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Sociedad Etérea

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Siempre me ha gustado la forma en la que Neruda sintetiza la idea de Heráclito acerca de

que la única constante en el universo es el cambio: “Nosotros, los de entonces, ya no

somos los mismos”, escribe el chileno en su Poema 20. Y no importa quiénes son

“nosotros” ni desde cuándo es ese “entonces”, siempre será una afirmación válida.

Llevamos millones de años en cambio permanente, en evolución continua. El punto

que llama hoy la atención es si estamos en la ruta correcta, en el sendero acertado, o si nos

extraviamos cuándo y por qué en este camino de mejoramiento al que, teóricamente,

debemos aspirar. Me temo que, en efecto, andamos sin brújula y sin meta; sin raíces y sin

razón. Incontables personas encajan a la perfección en la definición que aporta Sabines

para los esquizofrénicos, es decir, los enamorados: “locos, sólo locos sin Dios y sin diablo”.

(Los poetas suelen tener la razón. Mejor dicho, proclamar verdades, pues una buena

parte de los poetas carece, justamente, de razón. Flaubert apuntó que el arte, y por lo tanto

la literatura, es la mentira que engaña menos, o la menos mentirosa de las mentiras).

Los signos del cambio son abundantes, están por doquier; espero tener la

oportunidad de abordar algunos de ellos.

Por lo pronto habrá que decir que el concepto de Bauman parece haberse quedado

corto para referirse a la sociedad de nuestros tiempos: más que una sociedad líquida, como

él la considera, parece que estamos inmersos en una sociedad gaseosa, que ha perdido

cohesión y coherencia, una sociedad que se dispersa y se evapora inexorablemente.

En la sociedad líquida aún hay un contenedor, liso y sin asideros, pero recipiente al

fin; en cambio a la sociedad gaseosa ya nada la contiene, a partir de la relativización y de la

inexistencia de valores comunes. No hay diques ni límites, bajo el pretexto del

“empoderamiento” de todos, de la obsesión generalizada por situarse por encima de todos,

de manera que esto se ha vuelto un encimadero; un encimadero ciertamente afincado en el

éter

Hoy la mayoría de las personas son como las pompas de jabón: frágiles, ciegas,

huecas, indefensas, flotantes en la nada… y suponen erróneamente que los colores que por

unos instantes las revisten son propios y no el reflejo de la luz.


Sin exagerar podemos afirmar que hay en el planeta 7.5 mil millones de “verdades”;

para decirlo con mayor propiedad: existen 7.5 mil millones de maneras de interpretar la

verdad. En consecuencia, andamos sobre pantanos, y entre más nos movemos más nos

hundimos y nos alejamos de la orilla, nos distanciamos de la verdad y de la libertad. Cada

vez somos más esclavos, puesto que así lo hemos elegido ensordeciéndonos para no

escuchar más voces que nuestro vacío y no ver más luces que nuestra propia oscuridad

interior.

Estamos felices con nuestras relucientes cadenas: “Así soy y qué”; “Si no me

quieren, ni modo”. Lo gritamos en México, y seguro que similarmente lo pregonarán en otras

latitudes. Los luises franceses, o quienes inventaron las frases que se les adjudican, nunca

se imaginaron que serían superados por otros más absolutistas que ellos: “La verdad soy

yo”, “Después de mi verdad el diluvio”. (Hasta Niurka y su “veldá” palidecen ante la

contundencia de las actitudes y la irreductibilidad de las posiciones actuales).

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