Los Celtas en Espana
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Los Celtas en Espana
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AA. VV.
ePub r1.0
Titivillus 17.12.17
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Título original: Los celtas en España
AA. VV., 1985
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Cabeza masculina en un bronce celta.
Índice
La expansión celta
Por M.ª Ángeles del Rincón Martínez
Profesora de Historia Antigua. Universidad de Barcelona
Sociedad y economía
Por María Luisa Pericot
Profesora de Historia Antigua. Universidad de Barcelona
Arte y cultura
Por Josep M.ª Fullola
Profesor de Historia Antigua. Colegio Universitario de Tarragona
Bibliografía
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La expansión celta
L AS primeras noticias escritas que tenemos sobre los celtas las debemos a los
historiadores griegos. Herodoto es el primero que los cita en el siglo V a. C. y
después aparecen en las obras de Eforo y Eratóstenes. Todos ellos están de acuerdo
en considerarlos como uno de los grandes pueblos bárbaros —es decir, extranjeros,
no griegos— que habitaban Europa y son ellos los que acuñan la denominación de
keltoi para referirse a los mismos, atribuyéndoles geográficamente el territorio
occidental de Europa al norte de los Alpes. Pero serán los historiadores romanos
quienes nos proporcionen un noticiario mucho más extenso y esclarecedor sobre su
modo de vida, sus sistemas de gobierno, sus costumbres. Y esto gracias a que los
romanos tuvieron muchas oportunidades de observar directamente su
comportamiento; primero, en los enfrentamientos militares llevados a cabo en Francia
—la Galias—, Gran Bretaña o la Península Ibérica; después, en la convivencia tras su
conquista.
La Arqueología ha podido verificar estos datos históricos y actualmente
disponemos de una serie de poblados, de necrópolis, de un arte, una religión y un
idioma que, con toda seguridad, podemos denominar celtas.
Ahora bien, ¿qué entendemos por celtas? ¿Es una unidad antropológica) racial?
¿Se trata de una comunidad que, ocupando gran parte del territorio europeo, se
autodenomina celta? ¿Acaso son una serie de comunidades que comparten unos
rasgos culturales que vistos desde fuera —por los griegos o los romanos— presentan
una homogeneidad a la que se da el nombre de celta?
Para contestar estas preguntas hay que reconocer que los celtas —cuya
civilización clásica recibe el nombre de La Tène y se desarrolla entre el 500 a. C. y la
conquista romana— son el resultado de un proceso formativo muy complejo, en el
que entran en juego elementos antropológicos y culturales muy diversos y que se
inicia a finales del segundo milenio a. C. con la expansión hacia Occidente de los
que, por razones lingüísticas, llamamos indoeuropeos. El celta es una de las lenguas
integrantes de la gran familia lingüística indoeuropea a la que pertenecen otras
lenguas de distribución tan distante como el latín, el griego, el germano, el hittita o el
sánscrito, por citar algunas.
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Tazón celta de oro calado, siglo V-IV a. C. (Museo Estatal de Berlín).
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Vaso procedente de Prunay (Marne),
siglo IV a. C. (Museo Británico).
En este momento, a finales del segundo milenio, la zona central donde se pueden
constatar arqueológicamente una serie de transformaciones culturales y posiblemente,
en parte, étnicas es la que se extiende entre Suiza, el sur y sudoeste de Alemania y la
región oriental de Francia. La cultura propia de este territorio durante la Edad del
Bronce era la Cultura de los Túmulos, denominación que le viene dada por su rasgo
más definitorio: inhumaciones cubiertas por un gran túmulo de tierra. Pero
identificada también por unos rasgos culturales, como su cerámica) con ricas
decoraciones excisas o incisas y una desarrollada y personal metalurgia del bronce.
Pero hacia los siglos XIII y XII a. C., estos elementos culturales se nos aparecen de
repente sustituidos por otros totalmente nuevos: cerámicas con formas diferentes, sin
decoración o con una decoración muy sencilla de acanalados —después vendrán los
motivos incisos y pintados—, pero sobre todo una tradición funeraria muy distinta: el
muerto ahora es incinerado, sus cenizas introducidas en una urna que a su vez es
enterrada, junto con el ajuar, bajo tierra y sin dejar ningún signo externo. De nuevo el
ritual funerario es lo que ha servido para denominar a esta fase como Cultura de los
Campos de Urnas.
Si admitimos que los rasgos de cultura material —cerámica, metalurgia—, pero
sobre todo las creencias religiosas —reflejadas en un determinado ritual funerario—,
son definitorias de la idiosincrasia de un pueblo, cuando ocurren en ellos unos
cambios tan radicales como los observados en el siglo XIII a. C. en estos territorios,
seguramente hay que admitir la llegada de nuevas gentes con una fuerza capaz de
imponer su propia idiosincrasia. Pero lo más probable es que no se trate de una
invasión numerosa que elimine por completo a la población anterior. En este caso ni
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desaparece la población anterior ni sus rasgos culturales porque, pasados los primeros
momentos de cambio repentino, los vemos resurgir en convivencia con los recién
llegados.
Efectivamente, cuando se produce la expansión de la Cultura de los Campos de
Urnas hacia Occidente —hasta llegar a la Península Ibérica y a las Islas Británicas—
nos encontramos con una mezcla de tradiciones cerámicas y funerarias que constatan
esta fusión o convivencia. Seguramente, más que de invasión habrá que hablar —en
el caso de que admitamos movimientos de pueblos— de migraciones de grupos,
dotados de una fuerza militar superior, que se imponen sobre las poblaciones ya
establecidas en forma de minorías dirigentes, lo que concuerda con los rasgos
aristocráticos y bélicos que nos presentan las sociedades celtas en los momentos muy
posteriores de enfrentamiento militar con los romanos. Esta minoría dirigente puede
acabar en un momento dado imponiendo su lengua, sus instituciones, sus creencias y
sus tradiciones cerámicas y metalúrgicas, pero sin anular las preexistentes que,
pasado el momento innovador, resurgen y contribuyen a diferenciar a los distintos
grupos que se ven afectados por el mismo fenómeno.
Esta Cultura de los Campos de Urnas, que a partir de la región del Rhin se
extiende hacia Europa occidental, se considera protocelta, denominación quizá no del
todo adecuada. a menos que no se la entienda en el sentido de que estas comunidades
son protagonistas de su propia transformación cultural. En términos arqueológicos, la
Cultura de los Campos de Urnas se transforma en el siglo VIII a. C. en la Cultura de
Hallstatt —primera Edad del Hierro—, ya propiamente celta, y a partir del siglo V a.
C. adoptará su forma clásica de Cultura de La Tène o segunda Edad del Hierro,
caracterizada por una sociedad perfectamente jerarquizada bajo una aristocracia
militar que encuentra su expresión arqueológica en los ricos enterramientos tumulares
y que es la que va a ser conocida por griegos y romanos. En este momento los celtas
ocupan una extensión geográfica muy amplia, que va desde las Islas Británicas hasta
Asia Menor.
Volviendo a las preguntas que nos planteábamos al principio, la denominación de
celtas es una creación griega para referirse a un mundo cultural más o menos
homogéneo. Lo más probable es que sus protagonistas no se autodenominaran celtas
ni siquiera que fueran conscientes de su pertenencia a un mundo cultural tan amplio.
Los mismos historiadores romanos nos hablan de grandes unidades: galos, belgas,
britanos, galaicos, lusitanos, celtíberos que a su vez incluyen otras denominaciones
tribales. Hay que desechar totalmente el que el mundo celta responda a una unidad
racial. No tenemos muchos restos antropológicos que permitan hacer un estudio de
las características raciales, porque la generalización del ritual de la incineración nos
ha privado de ellos. Pero, como hemos dicho antes, aunque admitamos migraciones
de grupos más o menos amplios, la población preexistente debía pesar lo suficiente
como para impedir cualquier uniformidad racial.
El concepto de celtas hay que entenderlo más bien como una unidad cultural
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amplia, en el sentido de que incluye toda una serie de comunidades totalmente
independientes unas de otras —excepción hecha de posibles relaciones comerciales o
posibles movimientos de grupos—, pero que, a pesar de esta independencia y del
amplio espacio geográfico que ocupan, comparten unas ideas que son las mismas y
que reflejan un origen común.
Tras la llegada de grupos de Campos de Urnas a la zona del Rhin parece que se
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produce un reajuste de pueblos, cuya consecuencia es la expansión de elementos
culturales —y posiblemente de gentes también— hacia Occidente, afectando a la
Península italiana, Bélgica, Francia y, finalmente, a las Islas Británicas, desde la
fachada atlántica, y a la Península Ibérica, a través de los Pirineos.
La introducción de elementos indoeuropeos en la Península no hay que entenderla
como el resultado de una sola invasión. Lo que nosotros llamamos invasiones
indoeuropeas debió de ser más bien un paso continuo, con mayor o menor intensidad,
en épocas determinadas, de grupos integrados por familias en busca de unas tierras
donde establecerse y poder desarrollar sus actividades económicas. Será precisamente
el tipo de economía practicada lo que les inducirá a elegir lugares llanos o cerca de
los ríos propios para una agricultura de secano o regadío, o bien tierras más altas con
pastos naturales propias para unas actividades ganaderas. Estos grupos están dotados
de una gran movilidad, sobre todo los de economía pastoril, y esto queda
perfectamente reflejado en algunos poblados que presentan muy poco espesor de
estratos, a veces un solo nivel de habitación, reflejando una ocupación corta y un
posterior abandono en busca de nuevas tierras. Por el contrario, otros poblados tienen
una potencia de estratos que nos habla de una ocupación prolongada, y el hecho de
que busquen lugares elevados para fundar el poblado y de que lo rodeen de una
muralla denota la existencia de unas ciertas inquietudes defensivas. Es posible que
este tipo de poblados pertenezca a grupos agrícolas que, naturalmente, tienen un
sentido de propiedad de la tierra —y, por tanto, de la necesidad de defenderla—
mucho más acentuado.
El hecho de que estas «invasiones» sean un proceso más o menos continuo
explica la aparición de rasgos culturales de cronologías muy diversas, que van desde
el Bronce Final o Primera Edad del Hierro —Hallstatt A y B— hasta la época en que
realmente se generaliza el uso del hierro —Hallstatt C.
No conocemos el momento en que se inician las primeras migraciones.
Actualmente disponemos de una fecha de carbono 14 para el Castro de Henayo
(Alava), en el que se ha obtenido una cronología de siglo IX a. C. Tradicionalmente, a
base de estudios tipológicos de cerámicas y bronces y de sus paralelos con otras áreas
culturales ya fechadas se admitía el siglo VIII a. C. como momento inicial. Esta
cronología ha resultado en exceso prudente, por lo que se tiende a considerar la
posibilidad de unas fechas más antiguas, sobre todo si pensamos que para Francia se
tienen cronologías de los siglos XI y X a. C. y que los Pirineos no debieron constituir
una barrera infranqueable para los grupos humanos, muy en especial si practicaban
una actividad económica pastoril.
Estas infiltraciones se hicieron aprovechando los pasos naturales de los Pirineos y
afectaron muy directamente al valle del Ebro y Cataluña. Atravesando los pasos
occidentales llegan grupos, por un lado, a la Llanada Alavesa —dos poblados
importantes son el Castro de Peñas de Oro y el de Castillo de Henayo— y a la cuenca
Alta del Ebro —hallazgos de Pamplona, El Rectal, Fitero, Cortes de Navarra, entre
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otros. El otro paso es el que utiliza los valles de los Pirineos centrales y, sobre todo, la
cuenca del Segre, marcando nuevamente un camino de descenso hacia el Ebro —
poblados de La Pedrera de Vallfogona de Balaguer, Cabezo de Monleón, Záforas,
Roquizal del Rullo y toda la serie de poblados ibéricos del Bajo Ebro que conocen su
momento inicial en esta época—. Los pasos orientales fueron quizá los más
frecuentados y a través de ellos se produce una expansión intensa de elementos
indoeuropeos por toda Cataluña hasta llegar a la desembocadura del Ebro. La
comprobación arqueológica la tenemos en la abundancia de materiales procedentes
de cuevas, pero muy especialmente en el gran número de necrópolis, que responden a
las más puras tradiciones de Campos de Urnas: Agullana, Can Missert de Tarrasa,
Molá, etc.
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que valoraron y explotaron la capacidad agrícola del valle del Ebro, realizando una
verdadera colonización, como lo demuestra la situación de los poblados en sus orillas
o en las de sus afluentes.
Desde el Ebro, a través de los valles abiertos por los afluentes de su margen
derecha, sobre todo por el Jalón y el Jiloca, se introducen elementos que van a ocupar
las altas serranías de Soria y Teruel, propicias para el desarrollo de una economía
pastoril con una agricultura subsidiaria de secano. Yacimientos de esta época son las
Tajadas de Bezas y los niveles inferiores de la mayoría de castros sorianos, como
Numancia, por ejemplo. Es preciso recordar que estamos en tierras del Moncayo, con
abundancia de hierro, y que la posesión de esta materia prima va a potenciar a estos
grupos cuando se generalice la metalurgia del hierro.
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Fragmento de la vaina de una espada, La Tène,
siglo III a. C. (Museo cantonal de arqueología, Neuchâtel, Suiza).
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Fíbula de bronce y esmalte siglo II-I a. C. (Museo arqueológico de Zagreb).
El hecho de que poco después, a partir del siglo V a. C., la Meseta se convierta en
una de las áreas celtas más importantes de la Península hace pensar en la posible
llegada de elementos indoeuropeos ya desde fecha muy antigua y procedentes de la
Llanada Alavesa y alto Ebro a través del paso natural del Pancorbo. Efectivamente,
las similitudes entre hallazgos alaveses y de la Meseta norte indican la existencia de
algún tipo de relación. Ahora bien, la mayoría de los rasgos culturales que
acompañan a las cerámicas excisas y pintadas reflejan un ambiente indígena más que
indoeuropeo: estructura de casas y poblados, formas cerámicas y perduración de
tradiciones decorativas procedentes del vaso campaniforme. Esto indica que el
proceso seguido aquí fue distinto al del valle del Ebro y Cataluña; mientras allí se
apreciaba un predominio y un poder de absorción por parte del elemento
indoeuropeo, en la Meseta el panorama se nos presenta a la inversa, predominio de un
ambiente indígena con introducción de algunos rasgos culturales extranjeros, como
algunas decoraciones de las cerámicas.
Es muy posible que grupos aislados de indoeuropeos llegaran algo más al Sur, a
Extremadura y tierras portuguesas vecinas. Las fuentes nos citan allí a los célticos —
una de las pocas veces en que aparece este nombre aplicado a una tribu concreta—.
Allí han aparecido unos enterramientos marcados por grandes estelas de piedra con
representaciones figuradas en las que se hace hincapié en los atributos bélicos, como
carros, espadas, cascos, etc., y que podrían corresponder a las élites de estos grupos;
Para el resto de la Península, sobre todo la costa mediterránea, al sur del Ebro —
Tossal del Castellet, Vinarragell, Cabezo Redondo de Villena—, y de Andalucía —
Monachil y Purullena, en Granada; Carmona, en Sevilla—, tenemos algunos
hallazgos, sobre todo cerámicas, que plantean la posibilidad de infiltraciones de
rasgos indoeuropeos en un ambiente cultural totalmente ajeno a lo que hemos visto
que ocurre en parte de la Península o más allá de los Pirineos. La aparición de estos
elementos puede explicarse por lógicos contactos entre áreas culturales vecinas o por
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relaciones económicas más concretas de tipo comercial o por utilización de caminos
de trashumancia.
Céltica e Iberia
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los pelendones—, mientras que después se aprecia una intensificación de las
actividades agrícolas, hecho que se relaciona con un movimiento de expansión de los
arévacos. La posesión de las minas de hierro del Moncayo provocará la
potencialización de estos grupos y su posterior expansión y contactos con, otras áreas
culturales, sobre todo con la ibérica, que se extiende más allá de su frontera oriental.
Estos contactos tienen como consecuencia que la cultura celtibérica —en su momento
de máximo desarrollo del siglo III a. C.— esté teñida de rasgos típicamente
mediterráneos, como puede apreciarse en la estructura urbana de Numancia, en las
formas y en algunos motivos decorativos de las cerámicas pintadas numantinas.
Más al Sur, el alto valle del Tajo, está ocupado por los carpetanos, algunos de
cuyos rasgos culturales, fundamentalmente cerámicas y armas, presentan claras
analogías con la zona ibérica.
Los galaicos
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Al Norte se desarrolla la Cultura de los Castros astures, con claras conexiones con
las culturas vecinas de la Meseta o de Galicia.
Una zona interesante, por sus peculiaridades, y tradicionalmente considerada
como la más céltica, es la del Noroeste. Incluye las cuatro provincias gallegas
actuales junto con la parte occidental de Asturias, desde el río Navia, y el norte de
Portugal, desde el Duero. Nos dicen las fuentes que este territorio estaba ocupado por
los galaicos, denominación que se generaliza para referirse a los habitantes del
Noroeste tras los primeros enfrentamientos con las tropas romanas —expedición, en
el 137 a. C., de Sexto Junio Bruto, por la que recibirá también el sobrenombre de
galaico—. En realidad, esta denominación engloba a unos 38 nombres de tribus, lo
que demuestra un inusitado fraccionamiento de la población, sobre todo si lo
comparamos con la Meseta, donde el menor número de tribus refleja un mayor
dominio territorial para cada una de ellas. En el Noroeste este fraccionamiento de
tribus se corresponde perfectamente con la dispersión del hábitat, siendo muy
numerosos los asentamientos humanos —un cálculo tradicional da una cifra de unos
4.000 poblados—. También aquí el elemento más característico es el castro
fortificado y se habla de Cultura Castreña del Noroeste para referirse al desarrollo
cultural durante la Edad del Hierro.
El espacio peninsular
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culturales entre la Meseta y el Noroeste probablemente significa una introducción de
elementos procedentes de la Meseta —y recordemos que en el mismo momento se
está produciendo allí la expansión de los vacceos—, que, tras una asimilación por
parte de las poblaciones indígenas, les conferirían un carácter céltico.
Al Sur, con centro en la región entre el Tajo y el Duero, están los lusitanos, cuyo
desarrollo cultural plantea problemas parecidos a los del área galaica.
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Sociedad y economía
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Piezas de cerámica procedentes del Soto de la Medinilla, Valladolid
(Museo Arqueológico de Valladolid).
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hospitium, verdaderos pactos que se refrendan por escrito mediante téseras[*], por los
que una persona o una comunidad son recibidos en el interior de otro grupo social.
Las relaciones internas que todo ello causaba debieron ser muy complejas y las
desconocemos en su mayor parte.
La clientela practicada entre los celtas no tiene nada que ver con la institución del
mismo nombre que existía entre los romanos. Su idea básica es la protección, lo que
supone toda una ordenación jerárquica; podía ser individual o colectiva y a veces
aparece en conexión con el «hospitium». Por encima de estas instituciones que
regulaban las relaciones de los individuos entre SÍ con toda la complejidad que
supone la existencia de tribus, clanes, etc., existían asambleas populares y consejos
de ancianos que en algunas ocasiones, como son las guerras con Roma, adquieren
gran influencia y determinan el establecimiento de pactos y alianzas o declaran la
guerra a otras comunidades. De este tipo de asambleas derivan los poderes que
ostentan los jefes caudillos que dirigen la guerra, cuyos nombres han llegado hasta
nosotros por sus gestas frente a los ejércitos romanos.
Organización familiar
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sometidos o individuos de la misma raza que han llegado a esta condición por alguna
situación anómala dentro de la comunidad.
Las diferencias entre las clases sociales fueron mayores en algunas regiones,
destacando la Lusitania, donde existió también una aristocracia guerrera fuerte y
poderosa.
Actividades económicas
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Carrito céltico procedente de Mérida
(Museo de Saint Germain).
Con la llegada de los pueblos celtas a la Meseta cambian también las técnicas de
cultivo de la tierra, ya que estos pueblos parecen ser los que inventaron y difundieron
por Europa el arado de dos ruedas, arrastrado por varios pares de bueyes que por su
gran fortaleza permitía el cultivo de tierras duras…
La presencia de cultivos de cereales a gran escala en la España céltica está
atestiguada por múltiples hallazgos arqueológicos, entre los que podemos citar el
poblado de Cortes de Navarra, no lejos de la ribera del Ebro, excavado por el doctor
J. Maluquer de Motes. Allí han aparecido en uno de los estratos en el que aparecen
las casas destruidas por un incendio, grandes cantidades de trigo y cebada de las casas
y almacenado en grandes tinajas de barro.
En las zonas occidentales fue importante el cultivo del lino, que llegaron a
desarrollar una industria próspera en una época algo posterior. Para terminar con la
economía de estos pueblos hemos de señalar que la caza jugó un papel importante,
como es común en todo el mundo antiguo. Tanto ésta como la pesca tuvieron un
papel importante en la dieta de las gentes que si bien poseían ganados éstos no eran lo
suficientemente abundantes como para proporcionarles todo el alimento necesario.
En la Península Ibérica hay caballos salvajes, rebecos, jabalíes, ciervos, etc. en los
bosques y zonas montañosas de la Meseta; allí irían a cazarlos por medio de arcos y
flechas, cuya cabeza seria de bronce, primero, y de hierro, más tarde. Sin olvidar el
uso de trampas y redes, según las tradiciones heredadas del Paleolítico. También se
seguían utilizando las hondas, tanto para la caza como para la guerra. Su uso parece
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demostrado por el hallazgo de grupos de piedras del tamaño de un puño en el interior
del Castro de Coaña. La caza debía hacerse también a caballo y con jabalinas,
ayudados o por perros.
La pesca también debía jugar un papel en la economía y en la dieta diaria, tanto la
marítima en las zonas costeras como la fluvial en los ríos que cruzan la Meseta.
Arqueológicamente se puede probar esta actividad por la presencia de muchos
peces utilizados como motivo decorativo en la cerámica y por la presencia de conchas
de almejas de río en el poblado ya citado, de Cortes de Navarra.
Vida cotidiana
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Vasija excisa de Tajada Bajera, Bezas (Teruel) siglo VIII-VII a. C.
(Museo Arqueológico de Teruel).
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Las casas de Cortes de Navarra tienen forma rectangular alargada. En la parte
delantera se encuentra un vestíbulo cuadrado que por una puerta comunica con la
vivienda, en cuyo interior y en el centro se halla un hogar rectangular señalado por un
bordillo de barro sobre el piso de la estancia. A lo largo de las paredes (a veces en su
totalidad, otras sólo una) se encuentra un banco de poca altura. Hacia el último tercio
de la casa suele aparecer una habitación cerrada por un tabique que no llega a cerrar,
que se ha supuesto se trata de una despensa. La capacidad de estas casas es muy
grande para la época, pues algunas llegan a alcanzar los 100 metros cuadrados, lo que
supone un alto nivel de vida y un tipo de vivienda para estar dentro de ella, lo que es
propio de climas lluviosos y fríos. Algunas de las casas de Cortes de Navarra poseían
un zócalo pintado de rojo y el resto de la pared pintado de blanco. En el interior de la
vivienda puede haber un departamento especial para ganado, sobre todo cerdos, que,
junto con cabras, ovejas y ganado vacuno, eran la base de la economía, además de los
cereales.
El tipo de alimentación de los habitantes celtas de la Península Ibérica varía según
las zonas, aunque lo frecuente entre las tribus de la Meseta es que la base sean los
cereales, con los que se hacia pan. Primero se molla el grano con un molino de mano
que no era más que una piedra de forma cóncava y otra redonda con la que, a mano,
se molía el grano. Todas las casas poseían un molino y también un horno de forma
circular o elipsoidal de un metro o metro y medio de diámetro situado fuera de la
casa, junto a la entrada o en el propio vestíbulo. Además de pan se consumía carne,
tanto la de caza como la de los animales domésticos, que debían sacrificarse en
determinadas épocas del año. La pesca ya vimos que era también una fuente de
alimentos. En estas zonas de la Meseta se cultivaban legumbres, como es el caso del
yacimiento del Soto de Medinilla, cerca de Valladolid, donde se han encontrado
restos de judías, garbanzos y lentejas. Los productos lácticos eran conocidos y
apreciados; sabemos que se hacían quesos, lo que tenemos atestiguado por la
presencia de vasijas de cerámica con agujeros que servían para colar la leche.
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Poblado celta de Citánia de Sanfins,
en Portugal.
Entre las bebidas hay que citar la cerveza en primer lugar, como corresponde a
pueblos que conocían la cebada y procedían de lugares donde ésta era conocida.
Las industrias desarrolladas por los pueblos celtas son las que proporcionan los
objetos necesarios para el consumo doméstico: cerámica, hilado, tejido y fundición de
metales y fabricación de instrumental de bronce y hierro.
La cerámica se hacía a mano en las primeras etapas de la cultura céltica, siendo
en época avanzada, ya en el siglo IV a. C., cuando se introduce el torno a partir de la
zona ocupada por los pueblos ibéricos. La cerámica, a pesar de estar hecha a mano,
alcanza un grado grande de perfección, existiendo una cierta unidad de criterio
respecto a la decoración, colores, etc. la técnica de fabricación seria la de
superposición de capas de barro que luego se alisarían con espátulas de hueso y se
recubrirían con un engobe que al cocer daba el color deseado.
El hilado de la lana y el lino eran otra de las ocupaciones importantes dentro de la
economía general y en ellas tomarían parte muchos de los habitantes de los poblados.
No podemos afirmar que fuera una ocupación de las mujeres. El huso y la rueca no
serian muy diferentes de los que actualmente siguen empleando muchos pueblos
residuales. El tejido de estas fibras era otra de las actividades importantes. No
sabemos cómo eran los telares, que serian seguramente de madera. Se han
conservado las pesas de telar, las fusayolas, que suelen ser de cerámica y son siempre
muy abundantes entre los hallazgos arqueológicos. La lana procedía de los grandes
rebaños de ovejas que pastan no lejos de los poblados; con ella se fabricaban un
determinado tipo de capa llamado «sagum» por los romanos, que era muy apreciado a
causa del riguroso clima de la Meseta. De él nos hablan los historiadores romanos
que lo adoptaron durante los largos años que duraron las guerras con los celtíberos,
exigiéndolos a los vencidos como tributo. Esta capa se llevaba sujeta con grandes
fíbulas de bronce o hierro sobre el pecho, de modo que sirviera de protección contra
el frío. No sabemos cómo seria el vestido femenino, parece que se llevaba un tipo de
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capa parecido.
Otra industria floreciente era la de curtidos de pieles y el trabajo del cuero. Los
celtas poseían y apreciaban a los caballos, por lo que la manufactura de arreos de
cuero era una de las ocupaciones en las que se unía lo útil y el gusto artístico.
Pensemos también que un pueblo guerrero utilizarla escudos de cuero y vainas para
las espadas.
El panorama de la vida céltica hay que completarlo con lo poco que podemos
saber de las costumbres que rodeaban los ciclos vitales y que serian el motivo para
'romper la monotonía de la vida diaria. Las danzas y músicas, tan frecuentes en la
España ibérica, no lo son en la céltica, aunque SÍ se bailaba en determinadas fiestas
religiosas, como, por ejemplo, la costumbre de los pueblos del Norte de celebrar con
danzas las noches de plenilunio. Había también cantos especiales para guerreros,
cantos de victoria y de muerte.
Es posible que en algunos casos se practicaran algunos sacrificios humanos,
aunque lo más frecuente era hacerlo con ovejas, cabras y caballos.
La Península Ibérica es rica en aguas termales, algunas eran ya conocidas y
apreciadas por sus virtudes curativas, siendo dedicadas a los dioses llevando sus
nombres. Los romanos, posteriormente, llegaron a conocerlas bien, construyendo
grandes balnearios. También las plantas medicinales eran conocidas por los celtas,
que poseían recetas que transmitían de generación en generación y eran objeto de
comercio a otras zonas; de ellos habla Plinio con gran admiración hacia los pueblos
que han sido capaces de descubrir sus virtudes curativas, aliviando así las
enfermedades de los hombres.
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Arte y cultura
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Urna funeraria de Miraveche
(Museo Arqueológico, Burgos).
Tosquedad escultórica
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minusvaloramos el trabajo de unos artistas que representaban lo que por tradición
debían representar y no más; interesaban los broches y los vestidos y no las facciones
en los antropomorfos, interesaban colmillos y no pezuñas en los zoomorfos. Todo
ello era representado con pulcritud, dentro de una tosquedad achacable más bien al
estilo tradicional de la escultura de aquellas zonas.
La causa de dicha tosquedad se nos escapa, puesto que no creemos correcto
interpretarla como una imposibilidad de mejorar el estilo escultórico, ya que en otras
manifestaciones, como los decorados de fachadas, orfebrería, etc., queda bien patente
la calidad de los artistas de la zona. La simbología será más bien el camino por el que
nos inclinamos, mucho más si tenemos en cuenta algunos detalles precisos que se
ponen claramente de manifiesto en casi todas las obras.
La temática principal en cada una de las dos zonas es bien distinta. Mientras en la
zona galaico-portuguesa dominan las representaciones antropomorfas, en la meseteña
son las zoomorfas las que abundan. Sin embargo, éstas no son atribuciones
exclusivas, ya que los zoomorfos se dan también con relativa asiduidad en la zona
castreña del Noroeste.
El tipo de escultura dominante es la exenta; en los relieves destacan los figurados
o decorativos y los geométricos, sobre todo en la zona del Noroeste, donde dichos
relieves decoran con profundidad fachadas de casa, jambas y dinteles de puertas y
otros elementos exteriores. Otra faceta de esta decoración son las llamadas «pedras
formosas».
Las representaciones antropomorfas caracterizan sistemáticamente la zona del
norte del Duero, Portugal y Galicia; se trata de guerreros, conocidos con el nombre de
«guerreros galaicos». La tosquedad a la que aludíamos más arriba no está reñida con
un cierto naturalismo que se centra en los accesorios que adornan la figura humana
propiamente dicha. Los detalles anatómicos son prácticamente inexistentes, salvo en
algunos casos en los que se marca algo la musculatura; la cara tiene la mínima
expresión en ojos, nariz y boca. En cambio, tenemos un buen trabajo en la túnica, en
la pequeña defensa en forma de escudo que llevan los guerreros, y sobre todo en las
joyas, broches de cinturón, etc., que ciñen el vestido. Cabe señalar también que el
tamaño de estos antropomorfos es casi el natural. Es obvio que no se intentaba
realizar el retrato de un personaje concreto, sino más bien plasmar la idea de un
guerrero.
Sería largo realizar una lista de lugares en los que se han realizado hallazgos de
esculturas de este tipo. Los tenemos en Campos, Cabeceira do Basto, Viaria do
Castelo, Britelo, Montealegre, Rubiás, etc. En Pedralva, cerca de Guimaraes, se ha
hallado una colosal representación humana, fragmentada, que podría interpretarse
como significativa de un culto fálico o sexual; este ritual sexual podría sospecharse
también de una estatuilla sedente femenina hallada en el castro de Lanhoso. Ritual
también es la interpretación dada a las «cabezas de muerto» o «cabezas cortadas»,
que siguen tradiciones celtas y aparecen asimismo con profusión en la zona galaica.
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El bronce se conoce, por supuesto, y prueba de ello es una representación de un
carrito, tosco, pero con una escena que no ofrece lugar a dudas. Sin embargo, es muy
claro que no resiste la comparación estilística con las obras de arte levantinas ibéricas
(jinete de la Bastida de Moixent, etc.).
Como muestra del contacto que sin duda existió entre las dos zonas que
consideramos, tenemos las representaciones zoomorfas de verracos en la parte de
Orense-Pontevedra. Allí se han identificado cerdos, jabalíes y una oveja.
Casco de oro, siglo VI-V a. C. hallado en la playa de Leiro, ría de Arosa (Museo Arqueológico e Histórico de La
Coruña).
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situó en el puente de Salamanca en El Lazarillo de Tormes, y una directa alusión a los
famosos toros de Guisando en una obra de Lope de Vega, concretamente, en El mejor
maestro, el tiempo.
Los lugares más conocidos por la aparición de verracos son Guisando, los castros
de Mesa de Miranda, Las Cogotas, El Berrueco, Gállegos, etc. El significado de tales
representaciones se nos escapa, pero se han lanzado numerosas hipótesis acerca de
una posible utilización como hitos territoriales entre tribus, como trofeos o como
señalización de los caminos a seguir por los rebaños trashumantes. Sin embargo, una
vez más, no nos es posible determinar con precisión la utilidad de estas esculturas.
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La datación de la escultura celta debe centrarse en el siglo III-II a. C., con
extensión hasta los primeros años de nuestra era. Dato significativo para esta
atribución cronológica son las inscripciones romanas halladas sobre elementos
escultóricos, tanto antropomorfos como zoomorfos. En un principio esto impulsó a
suponer una cronología más baja para estas piezas, es decir, más moderna. Sin
embargo, las excavaciones en los castros han sacado a la luz obras no tocadas por la
romanidad y que nos documentan sin duda alguna su anterioridad. Lo que sí es
seguro es que los romanos reutilizaron algunas de estas representaciones con fines
propios, casi siempre funerarios en lo concerniente a los antropomorfos galaicos. De
todo ello se desprende que la escultura celta tuvo una evolución propia, muy poco
influida por la cultura romana que llega tarde y en precarias condiciones para marcar
una linea bien establecida y trabajada a lo largo de varios siglos.
Origen de la escultura
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cerámica: a mano y a torno.
Un primer tipo de cerámica a mano lo hallamos tan sólo en los poblados y nunca
en las necrópolis; destacan los hallazgos de Las Cogotas, La Osera y Cerro del
Berrueco. La cerámica es tosca, de barro no muy fino y con una decoración en
profundas incisiones, tal como había sucedido en los elementos de la Edad del
Bronce, o bien con excisiones relacionables con la cerámica excisa anterior. Es de
destacar el paralelo en lo que se refiere a la decoración con las cerámicas del tipo
Boquique (cueva cerca de Plasencia), que tienen, sin embargo, otro tipo de pasta y
una atribución cronológica a la cultura anterior del vaso campaniforme.
Un segundo tipo de cerámica a mano se halla ya indistintamente en poblados y
necrópolis, aprovechado en estas últimas como urna para guardar las cenizas del
difunto, ya que estos pueblos eran incineradores. La pasta era más fina que en el tipo
anterior y las paredes no son muy gruesas, con un color gris o negruzco; la cocción es
buena y las superficies aparecen bruñidas. Las formas son sencillas, con cuencos de
base plana y boca abierta, ollas globulares y cuello estrecho, con perfil en S y copas
altas, de pie calado, con perforaciones triangulares en bandas circulares. Una última
variedad son las cajitas cerámicas, de utilidad desconocida y forma rectangular u
oblonga.
La decoración es incisa, normalmente hecha con un peine de hasta nueve púas, y
traza motivos geométricos en bandas que influirán en la escultura del Noroeste que
hemos visto antes, ya que los elementos difundidos son los que veremos decorando
las jambas y dinteles de las puertas y las estelas funerarias de aquellos pueblos
galaicos. Otros tipos de decoración, no tan abundantes, pero también importantes, son
la simple incisión en linea o punteado, el estampado y el incrustado de clavos de
cobre y pedazos de ámbar.
Pasemos ya a las variedades conseguidas mediante la técnica del torno, y que
pueden ser con decoración incisa o pintada.
La primera variedad tiene una pasta rojiza o amarillenta y una decoración más
pobre que su paralela a mano, con los mismos motivos. Las formas son bastante
variadas, destacando las copas de pie alto.
La variedad pintada a torno tiene, como la anterior, una indudable influencia del
mundo celtibérico. La decoración es también geométrica, pero se introducen ya
elementos estilizados que representan figuras animales y humanas, como jinetes
armados en unas cráteras halladas en Las Cogotas.
Cerámica a torno
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gruesas y bastas, ya finas y arcillosas; su color es oscuro, pardo o negruzco. La
superficie es pulida o bruñida, decorada sin figuras, sólo con motivos geométricos o
estilizaciones, normalmente incisos, aunque también los tenemos estampados o
grafiteados sobre la pasta ya cocida, de manera idéntica a la técnica descrita al hablar
del grupo meseteño. Las formas son difíciles de reconstruir por la gran fragmentación
de los materiales hallados. Sin embargo, pueden apuntarse sin dificultad las bases
planas, los perfiles ovoides y los bordes abiertos, circunstancia esta última que hizo
pensar a V. Gordon Childe en un paralelo o conexión cultural con las Islas Británicas,
ya que esta forma de los bordes se da en el mismo momento en aquellas tierras.
Si bien las formas son propias, muchas veces no resulta difícil detectar en una
vasija o en un cuenco una clara imitación de esas mismas formas en metal, por lo
común en oro o plata.
Las cerámicas pintadas del Noroeste parecen tener que ponerse en relación con
las del mismo tipo en la Meseta y no con la de zonas andaluzas o levantinas, como lo
había sido hasta el momento. Los temas, sin embargo, son típicos de la zona, y la
fabricación es indudablemente local.
La homogeneidad relativa que se aprecia en la cerámica celta ha hecho pensar a
los investigadores en una centralización de la producción de esas vasijas y otros
elementos. En efecto, y sobre todo a partir de la introducción del torno, parece
desprenderse una uniformidad de formas que abona esta teoría. La producción
cerámica a mano continúa, pese a todo, siendo de fabricación local, particular de cada
poblado, no industrializada.
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Guerreros galaicos (Museo de Guimarâes).
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No parece dudoso que hubiera conexiones con otros territorios marcadamente
celtas de las costas atlánticas europeas como la Bretaña francesa o Irlanda; muy
posiblemente, las navegaciones marítimas posibilitarían ya unos desplazamientos tan
largos bordeando la costa. Por todo ello no es de extrañar la detección de paralelos en
la tipología de las joyas celtas del Noroeste. Pero esos influjos no llegaron a anular de
manera definitiva las tradiciones locales, que perdurarán por encima de ellas en este
campo de la orfebrería.
Otro de los motivos determinantes de la brillantez de las joyas de la zona es la
gran riqueza de oro de la región gallega, pues sus ríos ofrecieron tradicionalmente
gran cantidad de arenas auríferas, muy buscadas y explotadas en la antigüedad y
posiblemente causa de las guerras que los romanos sostuvieron para conquistar este
territorio, según Gómez Moreno. Es por ello que la inmensa mayoría. de los
elementos que vamos a considerar están fundidos en oro más o menos rebajados, pero
a veces, incluso, puro. La plata es rara y siempre producto de importaciones.
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Hachas de bronce (Museo de Pontevedra).
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Guerrero celta, según una estela del siglo II a. C.
(Museo Arqueológico de Burgos).
Y señalemos, por fin, unas dudosas diademas halladas en Cangas de Onís, con
decoración geométrica, y en Ribadeo, con escenas humanas estabilizadas. En realidad
son cintas de oro grabadas, pero también bastante fragmentadas.
Panorama bien distinto nos ofrece la zona meseteña. En ella, según el cronista
romano Apiano, no se apreciaba ni el oro ni la plata. No tenemos documentada una
orfebrería típica de la zona, sino tan sólo aires comunes celtas que sirven de factor
diferenciador de otras áreas hispanas como la ibérica o la púnica. De hecho, aquí la
mezcla consiste en los elementos de La Tène, segundo momento de la Edad del
Hierro, junto a tradiciones indígenas, siguiendo a López Cuevillas, como haremos en
este apartado.
Orfebrería meseteña
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Cerámica celta de San Cristóbal (Mazaleón,
siglo VI a. C., Museo Arqueológico de Teruel).
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La metalurgia
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cuero. Otro dato, dudoso, puede venir de las representaciones escultóricas. Pero lo
cierto es que sólo puede destacarse el hallazgo de Lanhoso, un casco de bronce,
cónico y con un espigón puntiagudo, que cabe calificar de tardío y de gran influencia
continental.
Berraco abulense.
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Fíbulas zoomórficas de influencia céltica
Prendedores celtas
Un último elemento de la cultura material que vamos a considerar son las fíbulas,
que servían para prender las túnicas o ropajes que se usaban en la antigüedad. Las
tenemos documentadas casi exclusivamente en el área meseteña y la materia prima es
tanto el hierro y la plata como el bronce, con predominio de este último.
Entre las fíbulas tenemos un fondo hallstático, indudable, antiguo, pero que
parece perdurar en la zona que nos ocupa durante tanto tiempo, que llega a hacer.
inservibles las clasificaciones cronológicas basadas en los estilos. Tenemos asimismo
fíbulas de clara influencia de La Tène, pero que pierden también su valor cronológico
por las circunstancias que acabamos de exponer.
En este área, que también se conoce con el nombre de uno de los yacimientos
capitales de la misma, Las Cogotas, destaca un tipo de fíbula de torrecilla, por
terminar en esa forma el remate del pie acodado; el arco es sencillo.
Un segundo tipo que se encuentra en la zona son las llamadas fíbulas hispánicas,
circulares y anulares, que también se dan en otros lugares de la Península.
Por fin tenemos las fíbulas zoomorfas, que tienen el arco en forma de animal,
normalmente de caballo, ave o jabalí. Alguna de ellas representa una cabeza humana,
circunstancia que Maluquer asocia a los cultos celtas continentales, con ritos de
cabezas-trofeos. La verdad es que la influencia celtibérica es grande en lo que
concierne a las fíbulas en la zona meseteña que nos ha ocupado.
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Como resumen de las ideas artísticas celtas podemos destacar el alto grado de
simbolismo y abstracción, tan elevado que el arte se convierte en puramente
decorativo. Sus raíces se pierden en el mundo hallstático, de la primera mitad del
primer milenio antes de Cristo; pero la influencia del sustrato preindoeuropeo y de los
romanos, al principio y al final de su esplendor, respectivamente, hizo cristalizar un
arte celta hispánico con una personalidad propia. El contraste evidente con el mundo
prerromano oriental peninsular no ha de hacernos minusvalorar, como ya hemos
señalado al principio, el arte de los pueblos del cuadrante noroccidental hispano.
Creencias religiosas
Capítulo sin duda interesante dentro del mundo cultural celta es la religión que
profesaban nuestros antepasados. Según Blázquez, la comparación puede
establecerse, a grandes rasgos, con la Galla, mientras que Germanía y Britania
parecen no guardar una relación tan estrecha con nuestros territorios. Sin embargo,
todos los autores consultados coinciden en señalar en Hispania la falta de una casta
sacerdotal a la manera de la de los druidas galos, producto quizá del deficiente
conocimiento que del conjunto religioso celta peninsular tenemos.
La epigrafía latina ha sido, en cierta manera, una de las pocas ayudas para
establecer datos fiables en cuanto a divinidades; parecen haberse documentado hasta
trescientos veinte dioses, o quizá seria mejor decir objetos de latría, puesto que
muchas veces son cosas las que se adoran y no entes. La escultura, que en otras zonas
también ha cooperado, no ayuda al esclarecimiento de ningún dato.
«Grosso modo» podrían establecerse unas raíces diferenciales entre los grupos
que hemos venido estudiando más o menos por separado; en lo que concierne a los
pueblos meseteños, la influencia celtibérica se deja sentir con fuerza, mientras que los
pueblos del Norte y del Noroeste tienen reminiscencias preceltas junto a las celtas
típicas.
La mayoría de los nombres que conocemos, sobre todo del área meseteña, son
tardíos, a partir del siglo II a. C., y en muchas ocasiones están ya asimilados a
divinidades romanas: la mayor parte son inscripciones en aras o altares dedicados a
esa divinidad, de la que sólo conocemos ese nombre. Tal diversidad puede responder
a dioses de pequeñas tribus o incluso de gentilidades.
Pero pasemos a una descripción somera de los grandes dioses celtas que tenemos
atestiguados con seguridad en nuestra Península. En lugar preeminente colocaríamos
a Lug, conocido en Irlanda, Escocia y la Galla con nombres muy semejantes. A él se
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dedicaba uno de los cuatro festivales estacionales que los celtas celebraban a lo largo
del año, llamado Lugnasa, que iba de mediados de julio a mediados de agosto, época
de las cosechas. Se le representaba como un joven apuesto, de poderes ilimitados,
dios de la tierra, de las artes manuales, de los viajes, de la acuñación de moneda y del
comercio. Su epíteto irlandés era Samb-il dánach, es decir, hábil en muchas artes. Por
todo ello, César no duda en asimilarlo a Mercurio.
El dios celta Marte se convierte para Roma en Ares, señor de la guerra. En las
fuentes, Estrabón nos atestigua sacrificios a la divinidad, tanto animales como
humanos, práctica esta última que los romanos prohibieron. Con todo ello se
relacionarían las esculturas de «cabezas cortadas», señaladas al principio de este
articulo.
Dentro del ciclo de la fecundidad podemos englobar un buen número de cultos, a
veces incluso dudosos en su forma externa, pero que parecen poder atribuirse en el
fondo a ritos de reproducción y abundancia. En la zona galaica tenemos a la diosa
Poemana; en la meseteña destacaríamos la simbología del dios Cernunnos, asociado
en alguna ocasión con la serpiente y representado con los brazos en alto y cuernos de
ciervo.
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Puñal de lengüeta (Museo Arqueológico, Oviedo).
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Diadema de oro del tesoro de Bedoya
(Museo de Pontevedra).
Como enlace con los cultos astrales tenemos el toro, símbolo de fuerza y de
fertilidad y ligado siempre a la luna como deidad femenina, asociación. normal en los
pueblos pastores y de origen mediterráneo.
Los cultos astrales, los lunares concretamente, tienen entre los celtas una
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vinculación directa con ideas de ultratumba, según Hatt; esa unión se ha postulado
también para explicar las cazoletas y los geométricos grabados en piedras de Galicia
y de la Meseta y en las esvásticas, trisqueles, crecientes lunares, etc., de estelas
funerarias indoeuropeas peninsulares.
A su vez, el culto a los muertos se asocia, en la Hispania indoeuropea, al culto
solar, dos manifestaciones de capital importancia en toda cultura. Tanto en la
orfebrería castreña como en la cerámica meseteña de Las Cogotas tenemos bien
documentadas representaciones solares en forma de círculos radiados, esvásticas y
cruces; más complejas son otras escenificaciones, como la del sol, con figura humana
sobre barco, en La Osera y Las Cogotas, o bien las barcas solares del círculo vacceo,
de las que nos habla F. Wattenberg.
En los cultos solares sólo conocemos el nombre del dios romano asimilado,
Júpiter; de la denominación indígena en la zona galaica sólo conocemos el prefijo
Cand, que significa brillar, arder, por su asociación con la tempestad, los rayos y otros
fenómenos similares, como su asimilado romano.
Por último, muchas divinidades femeninas se engloban siempre bajo la
denominación de Matres y tienen relación protectora con la Naturaleza y la vida
humana. Otras divinidades celtas eran tenidas como protectoras de diversos hechos o
cosas: los caminos, las encrucijadas, las aguas en general, los ríos, las fuentes, los
montes, los bosques, los ganados, etc.
Problemas lingüísticos
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Toda esta triple cuestión va ligada Íntimamente con la problemática de las
invasiones y los movimientos de los pueblos. Una postura es la de Almagro Basch,
que. sustenta una invasión celta única, la de los «urnenfelder» o de la Cultura de los
Campos de Urnas; con ella se complementa la del lingüista alemán Untermann, que
propone un desarrollo convergente de un indoeuropeo común en la Península, luego
diversificado en una variante más precelta occidental y otra más celta, oriental, ligada
también al área celtibérica.
Por el contrario, García Bellido apoya la teoría de las dos invasiones
indoeuropeas: una, de los pueblos de los Campos de Urnas, hacia el siglo VIII a. C., y
otra, de celtas propiamente dichos, quizá provenientes del área belga, y que se
desarrollaría hacia el siglo VI a. C. Lingüísticamente, A. Tovar apoya esta hipótesis al
hablar de lenguas distintas de origen, pero de tronco común indoeuropeo.
Por fin, hay que señalar la teoría ecléctica y en nuestra opinión acertada que
suscriben investigadores tan prestigiosos como J. Maluquer de Motes y J. M.
Blázquez, que hablan de un fluir continuo de aportaciones continentales indoeuropeas
durante todo el primer milenio antes de Cristo, lo cual da, antes de la llegada de los
romanos, una cierta unidad étnica y lingüística en el sector que nos ha ocupado en la
Península Ibérica.
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Estela funeraria (Museo de Badajoz).
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Notas
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[*] Prenda de un pacto. <<
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[*] Esmalte negro compuesto de plomo y plata fundidos con azufre. <<
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