los motivos conocidos, de esas
comparsas de negros que en cada 11 de noviembre recorren nuestras
calles en actitud bélica y aguardientosa. La observación que le hiciera el
Diario de la Costa fue muy prudente y muy cierta, esas comparsas es lo
141
último que queda de nuestras grandes festividades y prohibirlas es arran-
carle a las fiestas novembrinas lo único que verdaderamente puede lla-
marse auténtico y propio de la tradicional fiesta. Me permito sugerir, y
usted verá si en su despacho de ministro podrá haber cabida para la
iniciativa que enseguida doy.
No sería posible que la junta del Once se dirigiera a esos ciudadanos de
las comparsas que todos los años son las mismas y cuando estos faltan
los reemplazan los hijos y que habitan por los lados de Barú y Chambacú,
la Boquilla y antiguamente vivieron en inmediaciones del lago de
Bocagrande, donde aterrizó Lindberg, ise acuerda? Pues bien, se dirigie-
ran a ellos y los organizaran debidamente, dándoles los vestidos clási-
cos de la época que ellos tratan de revivir, dándoles a la vez, el modo que
al pintar sus rostros escojan los verdaderos colores y tonos, a su música
les dieran los auténticos sones y a sus pies los movimientos rituales que
sí existieron y además unos cuantos pesos y unas cuantas botellas de
aguardiente hicieran de este modo que esas comparsas sean dignas de la
ciudad y constituyan el renacimiento de una época que para nosotros es
de eterna memoria. Seguramente que en Cartagena alguien haría esta
labor. Su costo sería significante, y la ciudad presentaría a sus numero-
sos visitantes un número regional, auténtico, propio, verídico, y las
fiestas conservarían su sabor novembrino. Usted mejor que nadie es el
llamado a organizarla, y ya verá que el mismo presidente de Colombia
contemplará con todo interés a esa muchedumbre de negros desfilando
por nuestras calles... Y si el primer día de su aparición, el cacique, el jefe
de la tribu lo es el presidente del Club Cartagena, el acontecimiento
sería mundial. Por las noches, las comparsas podrían tener su campa-
mento entre el mar Caribe y las murallas de las bóvedas unos toldos allí
levantados unas hogueras con mucho humo, y una música propia de
aquellos tiempos sería un cuadro tradicional que todos contemplaría-
mos con emoción y regocijo. Antonio María Pretel (El Fígaro, 1941a).
La propuesta de Vicentico Martínez registra tanto la recrimina-
ción por el color o lo racial, como la intolerancia y la incomprensión
simbólica cultural que solicita públicamente en la prensa la elimina-
ción de las comparsas de negros. Ni siquiera se les "segrega" o se les
expulsa a otro lugar, sino que se les condena a la desaparición en un
gesto que no dista mucho de la "limpieza social", en una reconocida
posición de racismo manifiesto.
En la respuesta del señor Antonio María Pretel -matizada con
cierta discreción semiaristocrática- hay elementos favorables y conci-
liatorios respecto a las comparsas de los negros embetunados, pero
también cierta ironía cuando usa expresiones que son sarcásticas y
142
además muestran una complacencia cercana a las escenas de la
filmografía de Hollywood. Con una incomprensión antropológica ridí-
cula y aberrante que desvirtúa las expresiones de la tradición cultural
africana, el señor Pretel tiñe la danza con imágenes y adjetivos donde
sólo aparecen unas atrevidas y lascivas contorsiones, además de los
saltos y los gritos.
La controversia sigue por varios días durante los cuales el poeta
Jorge Artel defiende incesantemente las comparsas de negros, hasta
que le cortan el paso ciertos oponentes fuertemente recriminadores
como el que escribe esta columna "Zig-Zag" de El Fígaro en 1941:
Para colmo, Jorge Artel, tercia en la discusión para acusar a Vicentico
Martínez y a Fulminante de que tratan de quitarle al pueblo sus diver-
siones. No querido poeta. El lirismo suyo, y ese culto desenfrenado por
la raza africana no debe salirse de sus renglones cortos para inundar la
prosa de los periódicos. Las comparsas que a Viro y a Fulminante les
disgustan son en verdad, antiestéticas desagradables y molestonas. Es
extraño que un poeta no haya visto ese aspecto del problema. Además,
¿para que se pintan de negro humo si no lo necesitan? Eso es un pleo-
nasmo que produce plata porque todos sabemos que el truco de la pin-
tada es una especie de amenaza. Al que no suelta los cinco o diez centa-
vos le plantan su manotón... y Iadiós vestido limpio! Conque la idea es
buena y debería ser apoyada (El Fígaro, 1941b)l9.
143
5. Sin turistas, pero con reinado, literatura y violencia
144
Aunque la violencia en la costa Caribe tiene menor intensidad,
Guillermo Cano escribe esta nota en ElEspectador, en noviembre de
1949:
[...] aquí no ha habido estado de sitio sino las festividades tradicionales
de "La Heroica" [...]. En las mesas de los bares, en las recepciones, las
gentes hablan caballerosamente de política. Nadie se exalta. Y si hay
algún conato de altercado, la sonrisa de una candidata que acierta a
pasar disuelve la neurosis (El Espectador, 1949).
A pesar de la discreta simulación del escrito de Cano, sí hay cierta
neurosis, cierta tensión, y por su impacto se restringen o prohíben
algunos actos de las fiestas. Uno de los hechos más significativos es
que se prohíbe publicar el acta de independencia, como lo relata este
columnista cuatro años después:
Elll de noviembre, de tanta significación en el calendario de la Patria
y, en particular, en la emoción de las gentes nacidas en la ciudad cuyo
nombre está asociado jubilosamente a la magna gesta que se conmemo-
ra, había perdido en los años inmediatamente anteriores su dinámica
intención conmemorativa. Se habían eclipsado en el zodiaco de la Pa-
tria los signos de la libertad y todo cuanto fuera evocación de nuestras
glorias libertarias había pasado a ser, en conceptos de quienes entonces
ejercían el supremo poder, material prohibido y peligroso. Dentro de
este criterio de gobierno los censores de la prensa ejercieron un celo
especial en el control de todo escrito en que se dedicara un recuerdo
consagra torio a los mártires de la emancipación, y en los últimos tres
años fue prohibida, por subversiva, la publicación del Acta de la Inde-
pendencia, de lo cual reposa constancia en nuestros archivos. Por pri-
mera vez, en varios años,la fecha clásica de Cartagena va a celebrarse en
la plenitud de su auténtico significado. Asistimos esta vez a una recon-
ciliación con las tradiciones que son patrimonios gloriosos de la repú-
blica, hecho tanto más alborozante puesto que está ratificado con la
presencia entre nosotros del mandatario que nos ha devuelto el dere-
cho de entregar en este día nuestro patriótico homenaje a los gestores
de la nacionalidad. El teniente general Rojas Pinilla encuentra en Car-
tagena a un pueblo jubiloso y esperanzado que va a entregarle su adhe-
sión con la elocuencia multitudinaria que sólo conocen en forma sin-
cera y espontánea los gobernantes que escuchan la vozde sus gobernados
y atienden sus aspiraciones (El Universal, 1953:4).
No quiero seguir el corifeo de los que pregonan una historia de la
"violencia de la nación", con la consabida centralidad de un discurso
que enfatiza en una violencia partidista en la cual las elites preten-
145
den obtener la hegemonía en la periferia, ni caer en el estereotipo
tedioso de una violencia en el interior, cruda y sanguinaria, frente a
una costa Atlántica un tanto ajena al conflicto, que disfruta de una
relativa paz y concordia. Creo que este período merece más atención,
destacando las particularidades de una violencia no tanto nacional
sino regional, con sus fragmentaciones departamentales y su inciden-
cia particular en las distintas localidades como es el caso de Cartage-
na, donde hubo muertos y desplazamiento del campo a la ciudad por
parte de algunos habitantes de municipios aledaños.
El 21 de octubre de 1948, el alcalde Benjamín Porto M. dicta un
decreto donde confirma la situación de anormalidad del país y plan-
tea que no es prudente celebrar las festividades con los regocijos acos-
tumbrados; por lo tanto, el decreto prohíbe absolutamente usar "más-
caras, caretas, antifaces, pinturas y cualquier artefacto que oculte o
desfigure el rostro de las personas, o que haga difícil su identificación
[...] igualmente se prohíbe el uso de buscapiés, cohetes, bombitas o
cualesquiera otros petardos en cuya fabricación se utilicen pólvora o
explosivos" (El Universal, 1949a).
Debido a la violencia, las fiestas de 1949 transcurren sin la mis-
ma afluencia de turistas de años anteriores. Las tensiones políticas
aumentan en el país y empiezan a tener efectos en la costa Atlánti-
ca, por eso llama la atención el siguiente titular de prensa: "Pacífi-
camente celebró Cartagena las tradicionales fiestas del 11" (El Uni-
versal, 1949b). La intranquilidad es creciente y en medio del estado
de sitio se elige como reina de belleza a Myriam Soja, señorita Atlán-
tico".
La nueva reina es la encargada de entregar en el club Popa los
resultados y premios del Concurso Nacional Literario promovido por
el comité organizador del Concurso Nacional de Bellezay coordinado
por los señores Eduardo Méndez Méndez y José Morillo; el jurado lo
conforman Clemente Manuel Zabala,Sebastián Mesa Merlano yJenaro
Jiménez Nieto. El primer premio en poesía -la Violeta de Oro- es para
el soneto Cartagena de ayer, escrito por el doctor Alfredo Lemus Ro-
dríguez con el seudónimo Allamuro. El mejor ensayo gana la Orquí-
dea de Plata y se titula Lanacionalidad colombiana y lapaz, su autor es
Luis A. Múnera quien usa el seudónimo Conde de Lucanor. El cuento
premiado es acreedor a un pergamino y el Plato de Plata, se llama A
146
caza de infieles y su autora es Judith Porto de González, con el seudóni-
mo Carmen Mayo (El Universal, 1949c) 22.
La dinámica de los reinados populares se da especialmente en los
barrios del centro colonial-San Diego, Getsemaní- y las reinas elegi-
das corresponden a ellos; por primera vez en 1950 triunfa la represen-
tante del barrio Torices, Fabiola Lafaurie, que es una reina de extra-
muros. Las prácticas festivas de las reinas populares toman un carácter
cívico, que se traduce en hacer visibles las necesidades del barrio y de
la ciudad -alcantarillado, pavimentación, educación o salud- y pe-
dirle a los mandatarios de turno que aporten soluciones.
En 1953 se elige como reina a Teresa Cueto Pinzón, quien repre-
senta al barrio Olaya Herrera. En este año los cartageneros le solici-
tan al mandatario Gustavo Rojas Pinilla que construya la carretera
troncal de Occidente y el alcantarillado y que beneficie el turismo.
Fiesta, turismo, racismo, industrias culturales y política empiezan
a tejer un imaginario social donde los conflictos y las tensiones entre
región y nación, lo popular y la elite, construyen o derrumban los "idea-
les" con ciertas pistas acerca de nuestras diferencias e identidades.
Un hito revelador es la coronación de Luz Marina Zuluaga como Miss
Universo en 1958, que marca una perspectiva diferente respecto a la
invención y la relación de la "nacionalidad" y la "globalización", en
medio de un escenario desbordado por el juego de las hegemonías
socioculturales y las problemáticas socioeconómicas de la opulencia y
la miseria.
Cartagena de Indias, agosto 15 de 2005
22. Los coordinadores del concurso -con cobertura nacional- hacen cons-
tar que hubo limitaciones de tiempo para la organización y un alto número de
trabajos recibidos: 176 sonetos, 33 cuentos y siete ensayos. El concurso da mencio-
nes honoríficas para la poesía y los cuentos, los premios consisten en un dinero
proveniente de una donación de doscientos pesos que hizo el embajador de Chile,
los cuales se reparten por igual entre los ganadores de las cuatro modalidades;
como el premio a la categoría poema a la belleza colombiana se declara desierto, los
cincuenta pesos se le entregan a los organizadores para sufragar los gastos de
logística. También se regalan varias obras de literatura donadas por la Librería
Mogollón, la Librería Nacional de Barranquilla y las embajadas de Argentina y
Chile (El Universal, 1949c).
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150
La fiesta del primer centenario de la Independencia
de Cartagena de Indias: ciudadanía y religiosidad
151
los que velaréis, como centinela fiel, por el movimiento pacífico de la
sociedad.
ISoldados! Si han sido eminentes vuestros servicios en el restableci-
miento del orden público, más lo serán desde hoy.Vuestra lealtad será el
sostén de la paz pública, y vuestro honor el apoyo inconmovible de las
nuevas instituciones nacionales (Pamba y Guerra, 1951:206).
El discurso político del general Campo Serrano representaba la
idea de ciudadanía promovida por la Constitución Política de 1886,
según la cual "Son ciudadanos los colombianos mayores de veintiún
años que ejerzan profesión, arte u oficio, o tengan ocupación lícita u
otro medio legítimo y conocido de subsistencia" (Ibíd.:21O, además
219, 326). Al considerar la industria y el comercio, la ciencia y las
artes o los conocimientos útiles como el nuevo campamento del pue-
blo colombiano, el general describía el concepto político de ciudada-
nía identificándolo con el de católico virtuoso; éstos eran aquellos
sujetos profesionales, leales, honrados y productivos que estaban al
servicio de los oficios y ocupaciones laborales dignificantes y legítimos
para la patria política, es decir, 19s de empresario, industrial, letrado,
comerciante, miliciano Yotros. Estas eran algunas de las profesiones y
los cargos públicos civiles más importantes que otorgaban el título de
buen ciudadano, a fines del siglo XIX y principios del xx.
Dado el contexto anterior, las escuelas públicas y privadas se con,
virtieron en el epicentro cultural de la sociedad colombiana al actuar
como centros de enseñanza, formación, capacitación, educación e
instrucción civil y política para los futuros ciudadanos. El Estado veía
en dichas instituciones la posibilidad de garantizar -a corto y media,
no plazo- la consolidación de una clase de trabajadores ilustrados y
útiles al progreso y la modernidad, pero además tenía la necesidad de
garantizar el orden moral de la república y por eso retomó los preceptos
religiososde la doctrina católica -los mandamientos y los sacramentos,
la trilogía de Dios compuesta por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
la oración y la señal de la Santa Cruz, el pecado y la salvación, la
penitencia y la confesión, la santificación de las fiestas- como elementos
indispensables para formar la subjetividad del hombre religioso'.
152
Ante las necesidades planteadas por la modernidad y el orden, los
funcionarios públicos del Estado construyeron una imagen política de
ciudadanía acomodada a la idea escolar y civil del católico virtuoso,
la cual se hizo evidente en el Concordato de 1887 -artículos 12 y B-
yen la reforma educativa de 1903. El acuerdo con la Iglesia dice así:
Art. 12. En las universidades y colegios, en las escuelas y demás centros
de enseñanza, la educación e instrucción pública se organizará y dirigirá
en conformidad con los dogmas y la moral de la República católica. La
enseñanza será obligatoria en tales centros, se observarán en ellos las
prácticas piadosas de la religión católica.
Art. 13. [...]. El gobierno impedirá que en el desempeño de asignaturas
literarias, científicas y en general en todas las ramas de instrucción
pública, se propaguen ideas contrarias al dogma católico y al respeto y
veneración debidos a la Iglesia (Citado por: Jaramillo Uribe, 1982:279).
Por su lado, la reforma educativa -Ley 39 de 1903 sobre instruc-
ción pública- estableció lo siguiente:
Art. 6.Es obligación de los gobiernos departamentales difundir en todo
el territorio de su mando la instrucción primaria, reglamentándola de
modo que en el menor tiempo posible y de manera esencialmente prác-
tica se enseñen las nociones elementales, principalmente las que habi-
litan para el ejercicio de la ciudadanía y preparan para la agricultura, la
industria fabril y el comercio (AHC, Registro de Bolívar, 1903).
Teniendo en cuenta la situación descrita, en el presente texto
interesa discutir sobre la manera como la sociedad de Cartagena se
apropió de la imagen política del católico virtuoso y la representó du-
rante la celebración de los cien años de su independencia, el once de
noviembre de 1911. Parafraseando a Peter Burke, se puede decir que
en esta fecha se habría inventado, ordenado y categorizado una fiesta
política destinada a la exhibición y presentación pública de los "siste-
mas de significados, actitudes y valores compartidos, así como de for-
mas simbólicas a través de las cuales se expresa o se encama" (Burke,
1991:29) la identidad religiosa y productiva del ciudadano. En sínte-
sis, se buscaba cohesionar e identificar al nuevo hombre con el perfec-
cionamiento moral descrito en la Constitución Política de 1886 y en el
discurso del general Campo Serrano.
Concebida así, la fiesta novembrina permite adentrarse en el estu-
dio de dos elementos claves para entender la significación, apropia-
ción y representación del concepto de ciudadanía. El primero de di-
chos elementos está representado por los discursos políticos Y
153
moralizantes emitidos por los dirigentes -el gobernador, el alcalde, los
ministros del despacho y otros funcionarios públicos- y los intelectua-
les en nombre de la patria, la historia, el territorio y las tradiciones
culturales de la ciudad, que condujeron a que se creara e impusiera
el Día de la Independencia como la fecha sagrada fundacional de la
República de Cartagena, para que los cartageneros se identificaran
con ella.
El otro elemento festivo utilizado por las elites tuvo que ver con la
configuración del espacio urbano mediante la conformación de juntas
del centenario en los barrios populares y la fabricación de estatuas,
monumentos y parques; este elemento destinado a engalanar la urbe
sirvió para expresar y encarnar en público -hacia el extranjero- el
patriotismo de los habitantes. Cantar las letras filarmónicas del himno
nacional, izar la bandera, asistir a las misas de campanas, celebrar los
Tedéum, construir y nombrar a los héroes y heroínas, mártires y signa-
tarios de la emancipación absoluta de Cartagena, fueron algunos de
los mecanismos culturales y prácticas festivas que se emplearon para
formar y representar al católico virtuoso. Todo esto dio lugar a lo que
Bernardo Tovar Zambrano define como la formación de la "patria po-
lítica", para aludir a los imaginarios fundacionales y patrióticos del
Estado-nación colombiano (Tovar Zambrano, 1997).
En este texto se pretende entonces estudiar la relación histórica y
cultural de la fiesta del once de noviembre con el concepto político
de ciudadanía a principios del siglo xx, para ofrecer una mirada histó-
rica de esta fiesta que vaya más allá de la definición burlesca, carna-
valesca y popular que tradicionalmente se le ha otorgado. Para el efec-
to, se indagan y analizan las formas de pensamiento elitistas
relacionadas con el significado cultural del centenario para la ciudad
y sus ciudadanos, es decir, la forma como se pensó, asumió, apropió y
representó la imagen política del católico virtuoso en una sociedad
como la cartagenera, marcada por el anticlericalismo y los conflictos
sociales emanados de la modernidad.
La celebración del centenario de la independencia sirvió -al me-
nos por ese instante- para elaborar y llevar a la praxis la ya menciona-
da idea de ciudadanía, al igual que acontece en la actualidad cuan-
do faltan escasos años para conmemorar el bicentenario de la
mencionada fiesta patria. Hoy, en las escuelas y universidades públi-
cas y privadas se institucionalizan cátedras sobre la historia de Carta-
gena y al mismo tiempo se rescatan y toleran las tradiciones culturales
de nuestros ancestros africanos, a partir de la creación de programas
154
educativos como el de los afrodescendientes o la etnoeducación, en
los cuales se generan espacios de reflexión o semilleros académicos
dedicados a "Repensar las fiestas del once de noviembre". En la ciu-
dad actual también se construyen y remodelan parques, monumentos,
estatuas, avenidas y sitios históricos que expresan y encaman un men-
saje patrio relativo a la historia de la independencia y pos-indepen-
dencia de Cartagena.
Con todo lo anterior se va configurando el espacio urbano y se
tejen un conjunto de aparatos discursivos políticos y civiles para lo-
grar la identificación social del "buen ciudadano" en relación con el
multiculturalismo y el patrimonio histórico, cultural y turístico de esta
ciudad amurallada, la cual se encuentra cada vez más azotada por
fenómenos como la delincuencia común y la falta de educación, sa-
lud y empleo. En síntesis, la ciudad carece de un Estado de bienestar
social para sus habitantes.
155
ción del centenario, porque se tenía el temor de presenciar unas fies-
tas vergonzosas para la ciudad. Algo similar ocurre con las denuncias
periodísticas que hacen los cartageneros del siglo XXI, bajo el título de
"vagabundos públicos", para señalar y condenar el robo de las
luminarias de las murallas y las tapas de los registros sanitarios o la
contaminación visual de las paredes con letreros obscenos, entre otros
actos de desfachatez que van en contra de la ciudad amurallada y sus
extramuros.
Al respecto, ya en 1911 el diario El Porvenir registraba algunas de
esas acciones y temores que aún existen en el presente:
Con motivo del permanente apedreo de los árboles frutales que existen
en dicho parque, una de las piedras que debió arrancar un mango, fue
introducida en una tienda que queda en los bajos del doctor Escobar,
dando por resultado -y sólo eso por fortuna- la ruptura de una de las
botellas que adornan el armario.
¿y la política? No lo sé; pero el caso es que aquellos muchachos hacen
del parque teatro de cuanta acción canallesca se les antoja. Teniéndolo
convertido en campo abierto yentran y salen como si fuera una casa sin
dueño. No se les puede llamar la atención, porque prorrumpen en un
aguacero de palabrotas, que tal vez ni en los burdeles son para dichas
[...] ¿será posibleque esto continúe así estando ya tan cerca el centena-
rio? (AHe, El Porvenir, 1911c:3).
También en el diario El Porvenir yen 1911 se hizo con más detalle
una reseña titulada "La cultura de nuestro pueblo", en la cual se
exponía y criticaba el deterioro del patrimonio histórico de la ciudad
de Cartagena en vísperas de la fiesta del centenario; sin duda, la
divulgación completa de este escrito podrá servir para comprender
por qué la fiesta del once de noviembre se organizó alrededor del
concepto del ciudadano como católico virtuoso. Así decía la reseña:
Muy doloroso es confesarlo pero el callarlo sería peor: la incultura de
nuestro pueblo va cada día en aumento aterrador, y esa falta de civilidad
pública nos va llevar al abismo si no se pone pronto y eficaz remedio.
Quien asiste a las funciones teatrales se convencerá de esta triste ver-
dad. Aquello es un remedo de algo peor que una gallera o una plazade
toros. Gritos, frases mal sonantes, silbidos, golpes con los bastones,
interpelaciones groseras de un punto a otro del teatro.
En la calle no hay frase puerca e insolente que no salga de la boca de los
hombres y muchachos sin tener en cuenta los oídos que pueden escu-
charlas. De esta falta de civilidad pública y de respeto viene la conse-
cuencia de que cualquier muchacho se crea con derecho para ensuciar
156
las paredes con letreros y dibujos obscenos o echar a perder el repello o
blanqueo que acaba de hacerse en el frente pasándoles raya de carbón;
de ahí también el que nuestras aceras sean peligro constante para los
transeúntes, por los desperdicios y cáscaras de frutas que todo el mundo
arroja a la vía pública.
y otro funesto resultado de esta mala crianza pública es el que los mu-
chachos se entregan en romper a pedradas limpias los bombillos del
alumbrado público y las placas esmaltadas que indican el nombre de las
calles y plazas. En nuestra oficina tenemos una de esas placas -la de la
calle de la Tablada- que después de romperle el esmalte fue arrancada de
su sitio.
Si esto se deja continuar así, vamos a presentar un certamen vergonzoso
durante las fiestas del centenario (AHC, El Porvenir, 1911b:3).
Este tipo de anomalías publicadas en los diarios eran las que po-
dían poner en riesgo los festejos patrios de 1911 en Cartagena, ya que
atentaban contra el patrimonio histórico de la ciudad y sus ciudada-
nos. Dicho patrimonio debía ser venerado con actos públicos y solem-
nes durante la conmemoración, para de esta forma exhibir y presentar
a la localidad, la región, la nación y sobre todo al turista, el espíritu
patriótico, progresista y civil de los cartageneros; por este motivo, des-
de la alcaldía, la gobernación, la asamblea departamental, las igle-
sias, las fábricas y las escuelas, se empezaron a organizar y repensar las
fiestas del once de noviembre en función del concepto que igualaba
al ciudadano con el católico virtuoso. La intención era rescatar las
tradiciones culturales, los buenos modales, las normas de urbanidad
y la civilidad del nuevo hombre y,en últimas, controlar y civilizar los
festejos para ordenar el mundo al revés de la sociedad cartagenera,
pues el anticlericalismo y las conductas premodernas denunciadas
en la prensa eran prácticas comunes y corrientes y se expresaban a
diario en las formas de sociabilidad de los sectores populares (Alvarez,
2003).
La situación cartagenera se diferenciaba de lo que aconteció en
la Europa moderna de los siglos XVII y XVIII, donde el carnaval, las
procesiones y las fiestas sirvieron para teatralizar y crear "un período
de desorden institucionalizado, un conjunto de rituales sobre la in-
versión del mundo conocido", al ser transgredidos los tabúes y las
normas sexuales, alimenticias y morales impuestas en la sociedad eu-
ropea en tiempos normales (Burke, 1991:273, 257-291; Darton, 1987).
En el caso de Cartagena, la celebración del centenario debía servir
para imponer la identidad social del ciudadano virtuoso al exaltar la
157
religiosidad cristiana y el "Ethos comercial e industrial" en los feste-
jos; a consecuencia de esto, los sectores dirigentes construyeron una
fiesta política en la cual lo popular como manifestación artística, lite-
raria, musical, poética y festiva se debía limitar a lo oficialmente acep-
tado: se "permitía durante los días 10, 11 y 12 toda clase de regocijos
públicos que no pugnen contra la moral y las buenas costumbres" (AHC,
Gaceta departamental deBolívar, 1911d:993). Así se podía garantizar la
conmemoración patriótica y memorable del centenario del once de
noviembre.
158
emitida por el Ministerio de Instrucción Pública, se ordenaba lo si-
guiente:
[...] los maestros de todas las escuelas de la República contraerán la
enseñanza de la historia patria a la explicación del acta de la indepen-
dencia de Cartagena, y al recuerdo de nuestros próceres José Femández
de Madrid, Manuel RodríguezToricesyJosé Ignacio de Pombo, de Cavero,
Amador, Castillo, Casamayor, Granados, Ripoll y demás patriotas que
suscribieron aquel memorable documento; ya la memoria del mártir de
la patria José María García de Toledo (AHC, Gaceta departamental de Bolí-
var, 1911b:224p.
Con la creación y politización del once de noviembre se buscaba
formar un tipo de "Epos patriótico'". Al nombrar y homenajear en
público a los protagonistas heroicos de la patria política o de la inde-
pendencia de Cartagena, se ponían en primer plano aquellas persona-
lidades del pasado que eran ejemplo de buenos ciudadanos para la
sociedad y para los futuros ciudadanos ilustres de Cartagena.
Ahora bien, después de haber inventado, ordenado y legitimado
la fiesta del centenario como práctica ciudadana destinada a resaltar
e imponer la imagen política del católico virtuoso, los sectores diri-
gentes de Cartagena empezaron a considerar la religión de la repúbli-
ca y los conocimientos fabriles, comerciales e industriales que se en-
señaban en las escuelas, como los nuevos fundamentos políticos a
representar en los festejos públicos del once de noviembre. Se busca-
ba alinear las costumbres o formas de sociabilidad de los sectores po-
pulares respecto a la idea de ciudadanía y por eso los festejos se inicia-
ban con actos litúrgicos destinados a agradecerle al Dios cristiano por
la centuria de vida autónoma que habían alcanzado para la ciudad
los mártires de la independencia.
159
Las disertaciones espontáneas de los prefectos en el atrio de la
iglesia, los 'Tedéum y las misas de campaña dedicadas a la memoria de
don Pedro de Heredia -fundador de Cartagena- y al nombre del gran
almirante Cristóbal Colón -descubridor de América-, la exaltación'
religiosa en público de la estatua de Simón Bolívar y de San Pedro
Claver -considerados los exponentes de la libertad y la solidaridad
espiritual de América Latina-, fueron algunas de las manifestaciones
culturales que encarnaron y expresaron la religiosidad del centenario
para representar la figura política del "buen ciudadano". Estas expre-
siones se complementaron a la vez con espectáculos cívicos como el
enaltecimiento de la bandera de Cartagena, la cual le fue obsequiada
a la municipalidad por las señoritas del barrio San Diego.
Al mismo tiempo, los alumnos del colegio Martínez Ollier elabora-
ron el mapa de la antigua provincia de Cartagena y uno de los des-
cendientes parentales del señor Amador y Cortés leyó el acta de la
independencia; también se organizaron fiestas y concursos literarios
sobre la historia de la ciudad y se inauguró la Academia de Historia,
entre otros actos que exhibían el espíritu patriótico de los ciudada-
nos. En efecto, se buscaba escenificar la patria, la nación, la locali-
dad, el cristianismo, el progreso, la modernidad y la identidad social
de una sociedad debilitada moral y materialmente por las prácticas
premodernas y anticatólicas de sus habitantes, para así tratar de supe-
rar estos inconvenientes.
Durante la apertura y el posterior desarrollo de las festividades
novembrinas se escucharon con frecuencia discursos moralizante s que
argumentaban sobre la existencia de una relación directa entre Dios,
la patria y la libertad. Estos conceptos claves para definir al buen ciu-
dadano como un sujeto religioso y productivo, fueron propugnados
por la Constitución Política de 1886 y las prácticas pedagógicas de las
escuelas destinadas a educar, construir y formar al católico virtuoso,
pero también por losdiscursos políticos que se construyeron para cele-
brar el centenario de la independencia o la fiesta ciudadana.
La mencionada relación se expresó, por ejemplo, en la retórica
patriótica del prefecto de la provincia de Cartagena, el doctor Holguín
y Caro, quien habló en nombre del Senado de la República para con-
memorar los hechos gloriosos del once de noviembre. El prefecto dijo
estas palabras: "Que sea hoy como lo fue entonces, en esta historia de
la ciudad, el amor a Dios, a la patria y la libertad vuestro mejor timbre
de gloria; que a semejanza de los egregios luchadores de 1810 a 1821
comprendéis que sin Dios no hay patria, sin patria no hay libertad y
160
sin libertad no hay vida digna y honrosa" (AHC, Gaceta departamental
de Bolívar, 1911e:998). De esta manera, en los festejos se construyó y
reprodujo la imagen cristiana del buen ciudadano como ser católico
al servicio de la patria.
El doctor Holguín y Caro, al plantear en su discurso que "el espí-
ritu cristiano y patriótico que animó a los fundadores de nuestra na-
cionalidad, no obstante muchas veces en la adversidad de los tiempos
se conserve y fortifique, como el más precioso legado, el amor único e
incontrastable en la tierra colombiana" (AHC, Gaceta departamental de
Bolívar, 1911f: 1004), de cierta forma insistía en el carácter religioso y
político del centenario. Esta fiesta solemne se debía revestir de un
carácter sagrado para los cartageneros y debido a ello el baile de más-
caras, los disfraces, las amanecidas y lo popular sólo se permitían a
altas horas de la noche, mas no en el transcurso de la mañana y la
tarde de los días festivos. Al respecto, en el programa de las fiestas se
estableció la siguiente disposición:
La junta directiva de las festividades, considera este día como el más
sagrado para los cartageneros, y por ello dispone que en todo el curso de
él no se permitan mascaradas y disfraces. Es un día dedicado exclusiva-
mente a la memoria venerada de nuestros libertadores, por el cual cree
interpretar así el sentimiento del alma cartagenera (AHe, El Porvenir,
1911d:2).
161
de la patria política, esos "buenos ciudadanos" del pasado -que gene-
ralmente eran militares-" debían ser recordados en los festejos cente-
narios por su espíritu patriótico y además servir como modelo ejemplar
para los ciudadanos del presente. Era necesario que el nuevo hombre
se comprometiera con el desarrollo y la evolución material, moral y
espiritual de una sociedad que pretendía arribar a la modernidad
mediante prácticas comerciales, industriales, fabriles y religiosas.
Un ejemplo del ideal buscado fue el homenaje público que le hizo
la sociedad de tipógrafos de Cartagena a José Fernández Madrid en el
parque que hoy lleva su nombre, donde se levantó una estatua del
ilustre prócer en procura de recordarlo y ponerlo como un modelo
ejemplar de "buen ciudadano" para los cartageneros. Por eso a los
niños de los colegios públicos de la ciudad les correspondió, en su
condición de futuros ciudadanos, regar flores en el pedestal de la
estatua dedicada a Fernández Madrid para manifestar su espíritu pa-
triótico en los festejos centenarios y al mismo tiempo el joven artesano
Clímaco Mouthon Rivera, presidente de la sociedad tipográfica, ter-
minó asignándole un contenido moderno y civil a dicha obra al consi-
derarla como un bien común que encama y expresa el progreso de la
patria grande, amable y respetada de Cartagena. El hecho lo registró
así el cronista A. M. Azuaga:
A la llegada al parque, y al son del Himno Nacional, los niños de los
colegios regaron flores en el pedestal de la estatua del ilustre prócer. Y
en representación del honorable y distinguible gremio de tipógrafos
ocupo la tribuna el joven intelectual Clímaco Mouthon Rivera, presi-
dente de la sociedad tipográfica.
El discurso del joven Mouthon, inspirado en este acendrado patriotis-
mo de donde emanan el trabajo y el orden, único elemento para hacer
patria grande, amable y respetada, fue aplaudido, yen él supo producir el
orador los deseos de progreso que en bien de la madre común animan a
todos y a cada uno de los que forman el noble gremio de tipógrafos
(Azuaga, 1911 b:2).
162
La configuración simbólica del espacio urbano durante los festejos
centenarios fue una forma de sentir pertenencia social a la ciudad y
de llevar a la praxis festiva la idea de ciudadanía; la construcción
material de una estatua en homenaje a José Fernández Madrid, como
súnbolo del "buen ciudadano", se hizo para grabar su imagen en el
tiempo y recordar su espíritu patriótico y además para lograr la identi-
ficación de los cartageneros con el patrimonio histórico y cultural de
su urbe. Si al mismo tiempo había que cantar el himno nacional, regar
flores, celebrar misas, izar la bandera y adorar, decorar y rendir culto
patriótico a los héroes de la patria delante de sus esculturas, los habi-
tantes de Cartagena terminarían por construir e interiorizar su identi-
dad social como "buenos ciudadanos" de la patria al hacer uso simbó-
lico, civil y sagrado del espacio en donde convivían; por eso se buscó
engalanar y hacer portentosa la fiesta del centenario ante la presen-
cia de los delegados extranjeros, nacionales, regionales y locales que
asistieron a la conmemoracíón'',
De otro lado, la configuración simbólica, civil y sagrada del espa-
cio urbano y la representación social de la ciudadanía en el centena-
rio de la independencia, llevaron a los cartageneros a organizarse en
juntas, sacrificar un porcentaje de sus salarios y organizar fiestas lite-
rarias y concursos públicos sobre la historia de Cartagena, entre otras
actividades destinadas a recaudar fondos para la celebración. Se creó
la Academia de Historia y se edificaron el parque del Centenario, el
teatro municipal, dos escuelas modelo y la Clínica de Maternidad
Rafael Calvo; se elaboraron y remodelaron estatuas, monumentos y
esculturas, avenidas, calles, templos y sitios históricos, todo ello en
nombre del cristianismo y el progreso comercial, fabril e industrial de
Cartagena. Por ende, al nuevo hombre definido como un ser católico
y laborioso le correspondía identificarse y contribuir con la causa fes-
tiva, bien fuera con su capital monetario, su espíritu patriótico o ayu-
dándole a la patria con sus servicios laborales para fabricar las obras y
organizar los festejos. De esta manera se exhibía ante la sociedad el
"ethos comercial e industrial", propio de la identidad social del "buen
ciudadano".
Los usos simbólicos del espacio festivo en el centenario le debían
dejar todo un legado político y civil a la ciudad -la UNESCO la declaró
patrimonio histórico y cultural de la humanidad en 1980-, pero tam-
163
bién servirían para mostrar el progreso, las instituciones políticas, ci-
viles y culturales, el ordenamiento, la organización y la jerarquía de
los ciudadanos en los espectáculos callejeros. Por ejemplo, durante el
tradicional desfile del bando, la presentación pública de las carrozas y
los disfraces alegóricos a la historia de la ciudad se hicieron por las
principales avenidas y calles históricas.
Las calles del Guerrero, San Antonio, Manuel Román, la Media-
luna, las Carretas, la Moneda, la Bomba, los Puntales, el Santísimo, el
Sargento Mayor, el Estanco del Aguardiente, el Cuartel, la Soledad,
el Porvenir, la Mantilla, la Estrella, la Iglesia de Santo Domingo, la
Inquisición y la Larga, y las plazas de la Independencia, Bolívar, Fer-
nández Madrid y Santo Domingo, eran precisamente los circuitos de
corte colonial y republicano alusivos al cristianismo y al desarrollo
comercial, industrial y fabril, por donde se debía realizar el menciona-
do desfile del bando. Por estos lugares los ciudadanos marchaban para
escenificar las virtudes civiles de su patria política.
Tanto las calles como las plazas antiguas (AHC, El Porvenir, 1911d,
ya citado) permitían mostrar la identificación y representación del
buen ciudadano con el orden simbólico y festivo del espacio construido
por los sectores dirigentes para controlar, ordenar y rescatar las tradi-
ciones culturales e históricas del día de la independencia y del once
de noviembre de 1911. Algo similar aconteció en las festividades
novembrinas del año 2003, cuando se organizó un desfile popular
por las principales calles del centro histórico de la ciudad para res-
catar las costumbres ancestrales, es decir, se concibieron y valoraron
dichas calles como patrimonio histórico y cultural de la urbe y sus
ciudadanos.
Igualmente, el desfile del bando sirvió para exhibir las jerarquías
sociales de los cartageneros. La participación y representación simbó-
lica de las carrozas y disfraces públicos de los ciudadanos alusivos al
arte, la historia, las milicias, la educación y las instituciones políticas
del Estado, tenía un ordenamiento espacial determinado en el cual se
expusieron las distancias políticas, económicas, sociales y culturales
de los distintos sectores sociales de Cartagena. En primer lugar desfí-
laba la carroza presidida por la señorita doña María Teresa G. en ho-
nor a la "fama" y detrás suyo iban las cabalgatas alegóricas a la guerra,
las artes y el comercio, junto con la señorita Rosa Amelia Delgado H.
en representación de la india Catalina, a quien "al cabo de los siglos
nuestros libertadores consideraron digna de simbolizar a Cartagena
libre" (Azuaga, 1911a:2).
164
En otras palabras, aquellas eran las imágenes del progreso y los
nuevos campamentos de la sociedad colombiana -la industria, el co-
mercio, las artes, la ciencia y la paz pública-, los cuales habían sido
presididos antes por un acto litúrgico en actitud de agradecimiento a
Dios por la centuria de vida independiente. Había entonces que es-
cenificar las virtudes civiles del católico virtuoso para hacer que éste
identificara y sintiera su responsabilidad y su deber patrio respecto a
la conmemoración del centenario.
Después de las cabalgatas aparecían en la escena festiva las carro-
zas alegóricas a los círculos sociales y políticos de la dirigencia
cartagenera, comandados por el presidente de la república y sus re-
presentantes. En su orden, iban el señor alcalde y su secretario, el
gobernador y su secretario, el comandante general y los cónsules resi-
denciales, las damas cartageneras, los miembros de la prensa local y
nacional, el prefecto y sus acompañantes y los músicos que entonaban
el himno nacional y los cantos alusivosa la patria independiente. Luego
marchaban la fuerza pública presidida por los delegados departamen-
tales y provinciales, el honorable concejo municipal, el tribunal supe-
rior del distrito judicial de Bolívar y la policía departamental (Azuaga,
1911a:2).
En el desfile del bando se imponía la representación social de las
personalidades burocráticas y civiles para conservar la jerarquía so-
cial de los cartageneros en los festejos, por eso los últimos en circular
por las calles y avenidas eran los miembros de la sociedad de artesa-
nos, la junta directiva de la fiesta, los colegios públicos y privados, el
regimiento Sucre Nº 2 y los carruajes particulares de la gente común
y corriente (Azuaga, 1911a:2). El uso simbólico del espacio servía para
señalarles a los ciudadanos su lugar político, social y cultural en los
festejos centenarios, pero eso no fue impedimento para que la ciuda-
danía en masa se alborozara en las principales calles, plazas y parques
de la ciudad, como lo registró en sus informes el cronista Azuaga:
Acompañamiento de ciudadanos a pie, o mejor dicho casi la ciudad
entera que formaba una masa compacta que parecía interminable. Po-
cas veces veremos un espectáculo tan hermoso como el que ofreció a
nuestros ojos el desfile del bando formado por una comitiva que hizo
derroche de lujo, patrimonio y ejemplar entusiasmo y cultura.
Este bando y este desfile fueron por primera vez en esta ciudad, hermo-
seados por la concurrencia de matronas y señoritas, quienes ocupaban
algo más de SO coches de los ciento y tantos que figuraban en el desfile
(Azuaga, 1911a:2).
165
Por último, al igual que la escenificación de la patria política, del
ordenamiento espacial dependían también la preservación del con-
trol y el carácter solemne de las prácticas ciudadanas en los festejos
del centenario. Al crearse e imponerse normas, estatutos y leyes acer-
ca del patriotismo y los espectáculos cívicos a desarrollar por los ciu-
dadanos en el espacio urbano, se buscaba de cierta manera impedir la
propagación y representación de ideas contrarias a los dogmas católi-
cos, éticos y civiles de la sociedad moderna, es decir, se trataba de
prevenir las acciones anticlericales y premodernas, propias de los há-
bitos de convivencia de los sectores populares.
Con el objetivo de controlar a la población, se prohibió que en las
calles y avenidas de Cartagena circularan los coches de alquiler que
no tuvieran el tiquete especial concedido por la Junta del Centenario
para participar en el desfile del bando (AHC, El Porvenir, 1911d, ya
citado). Al mismo tiempo, se proscribieron la quema de buscapiés, las
mascaradas, los disfraces, los bailes, las amanecidas, los alborozos y la
venta de licor en los sitios públicos destinados a la exaltación y vene-
ración de la memoria de los libertadores, buscando conservar el senti-
miento ciudadano del alma cartagenera (Ibíd.).
En el Salón Amarillo de la Gobernación del Departamento se col-
gó un cuadro de Simón Bolívar pintado por el maestro Epífanio Garay,
para recordar los hechos y héroes de la emancipación y además otor-
garle cierto valor sagrado, solemne, patrio e histórico a aquel lugar en
el cual se había firmado el acta de la independencia absoluta de Car-
tagena. En ese sitio, por lo tanto, quedarían consignadas las huellas y
los dolores de la noble y leal, heroica y redentora ciudad de Cartage-
na, para legitimarlo como el principal sitio de gobierno. El periódico
El porvenir describía así la obra de don Epífanio Garay:
La municipalidad de esta NOBLE Y LEAL ciudad de Cartagena de Indias,
llamada así en la época colonial, y luego debido a su valor y entereza, fue
otorgado ese título por el Libertador, por el de HEROICA Y REDENTORA: la
municipalidad, decimos, encargó a Don Epifanio, un gran cuadro, ta-
maño heroico, del gigante de América, para ser colocado en el Salón
Amarillo del Palacio de Gobierno, salón en el que fue firmada el once
de noviembre de 1811, la inolvidable acta de la independencia absoluta
de Cartagena, Este cuadro representa al héroe, después de la Batalla de
Boyacá, en el esplendoroso día en el que el sol de la libertad iluminó el
extenso territorio de la Nueva Granada, para no volverse a poner jamás
en el cielo de Colombia. Bolívar está de pie, con la espada victoriosa en
cien combates, aún desenvainada, el sombrero al dos, en la mano, salu-
dando a sus camaradas que lo victorean después de la lucha cruenta;
166
sobre sus hombros está echada descuidadamente la capa militar. A sus
lados aparecen muertos dos de sus tenientes, sobre todo uno que tiene
un cañón derrumbado sobre sus piernas. En el fondo, se ve todavía el
resplandor de los últimos disparos de fusilería; el corneta de órdenes
tocando llamada; y el fiel ordenanza, que trae de la brida al brioso corcel
blanco (AHC, El Porvenir, 1911e:4).
167
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170
Bogotá, escenario de un carnaval*
Introducción
* Las ideas que contiene este ensayo son parte del libro del autor que se
titula Carnestolendas y carnavales en Santa Fe y Bogotá, Bogotá, Intercultura, 2005.
171
Primer acto: las carnestolendas
172
entre Don Carnaval y Doña Cuaresma como parte del calendario fes,
tivo que se estaba imponiendo; por tal razón, pese a lo difícil que
resulta establecer la fecha precisa de sus orígenes en Santa Fe, las
referencias encontradas en varios documentos no dejan duda sobre la
temprana realización de estas prácticas, aunque en un contexto de
reformulaciones provenientes de las políticas de control social de las
costumbres.
173
y chucho", acompañados de una "bebida fermentada" --especialmente
la chicha- y de la comida que se vendía en los toldos ubicados en la
calle que va de la esquina del Cedro, dos cuadras arriba del Camarín
del Carmen, hasta el templo de La Peña en los extramuros de la ciu-
dad. En este ambiente se mezclaban los moradores de Bogotá, es decir
"la gente del pueblo", con los campesinos o con "la mayor parte de
ellos, los pobres indios" (Struve Haker, 1955:114) que venían de las
regiones circunvecinas.
1. "En 1774 una real orden confirmó la prohibición de 1731 de usar másca-
ras en la Nueva España".
174
orden de prohibir el "abuso" de máscaras por el tiempo de las
carnestolendas "o por época de carnaval" (AGN, Milicias y marina,
1774, tomo 147, ff.:279-282). Al respecto, el funcionario precisa en el
documento que "aunque en esta capital nunca ha estado en vivo la
diversión de máscaras por tiempo de carnaval", se procede a prevenir
para que no continúe esta práctica (AGN, Milicias y marina, 1774,
tomo 132, ff.:279 y 282).
En 1789 y para darle mayor agilidad a los asuntos gubernamenta-
les, el rey ordenó que se redujeran los festivos pero mantuvo las
carnestolendas en los días que preceden al miércoles de ceniza (AGN,
Reales cédulas, archivo anexo, tomo 24, 1789, fs. 34 y 36); esta deci-
sión de reducir los días festivos obedecía al criterio ilustrado de los
monarcas de la casa de Barbón, quienes consideraban que el gasto en
fiestas es un despilfarro y que esos recursos se deben invertir en asun-
tos de verdadera utilidad. Al mismo tiempo, es evidente que mante-
ner los días de carnestolendas como festivos era parte de una política
española y si bien se auspiciaron los controles en varios de sus aspec-
tos, estos fastos se sostuvieron como uno de los espacios-tiempo de la
cultura tradicional.
175
Las palabras carnaval y carnestolendas se usaron sin distinción
alguna en el siglo XIX para referirse a las mismas actividades y por eso
es difícil establecer si los sentidos de uno y otro vocablo eran intercam-
biables. La palabra "carnaval" se utilizó en el bando virreinal de 1808
(El redactor americano del Nuevo Reino, 1808: suplemento al redactor
NQ 30), pero a partir de la segunda década del siglo estas fechas no se
reseñaron solamente como carnestolendas, sino como "fiestas de toros
y juegos de bisbíes y pasadieces y demás" (Caballero, 1986: 158).
Durante el período de las guerras de independencia apareció la
novedad de celebrar las fiestas nacionales (González Pérez, 2004b) y
las victorias militares, y entonces generalmente se aprovecharon los
tres días de carnaval para involucrar los imaginarios de victoria y de
patria. Además, como lo narra el viajero francés A. le Moyne (1985: 144-
146), permanecía la costumbre de enfrentarse -a manera de juego-
utilizando agua o lanzándose cascarones de huevos pintados de diver-
sos colores que contenían harina u otras sustancias, o recibiendo a las
visitas en las casas con baldados de agua o con todo tipo de objetos
que dejaban a los personajes "en trance de carnaval"; durante los tres
días de fiestas, las calles se llenaban de jinetes que buscaban esquivar
los objetos de diversión, lanzados casi siempre por damas que se apos-
taban en los balcones de sus casas. Estos entretenimientos se realiza-
ban durante el día, pues pasadas las seis de la tarde se iniciaba una
segunda etapa carnavalesca que consistía en disfrazarse para asistir a
los bailes o para pasear de casa en casa prosiguiendo con la costumbre
de las bromas y las burlas, como una manera de invertir el orden de lo
cotidiano.
En la Convención que regía los destinos de la República de Co-
lombia en 1831, se retomó la discusión sobre la necesidad de reducir
el número de festivos; se argumentaba que ellos generan grandes pérdi-
das para la economía nacional y además fomentan la holgazanería, la
embriaguez, los homicidios, los robos, el juego y en general todos los
vicios que atentan contra las buenas costumbres, la moral y la religión
(Gaceta deColombia, 1831). Por otro lado, a esta propuesta se le opuso
como argumento el arraigo que tenían los festivos entre la población,
pues eran parte del calendario de los bogotanos. Estas discusiones
públicas tuvieron incidencia en los carnavales de la época, dado que
ahí se originó una especie de transformación en el modo de celebrarlos.
Siendo ese un período de disputas ideológicas y políticas, la refe-
rencia al carnaval no obviaba la controversia entre civilización y bar-
barie, entendida la primera como la buena educación y los buenos
176
hábitos, en contraste con las malas costumbres vistas en un cuadro
social donde se diferenciaban "los señores i los criados, los cachacos i
los guaches, los calzados i los de ruana, como clases con aspiraciones,
civilización, gustos i placeres diferentes" (Revista de Colombia, 1868:
46). Mientras los sectores eclesiásticos condenaban las "máscaras i
gritos, los bailes i cabalgadas, las repugnantes e impías saturnales" (El
Catolicismo, 1861: 124), es decir las prácticas del carnaval, las funcio-
nes de teatro eran avaladas siempre y cuando sus contenidos repre-
sentaran un elemento "de civilización" (Revista de Colombia, 1869:101)
y su misión exclusiva fuera mostrar la obra incansable de la moral
cristiana como una verdadera escuela de las costumbres.
La controversia política entre los Liberales radicales y otros secto-
res políticos en los años setenta del siglo XIX, alcanzó algunas prácti-
cas del carnaval pues éste aún se seguía realizando en vísperas de la
cuaresma. Un ejemplo de eLLo fue que no se podían usar máscaras en
las caLLes "por disposiciones del gobierno" (ElRocío, 1874:68), pero en
cambio sí se permitía utilizarlas en los bailes y los teatros.
A fines del siglo una parte de la población bogotana mantenía la
costumbre de participar en el carnaval de La Peña, bien fuera para
asistir a sus funciones religiosas ya las diversiones con juegos, música,
bebidas y comidas, o bien para "pasar un día de campo" (El Correo
Nacional, 1898:3). Las crónicas del momento cali6.caban estas activi-
dades como "costumbres semisalvajes" que se anteponen al paso de la
civilización (El Correo Nacional, 1899:2) o hablaban de una "fiesta
poco edificante", de tal modo que a los participantes en general se les
señalaba como "parrandeadores de baja estopa", "La parte menos moral
del pueblo" o "la parte menos sana de nuestro pueblo" que como efec-
to del consumo de chicha sólo produce desórdenes, atentados y baca,
nales. Estos ataques a las costumbres populares y al consumo de chi-
cha se enmarcaban en la disputa con la naciente industria de la cerveza,
pero al mismo tiempo en otra zona de la ciudad se mantenía el espec-
táculo de los toros como una de las diversiones más concurridas de los
moradores de la capitaL.
En el período de la Guerra de 1885 y después, durante la Guerra
de los Mil Días que se inició en 1899, las crónicas de varios periódicos
hablaban de la realización de las carnestolendas o los carnavales yen
particular reseñaban las convocatorias para participar en los oficios
religiosos que se celebraban en la ermita de La Peña. Tanto en ésta
como en otros templos de la ciudad se impulsó enormemente la cele,
bración de las LLamadas "cuarenta horas" en los días festivos, como
177
parte de las acciones desarrolladas en el contexto de la política de
control social ejercida por las instituciones eclesiásticas.
Decae elcarnaval
En la Colombia de fines del siglo XIX se buscó que la Iglesia Cató-
lica dirigiera la consolidación de unas formas de pensamiento que
valoraban lo tradicional y para ello se definió la civilización como la
aplicación del cristianismo a la sociedad, se defendió la tradición como
nodriza de la civilización y maestra de los pueblos. Hubo vigilancia
sobre las lecturas y los lugares para difundirlas, se controlaron las for-
mas de asociación y el calendario de fiestas y rituales religiosos, y
además se reprimieron las formas de diversión: en esa época se prohi-
bieron "los bailes de damas en el Coliseo, beber en las corridas de
toros, se impusieron fuertes gravámenes a juegos y licores y empezó la
lucha contra la chicha" (Llano y Campuzano, 1994:68).
Estos condicionantes con los que finalizó el siglo se acentuaron al
restablecerse las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado me-
diante la firma del Concordato que oficializó el dominio de la Iglesia
y que además de otros asuntos permitió readecuar el calendario festi-
vo. Para desarrollar esta estrategia fue importante crear nuevos luga-
res de peregrinación, buscando combatir la práctica popular de fre-
cuentar los sitios donde el ceremonial religioso era un pretexto para
"el jolgorio y el consumo de chicha".
Los imaginarios producidos abrieron el sigloxx y acompañaron los
ideales de progreso que se escenificaron en la ciudad capital durante
la conmemoración del Centenario de la Independencia en 1910, tam-
bién marcharon paralelos a la nostalgia de soñar con los momentos de
alegría yesos días de risa "en que suceden bacanales y cuando las
músicas y las danzas alegres y bulliciosas, reemplazan a la lágrima,
cuando la carcajada sonora y el Baco exprimen sus vidas en todos los
labios, (...] en las fiestas del martes de carnestolendas" que por ahora
-decía la crónica- no suceden en Bogotá.
Las crónicas sobre las carnestolendas en La Peña mostraron su
decaimiento al finalizar el siglo XIX y en los primeros años del xx, bien
sea por el auge que tomaron otras zonas de peregrinación o por el
creciente desprestigio del lugar, el cual se consideraba como un sitio
de desórdenes y violencia. Y no obstante el progresivo decaimiento
del carnaval en Bogotá. en los años iniciales del novecientos éste aún
era parte del juego festivo y las mascaradas; el disfraz, el antifaz, la
178
careta, el dominó y las comparsas se ponían en escena aunque sin el
esplendor de otros años, como presagiando un receso.
179
otros (ElGráfico, 1925). En esta época la fiesta se había consolidado
como una especie de carnaval que tenía un himno y un programa
general que se complementaba con las competencias de natación y
las regatas en el lago Luna Park, la iluminación de la avenida Colón y la
Carrera Séptima, la gran becerrada estudiantil en el circo de San Die-
go, la coronación de la reina del carnaval en el Teatro Colón, las pro-
gramadas batallas de conferís,flores y serpentinas, el concurso de murgas
en el teatro municipal y el entierro del carnaval en medio de un desfile
fúnebre nocturno que iba desde la Casa del Estudiante hasta el parque
de Los Mártires, donde finalizaban las fiestas estudiantiles.
Los actos carnavalescos incluían un homenaje a la "madre del
estudiante", el día miércoles, el cual consistía en ofrecer funciones
gratuitas en los teatros Faenza y Olimpia para los niños de las escuelas
públicas. La representación del carnaval se daba en la figura de Don
Perides Carnaval, "un matacho inmenso relleno de algodón" (Cacua
Prada, 1990: 12) con cuya muerte se cerraban las fiestas; Don Pericles
era unas veces enterrado, otras hurtado y en otras enjuiciado como
"perturbador de la marcha normal de la política, del comercio y de la
banca en la capital de la República" (ElTiempo, 1923a:4). Simbólica-
mente sentenciado a muerte, el matacho era fusilado y sus restos mor-
tales despachados en un globo de hidrógeno.
Lasreinas
Uno de los elementos importantes de la fiesta estudiantil-dirigida
por la asamblea de estudiantes- fue la organización de los reinados,
dada la función representativa que adquiría la ganadora por su respon-
sabilidad frente a las propuestas en beneficio de la ciudad y de los
estudiantes y por ser el carnaval uno de los eventos más importantes
para conseguir recursos. Se trataba de una especie de reinado cívico
en el cual podía participar cualquier persona que diera un apoyo o vo-
to mediante la compra de boletos, a razón de cinco centavos cada uno.
Algunos analistas veían los reinados como una desviación de los
objetivos centrales que debía tener un movimiento estudiantil, el cual
a falta de "banderas de firme color progresista", como la lucha contra
los rezagos de la mentalidad feudal o los avances en los contenidos y
métodos en los programas académicos de las universidades -más acor-
des con los tiempos-, desgastaba sus mejores energías "eligiendo y
adorando reinas en sus casas estudiantiles o en cuarteles de carnaval"
(Torres Giraldo, 1973:192-193). Estos reinados estaban cruzados tanto
por los intereses de cada institución académica como por los avatares
180
políticos, de tal modo que las diferencias de partido se hacían presen-
tes en ellos.
Lo prohibido y lo pennitido
Los espacios festivos también fueron escenario de la polémica en-
tre lo socialmente prohibido o permitido. En 1923, el consumo de al-
cohol se convirtió en el centro de la polémica "por su carácter odioso
y repulsivo" yen ese marco se solicitó que durante la fiesta se aplicara
la ley seca con todo rigor, pero esta petición en muchos casos era
dificil de cumplir por los intereses de los expendios. Igual suerte pro-
hibitiva corrieron los disfraces, dado que no se podían utilizar los de
arzobispo, obispo, sacerdote u otros similares, "por considerar tales dis-
fraces como injuriosos" (El tiempo, 1923b:5).
La década de los años veinte se caracterizó por la lucha antial-
cohólica en varios países y sus efectos repercutieron en Colombia como
parte de una campaña de "higiene social" que involucró a la chicha
por ser un factor de embrutecimiento, depresión, tristeza, debilidad y
alteraciones orgánicas (Bejarano, 1950:49). Sin embargo, es necesa-
rio situar la chicha en medio del auge de las campañas propagandísti-
cas de las compañías cerveceras y de las de moralización de la socie-
dad que llevaron a demandar de la Iglesia Católica "la unción de
pecado" para el consumo de la misma, por considerarla el origen de
los males de la nación (Llano y Campuzano, 1994: 104)l.
El programa general de un carnaval estudiantil comprendía además
actividades que beneficiaban al gremio y éstas se pudieron apreciar
en 1924, cuando entre los eventos preliminares se incluyó una marcha
hasta el Congreso de la República para reafirmar las peticiones estudian-
tiles en pro de una reforma universitaria. La fiesta estudiantil también
se relacionó con la música y así se crearon himnos, "un tango, dos
marchas, un joxtror, un two-step, un pasillo fiestero en homenaje a las
reinas, a los estudiantes o al carnaval (Cortés Polanía, 2004:42).
En 1933 se puso en el escenario la polémica sobre el sentido del
carnaval. Considerada como propia de los ricos, "la exhibición de unos
pocos entre el tedio del público", se buscaba inducir la renovación de
una fiesta que no tenía lo público como uno de sus orientadores, dado
que los actos centrales se programaban en sitios cada vez más cerrados.
2.' Aquí se retoman los conceptos planteados por el médico Luis Zea Uribe
en 1919.
181
y paralela a la polémica anterior, en la Cervecería Germania se
desató una protesta de los trabajadores quienes, apoderados por Jorge
Eliécer Gaitán, demandaban mejoras sociales; en la protesta se vio
involucrada la reina Mariana 1, la cual fue acusada por los obreros de
haber llevado en su automóvil particular a unos jefes de policía, el día
que estalló la huelga en Bogotá. Mariana era hija del propietario de la
empresa, don RudolfKohn, el cual fue objeto de consigas en su contra
que se propagaron en carteles por varios sitios de la capital (El Gráfi,
co, 1934); entonces el movimiento de los trabajadores y el reinado
fueron centro de controversia directa. Una vez iniciada la huelga, se
decretó el cierre de la fábrica aduciendo como una causal la actitud
de los obreros, que en palabras de los propietarios habían llevado el
asunto al campo puramente personal, "publicando carteles injuriosos
para la familia, con motivo de una supuesta intervención de la reina
de los estudiantes" (ElEspectador, 1934: 12).
Un buen número de los estudiantes que participaron en el reina,
do defendieron a su reina y culparon a los "intelectuales marxistas y a
los estudiantes uniristas y comunistas" de haber propiciado los ata'
ques contra ella, tanto en los carteles como en las manifestaciones.
Las declaraciones de los defensores validaron la ya existente escisión
del gremio estudiantil y dado que se produjeron en una época de
fuertes debates sobre la situación social, repercutieron en la renuncia
de la reina de los estudiantes y en la extinción del carnaval estudian,
til, visto más como una fiesta de los de arriba.
Así culminó una de las acciones importantes de los estudiantes,
que en su transcurrir vio nacer diversas tendencias políticas e ideoló-
gicas. Estas acciones enriquecieron el proceso de formación de un
movimiento estudiantil que iba a tener una enorme influencia en los
años venideros.
182
ceso de integración de ciudad alrededor del carnaval" (Senn, 2005:
sección cartas).
La socialización de esta propuesta tuvo el apoyo de los gestores de
cultura y los investigadores del tema de ciudad, así como de muchos
habitantes y varios medios de comunicación. Sin embargo, también
circularon las manifestaciones de aquellos que no comparten la idea y
de quienes piensan que en la agenda del alcalde deben estar.provee-
tos prioritarios; en general, estas opiniones se basan en un desconocí-
miento de las particularidades culturales de la actual comunidad ca,
pitalina o en el celo infundado de algunos comentaristas regionales
por el calendario festivo, o también están recurrentemente atrinche-
radas en el referente que asocia fiesta con "muertes violentas, atracos
a granel y abusos sexuales, entre otras manifestaciones de perverso
espíritu carnavalesco" (El Tiempo, 2005a: 12).
Para algunos comentaristas Bogotá no tiene una tradición respec-
to a estos fastos y al contrario consideran que la mentalidad bogotana
es más bien pacata cuando se trata de exteriorizar sus manifestaciones
de alegría. De paso, algunos advierten que "los carnavales bogotanos
terminaron abruptamente por actos de violencia" y más bien reco-
miendan "celebrar al ritmo del bambuco, con un chocolatico
santafereño, almojábanas de la Sabana y quesito y pandeyucas de Chía"
(López Montaña, 2004:2), en una especie de remembranza decimonó-
nica de un cronista para el cual Bogotá es una ciudad que "ni ríe ni
baila" (ElCarnaval, 1899).
En un manifiesto propio de los campos de la intolerancia, un ca'
mentarista hacía eco de las expresiones de miembros de comunidades
religiosas que calificaban el acto precarnavalesco del desfile del Or-
gullo Gay en Bogotá, como un acto "antipático y fastidioso de los gay
haciendo ruido y ostentado su mariconería" (El Tiempo, 2005b:16).
Otros pregonaban que "la cultura ciudadana no puede reducirse a
convocar festivales, carnavales o cabalgatas" (El Tiempo, 2004a:28),
mientras la versión oficial entiende el fasto como un espacio de convi-
vencia, reconciliación y expresión de las diferencias (El Tiempo,
2005b: 14). La polémica traspasó las fronteras de la ciudad cuando un
comentarista de la región antioqueña calificó la propuesta del carna-
val bogotano como una competencia para la Feria de las Flores de
Medellín, por desatar una rapiña de turistas al coincidir las fechas de
su realización.
A pesar de dichas polémicas, en el año 2004 se puso en marcha la
primera etapa del proceso hacia el carnaval, realizando unos eventos
183
de precamaval para niñas y niños que culminaron con un desfile central
el31 de octubre de 2004; esta manifestación festiva se llevó a cabo en
una Bogotá de 7'000.000 de habitantes. en su mayoría provenientes
de "fiestas diversas", y ello determinó influencias en los diseños de las
comparsas que se presentaron a la convocatoria distrital. Se escenifi-
caron conceptos como la identidad cultural, las costumbres, las fiestas
regionales y los ancestros -tanto indígenas como de influencia africa-
na-; temas urbanos. súnbolos y emblemas de la ciudad capital o de la
nación -en especial la bandera o himnos patrióticos como La Vencedo-
ra- y juegos de colores incluyendo los de la ciudad. en una amalgama
de motivos que surgieron de las propias comunidades. La calidad esté-
tica y algunos contenidos de lo que se quería escenificar mostraron que
no había una costumbre de vivir un carnaval en Bogotá, pero esto per-
mitió orientar la política tendiente a propiciar una fiesta de nuevo tipo.
Para el año 2005, la convocatoria se denominó Proyectos Cultura-
les de Carnaval. En esta oportunidad se convocaron grupos culturales
que representaran con su trabajo artístico y comunitario a las veinte
localidades de la ciudad y también se impulsó la participación de grupos
o uniones temporales sin experiencia en este tipo de convocatorias.
El objetivo principal de la denominada Fiesta de la Diversidad
2005 fue el siguiente:
Propiciar ámbitos de festividad colectiva mediante la celebración de la
vida, la expresión creativa, el goce y la apropiación de la ciudad, para
fortalecer procesos de reconciliación y convivencia pacífica desde la
equidad, la inclusión, la solidaridad y el reconocimiento entre pueblos,
sectores y culturas del Distrito Capital (Instituto Distrital de Cultura y
Turismo, Convocatoria de procesos culturales de carnaval, 2005:3).
La base de esta convocatoria fue la construcción de una serie de
estrategias, los participantes debían centrar su atención en potenciar
los aspectos artísticos de la cultura existente en las localidades, partici-
par con una comparsa en los desfiles centrales del carnaval, propiciar
la formación en cultura festiva, crear una memoria de lo festivo en las
localidades y fomentar redes festivas. Estos fueron los elementos
orientadores de un carnaval cuya realización abarcó varios momentos.
Actos preparatorios
El 23 de mayo el jurado de los proyectos culturales de carnaval
2005 seleccionó, entre las 61 propuestas que se presentaron, treinta
que harían su presentación pública el6 de agosto en el desfile princi-
184
pal por las calles céntricas de la capital. Según el acta del jurado, una
de las expresiones fundamentales de los proyectos fue la diversidad, la
cual se reflejó en la variedad de temáticas: indígenas residentes en
Bogotá, mujeres, defensores de los derechos sexuales, discapacitados,
jóvenes, personas de la tercera edad, etnias, una colonia regional, la
cultura caribe en Bogotá, gremios como los universitarios, danzas,
música y algunas propuestas de niñas y niños. Sin embargo, la convoca-
toria no logró traspasar los umbrales de los sectores social y económi-
camente más favorecidos, lo cual todavía sectoriza la participación de
las comunidades. Se sigue considerando que este tipo de manifestación
festiva es más de carácter "popular", que un espacio de lo diverso.
E129 de junio de 2005, la Alcaldía Mayor de Bogotá y el Instituto
Distrital de Cultura y Turismo realizaron el lanzamiento del Carnaval
de Bogotá. A partir de ese momento y durante los cuatro fines de
semana del mes de julio, se hicieron verbenas populares los sábados,
con ferias artesanales y gastronómicas, y precarnavales los domingos,
con presentaciones de danzas, música y actividades culturales y re-
creativas en distintas zonas de la ciudad: Marruecos en el sur, Parque
Centenario en el occidente, parque El Virrey sur en la zona rural de
Usme y parque Renacimiento en el centro. La finalidad de estos actos
era promocionar el carnaval central del 5 y el 6 de agosto y darle un
soporte al proceso de construcción de redes festivas en la ciudad; las
jornadas se cumplieron en zonas de población diversa y su acogida fue
tan positiva que se pudo presagiar que no era acertada la relación
fiesta-violencia.
Además, el3 de julio se llevó a cabo por las calles céntricas de la
ciudad el desfile del Orgullo Gay, el cual -como un acto precarna-
valesco- reunió a varias decenas de comparsas que fueron observadas
por miles de espectadores. En esta oportunidad el habitante capitali-
no manifestó su apertura para comprender la ciudad como un escena-
rio de lo diverso y demostró su sentir frente a lo festivo como un buen
espacio para construir tolerancias; respecto al caso específico del des-
file gay, se pudo apreciar en la práctica el respeto por las minorías.
Actos centrales
La programación desarrollada a partir del f de agosto comprendió
un concurrido evento musical de Salsa al Parque que se hizo en el
parque Renacimiento del centro de la ciudad y al día siguiente se
llevó a cabo el desfile principal de comparsas que precedió al gran
185
concierto de cierre en la Plaza de Bolívar. En este concierto participa-
ron Richie Ray y Bobbv Cruz, dos conocidos exponentes internaciona-
les de dicho género musical.
Para culminar el proceso del año 2005, el jurado de los Proyectos
Culturales de Carnaval-previa revisión de las treinta propuestas se-
leccionadas en la primera fase- evaluó si la puesta en escena de los
proyectos era integral y le otorgó los premios a los siguientes: "Laboda",
"Embarquémonos en carnaval", "La ceremonia del cacique Guatavita",
"Hombre urbano carnaval color de hormiga", "Sumapaz diamante de
hermosas aguas", "La música en las nuevas tradiciones bogotanas",
"El orgullo caribe en la fiesta de la diversidad cultural" y"Corabastos,
enjambre y fiesta de sabores... y poder".
Actoscomplementarios
La culminación de la primera fase de un proceso de carnaval para
una ciudad como Bogotá, deja en claro varios elementos:
La relación fiesta-violencia que algunos comentaristas habían lan-
zado como obstáculo para celebrar un carnaval quedó desvirtuada
y más bien la comunidad capitalina percibió este espacio como
ideal para construir el respeto a las diferencias, como un símbolo
para ser tomado como referente de identidad.
La calidad de los proyectos de carnaval dejó entrever que se ha
iniciado una etapa donde lo artístico, lo actoral y lo cultural
-como una gran conjunción- propiciarán de manera progresiva
una fiesta con extraordinario contenido estético.
La construcción de una cultura de lo festivo se vio favorecida por
la visualización de posibles redes que pueden ser la base para fo-
mentar estas actividades.
La participación de actores en escena y de espectadores presagia
la consolidación de un carnaval de nuevo tipo para la ciudad,
favorecido por la perspectiva de hacer visible una ciudad que ce-
lebra cada año 215 fiestas.
Conclusiones
186
Las distintas formas de carnaval se han dado en momentos dife-
rentes y en varias etapas: la colonia temprana, en el siglo XVI, cuando
la idea de las carnestolendas fue traída de sus raíces culturales espa-
ñolas y tenía gran arraigo; el siglo XVII, en el cual se combinaban los
oficios religiosos con el goce pagano de los visitantes de La Peña; la
colonia tardía, en el siglo XVIII y principios del XIX, cuando el carnaval
se caracterizó por las funciones dramáticas y las celebraciones en lu-
gares cerrados como los teatros y el coliseo. En la época de la indepen-
dencia y de la creación de la república se mantuvo el calendario fes-
tivo, pero se inventaron referentes diversos; a fines del siglo XIX se
vislumbró el decaimiento de la fiesta y en el xx surgió el carnaval
estudiantil que es una fiesta de gremio. En el siglo XXI predomina, por
ahora, el gran desfile de comparsas.
Estosmomentos, con excepción de la colonia temprana, muestran
que en Bogotá el carnaval no se ha establecido como una fiesta de
tradición, sino que cada una de sus realizaciones ha presentado mo-
dalidades diferentes que hacen de él una fiesta de nuevo tipo. Es
evidente que el carnaval aparece en cada una de sus etapas como un
momento nuevo donde no cuenta el devenir histórico y ello impide
tanto el arraigo de la fiesta, como la construcción de un morador
consciente de la riqueza cultural festiva de su lugar de convivencia.
Una segunda evidencia en el largo transcurrir de lo carnavalesco
en Bogotá, permite constatar que la relación fiesta-violencia ha sido
más el producto de una invención en contra de esta manifestación
cultural, que un comportamiento de los colectivos en los momentos
de regocijo. Es obvio que en una ciudad donde progresivamente se
alberga una mayor cantidad de población, haya unos índices propios
de inestabilidad social que se reflejan en criminalidad e inseguridad,
pero estas acciones dependen más de los controles administrativos o
de las políticas sociales, que del comportamiento de las colectivida-
des en sus momentos líminares. Lo cierto es que los desafortunados
grados de criminalidad en la ciudad se mantienen como una constan-
te sin que la fiesta incida sobre el fenómeno y, al contrario, un segui-
miento a recientes crónicas periodísticas sobre las fiestas que se reali-
zan en la ciudad no reportan problemas de orden público.
Una última conclusión de este ensayo -más acorde con las reali-
dades actuales- es que la ciudad es hoy un conglomerado tan diverso
culturalmente que difícilmente se podría identificar con un solo tipo
de fiesta. Teniendo en cuenta que en Bogotá se realizan cada año
alrededor de 215 fiestas (Mapa festivo de Bogotá, 2006), valdría la pena
187
intentar construir un tejido de las mismas, el cual permitiría que se dé
un conocimiento mutuo entre las diversas manifestaciones festivas y
seguramente crear unas rutas de carnaval que se podrían planificar
por circuitos zonales, tomando como eje los fastos ya existentes. Esto
desbordaría la sola elaboración de comparsas, generalmente en cabe-
za de grupos o asociaciones culturales, y la haría parte de la cimenta-
ción de una cultura de la fiesta; en dicha cultura, la diversidad
referencial de cada fiesta enriquecería el potencial cultural de las
comunidades y el respeto a las distintas modalidades de celebración,
propiciando así la tolerancia entre los colectivos sociales.
Esa evidencia traza un norte en el camino hacia la construcción
de una cultura de lo festivo que debe pasar necesariamente por el
conocimiento del Mapa festivo de Bogotá, en una apuesta a la diversi-
ficación antes que a la centralización de un fasto referencial para la
ciudad. En suma, se trata de propiciar la puesta en escena de los
diversos referentes culturales a partir de la aceptación de la existen-
cia de unas comunidades con prácticas festivas de índole diversa, las
cuales pueden contribuir a que se consolide un tejido social urbano
en la ciudad capital de Colombia.
Con base en los anteriores criterios, se impone una orientación: es
claro que no se trata de crear una fiesta organizada desde arriba y
repetir lo que se ha planteado históricamente sobre las fiestas oficiales
-que tienen como finalidad "la consagración de la desigualdad"
(Bajtín, 1989: 15)-, sino que se busca propiciar esa tan anhelada se-
gunda vida que tanto necesita el morador bogotano.
Marzo de 2006
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19J
Sacrificio y olvido del Carnaval de Bogotá'
191
mentos de archivo, crónicas, prensa, cartas pastorales, documentos
oficiales y manuales de instrucción, entre otras.
La pregunta que guía este trabajo, más que a una reconstrucción
de la historia del carnaval, se dirige hacia la forma en que en la ciu-
dad se fueron construyendo las condiciones de posibilidad que lleva,
ron a que éste desapareciera y finalmente fuera olvidado. En este
sentido, se atiende a un proceso de larga duración por el cual Bogotá
realizó el tránsito hacia la "civilización", que habría de concretarse en
la ciudad burguesa.
Domingo de quincuagésima
¡Que comience la fiesta!
192
luxuria que debe ser reprimida en todo tiempo, y especialmente en la
Quaresma" (Covarrubias, 1943:310). Sobre su celebración en la San-
tafé colonial, [ulián Vargas Lesmes afirma que la fiesta llegó con los
españoles' y se remonta a los primeros años de la ciudad, y que entre
sus elementos característicos se contaban las máscaras, los disfraces,
las bromas y los bailes (VargasLesmes, 1990:313).
Estos elementos, así como las inversiones, los juegos, las luces, los
fuegos artificiales, las peleas de gallos, las corridas de toros y, por su-
puesto, la chicha, fueron característicos de los carnavales de Santafé
y Bogotá, tiempo en el cual la ciudad cedía ante el "mundo al revés"
(Bajtin, 1989; Eco, 1989; Heers, 1988), hasta el punto de que ni si-
quiera la oficialidad trabajaba'.
Aun cuando en diversas ocasiones se trató de suprimir las activi-
dades relacionadas con el carnaval, según Cordovez Moure, los car-
navales en Bogotá conservaron todas estas características práctica-
mente intactas hasta más o menos la mitad del siglo XIX 3, cuando
empezaron a tomar fuerza en Bogotá nuevos discursos con respecto al
cuerpo, las diversiones y el uso del espacio público, que hicieron que
el carnaval comenzara a decaer.
193
Lunes de carnaval. La transición
194
dades civiles, militares y eclesiásticas. La preocupación esencial que
atraviesa los 34 puntos de este reglamento es evitar el desorden, para
lo cual se toman medidas como prohibir el porte de armas.
Por último, habría que hacer énfasis en el primer ítem de este
reglamento, que establece que: "A ninguna persona se permite usar
de la máscara fuera del Coliseo de modo que ni antes de entrar, ni
después de haber salido de él se podrá poner la máscara en la calle".
(B. N., Fondo Quijano 155: pza. 12) A partir de esto se entiende en,
tonces que usarla en el espacio público habría significado una grave
falta disciplinaria en una sociedad que comenzaba a redefinir las divi-
siones entre lo público y lo privado, entre lo permitido y lo prohibido,
entre la civilización y la barbarie.
195
se enfoca su investigación es el papel que entró a desempeñar la Igle-
sia dentro de este nuevo orden:
Se piensa a veces, equivocadamente, que la Ilustración fue un movi-
miento intelectual antirreligioso. Pero, en realidad, la Ilustración, más
que luchar por terminar con la fe, planteó nuevas exigencias religiosas.
Esto que afirmamos para el mundo occidental en general, es aún más
válido para España y su Imperio. Ahí los pensadores partidarios de las
ideas modernas se propusieron el reformar la Iglesia y el culto para
hacer posible una plena compatibilidad entre la fe y la razón (Viqueira
Albán, 1987: 152).
Gran parte del liderazgo sobre el proceso de cambio fue ejercido
por la Iglesia como institución. Se trató de un proceso de carácter
represivo/pedagógico, en el que había que, de un lado, castigar fuer-
temente las prácticas que no encajaran dentro del proyecto que se
había planteado; y de otro, enseñar a los sectores populares el nuevo
modelo de civilización. Este proceso de cambio habría de afectar so-
bre todo aquellas prácticas cuyo escenario por excelencia era el espa-
cio público, especialmente las fiestas y celebraciones religiosas y civi-
les. No se trataba de acabar con las fiestas religiosaspopulares, sino de
volverlas más acordes con el recogimiento espiritual que se exigía.
Todo lo que desentonara con la solemnidad y el recato que debían
manifestarse en ellas tenía que desaparecer. Luego de este proceso,
las fiestas podían desarrollarse según los preceptos del orden público
(Viqueira Albán, 1987: 153). Más adelante se verá la forma en que
esto funcionó en el caso de Bogotá con respecto al carnaval.
El proyecto pedagógico de las elites hacia las masas estaba respal-
dado por el del refinamiento de las costumbres de los sectores domi-
nantes siguiendo modelos traídos de Europa, factor que los diferen-
ciaba del resto del pueblo. Y a medida que se fueron refinando,
extirparon de sus prácticas todos aquellos elementos que no encaja-
ban dentro del proyecto civilizatorio. En algún momento del siglo XIX,
las elites bogotanas dejaron de participar en el carnaval, convirtiendo
este evento en un espacio en el que las masas eran las principales
protagonistas. Las elites se alejaron del carnaval, pero al mismo tiem-
po lo alejaron de la vida urbana, espacial y temporalmente. Si el car-
naval ya no era comunión de todo el pueblo, difícilmente podría se-
guir siendo lo mismo; y si ya no poseía un espacio exclusivo, era muy
poco probable que conservara su importancia e imponencia en la vida
de la ciudad.
196
n. Bogotá hacia el progreso
197
¡Antítesis injuriosa al sentido común, ironía inmoral, que probarían
que éramos indignos del rango de nación civilizada, del título de repu-
blicanos que buscamos con la emancipación de la España, si no hubiese
en el país ciudadanos que acreditasen que ellos sí han comprendido
para qué era buena la independencia! Los hai, por fortuna; porque,
fuera de la turba esclava de las reminiscencias de la colonia, muchos
granadinos comprenden que no se derramó la sangre en los combates,
no se abandonó la fortuna a la rapacidad del soldado, no se fundó la
República, para renovar, bajo su nombre, las saturnales asquerosas de
los espedicionarios" (B. N., Fondo Quijano 60: pza 7:2).
El documento está lleno de juicios morales que muestran la idea
que se tenía del ciudadano ideal. Opone la sociedad republicana,
democrática y civilizada a la despótica, aludiendo a los romanos. Apela
a la inteligencia de un pueblo culto y civil, que debía discernir entre
lo bueno y lo malo para la realización del proyecto de ciudad y de
nación que se quería construir. Las categorías de "civilización" y"pro-
greso" son recurrentes a lo largo del documento, lo que demuestra el
gran valor que tenían dentro de los ideales de esta elite de mediados
del siglo XIX. Finalmente, el documento también es bastante elocuente
en cuanto a los ideales planteados para la vida pública de la capital:
Todos los hombres tenemos debilidades, nosotros que escribimos esto,
como los demas; Homo sum, humani nihil a me alienum puto; pero no
hacemos ostentacion de nuestra frajilidad. Cuando nos desviamos de la
senda de la virtud, no hacemos alarde de ello; pecando, le tributamos
siquiera el respetuoso homenaje a la vergüenza. No llamamos a la orjia
en la calle, en la plaza pública; la escondemos en el interior de las casas.
¿Por qué? Porque tenemos la conciencia de que obramos mal, i siendo
bastante imprudentes para hacérnoslo a nosotros mismos, no quere-
mos extraviar a los demás con nuestro mal ejemplo. [... ] la política
aconseja que no saque a la plaza pública esos vicios que andan vergon-
zantes en los más ocultos rincones de algunas casas. No hai que trasla-
dar a las plazas i a las calles las escenas vergonzosas de las casas del vicio
(B. N., Fondo Quijano 60: pza. 7:11).
El anterior fragmento es bastante elocuente en cuanto a lo que se
refiere a las divisiones espaciales que se estaban imponiendo entre lo
público y lo privado, al tiempo que representa un ejemplo del proyecto
pedagógico que se planteó desde las elites hacia las masas. Aunque
estas prohibiciones, como se mencionó en el primer capítulo, no eran
nuevas, sí se hicieron más recurrentes a medida que avanzaba el siglo,
y el nuevo discurso fue calando cada vez más en las mentes de los
198
ciudadanos. [ulián Vargas Lesmes, quien estudió en profundidad el
problema de las fiestas en Bogotá, concuerda con Cordovez Moure en
que, a pesar de todos los intentos por acabar con los toros, las riñas de
gallos y las máscaras en la calle, estas prácticas se mantuvieron prác-
ticamente intactas hasta mediados del siglo XIX (Vargas Lesmes,
1990:316).
El discurso se acentuó a medida que se acercaba el fin del siglo y
nuevas normas entraron en rigor para controlar la diversión. Así nos
lo demuestra José María Cordovez Moure:
Hasta el año de 1890,en que vino a esta ciudad la modesta compañía de
toreros americanos [...] no tenían idea los santafereños de lo que era
una corrida de toros al estilo español, en las que todo son reglas fijas y
posturas académicas, con cierta gravedad y compostura aún en las suer-
tes más arriesgadas; vestidos los toreros con los elegantísimos trajes
clásicos del oficio, sin tomar parte el público, a no ser para aplaudir o
censurar; pero sin comunicar al espectáculo la animación de nuestras
antiguas fiestas de toros, que ofrecían aspecto especialísimo de confu-
sión y bullicio (Cordovez Maure, 1971:5-6).
El autor continúa su descripción comentando que las fiestas se
promocionaban procurando atraer también a viajeros con el pretexto
de que sólo tendrían que cubrir los gastos del viaje, ya que los hoteles
los hospedarían casi de manera gratuita "porque estuvieran concurri-
das y animadas las próximas fiestas, en que campearían la decencia,
buen hunwr y nwralidad consiguientes a la ciudad, que era considera-
da como Acenas de América" (Cordovez Moure, 1971:11). Si muchas
expresiones fueron normalizadas y adaptadas al nuevo modelo "civili-
zado", como fue el caso de los toros, muchas otras simplemente fueron
prohibidas. La chicha, elemento esencial en cualquier celebración
popular de Bogotá, fue duramente perseguida, como nos lo muestra
esta carta dirigida por "más de cien respetables propietarios de esta
capital a la municipalidad" en 1899:
Lacuadra 12de la calle 12es una de las más públicas,centrales y concu-
rridasde la capital; [... ] por la situación de ella, transitan forzosamente
nacionales y extranjeros, como que es la arteria principal de la ciudad, y
no hay á quien no repugne la apariencia, fetidez y asquerosas orgías de
tan detestables establecimientos.
A ellos concurre la parte más viciosa, inmoral y sucia de nuestro pue-
blo, desde las 5 de la mañana hasta las altas horas de la noche, haciendo
difícil y á veces imposible el libre tránsito por dicha cuadra, y esto no
199
solamente por las riñas de los beodos que en gran número se acumulan
allí, sino por las faltas a que está expuesta toda persona decente que
tenga necesidad de pasar por las inmediaciones de aquellos lugares (El
Autonomista, 10 de marzo de 1899:3).
La carta concluye pidiendo a la municipalidad que se encargue
del control de estos establecimientos como en todo país "civilizado",
así como que cambie de sitio la plaza de mercado, los hospitales y las
carnicerías por ser "sitios de infección", que atentaban contra La salud
pública de La ciudadanía. Sin embargo, la salud pública no era afecta-
da únicamente por la podredumbre y la enfermedad. Había otras
prácticas que amenazaban con llevar a la sociedad a la "muerte mal
ral":
El juego, el agio, la usura, la beodez y la impureza, ganan terreno en
nuestra sociedad diariamente; si pudiésemos ver el envilecimiento de
las almas entregadas á estos vicios, veríamos en ellas tumbas hedion-
das; si nuestra sociedad no pone remedio al desquiciamiento, nos en-
contraremos pronto en casos espantosos de muerte moral (La Constitu-
ción, 13 de febrero de 1903:3).
Opiniones como la anterior se encuentran con muchísima frecuen-
cia en la prensa de finales del siglo XIX y comienzos del xx. Este tipo de
testimonios reflejan la puesta en práctica del proceso que anterior-
mente describimos, y demuestran que esta forma de pensar ganaba
cada vez más adeptos. Del mismo modo que el juego y las chicherías
fueron desplazadas tanto de los espacios centrales de la ciudad como
de las rutinas diarias de los ciudadanos, los gallos fueron prohibidos
por las autoridades municipales: "El gobierno ha prohibido las riñas de
gallos dentro del perímetro de la ciudad, por ser este un juego de
suerte y azar y también por estar demostrado que la cría de estos ani-
males, es perjudicial para la salubridad pública" (El Artista, 16de marzo
de 1907:6).
El mantenimiento de la ciudad acorde con los ideales de orden,
limpieza, urbanidad y civilización exigía grandes esfuerzos conjuntos
de la población y las autoridades por evitar a toda costa que las viejas
expresiones de barbarie se siguieran manifestando en ella. Para vigilar
que estas normas se cumplieran estrictamente, la ciudad se llenó de
policía, como lo atestigua Hiram Bingham en sus observaciones sobre
la ciudad en 1906: "Las calles están bien vigiladas por policía. Por las
noches los oficiales cargan rifles y se hacen señales entre sí con pitos
de tono triste. Es un excelente mecanismo para evitar problemas. Nin-
200
gún ladrón necesita acercarse a menos de un cuarto de milla de un
policía si mantiene sus oídos alerta a sus lúgubres señales'".
El carnaval había perdido ya sus características principales. En
una ciudad donde ya no se podían correr toros en la plaza pública,
donde las riñas de gallos y los juegos de azar eran fuertemente casti-
gados, donde las máscaras ya no se podían usar en la calle, donde
muchos bailes habían sido prohibidos" y las chicherías representaban
la antítesis del modelo de ciudad que se había construido, el carnaval
sólo tenía dos opciones: o bien se trasladaba, o desaparecía por com-
pleto. Si bien el proyecto de construcción de la ciudad burguesa triunfó
entre las elites bogotanas, los indígenas y demás integrantes de los
sectores populares se habían mantenido al margen de este proceso de
civilización, conservando sus antiguas prácticas. A finales del siglo
XIX, las carnestolendas se habían trasladado a los barrios periféricos de
la ciudad como Los Laches, el Guavio, Alto Egipto, ElChorrerón y La
Peña que, encaramados en los cerros centro,orientales de la ciudad,
estaban habitados principalmente por indígenas y gente pobre (B.
Caballero, 1987:68). También había surgido un nuevo centro de culto
en Chapinero, cuya situación se estudiará más adelante. Aunque Bea-
triz Caballero afirma que las carnestolendas debían tener un origen
indígena y los españoles les superpusieron esta fiesta para enmarcarla
dentro del calendario litúrgico, el estudio que se ha presentado hasta
ahora muestra lo contrario, aun cuando esto no descarta que algunos
elementos indígenas se hayan incorporado a la fiesta. La celebración
de lascarnestolendas en el barrio de La Peña se remonta a 1686, cuando
se inauguró la ermita que le dio su nombre en pleno domingo de quin,
cuagésima, convirtiendo esta fecha en referencia obligada dentro de
las fiestas del barrio.
4. "The streets are well policed. At night the officers carry rimes and signal
to each other with sad-toned whistles, It is an excellent device for avoiding trouble.
No burglar need come within a quarter of a mile of a policeman if he keeps his ears
open to their mournful signals". (Bingham, 1909:237. La traducción es nuestra).
5. Sobre algunos de los bailes que se prohibieron en la ciudad, Pedro María
Ibáñez comenta en sus crónicas que en Bogotá se celebraban numerosas fiestas
durante el año, en las que se usaban trajes especiales según el sector social al que
se perteneciera, y que en ellas "la contradanza, los boleros, el minué, el rigodón y
ellondú, fueron los bailes de moda, proscritos años después, no obstante su elegan-
cia y variedad" (lbáñez, vol. 4:222).
201
nI. La Iglesia absorlJe elcarnaval
Gracias al concordato firmado en 1886 entre la Iglesia y el Estado
colombiano con el fin de llevar a feliz término el proyecto de la Rege-
neración, la Iglesia católica asumió el control social sobre el territorio
nacional. En este contexto, más allá de prohibir las expresiones festi-
vas de los ciudadanos, las fue absorbiendo poco a poco, adaptándolas
a lo que se esperaba de la capital de una nación civilizada y profunda-
mente religiosa. Aun cuando las autoridades eclesiásticas, en la ma-
yoría de los casos, habían promovido la celebración de las carnes-
tolendas en sus respectivas parroquias, ya en 1884 se advertía sobre el
grave daño que los desórdenes asociados al carnaval producían a la
sociedad. Así lo afirmó el Arzobispo Arbeláez al ver que la reciente-
mente fundada parroquia de Chapinero no prosperaba: "Sea esta la
oportunidad de recordar á los habitantes de Chapinero, que mientras
éste fue lugar de corridas de toros, bailes, embriagueces y toda clase
de disipaciones, no prosperó" (Arbeláez, 1884).
En 1887 el Arzobispo Telésforo advertía sobre el error en que se
incurría al pensar que se podía cometer todo tipo de pecados en tiem-
pos previos a los días que tenían que dedicarse al Señor: "Todos los
tiempos son del Señor (... ). No puede haber tiempo de pecado y tiem-
po de expiación; ni tiempo de locas alegrías y tiempo de juiciosa con-
ducta; ni tiempo de disipación y tiempo de piedad; el hombre no tiene
tiempo aquí sino para ir en busca de la felicidad verdadera, por los
caminos de la verdad y de la virtud" (Telésforo, 1887:4-5). Estas pala-
bras del arzobisporeflejan la fonna en que la Iglesiaestaba replanteando
sus antiguas prácticas. El esparcimiento en oposición al recogimiento
de la Cuaresma ya no era lícito, aun cuando se tratara de un preám-
bulo antes de dedicarse por entero a Dios. La situación era alarmante,
por lo que en 1890 Ignacio Velasco, Arzobispo de Bogotá, denunciaba:
Pero cuán diversa es, por desgracia, la conducta de muchos de los fieles
de nuestros días. Para ellos no hay diferencia entre la Cuaresma y los
demás tiempos, sino tal vez por el mayor desenfreno e impiedad con
que, impulsados por un espíritu de satánica rebeldía, se entregan más
que nunca á toda suerte de desórdenes, precisamente porque les son
prohibidos (Velasco, 1890:7).
La posición de la Iglesia con respecto a las carnestolendas siempre
fue ambigua, permitiendo e incluso promoviendo en muchos casos su
celebración. Esto es comprensible si se piensa en que otorgar este tipo
202
de licencias por unos días fortalece el ejercicio del control social du-
rante el resto del año. Sin embargo, como se mostró antes, la sociedad
bogotana había cambiado notablemente, así como las políticas del
Estado, por lo que era necesario prevenir a los ciudadanos sobre el
pecado que significaba entregarse a conductas tan perjudiciales para
el orden social. Y estas advertencias debían leerse, ni más ni menos,
ien la misa principal del domingo de quincuagésima, día en que co-
menzaba el carnaval!
Al año siguiente Velasco va más allá de la simple denuncia del
pecado, y advierte sobre la grave ofensa que implicaba entregarse, ya
no sólo a la diversión y la sensualidad, sino también a actividades
comerciales durante los días festivos. (Velasco, 1891:2-3).
Como los carnavales representaban una amenaza al orden que la
Iglesia pretendía mantener, las autoridades eclesiásticas pusieron en
marcha una ingeniosa estrategia: convirtieron las carnestolendas en
una fiesta dedicada al Señor.
Las Carnestolendas fueron reemplazadas por jornadas de "Cua-
renta Horas", que ya eran una tradición en las prácticas religiosas de
los bogotanos, y que se podían celebrar en diversos momentos y con
diferentes propósitos. El Directorio para los Fieles publicado en 1907,
las define así: "Cuarenta Horas: Las que se llaman así propiamente
son las que se hacen durante cuarenta horas continuas; no sería muy
difícil establecerlas en las iglesias de una diócesis, de manera que se
comenzarán en una á la misma hora en que se terminan en otra" (Di-
rectorio para los fieles, 1907:XIX).
Estas jornadas de oración se establecieron sobre todo en la parro-
quia de La Peña que, como se mencionó anteriormente, era el lugar
donde las carnestolendas tenían más fuerza a comienzos del siglo xx.
Así, para el año de 1903, la prensa daba cuenta de que éstas se habían
celebrado con toda la pompa y solemnidad acostumbradas (La Consti-
tución, 13 de febrero de 1903:4). En 1904, la prensa anunciaba que
"Grandes preparativos se hacen para darle toda la solemnidad, por el
capellán de La Peña, Dr. D. Rosendo Pardo, á esta tradicional festivi-
dad bogotana, que tendrá lugar en los días 14, 15 y 16 del presente
mes" (El 'Telegrama, 8 de febrero de 1904: 1). Días después, El Nuevo
Tiempo comentó que "La fiesta de carnestolendas, que se celebra to-
dos los años en la capilla de La Peña, estuvo este año muy concurrida
y muy pomposa. Durante los tres días de carnavales se dirigió allí en
peregrinación un inmenso gentío" (El Nuevo Tiempo, 9 de marzo de
1904:3. Cursivas nuestras).
203
¿Yen qué consistía esa peregrinación que se realizaba en los tres
días de las carnestolendas? En 1900 se había anunciado en prensa el
programa para estos tres días: "La fiesta de carnestolendas en el san,
tuario de La Peña, se celebrará del mismo modo que los años anterio-
res, desde el próximo domingo. Habrá misas desde las 7 de la mañana;
á las 9, Solemne con Sermón, y á las 12, con el Trisagio de Jesús,
María y José" (El Orden Público. 22 de febrero de 1900:332). Este pro,
grama se extendía también a otros sectores. En 1905, ElCorreo Nacio-
nal anunciaba que se realizarían Cuarenta Horas también en la capi-
lla del Sagrario:
La Junta de Fábrica de la parroquia de San Pedro, se propone celebrar
muy solemnemente en la capilla del Sagrario las acostumbradas en los
tres días de carnaval, 5,6 y 7 del presente.
Se expondrá el Santísimo á las 6 a.m.; á las 8 a.m., misa solemne; á las 12
m., misa y trisagio; á las 3 p.m., letanías mayores; á las 5 p.m., el ejercicio
con rosario, sermón y reserva" (El Correo Nacional, 1Q de marzo de
1905:3).
Ese mismo año, el mismo diario anunciaba que las carnestolendas
se habían realizado en La Peña en los días acostumbrados y comenta,
ba, con gran alivio, que "La fiesta religiosa estuvo pomposa y todos los
fieles guardaron un recogimiento digno de la culta capital. Pasaron ya
los borrascosos carnavales que no dejaban otro recuerdo que el del
espectáculo de un pueblo entregado á las orgías más degradantes" (El
Correo Nacional, 7 de marzo de 1905:3).
Las autoridades eclesiásticas habían logrado su cometido. Sin afee-
tar demasiado los ritmos de vida de los ciudadanos, había logrado
transformar la tradicional alegría de la fiesta en recogimiento y ora,
ción. En el transcurso de medio siglo, una tradición de más de tres,
cientos años había cambiado de carácter y ya nadie, a excepción el
último articulista citado, parecía recordar lo que la fiesta había sido
originalmente. Beatriz Caballero afirma que para 1968, cuando el pá-
rroco de La Peña, Struve Harker, regresó a Alemania, su país natal,
las carnestolendas en este barrio ya habían quedado definitivamente
enterradas desde tiempo atrás (B. Caballero, 1987:80). De hecho, para
1907, el domingo de Quincuagésima se celebraron cuarenta horas de
oración en acción de gracias por haber salvado la vida del presidente
Reyes durante el atentado que se le había hecho, y ya no se menciona
nada al respecto de las carnestolendas. La tradición habría de quedar
olvidada para siempre, no sólo en la prensa, sino en la memoria de los
ciudadanos.
204
Iv. "La unión hace la fuerza"
A partir de lo dicho hasta aquí es posible ver cómo los esfuerzos
conjuntos de las autoridades civiles y eclesiásticas lograron construir
las condiciones de posibilidad necesarias para desterrar para siempre
el carnaval de la vida ciudadana. La moral cristiana y la moral bur-
guesa estuvieron de acuerdo en lo que se debía hacer con respecto a
la civilización de la ciudad. Mientras que las elites bogotanas se ale-
jaron del carnaval, apartándolo a su vez de su perímetro y restándole
importancia, la Iglesia lo fue moldeando hasta finalmente absorberlo y
convertirlo en otra cosa que ya en nada se parecía a los carnavales
originales. El nuevo proyecto de nación conservadora-cristiana había
triunfado, lo que está reflejado en el hecho de que todos los diarios
que se citaron anteriormente y hablan de la fiesta eran conservado-
res. Los diarios liberales, durante el periodo de Reyes, fueron censura-
dos y muchos desaparecieron, pero incluso los que se mantuvieron
habían perdido el interés en las fiestas del régimen.
Yapara finales del siglo XIX carnestolendas no era sinónimo de car-
naval. Las primeras se celebraban como una fiesta religiosa, con su
propio sentido dentro del calendario litúrgico anual, y el segundo evo-
caba el pasado y representaba esa gran fiesta que se celebraba en
muchas otras regiones del país distintas a Bogotá, donde la vida ciu-
dadana y la forma de ser de los bogotanos no eran compatibles con la
alegría que la caracterizaba. Las celebraciones carnavalescas empeza-
ron a ser asociadas a las prácticas de la gente de "tierra caliente",
principalmente de la costa, cuya forma de ser se enunciaba como "alegre
y fiestera" y, en oposición, ser "cachaco" era sinónimo de ser frío y
ceremonioso, apagado, cordial y poco inclinado hacia los desórdenes
que, producto del desenfreno de las pasiones, se producían en estos
días. El carnaval había adquirido un carácter popular, en el que parti-
cipaban sólo los sectores indígenas y mestizos de las periferias de la
ciudad. Habían quedado atrás los tiempos en que la Plaza de Bolívar
recibía a todos los ciudadanos en un espacio de encuentro en la fiesta.
205
público y durante tres días, todo lo que durante el resto del año de-
bían reprimir. Así nos lo muestra un articulista del diario ElCarnaval,
a propósito de las fiestas que habían terminado el día anterior en otras
ciudades del país:
Apenas habrá quien a estas horas no haya botado más de una cana al
aire en las fiestas del martes de carnestolendas.
Pero no en Bogotá. Ésta es una ciudad que no ríe ni baila. Ama, pero no
toca. Estíradota como un pastor protestante, triste como un cucarachero
a la madrugada, grave como un desahuciado, prosigue su marcha, sabe
Dios á dónde, con la seriedad de un asno, como dice Fray Candil (El
Carnaval, miércoles 15 de febrero de 1899, año 1, Nº 6).
El anterior fragmento es bastante representativo de lo que se ha-
bía convertido el ser bogotano. En un tono abiertamente burlesco, el
articulista que lo escribió ridiculiza a los ciudadanos de Bogotá, hom-
bres virtuosos de cuerpos continentes relegados a la tristeza. El ideal
del ciudadano era entonces ese ser que amaba el orden, que huía de
cualquier espacio que le significara "echarse una cana al aire". Quien
escribe parece no estar de acuerdo con esa forma de vida que se había
establecido en la ciudad, del mismo modo que muchos otros articulistas
de comienzos de siglo desearon para Bogotá un carnaval.
l...l Es lástima que nuestra ciudad se prive, sin tal vez otra razón que su
habitual quietismo, de celebrar cada año esos días de espectáculo y con-
tento con que muchas capitales europeas y americanas aparecen en la
primera mitad de esta semana en pública fiesta diciendo cuanto es her-
moso fantasear, vivir, encontrar en todos los corazones algo que es el
corazón mismo de la ciudad l...].
El que por carnaval se quiera divertir en la ciudad del Águila, que mon-
te en tranvía; que cuente las tejas; Ó que se vaya con sus tías á cinema-
tógrafo (El Gráfico, febrero 24 de 1912, serie VIII, No. 74:5-6).
La anterior cita muestra también con bastante claridad lo que
significaba el carnaval en Bogotá a comienzos del siglo xx. En 1912
éste había desaparecido por completo y, ante su última realización en
la ciudad de BarranquilJa, los bogotanos cuestionaban su forma de
vida. En la ciudad del Aguila Negra no había diversiones como las
que se encontraban en "la provincia". La vida transcurría quieta y
aburrida, el que quisiera divertirse podía ir al cinematógrafo con sus
tías, uno de los nuevos gustos burgueses que para la época habían
entrado a reemplazar las viejas diversiones de los capitalinos.
En la nueva ciudad burguesa, pocos eran los eventos que inte-
rrumpían la monótona cotidianidad de los bogotanos. Los nuevos gus-
206
tos incluían desde las carreras de caballos en el hipódromo, hasta
presentaciones de compañías de teatro, ópera y zarzuela. Los nuevos
ciudadanos "civilizados" ya no se entregaban a los escandalosos jue-
gos de azar e incluso aquellos que lo hacían se refugiaban en la inti-
midad de los clubes privados.
Tal vez una de las pocas prácticas carnavalescas que habría de
sobrevivir por unos cuantos años más fue la costumbre de disfrazarse y
enmascararse para las fiestas. Sin embargo, los bailes de máscaras se
habían convertido en un evento de las elites, que transcurría dentro
del espacio privado de las casas, donde los concurrentes eran escogidos
entre lo más selecto de la sociedad bogotana. La prensa de comienzos
del siglo xx anunciaba la realización de muchos de estos, ofrecidos por
distínguidos ciudadanos en sus casas a propósito de ocasiones espe-
ciales. Sin embargo, este tipo de celebraciones también estaba cayen-
do en desuso debido a los valores "erróneos" que representaba:
La careta es el triunfo de las feas, la cortina de la calumnia, la fisonomía
de los tímidos y la credencial para decir una sarta de disparates. [... J.
Máscaras son: el hipócrita, el quebradizo cortesano, el trapacero jesuita,
el venal cacique, el periodista de alquiler, el político de ocasión y todos
los farsantes que pasan gato por liebre. En carnaval reía el dios Momo,
que debiera llamarse el dios memo, atendidas las necesidades y
patochadas de tal festividad (El Mercurio, 20 de febrero de 1906).
La renovada capital de la nación colombiana, "La ciudad del Águi-
la Negra", la "Atenas Suramericana", debía servir de modelo a las
demás, regiones del país y guiarlas por el buen camino de la civiliza-
ción. Esta, entendida como la mezcla de los ideales de orden, progre-
so, higiene, salud y buenas maneras, debía no sólo alcanzarse sino
también mantenerse y difundirse: "La regeneración se alcanzaría por
el amor a la salud y al trabajo -sentimiento nacido del cultivo de las
buenas costumbres-, el respeto a la ciencia y los principios higiénicos,
y la devoción y el temor de Dios" (Pedraza, 1999:203). El cuerpo ha-
bría de convertirse entonces en el principal objeto de las nuevas polí-
ticas educativas. Ser ciudadano civilizado implicaba toda una nueva
disposición del cuerpo tanto en los espacios públicos como en los pri-
vados. Así lo expresa Miguel Angel Urrego: "La búsqueda de control
sobre la población logró no solamente el establecimiento de un discur-
so de control social sino que también diseñó un modelo de adminis-
tración corporal. El objetivo era crear unos individuos capaces de con-
trolar las pasiones y los pensamientos erróneos" (Urrego, 1997:306) y
este ideal habría de alcanzarse a partir de la puesta en marcha de
207
todo un nuevo sistema de educación que disciplinara los ciudadanos
e introdujera una nueva serie de disciplinas corporales.
En medio de un proceso de transformación total, el carnaval fue
olvidado, desterrado para siempre de la memoria tanto oral como es-
crita de la ciudad. Algunos intentos por revivirlo fueron hechos du-
rante el siglo xx, como fue el caso del Carnaval de los Estudiantes y la
posterior Fiesta de los Obreros. Pero todos estos intentos fracasaron.
208
las fronteras se desvanecían. Las puertas de las casas se abrían, el
poder se convertía en objeto de burla, los ricos jugaban con los pobres,
y para colmo todos llevaban una máscara que representaba al mismo
tiempo su anonimato (licencia para cometer los más espantosos crúne-
nes morales) y la posibilidad de materializar el deseo de ser algo o al-
guien más, ese algo o alguien de quien se quería hacer burla, ese algo o
alguien que permanecía bien encerrado en bien del orden establecido.
Este trabajo muestra otra cara del proceso por el cual la ciudad
burguesa triunfó sobre la sociedad tradicional. Bogotá no sólo sacrifi-
có su carnaval sino que además lo silenció, borrando todos los rastros
que de él pudieran quedar. Aun así, todo el camino está aún por reco-
rrer en la identificación de sus permanencias en la vida urbana, los
rastros que de él quedaron y que luego se habrán transformado en
algo más. El carnaval es una fiesta, pero también es un ritual público.
Cuando una sociedad se transforma, los antiguos rituales, que expre-
san las antiguas jerarquías y los antiguos modos de ser deben desapa-
recer o transformarse. Y es así como el caso del carnaval bogotano nos
presenta esa dicotomía: primero se transformó, se popularizó, se trasla-
dó de lugar y luego cambió de carácter para finalmente desaparecer.
Sin embargo, Bogotá no fue la única ciudad que sacrificó su car-
naval a comienzos del siglo xx. En el transcurso de esta investigación
se encontraron testimonios acerca de carnavales desaparecidos en
ciudades como Cartagena, Bucaramanga y Popayán. Si el contexto de
transformación nacional los une, habría que ver las particularidades
que se dieron en cada una de estas ciudades para mostrar procesos
que tal vez puedan ser comparados a la luz de los nuevos análisis
acerca del tránsito del país hacia la civilización.
Los procesos actuales de la ciudad de Bogotá muestran que aún
todo está por hacer. En las últimas administraciones la pregunta por la
identidad y los límites de los bogotanos ha sido una constante, lo que
muestra que falta todavía mucho camino por recorrer en la com-
prensión de las formas culturales, políticas y sociales específicamente
bogotanas. Si el carnaval representa el espacio por excelencia de cons-
trucción del orden social y de la identidad, hace falta identificar los
escenarios en que luego de su desaparición se ha construido la vida
ciudadana. Por lo menos está clara la permanencia de viejos miedos al
desorden en la calle que son hoy más vigentes y notorios que nunca.
Habría que dejar de pensar en una pedagogía de la cultura popular,
de todos; habría que "des-pedagogízar" las prácticas ciudadanas y sobre
todo las festivas, en la búsqueda de una verdadera fiesta de la ciudad.
200
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de 1891, Bogotá, Imprenta de Antonio María Silvestre.
211
Fiestas y dinámicas identitarias.
Un estudio de caso en Niza
Christian Rinaudo*
213
festividades expresan la capacidad de los miembros que se consideran
como parte de una "comunidad" de crear nuevos signos identitarios y
jugar con los distintos modos de presentación-representación de sí-
mismos según su evolución en la esfera cerrada de interacción (entre
sí) o en la esfera pública más amplia en la cual se inscriben algunas de
sus actividades festivas. Por una parte, la fiesta "dentro de la comuni-
dad" crea las condiciones de la "comunalización", según el sentido de
Max Weber, es decir de un sentimiento subjetivo de pertenecer a una
"comunidad" (Weber, 1995); y del otro lado, la fiesta "con otros" o
"para otros" da prueba del lugar -y de la situación- que ocupan los
inmigrantes, minorías étnicas o otras formas de expresión cultural en
la ciudad.
2) La segunda forma de abordar la problemática de las dinámicas
identitarias, y que se refiere a la ciudad en sí misma, remite a una
paradoja: mientras que, según Ulf Hannerz, las grandes ciudades, en
cualquier parte del mundo, no dejan de desarrollar su "interconec-
tividad" (Hannerz, 1990; Hannerz, 1996), tampoco dejan de producir
y de reinventar la "localidad", de fabricar y de poner en escena lo que
Marc Augé llama en francés "images identifiantes", es decir "imágenes
que identifican"! (Augé, 1994). Esta dinámica identitaria de las ciu-
dades se afirma aún más cuando corresponde a lógicas de desarrollo
y transformación de la industria del turismo. Corresponde a la solici-
tud de un turismo cultural en búsqueda de "identidad local" y da
lugar, por lo tanto, al desarrollo de políticas públicas (reactivación de
manifestaciones populares y fiestas tradicionales, creación de eventos
festivos) que sirven a las ciudades para producir todo un conjunto de
imágenes con el propósito de representar una "identidad local". Aho-
ra bien, esta dinámica de puesta en escena festiva de la localidad a
veces se enfrenta a las críticas de las poblaciones locales sobre el tema
de la oposición entre "fiesta participativa" y "una puesta en espectá-
culo de la fiesta", la primera que pretende ser "auténtica" y que de-
nuncia la "inautenticidad" de la otra.
Si la fiesta representa una actividad social propicia a la produc-
ción, a la transformación y a la representación de las identidades, es
también por lo tanto una fuente permanente de tensiones entre los
214
distintos actores colectivos que la diseñan y la manejan. Entonces, en
primer lugar, tenemos unos modos de legitimación que se enfrentan:
el desarrollo turístíco contra el desarrollo local, la protección de las
tradiciones contra la innovación cultural, la celebración de una co-
munidad específica contra la celebración de la diversidad étnica de
la ciudad o la nación. Así, la fiesta es también, como dice Frank.Ribard
con respecto al carnaval de Bahía, una "guerra de los símbolos" (Ribard,
1999) que, según la evolución de la situación local, puede tomar al
menos dos orientaciones. Laprimera conduce a la transformación pro-
gresiva del sentido inicial de la fiesta a causa de la apropiación de
ésta por otros actores que no eran los promotores iniciales. Es el caso
del carnaval de Notting Hill estudiado por Abner Cohen el cual, al
través de los años, pasó de una pequeña fiesta multiétnica organizada
en un barrio popular de Londres por trabajadores sociales para apare-
cer luego cada vez más como una puesta en escena de la cultura
antillana en Europa (Cohen, 1980; 1982; 1993). La segunda orienta-
ción conduce a la-creación de contra-manifestaciones festivas. Es esta
segunda orientación que va a imponerse en Niza con la organización
de "carnavales independientes" puestos voluntariamente al margen
del carnaval "oficial".
215
proceso, los movimientos identitarios localizados se multiplican cada
vez más alrededor de las solicitudes de autenticidad frente a lo que se
describe como un orden cultural mundializado'.
Con la invención de la "Costa Azul" al final del siglo XIX, Niza,
ciudad turística de reputación mundial, conoce desde hace tiempo
los procesos descritos hoy como consecuencia de la globalización y
constituye así un campo favorable al estudio de las dinámicas
identitarias.
Según Marc Boyer, es en 1763 cuando el viajero inglés Tobias
Smolett, seducido por el carácter templado de su clima durante el
invierno, dio a conocer Niza a sus compatriotas (Boyer, 2000). Con el
desarrollo del turismo de invierno, la ciudad se volvió uno de los des-
tinos privilegiados de los ingleses y, como consecuencia, la nobleza de
Europa y los rentistas afortunados se trasladaban allí cada año, desde
octubre hasta abril. La llegada de los rusos en 1856 y la construcción
del ferrocarril en 1864 transformaron a Niza en un "salón de invierno
de la gran sociedad".
En 1887 el calificativo "Costa Azul" aparece por primera vez como
título de una guía consagrada a esta región (Liégeard, 1988). Esta
expresión se adoptó muy rápidamente para designar este territorio, ya
que tenía la ventaja de borrar la connotación autonomista contenida
en el nombre "Condado de Niza'", ocultando las dimensiones políti-
cas e identitarias, para designar no más que un simple teatro turístico.
En los años 1898-1900 los intelectuales locales reaccionaron con-
tra la imagen de la Niaa-Cosmopolis desarrollada e impuesta por el
éxito del turismo. La creación de la Académia Nissarda en 1904 se
inscribió en este movimiento. Sus fundadores temían la desaparición
de la identidad local, y confiaron pues a la "gente de Niza" la tarea de
.defender y rescatar "la identidad nizana ante el cosmopolitismo de la
ciudad". Esta crítica llevó a rechazar también la etiqueta que simbo-
liza el éxito turístico, ya que "el Condado de Niza se borraba detrás
del hallazgo ridículo de Liégeard: la "Costa Azul"" (Isoart y
Malaussena, 1984). Así pues, el nombre "Condado de Niza", hereda-
do de la historia, y ellabel "Costa Azul" inventada para el turismo, se
consideraron antagónicos desde entonces.
216
Pionera del turismo, Niza lo fue también en cuanto a promoción
comercial. Para reactivar la temporada de invierno después de la gue-
rra de 1870, la ciudad reorganizó y puso en escena su carnaval como
producto turístico. Desde este tiempo, este elemento participa de la
promoción de la imagen de una ciudad de diversiones. Niza inaugu-
raba así el marketing territorial que será practicado por numerosas
localidades un siglo más tarde.
Después de la Primera Guerra Mundial y de la crisis de 1929, el
turismo va a cambiar de clientela y temporada. La elite industrial
sucederá a la elite aristocrática y Niza se convertirá progresivamente
en el símbolo del turismo estival, con los baños de mar y el bronceado.
Después de la Segunda Guerra Mundial las temporadas de invier-
no definitivamente ceden su lugar al turismo de verano de las clases
medias europeas y americanas. Este paso de las colonias de residentes
invernales a los flujos de veraneantes impondrá también cambios en
lo que se refiere a la política de promoción de la ciudad. También
cambiarán la argumentación y los actores de la crítica.
En la actualidad, la ciudad se presenta como la síntesis entre, por
un lado, la actividad turística y de ocios enriquecida de una dimen-
sión cultural, y del otro la actividad seria de la producción de ideas,
de la investigación científica y la innovación, símbolos de la moderni-
dad, con la preocupación de corregir la imagen de distracciones frí-
volas asociada a la época del turismo de invierno.
Esta preocupación estaba ya presente a principios de los años trein-
ta, con la ambición de hacer de la ciudad de Niza el lugar de encuen-
tro "de los espíritus eminentes del mundo", centro intelectual con
una proyección internacional, para contrapesar su imagen ligera de
ciudad de carnavales. Esta primera búsqueda de respetabilidad igno-
raba sin embargo la historia local, y no se preocupaba tampoco del
patrimonio: el centro histórico de la ciudad llamado "Vieux-Nice",
por ejemplo, aún se consideraba como un vestigio.
A principios de los años 1980 para responder a la evolución de la
clientela turística en adelante consumidora de patrimonio y autentici-
dad", el centro histórico fue transformado en conjunto patrimonial
por una operación de rehabilitación y por su clasificación en sector
217
salvaguardado. El "Víeux-Nice" se instituye así en museo con sus edifi-
cios, vestigios y monumentos, "testigos" de los relatos y leyendas locales.
Con esta puesta en escena del "Vieux-Nice", se asiste a una inver-
sión del papel desempeñado por la identidad local. Mientras que ésta
simbolizaba para los creadores de la Academia Nissarda la resistencia
a los riesgos del cosmopolitismo en la época del turismo de invierno,
es utilizada hoy en la promoción de la industria turística como señal
de calidad que garantiza la autenticidad de los productos destinados
a satisfacer las nuevas necesidades del turismo cultural. En adelante,
la promoción de la Costa Azul no pasa ya por una negación de lo local
y de los nativos. Se expresa al contrario por la valoración de una his-
toria local y por un proceso de patrimonialización de los monumentos,
de rehabilitación de algunos lugares de la ciudad transformados en
sitios culturales que se deben preservar y admirar.
Esta instrumentalización de la identidad local va a generar a su
vez una reformulación de la crítica, con el cuestionamiento de la
comercialización actual que transforma el particularismo local en pro-
ducto turístico. Esta crítica "artista" (Boltanski y Chiapello, 1999) se
presenta en Niza como un movimiento "anti-Costa Azul" que rechaza
la vocación turística de la ciudad y se esfuerza en apropiarse de nuevo
el espacio urbano, buscando su inspiración en la tradición de imperti-
nencia "popular", y concentra una gran parte de sus ataques contra el
label "Costa Azul" que simboliza según ella la expropiación de la cual
sería víctima "la plebe de Niza".
El carnaval, producto turístico por excelencia, está en el centro
de esta crítica como símbolo privilegiado de la comercialización y la
entrega de la ciudad a los imperativos económicos de la industria del
turismo. Además, estos movimientos actuales no se limitan a adoptar
una postura crítica, sino que organizan igualmente contra-manifesta-
ciones festivas donde expresan una identidad local alternativa.
El"Carnaval de Niza"
218
Durante el largo período de la Edad Media, luego en el Renací-
miento y hasta el siglo XVIIl, parece que el carnaval haya consistido en
un conjunto de espectáculos callejeros, de bailes y otros entreteni-
mientos populares. En el siglo XVJIl, con la influencia del carnaval de
Venecia, los bailes de máscaras, privados, se generalizan en detrimen-
to de las fiestas callejeras; las festividades se vuelven más mundanas
con los bailes fastuosos de los notables por una parte, y los banquetes
campestres populares del otro. En 1830, el carnaval cambia una vez
más de aspecto para tomar la forma de un gran desfile tal como lo
conocemos hoy. Este cambio se produjo en honor de la llegada en Niza
del soberano Saboyardo Charles Félix, el desfile de los carros enton-
ces halados por caballos se desarrollaba en el Cours Saleya, dentro del
Víeux-Nice.
Después de la crisis política y económica consecutiva a la guerra
de 1870, y del período de inestabilidad que siguió, el carnaval se rea-
nuda en 1873. El municipio, preocupado de reactivar la actividad
turística, crea el Comité de las fiestas a quien confía la organización
del carnaval. Esta festividad pasa a ser entonces el momento culmi-
nante de la temporada de invierno en Niza y uno de los principales
símbolos de·la "Costa Azul".
Su Majestad el Carnaval se sube en carros cada vez más imponen-
tes y se convierte en un personaje gigante, correspondiente a la ima-
gen de una ciudad en pleno desarrollo. Su propia representación, ex-
plica Annie Sídro, evoluciona, pasa de ser un personaje gargantuesco,
malévolo y juerguista, vestido con trajes de campesino o pescador, al
de un Rey-Sol majestuoso proyectando una imagen "de resplandor y
luz" más aduladora para la ciudad y para sus calidades "turísticas".
Las presiones ejercidas por el Comité de las fiestas para eliminar las
alusiones políticas, sociales y culturales susceptibles de chocar o "abu-
rrir" al público extranjero son entonces muy significativas de esta vo-
luntad de controlar la imagen de un personaje carnavalesco presenta-
do como un conquistador del sol. En 1939 por ejemplo, el Comité
dirigió un correo al decorador general para pedirle suprimir algunos
atributos de la "cultura de Níza" que rodeaban al monarca y que co-
rrían el riesgo de aparecer como "demasiado locales para los extranje-
ros que vienen aquí y que no comprenderían fácilmente" (Sídro,
1979b).
Así pues, la dimensión local del carnaval desaparece poco a poco
de los desfiles que, por los temas abordados y por las puestas en escena
cada vez más cosmopolitas, toman la forma de un gran espectáculo
219
destinado a atraer un público cada vez más numeroso en una Costa
Azul convertida en capital turística. Esta orientación fue inmediata-
mente reforzada por la instalación de barricadas y tribunas para los
espectadores a lo largo del trayecto. Fue consolidada también por la
instauración de las batallas de flores que querían ser más refinadas y
más poéticas que losdesfilescarnavalescos, y también más sincronizadas
con la imagen esplendorosa producida por las guías turísticas.
Si esta lógica de modernización del carnaval se impuso desde en-
tonces, debió también adaptarse a través de las décadas a la democra-
tización del turismo y a las nuevas exigencias de un público cada vez
más numeroso atraído a las orillas de la Costa Azul. En los años 1950-
1960, Niza acogía más de 500.000 turistas cada año, mientras su fun-
ción de ciudad de descanso y jubilación comenzaba también a afir-
marse. La temporada invernal, cortada de lo que apenas constituía
hasta los años treinta la sociedad cosmopolita de "invemeantes" sólo
sobrevivía gracias a la estancia climática de personas de edad, a las
batallas de flores y al carnaval que, en este contexto) se parecía a un
espectáculo para jubilados.
Más recientemente aún, se confió la organización de las festivida-
des a la Oficina de Turismo de Niza y no al Comité de las Fiestas, lo
que muestra hasta qué punto este evento se inscribe en una lógica de
desarrollo económico de la ciudad centrada en la industria de los
ocios y del turismo". Pero desde este punto de vista, el municipio pre-
tendió también renovar la imagen del carnaval para atraer a la ciu-
dad a un público más dinámico, más propenso a rumbiar y a invertir
los nuevos espacios comerciales del Vieux-Nice (tiendas de modas,
restaurantes, bares ...) que representan, junto con las tiendas de re-
cuerdos frecuentadas por la clientela de las agencias de viaje, un
recurso económico importante para la ciudad". Para el director de la
220
Oficina de Turismo, el Carnaval de Niza es un asunto de comercia-
lización que consiste en atraer siempre más gente a la Costa Azul y en
diversificar la clientela: "No hay razón de que el evento se reserve a
una clientela mono-cultural de baja participación como es aún el
caso. Buscamos ahora a una clientela diversificada: jóvenes, hombres
de negocios, etc.". Eso implicaba, en particular, como él lo precisaba,
la introducción de patrocinadores privados para organizar conciertos
y techno parades, la instalación de "sitios VIP" para los que "gastan
mucho" y que están dispuestos a invertir para beneficiarse de servi-
cios y espacios particulares, pero también rodearse con personalidades
del mundo del espectáculo encargadas de encontrar nuevas formas
de expresión de la fiesta.
Así, la contratación en el año 2000 de Serguei (caricaturista de
un gran periódico francés) como "decorador oficial" hace parte de
esta voluntad de "renovar" el carnaval para abrirlo a una clientela
"que está en la vanguardia" y en consecuencia es "más joven" según
la retórica de la Oficina de Turismo.
Tratando de temas como el conocimiento, la comunicación, las
nuevas tecnologías, Serguei le permite a un público más amplio en-
tender los mensajes y participar del proceso de deslocalización del
carnaval. Además, rompe con el juego sobre los símbolos locales que
habían mantenido los "camavaliers B" .
Ahora bien, esta deslocalización de los símbolos del carnaval de
Niza debía acompañarse de un proceso asociado de relocalizacióncuyo
objetivo era responder a la búsqueda de autenticidad de los turistas
que se mueven en un universo cada vez más uniformado y que espe-
ran de una manifestación local que exhibe los signos de su particula-
rismo, un "color local". Se trataba entonces de introducir en una
manifestación pensada como global elementos del particularismo local
al alcance de todos y no de introducir de manera insidiosa signos de
la identidad local incomprensibles para los turistas.
221
Otra iniciativa del municipio fue crear un equipo de "agitadores
profesionales", llamados "camavaleurs" para diferenciarlos de los
"carnavaliers", cuya misión era la de suscitar el interés de un publico
más joven en búsqueda de experiencias festivas. Compuesto de mala-
baristas, acróbatas, bailarines y comediantes, este equipo se ha encar-
gado de organizar espectáculos callejeros en la ciudad y de establecer
de nuevo los vínculos con el pasado y con la tradición carnavalesca
de Niza.
El "Grand Charivari" ("Gran Despeluque") estaba en el centro de
esta nueva dinámica. Con este nombre presentó la Oficina de T uris-
mo "el aire de locura de los hábitos festivos antiguos" que tenía el
carnaval. Así, ante la ausencia de espontaneidad de esta manifesta-
ción pensada como una operación de marketing turística, la preocu-
pación de las autoridades no era tanto ejercer un control frente al
desorden de la fiesta, como simular que se asistía y se participaba en
la transgresión de normas consustanciales a la experiencia carnava-
lesca por una puesta en escena del espíritu de la fiesta.
Carnavales "independientes"
222
N Batucada en el Ce1HTO hiStiJTico, Camaval Independient e, Nira, 1999.
N
0.J Crédito: Sandra Ryvlin, Niza
N
N
...¡:..
225
lugar en otro tiempo, en 1875, es decir dos años después de que el
municipio reanudara el carnaval y pretendiera acabar con su expresión
popular, entregando la fabricación de los carros a unos "carnavaliers"
profesionales, contratados por el municipio.
Este episodio es interesante ya que se trataba de una forma de
rebelión por parte de la sociedad local contra la sociedad cosmopolita
de esa época, para la que se organizaba el carnaval. Esta rebelión
tomó la forma de un carro (el carro de las "rauzpignatas", es decir
murciélagos en el dialecto de Niza) que exhibía un contra,símbolo: el
de la gente popular que levanta la cabeza y afirma su orgullo ante el
desprecio entonces abiertamente ostentado por parte de los ricos
hiverneantes que se apropiaban de la ciudad durante la temporada
turística. Representados en posturas valorizadoras (alas desplegadas,
cabeza alta, posiciones dominantes) los murciélagos afirmaban la vo-
luntad de los nativos de tener un lugar en la vida social, cultural y
festiva de la ciudad.
Aunque esta rebelión fue rápidamente dominada -por un sistema
de monopolio concedido a los "carnavaliers" en la fabricación de los
carros-la rauzpignauz (murciélago) permanece desde entonces como
el símbolo invertido del águila, el emblema oficial de Niza, es decir
como una suerte de contra-bandera de la ciudad. Así, uno de los
primeros símbolos movilizados por los artistas en los carnavales inde-
pendientes fue la ratapignata que se ha exhibido bajo distintas formas
en los desfiles.
Otro episodio de esta "guerra de los símbolos" tiene su origen en la
historia del desvío de la canción Niza la Bella -escrita en 1902 por un
poeta local para elogiar la belleza de los paisajes de Niza y que se
convirtió desde entonces en un himno de la Costa Azul turística-o A
diferencia de "Niza la Bella", "Nissa Rebela", se impuso como un mani-
fiesto de la crítica anti-Costa Azul, y por supuesto se encuentra en los
carros y los disfraces de los carnavales independientes con numerosos
otros elementos simbólicosque expresan la tensión entre las múltiples
concepciones de la ciudad y su política cultural e identitaria. Así,
año tras año, todo un imaginario pictórico se constituyó y se reprodujo
a través de diferentes soportes, como, por ejemplo, los calendarios
confeccionados y vendidos por el colectivo Zou Mai para financiar los
carnavales independientes.
Otro aspecto que se destaca en este trabajo se refiere, ya no a las
tensiones entre símbolos y contra símbolos de una identidad cultural,
sino a otra fuente de tensión que puede ser igualmente reveladora de
226
la realidad de la ciudad. Se trata de la tensión entre dos concepcio-
nes posibles de la "identidad local", una centrada en la cultura local,
y otra que valora al contrario la diversidad cultural como elemento
constitutivo de la "image id.entifiante" de la "localidad". En el caso de
Niza y de sus carnavales ~l "oficial" y los "independientes">, la si-
tuación es bastante ambigua, y esta ambigüedad no es menos revela-
dora de las tensiones sociales en la ciudad.
Por un lado el carnaval "oficial" (por medio de la Oficina de Tu-
rismo) pretendió en primer lugar eliminar toda representación de la
cultura local de los desfiles para presentar una imagen fiel de la Costa
Azul cosmopolita. Luego, con el desarrollo del turismo cultural, el
carnaval pretendió reconciliar esta imagen de la modernidad (repre-
sentada a través de una identidad cosmopolita de las nuevas elites
internacionales presentes en los sectores empresariales y de las nue-
vas tecnologías) con una puesta en escena de la autenticidad y las
tradiciones locales (como se vio con el "Grand CharitJari"). Ahora bien,
esta doble representación de la ciudad a través de su carnaval-de su
tradición "cosmopolita" y de su tradición "local"- oculta completa-
mente otra dimensión, sin embargo bien real en Niza, la que hace de
esta ciudad la cuarta de Francia, en términos de presencia de pobla-
ciones inmigrantes. Así, si se valoriza la diversidad cultural en la ciu-
dad, no es, como en Marsella por ejemplo, en relación con su pasado
migratorio, sino con su pasado turístico y con su presente que trata de
atraer las elites internacionales en una forma de globalización desde
"arriba". Sin embargo, los inmigrantes están bien presentes en el car-
naval oficial, como espectadores, y como personal interino. Pero nun-
ca aparecen como elementos constitutivos de su imagen.
Del otro lado, los actores de los carnavales "independientes" tra-
taron de desarrollar otra imagen que corresponde más a la de una
globalización desde "abajo", es decir, la de la gente popular de varias
nacionalidades y orígenes, que vive en los barrios periféricos de la
ciudad. Gente popular, pensada como abierta, tolerante, y de la cual
resultaría, supuestamente, una perfecta armonía entre la cultura lo-
cal y las culturas inmigrantes de la ciudad. Ahora bien, esta contra-
imagen de la ciudad también oculta otra realidad que es la de una
tensión cada vez más fuerte entre el discurso abiertamente popular de
los actores de lo festivo y la realidad sociológica de los participantes
en los desfiles, entre la presencia de una elite intelectual y cultural
(docentes, estudiantes, artistas...) y el desinterés o la hostilidad por
parte de la juventud de los barrios, a causa de la incomprensión de un
planteamiento finalmente muy elitista y muy poco "popular".
227
Conclusión: la fiesta como "analizador" de las dinámicas
identitarias
228
que como una situación que puede ser productora y reveladora de las
estructuras sociales ordinarias.
En este sentido, lo festivo ofrece un marco propicio a la observa-
ción y a la comprensión de las dinámicas identitarias y permite enten-
der el juego de los antagonismos locales, las formas de dominación y
las clasificaciones/categorizaciones sociales.
Bibliograña
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Weber Max (1995), Économie et société, Paris, Plon, [1922].
230
Los autores
231
y la Universidad de Cartagena y en Gestión y desarrollo comunitario
en la Universidad de Córdoba. Es Profesora titular de la Universidad
del Atlántico. Ha participado como ponente en diferentes congresos
nacionales e internacionales en el área de las ciencias humanas; ha
realizado investigaciones antropológicas y de psicología social sobre
identidad cultural, especialmente en el área del Caribe colombiano.
Sus trabajos han sido llevados a la televisión y publicados en libros,
periódicos y revistas del país.
Elisabeth Cunin
232
Marcos González Pérez
Edgar J. Gutiérrez S.
233
Edgar Rey Sinning
Christian Rinaudo
Gloria Triana
234
mayor parte de su trabajo ha estado orientado a la investigación y
registro audio-visual de las culturas populares de Colombia. Su aporte
más importante ha sido su trabajo de antropología visual: YURUPARÍ
(serie en cine para televisión), ALUNA y ALÉKUMA son documentales
que constituyen un valioso patrimonio de imágenes en donde están
registradas las más importantes manifestaciones populares expresadas
en la música, la danza y las tradiciones festivas. Por su trabajo ha
recibido varios reconocimientos.
Paolo Vignolo
235
Este libro se terminó de imprimir el día 3 de no-
viembre de 2006, en los talleres de Editorial Lealon
(era. 54 Nº 56-46. Te!.: 571 9443) de Medellín,
Colombia. Se usaron tipos de 11 puntos Goudy Old
Srvle BT para los textos y 14puntos negro para los
títulos, papel Propalibros beige de 70 gramos y car-
tulina Propalcote l Iado de 250 gramos. La impre-
sión estuvo dirigida por Ernesto López Arismendi.
La Carreta Editores E. U.
La Carreta Histórica:
Femán E. González. Partidos, guerras e Iglesia
en la constnución del Estallo Naa/m en Colombia
(1830-1900).
César Augusto Ayala Diago. Elpopulisrrw
atrapatúJ, la memoria Yelmiedo. Elcaso tÚ las
elecciones tÚ 1970.
Gonzalo Sánchez G. Guerras, memoria e historia.
Maria Teresa Uribe Hincapié y Liliana Maria
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sobre las guerras civiles en Colombia
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Luz Maria Londoño yYoanna Nieto V.
Mujeres no anuadas. Desmoviliuu;i/m y retomo a
la vida civil tÚ mujeres excombatientes en Colombia,
1990-2003.
Durante IIlUI ho uerup» la., (i('.,LI ... ~ lu., carn.« alcs han sido Icmas dt"
ill\l''iligaliún Illilrglllado" de la., c ie-ruias .,ociale... \ humana "
asociado.. (:"CI' 11\ o( .unent e e un lo Ir ívolo v redllcidos :1 lo vuperfiri.rl.
110 \' SOI1 parte de una 1111('\'::1 lucn re cle inve... ug·<IC101ll''' por su
rclcv.uue» iruphc:« ¡olles ... "c¡alcs, cu lturale-s. económicas. políliC:ls :
"I1CII'I1.ICII)1I del 1111.1 11 iculnu alisiuo y del "pat rimouiu irunngibk-".
c:... pacio pal a la Iran.,(i1l11JClI i óu \ la ¡m' I'1I1iÓII de las idelltl<lacie"
(ll~iclo de inu-r é.. de la s polítila:-. culturales uacionales e iuu-r-
uac il/nale" v motor de la ... 1111t'\ a .. iudustrias culrurulc ..
El asuru« de la producci ón de la ... irlcn t idark-s (... can ém ico-racia le -,
culturales . regionales, de géllL'I'O, etr.) lue objeto de' varro-, estudio
rertentes e-n ( .olombia : eslt' libro propolle abordar esta rern áuc a
h;~jll un nuevo enfoque : la puesta l'1I escena de las diferencia
pal-I irularnn-nte visib les 1'11 la., (ic"tas v los carnavale-s...\ I ran~" de 111
eventos ícst ivov , la valor.ui óu de las idenudades lora le.., qll"
moviliza la relereucia a una 1 ulrura uu-st iva, cuestiona t.uuu cl lugar
'f)lKedido .JI otro festivo . cx ót i: o \' raciali/ado en e l imaginaru.
narroual. COl1lCl I.I~ "conexiones" glo!>alizac!a ... (1111 la" cuales se
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routiuuidad .
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