2do. Año - LIT - Guía 7 - Mariano Melgar
2do. Año - LIT - Guía 7 - Mariano Melgar
2do. Año - LIT - Guía 7 - Mariano Melgar
Literatura
Literatura dede la
la
Emancipación
Emancipación
(Siglos XVIII - XIX)
La literatura culta adopta principalmente la forma doctrinaria, dentro de la que se incluyen los ensayos,
artículos, sermones, discursos y cartas. Los textos estrictamente literarios de esta época tales como los
poemas o el teatro se inscriben dentro de la corriente neoclasicista imperante hasta entonces.
La forma popular se da a través de canciones, letrillas y coplas que surgen durante o después de cada uno
de los movimientos revolucionarios del proceso. Esta literatura popular es, en algunos casos, anónima y su
intención era difundir las ideas de la gesta libertadora.
Las bases para la literatura producida durante el periodo de la emancipación tienen su punto de partida en
la Sociedad Amantes del país. Esta congregaba a un grupo de intelectuales que, siguiendo el ejemplo de la
Ilustración francesa, se reunían a discutir temas científicos, políticos y literarios. Esta sociedad publicó entre
1791 – 1795 “El Mercurio Peruano”. La finalidad de la publicación era, como se indica en el “Prospecto de
Mercurio”, dar a conocer el territorio que se habita desde los más diversos ángulos, proporcionando noticias
sobre historia, artes, agricultura, pesca, literatura y costumbres.
Los principales colaboradores del Mercurio Peruano fueron José Rossi y Rubí; Francisco Gonzalez Laguna,
José María Egaña, Francisco Romero de Lagunas, Diego Cisneros, José Baquíjano y Carrillo e Hipólito Unanue.
Mariano
Mariano Melgar
Melgar
El primero de los poetas de la revolución es, sin disputa, Mariano Melgar (1791 - 1815). Nacido en
Arequipa, estudió en el Seminario de San Jerónimo de esa ciudad, donde destacó por el temprano despertar de
sus virtudes poéticas y recibió las primeras órdenes, aunque no parece haber tenido una vocación religiosa muy
acendrada. Tradujo a Ovidio y cultivó el verso neoclásico, pero se enamoró concretamente y sin retórica de quien
fue la Silvia de sus mejores poemas. Contrariedades amorosas o el deseo de continuar sus estudios en Leyes lo
hicieron viajar a Lima, lo que permitió conocer el mar lleno de sugestiones para su íntimo romanticismo y,
también, escuchar las discusiones, vivas aún, acerca del famoso discurso de Baquíjano y Carrillo en la recepción al
Virrey Jáuregui que hiciera resonar por primera vez en el aire limeño las ideas de patrio y libertad, cuya causa
Melgar abrazó apasionadamente desde entonces. Escribió en esa época sus odas, todavía encendidamente
quintanescas Al autor del mar, Al conde Vista de Florida (título nobiliario de Baquíjano) y A la libertad.
Volvió a Arequipa para sufrir los desdenes de su amada Silvia y, olvidó su destreza en la versificación académica,
para verter su dolor erótico, en inusitados yaravíes, género popular y mestizo de metros breves y cadencia
triste, descendiente de los harauis, poemas de amor y de ausencia de la antigua cultura quechua. Herido de
amores y ganado íntimamente por la causa de la libertad, se une al levantamiento de Brigadier Mateo García
Pumacahua y, después de la derrota de Umachiri, es fusilado en 1815, en el mismo campo de batalla, cuando
apenas tenía 23 años de edad.
En su breve vida, Melgar desarrolló una obra poética naturalmente breve también, pero en la que se
pueden distinguir varias facetas y diversas características esclarecedoras del proceso histórico de nuestra
literatura y de intrínseco valor estético. Inicialmente, y abarcando la mayor parte de su obra, Melgar se nos
muestra como una versificación definitivamente neoclásico, de acuerdo a la moda de su tiempo y a la educación
que recibió; pero no es un versificador adocenado y, a pesar de su juventud, lastre indudable para el cultivo de un
tipo de literatura cuyas virtudes principales residían en la técnica versificatoria y en la erudición clásica, Melgar
muestra en sus odas, elegías y sonetos, cierta robutez expresiva y habilidad retórica que lo hace destacar en el
chato panorama de la poesía colonial y así lo reconoce, incluso, un crítico tan apegado a los cánones clásicos como
Riva Agüero. Esta destreza más bien imitativa, no hubiera bastado sin embargo para inmortalizarlo. Hay en su
poesía notas renovadoras mucho más importantes. En primer lugar, como lo ha visto Luis Alberto Sánchez, su
erotismo no es una mera postura retórica adoptada para tejer canciones y madrigales más o menos entretenidos,
sino un profundo sentimiento personal que le permite unir, de una manera hasta entonces inusitada en el Perú, la
poesía y la vida. Este erotismo vital es un rasgo evidente y adelantadamente romántico que lo distingue de los
rimadores de su tiempo. Su pasión por la libertad y su amor a la patria, aunque no renueven su poesía y se
expresen en académicos endecasílabos, constituyen otro rasgo romántico indudable. Pero lo más valioso de la
obra de Melgar reside en sus yaravíes, en su apelación a una poesía popular de raigambre quechua que, mediante
versos breves y punzantes, le permite la mejor expresión de un dolor persona, íntimo e intenso:
Los yaravíes de Melgar representan un novedoso espíritu romántico por su carga emocional y, como hemos
dicho anteriormente, por su apego a las formas y motivos de la poesía popular. En Melgar, además, la vida y obra
están íntimamente unidas: su erotismo no es puramente verbal y, aunque Silvia sea todavía un nombre literario
como los nombres clásicos y vacíos que solían usar Meléndez Valdez o Jovellanos, no es una pura ficción literaria,
pertenece a una persona concreta que Melgar amó realmente; y aunque su amor a la libertad se exprese en una
oda cabalmente neoclásica, obedece a una pasión verdadera que lo llevó a unirse a la revolución de Pumacahua y a
ser fusilado. Su muerte misma tiene un carácter definitivamente romántico europeo, como Pushkin y Von Kleist,
como Byron y Musset, como Larra y Petofi, Melgar muere joven en aras de una pasión. Por último, como ya hemos
dicho también, Melgar introduce el conflicto entre autoctonismo y occidentalismo en el cuerpo de nuestra
literatura culta y escrita en español.
YARAVÍES
SONETOS
A SILVIA
LA MUJER
I. Contesta:
1. ¿Qué es el romanticismo?
2. ¿Qué papel jugó la literatura en la Emancipación del Perú?
3. ¿Qué es yaraví?
II. Completa:
V F
IV. Analice:
Yo ya no tengo paciencia
para aguantar todo esto.
Micaela Bastidas.
Autor: Alejandro
Romualdo
Autor: Washington
Delgado
COLEGIO PREUNIVERSITARIO “TRILCE” 189
IVB / LITERATURA / 2º
Hace ya muchos años que he ejercitado por primera vez esta facultad instintiva. Tenía
veinticinco años y, por regla general, las mujeres me encontraban agradable y apuesto. Una de ellas, que
era casada, me dio tales pruebas de amistad que me sentí incapaz de resistirla. ¡Fueron relaciones
fatales!... Una noche su marido, había salido de viaje por varios días. Estábamos, pues, desnudos como
divinidades, cuando la puerta se abrió de súbdito y apareció el marido con un revólver en la mano. Mi
terror fue indecible. Cobarde como era y como lo soy todavía, no tuve más que un anhelo: el de
desaparecer. Me adosé a la pared deseando confundirme con ella, y el acontecimiento imprevisto se
produjo de repente. Me volví del color del papel tenido y mis miembros se incrustaron, en un impulso
voluntario e inconcebible, dándome la impresión de que yo formaba parte de esa pared y que desde ese
momento, nadie me veía. Y fue así no más. El marido me buscó para matarme, puesto que me había visto
anteriormente y era imposible que hubiera podido escapar. Se puso como loco, y volviendo su rabia
contra la mujer, la mató salvajemente disparándole seis tiros en la cabeza, y se fue en seguida llorando
con desesperación. Cuando quedé solo, instintivamente mi cuerpo tomó su forma y su color naturales. Me
vestí y logré salir de allí antes de que viniese nadie… Desde entonces ha conservado esta dichosa
facultad que se parece mucho al mimetismo. El marido, no habiendo podido matarme en la ocasión,
consagró su existencia al logro de esa empresa. Me persiguió por todo el mundo. Yo pensé huir de él
viniendo a vivir a París; pero unos minutos antes de que usted llegase me encontré con él. El terror me
hizo castañear los dientes; tuve apenas el tiempo necesario para desvestirme y confundirme con el muro.
El marido pasó a mi lado, observando con curiosidad la hopalanda y las pantuflas abandonadas en la
vereda. Dígame usted si no me sobra razón para vestirme tan sumariamente. No podría poner en
práctica mi facilidad mimética si estuviese vestido como todo el mundo, me sería imposible despojarme
de tantas cosas con rapidez, para escapar a mi verdugo, y lo que más importa es que esté completamente
desnudo, a fin de que mis ropas, incrustadas en la pared, no tornen inútil mi desaparición defensiva”.
Felicite a Honorato Subrac por ser poseedor de una facultad tan extraordinaria que había podido
comprobar y que ciertamente él envidiaba…
Durante los días siguientes no pensé en otra cosa. A cada instante me sorprendía a mí mismo en
tentativas para lograr la modificación de mi forma y color. Traté de cambiarme en ómnibus, en torre
Eiffel, en Académico, en ganador de la lotería: pero mis esfuerzos fueron vanos. No lo logré en ningún
momento. Mi voluntad no tenía suficiente fuerza, y además, me faltaba ese santo terror, ese formidable
peligro que había despertado los instintos de Honorato Subrac.
Hacia bastante tiempo que no lo veía, cuando un día llegó transtornado:
-Ese hombre, mi enemigo –me dijo-, me acecha por todas partes. He podido escaparle tres veces
merced a mi facultad, pero tengo miedo, ¡tengo miedo, amigo mío!
Advertí que estaba más delgado, pero me guardé de decírselo.
-No le queda a usted más que un camino –le repuse-, para escapar de tan encarnizado enemigo:
debe usted irse. Escóndase en un pueblecito. Deje a mi cuidado sus asuntos y diríjase sin tardanza a la
estación más cercana.
-Acompáñeme usted, se lo suplico: ¡tengo miedo! –me dijo estrechándome la mano.
Ya en la calle caminamos en silencio; Honorato Subrac se volvía continuamente, con aire de
inquietud. De repente lanzó un grito y echó a correr al tiempo que se despojaba de la hopalanda y de las
pantuflas. Pude ver que un hombre venía a la carrera tras de nosotros, trate de detenerlo, pero se
desembarazó de mí y siguió corriendo mientras blandía un revólver con el que apuntaba a Honorato
Subrac, quien, habiendo advertido el muro de un cuartel, se dirigió hacia allí, desapareciendo como por
arte de encantamiento.
El hombre del revólver se detuvo estupefacto, lanzó una rabiosa interjección y, como para
vengarse de la pared que parecía haberle arrebatado la víctima, descargó el revólver en el mismo sitio
donde había desaparecido Honorato Subrac. Después se alejó aprisa del lugar.
La gente se aglomeró. Algunos sargentos de la guardia, la obligaron a dispersarse. Entonces llamé
a mi amigo, pero éste no respondió.
Palpé la pared; todavía estaba tibia. Noté que de las seis balas disparadas, tres habían penetrado
a la altura del corazón de un hombre, en tanto que las restantes habían hecho saltar el revoque algo más
arriba, allí donde me pareció distinguir vagamente, vagamente, el contorno de un rostro.