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El Aguila

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EL ÁGUILA

Había una vez un águila que había sido criada en un gallinero. Ella pensaba que era una
gallina… Pero era una gallina extraña, lo que la hacía sufrir. ¡Qué tristeza cuando se veía
reflejada en los espejos de los pozos de agua... era tan diferente!
El pico era demasiado grande, además de impropio para comer grano, como hacían todas
las otras. Sus ojos tenían un aire feroz, diferente de la mirada amedrentada de las gallinas.
Era muy grande, era distinta.
A veces pensaba que sufría alguna extraña enfermedad. Ella sólo quería ser una gallina
común, como las otras. Hacía un enorme esfuerzo para eso: intentaba moverse con el
bamboleo propio de las gallinas, andaba a gachas para no destacar. Y lo que más quería:
que su cacareo tuviese el mismo sonido familiar y acogedor de las demás... Pero era
imposible, el suyo era diferente. ¡Inconfundible!
Un día, un alpinista que se dirigía a las montañas pasó por allí. Los alpinistas son
personas que tienen algo de águilas. Trepan a las cumbres más altas buscando el cielo
donde estas aves viven y vuelan.
El alpinista vio al águila en el gallinero y quedó perplejo.
-¿Qué haces aquí viviendo como una gallina? -le preguntó.
Ella se sintió ofendida:
-Yo... soy una gallina. Aunque no lo parezca -replicó.
-¿Cómo puedes estar tan convencida? -dijo el alpinista–. Tú tienes el pico de un águila,
la mirada de un águila, el graznido de un águila. Y, seguramente, que allí escondido bajo
esas plumas plateadas, un corazón de águila late con fuerza anhelando el momento de
volar-.
-Dios me libre, tengo vértigo de alturas, lo más alto para mí es el escalón del gallinero
-rio el águila-gallina, haciendo de cuenta que no le importaba nada de lo que le estaban
diciendo.
-Muy bien -dijo el alpinista, tomando al águila con sus manos e introduciéndola en un
saco-, dicen que todo será comprobado alguna vez -. Y continuó su marcha rumbo a las
montañas.
Llegando allí, trepó con manos y pies, subiendo cada vez más alto. Durante algún
tiempo escaló una imponente montaña, hasta llegar a las cumbres donde se hallaban los
nidos de las otras águilas. Entonces, se afirmó sobre una roca, abrió el saco y lo sacudió al
viento, dejando al águila en libertad.
Ella se retorció en el aire, no sabía qué hacer. La duda y el temor le obstruían el pecho,
impidiéndole moverse. Estaba cayendo con las alas atascadas, cuando un impulso, venido
de lo más íntimo de sí misma, le hizo abrir los ojos.
Entonces vio el horizonte extendiéndose, infinito...
Sintió el viento frío acariciando las plumas de su rostro, entrando por su nariz y
colmándole el pecho.
Escuchó, quizás por primera vez, el firme grito de sus compañeras y… Voló, Voló y
voló. Voló aún más alto, surcando la cúpula azul del mundo. Ella sabía hacerlo... Era un
águila.

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