Kierkegaard
Kierkegaard
Kierkegaard
Recibido: 14-01-2008
Aceptado: 30-01-2008
(En memoria del Prof. L. Jiménez Moreno)
Resumen
Abstract
Apertura
1 Apud CORETH, E. ¿Qué es el hombre? Esquema de una antropología filosófica, Herder, Barcelona
1976, p. 70.
que tanto Kierkegaard como Nietzsche “son la prueba documental de que la época
[el sg. XIX] se caracteriza por la más inexorable autocrítica que se haya llevado a
cabo jamás en la historia de la humanidad”2. La sugerente tesis de Jaspers es que
ambos hicieron de la existencia una trascendencia hacia el infinito, porque los dos
recorrieron caminos que no se pueden mantener sin un apoyo de lo trascendente:
bien para afirmarlo, bien para anegarlo. Está claro que en Kierkegaard el camino es
“lo religioso” y en Nietzsche será “lo ateo”, pero en ambos filósofos hay algo fun-
damental que va más allá de lo que presentan al ser humano sus sentidos.
Esta visión “platonizante” de los dos colosos en principio se nos aparece más
clara en el danés pero, en efecto, también la podemos rastrear en el alemán. Las
ideas fundamentales de Nietzsche –dirá Jaspers– constituyen un modo propio de
trascender porque quieren ver las cosas del mundo yendo más allá, negando la
determinación empírica como la necesidad natural. Lo que sucede es que ese tras-
cender nietzscheano se manifiesta como su nihilismo, y más en concreto como nihi-
lismo de poder. Es decir, un trascender todavía en el mundo y, por tanto, de alguna
manera fundamento constitutivo de la inmanencia. Con lo cual paradójicamente
Nietzsche nos despierta a la trascendencia de la que quiere sustraernos o alejarnos,
porque su rechazo de ese anhelo universal sería precisamente símbolo de la pro-
fundidad propia de quien está consumido por ella.
Por otra parte, pensemos que tanto Kierkegaard como Nietzsche bebieron de las
fuentes del espíritu griego, y aunque en Nietzsche es algo obvio en Kierkegaard es
relevante resaltarlo porque no es tan conocido que “su formación inicial en los clá-
sicos [griegos] constituye un pilar básico en el modo de concebir la vida y el que-
hacer filosófico”3. En mi interpretación sobre el método filosófico de Kierkegaard4
planteé la hipótesis de que el tercer ensayo kierkegaardiano de Enten-Eller,
“Repercusión de la tragedia antigua en la moderna”, es muy posible que Nietzsche
lo conociera, y que en todo caso contiene ideas que se harán nietzscheanas. Además,
es bien sabido el paralelismo entre ambos pensadores respecto de sus particulares
rechazos a la Filosofía como sistema en general y a la filosofía de Hegel en parti-
cular: muy claros en Kierkegaard, más ocultos en Nietzsche hasta los trabajos en
Francia de Foucault y Deleuze5.
Por todo ello quizá lo realmente importante para la hermenéutica contemporá-
nea sea recalcar cómo ambos pensadores, partiendo de la misma placenta filosófica
en sus comienzos, llegaron a concepciones del ser humano tan distintas, sobre todo
6 Además de en Karl Jaspers, sobre la afinidad filosófica entre Kierkegaard y Nietzsche pueden verse
referencias actuales en: L. Castellani (De Kierkegord a Tomás de Aquino. Introducción a la filosofía,
Guadalupe, Buenos Aires 1973, pp. 101, 210); M. Suances (Søren Kierkegaard. Tomo I: Vida de un
filósofo atormentado, Ed. Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid 1997, p. 323),
(Søren Kierkegaard. Tomo II: Trayectoria de su pensamiento filosófico, Ed. Universidad Nacional de
Educación a Distancia, Madrid 1998, pp. 426-427); J.M.ª Valverde (Nietzsche, de filósofo a
Antricristo, Planeta, Barcelona 1993, pp. 99, 163, 211, 228 ); etcétera.
Valverde llega a apuntar que el último Nietzsche lúcido “se propone leer a Kierkegaard” (1993, cit.,
p. 232) recogiendo las sugerencias del profesor Georg Brandes, el primer traductor de Søren al alemán,
profesor que a la vez que había empezado a difundir por Europa a su compatriota también había intro-
ducido a Nietzsche entre el público universitario de Copenhague.
7 FOUCAULT, M. Nietzsche, Freud y Marx, Anagrama, Barcelona 1970, pp. 56-57. Ver nota a pie de
Fernando Bouza en el Prólogo a la edición de La cultura del renacimiento en Italia (1860), de Jacob
Burckhard (Akal, Madrid 1992, p. 9).
de la religión, y era imposible una nivelación de ambos”21, que parece la más cohe-
rente.
A partir de esa ruptura Søren va a hacer un mito de Regina tal vez como forma
espiritual de relacionarse con ella -no como un amor platónico, sino un amor ver-
daderamente religioso y existencial, enfatiza Suances22-, lo cual explica también
que utilizase en sus obras tantos seudónimos de su vida como un escudo protector
de su intimidad detrás del cual ocurría lo auténtico, según él mismo confiesa en su
Diario: “intentó dar ante ella y los demás la apariencia de un hombre frívolo y
haragán, de modo que la separación de un hombre indigno se le hiciera menos dolo-
rosa a la amada”23.
Con Jaspers –y otros intérpretes– podemos decir que los escritos kierkegaardia-
nos más ricos de contenido son los de sus seudónimos. Kierkegaard consideraba
que la forma de comunicación indirecta a través del ocultamiento del seudónimo no
sólo era la mejor sino la única posible, pues lo que se puede poseer como verdad
objetiva no es propiamente verdad, sino, más bien, algo insignificante que nos
desvía de lo verdadero porque las verdades existenciales exigen una forma de
expresión indirecta. En Mi punto de vista de mi actividad como escritor dice de sí
mismo que “la comunicación en términos de reflexión significa engañar a una per-
sona con la verdad”, y añade que él “empezó con las obras estéticas mayéutica-
mente, y todas las obras escritas con seudónimo son mayéuticas”24. Esta actuación
supone un rechazo de la filosofía anterior, y nos conduce hasta el centro de un
nuevo filosofar socrático que se despliega siempre en el diálogo con la persona, y
no tiene por objeto en modo alguno transmitir un saber universal que se posee al
modo de posesión de objetos, sino desatar en el otro un preguntar y un pensar,
hacerle encontrar su propia verdad y conducirle hasta el saber de su no saber. Quizá
por todo esto Hans Störig con razón ha podido llamar a Kierkegaard “el Sócrates de
Copenhague”25, aunque sería más exacto apostillar “el Sócrates cristiano de
Copenhague”.
De modo que la mejor clave biográfica para entender a Kierkegaard la encon-
tramos en su relación con Dios, propia del estadio religioso, lo que explica bien las
categorías de relación y de trascendencia que despliega desde el inicio y a lo largo
de su vida y de su reflexión filosófica, especialmente en los escritos que titula “dis-
26 Los primeros son de los años 1843 (tres series) y 1844 (cuatro series), y vienen recogidos por orden
cronológico en las distintas ediciones de sus Obras Completas. Según Heidegger (en 1927), estos dis-
cursos edificantes, que no presenta con seudónimos, constituyen las obras clave de Kierkegaard: “se
aprende más de sus escritos «de edificación» (erbaulichen) que de los teóricos” (Ser y Tiempo, FCE,
Madrid 1980, 3ª reimpr. de la 2ª ed. esp., p. 257).
27 Kierkegaard, 1972, cit., pp. 126-135.
28 Kierkegaard, 1972, cit., pp. 136-150.
29 Kierkegaard, 1972, cit., p. 141.
30 Cf. López Ibor, 1975, cit., p. 133.
memoria y palabra por palabra la historia de Abraham, pero ¿cuántos han padecido
insomnio pensando en ella?”34, idea que recalcará después Gabriel Marcel a propó-
sito de que el filósofo que no haya sido oprimido por un problema no puede saber
nada verdaderamente de él.
Este pasaje bíblico conocido como “Alianza de Yahvé con Abraham”, paradig-
ma universal de la mayor relación de cercanía que pueda darse entre el ser humano
y Dios, junto con la figura de Don Juan paradigma también del alejamiento entre
ambos, constituyen la llave maestra que abre y cierra la comprensión tanto de la
obra como de la vida personal de Kierkegaard.
Al final, podemos interpretar que el “estadio estético-inmediato” sería su apor-
tación más original al torrente del pensamiento contemporáneo. Sobre lo “ético-reli-
gioso” se han montado los grandes sistemas filosóficos y teológicos a lo largo de la
tradición histórica del pensamiento, pero lo “estético” tal como lo expresa y lo
entiende el danés, es decir como inmediatez adictiva, es pura originalidad, y tanto
Juan en el Diario del seductor como Don Juan en Los estadios eróticos inmediatos
o el erotismo musical constituyen una clave hermenéutica paradigmática para
entender al hombre contemporáneo proclive a esa mentalidad. Merece la pena dete-
nernos en ello porque aquí vamos a encontrar después cierto paralelismo con
Nietzsche.
En efecto, lo “estético” en Kierkegaard tiene un sentido más amplio que el eti-
mológico vinculado a la sensibilidad (aisthesis), derivada del verbo griego aistha-
nomai (sentir), porque siempre va unido a los conceptos de “inmediatez”, “com-
prensión finita” e “ironía sin interioridad”, que se refieren sobre todo a aquello
humano que es pura vida instintiva, en la línea del placer erótico autonomizado. Lo
podemos identificar con “lo dionisíaco nietzscheano” o con “la fuerza adictiva” y
así se comprende bien la dinámica interna de inmediatez que mueve a la persona
instintiva. La finalidad del goce inmediato, del instante fugaz, de lo indiferente o de
lo interesante, son formas o variantes de la misma existencia que Kierkegaard agru-
pa bajo el genérico nombre de “lo estético”. El ser donjuanesco encara la realidad
claramente desde el punto de vista de la “exterioridad”: vive una existencia no com-
prometida que tiene como objetivo de toda acción la búsqueda instintiva del placer
inmediato. La espontaneidad que lo dirige obedece al presentismo del instante y al
interés egótico propio, por lo que su existencia no posee unidad: es una secuencia
indeterminada de momentos yuxtapuestos.
La encadenación lógica de los conceptos de inmediatez, angustia, absurdo y
desesperación, constituye todo un proceso existencial que consiste en último térmi-
no en la vivencia de las experiencias de inmediatez, descritas de modo singular-
mente original por Kierkegaard en la encarnación de las figuras de Juan el seductor
34 KIERKEGAARD, S. Temor y Temblor (Lírica dialéctica), Guadarrama, Madrid 1976, (pp. 5-177),
p. 36.
38 BRUNEL, P. (Coord.) Dictionnaire de Don Juan, Éditions Robert Laffont, Paris 1999, p. XXX.
39 Cf. Brunel, 1999, cit., p. XIV.
40 Cf. Brunel, 1999, cit., p. VIII.
41 Es relevante destacar que V. García Yebra, en su traducción del libro de Haecker La joroba de
Kierkegaard, traduce Diario del Burlador, y no del “seductor” como es lo usual entre nosotros
(Haecker, 1956, cit., pp. 72-75).
ca” termina como empezó, sin otro argumento que el de un hombre manipulador
que, en nombre del ideal sublime de la estética, engaña y somete a otra persona a
su propio interés, y luego la abandona: “Ahora, empero, todo se acabó. No deseo
volver a verla nunca jamás. Cuando una muchacha se ha entregado por completo,
se queda débil y desguarnecida, lo ha perdido todo” 47.
Todo ello nos lleva a concluir que la esencia de la manipulación es la auténtica
clave del personaje, denominador común del mundo del vértigo dionisíaco, por
ejemplo, en el fenómeno actual de las adicciones48. Paralelamente al seductor,
Kierkegaard hace una colosal interpretación del Don Giovanni de Mozart a quien
nombra siempre Don Juan, subrayado y en castellano, en Los estadios eróticos
inmediatos o el erotismo musical. Este opúsculo ya no va envuelto en el ropaje de
una novela. Se trata de un ensayo de corte “estético” que penetra hasta el fondo la
categoría filosófica de la inmediatez sensual precisamente en un registro hasta
ahora inexplorado así: el lenguaje musical.
El gran tema de Don Giovanni es el placer por el placer o la sensualidad auto-
nomizada, teoría que Kierkegaard llama de los tres “estadios eróticos inmediatos”
(De umiddelbare erotiske Stadier), o incluso “la inmediatez en su completa inme-
diatez” 49 sin más, y aunque se refiere a tres etapas del deseo sensual propiamente
sólo habla de un estadio, el representado por Don Juan, como el prototipo de per-
sona gozadora de lo sensible autonomizado que se agota en sí mismo. Por eso, en
este sentido, la figura de Don Juan se correspondería con la figura de la persona
adicta. Unamuno recalca el vacío interior de la existencia para expresar en él la
esencia del personaje: “Tengo para mí que nuestros Don Juanes, siguiendo al inmor-
tal Don Juan Tenorio, se dedican a cazar doncellas para matar el tiempo y llenar un
vacío de espíritu, ya que no encuentran otra manera como llamarlo (sic.) [llenarlo].
No son, como Werther, víctimas de los anhelos de su corazón, sino que lo son de la
vaciedad de su inteligencia”50.
Tanto Don Giovanni como Juan el seductor, en fin, encarnarían el tipo de per-
sona que cultiva en exclusiva las formas de existencia inmediata y vacía de conte-
nido, la vida considerada como un conflicto permanente entre la inmediatez y la
relación escindidas. Ello explicaría que ambos tipos “estéticos” experimenten el
estado de la angustia y de la desesperación.
Posiblemente el momento de mayor madurez filosófica de Kierkegaard arranca
con la publicación de El concepto de angustia (junio de 1844) y concluye con La
sucede cuando no existe una “razón espiritual” como se da en los griegos (1965,
182 ss), de ahí su tragedia y su “esteticismo”, o bien dar el salto precisamente
apoyándose en la propia angustia, es decir reconociendo la propia culpa, como se
deriva de la tradición judaica que define la angustia dialécticamente “en el sentido
de culpa”( 1965, 193 ss).
El papel que juega la angustia en el cómputo de la vida es trascendental, pues
“tanto más perfecto será el hombre, cuanto mayor sea la profundidad de su angus-
tia” (1965, 279). De manera que paradójicamente, su felicidad “depende” de la
transformación de su angustia en esperanza, porque de hecho esta angustia trans-
formada tiene que desempeñar el papel esencial de llevar de vuelta a la persona a
relacionarse con quién lo creó en libertad, que es Dios. Así, vivida desde esta pers-
pectiva, la angustia explica el sufrimiento y su superación le confiere un sentido
existencial a la vida en oposición al vacío existencial.
La desesperación como enfermedad mortal va todavía más íntimamente unida a
la esencia del pecado que la angustia, y en cierta manera se confunde con el mismo.
Con ello Kierkegaard quiere expresar que la desesperación es un fenómeno univer-
sal que está en la entraña de toda desviación de la naturaleza humana. Lo terrible
del pecado no es que se peque contra Dios, sino que el pecado lo es precisamente
porque se rompe la relación con Dios, de modo que la clave está en la raíz del orgu-
llo o de la afirmación desesperada de sí frente a Dios. La relacionalidad de la per-
sona es patente en primer lugar en las relaciones constitutivas del yo, porque “pose-
er un yo y ser un yo es la mayor concesión –una concesión infinita- que se le ha
hecho al hombre, pero además es la exigencia que la eternidad tiene sobre él” (1969,
61), exigencia que funda propiamente las relaciones entre la persona y Dios.
La persona que quiere existir basando su ser en la ruptura de relaciones con la
trascendencia desliga su yo del Poder que lo fundamenta, o sea mantiene un com-
portamiento de rebeldía contra lo eterno que hay en él. Este ser personal quiere la
infinitud a través de la finitud, pero ésta siempre termina en sí misma. Sin embar-
go, ya sabemos que es la trascendencia la que establece el verdadero yo, y en el
intento de desligar su yo de ese ideal la persona desespera. Esto equivale a decir
que, en el estado de desesperación, hay un rechazo o una afirmación, pero siempre
de naturaleza libre, del yo.
Podemos concluir que la desesperación, igual que la angustia, es una paradoja
existencial. El ser humano auténtico es el que desespera y se angustia por no vivir
en el estadio de la fe. Pero para tener fe lo primero es desesperar de no tener fe, con
lo cual la fe depende paradójicamente de no tener fe. Si vemos en profundidad las
condiciones existenciales de la angustia y de la desesperación, observamos que tien-
den a subrayar los momentos más propicios para que la persona, proclive de por sí
a buscar la seguridad de la inmediatez, se desprenda de este erróneo género de
apoyo y dé el salto al plano de la relacionalidad que constituye el verdadero entor-
“Muertos están todos los dioses: ahora queremos que viva el superhombre”
(Zaratustra).
54 Cf. FINK, E. La filosofía de Nietzsche. Alianza, Madrid 1976 (Nietzsche Philosophie, 1960).
55 Nada más publicar El nacimiento de la tragedia le envió un ejemplar a su valedor Ritschl, y éste,
que tardó algún tiempo en contestarle, escribió en su diario –con fecha 2 de febrero de 1872– lo que
de verdad sintió después de su lectura: “Fabelhafter Br.[ief] von Nietzsche (=Grössenwahnsinn).
[Carta increíble de Nietzsche (=megalomanía)]”. Cf. El nacimiento de la tragedia (Alianza, Madrid
1973, p. 15).
56 UNAMUNO, M. “Canciones y poemas de Hendaya”, en Obras Completas VI, Escelicer, Madrid
1969, p. 957.
58 “Lo que Jaspers debe a Nissl y a la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg, Nietzsche lo debe a la
enseñanza de Ritschl y al seminario de filología de Leipzig” (PAUMEN, J. Raison et existence chez
Karl Jaspers, Ed. du Parthénon, Bruselas 1958, p. 114).
59 Recientemente están saliendo a la luz estudios que vinculan esta obra con la obra de Burkchard, el
maestro de Nietzsche, …
En 1883 apareció la primera parte de Así habló Zaratustra, “un libro para todos
y para nadie”, resumen de conjunto de las mayores intuiciones nietzscheanas. En los
años siguientes reeditó nuevos prólogos para obras ya editadas anteriormente, y en
1887 publicará La genealogía de la moral. Al año siguiente, bajo los efectos de su
enfermedad venérea y de su visible enajenación psíquica, escribió compulsivamen-
te El caso Wagner, un alegato en contra de la obra operística “demasiado cristiana”
del genial compositor. A partir de esta obra comenzó su virulencia contra el cristia-
nismo: Maldición sobre el cristianismo, El Anticristo, Ecce Homo, El crepúsculo de
los ídolos o cómo se filosofa con el martillo. También publica Ditirambos
Dionisiacos, entre los que destacan "Lamento de Ariadna" y "¡Sólo loco! ¡Sólo
Poeta". Nietzsche oficialmente ya era un enajenado mental en enero de 1889, cuan-
do escribía cartas a Humberto II firmadas como “El Crucificado”. Su amigo el teó-
logo agnóstico Franz Overbeck viajó a Turín para recogerle y llevarle a Basilea,
donde le diagnosticaron una parálisis progresiva. Luego se hará cargo de él su
madre y le llevará a la clínica de Psiquiatría de la ciudad de Jena. Y cuando muere
la madre, su hermana Elisabeth le trasladó a Weimar donde le acompañó hasta sus
últimos días, sumido en la plena demencia, hasta el 25 de agosto de 1900.
Su vida consciente se extinguió al comienzo de 1889 y murió once años después
sin haber recobrado la razón. Como la vida, también fue para él la enfermedad una
obsesión, e hizo de ella tema contrapuesto de su filosofía: la cultura, la moral, la
religión cristiana, como cultura y moral de enfermos y signos del hombre decaden-
te. Su constitución psíquica se reflejará poderosa en sus escritos identificándose con
sus personajes, sobre todo con Dionyso y con Zaratustra. Sus nuevos valores se
verán encarnados en la figura del superhombre. Un ser que superó la muerte de Dios
y aceptó el mundo como dionisíaco, es decir un mundo en donde prima la voluntad
natural. Un superhombre sabedor de que todo intento de constituir valores univer-
sales estaba destinado al fracaso y que lo único válido era su propia voluntad. Un
ser que aceptó también la idea del eterno retorno de todas las cosas, consecuencia
de la infinitud del tiempo: todo retorna eternamente y todo se reencarna. Y no olvi-
demos que siendo muy joven Nietzsche había sido influido por estas ideas orienta-
lizantes a través de la lectura de Schopenhauer.
Es fácil ver en las teorías del superhombre, voluntad de poder, eterno retorno y
transmutación de los valores, ideas que tienen parte de su explicación psicopatoló-
gica en su enfermedad mental. Es plausible pensar que tales pensamientos funda-
mentales no brotaron tanto de una lógica objetiva de las cosas sino como reflejo de
sus propios estados anímicos atormentados, como una reacción de autodefensa fren-
te a sus complejos torturadores. Y en cualquier caso, es claro que para la mayoría
de los intérpretes lo que Nietzsche ofreció al mundo fue su propia tragedia dolien-
te en su exaltación del ansia de vivir, aunque ciertamente envuelta en el arte de un
genio único y un talento excepcional.
Volviendo al análisis antropológico, una idea clave para explicar el perfil del ser
humano inmanente es la imagen del mundo que Nietzsche se formó basada en los
conceptos de dominio y de fuerza. El mundo –dirá– es “un sistema de fuerzas”
opuestas: Apolo contra Dyoniso. Igual que en el dios persa Zoroastro, el Bien con-
tra el Mal, en lucha constante de fuerzas irreconciliables en constante acción y
movimiento. Se trata de fuerzas eternamente activas, cuyas varias composiciones
producen siempre algo nuevo. Sin embargo, no producen infinito número de siste-
mas de fuerzas. El mundo, por tanto, está constituido por solas fuerzas en constan-
te actividad creadora, cuyas combinaciones son los productos o cosas. Tales son las
premisas de las que Nietzsche deduce la conclusión central que es la base de su con-
cepción del eterno retorno. El conjunto de las fuerzas cósmicas, en su continua agi-
tación de acciones y reacciones en equilibrio inestable, produciendo siempre formas
nuevas sigue “un proceso circular”, una eterna repetición de ciclos avalada por el
principio de la finitud y persistencia de las fuerzas.
En el mundo instintivo nietzscheano también todo es fuerza. Pero, contraria-
mente a la lógica constructiva, esas fuerzas aparecen sobre todo como destructivas.
Por otra parte también la imagen nietzscheana del mundo con todos sus sistemas de
fuerzas es de ser un caos, idea que se opone a la noción de un todo ordenador y
ordenado, a la manera de un organismo. El movimiento cósmico está regido por la
necesidad determinista y fatalista, por el azar o el destino, a cuya idea vuelve de
continuo Nietzsche. De ahí su descripción final del mundo como un inmenso tor-
bellino o “mar de fuerzas” en que estas se agitan entre sí y se transforman eterna-
mente. El hombre también está determinado por la fuerza cósmica.
Además, para Nietzsche la apariencia de lo que se ve y se palpa será la realidad,
la única realidad de las cosas. Lo aparente será lo verdaderamente “existente”, es
decir lo que constituye el mundo real, mientras que el llamado mundo de la reali-
dad en sí es el mundo falso y aparente, porque es inexistente. Este puro fenomenis-
mo de la inmediatez conllevará un relativismo radical en el conocimiento de la ver-
dad de las cosas. Algo parecido le sucederá a la persona inmediata en su percepción
última de la realidad.
De forma que sobre estos supuestos solo pudo construirse una concepción del
ser humano de signo netamente inmanentista y materialista, y una visión social en
extremo individualista. Ya dijimos que desde su primera gran obra, El origen de la
tragedia, rechazará constantemente todo dualismo de alma y cuerpo al sostener
como “grosería antifilosófica” la “antítesis popular y totalmente falsa del alma y el
cuerpo” porque no resuelve –dirá– los problemas inmediatos. La conciencia, asi-
mismo, será desvalorizada, por oposición a las filosofías que en ellas constituyen el
yo personal, porque la vida inconsciente, el saber instintivo, son superiores a lo
consciente. A ejemplo del pensamiento mítico, los sueños son una interpretación de
los hechos inconscientes.
como poder, la violencia como método de vencer, la exaltación del yo, la supresión
de todo remordimiento, el orgullo que se da valores a sí mismo, el desprecio de todo
lo cristiano como propio de esclavos, la exaltación de la risa: “les he mandado reír-
se de sus grandes maestros de virtud, de sus santos, de sus profetas, de sus salva-
dores del mundo”.
En suma, las tres palabras clave del mensaje de Nietzsche que se entrelazan
desde Así habló Zaratustra (1883-1884): el superhombre que es preciso crear una
vez ha muerto Dios, la fórmula de la voluntad de poder y la doctrina del eterno
retorno de lo mismo, serán las tres claves antropológicas actuales de la visión inma-
nente de la vida. En el prólogo de Zaratustra se anunciaba que el hombre es “un
tránsito y un ocaso” en la vía hacia la meta constituida por el nacimiento del super-
hombre. Es decir, que el superhombre nace de la autosuperación del hombre.
Teniendo presente el sufrimiento y la tentación de sucumbir de asco frente a la vida,
esto último se paga con la superación de sí mismo. El fenómeno de la adicción no
parece sino la filosofía de vida que sustenta esa superación (en falso) de sí mismo.
Pero con el eterno retorno de todas las cosas Nietzsche se inventaba un simula-
cro de la vida eterna y de la inmortalidad de la fe cristiana, que pretendía superar,
porque en el fondo todo ser personal tiene necesidad de trascenderse a sí mismo,
exactamente igual que le sucede al ser adicto cuando se entrega al vértigo de lo
inmediato adictivo, teoría que se repetirá en la segunda parte de Así habló
Zaratustra como tema central. Escuchemos directamente a Zaratustra:
“Pues tus animales saben bien, oh Zaratustra, quién eres tú y quién tienes que
llegar a ser: tú eres el maestro del eterno retorno, -¡ése es tu destino! El que tengas
que ser el primero en enseñar esta doctrina, -¡cómo no iba a ser ese gran destino
también tu máximo peligro y tu máxima enfermedad! Mira, nosotros sabemos lo
que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con
ellas, y que nosotros hemos insistido ya infinitas veces, y todas las cosas con noso-
tros. Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de gran año; una y
otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo mismo que un reloj de arena, para volver
a transcurrir y a vaciarse: -de modo que todos estos años son idénticos a sí mismos,
en lo más grande y también en lo más pequeño,- de modo que nosotros mismos
somos idénticos a nosotros mismos en cada gran año, en lo más grande y también
en lo más pequeño, y si tú quisieras morir ahora, oh Zaratustra: mira, también sabe-
mos cómo te hablarías entonces a ti mismo -¡mas tus animales te piden que no mue-
ras todavía! Hablarías sin temblar, antes bien dando un aliviador suspiro de biena-
venturanza: ¡pues una gran pesadez y un gran sofoco se te quitarían de encima a ti
el más paciente de todos los hombres! -«Ahora muero y desaparezco, dirías, y den-
tro de un instante seré nada. Las almas son tan mortales como los cuerpos». Pero el
nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado, retorna, -¡él me creará de nuevo!
Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno. Vendré otra vez, con este
sol, con esta tierra, con este águila, con esta serpiente, no a una vida nueva o a una
vida mejor o a una vida semejante: -vendré eternamente de nuevo a esta misma e
idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de nuevo
el eterno retorno de todas las cosas, -para decir de nuevo la palabra del gran
mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar el superhombre a los
hombres. He dicho mi palabra, quedo hecho pedazos a causa de ella: así lo quiere
mi suerte eterna, -¡perezco como anunciador! Ha llegado la hora de que el que se
hunde en su ocaso se bendiga a sí mismo. Así acaba el ocaso de Zaratustra»”67.
Esta idea del eterno retorno de lo idéntico, que ya era enseñada por Heráclito y
los estoicos, será, en efecto, la idea de un antiguo mito que ya había aparecido en
distintas épocas históricas de crisis. Según Karl Jaspers, como al ser humano no le
pueden afectar contenidos que su ser rechaza radicalmente, Nietzsche –a diferencia
de Hegel, Schelling y Bachofen– jamás tuvo en cuenta la profundidad de los mitos,
así como tampoco nunca pensó profundamente en la teología cristiana, a diferencia
sobre todo de Kierkegaard, y no actualizó ni renovó o se asimiló ningún mito en
sentido propio, con la aparente excepción de Dyoniso. Porque el hecho de que
–especialmente en su Zaratustra– utilizara abundantes símbolos no son símbolos
creídos por su importancia, sino un cierto lenguaje bastante incomprometido, y
empleado por la intención y por el efecto que los mismos producen, y por nada
más68.
Ciertamente el ser personal auténtico será para Nietzsche vida, voluntad de
poder y eterno retorno, es decir en el lenguaje kierkegaardiano, inmediatez. Estos
concepto, en efecto constituirán complejos pensamientos casi independientes los
unos de los otros, con origen, en cada caso, autónomo., pero todos tendrán una
secreta unidad, porque se refieren al instante histórico en el que el movimiento nihi-
lista, después que “Dios ha muerto”, debía encontrar en Nietzsche el movimiento
contrario. Dicho de otra manera: todas sus ideas filosóficas sobre el ser estarán pen-
sadas como la concepción del mundo de una raza dominante y venidera.
La unidad se hallaría sobre todo en su visión del mundo, en la que Nietzsche
reúne sus pensamientos sobre el ser: su nueva metafísica y su nueva mística; la vida
instintiva y adictiva. “¿Qué es el mundo, para mí? –se pregunta-. Un monstruo de
fuerza, sin comienzo ni fin... que no se agota, sino que sólo se transforma... rodea-
do por la 'nada' que lo limita... no se extiende a lo infinito...un mar de fuerzas, en sí
mismas impetuosas y agitadas... volviendo eternamente, con inauditos años de
retorno, con el flujo y el reflujo de su configuraciones, que van desde las más sim-
67 NIETZSCHE, F. Así habló Zaratustra, Alianza, Madrid 1972, p. 304. (Also sprach Zarathustra,
1883-1884).
68 Jaspers, en su monumental Nietzsche: einführung in das verständnis seines philosophierens (1947),
llevó a cabo un profundo y original estudio sobre este tema. Cf. JASPERS, K. Nietzsche. Introducción
a la comprensión de su filosofar, Sudamericana, Buenos Aires 1963, pp. 518-527 (adaptado).
ples a las más complejas, de lo más fijo y frío... a lo más salvaje y más contradic-
torio, y luego, volviendo de la plenitud a lo simple, del juego de las contradicciones
al placer del acuerdo, se afirma, en la igualdad de sus caminos y de sus años, ben-
diciéndose a sí misma... como un devenir que no conoce detención alguna... ni fati-
ga alguna. Tal es mi mundo dionisíaco, el que eternamente se crea a sí mismo; el
que eternamente se destruye a sí mismo... tal es mi 'más allá del bien y del mal': sin
meta, al menos que ésta se encuentre en la dicha del círculo; sin voluntad, a menos
que un anillo tenga, por sí mismo, buena voluntad. ¿Queréis un nombre para ese
mundo?... Semejante mundo es la voluntad de poder, y nada más. Y también voso-
tros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más”69.
Es decir, como el ser humano no puede vivir sin ningún asidero último y fun-
dante, Nietzsche pensará en una trascendencia, un “todo” que justifique el seguir
viviendo: el ideal del eterno retorno como armonía. De ese modo, enemigo de toda
trascendencia religiosa, llegará a la antigua idea de la “salvación filosófica”, a la
creencia en una totalidad en la que todo se supera y se pone en orden, en nuestro
esquema sería el equivalente a una “trascendencia atea”. Justamente esta filosofía
de vida teórica soportará la praxis de la vida inmediata adictiva. Esta será la genia-
lidad nietzscheana por excelencia: cambiar el antiguo ideal de la metafísica tras-
cendente por un nuevo ideal inmanente pero haciéndolo trascendente, es decir una
nueva metafísica.
La actitud fundamental de la vida inmediata, consecuente con esta antropología,
será la que reconoce y quiere que “no haya ningún todo”70. Para Nietzsche era esen-
cial “que no se dependa del todo, de la unidad”. ¿Por qué? porque “no se podría
dejar de tomarlo como instancia suprema y de bautizarlo con el nombre de 'Dios'.
El todo debe saltar en astillas... Lo que hemos dado a lo desconocido y a la totali-
dad, lo hemos de retomar, para poseer lo próximo y lo nuestro”71. De modo que sólo
cuando Nietzsche crea un sustituto de Dios, Dyoniso, pudo regir para él –y sólo
pasajeramente– la totalidad de una visión peculiar del mundo, traducida en una
antropología inmediata.
Dyoniso, en primer lugar, era el símbolo de la embriaguez, en la que la “exis-
tencia festeja su propia transfiguración”. En segundo lugar, Dyoniso es pensado
como lo opuesto a Cristo; es la vida trágica contra la vida en la Cruz: “Dyoniso con-
tra el Crucificado”. La liturgia cristiana del domingo de Ramos contrapone de
forma dramática dos gritos pronunciados por el pueblo a pocos días de distancia,
“¡Hosanna!” y “¡Crucifícalo!”, gritos que se oyeron en la ciudad de Jerusalén (nom-
bre que significa paradójicamente “paz”) y en ellos se entrelazará la muerte de Jesús
de Nazaret. El evangelio de Lucas incluye un relato, que no se encuentra en los
otros relatos, donde se dice que Jesús lloró por Jerusalén y dijo: “¡Si en este día
hubieses entendido tú también el mensaje de paz!” (Lc. 19,42). Como ha escrito
Tiede, en este lamento resuena el pathos de todos los sufrimientos proféticos.
Anuncia y se duele por el destino trágico de su ciudad. De modo que diríamos que
esta es la auténtica tragedia, no la que atribuye Nietzsche a los griegos al enfrentar
a Dyoniso contra el Crucificado.
Nietzsche sostendrá como modelo de existencia humana a Dyoniso frente a
Sócrates primero, y frente al Crucificado después, y se preguntará qué consecuen-
cias tendría para la moral, para todos los valores, el hecho de que esa figura divina
no existiera. “Yo considero al cristianismo como la peor mentira de seducción que
ha habido en la historia” escribe, y con igual fuerza ataca a la moral cristiana a la
que acusa de no estar a la altura del superhombre. Pero el vértigo dionisíaco que
conduce a la exaltación de la vida por la vida misma (la búsqueda de lo nuevo pla-
centero) igual que experimenta el adicto, en el fondo se vuelve contra sí y se auto-
destruye. No es un éxtasis plenificante de sentido, antes bien, es una pasión que
arrastra y, por tanto, roba la libertad y empasta, y por lo mismo tiende a la anula-
ción de la persona.
En realidad, para ser coherente con su punto de partida y de llegada, Nietzsche
no debía haber creado a Dyoniso. Lo que dice por el símbolo de Dyoniso son meras
repeticiones de lo que, sin necesidad de tal símbolo, ocurre de modo más exacto y
expreso en su “filosofar con el martillo”. Hubiese sido más creíble si en vez del dios
Dyoniso hubiese ejemplificado toda su nueva metafísica en la fuerza de la embria-
guez (también podríamos llamarla “libido adictiva”). Lo expresó ya en El naci-
miento de la tragedia así de bien: “La esencia de lo dionisíaco, a lo cual la analogía
de la embriaguez es la que más lo aproxima a nosotros. Bien por el influjo de la
bebida narcótica, de la que todos los hombres y pueblos originarios hablan con him-
nos, bien con la aproximación poderosa de la primavera, que impregna placentera-
mente la naturaleza toda, despiértanse aquellas emociones dionisíacas en cuya
intensificación lo subjetivo desaparece hasta llegar al completo olvido de sí”72.
¿Y si en vez de uno solo hubiese creado múltiples dioses? A propósito del poli-
teísmo como forma psicológica más avanzada que el monoteísmo, agudamente
observa J. Hillman que también Nietzsche, al tomar un Dios (Dyoniso) y ponerlo
todo a sus pies cometió el error de siempre “perpetuando de este modo, a pesar de
sus intenciones, la tradición que intentaba abandonar”73. Según Carl G. Jung, en la
biografía de Nietzsche se encuentran pruebas irrefutables de que el dios al que se
refería originariamente era el dios de la guerra en la mitología germánica Wotan
(Odín), pero como era un filólogo le llamó Dyoniso. Pero no es fácil sostener con
Hillman que de la ceguera pueda originarse la luz. Dice Hillman: “Dyoniso era el
dios de la locura; es más, era el dios loco. ¿Por qué esta estructura dionisíaca no
podría ofrecer entonces, desde dentro de su propia consciencia, un modo de aden-
trarse en el cosmos de la locura?”74.
“Dyoniso gobierna sobre las tierras fronterizas de nuestra geografía psíquica. Es
en estos confines donde tiene lugar la danza dionisíaca, ese baile que origina la
ambivalencia y la anulación de los límites, y que al mismo tiempo hace percibir que,
donde surge la ambivalencia, allí puede aparecer la consciencia dionisíaca”75. Es
característica común de toda persona adicta la ambivalencia y la difuminación de
límites, donde no se sabe bien dónde empieza y dónde acaba la cordura. El mismo
Hillman dirá que “el yo dionisíaco tiene que expresar la bisexualidad”76 de la con-
ciencia ideal. Y del poder de Dyoniso sobre el ser humano enajenado en la adicción
da idea el que Hillman le enfrenta no ya contra Apolo, sino contra todos los dioses.
Incluso diríamos con Jaspers que a Nietzsche tampoco le hubiese hecho falta
Dyoniso teniendo frente a sí a la Naturaleza. De hecho vio en ella al mismo tiempo
la realidad auténtica, de un modo visionario y carnal a la vez. No sólo existe para él
una expresión acrecentada de todo lo material y sensual, sino que el lenguaje del ser
se le hace audible en lo natural. Ese lenguaje se puede oír, ante todo, en los poemas
y en Zaratustra. Una reactualización biográfica nietzscheana que tenga en cuenta
los fundamentos existenciales del “ser humano inmediato” nos permite aproxima-
mos a esa expresión. La naturaleza sería para Nietzsche el mundo que le está pró-
ximo, el que lo rodea en medio de todos sus desengaños y de su soledad. En sus car-
tas y obras ella aparece siempre como algo que está presente, dándole el lenguaje
ingrávido y, por tanto, puro, propio de la mitología, de la teología, y del romanti-
cismo. Nietzsche respiró la profunda dicha de sentirse satisfecho con la existencia
de la naturaleza como si en ella encontrase apoyo y consuelo. Participó de la natu-
raleza con todo su cuerpo y, a través de ella, se interiorizó con el ser. Es el placer
de una fusión con la naturaleza que ocupó en él el placer de la perdida comunica-
ción con las personas. Justamente la naturaleza ocupa aquí el deseo íntimo profun-
do de trascender y trascenderse que busca todo ser humano.
El mensaje de Zaratustra, en fin, es que hay que hacer ver a cada persona que el
vivir es su experiencia propia y singular, como ya había puesto de manifiesto
espléndidamente Kierkegaard sin que Nietzsche le hubiese imitado. Zaratustra hace
ver a cada uno el ser singular que es en realidad. De hecho cuando Nietzsche abor-
da el tema de la soledad se refiere a aprender a vivir como singularidad: “huye,
amigo mío, a tu soledad”77. Pero para que el vivir de cada uno sea algo singular
tiene que darse el hecho de que el vivir, en cuanto eterno retorno de lo mismo (cada
uno va a vivir en su propia experiencia el hecho propio del vivir), sea nuestro punto
máximo.
Gilles Deleuze, a propósito de estos temas dice que “hay que dar la razón a
Nietzsche cuando trata el eterno retorno como su idea personal vertiginosa, que no
se alimenta sino de fuentes dionisíacas esotéricas, ignoradas o rechazadas por el
platonismo. Ciertamente las raras exposiciones que Nietzsche hace de ella se que-
dan en el contenido manifiesto: el eterno retorno como lo Mismo que hace volver
lo Semejante”78. Pero Deleuze no quiso ir más allá de su propia afirmación. Para ir
más allá sería preciso, por ejemplo, preguntar a la persona adicta por la vivencia de
su desnuda inmediatez.
En efecto, para Nietzsche el superhombre, igual que el hombre adicto, sería ese
ser humano que exalta sus pasiones y sus deseos al límite. En el mundo dionisíaco
de la voluntad de poder se elevan sólo los hombres capaces de superar al hombre y
convertirse en “hombres inmediatos” a las condiciones materiales, sin trascenden-
cias de ningún tipo. Estos seres serían tan sólo un paso intermedio entre el animal
y el superhombre. Para alcanzar este ideal, el superhombre debe seguir la naturale-
za dionisíaca y recorrer en su camino “tres transformaciones” dirá Zaratustra: de
camello a león y, por fin, a niño.
El camello es el estado de los que se humillan y recogen la carga; con ella corren
por su desierto. Es aquí donde, harto de servir y deseoso de su libertad, se convier-
te en león. Así busca al que pretende como último dueño y dios, para convertirse en
su enemigo y lograr la autonomía. Lucha entonces con el gran dragón de la moral
y logra afirmar frente a él un yo quiero. Consigue así crearse libertad para un nuevo
crear, pero para poder crear nuevos valores ha de transformarse en niño, que es ino-
cencia y olvido, un nuevo comenzar, un juego, una rueda que gira por sí misma:
“Tienes que hacerte todavía niño y no tener vergüenza. El orgullo de la juventud
está todavía en ti, tarde te has hecho joven: pero el que quiere convertirse en niño
tiene que superar incluso su juventud (...) Por ello tienes que volver de nuevo a la
soledad: pues debes ponerte tierno aún”79. Dice el superhombre: “Mira, yo soy lo
que tiene que superarse siempre a sí mismo” 80, “debemos estar por encima incluso
de la moral” afirma en La Gaya Ciencia.
Todo ello da la impresión de que estamos en la pura irrealidad de una nueva
“iluminación”. En el mundo de la ensoñación de lo real se identifica la persona
adicta con el paisaje íntimo de la felicidad. Si prescinde por un instante de su pro-
pia realidad y concibe su existencia material como una representación de lo tras-
78 DELEUZE, G. La lógica del sentido, Paidós, Barcelona 1994, p. 265. (Logique du sens, 1977).
79 NIETZSCHE, F. El gay saber o la Gaya Ciencia. Espasa-Calpe, Madrid 1997, p. 219. (Die
Fröhliche Wissenschaft, 1882).
80 Nietzsche, 1997, cit., p. 176.
cendente, entonces la persona adicta tiene que considerar el sueño como la apa-
riencia de la apariencia y, por consiguiente, como una satisfacción aún más alta del
ansia primordial de apariencia.
A partir de estas ideas nietzscheanas, en fin, estamos en condiciones de com-
prender una antropología de la inmediatez tal y como la vive el ser humano adicto.
En este sentido, la persona adicta propondría a Nietzsche como a su maestro de
vida. Un maestro que se presenta como un filósofo original de una excepcional fuer-
za y originalidad de pensamientos y un escritor literario que con la vehemencia apa-
sionada de su lenguaje y su inspiración poética, presenta la vida con la enorme
seducción propia de la fuerza adictiva de la inmediatez.
Nietzsche ejercitó su obra demoledora de todas las virtudes éticas y religiosas y
predicó la exaltación de toda suerte de pulsiones inmediatas que están a la base de
las fuerzas adictivas: sexoadicción, violencias y agresiones a los débiles y a la
mujer. Además de megalómano fue un misógino81, y no exaltó las excelencias de
las adicciones tal como las conocemos hoy porque en su época se ignoraban.
Diríamos que Nietzsche, al optar por el aspecto más llamativo de la vida, lo instin-
tivo (el estadio de la vida inferior “inmediato”, según Kierkegaard), relegó a él las
energías humanas y criterios morales basados en valores éticos y religiosos (estadio
superior “relacional”), sin tener en cuenta la posibilidad de esa espontaneidad de
orden superior que confiere a los actos humanos mayor plenitud de sentido. Por
ello, según críticos actuales como López Quintás, el filósofo de Röcken movilizó
constantemente los recursos de la manipulación82.
De lo que llevamos dicho quizá lo más importante de la obra del pensador
alemán, ciertamente compleja y aforística, es que apunta sobre todo a la filosofía y
la cultura del porvenir resumida en la vigorosa fórmula de la muerte de Dios. La
muerte de Dios sería el relato más estremecedor que contextualiza sus pretensiones
destructivas de la metafísica clásica y de la Trascendencia tradicionales, como
encontramos por ejemplo en los parágrafos 125 y 343 de La Gaya ciencia (1997),
sustituyéndolas por una nueva moral y nueva metafísica. Pero la hermenéutica pos-
terior ha sacado a la luz algunas consecuencias en forma de preguntas desgarrado-
ras: ¿Vamos hacia adelante, hacia atrás, hacia algún lado?, ¿hay progreso o hay
regreso?, ¿erramos en todas direcciones?, ¿hay todavía un arriba y un abajo?, ¿flota
el ser humano en una nada infinita?, ¿le persigue el vacío?, ¿le es posible encontrar
la plenitud?
81 Sobre su misoginia pueden verse las referencias de José Mª Valverde (1993, cit., 15-17). A este res-
pecto hay un dato biográfico revelador poco conocido: Nietzsche nunca quiso que su madre leyera sus
obras.
82 Cf. LÓPEZ QUINTÁS, A. “La intolerancia nihilista acrecienta el vacío existencial”, en La cultura
y el sentido de la vida, Rialp, Madrid 2003, pp. 104-111. Quintás lleva a cabo aquí una crítica demo-
ledora de Nietzsche.