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Wolton Dominique - Las Nuevas Tecnologías, El Individuo y La Sociedad

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Las nuevas tecnologías, el individuo y la sociedad

Dominique Wolton*

Los triunfos de las nuevas tecnologías de comunicación

La televisión y, de un modo más general, la radio y la prensa salen, ya lo hemos


visto, de una lógica de la oferta, mientras que los nuevos medios de comunicación, de una
lógica de la demanda. Estas dos lógicas son en realidad complementarias, lo que se
mostrará claramente cuando la relación de fuerza, un poco ridícula, entre los antiguos y los
nuevos medios de comunicación haya perdido su vigor.

Una cosa es segura: no hay «progreso» entre estas dos formas de comunicación, las
dos son útiles y, fuera de los ámbitos para los cuales una de las dos está más adaptada,
pronto nos daremos cuenta de que la elección entre las dos depende mucho de la
naturaleza de los servicios y de las preferencias de los individuos, sin que haya ninguna
jerarquía en esta elección. Preferir el ordenador a la televisión no es una prueba «de
inteligencia» o de una mayor «amplitud de espíritu». Por el contrario, preferir leer el
periódico a mirar la televisión tampoco es la prueba de que uno está menos adaptado o es
menos curioso que aquel que pasa horas delante de su terminal. No existe ninguna
jerarquía entre estas dos formas de comunicación, que dependen en realidad de los
soportes, contenidos y preferencias de unos y otros, lo que evidentemente no quiere decir
que, desde el punto de vista de una teoría de la comunicación, las dos sean equivalentes.

Desde hace quince años, las nuevas tecnologías se benefician de una enorme
publicidad, como ninguna otra actividad social, política, deportiva o cultural.
Paradógicamente, casi nadie osa criticarlas, ni plantear la cuestión de si, por una parte,
merecen este sitio en el espacio público y, por la otra, significan un progreso en este punto
indiscutible al cual, permanentemente, reclamamos la imperiosa necesidad de

*
En: Wolton, Dominique, Internet, ¿y después?: una teoría crítica de los nuevos medios de comunicación.
Capítulo 3. Barcelona: Gedisa, 1999. pp. 93-130.

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«modernizarse». Para muchos, el número de ordenadores conectados a Internet parece el


indicio más preciso del grado de desarrollo de un país, incluso de su grado de inteligencia...

En todo caso, esta identificación del progreso con las nuevas tecnologías está
omnipresente en los discursos de los políticos, de los medios de comunicación y de las
élites. Por otra parte, es porque todos van en el mismo sentido por lo que estos discursos
tienen un impacto tan fuerte. Hablan de la «revolución de Internet» y afirman doctamente
que la sociedad del mañana está en los teclados. En la realidad, las cosas son mas
complicadas, puesto que incluso si, desde el otoño de 1998, nos felicitamos fervorosamente
por el millonésimo internauta francés, esta cifra continúa siendo ínfima en relación a los
catorce millones de usuarios del teléfono móvil y a los veintitrés millones de televisores. Así
que la realidad es mucho menos «multimedia» de lo que los discursos afirman, pero es
cierto que es omnipresente este discurso de modernización, su carácter obligado, su
rechazo de la menor objeción y esta llamada constante a la juventud.1

Actualmente, cuando se habla del éxito de las nuevas tecnologías de comunicación,


es necesario ser preciso y recordar que se trata de una mezcla de realidad y de fantasmas y
que el entusiasmo inaudito que los rodea será necesariamente mucho más complicado
dentro de unos diez años, cuando los usuarios hayan relativizado los flamantes discursos de
hoy. Éstos son todavía más escandalosos porque la práctica aún no ha aplacado las
esperanzas. Esto recuerda lo que ya pasó una vez con la informática hace cuarenta años.
También en aquella ocasión, todo debía cambiar. Progresivamente, millones de trabajadores
han utilizado los ordenadores en la industria o en los servicios, y este uso masivo ha
«desinflado» el discurso revolucionario que anunciaba la sociedad postindustrial. Parece ser
que nadie ha aprendido la lección de este asunto, puesto que hoy intuimos una especie de
repetición de. las promesas. Los mismos que prometen para mañana la sociedad en redes
no se dan cuenta de que media menos de una generación entre ellos y los otros ingenieros,
expertos, prospectivistas, periodistas, industriales y políticos que ya habían prometido lo
mismo. Los años sesenta y setenta no están tan lejos.

¿Y por qué las nuevas tecnologías de comunicación gustan tanto? He abordado ya


este problema en Penser la communication; en él he destacado la importancia para los

1
Esto se explica, sin duda, más por argumentos económicos que educativos: el 80% de programas para gran
público vendidos son juegos (Libération, 16 de agosto de 1998).

2
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jóvenes de la idea de apertura, pero también el rechazo a la omnipresencia de los medios


de comunicación de masas, el deseo de responder a la innegable angustia antropológica, la
atracción por la modernidad y, finalmente, la búsqueda de nuevas solidaridades con los
países más pobres. La variedad de estas motivaciones ilustra el hecho de que estas nuevas
tecnologías sean disfrazadas de algo muy diferente a una pura misión tecnológica. Se trata,
en conjunto, de modificar las relaciones humanas y sociales, lo que demuestra cómo, en el
ámbito de la comunicación, cuidamos símbolos y utopías, sin grandes relaciones con la
productividad de las herramientas. El término que aquí es más conveniente usar es el de
transferencia.2

Las dimensiones psicológicas son, en efecto, esenciales en la atracción por las


nuevas tecnologías, ya que éstas reúnen el profundo movimiento de individualización de
nuestra sociedad. Son el símbolo de la libertad y de la capacidad para organizar el tiempo y
el espacio, un poco como lo fue el coche en los años treinta.. Tres palabras son esenciales
para entender el éxito de las nuevas tecnologías: autonomía, organización y velocidad.
Cada uno puede actuar sin intermediario cuando quiera, sin filtros ni jerarquías y, lo más
importante, en tiempo real. Yo no espero, yo actúo y el resultado es inmediato. Esto da un
sentimiento de libertad absoluta, incluso de poder, de lo cual da cuenta la expresión
«navegar por la Red». Este tiempo real que hace tambalear las escalas habituales del
tiempo y de la comunicación es probablemente esencial como factor de seducción. La
prueba del tiempo se ha superado sin la dificultad de la presencia de otros. Y podemos
navegar también hasta el infinito con una movilidad extrema. A causa de su abundancia, los
sistemas de información se parecen un poco a los supermercados: es «la gran comida» de
la información y de la comunicación. La abundancia se ofrece a todos, sin jerarquías ni
competencia, con la idea de que se trata de un espacio transparente. Comprendemos que
esto se alimenta de dulces utopías.

Es un mundo abierto accesible a todos y que, al final, da una oportunidad a cada


uno, sea cual sea su itinerario profesional y sus títulos. Y es allí donde las nuevas
tecnologías adquieren una dimensión social: representan en parte «una nueva oportunidad»
para todos aquellos que han fracasado en la primera. Las nuevas tecnologías son, como si
2
Otra parte, los publicitarios ya han entendido el interés por apoyarse sobre esta dimensión simbólica para
vender conexiones a Internet. Por ejemplo, entre otros, los anuncios de Club-Internet evocan «la tradición
humanista» y «de universalidad» del grupo Hachette-Lagardere, proponen su «visión» de Internet (en este caso,
«igualdad de palabra, libertad de expresión» y «lucha contra el oscurantismo») e incluso llegan a expresar su
esperanza de hacer retroceder la estupidez...

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se tratara de una figura de la emancipación individual, una «nueva frontera». No es sólo la


abundancia, la libertad o la ausencia de control lo que seduce, sino también esta idea de
una autopromoción posible, de una escuela sin profesor ni control. Por otra parte, ¿no es en
el otro extremo del Nuevo Mundo, en California, donde existe el Silicon Valley, símbolo de
todas las posibles emancipaciones? La Red se convierte en la figura de la utopía, de una
sociedad donde los hombres son libres, susceptibles de emanciparse por ellos mismos.
Todo esto no es falso y corresponde a la era del tiempo que valora la libertad individual, en
un momento en el que ya no hay más territorios de aventuras ni evasiones que ofrecer a las
nuevas generaciones. Las nuevas tecnologías constituyen indudablemente un lugar de
apertura, un Lejano Oeste, una referencia a la utopía. Y esto es esencial que se recuerde.

Sin duda, el correo electrónico y las funciones anexas de tratamiento de texto son las
aplicaciones más seductoras. Escribir, intercambiar, almacenar y borrar, sin límite, sin
esfuerzo, contínuamente, fuera de las obligaciones del tiempo y del espacio, constituyen el
principal triunfo de los sistemas automatizados. Sin duda alguna, tanto los resultados como
la autonomía son los que seducen. Cada uno hace lo que quiere y cuando quiere: ni Dios ni
profesor. N os encontramos en el corazón del ideal individualista liberal. El individuo entra y,
fuera de toda estructura, puede desarrollar libremente su competencia, asegurar su destino,
instruirse, intercambiarse mensajes o conocer gente.

El progreso es real también por el acceso a las bases de datos. Acceder, escoger,
circular uno mismo y crearse su propia información permite no sólo ganar tiempo, sino
también acceder a «reservas» de conocimientos totalmente imprevistos. Indudablemente,
hay una apertura para el gran público en algunos servicios documentales. Resulta a la vez
práctico y directo. Es evidente que, para muchas profesiones, el acceso a los bancos de
datos necesarios para la evolución de las profesiones es una ventaja. Es cierto que los
científicos, los juristas, los médicos, en resumen, todos los profesionales enfrentados a una
evolución rápida de los conocimientos y que están obligados a reciclarse pueden encontrar
allí fuentes documentales. El límite está en la competencia. El acceso a «toda la
información» no sustituye la competencia previa para saber qué información pedir y qué uso
hacer de ella. El acceso directo no suprime la jerarquía del saber y de los conocimientos.
Hay algo de fanfarronada en el hecho de creer que uno se puede instruir sólo con tener
acceso a las redes.

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Otro aspecto positivo concierne al hecho de que las nuevas tecnologías satisfacen
una necesidad de actuar. Es el do it yourself3 que encontramos en todas las esferas de la
vida práctica. Esta necesidad de actuar y esta capacidad de interacción que caracterizan a
los individuos de la sociedad moderna encuentran allí un territorio cada vez más valorizante
que concierne al saber, a la documentación y al conocimiento. Está claro que el acceso a las
mismas máquinas no reduce las desigualdades sociales, sino que les da a algunos, al
menos, el sentimiento real de que hay posibilidades de cortocircuito. Esto reabre el juego
social y es indispensable para cada generación para compensar esta otra percepción, por
otra parte tan real, de «que con la crisis es imposible conseguido».

Más aún, los nuevos medios de comunicación animan la capacidad de creación. Hay,
en efecto, una imaginación y una creación cultural vinculada a la Red, que retorna un poco
la cultura de los cómics, las imágenes de la televisión, la velocidad y las etiquetas y se
interesa por descubrir otra escritura. Internet, después de la televisión y de la radio en su
momento, lanza de nuevo una imaginación, una búsqueda de estilos y de formas que
expresan la modernidad. Estas tecnologías son, a la vez, los vehículos de las otras formas
de cultura y de los lugares de creación de la cultura contemporánea. Si es necesario no
confundir nueva tecnología y nueva cultura, tampoco podemos señalar que este nuevo
soporte facilite una expresión cultural y unos lenguajes todavía en proceso de gestación, ya
que todavía es demasiado pronto para saber si al final supondrán una ruptura cultural
importante.

Los puntos a los que acabamos de hacer referencia explican el interés que el
multimedia tiene, particularmente, por la juventud. Por otra parte, ésta también encuentra en
las nuevas tecnologías un modo de distinguirse de la era de los adultos, simbolizada por el
reino de la televisión. Pero la voluntad de distinción es, sin duda, menos fuerte que la
sensación de participar, por medio de las nuevas tecnologías, en una nueva aventura. No
sólo la historia no ha terminado, sino que el multimedia abre otra historia de la
comunicación, del trabajo, de las relaciones personales y del servicio. Todo se abre de
nuevo, todo puede rediseñarse, todo es posible por poca imaginación que tengamos, y esto,
ya lo hemos visto, sin el peso de la jerarquía social. «Delante del ordenador, todo el mundo
es igual.» Ya no hay jerarquías a priori. Por otro lado, este hecho explica el aumento de las
3
La sede Geocities, que permite a los internautas confeccionar sus páginas personales, también ha entrado en
la Bolsa de Valores. Se trata de una ciudad virtual que agrupa dos millones de internautas (Libération, 14 de
agosto de 1998).

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utopías que rodean desde hace medio siglo el desarrollo de las tecnologías de información.
Regularmente, algunos autores ven en ellas las condiciones de emergencia de una nueva
sociedad en red, libre y solidaria, que permita finalmente el nacimiento de una nueva cultura.
El espíritu de aventura se desdobla en este caso en una utopía igualitaria y en una utopía
social. ¿Qué otra actividad, en efecto, puede pretender hoy en día reunir estas tres
características: capacidad de invención, apertura a todos y una débil presencia de las
barreras sociales y culturales?

La Red como soporte de una nueva solidaridad mundial se encuentra, por otra parte,
en el corazón de un gran número de coloquios, obras y proposiciones políticas y culturales.
¿Por qué no encontrar en esta red mundial la ocasión de una nueva solidaridad, de una
nueva conciencia? En un mundo con falta de utopías, donde la caída del comunismo no ha
hecho más que confirmar la victoria de un capitalismo que sólo propone una sucesión
imprevisible de crisis y de fases de expansión, ¿por qué no buscar otros principios de
solidaridad? ¿Por qué no intentar hacer algo? Después de todo, la globalización económica
se impone con tanta fuerza y tanta angustia y sabemos cuánto más interdependientes y
frágiles hace a unos y a otros, que hay algo de tranquilizador en encontrar en los sistemas
de información automatizada la base de una nueva solidaridad mundial. ¿En nombre de qué
lucidez histórica se pueden rechazar estas búsquedas y utopías, cuando recordamos por
cuáles otras utopías muchas generaciones de este siglo se han matado entre ellas?

¿Por qué descalificar estas búsquedas vinculadas al mundialismo, a la ecología, a la


solidaridad, al cuidado de un nuevo milenio por el momento sin sueños? El siglo XX ha sido
tan sangriento que parece difícil rechazar el derecho a soñar a las generaciones que quieren
construir un mundo mejor. Por otra parte, sería necesario empezar por felicitados por no
haber sucumbido en el nihilismo y tener todavía bastante generosidad como para pensar en
un mundo mejor. Estos sueños de solidaridad son quizás la respuesta generosa y humanista
a la ley implacable de la globalización económica, puesto que, todavía es preciso recordado,
la mundialización de la economía y de los mercados no constituye en absoluto un proyecto
de sociedad. Es bastante normal que el sueño de una sociedad mundialista de la
información y de la comunicación tenga un lugar en simetría con la lógica de la globalización
económica, de la cual nos dicen que es inevitable. ¿Por qué aceptar esta globalización
económica, de la cual cada uno ya percibe los límites? ¿Por qué tratar de ingenuas las
utopías mundialistas?

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Finalmente, cuando pensamos a fondo en la seducción que ofrecen las nuevas


tecnologías, su carácter mágico, el hecho de que cada cinco años sus capacidades
aumenten y los precios disminuyan, la extensión de los dominios de aplicación, el carácter
lúdico de su utilización, su carácter «democrático» y las utopías que reactivan,
comprendemos el encanto que desprenden sobre una buena parte de la juventud. Dicho lo
cual, en esa utopía de la Red, lo más importante no es la fascinación tecnológica, puesto
que toda una juventud en los países ricos vive ya, desde los años setenta, en un universo
tecnológico; lo más importante reside en el hecho de que la Red se haya convertido en el
soporte de sueños eternos para una nueva solidaridad, aunque sea un poco triste constatar
la diferencia entre la calidad de estas utopías y los comportamientos terriblemente eficaces
de los proveedores del templo, de estas industrias tan alejadas de este ideal de solidaridad.
Realmente no es el Big Brother, pero tampoco es la utopía fraternal con la que muchos
sueñan, y debería temerse el hecho de que la generación Internet pueda estar tan
decepcionada como los que, antaño, creyeron que la política lo cambiaría todo. Los sueños
de solidaridad, de sociedades más respetuosas con las diferencias, ¿podrán finalmente
resistirse a la terrible racionalidad de las industrias de la información ya la terrible
irracionalidad de la historia? ¿Triunfarán los utopistas de las redes interactivas, alternativas
y democráticas allí donde los sueños de las generaciones precedentes fracasaron? ¿O la
racionalidad tecnológica y económica se impondrá finalmente como lo ha hecho siempre en
la historia de la conquista de la naturaleza y de la materia? La cuestión está abierta, y sería
presuntuoso responder a ella, ya que estos sistemas cuidan de la información, de la cultura
y de la comunicación, es decir, de aquello que está en el centro de todas las utopías y, por
lo tanto, de todas las voluntades de cambio y de emancipación.

El contenido de la Red

Queda por saber cómo funciona verdaderamente la comunicación de las nuevas


tecnologías y, después de haber soñado con las solidaridades universales, analizar lo que
sucede realmente, sobre el terreno, con la utilización de las nuevas tecnologías.

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Empecemos por el principio. Internet agrupa un conjunto de servicios (la Red,


Usenet, el IRC, el FTP, etc.) que están vinculados a protocolos técnicos de comunicación.4
Entre estos servicios, es la Red lo que actualmente conoce más el gran público, y es en ella
donde se concentra la mayoría de los objetivos. Por lo tanto, centraremos el análisis sobre la
Red. ¿Qué contiene la Red? Antes de responder precipitadamente -e ingenuamente- que se
encuentra de todo, asomémonos a la tipología de las informaciones que propone.5 Lo que es
sorprendente, en este ámbito, es que la multiplicidad de estos datos se resume, por lo que
se refiere a la oferta organizada por las instituciones,6 en cuatro categorías.

En primer lugar, las aplicaciones de tipo servicios para cualquier información y, a


veces, para transacciones: reservas (por ejemplo, en la SNCF7, los anuncios (de conciertos,
exposiciones, cines, etc.), la meteorología, los anuarios, la bolsa de valores, los
buscadores...

A continuación, las aplicaciones de tipo ocio: juegos interactivos en red y, sin duda
dentro de poco, el vídeo (que, por el momento, teniendo en cuenta las presiones
tecnológicas, continúa en estado embrionario). Cuando se haya realizado la unión técnica
entre el audiovisual, las telecomunicaciones y la informática, sin duda alguna este ámbito no
tendrá límites.

4
De hecho, por su historia y por sus usos, algunos de estos servicios, y en particular Usenet (los fórums),
heredan una concepción de la comunicación que será interesante analizar. Los fórums, por ejemplo, constituyen
a veces espacios de discusión regulados por normas votadas democráticamente: se establece una concepción
normativa de la comunicación, conocida con el nombre de «Netiquette». Pero es casi imposible saber la
proporción de usuarios que respetan estas normas.
5
Retorno en este punto los análisis que mostré en dos textos aparecidos en 1980: «Systemes d'information
cherchent besoins. Non solvables s'abstenir», en lnformatisation et société, tomo 4, La Documentation française,
1980, y «Les besoins d'information: la bouteille a l'encre», en Les Enjeux culturels de l'informatisation, La
Documentation française, 1980. Publicados hace casi veinte años, estos textos demuestran (tan necesario es)
que la Red no constituye una novedad revolucionaria e impensable. Desde el punto de vista del análisis de los
objetivos fundamentales, los datos ya estaban allí, aunque en aquella época no se preveían algunas mutaciones
intervenidas después (aumento de las capacidades de cálculo, miniaturización, bajada de precios, interconexión
de servicios...). Todo esto para decir que, en materia de análisis de las tecnologías, sean o no de comunicación e
incluso si resultan fascinantes, es posible mantener un discurso distinto al discurso tecnológico.
6
Una multitud de creaciones individuales (páginas personales, sedes y actividades experimentales o artísticas,
fuente de inspiración más o menos libre o francamente colegial, etc.) rebosa la Red. Este marco caótico
merecería un completo análisis aparte, del que veríamos surgir un espacio híbrido que agrupara las cuatro
categorías que caracterizan las sedes institucionales.
7
La red de ferrocarriles franceses. (N del T.)

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Después, las aplicaciones vinculadas a la información-acontecimiento, sea general


(abastecida por agencias o periódicos) o especializada por medios socioprofesionales y
socioculturales.

Finalmente, las aplicaciones de tipo informaciones-conocimiento, es decir, aquellas


informaciones puestas a disposición en estos bancos de datos a los que se puede tener libre
acceso, aunque a menudo requieran un pago o la utilización de un código de acceso.

Este nuevo tipo de información vinculada al aumento y a la especialización de


conocimientos en todos los ámbitos no tiene su origen en la tecnología, sino en un cambio
sociocultural mucho más amplio que, en cincuenta años, conduce a un cambio de
representación de la realidad. Esta información, contrariamente a la información-
acontecimiento, es el resultado de un saber y de una construcción. El dato no existe si no ha
sido construido y, por lo tanto, es arbitrario y refleja directamente una relación con lo real, es
decir, una elección. Esta clasificación deja de lado el correo electrónico, que no destaca de
la misma lógica de producción de una información comercial, y que, como ya hemos visto,
es sin duda una de las causas profundas del éxito de la Red. En todo caso, el hecho de
mayor peso es que el campo de la información se amplía cada vez más, diversificándose e
integrándose en nuevas dimensiones. Los satélites y la televisión por cable ya ofrecen una
multiplicación de la información tradicional con la posibilidad que se da al consumidor, en el
marco de la televisión interactiva (es decir, la adición de servicios del ordenador), de elegir
mucho más su información, incluso de construirla y, en todo caso, de responder a ella. Las
informaciones especializadas y los bancos de datos, a través de la informática doméstica,
ofrecen el medio de administrar un número creciente de informaciones y de conocimientos.

Los proveedores potenciales son, por otra parte, numerosos, y compiten por la
captación de estos nuevos mercados. Encontramos evidentemente la prensa escrita y
radiotelevisiva que, hasta hoy, tiene el monopolio de la información, pero también las
editoriales interesadas en la diversificación de su actividad, así como las casas de discos y
empresas de todo tipo especializadas en la entrega de informaciones y programas
culturales, audiovisuales o informáticos bajo la forma de CD-Rom o de otros soportes
existentes.

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El verdadero problema no es la satisfacción de las necesidades de información


preexistentes, sino la considerable ampliación del campo de la información; es decir, la
automatización, la organización, la sistematización de informaciones tradicionales y la
creación de informaciones nuevas. La Red provoca que se crea en la urgencia de satisfacer
las necesidades de información del público y en la necesidad de que todo el mundo pueda
estar informado a todas horas, aunque, en conjunto, la oferta esté muy por delante de la
demanda.

Oferta y demanda de informaciones

La característica es, en efecto, esta oferta que, en conjunto, supera la demanda del
gran público. Es cierto: existe una demanda de públicos especializados, aunque en
proporciones más limitadas. Esto explica las contorsiones formidables para tratar de suscitar
esta demanda y, sobre todo, para legitimarla; esto hace que resurja el viejo tema de las
«necesidades» por satisfacer, puesto que es a partir de la constatación de que «en las
sociedades desarrolladas, las necesidades de información y de comunicación no paran de
crecer», que se legitimiza el nuevo mercado de la Red. Los hombres siempre han tenido la
necesidad de comunicar y de establecer relaciones unos con otros. Estas necesidades
crecen con el nivel sociocultural y la red doméstica permite acceder a informaciones de
género y naturaleza diferentes. ¿Quién se alzaría contra el progreso?

La novedad de Internet es que promueve el interés por las aplicaciones fuera del
trabajo, a una escala de masas, y en un espacio, la vida privada, donde hay poca costumbre
de ser solicitado por un conjunto tecnológico integrado que ofrece servicios nuevos. Esto
explica el segundo aspecto del discurso de promoción, relacionado con una representación
simple de la sociedad: el de una sociedad de comunicación relativamente integrado, lo que
no significa que no haya diferenciación social, sino en todo caso sin demasiados conflictos
aparentes, y de donde emerja fácilmente esta demanda de servicios y de informaciones que,
milagrosamente, encuentra en la Red los elementos de respuesta que busca cada uno de
los miembros. Al final, bastaría con que existiera en cada hogar una terminal inteligente para
que la mayor parte de las necesidades de información, de servicios, de transacciones, de
comercio y de Conocimientos fueran satisfechos.. .

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Lo importante no es que este modelo de referencia sea homogéneo e,


implícitamente, se identificara con el modelo del joven marco moderno,8 urbano y abierto, ya
que podríamos obtener como contramodelo el del trabajador cualificado; no, lo importante es
que suscite una visión simplista de la sociedad. ¿Qué necesidades? ¿Para quién?
¿Anticipadas por quién? Puesto que las necesidades susceptibles de servir de base a la
demanda son todavía relativamente poco conocidas, es en la naturaleza de los servicios
propuestos frente a una lógica técnica, que habla en términos de aplicaciones, y de una
lógica social, que habla en términos de necesidades, donde veremos más claramente las
diferencias.

La dificultad proviene, una vez más, del contraste entre dos escalas de tiempo, la del
cambio tecnológico (unos veinte años) y la de los comportamientos sociales, mucho más
difícil de constituirse.

Para la información-prensa, se llevó a cabo un largo proceso vinculado a la filosofía


del siglo XVIII, que ha colocado en el centro de nuestro sistema de valores la libertad y la
igualdad de los individuos, que como consecuencia tiene el derecho a la información.
Sabemos que esta simple idea ha necesitado dos siglos para ser aplicada, así como a
través de qué combates y de qué vigilancia se renueva cada día. La información es aquí, en
primer lugar, el resultado de una lucha, de una batalla, vinculada a una cierta concepción de
la sociedad y de la política.

Así pues, nos imaginamos las diferencias que existen entre esta concepción de la
información y la que está al principio de estos nuevos servicios del multimedia. En un caso,
se trata de un proceso histórico, conflictivo, cuya legitimidad está relacionada con un
sistema de valores. En el otro, se trata de una concepción mucho más instrumental y, sobre
todo, económica. Dicho de otro modo, la presentación de nuevos servicios como la
prolongación de los servicios de información-prensa no es evidente. En el primer caso,
hablamos de política y de valores; en el segundo, de economía y de intereses. Por el
momento, las necesidades que cubre la informática doméstica son, por lo tanto, bastante
diferentes a lo que entendemos, en general, por «información». Esto no indica la ausencia
8
Una encuesta realizada en Francia, Alemania e Inglaterra ha estudiado el perfil del usuario europeo del
buscador Yahoo. Éste se sitúa en la franja de edad entre los veinticinco y los cuarenta y cuatro años, es
mayoritariamente de sexo masculino y se sitúa en las categorías socioprofesionales superiores. Viaja
frecuentemente en avión, posee uno o dos coches, es propietario de su residencia principal y tiene cartera de
valores inmobiliarios (Ressources, 26, Ovarep, 1997).

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de vínculos, sino que significa que no es posible la justificación del desarrollo del multimedia
a través de una «teoría de las necesidades», que es prematura, a menudo ligera y tiende a
hacer creer en una complementación natural entre los diferentes tipos de información.

No hay muchos vínculos entre la información-prensa y la información-servicio, la


información-conocimiento y la información-ocio. Es cierto que se trata, cada vez, de
informaciones, pero su posición, su legitimidad, sus sistemas de referencias, sus costes y
sus precios son a menudo muy diferentes. El hecho de que todas se llamen «informaciones»
y sean accesibles desde las mismas terminales no es suficiente para creer en una unidad
teórica.

Por otra parte, las necesidades actualmente anticipadas lo son por un sector muy
pequeño, y se trata, la mayoría de las veces, de necesidades de automatización de lo que
existe o de sus prolongaciones. De ahí el modelo implícito del mobiliario moderno urbano,
de un cierto nivel socio cultural. Es en relación a este marco de vida, a sus problemas y
aspiraciones que, por otro lado, se imaginan los futuros servicios; y además, con un
desplazamiento del uso profesional al uso privado. En efecto, las primeras aplicaciones de
teleinformática han sido concebidas en el marco profesional (ofimática, videoconferencia,
correo...) antes de ser enfocados hacia el espacio privado. Ahora bien, ¡el marco profesional
en el que se desarrollan estos servicios es particular por sí mismo! Se trata de sectores de
tipo terciario, que trabajan en grandes organizaciones, manejan informaciones y viven en
grandes ciudades. Aquí no hay nada que criticar, salvo que este modelo corre el riesgo de
ser transportado a una escala de masas... ¡dado que aquellos que experimentan estos
servicios pertenecen a menudo a los mismos sectores que quienes los han concebido!

Un ejemplo del carácter demasiado limitado de las referencias: las nuevas


tecnologías permiten reducir los desplazamientos. ¿Quién tiene este tipo de problemas, si
no es precisamente la gente la que se desplaza? Los otros tienen las mismas obligaciones Y
echan de menos no desplazarse más. Algunos de los servicios pueden sustituir relaciones
administrativas largas y engorrosas, aunque esto no es lo esencial de la vida y, para muchas
personas, estas relaciones constituyen incluso ocasiones inesperadas de contactos.
Pensemos simplemente en el papel fundamental de este factor. ¿Estamos seguros de que,
en ciudades pequeñas o en el campo, para tomar otros criterios que no sean sociales, el

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problema de los desplazamientos se viva de la misma manera que en las grandes


ciudades?

Una vez más, sería preciso razonar caso por caso para evitar las generalizaciones y
la tiranía de un cierto modelo de vida «moderna» muy criticable, pero demasiado a menudo
llevado adelante.

Reaparición de las desigualdades

Desde el siglo XVIII, ya lo hemos visto, la información descansa en Occidente sobre


una concepción que sitúa en el centro al individuo y a la democracia. Es en nombre de la
libertad y de la igualdad de los individuos que la información, toda ella, debe ser accesible a
todos los ciudadanos como medio para conocer la realidad y actuar. Ésta es indisociable de
una idea de igualdad y de universalidad. La de Occidente es una concepción esencialmente
política, que no tiene otra legitimidad que un sistema de valores propio de una cultura.

¿Cuál es la mentalidad que sirve de base a los nuevos servicios de información?


Aparentemente, la misma, pero la justificación real está más cerca del conocimiento-acción
que la de la democracia. Se trata menos de un esfuerzo de democratización que de una
especialización de las informaciones en función de los diferentes medios solventes, puesto
que el pago por la información será indisociable de estos nuevos servicios. Así pues, no sólo
hay una especialización del tipo de información en función de los públicos sino que, además,
la selección se activa por el dinero y por el nivel cultural, aunque todos puedan acceder a
ella libremente. El riesgo de desarrollo de una concepción menos democrática de la
información que descansa sobre una especialización por nivel de conocimiento y capacidad
financiera es real.

Además, es evidente que las desigualdades socioculturales se encontrarán de nuevo


en la utilización de los cuatro servicios: información, ocio, servicios y conocimientos. Las
diferencias serán más grandes respecto a la información-conocimiento. Efectivamente, la
información es selectiva en su contenido, aunque se haga igualmente mediante el
procedimiento de búsqueda. La manera de construir la información, de presentada y de
prever los medios de acceder a ella, no es universal y está vinculada a esquemas culturales.

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La utilización de estas terminales a domicilio corre el riesgo de ser, al final, más


selectiva que la radio y la televisión, que son los otros dos medios de comunicación a gran
escala, pero que tienen la ventaja de proporcionar lo mismo a todos.

El problema no es, en efecto, que algunos tendrán acceso y otros no, ya que todo es
posible -a condición de saber y pagar-, sino más bien saber cuál será el nivel de la
demanda. Ahora bien, este problema está relacionado con la posición social de la que cada
uno parte: uno de los efectos de la dominación sociocultural es, precisamente, no pedir otra
cosa que la que se tiene. Desear otra cosa, emprender, ya es situarse en un límite dinámico
de cuestionamiento, de emancipación. El riesgo es que haya un lugar para cada uno, ¡pero
que cada uno esté en su lugar! Los dos obstáculos son, entonces, la selección según el
dinero y la segmentación de los contenidos en función de los medios sociales. En esto, los
periódicos, las radios, las televisiones -y a pesar de las críticas de que son objeto se
manifiestan como más democráticas. Son instrumentos de comunicación que juegan sobre
lo universal y no sobre lo particular. Con estos medios de comunicación, la información está
dirigida a todos, pero cada uno la integra al menos en función de su personalidad y de su
situación social. Esto no significa una ausencia de desigualdades, sino que, como mínimo,
son evidentes y el acceso es menos discriminador.

Información, expresión, comunicación

La revolución de la comunicación lo engloba todo a su paso, integra cada vez más


servicios y abre más posibilidades de interacción por todas partes. Ayer las cosas eran
sencillas; lo que se desprendía del teléfono era diferente a lo que se desprendía de la radio
y la televisión, y distinto a todo lo que se refería al ordenador. Las terminales diferentes
reflejaban actividades diferentes, profesiones diferentes, culturas diferentes. Mañana, por el
contrario, todo estará disponible en la misma terminal. El cambio no es sólo técnico, sino
también cultural, ya que distinguiremos más diferencias entre actividades que han
permanecido separadas durante siglos.

Por consiguiente, la pregunta es: ¿existe una diferencia cualitativa entre las
actividades de información, de servicios, de expresión y de comunicación que utilizan las
mismas herramientas?

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En un momento en que tenemos la impresión de una continuidad por fin posible entre
tecnología y contenido, entre tecnología y sentido, es preciso, por el contrario, aumentar la
vigilancia para distinguir todavía más claramente lo que se desprende de los resultados
tecnológicos de todo lo que ha hecho referencia a la capacidad humana y social de
comunicación. La ideología tecnológica establece una continuidad entre servicio y
aplicación, entre innovación y uso, allí donde la experiencia y una teoría de la comunicación
destacan sus discontinuidades.

Es cierto que Internet es la que ilustra de un modo más espectacular el viejo sueño
según el cual la tecnología crearía el uso; sin embargo, si separamos lo que parece
aparentemente unido, vemos que aparecen tres diferencias.

Un sistema de información no es siempre un medio de comunicación

1) La primera diferencia nos lleva hasta las funciones. Mucho más diversas sobre la
Red, son de tres tipos.

a) Un gran número de informaciones de tipo y de posición diferentes: informaciones-


servicios, financieras, industriales... La Red es el paraíso de la interacción y el reino de la
información en todas las direcciones. La comparación no tiene ninguna relación con lo que
los medios de comunicación tradicionales pueden ofrecer.

b) Es también el reino de la expresión a través de los múltiples foros que cruzan por
la fantasía de los internautas y desaparecen a voluntad de ella; y cuanta menor sea la
reglamentación, más ocurrirá esto. En la Red se puede decir muchas cosas, en todo caso,
más que en la radio o en la televisión.

c) También puede encontrarse una lógica más clásica de comunicación, como en los
medios de comunicación con una oferta, una programación, una representación y un
público.

Los tres tipos de funciones conviven en la Red en proporciones diferentes, pero no


van en el mismo sentido. La función de información refleja lo que es necesario para el
funcionamiento de una sociedad compleja; la de expresión muestra la necesidad de hablar

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en una sociedad libre pero llena de soledades, y la de comunicación implica la dificultad de


la intercomprensión. Podemos oponer, pues, la velocidad de la información a la lentitud de la
comunicación.

2) La segunda diferencia se refiere a la inserción social de las nuevas tecnologías. El


mundo de los medios de comunicación es estable en la medida que el de las nuevas
tecnologías es inestable, hasta el punto, ya lo hemos visto, de hacer que caducaran la
mayoría de los trabajos de prospectiva. Es inestable desde un punto de vista técnico, debido
a que los resultados son cada día más extensos, pero también desde un punto de vista
económico, puesto que la guerra industrial cambia permanentemente las relaciones de
fuerza mundiales. El mundo del multimedia está en ebullición constante, y da la impresión
exacta de ser un terreno de aventuras sin límites. Por el contrario, en cuanto a los medios de
comunicación, todo está mucho más asentado tras treinta o cincuenta años de legislación,
de tradiciones culturales y profesionales, de usos y de inserción en la sociedad. Incluso la
llegada del sistema numérico y el desarrollo de los satélites no cambian fundamentalmente
la economía de los medios de comunicación. Por (todas partes existen tradiciones, códigos,
savoir-faire, profesiones que permiten integrar y filtrar lo que surge de nuevo. Los medios de
comunicación han encontrado su inscripción social y cultural, mientras que la Red todavía
no la ha encontrado.

3) La tercera diferencia concierne a los medios profesionales y a las culturas.


Mientras que el mundo de la radio y de la televisión enseguida ha conseguido prestigio, un
prestigio vinculado a la política, a la cultura, al espectáculo, a la prensa..., el mundo de la
informática no ha conocido nunca una notoriedad como ésta. Es cierto que los ordenadores
han seducido, pero el ámbito de los técnicos y de los ingenieros goza de poca publicidad.
Dispone de muchos medios financieros, pero ni un gramo de cultura ni de legitimidad. La
lógica es, sobre todo, industrial y comercial, mientras que la radio y la televisión no se
consideran, en un principio, industrias. Con los ordenadores, estamos al Iado de la
producción y de la rentabilidad, mientras que con los medios de comunicación estamos,
sorprendentemente, al lado de la política o de la cultura. En cuanto al mundo de la
telecomunicación, sin beneficiarse del prestigio de los medios de comunicación, ha estado
rodeado, sin embargo, por cierto respeto relacionado, al menos, tanto con los resultados
técnicos como con el vínculo institucional entre las telecomunicaciones, el Estado y el
servicio público. Las diferencias culturales entre los tres medios profesionales (las

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representaciones, las posiciones y las tradiciones) son esenciales, para entender la


situación actual de semicompetencia entre estos medios. Del mismo modo en que las
relaciones entre la prensa escrita y la televisión raramente son sencillas, las diferencias
entre los medios de la informática, de las telecomunicaciones y de los medios de
comunicación no lo son menos. Esto explica que en la revolución del multimedia se jueguen
relaciones imaginarias, sociales y profesionales distintas a la simple complementariedad
entre medios de comunicación más o menos antiguos. ¡Sin duda, algunos no están
descontentos de que la revolución tecnológica permita poner en su lugar a los profesionales
de los medios de comunicación que fueron, durante medio siglo, los niños mimados de la
comunicación! Estas diferencias permiten comprender mejor la lógica propia de los medios
de comunicación en relación con la de los sistemas de información.

Si todo lo que emana de la información no es comunicación, tendríamos que poder


responder a la pregunta: ¿qué es un medio de comunicación? Lo hemos visto en los dos
capítulos precedentes: para que haya una comunicación de tipo mediático es necesario un
vínculo entre el emisor, el mensaje y el receptor, es decir, una representación de quién
habla, a quién habla, mediante qué mensaje, con qué intención y a través de qué medio de
recepción, retomando las categorías clásicas de H. Lasswell. Quien dice comunicación dice
ocuparse del emisor, del mensaje y del receptor, puesto que no existe nunca comunicación
sin reglas y sin definición de un espacio en el que ésta exista realmente. Es decir, no hay
medios de comunicación sin representación a priori de un público. Esta característica
fundamental de la comunicación mediática permite comprender por qué un gran número de
actividades en Internet no surgen de una lógica de los medios de comunicación.
Efectivamente, una de las condiciones de su éxito es que se trata de una red donde no hay
un público predefinido. Un periódico, igual que una emisión de radio o de televisión, supone
una intencionalidad -algunos dicen «una construcción del público a priori»-, lo que explica la
diferencia que existe entre él y la seducción que provoca la Red, cuya utopía consiste, al
contrario que en el caso del periódico, en no construir a priori este público, ya que no
importa en qué lugar del mundo se encuentre.

La definición de un medio de comunicación no evoca sólo la representación de su


público, sino que también integra una visión de la relación entre la escala individual y la
escala colectiva, es decir, una cierta visión de las relaciones sociales. Es por ello que los
medios de comunicación siempre están vinculados a alguna comunidad de lengua, de

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valores, de referencias. No existen los medios de comunicación mundiales porque no existe


lector ni oyente ni telespectador mundial. La idea del medio de comunicación siempre
conduce a la idea de un cierto cierre que, la mayoría de las veces, está relacionado con la
existencia de una comunidad de valores. Y hace falta tiempo para que se constituya. El
hecho de que fracasara el periódico The European (1991-1998), aunque estuviera publicado
en inglés, periódico que esperaba encontrar un mercado superior a los 370 millones de
europeos, ilustra muy bien las dificultades de lo que es un medio de comunicación en
relación con lo que es un sistema de información o de comunicación del tipo Internet. Con la
Red, estamos al Iado de la emisión, es decir, de la capacidad de transmisión sin una
reflexión previa sobre el receptor, que puede ser cualquier internauta del mundo. Por el
contrario, sólo puede haber medio de comunicación si existe alguna reflexión sobre lo que
pueden ser la demanda y el público. La relación con el público no es, en primer lugar, un
dato técnico, sino una elección entre concepciones diferentes de la comunicación. La radio y
la televisión han sido concebidas, en un primer momento, como medios de comunicación
con un proyecto comunicativo dirigido a un determinado público, mientras que, actualmente,
la Red se concibe primero con relación a sus capacidades técnicas de transmisión.9 La
existencia de un medio de comunicación evoca siempre la existencia de una comunidad,
una visión de relaciones entre la escala individual y la colectiva y una cierta representación
de públicos. Estas condiciones, bastante estrictas, explican la existencia de numerosos
sistemas de información que no son medios de comunicación aunque, a veces, sean más
productivos que éstos en términos de producción y de distribución de la información. Dicho
de otro modo, la radio (o la televisión) puede ser un sistema de información peor que la Red,
y ésta, un peor sistema de comunicación.

Estas diferencias son esenciales. Para los norteamericanos, el futuro de la Red no se


encuentra principalmente en las funciones de expresión y de comunicación, sino en la
información abastecedora, en el comercio electrónico a escala mundial. Y, desde esta
perspectiva, ¡es la racionalidad técnica y no el ideal de intercomprensión el que domina! Es
el ideal de un mundo convertido en un gigantesco mercado. Es un poco como si la Red
tuviera como prioridad absoluta la función de comunicación para proponer, en realidad, un
sistema de información proveedora.
9
Incluso si descansaba, desde su concepción, sobre un proyecto de comunicación estructurado alrededor de
usos específicos: en primer lugar, los de los militares y, después, los de los universitarios. La Red hereda hoy en
día de esta representación un uso científico muy alejado de una lógica de gran público, aunque quiera de hecho
dirigirse a éste. Esta diferencia será, más tarde, fuente de problemas, ya que la Red nunca ha sido concebida
como un medio de comunicación. La idea ha llegado bastante más tarde con el éxito.

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En otras palabras, actualmente nos equivocamos sobre el significado profundo de la


Red. Vemos en ella un ámbito de comunicación libre, sin obligaciones, un espacio de
libertad con relación a todas las obligaciones que vencen los medios de comunicación
clásicos, mientras que lo esencial de su innovación no está allí, sino en la construcción de
sistemas proveedores de información de todo tipo. En esencia, la Red no es un medio de
comunicación. Es un sistema de transmisión y de acceso formidable a un número
incalculable de informaciones. No sólo será necesario cambiar rápidamente la idea que
tenemos de la Red, sino que será necesario también damos cuenta de que, si la aplastante
mayoría de sus actividades no surgen del ideal de comunicación, ésta requiere también
algunas reglamentaciones. Será necesario salir del vacío jurídico actual en todos los casos,
puesto que una Red sin reglamentación es una Red destrozada por los más grandes virus,
los de la desigualdad, las manipulaciones y los fantasmas. Así pues, estamos lejos de una
Red que favorezca la nueva utopía de una sociedad enfocada al intercambio y a la apertura
a los demás, una sociedad liberada de cualquier poder. Por el contrario, estamos frente a un
sistema de información integrado, cuya finalidad está más del lado de una economía-mundo
que del lado de una mejora de las relaciones interpersonales...

Es necesario no mover las nuevas tecnologías de comunicación del lugar que


ocupan: deben estar adaptadas a la gestión de los flujos complejos de nuestras economías,
sin suprimir, por otra parte, las otras dos funciones minoritarias, la de la expresión y la de la
comunicación, que conviven en ellas; en los tres casos se debe admitir la necesidad de una
reglamentación. El interés de Internet es mostrar la oposición entre comunicación normativa
y comunicación funcional. Si en ambos casos hay intercambios, los objetivos y las
significaciones no son idénticos. Hay mucha menos exigencia hacia la comunicación
funcional que hacia la comunicación normativa.

Por otro lado, la oposición entre comunicación normativa y comunicación funcional se


corresponde con la oposición entre información normativa e información funcional. Es
evidente que la mayoría de los servicios de información surgen de una lógica de la
información funcional y de la comunicación funcional, pero no se debe ignorar la existencia
de una información normativa que evoca el ideal de comunicación normativa. Por un lado,
están las necesidades del intercambio y, por el otro, la búsqueda de una intercomprensión.
Sin embargo, nada sería más falso que oponer una comunicación normativa de los medios

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de comunicación a una comunicación funcional de Internet. También existe comunicación


normativa en la Red, aunque ésta no sea la esencia de los intercambios; es el caso de los
usos que hacen de ella, por ejemplo, las ONG, las fuerzas políticas de oposición
democrática en las dictaduras10 o, simplemente, las múltiples organizaciones humanitarias
que tratan de actuar a escala mundial.

La Red no crea ningún concepto nuevo. Por el contrario, da una extensión


considerable tanto a la información normativa como a la información funcional, tanto a la
comunicación normativa como a la comunicación funcional, a través de las tres
dimensiones: de información-servicio, de expresión y de comunicación. En la Red todo está
simplemente mezclado, a causa del extraordinario volumen de información y de
comunicación que administra.

El individuo frente a los nuevos medios de comunicación

Las soledades interactivas

Con Internet, hemos entrado en lo que yo llamo la era de las soledades interactivas11
En una sociedad donde los individuos se han liberado de todas las reglas y obligaciones, la
prueba de que hay soledad es real, del mismo modo que es dolorosa la evidencia de la
inmensa dificultad que existe para entrar en contacto con los demás. Se puede ser un
perfecto internauta y tener las mayores dificultades para entablar un diálogo con el vecino
del cibercafé. Los profesores siempre lo han dicho y nunca se les ha escuchado: los mejores
aprendices de los ordenadores son, por una parte, los buenos alumnos y, por otra, el
inmenso grupo de personas que tienen dificultades para relacionarse. El símbolo de esta
suma (que va en aumento) de las soledades interactivas se ve en la obsesión creciente de
muchos por estar siempre localizables: es el caso del teléfono móvil y de Internet. ¡Miles de
individuos se pasean así, con el móvil en la mano, el correo electrónico conectado y el
contestador como último sistema de seguridad! Como si todo fuera urgente e importante,
como si tuviéramos que morir si no estamos localizables en todo momento. Por el contrario,
vemos dibujarse extrañas angustias en ellos, como no recibir bastantes llamadas o no ver

10
El caso más célebre es la página web del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), los guerrilleros
zapatistas (http://ezln.org), y también, por ejemplo, el de los Reporteros sin Fronteras, que da la palabra a
periodistas de países donde reina la censura (http://www.calva.com.fr/tsfldazibao ).
11
Ver el Capítulo 14 de Penser la communication, op. cit., titulado «Les nouvelles technologies».

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llegar correo electrónico. No sólo la multiconexión no garantiza una mejor comunicación,


sino que, además, deja intacta la cuestión del paso de la comunicación técnica a la
comunicación humana. Efectivamente, siempre llega un momento en que es preciso apagar
las máquinas y hablar con alguien. Todas las competencias que tenemos con las
tecnologías no conllevan para nada una competencia en las relaciones humanas.

La prueba del tiempo

No existe la comunicación sin la prueba del tiempo: del tiempo para hablar, para
entenderse, para leer un periódico o un libro o para ver una película; y esto
independientemente de las cuestiones de desplazamiento. Siempre hay una duración en el
acto de la comunicación. El ordenador, después de la televisión, que ya por su presencia en
el domicilio reducía los desplazamientos, acentúa, gracias a la velocidad, esta idea de una
posible disminución de la obligación del tiempo. Comprimiéndolo casi se anula. Es cierto,
navegar por la red ocupa tiempo, pero hay tanta diferencia entre el volumen de aquello a lo
que se accede y el tiempo pasado, que entramos así en otra escala de tiempo. Por otro
lado, la observación de los internautas confirma la impresión de que están en un espacio-
tiempo sin duración. Este aplastamiento de la duración, esta desaparición de la prueba del
tiempo inherente a toda experiencia de comunicación, plantea problemas desde el punto de
vista antropológico, puesto que el tiempo de las nuevas tecnologías es homogéneo,
racional, liso, mientras que el tiempo humano es siempre discontinuo y diferenciado. Según
los momentos y las etapas de la vida, el mundo no se vive de la misma manera, ni se utiliza
las informaciones y los conocimientos de la misma forma. Encontramos este choque de las
escalas de tiempo en el hecho de que, mayoritariamente, son los jóvenes los adeptos a este
tiempo corto, homogéneo y comprimido. La experiencia de (la edad reduce, la mayor parte
de las veces, el placer de «conectarse» a este tiempo rápido. El razonamiento puede
ampliarse a las sociedades. Según los momentos de paz, de crisis, de crecimiento o de
paro, se constata que se está atento de maneras muy diferentes a las informaciones y, más
generalmente, a los distintos aspectos de la realidad.

Ahora bien, si escapar al tiempo no es desagradable y todos lo intentamos desde


siempre de mil maneras, lo que cambia aquí es el lado sistemático y racional a través del
cual podemos entrar veinticuatro horas al día en un espacio-tiempo que ya no tiene ninguna
relación con el de la experiencia humana. Circulamos por un presente que no para de

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ampliarse. La reducción, incluso la supresión, de la experiencia de la duración plantea el


problema esencial del precio que se acepta pagar para perder el tiempo y dialogar con
alguien. Hay tanta diferencia entre la rapidez de los sistemas de información y la lentitud de
la comunicación humana que soñamos encontrar en el hecho de que haya cada vez un
número mayor de máquinas el medio para introducir un poco más de racionalidad en las
relaciones humanas. Pero suponiendo que esto sea posible, ¿tenemos ganas de
intercambiar permanentemente algo, de saberlo todo, de poder hacer o decir cualquier
cosa? Éste es el problema del tiempo perdido, del silencio, de la soledad y, más allá, de la
«socialización de la vida privada». Con Internet ya no existe lo que llamamos con una
palabra torpe la «vida privada», pero, sin embargo, expresa la voluntad de poder conservar
una distancia entre uno mismo y los otros, o sea, de cerrar las puertas.

Es evidente que la vida privada no se ha dejado «aparte»: está en gran medida


determinada por la realidad económica, el tiempo que se dedica a trabajar, la educación, el
tipo de habitat... pero nunca se reduce a estos componentes. Subsiste una diferencia en la
que cada uno fabrica su libertad. Sin embargo, los nuevos servicios, en el sentido correcto
que supone el amplio movimiento de socialización, han penetrado en todos los espacios de
la vida. ¿Podemos y debemos racionalizar este fantástico bazar de la vida privada?

La transparencia imposible

No sólo las máquinas no simplifican obligatoriamente las relaciones humanas y


sociales, no sólo no anulan el tiempo, sino que a veces amplían la burocracia o, más bien,
añaden una burocracia técnica a la burocracia humana. Y sería falso imaginar una sociedad
donde la burocracia desapareciera desde el momento en que todos pudiéramos hacerlo
todo desde nuestra terminal. Esto es olvidar las lecciones de la historia: los hombres, las
organizaciones y las instituciones inventan sin parar procesos burocráticos porque la
transparencia social es imposible. A pesar de los discursos que hablan de relaciones más
directas, todo el mundo introduce intermediarios burocráticos, filtros, reglas, prohibiciones o
signos de distinción para proteger su relación con los demás. Las relaciones sociales se
simplifican, en este caso, para oscurecerse de otro modo, como si los individuos, que no
sueñan más que en transparencia y relaciones directas, no pararan de inventar,
simultáneamente, nuevas dificultades, nuevas pantallas, nuevas fuentes de jerarquías.

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En cambio, lo que la pantalla permitirá simplificar y hacer más directo y transparente


por un lado, lo hará más reglamentado, más cerrado y más codificado por el otro. Los
sociólogos lo han demostrado perfectamente: cuanta más transparencia, más secretos y
rumores. Simplemente porque nunca hay relaciones sociales transparentes. A esta
burocracia humana y social se añade la burocracia técnica, puesto que los materiales son
menos productivos de lo que parece y la sucesión de generaciones técnicas deja zonas
oscuras e ineficaces, ya que, y a menudo lo olvidamos, los ingenieros y los creadores no
son más racionales que los usuarios. Una de las pruebas más evidentes de ello es el
famoso «efecto 2000», que provocó entre los informáticos un pánico incontrolado: según la
revista Wired, algunos de ellos eran partidarios de comprar terrenos en el lugar más
recóndito de Pensilvania o en el desierto de Arizona, de equiparse con armas y con placas
solares y de acumular víveres yagua a la espera del cataclismo. Es decir, ante cualquier
cambio en la comunicación, se multiplican nuevas formas de burocracia humana y técnica.
Observemos, por ejemplo, el hombre moderno de hoy: en su despacho, desde su
ordenador, puede acceder libre e instantáneamente al mundo entero, pero para entrar en su
empresa debe utilizar diversos códigos y distintivos, al igual que para coger el ascensor,
para pasar de un edificio al otro o para acceder al restaurante o al garaje. Él puede circular
libremente por la Red, mientras que está en una prisión durante sus desplazamientos más
cotidianos...

Las distancias insuperables

En el primer capítulo, hemos visto que la ideología técnica y económica acallaba


las dificultades de la comunicación humana. Con los nuevos medios de comunicación, la
lógica es todavía más compleja. Asistimos a un desplazamiento progresivo del
razonamiento: a partir de la premisa de que los resultados técnicos son siempre buenos
para la comunicación humana, llega a la conclusión de que las industrias de la información y
de la comunicación son la esencia de la sociedad del mañana. Puesto que los hombres
tienen dificultades para comunicarse y que las tecnologías de comunicación juegan un papel
cada vez más importante en nuestras sociedades, al menos los hombres podrán entenderse
cada vez mejor. Sugerente sofisma.

Es cierto que la radio, igual que la televisión, ha tenido un impacto sobre las
relaciones sociales, pero la gran diferencia radica en el hecho de que los medios de

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comunicación tradicionales se veían limitados a la esfera privada. Actualmente, las nuevas


tecnologías están por todas partes: en el trabajo, el ocio, los servicios, la educación... De
aquí a creer que van a modificar las relaciones sociales sólo hay un paso, que muchos ya
han superado.

La hipótesis que sostiene esta idea de una mejor comunicación gracias a las
máquinas supone ella misma otra hipótesis falsa: no existe diferencia alguna entre el emisor,
el mensaje y el receptor. La historia de la comunicación, humana o mediática, demuestra
evidentemente lo contrario. El sueño de los hombres ha sido siempre disminuir esta
diferencia; la utopía de cada nueva tecnología es hacer creer que esto es posible. Si estas
diferencias, relativamente incomprensibles, tienen el inconveniente de que reducen la
eficacia de toda comunicación, tienen, en cambio, la ventaja, ya lo hemos visto, de explicar
por qué la comunicación es raramente totalitaria: precisamente porque no hay
correspondencia entre estos tres espacios. Los nuevos medios de comunicación no
anularán la diferencia - casi ontológica- de la que nace la libertad humana y social en toda
situación de comunicación. La tiranía empezará el día que los hombres crean realmente que
la racionalidad de los sistemas técnicos aniquila el «ruido» inherente a toda situación de
comunicación.

Los nuevos medios de comunicación entre comercio y democracia

Hemos visto que los medios de comunicación de masas no han gustado jamás,
puesto que unían la cuestión del número y la democracia de masas. En cambio, este mismo
número, despreciado por los medios de comunicación de masas, es alabado por las nuevas
tecnologías de comunicación. Celebramos escandalosamente el usuario de Internet un
millón; nos maravillamos ante la velocidad de conexión de los usuarios a las redes, ante la
expansión de los CD- ROM y, en general, ante el triunfo de todo el multimedia, y esperamos
ansiosamente el momento en que podamos anunciar que no hay cincuenta sino cien
millones de internautas conectados a la red en todo el mundo. Y todo ello al tiempo que
volveremos a encontrar la cuestión del número que tanto molestaba con los medios de
comunicación de masas. ¿Por qué esto, tan nefasto para los medios de comunicación,
tendría que ser tan prometedor de riquezas humanas para las nuevas tecnologías?

24
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Esta confusión entre el «buen» y el «mal» número se puede encontrar de nuevo en


el tema del gran público. Del mismo modo que el gran público de los medios de
comunicación de masas nunca ha seducido, aunque en realidad fuera la transcripción del
ideal del sufragio universal de la política a la cultura, la dimensión del gran público del
multimedia fascina. Es también un argumento empleado reiteradamente para valorar las
nuevas tecnologías de la comunicación: éstas tienen un gran público, todos podemos
utilizarlas. Pero también aquí persiste una confusión. La Red no es de fácil acceso -todavía
esto depende de los individuos- porque se trate de algo utilizado por el gran público. Un uso
generalizado es algo más que un problema de cantidad, es algo más que una cuestión de
número de usuarios. El gran público hace pensar en una teoría de la cultura, en un análisis
de las relaciones entre la política y la cultura en el seno de la democracia de masas: no se
reduce al número de consumidores.

Esta dimisión intelectual, que concierne a las reflexiones sobre el número, «malo» en
algún sitio y «destacable» en otro, tiene una consecuencia directa: el silencio en lo que
respecta al control, indispensable sin embargo, de la información que circula por las redes.12
Durante dos siglos, la batalla por la libertad de la información ha sido inseparable de una
batalla jurídica y política para definir unas reglas de protección. Por el contrario, el gran
bazar se ha instalado aquí, libre de toda reglamentación. Todo el mundo puede proveer la
red de información: nadie lo controla. Pensamos en los proveedores como virtuosos y
honestos, desprovistos de toda voluntad de perjudicar, y en los usuarios, al igual que
aquéllos, nobles y racionales. ¡Las informaciones son verdaderas porque están en la Red!
Nunca un sistema técnico ha creado de tal forma su propia legitimidad, suprimiendo de un
solo golpe el conjunto de realidades de poder, desigualdades, mentiras y relaciones de
fuerza que, desde siempre, ha rodeado la información. Incluso los periodistas, que, sin
embargo, son los primeros en saber lo dura que es la batalla por la libertad de información,
no reclaman ningún control, no destacan ningún problema, no manifiestan ninguna ironía, no
se sorprenden ante tanta irritación. «Es justo y cierto, puesto que está en la Red.» ¡Los
resultados técnicos se convierten en la garantía de la veracidad del contenido! Sin embargo,
la cibercriminalidad, la especulación mundial, el espionaje electrónico y otras desviaciones

12
Entre las ideas recibidas, muy parecidas a estereotipos, existe aquella según la cual sería imposible
jurídicamente controlar Internet a causa de su carácter mundial y por ser motor de la circulación de la
información. Este mito tiene una vida difícil. Sin embargo, miles de juristas trabajan desde hace treinta años en
estas cuestiones, sin hablar de las legislaciones ya creadas y, en Francia, de la CNIL (Commission National
Informatique et Libertés). Por mucho que la voluntad política sea lo bastante fuerte, es posible legislar en este
terreno. Pueden encontrarse algunas referencias jurídicas en la bibliografía de este capítulo.

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criminales todavía poco conocidas se expanden a la misma velocidad que las pantallas...
pero no pasa nada.

Por el momento, una especie de pureza virginal rodea los sistemas de información
automatizados, mientras que uno de los objetivos principales habla de las libertades
individuales Y públicas. Durante los años setenta, nos conmovieron mucho las amenazas de
que la informática era un peso para las libertades. Ahora bien, treinta años después,
mientras que estas amenazas, en términos de crecimiento de ficheros, de fichaje electrónico
y de ausencia de protección de los datos personales, son mucho más fuertes sobre todo en
los Estados Unidos, nosotros hacemos como si no pasara nada. Sin embargo, se aconseja
vivamente a los internautas que naveguen por la Red bajo un seudónimo para evitar
posibles atentados a la vida privada. En realidad, la distinción, en Internet, entre consumidor
y ciudadano no se establece claramente, sobre todo en Estados Unidos. Hacemos como si
protegiéramos a la persona cuando, en realidad, se le considera como un consumidor
potencial. Esta gran ambigüedad en las consecuencias no siempre está presente; sin
embargo, los militares -primeros usuarios de Internet- sabían perfectamente discriminar las
informaciones. Pero desde entonces la Red ha pasado a ser pública y muchas zonas se han
vuelto oscuras, precisamente las que afectan a la posición y a la protección de datos, lo que
explica la lógica de fichajes y el crecimiento de los ficheros, compatibles con una lógica
comercial pero incompatibles con los derechos del hombre. Aquí encontramos de nuevo
toda la ambigüedad que existe en Internet entre comercio y democracia. ¿Es el individuo
sólo un consumidor o es igualmente una persona? ¿Quién es el responsable de lo que está
escrito o difundido? ¿Cómo se administra la relación expresión-responsabilidad?

De la protección de las libertades fundamentales a los derechos de autor, pasando


por las mentiras, los atentados a la vida privada, el mantenimiento de la separación sector
público-sector privado, la confidencialidad de los datos y los derechos del hombre, los
riesgos de la delincuencia informática se desarrollan a una velocidad y a una escala
insospechables hace unos veinte años. ¿Cuándo diremos, por fin, que el control de la
información, acompañado de sanciones reales, es el único medio de salvar las redes? ¡Y
cuándo pararemos de decir que en la Red no es posible controlar la información! ¿Habrán
inventado los hombres un sistema técnico y lo habrán aplicado sobre la información y la
comunicación, que están en el centro de toda experiencia individual y social, sin ninguna
capacidad de control político y democrático? Para qué soñar. A la ideología tecnológica le

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esperan buenos días. Progresivamente, aunque con demasiada lentitud, las organizaciones
internacionales, a pesar de estar directamente vinculadas a esta contramanera del ideal
democrático de circulación de la información, se dan cuenta de que urge defender alguna
concepción de la comunicación normativa en relación a este triunfo de la comunicación
funcional. La UNESCO, por ejemplo, en otoño de 1998, gracias a su «Declaración de
Mónaco», ha puesto en guardia solemnemente a los Estados sobre la necesidad de
proteger la vida privada y de impedir la difusión de cualquier información; pero esto todavía
es insuficiente. El cerrojo mental que debe hacerse saltar es el siguiente: admitir que, desde
el punto de vista de la libertad y de la democracia, un acceso directo a la información, tanto
para el abastecimiento como para la utilización, sin control y sin intermediario, no constituye
un progreso para la democracia sino, al contrario, una regresión y una amenaza. No hay una
relación entre acceso directo y democracia. La democracia está, por el contrario, vinculada a
la existencia de intermediarios de calidad.

Si durante dos siglos el ideal de la información ha sido producir y difundir lo más


rápidamente posible una información, o sea, hacerla directamente accesible al público, sin
intermediarios como la censura, la realidad de hoy es diametralmente opuesta a este ideal.
Es necesario re introducir intermediarios para verificar el abastecimiento y el uso de la
información, ya que las capacidades tecnológicas son tantas que pueden haber millones de
respuestas que no gozan de ningún control a solicitudes de información. La ausencia de
control, que fue un objetivo democrático a alcanzar durante siglos porque se trataba de
deshacerse de las múltiples censuras, se convierte actualmente en una de las principales
amenazas, puesto que la lógica dominante se ha invertido.

Si queremos salvar la libertad de información es necesario admitir lo antes posible


que, en un universo saturado de informaciones, precisamente la información debe ser
protegida, filtrada por intermediarios que garanticen este ideal. Dicho de otro modo, lo que
es importante preservar es el ideal democrático de la información, y si ayer, en un contexto
político dado, este ideal pasaba por la supresión de intermediarios, hoy, en un universo
donde todo es información pasa en cambio, por el restablecimiento de intermediarios que
garantizan cierta filosofía de la comunicación.

Lo más importante es, sin duda alguna, la ruptura de esta ecuación del credo liberal
que, desde hace dos siglos, quiere que el progreso desemboque en un crecimiento de la

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libertad individual. Hoy en día, el progreso de los sistemas de comunicación pone en duda
esta ecuación, no sólo porque los nuevos medios de comunicación corren el riesgo de
acentuar la soledad, sino también porque pueden reforzar la jerarquía social y perjudicar las
libertades fundamentales tal como se conciben y defienden en los países democráticos.

La paradoja es que hemos criticado durante medio siglo los medios de comunicación
de masas en nombre de la libertad individual, puesto que se difundía a todos un mensaje
por el que se les reprochaba el hecho de constituir un factor de estandarización, de
racionalización y de control de las libertades individuales. Por el contrario, nos damos cuenta
de que no sólo los medios de comunicación de masas no han perjudicado forzosamente las
libertades individuales, sino que sobre todo han tratado de transcribir este ideal de libertad
individual en un contexto de democracia de masas, es decir, en un contexto del número.

Este papel normativo de los medios de comunicación de masas, que no hemos


querido ver, vuelve con las nuevas tecnologías de la comunicación. Su éxito obligará a éstas
a retomar la siguiente cuestión, abordada ya por los medios de comunicación generalistas,
pero soberbiamente ignorada: ¿cómo, en un contexto de democracia de masas, que no
tiene ninguna relación con la realidad en la que fue pensada la democracia dos siglos atrás,
podemos preservar la libertad individual al mismo tiempo que un ideal de emancipación
colectiva?

Esta cuestión fundamental demuestra que, a pesar de todas las diferencias técnicas
que distinguen la televisión de la Red, los antiguos y los nuevos medios de comunicación
tienen en común, desde el punto de vista de una teoría de la comunicación, más similitudes
que diferencias.

Referencias bibliográficas

Se trata de obras centradas en el análisis de los nuevos medios de comunicación, la


mundialización, las estrategias de los grupos industriales, el futuro de la «sociedad de la
información», la cibercultura... Las obras ingenuamente hagiográficas no han sido
contempladas.

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Se trata de estudios que han solicitado las autoridades políticas y han sido
publicados. Se han multiplicado considerablemente desde hace unos diez años, lo que ha
alimentado la ideología técnica por su contenido y su forma, aunque ésta no fuera la
intención de sus autores. En todo caso, ellos han contribuido a una cierta fascinación por la
«revolución de las nuevas tecnologías» ya un cierto miedo de ser superados por ella.
Probablemente, la dificultad de separar en los textos los objetivos tecnológicos, industriales
y económicos, de los objetivos sociales y culturales explica el tono general de estos
estudios.

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No se trata de una bibliografía exhaustiva, sino que tiene como finalidad demostrar
que los juristas que trabajan desde hace muchos años en las nuevas tecnologías no están
demasiado fascinados por ellas. Por el contrario, estos trabajos demuestran la posibilidad de
una reglamentación jurídica de los nuevos medios de comunicación en el ámbito nacional e
internacional, así como de los medios para pensar en estos nuevos problemas que socorren
los grandes principios de la filosofía del derecho. Pero esta calidad de reflexión jurídica y la
clara resistencia a la ideología técnica que resulta de ella no tienen siempre la expresión del
momento. Hay incluso una diferencia entre el juridicismo» que invade escandalosamente
todas las relaciones sociales, y el silencio que desde siempre acompaña a esta reflexión
dinámica y creadora de derecho en lo que respecta a las nuevas tecnologías. ..

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