Homilia Por El Día Del Maestro
Homilia Por El Día Del Maestro
Homilia Por El Día Del Maestro
Hoy recordamos este día tan especial para nuestros docentes. Lo celebramos porque hay alumnos a quienes nos
dirigimos; a quienes acompañamos en nuestra labor cotidiana. Cada 30 de abril, recordamos el Día del Maestro en
Paraguay. Esta fecha fue establecida en un Congreso de Educadores celebrado en el país en el año 1915, se resolvió
establecer como el Día del Maestro el 30 de abril: vísperas del día del trabajador de la cultura.
No podemos olvidar la tarea docente a lo largo de la historia, de nuestra patria e institución donde cada uno de
nosotros recibió la primera instrucción. Hacer historia, es hacer memoria creyente de la presencia de una Sabiduría
que rige nuestro ser y obrar. Proviene raciocinio
Es imprescindible acordarnos del Pedagogo por excelencia. El que nos acompaña con ternura y mucha paciencia en
nuestro caminar. El que nos recuerda el don gratuito de “dar sin recibir nada a cambio”. El que nos conduce por el
camino de la salvación. A través o a travez
Por consiguiente, quisiera traer a colación algunas palabras de Benedicto XVI1, el papa emérito, que nos daba algunas
luces sobre nuestra labor docente: “Algunas exigencias comunes de una educación auténtica. Ante todo, necesita la
cercanía y la confianza que nacen del amor: pienso en la primera y fundamental experiencia de amor que hacen los
niños —o que, por lo menos, deberían hacer— con sus padres. Pero todo verdadero educador sabe que para
educar debe dar algo de sí mismo y que solamente así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y
capacitarlos para un amor auténtico.
Por otra parte, es importante reconocer que “en un niño pequeño ya existe un gran deseo de saber y comprender, que
se manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de explicaciones. Existe un continuo descubrir el mundo, vivir
del asombro y la novedad. Ahora bien, sería muy pobre la educación que se limitara a dar nociones e informaciones,
dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar la vida”.
También, el educar, implica formar para la vida. Jesús en la parábola del buen pastor nos enseña a salir en búsqueda
de aquella que se ha perdido, alejado. Por eso, el formar personas es también enseñar que el esfuerzo y “el
sufrimiento forma parte de la verdad de nuestra vida. Por eso, al tratar de proteger a los más jóvenes de cualquier
dificultad y experiencia de dolor, corremos el riesgo de formar, a pesar de nuestras buenas intenciones ,
personas frágiles y poco generosas, pues la capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir, y de sufrir
juntos”.
El educador, además de conocer en profundidad el saber que comparte, “es un testigo de la verdad y del bien;
ciertamente, también él es frágil y puede tener fallos, pero siempre tratará de ponerse de nuevo en sintonía con su
misión”.
Por último, “en la educación, es decisivo el sentido de responsabilidad: responsabilidad del educador, desde luego,
pero también, y en la medida en que crece en edad, responsabilidad del hijo, del alumno, del joven que entra en el
mundo del trabajo. Es responsable quien sabe responder a sí mismo y a los demás. Además, quien cree trata de
responder ante todo a Dios, que lo ha amado primero”. Todos colaboramos en la educación, y es necesario que sea
así.
No nos cansemos de pedir a nuestro Creador que envíe más maestros a la mies de las instituciones de la vida. Nuestra
sociedad necesita “maestros” que contagien sabiduría, pero, sobre todo, que vivan convencidos que nuestro sistema
puede cambiar, y que ese cambio es tarea de toda la vida. Que Dios siga animando en este hermoso arte de enseñar, y
también, nos ayude a aprender de nuestros alumnos, porque ellos nos enseñan el cómo hacerlo. No nos cansemos, ni
1
Mensaje del santo padre Benedicto XVI a la diócesis de roma sobre la tarea urgente de la educación, Vaticano, 21 de enero
de 2008.
desalentemos, porque nuestro oficio se orienta a la “formación integral de las personas” y al cumplir ese cometido,
cumplimos con nuestra tarea cristiana de “amar a Dios y al prójimo como uno mismo”.