Chavezelhombrequedesafioalahistoria2da Ed 150628013605 Lva1 App6892
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El hombre que
desafió a la historia
MODESTO EMILIO GUERRERO
CHÁVEZ
El hombre que
desafió a la historia
Peña Lillo
diciones Continente
Diseño de tapa: STUDIO 16
Corrección: Marcia Tezeira
Diseño de interior: Carlos Almar
ISBN 978-950-754-388-3
OCTAVIO PAZ
9
ÍNDICE
PRIMERA PARTE
4 DE FEBRERO DE 1992: LA REVELACIÓN
SEGUNDA PARTE
EL ORIGEN
TERCERA PARTE
LA LEYENDA DE MAISANTA
CUARTA PARTE
EL CONSPIRADOR
12
¿Era posible una insurrección social bajo mando cívico-militar? ...... 217
Buscando el día decisivo ......................................................................... 219
QUINTA PARTE
1994-1998, EL DESIERTO Y LA CIMA
SEXTA PARTE
Y EN ESO LLEGÓ FIDEL
SÉPTIMA PARTE
EN LA MIRA DE WASHINGTON
13
OCTAVA PARTE
UNA FUERZA DESATADA POR AMÉRICA LATINA
NOVENA PARTE
DESTINO
14
Nota del editor
El editor
15
Por qué esta biografía
17
mediodía confirmé que estaba en el camino correcto. Tal convicción humana
ponía en duda, por decir lo menos, la paternidad del sociólogo argentino so-
bre el origen de Chávez como su héroe particular.
Desde otros ángulos de visión ideológica y de motivación política, pero
asediados por el mismo misterio, un periodista ex chavista, Miguel Salazar,
opina que en realidad es “un predestinado”, alguien que sencillamente nació
para ser lo que es y punto; y un político converso, ex jefe del Partido Comu-
nista, Teodoro Petkoff, prefiere consolar su derrota personal como ex líder
izquierdista acudiendo a la lotería: “Chávez es un hombre con suerte”, esto
lo afirma en un libro biográfico que prologó en el año 2006.
De estas vertientes del pensamiento irracional —tanto el afectivo como
el autoritario o el cargado de odio— nace la necesidad de este estudio biográ-
fico, su idea original, sus argumentos y el título. ¿De dónde salió el hombre
que ha desafiado al imperio estadounidense, exactamente en un tiempo de
avance neoliberal, cuando esa potencia se creía eterna e inexpugnable? ¿Có-
mo se formó el líder que se atrevió a decirle al presidente más poderoso del
planeta la mayor cantidad de epítetos jamás dados contra alguien tan po-
deroso como George W. Bush? ¿Cómo es que Chávez se convirtió en el nuevo
símbolo del antiimperialismo en América Latina, el Caribe y el mundo ára-
be, incluso para sectores juveniles de Europa y Estados Unidos? Ese lugar
lo ocupó Fidel Castro desde el año 1959 y otros, pero no por mucho tiempo,
excepto el Che Guevara, quien trascendió al propio Fidel para convertirse
a partir de 1970 en un ícono planetario y ejemplo de vida, como resalta el
teórico marxista húngaro István Mészáros en su obra El desafío y la carga
del tiempo histórico.
No fue una frase casual ni desmedida la que pronunció el presidente
ecuatoriano Rafael Correa al llegar a La Habana, el 12 de diciembre de 2012
a la madrugada, para visitarlo en el hospital: “Chávez es un presidente his-
tórico”. Los resultados históricos y personales muestran que lo es en varias
dimensiones en el breve tiempo que le tocó actuar en la vida pública.
¿Cómo explicar a un hombre provinciano, de un país mediano del Tercer
Mundo y sin gran desarrollo cultural, formado en las Fuerzas Armadas bur-
guesas, sin alguna escuela marxista en su cabeza, que un buen día de enero
de 2005 decidió invocar el socialismo y puso de moda las palabras-concepto
“revolución” y “antiimperialismo”? Y lo más importante: sorprendió a la pro-
pia izquierda que lo acompaña postulando un tipo de socialismo al que ape-
llidó “del siglo XXI”, para diferenciarlo del practicado durante el siglo XX.
¿Cómo surgió el jefe de Estado de quien más se escribe, se escucha y se
lee en la actualidad? Este hecho solo es comparable a lo que se ha escrito
y publicado sobre muy pocos jefes de Estado o líderes políticos, algunos de
ellos con trayectorias más hondas.
¿Bajo qué racionalidad podemos evaluar a un hombre que de la noche
a la mañana logra que un libro ajeno sea comprado por cientos de miles o
millones solo con hacerle un comentario en el podio de la ONU, en la Aló,
Presidente o en la prensa?
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¿Qué medida humana y de circunstancia usar para comprender a un
líder que marcó un récord en la historia electoral hemisférica, con la mayor
cantidad de pruebas electorales ganadas en el corto tiempo de trece años?
No hay registro de algo similar.
¿De qué manera podemos explicar al hombre público que ha promovido
la mayor cantidad de pactos y tratados binacionales o plurinacionales, en
comparación con cualquier gobierno latinoamericano de los últimos treinta
años, más aún si la relación la hiciéramos con cualesquiera de los gobiernos
venezolanos del siglo XX?
¿Cómo debemos comprender al presidente en ejercicio que más se ha
comunicado por medios radiales o televisivos? En este punto, Hugo Chávez
superó todos los récords. Ni Fidel Castro en sus primeros tiempos, ni Wins-
ton Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, cuando difundía men-
sajes casi todos los días desde su refugio en Londres, ni el Roosevelt de las
entreguerras con su popular programa de radio. Ni Juan Domingo Perón y
Eva Perón, quienes también hicieron uso masivo y cotidiano de la radio y
el cine noticiario. Incluso, comparado con figuras aberrantes como Leónidas
Trujillo, el ególatra genocida de República Dominicana, quien solía hablar
a cada rato por la Radio Nacional de su país, sobre todo para celebrarse a
sí mismo; Benito Mussolini, el iniciador del fascismo, gran propagandista
conocedor del impacto social de la radio y la prensa escrita, o Hitler, que
consideraba a la palabra oral “la tea que incendia a las masas”. Ninguno,
salvando las graves diferencias entre ellos, acumuló la cantidad de horas de
radio y televisión que ha acumulado Chávez en funciones de gobierno. Eso
ha dado origen a algunos textos de estudio sobre la semiología de su oratoria
que veremos en su capítulo correspondiente. Hugo Chávez ha resultado uno
de los más grandes propagandistas de la historia política contemporánea.
Su oratoria es de nuevo tipo, sin la prosopopeya clásica de inflexiones y figu-
ras gestuales o retóricas majestuosas, a lo Jorge Eliécer Gaitán o a lo Fidel
Castro. En su caso, domina el tono pedagógico —un estilo “de profeta” en el
buen sentido del término— y, como los oradores clásicos, se transformó en
un potenciador de conciencias masivas, desde el poder político, mediante la
radio y la televisión.
Potenciadores ideológicos de esta dimensión, solo se conocieron en ora-
dores de la talla de Winston Churchill; León Trotsky; Juan Domingo Perón
y Eva Perón; Fidel Castro; José María Velasco Ibarra; Martin Luther King
y Malcolm X; Jorge Eliécer Gaitán; Manuel Azaña, el gran orador de la II
República española; el presidente dominicano José Francisco Peña Gómez.
Otros grandes oradores, útiles para una comprensión de Hugo Chávez, fue-
ron Abraham Lincoln, Demóstenes, Robespierre, Jean Jaurès, Tertuliano,
Epicuro, Jesucristo y Mahoma, pero tuvieron un pequeño problema: no te-
nían radio ni televisión. ¿Cómo explicar, entonces, a un líder político y jefe de
Estado que mantiene relaciones mediúmnicas e ideológicas con Maisanta,
Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora y, sin embargo, hace
política de Estado con las fórmulas más terrenales de la existencia humana?
19
Siguiendo los registros de la Wolfgang and Petra Lubitz, Annual Edi-
tion-August, sobre los personajes históricos que más han sido tratados en la
bibliografía internacional, encontramos muy pocos con la cantidad de escri-
tos que se han hecho sobre Hugo Chávez. Uno de ellos es Charles de Gaulle,
el general que condujo la liberación de Francia en el año 1945; Fidel Cas-
tro, el fundador y líder inigualable de la Revolución Cubana; León Trotsky,
dirigente con Lenin de la Revolución Rusa, organizador y jefe del Ejército
Rojo. El otro jefe de Estado de quien se ha escrito y leído mucho —según los
archivos de las mejores bibliotecas virtuales— es John Fitzgerald Kennedy,
pero más por la curiosidad que despierta su horrorosa muerte que por un
heroísmo similar al que caracterizó a los otros.
En consecuencia, tiene que existir una explicación más racional que la
“buena suerte” o la existencia de más universidades para que un persona-
je como Hugo Chávez, quien no ha concluido su obra ni tiene aún la talla
histórica de estos tres predecesores, concite tanta atención. Ahora bien, si
hay algo de sorprendente en la formación y conducta del personaje de esta
biografía son sus paradojas, el carácter dinámico de sus contradicciones y
ese don de Ave Fénix dotado de la extraña cualidad de mutar hacia adelante
—o en sentido inverso— cambiando de acuerdo con la realidad. Algo poco co-
mún en la historia. Sin estos detalles específicos en su subjetividad y su vida
política, Hugo Chávez sería uno más en la lista de los líderes nacionalistas
del Tercer Mundo. Como se advirtió a sí mismo en el año 1995: “No quiero
ser otro que lo intentó y no pudo”.
Nada de lo hecho en política pública por él hasta hoy sería racionalmen-
te comprensible sin lo que se conformó en su imaginario personal, dentro del
fragmento de historia social que le ha tocado vivir.
La contradicción de toda biografía radica en que debe explicar al indi-
viduo y sus “decisiones” más allá de él: debemos indagar en su generación,
en las estructuras de su vida familiar y barrial, en sus influencias ideoló-
gicas y en las psicológicas, en las acciones sociales de su tiempo histórico,
las que haya vivido directa o indirectamente, en sus relaciones personales y
políticas, en la actuación de sus enemigos, en la herencia cultural de su país
y en su propia formación individual derivada del acumulado de otras gene-
raciones. En este sentido complejo creo que Irene Gendzier —la biógrafa de
Frantz Fanon— tiene razón cuando escribe que los hombres suelen resolver
en la “vida pública” muchas “cuentas privadas” de su historia personal. En
Chávez ocurre esto.
Buenos libros pueden resultar pésimas biografías. Hugo Chávez sin
uniforme: una historia personal, de Cristina Marcano y Alberto Barrera, del
año 2005, es un caso. Ellos construyeron un personaje artificial absoluta-
mente incomprensible en la vida real, excepto para una mirada telenoveles-
ca. Para ellos, cuando Chávez nació, ya tenía inscripto en su código genético
la maligna ambición del poder; guiados por ese preconcepto deformaron la
parte útil de la información que obtuvieron. El método silogístico usado, la
ausencia de dinámica en los hechos analizados y, sobre todo, el odio étnico,
20
político y de clase hacia el personaje que biografiaban hicieron que les apa-
reciera un Chávez casi sin aplicación en la vida real. Es que estos autores
no quisieron hacer una biografía honesta. Por eso les salió un personaje a la
medida de sus necesidades ideológicas y destruyeron su propia obra.
Este tipo de biografías se sorprende de lo que es natural en la vida
biológica y en la historia social: las contradicciones, los cambios, las muta-
ciones. Este es un fenómeno que se potencia en la vida política cuando se
trata de hombres públicos o de figuras históricas. La razón es simple: están
sometidos a tensiones y presiones dislocantes, o sea, a las pruebas decisivas
que definen sus destinos. Estas pruebas son las que deciden el final de la
historia de un personaje del estilo Chávez, o de un proceso revolucionario
cualquiera. Ese destino no depende de las cualidades individuales, ni de la
suerte, ni de las “cartas marcadas” que se lleven debajo de la manga, ni de
la predestinación.
Lo importante para saber —tanto en política como en ciencia o histo-
ria— es si esa mutación ideológica, el cambio político-personal o la contra-
dicción en la conducta fueron bien resueltos, hacia adelante, o en sentido
contrario, mal resueltos y se produjo un retroceso, como fueron los casos
de Juan Domingo Perón, Juan Francisco Velasco Alvarado, Getúlio Vargas,
Salvador Allende, los sandinistas o, más recientemente, el del líder libio
Muamar el Gadafi. Entre tantos otros, estos actores de la historia con-
temporánea decidieron resolver su destino hacia atrás. Esto lo veremos
en los capítulos dedicados a evaluar, en términos comparativos, la obra de
Chávez y las de otros líderes notorios como él; pues es dentro del contexto
esencial de lo que es hoy —sin acudir a etiquetas pasajeras para conductas
pasajeras— que analizamos sus contradicciones, límites, ambivalencias,
errores.
En todo caso, lo que sostenemos es lo siguiente: el final de Hugo Chávez
no lo podemos definir antes del final de Hugo Chávez. Su destino no está
marcado. Ni el bueno ni el malo. Si su agotada vida biológica le impidiera
completar sus propósitos, debido a la patología revelada en 2011, entonces
su final, y el dramático modo que adoptó, serían apenas la vía en que su vida
personal y su tiempo histórico (su obra política) decidieron interrumpir sus
sueños. Sería un líder inacabado, aunque muriera o se apartara del poder.
Pero en ese final habría mérito manifiesto: Hugo Chávez fue leal a lo que
quiso ser y hacer hasta el fin de sus días en este mundo. No corrió su destino
hacia atrás. Al contrario, lo último que escribió y dijo, las “Cinco Estrate-
gias” del Programa de la Patria (junio de 2012) y el discurso conocido como
“Golpe de Timón” (noviembre de 2012), lo revela en la medida exacta de lo
que fue desde que soñaba en Barinas con ser un revolucionario bolivariano,
o conspiraba en los cuarteles para tratar de serlo. En esos dos documentos
Chávez propone a su gente y a su gobierno avanzar, no retroceder ni entre-
garse ni pactar con el enemigo. Es el líder bolivariano revelado en su máxi-
ma tensión intelectual dentro de su mayor contradicción existencial: lo que
sueña, lo que dice y lo que resulta.
21
Hay otro tipo de biografía que no sirve —y se convierte en inútil para
explicar un personaje y su actuación—, es la apologética, laudatoria, pa-
negírica o de elogio. Estas suelen ser escritas por lustradores de palacio.
Las biografías escritas con estos criterios también son negativas, tanto
para el biografiado como para sus seguidores. No creo que le haga mucho
favor al presidente venezolano, o a cualquier otro, que le pinten un mundo
de fantasía con él en el centro, al estilo de los diarios personales que les
imprimían a Juan Vicente Gómez y a Don Hipólito Yrigoyen, el caudillo
argentino de aquellos mismos años. Este tipo de ilusiones no cambia la
realidad. La película Good Bye Lenin, del director Wolfgang Becker, sobre
la Alemania Oriental durante la caída del Muro de Berlín, es una buena
metáfora de ese método falaz que supone poder suplantar a la realidad con
una imagen.
En el mejor de los casos los apologistas no ven ninguna contradicción
en las conductas, y si reconocieran alguna, la definirían como virtud. No por
casualidad la palabra-concepto “apologética” es una institución medieval de
la Iglesia dedicada a “proteger la integridad de la fe”. Para este tipo de razo-
namiento biográfico, Chávez tiene “todo calculado”, casi de la misma manera
como Dios y en el libro de los Vedas calcularon la creación del mundo en
tantos días, así como Ceresole la desarrolla en sus libros sagrados. Muchos
funcionarios creen que el presidente “tiene todo previsto” con años de an-
telación y con la precisión de un astrónomo; el ministro del Poder Popular
para el Trabajo y Seguridad Social del año 2007 me dijo: “Si yo estoy en este
puesto, es porque hace años él lo planificó”. Entre esta visión y la predesti-
nación casi no hay diferencia.
La irresponsabilidad de este modo de entender el rol del presidente
Hugo Chávez en el Estado y en el proceso político conduce al vaciamiento
social del proceso revolucionario y al aislamiento del propio presidente. Un
líder convertido en la única pieza creativa de la vida institucional termina
por agotarse a sí mismo, anulando al resto de las fuerzas creadoras. ¿Para
qué actuar si el líder lo decidirá? Todo se va vaciando, especialmente el en-
tusiasmo revolucionario de las masas trabajadoras.
Entre julio de 2011 y diciembre de 2012, cuando el cáncer lo asaltó de
la manera más inusitada, ese dilema ha quedado al descubierto. Su grave
enfermedad ha resultado una impactante lección de política para el mundo
chavista o bolivariano, pero también para sus enemigos por razones opues-
tas. También para la más íntima conciencia de Hugo Chávez, que ha extraí-
do sus propias lecciones sobre el “hiperliderazgo” que acuñaron los intelec-
tuales chavistas en un congreso en 2009.
Quiero rescatar cuatro libros-reportajes fundamentales por su valor
informativo. Habla el comandante (1995-1998) del historiador venezolano
Agustín Blanco Muñoz, en él aparece el mejor Chávez, el más genuino. Lás-
tima que a Blanco Muñoz le pasó como a Darwin, el autor de El origen de las
especies, a quien la Iglesia de Londres lo obligó a escribir otro texto abjurato-
rio para negar lo que había dicho en el primero sobre el origen no divino de
22
los bichos vivos. En el caso del autor de Habla el comandante, ha resultado
más grotesco. Él se ha convertido en su propia Iglesia, y todos los libros de
entrevista que hizo después de 1998 son como una santa autoinquisición
personalizada. Necesita demostrar(se) que todas las buenas respuestas que
motivó con sus preguntas al comandante en 1995 fueron un error de leso
chavismo.
Otro buen libro de reportaje biográfico es Chávez nuestro, de los perio-
distas cubanos Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, un laborioso paseo “fami-
liar” por los personajes que rodearon al personaje. El límite de este trabajo
está en que muchas de las declaraciones están determinadas por la función
de Estado que ejercían sus entrevistados durante el período 2004-2005. Otro
libro valioso es Testimonios de la Revolución Bolivariana, del desaparecido
Alberto Garrido, un sociólogo argentino radicado en Venezuela. Él hizo una
selección rigurosa de las opiniones críticas de algunos dirigentes de la vie-
ja izquierda venezolana que acompañaron a Hugo Chávez en sus primeros
años y luego rompieron con él. Esas entrevistas reflejan la divergencia, pero
también el respeto personal. Finalmente, las conversaciones realizadas por
la escritora chilena Marta Harnecker —en el año 2002— en las semanas
siguientes al golpe de Estado; ella logró algo parecido al libro de Blanco
Muñoz: sacar de Chávez al mejor Chávez. Me gustaría leer chino mandarín
para saber lo que dice el escritor chino Xu Shiceng en su obra reciente Bio-
grafía de Hugo Chávez: de la Revolución Bolivariana al Socialismo del Siglo
XXI, editada por la Editorial Popular de China y presentada en la Embajada
China en Caracas el 27 de julio de 2011. En diciembre de 2012, el editor
venezolano Manuel Vadell me mostró una obra de tratamiento biográfico
titulada Los 7 pecados de Hugo Chávez, del periodista belga Michel Collon,
con más de 600 páginas, editada por Vadell y el Ministerio de la Mujer, cuyo
contenido no pude conocer porque una orden “de arriba”, así me dijo el viejo
Vadell, recomendó postergar su distribución.
Por las anteriores razones y criterios, esta biografía no es apologética
ni condenatoria, pero tampoco es “aséptica” y menos “neutra”. Lo primero es
aburrido, lo segundo es inútil y lo tercero no existe. Ninguna biografía puede
ser neutra, como no lo es la toma fotográfica de un conflicto o el relato de un
noticiero. La única condición es que sea honesta.
Haberme formado en la misma generación cultural y política del perso-
naje de esta historia y haber vivido hasta los 12 años en los llanos, donde él
se desarrolló, me permitieron ingresar a su historia personal casi desde mi
propia historia. El acercamiento fue interior y exterior, objetivo y subjetivo.
Me formé con muchos de sus códigos culturales, aunque mi formación polí-
tica fue más determinada por la teoría marxista y la lucha de clases. Accedí
a su desarrollo biográfico por los mismos intersticios de una generación que
nos es común, con los mismos sueños, valores y figuras políticas o intelec-
tuales de referencia. Creo que la generación del setenta fue la última de
carácter romántico del siglo XX venezolano. En alguna medida, eso también
explica a Hugo Chávez.
23
Como es inmanente al método y concepto de vida de un revolucionario
marxista, al héroe de esta historia personal lo investigué, analicé y narré
con criterio crítico, es decir, dialéctico, o sea, materialista. No tengo otra op-
ción teórica. El pensamiento humano se conforma crítico para poder superar
la compleja relación con el ambiente; solo la vida social adocena, aliena y
anula parcialmente ese carácter orgánico del pensamiento, como demostra-
ron los psicólogos de la escuela biologista de Jean Piaget, en Suiza. Todas
las sociedades y civilizaciones del sistema explotador del capital basaron su
desarrollo en la muerte de todo pensamiento crítico. El nazi-fascismo fue su
expresión summa. Desgraciadamente, la vida política del siglo XX se dejó
penetrar por esa maldición y se convenció, sobre todo en los regímenes esta-
linistas y muchos de los nacionalistas, de que el pensamiento crítico es algo
extraño a la vida humana y política.
Lo que no hice ni me dio la gana de hacer —para no convertir en inútil
a esta obra— es historiar a un Chávez que no existe, o exigirle al personaje
lo que no es. Esta es la historia de Hugo Chávez tal como se ha manifestado
en acciones y palabras, pero sometida a la compleja relación con la gente,
las ideas y los acontecimientos que han rodeado su vida. Hablar es una con-
ducta, igual que el hacer, pero hablar, quizá, sea uno de los mecanismos más
vitales de su vida. Chávez es un hombre esencialmente oral.
Para estudiar a Chávez tuve que revisar sus contradicciones, “sin las
cuales [los personajes de la historia] serían seres vacíos”, advertía el ma-
ravilloso poeta y ensayista argentino Luis Franco en su antológico estudio
Sarmiento y Martí sobre el talento y el genio. Este método explica por
qué en la primera edición no evalúo su proyecto socialista y el partido
que creó para ello. Me conformé con registrar minuciosamente la siembra
propagandística que hizo del socialismo en medio planeta, entre febrero
del año 2005 (Porto Alegre) y la fundación del Partido Socialista Unido
de Venezuela (PSUV) en el año 2007. Ambas cosas apenas despuntaban
como Programa de Estado. Hacerlo hubiera sido irresponsable. A casi cua-
tro años de echados a andar en Venezuela, y hasta donde se puede, en la
Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), hoy tenemos material anali-
zable, tanto en lo económico e institucional como en lo personal. Por algo,
la instauración del Proyecto Nacional Simón Bolívar - Plan de Desarrollo
Económico y Social 2007-2013 se apellida “Transición al Socialismo” y se
puso en marcha en 2007.
La única fuente personal de información que me negué a usar fue a Hu-
go Chávez; por ella habrían dado cualquier cosa los hagiógrafos y jalabolas
de oficio. A pesar de que dos ministros suyos me ofrecieron la posibilidad
de entrevistarlo en el año 2006, tuve dos razones para no hacerlo: Chávez
es una autobiografía “caminando”, quien lo quiera conocer que lo escuche;
pocos personajes de su tipo han revelado con tanta franqueza su vida. La se-
gunda razón es parte del método: la entrevista hubiera adquirido los riesgos
de transferencia del psicoanalista ante “su paciente”, sin ganar ninguna de
las ventajas del arqueólogo o el espeleólogo “ante el producto de la historia”.
24
Preferí, para hacerle honor a la objetiva subjetividad de este complica-
do trabajo, dejar que el personaje se manifestara tal cual es, ha sido y puede
ser. Que fuera revelándose ante la investigación como lo hace una imagen en
la cubeta de un laboratorio fotográfico, pero en sus múltiples determinacio-
nes, complejidades y contradicciones, que son las señales vitales de uno de
los líderes políticos más sui géneris de los últimos tiempos.
25
PRIMERA PARTE
4 DE FEBRERO DE 1992:
LA REVELACIÓN
Los fines que se persiguen con los actos son obra de la voluntad,
pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son (...)
A la postre encierran consecuencias muy distintas a las apetecidas.
Federico Engels
La paradoja Chávez
Bastó una breve rebelión militar fallida en 1992 para que el teniente
coronel Hugo Chávez, con 38 años encima, se encontrara convertido en lo
que más había soñado: un revolucionario nacionalista, un rebelde con causa
llevando a la acción ideales juveniles y frustraciones acumuladas en la vida
militar. Aquella breve rebelión fue su ingreso a la política abierta y pública.
Haber llegado tarde a la escena social no le impidió sentirse testamentario
de la gesta bolivariana que tanto había propagado en los cuarteles. Con-
tinuador del continuador Ezequiel Zamora, aquel general que a mediados
del siglo XIX retomó los pasos de los libertadores, quiso entregar tierras a
los peones, democracia a los ciudadanos, pero también fue derrotado. Una
rebelión, una derrota, un sueño revelado, y de repente él convertido en héroe
nacional. Algo estaba rompiendo la norma histórica. Ese día se echó a andar
una paradoja.
A las acciones llegó de la mano de Maisanta, su bisabuelo, a quien buscó
por tantos años, difuso tutor espiritual de sus designios. Lo encontró en sí
mismo, como la transmutación del héroe de sus sueños convertido en pre-
sente, latencia, vibración de un tiempo que se conecta con otro tiempo. “Du-
rante muchos años estuve buscando la huella de mi bisabuelo”, declaró por
primera vez el 28 de marzo de 1995, recién salido de la cárcel1. Sesenta y
ocho años después de la muerte de Maisanta en las mazmorras gomecistas,
Hugo Chávez se encontró en Caracas tan vencido y preso como su bisabuelo
sesenta y ocho años atrás. El primero terminó como una inofensiva leyenda
campesina, pero el bisnieto se convirtió en un “peligro de Estado” y el ene-
migo público del imperialismo yanqui. Finales tan públicos después de tan
drásticas derrotas, uno en la memoria rural, el otro en la política contem-
poránea, fue algo realmente imprevisible. La contradicción y la novedad le
ganaron a la norma.
29
“Maisanta es como el punto de encuentro de muchas cosas”, ha decla-
rado muchas veces, de varias maneras en distintos rincones del planeta,
cuando se lo han preguntado y cuando no también. Este fue el sentido me-
diúmnico que se le reveló en el año 1992. Algunos de los fantasmas forma-
dos en sus primeros veinte años de conspirador fueron despertados el 4 de
febrero y serán sus compañías mutantes hasta el último día. El camino a la
revolución, las alianzas para ello, los amigos, las derrotas, las disidencias, la
traición, el poder, la muerte.
De la noche a la mañana se revelaron los rasgos de la condición heroica,
como si los hubiera estado esperando. “Ser héroe es estar en permanente
conflicto entre dos mundos”, recuerda el especialista Bauzá en su obra El
mito del héroe2. Esto se debe a que la condición del héroe implica “desempe-
ñar una función social específica”. Fue por estos vericuetos invisibles en la
conciencia que poco a poco se fue enhebrando la figura de Hugo Chávez. El
mismo autor recuerda que “estos seres singulares, obnubilados por el pro-
pósito de querer cambiar el mundo, muchas veces no alcanzan a medir las
consecuencias —en ocasiones trágicas— de sus empresas”. Su punto de par-
tida es la transgresión, “traspasar el umbral de lo prohibido, ir más allá de
los límites impuestos por la sociedad”3. En el caso nuestro, la singularidad
resultó por combinación entre la necesidad y la aparición.
También fue la revelación del paradigma ideológico que venía constru-
yendo, contenida en la fórmula patriótica conocida como “el árbol de las tres
raíces”, o sea, los ejemplos de Simón Rodríguez, Simón Bolívar y Ezequiel
Zamora, tres dioses intranquilos de su Olimpo personal4. Del primero, el ejem-
plo de las virtudes creadoras y pedagógicas, del sabio aventurero cuya fron-
tera era el conocimiento, resumidas en la expresión que más le gusta usar a
Chávez: “O inventamos o erramos”, aplicada por Simón Rodríguez en su larga
vida de visionario y educador. De Simón Bolívar, el ejemplo del guerrero in-
cansable y del estratega de la unidad americana, o, como lo definió Francisco
Pividal, el “pensamiento precursor del antiimperialismo latinoamericano”. Y
de Ezequiel Zamora, el programa de la revolución campesina y la democra-
tización de la vida política; esto lo conectaba con la memoria del campesino
pobre que fue en Sabaneta, y con el barinés adolescente que veía en Zamora
al ícono espiritual de la ciudad, antecesor, además, del Maisanta de sus dudas.
Tres raíces, no las únicas, de un solo proceso histórico nacional que siempre
continuó, a pesar de los cortes y derrotas: el ideólogo, el creador de la Gran Co-
lombia y el redentor del campesino pobre, tres mitos de la condición heroica.
A diferencia de la mayoría de sus compañeros de conspiración, Chávez
vivió el 4 de febrero como la exaltación de quien se sentía destinado para
2 BAUZÁ, H. F., El mito del héroe. Morfología y semántica de la figura heroica, Fondo de
Cultura Económica, Buenos Aires, Argentina, 2007, p. 8.
3 Ibíd., pp. 5-6.
4 CHÁVEZ FRÍAS, H. R., El libro azul, “El Árbol de las Tres Raíces”, Publicaciones Minci,
Caracas, Venezuela, 1991, p. 31.
30
una jornada de alto voltaje romántico. Se había preparado para ella durante
casi veinte años. Una de sus amigas y admiradoras, Milagros Flores de Re-
yes, quien lo acusó de ser un “utópico soñador” cuando él la invitó a sumarse
a la conspiración en 1991, terminó convencida, años después, de que es “el
gran romántico de nuestra generación”. Ella lo ha visto inspirarse en la
solemne soledad de los tepuyes guayaneses, las gigantescas piedras cuater-
narias del sur amazónico de Venezuela:
Hemos estado con él en la Gran Sabana junto a los tepuyes, esos colo-
sos de piedra acostada, donde se dice que aterrizan seres de otros planetas
(...) él nos ha dicho que disfruta la energía y que disfruta de ese paisaje en
soledad, dejándose acompañar solo por el sonido del viento y de los enor-
mes saltos de agua que chocan contra las rocas. Lo hemos visto caminar
descalzo, conversarle a las estrellas, repotenciarse en ellas5.
5 BÁEZ, L. y ELIZALDE, R. M., Chávez nuestro, Casa Editora Abril, Testimonios Inédi-
tos, La Habana, Cuba, 2004, pp. 131-132.
31
televisión—, muchos venezolanos, de los más oprimidos, ya decían frases
como estas: “Al fin alguien se atrevió”, “estos carajos sí que tienen guára-
mo”, “tenía que pasar algo así”6. No tengo duda de que otras expresiones
de esa extraña sensación aparecieron en la conciencia popular. La gente
sintió la acción golpista como una realización de sus deseos más profun-
dos, una proyección heroica de sus propias luchas, una continuación de
las incansables batallas que venían dando desde la insurrección del 27
de febrero de 1989. Veinticuatro horas después, lo que había comenzado
como impresiones primarias de identificación sentimental con los golpis-
tas dio paso a un tipo de conciencia más politizada. En las calles, en los
sindicatos, barrios, universidades, ministerios, oficinas, quizá también en
algunas zonas campesinas, mucha gente comenzaba a ponerles apellidos
más definidos, como “estos golpistas son revolucionarios” o “estos carajos
parecen de izquierda”. Estas manifestaciones del pensamiento social con-
firmaban que no existe héroe en el vacío, sin “un móvil ético de su acción
fundado en un principio de solidaridad y justicia social”7. Esto sostiene
Bauzá, en correspondencia con la afirmación del teórico argentino Nahuel
Moreno cuando dice, desde el marxismo, que “a veces surge un individuo
que cumple un rol social”8.
En el sindicato de la fábrica textil Mantex, en Valencia, dirigido por
una corriente política trotskista y educado en la democracia obrera, en la
mañana del 5 de febrero los trabajadores aprobaron en una asamblea por
amplísima mayoría la acción rebelde. La sorpresa fue para sus dirigentes.
En el volante sometido al debate de los trabajadores, la dirección sindical
defendía la rebelión de los oficiales contra el régimen criticando al mismo
tiempo su “método putchista” aislado de las masas. Un trabajador de nom-
bre extraño, pero popular en la fábrica, Modulo, emigrado de las serranías
de Falcón, frente al Caribe, dijo una frase que resultó reveladora de lo
que estaba removiéndose en la cabeza de millones durante esas horas de
intensa transformación social: “Esta gente hizo lo que uno quisiera hacer
pero no puede”. Aunque la cosa no era tan simple, la definición de Modulo
mostró el signo de identificación con la acción de los comandantes. Tam-
bién el tamaño de la angustia entre los oprimidos y explotados. Este tipo
de comprensión primaria tuvo un enorme valor en la escala social de los
acontecimientos.
En el libro Los fabricantes de la rebelión, el intelectual revolucionario
venezolano Roland Dénis se hace una pregunta correcta: “¿Y por qué esa
empatía directa y sin necesidad de explicaciones entre golpe y subversión
social?”. Su búsqueda apunta a tres soluciones: la insubordinación de las
32
bases, el rescate de la “épica bolivariana” y la identidad de clase entre los
comandantes y la población9.
Puesto en las categorías del filósofo alemán Hegel, tendríamos que de-
cir que el “espíritu subjetivo” (la conciencia) se fue transformando en “espí-
ritu objetivo”, o sea, se fue objetivando en un estado de conciencia política
alrededor de la rebelión de los comandantes y de la figura central de ella.
Con el paso del tiempo, esa objetivación adquirió otro rango y se llamó cha-
vismo o “revolución bolivariana”, y tuvo sus organismos e instrumentos de
lucha más concretos que un espíritu. Pero esa es la historia de otro capítulo.
Tal mutación original en la conciencia de millones transformó la derro-
ta en una forma extraña de “victoria” y a Hugo Chávez en el héroe popular
más rutilante del último siglo en Venezuela. Todo ocurrió a la velocidad de
la desesperación de la población, que era, al mismo tiempo, la velocidad de
la crisis del régimen. La rebelión de los comandantes fue percibida como una
aparición providencial bajo un cielo tormentoso. Chávez fue visto como una
figura heroica, exactamente ahí, emergido de una rebelión de comandantes
al mando de más de mil tropas, es decir, como un individuo que adquirió
relevancia en medio de una acción colectiva. En un país habituado a la mo-
dorra soporífera de la “petrodemocracia” —lo más parecido a una “ilusión de
armonía”, como definieron al país Piñango y Naim—, que desde el siglo XIX
no conocía héroes nacionales, la emergencia de Hugo Chávez y el movimien-
to militar fue una alteración de todos sus equilibrios tradicionales. La nove-
dad no fue su derrota, sino su inesperado triunfo personal. En el año 1998,
el periodista Alfredo Meza le preguntó a Hugo Chávez cuál era su “mayor
desdicha”, y este le contestó: “No haber logrado el 4 de febrero de 1992 lo
que nos planteamos”10. Sin embargo, la desdicha no impidió que el año 1992
constituyera la singularidad histórica de Hugo Chávez. Su revelación como
fenómeno individual en la pantalla gigante de la vida social.
Creo que nada existe en la biografía de Chávez sin el acto iniciático del
4 de febrero. Fue su nudo gordiano. Otros autores sitúan su emergencia en
el triunfo electoral en diciembre de 1998, como si eso hubiera sido su bús-
queda original o su parto político. Un ejemplo de esa visión superficial es
el libro Chávez sin uniforme; los autores comienzan la historia de Chávez
en la primera página, así: “La noche del 6 de diciembre de 1998 una mul-
titud comienza a congregarse (...) Chávez cuenta con el 56 por ciento del
electorado...”. Lo demás sería una anécdota periodística. En esta concepción
banal del personaje que podríamos llamar “electoralista”, también cayeron
varios de los amigos y seguidores del líder bolivariano dentro y fuera del
país. Vieron en él, sobre todo, al “triunfador” electoral, descuidando al hom-
33
bre esencial que vivió de sueños y construyó un proyecto bautizado en la
lucha de clases el 4 de febrero de 1992. Este es un nudo biográfico sin el
cual ni Chávez sería “Chávez” ni la historia venezolana ni latinoamericana
habrían tomado el rumbo que tomaron. El conspirador del año 1982 habría
quedado en el recuerdo personal y el triunfador electoral del año 1998 no
habría adquirido el carácter rupturista, controversial, histórico que tuvo co-
mo presidente.
Es tan decisivo el acto revelador del año 1992 en su formación y su
conducta como jefe de Estado que marcó, a fuego, dos rasgos fundamentales
de su vida política: el tipo de régimen gubernamental que conformó desde el
año 1999 y ese rasgo de “conspirador” que lo acompaña —sin remedio— aún
en la vida pública.
Tal sorpresa de la historia fue un subproducto de las combinaciones
inesperadas que depara la lucha social, pero en relación directa con el mo-
mento exacto cuando el personaje decidió actuar. Y por el estilo con que lo
hizo. La insurgencia militar representó el brote eruptivo más radicalizado
de la explosiva crisis social que latía. Las Fuerzas Armadas son estructuras
vivas de la sociedad, a pesar de su vida endogámica. Los oficiales y suboficia-
les son un segmento de la clase media, vestida de verde. Simplemente, él, los
otros jefes del golpe de Estado y los 2367 suboficiales y soldados insurrectos
observaron que su insurgencia —a pesar de la forma golpista errada— se
cruzó con la dinámica social en un instante en el que nada podía seguir
siendo lo que era. A esas alturas de los acontecimientos, ni los oprimidos to-
leraban más sus condiciones de existencia ni los opresores podían sostener
su sistema de poder. Todo podía suceder, menos permanecer inmóvil. O se
avanzaba o se retrocedía. El libro Los golpes de Estado desde Castro hasta
Caldera, escrito por el general de División Iván Darío Jiménez Sánchez,
abunda en datos de la inteligencia militar que confirman este concepto mar-
xista sobre la dinámica de los procesos revolucionarios11.
En medio de ese “punto de encuentro” y desencuentro, Chávez tropezó
consigo mismo y con sus fantasmas. Breves horas bastaron para convertirse
en lo que nunca había pensado. Toda una revelación existencial, comparable
con la que vivió el coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusila-
miento “... aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”12.
La diferencia con la grandiosa metáfora garciamarquiana es que
Chávez, al revés del pequeño Aureliano, había construido “su sueño” por
casi veinte años con ideas, no siempre claras teóricamente, pero ideas al
fin. Y se había lanzado a las armas ese 4 de febrero de 1992 porque ya no
tenía otra opción. Esa era su convicción más íntima, como lo fue para los
otros comandantes complotados. Igual que las masas oprimidas, o avanzaba
11 JIMÉNEZ SÁNCHEZ, I. D., Los golpes de Estado desde Castro hasta Caldera, Editorial
Centralca, Caracas, Venezuela, 1996.
12 GARCÍA MÁRQUEZ, G., Cien años de soledad, Editorial Sudamericana, Edición
Centenaria, Buenos Aires, Argentina, p. 9.
34
o retrocedía. Lo que nunca tuvo en sus cálculos es que ese día se convertiría
en héroe nacional sin previo aviso. Un sueño es un sueño, a veces funciona
como un combustible de las acciones humanas. Chávez fue animado por una
“racionalidad” tan absoluta que los sueños alborotados —el 4 de febrero— le
sirvieron para actuar como actuó y hablar como habló, y constituirse, por la
insondable vía de la angustia social, en lo que la gente quería pero no sabía,
o sabía pero no entendía, o ambas cosas sin saber el porqué ni para qué.
Lo que sí aprendimos —por la simple observación de la realidad de aque-
llos días— es que la sociedad venezolana estaba ante un dilema existencial: o
daba un salto hacia una salida a la crisis nacional, o retrocedía a depresiones
y derrotas irremediables. Algo similar al tiempo de derrotas en el que peleó su
bisabuelo, después de la larga caída de las rebeliones campesinas.
El año 1992 fue, entonces, “un punto de encuentro de muchas cosas”,
varias de ellas desconocidas para él, otras apenas vislumbradas en formas
indefinidas, como la “fusión cívico-militar” que propugnaba sin haberla de-
finido. Fue algo así como un reencuentro imaginario con las generaciones
derrotadas, la de su bisabuelo, las anteriores y las posteriores, como las di-
visiones de la izquierda que conoció en Barinas, entre los 13 y los 17 años,
punto de partida de su búsqueda nacionalista.
Su deber —según lo intuyó junto a algunos de sus camaradas en el año
1992— era darle continuidad al proceso histórico truncado y ser una expre-
sión militar del odio suspendido de la población. El error fue haberlo limita-
do a la conspiración cuartelaria sin relación con los organismos de lucha de
las masas trabajadoras. El resultado fue una suerte de vanguardismo cuar-
telario, más similar al voluntarismo de las guerrillas de los años sesenta del
siglo XX que a lo demostrado por la propia Revolución Cubana. Lo curioso
es que haya salido del experimento como un héroe político, algo mucho más
complejo que el destino más previsible: un golpista más.
35
Una proyección heroica
37
parado se abraza a un redentor, aun sin saber quién era, qué había hecho,
cuál programa político levantaba y qué tipo de gobierno proponía. Un pro-
yecto nacionalista como el suyo no se conocía desde hacía varias décadas en
América Latina. Menos aún si estaba sostenido en una alianza (aunque con-
flictiva) con movimientos y partidos de la izquierda ex guerrillera del país.
El impacto internacional produjo desconcierto, aunque la opinión pública,
los analistas y la inmensa mayoría de la izquierda latinoamericana, incluido
el gobierno de Cuba, tomaron el asalto como uno más de los acostumbrados
en la historia militar de nuestro continente. En el Cono Sur se les denominó
como “carapintadas”, y así, con calificaciones similares, se expresaron en el
resto de la vida política internacional.
En Venezuela —fuera de los grupos que ya estaban en contacto con los
conspiradores militares— muy pocos comprendieron la novedad. Entre las
excepciones estuvieron la Liga Socialista y el Partido Socialista de los Tra-
bajadores-La Chispa. El resto redujo su definición al método usado, golpe de
Estado, sin ver más adentro de la superficie.
38
El enigma
15 BLANCO MUÑOZ, A., La maisantera de Chávez. Habla Luis Valderrama, Cátedra Pío
Tamayo, Caracas, Venezuela, 2005, pp. 122-139.
39
brir que era un fenómeno popular16. Para el pensamiento estático de autores
como estos, la historia y sus procesos sociales son una “suma de cosas” sin
vida, sin dinámica, sin contradicciones, y no una “suma de procesos” como
reclamaba Hegel, y después de Hegel cualquier cientista social serio.
Gastar una investigación biográfica de más de trescientas páginas para
concluir que usó las combinaciones sociales y subjetivas del 4 de febrero
para mostrarse como una “víctima natural” de la historia es suponer que
Chávez tiene, como el Dios de Einstein, la facultad de “jugar a los dados”
con las cosas de este mundo. Esta gente, acostumbrada a la cultura de las
trampas de la “petrodemocracia”, no concibe que un político “outsider”, como
definen ellos a Chávez, tenga la capacidad de definirse tal como su circuns-
tancia y su conciencia lo determinaron, y en una relación dinámica con ellas.
Entre los seguidores de Chávez hay varias explicaciones. Algunos creen
que la clave del misterio está en el acto ético de haber asumido la respon-
sabilidad del golpe de Estado, “en un país donde nadie se hacía responsable
de nada, él dijo: yo soy responsable”, comentó la periodista, funcionaria y
diputada Blanca Eekhout. Otros consideran que la identidad étnica (Chávez
es mestizo tirando a mulato) y el lenguaje pueblerino del comandante fun-
cionaron como catalizadores vitales.
Hay quienes han escrito que el secreto estuvo en haber intercalado la
expresión redentora “por ahora” en medio de las 160 palabras con las que
llamó a la rendición, al mediodía del día 4 de febrero. Y no faltó quien dijera
que el factor fundamental de su aparición radica en esa atávica búsqueda
del “coronel necesario”, tan común en la historia latinoamericana. Sin duda,
algunas de estas causas cumplieron —cada una a su medida— una función
parcial en la activación de la reacción hacia su figura. La identidad es una
síntesis que resulta de múltiples determinaciones. Pero verlas por separado,
convertirlas en factores absolutos o apreciarlas en forma estática y parcial
solo conducen a acrecentar el misterio y el simplismo semirreligioso, sea a
favor o en contra.
Hubo un personaje que creyó resolver en cuatro palabras esta búsque-
da misteriosa del surgimiento de Hugo Chávez en el escenario. Se llamó
Norberto Ceresole, un lóbrego intelectual argentino que aseguró en Caracas
haberlo inventado en las páginas de un libro tres décadas y media atrás, y
haberlo encontrado en 1995 en Buenos Aires. Punto. Ceresole cerró la polé-
mica. Ni la conocida petulancia de los “porteños” de Argentina ni la extrava-
gancia y desvaríos ideológicos de tan curioso Nostradamus rioplatense son
suficientes para sostener tal atrevimiento.
16 MARCANO, C. y BARRERA, A., Hugo Chávez sin uniforme: una historia personal, p.
163. Tomado de “Chávez por Chávez”, en: www.pdt.org.br/internacional/hugochavez.
40
¿Quién tuvo la ocurrencia?
El individuo y el trozo de historia del que era protagonista se encontra-
ron frente a frente sin identificar con claridad su rol y el momento histórico
que estaba viviendo. Ese aprendizaje fue empírico por aproximaciones su-
cesivas. Chávez ha reconocido esa contradicción con suficiente honestidad
intelectual. Él sabe que en el año 1992 fue convertido en héroe o mito social
sin haberse preparado para ello. El resultado del acontecimiento no permi-
tía —en sano juicio— creer que fue de otra manera. Se enteró de su fama de
héroe de los oprimidos varios días después cuando lo visitó el capellán de la
cárcel en los sótanos de la Dirección de Inteligencia Militar, donde estaban
aislados del mundo. “¡Levántate!, que en la calle eres un héroe”, le habría
dicho al oído en un susurro cómplice, con un tono bíblico parecido al que usó
Jesús de Nazaret cuando, según dicen, le dijo a Lázaro: “¡Levántate y anda!”;
varias versiones confirman este hecho17. A los diecisiete días, cuando los
trasladaron al Cuartel San Carlos, descubrieron que era verdad lo que les
había dicho el capellán: la gente los siguió en romería como si fueran líderes
populares. Algo semejante no se veía en el siglo XX desde las décadas de los
treinta y los cuarenta, cuando el famoso tribuno Jóvito Villalba era llevado
a la cárcel y luego excarcelado con movilizaciones que lo vitoreaban.
Uno de los cuadros militares de la conspiración, Yoel Acosta Chirinos,
contó en los términos más vívidos el descubrimiento de sí mismos que vivie-
ron ese día, como el más inesperado bautizo político de sus vidas. “Habíamos
producido un impacto de verdad”, se sorprende Yoel Acosta, y agrega esta
información clave: “Había un pueblo en la calle que veía con mucha curiosi-
dad a Chávez”18. Ese día, del que no esperaban más que una nueva celda sin
las duras restricciones de la Dirección de Inteligencia Militar, se enteraron
de que eran otra cosa.
Es importante la expresión adverbial “curiosidad”, dicha por el coman-
dante Yoel Acosta. Ninguna palabra más adecuada a la realidad de ese mo-
mento. Con su nivel educativo, la memoria conceptual ha podido escoger
otro término para definir lo que vio y sintió cuando observaba a la gente mi-
rándolos a ellos como héroes vencidos. Pero lo que vio ese día 21 de febrero
de 1992 le provocó esa palabra para asociar “pueblo” con “Chávez”, y la co-
nexión entre ambos. Los sinónimos de curiosidad son “rareza, singularidad,
originalidad, peculiaridad, capricho”, hablan por sí mismos del parto que se
estaba viviendo desde el 4 de febrero.
Cada sinónimo, especialmente “capricho”, sirve para comprender el fe-
nómeno, la combinación singular que se estaba dando en los días siguientes
al 4 de febrero de 1992 en Venezuela. El biólogo y filósofo Jean Piaget ayuda
a resolver este “capricho” social del surgimiento de Chávez con su teoría
sobre la dialéctica entre el invento y el descubrimiento. Para él, lo nuevo,
17 Ibíd., p. 146.
18 Ibíd., p. 163.
41
el invento, es una construcción producida por combinación de estructuras
entre el conocimiento y la realidad, una cualidad que solo los humanos de-
sarrollamos a un altísimo nivel19. El descubrimiento no aparece solo, va de
la mano de la invención, es una construcción. Chávez fue eso, una invención
y un descubrimiento al mismo tiempo, producido en el acto social de un mo-
vimiento de masas rebeldes que buscaban una salida a su realidad.
Es inteligente y honesta la reflexión que hizo el comandante Jesús Ur-
daneta Hernández sobre lo que sintieron cuando estaban presos. “En esos
primeros días, pensaba: a lo mejor los venezolanos están molestos por esta
acción de nosotros, a lo mejor rechazan esto, nos querrán linchar. ¿Quié-
nes somos nosotros para tomar esta actitud? (...) Después fue que nos
enteramos”20. Es probable que el resto de los comandantes pensara algo si-
milar, en todo caso, no hay registro de que alguno haya tenido una sensación
opuesta.
Esos diecisiete días con sus noches en la DIM los pasaron incomunica-
dos, como nunca en sus vidas. Bajo la tortura de luces que nunca se apaga-
ban, solo observados por un sistema de cámaras con las que les vigilaban
hasta la respiración. Chávez, al igual que sus compañeros de insurrección
y celda, se enteró, diecisiete años después, que ya no era lo que había sido
hasta diecisiete días antes. Que el 4 de febrero lo había transformado para
siempre. Y lo más interesante: que él no se había enterado.
“Gracias por los favores concedidos”, dice el texto de una caricatura del
dibujante venezolano Graterol, publicada por el diario El Nacional el 20
de febrero de 1992. Apenas habían pasado doce días del golpe de Estado.
En la imagen de la caricatura aparece una madre nalguda con su hija, de
similares proporciones corporales, encendiendo cuatro velas en una mesita
cubierta con un mantel. Allí se yergue el busto del paracaidista mestizo
que apareció en la televisión diciendo que “por ahora” estaban derrotados,
pero que “vendrán nuevas situaciones”. ¿Cuánta resonancia de estas pala-
bras revolotean en las mentes de esta madre y su hija? En la caricatura el
dibujante no aclaró si eran mujeres pobres o de clase media. Es que fue tal
el desbarajuste social del primer impacto que el sentimiento de simpatía y
sorpresa cruzó las cabezas de todas las clases sociales.
Pocas semanas después —nadie ha precisado el momento exacto ni su
autor—, alguien escribió una oración que comenzó “a rodar” entre vecinos
de los barrios 23 de Enero y Propatria, en el oeste proletario de Caracas. Se
trata de “(...)”, cuyos versos develan más misterios chavistas que muchas
teorías:
42
Chávez nuestro que estás en la cárcel
santificado sea tu golpe
venga a nosotros, tu pueblo, hágase tu voluntad
danos hoy la confianza ya perdida,
y no perdones a los traidores.
Sálvanos de tanta corrupción
y líbranos de Carlos Andrés Pérez. Amén.
43
Los psicoanalistas Gerardo Moliner y Mónica Santcovsky señalan algo
cierto: “Parece, pues, que en todo nacimiento de una cultura se instaura una
épica, cuyo personaje es un héroe”. Se instaura “un nombre propio” y “una
escena primera”. Es correcto y se puede verificar en lo que vino después21.
En los términos de la concepción marxista de interpretación de la his-
toria, a cada estructura social corresponde el surgimiento de una superes-
tructura. Este fenómeno se verifica a lo largo de la historia de la producción
y el trabajo humano. A diferencia del psicoanálisis y otras concepciones, el
marxismo reconoce distintas manifestaciones de esa sobreestructura. El
teórico y político argentino Nahuel Moreno sostiene, por ejemplo, que “la
historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases con sus sectores
y direcciones”. La historia ha demostrado que su desarrollo adoptó formas
más complejas que las dichas en el Manifiesto comunista, documento funda-
cional del marxismo. La historia no se reduce a la lucha de clases, aunque
este concepto radical sirvió para espantar los espectros idealistas que leían
la historia a través de los héroes y los individuos relevantes. “Así como exis-
ten clases y sectores de clase, aclara Moreno, cada una de estas posee su
dirección. A veces surge un individuo que cumple un rol social (...) En las
tribus existen los jefes. Es decir, donde hay un grupo humano hay alguien
que dirige, una superestructura”22. Desde las revoluciones burguesas, sobre
todo desde la gran Revolución Francesa de 1789, la sociedad amplió sus
estructuras ideológicas con el surgimiento de los partidos políticos. Además
del jefe, del héroe, de los comandantes, existen los partidos, las organizacio-
nes, las agrupaciones, corrientes y movimientos.
El surgimiento de Hugo Chávez como la más relevante superestructura
ideológica venezolana desde el año 1992 es un hecho progresivo en sí mismo.
El punto débil de ese fenómeno asombroso es que el héroe nacional no fue
acompañado por una organización revolucionaria fuerte que tuviera una só-
lida vanguardia politizada y educada en la democracia de base. Estas condi-
ciones hubieran permitido que el mito —con toda su fuerza propulsora— fun-
cionara como un instrumento del poder social y la organización, y no al revés,
como resultó. En lugar de un mito asociado a, y regulado por —una fuerte
estructura de cuadros políticos y organismos sociales probados en la lucha y
las ideas—, la historia venezolana tomó el camino del individuo sobredeter-
minado en el escenario. Fue lo que advirtieron con acierto los intelectuales
chavistas en el año 2009, a partir del concepto “hiperliderazgo”, una suerte de
perversión del liderazgo. La virtud histórica se convirtió en defecto político.
De tal manera que el presidente Hugo Chávez y muchos de sus funcionarios
más cercanos necesitaron dos largos años y el impacto paralizador de un ries-
go de muerte por cáncer en julio de 2011 para aceptar este concepto.
De ambos resultados no podemos culpar a Chávez en la primera fase
del proceso. Como él mismo ha dicho con franqueza intelectual: no era más
44
que una hoja en el remolino de los tiempos. Esta relación se modificó entre
idas y vueltas por caminos irregulares, azarosos, en cierto modo originales.
Por ejemplo, la acción revolucionaria del contragolpe del 13 de abril de 2002
fue la muestra de la debilidad del individuo fuerte y la fuerza gigantesca
de la masa anónima. Así ha ocurrido en otras oportunidades a partir del
año 2002. Sin embargo, el resultado a doce años de desarrollo es que el
régimen político, la sociedad y el Estado terminaron girando alrededor del
individuo fuerte. Esta perversión histórica tiene contrapesos en la Venezue-
la actual. Los Consejos del Poder Popular, los organismos de control obrero,
los sindicatos clasistas de la Unión Nacional de Trabajadores de Venezuela
(UNETE), las dos federaciones campesinas, la prensa comunitaria, muchas
cooperativas y organismos barriales, las Comunas pueden cumplir roles de
regulación social, pero tienen poca conciencia de su potencialidad.
Situados en los meses posteriores a febrero de 1992 —cuando esta
realidad apenas germinaba—, el problema era otro. La movilización social
desbordada en los alrededores de la cárcel del viejo Cuartel San Carlos se
transformó en un “asunto de seguridad” para el gobierno. A los pocos meses
los presidiarios bolivarianos, menos uno, Jesús Urdaneta Hernández, fue-
ron trasladados a la Cárcel de Yare, a varios kilómetros del tumulto incon-
trolable de Caracas. Dos años después fueron excarcelados por un indulto
presidencial del presidente Rafael Caldera.
El hombre inspirado
No son muchos los casos que se puedan mostrar en la historia de las
revoluciones populares donde el líder resultante del proceso haya incubado
su desarrollo personal y su proyecto político, evocando e invocando de ma-
nera tan fundamentalista a uno o a varios héroes nacionales. Ese ángulo
biográfico lo encontramos en el inspirado Maximilien Robespierre, jefe de la
Revolución Francesa durante el período 1789-1792, respecto de su mentor
cuasi sagrado, Jean-Jacques Rousseau.
Casos posibles en América Latina son los de Fidel Castro, Camilo Cien-
fuegos, Haydée Santamaría, Huber Matos, Carlos Franqui, Armando Hart
y los otros líderes cubanos del Movimiento 26 de Julio respecto del prócer y
poeta modernista José Martí. El historiador conservador argentino García
Hamilton rescata este detalle en un libro “bastante pobre”: “Educado por los
sacerdotes jesuitas, el líder cubano Fidel Castro otorgó a su enfrentamien-
to con Estados Unidos un carácter casi confesional, de ‘cruzada’ contra los
impíos imperialistas que ya habían sido denunciados por el profeta José
Martí”23. Pero aun ese ejemplo no implicó un encadenamiento directo entre
el mentor invocado y los jefes revolucionarios, ni tuvo un carácter mediúm-
nico como el que le da Hugo Chávez Frías a su relación con Simón Bolívar
45
y Maisanta. Más próxima podría ser la relación directa entre el sandinismo
y la gesta de Augusto César Sandino, el “general de hombre libres”. Aquí, el
hilo conductor es más inmediato entre el final, derrota y muerte de Sandino
en 1934 y la creación de las primeras células sandinistas a cargo de Fonseca
Amador, varios años después.
Otro ejemplo singular es el zapatismo. El subcomandante Marcos y su
movimiento invocan la gesta revolucionaria de Emiliano Zapata. Desde su
muerte, en 1919, ningún movimiento político social lo había reivindicado co-
mo lo ha hecho el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), desde
el año 1994. Podríamos añadir el Movimiento “Alfaro Vive Carajo”, en Ecua-
dor, de parecidas características aunque sin el mismo éxito.
Este es un dato de nuestra historia. Retomar el hilo allí donde lo deja-
ron los héroes nacionales es una necesidad referencial de toda resistencia a
la dominación extranjera. Esa tendencia histórica justifica la proyección que
hizo el revolucionario ruso León Trotsky sobre el rol de Emiliano Zapata en
la vida política de México: “La Revolución Mexicana volverá a comenzar allí
donde la dejó Zapata”, dijo en 1940, en sus conversaciones sobre América
Latina.
Es difícil encontrar un caso parecido de inspiración heroica como el de
Hugo Chávez. Tampoco aparece en los líderes nacionalistas de la corrien-
te militar de la que Chávez es continuador. Juan Domingo Perón, Getúlio
Vargas, Lázaro Cárdenas, Juan Velasco Alvarado, Omar Torrijos, Juan José
Torres, por citar a una minoría de este grupo. Ninguno mantuvo relaciones
de ese carácter con algún héroe nacional.
Juan Domingo Perón, por ejemplo, le rindió honores a San Martín como
casi ningún otro presidente argentino lo hizo. Varios ideólogos peronistas, por
cuenta propia, encadenaron al “Santo de la Espada” de la Independencia con
el caudillo federalista Juan Manuel de Rosas, quien gobernó en los años cua-
renta del siglo XIX, y a este, con Juan Domingo Perón. Un camino rectilíneo
de difícil resolución. Pero hasta ahí pudieron extender la invocación. No tuvo
mayor trascendencia espiritual. Cuando Perón conspiraba dentro del Grupo
de Oficiales Unidos (GOU), en el siglo XX, entre finales de los años treinta y
comienzos de los cuarenta, no hizo de San Martín o de Rosas sus oráculos.
Emiliano Zapata, Pancho Villa, Augusto César Sandino, Farabundo
Martí, Carlomagno Peralte tuvieron origen y desarrollo en ambientes ru-
rales. Cada uno fue una personalidad, culturalmente, próxima a Maisanta
y a Hugo Chávez. Todos se alimentaron con las simbologías, leyendas, el
pensamiento mágico y el costumbrismo de la vida campesina. Sin embargo,
ninguno cultivó una relación de inspiración mediúmnica como la de Chávez,
y de ellos, solamente Zapata y Sandino hincharon la inspiración de un líder
posterior en la escala y estilo que encontraremos en la formación intelectual
y espiritual de Hugo Chávez.
Más allá de América Latina pocos líderes nacionalistas se inspiraron
en héroes tutelares. Mao fue leal seguidor del ejemplo revolucionario demo-
crático del doctor Sun Yat-sen, pero nada más que eso. De Ahmed Ben Bella
46
(Argelia), Patrice Lumumba (el Congo) y Ho Chi Minh (Vietnam) se sabe
que acudieron a sus mitos locales, pero en formas tan generales que a nadie
se le ha ocurrido una historia particular sobre ese aspecto. En algunos casos,
como el de Frantz Fanon, se conoce que en su formación pesaron las figu-
ras de Freud, Sartre y Trotsky, sobre todo el filósofo existencialista francés.
Tampoco constituyó un dato esencial su vida de revolucionario en Argelia.
Entre las principales figuras de la gran Revolución Rusa de 1917, Le-
nin, Trotsky, Zinóviev, Lev Kámenev, Vera Zasulich o el liliputiense heroico
Antonov-Ovsenko, tampoco encontramos rastros de algo parecido. Quizá un
poco Lenin respecto del legendario anarquista Majnó. Un caso particular
quizá sea el de Iósif Stalin, en la segunda línea de los bolcheviques en 1917.
Él manifestó devoción por el etnógrafo, poeta y príncipe georgiano Rafael
Eristavi, un buen hombre dedicado a defender a los labriegos de la campiña
en la tormentosa Rusia de los zares. En su caso, más se debió al atraso cul-
tural que marcó el terrible origen de Stalin y el peso montañoso del Cáucaso
que a su limitada formación marxista. Los bolcheviques eran ateos casi to-
dos, una condición que ahuyentaba inspiraciones mediúmnicas.
Como se sabe, la tendencia al mito está instalada en la estructura psí-
quica humana desde que comenzó a producir y reproducir su vida económica
y social. Cada fase de su paso por este mundo contuvo mitos y héroes, rea-
les o imaginarios. La burguesía perfeccionó este mecanismo y lo convirtió
en sistema dominante desde hace tres o cuatro siglos. El actual sistema
mundial de medios y entertainment cumplen esa tarea mitológica como en
ninguna civilización anterior. De hecho, superaron al sistema educativo y a
la religión, tal como lo previó en una conferencia en el año 1904 uno de los
fundadores del noticiario de cine, Charles Pathé. A propósito del mito en la
sociedad, los académicos gramscianos Susana Neuhaus y Hugo Calello nos
recuerdan:
47
En “el ojo del huracán”
49
en la vida social. Chávez es Chávez. Los demás son cada uno un resultado
particular de su propia historia. Simplemente, en términos generales, al-
guien tenía que ocupar ese lugar.
A ese asunto complicado se refiere Georgi Plejánov, el primer teórico
que le dio un trato desde una opción científica. Él usa el caso de Napoleón
Bonaparte para demostrar esa ley de la historia. Observemos la actualidad
de lo que dice, cuando lo aplicamos al 4 de febrero de 1992:
50
azar o por la magia de la telemática. Paradoja no es sinónimo de suerte, sino
de combinación imprevista de fenómenos objetivos y subjetivos.
La mejor explicación de Chávez se la dio él mismo cuando se vio ante
el espejo de sus acciones: “Cuando uno es colocado en el ojo del huracán se
le hace difícil ver las cosas (...) Soy sencillamente un elemento más que se
mueve en un proceso irreversible de cambios profundos”. En esta perspec-
tiva, hace lo correcto cuando acude a Plejánov para explicarse a sí mismo.
El punto de partida
Enigmas como el de Chávez fueron constantes entre quienes se han
preocupado teóricamente por las relaciones entre el poder y el individuo en
la historia. La preocupación corresponde al tamaño del enigma. En la mayo-
ría de los casos la clave está en el modo como surgieron, en las causas de su
aparición en la historia. Este fenómeno tiene profundas raíces sociales en la
historia humana, pero en los últimos siglos se han perfeccionado.
En el estudio que el investigador marxista brasileño Michael Löwy de-
dica a la génesis del marxismo como concepción del mundo, muestra con
sumo cuidado el camino recorrido por el pensamiento humano, en este caso
el de Marx y Engels, para desprenderse del peso de los mitos y alcanzar la
comprensión de un mundo superior, basado en la autoemancipación social
de los trabajadores. Los dos jóvenes barbudos tuvieron que atravesar unos
diez años de polémicas, lecturas, prácticas políticas y relaciones con el nuevo
movimiento obrero de París, Londres, Bruselas, Estados Unidos y Alemania.
Poco a poco fueron despejando el camino que los condujo de la superconcien-
cia hegeliana (el Espíritu, la Idea) que domina la totalidad de la historia,
pasando por el determinismo mecanicista del racionalismo, hasta pelear con
sus propios amigos de la agrupación La Joven Alemania, sobre todo con el
máximo filósofo y materialista Feuerbach. Una decena de filósofos jóvenes
llamados los “jóvenes hegelianos” eran lo más avanzado del pensamiento
superador de Hegel, Kant y Fichte. Hegel, que veía en Napoleón Bonaparte
la personificación de su filosofía, lo ilustró con esta frase: “El espíritu del
mundo sobre un caballo”.
Estas rupturas incluyeron a los ideólogos del nuevo comunismo popular
francés de Flora Tristán, Dézamy, Cabet y Proudhon que se apoyaban en los
rebeldes trabajadores y artesanos franceses; también significó el choque con
el socialismo romántico de Owen y Fourier. Todos rechazaban a los dioses
creadores del Olimpo griego o egipcio, y al de Galilea, incluso aceptaban el
socialismo como causa y a los oprimidos como clase. Pero quedaron atrapa-
dos en la vieja y siempre reformateada idea de una entidad por encima de
todo lo demás, algo que jerarquiza al conjunto social:
51
junto de “átomos egoístas” en lucha unos contra otros (...) Este mito figura,
implícita o explícitamente, en la mayoría de las doctrinas políticas de la
burguesía en desarrollo: para Maquiavelo, es el “Príncipe”; para Hobbes,
el “Soberano Absoluto”; para Voltaire, el déspota “ilustrado”; para Rous-
seau, el “Legislador”; para Carlyle, el “Héroe”; los puritanos ingleses del
siglo XVIII creen haberlo encontrado en el “Lord Protector” (Cronwell); los
jacobinos, en el “Incorruptible”; los bonapartistas, en el “Emperador”, resu-
miendo en una oración genial toda la estructura de la mitología burguesa
del “Salvador”: el Verbo se hizo Carne, las fuerzas inmensas e incontrola-
bles de la historia se encarnan en un Ser personificado.
52
Así como existe un peligro, digamos, “animista” en explicaciones como
las anteriores, tenemos aquellas que buscan lo mismo, pero un poco más
arriba, en el cielo. Para el teólogo e historiador escocés Thomas Carlyle, que
dedicó estudios al tema, era suficiente con decir: “La historia de los grandes
hechos universales que los hombres han realizado en este mundo es, en lo
esencial, la historia de los grandes hombres”. Esta divinización del héroe
surge en una etapa en que la Inglaterra de 1850, a la que servía Carlyle, ex-
pandía su poder colonial y su poder industrial hasta los confines del planeta,
lo que “vigorizó la concepción” tradicional ingenua del héroe, “símbolo del
individualismo audaz y aventurero”, comentó el psiquiatra e investigador
histórico argentino Jorge Thénon, en su obra clásica Robespierre y la psico-
patología del héroe30.
La contracara de esta divinización del individuo es el desprecio por la
nobleza creadora de las acciones de los explotados y los oprimidos. O como
dirían Marx y Engels en La sagrada familia:
Hubo un erudito argentino del siglo XIX que llevó la explicación posi-
tivista del héroe a su máxima expresión elitista. Fue Ramos Mejía, quien
desde la psiquiatría y la sociología trató de resolver el asunto del “grande
hombre” y su relación con “la multitud”, buscando en la masa encefálica de
sus cráneos “las determinaciones de los acontecimientos históricos”. Ramos
Mejía estudiaba los retratos de los grandes jefes, analizaba su contexto so-
cial y evolución personal, y llegaba a conclusiones basándose en sus rasgos
físicos; los ángulos del rostro, las miradas, además de estudios encefálicos.
Así se convenció de “la ferocidad occipital” de algún tirano, la “locura moral”
de caudillos autoritarios o, en caso contrario, de “las virtudes éticas” de al-
gún “jefe nacional” que él consideraba bueno32.
Para quienes piensen que no pasaba de devaneos de un erudito desca-
rriado, es bueno recordar que en la Venezuela bolivariana algunos siguieron
sus pasos. Entre el año 2001 y el año 2002 fueron introducidas varias de-
mandas judiciales contra el personaje de esta biografía y muchas de ellas
usaron como argumentos jurídicos los mismos argumentos “científicos” de
Ramos Mejía. Un conocido político venezolano, de infausto destino, llegó a
decir por la televisión que “entre Chávez y Fidel se ha establecido una rela-
53
ción sexual de tipo freudiana que lo está llevando por el camino de la tira-
nía”. En algunos libelos judiciales se sostenía que Chávez era “un presidente
inhabilitado para tan alta función, por sus patologías psiquiátricas y sus
locuras temporales”33. La fantasía opositora y el odio de clases y étnico, la
peor combinación de los odios, le dieron formas más comprensibles. Dijeron
que la verruga en la frente del líder venezolano y la verborragia del presi-
dente constituían “las pruebas irrefutables de sus enfermedades mentales
y su relación con el Diablo”34. Algo similar a la marca mortífera “666” que
condenó a Lucifer y que la literatura ha recreado en personajes maravillosos
como la infinita estirpe de los Buendía, del colombiano García Márquez, o el
iluminado Harry Potter, de la irlandesa J. K. Rowling.
La curiosa contradicción y superficialidad de este tipo de pensamiento,
tan extendidas en la cultura burguesa asentada en mitos, se agudiza cuan-
do aparecen “héroes” que no son de su gusto. Olvidan que todo lo que dicen,
piensan y proyectan está atrapado en una vulgar tautología. Haciendo de
la verruga de Chávez el origen de todo lo malo, lo convierten exactamente
en lo que más rechazan: un semidiós, el demiurgo creador de lo que existe
desde 1999.
54
provisional: el héroe político caerá bajo los golpes de la fortuna en cuanto
los tiempos cambien”36.
El investigador profundiza hasta llegar a la dialéctica entre virtú, fortu-
na y oportunidad (occasione), acercándonos a la “dinámica relacional” (diga-
mos: conflicto de la vida social); esto condujo, en el caso que nos interesa, a
la aparición subrepticia de Chávez quinientos años después de que el floren-
tino escribiera El príncipe. La transtemporalidad del fenómeno demuestra,
digámoslo aunque sea de paso, que se trata de un aspecto fundamental de la
historia de las luchas sociales y de los individuos que se destacan dentro de
ella, y no, como prefiere la superficialidad política o el animismo, de “seres
elegidos” o “situaciones absolutas”. Él sostiene:
55
que, en la acción, la magnanimidad y el valor ocupan el primer lugar”39.
A eso lo denomina la “estética del héroe”, siguiendo a Vico, Maquiavello y
Hobbes. Sobre este aspecto existe una polémica planteada por algunos de
los comandantes que acompañaron a Chávez en la rebelión. El capitán Luis
Valderrama lo considera un “cobarde” por haberse quedado paralizado en el
Museo Militar mientras el resto se la jugaba en los otros frentes. Jesús Ur-
daneta sostiene algo parecido sin la radicalidad verbal del anterior. Chávez
siempre explicó que su parálisis en el museo, a pocas cuadras de Miraflores,
se debió al corte total de las comunicaciones con el resto de los comandantes.
“Estaba ciego, era como un avión sin radar”, dijo alguna vez. Como lo más
improbable es la “cobardía” en alguien que había llegado hasta ese punto de
decisión en su vida, entendemos que su parálisis fue una pieza más de una
acción mal elaborada como insurrección, y con bastante improvisación en
el terreno político-militar. Podía fallar cualquier cosa, nunca un aparato de
comunicación entre el jefe de la asonada en Caracas y el resto. En realidad,
la cosa es más profunda si la analizamos desde una perspectiva social y po-
lítica. Ese fallo en la comunicación fue la continuación de la incertidumbre
que vivió la conspiración desde diciembre. De todas maneras, en términos
históricos, o sea, respecto de lo que se estaba gestando ese día, resulta una
anécdota, con cierto rasgo grotesco, pero anécdota. Lo esencial estaba en el
resultado de conjunto.
Esto se verificó en los días siguientes al golpe de Estado del 4 de febrero.
Que Chávez haya sido derrotado en Caracas, mientras los otros seis coman-
dantes triunfaban en Valencia, Maracaibo y Maracay, y, más aún, que haya
sido Chávez quien se rindiera primero en el Museo Militar, cerca de Miraflo-
res, es un detalle al lado de lo que se manifestó como “estética del héroe”, y
eso, en principio, vale para todos los comandantes, aunque a las pocas horas
se haya concentrado en una sola figura. Una “estética” que comenzó en for-
ma colectiva por el arrojo de siete comandantes que se lanzaron contra un
régimen rechazado por los trabajadores pobres. Su culminación simbólica
fueron las 160 palabras reveladoras de Chávez a las 11 de la mañana.
39 Ibíd., p. 61.
56
Él y su circunstancia
57
resuelto con la puesta en escena de un ser real; el que depende de sus cir-
cunstancias se transforma con ellas y ayuda a transformarlas.
Esta última es la idea central que desarrollaron Marx y Engels hasta
su plenitud conceptual, en los escritos tempranos Ludwich Feuerbach y el
fin de la filosofía clásica alemana y La ideología alemana. En ellos aportan
un cuerpo de ideas inevitable a la hora de analizar la relación entre el indi-
viduo, la idea y el acontecimiento. Así, en un párrafo que parece solicitado
por la realidad venezolana de 1992 en adelante, Engels apunta a las leyes
que rigen el movimiento histórico:
58
mica de las relaciones sociales y los individuos. De tal manera, a la pregunta
¿cómo es que una personalidad logra alterar una situación?, la respuesta de
Moreno comienza por determinar que esa situación requiere ser, de entrada,
excepcional, o sea, absolutamente transitoria, inestable, vacilante, aguda en
sus contradicciones sociales, incapaz de sostenerse igual por mucho tiempo.
En ese punto, la intervención de una acción –que significa la actuación de
una o varias personalidades– modificaría el cuadro de conjunto:
Un detalle olvidado
El resultado, a la postre, también dependió de otro fenómeno social poco
observado y estudiado cuando se trata de hechos similares: el factor triun-
fo. Si Chávez no hubiera triunfado en forma arrasadora en las elecciones
presidenciales de 1998, seis años después de su aparición, su rol histórico
sería otro. Lo que comenzó con él y su movimiento militar en 1992 se habría
agotado en el camino. O él se habría desdibujado con el paso de los años. La
historia está llena de destinos de este tipo. El triunfo constituye un factor
objetivo en el acontecimiento histórico concreto cuando se trata de persona-
lidades y movimientos políticos.
Exactamente lo mismo podemos decir respecto de Fidel Castro y sus
camaradas. Sin el triunfo del 1° de enero de 1959 el Movimiento 26 de Julio
y sus figuras serían recordados en algún capítulo de algún libro de historia
cubana. Pero Fidel no sería Fidel. Esto parece de perogrullo, pero se ha ve-
rificado de tal manera que muchos movimientos y líderes son subvalorados,
o maltratados, por el simple hecho de que no triunfaron. Ese fue el destino
que tuvieron aquellos que no pudieron triunfar. Augusto César Sandino en
Nicaragua, Farabundo Martí en El Salvador, Charlemagne Peralte en Haití,
Hugo Blanco en Perú, Albizu Campos en Puerto Rico, Gaitán en Colombia,
Villa y Zapata en México, incluso un caso controvertido como el de Carlos
Prestes en Brasil, en 1928. Novack destaca este asunto al referirse a Cuba:
59
La transformación del equilibrio de fuerzas a favor del bando progre-
sivo por la iniciativa de un pequeño grupo de combatientes revolucionarios
conscientes, demuestra dramáticamente lo decisivo que puede ser el factor
subjetivo para hacer la historia. Sin embargo, las intenciones de Castro se
hubieran frustrado y sus combatientes hubieran resultado impotentes sin
la respuesta que recibieron, primero de los campesinos en las montañas y
luego de las masas en las áreas rurales y urbanas44.
44 NOVACK, G., Para comprender la Historia, Ediciones Pluma, Buenos Aires, 1975, p. 93.
60
Entre Fidel y Evita
61
preverlo. Los psicoanalistas argentinos Mónica Irene Santcovsky y Gerardo
Moliner hacen un hermoso análisis de esta mujer provinciana, de origen
humilde, bonita y con firmes deseos de figurar en la conservadora sociedad
del siglo XX durante las décadas del treinta y del cuarenta. En pocos años
fue convertida en un ser casi divino para los peronistas, también para los
antiperonistas, pero movidos por el odio. Aquí la condición heroica, como
toda cosa similar, concita la ambivalencia que estudia H. F. Bauzá, cuando
dice que el héroe vive “en conflicto permanente entre dos mundos”.
Los autores asignan el carácter mitológico de Eva a su relación perso-
nal con Perón, a su rol femenino y a sus hondos deseos juveniles de relevan-
cia social, tres causas esenciales de su conversión en mujer arquetípica de
la historia argentina contemporánea:
62
medios de comunicación y en el chismerío de la pacata burguesía porteña se
sonrosaban y sorprendían de tanta transgresión. 1945 es un año crucial pa-
ra comprender que no se convirtió en heroína nacional en la alquimia social,
como ocurrió con Hugo Chávez en el año 1992 (...) Ese fue el año que cambió
la Argentina moderna. Similar a nuestro 1989 y 1992 juntos. Allí surge el
peronismo y Juan Domingo Perón se convierte en el héroe indiscutido de la
nación tras unas horas de cárcel, una crisis gubernamental y una conmoción
social. Así lo registran Moliner y Santcovsky en un libro: “No es muy impor-
tante el papel específico que cumplió Eva Perón el 17 de octubre de 1945”.
Simbolizan en ella el papel protagónico de las mujeres en la sorprendente
rebelión de ese día. Eva fue muy activa en el recorrido de los barrios obreros
de la capital, “en busca de adhesiones entre los sindicatos y luego, casa por
casa, con los humildes...”46. Esa actividad pasó casi inadvertida, incluso para
los historiadores.
Su primer discurso político lo pronunció en febrero de 1946, cinco meses
después del parto revolucionario del 17 de octubre, en la campaña electoral
que ganó Juan Domingo Perón. Los dos psicoanalistas reseñan aquel acto
electoral en el escenario del Luna Park: “Aunque parezca mentira, en esa
presentación no fue muy exitosa, ya que siendo la mayoría mujeres, todas
aclamaban por su líder”47.
María Eva Duarte de Perón no se hizo heroína el 17 de octubre de 1945.
Su formación como tal fue indirecta con respecto al acontecimiento. Resultó
más de su relación con el Estado, y de la labor social que hizo, que por su
actuación relevante en el movimiento social.
46 Ibíd., p. 42.
47 Ibíd., pp. 43-44.
63
SEGUNDA PARTE
EL ORIGEN
67
imprevista barriga de la joven catira. Se cuenta que fue la madre quien lo
indujo a la venganza1.
A partir de ese hecho sangriento ingresó, sin saberlo, a los últimos
treinta años de violencia que vivió Venezuela durante el siglo XIX, antes
de pasar a su era petrolera forjada bajo estricto control de Estados Unidos.
Tanto el adolescente que mató al coronel Macías como el temible “ge-
neral” Maisanta, que treinta años más tarde asaltaba cuarteles y palacios
gubernamentales con sus centauros, contenían los signos culturales y socia-
les de su generación de pertenencia. La muerte era su “compañera de viaje”,
como en el maravilloso relato homónimo del narrador Orlando Araujo, que
pinta esa época de caudillos en Boconó. Esa imagen de un bisabuelo asesino
se quedó en la memoria familiar, a falta de otras dominantes. Y la memoria,
como advierte el novelista argentino Mempo Giardinelli, “... es el único labe-
rinto del que nunca se sale”.
Las hazañas de Maisanta se transformaron en una sensación de la me-
moria campesina de los años treinta y cuarenta. Pero fueron otra cosa para
las familias Frías e Infante. Adán Chávez, por ejemplo, recuerda:
Entonces mi abuela decía: “no sé por qué esa muchacha –esa mucha-
cha era mi madre, dice Elena– se ‘ensemilló’ de la raza de ese asesino”...
Decían que mi abuelo había sido un asesino y que mataba a la gente, que
les cortaba el cuello y luego ponía la cabeza en el pico de la silla.
1 LEÓN TAPIA, J., Maisanta, el último hombre a caballo, 7ª edición, Alfadil Ediciones,
Caracas, 2004, p. 22. Tapia, médico de profesión, oriundo de Barinas y ex simpatizante
de la dictadura de Pérez Jiménez (1948-1958), se especializó en la crónica de mitos y
leyendas llaneras; ha publicado varios libros con el uso de este método auxiliar de la
investigación histórica.
2 BÁEZ, L. y ELIZALDE, R. M., ob. cit., p. 30.
68
o mentira”. Elena, sin advertirlo, estaba recreando el estigma en un paso
de su cruce generacional. “A Hugo no le gustó que me hablaran así –sigue
Elena Frías– y creo que eso tuvo que ver con la decisión de salir a buscar la
verdadera historia de Maisanta”3. Eso mismo advierte el hijo mayor, Adán
Chávez: “No se puede negar que hay un componente sentimental en esta
búsqueda de la historia familiar”, de parte de Hugo4.
El muchacho transitaba los 6, 7 y 8 años, y por entonces solían decirle
“el Coco”, por su cabeza redondeada con pelos amarillentos rasurados, “co-
mo un coco”, según cuenta su contemporánea del barrio, Flor Figueredo. A
cualquier niño en edad escolar y educado en temores judeocristianos se le
formaría un embrollo moral en la cabeza si le dicen que tiene un familiar
asesino, más si se trata de un abuelo. Al pequeño Hugo, ese lío se le convirtió
con el tiempo en dilema existencial. Lo conformó a partir de la terrible duda
sobre lo bueno y lo malo en el álbum de sus antepasados.
Bajo otra óptica, Gabriel García Márquez vivió una experiencia similar
a los cinco años, al descubrir la enorme cicatriz de guerra que tenía su abue-
lo en la barriga. “Para el nieto fue como la auténtica revelación de todo el
pasado legendario y heroico del abuelo”, reseña el escritor colombiano Dasso
Saldívar en García Márquez. El viaje a la semilla5.
En el caso de Chávez funcionó como un detalle pesado en su estructura
moral. En las estructuras familiares campesinas cada miembro se siente
parte de una familia más extensa y lejana de la que comparte. No es ne-
cesario conocerse entre todos para saber que son muchos más de los que
se conocen; las abuelas y los abuelos suelen ejercer la función de conexión
“oral” entre los familiares del presente y los del pasado y entre los antepa-
sados muertos o vivos. También se sabe que por esos puentes de la memoria
humana pasan y se mezclan los hechos materiales con los de la imaginación.
Algo así pasó con la imagen del bisabuelo heredada por la familia Frías y
transmitida a la rama de los Chávez. Esa maraña se le instaló en la cabeza
al muchacho en edad escolar, cuando andaba volando entre los sueños de
ser pintor y jugador de béisbol “en las grandes ligas”. Sus dos sueños más
sentidos a esa edad.
¿Quién era ese hombre, a quién había matado, por qué, cuándo, dónde?
Estas preguntas del filosofar humano más elemental no lo condujeron a la
especulación teorética, sino al nacionalismo revolucionario, y fue a través de
los vericuetos en sus laberintos sucesivos, nacidos aquel día en que le entró
la terrible duda sobre si Maisanta era “bueno” o “malo”.
Su bisabuelo y toda su descendencia habían quedado del lado de los
malos del mundo. Un mundo muy reducido en referencias culturales en el
caserío de Sabaneta. Maisanta el malo comenzó su existencia bajo el escar-
3 Ibíd., p. 21.
4 Ibíd., p. 44.
5 SALDÍVAR, D., García Márquez. El viaje a la semilla. La Biografía, Alfaguara, Madrid,
1997, p. 106.
69
nio lanzado por la abuela, y siguió viviendo en el mundo real en forma de
sombra y perplejidad a través de su bisnieto. Fue el único que se quedó con
la duda.
De la decena de versiones y cuentos sobre los dichos de la abuela Benita
se puede colegir no solo que fueron ciertos, también que los escucharon los
otros cinco hermanos de Chávez. Si este andaba entre los 7 y 8 años, o sea,
que el hecho ocurrió entre 1961 y 1962, no hay duda de que el mismo cuento
lo escucharon Adán, 15 meses mayor que Hugo, Narciso, 15 meses menor, y
también Argenis, que tenía la misma cantidad de meses menos que Narciso.
Siguiendo los relatos de miembros de la familia Chávez y de vecinos
que compartieron con ellos, se sabe que Hugo solía jugar con sus hermanos
y amigos en la misma calle donde estaban ubicados los dos hogares de su
infancia, el de su abuela, donde vivía con Adán, y el de su madre y su padre,
donde estaban sus otros cuatro hermanos.
El reflejo que tuvo en su estructura espiritual no fue obra de la casua-
lidad. Nuestro personaje vivía proyectando fantasías y mundos imaginarios
entre sus dos sueños, los colores, el dibujo y el béisbol. Lo que hizo vivir en su
cabeza la figura del bisabuelo sería incomprensible sin los relatos fabulosos
de su abuela Rosa Inés Chávez y sus visiones épicas.
70
Las batallas imaginarias
de la abuela Rosa
Así como Brígida reveló a Maisanta, Rosa Inés Chávez le enseñó quién
era Ezequiel Zamora. Lo hizo de la mejor manera que se le ocurrió: con-
tándole los cuentos que le habían contado. Ambas abuelas no podía prever
que sus relatos sedimentarían una idea social en el nieto. Se trataba de dos
caudillos distintos en estatura histórica, pero hijos del mismo tiempo de re-
voluciones perdidas. La primera sensación que tuvo de ellos se transformó
en un concepto a través de las lecturas, las visiones y las vivencias sociales.
Ezequiel Zamora fue uno de los tres jefes de la Revolución Federal de
1858, que a su final, en 1863, resultó el más afortunado en fama y respeto,
por sus hazañas militares, su popularidad entre campesinos pobres y me-
dios y las leyendas que comenzaban a tejerse alrededor de su nombre. Fue
una época donde la fábula cumplía funciones de registro impersonal en la
construcción de la historia nacional.
Zamora pertenecía al sector comerciante dentro de la naciente burgue-
sía post Independencia y militaba en el ala izquierda del Partido Liberal.
Su persona y sus ideas reflejaron los intereses de sectores medios relegados
del poder y la nueva acumulación de propiedad. Su base social fueron los
pobres rurales con los que compartía en su carácter de mediano comerciante
en Villa de Cura, aunque había nacido en Cúa, estado Miranda. En aquel
pueblo del centro del país, a una hora de Caracas y media de Maracay, más
de un siglo después, Chávez encontraría a Ana, la última hija de Maisanta,
una pieza clave en la reconstrucción de su retrato familiar y en su búsqueda
política. Con Ana obtendría el escapulario que heredó de Maisanta, antes de
morir este.
Zamora se había alimentado de las ideas burguesas avanzadas de su
época, las que en Europa comenzaban a degenerar en su fase reaccionaria,
tras la Revolución de 1848, pero que en América conservaban algunas po-
tencias progresivas. Gobernó y reorganizó Barinas y pasó por Sabaneta del
Orinoco muchas veces con sus huestes guerreras, porque este poblado resul-
71
taba estratégico. Ambos son lugares clave en el imaginario de Chávez. Saba-
neta está situado al norte de Barinas, en el cruce donde el piedemonte lleva
a los Andes, por un lado, y a los terraplenes llaneros de Portuguesa, Cojedes
y Apure, por el otro. Sabaneta y otros poblados cercanos fueron asiento y
paso de caudillos y batallas que los campesinos transformaron en memoria
popular a través de canciones, joropos, fábulas y leyendas. Barinas colinda
con siete provincias, algo excepcional en un territorio compuesto por veinte
estados provinciales. Los relatos de la abuela sobre Zamora fueron contados
durante los mismos años y en el mismo ambiente vecinal y familiar de Sa-
baneta, donde la bisabuela Marta y la abuela Brígida transmitían el infeliz
recuerdo que tenía de Maisanta.
Hacia 1960, en Sabaneta del Orinoco, no vivían más de 600 habitantes,
“tenía solo tres calles de tierra a la orilla de un río, con casas de palma y
pisos de tierra”6. Pocas imágenes son tan parecidas como esta y la que apa-
rece en la página inaugural de Cien años de soledad: “Macondo era entonces
una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un
río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas,
blancas y enormes como huevos prehistóricos”7.
Por este camino de la magia realista de las abuelas se le aparecieron
Zamora y Maisanta en su infancia. Aunque distintos en los tiempos vivi-
dos y en sus estaturas personales, ambas figuras se fueron transformando
en íconos cuasi místicos para él, como ya lo eran para los llaneros vene-
zolanos, sobre todo en Barinas, Cojedes, Falcón y Apure. El Maisanta de
Chávez es la continuación del que existía en la memoria popular. Ahora
bien, por alguna razón imposible de averiguar la abuela Rosa nunca le
habló de Maisanta, a pesar de haber compartido el mismo pueblo en el
tiempo de la formación de su leyenda. Prefirió enseñarle al pequeño Hugo
la historia de Zamora, a su manera. Muchos de los cuentos los había escu-
chado de su madre, pero también de su padre, que “vio trotar los caballos
de Zamora en Sabaneta”, y de su abuelo, quien había participado en algu-
nas de sus campañas militares8.
En un prólogo escrito por Chávez mientras pagaba pena en la cárcel de
Yare en 1992, para un libro sobre la más famosa acción militar de Zamora,
la Batalla de Santa Inés, relata:
6 BLANCO MUÑOZ, A., Habla el comandante, p. 34. Otra fuente recuerda que tenía
cuatro calles y que no pasaba de mil almas. En ambos casos, la diferencia no modifica
lo que importa resaltar en la construcción del personaje. Efrén Jiménez, vecino de los
Chávez en Sabaneta, declaración en Chávez sin uniforme, Mondadori, 2004, p. 36.
7 SALDÍVAR, D., ob. cit.
8 Hugo de los Reyes Chávez, en Chávez nuestro, p. 23.
72
desde las barrancas y los cañaverales de la Madre Vieja por donde corrió
durante siglos el río Boconó9.
9 CHÁVEZ, H. Prólogo, XII. Ezequiel Zamora y la Batalla de Santa Inés, Román Martínez
Galindo, Vadell Hnos. Editores, Caracas 1992.
10 ELIZALDE, R. M. y BÁEZ, L., Chávez nuestro, Casa Editora Abril, Testimonios Inéditos,
La Habana, 2004, p. 23.
11 Ibíd., p. 322.
12 SALDÍVAR, D., ob. cit.
73
tres. El rol de los abuelos y las abuelas y sus cuentos de guerras y héroes
fueron esenciales en la formación de su estructura simbólica. Chávez se hizo
conspirador y terminó político con parte del mismo alimento con que García
Márquez y Rubén Darío se hicieron literatos.
Lo que se sabe es que su imaginación se hinchaba con los relatos orales
sobre las batallas del general Zamora; en su cabeza se mezclaban con lo que
escuchaba sobre Maisanta en la casa de su madre, a media cuadra del hogar
de la abuela Rosa. Con el tiempo no supo despegar a Maisanta de Zamora
y a ambos de un ideal difuso de revolución para Venezuela; esto se potenció
cuando le apareció el primer sarampión de lectura, a partir de los 14 años.
Se nutrió con las primeras lecturas de la historia nacional, de relatos sobre
Simón Bolívar y Simón Rodríguez y, en paralelo, con la información fraccio-
nada que tuvo de algunos textos marxistas, algo común en un adolescente
interesado de su generación.
Buena parte del realismo mágico y el buen humor que Chávez usa
para hacer política y conducirse en la vida personal le viene, sin duda, de
su abuela Rosa Inés. Por otro lado, de sus acendradas tradiciones llaneras.
Él cuenta, y no sería extraño que haya recreado el cuento, la facultad que
tenía su abuela para imaginar que Zamora pasaba por el frente de la ca-
sa con sus hombres a caballo, levantando polvo y llevándose las gallinas.
“Ella fue la primera persona que nos habló de la Guerra Federal y de un
general al que llamaban Cara de Cuchillo” por el empinado corte de su
nariz aguileña.
Cuando la abuela se entusiasmaba, era capaz de hablarles de las tro-
pas de Zamora como si las estuviera viendo: “Una vez llegaron al pueblo los
revolucionarios y eran muchos hombres a caballo. Algunos dijeron que les
robaban las gallinas, pero otros que las agarraban porque las necesitaban, y
las pagaban...”. Esto cuenta Adán Chávez. Esto lo dejó reseñado con un to-
que de poesía en un escrito de 1992: “El canto estridente de los grillos ofrecía
la nota musical a los cuentos que oíamos absortos, sentados sobre el pretil
de tierra que bordeaba la casa de Rosa Chávez”13.
Dasso Saldívar, el autor de la biografía enciclopédica sobre García Már-
quez, dice que la abuela del novelista, Tranquilina Iguarán Cotes, le enseñó
a imaginar, porque, según sostiene Saldívar, la abuela tenía “cara de palo”
para inventar historias de muertos y fantasmas y tratar con ellos como si
estuvieran vivos. Es la misma “cara de palo” de Rosa Inés para hablarle al
niño Hugo Chávez de batallas que le habían contado a ella. Así como le se-
ñalaba caballos que pasaban hacia el piedemonte andino, le hablaba del fin
del mundo que ella había vivido en 1910, cuando hubo un eclipse que ella
llamaba “la oscurana”. Adán y Hugo se sentaban en “el pretil de tierra que
bordeaba la casa” para escucharle cuentos como ese. El mismo fenómeno
astronómico inmanejable había llevado a la abuela del autor de Cien años
13 CHÁVEZ, H., prólogo a Ezequiel Zamora y la Batalla de Santa Inés, Román Martínez
Galindo, Vadell Hnos. Editores, Caracas, 1992.
74
de soledad a creer cosas parecidas y contarlas para que su perplejo nieto las
convirtiera en mitología literaria.
“El mundo se va a acabar...”, les decía Rosa Inés abriendo sus ojos como
si fuera a ocurrir irremediablemente; pero “el mundo no se acabó, Huguito,
porque al rato salió el sol”. La abuela les dijo que ese día del fin del mundo
muchos vecinos quemaron las cosechas o sus casas en Sabaneta, Las Vegui-
tas, Mijagual, Barrancas, Obispos y otros poblados cercanos. Además de la
abuela de Chávez, muchos parecen haber creído que se trataba del fin del
mundo. Juan Martiniano Pimentel, un anciano de 82 años de Obispo, nos
contó en el año 2005 lo que le había contado su madre en los años veinte:
“Mamá ordenó que se quemaran las cosechas de maíz y arroz y ahí se quemó
mi hermana, que después murió”. ¿Y por qué quemaron todo eso?, le pregun-
tamos: “Porque era el fin del mundo”, fue su respuesta. La abuela Rosa le
contó a los Chávez que mientras unos quemaban “muchos corrieron para la
iglesia” con el cuento de “la oscurana”.
Otras veces, esas relaciones con el mundo a través de la magia y el buen
humor aparecían cuando hablaba con el viento en el silencio de la soledad
de su vieja casa. Cuenta Chávez que la cazó varias veces mirando la nada y
preguntando en la penumbra: “¿Cómo estás María Soledad?” y se respondía
ella misma con silencio, para luego seguir sus tareas cotidianas.
Hugo Chávez abrevó muy temprano y mucho de ese mundo de fantasías
reveladoras de la abuela. Y las compartía con ella en juegos en la casa. Por
ejemplo, cuando él le leía palabras al revés, diciéndole que estaban derechas,
y ella se iba a la casa de los padres y a los vecinos a contarles que “Huguito
ya sabe leer, pero al revés”. O cuando escenificaba sobre la pequeña mesa de
comer un juego de béisbol por las noches, escuchando la radio, y marcaba y
gritaba cada jugada como si estuviera ocurriendo en la casa.
Con tales ocurrencias y creaciones, la abuela completaba sus días de
trabajo y esmero con sus dos nietos. Una de sus principales atenciones era
la educación. La abuela le enseñó al pequeño Hugo, entre los 4 y 5 años, las
primeras letras. “Mi abuela me enseñó a leer y escribir antes de entrar a
primer grado”, cuenta Chávez en 2004. Para ello, la abuela utilizaba revis-
tas que el tío Marcos y Hugo el padre traían a la casa cuando volvían de Ca-
racas o de la capital de Barinas. De todas maneras, la referencia educativa
principal y la disciplina para el estudio la tomaron de Hugo de los Reyes, el
padre, que era maestro.
Testimonios de familiares y vecinos coinciden en que desarrolló tem-
prano el hábito de leer y que leía todo cuanto llegaba a sus manos. Por
ejemplo, la Enciclopedia Quillet de cuatro tomos, que se la disfrutó en com-
pañía de su primo Adrián. Cuentan que incluso tuvo la intención pasajera
de aprender alemán mediante un curso que traía la Enciclopedia. Así, todo
indica que disfrutaba de la lectura, del dibujo, los colores y la naturaleza,
tanto como de los cuentos imaginarios de la abuela Rosa.
En su vida de adulto y ya de presidente, sigue volviendo a los llanos y
a la selva cada vez que puede y dibuja cada vez que lo deja el poder. A José
75
Vicente Rangel le declaró a finales de febrero de 2011 que en sus ratos libres
le gusta “pintar, leer y cantar”14. Un hábito que no sucumbió en Miraflores
es el de la lectura, más acorde con el funcionamiento gubernamental. Solo se
produjo una modificación en el tiempo que le dedica a libros y el que le dedica
a documentos, expedientes, carpetas, proyectos y Puntos de Cuenta. Algunos
de sus allegados en el Palacio testimonian que cuando puede, cuando lo deja
la labor burocrática cotidiana, Chávez se “encierra” en la lectura de libros
de autores que ya ha leído, como los de su generación setentista, o de textos
sobre asuntos de actualidad que le acercan sus asesores literarios. Entre
los autores más estables en sus anaqueles se puede ver a Maltus, Gramsci,
Galeano, Miranda, Bolívar, Simón Rodríguez, Indalecio Liévano Aguirre, y
algún texto perdido de Domingo Alberto Rangel, a quien sigue admirando a
pesar de sus ácidas críticas, o del historiador comunista Brito Figueroa. En-
tre los autores nuevos, se notan los textos de István Mészáros, Enrique Dus-
sell, entre otros. A comienzos de marzo de 2011 se le vio leyendo con gusto la
obra biográfica Cristina, sobre la presidenta argentina, de la periodista Olga
Wornat, o El loco Dorrego, del joven historiador argentino Hernán Brienza.
También consulta de vez en cuando un volumen de Filosofía del espíritu, del
alemán F. Hegel, y La metamorfosis, del checo Kafka. Un autor inevitable en
su biblioteca, aunque acuda a él solo cuando está enfrentado a situaciones
graves, como el riesgo de muerte por el cáncer en 2011, es el filósofo nihilista
Friedrich Nietzsche, útil para reflexionar sobre esas situaciones de soledad
irrepetible en la vida humana. Ninguna como la que nos enfrenta a nosotros
mismos en nuestra esencia más simple. Amigos de conspiración en las Fuer-
zas Armadas han señalado lo mismo en distintas oportunidades. Pero vale
destacar lo que recordó Jacinto Pérez Arcay, su maestro espiritual vivo desde
la Academia Militar, un hombre viejo que lo conoce en profundidad: “Ha leído
y lee tanto que yo creo que lo hace verticalmente... Usted le mira la cara a
Chávez y los ojos son apenas una línea de tanto no dormir”15.
Al revés de lo que ocurrió con la antiimagen del maltratado Maisanta,
a Zamora lo pudo visualizar en una forma gráfica porque estaba arriba del
pizarrón en el salón de su escuela primaria. Así lo certifica su ex maestra
Egilda Crespo:
14 EFE/DominicanosHoy.com, 03-03-2011.
15 ELIZALDE, R. M. y BÁEZ, L., Chávez nuestro, Casa Editora Abril, Testimonios Inéditos,
La Habana, 2004, p. 85.
16 Ibíd., p. 52.
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Este recuerdo sobre la imagen de Zamora ya lo había confirmado Hugo
Chávez desde la cárcel de Yare, doce años antes que su ex maestra:
No solo vio las imágenes de Zamora y de Bolívar, sino que los vio con-
sagrados en un altar de héroes, mientras que a Maisanta lo conoció bajo el
estigma de la mala palabra. Este conocimiento visual ocurría en el mismo
tiempo y ámbito social en el que su abuela Brígida le hacía conocer a Pe-
dro Pérez Delgado, sin que alguien le informase de la relación entre ellos.
Algo extraño tratándose de Maisanta, una figura recordada en los llanos
donde luchó Zamora apenas dos generaciones antes. Ni su padre, ni Egilda,
maestros ambos, ni su abuela Rosa, que seguro sabía del catire Pedro Pérez
Delgado, le hicieron alguna referencia.
La maestra Egilda recuerda un hecho interesante. En esos años (los
primeros después de la derrota de la tiranía de Marcos Pérez Jiménez en
Venezuela) “la historia patria se impartía con mucha fuerza”. Es cierto. Era
parte del furor patriótico que despierta toda revolución, como la del 23 de
enero de 1958, cuando Chávez estaba a punto de ingresar al colegio pri-
mario. Toda nuestra generación guarda algún signo de aquel cambio, en
forma directa o indirecta. De todas maneras, el ímpetu revolucionario de
1958 duró poco, no fue suficiente para revolver la historia escrita y reivindi-
car guerrilleros nacionalistas como Maisanta y otros, como Nicolás Patiño y
Martín Espinoza.
A lo sumo, abusando de la indicación de Egilda, la Revolución de 1958
concitó en muchos dirigentes, cuadros y militantes del Partido Comunista
de Venezuela la lectura de y sobre Simón Bolívar, Zamora, Simón Rodríguez
y otros héroes nacionales, depreciados por ellos debido a la formación esta-
linista del PCV. Eso testimonia Douglas Bravo en una declaración para el
profesor Alberto Garrido en 200318.
Tan estrecha y sólida se hizo la relación con la abuela Rosa que muy
temprano Adán y Hugo la comenzaron a llamar “Mamá Rosa”. En medio de
la pobreza campesina, Hugo Chávez recuerda su infancia con mucho placer
en poemas y reportajes. Eso, en muy buena medida, se lo debe a su abuela
que le nutrió la imaginación con la misma aplicación que le alimentaba el
cuerpo. En esos recuerdos, relatados por él en entrevistas y videos, están
presentes todos los elementos que podían componer un ambiente de felici-
17 CHÁVEZ, H. Prólogo, XII. Ezequiel Zamora y la Batalla de Santa Inés, Román Martínez
Galindo. Vadell Hnos. Editores, Caracas, 1992.
18 GARRIDO, A. Douglas Bravo, Testimonios de la Revolución Bolivariana, pp. 15-16,
Edición del Autor, Caracas 2002. Guerrilla y Revolución Bolivariana, p. 13, E. del A.,
Caracas, 2003.
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dad sin lujos. Los juegos, muchos juegos, dentro y fuera de la casa, con la
abuela, con Adán, los hermanos y con sus amigos. La educación, los frutales,
las flores, los diversos animales que criaban, los olores de las yerbas buenas
y de las plantas que la abuela sembraba para las comidas. La atención ca-
riñosa de ella y una gran libertad para compartir, imaginar, dibujar, jugar y
disfrutar. También el trabajo compartido para sostener la magra economía
familiar, por ejemplo, vendiendo los ya famosos dulces “de araña” de lechosa,
o sembrando y vendiendo topochos, entre otras actividades de la casa. Asu-
miendo las tendencias hiperbólicas del verbo de Chávez, esa imagen lúdica
de su vida campestre, aun en la estrechez económica, la podemos apreciar
en esta confesión de 2004:
Fuimos unos niños pobres, pero muy felices... La casa era bonita, con
una cocina muy amplia donde la abuela siempre estaba trabajando. Tenía
un patio grande que para mí era el mundo, todo el mundo. Allí lo tenía
todo, y aprendí a caminar, a conocer la naturaleza, los árboles; cómo salían
las flores y después las frutas. Aprendí a comer naranjas, piñas, semeru-
cas, una fruta redondita y roja... Ahí conocí el ciruelo, el mango. Había
aguacates grandotes, y también mandarinas y toronjas. Sembré maíz y
supe cómo se cosechaba y se cuidaba durante el invierno, y cómo se hacía
la cachapa (tortilla dulce de maíz)... el nuestro era un patio de ensueños.
Todo un Universo. Desde pequeños, tanto Adán como yo nos acostumbra-
mos a trabajar a su lado19.
19 ELIZALDE, R. M. y BÁEZ, L., Chávez nuestro, Casa Editora Abril, Testimonios Inéditos,
La Habana, 2004, p. 317.
20 Ibíd., p. 33 y pp. 309-323.
78
El fantasma de la familia Frías
21 BLANCO MUÑOZ, A., Habla el comandante, Fundación Cátedra Pío Tamayo, Centro
de Estudios de Historia Actual/IIES/FACES, Universidad Central de Venezuela, Cara-
cas, 1998, p. 29.
79
De esta declaración se puede inferir que el “carácter fuerte” de las hijas
no fue el único pretexto de la abuela para tirar la maldición sobre las cabezas
de los bisnietos; también debe haber sido provocada por las diabluras cotidia-
nas de los hermanos Chávez Frías, entre finales de la década de los cincuenta
y comienzos de la del sesenta. Es muy probable que el fantasma fuera traído
al hogar por más razones que peleas entre mujeres, como indica la memoria
de Hugo Chávez. De lo que no quedan dudas, en un caso o en otro, es que Mai-
santa dejó algunas deudas afectivas dentro de la familia Frías, que al parecer
no fueron cerradas hasta la tercera y la cuarta generación.
El “carácter fuerte” de las Frías era el resultado de un hecho social.
Ellas constituyeron, en casi tres generaciones, el sostén material, moral y
espiritual de la familia. Claro, a falta de maridos estables. Esta tendencia
fue común en las familias rurales y urbanas hasta mediados del siglo veinte,
agravada en tiempos de guerra civil. En la familia Frías pasó a la historia
como el “carácter fuerte” de las madres y las hijas. Todas por estar “ense-
milladas” con Maisanta. La madre de Chávez registra esta característica
social en una entrevista: “En su casa, lo reconoce con orgullo, impuso un ma-
triarcado. Siete hombres [incluye al marido]... esos los metía yo en cintura,
y todavía los meto en cintura”22.
Luego, está el rol central de la abuela paterna, Rosa Inés Chávez, en
la historia de Hugo y de Adán Chávez. Ella reforzó esa práctica de la mu-
jer sosteniendo lo que el hombre dejaba caer. Por último, el propio Hugo
Chávez, sin proponérselo, se refiere a la misma idea, por otra vía: “En una
ocasión lo comenté con mi hermano: ‘Adán, nosotros no conocimos los abue-
los varones, pues’”. Lo anterior lo relató en 2004, a los autores cubanos del
libro Chávez nuestro:
80
Parecía un designio. Pedro Pérez Delgado también había comenzado y
terminado sus días con la inspiración de tres mujeres, dos reales y una de
fantasía, todas de mucho valor afectivo para él. Su madre, su hermana, por
quienes mató. La tercera mujer fue la Virgen del Socorro, en cuyo nombre se
lanzaba a las batallas. Andrés Eloy Blanco, el poeta nacional más celebrado
de Venezuela, estampó ese aspecto de su vida en el poco conocido Corrido de
Caballería que le dedicó a Pedro Pérez Delgado en los años cuarenta:
El reconcomio
Marta la bisabuela es el primer eslabón del estigma que se fue armando
desde la década del treinta. La sombra de Maisanta la extendió con el tiem-
po a vecinos que se enteraban de su relación con el guerrillero y permitió
que llegara a la siguiente generación entre las décadas de los cuarenta y
los cincuenta a través de la transmisión oral del mismo cuento. Y ese fue el
cuento que comenzó a escuchar un poco más tarde, desde finales de los años
cincuenta, Hugo Chávez, cuando apenas transitaba los 6 y 7 años.
Excepto en esa declaración en la que Chávez recuerda a la abuela Beni-
ta imputando a los nietos la misma maldición que profería contra su hija, en
todas las demás memorias registradas, la versión siempre es la misma: que
la bisabuela Marta le decía a la abuela Benita lo que esta a su vez le tiraba
encima a su hija Elena.
Elena no tuvo hija a quien cargarle la vergüenza familiar en una dispu-
ta que fue sobre todo entre mujeres. Sus seis hijos fueron varones sin solu-
ción de continuidad. Para mayor complicación, cada uno nació exactamente
a los quince meses del anterior, como si hubieran estado marcados por una
determinación matemática. La historia biológica de la familia Chávez Frías
comenzó a modificar el retrato familiar. Ahora estaba dominado por varones.
81
Jamás pensaron que el segundo en línea, Hugo, convertiría el fantasma en
una duda que terminó adoptando un valor político-histórico.
No es un dato menor que a Elena nunca no se le haya ocurrido acusar
a ninguno de sus hijos de ser herederos de un bisabuelo que mataba gente.
Es que para ella Maisanta era una imagen difusa en el álbum familiar: al-
guien despersonalizado en su memoria personal, un abuelo del que no tenía
otra información que la sombría ofrecida por su madre y por su abuela. Un
asunto privado entre las mujeres de la familia. De hecho, en las paredes de
bahareque pintado de las casas de las tres generaciones que van desde los
Infante Frías, en los años veinte, a los Chávez Frías, en los años sesenta,
jamás se colgó un retrato del bisabuelo Pedro Pérez Delgado. Sin embargo,
aun sin la imagen fotográfica colgada en la pared o guardada en el arcón
familiar, para su madre Benita y para su abuela Marta, que lo conocieron
bien, Maisanta fue una presencia dominante difícil de despegar en su me-
moria de mujeres. Aunque lo convirtieran en una leyenda negra. Ellas no
tuvieron en cuenta la sentencia del viejo bolero caribeño: “tu mejor recuerdo
es el olvido”. Es muy probable que en sus memorias femeninas se hayan
mezclado reconcomios personales por las dos actividades que más le dieron
fama a Pedro Pérez Delgado: ensemillar mujeres y matar enemigos.
La historia se tragó las razones personales que tuvieron Marta y Benita
Frías para guardar tanto encono contra Maisanta. Lo que importa destacar
en el objetivo de este estudio biográfico es que esa animadversión dentro
de la familia Frías convivió en extraño paralelo con una imagen opuesta
en el mismo tiempo y lugar históricos. En los pueblos llaneros Pedro Pérez
Delgado se convirtió en una imagen epopéyica preñada de fábulas literarias
y folclóricas.
De lo que no hay dudas es de que, en algún punto de esta historia, la
relación personal de Maisanta con Marta y Brígida se mezcló con su azarosa
vida de hombre armado y levantisco. Ambas mujeres acudieron a hechos de
su vida militar para cobrarle alguna deuda femenina. Una hipótesis posible
estaría en el daño que le hizo a Brígida, Rafael Infante, el primer hijo de
Maisanta, al abandonarla en el desamparo con dos menores, para irse a
Barquisimeto y armar otra familia con matrimonio, apellido y todo. Pero es
solo una hipótesis. Eran resentimientos muy comunes en los cruces familia-
res de esas décadas patriarcales. Nada de qué asombrarse si lo proyectamos
a la vida social.
Chávez, que fue el mejor historiador de la familia, ayuda a adentrarse
en este asunto, cuando les cuenta a Elizalde y Báez, en 2004, cómo hizo para
conocer a su tío-abuelo Pedro Infante, el hijo perdido de Maisanta, hermano
de Rafael, cuñado de su abuela. Fue en 1980. A Chávez se le ocurrió llevarse
a la anciana Ana Domínguez de Lombano, la hija de Maisanta, desde Villa
de Cura hasta las tierras donde su padre había vivido y luchado sesenta
años atrás. Estaba empeñado en resolver el embrollo familiar y resolver
la duda sobre Maisanta. Para ese año, tras casi una década de recorridos
por los llanos y lecturas de documentos históricos, buscando la huella de
82
su bisabuelo, ya Chávez tenía armado el rompecabezas familiar. Conocía al
detalle sus batallas, relaciones, enemigos y amigos del pasado. Había iden-
tificado con cuidado a sus familiares, los legítimos y “los otros”. Ana era un
eslabón fundamental en esa historia. La entusiasmó para hacer el viaje de
unas cinco horas hasta Barinas y Guanare, pasando por los estados Aragua,
Carabobo, Cojedes. Para poder llegar hasta la casa donde vivía Pedro Infan-
te, en un apartado pueblito de Guanare, tuvo que acudir a la ayuda de su tía
Edilia, la única hermana de Elena, nacida de Brígida y Rafael, el hermano
de Pedro. Edilia también vivía en Guanare y sabía la dirección de la casa
del perdido Pedro. Chávez les aporta varias pistas a sus entrevistadores
de 2004: “Ustedes saben que esos asuntos de familia son muy delicados”. Y
agrega malicioso, pero sin darse cuenta de las consecuencias: “Mi papá me
dejó y se fue”. Luego da un paso más y se acerca más al misterio con esta
frase que habla casi por sí sola: “... y no quería saber nada de los Infante”.
Aun con esa barrera que expresaba una vieja malquerencia, Edilia lo
llevó hasta la entrada misma de la casa de Pedro, pero no quiso pasar a
saludarlo. Esto es lo que recuerda Chávez años después de aquel engorroso
encuentro. Y, para despejar dudas de que estaba en medio de un viejo re-
concomio, agrega: “Él no me conoce, porque esa familia nunca nos visitó”24.
Lo que no podía sospechar aquel día del encuentro forzado la tía Edilia
era que aquella visita al tío Pedro, aunque no lo quisiera saludar, resultó, sin
que ella lo supiera, otra forma de compartir la más antigua “presencia” de la
familia: Maisanta. Chávez, guiado por la intuición, comprendió que ese día
había encontrado otro eslabón que lo conducía a Maisanta.
Barinas, la transición
A comienzos del año 1966 Adán, el hermano mayor, se mudó de Saba-
neta a la capital de Barinas para estudiar bachillerato; Hugo seguiría sus
pasos tras el mismo objetivo, aunque con algunas cosas en su cabeza que
Adán no se llevó. Sabaneta, como muchos poblados de provincia, se había
quedado detenida en una fase muy lejana del desarrollo económico social y,
en vez de crecer, decrecía. Para progresar había que emigrar. Eso hicieron
los hijos de Elena y Hugo de los Reyes que se transformaron en vecinos de la
“Manzana B”, sobre la calle Carabobo de la urbanización obrera Rodríguez
Domínguez de la vieja y orgullosa ciudad, fundada en 1576. Una de las po-
cas ciudades de Venezuela donde habitaron marqueses y condes extraviados
de la península ibérica.
Al siguiente año de la llegada del adolescente, 1968, se les juntó la abue-
la Rosa Inés, que no se aguantaba un día más sin ellos. “Los tres estábamos
desesperados. Nos hacíamos mucha falta”, comenta Adán25. Los recibió el tío
Marcos, quien, además de alimentar los sueños artísticos y deportivos del
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muchacho en Sabaneta, multiplicó su casa y sus panes para alojar a su ma-
dre y sus dos sobrinos que querían progresar. Ninguno podía imaginar que
en ese barrio y en esa ciudad Hugo Chávez encontraría el camino que lo lle-
varía a su bisabuelo y, con él, las claves para salir del primer laberinto de su
existencia. En la cadena de hechos, personas y situaciones que condujeron a
ese destino, el tío Marcos es fundamental, tanto como el barrio donde reca-
laron los Chávez. Allí vivía un hombre llamado José Esteban Ruiz-Guevara,
que se iría a convertir en su primer mentor ideológico de carne y hueso. Allí
encontró el grupo de amigos que le dio identidad social, de grupo, contención
y nuevos valores al “venao” que venía de los montes frutales de Sabaneta.
Barinas fue la continuación de Sabaneta, pero al mismo tiempo su nega-
ción superadora y en esa medida el paso de transición indispensable al joven
bolivariano rebelde de las Fuerzas Armadas. Allí Chávez ingresó a una vida
social más amplia y compleja. Se enteró de que existía “la política” y que en
la historia humana era costumbre hacer “guerras” y “revoluciones”. Poco a
poco Maisanta fue ubicándose en un escenario más real. Los cuentos de Ruiz-
Guevara sobre el olvidado caudillo le sirvieron para conformar ese escenario.
También comenzó a entender que además de “buenos” y “malos” había enemi-
gos y amigos que se debatían y se mataban por ideas y proyectos.
El pequeño mundo de los reconcomios familiares se le fue mezclando con
las primeras señales de la historia social. Consolidó los valores de lealtad den-
tro de un grupo juvenil de barrio y colegio, como lo haría cualquier adolescen-
te. Con sus amigos consiguió la fuente más sólida de desarrollo personal; en
ese grupo descubrió, entre otras cosas, algunos de sus méritos diferenciales,
como la improvisación oral, la entonación poética en el canto de coplas llane-
ras, el sentimiento sexual. También disfrutó de la sorpresa de saber que exis-
tía un mundo llamado “historia militar de Venezuela”, llena de héroes de los
que guardaba imágenes difusas o fantasmales como la de Ezequiel Zamora.
Los personajes-héroes apenas percibidos en su escuela primaria en Sabaneta,
de la mano de su padre, de su maestra de ojos verde-azules, Egilda Crespo, y
del maestro Jacinto Silva, también de su abuela Rosa. Bolívar, Zamora, Mi-
randa, Páez comenzaron a adoptar formas y contenidos más reales en sus
proyecciones. Solo faltaba el lugar de Pedro Pérez Delgado, Maisanta.
En ese ambiente nuevo el sueño de ser pintor vivió una mutación. Prime-
ro hizo un intento de acercarse más a él, al ingresar a una escuela de arte en
la que comenzó a formarse en las técnicas del color, la forma y el dibujo. En
horas de la tarde, después de las clases del liceo, asistía a la Escuela de Arte
Cristóbal Rojas, donde al parecer no encontró lo que buscaba. Sus amigos lo
recuerdan entusiasmado por el arte de pintar y dibujar, pero nunca más que
su obsesión por el béisbol. Barinas fue un período de definiciones y caminos
nuevos. Uno de ellos lo hizo cambiar un sueño por otro: casi al año y medio
dejó de buscar fantasías en la paleta de colores y comenzó a penetrar a tientas
en los libros políticos, en el canto y la poesía con su grupo de amigos, y en las
charlas expansivas sobre historia y revoluciones con el viejo Ruiz-Guevara.
84
Un “viejo sabio y comunista”
Todo o casi todo lo que buscaba desde los doce años lo encontró en un
garaje y una biblioteca que pertenecían a un hombre cultivado: José Esteban
Ruiz-Guevara. Allí comenzó a tantear la salida del primer laberinto, el de
Maisanta, y se enteró de señales que lo marcarían para siempre. Ese viejo
sabio y comunista le abriría ambos caminos. Por tanto, no fueron las aulas del
colegio secundario Daniel Florencio O`Leary, donde hizo su bachillerato, los
crisoles de su entusiasmo intelectual, como suele suceder. Tampoco los centros
culturales de Barinas, que además de muy pocos eran de limitados alcances,
en un pueblo apartado de las corrientes culturales del país y el mundo.
Así tenemos que entre los 12 y los 13 años se le aparece en el camino un
mentor intelectual y político. Hasta los 17 años sería su más fuerte referen-
cia cultural e ideológica. Lo sigue siendo hasta el día de hoy, pero de otra ma-
nera, casi como una nostalgia. Ruiz-Guevara quedó en su memoria con una
raíz, sin la cual el árbol no hubiera aparecido. La impronta de Ruiz-Guevara
siempre está presente en el itinerario de Hugo Chávez, por ejemplo, a través
de esta declaración de 1998:
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legendario en Barinas que le metió a Chávez en la cabeza las primeras luces
de la política y le aclaró su más terrible duda?
Fue militante del Partido Comunista desde 1946 y secretario general de
la sección barinesa algunos años antes de 1958, según le contó al intelectual
merideño José Sant Roz en una entrevista del año 200127. Guevara había
tomado notoriedad desde las primeras semanas revolucionarias de 1958,
al aparecer en los diarios entre los primeros de una lista de centenares de
presos de la Dictadura. Pérez Jiménez lo había confinado a la impenetrable
ciudadela selvática de Puerto Ayacucho, al extremo sur de Venezuela, cerca
de la línea ecuatorial. Era el mismo lugar semisalvaje, llamado en su tiempo
“la cárcel del diablo”, donde cuarenta y dos años antes que él Maisanta ha-
bía estado peleando contra el pavoroso gobernante Tomás Funes. Entonces,
en 1921, no se llamaba Puerto Ayacucho, nombre puesto por el régimen de
Juan Vicente Gómez en 1924, el mismo año que Maisanta moría envenena-
do en Puerto Cabello. La ciudad, ubicada entre la selva amazónica, se erigió
sobre el trabajo esclavo de presos políticos que abrieron la carretera para
conectar el sur del país con el río Orinoco a través del pueblo de Samariapo.
Cuarenta y dos años más tarde, otros presos políticos, de otra dictadura, ma-
taban sus días de calor pegajoso en el mismo confín de muerte. Entre ellos
sobrevivía José Esteban Ruiz-Guevara, cultor de la memoria de Maisanta,
hombre fundacional en la historia más vital de nuestro personaje.
Allá lo habían enviado por conspirador comunista, hasta que reventó el
23 de enero y salió, pero para caer nuevamente, esta vez bajo la democracia
de Betancourt. Así, de cárcel en cárcel, en su natal Barinas, donde rompió
con el PC y armó las guerrillas en aquellas sabanas. Fue miembro del 2º
Frente Guerrillero José Antonio Páez, liderado por el legendario combatien-
te Fabricio Ojeda, un ícono de la izquierda hasta 2002, cuando se convirtió
en un héroe nacional rescatado por el gobierno de Chávez. A Ruiz-Guevara
lo derrotaron, pero siguió irreductible. A comienzos de los setenta promocio-
nó la Causa R y siguió dedicado a la política, pero por otros medios. Uno de
ellos fue la investigación documental.
El día que Chávez entró por primera vez a la casa de José Esteban
Ruiz-Guevara no estaba enterado de que se estaba encontrando con uno de
los hombres que más sabía sobre su bisabuelo, como quedó registrado en la
dedicatoria que le hizo José León Tapia en la segunda página de su novela:
A José Esteban Ruiz-Guevara, periodista, cultor de lo nuestro y compañero
de la búsqueda de Maisanta por los caminos del llano. Efectivamente, Ruiz-
Guevara había investigado facetas muy importantes de la vida de Maisanta,
como la batalla de Puerto Nutrias, usando el recuerdo aún vivo de gente que
había participado junto al general Pedro Pérez Delgado. Con esa informa-
ción escribió una novela histórica que se negó a publicar en vida.
Además de servir de memoria para la recopilación que hizo José León
Tapia en El último hombre a caballo, Ruiz-Guevara escribió una novela his-
86
tórica sobre el bisabuelo de Chávez. La llamó Maisanta, el filibustero fluvial,
un dato inseguro que nos había dado en 2005 su hijo menor, el poeta Leo-
nardo Ruiz-Tirado. Con Sant Roz, quien pudo leer trozos del original inédito
en Mérida, pudimos confirmarlo. El 5 de marzo de 2001 me contó por correo
electrónico:
87
poseía una biblioteca con miles de volúmenes. El padre de Ruiz-Guevara se
hizo poeta y estudiante frustrado de medicina, además de un consumado
lector de los libros del abuelo. Del tío paterno se dice que fue el verdadero
progenitor del fundador del socialcristianismo venezolano, Rafael Caldera.
O sea, una familia bien política y metida en lecturas. Fidel Betancourt se
hizo parte de la familia Ruiz-Guevara. Era un hombre cultivado en litera-
tura, historia y algunas lecturas de marxismo, además de eterno enemigo
de Gómez, por lo que sufrió cárcel y destierro. Durante los años de López
Contreras, Fidel Betancourt se hizo director de El Libertador, un periódico
liberal de izquierda. De ese ambiente surgió el primer maestro político de
Chávez. Entonces, tenemos que el adolescente Hugo Chávez recibió infor-
mación privilegiada sobre el bisabuelo maldito de la familia Frías, de parte
de quien había sido criado por su secretario. Esto a los 14, 15 años, cuando
la figura del abuelo comenzaba a transformarse de imagen mala y difusa a
una de sus dos proyecciones heroicas más definidas: el guerrillero Maisanta
y el pelotero “Látigo” Chávez.
El “viejo sabio y comunista” tenía mucha cautela intelectual para tratar
la figura de Maisanta. Reconocía que la obra de Tapia era “amena”, pero no
más. En 2001 le dijo a Sant Roz que El último hombre a caballo “es simple-
mente una reseña de una tradición oral”. Para él no había posibilidad de un
trabajo histórico sobre Maisanta, porque “no hay fuentes”. Por eso prefirió
escribir una novela, en vez de una historia que no podía documentar. “A Pe-
dro Pérez Delgado, Maisanta, lo conocieron mucho mi abuela, mi madre, mi
padre, y el viejo Fidel porque anduvo con él”. En 1992, cuando su discípulo
de Barinas cayó preso por el golpe, decidió publicar en el desaparecido diario
merideño El Vigilante una parte de un capítulo de Maisanta, el filibustero
fluvial. No tuvo trascendencia, quizá debido al corto tiraje de aquel diario y
porque Mérida no fue escenario de la rebelión militar30. Chávez ha llamado
cariñosamente a Ruiz-Guevara “un viejo sabio y comunista”, pero en reali-
dad es la expresión que usan muchos habitantes de Barinas para identificar
al antiguo militante de barbas y conocimientos tupidos.
Barinas no fue un centro de la política venezolana en los años sesenta.
Desde las devastaciones de la Guerra Federal y el caudillismo, entre media-
dos y finales del siglo XX, se había convertido en una provincia detenida en
el tiempo, llena de olvidos, aunque enriquecida por recios joropos, grandes
músicos y un acervo maravilloso de mitos y leyendas campesinas. La pobla-
ción de su capital, donde se formó Chávez, no superaba las 60.000 almas.
Su tradición mitológica es tan fuerte que debe ser uno de los pocos lu-
gares del planeta donde se le rinde honor a un machetazo. En la actual Casa
de la Cultura de la ciudad (antigua cárcel colonial) se puede apreciar un
enorme portón colonial de madera donde el general José Antonio Páez algu-
na vez encajó su machete filoso en una reacción de furia. Páez fue el máximo
héroe militar de Venezuela después de Bolívar, convertido luego en agente
88
de “La Cosiata”, el ala conservadora desde 1830, cuando el Libertador y la
revolución ya estaban en retroceso. De hecho, Páez lo expulsó ese año del
país y se convirtió en el primer presidente de la República en 1831.
Tanto Páez como Ezequiel Zamora fueron –y siguen siendo– las dos
figuras medulares en la memoria barinesa. Siglo y medio después de ellos
Chávez intenta darles continuidad, sobre todo por el deseo manifiesto de
muchos adláteres oficiales de Barinas, algunos familiares y el sedimento
clientelar de un sector de la población. El líder nacionalista de ahora se
nutre y acude con frecuencia a la raigambre heroica de la ciudad, de cuando
fue próspera.
De su esplendor pasado testimonia el cronista Alberto Pérez Larrarte,
amigo de José Esteban Ruiz-Guevara. Barinas fue hasta la Independencia
“una de las más opulentas, ricas y florecientes provincias de la Capitanía
General de Venezuela”. Fue escogida para el asiento de algunos condes y
marqueses. En un territorio del Reino donde no predominaron mortales de
“sangre azul”, como en Argentina, Brasil y México. “Barinas –recuerda Pé-
rez Larrarte– recibe la guerra de independencia con sus llanuras colmadas
de ganado vacuno y caballar”.
La histórica ciudad es célebre por haber sido la fuente del Decreto de
Guerra a Muerte, proclama programática con la que Bolívar reordenó objeti-
vos, infundió moral en sus filas y derrotó a los realistas poco tiempo después.
La ciudad fue, hasta el primer tercio del siglo XIX, “la segunda capital de
Venezuela”31.
Barinas no era un emporio económico ni cultural cuando Chávez llegó.
Sin embargo, fue su pista de despegue para romper con el atraso secular de
Sabaneta y encontrar rumbos sociales, intelectuales y políticos más eleva-
dos en Caracas, Valencia y Maracay, centros de difusión cultural durante
los setenta. Entre 1962 y 1964 Barinas fue alterada por la aparición de una
militancia estudiantil nueva proyectada desde esas tres ciudades centrales,
y de otras ciudades más politizadas como Coro y Barquisimeto. También por
la aparición del 2º Frente Guerrillero, en el que combatió Ruiz-Guevara. En-
tre enero y febrero de 1962 comenzaron las primeras acciones armadas en
Venezuela, inspiradas en el éxito cubano de 1959, que llevó a la división del
partido Acción Democrática y del Partido Comunista. El frente insurgente
de Barinas fue creado entre junio y julio de 1962.
Otro personaje que le dio resonancia a Barinas fue José Gregorio Álva-
rez, conocido en la historia política nacional como el “Tuco Goyo”, destacado
líder estudiantil comunista, uno de los primeros desaparecidos y asesinados
que cargó a su cuenta la democracia autoritaria de Rómulo Betancourt en-
tre 1959 y 1964. A la guerrilla no le fue bien en Barinas. Sus combatientes
fueron diezmados con rapidez, pero dejaron una huella que se constitui-
ría en biográfica para Hugo Chávez, diez años después, en 1974: un auto
31 PÉREZ LARRARTE, A., Papeles del cronista, Fondo Editorial “Don César Acosta”,
Barinas, 2005, pp. 63- 65 y 76-78.
89
abandonado lleno de libros. Libros y guerrilleros que fueron más que eso;
significaron señales que alteraron su existencia, metido como estaba en el
segundo laberinto de su historia. Para él fue como “un punto de encuentro”
con otras cosas.
El ambiente político al que ingresó el joven Chávez en 1967 no estaba
cruzado por estos hechos candentes y polarizadores de la vida social y la
conciencia personal. Más bien, cuando llega a Barinas, después que Adán,
ya la guerrilla estaba derrotada y la izquierda contenida. Incluso José
Esteban Ruiz-Guevara ya no andaba huyendo; atravesaba por la misma
crisis de definición que vivía el resto de la izquierda después del fracaso
guerrillerista.
En ese trance ideológico lo encontró el recién llegado de Sabaneta cuan-
do comenzó a escucharlo y convertirse en su discípulo más soñador. La im-
pronta personal de Ruiz-Guevara, desde ese punto crucial de reflexión en la
izquierda venezolana, se convertiría en un dato clave para la comprensión
del futuro líder del nacionalismo bolivariano.
En esos cinco años, 1967 a 1971, las barbas ideológicas de Ruiz-Gue-
vara le resultaron una fuente ideal de conocimientos para un imberbe que
buscaba luces en las penumbras provincianas. Pero al mismo tiempo, con
Ruiz-Guevara aprendió a dudar y conoció que el sueño revolucionario esta-
ba cruzado de contradicciones y derrotas. Fueron dos señales de la misma
fuente, en el mismo tiempo político, tomadas de la generación de apoyo: am-
bas fundamentales para comprender los derroteros del Chávez posterior.
Por ejemplo, los de 2002 y 2007.
Por suerte, además de su experiencia militante, Ruiz-Guevara era pro-
lífico en conocimientos históricos, culturales y científicos. En la UCV se ha-
bía especializado en periodismo científico. Fue autor de una veintena de
libros de historia, política, arqueología, antropología y crónica periodística.
A finales de los años cuarenta fue el primer “enviado especial” del diario El
Nacional, el vespertino político comercial más importante del país hasta
abril de 2002, fundado por dirigentes acaudalados del Partido Comunista
en asociación con un grupo capitalista caraqueño. También fue el primer co-
rresponsal de Tribuna Popular, el semanario del PCV desde 1946 hasta que
cayó preso en 1956. Figura como cofundador de la Asociación Venezolana de
Periodistas. “Era el intelectual del pueblo”, así lo define Leonardo, su hijo,
en 2006, definición con la que coincide el cronista Alberto Pérez Larrarte, en
su pequeño libro Papeles del cronista32. Un retrato de este mentor de Chávez
lo dio un cronista de la región llanera de Araure en 2005, poco antes de que
muriera:
90
y pequeñas notas... El pelo, liso y brillante hasta la médula, peinado hacia
atrás sobre un cuello corto, alargando con singular esfuerzo una cabeza
apuntada hacia arriba con su barbilla apelambrada de una barba que le
cubre más de la mitad de un rostro de ojos saltones, cerrados deliberada-
mente para la expresión afirmativa33.
33 BOLÍVAR, W., Cronista de la Ciudad de Araure, Barinas, 2005, prólogo al libro Ara-
ñazos al tiempo, 1944, de J. E. Ruiz-Guevara (Conde Cagliostro), Fondo Editorial Don
César Acosta, Instituto Autónomo Municipal del Patrimonio y Acervo Cultural, Oficina
del Cronista y Fundación Museo de Barinas, 2005, p. 8.
34 Entrevista con José Esteban Ruiz-Guevara, La Razón, 17 de agosto de 2001.
91
Guevara, José Vicente y Luis Miquilena fueron la marca dominante de ese
bienio inaugural. No se equivocó, aunque ambos personajes son distintos en
ética y política.
Pero nadie es perfecto bajo este sol. Como tantos otros políticos y ana-
listas en 2001, se equivocó feo ante el riesgo de golpe, que ya se anunciaba,
pero pocos creyeron hasta que llegó el 11 de abril. Creyó que no era posible:
“En primer lugar aquí no hay quien lo pueda dar. Esas cosas no son más
que elucubraciones para entretener los programas de opinión en los medios
de comunicación”. Resultó al revés, tanto en el golpe como en el rol de los
medios35.
Sus ácidas críticas al primer gobierno de Chávez no le impedían demos-
trar su admiración y respeto por el discípulo que conoció adolescente en Ba-
rinas: “En este siglo América Latina ha parido dos hombres extraordinarios:
Fidel Castro Ruz y Hugo Chávez Frías, y es enorme el papel que ya le está
tocando jugar en este siglo al presidente”36.
Además de Hugo y Adán, de las tertulias en la casa del viejo Ruiz-Gue-
vara participaban Wladimir y Federico Ruiz-Tirado, sus dos hijos mayores.
Y no faltaba de vez en cuando el menor de los Tirado, Leonardo, un poeta
vocacional que compartió con Hugo los sabores espirituales de las musas
del alma.
En 2005 a Leonardo se le escapó una expresión muy útil para compren-
der al muchacho que conoció antes de 1970: “Chávez era sobre todo un poeta,
es la imagen que guardo de él en su adolescencia”. Chávez, que lo miraba
escapándose del liceo para entregarse a la lectura de poesías, solía decirle a
Leonardo: “¡Cómo te envidio!”, cuenta37.
A la casa de Ruiz-Guevara fue llevado por Wladimir Ruiz-Tirado, cua-
tro años mayor, su amigo más cercano en esa familia. En realidad, terminó
introduciéndose de la mano de la amistad y las ideas del grupo de amigos
que se formó entre el liceo, el béisbol, la plaza del barrio y la casa de los
Guevara. En esos años, a sus 13 y 14, solían decirle “Tribilín”, por lo flaco y
enjuto, aunque, al contrario del muñequito yanqui, Hugo era reservado, ob-
servador y buscador de sueños. “A veces se quedaba perplejo”, esto fue lo que
le vino a la memoria a Federico en 2006. El viejo Ruiz-Guevara lo recuerda
por el lado que más le gusta:
35 Ibíd.
36 Ibíd.
37 GUERRERO, M. E., Leonardo Ruiz-Tirado. Entrevista con el autor, 2005.
38 Entrevista con José Esteban Ruiz-Guevara, semanario La Razón, 17 de agosto de 2001.
92
A este reducido grupo formativo comenzaron a integrarse otros amigos
aparecidos en el liceo O’Leary, casi todos oriundos de pueblitos dispersos de
Barinas: otros “venaos”. Uno de ellos, parte de esa etapa pero no del grupo,
fue Luis Reyes Reyes, que ingresó por la puerta grande de la política, en
1992. Este muchacho de piel morena no era barinés ni perteneció al grupo
de los Ruiz-Guevara. Su apellido, similar al del padre de Hugo, solo es una
casualidad. Luis se vino con su familia desde el lejano oriente caribeño del
país porque su padre logró un empleo entre el pequeño proletariado petro-
lero de Barinas, donde exploraba la Mobi Oil. Reyes Reyes terminó siendo
un personaje importante en la historia de Chávez. Estudiaron bachillerato
y jugaron béisbol juntos en la adolescencia, y juntos se fueron a la Academia
Militar en 1971 donde se volverían a encontrar como si estuvieran predesti-
nados a seguirse encontrando en lo que vino después.
Esa relación histórica fue base de la confianza que los reunió en la cons-
piración pocos años después y que mantiene a Reyes Reyes como uno de los
pocos oficiales que fundaron el primer núcleo y no rompieron con Chávez en
1992, en 1998 ni en 2002. Si bien no pertenece al grupo de iniciación alre-
dedor del viejo Ruiz-Guevara, conocido en los anillos del poder como “Grupo
Barinés”, Reyes Reyes lo acompaña de cerca desde la Gobernación del es-
tado Lara. En ese aspecto se aproxima a los que se reunían, con espíritu de
cófrades, en la casa del jefe comunista.
En la abarrotada biblioteca y en el garaje acondicionado como sala de
estar de la casa de los Ruiz-Guevara, el adolescente Chávez lo escuchaba ho-
ras enteras sin pestañear. “Casi nunca preguntaba nada a mi papá, siempre
estaba calladito escuchando con los ojos abiertos”, contó Federico en 2005.
El viejo les hablaba hasta el cansancio de historia, política, literatura,
guerras, libros, héroes nacionales y revoluciones perdidas. Los hacía leer
libros “adultos” como El príncipe, “pero el prologado por Napoleón Bona-
parte”, exigía Guevara; el Contrato Social, de Rousseau, Mi delirio sobre el
Chimborazo y La Carta de Jamaica, de Simón Bolívar, entre otros de igual
calibre. También miraban algunos sueltos de Lenin, Plejánov, Engels, Marx,
Mao; algunos autores marxistas nacionales, como el filósofo venezolano Er-
nesto Maiz Vallenilla, el economista Salvador de la Plaza o el historiador
Federico Brito Figueroa, y latinoamericanos, sobre todo de Argentina, Chile,
Cuba, Perú y México. Además, los infaltables textos de historia militar vene-
zolana. Leonardo recuerda que a Chávez le atraían mucho “los documentos
históricos y los documentos originales que mi viejo había encontrado en vie-
jas casonas de Barinas”.
Los encuentros comenzaron por ser esporádicos. Algunas tardes, des-
pués del colegio, o de a ratos durante los fines de semana. Siempre, bajo el
sopor de los calores del llano y al son del cuatro y las maracas. Con el tiempo,
las reuniones se hicieron habituales, más desde que los muchachos le fueron
tomando el gusto a la política.
Cuando Chávez y sus amigos franqueaban los 15 y 16 años, ya parti-
cipaban de algunas actividades de rebeldía. Ruiz-Guevara pasó de ser una
93
referencia a constituir una figura de orientación ideológica más definida.
“Estuvimos muy influenciados por José Esteban, que tenía una biblioteca
muy grande: El Capital, de Marx, las obras de Lenin, Platero y yo...”39. El
profesor Sant Roz, en el reportaje citado, recuerda:
39 Jesús Pérez, entrevistado por Marcano y Barrera en Chávez sin uniforme, p. 56.
40 Habla el comandante, p. 398.
94
crítica de escala, como lo hicieron otros autores en Perú, Argentina y Chile,
o Perry Anderson para las cinco generaciones del marxismo occidental.
En todo caso, los tres elementos que hemos mencionado le sirvieron
al adolescente Chávez para convertirse en un nacionalista radical, no un
marxista, aunque su primer guía fuera “un viejo sabio y comunista barinés”.
95
El ídolo y la muerte como estigma
41 ELIZALDE, R. M. y BÁEZ, L., Chávez nuestro, Casa Editora Abril, Testimonios Inédi-
tos, La Habana, 2004, p. 323.
42 BAUZÁ, p. 17.
97
Vivió aquella pérdida con el mismo dramatismo que más de treinta
años después le daría a las horas aciagas del golpe de abril de 2002, cuando
la soledad del poder perdido lo reencontró con sus fantasmas, desde el sacri-
ficio en las barricadas hasta el suicidio tipo Allende. Todo fue evaluado esa
noche de abril. En pocas horas, el silencio y el encuentro mediúmnico con
sus héroes tutelares, en un salón de Miraflores, le removieron las corrientes
profundas de su conformación adolescente. Esta vez las palabras invocato-
rias no las puso Chávez, sino su ministro de Planificación y tutor intelectual,
Giordani, que dijo, cuando se lo llevaron preso del Palacio de Miraflores: “Es
la victoria de la muerte”43. Chávez marcó la fecha de la muerte del ídolo beis-
bolero cada 16 de marzo durante cinco años seguidos. Más aún, le inventó
una oración que rezó en muchas noches de reflexión solitaria en Barinas.
El mismo fantasma aparece en el conocido documental Con los pobres
de la tierra44. Allí habla de su muerte probable pero en una relación cons-
tructiva con el movimiento social que lo sostiene en el gobierno: “Yo puedo
morir, morir por alguna razón, pero el movimiento tiene que seguir”. En este
caso, le da una salida progresiva a la muerte, en un momento en que sus
enemigos amenazaban con asesinarlo, luego de la derrota que sufrieron en
el Referéndum de agosto de 200445.
En el caso de la muerte de su ídolo deportivo en 1967, no tenía una pers-
pectiva social para evacuar su angustia. Al contrario, a sus 14 años andaba
enfrascado entre la duda terrible sobre su bisabuelo y las alteradoras reve-
laciones ideológicas de José Esteban Ruiz-Guevara. En este primer hecho
doloroso debe estar el origen del sentido de la muerte como sacrificio que
desarrolló con los años. Su maestro en historia militar, Jacinto Pérez Arcay,
se lo descubrió en sus años de cadete. Luego, recordó su manifestación cuan-
do se encontró con Chávez poco después de salir de la cárcel, en 1994: “Él
mencionaba mucho la muerte, en el sentido martiano, como un sacrificio... y
le dije: ‘Mira Hugo, yo creo que tú te estás enamorando de la muerte. Tienes
que mencionarla menos, alejarte un poquito de ella’”46.
La muerte se le convirtió en su “compañera de viaje” desde que ingre-
só a la cárcel, sobre todo desde que salió. Chávez ha contado que pasó casi
cuatro años con temor al asesinato. Primero, dentro de la celda, luego en sus
años de militancia “ultrosa” de 1995 a 1997. Pero ya le había asomado su
rostro pétreo en enero de 1992 cuando un grupo de capitanes que también
conspiraban junto a él quisieron ajusticiarlo por “inseguro”, como dijeron. Lo
98
que no se puede decir es que haya vivido asediado por el riesgo de asesinato,
como vivió Fidel Castro hasta comienzos de los años setenta.
En el libro Cuentos del Arañero, editado en Caracas por Vadell Hnos.
en 2012, donde se recopilan sus graciosos relatos orales en Aló, Presidente,
sobre su vida provinciana, su infancia y su familia, Chávez se encuentra
con la muerte en varias oportunidades, aunque sea en código de humor. El
libro comienza con el cuento “del arañero” Chávez, según el cual cuando
tenía menos de un año fue casi deglutido en su cuna de bebé por una enor-
me serpiente que en Venezuela se llama “tragavenao”. A lo largo del libro
refiere varias veces sus personales encuentros con la mujer de la guadaña.
Como advierten los autores cubanos que hicieron la recopilación, no está
descartado que buena parte de esos “cuentos” sea inventada por el propio
Chávez, haciéndole honor a su condición de llanero. Como buen cultor de la
imaginación y la oralidad, creo que Chávez se habituó a la recreación de sus
vivencias, sean estas propias o ajenas, reales o de la imaginación. En su caso
constituye un rasgo cultural decorativo sin el cual Chávez no sería Chávez y
perdería ese toque divertido, ingenioso, genuino, digamos garciamarquiano,
de su vida pública.
Pero nada como el asalto que tuvo a comienzos del mes de junio en La
Habana cuando el especialista le informó que tenía cáncer en el bajo vientre.
Ese día la realidad, siempre dominante, superó al “sentido martiano” de la
muerte, al fantasma de la DISIP siguiendo sus pasos adonde iba, la condena
del Estado Mayor y Carlos Andrés Pérez, o la risueña sorpresa de Adán di-
ciendo a la abuela Rosa que Huguito se había muerto jugando.
Esta vez, Hugo Chávez tuvo que ponerse frente a su propio espejo como
lo hacen ciertos humanos notables una vez en la vida. Desde ese día cambió
un aspecto de su visión del mundo. Él sabe que en adelante será más limi-
tado. Que esa sombra pétrea lo acompañará como a todos los héroes de la
historia. Ya no podrá entregar sus energías desatadas para ganar todas las
campañas electorales de su gobierno, ni podrá seguir siendo el “alcalde de
toda la nación”, como en 2005 Fidel le aconsejó que no siguiera siendo. Que
su psicodinamia reducida por el riesgo de muerte incidiría en la dinámica
de todo el régimen. El mismo fantasma le dijo al oído que debía modificar
su estilo personal de gobernar. Ya no podrá sacar de la cama a ministros o
viceministros a las dos de la madrugada para que acudan al Palacio a aten-
der tareas que se le ocurrieron a esa hora, ni desbocarse por los cerros de
Caracas atendiendo lo que algunos de sus funcionarios no atienden, y menos
someterse a la presión de reuniones internacionales agotadoras.
Si es verdad que la muerte fue una “compañera de viaje” de Chávez des-
de la muerte perturbadora del “Látigo Chávez”, ahora podría convertirse en
una “compañera de vida”, oxímoron que habla de la paradoja de un hombre
cuyos desafíos nacionales e internacionales le exigen más vida que la que
tiene desde junio de 2011.
Quizá fue eso lo que no pudo evitar: que el mundo viera la noche que
leyó de “una sola pasada” el informe político que relataba algunos detalles
99
de su cáncer. Pocas veces más serio que esa noche, su rostro reflejaba grave-
dad fáustica. Contradicción ante la presencia inocultable de una enferme-
dad asociada con la muerte. Aunque muchos, como el ex presidente francés
François Mitterrand o el paraguayo Fernando Lugo, pudieron gobernar con
esa amenaza en el cuerpo. El de esa noche fue el primer discurso escrito de
Chávez en su historia de discursos sin libreto. “Yo no leo discursos”, había
dicho a los 24 años en un cuartel de Maracay. Pues la “vida” le jugó una
carambola. Quizá, hasta esa noche de espejismos en La Habana, la imagen
de la muerte no se le había aparecido vestida de verdad. Estaba obligado a
verla de frente, como nos ocurre a todos alguna vez.
Aparentemente, Chávez es consciente del peso de ese elemento en su
personalidad: “¿Sabe –les dice a sus entrevistadores cubanos en 2004– que
a mí el dolor siempre me ha dado por escribir? Particularmente ese dolor de
ausencia definitiva, ese dolor que es espiritual, pero también es físico”47. En
efecto, en sus poemas más inspirados por el dolor de la muerte, él siempre
se coloca como un destinatario.
Es posible que este sentido cercano de la muerte, tan natural en la na-
turaleza humana, esté más atrás en su memoria personal. Puede ser que le
haya nacido el día que lo dieron por muerto de verdad. Ocurrió en Sabaneta,
una mañana del Día de Reyes, cuando andaba por los 8 años y había salido
con Adán a comprar unos regalos. Iban corriendo por una de las cuatro calles
de Sabaneta y, cuando trataron de adelantarse a un camión, Hugo, que corría
detrás, se tropezó, cayó y pegó el canto de la nariz contra el filo de una vere-
da. El prolongado desmayo y la sangre asustaron tanto a Adán que corrió a
gritarle a la madre y a la abuela que a “Huguito lo había matado un carro”48.
Todo el pueblo lo dio por muerto hasta que despertó y siguió viviendo.
Este rasgo dramático que acompaña a Chávez nunca se ha despegado
de su buen humor, una mezcla incompatible en otros personajes, salvo en
mamadores de gallo y fabuladores similares como Gabriel García Márquez.
El 1º de agosto se divirtió mostrando su cabeza rapada por televisión, des-
pués de la primera sesión de quimioterapia. Contó, como si estuviera entre
amigos y como si no tuviera una enfermedad mortal, que ahora se parecía
a Yul Brynner, el famoso actor que le trajo su memoria setentista. “Saldré
como Yul Brynner”, dijo, riéndose, delante de sus ministros en un acto oficial
de juramentación a dos nuevos titulares del Gabinete. Como casi todo buen
acto de humor, sirve como relajante psíquico y como velo del alma.
A sus biógrafos enemigos, Barrera y Marcano, tanto trascendentalismo
los convenció de que se trata de un obseso que se cree “señalado por un des-
tino de grandeza”49. A pesar de estos biógrafos, la realidad es más simple. En
1971, cuando fue al cementerio caraqueño a “hablar con la tumba” de Isaías
“Látigo” Chávez, estaba actuando el mismo muchacho inspirado y mediúm-
47 Ibíd., p. 330.
48 Ibíd., pp. 334-335.
49 Chávez sin uniforme, pp. 69-70.
100
nico que soñaba y proyectaba a los 16 años o el jefe de Estado que acostum-
bra rememorar esos hechos cada vez que puede. Es el mismo Chávez que va
y vuelve por los vericuetos de su historia personal, vericuetos que lo fueron
llevando de laberinto en laberinto, desde que escuchó a los 7 años que su
bisabuelo había sido un asesino.
Son las mismas razones esenciales que lo convencieron de hacer a los
14 años el primer juramento de su vida, una práctica que veremos aparecer
en momentos clave como 1982, 1989, 1992, 2002, 2004 y 2009. El juramento
lo proclamó en medio de la oración que le escribió a Isaías Chávez; en ella
le prometía “que sería como él”50. La historia, especialmente cuando se trata
de personalidades, suele ofrecer mutaciones y cambios de apariencia miste-
riosa. Chávez cambió sus sueños de ser pintor y deportista por el ideal de
la política. Eso no estaba previsto en su horóscopo personal. Se le fue apa-
reciendo en su vida en una cadena de circunstancias, personas, lecturas y
contextos sociales que él no podía manejar. Dos eslabones clave fueron José
Esteban Ruiz-Guevara y su grupo de amigos de Barinas.
101
El “grupo barinés”
103
mano izquierda apoyada en el hombro derecho de Hebe de Bonafini. El re-
sultado fue una lista que lo sorprendió: 17 políticos, 5 filósofos de la antigüe-
dad, 2 poetas, 5 ministros de su gabinete, 4 presidentes latinoamericanos
y 22 escenarios donde recreaba los cuentos que echaba sobre ellos51. Esta
matemática de la memoria de Chávez nos recuerda la impresión que le dio
a Gabriel García Márquez en 1999, cuando habló con él en un avión que los
traía a Caracas: “Tiene un gran sentido del manejo del tiempo y una memo-
ria con algo de sobrenatural que le permite recitar de memoria poemas de
Neruda o Whitman, y páginas enteras de Rómulo Gallegos”52.
El de Barinas no era un grupo formal, institucionalizado. Esto impide
definirlo como un grupo “político” o “cultural” de esos que abundaban en
aquellos años adonde uno acudía con curiosidad para iniciarse en política.
Para él, un “venao” de Sabaneta, tímido y soñador, resultó un sucedáneo de
varias fuentes formativas a la vez. En sus encuentros aprendió los princi-
pales valores de la vida social a través de la amistad y los primeros tanteos
del compromiso social. Entre los 14 y los 17 años participó de actividades de
propaganda política o asistió a marchas y actos de la izquierda local. Pero no
significó una relación regular ni orgánica.
Su padre, que era miembro del partido socialcristiano COPEI, y anduvo
un rato por el nacionalista Movimiento Electoral del Pueblo, no influyó ideo-
lógicamente en Chávez, lo que sugiere una débil relación entre hijo y padre.
Ni siquiera el activismo de algunos de sus mejores amigos, dentro y fuera
de la familia Ruiz-Tirado, lo motivaron a ingresar a una de las células de la
Juventud Comunista, la única izquierda organizada en Barinas a finales de
los sesenta.
Uno de esos activistas fue Rafael Simón, organizador de la JC, una per-
sonalidad sólida a corta edad que dirigía con soltura la agrupación juvenil;
otro fue Wladimir Ruiz-Tirado, que estaba bien formado en algunos libros
marxistas de su padre e influyó bastante en el curso izquierdista que siguió
Adán en el MIR y en el PRV luego, también en Chávez de otra manera. Am-
bos, Rafael Simón y Wladimir, constituyeron referencias muy cercanas para
el joven Chávez. Muchas veces salió con ellos a pegar afiches, a escuchar
algunas charlas o a “tirar piedras” contra la guerra de Vietnam, que era un
motivo frecuente. O cuando había que repudiar acciones represivas de la
democracia venezolana, que cada tanto asesinaba dirigentes opositores de
izquierda y derecha.
Un muchacho perdido en la historia de Chávez, con el que compartió “la
política” en sus años adolescentes, fue Enrique Caballero, aunque no perte-
necía al “grupo” ni participaba de las tertulias en la casa de Ruiz-Guevara.
Caballero vivió tres años en la casa de los Chávez. Su condición de “venao”
pobre venido de otro pueblito del interior de Barinas lo llevó, favorecido por
104
las relaciones de amistad entre sus familias, a compartir un cuarto en el
hogar de Hugo. A finales de los años sesenta se convirtió en presidente del
Centro de Estudiantes del O’Leary. Se hizo de izquierda, aunque él mismo
confiesa que estaba bastante influido por el partido socialcristiano COPEI.
Solía sostener largas conversaciones con Hugo en su cuarto. Hablaban de
política, de chicas y de sueños revolucionarios, nada extraordinario en una
generación cuyo segmento de izquierda cultivó ídolos, héroes y utopías. En
la conversación que sostuve con Caballero en un viejo bar de Barinas en
2005, recordó con facilidad las conversaciones que hacían en el cuarto sobre
“la revolución” y “el pensamiento universalista de unidad latinoamericana”:
105
Amigos y de izquierda
Todo indica que durante la adolescencia sus energías estuvieron concen-
tradas en tres o cuatro zonas vitales de su existencia: el béisbol, la escuela
de pintura, entre los 12 y los 14 años, y los estudios secundarios. Podríamos
agregar otra. Al poco tiempo, sobre los 14 y 15 años, fue cayendo víctima de
la ingobernable seducción de la lectura. Un hábito aprendido en Sabaneta
en la familia y en la escuela, pero consolidado en Barinas en la biblioteca de
Ruiz-Guevara, entre otras razones por el peso que tuvo él en su formación.
Su pasión por leer libros se desarrolló bajo modalidades obsesivas, “leía
todo lo que caía en mis manos sin orden ni sistema”, ha confesado varias
veces. Quizá buscaba en ellos lo que no encontraba en la realidad política
nacional, dominada en esos años por la derrota y la capitulación de las gue-
rrillas. Quizá porque le contenía –o expandía en la ficción del acto de leer– al
poeta que llevaba por dentro y no sabía como hacer andar. O, quién sabe, por
la simple razón de que los libros alimentaban sus sueños de progreso y las
proyecciones en sus ídolos. Es probable que haya operado una combinación
desigual de esas tres motivaciones. Lo cierto es que comenzó a manifestarse
en él un aceleramiento mental con toques obsesivos en sus relaciones con
los amigos y los libros. Una suerte de ansiedad sin regulación, provocada por
la afanosa necesidad de saber todo al mismo tiempo, la irrefrenable pasión
beisbolera y su creciente devoción por héroes nacionales. Una proyección
tras otra en una generación que vivía imaginando futuros.
José Esteban Ruiz-Guevara fue fundamental en el hábito de la lectura
desde su casa-ateneo, no hay duda. Pero también fue alimentado desde fuen-
tes más sociales, como el liceo, los amigos y la prensa, que traía noticias como
las que suele recordar Chávez en sus frecuentes alocuciones presidenciales.
La cultura política mediática de esa generación explica que el Chávez de
50 años o más recuerde imágenes políticas imperecederas de aquellos tiem-
pos, difundidas por los noticieros de radio y televisión, dos fuentes inevitables
a la hora de valorar a alguien como él. “Había una gran discusión política y
muchas lecturas. Ahí me fui interesando por el tema social...”, les dijo a los
autores de Chávez nuestro, y agrega esta imagen de su memoria, que mejor
es creérsela porque no hay manera de saber si fue real:
Aquel grupo de barrio al que perteneció Chávez se fundió con las con-
versaciones interminables en clubes sociales como el Noches de Hungría y
otros, y un sentido de pertenencia generacional y telúrico, propio en gente
106
de provincias aisladas. No es una casualidad que ese grupo humano sea
el único con el que no ha sufrido rupturas dolorosas hasta comienzos del
año 2011. Sigue compartiendo con ellos las viejas canciones llaneras que los
juntaron en el barrio de Barinas y los recuerdos adolescentes como si fuera
ayer. Chávez, ya presidente, suele sorprender a sus amigos en el lugar del
mundo donde estén, con una llamada telefónica que comienza con un joropo
o un pasaje llanero a las seis de la mañana56.
De los siete amigos con los que se formó en este grupo de Barinas, to-
dos hicieron militancia política, mucho o poco, en alguna organización de
la izquierda venezolana. Wladimir Bustamante, dos años mayor que él se
hizo pedagogo, pero militó en la Juventud Comunista, al igual que Wladimir
Ruiz-Tirado y su hermano Federico, que también se hicieron miembros de la
organización estalinista por poco tiempo. Poco después, estos dos hermanos
junto con su padre fundaron en Barinas la emergente organización Causa
R, otra de las derivaciones nacionalistas del Partido Comunista a finales de
1970. A mediados de los setenta, el inquieto suboficial Chávez se reunió con
el gurú de la Causa R, el ex cuadro guerrillero comunista Alfredo Maneiro
en un apartamento de Maracay. Federico Ruiz-Tirado sostiene que fue él
quien los juntó, pero otras fuentes dicen lo contrario. Maneiro es una de las
líneas de continuidad entre una y otra etapa de la embarazosa vida política
de Hugo Chávez. Además de recordarlo cada vez que la ocasión lo demanda,
varias instituciones llevan su nombre. La colección de ensayo de la editorial
más grande del Estado, El Perro y la Rana, le rinde homenaje.
Iván Mendoza, técnico de profesión, con la misma edad de Chávez, fue
miembro del MIR. Desde 1999 lo acompaña en el gobierno. Le sigue Jesús
Pérez, geógrafo egresado de una universidad de Francia, que también militó
en el partido fundado por Domingo Alberto Rangel, Sáenz Mérida y Moleiro.
Luego ingresó a la Causa R, partido del que fue corresponsal en París. Pérez
mantuvo relaciones laterales con algunas corrientes del trotskismo galo que
le sirvieron para contarle a Chávez, desde mediados de los noventa, que
existía una teoría llamada de la “Revolución Permanente” y un tipo al que le
habían clavado una piqueta de alpinista en la cabeza por pensar diferente.
Luego tenemos a Wilfredo Rodríguez, un izquierdista sin partido como
Chávez, conocido en el grupo de Barinas como “el gran jodedor”, el que los
hacía reír a toda hora con sus chistes, sátiras y chanzas casi patológicas. Por
último, Ángel Rodríguez, graduado de médico, en 2005 dirigía un hospital
caraqueño, pero en sus años mozos también pasó por el MIR.
Por supuesto, no puede faltar en este retrato ideológico su hermano Adán.
Primero militó en el MIR, luego se fue a un grupo más radical llamado en su
momento PRV-Ruptura, derivado de la guerrilla, conducido por el sempiterno
Douglas Bravo. Chávez reivindica la influencia de su hermano mayor como
determinante en el curso que tomó su vida política57. Sin embargo, cuando
107
enhebramos su historia formativa, Adán aparece como un eslabón de fuerte
rasgo sentimental, más que en lo ideológico. Sus fuentes políticas en esta par-
te de su vida se encadenaron de una manera más compleja.
Una característica de Hugo Chávez, vista a la distancia de aquella eta-
pa adolescente, con su grupo de amigos todos de izquierda, es que él prefirió
asumir una conducta sincrética. Tomó lo que más le entusiasmaba de cada
una de las ideologías que conocía. Y así comenzó su propio camino entre la
penumbra.
108
Aquellas Noches de Hungría
Me sentía muy bien en ese grupo. Nos íbamos, por ejemplo, a un bar
de muchachos, cerca de la casa de mi mamá. Particularmente a uno que se
llamaba Noches de Hungría, o el Capanaparo, donde cantaba Betsaida Vol-
cán, una mujer bellísima. Estaba naciendo el MAS y yo andaba por ahí58.
109
nezuela, mejor conocido como “El rey de la bandola”. También figuran en sus
memorias el padre del gobernador de Barinas en ese tiempo, Don Carrero; el
doctor Orsini, que había sido un cuadro guerrillero del PC; el “Indio” Tapia,
adinerado dueño de una finca de la familia del autor de la novela histórica
Maisanta, el último hombre a caballo, o los comerciantes Pedro Mateo y
Flavio Vázquez y el médico Almarza Chávez, al parecer un familiar lejano
de los Reyes Chávez. El toque de “clase media” del club social Noches de
Hungría se lo daban los ingenieros, técnicos y músicos de la multinacional
Mobil Oil, que buscaban crudo al norte de Barinas y regocijo en este viejo
bar casi mítico.
Durante los años setenta y parte de los ochenta, también fue escenario
de algunas conversaciones conspirativas cuyo centro era Hugo Chávez, un
oficial tan extraño a su casta militar que no tenía empacho en volver al bar
de sus sueños juveniles con sus amigos de siempre. Esa identidad política,
ética y cultural tuvo ese bar como un lugar de expresión. No fue el único,
simplemente el que más quedó en la memoria del grupo. Siguió yendo en
uniforme muchas veces. Como la mayoría de los oficiales de las Fuerzas
Armadas venezolanas, no entendía mucho la distinción entre la vida de élite
bélica que llevaba en la Academia Militar y la otra, la de su condición de
muchacho de pueblo. Sus amigos siguieron siendo los mismos y las conver-
saciones sobre muchachas, ideas izquierdistas y joropos también.
Federico Ruiz-Tirado recordó en 2005 que fue en ese lugar donde algu-
nas veces Chávez le había dado colaboración financiera para la Causa R en
1975. Ya era subteniente de artillería y llegó a Barinas. Y como era inevita-
ble, se juntaba con sus amigos en esos fines de semanas de permiso que vol-
vía a su casa. Recuerda un sábado en particular, uno en que salieron varios
de ellos y se fueron al bar Noches de Hungría a tomar cerveza, escuchar co-
rridos y jugar bolas criollas. Federico, que entonces entregaba sus energías
a la construcción de ese partido medio laborista, medio nacionalista, le pidió
“una contribución para la causa” y el subteniente le entregó 50 bolívares del
sueldo que le había pagado las Fuerzas Armadas de la nación. Esa suma
puede sonar a nada en la Venezuela de hoy; pero en 1975 era casi la cuarta
parte de un salario mínimo nacional, que no pasaba de los 450 bolos, según
el último decreto del presidente de entonces, Carlos Andrés Pérez. “A él no le
importó adónde iba, aunque yo le expliqué para qué era. Para él estaba bien
porque iba para la izquierda y porque se la pedía un amigo”59.
Cuarenta años después de aquel hecho, la Causa R casi no existe y la
que existe se pasó a la oposición de derecha. Pero el hecho es significativo
de varias señales de lo que vino después. Un cuadro de las Fuerzas Ar-
madas compartiendo con sus viejos amigos del barrio, que además ya eran
izquierdistas, peor, que le pedían plata para mantener la militancia, y el
colmo, que él se las daba gustoso. Lo mismo han contado otros ex oficiales
que comandaron el golpe, como Jesús Urdaneta Hernández, Yoel Acosta y
110
Luis Valderrama, en los libros-reportaje que les hizo el historiador Agustín
Blanco Muñoz. El único de los conjurados que no ha contado algo parecido
es el general Isaías Baduel. Por supuesto, muchos otros oficiales “normales”
hicieron su carrera militar hasta la más alta graduación tomando cerveza
con sus amigos en el barrio pobre del que surgieron. Pero hubo una camada
de oficiales, tan venezolanos y humildes como estos, que decidieron com-
partir sus vidas en otros ambientes, más de clase media, en urbanizaciones
apartadas, en clubes exclusivos o en lugares más sórdidos de la corrupción y
los negociados. Hubo de todo, pero predominó lo primero, eso que desde 1999
es oficialmente “normal” en la vida social venezolana.
El club Noches de Hungría sufrió un cambio degenerativo similar, mu-
tatis mutandi, a aquel partido que un sábado de cervezas de 1975 le pidió a
Chávez 50 bolívares. En 2005 al bar lo encontramos casi abandonado y si-
lencioso, habitado por recuerdos y algunos visitantes que de vez en cuando
aparecen como si fueran fantasmas. Son los mismos espectros que pululan
entre los dos árboles de mango y mamón que siguen de pie cuarenta años
después. Miran en silencio la desaparición del semeruco y el caney con los
que compartieron los casi 400 metros cuadrados del predio donde está la
cancha de bolas de 140 metros de largo. En el mostrador, bajo un desvenci-
jado techo de zinc, lamenta su soledad una mesa de pool y otras mesas con
sillas blancas, sucias, rotas y sin botellas de cerveza. Esperan visitantes
que ya no vuelven al orondo club de la vieja clase media barinés. En un rin-
cón sobrevive enmudecida la vieja rocola Victor de discos de pasta y tecla-
do codificado. En cada tecla, una letra y un número señalaban una canción.
Después de que Hugo Chávez se hizo presidente comenzó la mitifica-
ción de casi todo lo relacionado con su pasado. Era como si las cosas y lu-
gares que tocó cobraban presencia. Uno de esos mitos podemos llamarlo “la
rocola conspirativa de Noches de Hungría”. El cuento me lo echó Federico en
Buenos Aires en 2005, y dice que Chávez había iniciado su primera práctica
“conspirativa” en las rocolas Victor de Barinas. Los miembros del “grupo
barinés” marcaban sus canciones preferidas con teclas que estaban codifica-
das, como en cualquier rocola de la época. Alguien inventó que el joropo pre-
ferido de Chávez, al parecer uno cantado por Eneas Perdomo que narraba el
dolor por la mujer perdida, se marcaba con la tecla “F4”. A Federico como a
otros y otras que se enteraron de esta divertida fábula chavista, les pareció
un designio, una señal, un anuncio de que ese iba a ser el día y el mes de la
rebelión militar de 1992. Solo faltaba que implicaran a Eneas Perdomo, des-
aparecido para siempre en marzo de 2004, en la fulana conspiración anun-
ciada del bar Noches de Hungría60.
La marca cultural de aquellos años se puede sentir en los pasillos del
poder en Venezuela. El “grupo barinés” es conocido como uno de los entornos
político-personales más cercanos al presidente y quizá uno en los que más
confía. Algo así se puede encontrar en su relación con sus camaradas mili-
60 Ibíd.
111
tares o, como lo llaman en los pasillos de la política venezolana, “el partido
militar”. Es donde él se siente más cómodo. Algunos de los miembros de
este histórico grupo de “venaos” convertidos en importantes funcionarios
cumplen tareas en el exterior o en provincias. Ninguno, esté donde esté y
haga lo que haga, se sorprendería si en la madrugada de un domingo suena
el teléfono y, sin mediar saludo, escucha la voz del presidente de Venezuela
cantándole un joropo antes de pasar a los asuntos de Estado.
La marca generacional
Chávez es una construcción particular de su generación de pertenen-
cia. Con sus defectos y virtudes, pero con sus valores y marcas. Su nacio-
nalismo con débiles raíces de marxismo nació en ese tronco temporal de la
sociedad venezolana. Tres elementos sirvieron de base. Combinó señales
de la crisis ideológica de la izquierda a finales de la década del sesenta, la
adopción de Simón Bolívar y su ideario como santo de expiación de culpas
y, finalmente, el paso fugaz de una “moda socialista” por Venezuela a me-
diados de la década del setenta.
En el tránsito cultural que va de finales de los años sesenta a comienzos
de los setenta, era común encontrarse en Venezuela con miles de jóvenes
ansiosos de crecimiento personal e intelectual. También era común que no
tuvieran espacios profesionales o culturales de realización y los encontraran
en la izquierda. Se trataba de una franja minoritaria de jóvenes con interés
por la vida política y artística. Se componía de sectores de clase media estu-
diantil, profesional y de barrios pobres de la capital y de ciudades grandes
del interior. Nuestra generación conformaba una capa avanzada dentro de
esa generación, el último filón romántico del siglo XX, antes de ingresar a la
decadencia posmoderna y neoliberal.
Reflejábamos una expresión social, a escala generacional, de la rede-
finición que vivían la sociedad venezolana y su Estado nación. Sus efec-
tos culturales fueron múltiples y diversos. La democracia bipartidista del
Pacto de Punto Fijo superaba los doce años, cerrando la era inestable de
golpes y dictaduras militares. Esto, que fue progresivo, se logró sobre he-
chos reaccionarios: un reforzado dominio económico y político de Estados
Unidos; la sobreexplotación de la clase trabajadora regimentada por una
nueva burocracia sindical; la marginación de los campesinos, mujeres e
indios, convertidos en parias: una parte de ellos pobló los cerros caraque-
ños abarrotándolos de miseria. La delincuencia se convirtió en endemia
ciudadana, como pasó en las ciudades emergentes del capitalismo europeo
de los siglos XVIII y XIX.
El retroceso en la resistencia social en las vanguardias de izquierda
permitió que reinara la “paz social” que tanto buscaban el imperialismo,
los capitalistas y sus dos partidos principales. El control de la burguesía se
concentró utilizando las instituciones tradicionales. Pero desde mediados de
los sesenta se agregó una que le permitió llevar a casi todo el país en forma
112
simultánea las redes de sujeción de las almas y los cuerpos: los medios de
comunicación. Sobre todo la televisión, que entre 1969 y 1975 multiplicó 17
veces sus usuarios en las ciudades venezolanas, según World Media. Rafael
Caldera, presidente en esos años de tránsito, sintetizó esa configuración del
país con una frase narcisista en un discurso en las Naciones Unidas, en
1972: “Venezuela es la show-window de América Latina”. Se la creyeron
hasta que llegó el Caracazo. Esta estabilidad general del capitalismo vene-
zolano permitió un hecho determinante que sirvió a la conformación de la
biografía política de Hugo Chávez.
Desde 1971 el Estado decidió abandonar la vieja concepción de Escuela
de Guerra por la de Academia para formar licenciados en ciencias y artes
militares. Ese cambio de carácter de la institución fundamental del siste-
ma de dominación burguesa era inexplicable sin la seguridad que sentía el
Pentágono en Venezuela. No por casualidad, más bien a causa de esa con-
fianza que el régimen bipartidista le daba a Washington, había suspendido
sus funciones la oficina del Departamento de Estado dedicada a monitorear
nuestro país desde mediados del siglo XX61.
Ese fue uno de los senderos que facilitaron la conspiración cuartela-
ria de oficiales como Willian Izarra, Arias Cárdenas o Chávez. Él mismo
lo definió como uno de los “dos acontecimientos que dispararon en mí una
vocación política”. En realidad, el proceso personal fue más complejo, pero
sin duda la nueva Academia, su currículo de estudios y la liberalización de
su vida profesional fueron un vehículo fundamental. Sus promotores no lo
podían prever pero funcionó así. El cambio de diseño para formar oficiales
de las fuerzas armadas y la mentalidad de los nuevos tipos de cuadros que
comenzaron a salir fueron de las costuras principales que se le descosían al
control imperialista del país62.
113
Comunista de Venezuela) y el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucio-
nario). En Venezuela aparecieron treinta y dos agrupaciones de izquierda
entre 1967 y 197363.
Una primera respuesta nacional fue el surgimiento del frente electoral
del Movimiento al Socialismo, el Movimiento Electoral del Pueblo, el MIR y
una decena de agrupaciones menores. Si bien tuvo un carácter “institucio-
nalizador”, funcionó como un espacio social y cultural por donde una parte
grande de los que bordeábamos los 20 años hicimos nuestras primeras lec-
ciones de anticapitalismo.
Buena parte de lo mejor de la intelectualidad del país ingresó a ese
frente político electoral. Otros prefirieron organizaciones menores como la
Liga Socialista, la Causa R, el PRV (Partido de la Revolución Venezolana),
incluso Bandera Roja mientras cumplió su turno ultraizquierdista. La ma-
yoría de estas organizaciones expresaron esa moda renovadora.
La izquierda que renacía se sirvió de las luces y el prestigio de figuras
insuperables, como el poeta Aquiles Nazoa y su hermano Aníbal, los cantau-
tores Alí Primera, Soledad Bravo, Lilia Vera, Cecilia Tod, el filósofo-poeta
Ludovico Silva, los economistas Maza Zavala, Silva Michelena, el novelista
Orlando Araujo, el historiador Manuel Caballero, el filósofo Maiz Vallenilla
y otros poetas y narradores fulgurantes de esa generación.
Las principales figuras políticas provenían de las jerarquías del PCV y
de AD, más tarde convertidos algunos en comandantes guerrilleros, otros en
personalidades intelectuales de la izquierda: Teodoro y Luben Petkoff, Si-
món Sáez Mérida, Domingo Alberto Rangel, Moisés Moleiro, Pompeyo Már-
quez, Guillermo García Ponce, Pedro Duno, Douglas Bravo, Américo Martín,
Francisco Prada, entre otros. En 1970 caminaban por las calles como héroes
sesentistas, derrotados pero no vencidos. En realidad, algunos de ellos ya lo
estaban, pero a comienzos de los setenta daban sus últimos suspiros inspi-
rados en las ideas de Marx o en la Revolución Cubana.
Junto a ellos, varios de los más encumbrados artistas plásticos cola-
boraban a darle respeto intelectual y autoridad a aquella generación bri-
llante: Jesús Soto, Jacobo Borges, Carlos Cruz Diez, Rafael Rengifo, Mateo
Manaure, el poeta Valera Mora, Cabrujas, Chocrón, Santana o Ibsen y otros.
También una decena de sacerdotes tercermundistas, el más reluciente fue
el intelectual jesuita Joaquín Marta Sosa, director de la revista SIC, aunque
hubo otros más avanzados que abrazaron el marxismo. Hasta directores
sinfónicos se entusiasmaron con la nueva ola socialista. Un intelectual que
no es venezolano de nacimiento es el filósofo y sociólogo marxista argentino
Hugo Calello, quien recaló en Caracas en 1967 cuando lo echó la dictadura
de Onganía en la “Noche de los bastones largos”. En 2005 Chávez saludó
a este académico reconocido en las universidades venezolanas durante ca-
63 GUERRERO, M. E., “La vieja y la nueva izquierda”, monografía, Maracay, PST, 1984.
Ver también La Izquierda, una autocrítica perpetua, P. Heydra, UCV, Caracas, pp. 232-
240.
114
si treinta años. En un Aló, Presidente emitido desde el pueblo de Jusepín,
Chávez recordó el libro de Calello Ideología y neocolonialismo escrito en Ve-
nezuela, que había leído en la cárcel de Yare. “Chávez me sorprendió cuando
aludió a este viejo libro”, me contó Hugo Calello en Buenos Aires en 2011.
Él había sido invitado a esa emisión del programa presidencial. “Yo sabía
que le gustaba leer de estas cosas, pero no que se interesaba por una visión
marxista de este problema; me sorprendió”.
Chávez, como la mayoría de la generación que pisó los setenta con más
de 15 años a cuestas, los tuvo como referencias ideológicas. Los jefes polí-
ticos se estaban moderando e institucionalizando en su mayoría, pero, en
contradicción consigo mismos, ayudaron a formar a la generación del se-
tenta en las ideas generales del socialismo. Quién no recuerda los debates o
charlas de Moleiro, Teodoro o Domingo Alberto sobre los problemas clave del
momento. No por casualidad el líder bolivariano suele recordarlos en algu-
nas ocasiones, leer citas de algunos de ellos o expresarles sus respetos, como
ha hecho con Domingo Alberto a pesar de que es su adversario. Incluso, que
Teodoro Petkoff sea el “guía espiritual” de la oposición de derecha venezola-
na es una expresión del mismo fenómeno generacional que relatamos, pero
por su lado grotesco.
La influencia de la moda socialista venezolana fue tal que persona-
lidades internacionales de aquellos años, como Mikis Teodorakis, García
Márquez, Vargas Llosa (aunque Ud. no lo crea), Atahualpa Yupanqui, visi-
taron Caracas para colaborar con sus virtudes artísticas o dinero. El nove-
lista colombiano, por ejemplo, donó sus 100.000 dólares del premio Rómulo
Gallegos de 1973 a la campaña electoral del MAS-MIR. El candidato fue
el periodista José Vicente Rangel, un hilo de continuidad con esa gene-
ración, como decenas de esa generación que han ocupado cargos. Rangel
fue ministro y vicepresidente de Chávez hasta enero de 2007. En la vida
de Chávez siempre se podrán encontrar nudos de relación con el pasado
setentista y su generación de izquierda. Sus tres presidencias consecuti-
vas están enhebradas con personajes de ambos tiempos. Son los hilos de
Ariadna de sus laberintos, aunque en varios casos han resultado más bien
sus minotauros.
Con la “marea socialista” de los setenta se llenaban la Plaza de Toros
de Caracas y plazas del interior con apenas dos o tres días de convocatoria.
Esa corriente permitió meter docenas de diputados nacionales y regionales
en dos elecciones seguidas y generó una nueva vanguardia estudiantil y, en
menor medida, en la juventud sindical. La más importante expresión here-
dada del clasismo de aquellos años es la corriente obrerista revolucionaria
conocida hoy como Marea Socialista, otro hilo de continuidad positiva. Va-
rias prominentes figuras de AD y COPEI fueron abrazadas por esa moda. Lo
sorprendente es que después de su derrota y, en medio de la dispersión, la
izquierda logró entusiasmar detrás de la palabra socialismo a medio millón
de venezolanos. Más del 12% del total sufragado en 1973. Cinco años atrás
solo había obtenido 188.000 votos, menos del 4%. “Los éxitos obtenidos por el
115
MAS lo llevaría a hablar de ruptura de la polarización, de un nuevo cuadro
político del país”64.
Una expresión juvenil de masas que animó a nuestra generación fue la
consigna que pintábamos en las franelas, en las paredes y en las tapas de los
cuadernos escolares: “Soy socialista ¿y qué?”. Una irreverencia de acomoda-
miento en la transición. La “moda socialista” de Venezuela no fue un invento
local. Además de reflejar al eurocomunismo como una expresión progresiva
en nuestro país, esa corriente, contradictoriamente, era una adaptación a
los Estados imperialistas de Europa. Venezuela estaba sometida al bom-
bardeo de acontecimientos cruciales en el escenario internacional, sobre
todo provenientes del vecindario latinoamericano. Nuestro continente era
un hervidero social y político, junto con Asia y África. En Europa y Esta-
dos Unidos la juventud y las mujeres levantaban polvaredas antibélicas y
liberadoras del sexo y la cultura. Grandes movilizaciones juveniles contra
la guerra de Vietnam, la revolución cultural generacional definida como la
“radicalización mundial de la juventud”, el movimiento hippie, el rock, el
reggae, el nuevo folclore latinoamericano. Algunas señales fueron la crisis
del marxismo internacional y sus organizaciones tradicionales, los OC y los
PS; la emergencia de los nuevos intelectuales marxistas que rompían con la
URSS por los Gulags y la invasión a Checoslovaquia; el sacrificio del Che
en Bolivia; el apoyo de Pekín a Pinochet en 1973 y a la derechista UNITA
en Angola, donde las tropas cubanas les hacían frente con el MPLA, aunque
cometieron el error de compartir la protección de los pozos petroleros de
Rockefeller; también fue una señal el respaldo de Moscú a Videla en 1976
y el lamentable silencio de La Habana. Sensaciones e impactos sobre la es-
tructura de ideales de los que hacían vida política y artística.
La izquierda venezolana vivía una crisis con causas bien terrenales.
Se trataba de jalones políticos capaces de alterar el más acerado sistema
nervioso. Fue lo que alguien llamó “la década loca” de los sesenta, que en
realidad fue una década rara: se prolongó hasta mediados de los setenta.
Los dos componentes de la “Venezuela saudita” (estabilidad económica
y control social capitalista), así como su reverso, el “socialismo petrolero” o
socialismo “institucionalizado” –como diría Mészáros en Más allá del capital–,
facilitaron el desarrollo de la más amplia resistencia cultural que había vivi-
do el país desde la Generación de 1928. Esta fue la expresión venezolana de la
generación de Chávez. A ella le tocó atravesar el puente entre los sesenta y los
setenta y se formó sobre él, con toda la inestabilidad que se siente al atravesar
un puente. Ese bamboleo se reflejó sobre todo en lo ideológico. Sin embargo, a
pesar de sus máculas, este tránsito generacional tuvo el mérito de haber pro-
hijado la última camada de izquierda marxista venezolana del siglo anterior.
Hubo que esperar otra generación para el alumbramiento histórico que
trajeron la insurrección del Caracazo en 1989 y el alzamiento militar nacio-
nalista de 1992. Esta vez la marca no fue el marxismo. Es cierto. Sin embar-
116
go, la paradoja quiso que fuera un nacionalista vernáculo y bien provinciano
como Chávez quien instalara de nuevo en Venezuela las dos ideas rectoras
del marxismo: la revolución y el ideal socialista. Una paradoja sobre otra
paradoja.
La izquierda venezolana vivió durante el siglo XX siete momentos cru-
ciales: 1928, 1945, 1958, 1989, 1992, 1998 y 2002. Entre la primera fecha y
la segunda, una insurrección estudiantil y varias crisis políticas condujeron
a la formación de los partidos modernos: AD, URD, el PCV y COPEI, cuatro
expresiones locales del nacionalismo aprista, del “comunismo” estalinista, el
tercero, y de la Iglesia católica, en el caso del cuarto. Con la insurrección
cívico-militar de 1958, la izquierda adquirió fuerza de masas y bordeó el po-
der. Su final fue la torpeza de adaptarse al régimen y luego hacer guerrillas
como si las condiciones cubanas se hubieran trasladado intactas a Venezuela.
Pasó más de una década hasta que en 1970-1973 reapareció la izquierda
al ritmo de las olas del “socialismo petrolero”, en cuyas aguas se recrearon
dos o tres partidos socialistas fuertes. Finalmente, fue el ciclo de 1989-1992:
este es el cruce fundacional de todo lo que vino después. Sus productos más
definidos son Chávez como representación personal y el proceso que parió al
movimiento social cuyas dianas antiimperialistas tomaron el camino de la
búsqueda del socialismo.
La dinámica social de los años sesenta también permitió el coletazo
de tibio nacionalismo de Carlos Andrés Pérez en enero de 1976, cuando se
atrevió a nacionalizar el petróleo, siguiendo los pasos de Caldera, que había
estatizado el gas tres años antes. Era el último suspiro de uno de los movi-
mientos nacionalistas del Tercer Mundo. Pérez, como vicepresidente de la
Internacional Socialista, aprovechó ese gesto soberano y lo coronó con popu-
lismo y demagogia. Su partido, Acción Democrática, había sido, en la década
de los cuarenta, la representación local del nacionalismo latinoamericano de
entonces, cuyo padre fue el APRA (Alianza Popular Revolucionaria America-
na), con hermanos simpáticos en Argentina (Perón), en Brasil (Getúlio), en
Bolivia (Stenssoro), en México (Cárdenas), en Chile (Ibáñez), en Guatemala
(Arbenz), en Cuba (1958), aunque este último resultó complejo porque, al
contrario de los otros, además de echar al dictador, rompió las amarras de
Washington y expropió el capitalismo en la isla.
117
y “nacionalista burgués” incorregible. Ambas opiniones fueron sorprendidas
por lados distintos. Desde 1992, instaló en la mente de millones la idea de
“revolución” y, desde enero de 2005, despertó de su letargo el entusiasmo por
el “socialismo” cuando nadie lo esperaba.
En los doce años que median entre una y otra fecha nunca aceptó otra defi-
nición que no fuera la de nacionalista, revolucionario, o símiles ideológicos como
antiimperialista. Esta última definición aparece después de 1999, a pesar de la
contradicción absoluta que significaba usarla y al mismo tiempo ser un simpa-
tizante de la agrupación internacional Tercera Vía, que fue referencia política
de jefes imperialistas como Tony Blair, Bill Clinton y otros que se alimentaban
de Anthony Guidens, un académico reconocido, que en política resultó ser un
estafador ideológico. Nadie sabe qué esperanzas cifraba Chávez en su alma el
día de enero de 1999 cuando lo recibió el presidente Bill Clinton. De lo que no
caben dudas es de que a Clinton aquel encuentro no le modificó en nada su
carácter imperialista. En cambio, a Chávez lo dejó “pegado” al imperialismo de
la Tercera Vía, como mínimo hasta dos años después cuando retomó su camino
original de nacionalista y rompió con la Tercera Vía y con Clinton65.
El apellido antiimperialista se integró en forma cotidiana al vocabula-
rio del presidente venezolano desde el año 2002. Antes lo usó en ocasiones
esporádicas. Y, como se sabe, la palabra es uno de los principales medios de
expresión humana, sobre todo en la política. Él era lo que creía que era y
usaba las palabras adecuadas para definirse como lo que se creía. Esa sin-
ceridad es la que facilita al historiador o al biógrafo seguir sus pasos. Esa
transparencia para contar sus pensamientos se fue modificando en tiempos
paulatinos desde que se hizo jefe de Estado, aunque no la perdió del todo.
65 Fuentes: Carta de Hugo Chávez a Bill Clinton, Miraflores, 27 de enero de 1999. Diario
NOTITARDE.COM, Valencia, 28 de enero de 1999. Y “El viraje progresivo de Chávez
en 1999”, en Nettime-lat {AT} nettime.org.
118
radical”, “revolucionario latinoamericano”. Se encargó de aclarar que no era
“marxista ni antimarxista”, ni “comunista” ni “anticomunista”. “Ese soy yo”,
ha proclamado centenas de veces, para que no le pongan ropajes que él mis-
mo no se pone. Siempre salía con el chiste de que “el comunista es Adán”,
cuando alguien lo quería encuadrar en esa corriente. Así está registrado en
libros de entrevistas, diarios y videos de promoción gubernamental.
Chávez ha tenido la virtud de mutar con la realidad y transformarse.
Esta dialéctica es incomprensible para mentalidades conservadoras educa-
das en la inmutabilidad de las cosas. A veces la mutación se le fue hacia la
derecha, por ejemplo, cuando simpatizó con Clinton y con Blair, o cuando
pactó con Luis Miquilena y escuchó a Norberto Ceresole. Pero luego giró ha-
cia la izquierda en otras ocasiones decisivas de su historia. Una fue cuando
salió de la cárcel y se dedicó a buscar una insurrección; otra, en 2002 sobre
la ola revolucionaria que derrotó al golpe el 13 de abril; otra circunstancia
clave fue la del año 2005 cuando trascendió del nacionalismo al socialismo.
Más que el tradicional “giro” oportunista, lo que vemos en Chávez es una
búsqueda, a veces irresuelta o mal resuelta, pero búsqueda. Es una aproxi-
mación empírica, casi por la vía de la intuición. No un zigzagueo consciente
de un proyecto a otro. Sin embargo, esas ondulaciones no son las que definen
a Chávez. Su primera definición la dio en 1992. Allí vimos al mismo Chávez
de 2002 en adelante. En consecuencia, es un error pretender evaluarlo o
estudiarlo por lo que no es. El resultado sería falso.
Para un pensamiento conservador (de la derecha o de la izquierda),
cuando algo cambia es malo o es trampa, sobre todo si el cambio los afecta
como clase privilegiada o grupos de poder. O como sectas litúrgicas. De tal
manera, ninguna confesión biográfica de Chávez ha sido suficiente para que
sus adversarios de derecha le crean. Al revés, esas definiciones han sido
tomadas como subterfugios, maquinación de escenario para esconder al “co-
munista” que aseguran que “traía escondido”. El mismo cuento se conoció
con la evolución ideológica del Che Guevara, de Fidel Castro y de otros jefes
del Movimiento 26 de Julio en Cuba, motivo de tantas polémicas y engaños.
Un protagonista de la derecha cubana se encargó de registrar este
asunto en los años iniciales de esa revolución, el periodista, abogado y dipu-
tado Ángel Fernández Varela. En 1960 escribió un folleto que confiesa desde
su título ese método de pensamiento congelado: Cuba, país comunista en
18 meses. Es la matemática temporal de la ideología. Para Varela, tanto el
Che como Castro eran “agentes encubiertos del comunismo internacional”
antes del desembarco. A esta conclusión llega después de asegurar, sin que
le importe la veracidad de su premisa, que “con gran frecuencia los comu-
nistas suben al poder mediante un gobierno de coalición, que luego llegan a
controlar por completo, eliminando progresivamente de él a los elementos
no comunistas”66.
66 FERNÁNDEZ VARELA, Á., Cuba, país comunista en 18 meses, Editorial Ciudad y Es-
píritu, Buenos Aires, 1961, p. 20.
119
Los autores Marcano y Barrera se guiaron por el mismo modo de pen-
sar para escribir 391 páginas de frases, hechos, circunstancias y personajes,
amasados para demostrar que Chávez no es otra cosa que el Fidel de Varela.
Nada nuevo. En la biografía que publicaron en 2005 anuncian este razona-
miento desde las primeras páginas: “¿Comunista yo?” es el título del segun-
do capítulo. Un comienzo y un final cuyo único objetivo es dibujar un Chávez
formado toda su vida con el síndrome patológico del poder. Para ellos no fue
más que un comunista encapuchado desde que nació en Sabaneta. Cada
capítulo, cada frase, a veces escrita con ingenio, todo el libro fue ordenado
para ese fin. Ellos se aprovechan de una imprecisión conceptual de Chávez,
“No soy de izquierda ni soy de derecha”, muy propia en los nacionalistas del
siglo XX. Se conforman con ella, desechan el conjunto de sus declaraciones,
acciones y conducta, y por ese camino pierde toda importancia la evolución
del personaje. El resultado fue la biografía menos biográfica que uno pueda
imaginar.
Las mutaciones ideológicas, las transformaciones de las circunstancias
que transforman a las mujeres y los hombres, su relación orgánica con el
movimiento de las masas oprimidas, su aprendizaje en el enfrentamiento
con el gobierno de Estados Unidos., su ruptura con la Tercera Vía a partir
de un hecho monumental de la política mundial como las guerras de Afga-
nistán e Irak; nada de eso existe en la evaluación del Chávez que analizan
Marcano y Barrera. Solo un hombre inmutable, teleológicamente predesti-
nado a la ambición del poder. Un personaje casi bíblico.
Se refieren a él como a alguien que escondió a Lenin detrás del retrato
de Bolívar y que lo tuvo guardado desde que lo aprendió en la adolescencia
barinesa con el comunista Ruiz-Guevara hasta 2005:
120
ren consagrarlos como revolucionarios desde el útero, como han hecho con
el Che Guevara y Fidel Castro, negando los hechos biográficos de sus vidas
reales. O lo contrario: tienen la posibilidad del cambio negada hasta el fin
de sus días. No ven en ellos seres sociales que pueden transformarse con las
transformaciones de la realidad, tal como postula la reveladora Tesis III de
Marx sobre la filosofía de Feuerbach. Este tipo de valoración acrítica, bufo-
nesca y acientífica de la persona relevante los lleva a la adoración mágica y
la sumisión del pensamiento a la esclavitud de funcionario.
El problema de Chávez es de otro tipo. Él no encontró en la pobre ver-
sión venezolana del marxismo las respuestas que buscaba a sus inquietudes
y dudas aparecidas en Barinas. No fue el único caso. Las suyas se hicieron
notorias porque triunfó y se hizo famoso. Esta debilidad del socialismo ve-
nezolano se complementó en armonía concurrente con los propios límites
políticos de Chávez. Él no estudió ni tuvo quien le contara las causas y le
mostrara la dinámica histórica de esa debilidad del socialismo venezolano;
a sus manos no llegaron los libros que le explicaran cómo llegó esa versión
del marxismo hasta las playas de la primera generación de la izquierda
venezolana, allá en la década del treinta. Menos cómo superarla. Tuvo que
conformarse con lo que había, como casi toda su generación politizada, y lo
que había era una reconfiguración de un error tan viejo como la madre que
lo parió en los años veinte.
Ese error consistió en que tres generaciones de América Latina fueron
educadas en las concepciones, estrategias, métodos de acción, organización
y conceptos teóricos que condujeron a sus partidos y movimientos a la más
triste sucesión de derrotas, fracasos y desastres durante todo el siglo XX.
Desde los años treinta los marxistas latinoamericanos aplicaron políticas
de “colaboración de clases” con gobiernos capitalistas a través de los Fren-
tes Populares y Uniones Nacionales. Los casos más conocidos son los de
Ecuador en 1932 y Chile en 1934; en otros países, los PC aportaron minis-
tros –o apoyaron desde afuera– a las dictaduras militares (Cuba, 1941-1944;
Venezuela, 1945; Argentina, 1976). Con esa herencia era difícil impactar
positivamente en la cabeza de alguien sensato. Sobre todo en un joven como
Chávez, que andaba buscando una revolución que siguiera las lecciones de
Simón Bolívar y Simón Rodríguez.
La práctica del socialismo en Venezuela era una réplica de lo que se ha-
cía en la vieja Europa y en Asia. Los partidos socialdemócratas y estalinis-
tas europeos aplicaron el Frente Popular en Francia (1934) y España (1936).
La URSS apoyó en 1939 al imperialismo nazi durante los dos años que duró
el Pacto Germano-Soviético roto por Hitler en 1941; luego los PC colabora-
ron con Estados Unidos antes y después de los Pactos de Teherán y Yalta
(1944). Cuando participaron en rebeliones fue para imprimirle un carácter
de aventuras aisladas del pueblo (Cantón, 1927; Brasil, 1935; Venezuela,
1962, y otras en América Latina) o para controlarlas y burocratizarlas (An-
gola, Irak, Egipto, Argelia, Cuba). No era fácil tragar tanto dislate. Así, por
un largo y complicado camino de medio siglo de errores, se fue conformando
121
la tradición y la escuela de la izquierda latinoamericana. Nació malparida
porque todo lo que hizo fue para resguardar el sistema de poder de la buro-
cracia en la URSS.
Medio siglo después nada pudo evitar el derrumbe de un sistema sos-
tenido por una sucesión de derrotas en medio planeta y la colaboración con
regímenes enemigos. La desazón de Chávez fue una expresión individual
del mismo sentimiento de tres generaciones desde la década del treinta. Esa
práctica condujo al marxismo dominante durante tres generaciones a opo-
nerse –o, en su defecto, controlar– a cuanto movimiento nacionalista hacía
revoluciones o resistía al imperialismo yanqui, francés o inglés. En medio de
tamaño divorcio y desconfianzas de más de medio siglo, el marxismo latinoa-
mericano no fue capaz de fundirse y ser la vanguardia revolucionaria con los
procesos nacionalistas. Un caso muy conocido de ello fue Argentina, donde el
PCA militó al lado de la embajada yanqui contra el movimiento nacionalista
de Perón, al que condenaron in toto como “nazi-fascista”, sin entender nada
del peronismo, menos sus lados progresivos. Con ese error fatal el PCA cavó
su tumba histórica en ese país.
Hugo Chávez es una de las expresiones tardías y complejas de ese di-
vorcio entre el “comunismo” y la socialdemocracia oficial con los trabajado-
res y oprimidos de medio planeta. Como a tantos latinoamericanos, lo incitó
a buscar referencias e instrumentos más allá del marxismo para hacer una
revolución en Venezuela.
La sombra de Bolívar
Mientras sus amigos buscaron “la revolución” a través de los nuevos
reagrupamientos de la izquierda, surgidos desde 1971, él se dedicó a bucear
en las fuentes y referencias del nacionalismo latinoamericano, pero enfoca-
do en Venezuela. Su bisabuelo y Bolívar fueron los combustibles ideológicos.
Chávez buscó la salida por otro camino; en esa búsqueda no era consciente
del paralelo que estaba construyendo con la izquierda de su tiempo. Era
un paralelo que abrevaba en fuentes similares y buscaba también una re-
volución, aunque él no tuviera un programa y una teoría para ella. Una
parte de la izquierda venezolana venía haciendo el intento de enmaridar las
concepciones, simbología y discursiva del marxismo con las raíces y héroes
patrióticos. Este sano intento no los llevó a la solución del viejo problema,
sino a un nuevo enredo. Fue una reacción negativa que, además de tardía,
adolecía de sincretismo y banalización.
Lo central de este asunto es que desde mediados de la década del se-
senta, o sea, en la fase previa al despertar político de Chávez, la mayoría
de los dirigentes de la guerrilla venezolana y una parte de la que no estaba
en armas comenzaron a invocar los héroes de las revoluciones republicanas
del siglo XIX. Eso provocó, de inmediato, la reacción del principal partido
marxista venezolano, el PCV, educado en la negación de esos ídolos. Al poco
tiempo, en 1966, fueron expulsados los comunistas que se reclamaron boli-
122
varianos. Lo que no pudo evitar la medida coercitiva fue que Bolívar volvie-
ra a la escena de la izquierda de la mano de otros68.
No era algo nuevo en América Latina. Al contrario, fue uno de sus desa-
fíos peor resueltos durante el siglo XX. Mariátegui, el peruano genial, seguido
más adelante por los aportes puntuales de Hugo Blanco, fue, quizá, lo más
avanzado que se produjo en ese intento histórico frustrado. Contemporáneo
a Mariátegui, se conocen los textos de Julio Antonio Mella desde la revista
Juventud, seguido por los aportes de Fidel Castro. Hubo otros casos menos
conocidos, como el de la corriente del trotskismo argentino agrupada en el
Partido Socialista de la Revolución Nacional, en la que estudiosos marxistas
como Abelardo Ramos, luego convertido al peronismo, Nahuel Moreno, Este-
ban Rey y Enrique Dickman lograron desarrollar un programa y un partido
marxista con base obrera sobre una comprensión científica del problema na-
cional. Moreno se había adelantado en 1943 con un escrito de tesis sobre el
carácter de la Colonización de América Latina, luego desarrollado en formato
académico por Sergio Bagú en México. En el mismo sentido trabajó el recono-
cido académico marxista amigo del peronismo, Rodolfo Puigróss. Otro intelec-
tual argentino, menos conocido, pero con aportes serios, fue L. Mármora en su
profundo estudio sobre las Tesis sobre Oriente y el Problema Nacional, de la
III Internacional69. En Uruguay se conoció el aporte erudito del socialista Vi-
vian Trías (Aportes para un Socialismo nacional e Historia del imperialismo
norteamericano I y II) y en Chile, el de Luis Vitale (Interpretación marxista de
la historia de Chile), un riguroso investigador que antes había sido asistente
de Nahuel Moreno en Buenos Aires. Además de lo escrito en México, luego de
la Revolución Mexicana, no hubo mucho más en América Latina.
A pesar de esos aportes encomiables, tienen razón los críticos naciona-
listas, por ejemplo, desde el peronismo, en que en general predominó el di-
vorcio y la discordancia. La natural vocación antiimperialista del marxismo
quedó convertida en su contrario a causa del peso que tuvo el estalinismo y
la socialdemocracia en la gestación de los partidos y cuadros del marxismo
continental. Aunque Marx se equivocó mucho respecto de lo que hacía Bolí-
var en estas tierras, el conjunto de su obra y su conducta política fue correcta
al lado de Engels. No dudaron en apoyar al nacionalismo escocés e irlandés
contra el imperio británico, y a Lincoln contra los esclavistas del sur. La mis-
ma conducta se puede verificar en el marxismo de la II Internacional hasta
1914, cuando solo figuras de la talla de Rosa Luxemburgo, Lúkacs, Gramsci,
Lenin o Trotsky construyeron un marxismo internacionalista anclado en las
raíces culturales de las clases de cada sociedad.
Desde entonces, la mayoría de la izquierda que surgió desde 1971 integró
a su original meca rusa o china los paladines de la Guerra de Independencia
123
de 1810 a 1850. La resurrección bolivariana en las filas de la izquierda mar-
xista era un fenómeno real y sostenido. Muchos de los que ingresamos a la
militancia sobre esa línea generacional abrevamos en Bolívar con la misma
pasión que en Marx, el Che, Fidel o Mao, aunque no todos racionalizaron la
diferencia de tiempo y obra entre Bolívar y ellos.
Por desgracia, para los conductores de la opinión pública en el conjun-
to de la nueva izquierda, como veremos más adelante, Bolívar terminó por
sustituir a Marx, tanto como antes habían usado a Marx contra Bolívar. Y
por ese camino nació otra ideología equivocada, una suerte de “marxismo de
patria chiquita”, o su reverso: un bolivarianismo sin tiempo ni espacio. En
ambos casos ya no se sabía dónde terminaba la obra revolucionaria de uno
y dónde comenzaba la del otro.
Una solución teórica intermedia a comienzos de los años ochenta la dio
el historiador cubano Francisco Pividal. Su libro Bolívar, pensamiento pre-
cursor del antiimperialismo permitió ubicar la obra revolucionaria de Bo-
lívar y su generación anticolonial y la labor de Marx y los marxistas para
continuarla en otro tiempo contra otro tipo de imperialismo: el capitalista
del siglo XX. Una obra similar, más historiográfica, pero en el mismo objeti-
vo, la aportó el chileno-argentino Luis Vitale con el libro De Bolívar al Che,
en los años noventa. Otra obra predecesora que aporta información para la
comprensión del problema es Historia de la Nación Latinoamericana, del
argentino Jorge Abelardo Ramos, reeditado en 2011 por Ediciones Continen-
te, de Buenos Aires, y distribuido masivamente en Venezuela. El día que la
presidenta Cristina Fernández le regaló un ejemplar de este libro al presi-
dente Chávez, en ocasión de la fundación de la CELAC, en Caracas en 2012,
a Chávez se le ocurrió decir que se trataba de un libro indispensable “para la
transición al socialismo”, algo que no estaba en los planes ni en el discurso
de la mandataria y compatriota del autor de Historia de la Nación Latinoa-
mericana. Más sonrojo produjo en otros presidentes, como Manuel Santos o
Sebastián Piñera, para quienes la invocación de la obra, el gesto de Cristina
y la expresión de Chávez tenían el mismo valor que una caja de bombones.
Chávez fue atravesado por los mismos dilemas. Aunque la vida militar
lo aisló de las polémicas que se daban en Venezuela sobre el tema, él hacía
su propia polémica consigo mismo. Y, cuando podía, con quien lo escuchara
en los rincones de la Academia Militar.
Que sus primeros contactos conspirativos hayan sido con los que reivin-
dicaban a Bolívar y a Zamora, y no con quienes negaban su validez simbó-
lica, debe ser retenido como un dato de importancia biográfica. En 1974 se
reunió con Alfredo Maneiro, jefe de la Causa R en Maracay. Desde entonces
tuvo contactos irregulares con Douglas Bravo, dirigente del PRV, y más tar-
de con Pablo Medina y Kléber Ramírez, entre otros jefes de la conspiración
de izquierda. Esos encuentros no fueron casuales, aunque tampoco defini-
tivos. Simbolizaban la confluencia entre representantes de una generación
derrotada y un representante de su vecina temporal que andaba buscando
otro camino a la revolución. Ambas tras el mismo dilema existencial. A las
124
citas fueron convocados Bolívar, Zamora, Rodríguez y otros compañeros de
invocación, además de una revolución de la que no se sabía cuándo, ni cómo,
ni con quiénes.
Chávez estuvo atravesado por las mismas contradicciones de un mar-
xismo inoperante y un nacionalismo insuficiente. Pero en él esas contradic-
ciones refractaron de una manera particular. No mezcló Bolívar con Marx
en una nueva religión sincrética donde no se sabía qué era qué. Prefirió una
liturgia más sencilla: Bolívar, Zamora, Simón Rodríguez, Maisanta y él. Su
formulación empírica resultaría, a la postre, más comprensible para las am-
plias masas aunque no sea su remedio histórico.
En su cabeza se formó un nacionalismo popular tardío, pero adquirió
un carácter muy dinámico debido a su carácter plebeyo y a su vocación in-
surreccional. Eso por sí solo no garantizaba la victoria, como se demostró
en la asonada de 1992. Eran necesarias otras combinaciones de la realidad
para que las ideas, el hombre y el movimiento se fundieran en un solo pro-
ceso. En todo caso, antes de 1992, le sirvió para abordar su principal duda:
la revolución.
Los elementos rupestres de marxismo aprendidos en Barinas lo propul-
saron hasta el comienzo del camino, que lo podemos situar en 1971 cuando
se marcha a la Academia Militar. El resto lo fue absorbiendo de las fuentes
del nacionalismo en la vida militar. Una relación empírica le fue haciendo
parecer que eran más genuinas y “realistas”. A eso colaboró un hecho: las
veía triunfar en Perú (1969), en Panamá (1969), en Chile (1970), en Bolivia
(1971), en Vietnam (1973-1975) y en África. No es que estuviera informado
de esos procesos, pero recibía sus señales cuando leía la prensa o veía los
noticieros. En algunos casos, como el Perú de Velasco, la experiencia fue
directa.
Por esa vía combinada de la observación, la lectura del pasado sin inda-
gar en las causas de las derrotas, una experimentación incesante a través de
la palabra y la conspiración como método, fue acercándose paulatinamente
a una idea de revolución.
La derrota era un fantasma que Chávez cargaba a cuestas con el final
de su bisabuelo, la traición a Bolívar, los fracasos chileno y peruano. Por ese
devenir que fue de lo primario a lo complejo, tras un rodeo experimental de
casi treinta años, llegó al ideal socialista en enero de 2005. Una parábola
inesperada que en él fue como una vuelta a la semilla: un retorno al garaje
de José Esteban Ruiz-Guevara en Barinas, donde escuchó por primera vez
esa palabra.
El fantasma de la derrota
Este elemento, la derrota, se convirtió en ontológico y determinante en
su biografía política. Se trata de un elemento consciente en su trayectoria.
Una preocupación esencial. Es una sensación que trasciende la política, pe-
netra sus cavernas ideológicas más profundas. Dio muestras de ello en 2004,
125
en el homenaje a su bisabuelo, resumido en la frase “Maisanta, más pudo
Gómez” y lo relacionó con los grandes derrotados del siglo XX desde la Re-
volución Mexicana de 1910.
A mediados de los setenta ese fantasma lo asaltó en las aulas de la Aca-
demia Militar. Quiso hacer una tesis académica para explicar por qué había
fracasado el experimento de la “revolución nacionalista” de Juan Velasco
Alvarado en Perú, en 1973. De ese documento no hay rastros en los archivos
de la Academia, quizá porque no lo terminó, quién sabe, pero lo ha mencio-
nado en tres ocasiones70.
El dilema de la derrota en la Historia lo ha acompañado siempre en los
grandes desafíos políticos y personales. Él lo resume en una frase de auto-
rretrato que resulta decisiva para comprender sus preocupaciones: “Todo
aquello era para mí como llegar a un punto de encuentro de muchas cosas”.
En 1995 argumenta ante el grabador del historiador Muñoz esa misma
cuestión: “Esos movimientos tienen siglos de continuidad, en las experien-
cias de mitad del siglo, las de Zamora, la traición del liberalismo, la de esta
izquierda de hoy que no es de izquierda”71. Unas páginas más adelante com-
pleta la idea:
126
TERCERA PARTE
LA LEYENDA DE MAISANTA
129
porque habían entregado al enemigo el derecho al Referéndum; el nuevo
Comando con su bisabuelo al frente le permitió ahuyentar dos fantasmas
que suelen asediarlo: la traición, la derrota, y la íntima relación entre ellas.
Ese año Hugo Chávez estuvo a punto de ser derrotado por algo parecido a la
traición dentro de sus propias filas.
Maisanta, su invocación, la inspiración metafísica en su memoria, su
transmutación en fuente de energía reactiva lo ayudaron a ubicarse en la
circunstancia y salir adelante. Pero con un detalle: eso lo hizo apoyado en el
movimiento de masas y sus organizaciones de base. Las convocó a las calles
dos días después. Más de 250.000 adherentes y militantes lo acompañaron
el domingo 6 de junio en la Avenida Bolívar de Caracas y unas 6 millones
de personas lo siguieron desde los televisores en estado de alarma frente al
peligro. En tres meses, más de medio millón de personas fueron organizadas
y movilizadas en la campaña denominada la “Batalla de Santa Inés”, en ho-
nor a la más famosa acción militar de Ezequiel Zamora. Tal masa de fuerza
militante fue estructurada en decenas de miles de “Patrullas electorales” y
Unidades de Batalla Electoral, con un desborde de energías solo conocido en
tres momentos de la historia reciente: la Revolución del 23 de enero de 1958,
el Caracazo y el “contragolpe” de 2002-2003. No hay duda, a la manera de
Chávez, Maisanta y Zamora lo acompañaron en esta batalla.
Con la señal de Maisanta y la militancia popular, armó la palanca para
modificar la realidad de los meses siguientes. El 14 de agosto ganó el Re-
feréndum por buen margen, después de un buen susto. La derecha venezo-
lana e internacional habían sacado fuerzas, en medio de sus dos derrotas
previas, para buscar con el voto lo que no habían logrado por medios vio-
lentos. Se apoyaron en tres millones de votos antichavistas, una base social
poderosa.
Dos meses y medio después de ganado el Referéndum, Chávez condu-
jo a Maisanta desde el Comando Nacional, establecido en su Despacho de
Miraflores, hasta el Teatro Teresa Carreño. Allí, en el fastuoso ámbito del
principal escenario cultural del país, lo invitó a ocupar un lugar en el nuevo
Olimpo que se estaba erigiendo en el país. Por más de dos horas Chávez
contó la vida de Maisanta, pero esta vez tratando de ubicarlo en un rincón
de la historia social latinoamericana. Era la primera vez que hacía algo
semejante.
Esta ubicación, aun siendo canónica, tuvo una característica sorpresiva
para quienes condenan a Chávez al infierno por anticipado. De incorpórea
fábula campesina, y nombre incomprendido de un comando político, hizo
pasear a su bisabuelo por más de doscientos años de lucha anticolonial, an-
tioligárquica y antiimperialista. Decenas de héroes y mártires de la larga
resistencia latinoamericana se enteraron esa noche de la existencia de Mai-
santa. Unos fueron precursores, otros sus contemporáneos, y también fueron
citados los que le dieron continuidad a la historia después de cada derrota.
El “último hombre a caballo” apareció de repente como un caudillo cam-
pesino que saltaba desde las pantallas de los televisores a la mente de mi-
130
llones de venezolanos. Y lo hizo de la misma forma que había vivido: como
una aparición. Desde esa noche, Pedro Pérez Delgado comenzó a tener un
sentido más humano, más “político”, para una mayoría que solo conocía su
nombre de fantasía.
Dos años después, en el tranquilo proceso electoral de 2006, Chávez se
atrevió a más con su bisabuelo. Lo trasladó del panteón oficial a una plaza
de toros repleta, lo sentó ante unas 30.000 mujeres exaltadas en un acto
electoral y le declamó la poesía épica que le dedicara Andrés Eloy Blanco.
Fue el 24 de octubre en la Plaza de Toros “La Monumental” de Valencia, am-
bientado con arpa cuatro y maracas, como en las parrandas que frecuentaba
Pérez Delgado en sus ratos de “paz” en Sabaneta de Barinas, Villa de Cura,
Portuguesa o San Fernando de Apure. La grabación de ese recital poético se
transformó en un artículo musical de consumo masivo en Venezuela y un
souvenir cargado en las maletas de muchos simpatizantes del mundo que
visitan el país. Estos tres hechos, y las constantes referencias públicas de
Chávez desde 1992, terminaron por colocar a Maisanta en la historia pre-
sente del país, y en la vida del personaje de este libro como una sombra con
luz propia en su existencia.
131
Entre Chávez y su bisabuelo Maisanta se estableció una relación tan
especial que con el tiempo constituyó un nudo imaginario que permite co-
rrer hacia delante y hacia atrás su historia familiar. Comentó en el home-
naje de 2004:
132
Eso ocurrió después de conocer a doña Ana Domínguez de Lombano en
1979, la única hija viva del general Maisanta. Fue a verla a su casa de Vi-
lla de Cura en el estado Aragua. Unos dieciséis años atrás había muerto en
ese mismo pueblo olvidado la hermana de Maisanta, Petra Pérez Delgado, en
cuyo honor, dice la leyenda, su hermano mató la primera vez. Chávez llegó
tarde. Se perdió el mejor tesoro que jamás hubiera soñado en su búsqueda
del bisabuelo. Petra “guardaba en su casa fotos, cartas, documentos, ropa y el
sable de su famoso hermano, en un viejo baúl trinitario”. Se perdieron sin que
nadie sepa cómo ni cuando, como si Maisanta hubiera vuelto por sus corotos.
A Petra la mató un carro en Villa de Cura cuando transitaba sus 85 años1.
En ese pueblo abandonado Ana Domínguez vivía con su hijo Gilberto
Lombano y la soledad que depara el olvido. La dirección la había consegui-
do casi por casualidad. Chávez estaba destacado en Maracay, donde ejercía
maniobras y entrenamiento con el Batallón de Tanques. Un camarada de
armas, Antonio Hernández, compañero de promoción, le contó que en el dia-
rio El Siglo, de Maracay, habían publicado un artículo llamado “Maisanta,
el general de guerrillas”, donde se hablaba de Ana.
Hugo Chávez ha contado en público que tembló cuando su amigo le dio
esa información. Lo impactó el valor testimonial, sentimental y simbólico
que tenía la existencia de un pariente de Pedro Pérez Delgado. Para él era
una buena razón para sentirse menos solo en su laberinto. Una manera de
demostrar que su búsqueda no era tan penitente. “Lo que más me llamó la
atención de aquel artículo fue la revelación de que en Villa de Cura vivía
una hija de Pedro Pérez Delgado”. Así lo declaró para el libro Chávez nues-
tro. El autor del artículo era el mismo Oldman Botello, entonces el cronista
oficial de Maracay. A finales de los años setenta fue diputado por el MAS y
hacía pocos años, en 1974, había suspendido su investigación sobre el mismo
personaje cuando leyó el libro novelado de Tapia.
Ninguno de los que atendíamos aquellas clases podíamos imaginar que
pocos años después, en la misma ciudad de Maracay, un extraño teniente
coronel del ejército andaría alucinado con la misteriosa figura del general
Maisanta. Fue entonces Oldman Botello quien le dio la dirección de Ana de
Lombano: “Me explicó y me graficó en un papelito cómo llegar a la casa de la
hija de Maisanta, y nunca se me olvidó...”.
El mérito de nuestro lejano profesor Botello es mayor porque su ubica-
ción de Maisanta no la hizo para congraciarse con nadie ni con el Estado, si-
no por franco amor a la historia. Su hallazgo es contemporáneo al realizado
por el médico José León Tapia, cultivador de mitos y leyendas llaneras. Solo
a partir de las ediciones de 1992 Maisanta comenzó a ser leído más allá de
algunos curiosos. En 2004 se publicó la séptima edición con varios miles de
ejemplares.
Chávez narra que la desesperación por conocer a la hija de Pedro Pérez
Delgado lo llevó a solicitar todos los permisos necesarios para trasladarse a
133
Villa de Cura cuanto antes. Habló con ella horas tan largas que las recuerda
como interminables. Al volver al servicio se sentía excitado y henchido por
haber conocido a la descendiente directa de su héroe. “En ese tiempo me pa-
saba la vida en los cuarteles hablando de Maisanta y declamando el poema
de Andrés Eloy Blanco que habla de ese guerrillero”. En 1990 hizo imprimir
1000 ejemplares de una postal navideña con la imagen de una de las foto-
grafías de Maisanta que le había regalado Ana y los repartió por todos los
cuarteles que pudo visitar. García Lupo interpretó así esa imagen postal que
vio en Caracas en 1992:
Está con un hombre más joven, tal vez alguno de sus numerosos hijos,
bajo el alero de una hacienda, en posición de estanciero criollo que recuer-
da las fotos de Ricardo Güiraldes en San Antonio de Areco2.
Se convirtió en un arma de batalla, en una arenga revolucionaria con
arpa, cuatro y maracas. Imagínate tú, 200 soldados y yo ahí parado con un
micrófono: “En fila india por la oscura sabana,/ meciendo el frío en chin-
chorros de canta,/ va la guerrilla revolucionaria”. Ahí le ponía el énfasis en
lo de la guerrilla3.
El escapulario redentor
La mañana del 29 de febrero, tres semanas después de haber sido de-
rrotado en la primera acción revolucionaria de su vida, Chávez recibió el
escapulario de su bisabuelo, algo que había esperado desde siempre como
si fuera su heredero predestinado. Tenía noticias de él desde 1979 cuando
visitó a Ana de Lombano, la hija de Pedro Pérez Delgado. Era la señal viva
del paso de su abuelo por este mundo. El encargado de entregarle el escapu-
lario fue Gilberto Lombano Domínguez, el hijo de la hija de Maisanta. Se lo
llevó a la cárcel caraqueña del Cuartel San Carlos, donde Chávez esperaba
sentencia. Lombano lo había recibido en calidad de nieto de Maisanta de
manos de su abuela materna María del Rosario, una mujer muy vieja que
“murió de un palo de agua”. Esto relató Lombano en 2004. María del Rosario
había sido a su vez la testamentaria de la insignia religiosa muchas décadas
atrás. Se la dejó con todo el misterio del caso Petra Pérez Delgado ¡quién
sabe por qué!
2 GARCÍA LUPO, R., “El abuelo de la nada”, Clarín, Buenos Aires, 20 de diciembre de
1992.
3 BLANCO MUÑOZ, A., op. cit.
134
CUARTA PARTE
EL CONSPIRADOR
137
Dos razones se conjugaron en breves semanas para que diera la espalda
al piedemonte merideño y terminara con sus huesos y su anhelo instalado
en el estrecho valle caraqueño, estudiando Licenciatura en Ciencias y Ar-
tes... pero Militares. La primera fue el sueño de ser un jugador como los que
admiraba, algo que no podría realizar en la andina Mérida, donde no había
tradición de ese deporte, ni club que lo promoviera. “No, si no hay béisbol, no
voy a Mérida, le dije a mi padre”3. La segunda razón fue una circunstancia
fortuita. En la Semana Santa de ese año, o sea, unos tres meses y medio
antes de pensar en “meterse a militar”, un amigo barinés de apellido Anga-
rita que cursaba el primer año de la Academia Militar, volvió a Barinas de
licencia y le dio “los folletos” para que se presentara “en los exámenes que
se hicieron en Barinas”4.
Chávez andaba buscando qué hacer al final de su ciclo de estudiante de
secundaria y de adolescente. Y era capaz de hacer cualquier cosa siempre
que no lo apartara de su único deseo consciente en ese momento: ser un
profesional del béisbol. De hecho, estaba a punto de serlo, pues ya había
competido en los Juegos Nacionales Interestatales, como pitcher, con buenos
resultados individuales.
En Barinas no había universidades. Presentó y pasó las pruebas para
la Academia Militar. A los dos meses le llegó un telegrama invitándolo a
presentarse el 8 de agosto y así, sin mucha vuelta, se fue solo a Caracas con
un pasaje que le pagó su padre y un adiós quejumbroso de su abuela Rosa
Inés. También se llevó un sueño que no lo dejaba quieto y algunas ideas
políticas e inquietudes sociales difusas que apenas comenzaban a aflorar.
Se fue contra la opinión de la abuela Rosa, que se negó al enterarse, y de
su padre, que no estaba muy convencido, pero terminó apoyándolo. Solo su
madre veía la carrera militar como una vía segura para salir de la pobreza
y el atraso provinciano. Una oportunidad de ascender en la vida económica
y social, algo que todo joven de su clase social buscaba.
Desde comienzos de los años setenta las Fuerzas Armadas venezolanas
brindaban esa posibilidad sin el riesgo de terminar más bruto que como
entrara, algo común en los egresados en la vieja Escuela de Guerra y Ma-
rina. Así fue que ingresó a la carrera militar. Al parecer no llegó solo. Los
autores Barrera y Marcano afirman algo no verificado por nadie ni asentado
en alguna fuente, testimonio o documento, pero que a ellos les sirve para la
construcción del infecundo “Chávez” de su biografía. Aseguran que aquel
muchacho de 17 años cruzó las puertas de la Academia Militar “con un ejem-
plar de El diario del Che Guevara bajo el brazo”. El propio Hugo Chávez se
encargó de desmentir esa falsedad en la entrevista filmada que le hizo el ex
ministro de Educación argentino Daniel Filmus, en la serie documental Pre-
sidentes: “Yo no llegué con ese libro en el morral, pero te puedo asegurar que
me hubiera gustado salir con él”. Para desmitificar la visión conspirativa de
3 Ibíd., p. 331.
4 Ibíd., p. 332.
138
estos biógrafos, digamos que ese no era el libro más subversivo que leíamos
en ese momento y menos que menos lo que sugieren los autores: señal de un
designio, prueba del subterfugio guardado por años.
Dicho como lo dicen ellos, aun si hubiese ocurrido, solo sirve para cons-
truir un Chávez predestinado. Y algo más grave: un diecisieteañero que
llevaba una suerte de plan secreto en la cabeza. O sea, un conspirador aga-
zapado formado por José Esteban Ruiz-Guevara. O para decirlo con la bella-
quería de estos biógrafos: “Algo más traía ya el joven Hugo consigo”5.
Este modo de ver las cosas humanas sin la pantalla social convierte
a los individuos en bichos misteriosamente marcados por la conspiración
casi desde la cuna. El diario del Che Guevara sería como el 666 demoníaco
cargado por Chávez a la santificada Academia Militar. Este modo de ver las
cosas acopla más con la maldición bíblica de la bisabuela Marta Frías que
con la vida real.
Los primeros seis meses de Academia Militar contienen tres vivencias
fundamentales; podríamos definirlas como los “tres puentes” que lo llevaron
al otro lado del Chávez que venía siendo: el descubrimiento del “mundo mi-
litar” como una revelación de novedades, el abandono del béisbol como un
proyecto de vida y la entrada a una relación más madura con su pasado y
su presente.
En diciembre de 1971 el muchacho provinciano ya estaba parado ante
otra perspectiva en su vida. Un nuevo Chávez comenzaba a desarrollarse den-
tro del Chávez que venía siendo. Pero esta nueva perspectiva no surgía de la
nada. Hay que verla como la mutación de una personalidad inquieta que se
fue acomodando dentro de una realidad desconocida, tan desconocida y nueva
que tuvo la fuerza de cambiarle la vida. No era el único caso con esas pulsio-
nes dentro o fuera de las Fuerzas Armadas. Simplemente se hizo conocido.
El costo de ese trance fue el abandono de un propósito (el béisbol) por
otro (la conspiración), confirmando un rasgo esencial de su personalidad: ir
siempre tras un objetivo, movido por un deseo, aquello que Maquiavelo lla-
maba libido dominandi para casos similares y que llamaremos “sueño”. Así,
la política fue su nuevo sueño desde 1974. Complotar es una forma particu-
lar de ella. Era una latencia difusa aprendida en las placenteras conversa-
ciones con el grupo barinés en el garaje de la casa del viejo Ruiz-Guevara, y
en las pocas acciones estudiantiles de las que participó entre los 13 y los 17
años. Ese cambio ocurrió en breves, intensos y alteradores meses.
Un poco de suerte
Pudo quedarse en la Academia Militar gracias al talento para el béisbol
y a su personalidad fuerte. No le tuvo miedo al revés y al desafío. También
es cierto que fue favorecido por esa cuota de “oportunidad” que se le aparece
139
de vez en cuando en la vida, como si fuera un tren sin retorno que se para
frente a él un solo instante en una estación desconocida. Así, el 9 de agosto
separaron en dos grupos a los tres centenares de aspirantes. A Hugo Chávez
lo pusieron entre los que tenían alguna materia aplazada. No era un trato
de paria, pero se le parecía. La tranquilidad interna de las Fuerzas Armadas
venezolanas, ya derrotadas de las guerrillas y sin conflicto propio, permitían
la ligereza de aceptar estudiantes reprobados. La única condición era que
estuvieran bien dotados para el deporte, además de pasar por un ridículo
examen psicoideológico donde les preguntaban por novias y por partidos
políticos de fantasía6.
Él era un deportista entrenado, tanto que su pasión deportiva casi lo
lleva al desastre en la prueba que le hicieron el 9 de agosto. El resultado fue
tan malo que le sorprendieron con un “Ud. no tiene ninguna oportunidad
de pertenecer” a esta Academia. Es que tres días antes había estado com-
pitiendo en un Campeonato Nacional de Béisbol amateur en Barquisimeto,
y tenía el brazo izquierdo inservible. Chávez jugaba la posición de pitcher
y era zurdo, una combinación que le permitía destacarse por la suma de
velocidad y ondulación en el desplazamiento. Un zurdo es especial para esa
combinación. Pero al zurdo Chávez le salió al revés. Tiró tan lenta y mal la
pelota que se desplazó en tímidos saltos sobre el terreno; llegó al home como
diciendo «aquí estoy, batéame». “Estaba tan descontrolado que [la pelota]
daba piconazos, no llegaba al home y entonces me sacaron. Eso me desilu-
sionó. Me dijeron que no servía”7.
Ese fracaso pudo ser determinante en ese momento en que debía co-
menzar a transitar hacia una vida independiente. A la soledad que significa-
ba la ausencia total de familia, en una ciudad tan dominante y extraña como
Caracas, se sumaba una característica de su generación: la adolescencia ter-
minaba ahí, en ese momento en que estaba probando un nuevo campo para
su vida social. De lo que se hiciera mal, o se hiciera bien, dependía, en bue-
na medida, cualquier perspectiva individual. El muchacho barinés estuvo a
punto de volver derrotado a su provincia y quedar paralizado hasta nuevo
aviso, en ese punto invisible de la adolescencia. Lo salvaron tres elementos
de su personalidad: su habilidad deportiva, la capacidad reactiva y la opor-
tunidad, una combinación que veremos aparecer otra vez en las siguientes
pruebas vitales: 1992, 1998, 2002, 2004 y 2007. “Quedé mocho joven”, fue la
expresión que le saltó de la memoria en 1995 ante el grabador, pero en 1971
la sensación ha debido ser peor porque se trataba de saltar a una nueva
vida. Fue allí que apareció “doña oportunidad”.
Un cadete con cierta autoridad en las pruebas deportivas de ese día,
que observó su condición de zurdo, le preguntó si jugaba en otra posición. Un
rato después Chávez estaba probando suerte en primera base, la única otra
posición que jugaba bien. Allí se le apareció el duende del contrasentido en
140
su vida. Cuando le tocó batear (o sea, una posición opuesta a la suya, le salió
tan bien que lo dejaron directo en la Academia.
En los meses siguientes tuvo que demostrar que seguía siendo bueno
para el deporte y que repararía la materia aplazada. De tal manera, su pa-
sión por el béisbol fue el “dato secreto” que lo salvó del desastre, al mismo
tiempo que lo condujo a otro destino. Los testimonios de Chávez y de varios
compañeros de promoción confirman que su fácil adaptación al “mundo mi-
litar” se debió a su pasión y habilidad para el deporte y el béisbol; ya hemos
visto cómo y hasta dónde era capaz de llegar por él. Se trataba de una pasión
decisiva en su vida. Eso lo pudo demostrar seis meses después de estos he-
chos, cuando ya había comenzado a cambiar el béisbol por los atractivos que
vio en el “mundo militar”.
A mediados de diciembre de 1971, siendo ya un cadete militar, hizo lo que
ninguno de sus compañeros de promoción podía sospechar, ese elemento inte-
rior sin el cual Chávez no es Chávez. Al salir en su primera licencia después
de seis meses de encierro “sin visitas ni televisión”, se fue solitario hasta el
Cementerio General del Sur a encontrarse con su ídolo deportivo, Isaías “Lá-
tigo” Chávez. Los huesos de este famoso pelotero venezolano reposaban algo
cerca del Fuerte Tiuna, de donde salió esa mañana tan esperada. Pasó bajo el
arco de su ancha puerta con la gala de su uniforme azul y sus guantes blan-
cos, encontró la tumba entre muchas cruces y esa mañana, en el silencio que
siempre acompaña a la muerte, se confesó a sí mismo que estaba cambiando
de sueño. Una catarsis que lo liberó y lo dejó en paz para seguir un nuevo
camino. Y lo hizo con el sentido dramático, embebido de solemne sacralización
pagana, que acompañó sus actos graves de vida, desde aquel lejano día de su
infancia en que escuchó decir que su bisabuelo había sido un asesino.
Iba porque tenía por dentro un nudo, como una deuda... y ahora que
quería ser soldado... me sentía mal por eso... Me puse a hablar con la tum-
ba, con el espíritu que rodeaba todo aquello, conmigo mismo. Era como si le
dijera: “Perdón, Isaías, ya no voy a seguir ese camino. Ahora soy soldado”.
Cuando salí del cementerio estaba liberado9.
8 Ibíd., p. 37.
9 Ibíd., p. 37.
10 Transcripción, video de VTV, 13 de agosto de 2004.
141
estaba abandonando su ilusión más antigua. La de ser pintor se le había
ido entre los 14 y los 15. Sin embargo, dibujó y pintó, así como también cantó
coplas llaneras, hasta muchos años después. Aún lo hace algunas veces. Se lo
vio silbando algún pasaje llanero por los pasillos y en el cuarto de reposo de
la clínica en La Habana donde estuvo convaleciente, sobre todo cuando volvió
en julio para aplicarse la quimioterapia. El día de su cumpleaños número 57
se atrevió a más y bailó un joropo con una de sus hijas en el pequeño balcón
de Miraflores sobre la Avenida Urdaneta. Y se lo ha escuchado tarareando en
el Palacio dentro o fuera de su Despacho, entre una reunión y otra.
El cambio de medio de expresión no debe desviar la atención sobre lo
esencial en su conducta: la búsqueda permanente de cauces a los ríos pro-
fundos de las pasiones y fantasías. Para un hombre sufrido como el Dante
Aligieri el factor de creación se llamaba “la grande tristeza” setecientos años
atrás; para casos como el de García Márquez o Chávez esa reacción creadora
es asumida con toques de buen humor caribeño. Aunque en el fondo, como
todo acto creativo, está teñido del mismo aliento dramático de los inspirados.
El primer medio año en el “mundo militar” fue una experiencia que
revolvió el cofre oculto de sus fantasías. Lo que Chávez encontró en la disci-
plina castrense le resultaba apropiado a algunas tendencias de su espíritu
y de sus intereses intelectuales. Esto podría parecer una contradicción de-
bido a los rígidos y a veces crueles hábitos militares, pero no lo era para él
si lo vemos desde el interior del muchacho provinciano que anda buscando
mundo. Es como si anuláramos la dulce poesía de Sor Juana Inés de la Cruz
porque la escribió dentro de las mohosas paredes de su encierro monacal en
México. La ciencia y las artes militares encierran tanto universo de atrac-
ciones como cualquier otro ámbito de la experiencia humana. Esto no debe
hacer olvidar a nadie que se trata del cuerpo especializado en represión que
los opresores usan contra los oprimidos, sobre todo cuando se rebelan.
Otro efecto inmediato de su primer encierro castrense fue que lo llevó a
modificar su relación con Barinas, con su familia y con su grupo de amigos.
Se transformó en una relación más madura. Mediada por la distancia y
la abstracción reflexiva de la palabra escrita. A Barinas la guardó como la
fuente de signos culturales y raíces simbólicas más importante de su vida.
El grupo barinés quedó como el refugio de confianza y amistad a prueba de
bala y de tiempo. Y la familia, como la ausencia necesaria a su ingreso en la
conspiración.
Una de las novedades del régimen militar fue la obligación de escribir
semanalmente cartas a los familiares y amigos. Ese deber lo cultivó Chávez
en forma gustosa y sistemática; esto era muy útil a un muchacho llanero
acostumbrado a la improvisación oral. Resultaron cartas reveladoras de la
evolución de su personalidad y sobre todo de sus búsquedas a esa edad. Poco
después, en 1974, lo condujo a escribir durante siete meses continuos una
modalidad especial del lenguaje escrito: un diario. Este es un dato cualitati-
vo –despreciado por sus enemigos– del Chávez reflexivo e inspirado que co-
menzaba a crecer dentro del Chávez adolescente. A sus innumerables cartas
142
familiares y al diario debemos el favor historiográfico de saber lo que pasaba
por su cabeza cada vez que tenía que confrontar la realidad social en calidad
de soldado. Un caso registrado fue el de la mañana que volvieron al mismo
poblado donde habían hecho ejercicios la noche anterior:
“Pasamos por la casa donde tomé café anoche. Salió la señora, ahora
con dos niños y nos sacaron las manos para despedirse. Vi a los peque-
ños con inmensa tristeza, con su abdomen voluminoso, de seguro lleno de
lombrices de tanto comer tierra, descalzos, desnudos”. De ese retrato del
drama social pasa a la reflexión sobre su condición individual, base de la
doble vida que comenzaría a llevar dentro de poco: “Con un cuadro así,
siento como hierve la sangre en mis venas, y me convenzo de la necesidad
de hacer algo, lo que sea, por esa gente”11.
143
el desespero del conocimiento”. Porque es que uno quería saber de todo,
leer de todo, quizá sin método en ese tiempo, pero queríamos inundarnos
por aquello de que mientras más leo, más sé y nos damos cuenta de que no
sabemos nada... Estuvimos más bien en la búsqueda de nuestras raíces.
Creo que eso influyó mucho en el rumbo que después decidimos tomar13.
13 Ibíd., p. 42.
14 HARNECKER, M., Un hombre, un pueblo, Caracas, pp. 15-16.
15 GUERRERO, M. E. Entrevista con Ricardo Napurí: “El desafío latinoamericano de
Chávez y la revolución bolivariana”, Argenpress, Buenos Aires, octubre de 2005.
144
Entre las decenas de autores leídos en los años de escuela militar, re-
saltan nombres como Clausewitz, Bolívar, Páez, Napoleón, Aníbal, y de vez
en cuando también se colaban lecturas sueltas e inconexas de Marx, de
Engels. Al Manifiesto comunista y otros textos subversivos se les daba un
tratamiento académico permitido por las autoridades de la Academia16. Es-
ta furia devoradora de libros estaba complementada con el entrenamiento
físico, los simulacros de guerra y actividades culturales de las más variadas:
teatro, musica, cine y debates (limitados, pero debates al fin, en la Sociedad
Bolivariana, en pasillos universitarios y en las aulas de la Academia Mili-
tar). En la mayoría de los casos los temas se relacionaban con la historia
nacional, pero era inevitable que se cruzaran con otros de actualidad o de
alta densidad ideológica. Y lo más sustancial de esa experiencia: la hacían
en una extrañísima relación directa con la vida universitaria civil, allí don-
de se batía el cobre de las ideas izquierdistas.
Así reflexionó sobre esa formación el Chávez de 1995: “Había algo no-
vedoso que me fue absorbiendo, y así como a mí, a otros muchachos”. ¿Cuá-
les eran esas novedades? Así responde: “Aquella transformación del proceso
educativo a nivel superior, entrar en contacto con el deporte a través de la
UCV (la universidad pública) con la Simón Bolívar, el Pedagógico, la Santa
María”. En esos ámbitos de vida estudiantil, política y cultural, muy pro-
fusa en la primera mitad de la década de los setenta, Chávez paseaba sus
inquietudes y fantasmas. A cada paso encontraba señales que lo conectaban
con las vivencias de su adolescencia barinesa a la sombra del comunista
Ruiz-Guevara. Allí registró con placer las conversaciones “con los estudian-
tes deportistas, ir a eventos culturales en la UCV, participar en el teatro”17;
o escuchar a cantantes de protesta como Lilia Vera, Gloria Martín, Soledad
Bravo o Alí Primera en el Aula Magna de la UCV o en los pasillos universi-
tarios. Presenciar conferencias y debates de intelectuales marxistas vene-
zolanos de buen nivel como Moisés Moleiro, Joaquín Marta Sosa, Teodoro
Petkoff (el ex), Aníbal Nazoa, Héctor Mujica o Ludovico Silva. Un regodeo
de sensaciones que lo impulsaban a ser cualquier cosa, menos un militar de
carrera enjaulado en un cuartel.
La contradicción existencial y de conciencia nacía cuando salía de esos
pasillos y aulas universitarias y volvía al regimiento militar donde se for-
maba para otra cosa. Esa contradicción la resolvió de la manera que pudo:
conspirando, un acto de fidelidad a los deseos más profundos del alma, que
corresponde, en la vida militar, a los “cuernos” en la vida matrimonial. Ese
mundo no tenía las virtudes formativas de un ordenado Ateneo literario,
una revista teórica, ni la vivencia insustituible de un partido político mar-
xista creativo. La particularidad del caso Chávez es que tanta vida cultural
junta constituyó para él un ambiente desalienante, una fuente de ideas y
signos ideológicos suficientemente perturbadores para una generación de
145
muchachos inquietos, entre los cuales estaban algunos inspirados como Hu-
go Chávez.
Esto explica, sin casualidades mágicas, que él fuera uno de los que más
aprovechó y que más se destacó en esos pasadizos laterales de su “formación
militar”. No fue el único caso, otros oficiales de su promoción, como Acosta
Carlés, el aviador Castro Soteldo, Yoel Acosta, Arias Cárdenas o William Iza-
rra, entre otros menos conocidos, confirman la existencia de este fenómeno
generacional. Esto ha sido testimoniado en sus relatos orales desde 1995.
Aquella dinámica vida “cultural” debe ser ubicada en el contexto nacional
concreto de la generación del setenta y de la izquierda en particular.
146
Un “venao” por los barrios de Caracas
147
Guiados por sus criterios biográficos de guionistas de culebrón, Marcano
y Barrera no le dieron importancia a un detalle: el barrio que más visitó fue el
23 de Enero, de donde era su amigo Rafael, el más politizado por la izquierda
desde los alumbramientos revolucionarios de la década de los sesenta.
El movimiento alternativo más influyente desde mediados de los seten-
ta hasta mediados de los noventa fue la Causa R, una de las dos agrupacio-
nes de izquierda con las que tuvo más relaciones el soldado Chávez. La Cau-
sa R nació y se desarrolló en Catia, de allí se expandió a la zona industrial
de La Matanza, en Guayana.
Hay que ubicar en ese raro “universo militar” a un adolescente de 17,
18 y 19 años, provinciano y “venao” de origen campesino humilde, ansioso
de saber cosas (además del enigma de su bisabuelo), con capacidad para
la fantasía artística y habilidades para la copla llanera y el deporte. Eran
elementos suficientes para impactar en su psicodinamia, en la caja secreta
de su imaginario personal y hacerlo mutar a cualquier cosa nueva. En su
generación de pertenencia, “la setentista”, la adolescencia culminaba en el
paso de esos tres años. Las locuras del capitalismo mundial modificaron este
paso generacional desde los años ochenta, haciendo prolongar esta fase de
la vida hasta más allá de los 25 años. La prolongación de la adolescencia es
directamente proporcional a la anulación de las libertades en la vida urbana
plagada de jerarquías capitalistas. La última generación del siglo XX es víc-
tima del desempleo crónico, la inseguridad laboral, la criminalidad callejera,
el espanto del sida, el estrés masivo y la muerte de los espacios públicos:
una suma de limitaciones vitales que obligaron a los “noventistas” a seguir
cobijados en las faldas familiares más de lo necesario.
De allí que para Chávez su primera formación en la Academia Militar
fue una suerte de descubrimiento de un “mundo nuevo” en su vida, mal que
le pese a su mala fama de institución represiva. Le permitió su “salida al
mar” en un momento de vida en que tenía que optar. ¿Contradicción? Sí,
depende desde qué lugar humano lo veamos. La subjetivización afectuosa
con la que abrevó la vida militar la reflejó conscientemente de dos maneras,
a pesar de su malestar inconfeso: describiéndola con placer en las cartas a
su familia y en el diario íntimo de 1974, y adoptándola como un proyecto de
vida. Muy pronto se convertiría en el espacio de su “doble vida”.
Desde 1992, muchas veces ha acudido a la metáfora para embellecer
aquella etapa fundadora de su vida adulta, llamando a la Academia Militar
“la casa de los sueños azules”. También ha usado una conocida imagen de
Mao. “Me sentía como pez en el agua”. Estas palabras contienen las simbo-
logías de su nueva existencia independiente, sus nuevos paradigmas y la
relativa facilidad con la que se adaptó a ellos.
148
académico de la Academia Militar. Todo confluía como en el horóscopo. Un
militar heterodoxo y una fecha de cambio en la institución castrense: 1971.
Sin la influencia intelectual de este especialista en historia militar y el peso
de su personalidad en el joven Chávez, no es posible definir al conspirador
bolivariano que estaba surgiendo de sus propias entrañas. Pérez Arcay for-
mó a tres generaciones de oficiales de las Fuerzas Armadas de Venezuela.
Sus conocimientos enciclopédicos y sus libros de historia contemporánea son
fuentes ineludibles para cualquier investigador. Él descubrió –y alentó– la
sed de conocimientos del muchacho barinés.
Arcay es el prototipo del militar nacionalista clásico en un país opri-
mido. Su antiimperialismo es connatural a su existencia y sus valores de
patriotismo territorial, sin que eso implique un objetivo socialista. Él se hi-
zo célebre entre los de su generación porque en 1957 se levantó en armas
contra el dictador Marcos Pérez Jiménez cuando este pisoteó los resultados
del Plebiscito que él mismo había convocado, porque les fueron adversos.
“Fue una rebelión ética”, define Pérez Arcay. Su perfil del militar corporativo
quedó evidenciado en la definición moral de su acción política en 1957: “No
porque su gobierno fuera malo, sino por ilegítimo”18.
Siendo la autoridad académica de la institución militar, Pérez Arcay
le dio a Chávez el mejor y más involuntario empujón político en sus in-
quietudes políticas. Era octubre de 1974, andaba cruzando los 20 años, un
momento de alta sensibilidad para un joven ansioso de ideas. Estaba por
vivir el acontecimiento que le cambió su percepción de la vida militar y so-
cial. Chávez estuvo a punto de ser separado de la Academia Militar. En ese
momento no se trataba de un detalle en su vida.
Todo comenzó en una conferencia de fin de semana pronunciada por el
doctor Acosta Rodríguez en la Sociedad Bolivariana sobre el rol de Simón Bo-
lívar como estadista. Chávez tuvo el atrevimiento de contradecir en público al
conferencista. Defendió el papel republicano de Bolívar en el Congreso de An-
gostura, contra la definición de “Dictador” dada por Acosta. Lo hizo con tanta
solidez argumental y suficientes conocimientos que el alférez mayor Alcides
Rondón se convenció de que le estaban faltando el respeto al profesor19.
Chávez se negó a retractarse y someterse al castigo que le intentó im-
poner Rondón. El asunto lo arbitraron los Generales Directores de la Aca-
demia Militar, dándole la razón a Chávez. Pérez Arcay defendió al alférez
Chávez ante una acusación grave de indisciplina que pudo ponerlo de patas
afuera de la carrera militar. Por supuesto, el oficial no podía advertir la di-
námica que desataría en la cabeza de Hugo Chávez. Pérez Arcay recuerda
el hecho con estas imágenes de su memoria: “Me presentaron los informes,
incluido el del Alférez Chávez. Era brillante. No salía de mi asombro”20.
149
No fue sancionado y menos expulsado, pero tuvo que callarse la boca
en las próximas conferencias, excepto para preguntar y “mamar gallo”. Este
suceso, entre otros, lo haría ingresar a un aprendizaje empírico de “doble
vida” dentro de la estructura militar. Poco a poco fue aprendiendo que en la
“casa de los sueños azules” faltaban libertades, sobraba autoridad y se de-
rramaban privilegios y negocios turbios. Más nunca le callaron la boca hasta
el grito del rey de España.
La novedad es que desde entonces las ideas rebeldes se las guardaría
para las discusiones secretas con sus camaradas y con los camaradas de sus
camaradas. “Sin embargo, después de aquel incidente, las conferencias en la
Sociedad Bolivariana ya no fueron las mismas para Chávez”, recuerda Pérez
Arcay. Tampoco Chávez sería el mismo para la Sociedad Bolivariana y sus
alrededores21.
Sin la presencia de Jacinto Pérez Arcay sería indefinible la personali-
dad política adulta de Hugo Chávez Frías. Con él terminó de aprender el
valor de las convicciones y a acerar su personalidad. En sus clases conoció
en forma sistemática la historia de las guerras sociales del país; sus amplios
conocimientos le sirvieron a Chávez para conectar la historia venezolana
con las guerras de la antigüedad greco-romana, las del Medioevo y las de los
siglos XIX y XX. Con Arcay profundizó el estudio sobre Ezequiel Zamora y
la última guerra campesina de Venezuela. Su libro La Guerra Federal: cau-
sas y consecuencias fue –sigue siendo– texto de cabecera de Chávez y de las
generaciones universitarias.
Fue este hombre erudito quien descubrió que estaba en presencia de
un “autodidacto por naturaleza”, como lo llamó en 2004. Entendió que era
capaz de “escuchar a todos”, captar “lo esencial” y llegar “a una conclusión; y
luego buscar otras referencias”22. Esta acertada apreciación del carácter del
discípulo le permitió orientarlo en la investigación documental sobre Mai-
santa, continuada durante esos primeros años de carrera militar. El valor
nutricio de este hombre sabio y viejo fue registrado por Chávez, en 1995, de
una manera tan ilustrativa que vale por sí sola: “Yo profundicé con Pérez Ar-
cay... Yo veía en él algo diferente al resto... Su mensaje era distinto, llegaba,
vibraba con aquello de Zamora y la Guerra Federal”23.
Pérez Arcay resultó en varios sentidos la reaparición corregida y au-
mentada del “viejo comunista” José Esteban Ruiz-Guevara, pero con una
pequeña diferencia: Arcay era anticomunista. Luego reaparecerían ambos
bajo otras personalidades tutelares, tan contrapuestas como las anteriores:
Luis Miquilena y Fidel Castro. Chávez adopta estas relaciones como fuentes
de conocimiento pero también de energía. Posiblemente sean transfiguracio-
nes en vivo de la figura latente de su bisabuelo.
21 Ibíd., p. 80.
22 Ibíd., p. 81.
23 Habla el comandante, p. 41.
150
Un experimento militar que salió al revés
Nada de lo dicho hasta ahora sostendría su sentido sin considerar el pe-
núltimo eslabón de esta cadena de factores. Nos referimos al plan de “nacio-
nalización” y modernización de las Fuerzas Armadas venezolanas, patroci-
nado por el gobierno socialcristiano de entonces, permitido por el Pentágono
y tolerado por el Estado Mayor en Venezuela.
Hugo Chávez le dijo a Blanco Muñoz que su generación formó parte de
un experimento del cual tardaron en darse cuenta. “Nosotros éramos vistos
como unos conejillos de indias”24. La razón era simple: los recursos militares
tenían que ser puestos al servicio de otros objetivos “de desarrollo social y
nacional”. Ya no tenía sentido gastarlos contra las guerrillas, en golpes de
Estado que nadie intentaba o en guerras internacionales de las que el país
estaba ausente. Al revés de casi toda América Latina, Venezuela no estaba
ante ninguno de esos peligros, excepto en las hipótesis de lunáticos.
El nombre escogido para esta transformación de las Fuerzas Armadas
fue “Andrés Bello”. Ya el apelativo indicaba la orientación heterodoxa del
cambio. Bello fue el humanista más universal que produjo Venezuela en
el siglo XIX, autor de leyes, creador de universidades, además de autor de
tratados de lingüística, filología, filosofía y poesía. O sea, todo lo contrario
al mundo de las armas, las guerras y la muerte. Fue el menos militar de
los procreadores de la República. Hubo grandes hombres en los que ambos
mundos convivieron, como Domingo Faustino Sarmiento, un humanista ge-
nial de la oligarquía argentina, que fue capaz al mismo tiempo de ser un
jefe militar, o León Trotsky y Winston Churchill, distintos por sus intereses
de clase, pero similares en la capacidad de ejercer la estrategia militar y los
asuntos de la política al mismo tiempo.
Desde ese ángulo, Bello era un nombre poco apropiado para un plan
de reforma militar. Aparentemente. Con ese proyecto trataron de darle un
carácter más profesional y académico; para lograrlo era necesario llevar la
universidad laica y pública a los cuarteles y viceversa. Así, el antiguo “Ba-
chiller Militar” fue sustituido por el Licenciado en Ciencias y Artes Milita-
res, con un título universitario como el de cualquier “doctor”. Además del
celo y resquemor que creó en la generación anterior al Plan Andrés Bello,
comenzó a formar un oficial con una mentalidad más orientada hacia las ca-
rreras universitarias y las nuevas profesiones, algo raro en las condiciones
de la Guerra Fría.
Aquella realidad ha sido reconocida por especialistas de diversos orí-
genes ideológicos. Domingo Irwin G., un estudioso de ideas conservadoras,
escribió en su trabajo “Comentarios sobre las relaciones civiles y militares
en Venezuela, siglos XIX al XXI”, lo siguiente sobre el fenómeno militar ve-
nezolano:
24 Ibíd., p. 41.
151
La reforma educativa castrense desarrollada desde la década de 1970,
el denominado Plan Andrés Bello, contribuyó, por sus resultados, a crear
una situación en la realidad militar venezolana que guardaba cierto pare-
cido con los tiempos de la presidencia de Medina Angarita.
Los egresados de los institutos militares en las primeras promocio-
nes, luego de la aplicación del Plan Andrés Bello, se sentían más y mejor
capacitados que sus superiores jerárquicos inmediatos. Esto contribuyó a
reforzar el espíritu de cuerpo y el sentimiento gregario entre estas promo-
ciones militares, particularmente en el ejército. Dicha situación facilitó la
conformación y el fortalecimiento de las ya mencionadas logias conspira-
tivas militares.
25 El realismo militar venezolano, por J. Yépez Daza. En Venezuela, una ilusión de armo-
nía, Ediciones IESA, 2ª edición, Caracas, 1985, pp. 340 y 430.
152
tos sobre directrices generales para la conducción de las Fuerzas Armadas
en caso de emergencia”.
Para comprender el fondo de las preocupaciones del responsable del
Alto Mando es necesario ubicarse en el tiempo en que fueron escritas estas
palabras. De ellas trasciende que estaba molesto por la pérdida de identidad
militar, o sea, corporativa, de las Fuerzas Armadas. De allí esta declaración
que parece inspirada en la incertidumbre del nuevo tipo de oficial que esta-
ba saliendo del cruce de cuartel con universidad. “En los actuales momentos
y dada la cantidad de factores intervinientes parece poco prudente afirmar
que hay un ‘tipo’ de oficial, o que se puedan anotar los rasgos predominantes
del oficial venezolano”26.
Otra queja del general Yépez Daza iba directamente al punto de en-
cuentro de los nuevos oficiales con la vieja guerrilla. Esta era la preocupa-
ción del general Yépez Daza en 1984:
Aquí aparecen las señales del mexicano Héller y del peruano Del Car-
men Marín, dos de las sombras doctrinarias de la formación ideológica mili-
tar del oficial Hugo Chávez. La intranquilidad del Estado Mayor venezolano
a comienzos de los ochenta se debía a dos razones estrechamente ligadas.
Primero, los rumores de conspiración dentro de las Fuerzas Armadas: en
1982 ya había ocurrido un evento militar menor que se repetiría como un
estertor en 1988, dos signos del cambio que engendraba. Segundo, la escan-
dalosa corrupción de la que participaban altos oficiales, facilitada por la feu-
dalización del poder de mandos en las Fuerzas Armadas (1984 fue el año en
26 Ibíd., p. 344.
27 Ibíd., p. 335.
28 Ibíd., p. 345.
153
que la prensa venezolana registró mayor cantidad de militares involucrados
en negocios turbios, que en algunos casos incluyó tráfico de cocaína).
Modernizar o no modernizar
Sin que Chávez y su generación militar se enteraran, fueron parte de
un fenómeno que ya se venía aplicando en otros países donde triunfaron
movimientos militares nacionalistas, como el citado de Perú, México o el de
Panamá. En otros países como Argentina, también se intentó pero fracasó.
El coronel José “Pepe” García, presidente del Centro de Militares para la
Democracia (CEMIDA), nos contó en 2007 que en el año 1974 un general
argentino, de apellido Ure, quiso comenzar una modernización al estilo del
que se estaba haciendo en otros países. “Envió dos oficiales a la Universidad
de Buenos Aires a estudiar Desarrollo Económico en la Facultad de Ciencias
Económicas, pero se asustaron por la relación con los marxistas que predo-
minaban en la universidad”. Hasta ahí llegó el intento.
La curiosa diferencia está en que la fulana “modernización” la llevó ade-
lante el gobierno socialcristiano de Rafael Caldera, un tanto alejado de cual-
quier movimiento antiimperialista, aunque también distante de vertientes
derechistas como las que predominaban en el Cono Sur o América Central.
Caldera había sido fascista confeso en su juventud, admirador de Primo de
Ribera y de Franco, con el tiempo mutó a un demócrata burgués parlamen-
tarista, más orientado a Europa que a Estados Unidos. Autor del Código
laboral de 1959 y de una Biografía de Andrés Bello, su mentor intelectual,
figura que se usó para identificar el plan de transformación de la vida mili-
tar en la que se metió, como “conejillo de indias”, el joven Chávez en 1971.
Caldera no tenía nada que ver con Juan Velasco Alvarado o con To-
rrijos y la transformación nacionalista que le imprimieron a sus Fuerzas
Armadas. Sin embargo, había un punto en el que estaba conectado con ellos:
gobernaba un país tan oprimido como Perú y Panamá, en un momento de as-
censo del antiimperialismo en el Tercer Mundo. Caldera era dirigente de la
Internacional Demócrata Cristiana, en cuyos postulados, orientados desde
la Alemania Occidental europeocentrista, había una relativa resistencia al
modelo militar yanqui. El imperialismo europeo, por ser menor y subsidia-
rio, participaba a su manera en la Guerra Fría; no era fanático del macar-
thismo ni de los golpes de Estado a mansalva tipo Henry Kissinger, aunque
apoyó algunos a través de sus multinacionales, como hizo la Mercedes Benz
en Argentina, Brasil y Chile.
No fue por casualidad o esquizofrenia que el Caldera que alentó la
transformación de las Fuerzas Armadas era el mismo que se atrevió a gri-
tar sus quejas en las Naciones Unidas en 1973 (no más que eso, claro) y
que nueve años después, al día siguiente de la rebelión del 4 de febrero de
1992, volvió a gritar en el Parlamento que “los pobres no pueden inmolarse
en nombre de la libertad” (no más que eso, claro). Es el mismo político que
en 1995 quedó como el precursor del ingreso de Venezuela al Mercosur, un
154
intento (fallido, porque no era más que eso, claro) por despegarse un poco de
la agobiadora economía de Estados Unidos. Ni le quita ni le pone a Caldera,
simplemente es Caldera.
¿Descuido yanqui? ¿Error de Caldera? ¿Cálculo errado de lo que podía
producir el Plan Andrés Bello en la nueva oficialidad? Ni lo uno ni lo otro.
Los hechos, más que la ciencia del pronóstico, le indicaron al Pentágono
y a la burguesía venezolana un cambio de rumbo en la formación militar.
Ese cambio, dirigido al control social y el equilibrio de poderes, tuvo costos.
Entre esos costos históricos hay que contabilizar la aparición de un fenóme-
no generacional: la camada de oficiales bolivarianos que llevaron hasta sus
últimas consecuencias los postulados de “desarrollo social” del Plan Andrés
Bello. Sin duda, algo se les escapó. La generación militar de Chávez y él en
particular fueron quienes le dieron el toque personal a ese dato histórico. Ni
más ni menos.
155
Velasco y Torrijos, el mensaje
más temprano de Hugo Chávez
157
de un grupo de soldados panameños en las aulas de la Academia Militar de
Venezuela, entre 1971 y 1973. “Entre ellos vino un hijo del general Omar
Torrijos”, contó Chávez29. Entre los estudiantes que trabaron relaciones y
amistades con los jóvenes panameños estuvo el alférez Hugo Chávez. Se
hicieron condiscípulos, amigos y establecieron fluidas relaciones. Uno de los
resultados fue el cruce de información, que a Chávez le sirvió para hacerse
una idea de lo que era una “revolución militar nacionalista”, algo similar a lo
que le rondaba en la cabeza sin clara definición. Los panameños le contaban
las novedades que vivía su país. Allí el movimiento de Torrijos estaba des-
plazando a la vieja oligarquía agraria y comercial enfeudada hasta el cue-
llo con la banca y el Estado norteamericano. El joven cadete venezolano se
impresionaba con las imágenes de las revistas panameñas donde aparecía
Torrijos con su sombrero tradicional dándoles discursos a los campesinos.
Varias de esas revistas se las mostró el cadete panameño Antonio Gómez
Ortega, de quien se hizo amigo. Así lo contó, en 2004, a los autores cubanos
Elizalde y Báez. En 1995, recién salido de la cárcel, fue más preciso en la
expresión de la sensación que vivió en 1974:
158
El suceso político internacional es una marca de origen de Chávez. Este
dato lo diferencia, en buena medida, de otros líderes nacionalistas con visio-
nes más volcadas hacia dentro de sus naciones. Debemos anotar su tenden-
cia por esos hechos.
La imagen de Velasco
“Fue toda una revelación”, dijo en 1995 sobre lo que había vivido en 1974
a los 20 años, en la fase final de la “Gran Revolución Nacional Peruana” de
Juan Velasco Alvarado32. Hugo Chávez fue seleccionado junto con otros 11 al-
féreces para asistir a los actos de celebración de los 150 años de la Batalla de
Ayacucho, en Perú. El presidente que presidió la ceremonia de despedida en
el Palacio de Miraflores de Caracas fue el mismo que diecinueve años después
sería el blanco del golpe del 4 de febrero de 1992, una acción que en buena
medida nació en esa experiencia peruana. Juegos perversos de la historia.
Fue escogido entre dos centenares de muchachos de su promoción por
su manía de andar hablando de Simón Bolívar todo el tiempo. “En la Aca-
demia Militar me pasaba el día hablando de Bolívar... me enviaron varias
veces a dar conferencias a la tropa”. Eso bastó para convencer a los oficiales
de enviar al embebido bolivariano a las serranías peruanas a celebrar una
fecha tan cara a la historia venezolana.
Un comandante apellidado Sabala Carrasquero lo llamó y le dijo que
se alistara para salir con el grupo hacia el Perú: “Como usted es de los bo-
livarianos... lo hemos escogido”. No había dudas sobre él y las razones para
enviarlo33. Esa misma noche, después de la comida, el alférez Chávez se
internó en la biblioteca de la Academia y se “tragó” lo que había sobre Pe-
rú, Ayacucho y el Mariscal Sucre. Pocos días después aterrizaba en Lima.
Compartieron con el general Velasco Alvarado una recepción en el Palacio
de Gobierno. Luego del breve discurso presidencial, Velasco les regaló dos
libritos: La Revolución Nacional Peruana y El Manifiesto del Gobierno Re-
volucionario de la Fuerza Armada de Perú. “Me bebí los libros hasta apren-
derme de memoria algunos discursos casi completos”34. Estos materiales los
perdió el 4 de febrero de 1992 cuando allanaron su casa de Mariara en las
afueras de Maracay.
Al volver de Perú ya estaba convencido de hacer cosas, aunque no tenía
claro cuáles. Aquel viaje revelador fue el primer paso del muchacho que tres
años más tarde se convertiría en oficial rebelde. “Regresamos cargados de
cosas y de material. Cuando salimos a los pocos meses de subtenientes ya
íbamos dispuestos a empeñarnos en algo, de lo que teníamos idea pero que
no lográbamos precisar”35. Esta declaración es fundamental a la hora de
32 Ibíd., p. 43.
33 Chávez nuestro, p. 341.
34 Ibíd., p. 341.
35 Ibíd., p. 39. Resaltado nuestro.
159
seguir los pasos que en forma acelerada lo estaban llevando sin conciencia
de su destino a convertirse en un militante del nacionalismo revolucionario.
En las celebraciones de Ayacucho en Perú también estaban presentes
algunos jóvenes de las menguadas Fuerzas Armadas de la Bolivia del general
Juan José Torres, uno de los personajes más avanzados del nacionalismo de
esos años. A los mismos actos asistían los representantes del ejército chileno
del general genocida Augusto Pinochet, que un año y cuatro meses antes ha-
bía protagonizado un golpe sangriento. Con ellos también mantuvo conversa-
ciones, aunque en vez de simpatía le produjo lo contrario. “El derrocamiento
de Allende generó en mí y en los otros muchachos un gran desprecio hacia los
militares gorilas que dirigieron el golpe. Pinochet nos resultaba repulsivo”36.
En medio de las conversaciones en Ayacucho hizo comparaciones que
molestaron. En 2004 recordó esta: “Torrijos sí tiene un gobierno popular,
distinto, progresista; pero Pinochet no es el camino, porque es exactamente
el otro extremo”. Chávez sostiene que a esa edad, 20 años, “ya andaba yo
ubicado, pues”37. Pinochet le sirvió para confirmar que no todo era un “sueño
azul” en la casa militar. Había militares “gorilas”, “dictadores”, y militares
de otro tipo que se juntaban con campesinos, indios y se llamaban populares.
Es difícil precisar si al volver de Perú ya estaba “ubicado”. Debemos
advertir que esto lo dijo treinta años después de aquel viaje decisivo, lo cual
arroja serias dudas acerca de la seguridad que pudo tener en aquel encuen-
tro de jovenzuelos. Es más probable que esos contactos, las discusiones y
comparaciones entre Pinochet, Torrijos, Velasco, Juan José Torres, le hayan
comenzado a “abrir los ojos” sobre las diferencias que habitaban en el “mun-
do militar”. Eso ya sería bastante para él que andaba buscando una idea
social desde las Fuerzas Armadas venezolanas. En el mejor de los casos, si
la memoria de Chávez fue fiel en 2004, se trató de una “ubicación” difusa. En
realidad representaba una parte sustancial de sus búsquedas en la nueva
perspectiva a la que había ingresado desde diciembre de 1971. Perú fue una
luz y una sombra al mismo tiempo. Al ser su experiencia internacional más
importante a esa edad, la analizó hasta donde le daba su base teórica. En la
Academia Militar escribió un ensayo sobre la experiencia velasquista para
la materia Ciencias Políticas:
160
Las mismas dudas asaltaron a sus camaradas de conspiración. Pero
comenzaron en 1982, cuando se embarcaron en un plan de organización mi-
litante dentro de las Fuerzas Armadas. Volvieron más adelante, antes de
1992, “... cuando vimos que era inminente que ya no podíamos retroceder,
que nos arrastraba aquello, estudiábamos el caso Torrijos y el proceso pana-
meño desde el punto de vista militar y político”39.
Es una curiosidad histórica y biográfica que el asunto central debatido
en esas conversaciones, reflexiones y trabajos escritos haya sido mal resuel-
to en la acción de 1992. En esta rebelión predominó la técnica putchista del
asalto sin mediación de organismos sociales. Una acción generalmente noc-
turna para la sorpresa, más ubicada dentro de la tradición blanquista que
en el tipo de insurrecciones que promovieron Lenin, Mao, Castro, incluso
distante de la rebelión popular-militar que se conoció en Venezuela el 23 de
enero de 1958. Desde el punto de vista técnico y político se pareció más a
lo pautado por Cursio Malaparte en su libro Técnicas del golpe de Estado,
donde todas las acciones se ordenan alrededor del asalto.
El académico español contemporáneo Jesús de Andrés analiza exhaus-
tivamente el asunto en su trabajo El voto de las armas: golpes de Estado en
el sistema internacional a lo largo del siglo XX: “En principio los golpes de
Estado (...) consisten en la alteración o destrucción del orden político por
parte de las élites políticas o de determinados cuerpos de la Administración,
generalmente de las Fuerzas Armadas”40. El análisis de Jesús de Andrés
debe ser completado con otros elementos aparecidos en el siglo XX, por ejem-
plo, el fenómeno de los partidos-ejército y el carácter de los golpes de Estado
que expresan fenómenos sociales progresivos. El argentino Nahuel Moreno,
en su folleto “Las revoluciones del siglo XX”, analiza este espinoso asunto:
39 Ibíd., p. 45.
40 Ediciones Catarata, Madrid, 2000.
41 Ediciones Antídoto, Cuadernos de solidaridad, Buenos Aires, 1986, pp. 58-59.
161
de un grupo de la conspiración apoyada en organizaciones de los oprimidos
y los explotados. Por grande que sea la agrupación que da el asalto y legíti-
mas sus motivaciones originales, el resultado, como mostró el siglo XX, no
es una realidad política superior (más democrática y autodeterminada), si-
no formas institucionales que están contenidas en los métodos usados para
alcanzar el poder. Esto no niega el otro hecho, también conocido en el siglo
pasado: los golpes de Estado “progresivos”. Fueron aquellos que expresaron
grandes fenómenos sociales de avanzada y que al triunfar generaron pode-
rosos movimientos de masas. El torrijismo, el peronismo, el velasquismo, el
nasserismo panárabe y otros casos del siglo XX son ejemplos de ello. En ese
sentido, el golpe de 1992 en Venezuela se parece, con la diferencia de que
no llegó al poder como en los otros casos. Sobre su resultado institucional
solo se puede especular. Sin embargo, por una curiosidad histórica inédita,
produjo un fenómeno superior a los otros: la aparición de un movimiento
social antiimperialista súper democrático en sus formas de organización,
que luego determinó las características del régimen de Chávez, desde que
alcanzó el poder por las elecciones, seis años después.
El chavismo superó todo lo conocido hasta entonces como régimen na-
cionalista de origen militar. Pero no por los alcances de sus medidas econó-
micas iniciales, sino por la profunda democratización de la vida política y la
independencia de los organismos sociales y los medios de información que
sostienen al Gobierno. La Constitución Bolivariana es su más avanzada ex-
presión democrática. En este punto, y en el carácter atípico de su líder, está
la originalidad de la “revolución bolivariana”. Sin embargo, y para ahon-
dar las contradicciones, insurrección o golpe había sido uno de los debates
más regulares del movimiento bolivariano desde mediados de la década de
los ochenta, según recuerda Francisco Arias Cárdenas, el otro jefe de la re-
belión. Chávez lideraba la tendencia insurreccionista o, como se decía, “de
una fusión cívico-militar”. Arias Cárdenas jefeaba la otra opción, prefería
concentrar las acciones y decisiones en el aparato militar. Más o menos eso
pensaban Jesús Urdaneta y otros jefes militares de 1992. “A los civiles los
llamamos después”, decía Arias Cárdenas en 198842.
Un factor que explica esta contradicción entre lo que debatieron y lo
que hicieron fue la peliaguda relación con la izquierda guerrillera en las
semanas previas a la rebelión del 4 de febrero. Ni Causa R, ni el PRV o
Bandera Roja (ni otra corriente de la izquierda venezolana) tuvieron capa-
cidad operativa o condición político-teórica para organizar y conducir una
insurrección como la del 1º de enero en La Habana o la del 17 de octubre en
Petrogrado. Por citar solo dos casos.
Otra razón que pudo actuar en esa distancia entre las reflexiones y
las acciones fue que los rebeldes bolivarianos habían estudiado poco, o muy
poco, las grandes revoluciones contemporáneas. A lo sumo redujeron sus
162
lecturas a los aspectos militares de algunas de esas experiencias. Eso es lo
que explica Chávez que hizo él respecto de la “Revolución Nacional” de Ve-
lasco Alvarado. No se conoce registro documental o testimonial que indique
lo contrario.
Por otro lado, las reflexiones de Chávez sobre el triste final de aquellos
procesos tiene su punto germinal en la imagen de su bisabuelo Maisanta y
en el “tiempo de derrota” que envolvió su trágico fin en 1924. La concreción
de esta tribulación ideológica llenó el contenido de su charla en el Teatro
Teresa Carreño cuando se refirió, en forma expresa y consciente, a “Maisan-
ta”, en “un tiempo de derrotas”, donde “más pudo Gómez”43. Chávez siempre
se preguntó por qué, pero no solo en la útil abstracción del pensamiento,
también en relación directa con dos vivencias de su grupo de generación en
la Barinas de finales de los sesenta. Así, tratando de asimilar esa lección
después de su segunda derrota en abril de 2002, declaró a los pocos días de
su vuelta a Miraflores: “Esta revolución es pacífica pero no desarmada”.
En el caso de Velasco Alvarado fue muy notorio, no solo porque lo había
conocido con sus propios ojos, sino también por lo que representó como ex-
periencia del nacionalismo militar latinoamericano. Después de Cuba y de
la revolución de Bolivia en 1952 fue uno de los movimientos que más lejos
llegó en la resistencia al imperialismo y en la expropiación de la burguesía
interna. Al final cayó víctima de su principal contradicción, no llevar el pro-
ceso nacionalista hasta el final.
Chávez no definió en 1995 lo que le faltó al experimento peruano para
que terminara en la derrota en que terminó. Limitó la explicación a una fór-
mula algebraica que habría escrito en 1974 para un trabajo en la Academia:
“La faltó de un proyecto popular”. El curso personal y político de Chávez y
el resultado de la “Revolución Nacional Peruana” convergieron en el tiempo
y su memoria. Eso convirtió en inevitable que años después tuviera ese pe-
liagudo problema entre sus manos, como si Perú hubiera sido un designio de
su tiempo en este mundo.
Un “peronista” tardío
Juan Domingo Perón y el peronismo entraron tarde a la vida de Chávez.
Dicho de otra manera, con el mismo resultado, Chávez es un velasquista
temprano y un peronista tardío. Hubo que esperar hasta el año 2003 para
que la simbología peronista se integrara al discurso del líder bolivariano,
cuando su estructura ideológica ya estaba marcada por el velasquismo y el
torrijismo, además de Bolívar, Zamora, Rodríguez, algunos líderes de “las
guerrillas” venezolanas, el Che Guevara y la proeza cubana. Por eso se con-
virtió en un dato biográfico curioso. En apariencia contradice lo que señala
el sentido común del latinoamericano actual y su expresión en las redes de
163
Internet. En el imaginario de cualquier persona medianamente formada por
los medios masivos aparece lo contrario. Chávez “es peronista”, o es “como
Perón”, su “continuador”, etcétera.
El mismo Chávez ayudó a conformar ese sentido común declarándose
peronista cada vez que puede sin explicar desde cuándo ni en qué.
Los movimientos juveniles kirchneristas le pusieron música propia a
ese sentido común: “Chávez, Perón, un solo corazón”, es la consigna pega-
josa que cantan en sus actos cuando visita Argentina, o cuando ellos pisan
Caracas, como ocurrió durante las elecciones presidenciales del 7 de octubre
de 2012. Esa fue la consigna cantada por el nutrido grupo de militantes kir-
chneristas en el acto realizado por el Comando Carabobo en el Teatro Mu-
nicipal, dos horas antes del fin de las votaciones. Después de la medianoche
de ese día de celebración, desde el Balconcito del Pueblo, en Miraflores, ante
centenas de miles de chavistas y visitantes externos, el líder bolivariano se
atrevió a dedicarle su triunfo a la presidenta argentina Cristina Fernández
de Kirchner, arrancando el mismo canto de la consigna a los enviados de sus
movimientos en la Avenida Urdaneta, frente al Palacio.
Cualquier búsqueda por la Internet dará como resultado que “la gente”
cree que Chávez es “igual” o “sigue los pasos” de Perón. En el común de los
casos se cree que son más las similitudes que las diferencias. Veamos una de
las innumerables versiones aparecidas en las redes sociales de la web. Por
ejemplo, el mensaje enviado por un tal Peter John en el blog Psicofxp, el 30
de junio de 2008 a las 11.39 hs. Ante la pregunta “Diferencias y Similitudes
entre ambos personajes: #6 Re: Chavez Y Peron, Un Solo Corazon?”, el men-
sajero hizo esta cuidadosa lista. Incompleta y sobre todo inexacta en sus
conceptos, como confundir “estatismo” con “socialismo”, o no saber diferen-
ciar entre la simpatía de Perón por los regímenes de la Italia fascista y de la
Alemania nazi, y el régimen que condujo en su país, que fue autoritario, pero
no nazi ni fascista; aun así, es un esquema ilustrativo.
Similitudes
t .JMJUBSFTEFPSJHFO
t 4FHBOBSPONVDIPFMGBWPSEFMBTDMBTFTQPQVMBSFT
t /BDJPOBMJTUBT
t 1SFUFOEÓBOVOBVOJEBEMBUJOPBNFSJDBOB
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SB[ØOQPSMBDVBMMPTZBO-
quis no los ven.
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t "NCPTGPSNBSPOQBSUFEFTVCMFWBDJPOFTNJMJUBSFT
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ma proselitistas.
t "NCPTUFOÓBOUSBUBEPTFDPOØNJDPTDPO&TUBEPT6OJEPTQPSQFUSØMFP
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164
Diferencias
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MBEF$IÈWF[EFMOP
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vuelta.
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a la ex Unión Soviética.
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hace ambas cosas.
t 1FSØOCVTDBCBVOBUFSDFSBQPTJDJØO
$IÈWF[TJNQMFNFOUFBMJOFBSTFDPO
los antiimperialistas44.
44 http://www.psicofxp.com/forums/politica-economia-sociologia.146/767602-chavez-y-
peron-un-solo-corazon.
165
2001 cuando le declaró al profesor de la ULA Alberto Garrido: “Le preparé
una caja de libros”.
El 23 de abril de 2001 asistió como “jefe de Estado invitado” a la Cum-
bre de Presidentes del Mercosur en Bariloche, Argentina. Allí conversó con
varios políticos de tradición peronista, entre ellos Carlos “Chacho” Álvarez,
especialista en el tema, quien le habló de las virtudes del peronismo.
El asunto es que no se conocen referencias documentales o periodís-
ticas, escritas o audiovisuales, en las que Hugo Chávez aluda a Perón o a
Evita como lo ha hecho desde hace ocho años con tanta insistencia y convic-
ción. Así, si nos guiáramos por el mismo sentido común, que es el peor de los
sentidos humanos, deberíamos concluir que antes de 2003 “Chávez no fue
peronista”. Ese sería un planteo tan absurdo como creer que Chávez es la
continuación de Perón.
166
vagabundas con Ma. Estela de Perón y la Miss Universo Susana Djuin. Ve-
nía de ser protegido del sátrapa paraguayo Alfredo Stroëssner. De Caracas
se fue a Santo Domingo, donde lo cubrió de honores Rafael Leónidas Trujillo,
conocido como el “Chacal del Caribe”, y terminó en la España de Franco. Era
muy difícil para cualquier demócrata o izquierdista caribeño entender a Pe-
rón como una referencia progresista. Ese recorrido hizo que todo lo progresi-
vo y nacionalista que fue su régimen entre 1946 y 1955 quedara empañado
por amigos tan indeseables.
Fue en las condiciones existentes alrededor del año 2003 cuando Perón
pudo entrar al discurso político de Chávez. El sendero fue abierto por Néstor
Kirchner, pero en medio de un acontecimiento internacional: la batalla con-
tra el ALCA. El entusiasmo peronista de Chávez no es comprensible sin la
compenetración entre ambos presidentes en el álgido escenario geopolítico
de Mar del Plata. Fue una aproximación estratégica entre ambos Estados
y entre dos líderes que se cayeron bien desde el 25 de mayo de 2003. Eso
explica la facilidad con la que se hicieron amigos desde entonces y el grado
de encuentro político en las más diversas áreas de la política nacional e
internacional. También hace racional la frase que le dejó picando Néstor
Kirchner al sorprendido venezolano, al final de la batalla de Mar del Pla-
ta, cuando celebraban la estampida de Bush y Fox: “Estimado presidente
Chávez, hoy entendí que usted es tan peronista como yo”45. Chávez contestó
con una sonrisa que dibujaba un sí sin saber por qué. Desde ese año ha leí-
do, escuchado y conversado suficiente sobre Perón y peronismo como para
sentirse peronista.
Durante el año 2003 se registran tres declaraciones del presidente ve-
nezolano aludiendo a Perón y a Evita. En 2004 aparecieron siete, en 2005
once, en 2007 veintitrés y desde entonces se mantuvo como una referencia
constante en sus declaraciones, discursos, en algunas de sus columnas se-
manales “Las líneas de Chávez”. Los dos momentos más importantes de
esta identificación con el peronismo kirchnerista fueron el homenaje que le
brindó la Asamblea Nacional en pleno a la presidenta Cristina Fernández
de Kirchner el 19 de abril de 2010 y el acompañamiento que hizo Hugo
Chávez al féretro y a la viuda de Néstor hasta casi el fin del mundo, en San-
ta Cruz, en la Patagonia argentina.
Argentina se convirtió en nación estratégica para el Estado venezolano
entre 2003 y 2005, pero no por razones ideológicas, sino por las que derivan
de la complementación económica, geopolítica, financiera y energética de
ambos países. Chávez lo ha dicho de muchas maneras, pero fue Cristina
Fernández de Kirchner quien lo expresó en una frase ante 300 empresarios
españoles en Madrid en 2008, cuando advirtió que “la ecuación suramerica-
na no funciona sin Venezuela”. Es decir, el peronismo que se puede probar
en Hugo Chávez nació de una necesidad geopolítica y una aproximación de
Estado que terminó en una relación de amistad personal y una convergen-
167
cia simbólica de discursos. Por eso tiene como punto de partida el año 2003,
cuando ascendió a la Presidencia de Argentina el político peronista que qui-
so renovar el peronismo sin romper con él: Néstor Kirchner.
168
El aciago día cuando
se volvió conspirador
169
proceso de radicalización era ya avanzado, sin tener aún una definición de
carácter político. Desde 1974 hasta 1977 dio varios saltos que aceleraron su
conversión rápida hasta el aciago día en que el desespero lo llevó a fundar
un “Ejército de Liberación”, sin ejército y sin saber por dónde comenzar la
liberación.
Así, todo lo que era sensación, sensibilidad social y conciencia primaria
se fue definiendo en forma paulatina pero inexorable. Desde que volvió del
Perú revolucionario de Velasco Alvarado sabía que debía “hacer algo”. Ese
impulso hacia una actividad social o política tenía el límite objetivo de la
estructura militar a la que estaba sometido. De allí que no haya definido
con la palabra “política” lo que quería hacer. Fue lo opuesto a lo que hicieron
sus amigos del grupo barinés y el resto de su generación radicalizada. Ni
su madurez intelectual y política se lo permitían, ni el laberinto en el que
se había metido en 1971 tenía una salida fácil. Ariadna no pululaba en la
biblioteca de la Academia. Por otro lado, es un hecho que Chávez estaba en
pleno proceso de asimilación a la vida militar. Más aún, que la carrera mili-
tar lo había conquistado. Cuando se sintió ya graduado y en carrera, algunos
tropezones con la autoridad interna casi lo ponen afuera. Chávez creyó que
podía oponerse al carácter represivo de la estructura y salir como si nada.
En estos tres años Chávez anida una contradicción existencial que poco
a poco se fue volviendo una contradicción mayor en su conciencia. Explotó
varias veces en forma de rebeldía, dentro de los códigos y maneras castren-
ses. “Es que yo soy respondón”, se definió Chávez para explicar su conflicto
con las autoridades. En realidad, estaba manifestando su paso entre una
radicalización de tipo social y otra de carácter político. Fue un proceso de
acumulación que explotó en octubre de 1977, como reacción ante la cruda
realidad de verse en conflicto con su existencia militar. Así, de salto en salto
por la forma más atípica y espinosa, el homo militari comenzó a adoptar for-
mas de homo politicus. El cambio era inexorable en su personalidad dentro
de las circunstancias y condiciones en las que estaba atrapado.
Se hizo conspirador porque era la única vía para seguir siendo militar,
y siguió siendo militar porque no encontró mejor ubicación para buscar un
camino rápido y nuevo a la rebelión. Si hubiera sido obrero, su radicaliza-
ción lo habría llevado al sindicato o al grupo secreto de fábrica, o a ambas
opciones a la vez. Si hubiera sido estudiante, profesional civil o intelectual,
el camino habría sido la actividad pública en un partido de izquierda, un
centro de estudiantes, una revista crítica o una organización cultural de
barrio. Pero era militar; esa era su principal circunstancia, sobre ella cabal-
gaban sus angustias.
170
a su abuela Rosa Inés, aún atrapada en la pobreza, todo tipo de enseres
domésticos que le dieron de la noche a la mañana un inesperado confort de
clase media. Chávez también había cambiado de clase. De campesino pobre
había pasado a hijo de un modesto maestro de escuela y de ahí, en siete
años, a profesional castrense de clase media, con 2000 bolívares de sueldo,
algo más de tres veces el salario mínimo de 1977:
171
En 1976 el bisnieto del “último hombre a caballo” fue el encargado de cuidar
La Marqueseña, esta vez contra guerrilleros sin memoria. En los pajonales
de la finca encontraron
... unos equipos de comunicaciones que valían una millonada (...) traí-
dos de los Estados Unidos de los Centros de Operaciones Conjuntas (COC).
En La Marqueseña había un pequeño cerro donde comienza la inmensa
sabana de los llanos venezolanos. En el pico habían colocado la antena48.
Ese era el ambiente en pocas pinceladas y esto, lo que pensó años después:
Chávez relata que además de leer los libros marxistas y los no marxis-
tas estudió los viejos planos diseñados para combatir guerrilleros. Un día,
haciendo un recorrido por el pie de la montaña encontró un cementerio con
varias cruces. Los campesinos le dijeron que ahí estaban enterrados los gue-
rrilleros. Eso nunca se pudo probar, pero a él le dejó una preocupación: “Todo
aquello me fue llenando de cosas, de reflexiones...”51.
En las tierras de La Marqueseña se le apareció la historia familiar mez-
clada con recuerdos difusos de la guerrilla y, en el medio de eso, él convertido
48 Ibíd., p. 343.
49 Ibíd., pp. 48-49.
50 Habla el comandante, p. 49.
51 Ibíd., p. 50.
172
en militar sin saber para qué. Todo en forma de incógnitas, sensaciones. A
través de ellas ingresa a regiones complicadas de la vida. Su propia existen-
cia de oficial entra en conflicto bajo los signos de aquel episodio. Pero no fue
el único, como era de esperarse. Hubo otro, quizá más impactante, aunque
haya sido lejano de su punto de encuentro con muchas cosas: “La segunda
experiencia en ese orden de cosas fue el patrullaje por... la frontera caliente
del Cutufí, el Nula, La Victoria, donde está el ELN y la guerrilla colombia-
na”. Ocurrió a finales de diciembre de 1976, según recordó en 1995.
Andaban persiguiendo guerrilleros en la frontera “que nunca apare-
cían”. En un pueblito de la selva de San Camilo encontraron a un niño y una
señora recién asesinados y otro hombre herido. “La gente dijo que eran los
guerrilleros”, recuerda que le contaron. Sin embargo, algo lo impulsó a du-
dar. En el informe que pasó a su comando militar registró que “no teníamos
ninguna evidencia de que hubiera sido, en efecto, de la guerrilla. Pudo haber
sido un robo”. Esos días finales del año 1976 los pasó con su pelotón en el
pueblito colombiano de Sarare:
173
nes” se fueron convirtiendo en un embrollo existencial, como lo afirma el
propio Chávez:
174
Fue una etapa muy intensa, en la que andaba metido en el deporte
dentro y fuera del Batallón, hacía periodismo y campañas para captar es-
tudiantes, y cuando se elegían las reinas de belleza en Barinas, hacía la
presentación. No me faltaron cosas que hacer, hasta me hice animador de
Bingo. Lo más importante es que el Batallón Cedeño comenzó a tener otro
perfil, ya no era una tropa antiguerrillera separada del pueblo, odiada a
veces por la gente, sino la de unos muchachos que participaban en la vida
cultural y deportiva de Barinas55.
175
Captación de Aspirantes a la Academia Militar”. Con la autoridad de ese
cargo al hombro realizó varios programas de radio con el objetivo de captar
cadetes. Fueron los primeros ejercicios de su vida de propagandista peniten-
te. Una actividad anunciadora de lo que sería el Aló, Presidente de sus años
de gobernante58.
Su nombre fue registrado durante casi quince meses como columnista
semanal del diario El espacio, de Barinas, donde escribía sobre eventos cul-
turales, deportivos y muchas veces sobre temas de historia nacional. De la
lectura de varios artículos resulta un Chávez de prosa ampulosa y expansi-
va con exceso de adjetivos y ripios, vicios propios de la edad. La mayoría de
los artículos desprenden fulgor juvenil y entusiasmo patriótico. Otros son
crudamente aburridos por la sumatoria de datos sin brillo que presenta. Las
ideas nacionalistas que aparecen en esos artículos son difusas. Un ejemplo
es cuando se refiere a la “unidad cívico-militar” que promovía desde el Bata-
llón Cedeño, definida por la actividad deportiva con la población y el Institu-
to de Deportes. El valor de esa idea no está en que revele una concepción o
un proyecto, sino en algo más simple. Era un reflejo de su práctica cotidiana
desde el Batallón. Vista a la distancia, esa idea es recurrente en su trabajo
conspirativo y en los debates de preparación del golpe del 92. De hecho, con
el tiempo se constituyó en el dilema de sobrevivencia de su Gobierno, sobre
todo cuando ha sido atacado por sus enemigos o cuando sus amigos han que-
rido congelar el proceso político. La “fusión cívico-militar” lo salvó en 2002,
2003 y en agosto de 2004. Aunque no le ha podido dar una solución teórica a
ese problema, el desarrollo de los Consejos de Poder Popular tiende a buscar
una salida a ese asunto.
El teniente licenciado Hugo Chávez también desarrolló huertas fruta-
les con cría de conejos que llamaron la atención de vecinos y autoridades
militares, quienes veían trabajar a los soldados como si fueran campesi-
nos. Promovió y llevó adelante –desde 1976– la construcción del estadio de
béisbol profesional más grande de Barinas. Ese era su terreno, allí iba des-
prendiendo las cualidades y tipos de conducta que luego desarrollaría como
líder político y presidente. En aquellos años creativos de Barinas, el campo
de juego deportivo le sirvió para mezclar a los soldados a su mando con los
muchachos de distintos pueblos de Barinas: “Lo inauguramos con una fiesta
que parecía una feria”, contó en 1995. Tanto barullo en tan poco tiempo, en
un pueblo tan pequeño y con tantos resultados públicos, produjo los prime-
ros encontronazos de charreteras entre el licenciado militar Chávez y sus
jefes no licenciados.
El capitán del batallón solía recordarle: “Eres militar, no pelotero”. En
su cabeza esas dos actividades no encontraban mucha diferencia en la vida
social; eso lo condujo a la celda de castigo. Un día lo arrestaron por violar la
orden de no salir a jugar un partido de noche. La buena suerte le trajo mala
suerte. En ese partido bateó un jonrón que fue transmitido con alborozo por
58 Ibíd., p. 347.
176
la única radio AM de Barinas y escuchado y celebrado en el cuartel por los
soldados. Esto fue así hasta que el capitán se despertó y mandó a los solda-
dos a dormir con grito de capitán. La siguiente orden de esa noche beisbole-
ra fue el arresto inmediato del comandante Chávez.
Ahora bien, si repasamos los relatos de la vida militar de Chávez, el
resultado es que casi siempre él afectó o subvirtió los reglamentos militares.
El registro da cuenta de los motivos más curiosos e impensables en una vida
tan rigurosa como la militar. Por “respondón”; por comer con los soldados
siendo oficial; por protestar cuando algún centinela se dormía; por debatir
ideas; por hacer cantar marchas prohibidas a los cadetes que entrenaba; por
recitarles el Corrido de Caballería de Maisanta; por castigar faltas haciendo
leer juramentos al Libertador o a Zamora en vez de sanciones físicas; por
leer olvidando que era un soldado; por mezclarse demasiado con estudiantes
universitarios; por pintar el rostro de Bolívar en algunos destacamentos sin
permiso de los superiores; por vivir hablando de Bolívar y arengar a la tropa
“como si fuera un político”. Y por hacer una vida social y cultural tan pública
y libre que no parecía la de un militar, sino la de un militante o algo “peor”.
Pérez Arcay sostiene que esta actitud de Chávez se debió a “la fuerte
personalidad y carácter insumiso para contradecir órdenes incorrectas”. Esa
podría ser una parte de las razones. La relativa certeza de esos elementos
adquiere valor cuando la ponemos en armonía con el proceso de radicalización
social, política e ideológica que vivía en esos mismos años. El propio Chávez lo
expresa con sus propias palabras, como era de esperarse en un hombre oral:
“Enfrentado como ya estaba, en ese pequeño mundo con la superioridad...”.
Eso era lo que definía su conducta en 1976 y su memoria en 1995.
177
portante que la sospecha por sus actividades en Barinas. Ni él ni los superio-
res que lo mandaron a combatir guerrilleros para someterlo a prueba podían
presagiar que de ese viaje a la guerrilla ya no volvería de la misma manera.
El primer choque lo tuvo al llegar a oriente, en el pueblo de San Mateo,
estado Anzoátegui. Se debió a un criterio técnico que puso en cuestión su
autoridad de rango. Lo habían designado como Oficial de Comunicaciones,
pero el comandante del Centro de Operaciones decidió la instalación de la
antena en el lugar más peligroso para los soldados que lo resguardarían y de
la manera técnica menos adecuada, según el criterio de Chávez relatado en
1995. Chávez se opuso con insistencia y se dijeron de todo en los salones del
batallón. Al final del altercado la cosa se hizo como había decidido el coman-
dante enfrentado a Chávez. Lo que pudo ser un accidente más, una rabieta
de un oficial por una competencia de comandos o diferencia de criterios,
resultó una espita volátil. En 1995 Chávez reflejó el sentimiento de aquel
momento con esta frase: “Ya yo estaba enfrentado”. Apenas era el comienzo:
Yo soy el jefe aquí. Así que usted tome su decisión: o me da los prisio-
neros y yo los trato a mi manera –le dijo, según su recuerdo de 1995– o se
retira con ellos de aquí. Y se fueron. Por cierto, uno de ellos se suicidó, no
sé si ponerle comillas60.
178
a la autoridad. Tras una breve consideración, le llegó la comunicación del
cuerpo castrense. Casi lo enjuician y lo echan de la Fuerza. Prefirieron casti-
garlo por insubordinación. Se salvó de que le resolvieran la crisis existencial
con la expulsión, pero no de que le sacaran la tropa y el comando del puesto.
Desde ese día lo mandaron a patrullar sin destino ni horario por pueblos
perdidos, a la orden de un oficial del mismo rango. Una presión moral que
contenía a su vez una forma de degradación.
Pocos días después ocurrió otro hecho político-militar, pero esta vez con
efectos más intensos en él. En octubre de 1977 un pequeño grupo guerri-
llero secuestró al hijo de un ex ministro, hay enfrentamientos, emboscadas
y persecución en las zonas rurales de Anzoátegui y Barcelona. Entre otras
actividades de oficial relegado y humillado, Chávez se dedicó a atender he-
ridos que llegaban al campamento a buscar comida. Esas escenas decisivas
las reconstruyó por primera vez como declaración pública, en 1995, para el
historiador Agustín Blanco Muñoz. Hasta ese año, ningún oficial había rea-
lizado tamañas declaraciones sobre la vida interna en las Fuerzas Armadas
venezolanas:
179
No faltó casi nada en este detallado autoidentikit de la tribulación po-
lítica que lo llevó a la ruptura más importante de su vida. Hasta el detalle
cultural de ser llaneros, una buena razón para confiar en una decisión tan
riesgosa dentro de una institución tan sensible a ese tipo de cosas. Esta rup-
tura, al revés de las que tuvo con la pintura a los 14 años y con el béisbol a
los 18, le marcó una perspectiva y un destino que superaba a las anteriores.
No era lo mismo que abandonar el deseo de ser artista o de ser pelotero. Aho-
ra se estaba enfrentando a dilemas de otro tipo, donde los márgenes pueden
ser sutiles pero los efectos suelen ser demoledores para la vida personal.
Podía costarle su carrera profesional, el procesamiento en el tribunal mili-
tar, la expulsión de las Fuerzas Armadas y la degradación. La desesperación
individual fue el camino, pero ya no era posible devolverse.
Poco después consideró la opción de pedir “la baja” y retirarse del Ejér-
cito. No lo hizo y fue uno de esos momentos críticos en que se fue a Bari-
nas cargado de angustias y se encontró con el viejo del que aprendió sus
primeras lecciones políticas. Y este le dijo que no fuera pendejo, que en vez
de pedir “la baja” aguantara mejores momentos políticos para descargar
la ira. De alguna manera funcionó en su cabeza el consejo de Esteban
Ruiz-Guevara. No armó con él una organización clandestina ni fue parte
de ningún plan con el comunista barinés. Hizo algo similar por sus propios
medios.
Como todo acto humano empírico, intuitivo, suele deslizarse en formas
mudas y sordas hacia el conocimiento. Así fue. Chávez comenzó a descubrir
que estaba parado ante un movimiento militar rebelde, y que él estaba en el
medio. Así fue que comenzó a hacer lo que se hace en esos casos: buscar alia-
dos, sacarse lo que lleva por dentro y compartirlo con los de mayor confianza.
Esos candidatos a aliados andaban viviendo los mismos enfrentamien-
tos y contradicciones que el teniente Chávez, y por las mismas razones. Era
el mismo país, la misma institución. Es que pertenecían a la misma genera-
ción setentista que se encontró en la Academia una forma atípica de hacerse
militar, dentro de un país que caminaba inexorable a una crisis social. Ellos,
aliados o solitarios con sus crisis, estaban en el medio.
En Maturín encontró a sus futuros cófrades con nombre y apellido a los
pocos días de fundación del grupo originario. Esto fue a finales de octubre
de 1977. Los convidados eran Jesús Urdaneta, Jesús Miguel Ortiz y Felipe
Acosta Carles, tres piezas fundamentales de lo que luego fue el Movimiento
Bolivariano 200 y la rebelión militar de 1992. Jesús Urdaneta recordó la
conversación, pero no está seguro de que le haya dado un sí a Chávez para
esta primera experiencia conspirativa: “Pero en esa conversación, que yo
recuerde, no hablamos de algo que tuviese que ver con lo que fue después el
proyecto bolivariano”. Ciertamente, Chávez no tenía proyecto alguno, y me-
nos bajo el nombre de bolivariano. Solo estaba juntando amigos confiables
para sacarse la rabia en una forma más política que la queja. Sin embargo,
Hugo Chávez aseguró en 1995:
180
En la noche salimos Urdaneta y yo solos, y le comenté lo que había-
mos hecho con tres soldados y yo en el Batallón Cedeño. Y lo invité, le dije:
“Hermano, yo no voy a seguir en esto toda la vida, yo ya veo que aquí esto
no es lo que habíamos pensado. ¿Por qué no creamos un movimiento aquí
adentro? A las guerrillas no nos vamos a ir. Creo que eso ya pasó... sería
un movimiento de las Fuerzas Armadas. Esa era la concepción inicial. Y
apoyar este sistema, como ya lo estamos viendo, tampoco. Yo no voy a pasar
la vida en esto”. Esos fueron los primeros pasos que dimos62.
181
litar desde antes de 1958. A finales de 1977 le encargó al experto conjurado
del PRV Nelson Sánchez, conocido como “Harold”, la construcción del Frente
Militar de Carrera, o sea, células políticas de izquierda dentro de las Fuer-
zas Armadas64.
En el mundo de la militancia política no militarista ocurrían signos
que identificaban la misma tendencia. Entre 1976 y 1977 varias organi-
zaciones de izquierda nacieron sincrónicamente en las formas de “grupos
fundadores”, “revista de debate” o “núcleo político”. Por lo menos ocho de las
dieciocho agrupaciones de la izquierda venezolana se dividieron y se rea-
gruparon para expresar alineamientos más radicalizados hacia la izquierda
“que rompieran con el electoralismo complaciente del MAS”. Cinco tuvieron
carácter conspirativo dentro de universidades, sindicatos clasistas y busca-
ron contactos en las Fueras Armadas65.
Una diferencia para destacar en estas historias paralelas que explican su
aparición posterior como un héroe nacional es que fueron matrices distintas
de un proceso. No solo por los ámbitos y los modos, también por el carácter
cualitativo de esa formación. Chávez no tuvo la ventaja del acumulado teóri-
co, la tradición y la “escuela política” que se abrevaba en la militancia “civil”.
Él nació sin programa, sin fundamentos teóricos ni concepciones histórico-
sociales. Lo interesante de su caso es que sin esos recursos de la política tuvo
la capacidad de expresar una forma organizativa “fundadora” similar a la que
hacíamos los otros. Lo hizo reflejando una conciencia política básica apoyada
en conocimientos históricos y valores que chocaban con su realidad cotidiana.
Fue impulsada por un sentimiento eruptivo, una comprensión de los hechos
(represión, corrupción, autoritarismo militar) y la convicción de no seguir un
solo día más sosteniendo “el sistema”. Su construcción tuvo la marca del acto
revelador que impone el empirismo en las condiciones especiales de un medio
militar. La conspiración y la doble vida era la única posibilidad.
El Chávez que apareció en el escenario nacional en 1992 adoptó forma
política consciente desde 1977 y forma organizativa regular desde 1982. Pa-
rafraseando al Marx de La ideología alemana, con su acto de rebelión de 1977
comenzó su “historia consciente”, cuya prehistoria arranca en dos puntos po-
sibles: en las “conversaciones políticas” en la biblioteca “del viejo comunis-
ta” José Esteban Ruiz-Guevara o en el día que pisó las Fuerzas Armadas
tras un sueño que a los seis meses cambió por otro. El corte, arbitrario como
siempre, solo tiene la utilidad de guiarnos en la dinámica de su desarrollo.
Podríamos acudir a Jean Piaget para ayudarnos en la comprensión tanto de
la psicogénesis del personaje como de su evolución política. Bajo el concepto
del biólogo, psicólogo y filósofo suizo, diríamos que Chávez fue una invención
182
y un descubrimiento al mismo tiempo, en un largo proceso de “acomodación
y superación” dialéctica que tuvo tres “saltos a lo nuevo”: 1977, 1982 y 1992.
“Enfrentado como ya estaba, en este pequeño mundo, con la superiori-
dad”, y convencido de que había que organizarse en forma secreta para “ha-
cer algo” por los pobres que se encontraba a cada paso y contra los corruptos
y represores de las Fuerzas Armadas, se dedicó a buscar descontentos como
él. Los encontró de sobra en cada cuartel, unidad o batallón al que iba. Des-
pués de concertar con Urdaneta, Ortiz y Carlés en oriente, lo trasladaron
a Maracay, la conocida “ciudad militar de Venezuela”. Y no por casualidad.
Allí se asentaba casi el 50% de la fuerza armada nacional de entonces, so-
bre todo la mayoría de la aviación de guerra y el cuerpo de paracaidistas.
Tampoco es una carambola que, desde la Guerra de Independencia hasta el
golpe de Estado de abril de 2002, haya sido un teatro de operaciones político-
militares clave del país.
En San Mateo existió el fortín más grande de la II República; en sus
valles de maizales se escenificaron algunas de las principales batallas. Por
sus anchos cañaverales ordenaban sus tropas los jefes federales durante la
guerra campesina de 1859 a 1862. Ezequiel Zamora surgió como caudillo
máximo de esa gesta en Villa de Cura, al sur de Aragua. En esta estratégica
ciudad centralizó su poder la dictadura más larga y sólida que tuvo Vene-
zuela: la de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez entre 1899 y la muerte
del segundo en 1935. También, fue en los cuarteles de Maracay donde se
alzaron los insurrectos del 23 de enero de 1958.
En sus barrios pobres y cuarteles, sobre todo en su principal plaza de
Aviación, se concentró la resistencia cívico-militar al golpe de Estado del
11 de abril de 2002. El día 13 de abril estaban alistados miles de soldados
y civiles para marchar a Caracas. Horas después desembocaría en la insu-
rrección caraqueña que dio al traste con la ridícula “dictadura” de 47 horas,
entre la noche del 13 y la madrugada del 14 de abril de 2002. Fue de Mara-
cay de donde salieron los soldados y oficiales al mando de Hugo Chávez para
deponer al presidente Pérez en 1992, y fue esa la primera plaza tomada por
los bolivarianos al mando de Jesús Urdaneta Hernández.
En esa ciudad, paso migratorio central entre los cuatro puntos cardi-
nales del territorio, se instalaron los primeros cuadros de la conspiración
en ciernes. En medio del sopor vegetal de ese valle anchísimo alquiló el
apartamento que fue su base de operaciones clandestinas durante más de
una década. Allí mantuvo dos reuniones fundamentales en su historia polí-
tica, indicadoras del perfil izquierdista de su formación y de sus dudas más
ocultas. En ambos casos fue con jefes ex guerrilleros. La primera, en 1977,
fue con Alfredo Maneiro, para entonces el gurú ideológico de la Causa R; la
segunda, con Douglas Bravo, cuatro años más tarde.
Fue en un cuartel de Maracay donde le nació la idea del asalto militar,
una tarea que no podía realizar sin la fuerza de aparatos de guerra, salvo
que fuera un asalto imaginario como los cuentos de la abuela Rosa:
183
Me cambiaron a Maracay, a los blindados y te digo [en el relato de
1995 al historiador Blanco Muñoz]: la primera vez que caminé por el ca-
ney y vi los 40 tanques MX30 que estaban en todo su esplendor –no como
ahora– me dije: qué hago yo con radio si estos tanques, estos monstruos de
acero, son como los caballos de antes. Son la caballería66.
Esta imagen de los tanques recordada casi veinte años después tiene
el valor de indicarnos la ruta secreta de su pensamiento y de su evolución
política. Es la imagen del concepto que conduce a la acción. Entrenado en
eso de la fantasía y las proyecciones, los cuarenta tanques deben haber sim-
bolizado formas y sombras de una marcha, de una batalla imaginaria, como
las sombras de los “cuarenta caballos” del poema sobre Maisanta que an-
daba recitando de memoria en los cuarteles desde 1975. Su conclusión fue
inmediata: ¿cómo alcanzar el poder de los tanques? El paso era cambiar de
disciplina en las FAN. Aquí ya tenemos al homo politicus subordinando la
tarea castrense al objetivo social:
184
Pensando en la toma del poder
185
pública, sus conductores se mantuvieron en reserva y pasaron a la historia
oculta de la sedición; por lo menos así lo certifican dos fuentes primarias:
Douglas Bravo, que comandaba la captación de oficiales para el Frente Mili-
tar de Carrera, y un enemigo que los andaba vigilando: el general de División
Iván Darío Jiménez Sánchez, ex ministro de Defensa, ex jefe de Inteligencia
Militar, autor de Los golpes de Estado en Venezuela. Jiménez Sánchez basa su
informe en el privilegio de acceder a información clasificada de inteligencia
militar y del Ministerio de Defensa antes y después de 1992.
Desde el mes de abril de 1980 ya el PRV había conectado a Hugo Chávez
en las instalaciones del Fuerte Tiuna a través del sigiloso “Harold”. El con-
tacto fue facilitado por Adán Chávez. Pocos meses después se relacionaron
con Arias Cárdenas, quien a su vez venía conversando por su cuenta con
otros oficiales sin haber definido un proyecto. Arias no quiso reunirse más
con el PRV, hasta el congreso del movimiento en 1985.
A mediados de 1982 las tres figuras dominantes de la conspiración
eran, sin duda, Chávez, Izarra y Arias, en ese orden. Otros comandantes ya
se destacaban pero ninguno adquirió el carácter de líder militar del conjun-
to del movimiento, excepto en sus batallones o cuarteles. A la sombra quedó
un oficial de alto rango y carisma; fue el coronel Rafael Isaías Baduel, de
las Fuerzas Aéreas de Maracay, cuya estrella brillaría entre el 11 y el 14 de
abril de 2002 y nunca más.
1982 no fue cualquier año para los tres grupos de conjurados dentro de
las Fuerzas Armadas. El ambiente internacional estuvo cruzado a fuego por
la guerra de Estados Unidos-Irak contra la revolución iraní y el surgimien-
to masivo del nuevo nacionalismo islámico. En América Latina vivimos la
guerra de las Malvinas, un acontecimiento que impregnó la opinión pública
de Venezuela, especialmente en sus cuadros militares. Se sabe que los boli-
varianos tenían a las Malvinas como uno de sus motivos de preocupación.
Era una guerra de Gran Bretaña con el apoyo de Estados Unidos, amparada
en el TIAR y la OEA. No se conocen muchos testimonios orales o escritos
sobre esa preocupación, lo que sí se sabe es que varios de sus oficiales fueron
parte de una operación secreta para ayudar a Argentina. Resultado de esa
operación fue el traslado de un avión de combate que, por irresponsabilidad
de los conductores militares de la guerra en Buenos Aires, quedó desarmado
y enterrado en un hangar de la provincia de Tucumán, muy cerca de Bolivia
y bien lejos de las Malvinas68.
En esos mismos años vivimos la profundización de la rebelión en El Sal-
vador y en partes de Centroamérica. Chávez, como otros cuadros militares,
se tragó las informaciones que llegaban sobre el nacionalismo islámico y la
crisis centroamericana que tenía en sus narices. Con ella pudo absorber ele-
mentos de análisis durante su breve estadía en Guatemala, en 1988, adonde
lo enviaron a hacer un Curso Internacional de Asuntos Civiles. Llama la
68 Confesión del ex jefe del Estado Mayor de Argentina, Rómulo Sánchez para el libro
Reportaje con la muerte, GUERRERO, M. E., Buenos Aires, 2002, Ediciones B, p. 176.
186
atención la ausencia de alguna opinión suya sobre ese proceso y su lamen-
table final.
En Venezuela fue inmediato el impacto de los efectos financieros y polí-
ticos de esas crisis internacionales. En 1983, la banca y la bolsa venezolana
las vivieron en forma de “viernes negro”, o como titularon los diarios: “El día
que se paralizó el país”. Ese mismo año comenzó el ciclo de caída histórica
del PBI que reventaría a los sectores pobres y medios de la sociedad hasta
pasado el año 2000. Venezuela estaba involucrada en forma directa a través
de la OPEP, por el Pacto de Costa Rica, y por la participación en las negocia-
ciones “de paz” de Contadora y de Esquípulas en Centroamérica.
Al interior lo vivimos como un retroceso político de la izquierda con des-
moralización de los trabajadores. En octubre de 1982 fue derrotado el movi-
miento huelguístico que había comenzado a mediados de 1979. Entre 1983 y
1985 la izquierda clasista perdió 351 puestos en sindicatos y fue desplazada
de la dirección de centros de estudiantes en las universidades.
En 1985, cuando el MBR vivía uno de sus ciclos expansivos, el 82% de
la opinión pública se repartía entre AD y COPEI. No era el ambiente más
propicio para que un grupo de conjurados captara e hiciera congresos como
si el resto del país los acompañara en su entusiasmo. La única señal política
positiva de esos años fue la emergencia del “Movimiento 80” en las univer-
sidades, que le dio nuevos bríos a la vida estudiantil con su irreverencia
apartidista y sus multitudinarias asambleas. Más de treinta años después
se encuentran expresiones individuales de aquel movimiento estudiantil
durante el gobierno de Chávez en dos asesores presidenciales como Aiman
El Troudi y Luis Vargas, entre otros funcionarios: “Hay un proceso que como
que nos llevaba y ya las lecturas de aquellos años indican una inquietud”69.
Es cierto, pero este proceso intelectual y político estuvo atravesado por las
contradicciones del país y del mundo de entonces. Recordando la dinámica
de aquellos años, señala:
187
En esos años fue designado como instructor en la Academia Militar,
junto a Cárdenas, Ortiz y otros comandantes bolivarianos. Este hecho per-
sonal hizo que el centro de la conspiración se trasladara a esa institución.
Si medimos esta fase de la conspiración por la difusión de ideas y la cap-
tación individual mediante la propaganda, se puede entender el éxito que
comenzó a tener en las nuevas promociones de cadetes que se enrolaban en
la “casa de los sueños azules”. En ese tiempo a Chávez le vino uno de esos
ataques de lectura enfebrecida: se tragó todo lo que pudo de la biblioteca de
la institución y de la prensa nacional, comenzó a estudiar Ciencias Políticas
en la UCV, sacaba libros de las bibliotecas de Pérez Arcay y del viejo Ruiz-
Guevara y, como es impulso bibliofílico, viajaba a Maracay o a Valencia con
su “carga doctrinaria” encima.
Su psicodinamia personal iba a contracorriente del ritmo social del país
y varios pasos adelante del más militante entre el grupo de comandantes. Es
por estos años que Jesús Urdaneta Hernández le dice que no lo moleste más
con su “filosofía” y que le avisara cuando llegara la hora de “echarle pichón”.
Así lo relató en su memoria de 2003.
Quienes conocen a Chávez desde esos años aseguran que entre 1982 y
1983 le brotó el “tic” nervioso que mostró en el rostro hasta bien entrada su
tarea presidencial. Con “tic” o sin él, para Chávez fue “... un año de muerte,
de vida y de compromisos. Ya había cuajado la conciencia de la necesidad de
cambiar el estado de cosas, si no queríamos que ese ambiente que despreciá-
bamos nos tragara a nosotros”71.
La “muerte” lo asaltó por el lado más doloroso: el 3 de enero de 1982
murió su abuela Rosa Inés, que había sido como su madre, la que le ali-
mentó la imaginación épica desde niño. Tomó esta muerte con el mismo
dramatismo con que había vivido el accidente mortal de su ídolo, el “Látigo”
Chávez, quince años atrás y como viviría después, en 1989, la de su amigo y
camarada Felipe Acosta Carlés. En el poema que le escribió a su abuela la
misma noche que llegó a Barinas, se notan las angustias, dudas y vivencias
de la construcción del movimiento en ese momento: “Me salió de un tirón.
Fue una especie de juramento ante Rosa Inés, una memoria que es para mí
sagrada72. Doce meses después estaba haciendo otro juramento ante otro ser
sacramental del imaginario nacional.
188
Cuatro soldados y un juramento
189
no fueran trapisondas, negocios y ascensos. Designaron al “fundamentalista
bolivariano” para evitarse ellos la incómoda tarea.
Chávez se entusiasmó tanto con la propuesta que él mismo se encar-
gó todo el día 16 de llamar “... a todos los batallones para transmitirle la
orden de mi comandante”. A la una de la tarde del día siguiente, cuando
estaban formados esperando las palabras del teniente Chávez, el oficial de
ceremonia fue sorprendido porque el orador no tenía ningún papel escrito
en las manos: “Yo no escribo discursos”, le dijo, pero el oficial retrucó: “Eso va
contra el reglamento”74. Ese hecho generó tal estado de confusión, malestar
y embarazo en el jefe, que fue resuelto de la peor manera: diciendo que el
discurso de Chávez ya había sido consultado con los comandantes del regi-
miento. Ningún soldado le creyó la “mentira piadosa” al superior. A esa cala-
midad se agregó la tensión por lo que dijo Chávez en su discurso al minuto
siguiente. Así, comenzó citando una invocación de Martí sobre Bolívar en la
que el poeta cubano habla de su “obra inacabada”, luego se refirió más de 15
minutos a la miseria que padecía el pueblo, y terminó con Martí, de nuevo,
diciendo: “... Cómo no va a tener qué hacer Bolívar”75. En cada palabra pa-
recía que la conspiración se le escapaba por la boca. Ahora bien, el sargento
maracayero que nos contó este episodio dijo risueño:
190
fueron lugares sagrados de invocación. Allí hacían los rituales relacionados
con la siembra y la alimentación. Cuando la economía de la yuca decayó,
hacia finales del 1500, el Samán se convirtió en un tótem al que le pedían
que volviera la yuca y sus beneficios.
Simón Bolívar no sabía nada de esto cuando decidió acampar bajo el
mitológico árbol el 3 de agosto de 1813, en su “Campaña Admirable” desde
oriente hacia Caracas. La casualidad también quiso que un día como aquel
otro comandante homónimo, Rafael Urdaneta, “el general de la República”,
como lo llamó Bolívar, pisara sus raíces.
El Samán es el árbol al que más han cantado los poetas nacionales.
Humbolt le dedicó elogios en sus tratados botánicos “por sus tupidas copas”
y en 1857 fue fotografiado como si se tratara de un dinosaurio por el afa-
mado fotógrafo e investigador húngaro Pal Rosti. Presidentes del siglo XIX
y del XX le confirieron tantos actos, cuidados, decretos y discursos que lo
convirtieron en el único ser inanimado capaz de competir con Dios bajo el
cielo venezolano. Se convirtió en Monumento Nacional en 1933 por un edicto
del dictador Juan Vicente Gómez. Cuarenta y nueve años después cuatro ofi-
ciales llegaron sudorosos y cansados de trotar para hacer un juramento que
revolucionaría sus vidas y la de Venezuela. Un juramento que resultó mucho
más que eso: ese día, con ese ritual nació la semilla del movimiento militar
nacionalista que torció el rumbo del país. Cuando se pararon enfrente del
gastado tronco y sus pocas hojas, rodeado por una verja de hierro, parecían
poseídos por el espíritu del Monte Sacro, del Cid combatiendo musulmanes
o de los Horkios griegos cuando vigilaban los juramentos de los guerreros.
Chávez inició el Juramento parafraseando las palabras que se dice usó
el adolescente Simón Rafael Bolívar de la Concepción en el Monte Sacro, a
las afueras de Roma en 1805, junto a su ilustrador Simón Rodríguez. “An-
dábamos con la indignación por dentro”, cuenta Chávez en 2004. Al día si-
guiente estaban llamando a cuanto oficial tenían “contactado” para comen-
zar a organizar una conspiración... “un camino que aquí nos condujo a la
formación de un movimiento”77. Desde entonces, la ciudad utilizada para
las operaciones conspirativas fue Maracay. Dos datos se combinaron para
ello: se trataba de la plaza militar nacional con una ubicación equidistante
a los cuatro puntos cardinales del país, “encrucijada de todos los caminos”; y
estaba tan cerca de Caracas por autopista como de Valencia, ambos caminos
usados para el golpe del 4 de febrero.
Maracay es una ciudad con tradición de izquierda. No era la única; esta-
ban Valencia y Mérida, pero Maracay es la más central. Allí se fundó el PCV
y funcionó una central obrera clasista en la ciudadela obrera de La Victoria.
En 1958 fue escenario de organismos de poder social en varias partes de la
ciudad. A finales de 1988 funcionaban fuertes corrientes militantes en el po-
deroso movimiento obrero textil y en la UCV. Ruptura (PRV), La Chispa (del
PST), la Escuela de Formación Obrera, incluso hubo algunas corrientes in-
191
ternas del MAS que mantenían posiciones izquierdistas. Este era un ámbito
propicio, supiéranlo o no los oficiales. En 1988 Maracay vivió tres ocupacio-
nes de fábrica, un suceso extraño a las tradiciones del país, las tres dirigidas
por el autor de este libro. Hasta entonces, solo se conocía un caso diez años
antes en la textilera Toronto situada al este de Caracas, dirigida por el jefe
sindical clasista y actual funcionario del Ministerio de Electricidad, Joaquín
Osorio. Una de esas ocupaciones la hicimos con el secuestro del Inspector
del Trabajo. Fue en Maracay donde un grupo de obreros colgó a un patrón
por humillar a un compañero en abril de 1988 en una pequeña metalúrgica
de Santa Rita. Esta ciudad vivió una rebelión estudiantil y popular en 1991
que casi puso en jaque al gobierno regional. Esa dinámica social de Maracay
le serviría al movimiento bolivariano como crisol de cuadros y usina de la
conspiración.
192
Sordo rumor en los cuarteles
1984 no comenzó como un buen año para Chávez. Los grupos militares
que orientaba atravesaban por conflictos internos y casi lo sentaron ante
un tribunal militar por una delación en la Academia. Lo habían designado
para impartir clases de historia militar, dirigir el entrenamiento deporti-
vo y atender el Departamento de Cultura. Pocos meses bastaron para que
algunos padres comenzaran a quejarse de “las ideas subversivas” que los
instructores les enseñaban a los cadetes de la Promoción 1985. La Direc-
ción de Inteligencia Militar comenzó a investigarlos con alguna seriedad
por primera vez desde 1980. Parte de esa operación fue la asignación de un
enemigo jurado en la dirección de la Academia: el general Peñalosa. Este
oficial había ordenado la investigación y les seguía los pasos desde 1980. En
tres oportunidades –según relata el general derechista Iván Darío Jiménez–
alertó directamente al gobierno central sobre las actividades subversivas de
los “bolivarianos”, sin que sus informes hayan sido atendidos. En menos de
un año los extraños profesores bolivarianos estaban echados de la institu-
ción y separados como grupo. A Chávez lo enviaron bien lejos a las selvas
de Elorza. Los otros comandantes fueron destinados a lugares sin destino, o
recluidos en oficinas vigiladas.
En Elorza vivió una experiencia considerada por él como transformado-
ra. Al estilo de lo que había hecho en Barinas. Respondiendo a su marcada
tendencia por el trabajo social se dedicó a investigar sobre los cuica y los
yarure, los originarios habitantes de esa frontera. Allí reflexiona sobre las
condiciones de un sector social del que conocía poco. La exclusión aberrante
de los pueblos originarios, considerados “no venezolanos” por los pobladores
y las autoridades, reprimido por el ejército y asesinado y robado por los
estancieros de ambos lados de la frontera. Los “indios” venezolanos no es-
tuvieron registrados como “ciudadanos” hasta 1999 cuando fueron incluidos
por la Constitución Bolivariana. Hasta bien entrado el gobierno de Chávez
odiaban todo lo que oliera a “blanco”. Al gobierno bolivariano le costó que lo
aceptaran en las tribus más apartadas.
193
Chávez se hizo amigo de ellos durante el año que pasó en Elorza. Logró
que los soldados confraternizaran, y desarrolló trabajos comunes. Ganó la
confianza de los indios y la desconfianza de los estancieros. Los mandos mi-
litares en Caracas o Maracay nunca se enteraron porque no era lugar de sus
viajes turísticos. En Elorza, además, completó una parte de su investigación
inédita sobre Maisanta. Pudo hablar con gente que conservaba recuerdos de
su paso por esos lugares.
Todo indica que Chávez fue impresionado en varios sentidos sociales e
íntimos: “Siento que en Elorza terminé por descubrirme a mí mismo”, con-
fesó sin explicar más78. En diversas declaraciones posteriores ha aclarado
esta escueta expresión. Se refiere a tres aspectos que lo movilizaban en es-
tos años: su convicción de lanzarse al asalto al poder, confirmar su ancestro
indígena y haber encontrado huellas tan vivas de su bisabuelo que sintió
su presencia en Elorza. Como es natural en estos casos, el aislamiento y la
persecución despertaron dudas y aparecieron depresiones con las consabi-
das rupturas. El movimiento vivió una nueva crisis. Sin embargo, las ideas
sembradas y la pertinaz actividad de los oficiales llevaron, en pocos meses,
a la recuperación y a una nueva expansión.
En contradicción con los golpes recibidos de 1984 a 1986 ahora comen-
zaron a registrar importantes desarrollos personales y grupales. Chávez
fue clave en esa etapa de construcción. Mantuvo su ritmo de actividad y
se dedicaba a dar ánimo a los que se desanimaban. La lejanía de Elorza no
le impidió mantener una constante comunicación y reuniones furtivas en
Maracay, Barinas y Caracas durante las escapadas de los fines de semana.
Uno de los resultados fue la reunión nacional en Maracay. Allí estuvieron
representadas las tres corrientes de las tres Fuerzas. También participaron
algunos jefes del PRV y del grupo que mantenía el viejo coronel retirado
Hugo Trejo. Este encuentro secreto lo registramos en esta historia como el
2º congreso de los bolivarianos.
Sentían que estaban ante un importante aprendizaje “político” a pesar
de las sanciones. Sobre todo porque se trataba de una institución donde eso
estaba prohibido. De allí que estaban obligados a llevar una “doble vida”;
una existencia en dos dimensiones. Tanta contradicción existencial lo indujo
a decir ese año: “Yo tengo una doble vida; en el día soy un oficial de carrera
que cumple con su trabajo, pero en la noche estoy trabajando para lograr
las transformaciones que necesita ese país”79. Esa es la memoria de Hugo
Chávez desde el año 1996, pero en realidad en ese momento eran reuniones
dedicadas a objetivos más modestos, como la organización del movimiento.
Lo que resultó tras varios años de acción denodada fue la consolidación
de dos realidades estrechamente conectadas: una corriente de opinión na-
cionalista en las Fuerzas Armadas, identificada con “los bolivarianos” de la
Promoción Simón Bolívar de 1975, creada por el Plan Andrés Bello. Y, como
194
expresión de ella, una agrupación hermética de no menos de cien oficiales en
tres de las cuatro Fuerzas. Su peso decisivo era el Ejército, pero se apoyaba
en las otras Fuerzas, compuesta por una red discreta de varios centenares
de suboficiales, sargentos y cadetes “adoctrinados” y alimentados por visi-
tas, charlas, entrenamientos, folletos y conversaciones.
En esta fase el movimiento bolivariano adquiere perfiles ideológicos
más definidos, aunque estuvo lleno de debates y contradicciones. Un último
elemento en esta fase de desarollo es que se estableció una relación estable
no menos conflictiva con una parte de la izquierda ex guerrillera venezola-
na. Las tres realidades atravesaron por momentos de expansión y otros en
los que parecía que el movimiento se desvanecería en la dispersión total.
La expresión orgánica más avanzada de esa experiencia fue la apari-
ción, por primera vez desde 1957 y 1962, de un comando de nueve oficia-
les convertidos en grupo dirigente de un proyecto y un movimiento militar
nacionalista: Hugo Chávez Frías, Francisco Arias Cárdenas, Isaías Baduel,
Felipe Acosta Carlés, Jesús Miguel Ortiz Contreras, Jesús Urdaneta Her-
nández, Luis Reyes Reyes, Willmer Castro Soteldo y Ronald Blanco La Cruz.
Ellos motorizaron, organizaron, inspiraron, difundieron y asumieron las ma-
yores responsabilidades en forma permanente entre 1980 y 1992. Casi todos
tenían carreras militares destacadas, algunos figuraron entre los primeros
de su promoción, casi todos terminaron una o dos carreras universitarias
humanísticas o técnicas con altas calificaciones. Algunos, incluso, produje-
ron escritos académicos, como William Izarra. Alrededor de ellos emergieron
otros oficiales con roles destacados que por momentos fueron irreemplaza-
bles, sobre todo cuando alguno de los nueve se caía momentáneamente o
era aislado por el Alto Mando a un lugar lejano. Algunos jefes de alto rango
prefirieron hacerse a un lado hasta estar más seguros. Un caso destacado en
esta historia fue Isaías Baduel. Él decidió apartarse de las acciones de 1992
y guardarse. Su rol protagónico contra el golpe de 2002 le ahorró historia.
Hugo Chávez se transformó en la personalidad individual con mayor
desarrollo entre ellos: la síntesis del grupo de comandantes y del proceso
conspirativo. Eso se puede medir de varias maneras. Fue él quien captó
a la mayor cantidad de oficiales y suboficiales, uno de los que más riesgos
asumía en la tarea conspirativa, el que más propagaba las ideas del movi-
miento. En 1986 había organizado a alrededor de 100 oficiales y suboficiales
de las Promociones de 1975 y 1980. De esta última captaron a todos los
alféreces, según confiesa uno de ellos, Pedro Carreño:
195
El capitán Luis Valderrama agregó en 2003 algunos datos de interés
para reconstruir esta curiosa historia secreta de la captación dentro de las
Fuerzas Armadas: “Había más de treinta oficiales militares a los cuales tuve
el honor de juramentar con el juramento oficial de nuestro movimiento”. Eso
fue unos días antes del 4 de febrero. Luego narra hechos que habrá que re-
gistrar con más cuidado porque los usa para competir con el que hacían los
comandantes paracaidistas en Maracay. Reviste interés porque se refiere a
capitanes de Valencia: “Hicimos un trabajo muy fuerte para crecer a nivel de
nuestras generaciones: los que se graduaron en los años 80, 81, 82, 83, 84, 85
para integrar a mucha gente amiga”. Y aquí viene la competencia. “Y así es
como el movimiento crece realmente. No a partir de los comandantes. Crece
a partir de los capitanes... Pasó luego a Maracay, a los paracaidistas. Así es
como el movimiento crece”, afirma Valderrama81.
Aunque le pese al ex capitán Valderrama, lo más probable es que el
mérito de la captación marchó en ambos sectores y en distintas ciudades
con ritmos similares. Los datos indican que Valderrama tuvo una actuación
destacada en esa tarea. La noche que Chávez lo propuso como el jefe de la
zona, nadie entre los capitanes dudó en elegirlo. La captación resultó mayor
en Maracay y Valencia porque en estas dos ciudades se concentraron los
jefes de la conspiración desde 1989. Nada más. Lo demás es competencia
póstuma sin interés histórico.
Esta energía en el despliegue del trabajo de organización ha sido reco-
nocida por adversarios tan públicos como Douglas Bravo. En 2002 declaró:
“El hombre más activo fue Hugo Chávez, tanto en el aspecto teórico como
en el práctico. Un hombre incansable que se movía al Táchira, a Guayana,
a Falcón, al Zulia, a organizar oficiales”82. No es la única opinión que tiene
sobre Chávez, claro, hay otras muy críticas sobre su Gobierno. Lo escogemos
porque se trata de alguien que lo conoció de cerca, que se separó política-
mente cuando no hubo más acuerdos y tuvo la honradez de delimitar con
ecuanimidad sus opiniones sobre el personaje de lo que que piensa sobre los
hechos y las políticas contingentes.
Otro testimonio de mucho valor es el de Herma Marksman, su asistente
más cercana y amante por casi diez años. Ella declaró en 2004 cuando ya
llevaba doce años de enemistad con él:
196
2004 reconoció que Chávez “ya había logrado crear una corriente importan-
te de oficiales en el Ejército, hasta el punto que estaba pensando efectuar
una asamblea y tenía una lista de cien oficiales”84.
Una de las personalidades ocultas más respetadas del proceso conspi-
rativo de los años sesenta y durante los ochenta es el misterioso profesor
“Harold” o, lo que es lo mismo, el viejo experto de las FALN y el PRV, Nel-
son Sánchez. Con su imperturbable honestidad señaló estas características
en 2002, más de diez años después de haber roto relaciones políticas con
Chávez: “El mismo desarrollo de los acontecimientos lo demostró así”. Esta
fue su respuesta cuando el entrevistador le preguntó si coincidía con Dou-
glas Bravo en que Hugo Chávez había sido “el más carismático”.
“Harold” Sánchez aportó una definición categórica que sirve para orien-
tarnos en la búsqueda del perfil de Chávez en esa fase del movimiento cons-
pirativo. Por ejemplo, esta: “Hugo siempre fue sensible, sencillo, conversador,
carismático. Hugo llega fácil. Nos llegaba a nosotros... a los otros oficiales,
a los cadetes”. Con la expresión “nosotros” Sánchez se está refiriendo a los
cuadros del PRV, es decir, a una generación que tenía en ese momento dé-
cadas de militancia encima. Entre los que percibían el carisma personal del
oficial Chávez estaban figuras de amplia experiencia como Douglas Bravo y
Francisco Prada o el mismo “Harold”. Este buen hombre completa su carac-
terización honesta del personaje contando algo que le sorprendía cuando lo
hacía y lo seguía sorprendiendo en su memoria:
84 Ibíd., p. 99.
85 GARRIDO, A. Profesor Nelson Sánchez, “Harold”, Testimonios de la Revolución Boliva-
riana, p. 38.
86 BLANCO MUÑOZ, A., L. Valderrama, La maisanterea Chávez y Habla Jesús Urdaneta
Hernández, el comandante irreductible, Caracas, 2003 y 2005.
197
maduración. Alguien que crecía con la actividad y la lectura desaforada de
libros y se potenciaba como líder desde dos fuerzas distintas pero comple-
mentarias. Una, externa a él, era la “doble vida” cuartelaria; una suerte de
militancia clandestina atípica, parecida a la que se practica en dictaduras o
en movimientos insurgentes. La otra fuerza latía en su seno y buscaba cau-
ces. Eran sus cualidades individuales, su carisma, histrionismo, proyección
heroica y la obsesiva militancia detrás de un sueño. Como cualquier persona
colocada en su rol, se nutrió del movimiento, del desarrollo propio de los
otros comandantes y del contraste que vivía con la crisis social.
Lo particular en Chávez es que esas energías externas e internas le
sirvieron para potenciarse como el más inspirado de los comandantes bo-
livarianos. Eso que Jesús Urdaneta quiere decir cuando habla del “Chávez
filosófico”.
198
La “R” de revolución
199
una charla un señora con un libro “firmado por Hugo Chávez” en octubre de
1995. La señora, que era inválida, era miembro del Consejo Nacional Pero-
nista, una especie de cofradía de un sector conservador de ese movimiento.
Ella había conversado mucho con él en Caracas y en agradecimiento, des-
pués de horas de llenarle la cabeza con recuerdos de Perón, el líder boliva-
riano le obsequió Humor y amor de Aquiles Nazoa, con la primera página en
blanco firmada con una dedicatoria: “Para una peronista incansable, de un
bolivariano incansable. Con amor, Hugo Chávez”.
Su obsesión lo empujaba a desear que los demás vivieran lo mismo que
él estaba viviendo. Este proceso de ideologización es conocido en la historia
de la militancia revolucionaria bajo el nombre de “radicalización”. La hemos
observado en obreros y estudiantes cuando superan con la lucha y la orga-
nización su condición de explotados y oprimidos. En esos momentos sienten
la necesidad de reproducirse en quienes los rodean.
Otro elemento que sirvió al desarrollo a Chávez en esta etapa fue la lec-
tura de temas tan variados como política, sociología, ciencia e historia militar,
economía y novelas latinoamericanas. Además, seguía encontrándose con sus
oráculos preferidos: Pérez Arcay, Hugo Trejo y “el viejo comunista barinés”.
Fue el que más avanzó junto con William Izarra en las “ideas sociales”
dentro del grupo de los comandantes. En Chávez se dio por el sinuoso ca-
mino de la experimentación y la lectura desaforada. Si bien esperó hasta
2004 para convencerse del ideal socialista, tampoco le daba urticaria ese
paradigma. No era “tercerista” como Perón. “Ni yanquis ni marxistas. Pero-
nistas”, gritaba en las décadas del cuarenta y el cincuenta. Más cercanos a
esa idea estaban otros oficiales como Arias Cárdenas, Urdaneta Hernández,
Baduel, por nombrar los más conocidos. Chávez acudió a una fórmula más
original aunque también más ambigua que la de Perón. “No soy marxista,
pero tampoco soy antimarxista”. Esta declaración contiene las determina-
ciones intelectuales que lo llevaron a preferir el nacionalismo de izquierda.
Lo distancia de otros nacionalistas del pasado latinoamericano, pero lo de-
jaba en el medio de una nada ideológica. Se puede estar en transición, pero
no ser ambas cosas al mismo tiempo. De todas maneras, tenía una virtud
la fórmulación abstracta de Chávez en 1995: no se declaraba enemigo del
marxismo como sus predecesores. Chávez permaneció varios años en otra
zona ideológica, difusa pero no indeterminada:
200
Este Chávez contiene las señales culturales de su generación setentista, la
que se negó a tragar el “gullag” como sinónimo de socialismo. Pero tampoco
es presa ideológica del cuento según el cual “el socialismo” y las “ideologías”
desaparecieron bajo las ruinas de la URSS y el Muro de Berlín: “Se derrum-
bó un modelo que se trató de llevar a la práctica y vemos el resultado”89.
En esa idea general puede situarse la semilla de lo que propuso en ene-
ro de 2005: buscar una idea de “socialismo del siglo XXI”. Tanta casualidad
no existe en una sola cabeza humana. También ha dicho dos años después
que “su” socialismo no tiene como base el “marxismo-leninismo”, porque “no
se adapta a nuestro país”, advirtió en 2007. En contradicción con esto, le
hemos escuchado una treintena de veces por televisión hacer elogios funda-
dos del marxismo y mostrar textos subrayados de Marx como El Capital, o
el Estado y la Revolución de Lenin, que anduvo estudiando. También otros
libros de pura factura marxista, como el de su amigo Mészáros Más allá del
capital, que lo llevó a las Naciones Unidas, lo puso en el estrado, lo mostró a
las cámaras y lo citó contra la depredación capitalista del planeta. Nada de
esto lo convierte en un marxista en el sentido riguroso del término, pero lo
aleja del nacionalismo tradicional del que se espantaba al solo escuchar la
mención del barbudo de Tréveris.
Un reflejo previo, quizá anunciador, fueron las discusiones dentro del
grupo de comandantes y capitanes por la letra “R” de las siglas del movi-
miento. Chávez defendió el uso de esa letra en el nombre del movimiento
como indispensable: “En la evolución de la discusión, hubo mucho recelo en
algunos oficiales por la R de revolución... por supuesto que no se la vamos a
quitar... es un signo que identifica a un movimiento revolucionario”, fue su
respuesta de entonces90.
Si bien es cierto que el Socialismo no era su paradigma aquellos años,
la convicción irrevocable de hacer una revolución lo metería, a través de un
camino empírico, casi por aproximaciones sucesivas, al escabroso y al mismo
tiempo creativo laberinto que fue del 2002 al 2004. Durante esos tres años el
asedio del enemigo lo puso varias veces contra la pared. De ese laberinto sa-
lió por la puerta izquierda, la del “socialismo del siglo XXI”. Un camino simi-
lar, aunque distante en varios sentidos, solo lo conseguimos en el Movimien-
to 26 de Julio y en Fidel en persona. Eso explica sus relaciones regulares con
la izquierda de origen marxista en los primeros años de la conspiración. No
le daban espasmos, incluso se puede afirmar que mantuvo relaciones más o
menos “orgánicas”. El viejo insurgente del PRV, Francisco Prada, testimonió
en 2003 que Chávez “nunca asistió a una reunión de nuestros organismos
regulares, pero tenía estatus de miembro de nuestro Comité Central... En
1985 se desintegra el aparato y se nos pierde Chávez”91.
89 Ibíd., p. 117.
90 Ibíd., p. 59.
91 GARRIDO, A. Francisco Prada. Notas sobre la revolución bolivariana, Ediciones del
Autor, 1ª Edición, Caracas 2003, pp. 17-18.
201
La memoria de Herma Marksman registró el mismo dato biográfico en
2004. La relación con Douglas Bravo, Kléber Ramírez y “Harold” fue regular
(con Kléber hasta los días anteriores al golpe del 4 de febrero). Siempre tuvo
una característica poco advertida: Chávez se manejaba como un “indepen-
diente” con personalidad propia para definir sus ideas y hacerse escuchar.
Seducción y distancia. Este desarrollo como líder del movimiento permite
hacer un parangón relativo con la evolución de un cuadro político dentro de
un partido marxista. Su dedicación a la tarea conspirativa lo había transfor-
mado en algo parecido a un “secretario general”.
Como toda comparación, en algún momento se hace insoportable.
Chávez no tenía la posibilidad de hacer la experiencia social, teórica y polí-
tica de un “cuadro” político “civil”. Se lo impedía el medio en el que actuaba
y el método de trabajo que usaba a diario: la clandestinidad absoluta en un
ámbito militar. Al contrario del militante político, el conspirador militar re-
duce su accionar a una sola de las instituciones. El militante “social” actúa
sobre todas contra el aparato de Estado, contra su gobierno y contra las
manifestaciones del capitalismo en los lugares de trabajo y estudio. Así se
hacen los mejores aprendizajes personales y las tradiciones políticas desde
que nacieron los partidos con la Revolución Francesa. Para la militancia re-
volucionaria esta experiencia nació con el movimiento obrero, el marxismo y
el anarquismo a mediados del siglo XIX.
En esas dimensiones y relatividades, Hugo Chávez es un político tardío,
formado en una militancia clandestina sui géneris por su efusividad organi-
zativa interna y por sus relaciones con la izquierda. De allí surgió convertido
en líder a los 38 años en un saltó meteórico a la Presidencia siete años más
tarde que se reducen a cinco al descontar los dos que estuvo encerrado.
Extraños conjurados
Lo anterior es útil para destacar un elemento especial descuidado en
los análisis sobre el movimiento bolivariano: el funcionamiento y los debates
ideológicos que vivió a su interior durante algunos años. Por algún tiem-
po, el MBR-200 y ARMA mantuvieron suficiente democracia interna en la
actividad organizativa de sus cuadros, en las discusiones y decisiones. Del
grupo de Arias Cárdenas se sabe poco de su vida interna. Nadie olvidaba
las charreteras, pero a pocos se les ocurría pensar que eran determinantes
para imponer una opinión entre los miembros de las reuniones secretas de
estos movimientos. En cualquiera de los casos, no debemos olvidar que es-
tamos hablando de organizaciones conspirativas de estricta clandestinidad
dentro de una institución militar. Sus miembros están educados en cual-
quier cosa, menos en la libertad de opinión, acción y debate. Las Fuerzas
Armadas junto con la Iglesia son las dos instituciones más jerarquizadas
y antidemocráticas de las creadas por la burguesía desde la formación del
Estado decimonónico. No podía esperarse que los movimientos de Chávez,
Arias o Izarra funcionaran con la democracia de un partido o un sindicato
202
revolucionarios. Tampoco era imaginable que esa manera de hacer ideas y
políticas fuera usada por militares.
En su polémica del año 2005 contra Chávez, Luis Valderrama afirma
en el libro-reportaje La Maisantera Chávez que el movimiento bolivariano
tuvo carácter “horizontal”. Esta evidente exageración la basa en un solo he-
cho: que él fue elegido por consenso de todos los capitanes complotados en
Valencia para estar “a cargo” del levantamiento en esa ciudad92. El error del
capitán es creer que “consenso” es sinónimo de “democracia” en todos los
casos. La cultura militarista le impidió aprender que la democracia revolu-
cionaria tiene como punto de partida el derecho a la información seguido del
debate libre de las ideas, rematado con la decisión soberana de la opinión,
sea en minoría, en mayoría o por consenso. Él fue electo esa vez porque el te-
niente Hugo Chávez lo propuso como jefe de Valencia y los capitanes presen-
tes asintieron. La escena develó dos datos: la autoridad moral ganada por
Chávez en ese momento y el carácter esencial jerárquico del funcionamiento
de los tres movimientos conspirativos. El tipo de régimen político surgido en
Venezuela y el excesivo rol individual de Chávez en él, definido en 2009 por
los intelectuales chavistas como “hiperliderazgo”, se debe, en buena medida,
al carácter de los organismos que produjeron al líder y al régimen.
Lo novedoso en la historia de las conspiraciones, de los ejércitos y de los
movimientos insurgentes es que los bolivarianos de Venezuela practicaron en
determinados momentos para determinadas tareas la democracia del debate
libre y la resolución soberana. Esto se puede verificar de varias maneras.
Realizaron cinco congresos en tres años, un hecho que sorprende si lo
comparamos con el promedio de congresos realizados por cualquier Parti-
do Comunista del planeta, salvando las diferencias. La participación era
“abierta” para todos los conjurados, con la sola condición que imponían las
medidas de seguridad, el permiso reglamentario y el espacio a usar para
la reunión. Todos los testimonios coinciden en que Chávez fue el promotor
y animador principal de esos encuentros nacionales. El primero se reali-
zó en Caracas en 1983 con alrededor de 15 oficiales, o sea, casi todos los
conjurados. El segundo lo organizaron en la ciudad de Maracay, con unos
45 asistentes dentro de las instalaciones de un Comando. El tercer congre-
so decidieron reunirlo en el estado Táchira, en la ciudad fronteriza de San
Cristóbal. Este fue el más rocambolesco. Se apretujaron en un apartamento
repleto de armas, granadas de mano y mecanismos de escape. Todo “por si
acaso”, como relató Arias Cárdenas. Decidieron congregarse lejos del “cen-
tro” del país porque el teniente coronel Hugo Chávez había sido confinado a
las selvas de la región indígena.
Desde Elorza, a unos 300 kilómetros de San Cristóbal, se vino con un
grupo de tanques que dejó apostados en el pueblito de Vega de Asa, a unos
20 kilómetros del lugar del congreso de conjurados. Era el año 1985, el mo-
vimiento apenas llevaba tres años de maduración y ellos estaban en uno
203
de esos momentos en que la fiebre revolucionaria los consumía, al punto de
hacer tamaña temeridad en las soledades de un pueblo andino.
En este encuentro nacional fue donde Chávez y Arias Cárdenas dife-
renciaron públicamente sus puntos de vista sobre el proyecto y las tareas
inmediatas de la conspiración. Lo primero que hicieron fue formalizar con
el juramento de ley el ingreso del grupo comandado por Arias Cárdenas.
Chávez, que andaba en medio de uno de sus ataques “de desespero”, quería
planificar acciones de sabotaje a puentes, torres de electricidad y cosas así,
en medio de una situación nacional adversa y una fuerza grupal que no
permitía tales acciones. Arias prefería la táctica de seguir avanzando en el
trabajo de captación y consolidación del movimiento dentro de las fuerzas.
Esas eran las posiciones en sus rasgos principales.
En esta reunión nacional Chávez presentó la teoría de las Tres Raí-
ces (Bolívar, Rodríguez y Zamora) como ideología del movimiento y Arias
Cárdenas defendió “otra interpretación del pensamiento de Bolívar”93. Las
consultas que hicimos a dos conjurados que estuvieron presentes en este
cónclave nos permitieron saber que en ese debate de tipo conceptual le fue
mejor a Chávez que a Cárdenas. Este respetado coronel de brillantes notas
académicas hizo gala de un amplio conocimiento del pensamiento bolivaria-
no, pero le faltó traducir el discurso a programa. Chávez lo hizo conectando
los tres tiempos de Rodríguez, Bolívar y Zamora: el proyecto, la acción y los
derechos sociales.
Los debates se desarrollaron todo el fin de semana. Discutieron y con-
versaron con suficiente libertad, tanta que comenzaban a desdibujarse las
charreteras y olvidarse de que eran complotados dentro de una institución
castrense tan verticalista. Nadie usó su rango para imponer posiciones ni
sacó su arma de reglamento para intimidar una posición contraria.
Los ejércitos guerrilleros nunca fueron buenos ejemplos en esto de pro-
cesar con democracia las diferencias políticas. Es conocido que en El Salva-
dor, en Colombia y en otros movimientos guerrilleros dirimieron a tiros sus
discrepancias políticas y no políticas (territorios, armas, dinero). Los peores
fueron los de Mao Tse Tung en China y el de Pol Pot de Cambodia que prac-
ticaron la liquidación en masa de oponentes y críticos del régimen, al estilo
de los Talibán en la década del noventa.
El máximo “ataque” al que llegaron en estas reuniones de encendidos
debates entre Chávez y Arias Cárdenas fue que Rolando La Cruz, un jode-
dor impenitente, y el mismo Chávez le gastaran chistes amigables aludien-
do al pecado original de Cárdenas: ser o haber sido copeyano: “Lo que pasa
con esto es que tú llegas hasta un momento en la revolución, pero tienes un
socialcristiano metido por dentro”, endosó Chávez y todos se rieron sin que
nadie saliera herido del enfrentamiento verbal.
Al circunspecto oficial andino Francisco Arias Cárdenas no le debe ha-
ber gustado el “chiste”. Pero en un ambiente como aquel era inevitable, más
204
aún tratándose de “mamadores de gallo” incorregibles como Chávez y Ro-
lando La Cruz, dos capaces de pararse firmes y hacer política sin perder el
buen humor.
Los debates y el encendido estado de ánimo de este congreso hay que
comprenderlos dentro del contexto nacional de entonces. Las posiciones ul-
traístas y tremendistas de Chávez se parecían a la angustia de muchos ofi-
ciales presentes. Reflejaban en el terreno de la psicología del grupo la cara
inversa de lo que ocurría en el descompuesto mundo de la burguesía y el
Gobierno. Ellos eran un aspecto de la negación moral de la sociedad media
contra la corrupción y el desastre social.
El presidente en 1985 era Jaime Lusinchi, su nombre quedó en el olvido
pero no su fama: borracho, dormilón y putañero. Blanca Ibáñez, su amante en
el poder, creó la mayor red de negocios personales que jamás tuvo Venezuela
desde Pérez Jiménez. En su período se acumuló una cantidad escandalosa
de deuda externa, desempleo, expedientes con casos de corrupción: más de
1.000, según documentos de la Contraloría General en 2001. Había generales
y miembros del Alto Mando Militar involucrados. Unos conocidos fueron los
enjuiciados por los casos “Turpial” y “Margold”, pero hubo muchos más.
Un detalle que tensó al máximo el escozor en la oficialidad bolivariana
(incluso a muchos miembros de la otra oficialidad) fue aquel día en que la
amante presidencial se paseó en un acto oficial sobre una limusina desca-
potada con un uniforme de gala militar, regalado por un general que era
parte de sus transacciones. Los biógrafos Marcano y Barrera lo definieron
así: “El tufo de la gestión anima a los conspiradores”94. El comandante Jesús
Urdaneta Hernández retrató ese estado anímico de rechazo y odio que vivía
la mayoría de los oficiales por la afrenta presidencial a los valores de las
Fuerzas Armadas:
94 Ibíd., p. 93.
95 Op. cit., p. 61.
205
comprender que no podemos salirnos del papel de las Fuerzas Armadas”96.
Las diferencias develadas en estas definiciones de Cárdenas mostraban dos
opciones distintas del movimiento nacionalista bolivariano: una proponía el
carácter militar excluyente, típicamente bonapartista, como el de las logias
de la tradición militar latinoamericana; la otra, postulada por Chávez en
ese momento, tendía a lograr apoyo de algunos segmentos de las masas, en
alianzas con algunos grupos de la vieja izquierda guerrillera. Este pensa-
miento no estuvo curado de contradicciones. La latencia militar continúa
dentro del régimen, pero el peso “civil” en el gobierno y sobre todo en el mo-
vimiento de las bases contrarresta esa tentación inmanente.
En 1985 causaban molestias las relaciones del MBR-200 con el PRV
y la Causa R. Algunos de los más cercanos partidarios de Chávez, como
el aviador Luis Reyes Reyes, estaban bastante incómodos: “¿Conspirar con
Douglas Bravo?; tú estás loco”, le dijo a Hugo Chávez al salir de esa reunión
en los Andes97. Chávez siempre mantuvo una relación contradictoria y ambi-
valente con la izquierda. Se le formó en su adolescencia y la tuvo en los años
de conspiración. Se manifestó en sus formas más crudas cuando tuvo que
afrontar una relación política con los viejos héroes de la subversión armada
venezolana. A esta relación la podríamos llamar “seducción y distancia con
la guerrilla”. Dos cosas contrarias en la misma conducta. Un dato en el ima-
ginario de su generación de pertenencia.
Luego vino el cuarto encuentro nacional en 1986. Se realizó en la típica
localidad de Paraguaipoa en el extremo superior del Zulia sobre un brazo
de la costa del Golfo de Venezuela, muy cerca de la frontera con Colombia.
En esta reunión se discutió por primera vez en forma abierta sobre el po-
der como objetivo inmediato. La metáfora que sostuvo esa estrategia fue
la llamada “teoría del chinchorro”. Según ella, el asalto al poder debía ser
preparado para el punto más bajo de popularidad del gobierno que iniciaría
funciones en el mes de febrero de 1989. Pero había otra razón. Esperaban
que el “punto bajo” del chinchorro coincidiera con los ascensos del 5 de julio
de 1991, cuando todos tendrían mando de tropas.
En 1987 Chávez era Mayor y, en una de esas ironías solo comprensi-
ble por el carácter lumpen de la burguesía venezolana, lo enviaron a servir
al centro del poder nacional: Miraflores. Este era el año en que la larvada
conspiración se enfilaba hacia ese Palacio. Más curioso fue el hecho de que le
asignaran un puesto en el Consejo Nacional de Seguridad y Defensa. Pocas
veces la presa y el cazador se encontraban tan cerca sin habérselo propues-
to. El último congreso lo realizaron en 1987. “Lo hicimos en las riberas de
Apure”, contó Chávez en 1995, el estado llanero situado en la frontera sur
del país, colindando con Colombia y el Amazonas. Estuvieron representa-
dos centenares de oficiales, suboficiales y algunos mandos altos de las tres
fuerzas.
206
Los tres últimos congresos se hicieron en tres estados fronterizos por-
que ofrecía más seguridad y resguardo de los mandos y la DIM. La segunda
razón era que Hugo Chávez andaba castigado por aquellas “siberias” caribe-
ñas y era él quien más motivaba y coordinaba esos encuentros.
Antes de cada reunión nacional, Chávez, Arias, Izarra y Marksman se
encargaban de que los documentos destinados al debate llegaran a los oficia-
les y suboficiales invitados. En esta tarea organizativa fue clave la capaci-
dad organizativa de Herma Marksman y las trampas que hacían los demás
oficiales para hacer llegar los materiales a cada “invitado”, encubiertos en-
tre otros papeles del quehacer militar, en la vitualla o en enseres de cocina.
Sobre la libertad con la que se debatía en estas reuniones tomemos lo
que contó Arias Cárdena en 2002, cuando era enemigo público de Chávez, o
sea, cuando fue mayor el riesgo de que modificara los hechos:
98 Ibíd., p. 126.
99 BLANCO MUÑOZ, A., Habla el comandante, p. 126.
100 GARRIDO, A., Testimonios de la revolución..., p. 128.
207
es que no, que fuera el agradable desvarío democrático de un grupo de hom-
bres acostumbrados a obedecer. Su valor demostrativo es enorme para la
historia del movimiento bolivariano y para las organizaciones revoluciona-
rias en general. Prueba que hasta un órgano jerárquico de militares puede
asimilar la democracia interna en reuniones dedicadas a debatir ideas. No
es necesario idealizar al MBR-200 ni convertirlo en paradigma de democra-
cia revolucionaria, pero sí registrar que son muy pocas las noticias de algo
similar en América Latina, excepto en algunas corrientes políticas de origen
marxista. Un caso similar del que se tiene memoria ocurrió en Venezuela
durante los años sesenta. En las FALN y en el MIR se hacían debates ideo-
lógicos, aun en medio de la más estricta clandestinidad en la montaña101.
Un año después de la última reunión nacional del movimiento, Chávez
y Acosta Carlés cayeron presos y casi se ganan la expulsión bajo sumario
militar. Era el último año de gobierno de Lusinchi y ya nadie daba medio
por él y su Gobierno. El país respiraba aires de tormenta social. La angustia,
derrota y depresión que se vivió desde 1982 estaba a punto de cambiar. Unos
meses después explotó el país en una insurrección que cambió su historia y
dejó en crisis a las Fuerzas Armadas.
En ese ambiente, Chávez y Acosta Carlés fueron acusados ante un Con-
sejo de Investigación de las Fuerzas Armadas de estar detrás de un hecho
borroso de ese año 1988. Un coronel había sacado una formación de tanques
a su cargo para rodear el Ministerio de Defensa en Carmelitas. Eso fue en-
tendido como un acto de rebelión, pero nunca se pudo demostrar si era eso u
otra cosa. En todo caso no era extraño que ocurriera. El ambiente nacional
se prestaba para cualquier acto borroso o desesperado. No solo a nivel de la
sociedad, sino también dentro de los cuarteles.
Desde febrero comenzaron a circular panfletos y volantes de un grupo
secreto que se conoció como “los COMACATE”, apócopes de Comandantes,
Capitanes y Tenientes. Denunciaban la corrupción y la entrega del país a
Colombia y Guyana. Si nos guiamos por sus textos, parecían escritos por
el sector más conservador del movimiento o, simplemente, por oficiales
sueltos cuya única preocupación eran esos dos temas. A Hugo Chávez y a
Acosta Carlés no los expulsaron del Ejército porque no pudieron probar
su participación en el curioso tanquetazo, pero los “castigaron” otra vez
separándolos y enviándolos a regimientos lejanos. Chávez fue puesto bajo
vigilancia del general Ochoa Antich, siguiente ministro de Defensa, en la
ciudad oriental de Maturín, donde en 1977 el joven oficial impulsivo había
creado el EPLV. Para despistar la vigilancia, Chávez se “dedicó” a estudiar
el curso de Estado Mayor y la carrera universitaria de Ciencias Políticas.
101 Nahuel Moreno, un dirigente del trotskismo argentino, resaltó este detalle en las car-
tas que cruzó con Douglas Bravo y otros jefes guerrilleros. Luego lo registró por escrito
en sus escritos de polémica sobre el foquismo con el Che Guevara y Peter Camejo. Char-
la, Valencia, Venezuela, octubre de 1980. Archivos, Fundación Nahuel Moreno, Buenos
Aires, 2011.
208
Quería “simular que estábamos haciendo trabajos para mejorar la institu-
ción armada”102.
Otro hecho que casi los lleva al desastre ocurrió a finales de 1990. Ha-
cían un encuentro de oficiales para evaluar fuerzas y planificar la suble-
vación dentro del cuartel de Blindados de Maracay. En pleno desarrollo de
la reunión se les apareció un general llamado Rondón, a quien poco le im-
portaba lo que estaban haciendo y lo que estaba pasando, siempre que no
le incomodaran su vida, y les dijo: “El gobierno sabe...”. Lo que no sabía el
desentendido general es que su actitud, la del resto del generalato, como el
desespero riesgoso de los conjurados, eran apenas señales de la crisis militar
y social que dejó instalados el Caracazo. Sin embargo, Rondón tuvo razón, el
gobierno les estaba pisando los talones.
El aislamiento forzado, la vigilancia creciente y los “castigos” en zonas
alejadas de frontera produjeron una modificación imprevista en el funciona-
miento de la conspiración. Casi de un día para otro la responsabilidad orga-
nizativa central quedó en manos de Herma Marksman, su compañera desde
1982. Ella hizo lo que pudo para evitar el descalabro y desmembramiento
de la organización de oficiales. Tenía dos factores en contra: era civil y era
mujer. Desde esa complicada posición, coordinó los desplazamientos, la re-
dacción de papeles y documentos y las conexiones entre los comandantes. El
movimiento había quedado maltrecho, en peligro de desbande y al mando de
una mujer. Esto sumaba un mérito para ella, pero significaba un enredo para
oficiales machos que debían atender sus orientaciones. De este hecho, por
tratarse de la amante de Chávez en ese momento, debemos colegir que las
principales responsabilidades de organización y orientación las conducía él.
209
El Caracazo, dos días sin retorno
211
aumentaba con las horas y esto lo compartía con los principales jefes del
movimiento que fueron al hospital. Él y Acosta Carlés andaban vigilados
desde el año anterior, cuando se los implicó en un intento militar frustrado
el 26 de octubre de 1988. Ese hecho menor ocurrió cuatro meses antes de
la explosión del Caracazo. Cuatro meses cargados de tensión, huelgas en
diversos gremios y sindicatos, algunas con ocupación de plantas en la ciudad
de Maracay, como la de electrodomésticos INELEC, la maderera Di Marco
y las oficinas de la multinacional Rena-Ware, además de la ocupación de la
Inspectoría del Trabajo seguida del secuestro de su titular.
Estas acciones arrojaron un dato sintomático del curso de la situación
que mantenía nerviosos a los oficiales bolivarianos y angustiados a los tra-
bajadores y al pueblo. Mientras dirigíamos esas acciones huelguísticas, el
inspector del Trabajo, el abogado Juan Darío Carvajal, nos dijo lo siguiente
cuando lo teníamos cautivo: “¿Ustedes no se dan cuenta de que estas accio-
nes pueden provocar un golpe?”. Reflexionando a la distancia de los hechos
nos preguntamos cómo se le ocurrió la imagen del “golpe” cuando de eso na-
die sabía, ni siquiera los golpistas. Si estaba enterado o no de la conspiración
en marcha, no lo sabemos. Nos conformaremos con la perspectiva social de
los sucesos y la conductas, incluida la del secuestrado: nuestras acciones ex-
presaban un río profundo. Lo que no pudo prever este inspector “visionario”
es que el fulano “golpe” comenzaría poco después en su ciudad y que él sería,
en todo caso, una de sus víctimas propiciatorias en nuestras manos.
La situación se hacía tan insostenible que varias personalidades ad-
vertían el peligro. Los estudiantes no paraban de salir a las calles y quemar
autobuses y carros de empresas transnacionales. Se conocieron casos aisla-
dos de saqueos en Miranda, Vargas y Aragua que luego se convirtieron en
el método de acción general el 27 y el 28 de febrero. En algunas fábricas el
odio por la sobreexplotación llevó al punto de muerte. En una fabricadora
de piezas mecánicas del estado Aragua, 27 obreros colgaron a su pequeño
patrón de una grúa porque les redujo el salario y gritó a un trabajador. La
agudización de la crisis había llegado hasta las oficinas de la Dirección de
Inteligencia Militar. Así lo testimonió el general Iván Darío Jiménez:
103 JIMÉNEZ, I. D., Los golpes de Estado desde Castro a Caldera, (GD) p. 171.
212
pins, ex presidente, dijo el 3 de diciembre de 1988: “Hay en el ambiente
gérmenes desestabilizadores en toda América Latina”. Oswaldo Álvarez
Paz declaró cuatro días después al Diario de Caracas: “Efectivos mili-
tares con sede en Monagas tomaron la base Aérea de Barcelona y algu-
nas unidades del ejército llegaron a la sede principal de la DISIP (...) en
Maracaibo y Caracas aviones sobrevolaron ambas ciudades, cosa que no
es normal”. Estaban poniéndose nerviosos. El 11 de noviembre de 1991
el monseñor Mariano Moronta fue tajante en su previsión: “Yo creo que
estamos caminando sobre un polvorín”104. Del total de protestas, distur-
bios, huelgas, cortes de vías, saqueos y enfrentamientos con la policía,
ocurridos entre 1989 y 1998, casi el 30% aconteció entre el Caracazo y la
rebelión militar del 4 de febrero. Un total de 2094 protestas populares de
las 7092 de la década105.
La investigadora Margarita López Maya sistematizó la protesta social
en cuadros y estadísticas rigurosas que cubren el decenio 1989 (Caracazo)
y 1999 (primer gobierno de Chávez). Un total de 7092 protestas. A ellas hay
que agregar una centena de paros laborales en la industria, en el Estado y
servicios portuarios. 2094 protestas violentas ocurrieron entre septiembre
de 1990 y septiembre de 1992. Refiriéndose a la cualificación de las acciones,
la profesora López Maya escribe:
213
creciente, empiezan a multiplicarse los lugares de encuentro de los lide-
razgos nacionales107.
107 DÉNIS, R., Los fabricantes de la rebelión. Editorial Primera Línea/Nuevo Sur, Caracas,
2001, p. 29.
108 Ibíd., p. 32.
109 Habla el comandante, p. 131.
214
Lotería conspirativa
Listos los comandos, listos los proyectos, solo faltaba el plan de ata-
que, el modo, los medios y apoyos sociales para el asalto al poder. Ya esta-
ban –según creían– en la parte baja del chinchorro: el gobierno parecía un
cadáver insepulto. El país se había insurreccionado de nuevo y todos los
indicadores sociales señalaban un nuevo Caracazo. El 87% de la población
desaprobaba la gestión del presidente según encuesta de El Nacional, y
el New York Times con su titular “Venezuela incierta” indicaba que el De-
partamento de Estado ya no estaba tan seguro de la gobernabilidad en
Caracas.
Antes de ser trasladado a Maracay, Chávez arregló con algunos coman-
dantes un simulacro de asalto como aquel con los tanques en San Cristóbal.
Esta vez fue más completo, como si ya estuvieran tomando el poder. Lo ga-
naba el desespero. Usó a los 600 soldados estacionados en el estado Cojedes,
la provincia donde había nacido su bisabuelo Maisanta en el pueblito de Os-
pino. Construyeron maquetas que simulaban la capital, convirtió a los cabos
y sargentos en oficiales con mando independiente y practicaron “combate
nocturno, tomas de edificios, etc.”110.
Cargados con esa adrenalina militar durante los primeros días de sep-
tiembre, programaron tres fechas posibles para el asalto. El 6 de diciembre,
aprovechando un acto presidencial en Maracay, donde capturarían al pre-
sidente CAP para crear el vacío de poder; el 16 de diciembre, en el medio
turno del permiso reglamentario y de algunos desplazamientos de unidades
militares entre varias ciudades que usarían como cobertura del ataque; fi-
nalmente, el 24 de diciembre, al finalizar la cena de Navidad, cuando los
oficiales leales estuvieran rebozantes de ron y las tropas en calzoncillos.
Ninguna de estas fechas pudo ser. En el camino se cruzaron dos mo-
mentos no programados por los jefes de la rebelión. El primero fue a finales
de octubre. Si hubiera ocurrido, podría haber quedado en la historia como
una rebelión de tono antiimperialista. El plan era desobedecer la orden pre-
sidencial de participar en la invasión a Haití, ordenada por Estados Unidos
y operada por el TIAR y las Naciones Unidas. Prepararon todos los pertre-
chos, tanques y aprestamientos de batallones y oficiales en las principales
ciudades... pero de Puerto Príncipe desembarcarían en Miraflores.
A Chávez, que comandaba el cuerpo de paracaidistas de Maracay, le
asignaron la conducción de ataque al desguazado país caribeño. La opera-
ción se cayó porque el Gobierno, debilitado como estaba, decidió a última
hora no acompañar la ocupación. Hay quienes sostienen que el gobierno
desistió porque estaba al tanto de la intranquilidad militar. Puede ser. De
todas maneras, en las calles decenas de movilizaciones cada semana gri-
taban contra el envío de tropas al admirado país de Petión y Desalines. El
ambiente social y los rumores cuartelarios lo desaconsejaban.
215
La segunda fecha abortada fue el 10 de diciembre. Seis días más tarde, el
16, volvió a malograrse la decisión. Esta vez la causa nació al interior del mo-
vimiento. Hubo una división en esos días tensos donde las fechas y las tácticas
suplantaban a la estrategia y al método insurreccional. Entre el 10 y el 16 casi
hubo un alzamiento de una parte de los capitanes contra los comandantes del
movimiento. A Chávez lo acusaron de lo mismo que él había acusado a Fran-
cisco Arias Cárdenas en el congreso de San Cristóbal: miedo a la acción. En
la reacción de los capitanes y la acusación contra Chávez intervino en forma
activa el grupo Bandera Roja, que influía sobre algunos de ellos y desconfiaba
de Chávez. El capitán Valderrama se refiere a ese episodio en La Maisante-
ra Chávez. Cuenta que cuando el Directorio conformado por Chávez y Arias
Cárdenas decidió cortar relaciones con los “civiles” de Bandera y el PRV le
ordenaron que cerrara los contactos con los dirigentes políticos de Valencia.
La reacción de los capitanes influidos por Gabriel Puerta condujo al llamado
“Pacto de San Antonio”, mediante el cual los capitanes estaban decididos a
rebelarse sin esperar por los comandantes, incluso contra ellos111.
Sin que se lo hubieran propuesto resultó la primera versión de un “cha-
vismo sin Chávez”, algo que luego volvería a aparecer desde el año 2003
en nuevas circunstancias. En aquella ocasión casi le cuesta la vida a Hugo
Chávez, que era, como se nota, el centro operativo del movimiento. Los ca-
pitanes más molestos habían planeado “sacarlo del medio” en una acción
planificada por la dirección de Bandera Roja. Chávez sostuvo en 1995 y en
2004 que “el movimiento fue infiltrado por grupos de extrema izquierda”.
Se refiere a Bandera Roja. Como acusación es por lo menos inadecuada. Las
relaciones con la izquierda guerrillera las habían cultivado él, Castro Sotel-
do y muy pocos del movimiento, desde antes de 1982. Para un capitán o un
sargento era habitual escuchar la opinión de la izquierda, tal como lo hacían
“sus” comandantes. Así, el secreto de la rebelión de los capitanes hay que
buscarlo en otros intersticios de aquel momento. Bandera Roja solo azuzó
los ánimos, no fue determinante.
Más importante como causa objetiva fue la imprecisión de las fechas del
asalto, la ausencia de organizaciones del movimiento de masas. Sobre esos
parámetros resbaladizos se movió la conducta lumpen de la izquierda que
acompañaba al golpe. Pesaban más las rémoras de sus derrotas pasadas que
las estrategia ciertas para un presente complejo. Valderrama retrata ese
momento con varios elementos ciertos en su entrevista de 2005, pero lo de-
forma con una carga desproporcionada de odio personal a Chávez. Asegura
que “Chávez engañó por igual a civiles y militares”, como si hubieran estado
en presencia de un demiurgo creador de todas las cosas que se mueven en
este mundo. Por su parte, el historiador Agustín Blanco Muñoz pintó más
correctamente esa realidad en una de sus preguntas a Chávez cuando hacía
el libro Habla el comandante:
216
Ciertamente, el día 16 de diciembre es clave. Se considera como la
hora cero. Y me refiero a lo que se comentaba en la UCV (el centro univer-
sitario más politizado del país). Desde principios de diciembre se comenzó
a decir que el día era el 16, o el 17. Luego decían “esta noche” y nada.
Pasadas esas fechas se comenzó a decir que Chávez se había echado para
atrás, había traicionado el movimiento y que los capitanes actuarían por
su cuenta (...) En general, puede decirse que el clima estaba definido por
la incertidumbre y la tensión. La proliferación de horas cero sembraba
incredulidad porque uno suponía que no se produciría una sublevación
precedida por tanta información a nivel del corrillo, de chisme112.
217
de los soldados y en la mirada del comandante Chávez aquel caluroso día
de insurrección en los alrededores de la UCV. Pudo ser el comienzo de otra
insurrección. Su conclusión ayuda a comprender la confusión reinante y el
punto de conciencia al que habían llegado los conjurados: “La situación era
tensa, si estallaba una rebelión tomábamos Maracay. El país en general
estaba igual”115. Toda la realidad social, política y militar estaba a punto de
desbordamiento como un río crecido que ya no cabe en su cauce.
A pesar de tantos elementos favorables a una insurrección social con
apoyo militar, el final de la historia fue otro. Terminó como un golpe de Es-
tado sin ninguna mediación social. Todo el carácter progresivo que manifes-
tó no anula ese defecto. Las causas no hay que buscarlas solamente en la
metodología militar de los preparativos del MBR, como los simulacros, por
ejemplo. También tuvo responsabilidad política la izquierda que dirigía los
levantamientos sociales. No tuvo capacidad teórica y política para preparar
la insurrección en alianza con los bolivarianos. Aunque también es cierto
que en la mayoría de los casos no estábamos enterados. Yo recuerdo la suge-
rencia velada que me hizo el cuadro de la Causa R, en Aragua, Lenin Aquino
en marzo de 1990. Entre las huelgas obreras en las que andaba metido y la
desbocada actividad política que desarrollaba, aquella sugerencia de Lenin
quedó así... velada.
Más difusa fue mi relación con los conspiradores en 1983 cuando publi-
qué en el diario El aragüeño, donde trabajaba, un artículo de opinión titu-
lado “Rumor en los cuarteles”. Me habían llegado informaciones de varias
fuentes que hablaban de eso. Estábamos en medio del nerviosismo financie-
ro del “viernes negro” y el rumor corrió por muchos pasillos; cuando Oscar
Yegres, el director del diario, me llamó a su oficina para preguntarme por el
origen de mis informes, le dije: “Los escuché en la calle”. Pero al otro día un
oficial llamó a la redacción y solicitó hablar conmigo. No me encontró, era mi
día libre, y tampoco me llamó más. Los conspiradores andaban conspirando.
218
Buscando el día decisivo
219
delación del lunes 3 de febrero, casi al mediodía, logró frenar lo que se había
desatado. Los mandos y la Dirección de Inteligencia Militar ya no tenían
capacidad para controlar un fenómeno que trascendía las “fronteras milita-
res”. Para ese momento el brote golpista era parte orgánica de la rebelión
social que conmocionaba al país.
Chávez tuvo la razón en 1995 en una breve polémica con el historiador
Agustín Blanco Muñoz en medio de la entrevista para el libro. El reportero
adujo la teoría del “golpe provocado”. Se refería a la acción sediciosa que
se deja correr para “depurar” las Fuerzas Armadas, como lo hizo Rómulo
Betancourt ante el porteñazo. Eso no funcionó el 4 de febrero por una razón
simple: el gobierno estaba peor que los rebeldes. Chávez le contestó a Muñoz
con esta razón cierta: “La única crisis que no se había hecho evidente era la
militar”116. En realidad, ese aspecto de la crisis había comenzado con el Ca-
racazo. De todas maneras, el argumento de Chávez fue al fondo del asunto
y Muñoz no lo advirtió.
Ni siquiera una delación faldera de última hora pudo detener lo des-
bordado. Resulta que un capitán bolivariano enamorado contó lo que sabía
de la conjura al director de la Academia Militar, a cambio de que lo ayudara
a conquistar a su hija117. A pesar del peso de la información dada por el
desafortunado capitán enamoradizo:
220
épica. Con ellos le dijo adiós a su pasado. Otro Chávez estaba a punto de
nacer. Ese estado especial lo metió como pudo en estas palabras:
221
tencia los dos principales regimientos de Valencia. Esta fue la única ciudad
donde funcionó la llamada “fusión cívico-militar” del proyecto. Valderrama
desacató la orden del Directorio dada por el comandante Chávez el día 3 de
febrero y decidió mantener las relaciones con la gente de Causa R y el PRV.
Así fue que pudieron participar decenas de militantes de la Universidad de
Carabobo y de algunos barrios pobres121. En Caracas, Maracay y Zulia fue-
ron suspendidas las conexiones con los “civiles”.
El apoyo civil de Valencia fue como iba a ser en el resto de las ciudades.
Cuadros de Causa R, el PRV o Bandera que acompañarían con acciones de-
cididas por el Directorio. Solo podemos acudir al único caso en que ocurrió.
Valderrama afirma en su relato de 2005 que en Carabobo “los civiles” se
portaron bien: “Cumplieron al pie de la letra las misiones que yo les di”. Es
una curiosidad que en este reconocimiento los reduzca a la ridícula tarea de
coser unos brazaletes. “Yo fui a buscarlos con ellos a la casa de una señora el
3 de febrero”. Por muy digno que haya sido coser los brazaletes, suponemos
que no fue la única tarea militar que le asignó el comandante Valderrama122.
El resultado de las acciones civiles no se tradujo en acciones sociales de
la población, de sindicatos clasistas, de centros de estudiantes o de otro tipo
de organismo de base social. Esto redujo la estrategia a su aspecto militar.
Las masas serían convocadas desde Miraflores mediante un video de televi-
sión. El propio Chávez confiesa bien esta debilidad:
222
litar eran suyas. No solo puso preso al gobernador con su familia, un so-
cialcristiano desvaído: en el mismo acto se declaró sucesor del derrocado
sin consultarle a ningún maracucho. Diez minutos antes de las doce de la
noche entraron a Caracas 500 paracaidistas de Maracay al mando de Hugo
Chávez, Acosta Chirinos, Centeno, Yoel Acosta y otros comandantes. Cinco
minutos antes, el Palacio de Miraflores había comenzado a recibir las prime-
ras metrallas de los rebeldes. El general Iván Darío Jiménez, que actuó con-
tra los sublevados, les reconoce que “... actuaron con admirable diligencia...”,
a pesar de que estaban delatados desde las tres de la tarde: “... los golpistas
contaron con la ventaja de conseguir a los soldados en calzoncillos y al oficial
de día... desesperado por ir a dormir”125.
A medianoche, con la capital bajo fuego ya estaban tomadas las ciuda-
des donde se concentraba el poder militar, económico y político de la nación.
El resto se decidía con las leyes de la política. Caracas fue la única plaza
donde hubo batalla. Duró tres horas en dos escenarios, salvo tiros sueltos
en distintos lugares: Miraflores y el aeropuerto militar de La Carlota, al
este de la ciudad. A las 4.10 de la mañana, según informes de inteligencia
registrados en el libro del general Darío Jiménez, el gobierno tenía asegura-
dos el Palacio de Miraflores y el presidente, los dos instrumentos del poder
nacional. La ventaja de la sorpresa y el arrojo en el asalto entre las 5 de la
tarde y las 12.30 de la madrugada se convirtieron en retroceso y descalabro
a partir de las 3.30 de la madrugada.
Hugo Chávez, cuyo rol central era comandar las acciones militares y po-
líticas a nivel nacional desde Caracas, solo tuvo tres horas de protagonismo
en el Museo Histórico Nacional. Desde ese lugar se habían dirigido todos los
golpes triunfantes del siglo XX venezolano, por su ubicación estratégica. El
general Jiménez opina que esta vez los jefes de la rebelión de 1992 se equivo-
caron al escoger esa posición. Ya las condiciones técnicas y la ciudad son otras
y permitían actuar en forma directa alrededor del Palacio de Miraflores.
Aun si esa opinión fuera cierta, no alteraría en nada las razones de
fondo de la derrota en Caracas. Chávez hace un resumen de ellas en 1995:
125 Informe del Ministerio de la Defensa: “Acciones y Órdenes del Comandante General de
Ejército en relación a los hechos de sublevación militar acontecidos en el país durante
los días 3 y 4 de febrero de 1992”. Reproducido parcialmente en Los golpes de Estado
desde Castro hasta Caldera, general Iván Darío Jiménez, pp. 206-208 y 216.
126 Habla el comandante, p. 151.
223
donde se había convenido, la izquierda caraqueña no recibió las armas a las
11.30 de la noche a la entrada de Caracas y el capitán encargado de pasar
el video por el canal estatal con Chávez hablando no sabía –ni preguntó–
que no es lo mismo “VHS” que “U-Matic”, dos formatos incompatibles en
sistemas de televisión. Antes de las 7 de la mañana, con el sol caribeño bien
alto, tres ciudades tomadas, la batalla de Caracas totalmente perdida y un
pueblo boquiabierto que no entendía nada frente al noticiero, Chávez tomó
la decisión de rendirse.
Para el gobierno y el Alto Mando Militar su posición en La Planicie,
donde está el Museo Histórico, era el centro político de los insurrectos. In-
cluso a pesar de que el poder de fuego era inofensivo. Su figura militar era el
fundamentalista bolivariano Hugo Chávez, un oficial conocido dentro de las
Fuerzas Armadas, pero totalmente desconocido fuera de ellas. Unas cuatro
horas después, convencidos ya el gobierno y el Alto Mando de que “la situa-
ción está totalmente controlada”, como dijo el presidente a las siete de la
mañana en su segunda declaración, Chávez apareció por todos los canales
de televisión.
La gente, arremolinada en masa frente a las pantallas seguía boquiabier-
ta, pero ahora miraba la televisión con “otros ojos”: lo que diría el comandante
del golpe lo iban a sentir como un acto de redención. Pero nadie lo sabía. Pues
lo que dijo fue suficiente para que lo vieran como una aparición providencial
y a sus camaradas como héroes nacionales. Estaba naciendo Hugo Chávez. El
homo politicus comenzaba a ganarle terreno al homo militaris.
224
QUINTA PARTE
1994-1998,
EL DESIERTO Y LA CIMA
Solo y con un proyecto
Para llegar a la Presidencia tuvo que atravesar lo que él llamó “un com-
plicado desierto de soledad”. A ese desierto podríamos agregarle los siete
años de aprendizaje político que tuvo en la vida civil, si tomamos como pun-
to de partida 1992. Este fue el año de su aparición como rebelde fuera de
las Fuerzas Armadas para el conjunto de la sociedad. Sería una experiencia
distinta por completo de la que había vivido bajo la sombra de la conspira-
ción en los cuarteles. En estos siete años de vida no militar se encontró en
forma directa con las leyes de la lucha de clases y los secretos de “la política”.
Apareció en medio de una sociedad desgarrada, con una clase gober-
nante que se desmoronaba inexorablemente ante sus ojos, un país oprimido
que buscaba su destino dentro de un mundo conmocionado por el derrumbe
del Muro de Berlín y las locuras del neoliberalismo. Suficientes escenarios
para ejercitarse en las actuaciones políticas más inesperadas. Muchas de
esas acciones las había soñado desde su adolescencia cuando escuchaba a
Esteban Ruiz-Guevara hablar de “revoluciones”.
Esa historia comenzó el día que se enteró –en la soledad de su cel-
da de presidiario– que en la calle era un personaje popular. Que la gen-
te, incluyendo la clase media, los veía a él y a los otros comandantes como
héroes nacionales, redentores de los pobres. Al revés de la mayoría de sus
camaradas, Chávez dedicó sus dos años de cautiverio, los siguientes tres de
“militante ultra” y los dos de candidato presidencial a una sola tarea: darle
una perspectiva y una dirección política a esa rebelión sin destino. “Alguien
dijo alguna vez que los cerros bajaron en 1989 y no han vuelto”, se dijo a sí
mismo como si quisiera preguntarse su papel en ese momento indefinido de
la vuelta.
Hugo Chávez se dedicó a buscar “los cerros” mientras sus camaradas
de armas se retiraban paulatinamente del proyecto. Por “cerros” cualquier
militante venezolano de esos años entendía dos cosas: las clases sociales de
ubicación y un paradigma político, aunque fuera indefinido. Cerros era un
programa y una perspectiva revolucionaria al mismo tiempo. En esa bús-
227
queda se había quedado casi solo. Como en toda derrota, el primer efecto fue
la dispersión y la desconfianza.
Tres de los principales comandantes que actuaron junto con él pasaron
a servir al régimen que los mantuvo presos. Solamente el general William
Izarra y muy pocos otros más se mantuvieron activos, pero cada uno por su
lado. Poco después de entrar a la cárcel, el gobierno de Rafael Caldera tomó
contacto con el comandante Francisco Arias Cárdenas. Con la misma maes-
tría que había logrado la pacificación de los guerrilleros en 1969, el avezado
jefe socialcristiano negoció con Cárdenas una salida institucional a la legali-
dad. Al abandonar Yare pasó a ocupar un puesto gubernamental en el estado
Zulia como director del PAMI, el programa alimentario. Jesús Urdaneta Her-
nández recibió la oferta de irse como cónsul a Vigo, España, y allá se fue con
los malos recuerdos de un golpe frustrado. Valderrama, el jefe en Carabobo,
se fue a trabajar con Arias Cárdenas en Maracaibo. Otros se dedicaron a sus
vidas privadas después de atravesar períodos de desempleo y malas miradas
de gente que antes les sonrió. Muy pocos quedaron a la espera de una nueva
oportunidad para alzarse y dedicaron sus vidas a un proyecto revolucionario.
Solo Chávez, íngrimo y casi solitario, se lanzó a una nueva militancia
por los pueblos de Venezuela y viajó a varios países para seguir buscando lo
que se había cortado el 4 de febrero de 1992: “Nosotros andamos trabajando
desde hace años en un proyecto que es holístico, integral, que parte del reco-
nocimiento de que aquí se dañaron las estructuras, en todas sus partes… la
solución aquí es total, no por partes”.
Hay una continuidad esencial en Chávez que no ocurrió en los otros
comandantes. Esta no era una virtud, sino una convicción. Aunque retirarse
no constituye un pecado, pues las opciones de vida son derechos personales,
la diferencia con el resto de los jefes habla por sí misma de las personali-
dades reveladas. Chávez era el más inspirado de la generación de militares
nacionalistas rebeldes de Venezuela. Ahí estaba ese elemento que Urdaneta
Hernández llamaba “filosófico”, Valderrama prefirió definir como “alma de
fiesta” y Kléber denominó “convicción y perseverancia”. Lo llamaremos ins-
piración, vena romántica y proyección heroica, tres marcas continuas desde
su adolescencia. Es un elemento constitucional de la personalidad que nace
en lo subjetivo y termina siendo determinado por las pruebas de la vida
social. 1992 fue la gran prueba de esa generación de militares rebeldes. Los
resultados y las dinámicas personales indican que Hugo Chávez se preparó
mejor para soportarla. Lo que para unos fue derrota definitiva para él signi-
ficaba un “punto de encuentro con muchas cosas”. Su formación intelectual
y el tipo de base ideológica que adquirió, más nutrida con ideas de izquierda,
más conceptual que el resto aunque haya sido difusa, le sirvió para sobre-
ponerse al examen de la lucha social. Un golpe, por más militar que sea, es
una expresión particular de ella.
Allí se manifestó su convicción sobre el proyecto nacionalista. En el mis-
228
mo escenario aprendió que faltaba la fuerza social para sostenerlo. También
comprendió que había adquirido un rol personal en la sociedad, para el que
no estaba preparado. Ese proceso de aprehensión de lo nuevo fue superior al
zigzagueo de su conducta política posterior, a veces errática en lo ideológico,
a veces principista por exceso al punto de parecer “ultra izquierdista”.
229
El breve período de cárcel fue su punto de encuentro con esas nuevas
experiencias, pero en su cabeza y en las conversaciones con sus compañeros
de encierro. Por los testimonios de algunos de sus compañeros en Yare y de
gente que lo visitó con cierta frecuencia, se puede establecer un itinerario
marcado por la obsesión de salir para continuar la búsqueda de escenarios
para desatar la rebeldía. Eso fue acompañado de vez en cuando de caídas y
depresiones en lapsos cortos, asaltados por las visitas, las ofertas políticas,
incluso las de tipo sexual. Entre una y otra fase, Chávez completaba sus días
escribiendo cartas, leyendo libros, folletos y revistas, rayonando documentos
que volvía a rayonar porque no lo convencían, mamando gallo o haciendo
conversaciones interminables sobre los temas que los presos hablan cuando
están presos.
En paralelo a su vida en el cautiverio, se desarrollaban dos procesos
que lo acompañarían hasta el día de hoy. Su fama, el sentido de la transfi-
guración heroica que lo acompañaba desde el 4 de febrero, y la trastienda de
arreglos y negociaciones de las más diversas, todas llegadas desde afuera.
Con algunas de ellas tendría que lidiar desde que puso el primer pie en la
calle en 1994. Otras quedarían en el camino. Una de esas fue la propuesta
que le hice en una carta bajo el seudónimo de “Nicolás Guerrero”. Desde
la Dirección de la organización político-sindical La Chispa le proponía la
edición de un semanario dedicado a agrupar a la vanguardia de izquierda.
A los pocos días me respondió con una carta redactada con amabilidad y re-
conocimientos por lo que hacíamos en el movimiento obrero. Incluso dejaba
abierta la posibilidad de hacer el semanario político y el debate de ideas. Le
sugerimos llamarlo Por Ahora, para promover con él una corriente política
nacional que buscara la revolución social desde un programa clasista y an-
tiimperialista. Esa fue una de las ofertas de trastienda que se quedaron en
el camino. Su lugar fue ocupado por otras de distintos tipos y objetivos. Años
más tarde, cuando el golpe de 2002 develó viejos datos, nos enteramos de
que el grupo de Miquilena había frenado la idea por considerarla “decimo-
nónica”, o sea, “sospechosa de marxismo”.
De esos años duros es el recuerdo de un hombre que lo acompañó muy
de cerca: Manuel Vadell, abogado, político y editor de libros. Su casa en el
tradicional barrio español La Candelaria fue refugio, lugar de descanso iti-
nerante y sobre todo para reuniones del comandante en su travesía por el
desierto de 1994 a 1997. En 2007 Vadell contó las peripecias que hacían
Chávez y sus camaradas para evadir el control policial del gobierno de Cal-
dera y el peligro de muerte que lo acompañaba por todos lados:
230
Chávez se hizo amigo de la familia y solía jugar con los dos hijos de Te-
resa y Manuel Vadell. En el chifonier de la sala reposa inclinada una amplia
fotografía del comandante abrazando a los pequeños Vicente y Valentina,
con una sonrisa abierta y la mirada auscultadora de conspirador que no ha
perdido con el tiempo. Relata el viejo Vadell:
Además del asedio policial estaba otro que era de mayor riesgo por lo
sigiloso y seductor: un sector de la burguesía venezolana e internacional le
puso precio y se dedicaron a “cazarlo”, haciéndole propuestas de todo tipo
para “integrarlo”. Consciente de ello, confesó: “Si en alguna ocasión de mi
vida yo necesito fortaleza, indomable para no desviarme, para no oír los can-
tos de sirena, es ahora. Mucho más que antes”. Ese ahora era precisamente
la travesía desierta con la que se encontró al salir de la cárcel. Aquí aparece
el Chávez que aprende y muta con la circunstancia, a veces adaptándose a
ella, a veces superándola por el lado correcto. Estaba sometido a tal grado de
presiones que llegó al límite de plantearse su propia derrota:
231
Años radicales y resbalosos
233
bían decidido retirarse o pactar con el régimen que los tenía cautivos, Chávez
seguía conspirando a su manera y con los recursos de que disponía. Sus des-
viaciones o excesos personalistas estaban subordinados a su conducta más
esencial: la militancia conspirativa desde su cautiverio. En esa medida, como
recuerda el poeta y ensayista argentino Luis Franco, sus defectos se reducían
a “efectos decorativos” en la personalidad de alguien que decidió seguir en el
mismo camino, aun en las cuatro paredes de su celda. Así llegó a sus años más
radicales cuando un decreto presidencial lo sacó de la cárcel de Yare, y la revo-
lución, esa que había intentado dos años atrás, solo la entendía como la vivió
su bisabuelo: a los tiros. Podríamos caracterizar esta fase como la de sus “años
ultra”, si la evaluamos por sus primeras alianzas, sus posiciones políticas, su
vida en la cárcel y por el método elegido: insurrección armada.
Douglas Bravo, que fue su consejero durante los años de conspiración,
opina que se fue haciendo conservador desde la cárcel: “Cuando salió ya
había derechizado sus ideas”, le declaró al sociólogo argentino radicado en
Venezuela, Alberto Garrido. Es posible que esta reductiva visión del viejo
guerrillero corresponda a lo que él siempre entendió como radicalidad o
izquierda, que en general lo definía a partir de la cultura conspirativa. Por
ende, los hechos muestran a un personaje mucho más contradictorio y com-
plejo en su conducta. En sentido contrario a la opinión de Douglas Bravo,
más bien notamos que desde su salida de la cárcel pesaron más los elemen-
tos “ultraístas” o, como se suele decir en el lenguaje de la izquierda, “extremo
izquierdista”. O algo parecido a eso, pero no conservador. Un conservador no
proclama la insurrección. Chávez salió de prisión como un abstencionista
impenitente, rechazando toda opción electoral y denunciando a los partidos
de la izquierda tradicional como “oportunistas”. “Por ahora, por ninguno”,
fue la consigna de batalla que lo identificó en las elecciones de 1995 ganadas
por Rafael Caldera. Según cuenta en 1996 el periodista Miguel Salazar en el
folleto Un tal Chávez, fue en la casa del propio Douglas Bravo, en medio de
una fiesta, cuando dijo que estaba dispuesto a tomar las armas nuevamen-
te: “Y aun a riesgo de parecer fastidioso lo voy a repetir nuevamente: si las
clases dominantes no ceden en su empeño antihistórico, la Fuerza Armada
bolivariana y el pueblo de Venezuela volveremos a cantar con el huracán”2.
A los pocos días de caer presos apareció en la prensa nacional un comu-
nicado a página completa firmado por decenas de personalidades políticas
e intelectuales que defendían a “los comandantes bolivarianos” y deman-
daban su liberación inmediata. Lo encabezaban tres firmas de la izquierda
histórica: Domingo Alberto Rangel, Pedro Duno y Manuel Vadell. El primero
había fundado el MIR y su fuerza guerrillera en 1962, cuando la gente lo lla-
maba “el cabeza caliente” no solo por su pronunciada calvicie, sino también
por su iracundia revolucionaria. A más de 90 años sigue siendo el mismo
iracundo que descubrió la revolución en los años treinta en las páginas de
la Historia de la Revolución Rusa, de León Trotsky. Su libro autobiográfico
234
lo tituló Alzado contra todo, escrito a esa edad cuando muchos se enchin-
chorran en vez de alzarse3. Duno había sido por varios años el hombre de
confianza del Che Guevara en Venezuela.
Poco a poco cada uno fue saliendo de su entorno. Con Rangel, Duno y
Vadell rompió en menos de un año, aunque sigue respetando a Manuel Va-
dell y reconociendo públicamente el valor de la sabiduría de Rangel. “Viejo,
siempre te leo”, le dice a veces por Aló, Presidente, en referencia a las punzo-
penetrantes críticas y denuncias que le escribe el anciano intelectual anar-
quista desde diarios, revistas y libros. A Vadell lo ha convocado en distintas
oportunidades desde que es presidente, para tareas específicas en las que
es especialista. Por ejemplo, para ayudar a confeccionar una ley del libro; en
2007 lo consultó sobre el proyecto de estatutos del PSUV, pero no le gustó
nada que el viejo editor le respondiera que el primer proyecto le recordaba
al programa de AD de 1945. Otra colaboración de Vadell con el gobierno fue
la edición de la obra de István Mészáros Más allá del capital. Vadell es uno
de los conductores del grupo de opinión Aerópagos, junto al ministro más
duradero del régimen, Jorge Giordani. Nunca rompió con los tres viejos mi-
litantes, excepto con Pedro Duno porque se fue al infinito.
Desde 1994 participó como uno más en huelgas obreras, en conflictos
estudiantiles, actividades barriales y en la búsqueda política de una insu-
rrección con apoyo de masas. Hasta abril de 1997 recorrió alrededor de dos-
cientos sitios distintos entre ciudades, pueblos y poblados de casi todos los
estados del país. Andaba en una vieja camioneta con un chofer que lo pro-
tegía con una pistola. “Cuando salí de Yare me lancé por los caminos como
arrastrado por un huracán”, le confesó a Marta Harnecker en 2002, retra-
tando uno de sus rasgos más íntimos: sentirse parte de una situación polí-
tica y meterse dentro de ella con la pasión de un explorador. Era la proyec-
ción heroica queriendo salir de sus entrañas. Cuando lo presionaban para
que fuera candidato respondía: “Eso no está planteado, por ahora. Seguimos
siendo soldados”. Y cuando el gobierno lo intentaba comprar o lo acosaba
con la DISIP o la DIM, entonces desenfundaba su metáfora más corriente
en esos años: “Volveremos a cantar con el huracán”4.
El “desierto” al que se refirió cuando habló de esta fase de su vida tuvo
componentes variados. A comienzos de 1996 bajó bastante su popularidad.
Su imagen declinaba en las encuestas. Al mismo tiempo recibía el rechazo
de la mayoría de la izquierda “oficial” venezolana y de la otra izquierda de
América Latina. Haberse convertido en la figura heroica de la rebelión de
1992 no le salía de gratis en todo. También reportó altos costos. Tuvo que
cargar con la marca de un putch golpista parecido a los tradicionales, que
además fue derrotado.
El otro componente de su desierto personal fue la penuria económica
que cargó por varios años, con una pensión militar dedicada a su familia
235
y viviendo del favor de sus amigos. Cargaba la dura realidad familiar de
estar separado de Nancy, la madre de sus hijos, andar alejado de ellos y
abandonado por el amor más intenso hasta 1992: Herma Marksman. A esta
carga debía sumar la constante persecución de la policía del Gobierno, la
vigilancia seguida de la Shin Beth, la celosa policía del Estado de Israel que
lo puso bajo sospecha de antisemitismo por sus relaciones con el argentino
Norberto Ceresole.
En el libro El encuentro, de los periodistas cubanos Rosa Miriam Eli-
zalde y Luis Báez, se cuentan peripecias reveladoras de la persecución a la
que fue sometido desde 1992. Las cuenta una ex funcionaria de la DISIP,
llamada Silvia, reporteada por los autores. A ella le encomendaron la funes-
ta tarea policial: “Cuando él sale de la cárcel, en 1994, se le empezó a dar un
seguimiento más estrecho”. Como era previsible, el viaje a Cuba ese mismo
año disparó los fusibles de la seguridad. Ya no era solo un asunto interno:
“Después de aquel encuentro con Fidel Castro todo cambió”.
La señal de que la cosa había pasado a mayores la dio el gobierno de
Estados Unidos al mandar a dos de sus matones de la CIA a completar el tra-
bajo de vigilancia y seguimiento estrecho del comandante rebelde. Desde 1992
mantenían fluida información con la DISIP a través de la Embajada en Ca-
racas y en forma directa. La preocupación subió de rango: “En marzo de 1998
vinieron dos analistas de la CIA y yo les hice una presentación sobre Chávez
(...) Pero en esta ocasión ellos estaban más interesados y preocupados”. No era
para menos; el hombre vigilado estaba a punto de convertirse en Presidente,
suficiente para abrir un nuevo escenario geopolítico con Cuba y Venezuela.
El más viejo dolor de cabeza de Washington en la región podía convertirse en
una patología mayor si el petróleo venezolano salía de su control. El segui-
miento “teórico” de esta analista de la DISIP se complementó con el acoso y
los montajes policiales más variados al desgarbado comandante que andaba
buscando otra rebelión por otros medios. Chávez, metafórico como siempre,
metía la búsqueda de esta fase ultraísta en la palabra “huracán”.
Más huracanada resultó la conciencia de la mujer que rastreaba en
secreto al comandante vigilado. Una suerte de “síndrome de Estocolmo” se
posesionó de ella, pero a distancia. La agente policial terminó imantada por
el líder bolivariano. En este accidente actuaron la imagen romántica que
había adquirido Chávez, los signos redentores de sus discursos, ambos nu-
tridos en las raíces de su origen social: “Pude vivir este proceso sin prejui-
cios porque procedo de una familia muy humilde... Mi origen me permitió
valorar la propuesta de Chávez. Sabía perfectamente que lo que decía era
cierto”. Este autorretrato habla de ella y de la contradicción de un Estado
burgués que debe arriesgarse en tomar personal ajeno a la clase que de-
fiende. Este carácter intrínseco al sistema del capital descubierto por Marx
produjo en Venezuela un caso extraño, el de la cazadora que terminó cazada
por el hálito de su presa5.
236
Por otro lado, estaba tensado por el tironeo de grupos, personalidades,
partidos y de sectores internacionales que lo jalonaban hacia las más en-
contradas opciones políticas. Las perspectivas iban desde las más radicales,
como las ofrecidas por el grupo de Domingo Alberto Rangel, hasta las más
conservadoras que le ofrecían Luis Miquilena y Alfredo Peña, o una de ins-
piración más derechista que le presentó el periodista neoadeco Rafael Poleo.
Desde afuera el canto de sirena le llegaba de las aguas imperialistas de
nuevo tipo llamada Tercera Vía. O la ofrecida por el Grupo Albatros y sus
asociados en el peronismo de Argentina. Entre estos tirones a los que no es-
taba acostumbrado atravesó “su desierto” noventista. Hugo Chávez no salió
ileso de ellos. Arrastró algunas mañas del modo burgués de hacer política,
como el pragmatismo, además de un grupo de aliados “despreciables” que
casi lo conducen al desastre entre 1999 y 2002. Contra todo pronóstico, pudo
continuar su camino con el proyecto bolivariano al hombro. Como si nada le
importara.
En una noche de salsa y merengue en 1996 Luis Miquilena dijo, en la
casa de Douglas Bravo, que solamente él podía convertir a Chávez en pre-
sidente; no estaba fabulando. La expresión le salió en medio de una agria
polémica con Carlos Urrieta, uno de los aliados “ultras” de Chávez ese año.
Quienes presenciaron la escena confirmaron el suceso como “la vez que
Miquilena mostró lo que quería”. Así lo recordó Manuel Vadell, uno de los
selectos convidados al ágape de conspiradores insurreccionalistas y oportu-
nistas de última hora: “Con ustedes Chávez no llegaba a ninguna parte, yo
sí lo voy a hacer Presidente”, espetó Miquilena6. Efectivamente, año y me-
dio más tarde Chávez ganaba las elecciones presidenciales y Miquilena se
consagraba como el tutor operativo y financiero de tal hazaña institucional.
Sin embargo, ni Miquilena ni sus aliados “ultras” sospechaban siquiera que
el enfundado líder bolivariano tenía en la cabeza una visión del momento
distinta de la de ellos. Esta visión convertía en contradictorio lo que parecía
una dulce fiesta de votos y de cargos ministeriales. Para Miquilena el pro-
yecto de constituyente representaba la escalera de ascenso a sus intereses
de burgués insepulto. Parece que en la cabeza de Chávez era otra cosa.
Mientras era elevado a candidato emergente, Chávez declaraba que no
pretendía quedarse en una “reforma estéril” de la Constitución, como llamó
a la hecha en 1961 que dio origen al Pacto de Punto Fijo. Con la misma con-
vicción decidió que no estaba dispuesto a seguir en el “desierto” noventista
al lado de aliados y conspiradores que no tenían fuerza social para alcanzar
el poder. Vistas así las cosas, la apariencia puede llevar a la magnificación
de Hugo Chávez y creer que fue como una mano negra que los manejó a
todos al servicio de fines secretos. Eso afirman algunos amigos y algunos
enemigos, olvidando que los hombres no son demiurgos y que las realidades
sociales, cuando son revolucionarias, no son inocentes. Lo que aparenta ser
una maniobra en realidad era una transformación subjetiva a partir de dos
237
realidades estrechamente combinadas: lo que pasaba en el país y lo que pa-
saba en la cabeza de Chávez.
El 19 de abril de 1997 un complicado plenario de cuadros del MBR-200
decidió por difícil mayoría “salir del camino de la insurrección y presentarse
a elecciones”7. Manuel Vadell, que ocupaba un lugar destacado en la jefatura
del MBR-200, me contó en 2007 que “aquello fue un loquero, por momentos
parecía que todo se iba al diablo y que Chávez no ganaría la asamblea. Eran
muchos los que se resistían a dejar el camino revolucionario”. Uno de los
que dudó esa tarde caliente en el estado Carabobo fue Diosdado Cabello.
En 2004 dijo que “Chávez escogió el camino más largo, pero el más seguro”8.
Cuando Diosdado dijo esto no advirtió que para Chávez las dimensiones
“largo” o “corto” son relativas al proyecto que tenía en la cabeza y no al siste-
ma institucional, como creyeron muchos de los que sostuvieron su campaña
electoral. Tampoco previó que lo demás dependería de la resistencia de sus
enemigos adentro y afuera, no del camino señalado por el voto.
Mientras Miquilena y los que se parecían a Miquilena hacían cuentas
electorales y proyectaban tiempos y cargos gubernamentales, el embebi-
do líder bolivariano diseñaba una estrategia en cinco fases. Las denominó
“situaciones”. Este gusto teórico por “las situaciones” y “las transiciones”,
aprendido en la historia militar, lo llevó poco después de llegado al gobierno
a instalar “Salas situacionales” en varios ministerios donde se hacen los
análisis de coyuntura y tendencias. El líder popular argentino Carlos “Pe-
rro” Santillán las conoció en 2004 como parte de una delegación que llevé a
Caracas. Dijo de ellas: “Parecen hechas para un estado de guerra de posicio-
nes”. Su percepción no estaba muy alejada de la realidad, por lo menos de la
que fluye en la cabeza del presidente venezolano.
No hay un solo acto o declaración de relieve suya sin esa particular
visión de que está metido en una “guerra política”. Para él las piezas deben
moverse según las leyes de la estrategia y la táctica en movimiento. Ese
modo de hacer política tiene su raíz en las aulas de la Academia Militar,
pero mezcladas empíricamente con una dialéctica primaria en su forma de
pensar. Chávez no funciona con esquema fijos o prefijados. Para él todo está
en movimiento y eso le facilita esa visión dinámica de las cosas de la política.
Aunque a veces se equivoca.
Además, responde a su ubicación política en la actual dominación im-
perialista sobre el continente y el mundo. “La globalización va a acabar con
todo sobre el planeta, pero no en forma figurada, en forma física”, dijo en
2001 a las reporteras irlandesas Kim Bartley y Donnacha O’Briain9. Se
mueve en política de Estado como lo hacía en las horas nocturnas de su lar-
ga formación conspirativa. Tiende a verse en el centro de una batalla contra
238
enemigos que se lo quieren tragar vivo. Eso, que le sirve para darle forma di-
námica a su actuación, en ocasiones lo hace resbalar en exageraciones sobre
riesgos inexistentes o menores que él hiperboliza como gigantescos. Desde
2002 advierte varias veces al año que lo quieren matar. La hipótesis de ase-
sinato está inscripta en su agenda de vida; es parte de su condición heroica,
de su valentía en atreverse a desafiar al imperialismo y la burguesía. Pero
no siempre tiene estado presente. Depende de condiciones objetivas y cálcu-
los políticos que no dependen de su temor o su advertencia, ni siquiera del
deseo que tengan sus enemigos de eliminarlo. Las decisiones políticas a esa
escala son más complejas en sus determinaciones. Así, con exageraciones o
sin ellas, él se ve en el centro de una batalla incesante, lo más parecido al
Quijote de los molinos. En su caso esos molinos no son imaginarios, incluso
cuando los exagera.
Desde 1994 el enemigo fue identificado como “neoliberalismo salvaje”,
tomándole prestada al Papa la expresión. Luego lo llamó simplemente “neo-
liberalismo” o “imperialismo” hasta 2004-2005. Desde estos años pasó a ser
el “capitalismo”, sin excluir a las potencias dominantes. Esa comprensión
es profunda en su carácter político y la ubica correctamente en su dinámica
histórica. Veamos su apreciación al respecto en 1997:
239
Centroamérica que representan unas 40.000 personas. Los canales enemi-
gos de América Latina lo usaron para burlarse con titulares como “Otra vez
Chávez” o “Una más de Chávez”, o esta: “¡Y si Chávez lo dice...!”. El resulta-
do fue contradictorio. Le dieron una propaganda masiva entre millones de
personas de habla castellana. Muchos se burlaron, pero otros entendieron
el mensaje, la ironía. En los comentarios de los internautas aparecen los
detractores que no entienden en qué mundo viven. Otros lo defendieron con
los mismos argumentos que él quiso convertir en ironía:
No comparto las mismas ideas de Chávez, soy mexicano pero más que
burlarse de lo que dijo, tiene razón, lo dijo en sentido sarcástico, y créanme,
tiene razón, entre Estados Unidos y el G7 están acabando el planeta –es-
cribió el usuario spencer8572 el 22 de marzo11.
11 http://www.youtube.com/watch?v=Jz2uvsronUs.
240
electoral12. Es en este punto donde Hugo Chávez se aleja de los aliados elec-
torales, con los que gobierna, y se acerca al signo revolucionario que percibe
en “la época”, en “la masa”, con la que no gobierna. También es verdad que
en la acción gubernamental de 1999 a 2001 decidió políticas que tendían a
llevar todo al lado opuesto de lo que decía. En los discursos hablaba de revo-
lución, pero en la política y los personajes nadie la veía. Esa fue la sospecha
de su primer maestro [Esteban Ruiz-Guevara] cuando lo saludó a la salida
de un acto en el Teresa Carreño a mediados del año 1999: “Bueno, Hugo,
¿qué pasa aquí? Porque yo no he visto revoluciones sin presos ni muertos”.
Se lo dijo así nomás, lapidario, con la impunidad que usan los viejos cuando
quieren ahorrarse palabras tanto en las preguntas como en las respuestas.
Según él, Chávez le contestó que había que esperar la Constituyente, “pero
mientras llegaba la Constituyente los camaleones cuadraron de nuevo sus
fortalezas con métodos diferentes...”13.
Esa contradicción de discurso fue evidente casi tres años seguidos entre
lo que expresaba lo dicho por Chávez y lo que decían sus principales minis-
tros. Era más contradictorio si ambas cosas se contrastaban con las aspira-
ciones de cambio radical que sentían y hacían los trabajadores, el pueblo y
parte de la clase media. El viejo consideraba que los “discursos desafiantes”
de Chávez en 1999 y 2000 confundían y debilitaban porque no había corres-
pondencia con las políticas aplicadas. Para un gobierno la realidad comienza
por lo que dicen sus funcionarios.
“¿Qué puedes decir del discurso desafiante de Chávez?”, le pregunta el
profesor Sant-Roz. El viejo comunista contestó: “Que provoca confusión en
el pueblo y en cualquier ente pensante. Y lo agrava el hecho de que a veces
él dice una cosa y entonces un ministro plantea lo contrario”.
Eso se resolvió a los tiros en abril de 2002, pero, hasta entonces, Chávez
declaró muchas veces desde 1998 que su participación en el proceso electo-
ral no terminaba con el triunfo en diciembre de ese año, o con la conquista
de la silla presidencial. Que la Constituyente para él no era “una política”, o
una “estación final”, sino apenas un paso: “Nosotros la vemos como un pro-
ceso de transformación revolucionaria de las estructuras del régimen, que
nos llevará a otro proceso económico social”. Este sentido dinámico de su
pensamiento en 1998 fue visto por sus futuros ministros como el decorado
necesario del discurso electoral, no como una convicción. Probablemente,
tampoco era una decisión programática del presidente, sino más bien una
idea difusa, un deseo sin elaboración y estrategia, una pulsión sin base teó-
rica. Quizá eso explique el contraste entre discurso y realidad y sobre todo
la confusión creada entre sus seguidores y el nerviosismo sembrado en sus
adversarios.
Ruiz-Guevara atribuyó esos dislates a la impulsividad del joven presi-
dente. Andaba en sus 46. Este elemento psicológico era cierto, había consti-
241
tuido por mucho tiempo una parte sustancial de su personalidad. Muchas
veces cumplió roles positivos, por ejemplo, cuando funcionaba como uno de
los motores de su proyección heroica. Pero no podía ser determinante en su
conducta presidencial. En realidad, sus impulsos iniciales como jefe de Es-
tado delataban texturas más profundas del personaje. Una fue suponer que
los caminos revolucionarios buscados desde que salió de Yare los podía reco-
rrer con la compañía seleccionada y dentro del mecanismo del régimen que
pretendía derribar. La otra razón es más esencial al personaje: había llegado
tarde a la política. Sus fisuras conceptuales respecto de lo que son las clases
sociales, el capitalismo y el imperialismo fueron el costo intelectual de no
haberse formado en la lucha de clases. Eso lo superaría posteriormente, pero
mientras lo pagó caro.
En aquel contexto su virtud fue sobrevivir con lo que tenía acumulado
hasta entonces. El costo de ese destiempo en su formación era inevitable. Lo
pagó en imagen pública de incongruencias. Dos años después la factura se-
ría mayor. El adelanto más incomprensible de esa paradoja fue su confianza
en la Tercera Vía y las amistosas relaciones pasajeras con el gobierno de Bill
Clinton. El 27 de enero de 1999, cuando lo fue a visitar en la Oficina Oval,
días antes de asumir la Presidencia, no tuvo idea del efecto ambivalente que
produjo. Nadie cuestionaba la legitimidad oficial de la visita. Sin embargo,
hubo una señal de alto valor biográfico: las clases altas y medias y buena
parte de sus funcionarios sintieron que el muchacho de Sabaneta no era tan
demonio como lo pintaban. La sensación fue opuesta en la amplia vanguar-
dia de izquierda que lo acompañaba, en los jóvenes y las mujeres trabajado-
ras que un mes atrás habían votado por él. Todo se reducía a sensaciones,
pero la confusión era la misma para ambos sectores. Quienes lo querían
y quienes lo rechazaban se debatieron entre dos sentimientos contrarios:
creerle o no creerle. Menos lo entendieron cuando volvió y dijo:
242
vez de peligro ellos vieron señales promisorias de futuro común de armonía
y felicidad. En las oficinas adyacentes del Salón Ayacucho de Miraflores ce-
lebraron con whisky y sonrisas cuando se enteraron de que Chávez había
seguido el libreto en la reunión con Clinton. Tres meses más tarde, el 22 de
abril, Miquilena y su grupo le proponen dar a conocer una carta pública di-
rigida al presidente de los Estados Unidos. Este texto oficial consolidaba el
curso de peligrosa asociación semicolonial iniciado con la agenda de enero:
243
de oportunistas, algunos de la peor especie, como el director de la orquesta
electoral.
Luis Miquilena era un hombre gastado desde hacía décadas como buena
parte de su generación de izquierda. Miquilena es un Teodoro con mejor olfa-
to. Su pasado habla mal de sí mismo desde los años cincuenta cuando trabó
relaciones privadas con la dictadura de Pérez Jiménez mediante la conocida
carta al esbirro Pedro Estrada, al que llamó “mi amigo”. Lo que siguió fue una
trayectoria de oportunismo que terminará solo con su día final en este mundo.
Miquilena estaba asociado a Carmona y a personajes oscuros de las finanzas
más ocultas de Caracas y Miami. Era partner financiero del estafador Tobías
Carrero y Bujanda con quienes tenía una empresa de publicidad y promoción
llamada Micabú, apócopes de los nombres de cada socio. En marzo de 2001
se dio a sí mismo, a través de Micabú, el contrato millonario para hacer una
campaña de propaganda defensiva de la Constituyente, que ya comenzaba a
ser atacada por Fedecámaras, donde estaba su amigo Carmona. En el gobier-
no armó su propio lobby de negocios y poder con estos personajes, el embaja-
dor enviado ese año a chupar cirios a la Santa Sede en Roma, con el ex fiscal
general Javier Elechiguerra y el diputado etílico Ernesto Alvarenga, tan con-
servador como el añejamiento de los whiskys que metía al parlamento en su
portafolio. Eso explica la conducta mafiosa de Miquilena en el Ejecutivo que
presidía Chávez. En 2001 fue el autor de la moción favorable a las multina-
cionales de pesca de arrastre, para que la Ley prohibiera la cacería solo hasta
las tres millas de la costa, y no hasta seis, como sugería Chávez. Ese mismo
año crucial de las 49 leyes que dispararon el golpe, propuso que el Fondo de
Pensiones del Seguro Social fuera coadministrado por empresas privadas, al-
gunas de ellas manejadas por Tobías Carrero, su socio.
Esas “impurezas” marcaron a fuego el régimen que Chávez encabeza
desde 1999 y condicionaron la veta sana de su proyecto y su personalidad.
No era un asunto de personalidades o un error de valoraciones. El propio go-
bierno reflejó ese carácter de alta contradicción de Chávez, su proyecto y su
pasado inmediato. El nombramiento de Carmen Ramia en la Oficina Cen-
tral de Informaciones, siendo la esposa de Miguel Henrique Otero, el dueño
de El Nacional; de Alfredo Peña, y de Hiran Gaviria, un derechista masón
del sombrío mundo financiero, hablan de un extraño régimen político en el
que un presidente proclamaba revoluciones imaginarias que sus ministros
traducían en otras cosas.
Desde la derecha, el mejor retrato de ese estado de extravío político se lo
escuché a Pedro Carmona, el mismo que luego fue “El breve”, en un reportaje
para el diario Clarín de Buenos Aires. Aunque el objetivo era la contraída eco-
nomía petrolera del país, fue inevitable que hablara de lo que más le preocu-
paba: “Este gobierno es un arroz con mango, hay para todos los gustos; gente
confiable en puestos clave y aventureros de la vieja izquierda fracasada y un
presidente al que uno no le ve el queso a la tostada”16. No aclaró nombres, pero
244
es fácil verlos en el portarretratos de la familia gubernamental. El interés que
devela este episodio en la vida de nuestro personaje es que la contradicción
era para él, no para su entorno ni para Pedro Carmona.
La idea de Chávez en 1995 de alcanzar “los cerros” antes de que volvie-
ran tuvo que atravesar primero, como dijo él mismo, por el “desierto como
el elefante de Nietzsche”, plagado de peligros. En esa complicada travesía
él anduvo casi solitario cargando con sus contradicciones propias y las que
sumaban sus alianzas políticas. Ahora bien, hay una diferencia cualitativa
entre el Hugo Chávez que salió de la cárcel convertido en un irredento revo-
lucionario nacionalista y el candidato y presidente que llegó de la mano de
Miquilena al poder: sus proyecciones heroicas se modificaron con el cambio
de rol en la vida social y sus relaciones políticas.
Así, desde la salida de Yare todas las condiciones sociales, anímicas y per-
sonales funcionaron para que se sintiera como si fuera un profeta. La gente
a la que había sorprendido con el por ahora de 1992 lo fue adoptando como si
fuera eso. La mímesis entre el hombre y la masa sustituía a la organización y
la teoría política. La parábola existencial de estos años de “desierto” lo acercó
sospechosamente a la fase de los años finales de su bisabuelo Maisanta. Acu-
dió al filósofo alemán iconoclasta Friedrich Nietzsche para autorretratarse:
245
son desiguales y no siempre se acoplan con las potencialidades externas. De
esa desigualdad surgen los roles.
Este modo de ver las cosas y adaptarse a ellas ha sido percibido por
amigos y enemigos como una fragilidad de su personalidad y una tendencia
constante al populismo y la demagogia. Puede ser que haya algo de ello
debido al carácter nacionalista, ambivalente de su proyecto, sin definición
de clase. Quienes opinan así no advierten lo principal de la dinámica de
Chávez: su continuidad en el tiempo, sus reacciones a la adversidad, a pesar
de sus contradicciones y zigzagueos en la coyuntura. Las facetas de esta
conducta se manifestaron en 1992 y el 11 de abril de 2002. En el primer caso
no supo resolver en términos de táctica el entrabamiento de la comunicación
con los mandos de La Carlota, Miraflores, Maracay, Valencia y Maracaibo.
No tuvo la caracterización precisa que le indicara la acción justa. En abril
2002 quedó paralizado ante un golpe anunciado. De ambos salió como héroe
ubicándose a la izquierda del proceso abierto.
Otras maneras de manifestar esa ambivalencia de conducta de su pri-
mera fase de gobernante: la visita que hizo a Marcos Pérez Jiménez en Ma-
drid en plena campaña de 1998 y sin importarle la diferencia; la carta de
solidaridad enviada al venezolano más famoso del terrorismo internacional
de izquierda: Carlos Illich Ramírez, “El Chacal”, preso en Francia. La natu-
raleza de su formación política y su condición de militar le hacen desestimar
que Pérez Jiménez fue el carcelero de la mayoría de quienes lo acompañan,
torturador del “viejo comunista barinés” de su adolescencia. Por otro lado,
que el Chacal no representa nada superior a su patología de aventurero in-
dividualista a sueldo de gobiernos árabes. Algo similar intentó hacer con el
fundamentalista de derecha argentino, el coronel Mohamed Seineldín, aun-
que eso se frustró en 2001. Son acomodamientos dentro de una personalidad
que gira de izquierda a derecha y viceversa, sin los límites que impone una
concepción de clases de la vida y la política.
Petkoff y los biógrafos Marcano y Barrera tampoco alcanzan a ver lo
esencial de su conducta contradictoria. Se solazan en compararlo con Zelig,
el personaje creado por Woody Allen “que se mimetiza según el interlocutor
que tenga por delante. En efecto, este encantador de serpientes, que busca
seducir a todo aquel que cruza palabras con él, es Zelig”18.
Para Douglas Bravo es un hombre “inseguro” para un proyecto revo-
lucionario porque “arma alianzas con la misma facilidad que las rompe”.
Algunos datos podrían ser usados para darle la razón al viejo insurgente.
En la cárcel perdió la relación con una parte de sus camaradas de armas,
incluyendo a Herma Merksmann. Aunque la mantuvo con otros muy impor-
tantes como Castro Soteldo, Reyes Reyes, Porras, Diosdado Cabello y otros
que volvieron a la Fuerza. Luego se distanció de Domingo Alberto, Duno y
Vadell. De Ceresole se separó, en silencio, en 1999 y con Miquilena rompió
lanzas a comienzos de 2002. Sobrevivió José Vicente Rangel, aunque este en
246
diciembre de 2006 se alejó en buenos términos de la Vicepresidencia. Sabe-
mos que se fue por diferencias ideológicas de grueso calibre y el entorno de
ese año, pero su lealtad y honradez individual lo convencieron de volver al
vigilante oficio de periodista de televisión. Desde allí ejerce una influencia
decisiva en la opinión pública chavista.
En 2007 rompe en forma abrupta con su “hermano del alma” Isaías
Baduel, esta vez por algo más simple: al místico general paracaidista lo
agarraron con las manos en la masa en su inmensa finca repleta de ganado,
caballos pura sangre y ganado raza brahma, todo adquirido con dinero de
la caja de las Fuerzas Armadas. La pluma del académico Heinz Dietrich
hizo quedar el asunto como si hubiera sido una retaliación política por su
diferencia con el proyecto de reforma constitucional. Luego vivió una de las
rupturas políticas más dolorosas, la de su otro pater politicus, el general
Müller Rojas, el hombre que lo acusó en 2009 de permitir que lo rodee “un
nido de alacranes”. Algunos de esos “alacranes” salieron, pero los que siguen
adentro eran suficientes para envenenar el tiempo de durabilidad del régi-
men. Estos hechos son ciertos. Lo que Douglas Bravo no advierte es que esa
misma ubicuidad de Hugo Chávez le ha permitido salir de las rupturas por
la puerta izquierda, cuando ha podido hacerlo por la otra.
El periodista Miguel Salazar, hoy convertido en “chavista crítico”, ase-
gura que Chávez son muchas cosas, cada una incompatible con la otra.
247
cía más bien un coplero llanero, sonriente ante todo, mientras muchos de sus
acompañantes lucían distantes y derrotados (...) Resulta difícil calificar de
fanático al jefe bolivariano. ¿Egocéntrico? Muy a pesar de aparecer como un
hombre extrovertido, estamos ante un personaje taciturno y reservado que
exterioriza muy poco sus sentimientos. Se trata de un apasionado del poder.
248
El sueño americano
249
La periodista argentina Estella Calloni cuenta que muchos fueron sor-
prendidos cuando se enteraron de que “el golpista venezolano” andaba bus-
cando reuniones con organizaciones reconocidas del antiimperialismo del
Cono Sur. Chávez quería congregar en la Internacional Bolivariana a las
huestes de Sagastizábal con ex montoneros de izquierda, o gente combativa
como Pino Solanas y a seguidores del ex general Líber Seregni en Uruguay
o de Marignela en Brasil. Esto era lo que sorprendía a sus anfitriones dere-
chistas del nacionalismo en Buenos Aires. Uno de ellos era Norberto Cereso-
le, él contó la misma historia en 200221.
El ingeniero Jorge Venturini, quien estuvo al frente de la organización
de las reuniones de Chávez en la capital argentina, testimonió para este
libro, en febrero de 2011, que tuvo la misma sensación de extrañeza: “Muy
pocos entendieron eso de una Internacional Bolivariana”. Tuvo mala suerte.
No lo quisieron recibir el general Liber Seregni del Frente Amplio de Uru-
guay ni el escritor Eduardo Galeano, tampoco figuras del llamado “peronis-
mo de izquierda” de Argentina22. Casi la misma respuesta recibió en Chile,
El Salvador, São Paulo y París, adonde viajó entre 1994 y 1995 buscando
aliados para su incomprendido proyecto antiimperialista23.
A la charla más politizada en Buenos Aires –si la medimos por la pre-
sencia de cuadros con alguna militancia en el pasado– no asistieron más
de 25 personas, a pesar de que se esperaban unas 80. La edad promedio
rondaba los 55 años. Se realizó en el pequeño y húmedo local del Sindicato
de Farmacia, en la calle Salta del barrio San Cristóbal de la Capital Fede-
ral argentina. También estuvo presente y en silencio el hermano del Che
Guevara24. Era tan deprimente la escena que el reconocido periodista Félix
“Chango” Arrieta, de la televisora estatal, le jugó una chanza: “Comandante,
le va a ser difícil construir su movimiento bolivariano, casi todos pasamos
los 50 y no vino casi nadie”. Chávez lo miró, sonrío y le contestó: “No impor-
ta, Chango, si le tengo que hablar a las sillas vacías, pues le hablaré a las
sillas vacías”25. Dos días más tarde le organizaron otro acto, esta vez con
más gente, en el club Unionne y Benevolenza.
250
Los Sin Techo (LST) no tenían ninguna formación o conciencia política,
participaban de esa organización como lo haría la mayoría de “los piquete-
ros” cuatro años después: por absoluta necesidad humana. La organización
que llenó el tradicional club italiano para escuchar a Chávez era dirigida
por Javier Iglesias, un militante de la Falange Española (fracción “Auténti-
ca”), una corriente antifranquista dentro del falangismo ultramontano del
reino español. Iglesias había fundado la LST en 1983 cuando se radicó en
Argentina, donde se fundió con diversas agrupaciones peronistas y católi-
cas27. Iglesias murió tiroteado por la policía en 1996 cuando asaltaba un
camión de caudales en el barrio de Once en el centro de la capital.
Chávez tuvo que esperar casi diez años para retomar el camino del sue-
ño americanista que había iniciado al salir de la cárcel. Lo que no encontró
en la gastada militancia de 1995 apareció en la batalla continental contra
el ALCA, la OMC, el G7, el FMI, pero a caballo de las luchas y rebeliones
latinoamericanas de 2001 en adelante.
La Alianza Bolivariana de las Américas fue el encuentro de ese sueño
desde 2004. Quizá sea esta su más importante contribución a la lucha antiim-
perialista. América Latina no tuvo nunca una organización de Estados de este
tipo, definidas por el antiimperialismo y el socialismo. El ALBA ha permitido
comenzar a superar los retrocesos del nacionalismo latinoamericano, sumar
cientos de miles de la nueva militancia socialista del continente. La mayoría
de ellos ya no se siente contenida en las organizaciones tradicionales de la iz-
quierda, tanto las radicales como las institucionalistas. Esa militancia cuenta
desde 2010 con la puesta en marcha de los movimientos sociales del ALBA
que nutren el sueño americano con vida propia, relativamente autónoma de
los gobiernos. Chávez se ha dedicado a esta organización como si fuera su
partido internacional, o la prolongación externa del proceso revolucionario
que conduce al interior de Venezuela. Lo que en 1995 comenzó como un sueño
trata de concretarse diez años después como una entidad internacional que
retoma algunas de las mejores tradiciones de Bandung y el tercermundismo.
Desde que Hugo Chávez se convenció de la idea general del socialismo,
quiere que todo se convierta en socialista; si pudiera, también el planeta
Marte. Esa obsesión progresiva tuvo buenos efectos en el ALBA. Desde 2007
sus nueve Estados miembros cuentan con un Estatuto que proclama el so-
cialismo como base de la entidad. Este grado de definición programática no
se conoció en ninguna de las agrupaciones tercermundistas de Estado desde
la década de los cincuenta, ni siquiera en la OLAS, la Organización Latinoa-
mericana de Solidaridad armada por Cuba en 1964. La capacidad proyectiva
del líder bolivariano, esa que alienta sus sueños heroicos, le ha servido para
alimentar políticas en el terreno internacional. Esto es más interesante si lo
contrastamos con casi todos los nacionalistas que lo precedieron. Solamente
Nasser y Fidel se atrevieron a tanto, a pesar de los resultados.
27 Javier Iglesias, “Volveré y seré millones”, Cuadernos El Corazón del Bosque, Buenos
Aires, 1996, pp. 5-11.
251
Hugo Chávez subió su apuesta. El 20 de noviembre de 2009, durante
la clausura del Encuentro Mundial de Partidos y Movimientos de Izquier-
da, cuando ya los delegados internacionales preparaban sus maletas, los
asaltó con la propuesta de fundar una Quinta Internacional. Sus propios
asistentes en el PSUV se sorprendieron. La idea de darle continuidad a las
primeras cuatro internacionales creadas por el marxismo es, en sí misma,
buena. Se agotó al nacer. Un propósito de tal envergadura mundial no pue-
de desarrollarse con una lista de convocados tan heterogénea, de tan poca
vocación internacionalista y anticapitalista, excepto para disfrutar los en-
cuentros en el Hotel ALBA de Caracas. Definida con el mismo concepto de
Simón Rodríguez que a veces usa Chávez, es “una idea que se adelantó a su
tiempo histórico”.
Al revés del ALBA, que surgió de una batalla internacional contra Es-
tados Unidos, la Quinta Internacional no pasaría de un acuerdo aparatoso
y caro de partidos gastados por el tiempo, derrotados y sin reconocimiento
social en sus países. Nacería muerta si se hubiese echado a andar en 2009.
Su urgencia está en absoluta contradicción con sus bases de sustentación.
La Quinta, como el ALBA, son retratos hablados del hombre que las impul-
sa. Es Hugo Chávez transmutado en este mundo detrás de sus sueños, que
a veces le salen mal, a veces le salen bien. Esta base intuitiva y empirista
de su comportamiento en la esfera política internacional tiene menos costos
que cuando actúa en la vida nacional, pero es la misma. La pulsión le gana
la batalla a la razón y a la experiencia. En cualquiera de los casos, es de alto
carácter progresivo que se le ocurran ideas tan sorpresivas y que tenga la
iniciativa de promoverlas.
252
Ceresole, el iluminado
de Buenos Aires
253
tico, correspondieron a plenitud las ansias de un sociólogo que asegura-
ba haber previsto un profeta treinta años atrás y encontrarlo en Caracas
treinta años después. Ya ser argentino era un detalle espinoso para una
zona del Caribe acostumbrada a verlos como “echones” desde su primer
exilio masivo en la década de los setenta. Las argumentaciones de estos
pensamientos circulaban en copias de un texto que había escrito apenas
unas semanas antes y que lo mostraba como la última revelación de una
verdad desconocida: Caudillo, ejército, pueblo. El modelo venezolano o la
posdemocracia. Lo sorprendente es que Norberto Ceresole era un completo
desconocido en la sociedad y la opinión pública venezolana, excepto dentro
del ambiente más cercano a Chávez, entre los jefes policiales de la comu-
nidad judía en Caracas, y la DISIP que lo había despachado por Maiquetía
durante el gobierno de Caldera.
No se trataba de alguien que por su peso intelectual, influencia parti-
daria o figuración internacional pudiera convertir en noticia o en escándalo
cualquier declaración sobre el líder venezolano. Develaba por lo menos dos
cosas: que fue usado para una operación de prensa o que él se prestó gusto-
so. Sus declaraciones sirvieron con frugalidad a los enemigos del Gobierno,
pero al mismo tiempo fueron útiles a la incontenible personalidad de un
sociólogo que se creía iluminado con el fuego creador de Demiurgo. Y una
cosa llevaba a la otra. A Ceresole le convino aquél escándalo para presionar
dentro del círculo del poder a favor de su proyecto.
Que el libro de un desconocido y un escandalete de prensa hayan pro-
vocado tanto lío en Miraflores y sus alrededores planteó varios interrogan-
tes: ¿Quién era este sociólogo argentino? ¿Cuáles fueron sus relaciones con
Chávez y otros jefes del nacionalismo bolivariano? ¿Cómo se conocieron en
Buenos Aires? Y lo más importante: ¿cuáles eran sus ideas, cuál era el ori-
gen de su ideología? ¿Qué explica su aproximación al neonazismo al final de
su vida? ¿Por qué le propuso a Chávez en 1999 la militarización de Venezue-
la y la concentración de todo el poder en “el Líder”? ¿Pudo este intelectual
argentino con su libro cambiar el curso del fenómeno social que se conoce
como “revolución bolivariana”? ¿Qué condiciones locales permitieron tama-
ño desvarío?
254
5) Será necesario oponerse con toda energía a cualquier intento que preten-
da «democratizar» el poder.
6) La Constituyente no puede ser «un proceso independiente».
7) Los constituyentes, en tanto personas físicas, deberían ser los apóstoles
del presidente...
8) Democracia y Dictadura se continúan una a otra para producir una cur-
va decreciente en el proceso de producción de poder.
9) En el “actual entorno regional e internacional” no debe haber una distri-
bución «democrática» del poder («hacia abajo»).
Para no dejar alguna duda sobre su pensamiento, Ceresole agregó a
estas expresiones una que puso en movimiento al lobby sionista en Caracas:
“El Holocausto no es como se dice (...) Eso es una gran mentira... los muertos
no llegaron a 400.000 personas”31. Con estas y otras ideas se convirtió en es-
trella política por unos días en los titulares de la prensa venezolana de 1999.
Su nombre ya había aparecido en los medios en 1995 cuando lo deportó el
gobierno de Rafael Caldera por su colaboración con Chávez y los militares
bolivarianos. Pero aquel hecho quedó sepultado en la vorágine de sucesos
que se vivieron en el país y en América Latina. Clarín, el diario más leído
de su país de origen, Argentina, le dedicó un pequeño recuadro reseñando el
hecho casi como una curiosidad.
Esta historieta se torna tentadora si hacemos presente que, aun sien-
do un desconocido, aquel sociólogo argentino tuvo la posibilidad de desviar
el curso del proceso político venezolano. Basta con pensar que estaba en el
centro del poder. Esa posibilidad nacía de una combinación resbaladiza: la
lábil vida política del país y su izquierda gobernante, y la estrecha relación
personal e intelectual que estableció con el líder bolivariano desde 1994,
cuando se conocieron en Buenos Aires. La compenetración ideológica se ex-
tendía a varios de sus colaboradores militares y civiles. Así, lo que comenzó
en 1994 como una atracción intelectual e ideológica, mediada por la idea
común del nacionalismo antiyanqui, se había transformado en 1999 en el
diseño de la estrategia política para el nuevo jefe de Estado. De allí que
el libro Caudillo, ejército, pueblo tuvo carácter programático, destinado a
orientar la acción gubernamental de Hugo Chávez en Venezuela y en el
mundo.
Hay una diferencia entre 1994 y 1999. Tanto lo que dijera Ceresole co-
mo lo que creyera Chávez recién salido de la cárcel no tenía efectos más allá
de algunos escritos y personas. Pero en 1999, con Chávez en la presidencia
de un país de frágiles estructuras sociales y políticas y pocas tradiciones
conceptuales, el recetario ideológico ceresoliano representaba un riesgo, un
alto riesgo, sobre todo para las libertades conquistadas con tanto sacrificio
255
humano desde el Caracazo. Eso explica la reacción en el centro del poder. La
protagonizó el canciller José Vicente Rangel, quien, además de ser la segun-
da figura pública del régimen, estaba investido de un peso político e intelec-
tual propio desde 1967. En este punto crítico de la relación entre el sociólogo
argentino y Hugo Chávez nace el interés por lo que dijo, escribió e hizo, o
sea, la justificación de este capítulo en la biografía de nuestro personaje.
256
sus ideas como programa oficial y doctrina masiva, como si se tratara de
una nueva religión. Las fuentes de esos años iniciales –consultadas en el
Palacio de Miraflores– confirmaron que Chávez le había prometido la súper
edición del libro. Pero contaron otra cosa de la que no se enteró Ceresole en
esas agitadas semanas: le habían sugerido a otros intelectuales y políticos,
entre ellos a José Vicente Rangel, que escribieran respuestas y controver-
sias para “hacer un debate nacional en los marcos de la campaña por la
Constituyente”33. Sus declaraciones aparecieron en un momento de alta ten-
sión política. En el país se abría el debate sobre “la Asamblea Constituyente
Soberana” que comenzaba a disolver el modelo bipartidista.
El fenómeno social y cultural despertado por la elección de Chávez pro-
movía los debates en escenarios más amplios que en los cenáculos políticos
y de la prensa. En el movimiento sindical clasista, en los barrios pobres, en
las universidades y en la nueva militancia bolivariana, leían y debatían
el contenido del millón de copias repartidas del “Proyecto de Constitución
Bolivariana”. Hasta los vendedores ambulantes se informaban y cruzaban
opiniones en las esquinas de Caracas sobre las propuestas de la Asamblea
Constituyente, como lo reseñó, muy sorprendida, una corresponsal del dia-
rio argentino La Nación34.
El presidente asumió el 2 de febrero. El original de Caudillo, ejército,
pueblo fue redactado entre los primeros días de enero y mediados de febre-
ro y leídas sus primeras copias desde la segunda semana de ese mes. El
escándalo del último día de febrero fue apenas la coronación mediática a
dos semanas de tensión entre los que estaban leyendo el libro en esos días
agitados. En diciembre de 1998 Ceresole había ganado algunos adeptos en
las conversaciones que se hacían en los círculos cercanos a Chávez, donde se
reflexionaba sobre el tipo de régimen que construir. Sus opiniones eran vis-
tas con simpatía por un funcionario clave como Luis Miquilena y por otros
funcionarios de origen militar como los oficiales Dávila, Blanco La Cruz e
Iván Freites. Estos dos últimos mantuvieron dudas sobre el concepto cere-
soliano de “la concentración” absoluta del poder y “la posdemocracia”, así lo
manifestaron en una entrevista pública que les hicieron después.
La derrota y el sueño
Ceresole fue derrotado en dos semanas, a pesar de que El Nacional lo
había consagrado en la opinión pública venezolana, con algunas repercu-
siones en la prensa de Colombia, España y Argentina. El precio pagado fue
una crisis de gabinete de por lo menos cinco días que llevó a su deporta-
ción inmediata. Fue suficiente para que desde entonces en algunos países
lo llamaran “el inventor de Chávez”, ironía socarrona que él dejó correr en
charlas y entrevistas en España y Argentina, con la soltura de quien sabe
257
que le sirve a su patológica necesidad de ser reconocido como ideólogo. El
resultado, sin embargo, era inexorable: Ceresole sería sacrificado para man-
tener la unidad del Gobierno. A falta de debate ideológico, se acudió al poder
del aparato. En breves días pasó de ser consultor intelectual del presidente
a estorbo político.
José Vicente Rangel le respondió por Globovisión el 1º de marzo, por
algunas emisoras de radio y en una breve declaración en El Nacional. La
mayoría de la jefatura chavista no se atrevió a contestarle. Eso dejó casi li-
bre y en buena posición de fuerza a la prensa derechista, que aprovechó las
ínfulas del argentino para pegarle al gobierno donde más le dolía: la milita-
rización de la política. Cinco días después del escándalo mediático, el 5 de
marzo de 1999, fue deportado por orden del entonces canciller José Vicente
Rangel. El presidente y el ministro del Interior dijeron que “fue usado por
la oposición contra el Gobierno”. Esto era cierto, pero un tercio de la verdad.
Otro tercio era que ellos se negaron a abordar los graves problemas concep-
tuales planteados por el sociólogo en su libro35.
Un hombre capaz de proponer tamaño programa de reacción bonapar-
tista, con invocaciones teóricas de franqueza autoritaria y militarista, me-
recía un debate público abierto para que el pueblo se eduque en las ideas
democráticas del proyecto de Constituyente y Constitución Bolivariana. El
aparato policial y el espíritu corporativo reemplazó al debate de ideas. Sus
viejos amigos en el poder le guiñaban el ojo tratando de que nadie se diera
cuenta. El presidente reconoció su “aprecio” personal por el ideólogo argen-
tino, al que había conocido en 1994, pero negó que fuera su asesor presiden-
cial o consejero en el Despacho. A Ceresole le aplicaron el poder del aparato
estatal en forma de delito de opinión, para salvar un conflicto de poder, pero
también fue una reacción por defecto debida a una debilidad teórica del
proyecto bolivariano.
Jesús Urdaneta Hernández afirma que Luis Miquilena lo defendía más
que el propio Chávez. Cuando le preguntó al presidente por el origen y el rol
del sociólogo peronista y se entera ahí mismo por su jefe que “él es un amigo
nuestro, pero no tiene que estar aquí dando declaraciones y metiéndose en
los líos nuestros”, a Urdaneta Hernández, entonces jefe del aparato poli-
cial, se le salió el militar que lleva en el alma. Fue a buscarlo y le dijo que
tenía dos formas de irse del país: “Por las buenas o por las malas”36. Hubo
un intento de hacer funcionar la primera opción, pero fracasó. Luis Miqui-
lena hizo las paces con el complicado personaje. Lo convenció de retirar su
amenaza de enjuiciar al canciller Rangel por “injuria y daño moral”. José
Vicente, que tiene pocos pelos en la lengua, le había dicho “asqueroso” y “de-
testable”; pero sirvió de poco. A Ceresole lo seguían llamando de la prensa y
él, gustoso, seguía declarando.
258
En menos de 24 horas un grupo especial de la policía política lo es-
coltó al aeropuerto para tomar un vuelo sin retorno a Madrid, con 10.000
dólares aportados por el Despacho de Miquilena. El ideólogo aprovechó el
espectacular operativo para decir a la prensa en el aeropuerto: “Me querían
matar”, pero nadie le dio crédito a su denuncia. Si la DISIP hubiera tenido
el propósito de eliminarlo, no lo fletaban en un avión a Madrid. Pero el ego
ceresoliano era intranquilo, siempre más grande que su pequeña realidad37.
A pesar de su megalomanía, Ceresole tuvo razón cuando denunció que
era expulsado por ejercer el derecho de exponer sus ideas, después de cinco
años de relación intelectual estrecha con Chávez y algunos jefes bolivaria-
nos y de haber colaborado en la redacción de varios documentos del movi-
miento. Uno de ellos fue el texto conocido como “Libro Azul”, de 1995, donde
adelantó algunas de las ideas de Caudillo, ejército, pueblo. Resume el soció-
logo especializado en chavismo, Alberto Garrido:
Entre los comandantes activos en el MBR ese documento tuvo poca pré-
dica. Muchos no lo leyeron nunca, otros no entendieron su lenguaje cargado
de conceptos herméticos, algunos lo leyeron y simpatizaron más por la au-
toridad intelectual de Chávez sobre ellos que por comprensión. La historia
de la “revolución bolivariana” les agradecerá el servicio inconsciente de no
haber asimilado ideas tan extemporáneas a las conquistas democráticas del
mundo y tan extrañas a las razones por las que se habían levantado los
trabajadores y pobres en Venezuela. El capitán Luis Valderrama dijo que
nunca lo leyó, en 2005 lo ridiculizó como “El libro gordo de Petete”39.
A pesar de sus invocaciones bíblicas, el folleto de Ceresole tuvo razón en
algunos aspectos. Se basó en algunas realidades de la historia social del país
descuidadas por Chávez y sus acompañantes. Era cierto que “Hugo Chávez
no tiene partido”, en 1999, y que “el único partido disciplinado es el Ejército”.
Sobre esa realidad el sociólogo montó su ideología corporativa. Los defectos
de la “revolución bolivariana” no habilitaban a Ceresole a concluir un pro-
grama de corte nazi para Venezuela. Los otros seis puntos centrales de su
“programa” eran el resumen teórico de lo que hicieron todos los regímenes
259
bonapartistas del siglo XX, incluyendo el peronismo. Esa carga ideológica
de alto valor educativo era lo que había que someter a debate, en vez de al
uso de la fuerza. La imagen resultante de aquel episodio rozó el absurdo.
De la noche a la mañana un atropello policial convirtió a un semifascista en
perseguido de la “revolución pacífica y democrática”. Esa especie divulgó en
España, en Buenos Aires y en los medios que lo entrevistaron.
El gobierno de Tel Aviv no lo perseguía porque no representaba nada,
pero lo mantenía vigilado. Sobre todo desde que lo marcó en 1992 y en 1994
a causa de escritos donde afirmaba que los atentados a la embajada de Is-
rael y a la Mutual Judía AMIA, ambos en Buenos Aires, fueron hechos por
“un sector radical del mismo pueblo judío”. Esta hipótesis nunca se confirmó
pero lo convirtió en amigo del gobierno de Irán y de factores de poder en
el mundo árabe, sobre todo de Siria y de Hezbolá del Líbano. El ex jefe de
Inteligencia de la DISIP, Israel Waisser, era un cuadro de la MOSSAD, el
aparato policial del Estado de Israel en América Latina. En términos forma-
les y policiales, la deportación de 1999 a cargo del gobierno bolivariano no
se diferenció de la que le aplicó el régimen socialcristiano en 1995. lo único
distinto fue el regalito injustificado de 10.000 dólares sacados de la caja del
Ministerio del Interior.
Ceresole era antisemita. Esa creencia lo llevó a escribir dos libros en los
que planteó que existía “un mesianismo postsionista” y que “el Holocausto
fue una mentira”. También le sirvió para criticar a Chávez: “El enemigo peor
de Chávez era su tendencia a ser absorbido por ese marxismo internacional
lleno de judíos falsos, que todo lo corrompen”40.
La aventura bolivariana alrededor de Chávez fue para Norberto Cere-
sole la realización de uno de sus sueños: estar en el centro de la escena po-
lítica. Él siempre había sido un opinador marginal, sin regulación social ni
política de ningún tipo. “Soy representante de mí mismo”, confesó en 2002,
a propósito de su participación en la Secretaría de Asuntos Estratégicos de
Brasil41.
El momento indicado
Cuando Ceresole dijo lo que dijo, el país vivía un ambiente muy sensi-
bilizado. Comenzaban a definirse las cuotas de poder y las líneas generales
de actuación nacional e internacional en medio de la debacle del precio del
crudo a 9,15 dólares el barril. Aquella realidad vulnerable apenas sostenía
a un régimen vidrioso, nacido por acuerdo de tres sectores. El más fuerte, la
corriente militar bolivariana encabezada por Chávez; luego, el sector social-
demócrata representado por el canciller y periodista José Vicente Rangel. El
tercero estaba a cargo del ministro del Interior Luis Miquilena, el empresa-
40 BAU, Ramón. “Murió el escritor Norberto Ceresole”, España, mayo de 2003, www.
libertarias.com.
41 Ibíd., p. 192.
260
rio Manuel Quijada y el coronel Luis Alfonso Dávila. Ellos tres vinculaban
al gobierno con una pequeña fracción de la burguesía comercial y agraria
venezolana y con el Partido Demócrata de Estados Unidos. Ese pacto ex-
plotó en abril de 2002, pero hasta entonces estos tres hombres del régimen
se movieron, como los definió correctamente Ceresole en Madrid en 2002
“entre negocios y real politik”.
A los tres les gustaba el proyecto autoritario de Ceresole porque les re-
solvía un problema, definido por Miquilena así: “No tenemos mucho tiempo
para reordenar las instituciones, pero eso no lo lograremos si no superamos
ese berrinche de movilizaciones en las calles, que nos puede conducir a la
anarquía”42. Dávila quería ir más allá y más rápido que el propio Miquilena;
aspiraba a un “gobierno fuerte en alianza con Estados Unidos”43.
De las tres corrientes, la de Rangel era la más alejada del argentino. No
tenían trato personal, pero sobre todo estaban en las antípodas ideológicas
y culturales. Rangel era un demócrata radical honesto en la acepción clásica
del término. Según Ceresole: “Es un miserable liberal”, como espetó el 27 de
febrero, al salir del acto por el Caracazo en Miraflores, aludiendo al senti-
do que tiene el vocablo “liberal” en Argentina: “conservador”, “de derecha”.
Despreciaba a José Vicente. Por tanto, la aparición de un libro-programa
de corte fascista –como el de Ceresole– no podía producir otro efecto que el
espanto entre quienes comenzaban a sentarse en sus sillones ministeriales
y aún no tenían muy en claro qué hacer con el Gobierno.
El “chavista duro”
La derecha burguesa, siempre superficial, simplificó el asunto diciendo
que se trataba de una pelea entre “chavismo duro” y “chavismo light”, colo-
cando a Ceresole y a Chávez en el primer grupo y a Rangel en el segundo44:
261
con el nuevo movimiento social que aparecía. Su modelo político glorificaba
tanto el poder militar que representó un retroceso, incluso respecto de su
propia matriz peronista, que fue autoritaria pero no nazi. Los dos primeros
gobiernos de Juan Domingo Perón se apoyaron en el movimiento obrero y
en un sector de la clase media profesional. Sus columnas gubernamentales
fueron el Ejército y la burocracia sindical. Con ellas contrarrestaba las pre-
siones dislocantes desde el interior de las Fuerzas Armadas y desde Wash-
ington. Ceresole no cuestiona a Perón o al peronismo por la estatización del
movimiento obrero y la vida social y cultural argentina. Él se conformaba
con el desarrollo industrial-militar autónomo de los yanquis alentado desde
1945. Este elemento lo extrapoló, lo “purificó” de todo elemento social y lo lle-
vó al extremo hasta convertirlo en una ideología autoritaria de perfil milita-
rista. “La alternativa es el populismo armado; es decir, el populismo militar,
la militarización de la política”, dijo en 2002 para que nadie se confundiera
sobre el programa que le ofrecía a Chávez46. Sin embargo, aun en ese terreno
el sociólogo iluminado se equivocó. Olvidó lo que cualquier autor serio sabe
sobre el desarrollo industrial argentino entre 1945 y 1955. A pesar del peso
militar como “factor de desarrollo” y la montaña de dinero que invirtió el
Estado, el crecimiento fue más extensivo que intensivo en la composición
orgánica del capital47. La única burguesía latinoamericana que pudo hacer
algo parecido a una revolución industrial clásica fue la brasileña después de
la derrota social de 1964, o la propia burguesía argentina, pero entre finales
del siglo XIX y los primeros años del XX.
Desde que su libro comenzó a circular en fotocopias, a mediados de fe-
brero, figuras principales del régimen rechazaron sus ideas. Las expresiones
más usadas fueron: “son conceptos antidemocráticos”, “contraría los objeti-
vos del movimiento bolivariano” y “es un libro filo nazi”; estos y otros califi-
cativos se decían en los pasillos y reuniones, pero nadie se atrevía a decirlos
en público, evadiendo un debate libre para no incomodar al presidente. El
poeta y ex fiscal general Isaías Rodríguez, que en ese momento era una
figura central del chavismo, me dijo en mayo de 1999: “Contiene un cuerpo
de ideas, que si aplicáramos la mitad nos llevaría a un régimen claramente
autoritario, no creo que pase”48.
A Chávez lo habían seducido los libros donde habla sobre desarrollo mi-
litar y tecnología, la autonomía militar en el mundo. De la tesis ceresoliana
de la función bonapartista del caudillo apoyado en el ejército legitimado por
el voto, dijo: “Me interesa estudiarla, me llama la atención, pero no creo que
se pueda hacer en nuestro país, no veo que pueda entrar en nuestro proyec-
262
to de democracia bolivariana”49. Aun así, el presidente leyó con atención en
febrero de 1999 las propuestas de Caudillo, ejército, pueblo, igual que lo es-
taban haciendo otros jefes chavistas. El libro parecía reflejar con la frialdad
de un espejo una parte de la realidad del país en 1999.
263
para restablecer su forma de vida como escriba attaché de Estado. Con Hugo
Chávez ese objetivo comenzó comiendo “pollo frito” en los pueblos venezola-
nos adonde lo llevó por unos meses el líder bolivariano desde que llegaron a
Caracas. Chávez había dejado en Buenos Aires un alma quejumbrosa de dos
amores, el estable y el pasajero.
Desde Buenos Aires viajó con Ceresole a Colombia. Allá tuvieron reu-
niones públicas y privadas con cuadros de las FARC y del M19 en la búsque-
da de la Internacional Bolivariana, gente de la que Ceresole se expresó con
el mayor de los desprecios en la entrevista que le hizo Alberto Garrido. De
la “hermana República” pasaron a Venezuela, donde Ceresole acompañó a
Chávez por un tiempo en su campaña militante por el interior del país. Re-
corrió algunos de los 123 pueblos y 14 estados que el comandante visitó con
su proyecto al hombro, “comiendo pollo frito en los caminos”, relató Ceresole
en 2002. En sus entrevistas afirmó que le molestaba mucho lo que él definió
como “perversión izquierdista” de Chávez. “Esa es su gran debilidad: él ve
el mundo bajo la óptica de izquierda-derecha”51. Aun así, lo siguió acompa-
ñando y comiendo “pollo frito”, porque veía en él al héroe necesario que se le
había perdido desde las derrotas de los años setenta en Argentina.
La Palabra revelada
“Es en este punto de la trama cuando yo tomo contacto personal con el
comandante”, dice en su libro52. El “punto de la trama” fue 1994, año revela-
dor para Ceresole y también para el venezolano, según Ceresole. ¿Por qué?
Porque ese año Chávez tuvo la oportunidad de leer sus libros. Veamos cómo
lo cuenta Ceresole:
Quiero decir que Chávez fue, para mí, como yo lo conozco, la única
continuidad que había entre mi pensamiento anterior y el futuro. No había
ya nada más porque Seineldín estaba preso y Rico, que era la otra opción
pública, ya se encontraba en pleno proceso de corrupción económica (...)
Chávez viene a ocupar un espacio realmente clave en un momento único53.
264
grande”, el sociólogo-profeta responde entusiasmado: “Bueno, claro, porque
yo le dejé todos mis libros”55.
Maquiavelo necesitó de su Príncipe; Hegel, Hobbes y Rousseau del Es-
tado y la Ley; Marx apostó al proletariado; los bolcheviques a los sóviets.
Dios, Mahoma, Veda y Buda necesitaron de profetas y de iglesias. A Ceresole
le bastaba un jefe militar con carisma que leyera sus libros y un ejército y
un pueblo que sostuvieran esa pirámide del poder concentrado en “el Líder
convertido en Jefe nacional”. El personaje dispuesto a ser médium entre su
pensamiento y el resto de la especie creyó haberlo encontrarlo en 1994, a
cinco mil kilómetros de Caracas.
La fuente ideológica del “hombre fuerte” de Ceresole se instaló en buena
parte del mundo durante el primer tercio del siglo XX y continuó en nues-
tro continente a través de los regímenes militares conducidos por caudillos.
Surgió en la Europa de los años veinte al calor del fascismo, el nazismo y el
estalinismo y en la vida intelectual bajo la inspiración de intelectuales pe-
sados como Max Weber. Tres fenómenos de conformación totalitaria con tres
“hombres fuertes” al frente de la nación. Ellos dominaron la opinión mundial
hasta 1945 y se reprodujeron cuanto pudieron. En el caso del estalinismo
hasta mucho después. Esa moda ideológica ganó influencia en dos sectores de
la izquierda latinoamericana durante los años treinta: los partidos comunis-
tas orientados por la Comintern y las corrientes antiimperialistas, conocidas
en algunos países como “izquierda nacional”, “nacionalistas de izquierda” y,
desde la segunda posguerra, como “movimientos de liberación nacional56.
Los especialistas Samuel Edward Finer, Virgilio Rafael Beltrán y Edwin
Lieuwen estudiaron con detalle empírico y profundidad histórica la novedad
durante los años cincuenta, sesenta y setenta57. Mostraron dos hechos: más
del 70% de los países del mundo estuvo bajo control militar durante más de
sesenta años del siglo XX. Los “líderes militares carismáticos” surgieron en
forma simultánea en la Europa fascista de los años veinte y en la América
Latina de los treinta y cuarenta. De esas vertientes se nutrió el pensamien-
to autoritario de Norberto Ceresole:
55 Ibíd, p. 206.
56 CABALLERO, M. La Internacional Comunista y la Revolución latinoamericana 1919-
1943, Editorial Nueva Sociedad, capítulos 6, 7 y 8, Caracas, 1987.
57 FINNER, S. E., “Los militares en la política mundial”, Buenos Aires 1962; BELTRÁN, V.
R.: El papel político y social de las Fuerzas Armadas en América Latina, Caracas, 1970;
LIEUWEN, E., Armas y política en América Latina, Buenos Aires, 1960.
58 CERESOLE, N. en Testimonios de la Revolución Bolivariana, p. 179.
265
Hacerse la “gran Chávez”
Ceresole no fue un nazi o un fascista stricto sensu. Si queremos evaluar-
lo con propiedad, debemos ver su práctica como la de un aventurero ideoló-
gico, un hombre lumpenizado por la derrota. La matriz política en la que se
formó en Argentina, el curso ideológico declinante que siguió desde la derro-
ta de 1976 y la implosión de la URSS en 1991-92, hicieron de él un tipo sui
géneris de doctrinario. Era más parecido a los gurús que orientan pequeñas
sectas políticas que pululan en la izquierda de algunos países con mucha
clase media, que al “intelectual orgánico” que postulaba Gramsci y rescata
Perry Anderson. Cumpliendo la ley de todo gurú, Ceresole tuvo siempre a
su alrededor un grupo de adherentes que lo escuchaban. Al volver a Bue-
nos Aires, en 1986, fundó una pequeña comunidad ideológica que tuvo vida
intermitente hasta 1994 cuando Chávez se lo llevó de parranda al Caribe.
Su aproximación a derivados ideológicos locales del viejo nazi-fascismo
–también concentrados en pequeñas sectas con un charlatán al frente y un
periódico– surge de su fe “nacionalista” sin criterio de clase, desde un país
semicolonial, en un continente sometido. Este carácter social y continental
explica el dato casi incomprensible de su fervor antinorteamericano. Era an-
tiyanqui con la misma pasión con que despreciaba al socialismo en general y
a Cuba en particular. Su contradicción insalvable radica en que vivió y mu-
rió con la idea patética de que “en América Latina no puede haber revolu-
ción sin acudir al Ejército” como si eso fuera un postulado teórico. Pocos días
después de su muerte, uno de sus admiradores tradujo a palabras simples
lo que Ceresole ensayaba en libros y revistas con sofismas, paralogismos y
palabras raras. Dice su admirador:
Fui al Palacio Pizarro (...) toco el timbre y digo: “Mire, yo escribí este
libro (...) A mí me parece que lo que ustedes están haciendo y lo que yo digo
que hay que hacer está aquí, en esta obra”, y ahí me quedé61.
266
Nadie me pudo confirmar su participación como asesor del general
Velasco Alvarado. Debemos suponer que fue una más de sus fantasías.
Algunos viejos militantes que apoyaron al general peruano lo recuerdan
como uno más de los que llegaban a Lima a apoyar aquel proceso antiimpe-
rialista y obtuvo un lugar bajo el sol de la “Revolución Peruana”. En 1971
reapareció en Buenos Aires publicando una revista apologética llamada
Sol del Perú.
267
Su trayectoria política es declinante. Por un breve período hizo parte
de una tendencia de invocación proletaria dentro del movimiento peronis-
ta de esos años llamado “ERP 22”, una división del Ejército Revoluciona-
rio del Pueblo. Según testimonio del ex dirigente de Montoneros, Antonio
Perdía:
268
después se convirtió en asesor y confidente del coronel Mohamed Seineldín”,
reseña el periodista catalán amigo suyo, Ramón Bau.
En 1991 descubrió que “ese general” podía estar en el Estado Mayor
brasileño. Se ligó a ellos por varios años (Ibíd.). Ceresole le contó al profesor
Garrido en Madrid que también anduvo por el Chile de Pinochet buscando
su “general” porque allá las Fuerzas Armadas eran gestoras del desarrollo
económico. Pero no tuvo suerte: “Hacia 1995, por estos libros y otros... yo te-
nía una gran actividad intelectual y mucha relación con Brasil y Chile. Con
Chile menos. Todo era más frío, más duro, por razones que usted conoce...”,
dijo en 2002. La confesión de sus relaciones con los aparatos militares y de
seguridad de estos Estados se las contó a Alberto Garrido en 46 páginas de
la entrevista que le hizo en Madrid.
En los años 2001-2002 estuvo vinculado a dos políticos derechistas del
peronismo provincial, Adolfo Rodríguez Saa y su hermano Alberto. “Más re-
cientemente se había reencontrado con Aldo Rico e integrado a un equipo de
trabajo por su candidatura a Gobernador de Buenos Aires”, informó R. Bau
en mayo de 2003. La colaboración de Ceresole con el aparato de estrategia
militar de la Alemania Oriental de la Stassi fue certificada por miembros
del CEMIDA en Berlín del este en 1989.
En el libro que escribió sobre Malvinas, en 1983, Ceresole registra en
primera persona su relación con el general Viola, uno de los miembros de la
dictadura genocida. A Garrido le dice: “...Y a mí me contrata Viola... No era
que Viola fuera una maravilla, pero significaba el fin de la oligarquía argen-
tina”. El general quería contratar los servicios de Ceresole para negociar
con la URSS la instalación de un parque industrial-militar en el Paraná
medio66. A Ceresole no se le puede acusar de incoherencia intelectual. Esa
era una de sus tesis centrales desde su primer libro en 1968, traducidas en
Caracas en 1999 al libro Caudillo, ejército, pueblo.
269
oficina en la sede de la agrupación de la que se fue a los diez meses sin pa-
gar el alquiler. Sus fluidas relaciones con la URSS le permitieron lograr un
financiamiento del Partido Comunista de Argentina. Con esa plata alquiló
y equipó un piso completo en el cruce de las calles Salta y Av. de Mayo en
1988. Allí publicaba la revista Defensa y sociedad. Los oficiales del CEMI-
DA supieron de él siete años después cuando se apareció con Hugo Chávez
en las oficinas de esta agrupación de militares retirados el 11 de agosto de
199468.
El “porteño” iluminado
Este relato de su aventura personal y su peregrinaje por los aparatos de
seguridad militar de varios países adquiere relevancia en la medida en que
pudo escalar a niveles de decisión gubernamental en varios países. El último
fue la Venezuela Bolivariana donde casi logra lo que postuló en su primer
libro: “convertir el pensar político en hecho político”. De allí la utilidad de
conocer su trayectoria. Desde 1968 sus escritos y actividad política lo descri-
ben como un intelectual de conducta errática, lumpen y amoral. Tenía pocos
límites, tanto en la política como en la vida personal. Era capaz de pasar de un
banquete de lujo en Moscú o Brasilia a comer “pollo frito” con Chávez.
Todo era válido si le deparaba escuchas para sus ideas, lectores para sus
libros y honorarios para vivir entre Madrid y Buenos Aires. “Siempre que fui
a la Unión Soviética, y fueron muchísimas veces, cincuenta veces, era una
maravilla (...) Yo vivía como un Dios”, contó en 200269. Lo caracterizó un per-
sonalismo desproporcionado, aun para sus pares “porteños” de Buenos Aires.
Su labor de escriba al servicio de entidades militares lo alejó de movimientos
sociales, sindicales o culturales. Aunque tuvo éxito al ver traducidos varios de
sus libros al ruso, al inglés, a una lengua iraní y al árabe, en cada caso promo-
vido por los aparatos estatales para los que escribía. Su primera militancia
conspirativa, “de aparato”, en una de las fuentes originarias de Montoneros, lo
marcó como un hombre sinuoso, escurridizo y contradictorio en sus definicio-
nes personales. En sus años finales había comenzado a vivir una nueva mu-
tación en sus creencias más profundas, esta vez hacia un catolicismo extremo
que lo hizo enemigo del iluminismo y el racionalismo70.
Quizá por eso durante los años noventa comenzó a ser reivindicado por
corrientes de ultraderecha, entre ellas las identificadas con el falangismo es-
pañol, el neonazismo y otras de similar inspiración totalitaria. “No tenía pro-
blema alguno en tratar con un nacionalsocialista...”, señala Ramón Bau en su
testimonio póstumo de 2003. De hecho, no ocultaba su admiración por el sa-
cerdote católico alemán Valerian Triffa, un criminal de guerra nazi, “oficial de
las SS que tuvo a su cargo la eliminación de miles de rumanos durante la Se-
68 Ibíd.
69 En Testimonios de la Revolucion Bolivariana, N. Ceresole, p. 189.
70 VenezuelaAnalíticacom – Entrevistas: Ceresole visto por él mismo.
270
gunda Guerra Mundial”71. El musoliniano argentino Juan M. Garayalde, del
Centro de Estudios Evolianos, una organización que difunde el pensamiento
de Julius Evola, famoso escritor fascista italiano de los años veinte, es autor
de la teoría racial adoptada por el gobierno de Benito Musolini, inspirada en
la de W. I. Rossenberg de la Alemania de Hitler. Los evolianos se enorgullecen
de divulgar “el ejemplo fascista de la Gran Italia”72.
En otra nota póstuma, fechada en Buenos Aires, el 7 de mayo de 2003,
hace este excelente resumen del pensamiento de Norberto Ceresole: “Nadie
entendió mejor la doctrina de la ‘Tercera Posición’ que Ceresole” y revela,
con la crudeza del lenguaje de los fascistas, el secreto “filosófico” del libro
Caudillo, ejército, pueblo:
271
con análisis del general bolivariano William Izarra y de Fernando Ochoa
Antich, un antiguo general de la IV República. Hasta 2002 las Fuerzas Ar-
madas. fueron la única organización nacional con peso territorial. Su des-
proporcionado rol social fue evidente en el desastre natural que devastó
la ciudad costera de La Güaira, en 1999-2000. Buena parte de los mejores
profesionales que han gestionado en los tres gobiernos de Chávez son oficia-
les con carreras universitarias, algo difícil de encontrar entre “los políticos”
del movimiento bolivariano, donde predomina el lumpenaje de oficio o la
piratería profesional. Este es un dato de la realidad venezolana, no un gusto
personal. Esa propensión al uso de profesionales militares no solo se des-
prendía de una concepción y una cultura asentada en la cabeza de Chávez,
sino también de algo más terrenal. El país no tenía el acumulado de organi-
zaciones intelectuales, profesionales y culturales que se habían desarrollado
en Argentina, Uruguay y Chile durante el siglo XX.
Esa estructura social débil fue agravada por un hecho político de 1999:
las organizaciones tradicionales estaban pulverizadas o se habían ido al la-
do contrario al gobierno. El Colegio de Médicos y de Enfermeras prohibió a
sus afiliados colaborar con el gobierno en la Misión Barrio Adentro. Ninguna
de las clases oprimidas que apoyaban a Chávez contaba con fuertes organi-
zaciones propias para asumir políticas públicas. Las nuevas apenas nacían
y comenzaron a organizarse en 2002. Esta composición estructural de Ve-
nezuela explica que 14 Misiones Sociales fueron sostenidas por las nuevas
organizaciones sociales, en paralelo a los aparatos ministeriales. En varios
casos fue clave la colaboración del Ejército “como factor de desarrollo”.
Ceresole pasó tres décadas tras una ilusión que se demostró errada,
si de lo que se trata es de hacer una revolución social que supere al ca-
pitalismo. Pero en los hechos la realidad le da la razón en un punto: en
algunos países, las Fuerzas Armadas constituyen la estructura más sólida
de la sociedad. Lo grave, lo peligroso, es convertir este hecho en paradigma
ideológico, arrodillarse ante él y bautizar como virtud un defecto histórico
superable. El libro de Ceresole representó en el ambiente venezolano de
1999 la glorificación ideológica de una tradicional debilidad social del país y
de una realidad del momento. Él le dio forma orgánica y programática al va-
cío (y a la presencia dominante del Ejército en ese vacío) y lo quiso convertir
en ideología de Estado. Ceresole transformó el defecto en virtud, como en los
años veinte lo había hecho Nicolai Bujarín al servicio del poder del “hombre
fuerte” de entonces: Iósif Stalin. Bujarín fue el teórico de la “adaptación a los
hechos consumados”. En ese sentido, Alberto Garrido tiene razón al señalar:
272
Entonces, lo que desde 1994 fue un ejercicio intelectual, en 1999 pudo
ser doctrina de Gobierno. Por su parte, el Mayor Francisco Arias Cárdenas
señaló en 2002:
273
“Cinco fases”, un candidato y un proceso
275
La segunda fase se concretaba el día del triunfo electoral del 6 de
diciembre de 1998. Esa victoria fue casi triturada por un golpe de Estado
que nunca ocurrió. Fue organizado desde Washington contra el presidente
Caldera (posiblemente con su anuencia silenciosa), para evitar el inexora-
ble traspaso del mandado en diciembre de 1998. Según me relató Isaías
Rodríguez para una entrevista en el diario Clarín de Buenos Aires, la de-
cisión nació dos semanas antes cuando las encuestas de sus opositores ya
lo daban triunfador. El golpe terminó abortado porque el agregado militar
venezolano en Estados Unidos le comunicó al periodista y político José Vi-
cente Rangel y este hizo explotar la bomba en su programa de televisión
el penúltimo domingo de noviembre78. Esta segunda fase la justificó con la
ideología republicana del siglo XVIII, tratando de indicar con esa referen-
cia el carácter democrático de la transformación. Olvidó un detalle. Rous-
seau necesitó de Danton, Robespierre y la Revolución Francesa para saber
cómo era eso de la democracia:
Así que el proceso electoral, si es que ocurren las elecciones, debe ser
el 6 de diciembre de 1998. Aspiramos que ese día ocurra la segunda fase:
la fase contractual, la fase del contrato social de Rousseau, donde un pue-
blo acepta una propuesta en un proceso electoral. Ahí ocurre el sello del
contrato.
276
“soberano” estaba facultado para hacerlo mediante el sufragio universal. Él
le dio el ropaje jurídico del caso: “Le sacamos punta jurídica e interpretativa
a ese artículo que permite al presidente convocar a un referéndum”79. Ese
día, algunos de los encorbatados presentes comenzaron a sentir que estaban
ante “un tipo muy raro, nunca sabes por dónde te va a saltar”. Esto fue lo
que registró ese día el periodista y diputado chavista Francisco Solórzano de
la boca del presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Como si Teodoro Petkoff tuviera razón y a Chávez le fuera bien en po-
lítica porque “es un hombre con suerte”, a los pocos días fue renombrado
en el estado Zulia un juez de COPEI que andaba peleado con COPEI. Este
hombre defendió el derecho del nuevo presidente a invocar el art. 4º desde
dentro del cadáver constitucional. La división en las filas de la burguesía
era tal que, en 1999, hasta un juez era capaz de usar sus diferencias inter-
nas para ayudar al enemigo de sus enemigos, que a la vez era su enemigo.
Sea como sea, para Chávez fue un regalo del cielo. Allí comienza la extraña
racha de un presidente que ha ganado desde 1998 todos menos uno de los
enfrentamientos electorales en los que ha competido. Veamos:
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con el 92% de los votos emitidos, después de la rotunda victoria del 6 de
diciembre de 1998.
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t &M EF BHPTUP TFMMB MBiNVFSUF EF MB *7 3FQÞCMJDBw EF"% Z $01&* Z
solicita a la Asamblea una “Declaración de emergencia nacional para
intervenir en todas las instituciones del Estado”.
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Primer Mandatario ante la Asamblea Nacional Constituyente.
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PUSPSFGFSÏOEVNBQSVF-
ba la nueva Constitución, llamada ahora “Bolivariana”, para señalar la
marca del paso del tiempo que estaban viviendo y del hombre que le
imprimía su marca personal.
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FMEFKVMJPEFFTFMFHJEPEFOVFWPQSFTJEFOUF
de la nueva República, denominada desde entonces quinta. Su partido,
el MVR, conquista 76 bancas de las casi cien ocupadas por diputados
chavistas o de izquierda (en 1998 había prometido renunciar a su cargo
y competir de nuevo por la presidencia al terminar la Asamblea Consti-
tuyente).
t &OBHPTUPEFHBOBFM3FGFSÏOEVN3FWPDBUPSJPDPONÈTEFMZ
mes y medio más tarde los partidos que controlan su régimen recibieron
más del 90% de las gobernaciones, alcaldías y consejos locales.
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FOEJDJFNCSFEF
HBOØQPSUFSDFSBWF[MBQSFTJ-
dencia con más del 60% de los escrutinios.
277
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IBTUBRVFFOEJDJFNCSFEFGVFEFSSP-
tado por primera vez. No fue suficiente para cambiarle tan extraña e
inédita carrera de triunfos en la historia de los presidentes. No se co-
noce un solo caso que pueda mostrar esa estadística de votos y pruebas
ganadas. La suma de todos los votos desde 1998 podría servirle para
gobernar cien años, suponiendo que esa abstracción fuera posible en la
vida real.
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fenómeno dialéctico imprevisto: ganó y perdió en el mismo acto. Obtuvo
la mayor suma de diputados, con menos votos que sus enemigos. Fue la
segunda señal.
Las clases desplazadas del poder en 1999 no han podido digerir tantas
derrotas en tan poco tiempo. Las clases dominantes debieron esperar una
década para comenzar a sobreponerse al embate. Las clases oprimidas tar-
daron para organizarse en forma de poder alternativo. Necesitaron sentir
“el látigo de la contrarrevolución” en 2002, para asumirse como sujetos de
su propia obra. Antes de que esto adquiriera fuerza, la gobernabilidad quedó
en manos de personajes y grupos de poder cargados con las peores mañas de
la vieja izquierda, sibilinamente acompañados por esquirlas de la derecha
enquistadas en el régimen.
Era una suma de contradicciones entre tres tipos de personajes distin-
tos. El que ocupa la escena central de esta historia, los personajes con los
que decidió armar el régimen y el pueblo. Allí comenzaban las dificultades
para que las cinco fases cumplieran su cometido transformador. El 11 de
abril demostró que las buenas aguas no siempre discurren por cauces da-
ñados. Esta debilidad se vio superada por una mayor de sus enemigos en la
derecha. Eran peores. Así nació la falsa imagen de un poder estable después
de la primera conquista, la Constituyente.
A Marta Harnecker le contó en agosto de 2002 que él mismo se sorpren-
dió de la fragilidad de sus enemigos entre 1999 y 2001: “Yo incluso pensaba
que el adversario iba a tener mayor capacidad de resistencia en el año 1999,
pero aquello fue un ataque fulminante. Les dimos hasta el corazón, no tu-
vieron tiempo de rehacerse, y aquí estamos hoy”. Decir esto a menos de tres
meses de su alejamiento del poder a manos de ellos, así haya sido por 47 ho-
ras es, cuanto menos, una desproporción en el análisis. Chávez ha explicado
que la teoría del autor chileno Carlos Matus le permitió proyectar los pasos
de la transformación:
278
decidimos comenzar el ataque por la estructura político-jurídica, porque
era la más débil de todas y, fíjate, no nos equivocamos80.
279
La ecuación social de Chávez
281
frente al embate de sus enemigos. Eso es cierto, pero es apenas una parte de
la realidad. Sería inexplicable su conducta sin registrar el impacto emotivo
que le produjo el acto revolucionario del 14 de abril y su transformación
en aprendizaje político. Puede verificarse en su entusiasmo cuando vio la
fuerza transformadora de la poderosa insurrección social que lo salvó de ser
“uno más que lo intentó y no pudo”, como advertido en 1995 sobre su propia
perspectiva política. Ese estado primario de reflexión lo tradujo al lenguaje
de la política. Un ministro que lo acompañó desde 2002 nos contó el fervor
con el que solía hablar en las reuniones de Gabinete de la “fuerza convertida
en potencia que salvó el pellejo de nuestro Gobierno”, y “recordaba uno de
los pensamientos de Simón Rodríguez que más le gusta: «La fuerza poten-
cial está en la masa»”81.
En plena campaña electoral (julio de 1998) había marcado una hipótesis
válida para cualquier personaje en su lugar histórico. “Si no logramos trans-
formar el cuadro de fuerzas que compone el sistema y en consecuencia el sis-
tema mismo, yo terminaré siendo una frustración más. Quedaré encadenado
por el sistema. Ese es un riesgo que hemos aceptado…”82. Con ese riesgo a
cuestas llegó hasta la cruda experiencia de abril. Allí se dio cuenta de que
estaba a punto de ser víctima de su propio vaticinio. El carácter izquierdista
de su nacionalismo lo llevó a ponerse al frente y potenciar los movimientos.
Al mismo tiempo, el aspecto bonapartista contenido en la naturaleza de su
régimen lo tienta a acomodarlos dentro de los moldes del Estado, como hizo
el peronismo. En esa tensión viven desde entonces él y los movimientos.
Entre septiembre de 2001 y abril de 2002, cuando la realidad no soportó
más la contradicción de la fórmula “revolución democrática y pacífica”, y lo re-
volucionario fue dominando la inverosímil ecuación, Chávez se fue “cuadran-
do” con la base social del proceso que lidera. Contraviniendo un pasado de
nacionalismos poco amistosos con la independencia política de los oprimidos,
decidió seguir la nueva señal: impulsó la movilización social y el desarrollo de
sus organizaciones de base con una dinámica poco conocida hasta ahora. La
diferencia de la etapa nacida en 2002 la marcó él mismo con una expresión
que transformó en estandarte después del golpe: “Esta revolución será pací-
fica, pero no desarmada”. La realidad lo había llevado –sin que lo advirtie-
ra– a modificar el peso de los factores en la ecuación, aunque esta continuara
rigiendo los destinos institucionales “en las alturas”. Era eso lo que había
querido significar el día que dijo en un discurso: “Esta es una revolución boni-
ta”. Se refería a su carácter no violento, distinta de las del siglo anterior. Para
expresarlo mejor se refirió a la derrota chilena de 1973 como el ejemplo de lo
que no se debe hacer: “Con Allende la experiencia fracasa porque en realidad
el gobierno de la Unidad Popular no contaba con la fuerza militar”.
Olvidar el fenómeno social en la explicación del desastre del gobierno
chileno no le impidió tenerlo en cuenta a la hora de pensar en la defensa del
282
suyo. Así, el carácter “armado” de su revolución adoptó dos componentes: la
fuerza militar y las organizaciones sociales. El contragolpe de abril hizo bro-
tar en menos de un año más de cien mil Círculos Bolivarianos. La gente co-
menzó a organizarse de las más variadas formas, según su necesidad social.
Este es uno de los aspectos más contradictorios del presidente venezolano
desde sus inicios. Durante la rebelión militar se negó a darle participación
a “los civiles”, que para ese momento se reducían a pequeños grupos de la
vieja izquierda. En parte, por el carácter militar de la asonada, también por
la poca fiabilidad política que brindaban los grupos afectos, bastante des-
compuestos históricamente.
Su ecuación social siguió cuando decidió ser candidato. Antes de lanzar-
se a competir con el voto por la Presidencia (el 19 de abril de 1997), trató de
construir los “Círculos Patrióticos Electorales” sin el menor éxito: “Grupos
de cinco, siete, nueve personas (...) En el mes de marzo, de 1998, en algu-
nos estados se han realizado asambleas de círculos patrióticos”83. El intento
se disolvió en el tsunami electoral que sobrevino, donde a los partidos de
Chávez les interesaba más los votos que la organización del pueblo trabaja-
dor. Sin embargo, él insistió en su propósito. En 1998 impulsó los “Frentes
Constituyentes” que cumplieron un rol organizador y movilizador hasta el
final de la Asamblea Constituyente, en diciembre de 2000. Luego la escena
fue ocupada por los Círculos Bolivarianos hasta 2003-2004 cuando los opri-
midos inventaron nuevos instrumentos de lucha, desplazando a los Círculos
que para esa fecha tenían poco de bolivarianos y mucho de clientela estatal.
Para el Referéndum de agosto de 2004 aparecieron otros organismos
de lucha y agrupaciones políticas. Fueron conducidos en persona por él a
través del Comando Maisanta, pero esa relación estatal no les restó capa-
cidad creativa en una batalla que entendieron como vital. En uno o en otro
caso, independientes o creados por el Estado, el movimiento social no se
congeló en una sola forma institucional, al contrario, mutó constantemen-
te84. “Organícense como quieran, pero organícense”, fue uno de sus llamados
desesperados días después de la derrota de abril. Esta idea es subversiva en
sí misma si la colocamos dentro del Estado capitalista que dirige. Fue com-
plementada por otra aún más desafiante: “Yo puedo morir mañana, pueden
matarme, pero el movimiento no puede depender de un solo hombre, ustedes
deben organizarse para darle continuidad”85. En ambas consignas aparece
Hugo Chávez retratado entero en cuerpo y alma. Todas sus virtudes y la
impotencia política de no tener un movimiento social propio lo conducen a
la ambivalencia política.
Con esas señales la militancia de izquierda, sobre todo la nueva, co-
menzó a constituirse de manera masiva y multiforme como nunca lo había
283
hecho. Incluso superó la experiencia de organización política despertada por
la revolución social que derribó a la dictadura de Pérez Jiménez en 1958.
Hasta finales de aquel año surgieron embriones de organismos de doble po-
der en ciudades rebeldes como Caracas y Maracay, donde muchos soldados
y oficiales confraternizaron con los militantes, y la jerarquía institucional
burguesa se agrietó.
Desde 2002 el pueblo venezolano vivió una experiencia de reorgani-
zación social y desarrollo cultural inédita en su historia; algo similar solo
conocimos en Bolivia y Ecuador desde 2001 y con un resultado político
menos izquierdista en Argentina en 2002-2003. El director de la revista
uruguaya Brecha, Raúl Zibechi, definió a los movimientos venezolanos co-
mo “difusos”, lo que es cierto si los comparamos con las tradiciones más
orgánicas del Cono Sur. Pero es una definición equívoca si ubicamos los
movimientos bolivarianos en relación con la composición de clases del pro-
ceso que cabalgan. Su mutación las hace “difusas”, pero ese carácter es el
que las preserva de ser estatizadas y congeladas como inútiles adláteres
gubernamentales.
Las formas de agrupación se multiplicaron en todas las ciudades y pue-
blos hasta alcanzar más de veinte tipos distintos que fueron mutando en el
tiempo según el sector social, la necesidad y la tarea coyuntural. Una de las
expresiones más motivadoras de Hugo Chávez en esa fase ocurrió en enero
de 2003. Fue en medio del sabotaje a la industria petrolera que casi lo deja
sin presupuesto para gobernar; dijo por televisión una frase que no tenía
prevista en su locución: “Fábrica cerrada, fábrica ocupada”. Fue suficiente
para facilitar una suerte de “revolución” en la cabeza del movimiento obrero.
Este era el segmento menos movilizado hasta diciembre de 2002. El impacto
de abril de 2002 y el susto de la huelga patronal que duró 62 días llevaron
a la clase obrera a integrarse con sus propias credenciales a la “revolución
bonita”.
En buena medida se debió al impulso que le dio el líder bolivariano.
Las plantas ocupadas de PDVSA fueron escenarios de los “Comités Guía”
de obreros, técnicos e ingenieros bolivarianos convertidos en un poder in-
terno autónomo, en algunos casos con capacidad militar. En pocas semanas
la pequeña vanguardia obrera venezolana se convirtió en un torrente social
que terminó por construir, un año más tarde, una central obrera anticapi-
talista de más de un millón de afiliados. Fue fundada por un acuerdo de
diversas agrupaciones político-sindicales de la izquierda, con protagonismo
de los sindicalistas trotskistas, que era el ala más radical y prestigiada de
esa corriente militante. Aunque desde el año 2005 la UNT se dividió entre
“estatizadores” y “autonomistas”, logró conservar la fuerza de ser la única
organización de clase con base territorial nacional. Eso pervive en los es-
tados provinciales más que en la capital. Solamente el Ejército tiene esa
capacidad de movilización nacional que tuvo en su mejor momento la cen-
tral bolivariana. En 2010 las partes de la UNT se volvieron a juntar, pero
el pegamento es frágil, conviven dos modos de ver al movimiento obrero y
284
a la revolución social. Junto a ellos se organizaron “los reservistas” de las
Fuerzas Armadas con casi medio millón de miembros, muchas veces entre-
mezclados en los barrios donde habitan. El mismo fenómeno plebeyo que dio
origen al MBR y el chavismo treinta años atrás.
Los campesinos venezolanos no conocían una organización nacional
desde 1859, cuando fueron organizados militarmente para la Guerra Fede-
ral por Ezequiel Zamora, Juan Crisóstomo Falcón, Wenceslao Casado, Anto-
nio Leocadio Guzmán, José Gabriel Ochoa y Fabricio Conde. Desde hace una
década cuentan con dos poderosas centrales campesinas, miles de cooperati-
vas, guardias rurales, medios alternativos y otros elementos de agrupación
de clase.
Entre 2001 y 2006 se fundaron más de 130 mil cooperativas en el país;
una parte se transformó en agencias de precarización laboral y evasión de
impuestos para patrones mañosos, otras sirven de fuente de vida a funcio-
narios chavistas, pero varias decenas de miles sirvieron para darle cauce a
centenares de miles de hombres y mujeres de barrios pobres y del campo.
Este fenómeno campesino se potenció en febrero de 2011 con la Misión
Agro Venezuela que agrupó alrededor de medio millón de productores. Una
fracción de esa masa son campesinos reales y sienten que su fuerza social
crece.
En su tercer viaje a Argentina –cuando el país estaba sumergido en
el ascenso revolucionario de 2002 y 2003– el presidente venezolano se im-
presionó de la experiencia que hacían más de 100 empresas “recuperadas”
por sus trabajadores, abandonadas por sus patrones. “Coño, o sea que las
fábricas siguen produciendo sin patronos”, fue su expresión de asombro
ante los movimientos piqueteros y los dirigentes del Movimiento Nacional
de Empresas Recuperadas que se reunieron con él. “Puso cara de mucha-
cho sorprendido y muchos no comprendimos cómo un hombre de su talla se
sorprendía por eso”, me contó Manuel Ugarte, dirigente de la cooperativa
obrera del Hotel Bauen, presente en el encuentro. Contrastando con la sun-
tuosidad capitalista que simbolizaba el Hotel Cæsar Park en el exclusivo
Barrio Norte de la capital argentina, pidió a sus asistentes que estudiaran
esa experiencia “no capitalista” de producción. Siete meses después llegó
una delegación del Ministerio del Trabajo personalizada por el abogado la-
boral de formación trotskista Francisco López, director nacional del Trabajo,
a reunirse con trabajadores y abogados. “La ministra y el presidente quieren
conocer sobre el armaje jurídico y económico-técnico de las empresas que
funcionan bajo control obrero”, me dijo Francisco.
En las once principales ciudades venezolanas surgieron agrupaciones
barriales para luchar por el agua, la vivienda, la salud, la higiene laboral
en las fábricas, la defensa militar, la propiedad de las tierras urbanas; para
denunciar la corrupción oficial, el paramilitarismo, la narcoconspiración, las
inversiones sociales en los Consejos Comunales. Los indígenas se organi-
zaron de diversas maneras según sus modos culturales tribales asumiendo
un rol de ciudadanos que nunca tuvieron; muchos conocieron por primera
285
vez la cédula de identidad, también ganaron parlamentarios y comenzaron
a realizar programas de televisión y radio propios, emitidos en sus lenguas.
Cada segmento de la sociedad fue encontrando su lugar de identidad de
clase y su forma de organización. Se calcula que hasta 2006 casi un millón
de personas salían a diario por calles, oficinas, universidades, barrios, cam-
pos y fábricas a sostener con su militancia la “revolución bolivariana”. Esa
masa de “militancia” anónima ha llevado adelante la mayoría de las “Misio-
nes”, sobre todo aquellas que requieren mucho trabajo social.
286
la política exterior hacia el gobierno de Juan Manuel Santos y UNASUR,
que implicó al interior la entrega de una decena de luchadores insurgentes
colombianos refugiados a fuerza de balas en Venezuela. Uno de los dos casos
más relevantes fue en 2011 el de Joaquín Pérez Becerra, el que despertó la
resistencia a las llamadas “entregas policiales a Colombia”. El segundo hizo
conocido al cantautor Julián Conrado, un chavista reconocido de las FARC
que se había refugiado en Barinas. Entre el primero y el segundo caso co-
nocido, mediaron meses de denuncias y resistencias dentro y fuera del país.
Respetados intelectuales de Venezuela y el mundo, como Mészáros, Petras,
Luis Britto García, Earle Herrera, entre casi doscientos, nos opusimos a
“las entregas”. Solo un intelectual argentino (Luis Bilbao) decidió quedarse
solo en la vereda de los entregadores de la historia, y, entre “un principio” y
algunos amigos en el poder, prefirió a los segundos.
La ductilidad de Hugo Chávez, a imagen del régimen que dirige, permi-
tió que la campaña internacional contra la entrega del artista Julián Con-
rado condicionara su actitud, retrocediera y lo mantuviera incomunicado en
una celda de la DISIP en Caracas. A mediados del 2011 se conformó el mo-
vimiento social “Que no calle el cantor” para ejercer la defensa de Conrado;
todo indica que se transformará en un caso testigo para defender un princi-
pio inalienable entre revolucionarios, el mismo que usamos para defender a
los comandantes rebeldes desde el 5 de abril de 1992. Fue el fundamento de
la defensa que hizo el propio Hugo Chávez del terrorista famoso venezolano
Illich Ramírez, conocido como “El Chacal”. Illich permanecía preso en una
cárcel de París, y Chávez le envió cartas solidarias y exigió su libertad. La
personalidad de Chávez lo hace dubitar y vacilar ante casos donde alguna
fuerza social actúa. Es una diferencia con otros líderes de su estirpe. En
buena medida, la defensa del principio de solidaridad con un perseguido y
el derecho de asilo se han basado en la conducta de la prensa comunitaria,
que no dudó en mantener el derecho a la información y opinión sobre los
refugiados de las guerrillas colombianas, como lo hizo ante la expulsión del
activista etarra del país vasco en 2010.
La tentación bonapartista al control estatal ha chocado en todos los ca-
sos con la resistencia de ANMCLA y de los intelectuales chavistas. Al igual
que la población, no soporta el recorte de las libertades conquistadas. Fue
un grupo de intelectuales, periodistas y gente de medios comunitarios quie-
nes frenaron cláusulas autoritarias dentro del proyecto de reforma a la Ley
Resorte en diciembre de 2010.
287
lograron que se modificara el borrador de la Reforma a la Ley Resorte,
eliminando una gran cantidad de puntos controversiales que muchos ha-
bíamos criticado debido a que podían causar un daño gravísimo86.
288
el Partido Comunista y una pequeña agrupación trotskista vivieron fractu-
ras internas por el dilema implacable al que los sometió el líder bolivariano.
Esta vez fue más complicado. El PSUV se llenó de millones de venezo-
lanos. Unos movidos por necesidades materiales primarias, otros por con-
ciencia de la necesidad de una herramienta política. El PSUV pasó a ser el
partido más grande de la izquierda latinoamericana, superando al desvaí-
do PT de Lula, convertido en una entidad estatal más. Este parece ser el
destino del PSUV según denuncian muchos de sus cuadros intermedios y
varios de sus jefes nacionales. El más agudo fue el general Alberto Müller
Rojas, extinto presidente del partido. Para él se había convertido en otro
“nido de alacranes”. Varios diputados de los partidos que sostienen al Go-
bierno escucharon aquel discurso como una “travesura más del presidente”,
según señaló un legislador del Movimiento V República. Mucho funcionario
burocratizado tiende a ver como “travesuras” lo que los enemigos de Hugo
Chávez sienten como afrentas. Una curiosa identidad de sentimientos y
estados de vida87.
t &MQSJNFSNPUPSFTMBOVFWB-FZ)BCJMJUBOUFRVFMPGBDVMUBBMFHJTMBSB
discreción sobre políticas sociales,
t FMTFHVOEPNPUPSFTMB3FGPSNB$POTUJUVDJPOBMQBSBDSFBSiVO&TUBEPEF
derecho socialista”,
t FMUFSDFSPMPMMBNØi.PSBMZ-VDFTwEFTUJOBEPBDSFBSiOVFWPTWBMPSFTZ
una ética socialistas”,
t FMDVBSUPFTiMBOVFWBHFPNFUSÓBEFMQPEFSwEFEJDBEBBMSFPSEFOBNJFOUP
socialista de la geopolítica del poder”. No hay forma de saber si Hugo
Chávez fue consciente de lo que generó en la conciencia de la gente el día
que explicó que “el poder popular es alma, nervio, hueso, carne y esencia
de la democracia bolivariana”88.
289
ante la naciente burocracia en la URSS de la década del veinte. Chávez
estuvo a punto de terminar en el peor destino de alguien que busca una
revolución social: derrotado dos veces en la acción militar y víctima final de
su victoria electoral.
Sobre ese movimiento explosivo del proceso social y su protagonista
nació la cuarta etapa de su vida pública, la que aún transita entre paradojas
cada vez más volátiles. La diferencia es que se basa en una realidad opuesta
a la que vivió hasta el 11 de abril de 2002. Dos victorias político-militares
entre abril de 2002 y febrero de 2003 y la más grande transformación social
y cultural conocida en el país desde hace medio siglo le han deparado la
mayor suma de poder público y base social que haya soñado desde que salió
de la cárcel. Exactamente en ese punto nació el contrasentido más extraño
de su carrera política.
El largo y complicado periplo iniciado a su salida de la cárcel en 1994,
llamado “desierto” por él, terminaba en 1998 en la cima del poder de la na-
ción. Esta carrera paradojal contra su propia existencia fue marcando su
destino desde el rol de rebelde militar al de perseguido de la DISIP y busca-
dor de aliados continentales, para completar el ciclo envuelto en su mayor
contradicción personal. Se hizo jefe de un Estado cuyo régimen comenzó a
demoler mediante un gobierno de personeros que solo querían darle sobre-
vida al régimen, al Estado y al Gobierno. ¿Y él? Bueno, eso dependía –como
siempre en estos casos– de la decisión que tomara como figura central. Para
eso era el héroe político. Debía resolver su vida entre el paradigma de los
dioses tutelares y la cruda realidad de gobernar con enemigos vestidos de
amigos. No obstante, fue salvado por la dinámica de un proceso que era su-
perior a él y a su régimen, regida por la dialéctica de cinco fases proyectadas
en su soledad intelectual, cuya ecuación social fue resuelta en la arena de la
lucha de clases, no en los cenáculos que viven a contramano de la historia.
290
SEXTA PARTE
293
tino del otro enlazado con el suyo. Se trató de algo tan sencillo en la vida
política latinoamericana como humano: la necesidad y la búsqueda. Los
dos exploraban salidas bajo las mismas presiones locales e internaciona-
les. Dos realidades desconocidas entre sí. Enemigos comunes y propósitos
que se fueron aproximando. Aquel abrazo personal se hizo inevitable como
el inicio de una vinculación que comenzó tentativa y terminó estratégica.
Lo personal se convirtió en amistad y esta mutó en pacto de Estados desde
1999.
También funcionó el viejo animalito de la curiosidad humana, ese que a
veces sirve para las aventuras más desconocidas. Ambos querían conocerse,
se olfateaban y miraban de reojo como calibrándose. Este carácter indeter-
minado fue calificado por los dos periodistas cubanos con acierto y hones-
tidad en su libro El encuentro, dedicado a reconstruir esa historia: “1994.
Crónica de un encuentro no anunciado” (pág. 17). Ni en la historia política
de Chávez ni en la de Fidel estaba prendida la idea o el gusto por conocerse.
No antes de 1994. No estuvo en 1992 cuando en La Habana se enteraron
del golpe de Estado contra Carlos Andrés y el presidente del Estado cubano
envió su famosa nota de solidaridad frente al hecho:
Desde tempranas horas del día de hoy, cuando conocimos las prime-
ras informaciones del pronunciamiento militar que se está desarrollando,
nos ha embargado una profunda preocupación que comenzó a disiparse al
conocer de tus comparecencias por la radio y la televisión y las noticias de
que la situación comienza a estar bajo control.
En este momento amargo y crítico, recordamos con gratitud todo lo que
has contribuido al desarrollo de las relaciones bilaterales entre nuestros
países y tu sostenida posición de comprensión y respeto hacia Cuba.
Confío en que las dificultades sean superadas totalmente y se preserve
el orden constitucional, así como tu liderazgo al frente de los destinos de la
hermana República de Venezuela.
Castro no sabía nada, o casi nada, del oficial rebelde. Su reacción fue la
de un hombre de Estado atrapado en su circunstancia frente a un golpe que
le pareció como cualquier otro golpe. En 1992 Fidel no andaba propagando
revoluciones. Más bien trataba de escapar al colapso del sistema opresivo de
la URSS y a la espesa ideología reaccionaria que resultó. Su buena relación
con el gobierno de CAP era parte de una diplomacia de sobrevivencia. Eso
1 http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-28404/
294
explica las buenas relaciones con los gobiernos de Siles Suazo en Bolivia,
Betancourt en Colombia, con el de México, su rol en Esquípulas y Contado-
ra, etc. El embajador de Cuba en Caracas se encargó de resumir ese contexto
en el cual apoyaron a CAP contra la rebelión del 4 de febrero. “Si miras el
continente en ese año, hay un reflujo generalizado hacia la derecha como
en el resto del mundo, y una clara intención norteamericana de absorber
definitivamente la región y aislar a Cuba”. Uno tiene derecho a pensar si la
carta de Fidel a un régimen tan reaccionario como el de Carlos Andrés fue
apresurada o exagerada en su tratamiento frente a un hecho desconocido.
Lo que no se puede negar es que el panorama pintado por el embajador era
así de feo. Esto pudo complicarse en 1998. Cuando era candidato declaró
en plena campaña algo que molestó mucho a La Habana: “Cuba sí es una
dictadura”. Fue su respuesta al periodista de Univisión que le preguntó:
“Para usted, ¿Cuba es una dictadura o no es una dictadura?”. Con la misma
sonrisa fresca de llanero libre, advirtió al reportero que él no tenía derecho
a “condenar a Cuba...” y le aclaró:
Contra lo que pudiera suponerse, las últimas frases no eran para “re-
mendar” su afirmación principal. Eso se refleja con claridad en el video. Lo
dijo con la misma franqueza que había abrazado cuatro años antes a Fidel.
La Habana decidió respetar su opinión aunque le haya incomodado. Opinar
eso no era un sacrilegio después de la traumática experiencia de la URSS,
Europa del Este, Vietnam, China o Corea. Ya nadie se sorprende de los de-
fectos ingénitos de un tipo de régimen surgido en el laboratorio del siglo XX.
La parte más lúcida de la izquierda mundial defiende las conquistas de la
revolución cubana, criticando al mismo tiempo su modelo institucional y las
perversiones sociales que arrastra. Es lo mismo que haríamos con cualquier
organismo vivo de la historia. E. Galeano, J. Saramago, E. Mandel, Alan
Goods, Hugo Blanco, I. Wallerstein, E. Düssell, I. Mészáros, Tarik Alí, C.
Katz, L. B. García, D. Harvey, Atilio Borón, entre muchos otros, han escrito o
dicho similares opiniones a estas de Chávez en 1998, sin que eso les impida
defender a Cuba de los ataques del imperialismo. Hace mucho se acabó el
pensamiento único inspirado en el padrecito Stalin.
En la propia Venezuela bolivariana es común escuchar voces de queja
en los pasillos gubernamentales de funcionarios chavistas que no gustan
mucho de los modos “verticalistas de los camaradas cubanos”. Eso no les
impide colaborar con ellos en las tareas comunes. Una de las costumbres
que más molesta en la militancia bolivariana es el hábito de vigilancia
2 http://www.youtube.com/embed/o2q8651-ISU.
295
desmedida, casi paranoica, que traen de la isla y el celo con los datos de
algunas misiones, especialmente la de Barrio Adentro, cuyas estadísticas
son casi secretos del Estado cubano. Al mismo tiempo, a miles de médicos,
enfermeras y educadores cubanos que habitan en Venezuela les sorprende
la particular combinación de pasión revolucionaria con democracia de la
militancia bolivariana. A otros les aburren tantos debates en los Consejos u
otros organismos sociales, y a algunos centenares se les dio por aprovechar
la tarea internacionalista para enrumbarse con sus bártulos hacia otro des-
tino. Ubicados en el año 1998 uno no puede saber qué entendía el presiden-
ciable Chávez por “dictadura” o por “Cuba”. Como el asunto es más complejo
que la simple palabra dictadura sin aclarar de quiénes, a través de qué y
sobre cuáles, preferimos conformarnos con que aquel Chávez irreverente es
el mismo Chávez que años después sacó de sus casillas a un rey europeo y
convirtió en “polvo cósmico” al dueño del planeta.
Chávez sabía mucho del Che y muy poco de Fidel y su gesta revolucio-
naria. Fue en la cárcel de Yare cuando pudo leer dos textos de y sobre Fidel
Castro. Así lo reseñan los periodistas cubanos Rosa Miriam Elizalde y Luis
Báez: “La Historia me absolverá, y la extensa entrevista que el presidente
cubano le concedió a Tomas Borge, recogida en Un grano de maíz”.
El militar bolivariano y Rafael Isea se encargaron de despejar cual-
quier duda mientras volaban en el avión que los llevaba a Cuba el 13 de
diciembre de 1994. “Yo estaba convencido de que no vería a Fidel”, les dijo a
los periodistas en medio del relato sobre el alboroto que se armó en el vuelo
de Viasa cuando los otros pasajeros se enteraron de que entre ellos iba “el
comandante Chávez”. El avión se convirtió en un jolgorio aéreo de gente
intrigada y curiosa. Un grupo se arremolinó a su alrededor mientras el cir-
cunspecto Isea trataba de poner un orden imposible tratándose de Chávez y
del modo de ser venezolano. Cuando una mujer le preguntó si se encontraría
con el jefe cubano, le dijo: “¿Por qué Fidel tendría que dedicarme una parte
de su precioso tiempo?”.
La prensa capitalista y los interpretadores de oficio vistieron el en-
cuentro con ropajes tan conspirativos y calculados que lo convirtieron en
una rupestre novelita policial. Algunos le agregaron después aderezos psi-
coanalíticos. Eso hizo el ingeniero y político venezolano Leonardo Montiel
Ortega cuando dijo en 2001: “Entre Chávez y Fidel hay una relación de
tipo freudiana, sexual”. Teodoro Petkoff y el argentino Andrés Oppenhei-
mer descubrieron en el abrazo extraños genomas solo portados por tiranos
de nacimiento.
Tampoco ayuda a comprender el valor de aquel encuentro cuando se le
endosan argumentos igualmente teleológicos, escabrosos y subjetivos. Por
ejemplo, el que me dijo un militante del Partido Comunista argentino en
2010. “Es que la unión de Chávez con Fidel fue como la llegada de la luz del
sol”. Tanto entusiasmo celestial oscurece el conocimiento. Con mayor serie-
dad, pero víctima de la misma visión, un embajador cubano aseguró: “Solo
Fidel podía ver en Chávez un verdadero potencial para continuar la lucha
296
contra el imperio”3. Estos arranques proféticos sobre la aparición de Chávez
no nacieron con el encuentro en La Habana. Unos meses antes, en Buenos
Aires, Gregorio Pérez Companc, que en ese momento era el más grande em-
presario argentino, dijo lo mismo aunque desde una posición de clase opues-
ta: “Este muchacho puede llegar a ser presidente de su país, nunca se sabe”.
En consecuencia, aportó su cuota de dinero a los gastos del venezolano en
su primer viaje a ese país. Por si acaso. También tuvo razón. Otros habrán
dicho lo mismo en otras latitudes. Bastaba ver a un hombre como Chávez
armado de un proyecto y con tanta pasión cargada al hombro, dentro de un
país institucionalmente quebrado como Venezuela, para advertir que él, o
cualquiera como él, tendría un destino similar. Otros amigos de entonces,
como Norberto Ceresole, entendieron que aquella visita era una aberración.
“Hugo no entendió que su viaje a Cuba le hacía más mal que bien”4.
El valor de aquella reunión temprana en la capital de la Revolución la-
tinoamericana, la escala de sus efectos y consecuencias estuvieron sembra-
dos de condiciones más reales. Tanto en lo humano de los personajes como
en lo político contingente para el Estado cubano y para el jefe solitario de un
movimiento bolivariano que buscaba su lugar bajo el sol.
297
La prehistoria del encuentro con Fidel había comenzado apenas tres
meses antes, muy pocos días después de que el preso más famoso de Vene-
zuela pisara tierra libre y su visita a un canal de televisión se transformara
en un escándalo de entusiasmo popular. Eso fue lo que le llamó la atención
al embajador cubano en Caracas, Norberto Curbelo: “La primera noticia de
Hugo Chávez que aparecía registrada en 1994 en los archivos del Consejo de
Estado, estaba fechada el 28 de marzo de 1994”. La escribió este diplomático
en nota directa al mismísimo Fidel. La debe haber leído con los mismos ojos
de viejo conspirador que aprendió a leer más allá de las palabras y a percibir
señales de coyunturas y personajes. El embajador Curbelo le recomendó: “El
fenómeno Chávez hay que seguirlo con atención los próximos meses”8. Este
fue el tercer paso hacia La Habana.
Esos meses fueron cruciales en la vida política de Hugo Chávez. Visita-
ría varios países y movimientos para crear una Internacional Bolivariana y
volvería sin remedio, pero con el iluminado de Buenos Aires al hombro. Los
archivos del Estado cubano registran lo que Elizalde y Báez definen como
“una segunda evidencia” de la aproximación lenta y paulatina, pero inexo-
rable, del venezolano a La Habana. Era: “Del 1º de septiembre, informaba
brevemente de la conversación entre el líder bolivariano y Eduardo Fuentes,
representante en Caracas del Departamento América del Comité Central”.
Este contacto fue un pedido oficial del nuevo embajador, Germán Sánchez
Otero, llegado un mes antes a Caracas. Este fue el cuarto paso hacia La
Habana. Por segunda vez Chávez entregó al emisario sus saludos a Fidel.
Este contacto tuvo otro carácter. Todo lo casual comenzado por Euse-
bio y Hugo unos meses antes se iba transformando en un acercamiento de
enamorados furtivos. Quizá ese sigilo de conjurados imprimió un toque de
novela policial a la reunión de Chávez con el embajador cubano y el hombre
del Comité Central: “Salieron en un carro de la embajada, y en cierto lugar
previamente acordado, los esperó Lino Martínez en el automóvil de su her-
mana. Después de verificar que no eran seguidos por la DISIP, se dirigieron
hacia el apartamento”. Esta vez, junto con el tercer saludo, Castro declaró
en la reunión secreta en la casa de Miquilena, mientras la señora Miquilena
ofrecía cafecito caliente: “...que, independientemente de las contingencias en
Cuba, él siempre estaría a nuestro lado. Volvió a reiterar su admiración por
Fidel, y su deseo de ir pronto a la isla y conversar con él”9.
Eusebio Leal no podía imaginar el efecto de su convite bolivariano. Lo que
una noche en el Ateneo de Caracas comenzó como una invitación personal se
estaba convirtiendo en algo demasiado serio para terminar en un silencioso
salón de la Sociedad Bolivariana de La Habana. Por primera vez Hugo Chávez
recibía una invitación oficial del gobierno de Cuba. Se la hicieron el embaja-
dor y el hombre del Comité Central el 12 de septiembre de 199410. Bastaron
298
diecisiete días más para que el Comité Central decidiera “dar curso a la
invitación para que Chávez viajara a Cuba en la fecha propuesta”11. Este
fue el penúltimo paso. La jefatura política cubana había despejado sus du-
das y titubeos sobre el líder bolivariano. De ahí en adelante hasta el día de
diciembre de 1994 en que aterrizó en La Habana y se abrazó con Fidel fue
un solo acto sin retorno.
El 13 de diciembre, al bajar la escalerilla y ver que lo esperaban Fidel y
la jefatura del PCC, Chávez entendió que había comenzado un camino nue-
vo. No lo conocía pero estaba dispuesto a recorrerlo. Incluso sabiendo que
con esa visita “se disparaban todas las alarmas” en Venezuela y en Washing-
ton, tal como contó la investigadora de la DISIP a Elizalde y Báez12. Desde
entonces, Chávez se convirtió en hombre de confianza de Cuba y la oficina
de Fidel, en la Meca de Chávez. Los Partidos Comunistas latinoamericanos
comenzaron a mirarlo con otros ojos después de haberlo condenado por el
golpe de 1992. El cientista político argentino Atilio Borón me contó en 2008
que una vez lo visitó uno de los jefes del PCA para pedirle la firma por “el
comandante bolivariano”. Además de dársela con dudas a causa del mismo
hecho, se preguntó por qué lo defendían con la misma facilidad que lo ha-
bían condenado. De ese encuentro entre los dos líderes nacieron dos relacio-
nes mutuamente correspondientes: una es de consejero-aconsejado; la otra,
una relación de Estados entre Venezuela y Cuba solo superada por la que
tuvieron las repúblicas de Colombia hasta el triunfo de la Cosiatta.
Desde el año 2002 Chávez es visto como algo similar a un continuador
de Fidel, que a su vez fue el continuador de otras figuras revolucionarias de
nuestra historia. Pero Chávez es, al mismo tiempo, una superación en algu-
nos sentidos. El desarrollo del ALBA, la textura social y el tipo de régimen
que sostienen al bolivariano son tres de las posibles muestras. A Chávez lo
ayudó el momento histórico, la inexistencia de la URSS, el peso relativo ma-
yor del país en el mapa hemisférico, su presupuesto petrolero y el carácter
del movimiento social que lo tiene sobre sus hombros. Sea como sea, desde el
liderazgo revolucionario de Fidel desde el triunfo de la Revolución Cubana
en 1959, no existió hasta Chávez una personalidad de similar atracción en
el escenario internacional de la izquierda socialista. Ninguna de las rebe-
liones previas dejaron una figura de su talla. La heroica revolución nica-
ragüense no produjo una personalidad histórica similar, entre otras cosas
porque fue derrotada y las derrotas borran epopeyas. Entre Fidel y Chávez
median similitudes y diferencias dentro de una continuidad histórica. Dos
tiempos, dos movimientos, dos estilos, dos líderes que aunque nunca se hu-
bieran conocido se habrían encontrado en la inexorabilidad de la revolución
continental.
299
SÉPTIMA PARTE
EN LA MIRA DE WASHINGTON
Miguel de Montaigne
49 definiciones y
un giro a la izquierda
Con el paso de los años Hugo Chávez terminó convertido por obra pro-
pia y por la insoportable vecindad de Estados Unidos en su enemigo número
uno. El propio Fidel Catro –y sus barbas tan temidas en la Oficina Oval
desde 1959– ya es como pesado recuerdo de noches de insomnio. Pero con
Fidel tienen por lo menos una ventaja, pueden hacer cálculos y equivocarse,
es previsible. Con Hugo Chávez es lo contrario.
Desde 1992 fue una señal para las oficinas que siguen la gobernabilidad
venezolana desde el Departamento de Estado, un signo que fue creciendo
desde que salió de la cárcel cuando vieron al oficial empeñado en continuar
lo que había iniciado. Pero no más que eso, un indicio, un síntoma del riesgo
que apenas comenzaba. Desde que se convirtió en candidato y las encuestas
lo dieron ganador a mediados de 1998, la alarma disparada por su visita a
La Habana sonó de nuevo y esta vez en serio. La tranquilidad expectante
del imperialismo ante el primer gobierno de Hugo Chávez se manifestó en
manoseos de todo tipo. Canales que luego lo demonizaron y publican pedidos
de asesinato, como la CNN o Fox News, revistas y periódicos solicitaban entre-
vistas y evitaban las preguntas delicadas. Incluyeron las sonrisas de Clinton,
Blair y Carter. Era el trato correspondiente a un presidente que le había
dicho a Clinton en su despacho que quería convivir en paz con ellos y daba
algunas muestras de que era cierto. El pago puntual de la deuda externa fue
una de ellas, las declaraciones a favor del Mercosur y sus gobiernos también.
Se quedaron más tranquilos cuando le aseguró a Clinton en Washington
que el petróleo venezolano estaba garantizado entre Maracaibo, el Orinoco
y Long Beach.
Como toda ilusión respecto de la buena vecindad con un Estado impe-
rial, la que se había propuesto el presidente de Venezuela al llegar al poder
en 1999 explotó el mismo día en que cayeron las dos Torres Gemelas. Fue
como si el desplome de la imagen inexpugnable de Estados Unidos hubiera
acelerado los tiempos de la política internacional y los de Hugo Chávez en
303
particular. La tranquilidad de su gabinete se alteró para siempre. Las reu-
niones que eran maratónicas comenzaron a ser más ejecutivas. El tiempo
de los sermones del jefe de Estado a ministros remisos, a los que andaban
en trapisondas presupuestarias, o a los que le presentaban informes mal
redactados, sin acentos bien puestos y con proyectos sin sustentación, se
fue reduciendo. Todo comenzó a acelerarse en la vida política venezolana.
Fedecámaras, la Iglesia y Consecomercio comenzaron la primera fase de
fragilización institucional y la NED y USAID comenzaron a ponerle el ojo a
lo que pasaba en Miraflores y la plata a diarios como El Nacional, Tal Cual
y a fundaciones como CEDICE. Como han develado los documentos de Eva
Golinger: la conspiración había comenzado en los sigilosos del Departamen-
to de Estado.
Las conquistas democráticas y el estado de movilización social desatado
desde 1998 le dieron cauce a las luchas populares. Los trabajadores arrecia-
ron sus luchas, los barrios comenzaron a organizarse en círculos bolivaria-
nos y en muchas otras formas, los campesinos se pusieron en movimiento,
nació la Fuerza Bolivariana de Trabajadores y la izquierda revolucionaria
comenzó a transformarse en una potencia social. La caldera social se llena-
ba de presión mientras el mundo miraba las tropas estadounidenses inva-
diendo Afganistán e Irak.
Fue en esos meses iniciales de 2001 que varios asistentes notaron que
el presidente comenzaba a ponerse tenso en las reuniones del Gabinete, más
concentrado, dedicaba mayor tiempo a revisar papeles, libros, expedientes y
proyectos. A mediados de 2001 comenzó a reaparecer el Chávez que se había
quedado a medio camino entre el triunfo electoral y la visita a Clinton. “El
jefe pareciera que anda pensando una vaina”. Nadie sabía qué, pero esta
aguda percepción de una asistente de su equipo jurídico en Miraflores fue
una clave para comprender la relación tensa entre el personaje y la realidad
que tenía enfrente.
En las alturas comenzó a formarse un fenómeno de ambivalencias y
dicotomías con fuertes olores a esquizofrenia política. El líder gobernaba en
nombre de un gobierno que giraba a la derecha con un discurso saturado de
frases que invitaban al camino opuesto. El pueblo actuaba, se organizaba y
crecía su conciencia hacia la izquierda, pero comenzaba a sentir que su voto
había instalado un régimen que cada semana se hacía más inentendible. Por
lo menos entre lo que se hacía y lo que se decía.
Algo andaba a la deriva y Hugo Chávez estaba al mando. Un Chávez
estaba emergiendo del otro que había dejado cuando se convirtió en candi-
dato de una alianza dominada por oportunistas. Un tercer Chávez estaba a
punto de salir del hombre de Estado cuya práctica ya no era la revolución.
Siguiendo su propia advertencia de poco tiempo atrás, en 2001 estuvo a
punto de convertirse en “uno más que lo intentó y no pudo”. Eso fue lo que
percibió y se lo dijo personalmente a su antiguo discípulo el “viejo sabio y
comunista” Esteban Ruiz-Guevara en 2001 cuando se saludaron a la salida
del Teresa Carreño. En su discurso, dijo: “Provoca confusión en el pueblo, y
304
en cualquier ente pensante. Y lo agrava el hecho de que a veces él dice una
cosa, y entonces un ministro plantea lo contrario”1. Se equivocó en la señal
del golpe que ya se andaba mostrando y creyó que no era posible. De este
enrevesado laberinto Hugo Chávez salió por el lado que nadie lo esperaba a
finales del 2001, después del corto camino recorrido de la mano de la Tercera
Vía con Clinton, Blair y Miquilena.
Los 49 Decretos-Ley de septiembre de ese año fueron su Ariadna de
un tiempo que condujo a otro tiempo. Pusieron en marcha lo que me había
advertido socarronamente Pedro Carmona en la entrevista de un año antes.
Cualquier cosa era soportable menos eso. La Constitución Bolivariana, la
democratización general de la sociedad, el despertar político de la gente,
incluso el discurso presidencial. Pero tocar el petróleo con la Ley de Hidro-
carburos, el negocio de la pesca de arrastre y los dos mil millones de dólares
anuales en el negocio turístico del Caribe y la costa oeste de Estados Unidos,
y la propiedad de la tierra... eso no era tolerable. Aunque no estaba previsto
en el programa de gobierno, en la acción presidencial ni en las declaraciones
oficiales hasta mediados de 2001, fue suficiente su anuncio para que desde
ese día se “dispararan todas las alarmas”.
305
2002, un golpe inexorable
Una terrible coincidencia quiso que la misma isla solitaria fuera el des-
tino de dos nacionalistas latinoamericanos del último medio siglo. Juan Do-
mingo Perón y Hugo Chávez Frías. Ambos bajo la condición de derrotados a
cuarenta y siete años de distancia. Al primero le costó dieciocho años volver,
mientras que al segundo solo 47 horas insólitas. Perón había llegado a la pe-
queña, lúdica y desierta isla caribeña La Orchila, a 180 kilómetros al norte
de Caracas, huyendo de los “gorilas” que lo habían depuesto en septiembre
de 1955. Alguna vez, hacia 1954, la isla tuvo unos cien habitantes que fue-
ron echados para instalar una base militar y una frondosa casa presidencial
de “recreación”. Hasta allá llevaron a Chávez desde la oscura base de Turia-
mo, a unos 160 km sobre la misma costa Caribe.
Cuando Perón viajó de Caracas a la isla andaba acompañado de la bai-
larina Isabel Martínez (luego de Perón), rescatada de un club nocturno don-
de bailaba para el “Ballet de Joe Herald”, un conocido cabaretero yanqui que
conmovía las noches panameñas. La dictadura argentina había montado
una cacería sobre los movimientos del jefe justicialista para asesinarlo; casi
lo consiguen con un atentado en Caracas. Mientras Isabel departía y comía
guanábanas con Susana Duijm en La Orchila, Perón buscaba otro camino
para su vida de exiliado. A los pocos meses, Pérez Jiménez arregló su viaje a
España a través de República Dominicana, donde Leónidas Trujillo, conoci-
do como “el chacal del Caribe”, le garantizó seguridad, escolta, provisiones y
vuelo oficial a Madrid, donde se instaló hasta 19732.
Casi medio siglo después, Chávez caminaba sobre las mismas playas a
las 6 de la mañana del día 14 de abril de 2002, con un destino incierto en
Puerto Rico, un juicio en Caracas o la muerte si algún accidente se inter-
ponía. Pero esa madrugada no lo acompañaba la muerte heroica, sino algo
peor: caminaba bajo las estrellas del Caribe con el Cardenal Ignacio Velasco,
pieza fundamental del golpe, quien había viajado tan lejos para convencerlo
307
de firmar la renuncia más manoseada de la historia de las renuncias presi-
denciales.
Desde el 12 a las 6 de la mañana, cuando ingresa al 35 Regimiento de
Policía Militar de Fuerte Tiuna, lo “pasearon” como presidente preso de un
golpe de Estado, entre Fuerte Tiuna el día 12, la base naval de Turiamo en el
estado Aragua el 13 y, finalmente, a La Orchila, de donde lo pensaban enviar
a Puerto Rico en un avión del Departamento de Estado de los Estados Unidos
que encontraron en la isla3. Nunca se supo por qué Puerto Rico, pero sí quedó
establecido que se trató de una de las dos opciones del grupo sedicioso. La otra
–mantenida hasta el final por la mayoría– era hacerle un juicio y meterlo pre-
so dentro del país. Matarlo no fue la opción predominante. No le iban a mandar
un Cardenal si el objetivo era matarlo. En el pormenorizado relato de hechos
de los libros de Alexis Rosas y de Ernesto Villegas, con sucesos casi minuto a
minuto entre el 11 y el 14 de abril, no aparece el asesinato como la principal
opción. Sin duda rondó en las cabezas del ala más radical de los insurrectos.
Chávez lo invitó a caminar para pedirle perdón por los errores cometi-
dos que, según le dijo, habían contribuido a desencadenar los hechos. “Le pe-
dí que habláramos a solas y nos sentamos a la orilla del mar”. Allí rezaron y
Chávez le dijo que la asonada del 11 “es un llamado de atención para todos”.
Días después, relatando ese encuentro, le puso su toque mediúmnico sin el
cual Chávez no sería Chávez:
308
La base militar de la Fuerza Aérea del estado Aragua y unidades mili-
tares de Caracas, Valencia, Guárico, Portuguesa, Maturín, Valle de la Pas-
cua, Cumaná, Barquisimeto y Táchira fueron conmovidas por el golpe, ge-
nerando opiniones distintas entre sus oficiales. Alrededor del 80% de los
comandantes con fuerza propia en las Fuerzas Armadas no se había plegado
al golpe el 11 de abril. Una parte de ellos saturó los teléfonos y faxes de Mi-
raflores y de la 42 Brigada de Maracay pidiendo información o declarando
su adhesión a la resistencia5.
La fuerza de los hechos hizo que Maracay se convirtiera en el centro de
la resistencia al golpismo porque el 12 a las 8.30 de la noche tenían rodeada
la base militar de los paracaidistas. Fue la ciudad donde mayor gente salió a
las calles desde los barrios obreros del sur y donde pudieron contar con una
fuerza armada que se opuso a Fuerte Tiuna. La combinación entre fuerza
social y poder militar les dio confianza política. Fue un hecho que comenzó
por ser social y convergió con el malestar militar. Sin la insurrección de la
gente desde los barrios rodeando los cuarteles es difícil pensar que los ofi-
ciales se hubieran atrevido a salir y ponerse al frente de la resistencia. Los
oficiales no tenían esa práctica política, no era su hábito ni su aprendizaje
en la vida. Aunque algunos demostraron capacidades de líderes en aquellas
jornadas. Quizá el caso más conocido es el de García Carneiro, que arengó a
las masas frente a Fuerte Tiuna. Y el de un olvidado coronel llamado Mario
Arveláez que se transformó en orador en pocas horas frente a una multitud
enardecida a las puertas de la 42 Brigada. “Él fue y se colgó ahí; mira, aquí
lo vemos arengando a la gente”, certificó el ex general Isaías Baduel en una
declaración al periodista aragüeño Perdomo Marín6. Arveláez fue el vocero
del Comando armado por García Montoya y Baduel en Aragua cuando es-
cribieron el manifiesto “Restitución de la dignidad nacional” el 13 de abril
a mediodía. Un papel que pasó inadvertido en medio de la rebelión de los
maracayeros y los caraqueños.
El rol político organizador y de agitación lo cumplió una parte de los
cuadros y líderes de la izquierda de Aragua que estaban por fuera del MVR,
como Carlos Lanz, Tito Viloria y Edward Castillo, un personaje central en
la resistencia aragüeña. Y algunos de adentro como Aristóbulo Iztúriz, la
negra Antonia Muñoz en Portuguesa al convocar a la calle a los campesinos,
o Manuel Grillo, entre otros en Vargas. No fueron los únicos, solo algunos
ejemplos de inteligencia política y valentía en medio de los acontecimien-
tos. Los principales dirigentes del Movimiento V República no pasaron la
prueba de los acontecimientos. Algunos rayaron en la traición a las masas.
El jefe de esa organización en Aragua permanecía escondido mientras en
La Placera gritaban 50 mil personas. La psicóloga clínica Cristina Alfonzo,
del Comité Asesor de Maracay, cuenta en el libro 12 de abril. El ejemplo que
Maracay dio la respuesta de este dirigente del MVR el 12 abril, cuando el
5 PERDOMO, MARÍN, Oscar, 12 de abril. El ejemplo que Maracay dio, pp. 61-62.
6 Ibíd., p. 57.
309
padre de ella lo llamó para que asumiera la dirección de las acciones: “Vie-
jito quédate tranquilo. Esta vaina se acabó... Aquí nadie se va a mover...
¡Ya esto se murió!”. Esa fue su única respuesta. Esto pensaron muchos más
dentro y fuera del MVR7.
En menos de dos días desalojaron de Miraflores a los golpistas. Las ac-
ciones callejeras en Caracas, según testimonios registrados por los videoas-
tas de los medios alternativos y militantes que participaron, comenzaron a
mediodía del 12 de abril, con enfrentamientos a la Policía de Alfredo Peña,
el Alcalde Mayor de Caracas, ex jefe de prensa de Chávez. En el documen-
tal La Revolución no será transmitida aparecen algunos hechos ocurridos
en las calles céntricas, alrededor de los Ministerios y Banco Central de las
avenidas Urdaneta y Baralt. Algunas acciones fueron armadas, aunque sin
centralización política, protagonizadas por jóvenes de barrios pobres y mili-
tantes de izquierda del oeste caraqueño. Era la misma señal que apareció en
Maracay, donde miles pidieron armas para marchar a Caracas. Las masas
no ingresan a una revolución para jugar a las escondidas.
Los barrios de las Parroquias de El Valle, el 23 de Enero y Pro Patria, al
noroeste, Caricuao, al suroeste, y Petare, al extremo este de la capital, fue-
ron las fuentes caraqueñas de la resistencia. No por casualidad, allí radican
los más fuertes movimientos sociales y medios comunitarios de hoy:
Unas horas antes, un e-mail enviado a Chile había logrado hacer correr
por Internet, el 12 de abril, una carta en la que se alertaba del peligro. Fir-
maba “Carmen”, que resultó ser Carmen Hernández, una chilena radicada
en Venezuela, ex directora de arte del CELARG:
310
ciudades de América Latina. En Buenos Aires, la emisora comercial Radio
Mundo la copió, transcribió y transmitió de inmediato con este contenido:
9 Copia fotostática obtenida por el autor en Radio Mundo, Buenos Aires, mayo de 2002.
10 Luis Britto García, Roberto Hernández Montoya, Gonzalo Gómez.
311
media del este caraqueño y que, en las calles de Guatire y Guarenas, gen-
te trabajadora se había tirado a las calles en protesta. En el 23 de Enero
jóvenes y militantes también comenzaron a tomar los callejones y esqui-
nas, mientras que en Maracaibo y Guárico las acciones comenzaron el día
13 a media tarde: “Era impresionante ver el metro vacío, completamente
vacío en todas las estaciones, la ciudad estaba en otra parte”. Esta vívida
expresión de Sofía es una muestra del impacto subjetivo del golpe y la in-
mediata reacción de las masas. Es difícil establecer el lugar y el momento
donde comenzó la resistencia, pero es fácil saber que fue una respuesta al
discurso de Carmona y a la retirada de escena de la masa derechista que
lo sostuvo el 11 de abril. Lo más probable es que ocurrió como una acción
simultánea entre Maracay y zonas clave de Caracas y Miranda. Es una
historia por registrar.
Un escenario especial se armó en la insurrecta ciudad de Maracay, don-
de el general Isaías Baduel, a cargo del mayor comando aéreo del país y del
Cuerpo de Paracaidistas, había decidido resistir al golpe. Baduel se trans-
formó el 11 de abril en un héroe nacional casi por casualidad. Su rol no
fue central y sobre él aún pesan serias dudas sobre su conducta dubitativa
hasta el 12 de abril, en que se puso al frente de algo que había comenzado
a caminar por cuenta de la gente. Pero Baduel no había caído del cielo. En
1982 fue uno de los cuatro conjurados que se reunieron frente al árbol Sa-
mán de Güere para hacer el Juramento que dio vida al movimiento militar
bolivariano fundado por Hugo Chávez y Arias Cárdenas.
El libro laudatorio de Perdomo Marín lo vistió de héroe nacional a pesar
de que el mismo autor relata escenas que develan a un general más bien
atrapado por sus dudas políticas, su posición de comando y las relaciones
discretas que mantenía con gente de los más diversos tipos: empresarios,
banqueros, ganaderos, algunos de ellos implicados en el golpe, samurais,
brujos y escapularios chinos. El propio Shapiro le hizo dos llamadas telefó-
nicas el día 12, como registra el libro de Marín. Es posible que la campaña
de la prensa antichavista contra Baduel semanas antes al golpe respondie-
ra a lo que muchos creen hasta ahora: su vacilación política y la necesidad
de ganárselo para el golpe. La imagen resultante de los acontecimientos lo
dejaron instalado como un héroe nacional de la resistencia. Los hechos re-
latados en los libros de Perdomo Marín, más las consultas a militantes que
actuaron en aquellas jornadas y conocieron la conducta del general Baduel,
me permiten pensar que no es tanto como dicen quienes lo creyeron un hé-
roe ni tan poco como lo ven sus enemigos de hoy.
Baduel es un subproducto militar del acontecimiento, no su paradig-
ma y menos su figura heroica. Esa imagen es una resultante fenoménica.
La rebelión de las masas en Maracay había convertido a esta ciudad en el
centro de la resistencia nacional y a Baduel en su figura por haber estado
al mando de su centro militar. Si las piezas se hubieran ordenado de otra
manera, su rol habría resultado ínfimo debido a sus posiciones conservado-
ras. En él ajusta parcialmente la vieja frase “estaba en el lugar adecuado a
312
la hora debida”. Lo demás le vino casi solo. Los hechos son como son cuan-
do ocurrieron. Baduel jugó un rol de indudable valor en la resistencia. Sus
dudas pudieron llevarlo al bando del Estado Mayor y no lo hizo. Sus ideas
conservadoras y militaristas no le impidieron aceptar la rebelión popular de
Maracay y compartir con ella su destino. Y el papel jugado en el rescate del
presidente en La Orchila fue decisivo.
Como a los personajes de una acción se les mide por su conducta en el
conjunto de su vida, Baduel no queda bien parado cuando su imagen de hé-
roe la debe guardar en el rincón de una cárcel por usufructuar fondos de las
Fuerzas Armadas. El siguiente informe personal, escrito por un militante del
ex Partido Socialista de los Trabajadores que estuvo en el frente de los acon-
tecimientos, revela la clave del drama y su epicentro social y militar: Maracay.
313
Afuera se confirmaba por vía telefónica de los avances populares: ce-
rrada la autopista regional del centro en distintos sectores por los habitan-
tes de distintos pueblos; en Caracas avanza la movilización de millares por
la Avenida Sucre sobre Miraflores y columnas de manifestantes avanzan
sobre el Fuerte Tiuna; concentración masiva en Maracaibo frente al perió-
dico Panorama.
A la 2 pm ya estaba confirmada la toma de Miraflores por la mani-
festación, también se constataba que una gran concentración rodeaba al
fuerte Tiuna. Para regocijo de todos: Maracay se había convertido en el
epicentro de la resistencia a la Junta Provisional.
La multitud que se reunió en torno al Fuerte Tiuna en Caracas y la
guarnición de La Placera en Maracay desafiaban la posible acción represi-
va con armamento de guerra, pero la movilización fue muy grande, parali-
zando a los militares golpistas que tuvieron que retroceder.
Los militares de la Guardia de Honor de Miraflores se declararon con
Chávez, y junto con las masas que ya habían arropado a la casa de go-
bierno tomaron el control. A las 4.30 pm el general golpista señala que la
nueva junta ha cometido errores y condiciona el apoyo. Veinte minutos des-
pués, el gobierno provisional en franco retroceso anuncia la rectificación de
su decreto de disolución de los demás poderes públicos y dijo que Chávez se
iba del país; fue el último respiro de Carmona en el poder. El Alto Mando
Militar, que se había reunido en torno al comandante general del Ejército,
Efraín Vásquez Velasco, se había fracturado, los oficiales subalternos se
quedaron sin mando y el país quedó sin gobierno.
13 de abril, 6PM
A las seis de la tarde la concentración alrededor de los paracaidistas de
Maracay era multitudinaria y nos informan que en el palacio de Miraflores
era igual. Para ese momento ya se habían restituido la Asamblea Nacional y
demás Poderes Públicos, los ministros de Chávez estaban regresando a Mi-
raflores y se esperaba el nombramiento del vicepresidente como Presidente
provisional. Hasta aquí se había logrado el triunfo sobre los que intentaron
instaurar una dictadura disfrazada de civilista, así lo percibíamos y comen-
zó una gran celebración entre los que rodeábamos la guarnición de paracai-
distas. En todos los barrios populares y en las calles se festejaba el triunfo,
lo que faltaba era la aparición del presidente constitucional.
Ver a Chávez
Después de este momento lo que se quería era ver a Chávez, las noti-
cias que daban los oficiales por momentos se tornaban angustiosas ante la
posibilidad de que estuviera muerto. Tres helicópteros llegaron a la base,
la multitud aplaudía y gritaba, se pensó que regresaba Chávez. Con pesa-
dumbre, informaron que se estaban preparando para el rescate, ya que el
presidente seguía detenido en La Orchila y así despegaron de nuevo.
Después de algunas horas regresaron, esta vez sí se trataba de Chávez,
lo habían traído al Hospital Militar que está detrás de la guarnición para
un chequeo médico, pues tenía costillas rotas, pero estaba fuera de peligro.
Este fue el parte que dieron los oficiales, no explicando cómo fue el rescate.
Esto ocurrió aproximadamente a las 2 am y en seguida la multitud que
314
aún permanecía intacta comenzó a corear “¡Volvió, volvió, volvió...!”. To-
dos esperaban ver al presidente, aunque fuera en camilla, sin embargo, no
fue así, un último mensaje del general de la guarnición que había ganado
reconocimiento en la población habló para agradecer todo el apoyo que le
habíamos brindado, lo cual lo describió como un gran abrazo que les daban
los civiles a los soldados, conminó a las personas a irse a sus casas, ya que
el presidente debía guardar reposo y tenía que viajar a Caracas. Un poco
desilusionados por no haber visto al presidente, nos retiramos a nuestros
hogares para verlo a través de la televisión.
Fue así como Maracay contribuyó con la movilización revolucionaria
de las masas que logró destruir las pretensiones de sectores empresariales,
de la alta oficialidad, sectores políticos, quienes junto a los medios de co-
municación intentaron acabar con las conquistas democráticas del pueblo
venezolano.
Acorralado en Miraflores
Pero al 13 se llegó porque el jueves 11 de abril cientos de miles de opo-
sitores de baja y alta clase media y la burguesía en pleno también se in-
surreccionaron. No marchaban detrás de una pancarta que dijera “Golpe”,
pues nadie jamás lo ha hecho en el mundo. No era necesario: los movía un
sentimiento de odio y un miedo de clase, suficientes para sentir ganas de
comerse vivo al presidente y a varios de sus ministros y diputados. Los me-
dios de prensa capitalistas habían logrado ordenar el odio como una fuerza
nacional mediante una campaña sistemática que convirtió a Chávez en el
demonio creador de todo lo malo y lo feo bajo el sol venezolano.
Pero el odio no nació en los medios, ellos fueron sus reproductores masi-
vos. Su raíz se encuentra en la insoportable convivencia de esas clases privi-
11 BASTIDAS, E. Relato enviado por e-mail al autor el 17 de abril del año 2002.
315
legiadas con un gobierno que les hablaba a diario de revolución y un pueblo,
pobre y de piel morena, que avanzaba en su poder social sobre el conjunto
de la sociedad. Y, por supuesto, un imperio al norte del hemisferio que se
cansó de tolerar las intemperancias verbales y desplantes de independencia
y soberanía del presidente Chávez desde septiembre de 2001.
Afganistán fue el desencadenante porque Chávez no acompañó a Bush
en esa guerra, ni en la que siguió contra Irak. El mismo mes de septiembre
de 2001, las “49 Leyes” hicieron el resto. En este sentido, tiene razón el pe-
riodista venezolano Miguel Salazar cuando afirma que los golpistas de abril
fueron “los miembros de un grupo capitalista desplazado por los nuevos ri-
cos”. En el centro estaba Gustavo Cisneros.
316
siempre, es su mejor retratista espiritual. En la declaración que hizo ante
los fiscales que investigaron el golpe develó el desarrollo de su obra. En ella
develó con honestidad su acción y su parálisis política como protagonista
central del acontecimiento. El esquema es el siguiente: el presidente, con la
idea de que está derrotado, se refugia en su Despacho de Miraflores, donde
se reúne muchas veces pero casi siempre con militares, muy pocas con civi-
les, como José Vicente Rangel entre algunos más. “No se ha reunido con sus
ministros; solo lo ha hecho con los militares en quienes confía…”13.
Las masas chavistas se replegaron impotentes, asombradas por la fero-
cidad de la violencia de la tarde y la ausencia de ofensiva gubernamental. Ni
el presidente ni los dirigentes del MVR, del PPT o Podemos les dieron una
sola orientación frente al enemigo. Solo la Asamblea Popular Revolucionaria
de Caracas, una agrupación de vanguardia, ofreció una respuesta adecuada,
la cual fue descartada por los jefes políticos del régimen. Una buena imagen
de la errada comprensión de los hechos y su dinámica la dio el alcalde de
entonces, Fredy Bernal, un hombre muy ligado a los movimientos sociales
y de posiciones bien firmes en esos días. El 10 de abril en horas de la noche
le dijo a varios miembros representativos de la Asamblea que el intento
golpista fracasaría porque “el 90% de las Fuerzas Armadas respondían al
gobierno y al presidente”14. También y por motivos similares, las masas gol-
pistas se fueron de las calles al final de la tarde del día 11. En ese punto se
produjo un fenómeno social sorprendente: “La gente en sus casas no acierta
a comprender lo que ha pasado (...) El pueblo insomne sigue sumido en un
profundo shock por la masacre (...) Cómo ha sido posible que se haya llega-
do tan lejos”15. La intelectual Carmen Hernández, una chilena radicada en
Venezuela que habita en un barrio de clase media alta del este de Caracas,
vivió ese cambio del estado de ánimo:
317
estudiado, ni siquiera reseñado en clave periodística por ningún texto. Dos
clases, dos condiciones de existencia, dos impulsos morales opuestos, dos
acciones que revelaron una paradoja.
La resistencia masiva de Maracay se trasladó al centro político de Ca-
racas. Allí se concentró por dos días la tensión nacional y se dividió en dos
poderes cuyo vértice era la estructura militar. No surgió una fuerza social
y política capaz de asumir ese rol necesario. Por un lado, estaba Miraflores,
acorralado, vacilante, con graves dudas y una sola pregunta: ¿cómo negociar
una salida decorosa? Por otro, estaba el Estado Mayor en el Fuerte Tiuna,
la principal plaza militar del país. Allí los golpistas permanecían firmes,
resueltos y exigían al presidente que firmara su renuncia incondicional y
que se fuera del país. El formato para firmar ya se lo habían enviado varias
veces por fax, por celular, de boca, por teléfono “fijo”, por la Iglesia, por la
televisión. También le pedían que destituyera al vicepresidente Diosdado
Cabello para que el camino les quedara libre. Y que se desalojaran el Pala-
cio y los Ministerios; caso contrario serían bombardeados. Un análisis más
fino hubiera dado como resultado que no tenían la capacidad ni la unidad
de mando para hacer tal cosa, pero lograron impactar en la moral de su
enemigo en Miraflores.
A las 9 de la noche amenazan con desplazar dos poderosos batallones de
tanques. Ahí comienza la cuenta regresiva de un reloj que hace rato estaba
en manos de los golpistas. La batalla se había perdido desde hacía varios
días, sobre todo desde la mañana del día 11 de abril cuando las masas cha-
vistas se fueron a sus casas desarmadas de política y de poder de fuego. La
defensa física quedó a cargo de militantes individuales o grupos menores;
eso condujo al incidente de Puente Llaguno. Allí, a metros del Palacio del
poder, dos cuadros políticos del chavismo dispararon contra las tanquetas
de la Policía Metropolitana que disparaba contra los bolivarianos que defen-
dían el puente. Esas fueron las imágenes que aprovechó el canal Venevisión,
y los demás canales, para difundirlas con el comentario: “Vea usted cómo
estos miembros de los Círculos Bolivarianos disparan a mansalva contra la
marcha pacífica de civiles opositores”17.
Fue fácil demostrar semanas más tarde la mentira de esa “información
periodística”. Lo que resultó difícil fue sacársela de las cabezas aterroriza-
das de quienes las miraban. Con ellas y otras movieron la balanza militar
y la opinión pública interna y del mundo a favor del golpe. La impotencia
política del gobierno crecía con las horas y una de las mejores expresiones
personales fue la cadena televisiva del presidente a media tarde. Habló dos
horas en medio de una situación que se tensaba a cada minuto y requería
resoluciones firmes y orientación política para la acción inmediata. Con el
paso de las horas de la noche, toda la obra se fue reduciendo a un cruce de
mensajes entre ambos poderes que llegó hasta las cuatro de la mañana. En
ese momento estaban tan agotados que Fuerte Tiuna amenazó con disparar
318
cañones sobre Miraflores y el presidente ofreció su cabeza para evitarlo. Así
lo cuenta el propio Chávez el 4 de mayo de 2002 ante la Comisión de Fiscales
del Ministerio Público: “Y tenía la preocupación de que nos agarrara el ama-
necer, con el canto de los gallos y no terminaba esa situación tensa y había
que darle una salida…”.
La salida estaba impuesta desde Fuerte Tiuna, como se lo dijo en la
cara el general González González, como a las cinco de la mañana cuando
Chávez llegó al Fuerte: “Entonces él viene y me interrumpe y me dice, ‘Aquí
no hemos venido a discutir nada, aquí sabemos muy bien lo que vamos a
hacer’…”18. El líder bolivariano, en su precaria condición de presidente en
entredicho, les venía explicando y argumentando de varias maneras que él
estaba dispuesto a renunciar, siempre que aceptaran sus condiciones, que
tampoco eran del otro mundo. Pedía que lo dejaran irse con su familia ente-
ra, que respetaran la sucesión del vicepresidente, de la Asamblea Nacional
y que se mantuviera la Constitución Bolivariana, el producto institucional
más pesado de su gestión hasta ese año.
Según registra el mejor relato periodístico sobre esa Noche de Genera-
les, de Alexis Rosas, hubo no menos de quince llamadas telefónicas, inclui-
das las de celulares, además de unas veinte frustradas; varias transmisio-
nes del formato de renuncia a aparatos de fax entre el Despacho de Chávez
y el Comando golpista en Fuerte Tiuna; unas siete reuniones de negociación
desde las 9 de la noche, entre enviados de cada bando, y por lo menos cinco
generales que parecían mensajeros de un golpe que no se decidía a ser golpe
y de un gobierno en ruinas que ya no gobernaba. Veamos este diálogo rela-
tado en el libro de Rosas.
319
Su relación de fuerzas social, política y militar se debatía en papeles que
llevaban y traían ditirambos constitucionales. Vista a la distancia, fue una
escena insólita, solo posible en la imaginación fantástica de un novelista o
en la originalidad de un hombre atípico en la historia de la conducta políti-
ca. Fue el propio Hugo Chávez quien se encargó de despejar esa duda: “Yo
lo leo en voz alta y yo había comenzado a agregarle cosas, a darle un toque
personal, buscando la Constitución”21.
Esta creativa manera de protagonizar golpes de Estado, y de enfren-
tarlos, puede resultar interesante para la literatura de ficción, pero en la
política no puede sostenerse por mucho tiempo. Y como las acciones históri-
cas crean personajes a su medida, apareció la figura del General de los Tres
Soles, Lucas Enrique Rincón. Muchos lo condenaron con verdadera injusti-
cia como un traidor al presidente cuando, en realidad, él solamente trató de
salir del embarazoso papel de mensajero entre dos bandos que jugaban a las
escondidas entre el 11 y el 12 de abril. Lucas Rincón, mano derecha del pre-
sidente hasta el 11 y un ponderado militar leal, asumió involuntariamente
el papel de hombre intermedio entre dos posiciones irresolutas y una situa-
ción polarizada. No porque Lucas dudara de Miraflores, sino porque había
quedado en medio con un mensaje cuyo contenido cambiaba de palabras, no
de sentido. Así quedó atrapado en el acontecimiento, aunque esa no fuera su
intención. La dinámica de los hechos arrolló su rol personal, como les ocurrió
a casi todos los jefes políticos y militares.
Lucas Rincón fue uno de los jefes militares que más cumplió órdenes
entre un poder y otro con el borrador de la renuncia presidencial. A las 3.25
de la madrugada se cansó de una actitud que no servía para definir nada en
Miraflores ni en el Alto Mando golpista. Menos le servía a él, que intentaba
mediar entre fuerzas que se negaban a definirse. Así registró su pensamien-
to el libro del periodista Alexis Rosas:
320
sido víctima de una trampa bien armada por Brewer-Carías y sus amigotes
oficiales. Así parece desprenderse del estudio ponderado del libro de Ernesto
Villegas: “No importa la renuncia. Ya Lucas la va a anunciar por TV y eso
es más que suficiente”23. El periodista sospecha esa posibilidad y opina que
“En política, como en el fútbol, también es posible jugar posición adelantada.
Aunque riesgoso”24. Como dato, no hay duda de que fue así. La cuestión es
por qué se produjo en alguien con tan alta responsabilidad institucional que
no tenía ninguna duda sobre su lugar en esa batalla.
Creemos que la famosa declaración fue el resultado objetivo de una situa-
ción, no de un hombre. La indecisión colectiva de un gobierno y una dirección
política paralizada se escapó a través de las veinte palabras de este general,
casi el único que escuchaban con respeto los golpistas. Dijo en Fuerte Tiuna
por un canal de televisión que Chávez había aceptado renunciar, sin aclarar
“las condiciones” del presidente: “Ante tales hechos, se le solicitó al señor pre-
sidente de la República la renuncia de su cargo, la cual aceptó”25.
El 1º de junio de 2009 el general Lucas Enrique Rincón Romero me
escribió desde Lisboa, donde es Embajador plenipotenciario, para aclarar su
conducta en los hechos relatados en esta biografía. Por respeto a su carta y
su derecho a réplica reproduzco este párrafo:
Era cierto que Chávez les había dicho a todos que estaba dispuesto a
renunciar, aunque se había negado a suscribir el formato de Fuerte Tiuna.
Como reseña Villegas en la página 132 de su obra:
Así pasaron los dos días más largos de su vida, hasta que el pueblo y
las Fuerzas Armadas lo rescataron de La Orchila. El día 12, a las cuatro de
321
la madrugada, Chávez selló una derrota político-militar construida durante
el día anterior, preparada en meses y anhelada desde 2001. Pero Chávez
esperaba que el golpe fuera “apegado a la Constitución”, lo que nadie en su
sano juicio podía concederle. En correspondencia, los golpistas proponían un
golpe negociado a través de un borrador. No se atrevían a entrar a los tiros
como en todos los golpes del siglo XX. Así, Lucas Rincón fue la conciencia
involuntaria de la derrota y el costo personal de la indecisión gubernamen-
tal. Con bastante honestidad el presidente aclaró meses más tarde a Marta
Harnecker que lo dicho por Lucas Rincón era de su responsabilidad política.
La dirección política del gobierno hizo un cálculo de maniobra que le salió
mal. El presidente quiso jugar a la táctica dilatoria, pero no resultó. Las
cartas de la relación de fuerzas estaban echadas. El general Lucas fue la
víctima propiciatoria en una madrugada borrosa del 12 de abril.
El golpe del 11 tanto como el contragolpe del 14 se parecieron a sus
protagonistas. La única estrategia del gobierno y de Chávez fue “evitar el
enfrentamiento en las Fuerzas Armadas y el derramamiento de sangre”.
Ni lo uno ni lo otro se pudo evitar. Su más grave falla como eje del poder es
haber reducido la reacción de toda la clase enemiga respaldada por el impe-
rialismo a un lío entre oficiales, desarmando políticamente a la población y
a sus propios oficiales leales.
Dos personajes clave del gobierno lo reflejaron con ribetes de patetismo.
José Vicente Rangel, “el más veterano” –como lo suele definir Chávez–, rogó
el 11 al mediodía a Marcel Granier, del canal golpista RCTV, y a Federico
Ravell, de Globovisión, que hicieran algo para impedir la llegada de la mar-
cha del este a Miraflores. El mismo día José Albornoz y toda la dirección del
partido chavista Patria Para Todos le suplicaron al embajador yanqui Char-
les Shapiro “su intervención para impedir una tragedia”28. Aquella manifes-
tación de impotencia política tuvo su complemento en otro sector de cuadros
políticos formados en la guerrilla de la década del sesenta.
Con la buena intención de enfrentar al enemigo esquivaron la realidad
y buscaron otra salida. Unos sesenta se reunieron clandestinamente en el
barrio de San Bernardino y hablaron de irse a la montaña otra vez, “coger
el monte” se dijeron a sí mismos. Quien relató esta peripecia en Buenos Ai-
res en 2003, Jacobo Torres de León, jefe de la FBT, dijo hilarante: “Los miré
a todos y les dije: ‘Quién sería capaz de correr una cuadra seguida sin un
infarto. Mi barriga es como un círculo bolivariano en expansión y la gente
no nos acompañará a la lucha armada’”. Jacobo tuvo razón. Coherente con
su chiste, al día siguiente se le vio al frente del tsunami de chavistas que
paralizaron el golpe en Miraflores.
Más profético resultó un anónimo funcionario y militante que aparece
en el documental La Revolución no será transmitida diciéndole al Alcalde
Menor de Caracas, Fredy Bernal, y al ex viceministro de Educación: “La
gente no se la va a calar, ya vas a ver que la gente no se la va a calar”. Era
28 Ibíd., p. 25.
322
como la medianoche y ambos funcionarios reposaban en el piso de uno de los
pasillos de Miraflores. La actitud y la pose de ambos contrasta con la activa
convicción del anónimo chavista. Al parecer era un asesor político del viejo
diputado bolivariano Morales. Sus palabras resultaron proféticas, aunque
no pasaba de ser una sensación, pues no dijo cómo o de qué manera podría
ocurrir tal cosa.
El conflicto ahogado en el Despacho Presidencial tuvo que ser resuelto
en las calles por las masas insurrectas en combinación con los oficiales y
soldados bolivarianos. La decisión final de Chávez resulta de un mar de
indecisiones políticas previas cuya relación de fuerzas ya se había vuelto en
contra días atrás. Eso explica la sorpresa de un golpe anunciado hasta en
documentos capturados al enemigo. La naturaleza del régimen impedía pre-
parar una defensa con métodos revolucionarios que disuadiera el poder de
los golpistas. Tanto la llamada de Fidel como la aparición de Lucas Rincón
por TV no variaban la relación de fuerzas. La resistencia armada propuesta
en las primeras horas por los ministros Rangel e Istúriz llegó como una bala
fría, a destiempo y sin conexión con las vanguardias bolivarianas, los orga-
nismos de trabajadores, los barrios y los batallones leales. Era un problema
de poder y había que resolverlo por medios revolucionarios. La dirección
política en general y Hugo Chávez en particular expresaron los límites del
régimen y del movimiento social que los sostenían. No existían organismos
políticos para superar la irresolución gubernamental. Desde las seis y algo
de la mañana del día 12, la prensa lo presentó como un “asesino”; él se vio
durante todo el día en la pantalla del televisor que le dieron en su pieza de
recluso provisional, bajo el estigma de su bisabuelo Maisanta, de quien su
abuela solía decir que fue un asesino.
“Otra vez preso, hijo”, fue la frase que le dijo su madre cuando se
metía en el carro que lo llevó a Fuerte Tiuna. Aquella frase le debe haber
revuelto la memoria de las derrotas que más había temido. De ellas sabía
por su bisabuelo, cuando la obsesión lo llevó a descubrir que había sido un
guerrillero derrotado, pero también por la izquierda que conoció en su ado-
lescencia de la mano de un “viejo comunista barinés”. Era la misma memoria
que guardaba del primer paradigma vivo que conoció del nacionalismo latino-
americano, a los 21 años, cuando fue a Perú y estuvo con Juan Velasco Alva-
rado, se impactó y luego, en 1975, lo vio depuesto por un general similar a los
de Fuerte Tiuna. La derrota también tuvo el rostro de Manuel Noriega, cuya
derrota había presenciado; o la entrega de Perón en 1955, de la que no sabía
nada. También la recordó en el Bolívar exiliado para siempre en Santa Marta;
en Sucre, asesinado en Berruecos, o en Miranda, recluido sin razones hasta
la muerte en La Carraca. Demasiadas imágenes, demasiados fantasmas en
sus horas tranquilas en La Orchila, adonde llegó como derrotado un día y al
otro salió triunfante para comprobar, como aquel 4 de febrero de 1992, que la
historia suele deparar sorpresas a los planes de sus hombres y mujeres.
Digamos, Hugo Chávez quedó atrapado en las contradicciones de un
proyecto que pudo llevar hasta donde pudo: 11 de abril de 2002. Pero había
323
llegado a un punto en el que tenía que decidirse. Eso lo comenzaba a ha-
cer con las leyes de septiembre, pero sin la debida organización social para
resistir la inevitable reacción. Aprendió en abril que la profundización de
la revolución era la única manera de salvarse de la condena que él mismo
había pautado para esos casos cuando dijo “Que Hugo Chávez termine sien-
do un despreciable, porque llegó a la presidencia de la República y terminó
siendo uno más”29.
324
OCTAVA PARTE
327
Al ex presidente de México, Vicente Fox, le dijo que era “el cachorro
del imperio” en octubre de 2004, al final de la Cumbre Presidencial de las
Américas en Mar del Plata, cuando Fox cuestionó su denuncia al ALCA y
su “falta de méritos democráticos”. También le dijo “cachorro del imperio”
al presidente de ese año en El Salvador. Al aprista Alan García, presidente
del Perú desde 2006, lo llamó “embustero” y “demagogo”, aunque Alan,
un buen socialdemócrata acostumbrado a negociar prefirió la conciliación;
sabe que Perú depende de la Comunidad Andina de Naciones, donde Vene-
zuela sigue pesando a pesar de haberse ido. Un año después Alan García
le propuso un pacto de lo que llamó “buena vecindad”. Chávez lo aceptó de
buen agrado.
Su formación cristiana le impide guardar demasiados rencores perso-
nales y es proclive a acordar sin dificultad, sobre todo cuando la veta reli-
giosa coincide con la oportunidad política. Lo ha demostrado en múltiples
circunstancias, algunas de gravedad, como la del golpe de Estado contra él
en 2002. Chávez y el fiscal Isaías Rodríguez, un abogado y poeta humanista,
acordaron sin muchas vueltas liberar a los golpistas detenidos en Mirado-
res. A pesar de que algunos de ellos lo querían ver muerto.
Uno de los rasgos llamativos del régimen bolivariano es que reposa so-
bre una amplia democracia política, lo que se expresa hasta en indulgencias
oficiales que en algunos casos orillan el error. Un ejemplo de esto fue el per-
dón a los golpistas y a Radio Caracas tv en 2002 cuando impidieron a miles
de chavistas la toma de la planta para convertirla en un gigantesco canal
comunitario. Este tipo de régimen no autoritario es una rareza hisórica si
lo comparamos con cualquiera de los regímenes nacionalistas similares del
pasado, cuyo signo fue el autoritarismo o el ahogo de libertades básicas. Es
la misma perversión institucional que registraron los regímenes llamados
del “socialismos real” del siglo XX.
En Venezuela no se conoce de ministros y altos funcionarios execrados,
encarcelados, expulsados o fusilados por haber salido del poder debido a al-
gún error grave o ineficacia. Se ha sabido de abusos o atropellos individuales
de militantes o luchadores sociales; pero ocurre lo mismo que en la vida de la
prensa: no existe un aparato de represión, de tortura a las personas o de cer-
cenamiento de la libertad de prensa y medios. Un caso grave por sus efectos
fue el del ex ministro Eduardo Samán, desplazado del gobierno por presión
de funcionarios incómodos con su conducta revolucionaria contra empre-
sas multinacionales. Otro, el del extinto general Alberto Müller, que prefi-
rió huir del “nido de alacranes” antes de que fuera tarde. Dos embajadores
venezolanos fueron despedidos de sus sedes diplomáticas de Buenos Aires
en 2005 y en 2006 en tiempos sucesivos, por errores políticos, por abuso de
poder y por personalistas. Lo que revela interés es que pudieron recrearse
en el escenario político venezolano sin ser sometidos a la vindicta pública.
Igual pasó con ministros que fueron dados de baja entre 2005 y 2007 por
no cumplir planes sociales con presupuestos asignados, por ejemplo, para
construir viviendas. Hubo ministros que quedaron olvidados, postrados y
328
apartados del poder por estar involucrados en corrupción, como Dávila y
Albarrán o, más recientemente, el dispendioso gobernador de Apure. En una
lista de este tipo deben ingresar aquellos que patrocinaron o participaron
del golpe de abril, como Luis Miquilena y Alfredo Peña, además de los dipu-
tados chavistas que se vendieron el 11 de abril.
Para los políticos tradicionales, de izquierda y derecha, ha sido cho-
cante que varios funcionarios hayan sido despedidos en público ante las
cámaras de televisión, en varios casos dentro del programa Aló, Presidente.
Sin embargo, el no haber sido condenados a la hoguera ni sepultados en el
ostracismo fue visto como una expresión más de la democratización de la
vida política. Hugo Chávez ha debido recurrir a la disculpa pública en algu-
nos casos, donde el despido fue ejecutado con ademanes de burla y escarnio,
como el de la primera semana de abril de 2002, cuando echó de la Gerencia
Mayor de PDVSA a miles de gerentes golpistas, haciendo sonar una cam-
panita y diciéndoles “pa fuera”, mientras iban pasando en “fila india”. A las
dos semanas, cuando les solicitó disculpas por televisión y los repuso en sus
puestos, el gesto político superó la anécdota. Fue visto como la continuidad
de una forma atípica de ejercer la vida pública. En todo caso, lo contrario a
lo que haría un régimen autoritario.
Uno de los mayores peligros de autoritarismo concentrado en la per-
sona del líder ocurrió la primera semana de junio cuando reprochó a los
intelectuales chavistas y de izquierda reunidos en el Centro Internacional
Miranda por haber opinado que padecía el defecto de “hiperliderazgo”. No
solo no fueron presos ni exiliados, ni escupidos en la calle, el mismo Chávez
reflejó el aspecto democrático del régimen con estas palabras: “No estoy mo-
lesto con los intelectuales pero también puedo criticarlos”. Pero la tendencia
bonapartista se coló por las rendijas de los niveles inferiores. Un viceminis-
tro propuso que el CIM fuera eliminado. En realidad, este vice hablaba por
muchos más, algunos de ellos ministros que deseaban ver a “los presuntuo-
sos intelectuales” fuera del gobierno.
Si es cierto el concepto marxista de que un régimen contiene la relación
de fuerzas temporal entre las clases, sus sectores y grupos, debemos suponer
que los intelectuales bolivarianos se salvaron de la hoguera porque la balan-
za no estaba a favor de los candidatos a Bonaparte, taimados en los pliegues
de las faldas institucionales. Con su más poderoso enemigo interno hasta
2002, Gustavo Cisneros, amigo y socio del clan Bush, factótum del golpe de
abril, acordó una suerte de “armisticio”. Fue a solicitud del empresario, en
una reunión entre ellos dos solos el 15 de abril de 2004, patrocinada por
James Carter en persona2. Cisneros dejó de hacer campaña sistemática en
su contra por su poderosa red de medios en todo el hemisferio y Chávez no
se metió con la concesión del canal 9 (Venevisión) en el espacio radioeléctrico
de Venezuela. El 11 de julio de 2007 Gustavo Cisneros declaró que “los cana-
2 SALAZAR, M. “El verdadero ejecutor de la orquesta del golpe fue Gustavo Cisneros”, Un
tal Chávez, LVM Editores Caracas, 2005, p. 8.
329
les de televisión no pueden confundir sus funciones con la de los partidos”.
Cisneros decidió recular3.
Otro caso emblemático fue el de Francisco Arias Cárdenas, su mayor
amigo en las armas y peor enemigo en la política. Arias Cárdenas se alejó
de Chávez en 1993 en la cárcel, se hizo aliado del gobierno de Caldera y
terminó como el candidato de la oposición contra Chávez en las elecciones
de 2000. Algunos años en el silencio de la soledad política lo convencieron de
volver a su origen bolivariano al lado de su viejo camarada. Su acercamiento
personal estuvo acompañado de solicitudes de viejos oficiales bolivarianos
y de políticos allegados a Chávez. Lo convencieron sin mayor resistencia
del reencuentro con el cerebral andino. Se trataba de un oficial bolivariano
tenido como uno de los héroes de 1992, cuando tomó el poder en Maracaibo
con una acción comando que duró menos de dos horas. Junto con Maracay
y Valencia fue el mayor triunfo militar de la asonada de 1992. En 2006 se
rejuntaron. Arias pasó a trabajar en altos cargos de la Cancillería; Chávez
le rindió un homenaje personal en el acto del PSUV el 19 de abril en el Po-
liedro de Caracas ante 9 mil militantes y todo el cuerpo ministerial. Hoy es
una pieza fundamental de la estrategia diplomática del régimen. Esto era
inencontrable en cualquier gobierno similar al de Chávez.
Al que no perdona ni que se lo pida Dios es al presidente George Bush.
La confrontación con este jefe de turno en la Casa Blanca quedará para la
leyenda en los anales políticos del hemisferio. Pocas veces se conoció algo si-
milar, ni por tanto tiempo ni con el estilo discursivo que hemos presenciado.
Así, en marzo de 2007, en la cancha de fútbol del Club Ferrocarril Oeste en
Buenos Aires, llamó “cadáver político” al presidente más poderoso del mun-
do, mientras este sobrevolaba el Mercosur desde Brasilia hasta Montevideo.
Lula y Tabaré, sus dos principales socios, tragaron grueso esa noche, pues
ambos mantenían buenas relaciones económicas y políticas con Washington.
Sobre todo Tabaré Vázquez que cometió la lujuria de firmar el “Pacto de pro-
tección de inversiones” el mismo día que Chávez y Kirchner se enfrentaban
a Bush y Fox por el ALCA en Mar del Plata.
El presidente de Argentina casi cosecha sus propios costos políticos a
pesar de ganarse el elogio de Chávez a Perón. Los gritos del venezolano sa-
lían de la capital de Argentina, donde la próxima candidata presidencial era
Cristina Fernández de Kirchner, la mujer del presidente. En aquellos años
ella era muy allegada a Hilary Clinton. Al asumir la Presidencia, en diciem-
bre de 2007, la mujer resultó la continuadora de la obra de su marido, pero
con más enfrentamientos con Washington que él. En enero de 2001 Cristina
se atrevió a la acción soberana de controlar un avión mafioso del gobierno
de Estados Unidos y devolverlo por donde vino. El propio Néstor se habría
sorprendido de tanto atrevimiento. En 2008 cuando el caso del corrupto An-
tonini Wilson salpicaba a ambos gobiernos y el FBI aprovechaba, acusó a
Washington de estar “sembrando basura”. Pero esa noche, mientras ella era
330
la candidata y mantenía buenas relaciones con la Clinton, Hugo Chávez se
atrevió a decir en su país que Bush se estaba convirtiendo en “polvo cósmi-
co”. Le puso el sello de presidente en desgracia con palabras que no tienen
registro en la historia del nacionalismo:
Unas semanas antes de Ferro había llegado más lejos en las Naciones
Unidas, tratándose de la rigurosidad protocolar de ese escenario del poder
mundial. No solo le dijo que olía a azufre, además lo mandó a un psiquiatra
y convirtió en best-seller un libro del escritor radical Noam Chomski, un
investigador crítico de Bush. En 24 horas, el libro de Chomski, cuya lectura
recomendó en su discurso, pasó del puesto 66.000 en el ranking de ventas al
lugar número uno en el mercado yanqui:
331
Hay mucho más. No tendría explicación sin por lo menos dos hechos: Chávez
llegó al liderazgo social en 1992-1999, un momento mundial que parecía un
“desierto” a favor de las ideas capitalistas. Pocos períodos del último siglo y
cuarto fueron tan procapitalistas y proimperialistas como el de los años no-
venta, a partir del derrumbe de la URSS y el Muro de Berlín, las privatiza-
ciones en China, Vietnam y el agotamiento de Cuba. Chávez apareció como
una centella en una noche de fin de siglo y aún sin ser un anticapitalista,
cuando apareció fue visto como una figura redentora contra lo existente.
Pero no olvidemos el factor humano: Chávez es el político menos “po-
lítico” de cuantos han aparecido en el mundo de la política. Para que nos
dé este resultado debemos medirlo con parámetros distintos al del “político
profesional” formado en la sociedad burguesa, según ese modelo de Estado.
Allí aparece una de sus paradojas. Hasta su tipología étnica y los modos
culturales de sus poses públicas, la discursiva que usa y el estilo personal
alimentan su mitología en este tiempo de fría posmodernidad y “muerte de
las ideologías”. Él rompe los esquemas aun para el más trasgresor esquema
de funcionamiento de la política. También es verdad que su posición domi-
nante como jefe de un Estado que sigue siendo burgués lo aproxima hacia
ese esquema de sociedad. Incluso, aunque él no lo sepa.
332
2007, un presidente sin apuros
El 29 de mayo del año 2007 el presidente Hugo Rafael Chávez Frías leía
informes gubernamentales en su Despacho, acompañado de sus ineludibles
cafecitos aguarapaos. Contra lo que pudiera suponerse, no era un día de
nervios en Miraflores. El sol que entra por los ventanales del viejo palacio
presidencial no traía los gritos de los estudiantes que ese mes protestan con-
tra la decisión de no renovarle la licencia al más antiguo canal de televisión,
RCTV. Es que las manifestaciones eran poco nutridas, apenas centenares en
cada salida y eso le quitaba la fuerza que tuvieron sus enemigos hasta 2004
cuando movilizaban decenas de miles.
Ese fulgurante año el jefe de Estado no se siente acorralado ni parali-
zado como aquel día en que lo alejaron cuarenta y siete horas del poder. “A
cada 11 le llega su 13”, grita Chávez desde la tribuna ataviada a la entrada
del Palacio de Miraflores, el 13 de abril de 2007 en la quinta celebración
del triunfo antigolpista. Caracas y las principales ciudades se vistieron este
año con afiches, volantes y portavoces que reproducen esa consigna con un
pueblo y un líder que se sienten a buen resguardo de diluvios y terremotos.
Aunque Washington seguía siendo su principal peligro, el desprestigio de
George W. Bush y otras condiciones internacionales lo beneficiaban y “el
imperio diabólico del norte”, como suele denominar a los Estados Unidos, no
constituía una amenaza inmediata en aquel momento.
La economía estaba en su mejor período de facturación con las reservas
monetarias más altas en la historia del país y el barril de petróleo por las
nubes; la mayoría pobre consume, como no se recuerda, una renta petrolera
que se derrama hacia abajo en obras sociales de alcance masivo en edu-
cación y salud, construcción de trenes, nuevas fábricas, cooperativas, ex-
pansiva inversión industrial y agrícola, recuperación de tierras ociosas; las
Fuerzas Armadas son más chavistas que nunca y una parte de la burguesía
interna gana tanta plata que no tiene tiempo para andar metida en conspi-
raciones. Hasta la clase media que antes salió a las calles esta vez dejó esa
tarea a sus hijos, los estudiantes de colegios privados y de la UCV.
333
Y si algo le faltara para estar tranquilo en Miraflores, el 27 de mayo
a las 12 en punto de la noche, sacó del medio por una vía legal a su prin-
cipal enemigo mediático, RCTV. Al mismo tiempo, centenares de medios
comunitarios expanden por ciudades y pueblos una nueva opinión públi-
ca, y los movimientos sociales están preparados y organizados para la
defensa junto a los reservistas y los soldados bolivarianos. Chávez siente
que está en el año estelar de su gobierno. Se nota en la calle y se ve en
su cara.
En forma de insoportable agotamiento psíquico lo reflejó el sector
más radical de sus enemigos internos y externos. A falta de votos para
ganarle o apoyo para un golpe, claman casi a diario por su muerte en
Miami, en Caracas, en Madrid y en Bogotá y a través de la Internet. En
Estados Unidos, el mediático pastor evangelista Pat Robertson se atrevió
a pedirle a Dios en su programa semanal, uno de los más mirados, que lo
saque de este mundo por impío. En una cadena de televisión del medio
oeste norteamericano se transmitió una serie, al estilo de los culebrones
venezolanos, donde Venezuela es invadida y el presidente Chávez captu-
rado y fusilado7.
El mismo destino sugirió el influyente diario del Estado español El
País. El penúltimo día de junio de 2007 anunció, en amplios titulares de su
tapa, el lanzamiento de un videojuego cuyo objetivo es matar al presidente
venezolano. “Hay que verlo para creerlo. Los superhéroes son mercenarios
y se dedican a lanzar misiles por los edificios de Caracas”8. Parecido al
amor y al odio, que suelen viajar juntos, el deseo público de asesinarlo
es, en realidad, una confesión de impotencia que revela una relación de
fuerzas internas a favor de lo que parece ser una buena estrella del líder
bolivariano.
Ese año el presidente cumplió su agenda casi en paz. Revisó viejos y
nuevos libros que usó para un discurso al que le dio una importancia fun-
damental el 2 de junio en la Avenida Bolívar de Caracas. Ese día le dijo a
los yanquis que el pueblo lo apoyaba y pidió a sus seguidores que se convir-
tieran en militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela, el cual se
fundó ese año con más de cinco (5) millones de afiliados en barrios y fábricas;
crecido hasta más de los siete (7) millones a los tres años. De la noche a la
mañana Chávez se encontró a la cabeza de la organización más grande de
la izquierda latinoamericana. Las masas, el proyecto, la militancia. Y él,
concentrando un poder simbólico y real cuya carga es mayor en un mundo
que gira en sentido contrario y un pasado continental de derrotas y capitu-
laciones que no lo ayuda.
¿Como haría para resolver estos dilemas combinados? ¿Vendrían en su
ayuda otros procesos revolucionarios? ¿Seguirá Estados Unidos descuidando
su “patio trasero” a favor de guerras interminables al otro lado del planeta?
7 http://www.youtube.com/cordonsanitario/aporrea,02/06/07.
8 www.rafapal.com - www.aporrea.org, 30/06/07.
334
¿Lograrán matarlo en el camino, confirmando el “destino trágico” que siente
delante de sí? ¿Cuánto más aguantarán sus seguidores el encontrarse entre
el sueño de la “revolución bolivariana” y lo que más les molesta: la corrup-
ción y la burocracia depredadora? ¿Se desarrollará el “poder popular” que
proclama en barrios y fábricas para defenderlo del próximo embate y sanear
la democracia enferma al interior? ¿Lo subestimarán menos sus enemigos?
¿Se superará a sí mismo dejando de ser tan contradictorio y paradójico al
punto de parecer varios Chávez?
Es un juego de fuerzas sociales y ritmos políticos cuyo eje es él con toda
la carga de su subjetividad. La sorprendente simbiosis entre su personali-
dad y el proceso revolucionario coloca en sus espaldas una responsabilidad
histórica pocas veces vista. De la resolución de estos dilemas dependerá su
tranquilidad en el Palacio, y sus infalibles cafecitos humeantes y “aguayoya-
dos”, es decir, rebajados con agua, cuyo aroma suelen trasladarlo a Sabaneta
donde sus abuelas lo criaron y lo llenaron de fantasmas.
9 Telesur/Aporrea.
335
fuerza, entonces nos retiramos… Yo incluso soy capaz, soy capaz de retirar
la solicitud”10. Y para que supieran de lo que es capaz no asistió a la reunión
de presidentes del bloque, se embarcó para Moscú a hablar de Carlos Marx,
Lenin y “el contrapeso antiimperialista” que fue la URSS. Con este inespe-
rado redoble de la apuesta Hugo Chávez llevó la situación hasta casi patear
el tablero. Puso en acción todos los resortes parlamentarios y mediáticos
enemigos suyos en la subregión, y obligó a Lula a responderle que si quería
irse, pues que se fuera:
Obviamente que para entrar tiene que tener la aprobación de los cua-
tro miembros del Mercosur, tendrá que tener la aprobación de los cuatro
Congresos nacionales del Mercosur. Ahora, para salir, no tiene reglas. Bas-
ta que no quiera quedarse y no se queda11.
336
le impide el arrinconamiento o la pausa diplomática. “Viniendo de Chávez,
nada debería sorprendernos”, señaló un importante editorialista del diario
Clarín de Buenos Aires12.
Chávez usó los dos mejores recursos de poder que tiene a mano en 2007.
Por un lado, el nuevo peso geopetrolero de Venezuela en Latinoamérica, don-
de es más necesaria su energía barata y sus copiosos petrodólares. Al mismo
tiempo, Chávez sabía de su peso político en el hemisferio. Así lo señaló un
periodista que lo combate a diario desde Estados Unidos y Buenos Aires, el
argentino radicado en Miami, Andrés Oppenheimer: “El problema es que
después de cuatro años, Chávez ha emergido como el único presidente que
puede mostrarse a sí mismo como un líder continental”13.
Año y medio después de Oppenheimer, este creciente rol fue registrado
por el diario Clarín pero respecto de Brasil. En medio de la amenaza de de-
cirle adiós al Mercosur desde Moscú, el diario señaló: “En especial en Brasil,
cuyo establishment tiene desde siempre una ambición de liderazgo regional
que el bolivariano puso en cuestión con ayudas concretas a Argentina, Boli-
via, Ecuador, Cuba, Haití, Nicaragua o Jamaica”14.
Él sabe que la movida dentro del Parlamento del Mercosur y en sus
órganos ejecutivos es parte de una nueva ofensiva conocida desde junio de
2007 como “golpe lento”, comenzada el 27 de mayo a propósito del retiro de
la licencia a RCTV. En los cuatro parlamentos del bloque sureño se trami-
taron Proyectos de Declaración contra Venezuela exigiendo “respeto a las li-
bertades”, etc. Hasta el mes de julio de 2007 esperaron turno de tratamiento
tres Proyectos en el parlamento argentino, y en el de Uruguay ya se había
comenzado a discutir un Exhorto y un Proyecto de Declaración. Lo mismo
sucedió en el Parlamento de Paraguay, donde se espera el turno para tratar
un Proyecto de Declaración en el mismo sentido de los anteriores. Los de
Chile y Brasil fueron difundidos por la prensa y adquirieron ribete de es-
cándalo cuando el presidente venezolano decidió llamarlos como los llamó:
“loros” y “lacayos”.
Su respuesta a los chilenos llegó al extremo de poner en cuestión las
relaciones diplomáticas durante unas semanas, con retiro de embajador
incluido. Hasta la presidenta Bachelet tuvo que pronunciarse a favor de
sus propios opositores locales, al estilo de Brasil. Dijo que “el respeto a la
libertad de expresión es la regla de oro de nuestra historia política”, como
si tratara sobre un asunto académico dentro de un ambiente aséptico, y no
lo que es: una batalla más entre una medida defensiva de un gobierno na-
cionalista y un canal golpista por cuya pantalla se llama a matar a Chávez
casi a diario. En el caso uruguayo no pasó a mayores, excepto en la prensa,
porque los diputados del Frente Amplio votaron en contra del escrito pre-
sentado por el Partido Colorado. En Argentina sucedería algo similar. En
337
ambos países hay mejores relaciones y amistades políticas con el gobierno
venezolano15.
Tanto sus opositores duros en el bloque subregional como sus enemigos
jurados en Washington y Europa siguieron el conocido camino de subesti-
marlo, y calcularon mal. Atacándolo por ese lado, le movieron la fibra más
íntima de la formación ideológica y moral que adquirió desde adolescente:
su antiimperialismo confeso. En 2007 sabe que el Mercosur necesita de sus
proyectos y sus petrodólares en una proporción mayor a la que él necesita al
Mercosur. Usa esa diferencia como recurso de poder y ataca creando situa-
ciones incómodas a través de la palabra. Guerra de posiciones16.
La palabra es su instrumento de cálculo. Este método empírico –pero no
inocente– que suele llevarlo a líos diplomáticos evitables le ha dado buenos
resultados en relaciones de fuerza favorables como la de 2007, o tres años
más tarde, durante y después del Referéndum Revocatorio Presidencial.
Fue el mismo recurso usado en la conferencia de Presidentes de Iberoaméri-
ca en Santiago de Chile cuando el rey de España lo mandó a callar, pero no
lo calló, porque siguió reclamándole al presidente-súbdito José Luis Zapate-
ro por qué dejaron que el lobby de José María Aznar metiera sus manos pe-
ludas para defender a las empresas españolas que invierten en Venezuela,
Nicaragua y otros países.
La misma suerte ha cambiado cuando el signo de la situación social y
política ha sido el contrario; un ejemplo claro fue el 11 de abril de 2002, día
en que tuvo que entregarse al enemigo sumido en la impotencia. Ocho meses
más tarde estuvo ante una situación similar, durante el saboteo petrolero,
pero con una diferencia: sus seguidores en barrios y fábricas se habían or-
ganizado sindical, política y militarmente para defender al gobierno. Este
hecho cambió la relación de fuerzas y permitió a Chávez hacer brillar de
nuevo lo que él llama “mi instinto político”17.
Cada vez que Chávez responde como lo hizo en el affaire Mercosur,
muestra su particular concepción histórica y el método de trabajo que fueron
moldeando su personalidad política. Él combina métodos y teorías aprendi-
dos en los cursos avanzados de estrategia y geopolítica de la Academia Mi-
litar, con parches de la sociología marxista aprendida en el camino. Teorías
y desarrollos intelectuales de Gramsci, Mao, o de clásicos de la teoría de la
15 Los de Argentina fueron promovidos por los diputados Esteban Eduardo Jerez, Mario
Raúl Negri y Nora Raquel Guinzburg, Trámite Parlamentario Nº 58, 62 y 63/2007.
Los de Uruguay fueron postulados por Daniel Peña Fernández, Washington Abdalá y
Jaime Mario Trobo, el 16 mayo de 2007 bajo el Nº de Carpeta 1735, los de Chile por los
senadores Jaime Naranjo Ortiz, del Partido Socialista, Hosain Sabag, de la Democracia
Cristiana, Roberto Muñoz Barra, del Partido Popular Democrático y Guillermo Vás-
quez, del PRSD.
16 BARRIOS, M. Á., El significado geopolítico de Venezuela en el Mercosur, Escuela Su-
perior de Guerra del Brasil, Rio de Janeiro, Brasil. El latinoamericanismo en el pensa-
miento político de Manuel Ugarte, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2007.
17 HARNECKER, M., op. cit., 2002.
338
guerra como Clautsewitz y otros contemporáneos como el chileno Matus.
Todo eso aderezado con sus lecturas sistemáticas de Simón Bolívar, Eze-
quiel Zamora, Simón Rodríguez, Miranda, Artigas. Desde el año 2003 sumó
a Perón a ese menú de autores. Esa fue la base de su formación en los años
de la conspiración cuartelaria durante los años setenta y ochenta. Lo asu-
me en forma consciente como un método de trabajo. Va creando situaciones
relacionadas entre sí, subordinadas a uno o varios objetivos o estrategias.
Las empuja tratando de que trasciendan hacia otra situación superior a su
favor, casi como si se tratara de un juego de ajedrez. Es un cálculo empírico.
A veces le resulta, a veces no. Allí radica el laberinto que lo va llevando de
experimento en experimento por un camino de encuentros y desencuentros
con aliados provisorios que pueden quedar en la ruta si entre una situación
y otra encuentra aliados mejores.
Asalto al neoliberalismo
¿Qué explica la expansiva irreverencia de Chávez en su carácter de
líder nacionalista del siglo XXI? ¿Cuánto hay de nuevo en sus modos y con-
cepciones? Sobre todo si recordamos que gobierna un país mediano den-
tro del hemisferio hegemonizado por el imperialismo de un mundo llamado
“unipolar”, plagado de políticas neoliberales. ¿Cómo se mezclan su indivi-
dualidad y su historia personal en la circunstancia que le tocó actuar? Si
algo ha hecho incomprensible a muchos la personalidad del jefe bolivariano
es ese talante de “presidente imprevisible” señalado por Eduardo Duhalde,
ex mandatario peronista de Argentina, como si se tratara de un pecado con-
tagioso. De mayor interés biográfico fue la visión telúrica que dio Ricardo
Lagos, ex presidente de Chile, en el año 2006: “Hugo Chávez es una fuerza
desatada de la naturaleza”, pero no aclaró si había que cuidarse de ser arro-
llado por tal cosa o hacer algo distinto18.
El Hugo Chávez de la reacción y la descarga no tiene explicación ra-
cional por fuera de la explosiva combinación de elementos que lo determi-
nan de adentro hacia fuera y viceversa. Esta faceta de su personalidad y
las condiciones de su rol social abren sus ventanas a través de las pregun-
tas que se hace Irene Gendzier para biografiar a Fanon: ¿Qué fuerzas inte-
riores se combinan para que “un hombre público actúe como actúa”? ¿Qué
“carácter privado resuelve en la vida pública”? ¿Por qué “la barrera entre
el mundo exterior y el terreno circunscrito del ser interior de un hombre
no es permanente”?
En el objetivo de este ensayo biográfico estas preguntas se subordinan
a la pregunta mayor: ¿Llegará hasta el final de lo que señala como su pro-
pósito revolucionario o se quedará a medio camino como tantos otros líderes
antiimperialistas que lo precedieron en la secular resistencia? Del destino
339
de Hugo Chávez solo podrá responder Hugo Chávez, su circunstancia y las
pruebas que le presente la historia política. Sin embargo, de algo no tenemos
dudas: en el fondo inconfeso de las declaraciones de ex presidentes dere-
chistas como Duhalde, Lagos y otros, vibró el asalto al que fueron sometidos
en sus condiciones de gestores del neoliberalismo en América Latina. Hugo
Chávez cabalgó desde 1999, sobre todo desde el triunfo revolucionario de
abril 2002, un caballo de bríos desatados. Esa fue la sensación que tuvieron
al verlo peleando contra el imperio de Bush, el ALCA, los “loros” y “lacayos”
y contra todos los demonios neoliberales.
Más que a un presidente de un Estado burgués normal y autorregulado,
vieron a un Quijote combatiendo molinos. La sorpresa para estos presidentes
es que el Quijote era de verdad y los molinos también. Pasadas las batallas
contra el neoliberalismo, el líder bolivariano ingresó a sus laberintos surcados
de dilemas. Como él mismo ha dicho de sí mismo, es un político de “reacción”.
Es un dilema existencial que carga al hombro desde que se transformó en hé-
roe popular. En la entrevista que le hiciera la intelectual chilena Marta Har-
necker en 2002, cuando Venezuela aún resoplaba la derrota del golpe, confesó:
Mira, Marta, yo tengo muy presente lo que dijo Bolívar alguna vez:
“Solo soy una débil paja arrastrada por el huracán revolucionario”. Los
hombres individuales nos sentimos ante una avalancha. Sería muy triste
y lamentable que un proceso de cambios, que un proceso revolucionario
dependiese de un caudillo.
340
lución bolivariana” y Chávez en persona comenzaron a jugar un rol decisivo
en la política hemisférica.
Dos claves
t -BCSVUBMSFBDDJØOEFMHPCJFSOPFTUBEPVOJEFOTFZMBEFDJTJØOEF$IÈWF[
y el pueblo venezolano de resistir y profundizar las transformaciones.
Chávez y su proceso, ambos indiferenciados, fueron como la punta de
una ola en medio de un mar crispado contra una muralla. A cien años de
imperialismo sobre el planeta, él aparece para desafiarlo como algunos
allá lejos y hace tiempo lo hicieron desde un Estado. Es comprensible lo
que ha despertado. Este es el punto de partida.
t -BTFHVOEBSB[ØOFTUÈFOMBGVFS[BOVFWBRVFBERVJSJØ7FOF[VFMBFOFM
mercado petrolero mundial, poseedora de las mayores reservas de crudo
pesado del planeta. Es un peso relativo, pero es un peso cuya cualidad
se diferencia de otro país similar. La pantalla de fondo de estos hechos
es que la “revolución bolivariana” y quien está al frente de ella sostienen
un proyecto nacional de independencia y una alternativa continental al
dominio norteamericano.
341
desarrollo y vinculaciones como jamás soñaron países sembrados de descon-
fianza e hipótesis de conflicto durante siglo y medio.
Hugo Chávez no podría ser autor de todo eso, pero las iniciativas que
lo pusieron en movimiento tienen relación con él en formas directas o indi-
rectas. Como es su estilo de trabajo, la oralidad pública le ha servido para
plantear políticas que no tenía pensadas antes de comenzar a hablar. Ya sus
funcionarios y muchos presidentes latinoamericanos se acostumbraron a
escucharle propuestas fuera de carpeta. Es más usual dentro de Venezuela,
pero en muchos casos ha acudido a esta manera de hacer política pública en
escenarios internacionales. Sus ministros y asistentes mantienen abiertas
sus libretas de apuntes o computadoras portátiles.
El 29 de marzo de 2011 armó en un solo acto, y bajo la luna, la produc-
ción de un libro y una película entre Argentina y Venezuela. Fue la noche de
otoño en que la Universidad Nacional de La Plata, de ese país, le confirió el
Premio Rodolfo Walsh por su labor de promoción de “la prensa popular” en
Venezuela. Muchos de los miles de asistentes que lo acompañaron esa noche
no entendían si se trataba de una sugerencia o de la orden presidencial más
extraña de la historia de los Estados. Quizá eso explique el apodo que le
puso su amigo y admirador Oliver Stone, el famoso director norteamericano:
“Parece un toro, tiene la energía de un toro”21.
El conocido chiste de que Venezuela era más conocida por sus telecu-
lebrones, el petróleo o la producción seriada de reinas de belleza expresaba
una realidad, así fuera distorsionada por el humor. Desde 1999 la moda es
la dinámica vida política venezolana concentrada en lo que hace o deja de
hacer el presidente, en su enfrentamiento con Washington y la relación con
sus aliados en el continente y en la guerra abierta contra sus adversarios al
interior. Un escenario de ello fue el certamen de la Copa América 2007 de
Fútbol. Los corresponsales deportivos no pudieron resistir la tentación de
hacer reportajes políticos en medio de una fiesta deportiva, algo sin memo-
ria en la historia reciente del país.
¿Cuándo apareció lo nuevo? El cambio sobrevino desde abril de 2002, a
golpe de asaltos en el Palacio de Miraflores, en las calles y en los cuarteles
venezolanos. Ese año se cruzaron líneas de tensión nacional e internacional
sin las cuales Venezuela y Chávez no estarían “de moda”. Él mismo se sor-
prendió al descubrir este hecho de la realidad, con la misma franqueza que
confesó haberse encontrado en medio de un huracán en 1992:
21 Al sur de la frontera.
342
La primera línea de tensión fue la guerra que llevó al Ejército nor-
teamericano hasta Afganistán a mediados de 2001 en respuesta al derrum-
bamiento de las Torres Gemelas de New York. El díscolo líder bolivariano
adoptó un camino independiente en medio de una constelación de gobiernos
que acompañaron la invasión o callaron y dejaron pasar. El 19 de septiem-
bre acusó a George W. Bush de “combatir al terror con más terror”, mostran-
do fotografías de niños afganos despedazados por bombas americanas, como
si fuera un reportero de guerra.
George Tennet, jefe del Pentágono, retrató la conducta de Chávez sin
corduras diplomáticas: “Excesivamente independiente”, cuestionó. “Wa-
shington mostró su preocupación por las declaraciones del presidente vene-
zolano; el jefe de la CIA lo acusó de estar relacionado con los terroristas de
las FARC colombianas”, reseñó el día 12 la cadena CNN. Acto seguido, sin
que mediara ninguna pausa, vinieron las “49 leyes habilitantes” del 28 de
septiembre de 2001, que trasladaron la “revolución bolivariana” de la lucha
política por el aparato de Estado a la batalla por el control de la economía.
Un año después los precios del barril de crudo se disparaban hacia arriba.
Sin esta combinación explosiva es difícil imaginar un golpe de Estado como
el de abril de 2002. Y menos el rol internacional adquirido por Hugo Chávez.
343
El hombre intempestivo
345
El impacto del estilo discursivo del líder bolivariano traspasó las um-
breras de la política y el periodismo, y ocupó la atención de una académica
especializada en semiología y análisis del discurso. Elvira Narvaja de Ar-
noux, directora del Instituto de Lingüística y Análisis del discurso de la Fa-
cultad de Filosofía y Letras de la UBA, Argentina, le dedicó un libro llamado
El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez. Aunque centró su estudio
en la inspiración nacionalista, escribe reflexiones útiles para comprender lo
que menos se comprende de él. Más que un discurso es una conducta. Una
historia biográfica formada en Barinas que ha resistido a la investidura
presidencial. Desde ese punto de vista, el Estado no es Chávez.
La académica dice: “El discurso de Chávez altera el «complejo institu-
cional de prácticas» propio del campo político desplazando los dispositivos
de comunicación habituales”. Es una percepción inteligente de lo que está
debajo de la superficie de las palabras:
346
misma aplicación en un país como el suyo. A pesar de que su gobierno fue
autoritario, el carácter atrasado y oprimido de Argentina lo había llevado a
convertirse en un líder nacionalista apoyado en la masa de obreros, campe-
sinos pobres y pobladores de la baja clase media de las grandes ciudades; no
en un fascista a lo Franco o a lo Mussolini. Esa contradicción entre lo que le
gustaba como modelo político y el proceso social que acaudillaba, la resolvió
poniéndose al frente de un movimiento nacional que enfrentó la penetración
de Estados Unidos en la política y la economía argentinas y mantuvo por
unos años la independencia de la nación frente al dominio estadounidense.
A pesar de que eso cambió con el tiempo, Perón respondió con dureza al
embajador Braden. Publicó bajo su firma el llamado Libro celeste y blanco
invocando la bandera nacional como símbolo de respuesta a la injerencia. A
lo sumo que llegó Perón, en 1967, desde su refugio madrileño, fue decirle al
Fondo Monetario Internacional “Monstruo tan peligroso” y “agente putativo
del imperialismo”24.
Eva Perón podría asemejarse más al líder caribeño por sus modos “out-
sider” de hacer política en un Estado burgués. Quienes la trataron recuer-
dan que era temible por su manera de tratar a los enemigos del régimen de
su marido. El intelectual y político trotskista argentino Nahuel Moreno, que
estuvo en algunas reuniones sindicales con ella y con el general, reconoció
la “capacidad de Perón para escuchar con paciencia a sus interlocutores,
fueran estos obreros u oligarcas, mientras Evita era feroz, usaba palabrotas
y gritos que se escuchaban en todo el edificio de la 9 de Julio”25. Eva Perón
no tuvo al imperialismo como el principal blanco de sus ataques. La mayoría
de sus dicterios fueron dirigidos a la oligarquía interna y a sus opositores
laboristas, del Partido Socialista y del Partido Comunista por su oposición
al régimen de su marido.
No hay duda de que en la historia latinoamericana otros caudillos, como
Chávez, deben haber proferido palabrotas contra los jefes de Washington.
Si no pasaron a la historia, fue precisamente porque no constituyeron un
rasgo distintivo, sino más bien un dato pasajero, excepcional. Getúlio Vargas
y otros destacados nacionalistas fueron bastante comedidos en sus diferen-
cias o enfrentamientos con el imperio dominante. A Vargas se le atribuye
la frase “Estos americanos entrometidos”, pero nada más, y al mexicano
Cárdenas, mucho más enfrentado por el petróleo y el mal recuerdo de Texas,
parece que se le salió la expresión “¡Malditos gringos, hasta cuándo jode-
rán!”, pero en ambos casos no hay registro que asegure ambas expresiones.
La misma fuente de la tradición oral recoge una embestida antiimpe-
rialista en Bolivia, más parecida a la de Hugo Chávez, aunque más cruda.
Se cuenta que el presidente boliviano Mariano Melgarejo (1864 a 1871) en
un breve enfrentamiento con la Corona británica, entonces dominante en la
escena mundial, echó al embajador plenipotenciario del Reino de una ma-
347
nera poco usual en la historia diplomática: lo hizo montar sobre un burro,
lo sacó por la frontera de Perú amarrado y mirando hacia atrás. También
se cuenta que esa “ofensa” le valió a la nación boliviana ser borrada de los
Mapamundi y objetivo cartográficos fabricados en Londres. Si fue cierto o
no, o algo parecido, sirve para recordar que las imprecaciones e insultos de
nuestro personaje contra Bush y otros presidentes pertenecen a una larga
tradición política y polémica en la historia de la resistencia de América La-
tina. Como en los matrimonios, los enfrentamientos entre jefes de Estado a
veces adquieren el estilo de su tiempo y sus protagonistas.
Son tiempos distintos y personajes diferentes. Chávez refleja su tiempo,
su país, sus llanos y la formación personal de su generación de pertenencia.
Su rol actual es potenciado por los medios comunicacionales de una ma-
nera insospechada en décadas anteriores. Su enfrentamiento con Bush no
fue obra de la casualidad, de un capricho o una malquerencia personal. El
gobierno de Estados Unidos representa el concentrado de la globalización y
la derrota del gastado experimento soviético: la más alta concentración de
poder y la última tentación imperialista para dominar los recursos de sobre-
vivencia en este planeta por todos los medios, incluso la guerra.
Ante eso Chávez apareció como un bicho de cinco patas venido de otro
planeta para aguarle la fiesta neoliberal. La derrota del ALCA, jalonada por
tres años de organización y movilizaciones, terminó siendo identificada con
Chávez. Él fue el único presidente que acompañó esa batalla antiyanqui en
todas las cumbres del ALCA, la OMC, etc., y además propuso un mecanismo
de reemplazo, el ALBA, con la autoridad que le brinda ser presidente de
una nación. “¡ALCA al carajo!” fue el grito popularizado por él desde 2002.
En un sentido paradójico, Chávez aprovecha el descalabro de la imagen de
Bush y la debilidad de Washington en Latinoamérica. El escarnio chavista
es directamente proporcional al desgaste de Bush. La conducta de Néstor
Kirchner fue valiente en Mar del Plata pero no es comparable a la acción y
propaganda desplegadas por Hugo Chávez.
Esa “brecha”, digamos, no sería bien utilizada sin una personalidad co-
mo la suya: reactiva, sin control de aparato en forma directa, independien-
te, acostumbrado al chiste burlón del llanero y a la sátira como recursos
polémicos. Hasta el año 2007 se sabía prevalido de un apoyo interno y un
reconocimiento internacional que cualquiera de sus colegas envidiaba. Esa
concentración en su persona le brinda seguridad psicológica a la hora de
contraatacar a sus adversarios. Se lo cantó al presidente Fox con la mejor
pose del coplero que fue en su adolescencia en los llanos de Barinas: “Yo
soy como el espinito que en la sabana florea, le doy aroma al que pasa y
espino al que me menea”. La crisis diplomática llegó al punto del retiro del
embajador mexicano y el 14 de noviembre de 2004 el mandatario azteca le
solicitó “disculpas formales al pueblo y al gobierno mexicanos”26. La res-
puesta se la mandó el venezolano por el satélite que transmite a México el
26 BBC, 15/11/04.
348
programa dominical Aló, Presidente: “No se meta conmigo, caballero, porque
sale espinao”. Este episodio retrata de “cuerpo y alma” al líder bolivariano
“y su circunstancia”, para usar la frase que más le gusta cuando habla de sí
mismo. No solo es muy difícil callarle la boca a Chávez cuando lo atacan, es
que además lo favoreció la realidad de esos años: Fox estaba en caída libre
en la opinión popular dentro y fuera de México.
Hugo Chávez aprendió a colarse en las brechas de la realidad con la ha-
bilidad de una culebra cimarrona, acudiendo a los recursos de su memoria y
de su imaginario cultural. Ese recurso no fue visible en sus años de conspi-
ración entre cuarteles; se potenció en sus años de militancia social pública,
desde 1994 en adelante. Lo que puede ser un agrio y fastidioso affaire diplo-
mático lo convierte en un espectáculo mediático a veces risueño. Sus conte-
nidos lo diferencian de las festicholas ramplonas y vacías de ideología que
hicieron pares suyos como Abdalá Bucarán, Menem y Fujimori. Esa mezcla
de buen bagage cultural y folclorismo simple, de cuya apariencia mediática
solo destaca lo segundo, suele confundir a quienes lo reducen a la superficie
de sus modos y maneras.
Uno de sus más inteligentes enemigos, el ex marxista venezolano Teo-
doro Petkoff, trata de zafarse de esa lógica simplista, pero queda atrapado
por su desprecio al personaje. Señala que “Chávez ha tenido a su favor la
subestimación de que ha sido objeto por parte de sus adversarios o enemi-
gos. Apenas ahora es que buena parte de ellos comienza a darse cuenta de
que está ante un formidable competidor”. Asegura que eso habría llevado
al fracaso del golpe de 2002. Acto seguido, Petkoff salta de esa afirmación
sensata a la brujería: “Aquella subestimación ha formado parte de su buena
suerte. Porque Chávez es un hombre de buena suerte”27.
¿Alguien imagina a la historia transcurriendo por los resbalosos ca-
minos de la buena suerte, sin más protagonismo que la subestimación de
sus hombres públicos? Petkoff lleva el resentimiento al individualismo más
idealista y a ambos al barracón de los espíritus bondadosos. No es posible
evaluar a Hugo Chávez y a los jefes nacionalistas del pasado como si estu-
vieran en la misma dimensión y sujetos a las mismas condiciones nacionales
e internacionales. Los de medio siglo atrás reflejaron en sus gobiernos a sus
burguesías nacionales. En forma directa. Aun las más débiles, como las de
Ecuador o República Dominicana, aprovecharon la fractura producida por
la guerra y la brecha abierta en la “agenda” de control imperialista en sus
subregiones.
Chávez, en cambio, no es representante de la burguesía “nacional” ve-
nezolana, por una simple razón: casi no existe, él no viene de ella, ni se
formó entre sus partidos, ni vive de un pacto con ella. Pero además: ella no
lo quiere, excepto algunas de sus sombras, de las cuales se sirvió para su
campaña electoral de 1998 y se separó entre septiembre de 2001 y 2002.
27 En: Prólogo, Chávez sin uniforme, de MARCANO, C. y BARRERA, A., Editorial Sudame-
ricana, 2005, Buenos Aires, p. 9.
349
Entre 2005 y febrero de 2011 ha dicho centenares de veces que no pactará
con la burguesía. Al final de su discurso por la premiación en la Universidad
de La Plata, el 29 de marzo de 2011, se atrevió a darle un mensaje a sus es-
cuchas peronistas: “Sólo hay dos opciones, o socialismo o capitalismo. No hay
terceras vías”. Muchos de los kirchneristas presentes se preguntaron por
qué dijo eso si la “tercera posición” fue la estrategia internacional de Perón
hasta su muerte. Un cuadro político del movimiento Evita me dijo “Chávez
no lo hace por descuidado”.
Es decir, el estilo político de Chávez, sus discursos y diatribas no con-
tienen el regulador directo de un aparato o grupo capitalista en su gobierno.
Ni siquiera se sujeta a las Fuerzas Armadas como cuerpo, que es lo más
parecido a “su” partido político, antes y después de crear el Partido Socia-
lista Unificado de Venezuela, entre enero y junio de 2007. Eso no significa
que se representa a sí mismo, a Simón Bolívar, al espíritu de Maisanta o al
proletariado venezolano. No. Como presidente de un gobierno de izquierda
administra desde 1999 un Estado capitalista atrasado. El Proyecto de Tran-
sición al Socialismo y su propaganda por esa perspectiva es una propuesta
en marcha. Eso determina la naturaleza de clase de su régimen político y las
instituciones que lo sostienen, y ha ido imponiendo su cultura en el estilo de
gobernar de la mayoría de sus funcionarios.
Su gobierno y la concentración del poder en Chávez, como su árbitro
nacional frente al poder de Estados Unidos y a los grupos monopólicos in-
ternos, complejizan su dinámica y su rol personal. Y Chávez se encarga de
complicar más las cosas con sus maneras reactivas, su “imprevisibilidad” y
su intención de hacer una “revolución pacífica pero armada”. Es un régimen
que vive asaltado por una doble fuerza, la de Washington, que no descansa,
y la del propio Chávez que tampoco descansa, montado en el apoyo masivo
de la población. En este punto de su historia personal y política, el líder
bolivariano sigue sin saberlo un camino descubierto –más bien, intuido–
por León Trotsky en sus años de exilio mexicano. De las largas conversas y
acaloradas discusiones con sus seguidores entre 1939 y 1940, en Coyoacán,
el caudillo de la Revolución Rusa y fundador del Ejército Rojo observó que
en América Latina funcionaba un fenómeno particular de régimen político.
Lo llamó provisoriamente “bonapartismo sui géneris”, o sea, un sistema de
instituciones y relaciones de clases que giran alrededor de un árbitro nacio-
nal de carácter muy específico, novedoso, opuesto al “bonapartismo” clásico
analizado por Marx en el texto El 18 Brumario de Luis Bonaparte.
Se trataba de un hecho desconocido en las revoluciones del siglo XIX y
en las de comienzos del siglo XX en la Europa capitalista. Hasta entonces
varios autores habían relatado los fenómenos revolucionarios antiimperia-
listas en los países de lo que hoy llamamos Tercer Mundo, pero nadie se ha-
bía detenido en la particular conformación de sus regímenes. Gramsci usó la
definición de “cesarismo” para los fenómenos nacionalistas que presenció en
la Europa de entreguerras. El venezolano Vallenilla Lanz aportó el término-
concepto “cesarismo democrático” para tratar de embellecer regímenes como
350
el de Juan Vicente Gómez. Son pocos los autores que hayan seguido el paso
a ese tema.
Chávez es el presidente que más ha sabido aprovechar la oportunidad,
en buena medida porque tiene las mejores condiciones personales para ese
rol histórico indicado por Trotsky. No solo por dirigir una economía petrolera
fuerte y tener el gobierno que más enfrenta “al imperio”, también porque
su personalidad se lleva muy bien con la circunstancia, a la hora de apro-
vechar fisuras en el sistema mundial. Es una empatía que le ha permitido
convertirse en el “anti-Bush” de esta historia, sinónimo actual de lo que en
el pasado fueron muy pocos líderes nacionalistas. Desde 2009 se convirtió
en el anti-Obama sin habérselo propuesto, aunque la mala relación con el
negrito de Washington comenzó cuando lo trató de ignorante en Trinidad
con un libro de Eduardo Galeano.
La economía y el Estado capitalistas crujen cada vez que sienten sus
discursos radicales, sobre todo cuando asegura que Venezuela será socia-
lista irremediablemente y con él presidiéndola hasta el año 2025. Desde
2008 las “alarmas se dispararon” de nuevo cuando las estatizaciones, nacio-
nalizaciones y recuperación de tierras dieron un salto y se convirtieron en
política de Estado y acción del movimiento obrero y campesino. Centenares
de fábricas, bancos, comercios, supermercados y emporios agrícolas pasaron
al Estado. Es un nuevo aprendizaje político nacional. Chávez lo adelantó en
2008 cuando respondió a sus críticos de izquierda tras la derrota en el Re-
feréndum: “Yo mismo me pondré al frente de la radicalización del proceso”.
Y lo hizo para sorpresa de muchos que entendían la tendencia a adaptarse
al sistema mundial de Estados, como si eso también se traducía en política
interna.
Las caras largas no solo aparecen en el Pentágono y Europa. En el con-
tinente los gobiernos se han distinguido en tres tipos respecto de la diná-
mica del presidente venezolano. Están los que lo acompañan: Cuba, Bolivia,
Nicaragua, Ecuador y varios más del ALBA. Luego están los que le guiñan
el ojo cariñosamente por la cantidad de acuerdos bilaterales, pero le dicen
“Dale, Chávez, lamento que ese no sea mi camino”. Esos son Brasil, Argenti-
na, Uruguay, Paraguay y otros. Por último, los que miran al líder bolivariano
como quien mira a un perro con sarna: Colombia, México, Costa Rica, Perú,
Panamá, Chile. Estos seis países acordaron con Obama en marzo de 2011
formar un muro de contención a Chávez, al ALBA y a la nueva entidad con-
tinental, la Asociación de Estados Latinoamericanos y del Caribe.
La ancha avenida al socialismo que desea recorrer el presidente vene-
zolano tiene acompañante en primera y en segunda fila. Pero se ha vuelto
más compleja, sinuosa, difusa porque desde 2005 no surgen más rebeliones
que empujen hacia adelante los procesos. Más bien ocurre lo contrario. Y
Chávez es un hombre de contraofensivas.
351
Nuevo profeta del socialismo
353
Lo mismo planteó el más leído diario de Ecuador: El Comercio dice que
Chávez “encontró en 2005 un año que le permitió consolidarse como líder
regional”. Y agregó: “Hugo Chávez Frías encabeza la lista de los líderes
internacionales”29. La codiciada lista contiene a Bush, Kofi Annan, Jac-
ques Chirac, Álvaro Uribe, Néstor Kirchner, Inácio “Lula” da Silva, Evo
Morales. La publicación de Estados Unidos Los Angeles Times, cotidiana
enemiga del bolivariano, reportó el 19 de septiembre de 2005 que “Chávez
le gana a Bush”, en un amplio reportaje sobre la imagen del venezolano
en el mundo. “Él gana con su imagen de hombre extrovertido”, dijo Javier
Corrales, profesor de ciencias políticas del Amherst College y experto en
temas de Venezuela.
Un funcionario anónimo del Departamento de Estado, citado por la
revista, advirtió sobre uno de los factores en juego: la billetera petrolera.
“Sería un error desestimar a Chávez como un fanfarrón, pues un petróleo a
67 dólares el barril le da muchos recursos con qué jugar”. Y Daniel Erikson,
experto caribeño del instituto Diálogo Interamericano de Washington, regis-
trado en el reportaje de Los Angeles Times, recordó que “los suramericanos
quieren mantener relaciones cordiales con él”.
Time, una revista de los Estados Unidos más influyente que la anterior,
lo seleccionó como “El personaje del año” en 2006: “El presidente de Vene-
zuela, Hugo Chávez, fue designado hoy como uno de los 100 personajes más
influyentes del mundo en la lista que anualmente elabora la revista esta-
dounidense Time”, destaca la agencia ABN el 30 de abril de 2006. “Junto a
cantantes, actores, personalidades de la política mundial y otros profesiona-
les de distintos ámbitos, Chávez se incluye en una lista en la que no suelen
reflejarse los líderes de países sudamericanos”, advierte la agencia.
En total son 104 los nombres reflejados en una lista de cien posicio-
nes, en la cual Tom Anderson y Chris DeWolfe, fundadores de la web MyS-
pace, y los ex presidentes Bill Clinton y George H.W. Bush también tienen
su lugar.
29 Agencias/Aporrea, 29/12/05.
30 Aporrea, 17/05/07.
354
El alcalde laborista de Londres, Ken Livingstone, se atrevió a desafiar
al primer ministro Tony Blair, jefe de ese partido, condecorándolo y dicien-
do de él que un “referente de la democracia en el mundo” y aportó su propio
informe: “Desde 1998, él [Chávez] ha ganado diez elecciones en ocho años,
un récord y un éxito electoral sin precedentes en cualquier país”, afirmó
el alcalde a la BBC. Esto, en la capital donde dos años antes, en la madru-
gada del 14 de agosto de 2004, The Guardian había tratado de sembrar la
matriz noticiosa internacional según la cual el presidente había perdido
el Referéndum. Esta información falsa casi lleva a la guerra civil en Ca-
racas alrededor de las 3 de la madrugada. En aquellos días cubríamos el
Referéndum en la Casa Sindical de El Paraíso. Desde esa trinchera de
medios de la UNT decidí rebatir el infundio a través de la agencia argenti-
na Argenpress.info con el informe periodístico que sostenía los resultados
reales a favor del NO. A las pocas horas de esa mañana del 15 de agosto
los principales canales de televisión de América del Sur tenían el informe
en sus pantallas.
Por esta y otra razón, no se esperaban titulares favorables ni cobertura
destacada a su visita a la antañona capital imperialista de los mares. La
otra fue que apenas tres meses antes le había dicho a Blair que se fuera “al
cipote”, o sea, al carajo, cuando este lo conminó a “respetar las reglas de la
comunidad internacional”. El venezolano le agregó una palabrita que duele
mucho a un buen británico que se precie de tomar té a las 4 en punto: “inmo-
ral”, por su participación en Irak al lado de Bush.
“La revolución está en el aire de Camden mientras que Chávez –con su
amigo Ken– recibe una bienvenida de héroe”, dijo The Guardian. “Ha sido
llamado un terrorista por Washington, pero por tres horas y media ayer en
Londres no hizo nada malo”, escribió con sorna un columnista de ese diario.
El Financial Times, ponderado por Churchill como “la conciencia del impe-
rio”, se atrevió a preguntar: “¿Por qué nos tiene que importar Chávez y sus
políticas?”. Y respondió con este llamado a la conciencia de los dueños del
mundo:
355
del bolivariano antes de que llegara ese domingo 6 de mayo de 2006 a Lon-
dres. Venía de una audiencia con el Papa en Roma, a quien denostó meses
después desde Caracas, cuando el pontífice justificó en São Paulo el genoci-
dio aborigen.
En Viena, una de las capitales fundacionales del socialismo y cuna
del nazismo, Chávez habló de Marx y de Rosa Luxemburgo recogiendo
el eco del poderoso movimiento marxista que cundió en sus calles hace
ochenta años. Como si nada hubiera ocurrido desde entonces. La opinión
pública austríaca ignora que este extraño mulato latinoamericano se ad-
hirió apenas dos años atrás a esa corriente histórica de redención clasis-
ta. Acostumbrados a escuchar esos ruidos desde la década del sesenta,
lo tomaron como si fuera “otro socialista latinoamericano más”32. Sin em-
bargo, los adosados vieneses no pudieron evitar dos sorpresas: en esa con-
servadora ciudad nadie con rango presidencial y aureola de líder se había
atrevido, desde hacía lejanas décadas, a incomodarlos llamando a hacer
la revolución. Fue ante más de cinco mil jóvenes convocados por Hand off
Venezuela, una red internacional liderada por el historiador marxista bri-
tánico Alan Goods. Su discurso socialista en Austria, repleto de citas de los
clásicos del marxismo que los vieneses ya habían olvidado, convocó a tanta
prensa a su paso que un diario austríaco se preguntó: “¿Qué socialista es
este que nunca supimos de él?”33.
El líder bolivariano despertó al socialismo de su sueño centenario, por
lo menos en la opinión pública y por unos días, un fantasma ya desahuciado
en esa zona de Europa. Eso no le impidió proponer a los gobiernos reuni-
dos en la Cumbre la formación de PetroEuropa, otro proyecto similar al de
Petrosur, que sigue en veremos. Y tampoco le preocupó si molestaba a las
transnacionales europeas cuyas propiedades fueron nacionalizadas en Bo-
livia por Evo Morales doce días atrás, el 1º de mayo. Ordenó que un avión
de la Fuerza Aérea venezolana trasladara al presidente boliviano hasta la
capital austríaca para que les dijera a las multinacionales en sus caras por
qué nacionalizó sus yacimientos de gas y petróleo. Con la misma irreveren-
cia se atrevió a hablar de “revolución” y “socialismo del siglo XXI” en los
palacios de gobierno de Asunción y Buenos Aires, donde pronunciar esas
palabras habría costado la vida en otro tiempo.
Por primera vez en la historia de Estados Unidos, miles de negros po-
bres declaran su admiración por un presidente latinoamericano. Antes ocu-
rrió con los jefes de la Revolución Cubana, pero se redujo a círculos intelec-
tuales de izquierda y a un público mayor en las universidades y sobre todo
alrededor de la figura del Che Guevara. Es que por primera vez, también,
un presidente latinoamericano se atrevió a hacer lo que hizo Chávez: ca-
minar por las calles del Bronx, hablarles mal del gobierno y decirles que el
capitalismo es malo y que lo mejor para ellos sería el socialismo. A Chávez
356
se le “olvidó” que estaba en la entraña del imperio y se comportó como si
estuviera en el barrio 23 de Enero de Caracas.
Para hacer más insoportable su existencia, ordenó a Rafael Ramírez,
ministro de Energía, que ordenara a su vez a CITGO, la petrolera venezola-
na instalada en la costa oeste del territorio norteamericano, la provisión de
gas gratuito a los negros, indios y latinos pobres. Desde 2005 a 2007, más
de 211.000 hogares recibieron “petróleo para calefacción con descuento de
40%”34.
En los pueblos del Medio Oriente su nombre comenzó a sonar a reden-
tor cuando defendió la causa palestina y árabe en general, atreviéndose
a enfrentar al gobierno del Estado de Israel y retirando su embajador de
Tel Aviv a raíz de la masacre que sus tanques aplicaron en Gaza y el sur
del Líbano. Más sólida y estructurada ha sido la relación que armó con el
gobierno fundamentalista de Teherán, no solo por el interés común de ser
jefes de Estados petroleros. Ambos gobernantes se necesitan en la mis-
ma medida en que son atacados por el mismo enemigo y juegan a lo que
Chávez denomina “la nueva geometría del poder mundial”. Irán es una
pieza clave en ese juego.
El día que amenazó a Israel con romper relaciones diplomáticas y se ne-
gó a retractarse de haber acusado a su gobierno de “genocida del pueblo pa-
lestino”, un fantasma rondó en las cabezas de quienes conocieron la estrecha
relación intelectual entre Chávez y el ideólogo argentino Norberto Ceresole.
Este sociólogo peronista lo había inducido por los caminos enrevesados de
la llamada “sinarquía mundial” del imperialismo y el sionismo, una rancia
ideología que desprende hedores de los años treinta. Chávez reformuló esa
frase como “nueva geometría del poder mundial” y le sacó el odio antisemi-
ta de Ceresole, pero una cosa le quedó clara de sus conversaciones con el
intelectual porteño: Israel es una pieza clave en el dominio imperialista en
Medio Oriente. Chávez aprendió desde su época de la Academia Militar que
la causa palestina se parece mucho a la causa latinoamericana porque en-
frentan al mismo enemigo mundial, al que el Estado de Israel le sirve como
instrumento de guerra.
Este era un tema de análisis en las clases de Geoestrategia y Política
Mundial, en un país como Venezuela donde la amplia población árabe ganó
la simpatía popular por los palestinos hoy como en los años sesenta por
Gamal Abdel Nasser. El día que murió el líder egipcio, en 1970, el gobierno
socialcristiano de Rafael Caldera le rindió honores y las casas se cruzaron
con un lazo negro, a pesar de la estrecha dependencia del gobierno venezo-
lano respecto de Washington. Treinta y siete años después esa relación ha
sido revivida por el líder bolivariano con su ataque al gobierno de Israel y su
defensa de la causa palestina. Esa memoria trajo una nueva simpatía. Un
dirigente palestino de Hamas, encerrado en las ruinas de Gaza, sin tiempo
para andar mirando noticieros internacionales, que no sabe qué es ni dónde
357
queda Venezuela, le dijo a la periodista argentina Telma Luzani: “Ustedes
en América tienen un presidente bueno, llamado Chávez”.
En las movilizaciones revolucionarias de febrero de 2011 esa memoria
de simpatía hacia Chávez se pudo ver en las calles de Egipto en algunos
sectores que mencionaban su nombre cuando reconocían reporteros de
América Latina. En la Plaza Tahrir de El Cairo se pudo ver en un reportaje
de NTN, el día 11 de febrero, un cartel con el rostro y la palabra “Chávez”
al final de una consigna en árabe. Probablemente relacionándolo con Nas-
ser, el líder de la revolución nacionalista de 1952. Pero en América Latina
funcionó con un sentido contrario, negativo. Los enemigos del gobierno y
del presidente venezolano lograron homologar en las cabezas de un sector
de la población media y pobre, las caídas de los dictadores de Túnez, Egip-
to y Libia con la imagen del presidente Chávez. Esto fue más evidente en
Venezuela, donde los estudiantes huelguistas de hambre lo expresaron con
claridad. Pero en la opinión pública de una parte de América Latina hi-
cieron correr la misma imagen. El canal colombiano de noticias NTN hizo
varios programas sobre el rumor de que el dictador Gadafi se refugiaría en
Caracas. El canal argentino C5N tituló: “Dictador latinoamericano refugia
a dictador libio”.
Esta burda campaña pudo ser sofrenada o contrapesada, aunque fuera
en medidas parciales, si el gobierno venezolano hubiera sido más expedito
en su posicionamiento al lado de las masas rebeladas. En el caso de Egipto,
lo hizo tarde, sin diferenciarse frontalmente del dictador Mubarak, y en el
caso de Libia, es más complicado, porque Venezuela mantiene acuerdos y
tratados, lo cual es legítimo, pero no es lo mismo cuando se trata de buenas
relaciones político-personales entre el presidente venezolano y Muamar el
Gadafi, un hombre que se asoció con el imperialismo para olvidarse de sus
día rebeldes. Esta prueba será más candente si la rebelión árabe se extiende
al pueblo llano de Irán contra el régimen teocrático que gobierna Teherán.
Las relaciones de Estado, y las personales, tienen el límite de la rebelión
social.
Y en esos países, a diferencia de Venezuela, existen razones para la
rebeldía popular. Esto quedó demostrado desde febrero de 2011 cuando los
pueblos de Yemen, Egipto, Libia, Arabia Saudita, Túnez, Argelia, Omán y
Bahrein tomaron las calles para exigir libertades democráticas. Pocas veces
en la historia se había visto tal marejada de levantamientos.
Cuando este nuevo “teatro de guerra” árabe se concentró en Libia, a
Hugo Chávez le saltaron los tapones. Ahí estaba su amigo Gadafi, a quien
había condecorado con la espada de Bolívar unos meses antes. Comenzó una
nueva prueba en la que se manifestó tal como es desde que ha sido lo que
es. Original y contradictorio como es su esencia, se opuso al imperialismo
y se atrevió a la iniciativa de proponer una Comisión de Alto Nivel pero
conformada por países del ALBA y otros similares del Tercer Mundo que
medie entre las partes en Libia. La izquierda mundial y muchos gobiernos
simpatizaron con la idea.
358
La misma gente arrugó la cara cuando el mismo presidente defendió al
líder libio por razones de Estado y de amistad, sin importarle los muertos
que había dejado en las calles de Trípoli y Bengasi. Nadie puede saber si lo
sabía, si sus asesores en el mundo árabe lo habían informado sobre el cam-
bio de bando de Gadafi. Sus brutales atropellos a quienes no opinen como
él o el enriquecimiento ostentoso de sus ocho hijos. Su firme posición anti-
imperialista ante los bombardeos a Libia quedó borrosa por su defensa a
ultranza de Gadafi. Lo que nadie puede explicar es cómo hace Hugo Chávez
para quedar igual que el día anterior, después de armar tamaña controver-
sia ideológica internacional.
359
2010, el mismo líder pero en apuros
361
2001, 2002, 2003 y 2004. Se movió como si estuviera en un teatro de guerra
asido a su tablero imaginario moviendo ejércitos y recursos en una guerra
que siempre parece de posiciones. Y lo hizo con el espíritu reactivo empírico
que le confesó a Harnecker: “Soy un hombre de contraofensiva”.
Esa contraofensiva esta vez no le dio los mismos resultados que en otras
pruebas. Es más fácil derrotar a un golpe que hacer llover las nubes cuando
se niegan a dar agua por once meses seguidos, o secarlas cuando deciden llo-
ver como en Macondo. No fue tan fácil escapar a la descomposición moral de
las FARC y terminar engañado por uno de sus grupos en el escándalo por el
hijo de Clara Rojas. Cuando se enteró que el niño hacía mucho que no estaba
en poder de la organización, rompió relaciones con ellos. Lo que había co-
menzado con una buena imagen en la prensa por su mediación a favor de la
“paz” en Colombia terminó en un fiasco del cual fue la víctima propiciatoria.
Chávez reaccionó como siempre. Comenzó su última batalla contra Uri-
be y las bases yanquis, por las que casi se rompe la UNASUR en Bariloche
en 2009, y provocó un enfrentamiento que pudo llegar a niveles militares
en la frontera. Su molestia con las FARC hizo que calificara a las guerrillas
como “fuera del tiempo” y sin sentido, recibiendo críticas de una parte de la
izquierda mundial que simpatiza con ellas. Hasta su maestro Fidel Castro
se distanció conceptualmente en una reflexión mesurada sobre el valor de
las guerrillas en la historia.
A los desmanes naturales o las locuras financieras del capitalismo
mundial los enfrentó con lo mejor que tenía. Uribe terminó saliendo como
un tipo malo con imagen favorable en la sociedad colombiana, en 2010 fue
reemplazado por su asistente en el genocidio, y fue con este con quien pudo
rehacer las relaciones, recomponer el comercio, las fronteras y las sonrisas
presidenciales perdidas con el malhumorado hombre de Antioquia.
El día que pactó con Santos en Santa Marta bajo el halo de Bolívar y
embanderado con la tricolor venezolana, no advirtió que comenzaba una
prueba más difícil que la de Uribe. Quizá arrullado por los vítores populares
que recibió en el camino al monumento donde lo esperaba paciente el colom-
biano, olvidó que no hay nada más peligroso para un político revolucionario
que las babas resbalosas de una relación de Estado.
Casi un año después, como si se tratara de un vaticinio fatídico, se ajus-
tó un poco más a las leyes de la relación entre Estados. El vacío ejecutivo
dejado por Néstor Kirchner debe compartirlo en una Presidencia tan bicé-
fala como contradictoria. Se supone que ambos secretarios de la UNASUR
representan políticas externas incompatibles en el terreno diplomático, más
en una entidad dedicada a contener conflictos. Esta tendencia peligrosa se
reforzó en abril de 2011 cuando le brindó legitimidad a Porfirio Lobo, un pre-
sidente electo en unas elecciones írritas promovidas por un régimen dictato-
rial surgido del golpe militar de Estados Unidos en Honduras. A la reunión
asistió al lado del presidente colombiano Juan Manuel Santos.
Chávez ingresó en un laberinto cuyas salidas son tan peligrosas como
su entrada. Uno de los riesgos es la ruptura con una parte del movimiento
362
social que lo apoya en Honduras, en Venezuela y otros países. Lo vieron
como demasiado. Uno de los dirigentes de la resistencia hondureña escribió
estas reflexiones en el diario web español Rebelión:
363
calendario marcha un proceso social de modificación tectónica de su base
social. Chávez lo comprendió a partir de esa pelea con la periodista. No es
un camino sin retorno, tratándose de Hugo Chávez. Su actuación al frente
de las crisis eléctrica y habitacional desde diciembre de 2010 hizo subir la
puntuación de su buena imagen. Era su guerra de posiciones que a veces se
le vuelve interna.
Fue esa urdimbre de desafíos, quizá, lo que hizo “disparar las alarmas”
de la estructura mental del presidente. Entre 2008 y enero de 2011 hemos
presenciado 19 regaños públicos a ministros, viceministros y altos funciona-
rios. El sociólogo venezolano Pedro José Fuentes reseñó en un escrito apare-
cido en Aporrea uno de esos casos escandalosos:
Quizás ustedes piensen que el pueblo debería matarnos (…) aah, pero
¡no!, eso sería muy fácil, nos matan y ya, estamos muertos y se acabó (…)
¡No! Lo que el pueblo debería hacernos es colgarnos y mantenernos vivos,
36 Aporrea.org, 21-01-11.
364
pero a puntico de morir, sufriendo hasta siempre, ese es el castigo que
merecemos!37.
Casi tres años después, la conmoción personal producida por unas dimi-
nutas células malas en el cuerpo de Hugo Chávez pudo más que la retórica
del conocimiento sobre los riesgos de la sobredeterminación de los líderes
en la vida del movimiento y de los gobiernos. Pero a la militancia chavista,
cada vez más politizada, le comenzaron a preocupar otras expresiones del
nuevo Chávez. El día que dijo a sus seguidores que había que sustraer la
365
palabra “muerte” de la consigna “Patria, socialismo o muerte”, entendieron
que la enfermedad también estaba presionando al líder hacia el “centro” de
la vida política. Dicho de otra manera, que lo estaba haciendo mover desde
una posición “de izquierda” como la denota la consigna.
Un detalle biográfico poco advertido por sus seguidores es que el líder
bolivariano está tan compenetrado con el régimen que ha modelado a su
imagen que ya no ve la frontera entre su vida personal y la del sistema
institucional. Sacar esa palabra de una consigna de Estado, usada por mi-
llones de militantes y por las Fuerzas Armadas en actos oficiales, es como
trasladar sus íntimos temores al conjunto de la sociedad y del Estado. Como
si fueran lo mismo. Es una dialéctica irreversible entre el líder y el proceso.
Nacida en 1992, su desarrollo se ha vuelto fatal: lo que pase con uno afectará
sin remedio al otro.
366
Entre un principio
y demasiados amigos
367
ra haber ingresado a un laberinto como el que lo condujo al 11 de abril de
2002. No solo debe arreglárselas con Washington que lo tiene en la mira y
no descansa en asediarlo en los organismos internacionales y con la prensa,
también tiene que vérselas con sus propios corruptos y burócratas, que es lo
más parecido a una bomba activada bajo sus pies.
Una de las contradicciones sobre la que cabalga Hugo Chávez es la
conservación de una economía y un tipo de Estado donde se junta lo peor
de lo viejo con lo perverso de lo nuevo. En muchas zonas del gobierno no
puede diferenciar claramente entre lo uno y lo otro. Lo bueno y sano de la
“revolución bonita” se sienten arrinconados en la impotencia. Esa impoten-
cia muchas veces se apodera del presidente cuando siente que los corruptos
están haciendo “su propia” revolución bolivariana. El contrasentido aparece
cuando esa realidad choca con los discursos radicales del líder bolivariano,
por un lado, y con la fuerza transformadora de las masas que lo acompañan
y odian a los corruptos pero no tienen el poder político para desalojarlos del
aparato de Estado.
Los remedios aplicados hasta ahora por el gobierno no impidieron la
reproducción de la enfermedad. Como dice un científico marxista al que ad-
mira István Mészáros, la corrupción “es una función metabólica de la repro-
ducción del capital”. El propio Chávez, siguiendo a este y a otros autores,
comenzó a señalar la causa de fondo de la enfermedad:
39 Crónica, p. 7.
368
han hecho centenares de denuncias. La razón es simple: se democratizó la
denuncia, se liberó la palabra política. Cualquier vecino puede hacerlo desde
su organización social o a través de los medios comunitarios independientes.
Y, si esto no da resultados, pueden solicitar la remoción de un funcionario a
través del Referéndum Revocatorio o denunciarlo tantas veces como quiera
hasta que se va. En enero de 2011 el ex presidente del Instituto de Ferroca-
rriles del Estado, despedido al mes siguiente por burócrata, había decidido
desde el año 2008 poner en riesgo la vida de casi 80.000 personas cada 24
horas. La razón era simple. Su Directiva se negaba a aplicar el presupuesto
para la compra de repuestos que garanticen la seguridad de los trenes. Qui-
so echar a decenas de técnicos que reclamaron, pero la movilización pudo
más y el echado fue él. Uno de esos técnicos me contó:
369
las denuncias individuales aparecieron por Aló, Presidente, registradas en la
página web del Gobierno. De las 1792 denuncias con pruebas documentales
o testimoniales que publicó el diario aporrea.org entre abril de 2003 y mayo
de 2007, una cantidad de 1397 acusaciones provinieron de asociaciones y
militantes del movimiento popular. El resto fue hecho por algunos dipu-
tados, directores y gerentes chavistas de organismos, y por la Contraloría
General.
Un dato singular es que la gente acudió en 2007 al instrumento cons-
titucional de Referéndum Revocatorio para tratar de remover corruptos del
régimen. Informa el diario Últimas Noticias del 16 de junio de 2007:
Hasta 1999, los encargados de sacar la corrupción a la luz eran los me-
dios periodísticos, diputados, o la Contraloría General en su informe anual.
A veces la Iglesia. La norma era negociar entre las jefaturas de los partidos
que dominaban esos organismos para que hubiera resultados nulos. Luis
Tascón, una de las principales figuras parlamentarias del gobierno, dijo por
un canal de televisión:
370
no podemos sacrificar a las personas honestas y comprometidas con este
proceso. Hay que limpiar la casa, pero de los malos, no de los buenos”43.
Existe una singular correspondencia entre el pensamiento político, la
opción de vida de cada sector y la irresistible tentación por la plata oscura
en la “revolución bolivariana”. El corrupto es casi siempre la misma persona
que en Venezuela definen como “gradualista”, versión criolla del tradicional
“oportunista” o “reformista”. Se trata de aquel chavista militante apoltro-
nado, generalmente de clase media, pero a veces se encuentra más abajo,
que confiesa que son suficientes las reformas realizadas y se siente incó-
modo con la profundización del proceso. Frente a él, están los funcionarios
incorruptibles que piensan al revés: si no se profundiza la revolución, se
perderán las conquistas y retrocederá todo hasta desaparecer. A estos sue-
len llamarlos los “profundizadores”. Chávez, que está con los segundos, hace
malabares para no romper con los primeros, y normalmente queda atrapado
entre los dos.
En esta zona medular de su gobierno, el líder caribeño muestra uno
de sus rasgos esenciales: cabalgar dos caballos que no se ponen de acuerdo:
uno trota hacia adelante, el otro hacia atrás. Eso no le impidió ser inflexible
en los casos en que decidió ir hasta el fondo, pero aparece atrapado en un
sistema férreo estructurado del cual no se puede salir sin demoler todo el
sistema. El asunto es que hacerlo implicaría una pequeña “revolución den-
tro de la revolución” y eso tendría costos en el equilibrio gubernamental y
las alianzas que él eligió. Ese es su dilema existencial.
Hasta comienzos del año 2011 la gente no se atreve a ir más allá de lo
que él se atreve. Los intentos sanos como el de Eduardo Samán quedaron en
el camino. Esta realidad se aceleró a partir de mayo del mismo año cuando
unos 50 movimientos y organizaciones de masas se reunieron en el Parque
Central de Caracas para decirle al gobierno y a su presidente que no esta-
ban de acuerdo con varias de sus políticas externa e interna. Más aún, que
saldrían a la calle con movilizaciones para enfrentar a la “burocracia” y la
“corrupción” que frenan el proceso revolucionario y frena el tránsito al socia-
lismo. En efecto, a las tres semanas, unos diez mil militantes de organizacio-
nes obreras, barriales, campesinas y de medios comunitarios marcharon por
las calles de Caracas. Pero esta vez Hugo Chávez los miró desde lejos, pues
estaba en La Habana curándose con quimioterapia.
Una de sus frases más conocidas, quizá una de las más creativas de
cuantas se le han ocurrido, es “Entre mil amigos y un principio me quedo con
el principio”. Muchas veces ha quedado invertida. Se las arregla para seguir
gobernando con “muchos amigos”. Mientras tanto, la gente espera su señal.
Por sus reacciones altisonantes en las reuniones oficiales donde se trata el
tema y por su sistemática acusación, se perfila un solitario que pretende aca-
bar con los corruptos con el mismo espejismo con que el Quijote enfrentaba
sus molinos de viento. No porque sean de fantasía, sino porque supone que
371
se podrá convivir con ellos hasta el 2025. Es la misma ilusión que lo llevó a
creer que podía compartir con Blair y Clinton o con sus enemigos internos.
Tan solitario como muchos de los incorruptibles en funciones de Estado.
Siente que “la ofensiva alienante del capitalismo” marcha más rápido que
los correctivos y “el poder popular”. Frente a los corruptos, el “profundizador”
Chávez se va convirtiendo en un “gradualista” involuntario o inconsciente.
Aun así, su gobierno atacó la corrupción como pocos gobiernos venezolanos
lo hicieron desde 1945. Metió presos o destituyó funcionarios que fueron
agarrados con las manos en la masa. Hay dos casos emblemáticos que puede
mostrar a su favor. Uno, el del coronel Luis Alfonso Dávila, ministro en su
primer gabinete, fue echado junto con su mujer por derivar fondos millo-
narios y cobrar comisiones por contratos sin licitaciones ni control público.
Dávila fue de la segunda generación que se ligó al MBR-200 y uno de
los dos hombres que acompañaron a Chávez en su primer viaje al exterior
al salir de la cárcel. Sin embargo, por su carácter, sus propiedades inmobi-
liarias y agrarias y su objetivo personal, su participación en el MBR-200
fue siempre otra. Su “enganche” tuvo el tono de la mayoría que ingresó con
Chávez al gobierno en 1999: vieron la oportunidad de seguir como antes,
solo que con boina roja.
El argentino Norberto Ceresole conoció bien a Dávila y retrató en su
imagen el espíritu dominante en aquella camada de funcionarios que ocu-
pó el gobierno entre 1999 y 2002. Ellos fueron el puente entre la vieja y la
nueva burocracia, y con ella se aggiornó la corrupción. El extinto ideólogo
peronista contó:
372
Algo así, tocar a la corporación militar en sus cúpulas, no se vio nunca
en Venezuela. “No me tembló el pulso cuando tuve que echar de mi gobierno
a los oficiales y al ministro del caso Central Azucarera”, declaró orgulloso el
presidente el 5 de marzo de 2006, apenas dos semanas después de iniciado
el escándalo. El ministro implicado se llamaba Antonio Albarrán, un pin-
toresco personaje que usaba sombrero blanco de ala ancha como Cocodrilo
Dundee y se pavoneaba con el presidente en sus giras de Estado. Su socio
era el comandante militar Delfín Gómez Parra. Ambos fueron echados en
febrero de 2004 por desviar 3.3 millones de dólares de la inversión en la
Central Agroindustrial Azucarera Ezequiel Zamora, en el estado Barinas,
el pueblo gobernado por el padre de Chávez. Junto a ellos salieron otros dos
oficiales y quince altos funcionarios civiles45. Los autores Marcano y Barrera
y algunos “amigos críticos” sostienen que la familia de Chávez ha participa-
do de varios de esos casos de corrupción.
Uno de los resultados políticos del impacto subjetivo causado por la
sorpresa electoral en Hugo Chávez, el 7 de octubre de 2012, cuando sacó más
votos de los esperados por todo el mundo, y por él mismo, fue la instalación
de un departamento que se encargará de vigilar las inversiones, los proyec-
tos, y a aquellos vivos que suelen quedarse con algo “de eso”.
373
El líder bolivariano comprendió el 7 de octubre de 2012 que el destino
de su gobierno se estaba jugando en el estado de ánimo de movimiento. Así
lo dijo en varias oportunidades durante la campaña y en privado en el pa-
lacio, en reuniones ministeriales de los días 10 y 11 de octubre, en las que
reclamó a su equipo: “Es que ustedes no hacen un seguimiento efectivo de
los resultados, de la plata que se invierte y adónde va, ustedes tienen que
hacerlo, yo no puedo alcanzar más desde mi lugar de combate, y después se
quejan de que soy personalista, ¿no?”. Quien me relató esta escena se sor-
prendió por la cara de espasmo de los ministros. Daba la impresión, me dijo,
de que habían comprendido de repente “que esta vaina se va pa’l carajo si no
corregimos, imagínate tú eso y la enfermedad del comandante”. El presiden-
te había logrado esa tarde del miércoles 10 trasladarles su impacto personal
en forma de susto colectivo.
374
todos los permisos de un año (enero a diciembre de 2003). Claro, tuvo que
pagar “31 mil dólares de comisiones cash aquí en Buenos Aires”. El escena-
rio también fue Puerto Madero.
El mismo año, un conocido ex juez argentino agenció una masiva com-
pra de inyectables genéricos en laboratorios argentinos a nombre de la re-
cién instalada oficina de PDVSA en Buenos Aires. “Lo que me llamó la aten-
ción fue que me pidieron triple facturación”, me relató el 19 de enero de 2005
Alfredo Brunstein, dueño de uno de los laboratorios elegidos. El empresario,
acostumbrado a esas mañas como todo capitalista, murió sin entender para
qué la tercera factura.
Los negocios legales e ilegales con Argentina se multiplicaron tanto que
no solo elevaron las estadísticas del flujo comercial bilateral, sino también
obligó a sistematizarlos, por un lado, y a vigilarlos, por otro. En diciembre
de 2004 un grupo de funcionarios venezolanos que se enriquecían con las
“bajadas de mula” al calor de los asados en Puerto Madero organizó sus ope-
raciones como Dios manda. En este caso, Dios fue el sistema financiero no
oficial. Registraron una trader de nombre “PCI”, que no refiere ninguna si-
gla del comunismo internacionalista, sino una firma de inversiones off shore
en el Mercosur. Al frente, o más bien detrás, de esta operadora de comisio-
nes millonarias estaba uno de los jefes de CASA, la Corporación venezolana
encargada de compras gubernamentales de alimentos. Siete meses después
de este hecho la agencia oficial de Venezuela, ABN, informaba de “100 casos
de corrupción en MERCAL”, que es la red de bocas de expendio de alimentos
de CASA. En MERCAL los precios son entre 3 y 5 veces más bajos respecto
del llamado “precio de mercado”. Es uno de los mecanismos implementados
por el presidente Chávez para “competir con el mercado capitalista” sin rom-
per con él. Este beneficio popular es distorsionado en algunos casos por las
manos negras del negocio oculto.
Durante el año 2010 un abigarrado manojo de frutas podridas salpi-
có los pasillos de Miraflores haciendo saltar de sus escritorios a ministros,
banqueros estatales, entidades de alimentos y a un vicepresidente con su
parentela. Un grupo de banquitos y financieras habían logrado controlar
el 15% del Presupuesto Nacional entre 2007 y 2009. Una novedad había
surgido. Estaba en las narices de todos. Percibieron sus hedores ese año
porque fueron muchos. Se manifestó como siempre lo hace la corrupción:
como escándalo. A esas alturas, una década de ejercicio, se conformaron
cinco estructuras de manejo de negocios turbios y algunos no tan turbios.
Se ordenan en redes separadas y en competencia, aunque vinculadas por
las mismas fuentes materiales. Los tentáculos van de entidades clave del
Estado a algunos bancos privados y viceversa. La base financiera tiene dos
raíces: el petróleo y el carácter importador de la economía. Antonini Wilson
fue apenas la flatulencia más tufarada salida de los meandros del Estado y
la empresa privada en doce años.
En Venezuela se les llama “corruptos de boina roja”. Durante su primer
gobierno, 1999-2001, a propósito del tema, solía quejarse en el Gabinete con
375
esta expresión: “Ustedes están matando a Chávez”, cada vez que se des-
cubría un ilícito o un funcionario cometía una falla grave de gestión. Era
una manera de decirles que estaban matando la única razón por la que
ellos estaban sentados en sus poltronas ministeriales. En los últimos dos
años despersonalizó esa reacción. Ahora dice: “No habrá socialismo si no nos
armamos con la ética y con la moral socialista. Cero corrupción, cero buro-
cratismo y atropellos”48. Acudiendo a un conocido decreto de Simón Bolívar
contra el imperio español, suele proclamar en Aló, Presidente: “Guerra a
muerte a la corrupción”49.
En el acto del 13 de abril de 2007, al final del discurso de celebración del
contragolpe del 13 de abril de 2002, no soportó la tentación y preguntó desde
su podio de orador, como si estuviera en un tribunal de ética: “¿Por qué hay
ministros que no pueden ejercer sus funciones sin acumular riquezas? In-
vito a mis colaboradores a despojarse de bienes materiales y entregarse de
corazón a esta revolución que es larga y exige sacrificios”50. A ambos lados de
él, en el tercer nivel del alto tinglado que hacía de tarima, cada funcionario
escogía la mirada más acorde con su conciencia y su ubicación en el discurso
del presidente. Algunos tuvieron que mirar lejos, más allá de la larga calle
repleta de asistentes, como si no escucharan el reclamo; otros lo miraban, le
sonreían y lo acompañaban en su filípica. Abajo, en la masa que lo atendía,
las palabras de Hugo Chávez se traducían en apellidos reconocidos y en la
imaginación brotaban dos marcas del dominio cultural imperialista: Hum-
mer y Blackberry, símbolos fastuosos del sector conocido como los “corruptos
de boina roja” que la gente sencilla usa por las mismas razones culturales.
Lo único criollo de la cultura social que sostiene a la casta de burócratas son
las tetas postizas de las jóvenes que quieren ser inmortales como Sibila. No
saben que al final de sus días de mujeres bellas la vida les jugará una mala
pasada y terminarán tan arrugadas como la del mito. Es el mismo destino
que le espera a la burocracia corrupta que rodea al presidente, gane o pierda
las elecciones. Al final del acto en la Avenida Urdaneta, en el alborozo de
la celebración, la imagen no era la de un presidente a caballo derribando
molinos malolientes, sino algo parecido a un Quijote bolivariano asediado
por ellos.
376
NOVENA PARTE
DESTINO
379
ñando la espada de Bolívar y con sus dos gabinetes, el civil y el militar, a
ambos lados, el líder bolivariano dio las dos señales del fin de su vida. Había
regresado con la misma emergencia con que se había marchado a La Haba-
na una semana antes bajo el permiso votado en la Asamblea Nacional.
El informe médico y la circustancia política lo obligó el día 7 a hacer
un viaje repentino y de alto riesgo. Llegó de madrugada al aeropuerto de
Maiquetía, habló de Fidel y de las elecciones de la semana siguiente, re-
lató cuentos, saludó y conversó con sus ministros, hizo chistes y chanzas y
los invitó a disfrutar la pachanga decembrina, se fue al Palacio, compartió
con su familia y allegados personales y luego descansó lo suficiente para
sostener las reuniones indispensables sin las cuales no podía volver a La
Habana para someterse a la operación menos segura de sus 18 meses de
convalescencia.
La lealtad de sus camaradas de gobierno y partido bastó para que en
pocas horas del sábado acoplaran las resbaladizas piezas de una transición
gubernamental que podía no tener retorno. Así lo dijo con una voz calma y
un espíritu tenso escapado por sus manos inquietas. Sosteniendo la espada
en el puño de su mano izquierda, dijo: “Yo decidí venir, es verdad, haciendo
un esfuerzo adicional porque los dolores, bueno, son de alguna importan-
cia... estamos con tratamiento, con calmantes, en la fase preoperatoria y yo
debo regresar a La Habana mañana con el favor de Dios”. El mensaje era
más para que los medios informaran al mundo que para sus ministros, pero
las miradas no pudieron evitar el asombro de lo inesperado. El presidente se
estaba despidiendo por primera vez en catorce años del poder por el que lu-
chó desde que se hizo conspirador revolucionario en la Academia Militar. La
imagen no hubiera sido completa en este drama ontológico sin las siguientes
cuatro palabras terribles, dichas por quien sabe que puede ser la última vez:
“Estoy aferrado a Cristo”, dijo, luego de besar el crucifijo brillante que sacó
del bolsillo derecho de su camisa azul, bajo la cual una franela roja recorda-
ba el toque ideológico que abrazó en su vida de rebelde. Antes de colocar el
crucifijo en la pesada mesa del despacho, develó la seriedad de su anuncio:
“Y sigo aferrado al milagro”.
Nunca en año y medio el presidente Chávez fue tan preciso en la cifra
de su mensaje. Estaba revelando la íntima relación entre el hombre huma-
no que decae y el hombre político que sabe que puede irse. “Hay que estar
preparado para que algo salga mal”. Ese fue exactamente el informe de los
médicos antes de partir de La Habana el día anterior. El resto fue un peso
que cayó solo en el silencio de aquella reunión palaciega. La memoria de los
grandes hechos humanos nos conduce a dos escenas de patetismo similar, la
socrática antes de la cicuta y la de Jesús con sus apóstoles en la última cena.
El acto inmediato fue la investidura de Nicolás Maduro para “concluir
el período“, que puede culminar el 10 de enero de 2013 o prolongarse si logra
recuperarse. Su voz pausada se trasladó con la mirada desde sus ministros
al elegido. “Debo decir algo aunque suene duro, pero yo quiero y debo decirlo.
Si,... (y esa brevísima pausa fue suficiente), como dice la Constitución, se pre-
380
sentara alguna circunstancia sobrevenida que a mi me inhabilite para seguir
al frente de la Presidencia, Maduro debería concluir el período actual”.
Las palabras siguientes completaron el sentido exacto de su despedida.
Adelantó que “en ese escenario”, el peor, el de su desaparición del centro del
poder venezolano, Maduro debería ser el candidato a votar por su movimien-
to en las elecciones inmediatas que impone la Constitución Bolivariana a los
30 días exactos del vacío presidencial. El detalle casi barroco de su mensaje
político a la compleja y rebelde base chavista, en el trance más delicado de
un poder a otro, lo dijo como la fuerza de un líder que sabe del valor de sus
palabras: “… Mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, abso-
luta, total, es que en ese escenario... ustedes elijan a Nicolás Maduro como
presidente”.
Los dos días y medio que siguieron a estas palabras finales fueron espe-
sos y sombríos, solo iluminados por la sorprendente luna llena que iluminó
Caracas como si las palabras presidenciales la hubieran convocado a tan
solemne reunión de un poder que debe transitar, como la luna llena. A los
dos días y medio, el parte médico enviado desde la capital de Cuba le infor-
mó al presidente encargado que el presidente ido había sobrevivido a una
operación de más de 6 horas y de pronóstico absolutamente reservado. El
previsto sangrado, efusivo por su dificultad genética de cicatrización, fue tan
desmedido y riesgoso que por momentos los cirujanos sintieron que los ven-
cía. Maduro informó al mundo que el líder bolivariano había sobrevivido. El
sarcoma que lo consume no le da sosiego a su cuerpo ni reposo a su espíritu,
un drama personal cuyos efectos se sienten mucho más allá de él.
Un riesgo de muerte de espera con similares dimensiones solo se ha
conocido en pocos casos de la historia del último siglo. Lenin, Eva Perón, y
en cierto modo con las lentas muertes esperadas de Ho Chi Ming y Mao Tse
Tung, postrados en sus camas finales ante la mirada de millones de chinos y
vietnamitas que cada día miraban sus imágenes, solo para noticiarse si aún
respiraban. No hay mucho más en la historia reciente.
El caso más latinoamericano y célebre es el de Evita Perón, víctima de
un cáncer de útero que le convirtió la existencia en insoportable por casi dos
años, aunque su patología fue informada más o menos un año después de
confirmada, a mediados de 1951. Se supo cuando “el diagnóstico era irrever-
sible“, relata Armando Pérez de Nucci en el diario La Nación (Buenos Aires,
26 de julio de 2012). Oficialmente se declaró una apendicitis, pero en poco
tiempo se hizo evidente que algo peor le estaba minando todos los tejidos a
una mujer que, como Hugo Chávez, tampoco dormía ni descansaba lo sufi-
ciente para reponer energías y evitar la corrosión masiva de las células. Así
aparece relatado por sus íntimas asistentes en la película documental Las
Muchachas peronistas. Ellas cuentan que la Jefa espiritual de la nación, co-
mo la había bautizado Perón unos meses antes, no atendía los consejos mé-
dicos, ni los de ellas ni los del mismísimo Juan Domingo Perón. El ambiente
previo es el más parecido al vivido con la enfermedad de Hugo Chávez entre
junio de 2011 y diciembre del año siguiente. Una larga espera de tortuo-
381
sa expectativa nacional. Con Hugo Chávez hay que agregar que tuvo un
impacto internacional cuantitativamente distinto, porque el chavismo ganó
raigambre en medio planeta con apoyo organizado en más de 120 movimien-
tos sociales y políticos de Latinoamérica, otras decenas en el mundo árabe
islámico, y también en una parte de la militancia izquierdista de Europa y
entre sectores políticos e intelectuales de África negra y Asia. En Angola es
tan popular como en la Franja de Gaza, Siria, Irán y Libia, pero en España,
Portugal, Grecia, Suecia, Rusia e Italia cuenta con decenas de miles de ad-
herentes. En ese aspecto del drama final, tiende a semejarse más al largo
año de crisis que precedió a la muerte de Lenin, ocurrida en enero de 1924.
Siguiendo el registro periodístico del diario digital Aporrea.org, en nues-
tro continente se celebraron 198 misas públicas entre el 8 y el 15 de enero.
En el mundo árabe se cuentan en el mismo lapso 56 plegarias, y en Europa
actos y homenajes en 11 países. En Nueva York, organismos militantes de
obreros e intelectuales realizaron cuatro actos de homenaje, y cinco barrios
de Bogotá, una ciudad donde predomina el sentimiento antichavista, cele-
braron misas por su recuperación. Además de los saludos presidenciales,
que son comunes en situaciones como estas.
Un caso parangonable en algunos puntos es el de Tancredo Neves, el
primer brasileño electo presidente después de veinte años de feroz dictadu-
ra militar. Tancredo se agravó la noche anterior a su investidura y provocó
una situación de incertidumbre institucional aproximada a la de Venezuela
desde el 8 de diciembre, cuando Hugo Chávez depositó el poder en Nicolás
Maduro. Hay dos diferencias. Tancredo no tuvo la estatura continental del
líder bolivariano y, además, la transición estaba garantizada por el mecanis-
mo del voto popular, previo a su muerte. En Venezuela el sucesor en un cargo
es designado por el presidente, lo que obliga a una transición más compleja.
La publicidad y masividad en las circunstancias de la enfermedad de
Chávez no se debe a la existencia de redes de medios de reproducción masiva
superiores a 1924 o 1952, contra lo que pudiera suponerse con ligereza. En
realidad, se combinan hechos excepcionales en un cruce geopolítico especial
de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Chávez, una personalidad comple-
ja de conducta atípica y original en la historia de los jefes de Estado, se cargó
al hombro el tiempo histórico de un continente. Fue el primer líder rebelde y
el primer presidente que enfrentó al neoliberalismo. Desde ese punto de par-
tida, en 1992 y como gobernante durante trece años continuos, rehabilitó tres
palabras-concepto venidas a menos tras la implosión de la URSS y Europa
del Este, la conversión de China y Vietnam al capitalismo y la decadencia de
Cuba, en medio de la noche más pesada del dominio neoliberal. Desde 1992,
junto a los zapatistas y las rebeliones suramericanas, le dio nueva vida a
la palabra revolución. Entre 2002 y 2004 a la expresión antiimperialismo, y
desde febrero de 2005 al concepto socialismo. Esos tres proyectos permane-
cían como banderas indeclinables de movimientos y partidos marginales o
disminuidos con el tiempo. Especialmente en América Latina, donde el Foro
de São Paulo sembró, desde los primeros años del nuevo siglo, la idea de que
382
era bueno cogobernar con capitalistas, lo cual, para que fuera coherente, exi-
gía evitar revoluciones, contemporizar con Estados Unidos y olvidarse de una
buena vez del socialismo.
Las confusiones de Chávez sobre esas tres tradiciones y sus contradic-
ciones en la experiencia de la Venezuela chavista se subordinan al mérito
personal que significó legitimarlas en la cabeza de millones de trabajadores,
jóvenes y pobres del mundo. Hugo Chávez fue el gran agitador de estas tres
ideas cardinales del mundo contemporáneo.
Su legado, en caso de caer vencido ante su último enemigo en este mun-
do, el cáncer, es haberse “puesto un continente al hombro“, como dijo en
2005 el viejo revolucionario peruano Ricardo Napurí en una entrevista: “El
comandante Chávez carga sobre sus hombros una responsabilidad superior
a las fuerzas políticas que lo acompañan y al programa que levanta. Ese es
su mérito, los resultados ya no dependen solo de él”1.
Las acciones y resultados de su legado están relatados con la pausa
necesaria en los capítulos de esta biografía.
Hugo Chávez podría repetir con hidalguía lo que al final de su vida dijo
Simón Bolívar, el héroe más caro en su Olimpo personal: “Jesucristo, Don
Quijote y yo, somos los tres más grandes majaderos de la historia”.
Con una diferencia. Ellos tres llegaron derrotados al final de sus vidas.
Chávez podría culminar su existencia con la mayor suma de victorias elec-
torales y sociales en un solo tiempo. No hay presidente de este hemisferio
que pueda mostrar un legado similar. La caída tendencial del voto chavista
desde 2008 no aliviana este dato pesado de su biografía.
Quizá los triunfos simultáneos en la elección presidencial del 7 de oc-
tubre de 2012 y las de Gobernadores dos meses más tarde, en las que el
chavismo ganó 20 de 23 gobernaciones, confirman que estuvimos ante un
majadero imbatible como fenómeno político.
El 10 de enero vimos una manifestación insólita, casi de realismo má-
gico, de ese extraño récord de ganar elecciones. Sin pronunciar una palabra,
postrado en una cama, sin elecciones, ni masas, ni prensa, ni tribunas, y
con una campaña mundial en contra de que asumiera como presidente por
cuarta vez, Hugo Chávez ganó esa batalla como si fuera la primera, y segu-
ramente sin que se haya enterado. La magnitud e intensidad del ambiente
y el escenario creado por sus opositores contra la continuidad del mandato
presidencial fueron solo comparables a la elección presidencial del 7 de octu-
bre. En vez de “vacío de poder” el mundo presenció a Hugo Chávez ganando
como si se tratara de un quinto mandato.
383
2011, inicio del drama
385
vo sometido a los estropeos del cáncer. Crónica TV, un canal de la televisión
argentina, tituló la noticia así: “No estaba enfermo, estaba de parranda”.
Otros medios fueron más sensatos, pero reflejaron el mismo desconcierto.
Sobre todo el diario El País, de Madrid, que lo dio por muerto cuatro días
antes de que el mandatario bolivariano mostrara su “uranio biológico” con
esa maratón parlamentaria.
Puede haber razón en estos argumentos de la medicina china, pero tam-
bién podría ser cierto el diagnóstico psicopolítico de su maestro, el gene-
ral Pérez Arcay, cuando le dijo que tenía tendencia al “sentido martiano de
la muerte”. Es propio de los líderes que se convierten en mitos populares.
Chávez es una mezcla de ambas cosas.
La peligrosa patología había iniciado un perverso juego como el de las
“escondidas” que jugamos todos en la infancia cuyo sentido termina con
la sorpresa del descubrimiento. Algo similar ocurrió hasta el 8 de junio de
2011, cuando verificaron bioquímicamente en La Habana que había algo
más que una rodilla enferma y un presidente estresado.
Todos los informes serios, incluido el inevitable chisme ligero que re-
corre las cuatro esquinas de Caracas, permiten inferir que una mezcla de
patologías adquiridas y heredadas actuaron para desatar un sarcoma en el
bajo vientre, con metástasis acelerada por un estrés intenso de origen po-
lítico, social y administrativo. Chávez no descansaba y dormía mal, cuando
dormía. En esa medida fue una llama que se consumió en sí misma. Más de
año y medio de dolores y cuatro operaciones condujeron a una colostomía con
infecciones derivadas y deficiente cicatrización. Y lo más grave: la terrible
sensación de que “el hilo de la vida comienza a acortarse”, señala el experto
terapeuta argentino Sergio Landini. Según él, el síntoma más brutal de ese
nuevo estado de vida es el dolor. Como en todo enfermo terminal de cáncer,
los dolores continuos se vuelven insoportables para la psiquis y el equilibrio
emocional. “Se debilitan los recursos emocionales, que en Chávez los percibo
gigantescos”, sostiene Landini. Se trata de una fase clínica en la que aparece
la “la rumiación”, un término que usa este médico especializado en las técni-
cas de EMDR de tratamiento postraumático: “El inquilino que llevamos en la
cabeza se angustia y comienza a preguntarse por el pasado desde el presente
y por el futuro desde el mismo presente”, como si estuviera en medio de una
calesa descontrolada.
Así como los hechos relatados hasta aquí son ciertos porque ocurrieron,
también lo fue que un periodista caraqueño llamado Manuel Isidro Molina
informó que el presidente padecía de cáncer el 28 de agosto de 2010, diez
meses antes, según registro de Analitica.com. Molina nunca pudo documen-
tar su noticia y, aunque le informaron mal porque aseguró que se trataba de
“pólipos paranasales”, es un dato biográfico de interés. No solo porque lo haya
dicho primero, sino por el resultado histórico. El descubrimiento clínico del 8
de junio confirmó que el líder bolivariano padecía de cáncer.
Tiene el mismo significado personal que para el presidente Lugo, de Pa-
raguay, o para Lula, de Brasil. La diferencia es la escala de sus efectos políti-
386
cos. Chávez, como bien definió Rafael Correa, mandatario de Ecuador, es un
“Presidente histórico”.
El ex presidente francés François Mitterrand gobernó once años con un
cáncer a cuestas y terminó su vida por otra causa, pero desde el día en que se
lo detectaron su capacidad se redujo, según relata David Owen en una obra
sobre presidentes famosos enfermos.
Lo relevante en términos biográficos es que un presidente de apenas
57 años, con un historial de salud que no registra alguna enfermedad im-
portante, de repente caiga en tal estado de malogramiento. En su reciente
registro clínico solo se conocen las ulceraciones gástricas del año 2003, cu-
radas en 2004, y el nunca bien develado episodio de febrero de 2005, cuando
tuvo que ser tratado de urgencia por un daño grave en una pierna. Sobre
eso existen dos versiones en los pasillos de Miraflores. Una relata que el
presidente recibió un tiro en una pierna dentro del Palacio por un “asunto
de faldas”, cuando el esposo y oficial de guardia agraviado usó su arma de
reglamento. La otra versión es más cándida. Cuenta que el presidente “se
escapó” del Palacio a un motel de la montaña vecina de Los Teques con una
amante furtiva, creando, sin advertirlo, un “vacío de presidente” que fue
llenado, desde las 8 de la mañana, con los más desopilantes rumores. A me-
diodía Caracas se llenó de “bolas” (rumores), como si fuera el último chisme
de una novela de amor. Ante la duda, las vanguardias rodearon el Palacio,
suficientemente apertrechados para defender su gobierno y su presidente,
de la misma manera que lo hicieron en abril de 2002. El hecho no tuvo tras-
cendencia, ni siquiera fue utilizado por la prensa enemiga para difamar.
Horas después, pasado el mediodía, un oficial de la Guardia Presidencial
llamado Rogelio Viloria le confirmó por celular al diputado Luis Tascón que
“El Jefe” estaba seguro. El diputado salió al balconcito de Miraflores y a
través de un megáfono le dijo al pueblo expectante: “El Jefe está seguro”.
Las vanguardias volvieron a sus casas con la seguridad de que todo estaba
bien. Pero algo quedó en el misterio: ¿por qué el presidente cojeó durante los
días siguientes?
En 2011 no hubo duda. Esta vez quedó recluido en un hospital oncoló-
gico, casi desde que pisó el suelo de La Habana, adonde recaló el 8 de junio
desde Ecuador. Y desapareció por primera vez en trece años durante 22 días
seguidos del centro del poder venezolano.
Dentro y fuera de Miraflores, todos coinciden en el peso de la presión
creciente a la que está sometido y su modo personal de afrontarlas. El alto
grado de coacciones y presiones que padece Venezuela no se registra contra
ningún país latinoamericano. Y él es el punto de la mira. Al mismo tiempo,
y en buena medida, Hugo Chávez ha sido víctima de dos signos personales.
Uno es el tipo de sistema institucional, es decir, el régimen que se confor-
mó alrededor de él desde 1999. El otro es la irrefrenable energía creativa
que conecta su capacidad de pensar con la de actuar. La personalidad de
Hugo Chávez rechaza la conducta burocrática o diletante. La sinergia con
sus sueños, y luego con una parte del pueblo, le impedía poner el dedo en
387
el “botón de pausa”. Fue un militante a tiempo completo desde que se hizo
conspirador y desde que ingresó a Miraflores. Es un fuego que se consume a
sí mismo, como los héroes de la antiguedad.
La historia muestra que esa combinación puede ser de alto riesgo. En la
Venezuela bolivariana hemos visto este fenómeno de sobrecarga de estrés,
enfermedad o muerte inesperada en una decena de figuras del poder.
Inácio Lula da Silva tiene conciencia de que ningún cuerpo humano
soporta una carga de responsabilidades como las que Chávez lleva al hom-
bro. Cuando lo llamó a La Habana a mediados de octubre para saludarlo,
aprovechó para “reprenderlo” por ese grado de concentración política en su
persona, según me confió el político y diplomático argentino Oscar Laborde.
Esta relación entre estrés gubernamental, salud presidencial y gober-
nabilidad fue estudiada por David Owen, ex médico y ex ministro del Pala-
cio de Westminster en Londres. En su libro En el poder y en la enfermedad.
Enfermedades de los jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años2,
el autor ausculta las enfermedades de más de 50 líderes que gobernaron
entre 1901 y 2007. Aunque su método analítico es limitado y subjetivista,
sin contextos ni condiciones sociales, tiene el valor de mostrar los efectos
políticos de una grave dolencia presidencial. Uno de ellos es el definido por
él como “síndrome de Hibrys”, según el cual se produce un fenómeno de ex-
cesiva autosuficiencia individual, cuyo resultado más probable es la crisis
recurrente, sea en sus actos políticos como en su vida orgánica.
En el caso de Chávez, hay un detalle biográfico sin el cual se vuelve in-
comprensible la peligrosa revelación del 8 de junio, y sus derivaciones fatales
en marzo y diciembre. Chávez es un apasionado de lo que hace, incluso cuan-
do se equivoca. Se coloca al frente del desafío y concentra su máxima energía
frente a los problemas, aunque no siempre los pueda resolver. Una imagen
que da soporte a este argumento es la de él en persona, manejando un jeep
en enero de 2011 por los barrios escarpados de Caracas, procurando resolver
en los barriales que dejaron las tormentas del 2010, lo que su maquinaria
gubernamental debería hacer por dinámica funcional propia. Es como una
contravención al otro “regaño”, esta vez de Fidel, que le dijo en 2001 que no se
podía convertir en “el alcalde de cada pueblo”. Otro hecho que lo delataba ocu-
rrió el 8 de octubre de 2012, cuando convocó a sus ministros y jefes políticos al
palacio, luego de la agotadora campaña de tres meses, realizada con la tercera
operación a cuestas. Los más cercanos entre los cientos de miles que fueron a
verlo al balconcito de Miraflores el 7 de octubre a la noche, para celebrar su
última victoria, advirtieron lo mismo que el mundo pudo observar por Telesur:
su rostro hinchado. Una imagen doliente de desgaste revelaba los dolores y el
límite en que había ingresado su vida más vital. Era Hugo Chávez reflejando
su esencia en el molde mortal de su existencia.
El mismo Hugo Chávez en persona, convertido en paciente en Miraflo-
res, reconoció en público esa desviación. Fue el día que ingresó por teléfono
388
al programa de Ernesto Villegas, a las 8 de la mañana, y le dijo al politólogo
español amigo suyo, Juan Carlos Monedero, que los intelectuales habían
tenido razón en 2009, cuando definieron en un encuentro nacional en el
Centro Internacional Miranda que en Venezuela existía un síndrome de “hi-
perliderazgo”. Lo más parecido al “síndrome de Hibrys”.
Los últimos meses del año 2010 y el primer semestre del 2011 fueron
particularmente pletóricos de problemas económicos, climáticos, adminis-
trativos, sociales, internacionales, además del revés sufrido en las elecciones
a la Asamblea Nacional el 26 de septiembre de 2010. Una novedad impre-
vista a finales de 2010 fue la fisura entre el gobierno y la mayoría de su van-
guardia política por las entregas de militantes perseguidos a los gobiernos
de Colombia y España. A una personalidad como la de nuestro personaje,
formado desde muy joven entre miembros y agrupaciones de esas vanguar-
dias, aquel alejamiento de una parte vital de sus cuadros y base representó
una ausencia seria y tuvo efectos subjetivos convertidos en contradicciones
para su rol de jefe de un Estado que debe pactar con pragmatismo ciego con
otros Estados del sistema capitalista regional. Esos efectos se mezclaron en
su Despacho con otros, producidos por sequías prolongadas, seguidas por
lluvias armagedónicas, la crisis internacional capitalista con caída vertical
del precio petrolero, una inflación interna demoledora acompañada de un
crecimiento inusitado de la delincuencia y, en el centro de todo, una abiga-
rrada burocracia gubernamental y partidaria de efectos dislocantes. Todo
esto, en medio de sucesivas campañas internacionales enemigas desde los
centros de poder imperial. Las distinciones entre estos problemas no evitó
un efecto común sobre su psiquis, su estado de ánimo y su salud corporal.
Pocas veces se lo vio al líder bolivariano con peor humor y más aislamiento
reflexivo como entre 2008 y 2011. Hacía rato que no se expresaba en regaños
tan seguidos a sus ministros y funcionarios más cercanos.
Un curioso dato político cruzó las presidencias latinoamericanas de la
primera década y media del nuevo siglo. Casi todos los que emergieron de
grandes crisis nacionales y se vieron sometidos a presiones constantes de ene-
migos internacionales sufrieron algún efecto patológico grave. Sólo Evo Mora-
les rompió esta mala racha, según algunos de sus seguidores más fervorosos,
debido a la fuerza mítica de su sangre aymara, al igual que Mujica, inmune
al paso del tiempo a pesar de sus largos 80 años. Pero Chávez, Lula, Lugo,
Cristina y Correa son suficientes muestras empíricas de ese fenómeno de es-
trés pronunciado. Aunque es cierto que en el mismo lapso dos presidentes
reaccionarios, como los colombianos Uribe y Santos, también manifestaron
síntomas leves de cáncer, llama la atención la concurrencia de tanto estrés,
acompañado en algunos casos con tumores cancerígenos, en presidentes tan
similares que alguien los metió en la imprecisa etiqueta de progresistas. Los
hechos ahuyentan cualquier explicación conspirativa de inoculaciones vene-
nosas, pero imponen una causa común: la presión internacional de Estados
Unidos y otros poderes fácticos, decididos a no dejar un día en paz a gobiernos
que no se ajustan, como el resto, a sus decisiones imperiales.
389
Hugo Chávez es el presidente más presionado, coaccionado y atacado
de esta lista de progresistas. Además de ese hecho, hay un dato particular.
Chávez no tuvo formación previa dentro del aparato de Estado ni siquiera
en sus órganos parlamentarios. La acción política que determinó la forma-
ción de su estructura subjetiva siempre fue militante, clandestina o pública,
pero militante y enfrentada al aparato de Estado. Esta formación personal
no burocrática definió el tipo especial de sus relaciones con la militancia que
lo sostiene, especialmente con los cuadros de la vanguardia de izquierda,
que entre 2007 y 2011 tienen una relación conflictiva con algunas de sus
políticas externas.
Desde el 8 de junio de 2011 su existencia material y espiritual ingresó
a una nueva dimensión, algo así como otro plano de la que venía teniendo.
Aquel fue el encuentro más cercano con la muerte, la compañera más íntima
de la vida, o Hermana Muerte, como la llamaba San Francisco, con excesiva
familiaridad.
No porque ese encuentro tuviera el sentido patético que le da un autor
consagrado como Ernesto Sábato cuando la llama “presencia invisible” en el
libro La resistencia, donde dice que la espera con paciencia filosófica. Más
bien por lo contrario. En Chávez, como en cualquier líder de masas de su ti-
po, la muerte inducida o directa es siempre una posibilidad “visible” aunque
no siempre se note. Fidel Castro es un caso clásico sobre todo porque logró
evitarla más de cien veces; León Trotsky vivió una situación similar en aten-
tados y acechos permanentes desde 1919, pero con un destino opuesto bajo
la piqueta de un agente de Moscú.
Sus opositores aprovecharon para tratar de fragilizar el gobierno me-
diante recursos en la Asamblea Nacional similares a los del año 2002 cuan-
do hablaron del “vacío de poder”. Los seguidores más furiosos de la oposición
llevaron ese odio hasta el límite de celebrar la muerte ajena y el cáncer de
Chávez, como medio siglo atrás hicieron los enemigos de Eva Perón cuando
murió del mismo mal.
En un mensaje de Twitter se dijo: “Se están muriendo todos, falta el ma-
caco mayor. La pelona está cumpliendo su deber”. Efectivamente, en meses
previos habían muerto cinco figuras centrales del chavismo.
En sentido opuesto, movidos por otros valores humanos, el nuevo plano
de vida del líder bolivariano produjo en la gente que lo sigue reacciones tan
diversas como interesantes.
Un sector decidió negar la realidad, para ellos Chávez no estaba enfer-
mo. La masividad de esta parte del chavismo tuvo a una parte que prefirió
refugiarse en la religión con misas semanales y cadenas de oración. La di-
rección política del gobierno y el partido prefirió el incienso tranquilizador
de los rezos, incluidos los que hicieron a las ánimas del llano y a Florentino
el que peleó con el Diablo, que una respuesta política ordenada, basada en
la educación ideológica y la organización social. Olvidaron un detalle sin el
cual la historia no se mueve. Las derrotas ocurren cuando la fe sustituye a
la acción racional y el pensamiento edificante, como sugería Kierkegaard
390
desde su cómodo montículo filosófico. Por eso la historia de los oprimidos y
explotados cuenta con más derrotas que victorias.
Otro sector del chavismo militante comenzó a prepararse para el reem-
plazo o ante la posibilidad de la separación parcial de Chávez del centro de
Miraflores. En este sector hubo de todo. Algunos jefes militares ex boliva-
rianos, conspirando desde los intersticios de las Fuerzas Armadas por una
sucesión que consideran destinada a otro militar. Otros prepararon continui-
dades institucionales dentro de las letras legales, sin perder el sabor conspi-
rativo de saberse el sustituto necesario o el que manda la Ley, o apoyado en
el criterio de la mejor figuración mediática o social en las filas del chavismo.
Una cuarta salida fue la que propuso un pacto con un sector de la burgue-
sía para formar un gobierno de unidad nacional que le diera “continuidad
y equilibrio” a la posible ausencia presidencial, sin percatarse de que en la
Venezuela de 2012 produciría exactamente lo opuesto. Y no faltaron quienes
se prepararon para acciones insurreccionales voluntaristas y emotivas.
Quizá eso explique lo que muchos cuadros políticos sanos definieron
como una “crisis política grave del chavismo”. Para otros, como Roland Dé-
nis, es más grave, la define como “crisis del régimen”, entendiendo por eso el
tipo de instituciones conformado. Ambos se cruzan en el mismo camino de
preocupación.
Una exploración de opiniones realizada en diciembre de 2011 por al-
gunos altos dirigentes del PSUV entre cuadros y militantes de base dio un
resultado que hizo saltar los tapones del tablero bolivariano. Entre los cinco
nombres sugeridos para reemplazar temporal o totalmente al líder boliva-
riano, ninguno era militar. Nicolás Maduro, Elías Jaua y El Aissami ocupa-
ron los tres primeros lugares en ese orden. De esa pequeña lista de figuras,
Maduro es el político más popular en la base chavista menos profesional e
intelectual; desde octubre de 2012, este activo y joven canciller, ex sindicalis-
ta del Partido Socialista, ocupa también la Vicepresidencia Ejecutiva hasta
el 8 de diciembre, cuando fue ungido como el sucesor.
Como tantas cosas que giran alrededor del líder bolivariano, puede ser
y no ser. Estar cerca de él puede significar dos cosas opuestas al mismo tiem-
po. Un jefe político del chavismo en Caracas me dijo el 1º noviembre de 2012:
“Ponerlo no dice nada y dice todo, o es Maduro el elegido, o es la manera de
alejarlo de esa opción”. Pues resultó lo primero desde el sábado 8 de diciem-
bre de 2012. Maduro garantiza la unidad temporal del chavismo, basado
en una positiva audiencia nacional e internacional, ganada como Canciller.
Este escenario de incertidumbres, reacomodos y corrimientos internos,
vividos entre finales de 2012 y 2013, resultan todos de un solo hecho que
dejó pasmada a la población venezolana, la chavista y la otra, y al resto del
continente. El día 30 de junio de 2011, como a las 9 de la noche del hemisfe-
rio occidental, desde La Habana, el líder bolivariano pronunció el segundo
discurso corto de su historia política, el otro lo dijo diecinueve años antes
y una sensación tectónica similar. En ambos casos estuvo cercado por los
anuncios de la muerte.
391
Fue la primera vez que apareció la palabra “cáncer” en el discurso ofi-
cial. La dirección gubernamental había caído víctima del estigma que ha
envuelto a palabras como esa en la historia social. No solo fue blindada
cualquier información, es que fueron sancionados quienes se atrevieron a
informar sobre un dato clave de la vida política latinoamericana. Este recato
contrastó con la cantidad de vocerías desde el 8 hasta el 29 de junio. Pero a
nadie le cupo duda de que se trataba de cáncer. Incluso si el periodista Ma-
nuel Isidro Molina nunca lo hubiera adelantado.
El signo de muerte que contiene esa palabra la convirtió en huidiza
desde el siglo XIX, como antes fue la lepra, o el sida en las postrimerías del
siglo XX. Esto lo explican autores como Richard Parker y Peter Aggleton en
la obra Cultura, sociedad y sexualidad. Desde su perspectiva más política,
el británico David Owen cuenta que es el mismo estigma que mantuvo ale-
jadas las palabras bipolaridad, neurosis o estados parciales de locura en los
mandatos de Winston Churchill, Nikita Krushov y Abraham Lincoln, tres
personalidades relevantes que padecieron las dos primeras de esas enfer-
medades de la mente. El célebre conductor de la Guerra Civil norteameri-
cana, Lincoln, escribió una obra de teatro en la que se retrata sufriéndola,
pero atravesó dos crisis depresivas que afectaron gravemente su gobierno.
Evita Perón fue víctima del mismo estigma desde que la película de Tristan
Bauer Evita, una tumba sin paz reveló la imagen de radiografías del cráneo
de Eva Perón, aludiendo a una lobotomía. En aquellas décadas esa técnica
contra el dolor era poco menos que “pecaminosa”, sobre todo para personajes
célebres. Medio siglo después, una investigación documental y testimonial
rigurosa del doctor Daniel Nijensohn, neurocirujano argentino radicado en
Estados Unidos, publicada por la revista especializada World Neurosurgery,
confirmó la lobotomía (La Nación, Buenos Aires, 23 de diciembre 2011).
Churchill, en cambio, la convirtió en un compañero de barrio, la llamaba
“mi perro negro”. Con el mismo sentido de buen humor, Hugo Chávez se de-
dicó a desmitificar su mal convocando a un “club de vencedores del cáncer”,
al que no pudo ingresar Cristina de Kirchner porque su cáncer no era cáncer.
Pero a Lula le dijo que su cabeza pelada no era tan linda como la suya. Tam-
bién le brotó el soplo cristiano tan íntimo en su biografía cuando proclamó el
lema “Vivir viviendo”, contra la consigna anterior “Vencer o morir”.
Un ángulo también común a su cosmovisión personal es la integración
del pensamiento de algunos filósofos en momentos cruciales. En este caso,
acudió al alemán Friedrich Nietzsche, uno de sus autores de cabecera. En
La Habana releyó en silencio la obra Así habló Zaratustra, de cuyo conte-
nido temático de cuatro partes tomó el tercero, el que más se ajusta a su
necesidad actual. En esa parte, Nietzsche desarrolla el concepto de “eterno
retorno de las cosas”. Aunque no lo registra en sus dichos, Chávez sabe que
esa obra se relaciona con el destino de los hombres. Y, como se sabe, no existe
un destino predeterminado. Desde que Chávez se internó en lecturas histó-
ricas a los 16 años, siempre le han preocupado las derrotas en la historia. En
2006 quiso leer la obra de Isaac Deutscher sobre el destino de León Trotsky,
392
el profeta que fue derrotado después de haber sido cofundador del Estado
soviético y creador del Ejército Rojo. En las partes segunda y tercera de la
obra del filósofo alemán, advierte sobre el mismo dilema humano cuando se
trata de personalidades que están al frente de procesos históricos. “Zaratus-
tra regresa a su montaña, incomprendido por los hombres que no entienden
lo que dice y se ríen de él”, relata Hugo Chávez.
Aunque al presidente venezolano lo toman muy en serio en el Depar-
tamento de Estado y entre sus enemigos más cabales del país, su cáncer, la
caída del voto chavista entre 2007 y 2012, y el malestar acentuado de buena
parte de su vanguardia lo acercaron en La Habana a las reflexiones sobre el
destino de los hombres. El libro fundamental de Nietzsche y el opúsculo de
similar vocación escrito por Simón Bolívar, Mi delirio sobre el Chimborazo,
fueron sus textos de revisión. El inspirado líder bolivariano se encontraba
ante una situación límite, como la vivida 181 años atrás por el héroe más
importante de su Olimpo personal, cuando dijo: “Carajos (...) Cómo voy a salir
de este laberinto”3.
El presidente, convertido en vocero político y clínico de sí mismo, explicó
las causas de las intervenciones quirúrgicas y sus resultados, acudiendo a
un detallado lenguaje galeno. Para quienes lo vimos en un televisor colgado
en la pared del lobby de un hotel de Montevideo, fueron dos impactos ca-
si fulminantes. Uno, escucharlo sin una sola sonrisa, una chanza o alguna
referencia jocosa, concentrado en la lectura de su informe médico como si
estuviera leyendo una proclama de guerra. El segundo impacto fue el que
nos hizo saltar de los sillones a las veinte personas que esperábamos en el
hotel y colocarnos en absoluto mutismo frente al televisor.
Cuando terminó, luego de una breve pausa general, un hombre mayor
dijo la frase exacta para el momento exacto en ese punto de la historia: “Po-
cas veces se ha visto a un hombre así frente a la muerte”.
Ese fue el susto de junio.
393
2012, la última victoria
Sus más perversos enemigos dentro y fuera del país apuestan desde
junio del año 2011 a que el cáncer les resuelva en la vida política lo que
ellos han sido incapaces de resolver durante más de doce años, con golpes de
Estado, campañas demoníacas, sabotajes petroleros, intentos de magnicidio
y 15 competencias electorales de las cuales sólo han ganado una a escala
nacional.
Esa impotencia social, como clase y como agrupaciones políticas de de-
recha, los convenció de acudir a los rezos y los deseos, para que la grave en-
fermedad presidencial les ahorrara una nueva derrota electoral en octubre
de 2012. Pero el cálculo pragmático y los sueños más innobles no fueron su-
ficientes para ganarle al presidente que ha triunfado en más elecciones pre-
sidenciales continuas en la historia de las elecciones presidenciales desde el
siglo XX, cuando estos se pusieron de “moda”. Chávez ganó el 7 de octubre
con más de 11 puntos de ventaja, cuando los mejores pronósticos le daban
entre 5 y 8 puntos sobre su oponente.
Los pronósticos más pesimistas se basaban en causas y hechos reales,
como la caída tendencial del voto chavista desde diciembre de 2007, con casi
15 puntos perdidos entre 2006 y 2012, la migración de una parte de su base
social a la derecha, la molestia de sus militantes más conscientes contra
la burocracia, sin olvidar el desgaste “natural” de un gobierno que pasó la
primera década sometido a las campañas más despiadadas. El 44% obtenido
por su enemigo derechista fue la señal más seria del retroceso electoral del
chavismo en los últimos años.
La fuerza del triunfo de octubre fue más de contenido que de números y
porcentajes. En el centro de ese contenido estaba la figura política y humana
de Hugo Chávez.
En ninguna de sus pruebas electorales fue tan determinante su exis-
tencia, tanto para sus seguidores como para sus enemigos. Por razones
opuestas, ambos contuvieron la respiración entre junio de 2011 y junio
de 2012, los doce meses más angustiosos de la república bolivariana, más
395
dolorosos para Hugo Chávez y de mayor incertidumbre para los chavistas
y los centros de poder internacional. La angustia se podía medir en velas
quemadas por los millones que rezaban por su vida y las miles de señoras
encopetadas que lo hicieron para que “diosito santo” se lo llevara bien lejos
a otro mundo donde no pudiera ser más nunca presidente, ni escucharlo
por las cadenas televisivas inaugurando fábricas bielorrusas o chinas o
elevando satélites espaciales, ni hablar más los domingos enteros por Aló,
Presidente, ni agraviar con verdades “políticamente incorrectas” a vacuos
presidentes de Estados Unidos o Europa o aliarse con gobiernos insumisos
a los centros imperiales, que se lo lleve bien lejos, para no verlo expropiar,
nacionalizar o estatizar empresas, bancos y tierras que modifican la vida
de los explotados, que le impida burlarse socarronamente de sus enemigos
internos y externos, y que no pueda llamarlos “majunches” o “escuálidos”,
o decir lo que piensa cuando y como lo piensa, incluso cuando se equivoca,
creando un grado de identidad animista con la mayoría de los pobres y sec-
tores medios que ni la merma en su electorado, la crisis de su movimiento
y todas la plagas sufridas por el país desde 2008 pudieron impedirle ser
presidente de nuevo por seis años hasta el final de la segunda década del
nuevo milenio.
La revista Newsweek, editada en Buenos Aires, tituló con inteligencia a
mediados de octubre “Otra vida para Hugo Chávez”, con una semántica dual
que sugiere dos destinos posibles, uno de ellos es que esta sea su última vez
como candidato o presidente.
Más cruda y alevosa fue la información de los medios que lo adversan
desde los cuatro costados del planeta. Entre enero y junio, todos dieron por
seguro aquello que informaban los opositores venezolanos desde sus medios
en Caracas cada semana, a veces todos los días. Que moriría antes de po-
der presentarse, que la enfermedad le impediría ser el candidato del PSUV,
que si pudiera, haría la campaña desde una silla de ruedas o a través de
pantallas gigantes en las plazas, adonde llegarían las señales de su imagen
y palabras emitidas desde VTV o por la Internet, o incluso usando a algún
actor que hiciera de “doble”, y, cuando nada de eso ocurrió, entonces asegu-
raron que el candidato Hugo Chávez moriría ipso facto en algún momento
de la campaña.
La depravación moral de estos infundios no anulan un hecho real: en-
tre febrero, mes de su segunda operación de cáncer, cuando la gente lo vio
llorando con su familia y rogando a Cristo en Barinas por su vida como si
se estuviera despidiendo para siempre, y los primeros días de junio, en el
universo chavista no había seguridad de que Hugo Chávez fuera de nuevo
candidato.
La dimensión de la operación mediática fue tal que produjo el efecto
opuesto. Mucha gente, incluso de las clases medias, comenzó a verlo con in-
dulgencia, lástima respetuosa o con el derecho a ser candidato. “Ese hombre
será lo que será, pero le ha dedicado su vida a lo que piensa”, me confesó
Julián Álvarez, un profesor universitario que no es chavista, aunque tam-
396
poco pensaba votar por la derecha. Algunos productores y conductores de
canales televisivos enemigos de Argentina me sorprendieron con frases de
condolencia y respeto por “un hombre que dice lo que piensa”. Un taxista de
Buenos Aires, mientras me llevaba a un canal para una entrevista sobre la
salud del presidente, me dijo esta frase inesperada en un taxista de Buenos
Aires: “Es un buen tipo, no importa lo que opines de sus ideas”. El riesgo
de su muerte debe haber despejado su figura de los elementos accesorios
de la política y sus miserias humanas, develando a un personaje al que se
le puede criticar en varios aspectos, menos en uno: no impuso en Venezuela
un sistema de persecución política y se enfrentó al imperio como nadie en
su lugar. La muerte, en paradógica contradicción con el nacimiento, define,
ilumina la exacta condición humana.
Chávez, conociendo el riesgo clínico, enfrentó en silencio la campaña
de octubre de 2012, creció moralmente a la medida de su compromiso y se
puso al frente de la competencia electoral más grave y difícil de su vida, en
la peor situación de su movimiento y con las fuerzas más menguadas de su
existencia personal.
Este hecho humano y las transformaciones sociales vividas por el país
desde 1999, se combinaron para darle los votos necesarios para prolongar su
mandato hasta el año 2018, pero no son suficientes para ampliar más allá
de esa fecha su perspectiva política. A pesar de no haber dicho aún que no se
presentará en 2017, en los círculos más próximos a él se asegura que no lo
hará. Se basan en cálculos clínicos y pronósticos médicos.
Desde las fuerzas sociales del chavismo y de los muchos movimientos
que lo apoyan desde el exterior, las sensaciones fueron inversamente pro-
porcionales a los sentimientos, deseos y cálculos de sus enemigos. Pocas ve-
ces una campaña para ser presidente en un país se vivió como si fuera para
elegir un presidente de muchos países al mismo tiempo. A Caracas llegaron
de las más distantes latitudes de Europa, Estados Unidos, Asia y América
Latina centenares de militantes e intelectuales amigos o adherentes del lí-
der bolivariano. Uno de ellos dijo en una charla en Buenos Aires una frase-
concepto que retrata el estado de ánimo general: “Sentí que estaba presen-
ciando un momento histórico”4.
La cantidad de periodistas que cubrió las elecciones superó los 12 mil,
unos 4 mil más que los que cubrieron las Olimpíadas de Londres y el doble
de quienes asistieron a México a informar del escándalo de fraude.
Chávez salió del triunfo con dos convicciones que, en realidad, son una
sola y terrible verdad. Sus enemigos están creciendo mucho en la misma
medida en que su vida más vital se le agota, en una sociedad que decidió
girar alrededor suyo, para mal o para bien.
397
El día que el líder bolivariano tuvo que presenciar en silencio el abu-
cheo masivo a dos gobernadores de su gobierno, en los estados Aragua y
Trujillo, entendió la certeza de su discurso radical en el balconcito de Mi-
raflores el 7 de octubre a la noche, la urgencia de los cambios ministeriales
realizados desde entonces, el giro a la izquierda en el mando y la política
comunicacional del gobierno, la promesa de radicalidad contra los corruptos
y burócratas y la nueva Secretaría de Seguimiento y Vigilancia de Proyec-
tos. Él percibió lo mismo que percibieron sus seguidores más izquierdistas y
militantes desde que comenzó la más complicada campaña de su existencia
como político. O radicalizaba o retrocedía. Aunque ese dilema esencial no
está resuelto, dos señales lo colocaron de nuevo en el centro de la escena,
ambas se manifestaron como advertencias decisivas en las elecciones del 7
de octubre. La primera fue el día que se inscribió como candidato. Si Hugo
Chávez no hubiera proclamado el llamado Programa de la Patria, con cinco
estrategias medulares enfocadas en lo que más le preocupa a las vanguardia
bolivarianas, socialismo, poder popular e independencia nacional, las posi-
bilidades de su victoria electoral hubieran sido más remotas, menos proba-
bles. Eso lo expresaba cualquier activista del chavismo consciente dentro del
país y podía percibirse afuera. El otro hecho clave con el que el presidente-
candidato impactó a sus seguidores y a la prensa mundial fue el acto final
de la campaña, el 4 de octubre en Caracas. Ese día, la simbiosis entre el
líder, su masa y sus militantes más críticos resolvió lo que la campaña había
arrastrado como dudas y señales de riesgo. La cantidad de gente que repletó
siete avenidas de la capital fue superior en dos sentidos a las 200 mil convo-
cadas por el candidato de la burguesía en una sola avenida. Las más de 600
mil personas que acompañaron a Hugo Chávez ese día de lluvia fueron la
respuesta al terror producido al ver tantos escuálidos juntos y movilizados.
Para la sensible psiquis de los chavistas, esa imagen les invocaba el 11 de
abril de 2002. Eso fue suficiente para cambiar el estado de ánimo y resolver
la dolorosa duda de ir a votar por el comandante o guardarse el voto con la
impotencia en el alma.
Si alguna vez el inspirado líder bolivariano supo convertirse en figu-
ra mediúmnica, casi religiosa, y verter carisma por los cielos, las calles y
las almas de su gente fue ese día de cierre de campaña, cuando las nubes
decidieron inundar Caracas como nunca lo habían hecho desde las lluvias
infinitas de Macondo. Allí nació la otra dimensión del triunfo, subjetiva-
mente superadora de la cantidad de gente en la calle. De esa dimensión fue
responsable sólo él.
No pudo hablar cuanto quería, pero hizo de la lluvia su escenario per-
sonal. Agradeció a San Francisco, el santo de las lluvias, cantó con la gente
el himno nacional, proclamó vivas a Bolívar, a la juventud, los estudiantes,
a un beisbolero venezolano triunfador en las Grandes Ligas, a la indepen-
dencia nacional alcanzada, al socialismo, incluso a la lluvia, cuando esta
comenzó a mojarlo y las lentes de las cámaras se empañaban. La chaqueta
negra de cuero, con la que se atavió esa tarde, brilló más con el agua y le
398
dio a su imagen sobre la inmensa tarima de tres metros de altura un difuso
tono sacramental de hombre elevado sobre los mortales. “Las circunstancias
me obligan a ser breve”, dijo mirando la lluvia derramada, ante una masa
enfervorizada en gritos y cantos de “¡Uh, ah, Chávez no se va!”.
Esa tarde repitió uno de los pensamientos más constante de su cam-
paña presidencial. Cuando gritó: “¡Quién es el candidato de la patria!” y la
gente contestó gritando: “¡Chávez!”, él les dijo: “¡Pero Chávez son ustedes!”,
enviando una de las señales más secretas de su designio, en un momento
de su vida en el que comprende que sus fuerzas tienen límites y su gobierno
también puede tenerlo.
Y, ante un escenario tan incierto, lo más recomendable era transmutar-
se en pueblo, en masa, en el cuerpo de la historia que pretende moldear con
su voluntad y su programa.
399
El hombre que sueña
Su último sueño, el “socialismo del siglo XXI”, lo vive como otro punto
tensional de su existencia. Y lo disfrutó, mientras pudo, con la misma frui-
ción y desdoblamiento con que ha vivido los tres sueños que pasaron por su
cabeza desde niño: ser pintor, ser una estrella del béisbol o “un revoluciona-
rio como Maisanta”. Su certidumbre al decimotercer año de gobierno en el
Palacio de Miraflores, la percibe y expresa con la visión holística de quien
mira el camino recorrido y se reconoce en cada paso con cada fragmento de
su construcción biográfica. Hugo Chávez vive de su historia personal con
el mismo sentido mediúmnico con que un coplero del llano canta coplas y
corridos contando sus vivencias.
El problema nuevo es que ahora se le apareció una mediación en su
vida con la cual deberá lidiar en forma imprevista e indefectible. El cáncer
y sus consecuencias en la psicodinamia de su cuerpo y espíritu se le han
impuesto como una impronta existencial. No sólo lo obligaron a pensar de
otro modo todo lo que haga y quiera hacer con su vida política, sino también
con la personal. De esa manera, la proyección socialista que sostiene desde
2007 cambiará de ritmo y dinámica. De la misma manera, el régimen del
cual es eje institucional y representación. La nueva mediación es incontro-
lable, no acepta negociación. Eso explicó desde que volvió de Cuba en marzo,
sus nuevos hábitos en comidas, tiempo de sueño, trabajo dentro y fuera del
Despacho, viajes internacionales y peleas con sus asistentes. Tanto sus apa-
riciones públicas como los viajes diplomáticos son menores, pero tampoco
apareció más Aló, Presidente.
En ese punto nodal de su existencia su destino personal tiende a con-
fundirse dramáticamente con los tiempos del destino de su proyecto político
y su gobierno.
La politóloga norteamericana Irene Gendzier, en su estudio biográfico
sobre Frantz Fanon, abre una hipótesis de trabajo sobre lo que llama la
“psicohistoria”, que ayuda a comprender personalidades como la de Chávez.
Ella se pregunta “las razones por las que un hombre actúa como lo hace”
401
y por “las fuerzas interiores que se combinan para impulsarlo en una di-
rección y no en otra”. Plantea que “sigue siendo fundamental” preguntarse
por cuáles son “las cuentas privadas” que “se resuelven públicamente”. La
autora resolvió este embrollo acudiendo a las claves sociológicas del mate-
rialismo histórico. Hay que buscar “en las raíces de su pasado personal” sin
aislarlo de la sociedad “que lo moldeó en un mundo que encontraba, inicial-
mente, fuera del dominio privado de la psique del individuo”.
Advierte sobre una dialéctica inexorable: “No obstante, la barrera entre
el mundo exterior y el terreno circunscrito del ser interior de un hombre no es
permanente”. Este elemento decisivo ayuda a bucear en cualquier personali-
dad con responsabilidad histórica: el ser interior y el mundo externo se rela-
cionan de maneras más fluidas de lo que permiten ver las apariencias y las
formalidades. Sobre todo cuando se trata de un hombre de Estado, sometido a
reglas, protocolos, disimulos, imposturas y límites diplomáticos. Condiciones
de un modo burgués de hacer política que suelen desdibujar esa relación ínti-
ma entre el “mundo exterior” y el “ser interior” que reclama la autora.
Como si adivinara la personalidad del líder bolivariano, Gendzier dice
del héroe jamaiquino de la revolución argelina:
El lenguaje que utilizó Fanon y las formas que tomaron sus obras re-
flejan lo que llegó a ser gracias a su propio talento y la amplia educación
que lo encauzó; pero lo que escogió decir no lo dijo meramente en función
de sus condiciones psicológicas, de los excesos de un tipo particular de
personalidad. Fanon escribió en medio de batallas políticas, impulsado
por el deseo de oponerse a la deshumanización que veía en su entorno5.
Algo así pasa con Chávez. Sus aparentes excesos verbales de tiempo y
modo contienen las condiciones culturales, sociales y políticas en las que se
formó, al mismo tiempo que su expansivo mundo interior. Eso impide mirar
la relación íntima entre los varios Chávez que hay en su memoria política. Es
como si hubiera una sinuosa barrera entre él y su entorno. Como presidente o
como zagaletón del barrio de Barinas donde leía y hablaba como un obseso de
Bolívar, Maisanta y Zamora, siempre anduvo detrás de un proyecto o de una
idea, a los que llamaba “sueños”. Este detalle rige su vida, aunque no siempre
le haya ido bien con ellos. Eso explica que en sus alocuciones y discursos como
jefe de Estado va y viene con su historia personal. Es que no es otra cosa que
la historia de sus proyecciones y deseos, mediados por más de una frustración.
Al revés de Frantz Fanon, Hugo Chávez ha escrito poco, y entonces se contaba
en términos orales. Su vida hay que medirla en actos, discursos, decisiones de
Estado, relatos vivenciales o imaginarios y chistes que muchas veces son más
que eso. Como pocos hombres en función de jefe de Estado, suele ser el relator
oral de la cadena biográfica que lo fue llevando hasta donde llegó.
5 GENDZIER, I. L., Frantz Fanon. Un estudio crítico, Serie Popular Era, México, 1977,
pp. 9-10.
402
En 2006, cuando celebraba el séptimo aniversario de su primer gobier-
no, invocó a Víctor Hugo y las leyes del Tarot, para mirarse colocado en un
punto culminante de su designio. “No hay nada tan poderoso como la idea
cuya época ha llegado”, citó de memoria al autor de Les Misérables, ante
sus cuatro mil selectos oyentes en el Teatro Teresa Carreño de Caracas. No
conforme, le agregó lo siguiente a la cita:
Luego, de 1992 a 1999 fueron siete años más… incluyendo los dos años
en prisión. Años de ofensiva, años de expansión de un movimiento que luego
se hizo nacional, de una idea que luego se hizo bandera… impulso vital.
Y cierra el primer ciclo de su proyección con el día del año en que está
hablando: 2 de febrero de 2006. “Y luego, de 1999 a 2006, siete años de go-
bierno…”. En la publicación oficial, de donde extraemos las citas anteriores,
que compendia los primeros siete años de gestión lo definen como el “Primer
año de una nueva etapa de siete años más”6. Y es aquí cuando hace aparecer
403
al Chávez mediúmnico, su más íntimo “compañero de viaje” en la política:
“Ustedes van a pensar que soy cabalístico: me gustan mucho los números,
sí, y trato a través de los números de entender e interpretar la vida. A tra-
vés de muchas cosas, una de ellas, los números”. Convencido de lo que está
relatando, afirmó: “Y es impresionante que estos siete años que hoy nosotros
estamos celebrando, en mi caso se va repitiendo: siete, siete, siete, siete”7. El
último siete corresponde al 2 de febrero de 2006, un año que define con la
ayuda de uno de sus personajes favoritos en la iconografía revolucionaria
del siglo XX: Mao Tse Tung:
Siete años más. Esos siete años más, hasta el 2 de febrero de 2013,
anótenlo… deben ser precisamente los siete años del salto integral hacia
adelante y el no retorno y la consolidación de un proyecto y un proceso
revolucionario hasta la médula8.
7 Ibíd., p. 7.
8 Ibíd., p. 7.
404
La maldición garciamarquiana
9 GARCÍA MÁRQUEZ, G., El enigma de los dos Chávez, Cambio de Colombia, febrero de
1999.
405
del año 1999. El trayecto del vuelo lo pasaron conversando y mamando gallo
hasta que se hicieron amigos. Poco después, la memoria y la pluma prodi-
giosa del novelista parieron una pieza periodística titulada El enigma de los
dos Chávez. Le faltaban unos días para asumir como presidente de Vene-
zuela, un acto que cambiaría el curso y las pruebas de su destino y puso en
guardia al viejo novelista.
Hay un pecado en la hipótesis del genio de Aracataca: inventó una ima-
gen fría y fija en blanco y negro. Una imagen en la que aparecen dos Chávez,
uno a cada lado, opuestos en términos absolutos. Como si apareciera sin
aviso dentro de un espejo maldito. Un espejo donde estaban marcados dos
destinos y un hombre inmutable desde siempre y para siempre.
García Márquez olvidó lo que más había aprendido. La historia tiene
rueditas cuando la ponen en marcha las clases oprimidas, y no las tiene
cuando “la hacen” los individuos, los héroes, las figuras epopéyicas. Así, pue-
den existir los “dos Chávez” del enigma garciamarquiano, pero entre uno
y otro actúan fuerzas sociales, vanguardias, nuevas organizaciones, movi-
mientos y aprendizajes despertados. Esa es la “revolución bolivariana”, un
proceso que tiene a Hugo Chávez como su figura dominante. No total. Esta
anomalía social no fue producto de una conspiración suya o de un designio
tercermundista.
De hecho, el propio presidente venezolano viene descubriendo desde di-
ciembre de 2007 que su figura, por muy principal que haya sido desde 1992,
1999, 2000, 2002, 2004 o 2006, vive fisuras. Se manifiesta paulatinamente
por el medio más pasivo, el voto, pero se manifiesta. Como se sabe, el voto
es apenas la expresión electoral de un determinado estado de humor y de
conciencia. Hugo Chávez ya lo sabe. Lo descubrió como se descubre la eleva-
ción y la declinación curva del arco iris. Los erráticos resultados electorales
de septiembre de 2010, favorables a la oposición a pesar de la cantidad de
bancas en la Asamblea, fueron, como diría Freud respecto del mal de las fa-
milias, “el síntoma”. Algo anda mal en el organismo social para que tantos se
alejen del voto y de las instituciones, y por ese sendero sinuoso se acerquen
al comandante presidente para decirle al oído, como si fuera un secreto o
una confesión de amor: “¡Cuidado, mi Presidente, cuidado!”.
Esta conexión con el pueblo se ha manifestado muchas veces y él mis-
mo la refleja en invocaciones mediúmnicas. Emulando una frase de Jorge
Eliécer Gaitán, Hugo Chávez dijo en 2010 que por él “hablan millones”,
transformándose en el médium de su pueblo bolivariano. Un año antes usó
otro concepto: “Aquí estoy parado firme. Mándeme, pueblo, que yo sabré
obedecerle. Soldado soy del pueblo, ustedes son mi jefe”10. Todo el mundo
sabe que esa relación democrática de poder es complicada mientras no
cambie desde la raíz el sistema institucional que lo tiene a él como su mé-
dula espinal y a la amplia burocracia estatal como la sangre esclerotizada
del régimen político.
406
En 2010, cuando destacados chavistas críticos, entre ellos ex ministros
reconocidos e intelectuales muy leídos, señalaron que las perversiones po-
nen en riesgo las conquistas, declaró: “Yo soy el primer crítico”, y acto segui-
do se puso al frente de la crítica a la corrupción y la burocracia y se dedicó a
saldar deudas sociales, como la vivienda y la energía eléctrica.
El 29 de marzo de 2011 gritó cuanto pudo al cielo estrellado de La Plata
en la Argentina que no hay terceras vías o terceras posiciones, el dilema es
entre dos y sólo dos opciones de vida: socialismo o capitalismo. Esta es la
determinante esencial que somete a Chávez a pruebas imprevistas en su
itinerario de jefe de Estado. No sólo lo colocan en situaciones contradictorias
con el tipo de régimen que sostiene y el sistema de Estados que lo rodea en
el continente y en el mundo, también lo confrontan con su entorno y con
su propia sombra. Una de las más hermosas y profundas definiciones del
carácter positivo de una revolución la expresó Karl Marx en La ideología
alemana, cuando advirtió:
11 Cursivas nuestras.
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“Isabel Rauber es una mujer que marcha escudriñando en la realidad las tenden-
cias, las fuerzas, la potencia, las limitaciones del comunismo, de la sociedad pos-
capitalista. «Existe una alternativa al capital», nos dice, pero esta conclusión no es
una adscripción de fe. Lo que hace es decirnos: «La sociedad poscapitalista que
va a ir más allá del capitalismo, se desarrolla ante nuestros ojos», en el sentido de
Marx clásico. Ella no se acerca a la realidad con conceptos preestablecidos, que
era la vieja manera de la izquierda; Isabel lo aborda de otra manera. No responde
una cita de Marx con otra cita de Gramsci, sino que le responde con lo que viene
pasando en la realidad. ¿Qué están haciendo los pueblos? ¿Qué están haciendo
esos campesinos indígenas de Bolivia? Este es un texto para la discusión, no es
texto a ser seguido, no está aquí el recetario de cómo se hacen revoluciones. Este
es un texto para los revolucionarios que quieren ver lo que se ha hecho antes y
sus limitaciones, lo que están haciendo ahora, sus límites y sus posibilidades.”
ÁLVARO GARCÍA LINERA
(Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia)
“En este libro, Isabel Rauber deja muy claro que tenemos que enfrentar un
cambio civilizatorio fundamental, requiriendo una larga transición desde el orden
existente hacia uno que puede ser constituido en el presente y el futuro por la
gran mayoría del pueblo. Los cantos de sirena para «salvar el sistema», procla-
mados a los cuatro vientos por las personificaciones ideológicas del capital, van
a sonar más alto, mientras las contradicciones del orden establecido reafirman su
carácter destructivo con creciente intensidad. El reto histórico de transformación
radical está por lo tanto haciéndose más urgente cada día. Este libro, en manos
del lector, es una contribución muy importante a encontrarse con él.”
ISTVÁN MÉSZÁROS
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Hernández Arregui ha sido uno de los representantes más vigorosos del pen-
samiento nacional, y sus esfuerzos por compatibilizar su ideología marxista
con la propia realidad política de la clase obrera mayoritariamente peronista,
implicaron un punto de inflexión y ruptura con las formas de aproximación
de la izquierda al peronismo.
Fue un hombre de indudable y decisiva influencia en la militancia de las
generaciones del sesenta y del setenta. Un ser íntegro, modelo de intelec-
tual revolucionario, profundamente ético, austero, riguroso y apasionado,
inclaudicable en su combate cotidiano contra “los enemigos del pueblo”.
Una vida ejemplar.
Su obra es de indispensable lectura para las nuevas generaciones. No
sólo para comprender la formación intelectual de las generaciones prece-
dentes, sino porque en ella hay páginas irremplazables, con análisis de indu-
dable vigencia, especialmente en la valoración del análisis histórico y en la
puesta en primer plano de la cuestión de la conciencia nacional.
(Fragmento del “Prólogo” de Eduardo Luis Duhalde)
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