Guijarro Santiago Marcos Mateo Lucas
Guijarro Santiago Marcos Mateo Lucas
Guijarro Santiago Marcos Mateo Lucas
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
EL MUNDO DE LOS EVANGELIOS
1. El mundo helenístico y el imperio romano
2. Palestina en el siglo
3. El movimiento de Jesús
Apéndice: Testimonios sobre Jesús y los primeros cristianos
Agradecemos a Santiago Guijarro y a la Sociedad de Educación Atenas por el generoso permiso que
nos han otorgado para realizar esta edición popular de su obra: “La buena noticia de Jesús, Introducción
a los evangelios sinópticos y a los Hechos de los Apóstoles”, editada en Madrid en 1987. La
publicaremos en tres folletos sucesivos, dedicado cada uno a un evangelio. En este primero hemos
puesto como inicio la introducción y la primera parte que pone el autor en su libro.
Esperamos que sean de mucha utilidad para catequistas y animadores de Comunidades Cristianas, tanto
en cursillos de formación como en reuniones de estudio.
INTRODUCCIÓN
Los evangelios fueron escritos en diversos puntos del Imperio romano entre los años 60 y 90
de nuestra era, pero relatan acontecimientos ocurridos treinta o cuarenta años antes en Palestina,
una pequeña región de la provincia de Siria.
Esta afirmación básica acerca del ambiente en que nacieron, y del que hablan los evangelios,
nos hace caer en la cuenta de que una cultura y un contexto social y político tan alejado de nosotros
en el espacio y en el tiempo debía ser diferente a éste en el que vivimos. Si leemos los evangelios
con la mentalidad de nuestra época es muy probable que algunas cosas importantes nos pasen
inadvertidas o que no las entendamos bien, pues sólo conociendo el mundo en el que vieron la luz:
su vida diaria, sus instituciones, sus corrientes de pensamiento, etc., estaremos en situación de
entender muchos detalles que tienen su importancia.
Efectivamente, a medida que vamos conociendo la organización del Imperio o las costumbres
e instituciones judías se van despejando muchos interrogantes que nos plantea una lectura atenta de
los evangelios: ¿Por qué el Sanedrín tiene que llevar a Jesús ante Pilato para que lo condene a
muerte? ¿Por qué un desprecio tan grande a los recaudadores de impuestos? ¿Por qué se da tanta
importancia al templo de Jerusalén?... Y un sin fin de otras preguntas que salen al encuentro del
lector en cada una de sus páginas y que es imposible responder sin un conocimiento del contexto en
que se escribieron o del que hablan los evangelios.
El objetivo de esta introducción es precisamente describir -aunque con modestas
pretensiones- la contextura social, política, económica, cultural y religiosa de la época en que
fueron escritos los evangelios y de aquella en que sucedieron los hechos que en ellos se narran.
Esta distinción es importante, pues al hablar del nos estamos refiriendo en realidad a dos
cosas distintas: en primer lugar, al contexto del Imperio romano en el siglo I, ámbito de
implantación del cristianismo naciente, en cuyas comunidades se escribieron los evangelios; y en
segundo, al ambiente de Palestina, escenario de la actividad de Jesús y lugar de asentamiento de la
primera comunidad cristiana.
El conocimiento de ambos contextos será de gran utilidad para entender el texto y el proceso
de formación de los evangelios. Comenzaré describiendo los rasgos más característicos del Imperio
romano en el siglo I, porque es en este ámbito donde hay que situar todo lo que vamos a decir
acerca de Palestina, que era a la sazón una parcela de una provincia romana. Para completar el
cuadro, ofreceré al final de esta introducción una síntesis de lo que fue el movimiento de Jesús,
desde los comienzos de su fundador hasta su primera difusión en las principales ciudades del
Imperio.
b) Situación política
En el siglo I d.C. la situación política del Imperio romano se caracteriza por una forma de
gobierno nueva, que sería el motivo de su expansión primero y de su decadencia después: la
monarquía de los emperadores.
Aunque esta forma de gobierno había sido preparada por el triunvirato de César, Pompeyo y
Marco Antonio, la fecha que marca su comienzo es la subida al poder de Octavio Augusto tras la
victoria de Accio, en el año 31 a.C., sobre Marco Antonio. Antes la tarea de gobierno recaía sobre
todo en el Senado, pero poco a poco éste fue perdiendo sus prerrogativas y se fue convirtiendo en
un elemento decorativo al servicio del poder absoluto del emperador. Como contrapartida, el
gobierno del Imperio ganó en uniformidad y organización: el ejército se vio fortalecido y
estimulado con nuevas campañas militares, el comercio y la cultura circulaban con rapidez y
seguridad gracias a la excelente red de comunicaciones, y las ciudades se vieron engalanadas con
magníficos edificios públicos.
Fue Augusto quien puso los cimientos de esta nueva sociedad. En su dilatado reinado (31
a.C.-14 d.C.), este laborioso administrador fue poniendo las bases jurídicas, administrativas,
sociales y culturales de un régimen que duraría siglos. Por entonces el Imperio empezó a conocer
una situación de paz y seguridad que facilitaba el comercio, las artes, la cultura... y los vicios
anejos a la prosperidad. Fue la denominada (paz romana).
Después de la muerte de Augusto, y gracias a las intrigas de Livia, Tiberio sucedió a su padre
en el gobierno del Imperio. Durante veintitres años (14-37 d.C.) trató de mantener el legado
recibido, mostrando ciertas dotes de gobernante. Su sucesor, Calígula (37-41 d.C.), no estuvo, sin
embargo, a la altura de las circunstancias, y fue necesario el largo reinado de Claudio (41-54 d.C.)
para afianzar de forma duradera las estructuras del estado. Este, aunque escasamente dotado de
cualidades físicas y amante del régimen republicano, supo, sin embargo, sacar el mejor partido a la
situación con que se encontró. A su muerte, fue Nerón (54-68 d.C.) quien se hizo con el poder.
Hombre trastornado y megalómano, comenzó a minar con sus extravagancias la administración
imperial. El año 64 d.C. mandó incendiar una extensa barriada de Roma para remodelarla, y culpó
de la catástrofe a los cristianos, ya ampliamente introducidos en la capital del Imperio.
El último tercio del siglo lo ocupan tres emperadores de la familia Flavia: Vespasiano (69-79
d.C.), Tito (79-81 d.C.) y Domiciano (81-96 d.C.). Los dos primeros están estrechamente
vinculados a la campaña romana contra los judíos sublevados en el año 66 d.C., que terminó con el
asedio de Jerusalén y la destrucción del templo en la pascua del año 70 por las tropas de Tito; un
acontecimiento clave en la historia del pueblo judío.
Los emperadores eran la cabeza de los extensos territorios reunidos en el Imperio, pero no
todos los territorios poseían la misma vinculación ni se regían por el mismo estatuto. Se distinguían
tres clases de territorios: la península itálica, los países vinculados a Roma por un tratado y las
provincias.
La península itálica era el núcleo del Imperio y sus habitantes disfrutaban de los privilegios
de los , que luego se fueron extendiendo a las colonias o territorios entregados a los veteranos de
guerra.
Algunos países estaban vinculados a Roma por un tratado, que era diverso según los casos.
Generalmente, estos países gozaban de una cierta autonomía interna, como fue el caso de Palestina
en tiempos de Herodes el Grande y sus sucesores.
Finalmente, las provincias eran consideradas como posesión del pueblo romano, que las había
conquistado. Sus habitantes tenían la obligación de pagar ciertos impuestos, destinados a las arcas
imperiales, con el fin de sostener la administración y las construcciones públicas, así como las
campañas militares. Había dos tipos de provincias: las senatoriales y las imperiales. Las primeras
habían sido constituidas durante la república, tenían al frente un gobernador de rango senatorial y
dependían oficialmente del Senado. Las provincias imperiales, por su parte, dependían del
emperador, que era quien nombraba al gobernador. Algunas provincias secundarias eran
gobernadas por prefectos o procuradores. Este es el caso de Judea entre los años 6-41 d.C. Durante
estos años estuvo gobernada por una serie de procuradores que dependían, en cierto modo, del
legado de Siria, a cuya provincia pertenecían también sus territorios.
Toda esta organización estaba íntimamente vinculada a la administración central, que tenía su
sede en Roma, bajo un control directo del emperador y, cada vez menos, del Senado. Es evidente
que el control de un territorio tan extenso y tan diverso era tarea difícil y no es extraño que los
abusos de poder y el enriquecimiento a expensas de la población autóctona se hicieran cada vez
más comunes entre los gobernadores de las provincias romanas.
Además de esta división en clases, existían en el Imperio otros factores de enorme influjo
social. Anotemos sólo dos: la extensa red de comunicaciones y la importancia creciente de la
ciudad.
Efectivamente, la extensa red de caminos que comunicaban el Imperio y la facilidad de las
comunicaciones en un mar limpio de piratas constituyeron la base del comercio y de las
comunicaciones. El horizonte del mundo conocido se ensancha y las noticias corren con velocidad.
Este factor influyó mucho en la expansión del cristianismo, como pude advertirse leyendo los
viajes de Pablo en la segunda parte del libro de los Hechos. Ahora bien: los puntos neurálgicos de
dichas comunicaciones eran las ciudades y muy principalmente las ciudades costeras del
Mediterráneo. La cultura helenística fue esencialmente urbana. La ciudad era el centro de la vida
comercial administrativa y cultural. Debido a su elevada densidad de población, se vive en ellas en
constante comunicación e interacción. No tiene, pues, nada de extraño que fuera en estas ciudades
donde primero echó raíces el cristianismo, que con ello se embarcaba en un interesante proceso de
urbanización, el cual supuso un trasvase cultural desde el ambiente rural en que vivió Jesús y sus
primeros seguidores hasta el ambiente urbano en el que tuvieren que desenvolverse las primeras
comunidades cristianas.
La economía del Imperio se basaba en la agricultura, la artesanía y la pequeña industria,
agilizadas por el intenso comercio que facilitaba la amplia red de comunicaciones que atravesaba
sus provincias.
La agricultura proporcionaba el alimento necesario gracias al intercambio: cereales de Egipto,
vino y aceite de España, etc. En cualquier tienda de una ciudad medianamente grande podían
encontrarse fácilmente estos productos. Su producción se basaba normalmente en la explotación de
los campesinos, sometidos a servidumbre por los reyes o señores locales.
La artesanía y la pequeña industria alcanzaron un gran desarrollo, en parte debido a la
importación de minerales y a las necesidades creadas por la guerra (industria bélica) y las
construcciones imperiales. Los pequeños artesanos formaban entre sí asociaciones y solían vivir en
el mismo barrio. Este es el caso de Pablo, que encuentra en Corinto a un matrimonio de su misma
profesión (Hch 18,1-4), o el del gremio de los orfebres, que intentaron eliminarle en Efeso (Hch
19,23ss).
Evidentemente, la vida económica y social era mucho más compleja de cuanto hemos dicho
aquí. Para completar el cuadro sería necesario hablar también de la evolución de la institución
familiar, la relajación de las costumbres o la influencia del sistema de impuestos. Además
deberíamos tener en cuenta que en cada región estos datos generales se concretan de forma distinta.
La intención de esta descripción ha sido mostrar la influencia que estos factores pueden tener para
comprender los escritos que vieron la luz en el seno de aquella sociedad.
d) Contexto cultural y religioso
Culturalmente el Imperio romano fue heredero del helenismo. Atenas siguió siendo durante
mucho tiempo el centro cultural más importante, aunque no el único. Sin embargo, en esta época
florecen con personalidad propia la arquitectura, la escultura, la literatura y la filosofía. De todas
estas manifestaciones la filosofía es la que más nos interesa conocer, pues su marcado carácter ético
y la movilidad de sus hicieron que se encarnara en la vida y modelara en cierto modo la conducta y
la visión de muchos hombres de aquella época.
El carácter sistemático y su orientación ética son los rasgos que mejor definen a las filosofías
helenísticas. El filosofar se propone como un camino de salvación y tiene por objeto asegurar la
felicidad. Los grandes sistemas teóricos de la época inmediatamente anterior dejan paso a una serie
de escuelas que construyen sus sistemas desde la contemplación del conjunto del universo, pero
refugiados en su individualismo, que persigue un fin muy concreto: el filósofo no es ya un
buscador incansable de la verdad, sino más bien el predicador itinerante de una doctrina hallada y
experimentada como camino de salvación y felicidad. Esta es la doctrina que quiere comunicar a
otros con su vida y testimonio ejemplar. Los helenistas son, así, un excelente modelo para los
primeros misioneros cristianos, que, como ellos, predicaban un mensaje de salvación, yendo de
ciudad en ciudad o asentados durante algún tiempo en alguna de ellas (Hch 18,11).
En el siglo I estaban en activo numerosas escuelas y corrientes: el epicureísmo, el estoicismo,
el escepticismo y el neoplatonismo. De entre ellas las más influyentes fueron el epicureísmo y el
estoicismo. Ambas doctrinas tratan de dar respuesta al problema de la existencia humana. Aunque
se fundamentan en el conocimiento del cosmos y reflexionan sobre el modo de conocer, su punto
fuerte es la ética, es decir, los modelos de comportamiento. Para el epicureísmo, el recto obrar está
orientado a la satisfacción de las propias necesidades y su resultado es el placer. Por el contrario, la
moral estoica propugna una vida en armonía con la naturaleza y sus leyes, y el sabio es aquel que
domina sus pasiones y las reduce al silencio; éste es el hombre virtuoso que presentan como
modelo. Estas dos escuelas tuvieron una gran influencia en el mundo romano, especialmente el
estoicismo, que posee grandes semejanzas con la moral cristiana.
El mundo de las creencias religiosas experimenta en este siglo cambios notables. Las
manifestaciones religiosas tradicionales conviven ahora con nuevas formas de religiosidad venidas
sobre todo de Oriente (culto al emperador, misterios...). Se trata, en realidad, de un período de
crisis, en el que la religión tradicional ya no es capaz de dar respuesta a las nuevas preguntas.
Como consecuencia se vive una actitud de apertura que facilita la introducción de nuevas prácticas
religiosas más relacionadas con la vida de cada día y el logro de la salvación personal.
La religión romana tradicional conservaba todavía su fasto e influencia en la vida pública. El
emperador es el sumo pontífice y el estado su máximo protector. Junto a esta religión oficial
conviven en el pueblo otras manifestaciones que reflejan el gusto por lo maravilloso y por la
astrología: los oráculos, la creencia en el destino o los cultos dionisiacos y de iniciación que
acentúan los aspectos vitalistas.
Todas estas manifestaciones religiosas seguían teniendo vigencia en el imperio, pero fueron
dejando paso a otras religiones que se iban imponiendo. En su mayoría eran de origen oriental y
estaban abiertas al sincretismo. Las más importantes fueron el culto al emperador, las religiones
mistéricas y el cristianismo, que en un breve espacio de tiempo se extendió por todo el Imperio.
Veamos brevemente las dos primeras.
Dar culto a los soberanos era una costumbre común en Oriente. Fue en los comienzos del
Imperio cuando empezó a introducirse en Roma. Augusto, que comprendía la importancia de las
tradiciones religiosas para el mantenimiento de la paz interna, consintió en recibir honores divinos.
Tiberio y Claudio los rechazaron, aunque no pudieron evitar que en algunas regiones les
consideraran dioses. Fueron Calígula, Nerón y Domiciano quienes, fascinados por la aureola de la
divinización, introdujeron definitivamente en el imperio esta nueva forma de religión, que tuvo
gran importancia en las persecuciones contra los cristianos.
Las religiones mistéricas son un fenómeno de gran interés. Poseen semejanzas externas con el
cristianismo, hasta el punto de que a muchos hombres de aquella época el cristianismo debió
parecerles una más entre las existentes. En su mayoría son adaptación de antiguos cultos egipcios
(Iris y Osiris) o procedentes del Irán (Mitra), que aseguran a sus devotos una especie de
divinización lograda a través de unos ritos secretos. Comienzan éstos con un rito de iniciación y
purificación, después del cual se recibe una instrucción más detallada que contiene la historia del
dios. Luego se realizan acciones simbólicas que producen la metamorfosis en el o iniciado. Estos
ritos recibían el nombre de y el cambio interno se manifestaba sobre todo en un comportamiento
diferente.
El éxito de estas nuevas fue muy grande y pronto se extendieron por todo el Imperio. Los
misterios más importantes fueron los de Eleusis, los de Isis y Osiris y los de Mitra, muy arraigado
entre los soldados y un serio adversario del cristianismo hasta el siglo IV.
2. PALESTINA EN EL SIGLO I
El Imperio romano fue el marco en el que el cristianismo se extendió y consolidó, pero fue en
Palestina, una pequeña región adscrita a la provincia de Siria, donde se desarrolló la actividad de
Jesús y de la primera comunidad cristiana. Todo lo que podamos conocer acerca de su situación
social y económica, de su organización política o de su vivencia religiosa es de gran importancia
para comprender los evangelios, que reflejan este ambiente en cada una de sus páginas.
a) Ambientación geográfica
Con el nombre de Palestina se designa una región natural situada al este del Mediterráneo,
que fue el territorio del pueblo de Israel y que tuvo su centro cultural y religioso en Jerusalén desde
los tiempos de David.
Abarca una franja relativamente estrecha delimitada al Norte por el mar de Galilea o lago de
Tiberíades, y al Sur, por el mar Muerto. Verticalmente, de Oeste a Este se distinguen claramente
cuatro franjas: la zona costera, que es llana, vive del comercio marítimo (Gaza, Tolemaida,
Cesarea), de la agricultura y de la pesca; después viene una cadena montañosa de cuya vertiente
oriental arranca una profunda fosa que sirve de lecho al río Jordán; finalmente, al otro lado del río
se encuentra la Transjordania, zona esteparia apta para el ganado menor.
De Norte a Sur existen tres regiones: primero, Galilea, poblada por gentes de diversa
procedencia y que vive sobre todo del cultivo de cereales en las llanuras y de la pesca en el lago;
Samaría, situada entre Galilea y Judea, religiosamente separada del culto de Jerusalén, alcanzó gran
importancia sobre todo como residencia de los gobernadores romanos, que fijaron su sede en la
ciudad costera de Cesarea; finalmente, la región de Judea, zona montañosa que vive del cultivo de
la vid y el olivo y sobre todo del comercio y la artesanía que se desarrollan en Jerusalén en torno al
Templo, que es el centro de la religión oficial.
b) Situación política
Desde el año 61 a.C., en que Pompeyo tomó la ciudad de Jerusalén, Palestina se encontraba
sometida al poder romano. No era una situación nueva para un pueblo que había vivido ya
sometido a los persas y a los griegos durante un largo período de su historia reciente. A lo largo de
este período, que comenzó con el exilio en el siglo VI a.C., los judíos vivieron en la constante
tensión de tener que admitir las influencias culturales y políticas y conservar, al mismo tiempo, el
núcleo de sus tradiciones y de su modo de vida.
mapa p. 12
En el siglo I d.C. la situación política de Palestina es el resultado de la herencia de Herodes el
Grande, que había gobernado toda la región como rey durante cuarenta años (37-4 a.C.), gracias a
un tratado firmado con Roma. En su dilatado gobierno, el país alcanzó un esplendor sólo
comparable al que tuvo en la época de David: comenzó la reconstrucción del Tempo, edificó
acueductos, modernizó las ciudades y rodeó a Palestina de una cadena de fortalezas militares. A sus
dotes de buen diplomático unía las de militar valeroso y las de buen administrador. Pese a todo, no
fue querido por sus súbditos debido a su origen extranjero, a su cruel comportamiento con la
familia real (los asmoneos), y sobre todo por su descarado colaboracionismo con los opresores
romanos.
A su muerte dividió su magna herencia entre sus tres hijos : a Arquelao lo nombró etnarca de
Judea, Samaría e Idumea; a Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea; y a Felipe, tetrarca de la
región de Transjordania. Los nuevos continuaron con el mismo régimen de vasallaje que habían
tenido bajo Herodes, excepto los territorios encomendados a Arquelao, que desde el año 6 d.C. se
convirtieron en una especie de provincia secundaria, al frente de la cual se encontraba un
procurador o prefecto romano.
El motivo por el cual Arquelao fue desposeído de sus territorios hay que buscarlo en el
descontento de las clases dominantes de Jerusalén hacia la dinastía de Herodes. Enviaron una
embajada a Roma, y Augusto colocó en lugar de Arquelao un gobernador que residía en Cesarea,
pero que iba a Jerusalén con motivo de las fiestas o en previsión de desórdenes y revueltas. A dicho
gobernador competían los asuntos militares, judiciales y económicos, y aunque existía una cierta
dependencia con respecto al legado de Siria, de hecho gozaba de una gran autonomía. Para ejercer
sus funciones militares contaba con una pequeña fuerza militar. El ejercicio de la justicia era tarea
del Sanedrín, aunque éste no podía condenar a muerte (el estaba reservado al poder romano). Las
atribuciones económicas, especialmente la recaudación de los impuestos, completaban el marco de
su jurisdicción. Como se ve, estos procuradores romanos tuvieron que encontrar un cierto
equilibrio con las autoridades del lugar. Su actitud con respecto a las creencias religiosas es un
buen ejemplo de ello: por un lado, respetaban las prácticas y lugares sagrados, hasta el punto de
que las tropas no llevaban nunca sus insignias dentro de la ciudad santa; pero, por otro, era el
gobernador quien nombraba al sumo sacerdote.
De los seis procuradores romanos que administraron Judea entre el año 6 y el 41 d.C., sin
duda el más conocido y el más interesante para nosotros es Poncio Pilato (26-36 a.C.), pues durante
su gobierno tuvo lugar el ministerio de Jesús y el nacimiento de la primera comunidad cristiana.
Las informaciones que de él dan los escritores de la época son bastante negativas y contrastan con
las que dan de sus predecesores. Flavio Josefo y Filón narran algunos episodios que tienen como
común denominador la dureza y la provocación. El último de ellos, la matanza de un grupo
numeroso de samaritanos sin razón proporcionada le valió el exilio y el final de su carrera política.
El año 41 d.C. Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, educado en la corte imperial y
amigo personal de Calígula y de Claudio, volvió a reunir todos los territorios de Palestina, pero su
muerte repentina en Cesarea el año 44 d.C. hizo que se volviera al régimen de los procuradores.
Desde el año 44 al 66 se sucedieron en Palestina siete procuradores. Bajo su gobierno la situación
se fue deteriorando progresivamente hasta desembocar el año 66 d.C. en la llamada , cuyo
desenlace fue el asedio de Jerusalén y la destrucción del Templo por las tropas de Tito. A partir de
entonces Palestina se convirtió en una provincia imperial distinta de Siria, que llevaba el nombre de
Judea y era la sede de la X Legión.
La dominación romana se traducía sobre todo en una creciente opresión económica. Además
de los , las provincias tenían que pagar a Roma un , que los gobernadores tenían que sacar del
pueblo. De la tarea se encargaban los grandes financieros, que a su vez contrataban recaudadores.
Estos, que poseían amplios poderes, eran los que se ocupaban del cobro directo. No existía control
de los métodos ni de las cantidades recaudadas. Bastaba con que se alcanzaran las cotas fijadas para
el . Por eso no es difícil imaginar que existieran abusos, ni es extraño que estos recaudadores fueran
considerados despreciables por un pueblo que desde los tiempos de Herodes el Grande sufría una
continua sangría económica.
Frente a este estado de cosas que encontramos en la Palestina de la primera mitad del siglo, se
dieron tres posturas distintas: el colaboracionismo, la resistencia y la de los que ante todo
intentaban sobrevivir. A los colaboracionistas se los encuentra entre las clases próximas al poder
político o religioso: los herodianos y saduceos, cortesanos y miembros del alto clero,
respectivamente. La resistencia recluta sus adictos entre las clases bajas, que son las más oprimidas.
Son sobre todo motivaciones religiosas las que irán alimentando los grupos de oposición, pero esto
ocurrió sobre todo a partir del año 44 d.C. bajo la segunda serie de procuradores. Finalmente, el
grupo más numeroso, la mayoría del pueblo, se apunta a los que desean sobrevivir. Aquí está la
mayoría de los fariseos y escribas, que veía con buenos ojos la marcha de los romanos, pero
esperaban la liberación del pueblo por intervención directa de Dios. En cualquier caso, se vivía una
situación de creciente tensión ante la que era necesario tomar una opción y en la que se alimentaba
la esperanza de unos tiempos nuevos y de un futuro mejor.
Además de esta división en clases, existían en el Imperio otros factores de enorme influjo
social. Anotemos sólo dos: la extensa red de comunicaciones y la importancia creciente de la
ciudad.
Efectivamente, la extensa red de caminos que comunicaban el Imperio y la facilidad de las
comunicaciones en un mar limpio de piratas constituyeron la base del comercio y de las
comunicaciones. El horizonte del mundo conocido se ensancha y las noticias corren con velocidad.
Este factor influyó mucho en la expansión del cristianismo, como pude advertirse leyendo los
viajes de Pablo en la segunda parte del libro de los Hechos. Ahora bien: los puntos neurálgicos de
dichas comunicaciones eran las ciudades y muy principalmente las ciudades costeras del
Mediterráneo. La cultura helenística fue esencialmente urbana. La ciudad era el centro de la vida
comercial administrativa y cultural. Debido a su elevada densidad de población, se vive en ellas en
constante comunicación e interacción. No tiene, pues, nada de extraño que fuera en estas ciudades
donde primero echó raíces el cristianismo, que con ello se embarcaba en un interesante proceso de
urbanización, el cual supuso un trasvase cultural desde el ambiente rural en que vivió Jesús y sus
primeros seguidores hasta el ambiente urbano en el que tuvieren que desenvolverse las primeras
comunidades cristianas.
La economía del Imperio se basaba en la agricultura, la artesanía y la pequeña industria,
agilizadas por el intenso comercio que facilitaba la amplia red de comunicaciones que atravesaba
sus provincias.
La agricultura proporcionaba el alimento necesario gracias al intercambio: cereales de Egipto,
vino y aceite de España, etc. En cualquier tienda de una ciudad medianamente grande podían
encontrarse fácilmente estos productos. Su producción se basaba normalmente en la explotación de
los campesinos, sometidos a servidumbre por los reyes o señores locales.
La artesanía y la pequeña industria alcanzaron un gran desarrollo, en parte debido a la
importación de minerales y a las necesidades creadas por la guerra (industria bélica) y las
construcciones imperiales. Los pequeños artesanos formaban entre sí asociaciones y solían vivir en
el mismo barrio. Este es el caso de Pablo, que encuentra en Corinto a un matrimonio de su misma
profesión (Hch 18,1-4), o el del gremio de los orfebres, que intentaron eliminarle en Efeso (Hch
19,23ss).
Evidentemente, la vida económica y social era mucho más compleja de cuanto hemos dicho
aquí. Para completar el cuadro sería necesario hablar también de la evolución de la institución
familiar, la relajación de las costumbres o la influencia del sistema de impuestos. Además
deberíamos tener en cuenta que en cada región estos datos generales se concretan de forma distinta.
La intención de esta descripción ha sido mostrar la influencia que estos factores pueden tener para
comprender los escritos que vieron la luz en el seno de aquella sociedad.
Las instituciones
Las más importantes son el Templo, las fiestas, la Sinagoga y el Sanedrín.
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El Templo de Jerusalén pg 28
a los sacerdotes
Los movimientos
Durante el período de la dominación romana florecieron en Palestina un buen número de
movimientos religiosos. Después de la destrucción del Templo en el año 70, casi todos
desaparecieron, dejando un amplio espacio al movimiento rabínico o escribal, que fue el que se
impuso. Algunos de estos movimientos influyeron en Jesús y en la iglesia naciente; por eso resulta
interesante conocer al menos los principales rasgos de la apocalíptica, los esenios de Qumrán, el
movimiento escribal o rabínico, así como de los movimientos bautistas.
El movimiento llamado a tener más fortuna fue el escribal. Las fuentes hacen que se remonte
a Esdras, el escriba, a la vuelta del exilio de Babilonia, pero su auténtico nacimiento hay que
colocarlo en la época helenística. Nace en torno al estudio y conocimiento de la Ley, de la que se
deducen normas de comportamiento (halaká) o explicaciones en forma narrativa (haggadá). Los
escribas fueron ganando en prestigio ante el pueblo y se convirtieron en sus guías espirituales.
Estaban íntimamente ligados al grupo de los fariseos, al que servían de soporte teórico. Después del
año 70 fue este movimiento el que, desde la escuela de Johanan ben Zaltkai, en Yamnia, llevó a
cabo la reorganización y el rearme moral del judaísmo, postrado tras el golpe que supuso la
destrucción del Templo y la nación, y le condujo a altísimas cotas de pensamiento. Estaban
agrupados en torno a la sinagoga, que como ya hemos dicho cobró una importancia mayor tras la
destrucción del Templo.
La corriente apocalíptica posee una dilatada tradición dentro del judaísmo. Algunos de sus
escritos, como el libro de Daniel, forman parte del canon del Antiguo Testamento, mientras que
otros muchos quedaron fuera del mismo. En el siglo I este movimiento gozaba de gran vitalidad.
Para entonces había acuñado un lenguaje y una interpretación de la historia que influyeron mucho
en aquella época de crisis. El mismo Jesús se hace eco de esta tradición en el llamado (Mc 13 y
par.) y los primeros cristianos la asumieron en algunos casos como lenguaje propio (véase el libro
del Apocalipsis).
La comunidad de Qumrán, ligada al movimiento esenio, había elegido retirarse e intentar
cumplir la Ley en toda su pureza: vivían en comunidad y se regían por sus prescripciones hasta en
los más mínimos detalles. Al igual que otros grupos, manifiestan una abierta oposición al Templo y
al poder constituido; pero no optan por la resistencia, sino por la retirada en el más pleno sentido de
la palabra. Su deseo de cumplir la Ley en plenitud les llevaba a estudiarla, y fue entre ellos donde
se desarrolló un modo de interpretación profética llamada , que tiene notables semejanzas con la
hermenéutica cristiana del Antiguo Testamento.
Hasta aquí los movimientos que podemos llamar , porque han dejado tras de sí documentos
escritos a través de los cuales podemos conocerlos. Existieron, sin embargo, otros movimientos de
corte más popular, de los que, como es natural, no han quedado sino noticias dispersas. De entre
ellos, los movimientos bautistas revisten para nosotros una especial importancia, porque fue en el
seno de uno de estos grupos donde Jesús comenzó su misión. Se trata de movimientos de
renovación religiosa que anunciaban la salvación escatológica como algo inminente para todos los
hombres. Cada uno de estos grupos se reunían en torno a su guía. Es el caso de Juan Bautista y
también de Jesús en sus comienzos.
Todos estos movimientos tenían, como se ve, sus propias características, pero hay un dato
común a todos: la espera de un mesías que cambiara la difícil situación que estaban viviendo. Eso
sí, cada uno lo esperaba hecho un poco a su medida: unos como un sabio profeta, otros como el
juez escatológico, o el maestro de justicia. Lo cierto es que con ser muy diversas, Jesús no entró en
ninguna de estas categorías. Rompió todos los moldes.
Los grupos
Bajo este epígrafe tendríamos que incluir algunos de los movimientos de los que acabamos de
hablar. También tendríamos que hablar aquí de los herodianos, los recaudadores de impuestos y los
zelotes, pero ya lo hemos hecho antes.
Ahora centraremos nuestra atención en tres grupos que se caracterizan por sus opciones
religiosas: los saduceos, los fariseos y los samaritanos.
Los saduceos engloban en sus filas al alto clero, que vive a expensas del templo, y encarna la
teología tradicional (puede citarse, como ejemplo, que sólo consideraban inspirado el Pentateuco y
que no creían en la resurrección). Eran, en general, colaboracionistas y estaban muy vinculados a
los herodianos, es decir, a la aristocracia política del país.
Los fariseos (del hebreo perushim, que significa ) nacieron como grupo cuando unos hombres
amantes de la Ley se unieron a Matatías y a sus partidarios (1 Mac 2,12). De este grupo parece que
nacieron también los esenios. Desde muy pronto se habían unido a los escribas laicos y en ellos
encontraban la interpretación recta de la Ley. Con el tiempo, se habían organizado y en el siglo I
los encontramos ya en puestos claves, desempeñando un papel importante en la vida social del
pueblo judío.
Para hacerse una idea adecuada de la fisonomía de este grupo no hay que dejarse impresionar
por la visión que de ellos dan los evangelios, pues en realidad éstos reflejan más los
enfrentamientos entre la Iglesia cristiana y la Sinagoga después del año 70 que las disputas de Jesús
con los fariseos de su época. De hecho, parece que el mismo Jesús estaba muy próximo a las
posiciones de cierta escuela rabínica en algunos aspectos de su predicación. En general, los fariseos
representan la tendencia abierta, que se oponía a colaborar con los dominadores y se caracterizaba
por una gran profundidad religiosa.
Los samaritanos formaban un grupo aparte con sus propios libros sagrados y tradiciones. Los
judíos los consideraban herejes y evitaban el trato con ellos (nótese la extrañeza de la mujer
samaritana en Jn 4, 9). Sin embargo, la región de Samaría desempeñó un papel importante en la
primera expansión del cristianismo.
El judaísmo helenístico
El número de los judíos esparcidos por las principales ciudades del Imperio era bastante
elevado. Especialmente dotados para el comercio, habían prosperado, y en muchas de estas
ciudades, como ocurría en Alejandría y en Roma, tenían sus propios barrios. En la época imperial
gozaron casi siempre de un estatuto propio que respetaba sus prácticas religiosas, tan distintas de
las del resto de los pueblos.
A pesar de las distancias, los judíos que vivían fuera de Palestina nunca perdieron su
conciencia de pueblo y siguieron vinculados a la tierra de sus antepasados. Mantenían estrechas
relaciones con Jerusalén para todo tipo de cuestiones y normativas religiosas e incluso sometían a
decisión del Sanedrín los litigios relacionados con la Ley de Moisés.
La vida del judaísmo de la diáspora (= dispersión) giraba en torno a la sinagoga, que era a la
vez lugar de encuentro y de culto. Debido a las necesidades de estos judíos que empezaban a hablar
en griego y que ya casi no entendían el hebreo, se llevó a cabo la traducción al griego del Antiguo
Testamento. Es la llamada . A través de ella también muchos cristianos de cultura helenística
tuvieron acceso al Antiguo Testamento. También fue en este clima donde se realizó el encuentro
entre la filosofía helenística y la tradición judía. Filón de Alejandría y el libro de la Sabiduría son
dos buenos ejemplos de esta fecunda unión.
El judaísmo helenístico, en fin, más abierto a nuevos planteamientos, tuvo una influencia
decisiva en la expansión del cristianismo. A sus sinagogas se dirigían en primer lugar los
predicadores cristianos, y de entre sus miembros fueron saliendo los primeros discípulos, como
refleja la técnica misionera sistemáticamente adoptada por Pablo y sus compañeros en sus viajes
(cfr. Hch 13-28)..
3. EL MOVIMIENTO DE JESÚS
Sobre este trasfondo del Imperio romano y de la vida en Palestina en el siglo I podemos
dibujar ahora con mas realismo lo que fueron los principales momentos de la vida de Jesús y de las
primeras comunidades cristianas, es decir, del contexto inmediato del que hablan y en el que
nacieron los evangelios.
a) Los comienzos
Jesús pasó la mayor parte de su vida en Nazaret, una pequeña aldea de Galilea situada cerca
de las fértiles llanuras de Esdrelón y del lago de Genesaret. Su padre era carpintero, un oficio
estable, que por entonces abarcaba también diversas faenas de la construcción. Lo más probable es
que Jesús aprendiera el oficio y entrara en contacto con otros hombres que, como él, sacaban de su
trabajo lo justo para vivir. En su modo de hablar y en las comparaciones que solía poner se refleja
todo este mundo rural: conoce bien los procesos agrícolas, sabe de la pesca y es capaz de calcular
con precisión los gastos de una obra. Su formación no fue intelectual, sino que hunde sus raíces en
la vida cotidiana de su aldea, observada cuidadosa y reflexivamente. Como todo buen judío acudía
a la sinagoga para conocer la Ley de Moisés. Allí seguramente aprendería de pequeño a leer y
escribir y luego a recitar de memoria los salmos, que era la oración de su pueblo. A través de la
sinagoga debió entrar en contacto con los escribas y fariseos, y en la peregrinación anual a
Jerusalén debió conocer el culto del Templo, así como todo el comercio que estaba montado en
torno a él.
Los evangelios coinciden en relacionar sus comienzos con Juan Bautista, conocido guía de un
movimiento de renovación interior que se había hecho muy popular. Jesús, fiel a sus orígenes, no
se vinculó a ninguno de los movimientos de su época, sino a uno de profunda raigambre popular.
Sobre Juan Bautista, el historiador Flavio Josefo nos proporciona valiosas informaciones: su
predicación, que proponía una renovación interior y un cambio de vida, provocaba en unos un gran
entusiasmo y en otros (Herodes Antipas) el temor de una revuelta popular.
Jesús comenzó su predicación en un tono y con unos gestos que eran propios de este tipo de
movimientos populares, y se convirtió en el guía carismático de uno que estaba llamado a tener una
enorme influencia en la historia de la humanidad.
b) La actividad de Jesús
Cuando Jesús decidió salir a los caminos, se encontró con una realidad más compleja de la
que había vivido en su pueblo. Conoció entonces el alcance de la dominación romana, la actividad
de los distintos grupos religiosos y, sobre todo, entró en contacto con la gran masa de mendigos,
enfermos y desamparados que vivían despreciados y reducidos a una miseria infrahumana. En su ir
y venir de aquellos años pudo captar la miseria de un pueblo aplastado por los impuestos y
marcado por la división entre unos pocos ricos y muchos pobres.
A pesar de todo, Jesús comenzó a predicar un mensaje de esperanza, una buena noticia, que
consistía en la cercanía inminente del reinado de Dios. Lo hacía desde la experiencia de un Dios
cercano que es Padre de todos y en el cual todos los hombres son hermanos. Y anunciaba este
mensaje a todos sin distinción: comía con los fariseos y también con los pecadores; hablaba en la
sinagoga y en el Templo, pero también lo hacía en las plazas o en descampado. A todos quería
hacer llegar esta buena noticia.
Casi desde el comienzo de su ministerio comenzó a reunir en torno a sí a un grupo de
discípulos. La vinculación entre ellos y con Jesús era muy estrecha: compartían su estilo de vida
itinerante, tenían vida y bolsa común, estaban constantemente atentos a su enseñanza y poco a poco
iban compartiendo con él la misión de anunciar aquella buena noticia. Se trata de un grupo muy
particular y es difícil encontrar paralelos estrictos de este fenómeno. Estos discípulos son el núcleo
de lo que luego será la comunidad cristiana.
La adhesión y el entusiasmo que provocaba Jesús allí donde iba, así como sus posturas
(cuando menos heterodoxas) con respecto a la Ley, el sábado y el Templo de Jerusalén, provocaron
una persecución sistemática contra él por parte de las clases dominantes, que acabó con su vida de
una forma ignominiosa: murió, como los malhechores e indeseables, clavado en una cruz.
c) La pascua
Con la muerte de Jesús parecía que todo había terminado. Había ocurrido ya con otros
muchos predicadores de aquella época: Teudas y Judas el Galileo eran los más recientes:
«En estos últimos días se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su
alrededor unos cuatrocientos hombres; lo mataron, todos los que le seguían se disgregaron y la cosa
quedó en nada. Después de él, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que
arrastró al pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que le seguían se dispersaron» (Hch
5,36-37).
¿Ocurriría lo mismo con el grupo de los discípulos de Jesús? Así lo pensaron muchos, e
incluso algunos abandonaron Jerusalén desilusionados por el fracaso (Lc 21,18-21). Sin embargo,
de pronto ocurrió lo inesperado: los atemorizados discípulos salen a la plaza pública y
valientemente anuncian que Jesús ha resucitado. Ellos le han visto, y esta experiencia ha causado
en ellos tal impacto, que ahora no les importa nada. Pueden predicar en el Templo abiertamente sin
temor a los castigos que ello les pueda acarrear y deciden entregar toda su vida a anunciar este
mensaje. El encuentro con Jesús resucitado les hizo pasar de la postración y del fracaso al
entusiasmo y al testimonio de lo que ellos mismos han contemplado asombrados.
d) La expansión
Después del entusiasmo y el desconcierto de los primeros días, un grupo de personas se reúne
en Jerusalén en torno a los discípulos más íntimos de Jesús con Pedro a la cabeza. Ellos formarán el
núcleo de la iglesia madre, desde donde el mensaje se extenderá a todo el Imperio.
La primera expansión fue motivada por la persecución de los discípulos:
(Hch 8,1.4).
Dicha persecución pudo deberse a la rapidez con que la nueva doctrina se extendía y a la gran
actividad que sus adictos desplegaban. Sea como fuere, lo cierto es que en muy poco tiempo el
cristianismo se extendió hacia el Norte y trabó contacto en seguida con la cultura helenística
presente en sus ciudades. Rompiendo las fronteras de Palestina, llegó hasta Antioquía de Siria, una
populosa ciudad en la que florecían el comercio y las artes. Fue allí donde por primera vez
llamaron a los discípulos de Jesús con el nombre de (Hch 11,19-26). En Antioquía se fue creando
una importante comunidad que fue punto de partida para los predicadores cristianos. Allí pasó
Pablo una larga temporada antes de emprender sus viajes apostólicos, que siempre tenían a
Antioquía como centro de operaciones. Fue en aquella comunidad donde Pablo aprendió las
tradiciones de las que se hace eco en sus cartas.
Antioquía es un caso que conocemos bien, pero es probable que lo mismo ocurriera con otras
ciudades costeras de Palestina o Siria. Desde ellas, y gracias a la facilidad que ofrecían las
comunicaciones por mar, el cristianismo se fue extendiendo a las principales ciudades de la cuenca
del Mediterráneo: Efeso, Corinto, Atenas, Tesalónica, Roma, etc. En estas ciudades se fueron
creando nuevas comunidades, en cuyo seno se transmitían y se conservaban las tradiciones acerca
de Jesús, contempladas ahora desde la perspectiva de una cultura distinta y un contexto muy
diferente.
Esta rápida expansión del cristianismo es un fenómeno sumamente interesante. Se produce,
en primer lugar, un proceso de urbanización: el mensaje cristiano deja el ambiente rural de Galilea
en el que había nacido, y se instala en una cultura esencialmente urbana. Pablo, judío helenista que
había vivido en Tarso, una de estas ciudades, fue el principal artífice de este proceso. En segundo
lugar, la itinerancia y radicalidad del grupo de Jesús va dando paso a formas de vida más
sedentarias y a una progresiva institucionalización necesaria para que tan amplio movimiento pueda
subsistir. Finalmente, el cristianismo, el abrir sus ventanas al horizonte del Imperio, gana en
pluralidad. De hecho, la única tradición sobre Jesús cristaliza en visiones muy diversas, de las que
son testigos los escritos del Nuevo Testamento y muy especialmente los evangelios. El cristianismo
del siglo I fue, en efecto, muy plural, pues supo vivir encarnado en las situaciones y en la cultura
que le rodeaban. El estudio del contexto en que nació cada evangelio nos ayudará, pues, a entender
por qué la tradición sobre Jesús cristalizó sus cuatro relatos distintos.
APÉNDICE
TESTIMONIO SOBRE JESÚS Y LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Además de los testimonios de la literatura cristiana acerca de Jesús y sus primeros discípulos,
existen algunas informaciones sobre ellos en los escritores no cristianos. Comparadas con las que
obtenemos a través de los evangelios y otros escritos cristianos, estas informaciones son muy
escasas, pero tienen un valor excepcional: demuestran irrefutablemente la existencia histórica de
Jesús de Nazaret y dan cuenta de algunos hechos importantes acaecidos a sus discípulos.
Antes de copiarlas, casi sin comentario, anotemos el hecho curioso de que dicha existencia
histórica sólo ha sido puesta en duda por la crítica moderna, nacida del cristianismo.
El testimonio más importante y fidedigno es el de Tácito, que vivió entre los años 61 y 117
d.C. Al relatar el incendio de Roma, que tuvo lugar en el año 61 d.C., hace alusión al origen de los
cristianos, a quienes Nerón culpó de la catástrofe.
«Ni con los socorros humanos, donativos y ayudas del emperador ni con todo lo que se hacía
para aplacar la ira de los dioses era posible borrar la infamia de la opinión que se tenía de que el
incendio había sido provocado. Y así, Nerón, para desviar este rumor y descargarse de la
responsabilidad, culpó y comenzó a castigar a unos hombres aborrecidos por el vulgo por sus
excesos y que eran llamados cristianos. El origen de este nombre está en un tal Cristo, quien había
sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato, procurador, de Judea durante el reinado del emperador
Tiberio. Y aunque por entonces se frenó un poco aquella perniciosa superstición, otra vez
empezaba a florecer no sólo en Judea, lugar de origen de este mal, sino también en Roma, adonde
llegan y prosperan todas las atrocidades y cosas vergonzosas que hay en el Imperio. Al principio
fueron castigados los que profesaban públicamente esta religión y después, por indicaciones de
aquellos, una gran multitud, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, cuanto por
haberse hecho aborrecibles a la humanidad. A la justicia que se hacía con ellos se añadieron la
burla y el escarnio con que se les ejecutaba. A unos los vestían con pieles de fieras para que los
despedazasen los perros, a otros los crucificaban, a otros los colocaban sobre montones de leña y al
anochecer los prendían fuego para que al arder sirvieran de alumbrado en la oscuridad de la noche»
(Anales, XV, 44).
También Suetonio, en su Vida de Claudio, achaca la expulsión de los judíos de Roma a los
tumultos provocados por los seguidores de un tal . Dicha expulsión tuvo lugar en el año 49 d.C
(Vida de Claudio, XXV).
Dentro del ámbito judío, el testimonio más interesante es el de Flavio Josefo en su obra
Antigüedades judías. Es posible que en dicho testimonio haya interpolaciones (es decir, añadidos)
de origen cristiano. Este texto es conocido con el nombre de .
Van en cursiva las frases que los investigadores consideran interpoladas.
«Apareció por entonces Jesús, hombre sabio, si es que se le puede llamar hombre, porque
realizaba obras maravillosas; maestro de aquellos que acogen con agrado la verdad. Se atrajo a
muchos judíos y también a muchos gentiles. El era el Mesías. Cuando Pilato, instigado por los
principales de nuestro pueblo, lo condenó a la cruz, los que le amaban antes no pudieron olvidarle,
pues se les apareció vivo al tercer día; en efecto, los divinos profetas habían predicho de él esta y
otras mil cosas maravillosas. Los cristianos, que de él reciben el nombre, no se han extinguido
hasta el día de hoy» (Ant., XVII, 3, 3).
En la misma obra, Josefo hace otra mención de Jesús con motivo de la lapidación de
Santiago.
«Murió Festo y Albino estaba en camino. Reunió entonces el Sanedrín e hizo comparecer
ante él a Santiago, el hermano de Jesús, que había sido llamado Cristo, y a algunos otros. Una vez
que hubo formulado contra ellos la acusación de que eran infractores de la ley, se les entregó para
que fueran lapidados» (Ant., XX, 9, 1).
Como puede verse, son testimonios breves y poco detallados, pero ayudan a situar el
movimiento de Jesús en el marco de la historia profana de Israel (Flavio Josefo) y del Imperio
romano (Tácito y Suetonio).
I
EL EVANGELIO
2. BUENAS NOTICIAS
En los escritos del Nuevo Testamento, el uso del sustantivo y del verbo es llamativamente
más frecuente que en los escritos contemporáneos (54 veces el verbo y 76 el sustantivo). Esta
profusa utilización es un indicio de que dichos términos han sufrido una progresiva elaboración y
han ido adquiriendo un significado más preciso cada vez. Se pueden distinguir tres estadios: a)
Jesús anuncia la buena noticia del reinado de Dios; b) los discípulos anuncian la buena noticia de
que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; c) Marcos pone por escrito en forma de narración seguida
la buena noticia de Jesús. El traslado de sentido es notable: el que anuncia pasa a ser objeto del
anuncio y la proclamación se convierte en texto.
porque me ha ungido
para llevar a los pobres
la buena noticia de la salvación.». (Is 61,1, cit. en Lc 4,18)
El contenido esencial de su predicación es la llegada inminente del reinado universal de Dios,
cuyas exigencias son la conversión y la adhesión a esta buena noticia (cfr. Mc 1,14).
4. EL EVANGELIO
El ejemplo de Marcos fue seguido por Mateo, Lucas, Juan y otros. Con su obra, Marcos abrió
camino a un género literario nuevo que no tiene equivalente en la literatura contemporánea, y así lo
reconoció la tradición posterior, que asignó a dicho género literario el mismo nombre que definía
su contenido y lo llamó . El testimonio más antiguo de esta denominación se encuentra en san
Justino (150 d.C.):
(Apología, I, 56, 3).
Desde entonces coexisten pacíficamente las dos acepciones: evangelio designa el anuncio de
la buena noticia Jesús y Jesús, y evangelios son los escritos en los que se ha conservado dicho
anuncio en forma de narración seguida. Sin embargo, no debemos olvidar que la acepción primera,
y la más cargada de sentido, es la que alude al anuncio verbal de la buena noticia.
Dicho todo esto, tenemos que preguntarnos: ¿Cuáles son los rasgos característicos de este
nuevo género literario nacido en el seno de las comunidades cristianas del primer siglo y que no
tiene equivalente en la literatura contemporánea? La respuesta no puede ser muy precisa, pero sí lo
suficientemente clara como para reconocer el carácter peculiar de estos escritos. He aquí los rasgos
más destacados.
1. No son pura creación de sus autores, sino que están vinculados a una tradición anterior, a
la que siguen con fidelidad. El contenido fundamental de dicha tradición es la proclamación de una
noticia nueva y única: el acontecimiento central de la historia humana, la cercanía de Dios en Jesús.
Esta tradición ha sido conservada y releída constantemente a la luz de la pascua, de la Escritura
(Antiguo Testamento) y de la experiencia de la iglesia naciente.
2. El contenido de los evangelios está organizado según un trazado común, cuya base se
encuentra en la predicación cristiana primitiva, tal como podemos reconstruirla a partir de las cartas
de san Pablo y de los discursos del libro de los Hechos (véase, por ejemplo, el texto citado
anteriormente de Hch 10,37-41). Marcos se atuvo a este esquema, tomando como centro de su obra
el relato de la muerte y resurrección de Jesús.
3. Su forma externa es la de una narración histórica, pero en realidad los detalles de tipo
geográfico, temporal e incluso biográfico no tienen mucha importancia. Abundan más bien las
indicaciones genéricas: , , ... Este contraste revela un aspecto muy importante de los evangelios: su
carácter de proclamación. Sus autores proclaman el acontecimiento de la salvación al describir el
desarrollo de la existencia de Jesús. Los acontecimientos y palabras que recogen son por sí mismos
buena noticia porque se refieren a Jesús.
4. Finalmente, los evangelios son, sobre todo, un testimonio de fe. Quienes los escribieron
trataban de dar testimonio de una , de algo que había significado un punto y aparte en sus vidas y
las había orientado por un nuevo camino. Este es, quizá, el rasgo que mejor los caracteriza, el que
define con más precisión su perfil propio y su destino: entrar en diálogo de fe con sus lectores.
Entonces estuvieron destinados a diversas comunidades: Roma, Siria, Asia Menor... Hoy se dirigen
a la Iglesia entera para provocar un encuentro de fe que es nuevo en cada tiempo.
II
DEL EVANGELIO A LOS EVANGELIOS
En el capítulo que precede ha quedado claro que entre la predicación de Jesús y la redacción
final de los evangelios media un considerable espacio de tiempo. Durante aquellos años las
palabras y acciones de Jesús se fueron recordando e incluso poniendo por escrito. La experiencia de
la resurrección, la meditación del Antiguo Testamento y la reflexión sobre la vida cotidiana fueron,
sin duda, el ámbito en el que se entendieron y conservaron estos recuerdos. Antes de abordar el
estudio de los evangelios tal y como hoy los tenemos, merece la pena penetrar en esta etapa de la
historia de la iglesia en que dichos evangelios se fueron formando. Sin duda, este esfuerzo nos
ayudará a entender mucho mejor su contenido, porque sabremos situarlos en el contexto en que
dichas tradiciones vivieron y se transmitieron.
Para lograr este objetivo existen dos caminos: se puede seguir el orden de la investigación o
el de la historia. Como explicación puede servir el ejemplo de una excavación arqueológica. El
arqueólogo comienza a excavar por los estratos más recientes y poco a poco va penetrando en los
más antiguos. Este es, inevitablemente, el camino de su investigación. Pero si el arqueólogo
quisiera exponer el resultado de sus excavaciones, seguramente comenzaría por el estrato más
antiguo y describiría sus hallazgos en el sentido de la historia. Pues bien, en el caso de los
evangelios ocurre algo similar. El punto de partida son siempre los evangelios escritos, es decir, el
resultado de todo el proceso. Penetrando en ellos se descubren unidades literarias que tuvieron
antes una existencia independiente. Al mismo tiempo, a través de las cartas y el libro de los
Hechos, se pueden conocer los ambientes en los que dichas unidades se fueron conservando. Por
este camino llegamos hasta la predicación de Jesús en el seno del grupo de sus discípulos. Este es
el camino de la investigación, el que los de los evangelios han ido rastreando durante los últimos
cien años: primero tratando de descubrir las fuentes de los evangelios actuales (Crítica Literaria);
después descubriendo y clasificando las diversas unidades o para situarlas en la vida de la
comunidad (Historia de las Formas), y, finalmente, poniendo de manifiesto la importancia de los
redactores finales (Historia de la Redacción). A todos estos métodos se les conoce con el nombre
de . Inevitablemente, el especialista tiene que seguir el orden del descubrimiento; pero para una
exposición rápida se ajusta mejor el orden de la historia, porque da una visión más ordenada del
desarrollo de los acontecimientos.
Para describir cómo se fueron formando los evangelios voy a elegir este segundo camino.
Hay que saber desde el principio que se trata de una reconstrucción hipotética, aunque basada en
los datos de la investigación científica. En esta descripción del proceso tendré en cuenta los
resultados de las tres grandes escuelas antes citadas, pero también las anotaciones críticas que les
han ido haciendo. Todo ello con el único objetivo de que nos adentremos en la vida diaria del
grupo de los discípulos de Jesús y de las primeras comunidades, y desde allí podamos contemplar
el proceso que fueron siguiendo las palabras y las tradiciones sobre Jesús que luego se conservaron
por escrito en los evangelios.
El período en que se fueron gestando los evangelios puede dividirse en tres etapas:
Jesús. El es el origen del evangelio. Su predicación y sus acciones en el círculo de sus
discípulos son el contenido fundamental de esta tradición.
Las comunidades cristianas. Ellas son el lugar de transmisión del evangelio, pues las diversas
circunstancias de la vida comunitaria eran siempre motivo para recordar las palabras y acciones de
Jesús.
Los cuatro redactores. En ellos culmina todo el proceso. Herederos de una tradición sagrada,
la pusieron por escrito en forma de relato seguido, tratando de ser fieles a lo que habían recibido y
a las comunidades para las que escribieron su testimonio sobre la buena noticia de Jesús.
Jesús no escribió nada, ni sus discípulos fueron tomando al dictado sus enseñanzas. Sin
embargo, el origen de los evangelios se encuentra en él. Su vida, en continuo contacto con el grupo
de los discípulos, es la fuente a la que acudía incansablemente la comunidad cristiana. Así nació un
río de tradición que luego desembocó en los evangelios.
El único problema consiste en saber si los canales de esa tradición son fiables o si, por el
contrario, los discípulos, impresionados por la experiencia de la resurrección, transmitieron una
imagen de Jesús completamente desfigurada. Este interrogante ha ocupado y preocupado como
pocos otros a los estudiosos de los evangelios y sigue siendo todavía una cuestión abierta a la
discusión. Algunos estudios recientes sobre la tradición oral y escrita dentro del judaísmo han
contribuido a descubrir la continuidad fundamental de esta tradición Jesús y Jesús. Al estudiar este
primer eslabón de la cadena, la atención debe centrarse en tres aspectos: la predicación y las
acciones de Jesús, su relación con el grupo de los discípulos, y el impacto de la experiencia
pascual.
c) La experiencia pascual
Corresponde a otro lugar abordar la resurrección de Jesús como problema en sí. Aquí
interesa, sobre todo, una aclaración sobre el influjo de este acontecimiento fundante del
cristianismo en la transmisión y elaboración de las tradiciones que después quedaron fijadas en los
evangelios.
Tras una muerte ignominiosa, los discípulos experimentaron a Jesús resucitado. Dios ha roto
las cadenas de la muerte -decían- y lo ha manifestado vivo. Se trata de un testimonio que en la
tradición evangélica ha quedado plasmado en los relatos de apariciones y en los de la tumba vacía.
Ambos argumentos sólo son válidos desde la fe, porque pueden tener diversas interpretaciones: la
tumba vacía puede ser la prueba de que los discípulos han robado el cadáver de Jesús (Mt 28,13), y
en las apariciones, los discípulos no siempre le reconocen (Lc 24,13-35). Sin embargo, la certeza
de que Jesús había resucitado fue vivida con tal ímpetu por sus seguidores, que se convirtió en el
motor de una comunidad vigorosa, que extendió esta buena noticia por todo el Imperio romano.
Consecuentemente, la buena noticia acerca de Jesús se hizo más importante que la buena noticia
que Jesús anunciaba. Los primeros cristianos anunciaban la buena noticia de la muerte y
resurrección de Jesús (1 Cor 15 ,3ss), y desde ella entendían y proclamaban la cercanía del reinado
de Dios, que era el contenido del anuncio de Jesús.
La historia de los textos empieza aquí. La resurrección proporciona un impulso decisivo para
su difusión y conservación. Sin embargo, su influjo en este proceso ha sido interpretado de formas
diferentes. Según las posiciones más radicales de la escuela de la Historia de las Formas, la visión
retrospectiva de la vida de Jesús desde la experiencia de la resurrección no hace sino deformar los
recuerdos, proyectando sobre ellos la vivencia de la comunidad de después de la pascua, hasta el
punto de llegar a crear algunos relatos que sólo reflejan su experiencia y nada tienen que ver con el
Jesús histórico. Sin embargo, hay muchos más motivos para pensar en la fidelidad de esta
transmisión de los recuerdos sobre Jesús. Aunque son inevitables los retoques, porque estos
recuerdos se fueron conservando en el seno de una comunidad viva, ello no significa que dichos
recuerdos no se hayan transmitido con fidelidad. Para probar dicha fidelidad sería suficiente repasar
el tratamiento tan realista, e incluso negativo a veces, que reciben los discípulos en los evangelios;
una imagen que nada tiene que ver con los venerables testigos de la resurrección que presenta el
libro de los Hechos.
La resurrección de Jesús es la experiencia fundacional de la comunidad cristiana y como tal
un eslabón clave en la cadena de transmisión de los recuerdos sobre Jesús. Con una feliz imagen de
E. Charpentier, puede describirse su influjo comparando este proceso con el de la revelación de una
fotografía. La película queda impresionada al ser expuesta a la luz, pero para que esas imágenes se
hagan visibles necesita de unos líquidos reveladores. También los discípulos de Jesús habían
quedado impresionados por su actuación, e incluso habían aprendido de memoria algunas de sus
palabras más importantes, pero la experiencia de la resurrección actuó sobre estos recuerdos como
un . A la luz de esta nueva experiencia fueron recordando incluso los detalles y entendiendo su
verdadero sentido. Entonces lo que eran recuerdos y enseñanzas de un maravilloso maestro se
convirtieron en una tradición sagrada que debía ser celosamente guardada en el seno de la
comunidad cristiana. De su custodia se encargaron los que habían acompañado a Jesús desde el
primer momento:
(Hch 1,21-22).
La resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo dieron origen a la comunidad
cristiana, que rápidamente se extendió, infiltrándose en ambientes muy distintos. Esta expansión
llevaba consigo una gran vitalidad en todos los órdenes. Para orientarse en estas nuevas situaciones
los primeros cristianos siempre recurrieron a los recuerdos sobre Jesús. Por eso aquellas
comunidades fueron el lugar de transmisión de dichos recuerdos y también el seno en el que éstos
fueron puestos por escrito definitivamente en forma de relatos seguidos que dan testimonio sobre la
buena noticia de Jesús.
2. LAS COMUNIDADES,
LUGAR DE TRANSMISIÓN DE LA BUENA NOTICIA
El libro de los Hechos narra de una forma esquemática el nacimiento y la expansión de las
primeras comunidades. Con la fuerza del Espíritu, la buena noticia recorre un camino que va desde
Jerusalén hasta los confines del mundo, pasando por Samaría, Antioquía, Atenas y Roma. Las
cartas de san Pablo proporcionan muchos detalles sobre la vida de estas comunidades, sobre su
formación y expansión, las tensiones internas y externas, la relación con otras comunidades y con
los misioneros del evangelio. Ambos escritos proporcionan una buena información sobre el
ambiente en que se fue transmitiendo la buena noticia cristiana: primero de palabra (es lo que se
llama la ) y luego, poco a poco, por escrito.
Centremos la atención en el momento de la tradición oral y analicemos tres aspectos
fundamentales de este proceso que revelan la vitalidad de aquella primera hora: las tradiciones, el
contexto vital en el que se fueron transmitiendo y el modo concreto en que dicha transmisión se
efectuó.
Sentencias
Son dichos de Jesús que se han conservado generalmente en colecciones semejantes a las que
tuvo delante Mateo para componer su (Mt 5-7). Pueden ser de diversos tipos, según el estilo y la
tradición con la que se emparentan.
Los dichos proféticos suelen referirse al futuro en forma de anuncio de salvación o de
desgracia. Abarcan el oráculo, la bendición, la maldición y los demás modelos de los géneros
proféticos:
(Lc 12,32).
El contexto de los dichos jurídicos o legales se encuentra en el Pentateuco y en la literatura
rabínica. Su objeto es determinar una normativa, generalmente comunitaria:
(Mt 7,6).
Los dichos sapienciales adaptan los géneros de esta fecunda tradición bíblica que también
usaban los maestros rabínicos. Su fundamento es el mashal o comparación, e incluyen el proverbio,
la paradoja, el acertijo, etc.
(Mc 10,25).
Hay otras sentencias que llevan implícita o explícita una afirmación sobre Jesús y que están
puestas en boca suya. Se les suele llamar sentencias-yo o .
(Mc 10,45).
Parábolas
Son un género literario usado ampliamente por Jesús. A través de ellas explicó el sentido de
su anuncio sobre la cercanía del reino de Dios.
Su origen está en el mashal de la literatura sapiencial. Su forma externa varía mucho y va
desde la simple comparación hasta la historia llena de detalles significativos, pero en su forma más
común se trata de una breve historia fácil de recordar y verosímil; una historia de la vida diaria que
lleva a los oyentes a emitir un juicio sobre dicha situación, sin darse cuenta de que así están
enjuiciando su propia vida. Los detalles deben ser también verosímiles, pero el centro de interés
reside sólo en un aspecto de la historia. Así, por ejemplo, la parábola del sembrador (Mc 4,3-9) no
se refiere, en su forma más original, a la suerte de los distintos granos sembrados, sino que reclama
la atención del oyente sobre un hecho sorprendente: una cosecha del treinta, sesenta o ciento por
uno en una agricultura en la que el siete u ocho por uno se consideraba una cosecha excelente.
Sentencias enmarcadas
Técnicamente reciben el nombre de . Se trata de dichos de Jesús que se encuentran en la
actualidad insertos en un relato. En este caso, el interés del relato no reside en lo que se narra, sino
en las palabras de Jesús. Se trata de narraciones cortas y bien terminadas de las que se echaba mano
para la predicación.
Con un ejemplo será fácil descubrir sus características. Leamos Mc 2,1-12 y fijémonos en
estos rasgos:
– Es un relato bien terminado.
– Es breve y sencillo (no existe interés biográfico ni por la enfermedad).
– Posee rasgos edificantes (romper el techo).
– El acento recae en las palabras de Jesús (son el eje de toda la escena).
– Al final, el resultado se condensa en una frase que recoge la reacción de la gente.
Un grupo importante de sentencias enmarcadas es el que componen los relatos de vocación
(Mc 1,16-20 y par.; Lc 9,57-62 y par.).
Relatos de milagros
A diferencia de las sentencias enmarcadas, en los relatos de milagros el acento no recae en la
palabra de Jesús, sino en su poder sobrehumano. Puede compararse el relato de la curación del
paralítico (Mc 2,1-12) con el de la curación de la hemorroisa y la hija de Jairo (Mc 5, 21-13) para
apreciar las diferencias. He aquí los rasgos distintivos del relato de milagro:
– Petición de ayuda: .
– Datos exhaustivos sobre la enfermedad: .
– Curación: .
– Al final se insiste en el carácter milagroso de dicha curación.
Controversias
La controversia o disputa era un género muy usado entre los especialistas de la Ley. En ellas
se usaban con profusión pasajes de la Escritura y se hacía de ellos una interpretación que probara la
propia posición frente al adversario.
Su esquema consistía en preguntas y respuestas, pero a veces revestía formas más
complicadas, como en el caso de Mc 11,27-33 y par.:
– Pregunta del adversario (v. 28).
– Contrapregunta (vv. 29-30).
– Respuesta del adversario (vv. 31-33a).
– Respuesta de Jesús (v. 33h).
Fue, sin duda alguna, un género usado por Jesús con singular maestría en sus discípulos con
los entendidos de la Ley, y también por los discípulos de origen judío que entraban en conflicto con
sus antiguos correligionarios. El evangelio de Mateo ofrece buenos ejemplos de esto. A modo de
ejemplo, puede leerse la secuencia de Mt 22,15-16 que refleja la costumbre que tenían los rabinos
de hacerse plantear tres cuestiones y a continuación interrogar ellos a los discípulos.
Primero y ante todo les transmití lo que yo mismo había recibido: que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a lo anunciado en las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al
tercer día, conforme a lo anunciado en las Escrituras; que se apareció a Pedro y más tarde a los
Doce» (1 Cor 15,1-5).
Este es el esqueleto fundamental del anuncio cristiano: el hecho de la muerte y resurrección
de Jesús, comprobable gracias a la sepultura y a las apariciones, y conforme a las Escrituras. En
este contexto se desarrollaron las tradiciones sobre la muerte y resurrección de Jesús, así como el
recurso al Antiguo Testamento, cosa fácil de entender si se tiene en cuenta que la sinagoga y los
círculos judíos fueron los primeros destinatarios de tal anuncio.
Este núcleo del anuncio cristiano se fue desarrollando. A partir de las cartas de san Pablo,
principalmente de Gál, 1 Tes, 1 Cor y Rm, puede recomponerse lo que suele llamarse el , que
contenía las siguientes afirmaciones: se han cumplido las profecías y se ha inaugurado la edad
nueva por la venida de Cristo (Rm 1,1-2), el cual nació del linaje de David (Rm 1,3); murió, según
las Escrituras, para liberarnos de la perversa edad presente (Gál 3,1; 1,3-4; 1 Cor 15,3; Rm 8,34a);
resucitó al tercer día (1 Cor 15,4-5; Rm 8,34b); está sentado a la diestra de Dios como Hijo y Señor
(Rm 1,4; 8,34), y vendrá de nuevo como juez y salvador de los hombres (1 Tes 1,10; Rm 2,16).
Lo mismo podemos hacer tomando los discursos del libro de los Hechos, que recogen una
versión más desarrollada del mismo anuncio y que se remonta a época muy temprana (Hch 2; 3; 4;
5; 10; 13). Su contenido puede resumirse así (entre paréntesis sólo las citas de Hch 2): ha llegado el
tiempo de la plenitud (2,16) mediante Jesús, el cual desciende de David (2,30-31); ejerció su
ministerio en el país de los judíos (2,22), murió (2,23) y resucitó (2,24); desde entonces está
exaltado a la diestra de Dios (2,33-36) y presente en la Iglesia a través del Espíritu (2,33). La
consumación de la era mesiánica está próxima (3,21). Por eso se hace este anuncio de salvación y
se invita a todos a la conversión (2,37-39).
A primera vista se advierte la diferencia entre ambos resúmenes del anuncio cristiano. El de
Pablo está fundamentalmente centrado en el acontecimiento pascual, mientras que el de Hechos se
remonta al ministerio de Jesús y deduce las consecuencias de este anuncio invitando a la
conversión. El desarrollo progresivo de este esquema formó el esqueleto de los evangelios actuales,
en torno al cual se fueron conservando y transmitiendo muchos recuerdos sobre Jesús útiles para
esta primera predicación.
Todo lo que precede se refiere al o primer anuncio cristiano, pero ya hemos dicho que éste
no es el único aspecto del anuncio del evangelio. Para completar el cuadro hay que hablar también
de la predicación en sentido amplio y de la controversia. Podemos imaginar fácilmente cuál era el
ámbito propio de ambas actividades si observamos la relación que Pablo tiene con sus comunidades
y con los adversarios de su predicación, tal como lo reflejan sus cartas.
Para completar y hacer más creíble la presentación del mensaje, los predicadores utilizaban
seguramente ejemplos sacados de la vida de Jesús, que también fueron utilizados, como veremos,
en la catequesis. De entre ellos, los relatos de milagros fueron sin duda los más usados. Los
recuerdos de Jesús como (Hch 2,22) y el impacto que estos gestos causaron entre sus
contemporáneos debieron estar constantemente en boca de los predicadores cristianos, que
intentaban por medio de estos relatos, provocar una respuesta de fe. Este rasgo es precisamente el
que distingue los milagros evangélicos de otros relatos contemporáneos similares.
Junto a los milagros, las controversias de Jesús con los maestros de su tiempo debieron
conservarse también en este marco general del anuncio del evangelio. Sus destinatarios eran los
judíos no cristianos, en quienes los primeros predicadores cristianos encontraron una oposición
encarnizada. ¿Cómo explicar que el Mesías prometido por Dios hubiera muerto de forma tan
humillante? Los recuerdos de las controversias de Jesús con sus contemporáneos les mostró un
camino para interpretar la Escritura desde un nuevo punto de vista. Probablemente ésta es la razón
de que los evangelios contengan tantas de estas controversias y de que uno de ellos, el de Mateo, se
sitúe plenamente en este contexto de controversia entre la iglesia cristiana e Israel.
La catequesis
(Hch 2,41s). Los que creían el anuncio de la buena noticia tenían que ser instruidos después
en las Escrituras y sobre todo lo concerniente a Jesús. La de Felipe al ministro de la reina de
Etiopía (Hch 8,26-40) es un ejemplo típico de esta actividad.
A medida que el número de miembros iba aumentando se hacía necesaria una instrucción más
cuidada. Además de los apóstoles, un grupo de se encargaba de ello (Hch 13,1; 1 Cor 12,28; Ef
4,11; Sant 3,1). Su cometido era explicitar el anuncio de la buena noticia y descubrir las
consecuencias que éste tenía para la vida diaria. Fundamentalmente se trataba de una instrucción
detallada sobre todas aquellas cosas que un nuevo discípulo debía conocer: la vida y enseñanzas de
Jesús, la celebración, el modo de comportarse en la vida...
En este ámbito de la catequesis se conservaron muchos recuerdos, enseñanzas de Jesús. Los
nuevos creyentes, que no habían conocido al Maestro, estaban deseosos de escuchar los relatos de
su vida, sus milagros, sus parábolas, sus enseñanzas. Como consecuencia, dichos relatos y
enseñanzas llegaron muchas veces a los evangelistas en el lenguaje que es propio de la catequesis.
Pero no sólo les guiaba el interés de conocer las enseñanzas y la vida de Jesús, sino que
también buscaban en la catequesis una orientación sobre cómo conducirse en la vida. Esta
preocupación ética tuvo gran importancia en la transmisión de las palabras y ejemplos de la vida de
Jesús, porque en ellos se buscaban orientaciones concretas para las diversas circunstancias. El
capítulo 7 de la primera carta a los Corintios es un buen ejemplo. Los cristianos de Corinto le
preguntan a Pablo sobre el matrimonio. El responde: (1 Cor 7,10). El Señor ya habló sobre esto,
viene a decirles, recuerden lo que dijo: (Mc 10,9). En otras ocasiones se citan también las palabras
de Jesús con el objeto de iluminar una situación concreta (por ejemplo, Hch 11,16); pero, aunque
no se diga, ésta es la intención de muchos de los relatos y enseñanzas de Jesús que fueron luego
recogidos en los evangelios. A veces se conservaron porque en sí mismos eran una fuente de
instrucción, como en el caso de las enseñanzas que Mateo reúne en el sermón del monte; otras
veces se introducían ligeras modificaciones en los relatos sobre Jesús o en las conclusiones de sus
parábolas que tienen una clara finalidad catequética. Este es el caso, como ha mostrado G.
Bornkamm, del relato de la tempestad calmada: en Marcos (4, 35-41) se trata de un simple relato
de milagro; mientras que Mateo (8,23-27), introduciendo diversas modificaciones, lo convierte en
un relato catequético. Insiste en la presencia de los discípulos, que siguen en todo momento a Jesús,
y sitúa el relato en un contexto en el que se habla de dicho seguimiento (8,19-22; 9,9). El relato de
milagro queda convertido, así, en una catequesis sobre el seguimiento de Jesús.
Este tipo de modificaciones, así como las consecuencias que se deducían de la enseñanza de
Jesús para las circunstancias concretas (cfr. 1 Cor 7; Hch 11,16s), son un fenómeno fácilmente
explicable: el contexto en que Jesús vivió y enseñó y aquel en que se desarrollaron las primeras
comunidades cristianas eran notablemente diversos. Jesús, ciertamente, dio algunas orientaciones
concretas sobre cómo actuar, pero él se dirigía a un grupo itinerante y radical. El movimiento de
Jesús nació en los caminos de Galilea, sin casa fija y sin un lugar donde ; era un movimiento
carismático que creció en un ambiente sobre todo rural. En cambio, las primeras comunidades
cristianas vivían asentadas en ciudades; exceptuando a algunos misioneros itinerantes, eran
comunidades sedentarias, con preocupaciones a veces diferentes de las del grupo de discípulos de
Jesús. Sin embargo, en todo momento recurrieron a sus enseñanzas tratando de aplicarlas a las
situaciones concretas que vivían. Conservaron siempre, como una sagrada tradición, la referencia a
las opciones radicales del movimiento itinerante de Jesús como el modelo con el que
constantemente tenían que comparar su vida.
El esfuerzo de adaptación se observa también en los dos tipos de catequesis que desde muy
pronto se desarrollaron en las comunidades cristianas: una dirigida a los creyentes de origen judío y
otra a los de origen griego. Ambas se basaban en las palabras o ejemplos de Jesús y trataban de
aplicar su sentido a un auditorio concreto.
Mt 6,5-15 y Lc 11,1-13 son dos catequesis sobre la oración. Ambas se basan en la oración
del , pero difieren al explicar el sentido de dicha oración. Mateo se dirige a cristianos de origen
judio, y por eso parte del precepto de orar y tiene en cuenta cómo se ponía en práctica este
precepto: ; la oración ha de ser en secreto y dirigida a Dios. Lucas, por su parte, toma como punto
de partida el ejemplo de un amigo que insistentemente pide unos panes a otro amigo. El objeto de
la catequesis recogida por Lucas es mostrar que esta oración identifica al grupo de los discípulos
frente a otros grupos: .
Otros ejemplos, sobre todo de catequesis dirigida a ambientes judíos, se encuentran en Mt 5-
7 como conjunto, y en la Enseñanza de los doce apóstoles, un escrito judeocristiano del siglo I, que
recoge numerosos elementos de esta tradición. En él se desarrolla una completa catequesis
prebautismal (Did 7,1) que presenta dos caminos posibles e invita a optar por uno de ellos (Did 1-
6).
En todo este proceso de adaptación, en el que las enseñanzas y los ejemplos de Jesús fueron
recordados como modelo perenne de un estilo de vida, la aplicación a las circunstancias concretas y
a los diversos auditorios ciertamente introdujo retoques, pero la fidelidad fue la nota dominante.
Precisamente si acudían a ellos era para buscar un modelo. En este contexto vital se transmitió la
mayor parte de los materiales y tradiciones que hoy encontramos en los evangelios.
La celebración
(Hch 2,42), celebraban el bautismo (Hch 2,41; 8,36-39) y tenían, además, otras expresiones
de culto: el beso santo, ayunos y oraciones, imposición de las manos, etc. Hasta una lectura
superficial del Nuevo Testamento revelaría la experiencia celebrativa de las primeras comunidades
cristianas como uno de sus ámbitos más íntimos y más expresivos. En la celebración los que habían
acogido el mensaje de la buena noticia y procuraban vivir según sus exigencias, podían expresar el
gozo de haber encontrado el camino de la vida o elevar sus súplicas en los momentos de dificultad
y, sobre todo, podían hacer presente la entrega redentora de Jesús. Nacen los himnos, las
aclamaciones, los relatos litúrgicos y al calor de esta tradición sagrada se conservan otros muchos
recuerdos sobre Jesús.
Desde el principio, la fracción del pan fue la celebración cristiana más característica. La
expresión se refiere a la celebración de la Eucaristía como afirma san Pablo: (1 Cor 10,16). Era un
encuentro fraternal que tenía lugar en las casas (Hch 2,46), en el que hacían presente la última cena
de Jesús con el grupo de los Doce. Con este gesto simbólico de partir el pan para repartirlo y pasar
la copa, el Señor les había explicado el sentido de su muerte y les había encargado que repitieran
este mismo gesto en memoria suya. Era algo que no podían olvidar. San Pablo se lo transmitió a los
corintios (1 Cor 11,23-25) y los evangelistas lo relataron con precisión para que no se borrase el
recuerdo de las palabras y los gestos de aquella noche (Mc 14,22-26 y par.). La celebración de la
Eucaristía influyó, sin duda, en otros relatos de la vida de Jesús, especialmente en el de la
multiplicación de los panes (Mc 6, 30-44; 8,1-10 y par.). Ligeras alusiones verbales (por ejemplo,
y (Mt 14,19; Mt 26,26) revelan esta conexión que Juan (Jn 6) expresó con más claridad. Con gran
probabilidad puede decirse lo mismo de los relatos de la pasión que se narraban en las
celebraciones eucarísticas y de algunos otros relatos del primer evangelio que deben en parte su
estilización e hieratismo a la recitación repetida en las celebraciones litúrgicas.
Otro contexto importante es el de la celebración del bautismo. Este tenía lugar después del
anuncio de la buena noticia: (Hch 2,41), y respondía a la invitación con que concluía el anuncio
cristiano: (Hch 2,38). Consistía en un rito en el curso del cual el nuevo discípulo era consagrado a
Cristo (Hch 8,36-39; Rm 6,3; Gál 3,27; etc.), se invocaba el nombre de Jesús, y más tarde el del
(Mt 28,19; Did 7,1) y seguramente se cantaban himnos de inspiración bautismal (1 Pe 1,3-5; 2,22-
25; 3,18-22; Ef 5,14). Aunque la evolución concreta de esta celebración es un poco confusa, no
cabe duda de que también en torno a ella se conservaron recuerdos de la vida de Jesús,
especialmente del comienzo de su actividad pública, relacionada con Juan el Bautista y marcada
por el bautismo del propio Jesús.
Con una división artificial, pero útil, hemos ido describiendo lo que debió ser el contexto en
que se desarrollaba la vida de las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades fueron el
vehículo de transmisión de las tradiciones evangélicas. Es evidente que se trata de una división
hipotética: primero porque no es fácil determinar en qué ámbito concreto se transmitió tal o cual
forma literaria, pero sobre todo porque la vida de dichas comunidades era mucho más compleja y
cualquier encuentro informal era bueno para aclarar o traer a colación una palabra o un recuerdo
sobre Jesús. En la vida diaria de la casa, la calle, el mercado, la plaza pública o las reuniones del
grupo de los creyentes el contenido de la se fue haciendo cada vez más explícito y concreto; se fue
aplicando a las circunstancias concretas: al estilo de vida, a las decisiones cruciales y a las de cada
día. El evangelio se fue encarnando en la vida de aquellos primeros discípulos y ha llegado hasta
nosotros impregnado de esta vida. Una vida que era plural según las características de cada
comunidad y cada contexto histórico.
Hasta aquí hemos hablado de las tradiciones y del contexto vital en el que se transmitieron.
Deberíamos pasar al tercer momento: la redacción de los evangelios. Sin embargo, vamos a
detenernos un poco en el modo de transmisión. ¿Cómo se transmitieron estas tradiciones? ¿Fue
dicha transmisión obra de un grupo sin guías o de una comunidad organizada? Estas preguntas no
carecen de importancia, pues afectan a la fidelidad con que se efectuó dicha transmisión.
La etapa final de todo este proceso de sedimentación fue la redacción definitiva de los
evangelios, que abarca el momento de la fijación por escrito desde los primeros o colecciones de
dichos y relatos hasta los cuatro evangelios recogidos en el canon del Nuevo Testamento.
En algún momento los cristianos debieron sentir la necesidad de fijar por escrito la tradición
que se transmitía oralmente. Probablemente les movió a hacerlo el hecho de que los testigos
oculares estaban empezando a desaparecer, unos por causa de las persecuciones y otros por causa
de la edad (recordemos que los evangelios se compusieron entre los años 70 y 90). Ellos eran los
transmisores más fidedignos y era conveniente poder contar con su supervisión a la hora de recoger
de forma definitiva los recuerdos sobre Jesús. Las distintas interpretaciones que se empezaban a
hacer por entonces de la buena noticia pudieron ser una razón adicional: era preciso tener una
interpretación autorizada, y sobre todo había que vincular a la historia concreta a aquel Jesús cuya
muerte y resurrección anunciaban sus discípulos. Con todo, el principal móvil de la redacción de
los evangelios debió ser la necesidad que sentían las comunidades de tener un relato seguido de lo
que (Hch 1,1) como punto de referencia para su vida. Marcos hizo el primer ensayo y su ejemplo
cundió en seguida. Señal de que esta necesidad realmente existía.
La forma en que se llevó a cabo dicha fijación por escrito sólo puede conocerse por
conjeturas, pero hay dos datos firmes en los que podemos apoyarnos para conocer este proceso: la
existencia de fuentes escritas que los evangelistas consultaron para sus obras y el trabajo
redaccional de cada uno de los evangelistas. Ambos momentos han sido ampliamente estudiados
por la escuela de la Crítica Literaria (fuentes) y la de la Historia de la Redacción (trabajo
redaccional) y son aspectos relativamente bien conocidos.
1) La cuestión sinóptica
Leyendo los tres evangelios sinópticos con un poco de detenimiento en seguida se advierten
sus numerosas semejanzas. Precisamente se llaman sinópticos porque si los colocamos uno junto a
otro y los miramos conjuntamente (Syn = conjuntamente; opsis = mirada) dan la impresión de ser
parecidos.
Sin embargo, junto a estas semejanzas innegables, se advierten notables diferencias: mientras
que Marcos tiene sólo 16 capítulos, Mateo tiene 28 y Lucas 21. Mateo y Lucas narran la infancia de
Jesús, mientras que Marcos no lo hace.
La constatación de estas semejanzas y diferencias, de esta concordia discordante, planteó la
llamada , que no es otra cosa que la comparación sistemática de estos tres evangelios para tratar de
descubrir y describir las fuentes que utilizaron en su composición.
Estas semejanzas y diferencias no sólo afectan al material recogido por los evangelistas, sino
también al orden en que lo han recogido, e incluso a las expresiones concretas. Y cuando se llega a
tales niveles de coincidencia hay que pensar que entre ellos existe una dependencia literaria: o bien
unos evangelistas han tenido en cuenta la obra de otros, o bien todos han consultado una fuente
común. Si se baja a los detalles concretos la cosa se complica enormemente, y buena prueba de ello
es la cantidad de soluciones diversas que a lo largo de este siglo se han propuesto para resolver esta
cuestión.
Algunos solucionan el problema diciendo que todos los evangelistas tuvieron presente un
evangelio primitivo escrito en arameo. Otros proponen la idea de unos fragmentos no identificados
consultados por los evangelistas o bien de la tradición oral como fuente única de información.
Durante mucho tiempo la hipótesis más utilizada ha sido la de las dos fuentes. Según esta
teoría, Mateo y Lucas tuvieron como fuentes principales a la hora de redactar sus obras el
evangelio de Marcos y una hipotética colección de dichos de Jesús que Marcos o no conoció o no
quiso insertar en su relato y que se denomina F (en alemán, Q, del sustantivo Quelle = fuente).
Además de estas dos fuentes, cada uno de ellos dispuso de una información complementaria que le
es propia.
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gráfico pg 75
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Esta hipótesis tiene la ventaja de ser muy pedagógica y de responder bien a la mayoría de los
datos del problema: dependencia de Mt y Lc respecto de Mc, coincidencias de Mt y Lc en parte del
material que no copian de Mc, y material propio de ambos. Además, la existencia de la hipotética
fuente F puede explicarse a partir de colecciones semejantes que hoy conocemos, como la
colección de dichos conocida como , que fue encontrada en la biblioteca de Nag Hammadi. Se trata
de un escrito en copto que es traducción del griego y que en su versión más antigua pudiera
fácilmente remontarse a la época en que fueron redactados los evangelios canónicos.
A pesar de su claridad, la hipótesis de las dos fuentes es hoy ampliamente discutida. Hay
muchos datos en contra de ella. Recientemente se han propuesto otras soluciones al problema. La
novedad de éstas consiste en afirmar la existencia de documentos escritos y de diversas redacciones
de los evangelios actuales. Es la llamada hipótesis documentaria. La propuesta más completa es la
de Boismard. Se basa en un estudio minucioso de cada uno de los textos y responde a casi todos los
problemas, pero resulta demasiado complicada. Supone cuatro estratos: la tradición oral, las fuentes
de cada evangelio (A, B y C) más otra fuente (F), una primera redacción de los evangelios y,
finalmente, los evangelios tal como hoy los tenemos:
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gráfico pg 75
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En todos los casos se trata de hipótesis que intentan explicar un hecho: la existencia de
fuentes que fueron utilizadas en la redacción de los evangelios. Queda claro que, además de la
tradición oral fielmente transmitida en el seno de las comunidades, los evangelistas tuvieron a su
disposición documentos escritos, probablemente colecciones de sentencias y parábolas, de relatos
de milagros, de controversias, etc. No podemos saber con exactitud cuáles y cuántas fueron en cada
caso, pero lo cierto es que no puede dudarse de su existencia. Estos documentos que sirvieron como
fuentes son un eslabón importante en la cadena de transmisión del material evangélico.
b) El trabajo redaccional
De haber tenido en cuenta sólo los resultados de la escuela de la Historia de las Formas, o del
análisis de la Crítica Literaria, veríamos en los evangelios una mera colección de materiales de
procedencia diversa. Sin embargo, los evangelios son algo más que una antología de textos. La
orientación de cada uno de ellos, e incluso los contenidos, son distintos. Los evangelistas dejaron
impresa una huella personal en sus obras. Son verdaderos autores que seleccionaron y organizaron
los documentos y tradiciones que ya existían para dar a sus comunidades una respuesta sobre los
fundamentos de la buena noticia. Por eso la tarea que se impuso la escuela de la Historia de la
Redacción fue, precisamente, la de poner de manifiesto la impronta propia de cada uno de los
evangelios y (Conzelmann), es decir, leer cada evangelio desde su redacción final.
En su trabajo, los redactores tuvieron que conjugar diversos datos. En primer lugar, la
tradición recibida dentro de la Iglesia; una tradición que debían investigar cuidadosamente y a
fondo (cfr. Lc 1,3) y a la que tenían que ser fieles. En segundo lugar, las comunidades desde y para
las que escribían. No era lo mismo escribir un evangelio destinado a comunidades judeocristianas
(Mateo) que hacerlo para comunidades de origen helenista (Lucas). Esta circunstancia condicionó
mucho la tarea de los evangelistas, que tuvieron que poner en juego sus aptitudes y sensibilidad
literaria para agrupar, seleccionar, ordenar y redactar de forma seguida la tradición recibida, de
modo que fueran fieles a ella, y a la vez pudieran transmitir su propia comprensión de la buena
noticia: la transmisión de la entraña una cierta .
A través de una comparación entre los diversos evangelios se descubren algunos de los
procedimientos utilizados en esta redacción final, procedimientos fácilmente imaginables si se tiene
en cuenta todo el proceso anterior. Fundamentalmente pueden reducirse a estos tres:
– Selección del material. Los evangelistas no utilizaron todas las tradiciones que conocían,
sino que, guiados por una intencionalidad concreta, hicieron una selección de dicho material (cfr.
Jn 20,30s).
– Disposición y articulación del material recibido. Un simple cambio de orden puede ser un
indicador teológico importante. Así, por ejemplo, el hecho de que Lucas invierta el orden de las
dos últimas tentaciones con respecto a Mateo se debe a la intención de que el episodio termine en
Jerusalén, que es un lugar clave en el trazado de su obra (cfr. Lc 1,1-13 y Mt 4,1-11).
– Acomodación de los materiales. Al introducirlos en un contexto determinado estos
materiales sufren modificaciones que también son significativas. Los procedimientos son variados:
mejoras estilísticas, aclaración del texto base, transposición de una perícopa fuente, alteración del
documento base, etc. (Una lista completa de estos procedimientos se puede encontrar en el libro de
Zimmermann, pp. 244-253.)
El resultado de todo este trabajo redaccional son los cuatro evangelios. En cada uno de ellos
su autor trató de hacer una presentación concreta de la buena noticia acomodada a las necesidades
de un auditorio concreto.
Aquí culmina el camino que venimos describiendo. El objeto de esta larga descripción no ha
sido otro que introducimos en las raíces de los evangelios actuales para que podamos
comprenderlos mejor. Ahora nuestro estudio ha de centrarse en cada uno de los evangelios, pero
antes de hacerlo hemos de completar lo ya dicho con una reflexión sobre el tramo que va de los
evangelios a nosotros.
4. LOS EVANGELIOS,
ENTRE EL ACONTECIMIENTO Y NOSOTROS
Si hemos seguido el proceso de formación de los evangelios no ha sido sólo por una
preocupación erudita. Nos ha guiado también la preocupación de saber si éstos son un buen camino
para llegar a Jesús, si podemos fiarnos de ellos para acceder al acontecimiento fundamental de
nuestra fe. Al final de este camino podemos hacer un resumen de este proceso.
El orden histórico recorre cuatro etapas: el acontecimiento, las comunidades, los redactores y
nosotros. Entre la redacción final y nosotros discurren diecinueve siglos, pero sabemos que durante
este tiempo el texto de los evangelios ha sido conservado y transmitido con una minuciosa
fidelidad. Los estudios de la crítica del texto han mostrado que el Nuevo Testamento es, con
mucho, el texto mejor conservado de toda la historia de la literatura universal. De modo que de un
salto nos podemos colocar en la época en que fueron redactados los evangelios. Entre el
acontecimiento y nosotros se encuentran, por un lado, los redactores, y por otro, las comunidades.
Ambos recibieron, interpretaron y transmitieron la tradición sobre Jesús. Ya hemos visto cómo lo
hicieron, pero no estará de más alguna reflexión que sitúe las cosas al final del camino:
– Los evangelios son, ante todo, testimonios de fe que tratan de poner a sus lectores en
contacto con Jesús de Nazaret. No son biografías, ni apologías, ni relatos asépticos; su objetivo es
transmitir unos acontecimientos que cambiaron la vida de muchas personas. El redactor de los
evangelios se entiende a sí mismo como un testigo que contempla la historia de Jesús desde su fe y
se dirige a otros que tienen la misma experiencia: (Lc 1,4), le dice Lucas a Teófilo en la
dedicatoria de su evangelio.
– El acceso al acontecimiento pasa necesariamente a través de estas mediaciones. Por eso es
importante conocer el proceso que hemos descrito, porque ayuda a comprender las circunstancias
concretas en que se transmitió la tradición sobre Jesús, las motivaciones y los condicionamientos
que tenían quienes tomaron parte en dicho proceso, etc. De este modo podemos hacernos una idea
más exacta de lo que ocurrió en aquellos cuarenta años que van desde la muerte de Jesús hasta la
redacción del primer evangelio y podemos comprobar la fidelidad fundamental de dicha
transmisión.
– Como consecuencia de todo esto se puede afirmar que los evangelios son seguramente la
vía ideal para acceder al acontecimiento desde una perspectiva de fe. Si en vez de tener los
evangelios tuviéramos una fría relación de las cosas que Jesús hizo y dijo, seguramente no seríamos
capaces de captar lo más profundo de su secreto. Tendríamos la , sin mas. Y, sin embargo, lo que
tenemos es una , es decir, una noticia que es buena para quien la cuenta, y por eso la cuenta así.
En los evangelios se encuentra una tradición a la luz de la fe en el Señor resucitado. La
misma fe que impulsa a los creyentes a querer conocer más sobre Jesús. Tanto los evangelios como
sus lectores están en la misma y pueden entenderse perfectamente. Si además el lector es capaz de
reconocer las huellas del proceso en el que se hizo dicha relectura, entonces estará en condiciones
de comprender perfectamente el sentido de lo que transmiten los evangelios. El objeto del recorrido
que hemos hecho en este capítulo ha sido precisamente abrir las puertas a este horizonte de
comprensión.
III
LEER LOS EVANGELIOS HOY
De lo que venimos diciendo se deduce que los evangelios son testimonios vivos de una
experiencia fundamental para la fe cristiana y son además la mejor vía de acceso a ella. Se sitúan,
como acabamos de decir, entre nosotros y el acontecimiento, formando una especie de puerta
obligada para quien quiera llegar a encontrarse con la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret.
Este es precisamente el interés que guía a casi todos los que se acercan a ellos: llegar a
encontrarse con Jesús. Y es tanta la urgencia que los mueve, que normalmente eligen el camino
más corto y se instalan al nivel del acontecimiento olvidando la mediación del evangelista, que
transmite la experiencia de Jesús a las comunidades cristianas del siglo I. Este es un fenómeno
bastante común también en la lectura de otras narraciones, es lo que R. Bartbes llama la .
Efectivamente, en los relatos el autor tiende a colocarse fuera de la escena, entre bastidores,
creando así al lector la de que está en contacto directo con los sucesos que le narra. Y, sin
embargo, el autor está muy presente; tanto, que sin él no sería posible llegar al acontecimiento. Así,
pues, quien se disponga a escuchar cualquier relato no debe olvidar nunca a quién se lo está
contando, porque es inevitable que al contárselo lo haga desde su propio punto de vista.
En el caso de los evangelios, este proceso es todavía más complejo. Ahora que conocemos el
largo y accidentado camino de su formación, sabemos un poco más sobre la naturaleza de este
eslabón intermedio, que son los redactores de los mismos. Ya no podemos caer en la trampa de
preguntar: ¿por qué no quiere Jesús que los demonios conozcan su identidad en el evangelio de
Marcos?, ¿por qué recorre Jesús un camino tan dilatado en el evangelio de Lucas?, sino que más
bien empezaremos a preguntarnos por el interés de Marcos y Lucas al presentar así las cosas.
Conociendo el proceso de transmisión de las tradiciones sobre Jesús y el trabajo redaccional de los
evangelistas, hemos comenzado a cultivar un reflejo muy importante en la lectura de los
evangelios: distinguir entre el nivel del texto y el nivel de los acontecimientos; dos niveles de
lectura que desembocan en un tercero: el nivel del sentido, es decir, el que intenta responder a esta
pregunta: ¿qué significa para nosotros este relato hoy?
En los siguientes capítulos nuestro interés principal será descubrir las intenciones del autor
que tiende a ocultarse, y la experiencia de la comunidad en la que vive: nos situaremos
principalmente al nivel del texto. Esto significa que no haremos una lectura completa sólo
iniciaremos el camino, dejándolo abierto para que cada uno pueda continuarlo, distinguiendo entre
el acontecimiento y los intereses desde los que cada evangelista los cuenta. Así podrá descubrir que
esa misma experiencia de los primeros discípulos habla también a su experiencia. Pero antes de
iniciar dicha tarea puede servirnos de orientación señalar qué pertenece a cada uno de estos niveles.
Esta debe ser la actitud de un lector avisado: situarse al nivel del texto como punto de partida,
es decir, contemplar el relato desde el contexto en que fue compuesto, leer el evangelio desde la
situación en la que fue escrito y desde el punto de vista de quien lo escribió.
No es una tarea fácil. Muchas veces quien la emprende tiene que moverse en las arenas
movedizas de las hipótesis. Y sin embargo, los esfuerzos realizados en este sentido tienen su
recompensa, porque esta forma de leer los evangelios conduce hasta el corazón mismo de las
primeras comunidades cristianas y hace que descubramos en estos escritos tan antiguos una
experiencia de fe que nos ayuda a entender y alimentar la nuestra.
Para situarse adecuadamente al nivel del texto hay que tener en cuenta tres aspectos
importantes: las circunstancias históricas en que nació y el ambiente social que refleja, la estructura
literaria del conjunto de la obra y los aspectos teológicos en los que más insiste. Si logramos
conocer estas tres dimensiones, entonces podremos colocarnos en la situación de Marcos, Mateo o
Lucas cuando escribieron su evangelio y empezaremos a entender el porqué de sus insistencias y de
sus omisiones. Comprenderemos entonces que su intención era la de ser fieles a la tradición
recibida, pero teniendo en cuenta a sus destinatarios. Para ellos escribieron sus relatos con la
esperanza de poder transmitirles de forma significativa la tradición que ellos habían recibido sobre
Jesús.
Así pues, cada uno de los evangelistas, influido por la situación que estaba viviendo su
comunidad, reunió y organizó las tradiciones recibidas de una forma concreta, y eso es lo que
tenemos en los evangelios. Nosotros no podemos prescindir de este dato al leerlos. Al contrato, el
mejor camino es comenzar a hacerlo desde esta perspectiva, y desde ella plantear las otras
preguntas. Esto es precisamente, lo que intentaremos hacer en los capítulos siguientes: situarnos al
nivel del texto y dejar abierta la lectura a otros niveles.
2. ¿Y LA HISTORIA QUE?
Hay todavía un tercer nivel de lectura que traspasa los límites del texto e incluso del
acontecimiento y llega hasta el hoy intentando responder a preguntas como éstas: ¿Qué sentido
tiene para nosotros lo que se cuenta en los evangelios? ¿Tiene actualidad su mensaje? ¿Cómo puede
sernos de ayuda su lectura? Es evidente que si nos acercamos a los evangelios no lo hacemos por
un mero interés histórico o literario. Sencillamente, no sentimos el mismo interés por otros libros
de aquella época. Si nos sentimos atraídos por su lectura es porque esperamos que iluminen nuestra
experiencia creyente y porque creemos que todavía hoy pueden decirnos cosas importantes.
El tipo de lectura que debe hacerse a este nivel viene exigido por la misma naturaleza de los
evangelios. Ya hemos dicho que éstos son ante todo testimonios de fe. No son simplemente una
colección de , sino la proclamación de una , y por eso, quien quiera captar toda su profundidad
tendrá que sintonizar con ellos a este nivel y leerlos desde su propia experiencia de fe en Jesús.
Entonces es cuando el lector percibirá sus auténticas dimensiones y se dará cuenta de que la
experiencia que en ellos se narra le ayuda a entender y a ensanchar los horizontes de la suya propia.
Sin este componente el proceso de comprensión no está completo.
En las páginas que siguen tampoco ésta será nuestra tarea principal, y, sin embargo, en ellas
se encontrarán numerosas pistas para pasar a la actualización, pues quien vive desde la fe en Jesús
no puede prescindir de ello al recordar la experiencia de los primeros discípulos. En cualquier caso,
quien escribe estas páginas abriga la secreta esperanza de que así ocurra en cada una de ellas y de
que el conocimiento de los evangelios sea una ayuda para interpretar y ensanchar los horizontes de
la experiencia de fe de quienes se acercan a los evangelios con una actitud creyente. De este modo
se hará realidad la intención de quienes los escribieron: (Jn 20,31).
BIBLIOGRAFIA
El evangelio según sin Marcos es el más breve de todos. Consta sólo de dieciséis pequeños
capítulos y en las ediciones de bolsillo del Nuevo Testamento no suele superar las cincuenta
páginas.
Durante mucho tiempo este relato ha sido la cenicienta de los evangelios, pues era
considerado como un resumen de Mateo. ¿Y para qué leer el resumen si tenían a mano la obra
completa? Sin embargo, los estudios realizados en este último siglo le han colocado en el puesto
privilegiado que le corresponde.
Ahora sabemos que éste fue el primer evangelio que se escribió y que es muy probable que
sirviera como fuente a los otros dos sinópticos (Mateo y Lucas). También hemos aprendido que
tiene su visión propia de la vida y el mensaje de Jesús, porque fue escrito en el seno de una
comunidad cuyas preocupaciones y vivencias dieron un colorido especial a la tradición acerca de
Jesús. Todo esto facilita enormemente el camino de acceso a este relato y lo hace más interesante,
pues estamos seguros de conectar a través de él con la experiencia palpitante de los primeros
discípulos.
Tendremos que comenzar por conocer las circunstancias en las que nació y desde ellas
podremos entender cómo recibió y organizó las tradiciones anteriores. Ambas cosas nos ayudarán a
descubrir los acentos teológicos propios de este evangelio.
I
BUSCANDO EL ROSTRO DE JESÚS
EN TIEMPOS DE CRISIS
¿Cómo era la comunidad en que nació este evangelio? ¿Cuáles eran sus preocupaciones? ¿En
qué ambiente cultural vivía? ¿A qué grupo o estrato social pertenecían sus miembros? Si fuéramos
capaces de responder a estos interrogantes y a otros semejantes, tendríamos en nuestras manos una
clave importante para empezar a leer este relato; y es que la palabra de Dios participa de la
dinámica de la encarnación: se hace palabra de hombres en una época concreta de la historia y a
través de la mediación de autores concretos, que no pueden aislarse del contento en el que viven.
Para lograr responder a estas preguntas tenemos dos caminos. El primero consiste en
identificar al autor, el lugar y la fecha de composición; es un camino antiguo que muchos han
seguido aunque sin muchos resultado. El segundo aborda el asunto de forma indirecta, aunque
eficaz: trata de descubrir en el mismo evangelio resonancias de las circunstancias que entonces
estaban viviendo y sitúa dichas resonancias en el marco de la historia del siglo I. Es un camino
nuevo que en pocos años ha aportado resultados muy iluminadores. Como no son caminos
excluyentes, vamos a tratar de seguir los dos de forma complementaria para hacernos una idea lo
más completa posible del contexto en que nació el evangelio de Marcos.
Al hablar del autor suele citarse un testimonio muy antiguo de Papías, que fue obispo de
Hierápolis en el siglo II. Dice así:
La tradición antigua señala a Roma como lugar de composición y el año 70 como la fecha
más probable. Esta suposición no es en absoluto descabellada, pues sabemos de la relación de
Pedro y Pablo con la capital del imperio. Además, en este evangelio se encuentran bastantes
palabras latinas sin traducir: denario, cuadrante, censo, legión, centurión, etc. En cuanto a la fecha,
lo más probable es que se compusiera antes de la destrucción del Templo de Jerusalén, que tuvo
lugar en el año 70; por un lado, es éste un acontecimiento de gran envergadura al que no se alude
para nada en este evangelio, y por otro, es difícil probar que fuera escrito mucho antes de esta
fecha.
Así, pues, este primer recorrido nos da el siguiente balance: este evangelio fue escrito en
torno al año 70 d.C., probablemente en Roma y por alguien que estaba estrechamente ligado a
Pedro y Pablo en la tarea del anuncio del evangelio. Ahora tenemos que tratar de completar estos
datos con las indicaciones que encontramos en el mismo evangelio.
En primer lugar, hay que decir que se trata de una comunidad compuesta en su mayoría por
creyentes que no proceden del judaísmo y que viven fuera de Palestina. Lo advertimos claramente
al notar que el autor tiene que explicar los usos judíos:
«Porque los fariseos y demás judíos, siguiendo la tradición de sus antepasados, no comen sin
antes haberse lavado las manos cuidadosamente. Así, cuando vuelven del mercado, no comen si
antes no se lavan y guardan también otras muchas costumbres rituales, tales como lavar las copas,
las ollas y las vasijas metálicas» (Mc 7,3-5).
Una explicación como ésta estaría de más si los destinatarios del evangelio fueran en su
mayoría de origen judío, como en el caso de Mateo, que ahorra aclaraciones como ésta a su
auditorio. Y lo mismo ocurre cuando transmite algunas palabras de Jesús en arameo y se ve
obligado a traducirla
(Mc 5,41).
Otras veces da la impresión de que ni siquiera el autor está familiarizado con el ambiente de
Palestina, pues se descubren incoherencias geográficas como la de Mc 7,31:
¿Cómo es posible que Jesús fuera de Tiro a Galilea subiendo a Sidón y pasando por la
Decápolis? A la vista de un mapa de Palestina, se comprende que no podía haber escogido un
itinerario más complicado.
Todos estos datos confirman la suposición de que hay que situar este evangelio fuera del
ambiente geográfico y cultural de Palestina.
Podemos completar esta afirmación inicial diciendo que la comunidad de Marcos vive en una
clara apertura a los no judíos.
Si comparamos la misión de los discípulos en este evangelio (Mc 6, 6b-13) con el relato
paralelo de Mateo (Mt 10,5-15) notaremos una diferencia sustancial. En Marcos faltan estas
palabras clave de Mateo:
(Mt 10, 5b-6).
Detrás de estas diferencias se advierte con facilidad una perspectiva diversa. La comunidad
de Marcos es más sensible al mundo pagano.
En el segundo relato de la multiplicación de los panes (Mc 8,1-10), por ejemplo, hay muchos
detalles que ilustran esta apertura a los no judíos: el número de canastos recogidos es de siete, el
mismo que el de los ministros de la comunidad helenista (véase Hch 6,1-7), mientras que en la
primera es de doce, el número de los apóstoles; pronunciar la acción de gracias es una expresión
griega; es, como en Jos 9,6.9, una expresión para referirse a los paganos. A lo largo de toda la
(Mc 6,30-8,26) esta apertura se halla muy presente, pero de modo especial lo está en el episodio de
la mujer sirofenicia (Mc 7,24-30): el pan que sobra en las multiplicaciones (Mc 6,30-44 y 8,1-10)
es el que esta mujer reclama para los perritos que rondan la mesa del banquete; del mismo modo, el
anuncio de la buena noticia se dirige a todos, también a los no judíos.
A estos datos podemos añadir la insistencia en Galilea y otros lugares paganos, en los que
tiene lugar la misión de Jesús y su acogida más favorable. En Galilea quedan citados los discípulos
para continuar desde allí la misma misión de Jesús (Mc 16,7).
El hecho altamente significativo de que sea un centurión pagano quien reconoce la verdadera
identidad de Jesús al pie de la cruz (Mc 15,39) corrobora todo esto que venimos diciendo e invita a
suponer que, desde su propia experiencia de cristianos procedentes del mundo gentil, la comunidad
de Marcos entendiera que el anuncio del evangelio tenía que ir dirigido a todos.
b) Es un contexto de crisis
La comunidad de Marcos vivió en un contexto de crisis y experimentó el rechazo y la
persecución.
En el tiempo en que se escribió este evangelio tanto Roma como Palestina vivían momentos
de crisis. En Palestina, la tensión entre los dominadores romanos y los grupos de resistencia
alcanzó su punto más álgido en la llamada (66-70 d.C.). En Roma se vivían tiempos de decadencia
bajo el emperador Nerón (54-68 d.C.); las clases de los caballeros y los libertos se fueron haciendo
con el poder y el Senado había perdido ya muchas de sus atribuciones. En el año 64 tuvo lugar el
famoso incendio de Roma, del cual Nerón culpó públicamente a los cristianos; ese mismo año, el
denario, que era la unidad monetaria del Imperio, sufrió una fuerte devaluación: la economía se
resentía de la crisis social y política en que comenzaba a sumirse el Imperio.
La comunidad de Marcos experimentó las consecuencias de esta situación y tuvo que
reaccionar frente a ellas. Los tiempos no eran nada favorables, pues a la situación general de crisis
se unía el rechazo y la persecución. En el cap. 13 se describe con claridad este ambiente:
(Mc 13,9).
Lo mismo ocurre con el envío de los discípulos para la misión, que Marcos coloca
significativamente antes y después de la muerte de Juan Bautista a manos de Herodes (Mc 6,7-13 y
6,30) para mostrar cuál es el clima de hostilidad en que dicha misión tiene lugar: los discípulos de
Jesús corren el peligro de terminar como Juan.
c) El rostro de Jesús
En esta situación de crisis y hostilidad los discípulos buscan su identidad en el camino de
Jesús.
La insistencia de Marcos en el camino sufriente de Jesús y su empeño en resaltar que su
verdadera identidad se manifiesta en la cruz, tiene probablemente su motivación aquí. Resulta fácil
explicar esta insistencia si se tiene en cuenta el contexto de crisis y de persecución que entonces
vivían. Bajo el peso de estas presiones sintieron la necesidad de fundamentar de forma coherente su
vida como discípulos de Jesús, y esto sólo era posible si comprendían el misterio de su camino. Por
eso descubrieron con tanta claridad que la clave estaba aquí: si comprendían el sentido de su
muerte y su verdadera identidad como Hijo entregado por nosotros, entonces podían entender
también la situación adversa que estaban viviendo. El rechazo y los peligros que encontraban en el
anuncio del evangelio eran sólo un modo de unirse gozosamente al camino de Jesús. Sabían que
junto a él, más allá de la muerte ignominiosa y del rechazo de un mundo hostil, se encontraba la
respuesta de Dios que ellos pregonaban: la resurrección.
Los que descubren esto y se deciden a seguir a Jesús tienen la conciencia clara de ser un
grupo distinto de ; a ellos Dios les comunica el secreto de su reino:
(Mc 4,11).
Este secreto consiste sobre todo en el descubrimiento de la verdadera identidad de Jesús, y
ésta es, precisamente, la tarea a la que se consagra el mismo Jesús en la segunda parte del
evangelio, especialmente en su primera sección (Mc 8,31-10,52):
(Mc 9,30-32).
Todo el evangelio, como tendremos ocasión de ver más adelante, tiene como objetivo que los
discípulos descubran la verdadera identidad de Jesús, y descubriéndola aprendan a interpretar la
experiencia de rechazo y persecución que viven.
Estos datos explican la semejanza de Marcos con otros escritos de talante apocalíptico y la
recuperación del estilo de vida del grupo de Jesús en toda su radicalidad: su llamada, que provoca
el desarraigo (Mc 1,16-20; 2,14; 3,13), y el seguimiento, que lleva consigo una vida itinerante, de
modo que poco a poco el grupo de los discípulos (y nosotros podemos entender: la comunidad de
Marcos) se va diferenciando de los de fuera.
II
UNA OBRA COHERENTE
Marcos fue el creador de este género literario que luego hemos llamado . Tuvo la feliz idea
de reunir en un relato seguido las tradiciones sobre las palabras y acciones de Jesús que circulaban
entre las primeras comunidades cristianas, y para ello tuvo que seleccionar y organizar estos
recuerdos tratando de dar una forma coherente al conjunto.
No sabemos con exactitud cuáles fueron las fuentes que Marcos utilizó, pero podemos estar
seguros de que tuvo delante un material abundante de tradiciones. Así, por ejemplo, es muy
probable que el núcleo del relato de la pasión (Mc 14-16) existiera con anterioridad a la redacción
de este evangelio, lo mismo se puede decir de las colecciones de controversias (cap. 2), parábolas
(cap. 4) y milagros (cap. 5). Sea como fuere, lo cierto es que Marcos ha integrado todas esas
tradiciones y ha compuesto una obra coherente, cuyo principal objetivo es provocar el encuentro
del creyente con el auténtico rostro de Jesús, Mesías e Hijo de Dios.
A nosotros, que nos acercamos a leer este relato, nos interesa, sobre todo, poder captar el
desarrollo del conjunto y descubrir cómo nos presenta a Jesús, para poder compartir la experiencia
de fe de aquellos primeros cristianos, que tanto tiene que ver con nuestra propia experiencia. Si el
autor de este evangelio nos hubiera dejado una , nos sería relativamente fácil descubrir la trama,
pero desgraciadamente no lo ha hecho, y nos ha dejado el trabajo a nosotros. El método más
recomendable es el de leer muchas veces el evangelio; pero para orientar la lectura, he aquí algunas
pistas que los estudios recientes han ido descubriendo.
Podemos leer este evangelio desde el punto de vista de la configuración del espacio. Parece
como si Marcos hubiera dispuesto todo según una secuencia geográfica, que comienza en Galilea y
termina en Jerusalén, y en ella hubiera incluido las tradiciones sobre Jesús.
La actividad de Jesús está concentrada en Galilea (Mc 1,14-9,50), que es a la vez tierra de
gentiles y el lugar de la actividad de Jesús. Allí acontece su revelación y desde allí parte la misión
cristiana. Por el contrario, Jerusalén es el lugar de la oposición; allí viven los representantes del
judaísmo oficial, que rechazan a Jesús y traman su muerte (Mc 3,22; 7,1; etc.). El camino divide la
historia de Jesús entre ambos lugares.
De esta lectura resulta una división del libro sencilla y esquemática:
– Prólogo (1,1-13).
– En Galilea (1,14-9,50).
– Viaje (10,1-52).
– En Jerusalén (11,1-16,8).
Si seguimos un criterio teológico, el de la progresiva manifestación de Jesús, entonces
tendremos una división distinta, que se fundamenta en la siguiente constatación: existe una ruptura
entre Mc 8,26 y 8,27. Aunque antes de 8,26 existen indicaciones ocasionales sobre quién es Jesús,
es sobre todo a partir de 8,27 donde se plantea y se resuelve esta pregunta.
El evangelio queda así dividido en dos partes. En la primera (Mc 1,1-8,26) hay una
presentación velada de Jesús. Sus palabras y sus signos despiertan la admiración y suscitan
interrogantes, pero él siempre manda callar, pues es sólo en la segunda parte (Mc 8,27-16,8) donde
revela su verdadera identidad camino de la cruz.
Esta es una de las claves de lectura más fecundas y más acertadas de Marcos, pues la
presentación de Jesús y el descubrimiento de su auténtico rostro es la de este evangelio. Sin
embargo, esta división puede ser completada y matizada gracias a algunos indicios de tipo literario.
Estos indicios de tipo literario son recursos muy sencillos que usaban los escritores antiguos
para indicar las divisiones de una obra. Forman parte del texto y consisten generalmente en la
repetición de un mismo esquema, o en anuncios de lo que viene después.
Un ejemplo. En la primera parte de la que hablábamos antes (Mc 1,1-8,26) se pueden
descubrir tres sumarios o resúmenes de la actividad de Jesús en los que se nota una cierta
progresión. Se encuentran en Mc 1,14-15; 3,7-12 y 6,6b. Cada uno de ellos va inmediatamente
seguido de un relato que se refiere a los discípulos: Mc 1,16-20; 3, 13-19 y 6,7-13. Cada resumen,
seguido del relato relacionado con los discípulos, marca el comienzo de una sección, que
concluyen, respectivamente, con la reacción de los fariseos (3,5-6), los suyos (6,1-6a) y sus
discípulos (8,17-21). La reacción es siempre la misma: la ceguera de corazón o la falta de fe. De
este modo, la primera parte puede dividirse en tres secciones:
Sumario + Discípulos... Reacción Sección
1,14-15 1,16-20 3,5-6 1,14-3,6
3,7-12 3,13-19 6,1-6a 3,7-6,6a
6,6b 6,7-13 8,17-21 6,6b-8,26
Y lo mismo podemos descubrir en la segunda parte conjugando indicios semejantes a éstos.
Lo interesante de esta división es que coincide con el juego de los personajes y sus relaciones.
El conjunto aparece como un drama que se va desarrollando: Jesús se presenta a todos, pero no
todos le aceptan; los fariseos y los suyos le rechazan, sus discípulos no entienden y necesitan una
instrucción mas detallada, etc. He aquí la trama del conjunto:
• Prólogo: Jesús y Juan Bautista (1,1-13).
• Primera parte: Manifestación velada de Jesús (1,14-8,26).
Primera etapa: Jesús y sus discípulos frente a la gente y los adversarios (1,14-3,6).
Segunda etapa: Jesús con sus discípulos (3,7-6,6a).
Tercera etapa: Jesús manifiesta su misión a los discípulos (6,6b- 8,26).
• Segunda parte: Manifestación abierta de Jesús (8,27-16,8).
Cuarta etapa: Jesús explica su camino a los discípulos (8,27- 10,52).
Quinta etapa: Revelación en Jerusalén (11,1-13,37).
Sexta etapa: Pasión y resurrección (14,1-16,8).
Teniendo en cuenta estas indicaciones sobre el modo como Marcos ha organizado su libro,
podemos ahora intentar una lectura pausada. Para ello vamos a seguir esta división en seis etapas
intentando captar el desarrollo del evangelio.
III
LECTURA
PROLOGO (1,1-13)
El evangelio comienza con una declaración solemne: , y con ella introduce la clave de lectura
de todo lo que sigue: se trata de una buena noticia, no de una reflexión; es más un anuncio que una
explicación; de esta buena noticia se dice que está íntimamente relacionada con Jesús de Nazaret.
En estos pocos versículos el autor trata de decir a sus lectores quién es Jesús, y para ello le
coloca en relación con Juan Bautista, que es el precursor del Mesías; con Dios, que es su Padre; con
el tentador, que le pone a prueba; con los ángeles que le sirven. En toda esta presentación Jesús
permanece pasivo y silencioso; es el evangelista quien le presenta a sus lectores explicando y
ampliando el sentido de las palabras con que abre el libro.
Como resultado de los sucesivos rechazos, la atención de Jesús se centra cada vez más en el
grupo de los discípulos. Cada vez más Jesús trata de instruirlos acerca de su propia misión y de la
tarea que quiere encomendarles. El discurso de misión (Mc 6,7-13) constituye el marco de toda la
sección. La llamada (Mc 6,30-8,21) señala el campo en que tiene lugar esta misión, y las dos
curaciones que se narran en ella (7,31-37 y 8,22-26) son un símbolo de la iluminación de los
discípulos.
Jesús había constituido el grupo de los Doce (Mc 3,14-15). Junto a él este grupo se había ido
consolidando (Mc 4-5). Ahora los discípulos son enviados a proclamar la buena noticia (Mc 6, 7-
13). Se trata de una tarea difícil para la que se requiere una gran disponibilidad. Consiste en repetir
los signos portentosos y las palabras de Jesús, de los que ellos han sido testigos. Para resaltar la
dificultad de esta tarea Marcos inserta el episodio dramático de la muerte de Juan Bautista entre el
envío (Mc 6,7-13) y el regreso de los discípulos (Mc 6, 30). Viene a decir: miren lo que le ocurrió
a Juan, porque algo así puede ocurrirles a ustedes. Y probablemente algo parecido les estaba
ocurriendo a los cristianos a los que Marcos se dirige.
Viene después la llamada , que está formada por dos ciclos paralelos, cada uno de los cuales
va encabezado por un relato de la multiplicación de los panes. El primero (Mc 6,30-44), con
resonancias del contexto cultural judío, y el segundo (Mc 8,1-9), con múltiples detalles que le
sitúan en ambiente helenístico. Ambas series terminan con sendos relatos de curaciones: la de un
sordomudo (Mc 7,31-37) y la de un ciego (Mc 8,22-26). El conjunto trata de concretar la misión de
los discípulos con que se abre la sección. Jesús los asocia a su misión de repartir el alimento,
incluso a las paganos, que no tienen la dignidad de hijos según la mentalidad judía (Mc 7,24-30).
El pan repartido se compara al anuncio del evangelio y a la salvación que comporta dicho anuncio
y los discípulos están llamados a continuar esta tarea de Jesús de sentar a todos a la mesa del reino.
Propiamente, la sección se cierra en 8,14-21 con la incomprensión de los discípulos. La
levadura (que entre los maestros rabínicos solía referirse a las malas inclinaciones) de Herodes y de
los fariseos simbolizan sus actitudes de rechazo a Jesús, que hemos visto reflejadas desde el
principio en este evangelio y que concretan en esta sección en la muerte de Juan Bautista (Mc 6,14-
16) y la petición de un signo por parte de los fariseos (Mc 8,11-13).
Después del rechazo de los fariseos (primera etapa) y de los suyos (segunda etapa), Jesús se
dedica a mostrar a los discípulos cuál será su misión, pero tampoco ellos entienden de qué se trata;
todavía es necesario que Jesús les descubra su verdadera identidad en el camino que conduce a la
cruz.
Transición (8,22-30)
La curación del ciego de Betsaida (Mc 8,22-26) y el episodio de Cesarea de Filipo (Mc 8,27-
30) sirven de transición entre lo que precede y lo que sigue. La confesión de Pedro resume las
opiniones que se dan en la primera parte acerca de Jesús y lanza hacia una explicación más
completa que tiene lugar en la segunda. La curación del ciego de Betsaida está relacionada con la
curación del sordomudo (Mc 7;31-37) y la del ciego Bartimeo (Mc 10,46-52), formando un
triángulo que refuerza la misma idea: la iluminación progresiva de los discípulos.
5. REVELACION EN JERUSALEN
(11,1 - 13,37)
Puede decirse que las cuatro secciones precedentes preparan estas dos últimas que tienen
lugar en Jerusalén. Hasta aquí el evangelio trata de ir mostrando la verdadera identidad de Jesús.
Ahora ha llegado el momento de la manifestación plena de dicha identidad, que se lleva a cabo en
dos momentos: el conflicto con Jerusalén (Mc 11-13) y la pasión y resurrección de Jesús (Mc 14-
16). Se trata de un desenlace previsto y anunciado muchas veces (Mc 3,6.22; 7,1; 10,32-33; etc.).
La sección puede organizarse al hilo de los tres viajes que Jesús realiza desde Betania, en
donde duerme, hasta Jerusalén, en donde tiene lugar su manifestación. Sin embargo, la intención de
Marcos puede captarse mejor en la sucesión de tres géneros literarios distintos que señalan tres
etapas de la manifestación de Jesús: acciones simbólicas de carácter mesiánico (11,1-26),
controversias con los círculos dirigentes del judaísmo (11,27-12,44) y discurso apocalíptico (13,1-
37).
La primera acción de Jesús es su entrada triunfal en Jerusalén. Este gesto simbólico está
repleto de alusiones al Antiguo Testamento, las cuales identifican a Jesús como el Mesías esperado
por Israel, que trae la salvación y la paz mesiánica (cfr. Zac 9,9 y Sal 118,26). Sin embargo, el
episodio central de este conjunto de acciones simbólicas es la purificación del templo. Este relato
se encuentra insertado entre los dos episodios de la maldición de la higuera. La clave del relato se
encuentra en la cita de Isaías (Is 56,7): el templo debe ser un lugar abierto para todos los pueblos y
no sólo el reducto de unos pocos, que han hecho de la casa de oración una cueva de ladrones. La
higuera simboliza al templo. Jesús la maldice y la deja infecunda para siempre, porque, como el
templo que purifica, no ha dado sus frutos en el tiempo oportuno.
La tercera jornada, que es la más extensa (Mc 11,27-12,44), está dedicada a una serie de
controversias con representantes de diversos grupos judíos cuyo centro es Jerusalén: miembros del
alto clero (Mc 11,27-33), fariseos y partidarios de Herodes (Mc 12,13-17), saduceos (12,18-27) y
maestros de la ley (Mc 12,28-34). Todas las tendencias importantes están representadas en esta
especie de ronda de . La parábola de los viñadores que no dan los frutos a su tiempo y matan al hijo
del dueño (Mc 12,1-2) es el punto álgido, que descubre el destino de muerte de Jesús en el contexto
de toca esta oposición. Antes de seguir adelante, Jesús deja aclarada una cuestión importante: él no
es un Mesías glorioso al estilo del descendiente de David que algunos esperaban (Mc 12,35-37).
La sección termina con el discurso escatológico (Mc 13,1-37). Aunque su lenguaje profético-
apocalíptico nos es extraño y difícil de entender, éste es uno de los pasajes más elaborados de
Marcos. Los cuatro primeros versículos introducen el discurso, dedicado a responder las dos
preguntas que los discípulos plantean a Jesús, que abandona definitivamente el templo y anuncia a
sus discípulos los conflictos y persecuciones que acompañarán al anuncio del evangelio. La actitud
más importante que los discípulos han de practicar en espera de la venida del Señor es la de la
vigilancia, como reza la recomendación final:
(Mc 13,35-37).
6. PASIÓN Y RESURRECCIÓN
(14,1 - 16,8)
Estos capítulos son la culminación del libro. Desde el punto de vista de la manifestación de
Jesús, el secreto que recorre todo el relato queda desvelado por sus mismas palabras ante el sumo
sacerdote (Mc 14,60-62). Desde el punto de vista del espacio, todo ocurre en Jerusalén; pero en
realidad se prepara un nuevo comienzo partiendo de Galilea (Mc 14,28), es decir, desde donde
había comenzado la misión de Jesús. Finalmente, desde el punto de vista de los personajes, Jesús se
queda completamente sólo, se consuma el rechazo y la incomprensión que han marcado su
ministerio; ahora está abandonado de todos y a merced de sus adversarios.
El relato de Marcos está construido en forma de drama que se va desarrollando
implacablemente. Las numerosas citas y alusiones al Antiguo Testamento tratan de explicar el
sentido de este drama: la victoria de Dios, paradójicamente, pasa a través del fracaso; Jesús mismo
conoce y comprende el sentido de lo que está viviendo, domina la escena y sabe hacia dónde se
encaminan los acontecimientos.
El núcleo del relato se encuentra entre la escena de Getsemaní y el entierro (Mc 14,32-15,47).
Antes se encuentran algunas escenas preparatorias (Mc 14,1-31) y después el relato de la
resurrección (Mc 16,1-8). Su estructura es similar a los relatos de los otros dos sinópticos, a los que
sirvió de fuente, pero tiene una visión propia de los acontecimientos que se refleja sobre todo en las
escenas centrales.
En la del prendimiento (Mc 14,43-52), Marcos presenta los hechos de forma desnuda para
subrayar lo desconcertante y paradójico de la situación. Esta paradoja sólo se explica como
cumplimiento de las Escrituras.
En el proceso judío (Mc 14,53-15,1) pone de manifiesto la dignidad mesiánica de Jesús, en
abierta oposición a los malos tratos que recibe. De nuevo el contraste: no se encuentran pruebas
fehacientes contra Jesús, y, sin embargo, su condena está decidida. Y lo mismo ocurre en el
proceso romano (Mc 15,2-22): los judíos están en contra del . Y mientras los romanos le coronan
burlescamente, los judíos piden para él un suplicio romano: la cruz.
Las escenas en torno al calvario (15,23-41) tratan de explicar el sentido de todo lo que
ocurre: en la crucifixión, Jesús es proclamado rey de los judíos, al pie de la cruz, la afirmación del
centurión pagano desvela el sentido de su muerte: (15,39). Sin embargo, en el centro del relato se
encuentra el misterio: Jesús no baja de la cruz, es la hora de las tinieblas y el momento de descubrir
la presencia de Dios en medio de toda esta oscuridad. Luego, esta presencia se hará manifiesta con
las primeras luces del alba, cuando las mujeres, testigos mudos de su muerte, descubran la tumba
vacía, y escuchen de labios del misterioso joven que la custodia, la noticia que da sentido a todo lo
demás y pone de nuevo en marcha el proyecto que Jesús comenzó un día en Galilea: (Mc 16,6). De
este modo queda resuelta la paradoja que ha presidido todo el relato de la pasión: se trata de un
camino ineludible (y de ello tienen cumplida experiencia quienes sufren la persecución) cuyo
enigma sólo se resuelve al final. Entonces se puede comprobar que la última palabra la tiene Dios y
que esta palabra es la vida.
IV
EL AUTENTICO ROSTRO DE JESÚS
Los escuetos datos acerca de la comunidad en la que nació este evangelio y la lectura pausada
de esta obra coherente nos han introducido en el corazón del relato de Marcos; la experiencia de
persecución y hostilidad, la búsqueda desesperada del auténtico rostro de Jesús, y el deseo de
fidelidad a las tradiciones recibidas, han dado como resultado este relato que está cuajado de
alusiones a la experiencia viva de aquellos primeros discípulos de Jesús.
Para rematar nuestro acercamiento a él tenemos que fijarnos en los acentos que recorren todas
sus secciones como vertebrándolas. En este evangelio podemos reducirlos a tres: la buena noticia,
el reino de Dios y la presentación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Los tres están relacionados
entre sí: Marcos entiende su obra como una buena noticia, es decir, como el anuncio gozoso de lo
que el mismo Jesús anunciaba (el reino de Dios) y de lo que predican sus discípulos (que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios). El estudio de estos tres temas clave nos dará una comprensión más
profunda y nos ayudará a organizar otros temas o aspectos complementarios. Los abordamos con la
certeza de que todo este mensaje va dirigido a los discípulos, a los del evangelio y a los que lo
leemos muchos años después.
1. LA BUENA NOTICIA
La predicación de Jesús se abre con estas palabras: (1,15). Marcos califica este anuncio como
(1,14), y hace de él la clave para comprender todo el libro, que encabeza precisamente con estas
palabras: (1,1).
A diferencia de Mateo y de Lucas, Marcos presenta su obra como una ; éste es el aspecto que
quiere resaltar, y que da unidad a todo el libro. Utiliza esta palabra siete veces en lugares
estratégicos (1,1.14.15; 8,35; 10,29; 13,10; 14,9) y así orienta al lector para que comprenda mejor
su relato.
¿En qué consistía para Marcos esta , este ? Ciertamente que no fue su intención dar un
nombre al libro que escribía; eso vino después. Para Marcos, la era el contenido fundamental del
anuncio cristiano. era una palabra que pertenecía al vocabulario de la misión. Su contenido
fundamental era un gran acontecimiento: la intervención definitiva de Dios en la historia, que había
comenzado con la predicación de Juan Bautista y que tenía su punto culminante en la muerte y
resurrección de Jesús.
Según Mc 13,10 y 14,9, el evangelio ha de ser predicado en todo el mundo. Al hablar de este
modo, Marcos piensa con toda seguridad en la misión de la Iglesia, en la tarea que Jesús les había
dejado entre las manos: anunciar la .
Este anuncio contiene el recuerdo de hechos concretos, como el gesto de aquella mujer que
derramó el perfume sobre Jesús (14,9) adelantándose a su embalsamamiento, y entraña para sus
mensajeros la persecución, que culminará en el testimonio ante las autoridades e incluso en la
entrega de la propia vida (13,9-13). En medio de estas dificultades Dios está presente: (13,11).
Esta buena noticia que la iglesia anuncia en medio de dificultades está íntimamente ligada a
Jesús. En dos casos las expresiones y son equivalentes (8,35; 10,29). En los dos textos Jesús se
dirige a sus discípulos para explicarles las consecuencias del seguimiento: renunciar a la propia
vida y a la propia familia y pertenencias para continuar su misma tarea (3,13-19). Seguir a Jesús y
dedicarse a anunciar la buena noticia son la misma cosa; por eso se puede decir que él está
dinámicamente presente en la proclamación del evangelio que hacen sus discípulos: la obra de
Jesús continúa en la obra de los discípulos.
El contenido central de este anuncio es la cercanía definitiva del reino de Dios, que debe ser
acogido en una actitud de conversión y de fe (1,14.15). Creer en el evangelio no es otra cosa que
reconocer y acoger a Dios, que interviene en la historia para instaurar su reino.
La irrupción del reino, del señorío de Dios, es el acontecimiento decisivo de la historia. Con
su venida se libra la batalla definitiva contra las fuerzas del mal representadas en los demonios que
Jesús expulsa. Este reino ha sido inaugurado por Jesús (por eso los acontecimientos de su vida son )
y continúa después a través de sus discípulos, elegidos para realizar este mismo anuncio (3,13-14;
6,7).
El reino es una noción clave para Marcos. Habla de él veinte veces y de ellas catorce se
refieren al reino de Dios. Pero no sólo es importante por esta abundancia de referencias, sino sobre
todo por su íntima relación con los otros dos temas clave de la obra: el evangelio y Jesús. El
contenido de la es precisamente la irrupción de este reino de Dios, y la predicación de Jesús se
centra en la inminencia de este reino, al que sólo se accede a través de la relación con él.
¿Qué dice Marcos acerca de este reino que constituye el núcleo de la buena noticia?
Jesús lo anuncia como algo inminente (1,15). Después de esta proclamación no se dan
explicaciones, sino que se narra la actividad de Jesús, de modo que sus acciones y palabras son el
modo concreto a través del cual viene este señorío de Dios, que exige la conversión y la fe.
Después de este anuncio general, Jesús se lo propone a sus discípulos en la primera enseñanza
privada (4,11) como un que Dios les ha regalado. En el contexto del evangelio, el se refiere
siempre al misterio de la persona de Jesús (6,52; 8,17-21): sólo los de dentro, los que conocen el
misterio de la persona de Jesús, pueden comprender bien este anuncio del reino.
La presencia de este reino es ahora sólo germinal. Marcos lo expresa con la imagen de la
semilla (4,26-29.30-32); una realidad llena de potencialidades, pero que necesita de una buena
acogida y de la fuerza misteriosa que la hace crecer para dar fruto. Jesús es el sembrador, y por eso
Marcos invita a reconocer que a través de su actuación el reino se hace presente con la humildad de
una semilla.
Además de anunciar su venida y describir su presencia actual, el evangelio de Marcos se
detiene en las condiciones para entrar en el ámbito y en la dinámica del reino de Dios. En primer
lugar, se requiere una resolución muy enérgica para evitar todo aquello que pudiera entorpecer el
camino (9,47) y a la vez una actitud abierta y humilde para recibirlo como un don de las manos de
Dios, como lo recibiría un niño de su padre (10,14.15). Finalmente, se requiere un distanciamiento
de todo aquello que no pone en el centro a Jesús; las riquezas son sólo un ejemplo ilustrativo
(10,23-25). La condición que resume todas las demás es el seguimiento de Jesús. A través de él se
entra en la vida, porque conocer el misterio de su persona y aceptarlo es lo mismo que entrar en el
reino (12,34).
Pero el reino de Dios no es sólo algo presente, es más bien algo futuro. Entrando en él se
entra en otra dimensión que no termina en esta vida. Es precisamente en esta otra vida donde tendrá
su manifestación más plena. La llegada del reino de Dios (9,1) alude a esta dimensión, lo mismo
que las palabras de Jesús en la despedida a sus discípulos (14,25): el reino de Dios no se ha
manifestado todavía plenamente. La espera de José de Arimatea, viva cuando Jesús yace muerto
(15,43), crea entre ambos un lazo que no queda roto por la muerte.
El reino es, pues, una realidad anunciada e inaugurada por Jesús; más que de algo evidente,
se trata de un misterio que Dios revela a los que aceptan a Jesús. Su presencia es ahora sencilla y
sólo potencial, pero un día irrumpirá con todo su poder y se manifestará plenamente. La invitación
a entrar en él está hecha, pero se requiere una resolución muy enérgica, porque para entrar en él
hay que decidirse a seguir a Jesús con todas las exigencias que ello lleva consigo. A través de todos
estos datos se percibe una convicción profunda común a otros escritos del Nuevo Testamento: este
reino que Jesús anuncia está íntimamente vinculado a su persona; el anuncio de la buena noticia
sobre Jesús incluía, entre los primeros cristianos, el anuncio sobre la cercanía del reino de Dios,
porque este reino había irrumpido con él.
Así lo refleja Marcos siempre que habla del reino de Dios. En 1,15 Jesús se presenta como
mensajero privilegiado de la inminente llegada del reino de Dios y su anuncio se va haciendo
concreto en sus palabras y acciones. El misterio del reino coincide con el misterio de la persona de
Jesús (4,11), que está presente a lo largo de todo el proceso de gestación de esta misteriosa realidad
(4,26-30). Las condiciones para entrar en él están ligadas al seguimiento de Jesús (9,47; 10,14-
15.23-25;12,34): Jesús no es sólo el mensajero o el iniciador, sino la mediación indispensable para
acceder a él. Este reino que ahora sólo se manifiesta de forma velada irrumpirá con poder (9,1), y
esa nueva y plena manifestación se caracteriza por la presencia y la comunión con Jesús (14, 25).
Esta espera abierta del reino en su manifestación plena es capaz de desafiar al miedo, al desánimo y
a la misma muerte, porque incluso cuando Jesús está en la cruz el reino sigue presente, aunque sea
de forma velada (15,43).
Marcos presenta su obra como el relato de la buena noticia de Jesús. Sin explicarlo, entiende
esta expresión de forma complementaria; se trata de la buena noticia de la que Jesús es pregonero: ,
y al mismo tiempo, de la buena noticia acerca de Jesús mismo: . Estas tres realidades: la buena
noticia como marco global, el reino de Dios como contenido del anuncio de Jesús y el mismo Jesús
como lugar de encuentro con el reino, constituyen el armazón teológico de este evangelio. En él
todo va conduciendo a un mismo punto: el encuentro personal de cada creyente con Jesús. Por eso
el evangelio de Marcos es una presentación de Jesús que trata de implicar vivencialmente a sus
lectores: con sus preguntas los invita a preguntarse; con sus respuestas, a dar la suya. Su revelación
progresiva invita a un descubrimiento progresivo. Ante esta presentación la actitud del lector no
puede ser la de un espectador ajeno al drama. O se mete en su dinámica o no entiende nada de lo
que Marcos intentaba decir a sus lectores, y le sigue diciendo a él hoy.
a) La pregunta
En el centro del evangelio, clavada como una cuña en el momento más crítico, se encuentra
la pregunta fundamental:
(Mc 8,27-29).
Esta pregunta es la clave para entrar en la dinámica del evangelio que se desarrolla de una
manera vivencial a base de preguntas y respuestas. No está dirigida sólo a los discípulos del
evangelio, sino a todos los discípulos que leen este evangelio. Tampoco es la única pregunta, sino
que se halla precedida de muchas otras, nacidas de la admiración que provocaban las obras de
Jesús:
(Mc 4,41; cfr. 1,27).
b) Las respuestas
El evangelio está lleno de respuestas. No sólo de respuestas explícitas y con palabras, como la
de Pedro: (8,30), sino también de respuestas que van implícitas en las actitudes que se toman ante
Jesús. El rechazo de los fariseos y su conspiración para acabar con él (3,6) es una respuesta tan
clara como la contestación de Pedro.
Todas estas respuestas tienen el objeto de enseñarnos a discernir. De entre ellas, sólo algunas
son correctas; las demás son falsas o equívocas. A través de ellas el evangelista invita a sus lectores
a elegir la más acertada y a hacerla suya.
La respuesta de Dios aparece en el bautismo (1,9-11) y la transfiguración (9,2-13). En ambos
casos los testigos son pocos y escogidos: Juan en el bautismo, y tres discípulos en la
transfiguración. La respuesta de Dios está presente en todo momento, aunque de una forma velada,
pero su autoridad pone de manifiesto la verdadera identidad de Jesús: él es el Hijo amado de Dios.
Los demonios también tienen su respuesta; la dan insistentemente en la primera parte del
evangelio (1,24; 3,11-12; 5,6-9). Aunque le confiesan como y , él les manda callar. Sus palabras
no valen, porque en el fondo encubren la tentación del triunfalismo.
La respuesta de Pedro: (8,30), resume las de los demás discípulos. La reacción de Jesús,
cuando Pedro no comprende el por qué del camino de la cruz, indica que esta respuesta tampoco es
válida si quien la dice no es capaz de integrar en ella el dato del sufrimiento (cfr. 8,31-38).
Las respuestas de los adversarios están representadas por la actitud de rechazo de los fariseos.
Desde el principio de la manifestación de Jesús, su postura es cerrarse en banda y planificar su
muerte (3,6). A lo largo del evangelio se va confirmando esta actitud (12,12) hasta que desemboca
en la pasión y muerte de Jesús (14-15).
Las gentes (el pueblo en general) tienen también su respuesta. La actuación de Jesús ha
provocado en ellos un gran interrogante (cfr. 1, 27; 4,41) que tratan de responder con los medios a
su alcance: (8,28; cfr. 6,14-15). Semejante a esta respuesta es la de Herodes: (6,16). En la segunda
parte del evangelio lo aclaman como (10,46-50; 11,10), pero también Jesús rechaza esta respuesta,
como veremos (cfr. 12,35-37).
El mismo evangelista da su respuesta en el título que encabeza su obra: (1,1). Esta es la
verdadera identidad de Jesús; el lector lo sabe desde el principio y ella le sirve de orientación para
entender el resto, pero a ella sólo se llega después de seguir el camino de Jesús y reconocerle como
Hijo de Dios al pie de la cruz (15,39): la afirmación del centurión es un modelo para todos los
discípulos que leen el evangelio.
Finalmente, Jesús da su respuesta en el momento crucial del interrogatorio ante el suma
sacerdote. Conviene que nos detengamos en este texto:
(Mc 14,61-62).
La pregunta es concreta e incluye dos títulos equivalentes: Mesías = Hijo del Bendito.
La respuesta de Jesús sobrepasa con creces la pregunta del sumo sacerdote. Al oírla, éste se
rasga las vestiduras y exclama: ¡es un blasfema! Pero ¿qué dice exactamente Jesús de sí mismo?
Jesús se confiesa a sí mismo como Mesías, pero no en el sentido dinástico, como lo esperaba
Israel. Previamente había solucionado esta cuestión: el Mesías no puede ser descendiente de David
(12,35-37). Al decir Jesús alude al nombre divino del Antiguo Testamento. El Dios del Exodo
lleva este nombre: (Ex 3,11), y por si esto no bastara, Jesús añade la visión del Hijo del Hombre
(título que él mismo se da en los anuncios de la pasión), que es una mezcla de citas del salmo 110 y
del capítulo 7 del libro de Daniel. Jesús confiesa que tiene nombre y atributos divinos.
A partir de esta confesión comienza todo el proceso. La primera confesión pública y abierta
de la verdadera identidad de Jesús desencadena su muerte. Las otras confesiones válidas del
evangelio están también relacionadas con este destino de muerte: la del centurión al pie de la cruz y
la del Padre en la transfiguración.
Como hemos visto, no todas las respuestas son buenas. Algunas son equívocas o falsas y no
deben decirse. Jesús las rechaza. De entre ellas el lector debe seleccionar las válidas y tratar de
hacerlas suyas. Y las válidas son sólo la de Dios, que se hace de forma velada; la de Jesús mismo,
que le conduce a la muerte, y la del centurión y el evangelista al pie de la cruz y en la cabecera de
la obra, respectivamente. Las demás no son adecuadas; hay que evitarlas porque no reflejan la
verdadera identidad de Jesús. La verdadera identidad de Jesús está relacionada con su muerte.
V
COMPLEMENTO:
LOS RELATOS DE LA PASIÓN
En el estudio de Marcos hemos podido comprobar su gran interés por explicar el sentido de la
muerte de Jesús. Desde la mitad del evangelio (Mc 8,31) casi todas sus energías se concentran en
un mismo objetivo: desvelar el camino de Jesús hacia la cruz y presentarlo como el mesías
sufriente que rompe los moldes de los mesianismos en boga.
Conociendo este interés, no debe extrañarnos que el relato de la pasión ocupe tanto espacio
en el conjunto de su obra. Tampoco nos extrañará que entre los estudiosos de Marcos se haya
hecho famosa la frase que define a este evangelio como . Ciertamente, Marcos compuso su obra
como complemento de lo que era el acontecimiento central: la muerte y resurrección de Jesús. Este
acontecimiento había sido objeto de una prolongada reflexión y había sido escrito en un relato que
sin duda Marcos tuvo delante a la hora de componer su obra.
Podemos recordar aquí lo que decíamos al hablar del progresivo enriquecimiento de la
palabra . La buena noticia se refería en primer lugar, al reino de Dios cercano que Jesús anunciaba.
Después, la buena noticia es el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús (es decir, el contenido
de los relatos de la pasión). Y más tarde, la buena noticia se refiere a toda la vida de Jesús, que
Marcos intenta poner por escrito en un relato seguido.
Ahora que conocemos un poco mejor el evangelio de Marcos, puede resultar interesante
volver al estadio anterior y preguntarnos cuál ha sido la historia de este relato de la pasión hasta
llegar a los evangelios actuales.
1. EL PROCESO DE FORMACIÓN
Comparando los relatos de la pasión con otros bloques narrativos de los evangelios se nota
una cohesión interna que llama la atención. Este y otros indicios hacen pensar que este relato fue
compuesto antes de ser insertado en los evangelio actuales. Contenía, con toda probabilidad, el
episodio del prendimiento de Jesús, el doble proceso judicial y su muerte. Después las diversas
comunidades lo fueron adaptando a sus necesidades, y así se explica que tengamos cuatro relatos
con matices tan distintos.
Parece que este relato fue compuesto en fecha bastante temprana, y este mismo hecho refleja
la importancia de los acontecimientos que en él se narran para la fe de los primeros discípulos. De
la etapa anterior a dicho relato poco podemos saber, pues sólo tenemos acceso a algunos resúmenes
de fe, que en su brevedad resaltan los dos acontecimientos centrales (la muerte y resurrección de
Jesús), que constituían el núcleo de la buena noticia anunciada por ellos (por ejemplo, 1 Cor 15,3-
5). Lo que sí sabemos es que aquello, que para ellos constituía una buena noticia, para otros era
simplemente un escándalo o una necedad:
(1 Cor 1,22-23).
Estas palabras de san Pablo reflejan con precisión el reto que suponía para los primeros
cristianos explicar la muerte de Jesús. ¿Cómo explicar el escándalo y la necedad de un mesías
crucificado y muerto como un malhechor? A esta pregunta clave trata de responder el relato de la
pasión, y por eso en él se contenían desde el principio, no sólo los hechos ocurridos, sino también
el sentido de los mismos. Aquellos primeros discípulos sabían que Jesús había resucitado, y desde
esa experiencia leyeron las Escrituras buscando la explicación de un hecho tan sorprendente.
Un esquema de este proceso ayudará a resumir lo que venimos diciendo:
figura pg 120
Leído verticalmente de abajo hacia arriba encontraremos las principales etapas de este
proceso de formación. Horizontalmente, podemos descubrir las dos grandes claves que le ayudaron
a dar razón de aquel acontecimiento central en su fe. A continuación examinaremos ambos aspectos
más detalladamente.
En el proceso de formación de los relatos actuales hemos podido señalar tres momentos, en
los que progresivamente se fueron consignando los últimos momentos de la vida de Jesús, junto
con la interpretación de los mismos: el primer estadio lo constituyen los resúmenes de la fe que se
proclamaban en el culto o en la predicación; el segundo, un hipotético relato común, fácilmente
deducible de la comparación de los relatos actuales; y el tercero, el más evidente para nosotros, los
relatos de los evangelios actuales.
a) Los resúmenes de la fe
1 Cor 15,3-5 es un buen ejemplo de esta primera etapa. La fórmula dice así:
Ya hemos hablado de los términos y . Son términos técnicos para referirse a una cadena de
transmisión fidedigna y autorizada. Con esta fórmula tradicional nos encontramos muy cerca de los
acontecimientos.
La estructura está cuidada. Consta de dos afirmaciones centrales: murió-resucitó, apoyadas en
dos tipos de pruebas: una destinada a los judíos, , y otra destinada a los griegos basada en hechos,
fue sepultado-se apareció.
Afirmaciones Prueba de escritura Prueba de hecho
Murió Según las Escrituras Fue sepultado
Resucitó Según las Escrituras Se apareció
Cada una de las afirmaciones centrales tiene una aclaración. La resurrección ocurre (= como
actuación salvífica de Dios) y la muerte es por nuestros pecados (= tiene sentido redentor).
Fórmulas semejantes a ésta son probablemente el núcleo del que nació un relato más extenso.
Los acontecimientos recogidos en ella (murió, fue sepultado, resucitó, se apareció) se fueron
detallando y las Escrituras (aquí sólo mencionadas globalmente) se fueron explicitando, y fueron
así iluminando y ayudando a comprender el sentido de dichos acontecimientos.
b) El relato común
Sería demasiado aventurado tratar de establecer el texto exacto de este relato anterior a los de
los evangelios. No hay ningún testimonio escrito que certifique su existencia. Sin embargo,
podemos decir algunas cosas sobre él.
Puede decirse que existió y que narraba los acontecimientos centrales de los relatos actuales:
el prendimiento de Jesús en Getsemaní, el proceso ante las autoridades judías y romanas y la
muerte en cruz. La coincidencia de los cuatro relatos evangélicos en algunas de las citas del
Antiguo Testamento, indica que también en este relato previo los hechos iban acompañados de una
interpretación, hecha a la luz de las Escrituras.
El proceso de formación de los relatos de la pasión no habría sido posible sin unas claves de
comprensión de los hechos. La experiencia de la resurrección y la meditación del Antiguo
Testamento son las antorchas que iluminaron este camino de comprensión progresiva respondiendo
a aquella pregunta clave: ¿por qué tenía que sufrir el Mesías?
a) La experiencia de la resurrección
La certeza de que Jesús estaba vivo después de su muerte fue una experiencia fundamental
para los primeros cristianos. Sin esta experiencia profunda, Jesús habría sido un personaje
olvidado, como tantos otros, cuyo recuerdo se perdió en la noche de la historia. Pero Jesús seguía
vivo entre sus discípulos y ellos lo experimentaban de forma indiscutible. No era cuestión de
reflexionar o descubrir, sino experimentar que él estaba vivo en medio de ellos.
Explicar el sin sentido de un mesías sufriente fue sin duda una de las primeras cuestiones que
tuvo que afrontar la reflexión creyente. Puede decirse que con ella comenzó la teología cristiana.
Nosotros hemos tratado de reconstruir el proceso de comprensión y de interpretación que
llevó a los primeros cristianos a entender y poder explicar un asunto tan vital. De este modo, hemos
podido conocer cómo se fue componiendo esta pieza tan importante de la tradición cristiana. Más
aún, siguiendo las huellas de este proceso, podemos descubrir algunas constantes de toda reflexión
creyente: fidelidad a la historia, desde la experiencia del Señor resucitado, a la luz de la palabra de
Dios.
La primera constante es la fidelidad a la historia. Sin historia, o con una historia tergiversada,
no es posible una reflexión que necesariamente ha de partir de lo ocurrido, aunque sea paradójico.
La reflexión cristiana debe hacerse siempre desde la experiencia del Señor resucitado. Quien
no haya experimentado y mantenga viva esta experiencia de haber sido salvado no puede hacer una
reflexión creyente.
El tercer elemento es la palabra de Dios. Ella es el punto de partida y la referencia obligada
de este tipo de reflexión, porque esta palabra es capaz de iluminar los acontecimientos y desvelar su
sentido según el proyecto de Dios.
Estos tres elementos no deben faltar nunca si queremos hacer una reflexión auténticamente
creyente. Estos son también los criterios desde los que se escribieron los relatos evangélicos y, por
tanto, la perspectiva desde la que debemos leerlos nosotros.
BIBLIOGRAFÍA
II
La identidad del Nuevo Israel
I
LA COMUNIDAD DE LOS DISCÍPULOS
EN BUSCA DE SU PROPIA IDENTIDAD
Sabemos que el primer evangelio, como los demás, no fue obra de un autor aislado, sino que
nació en el seno de una comunidad cristiana viva. Es explicable que refleje la situación y las
preocupaciones que dicha comunidad estaba viviendo. A nosotros nos interesa reconstruir aquella
situación, porque de este modo podremos entender mejor su mensaje, y sabremos cómo
interpretaron las tradiciones acerca de Jesús. Además, tendremos ocasión de acercarnos un poco
más a un fenómeno histórico de enorme atractivo: la vida de las primeras comunidades cristianas,
que fue distinta según las áreas de influencia de las distintas culturas del siglo I.
Como en el caso de Marcos, vamos a seguir un doble camino que es complementario.
Primero indagaremos las cuestiones tradicionales acerca del autor, el lugar y la fecha de
composición, y después trataremos de rastrear el evangelio en busca de algunas indicaciones que
nos ayuden a entender la situación concreta que entonces estaban viviendo.
Estos datos sobre el autor, lugar y fecha de composición de Mateo, aunque escuetos, orientan
mucho sobre el camino a seguir ahora en la búsqueda de datos más concretos sacados del
evangelio.
Indican, por ejemplo, cómo era el judaísmo con el que tuvieron que relacionarse estas
comunidades, pues en el año 70, precisamente después de la toma de Jerusalén por las legiones
romanas y la destrucción del Templo, tuvo lugar en Jamnia una magna reunión de todas las
corrientes con vida dentro del judaísmo. De esta asamblea salió reforzado el grupo de los fariseos,
que fueron quienes perpetuaron la tradición antigua y la enriquecieron con sus escuelas y sus
escritos. El judaísmo nacido de Jamnia tiene un rostro peculiar y fue fundamentalmente con éste
con quien tuvo que vérselas la comunidad de Mateo; frente a él tuvo que definir su propia identidad
como comunidad de discípulos de Jesús que se sentía llamada a anunciar el reino de Dios.
Para conocer el tipo de comunidad en que se escribió este evangelio necesitamos, en primer
lugar, aclarar bien cuáles fueron sus relaciones con la corriente dominante del judaísmo: la de la
clase escribal y los fariseos. En segundo lugar, tendremos que intentar reunir el mayor número
posible de datos acerca de su organización y su vida. Finalmente, trataremos de situarla en el
conjunto del cristianismo naciente.
Además de referirse al grupo de los discípulos como modelo de la comunidad que busca su
propia identidad, Mateo quiere proporcionarles criterios que les sirvan de orientación en las
circunstancias concretas. Así se explica su interés por recoger las enseñanzas de Jesús y agruparlas
de forma ordenada. Su intención es claramente catequética. El modelo de la comunidad de los
discípulos sólo puede encontrarse en las palabras del mismo Jesús. Esta es la verdadera intención
de los cinco que Mateo compone con las enseñanzas de Jesús.
Los cinco (Mt 5-7; 10; 13; 18; 23-25) constituyen una especie de . En ellos se expone con
detalle las actitudes (= justicia) de los que pertenecen al reino (Mt 5-7), así como la dinámica de
éste (Mt 13) y las reacciones ante su anuncio (Mt 10). En ellos se habla de los acontecimientos del
fin y de cómo deben esperarse (Mt 23-25), así como de las actitudes fundamentales que deben
reinar en el grupo de los discípulos (Mt 18). La comunidad así instruida posee un marco de
referencia adecuado para entender su propia identidad y su misión.
II
UNA OBRA BIEN ORGANIZADA
Al estudiar el evangelio según san Marcos dedicamos un espacio muy breve al problema de
las fuentes, porque entonces nos movíamos en un terreno demasiado hipotético. No es éste el caso
de los otros dos sinópticos, pues de ellos conocemos con más aproximación las fuentes que
utilizaron.
Si comparamos el material recogido en el evangelio de Mateo con el de Marcos y Lucas,
deducimos los siguientes datos: aproximadamente la mitad de Mateo no tiene paralelo en Marcos y
de esta mitad un cincuenta por ciento no tiene paralelos tampoco en Lucas. Es decir, que si
dividimos el evangelio de Mateo en cuatro partes, dos las tiene en común con Marcos, una con
Lucas y el resto es material propio.
La teoría más común afirma que Mateo, a la hora de redactar su obra, tuvo delante el
evangelio de Marcos, y otra fuente, que Lucas también conoció y utilizó para componer su
evangelio, así como unos materiales propios que no utilizó ninguno de los otros dos. Se discute si
estos materiales formaban parte de una tradición oral o escrita, pero ésta es una discusión que
afecta poco a la comprensión del evangelio tal y como nos ha llegado a nosotros.
Mucho más importante para lograr este objetivo es responder a la pregunta de cómo organizó
y utilizó Mateo este material que tenía a su disposición. He aquí algunas observaciones generales
que pueden responder a esta pregunta:
– Mateo tiende a agrupar y ordenar los materiales recibidos. Fijémonos, por ejemplo, en los
cinco discursos que, distribuidos por toda la obra, van resumiendo el contenido de las enseñanzas
de Jesús. Se encuentran en los capítulos 5-7, l0, 13, 18 y 23-25. Son claramente una composición
de Mateo que los cierra siempre con la misma fórmula. Es una tendencia que se observa a lo largo
de toda la obra, tanto en las grandes agrupaciones (pueden verse las tres series de tres milagros,
separadas por dos relatos alusivos a la vocación de los discípulos y al seguimiento de Jesús, que se
encuentran en los capítulos 8-9) como en las pequeñas composiciones. El objeto de estas
agrupaciones es, sin duda, facilitar la comprensión y la memorización.
– Generalmente, Mateo sigue el orden de Marcos y Lucas, excepto en el comienzo del
ministerio de Jesús en Galilea (Mt 4,12- 13,52, que corresponde a Mc 1,21-6,13 y a Lc 4,31-9,6).
Sólo en esta ocasión se toma la libertad de modificar el orden (coloca antes el discurso de misión
que las parábolas) y de introducir nuevos materiales reorganizando el conjunto. Estos cambios
deliberados indican que Mateo tenía su propia visión de las cosas y que intentó dar a su obra un
enfoque propio de acuerdo con esta visión.
– Finalmente, Mateo simplifica, cambia o amplifica el material recibido de sus fuentes, pero
casi siempre lo hace con finalidades teológicas. Así ocurre claramente en la reelaboración de la
tradición de los milagros de Jesús, en donde tiende a introducir elementos de carácter teológico
como la necesidad de la fe y las condiciones para el discipulado. Esto significa que, en las
modificaciones introducidas por Mateo hemos de buscar su comprensión propia del hecho
cristiano, condicionada, como sabemos, por la situación concreta que vivió la comunidad o
comunidades en cuyo seno fue escrito este evangelio.
Como en el caso de Marcos, también para entender este evangelio en su conjunto y en su
desarrollo se han propuesto diversas organizaciones del libro. Se trata de divisiones
complementarias que, combinadas, nos ayudarán, sin duda, a leer el conjunto.
La organización más completa y que explica mejor la composición del evangelio es la que se
basa en criterios de tipo teológico, apoyados en otros de tipo literario.
La clave se encuentra en la repetición de la misma fórmula en dos momentos cruciales del
evangelio: al comienzo de la actividad pública de Jesús, cuando comienza a mostrar a sus
discípulos su auténtico destino. La fórmula dice así: , y se encuentra en Mt 4,17 y 16,21. En ambos
casos se trata de afirmaciones programáticas acerca de la actividad de Jesús: la primera se refiere al
anuncio del reino de Dios, y la segunda, a la exposición del sentido de su camino hacia la
resurrección. A estas dos indicaciones debe añadirse la del comienzo del evangelio: (Mt 1,1), que
funciona como título de todo lo que precede a 4,17. El resultado es una división en tres partes, de
las cuales las dos últimas son paralelas a la división de Marcos según criterios teológicos y la
primera recoge todo lo que precede a la actividad pública de Jesús. He aquí esquemáticamente esta
división que será la que seguiremos en la lectura:
1. Presentación del Mesías (1,1-4,16): (1,1).
2. Anuncio del reino de los cielos (4,17-16,20): (4,17).
3. El destino sufrimiente del Mesías (16,21-28,20): (16,21).
No se trata de una división definitiva, pues hay que integrar en ella muchos elementos válidos
de las otras dos. Sin embargo, como tendremos ocasión de comprobar en la lectura cursiva, esta
división responde a un aspecto central de este evangelio: la presentación del Mesías y de su
mensaje, así como las reacciones que surgen frente a él con especial insistencia en el rechazo de
Israel.
III
LECTURA
Esta primera parte, a pesar de la aparente desconexión entre los capítulos 1-2 y 3-4, posee
una gran unidad. La expresión (3,1) no supone una ruptura, sino que revela, como en Ex 2,11, una
íntima conexión entre lo que precede y lo que sigue.
Los dos primeros capítulos cuentan los orígenes de Jesús, su vinculación con el Israel
histórico (genealogía) y su auténtico origen que se encuentra en Dios (nacimiento). En un clima de
sueños y en un ambiente misterioso se van desarrollando los primeros pasos de su vida, siempre
conducida por la mano de Dios. Inmediatamente se empalma con la actividad del Bautista, que
culmina en el bautismo y las tentaciones de Jesús.
Esta primera parte tiene como objeto presentar a Jesús ante los ojos de los lectores del
evangelio y suscitar en ellos una respuesta de fe. Jesús es presentado como descendiente legítimo
de Abrahán y de David y como Hijo de Dios. Como descendiente de Abrahán simboliza, en los
comienzos de su vida, todo el camino que el pueblo elegido realizó en su día: la marcha de toda la
familia a Egipto, la vuelta a la tierra de Israel, el paso del Jordán (bautismo) y las tentaciones en el
desierto que recuerdan las de Israel relatadas en el Exodo y el Deuteronomio. Jesús, viene a decir
Mateo, es el auténtico descendiente de Abrahán, porque ha recorrido triunfante todo el camino que
recorrió el pueblo elegido. Jesús es también presentado como hijo de David, es decir, como mesías,
que precedido por Elías (Juan Bautista) tenía que venir.
Las citas tomadas del Antiguo Testamento, especialmente las del libro de Isaías, insisten en
este aspecto. Jesús es, pues, no sólo la auténtica descendencia de Abrahán, sino también el mesías
prometido. Y, finalmente, se dice de Jesús que es Hijo de Dios. La filiación divina es
probablemente el hilo conductor de estos capítulos. Aparece en alusiones más o menos veladas (Mt
1,20; 2,15) y de una forma manifiesta en el relato del bautismo.
En estos capítulos se lleva a cabo el proyecto ambicioso de presentar a Jesús a los lectores
que comienzan a leer el evangelio. El objetivo de esta presentación es poner a los que lo leen en
situación de entender lo que sigue, y para ello se necesita una decisión: la aceptación o el rechazo
de Jesús. Esta es la función del relato de los Magos (Mt 2,1-12), que personifica en Herodes-
Jerusalén y en los sabios que vienen de Oriente estas dos actitudes. Sólo quien reconozca a Jesús
como Mesías e Hijo de Dios -nos viene a decir Mateo- puede seguir leyendo, porque quien no lo
haga no podrá entender nada de lo que narra después: ni el mensaje de las bienaventuranzas ni el
sentido de los signos de Jesús.
El tema de esta segunda parte está enunciado en el primer versículo: se trata del anuncio del
reino de Dios con obras y palabras. El conjunto sigue el ritmo de un proceso ordenado. Tres
sumarios (Mt 4, 23-25; 9,35; 11,1) dan la pauta de la actividad de Jesús, que consiste en anunciar
(Mt 4,17), enseñar (Mt 5-7) y curar (Mt 8-9), rematada por el envío de los discípulos a difundir
este mensaje (Mt 10). La segunda sección recoge las reacciones que este anuncio provoca entre las
autoridades judías (Mt 11,2-12,50). Entonces Jesús abandona a los que le rechazan y se dedica a
instruir a sus discípulos (Mt 13,1-52). En la sección final (Mt 13,53-16,20) Jesús abandona
definitivamente a su pueblo y anuncia la congregación de un nuevo Israel.
De nuevo en el primer versículo encontramos enunciado al tema de toda esta tercera parte: el
auténtico mesianismo de Jesús se manifiesta en la cruz. Este anuncio se repite otras dos veces (Mt
17,22-23 y 20,17-19) hasta que se cumple en la pasión-resurrección.
Esta tercera parte tiene una estructura muy semejante a la segunda. Da la impresión de que, a
un nivel superior, se quiere repetir el mismo esquema de rechazo y repliegue. Comienza con una
Instrucción detallada a los discípulos sobre el sentido de la pasión de Jesús y las exigencias para ser
discípulo (16,21-20,28). Sigue el rechazo de Jesús en Jerusalén (21-23), la instrucción a los
discípulos acerca de los acontecimientos del fin (24-25), y termina con el relato de la pasión-
resurrección (26-28), expresión del rechazo de su pueblo y motivo para la convocación definitiva
del nuevo Israel (28,16-20).
IV
EL MESÍAS Y EL NUEVO ISRAEL
Al hablar del uso que Mateo hace de sus fuentes hemos constatado que numerosas
modificaciones introducidas por este evangelista tienen una finalidad teológica, es decir, tratan de
iluminar la experiencia religiosa concreta de los cristianos a los que se dirige. Es natural que Mateo
escribiera su evangelio desde las preocupaciones de su tiempo y de su comunidad; por eso, antes de
exponer algunos aspectos de su teología, recordemos su situación y preocupaciones más
importantes:
– Mateo habla desde una iglesia opuesta al judaísmo oficial y abierta al mundo pagano.
– La presencia de Jesús en la comunidad (1,23; 18,20; 28,20) hace que se difuminen los
contornos entre el antes y el después de la Pascua. La presentación de Jesús y de los discípulos
tiene muchos rasgos que sólo se explican desde una visión de después de la Pascua. Es una
presentación en cierto modo idealizada.
– La preocupación por relacionar la vida de Jesús con el Antiguo Testamento orienta y
condiciona su perspectiva teológica a la polaridad promesa-cumplimiento.
– Finalmente, su preocupación doctrinal, que explica la insistencia en la claridad y en los
contenidos.
Con estas pinceladas orientativas podemos acercarnos a los dos temas clave de la teología de
Mateo: la presentación del Mesías en la historia y la concepción de la Iglesia como Nuevo Israel.
1. EL MESÍAS EN LA HISTORIA
Para comprender la presentación que Mateo hace de Jesús hay que captar primero cómo
entiende este evangelista el desarrollo de la historia de la salvación, porque es en este contexto
donde se percibe con más claridad el perfil propio de la visión que Mateo tiene de Jesús.
d) Hijo de Dios
Esta es quizá la afirmación más profunda acerca de Jesús. Aparentemente Mateo no tiene
interés en presentar a Jesús como Hijo de Dios. De hecho, en la presentación programática de 1,1
este título está ausente. Sin embargo, si nos fijamos con un poco más de atención descubriremos
que en realidad éste es uno de los títulos más queridos y subrayados por Mateo. Este es el nombre
que recibe de labios del Padre del cielo en el bautismo: (Mt 3,17), y en la transfiguración: (17,5).
En los primeros capítulos del evangelio se insiste de una forma velada en esta condición de
Hijo: en la narración de la concepción virginal (1,18-20), a través de las palabras del profeta (1,22;
2,5) o por medio de metáforas (2,11; 3,11). También a lo largo del evangelio éste es el título con el
que le reconocen sus discípulos: (14,33), y Pedro en representación de ellos: (16,16).
Esta es la identidad más profunda de Jesús: el ser Hijo. Tanto es así, que cuando se quiere
poner en tela de juicio su identidad se recurre a este título con una pregunta maliciosa: «Si eres hijo
de Dios” (4,3.6; 27,10.13); una pregunta que en los momentos más críticos (tentaciones y
crucifixión) parece poner en duda la afirmación de la voz celeste al comienzo de la misión de Jesús
(bautismo) y de su camino hacia la cruz (transfiguración).
e) El Resucitado, presente en la comunidad
Al comienzo, al final y en mitad de su evangelio (1,23; 18,20; 28,20) ha querido colocar
Mateo tres pistas para dejar bien clara la presencia constante del Señor resucitado en la comunidad
de sus discípulos. La traducción de la profecía de Isaías: (1,23), es un anuncio de la promesa de
Jesús a sus discípulos en el último encuentro: (28,20). Con la certeza de esta presencia la
comunidad se fortalece y lleva a cabo su misión, según la promesa de Jesús: (18,20).
Estos textos reflejan una experiencia viva de la comunidad cristiana: el Señor está presente
siempre en su iglesia, con ella sigue caminando para llevar a cumplimiento lo que había sido
anunciado. Y al revés: la comunidad trata siempre de hacerse contemporánea al acontecimiento
histórico de la vida de Jesús para descubrir en sus palabras y acciones el sello propio de la etapa
definitiva que él ha inaugurado.
Cumplimiento de las profecías, descendiente y heredero de David y Abrahán, Hijo de Dios y
Señor presente en la comunidad; éstas son las categorías a través de las cuales Mateo describe su
experiencia de Jesús, el Mesías. Es una presentación esquemática que, sin embargo, refleja una
comunidad viva y consciente de la presencia de Jesús en medio de ellos y de la novedad del tiempo
que él inaugura.
a) El nuevo Israel
La comunidad de los discípulos de Jesús no sólo se separó como algo distinto del judaísmo
oficial, sino que además asumió una tarea que era propia del pueblo elegido: anunciar a todos los
pueblos la salvación (cfr. Is 2,2-5). La reflexión de la comunidad de Mateo fue más o menos ésta:
Jesús anunció la cercanía del reino en primer lugar a Israel, pero ellos rechazaron este anuncio y su
persona; por eso Jesús congregó un nuevo pueblo que sea portador de esta buena noticia que
preside los tiempos finales.
Anuncio: Jesús comienza su misión con la predicación del reino (4,17). A través de palabras
y acciones (5-9) manifiesta que el reino de Dios está llegando. Después de este manifiesto envía a
sus discípulos a difundir el mensaje:
(Mt 10,5-7).
Curiosamente, los destinatarios de este anuncio son sólo los miembros del pueblo elegido.
Entre esta misión y la misión universal de 28,16-20, , ha tenido lugar el rechazo de Israel. Jesús
manda a sus discípulos a anunciar a Israel que ha llegado el tiempo de las promesas anunciado en
los profetas, según el cual Israel debía comunicar la salvación a todos los pueblos (Is 2,2-5; Miq
5,6-8). El anuncio se dirige primero sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, que tenía
confiada esta misión; pero el pueblo elegido rechaza a Jesús.
Rechazo. Se encuentra prefigurado en el relato de la infancia (2,1-12): Israel, representado
por Herodes (poder civil) y Jerusalén (la ciudad santa), rechazan al recién nacido, que es adorado
por los Magos venidos de los pueblos gentiles.
Al final de la primera parte del evangelio se hace patente este rechazo. En 13,53-58, Jesús es
rechazado por los suyos. Después de este episodio (notemos que es un texto cuidadosamente
construido), Jesús se retira tres veces (14,1-16,20) tratando de instruir a sus discípulos con el fin de
que ellos comprendan.
El rechazo aparece consumado en la parábola de los viñadores homicidas (21,33-46). El hijo
de la parábola es Jesús ( de 2, 15 y 3,17), rechazado por un pueblo que no quiere entregar sus
frutos. Al final de la parábola los representantes del Israel oficial se dan por aludidos: (21,45).
Constitución del nuevo Israel: En la segunda parte del evangelio Jesús se dirige
principalmente a sus discípulos. El texto clave para entender por qué Jesús convocó el nuevo
pueblo es, de nuevo, la parábola de los viñadores.
En 21,43 leemos: . El reino de los cielos es el contenido del anuncio de Jesús, que primero se
había dirigido sólo a Israel (cfr. 10,5-7). Los frutos a los que se alude son las actitudes del que
sigue a Jesús, como se observa en la conclusión del Sermón del Monte (7,15-20). Finalmente, el
pueblo al que se refiere Jesús es una velada alusión a la descendencia auténtica de Abrahán, a quien
habían sido confiadas las promesas (Gn 17); es el nuevo pueblo que Jesús ha ido congregando poco
a poco en el grupo de sus discípulos y que se constituye de forma solemne en el encuentro final con
ellos después de su resurrección (28,16-20).
Este texto, cargado de contenido, es como la clave para leer todo el evangelio. En él se
propone el programa y la misión del nuevo Israel para el tiempo que va desde la resurrección de
Jesús a su venida definitiva al final, es decir, para el presente de la etapa del cumplimiento que
tiene como protagonista a la Iglesia.
Con esta reflexión Mateo trataba de dar una respuesta coherente a la pregunta sobre la
situación de la Iglesia con respecto a Israel, y de paso situó a éste en la nueva economía. La Iglesia
es heredera de la misión de Israel, el cual ha quedado caduco e infecundo porque no ha sabido
responder a la invitación de Dios a través de Jesús en los tiempos finales.
En segundo lugar, el grupo de los discípulos se caracteriza por formar una comunidad
fraterna. En este evangelio se habla de diversos ministerios (profetas, escribas, justos...), pero lo
que caracteriza a todos ellos y los coloca en la misma situación es su condición de discípulos que
deben vivir entre sí unas relaciones fraternas, presididas por el servicio y por el perdón.
Los discípulos son los (10,42) y ocupan un lugar privilegiado en el reino (18,6.10.14). Entre
ellos no puede haber situaciones de privilegio, sino que todos deben considerarse al mismo nivel
para descubrir y manifestar su dependencia del Padre del cielo. Su actitud debe ser muy distinta de
la de los escribas y fariseos, cuya altivez y afán de protagonismo Jesús critica duramente.
«Ustedes, en cambio, no se dejen llamar rabbi, porque uno sólo es su maestro y todos ustedes
son hermanos; ni llamen padre a nadie en la tierra, pues uno sólo es su Padre: el del cielo; ni
tampoco se hagan llamar preceptores, porque su preceptor es el Mesías. El mayor entre ustedes sea
su servidor; aquel que se ensalce será humillado pero el que se humille será ensalzado» (23, 8-12).
Los discípulos son, como Jesús, hijos del Padre del cielo y hermanos entre sí. Entre ellos, el
mayor título de gloria es el servicio y el abajamiento a ejemplo de Jesús, que (20,28; cfr. también
20,26-27). Este es el talante que se descubre también en las instrucciones del capítulo 18, con una
insistencia particular en la corrección fraterna (18,15-20) y el perdón (18,21-35). No es una
insistencia casual, sino intencionada, pues sólo a partir de esta actitud de sencillez y pobreza (cfr.
5,3) es posible entender el alcance y la profundidad del perdón, y sólo desde el perdón es posible
construir esta fraternidad de discípulos que imitan la perfección del Padre del cielo, que (5,46).
Esta fraternidad, vivida desde la actitud del servicio y la sencillez y que tiene siempre la
mirada puesta en la perfección del Padre del cielo, es el modelo de comunidad que Mateo presenta
a sus lectores. A ella se llega a través de la fe en Jesús y la aceptación de sus enseñanzas como
norma de vida. De todo esto son ejemplo vivo el grupo de sus discípulos, y por eso la comunidad
cristiana mira siempre a ellos para aprender a vivir con este estilo que ha sido inaugurado por Jesús
en la etapa final de la historia de la salvación y que los hace continuadores fieles de su misión
según el encargo que les confió en su encuentro final (cfr. Mt 28,16-20).
V
COMPLEMENTO:
EL ANTIGUO TESTAMENTO
EN LOS EVANGELIOS
Al describir la formación de los evangelios, inevitablemente hemos hecho numerosas
alusiones a la presencia del Antiguo Testamento en todo el camino que va desde Jesús a los
evangelios escritos. Jesús utilizaba ejemplos y palabras del Antiguo Testamento para explicar su
mensaje y entraba en discusión con sus contemporáneos sobre la interpretación de ciertos pasajes
(Mc 10,35-37). Sus discípulos continuaron este mismo estilo, y ungidos por la necesidad de tener
que dar razón de su fe, volvieron continuamente su mirada hacia el libro sagrado. En él buscaron
una explicación del anuncio cristiano, en él trataron de fundamentar su catequesis y en él buscaron
una terminología para expresar sus nuevas experiencias.
Sabemos que la lectura y meditación de los libros sagrados de Israel tuvo una influencia
decisiva en la formación de los evangelios y de todo el Nuevo Testamento. Tan decisiva, que es
casi imposible entender éste sin aquéllos. Sabemos también que el evangelio según san Mateo es el
que tuvo una relación más estrecha con el judaísmo, y es natural, por tanto, que en él la presencia
del Antiguo Testamento sea mayor.
Como complemento al estudio de evangelio vamos a recorrer brevemente las etapas y el
sentido de este proceso.
Jesús nació y se educó en una familia hebrea. Desde la vuelta del exilio de Babilonia la
cultura hebrea tenía su centro en la Torá, es decir, en los cinco libros de Moisés y en la tradición de
los sabios y los profetas. Todos los movimientos religiosos que nacieron en esa época se
caracterizan por su relación con la Torá (fariseos, saduceos, esenios...). En tiempos de Jesús, un
niño aprendía a leer con el texto sagrado y continuaba sus estudios interpretando este mismo texto.
El Antiguo Testamento no sólo estaba presente en la escuela o en los círculos de los entendidos,
sino que era propiedad de todos, incluso de los iletrados, porque se leía en la liturgia de la
sinagoga: los salmos para la alabanza, la ley y los profetas para la reflexión y la acción. Un judío
del siglo I tenía que encontrarse cada día con las historias y las enseñanzas del Antiguo
Testamento.
No es extraño, por tanto, que Jesús utilizase aquellos ejemplos y enseñanzas para ilustrar su
predicación. Además, los recuerdos de sus discusiones con los expertos en la Ley hacen pensar que
conocía las técnicas interpretativas de los círculos rabínicos, hasta el punto de llegar a proponer una
interpretación autorizada que tiene como principio el frente a las (Mc 7,1-23 y par.); una actitud
que Mateo resumió en el Sermón del Monte con aquella frase lapidaria: (Mt 5,21.27.31.33.38), y
que tiene su fundamento en la íntima relación que Jesús tenía con el Padre. Jesús se presentó, pues,
como el auténtico intérprete de la Ley y relacionó con ella el contenido fundamental de su
predicación sobre la cercanía del reinado de Dios.
2. EL ANTIGUO TESTAMENTO
EN LAS PRIMERAS COMUNIDADES CRISTIANAS
Los discípulos de Jesús habían escuchado de él interpretaciones, alusiones y citas del Antiguo
Testamento. Ellos y las comunidades que surgieron de su predicación se encontraron además con la
tarea de tener que explicar el sentido de su muerte y resurrección como cumplimiento de las
Escrituras. Así aparece en el resumen más apretado y más antiguo del (cfr. 1 Cor 15,3-5): la
muerte y la resurrección de Jesús ocurrieron . Además utilizaron el Antiguo Testamento para
ampliar y profundizar la catequesis cristiana, y sobre todo en las discusiones y controversias con
los judíos, que fueron muy frecuentes a lo largo de los dos primeros siglos.
La presencia del Antiguo Testamento en las primeras comunidades cristianas es
importantísima. En contacto con los escritos de la Ley, los Profetas o los Salmos fue naciendo la
reflexión cristiana y una interpretación de todo lo ocurrido en Jesús y en la iglesia como designio
de Dios. ¿Qué textos utilizaron? ¿Tuvieron todos la misma importancia? ¿Cómo los interpretaron?
Antes de describir cómo estos textos se encuentran en los evangelios escritos vamos a responder
brevemente a estas preguntas.
b) Técnicas de interpretación
Estos textos del Antiguo Testamento eran leídos e interpretados con las técnicas que
habitualmente se usaban entre los judíos.
De ellas tenemos ejemplos en los escritos de aquella época y posteriores. En sus líneas
generales, pueden reducirse a tres tipos de midrash o interpretación (de la raíz drs: buscar,
investigar):
– Midrash halakico (hlk = ir, andar, caminar). Trata de deducir de un texto normas concretas
de comportamiento. Tenemos abundantes ejemplos en la literatura judía posterior al Nuevo
Testamento (Mishnah y Tosefta). En los evangelios no es muy común.
– Midrash haggadico (de la raíz, ngd = contar, narrar). Es una interpretación de un texto a
base de una narración. Los ejemplos son también numerosos en el ámbito judío (pequeños
midrashim y grandes comentarios de los siglos IV-VI). En los evangelios se encuentran numerosos
ejemplos. Mt 1-2 en muchos aspectos refleja esta técnica de interpretación.
– Midrash pesher (psr = dividir o explicar) o midrash profético. Es una interpretación
actualizante de textos proféticos desde la convicción de que ha llegado el final de los tiempos. Fue
muy utilizado por la comunidad de Qumrán y puede descubrirse en muchos textos del Nuevo
Testamento (por ejemplo, Mt 3,3 aplica a Juan Bautista la profecía de Is 40,3).
3. EL ANTIGUO TESTAMENTO
PRESENTE EN LOS EVANGELIOS
Como era de esperar, este continuo contacto con el Antiguo Testamento quedó reflejado en la
redacción final de los evangelios. Se trata de una presencia desigual, pues mientras un evangelista
hace de ella un quicio de su obra (Mateo), otro tiene que cambiar algunas citas o alusiones que su
auditorio no podía entender (Lucas).
En las comunidades de origen judío se siguió cultivando siempre la lectura y el estudio del
Antiguo Testamento como clave para comprender todo lo ocurrido en Jesús y en la comunidad. Es
un hecho que se advierte en los escritos de procedencia judeo-cristiana (Hebreos, Apocalipsis,
Mateo...) por la abundancia de las citas y el modo de interpretarlas.
Pero también en los demás escritos, independientemente del área cultural del que procedan,
esta presencia del Antiguo Testamento es notable, aunque a veces no se advierta a primera vista.
Para descubrirla hay que conocer las diversas formas que puede revestir y para entenderla hay que
tener en cuenta algunos criterios generales.
a) Diversas formas
Simplificando mucho las cosas pueden reducirse a cuatro:
– Cita introducida. Se trata de una cita más o menos literal introducida formalmente por
medio de fórmulas fijas: , , . Así, por ejemplo, Mc 14,27:
(citando Zac 13,7).
– Cita sin introducción. Falta la introducción explícita del texto como contenido en el libro
sagrado:
- Tú lo has dicho, y les digo que desde ahora verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra
del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64, citando Sal 110,1 y Dn 7,13).
– Alusión. No llega a ser una cita explícita. Es el caso, por ejemplo, del vinagre en Mc 15,36
y par., que alude a Sal 69,22.
– Motivo teológico. Aquí la presencia es más global y no puede identificarse por citas
concretas. Es el caso del templo, el pueblo, el desierto, Moisés, Elías, etc. Motivos que están
presentes por doquier en los evangelios y que determinan algunas de sus composiciones. (Así, por
ejemplo, el caminar del pueblo por el desierto que configura el relato de las tentaciones en Mt 4,1-
11.)
Un ejemplo interesante lo encontramos en la figura de Jonás, citado varias veces en los
evangelios. Leamos Mt 12,39-40:
«¡Gente mala e infiel!, piden una señal milagrosa, pero no tendrán más señal que la del
profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, así
también el Hijo del Hombre estará tres días y tres noches en lo profundo de la tierra» (citando Jon
2,1).
A veces, como en este caso, el texto que se cita tiene detrás toda una historia de
interpretación.
En el Antiguo Testamento, Jonás aparece como un personaje histórico en 2 Re 14,25. El libro
que lleva su nombre es una especie de midrash haggádico basado en este texto.
Mateo cita Jon 2,1, pero en realidad se está refiriendo a todo el capítulo segundo del libro de
Jonás, pues entre los judíos era corriente citar una composición con las palabras con las que
comenzaba. Así, pues, para entender la cita de Mateo es necesario tener en cuenta el capítulo
completo, que es un salmo de súplica.
Las peripecias que narra el libro de Jonás fueron comentadas por los rabinos en numerosos
lugares. Generalmente para ellos, el signo de Jonás no era ni su predicación ni la conversión de
Nínive, sino la actuación salvadora de Dios . Este es el día en que Dios actúa para salvar a su
pueblo (Os 6,2; Ex 19,16-18). Los comentaristas rabínicos así lo habían entendido y habían
recogido una larga lista de textos bíblicos que lo probaban, entre los cuales se encontraba
precisamente Jon 2.
Con estas breves anotaciones se entiende mejor la cita de Mateo. En primer lugar, Jonás,
como Jesús, experimentó el abandono y la muerte, y entonces clamó a Dios. En segundo lugar, el
único signo que Jesús dará a aquellos que se lo piden es el de la actuación salvadora de Dios, es
decir, el de su resurrección.
b) Interpretación
Es muy difícil dar en pocas palabras una orientación precisa sobre cómo interpretar estos
textos, pero sí pueden darse algunas claves de tipo general.
Normalmente hay que tener en cuenta dos factores: por un lado, las técnicas de interpretación
de aquella época, y por otro, la experiencia desde la que se hacía dicha interpretación. A veces nos
quedamos sorprendidos ante conclusiones deducidas de un texto con una lógica que nada tiene que
ver con la nuestra. Hay que procurar situarse en aquella época y en su lógica deductiva, que
encontraba en cada texto o alusión un motivo para sacar conclusiones. También es muy importante
situarse en la experiencia desde la que leen el Antiguo Testamento: la resurrección de Jesús es el
acontecimiento clave de la historia de la salvación. Con él se inauguran los tiempos escatológicos y
es, por tanto, la clave definitiva para entender y situar las actuaciones anteriores de Dios en la
historia.
Finalmente, hay que tener en cuenta que cada autor tenía una concepción propia del Antiguo
Testamento y de su papel en la comprensión de la vida, muerte y resurrección de Jesús; es una
concepción que comparte con su comunidad o con el grupo de personas a las que dirige su
evangelio. Pues bien: esta visión propia se refleja en su obra, y por eso hay que distinguir entre los
diversos autores. Un poco de estudio y de lectura continuada de cada evangelio van proporcionando
las claves de cada uno de ellos.
BIBLIOGRAFÍA
III
EL HORIZONTE DE LA BUENA NOTICIA
El Lector que se acerca al tercer evangelio se encuentra con que esta tercera versión de la
vida y ministerio de Jesús de Nazaret es, en realidad, la primera parte de una obra en dos
volúmenes y que en su conjunto éstos constituyen algo más de la cuarta parte del Nuevo
Testamento. De este modo, y desde el comienzo de su lectura, siente que el horizonte del relato se
abre más allá de las palabras y acciones de Jesús y abarca la vida y la misión de los primeros
discípulos después de su resurrección.
Si el libro de los Hechos no hubiera sido escrito o no se hubiera conservado hasta hoy,
podríamos leer el evangelio según san Lucas como los otros dos evangelios sinópticos, pero lo
cierto es que esta segunda parte ha llegado hasta nosotros y la mejor manera de leer el conjunto es
tener la obra completa como marco de referencia.
Tanto el evangelio como el libro de los Hechos tienen como introducción un breve prólogo al
estilo de los que se usaban entonces en los ambientes helenísticos, y este hecho nos da una pista
acerca del estilo y la naturaleza de la obra de Lucas: pretende ser el trabajo de un historiador, que
se basa en informaciones fidedignas, pero además es un testimonio de la fe en Jesús que aporta un
firme fundamento a la enseñanza ya recibida y aceptada.
Con esta obra en dos volúmenes, el grupo de los discípulos de Jesús se presenta al mundo
culto de entonces con la pretensión de ofrecer un camino de salvación y con la esperanza de
encontrar su puesto dentro del mundo entonces conocido.
Leída hoy, la obra de Lucas revela una riqueza impresionante, pues además de acercarnos a
aquella experiencia de apertura y universalismo, puede ayudar a interpretar y encauzar situaciones
semejantes. Como los demás escritos del Nuevo Testamento, nos introduce en la vivencia de los
primeros discípulos, que tenían siempre la mirada fija en Jesús e intentaban vivir desde su fe en él
las situaciones que se iban presentando.
I
LA COMUNIDAD DE LOS DISCÍPULOS
ABIERTA AL HORIZONTE DEL MUNDO PAGANO
Los dos libros que componen la obra de Lucas nos remiten a un autor que ha dejado en ellos
huellas profundas de su personalidad. Sin embargo, más allá del estilo y los matices propios, el
lector avisado puede descubrir que en el caso de Lucas-Hechos sigue siendo verdad lo que hemos
constatado en los otros dos evangelios sinópticos: que detrás de cada una de estas obras se
encuentra una comunidad o grupo o comunidades con sus experiencias propias, con su vivencia
específica de la fe y también con sus interrogantes particulares. Por eso el relato que nace en ese
contexto concreto tiene que reflejar necesariamente esta vivencia, sus preguntas y su búsqueda.
Lucas-Hechos no es una excepción; también para entender estos escritos es necesario conocer lo
mejor posible el contexto en que surgieron, pues reflejan sin duda una tradición particular dentro
del Nuevo Testamento.
Como en los capítulos paralelos de Marcos y Mateo, vamos a proceder por dos caminos
complementarios: en primer lugar, examinamos las cuestiones de autor, lugar y fecha de
composición, y después trataremos de dibujar los contornos más significativos de esta comunidad
que intentó abrirse al horizonte del mundo entonces conocido.
Hay que decir, en primer lugar, que tanto la unidad de estilo y vocabulario como el proyecto
de la obra en dos volúmenes hacen pensar que ambas obra fueron escritas por un mismo autor y
autorizan a plantear estas cuestiones conjuntamente.
Acerca del autor, el testimonio más antiguo es el del , un escrito cristiano de finales del siglo
II. A propósito de Lucas dice:
«El tercer evangelio es según san Lucas. Lucas es el médico que después de la ascensión fue
llevado por Pablo como compañero de sus viajes y que escribió en su nombre y según su
pensamiento. Sin embargo, no vio al Señor en persona, y por eso comienza su relato desde el
nacimiento de Juan en adelante según la información que pudo obtener» (líneas 3-8).
Los testimonios de la tradición posterior corroboran las afirmaciones de este apretado
resumen. Según ellos, el autor del evangelio es aquel Lucas a quien Pablo designa como el (Col
4,14; Flm 24; 2 Tim 4,11) y que procedía de ambientes gentiles, pues Pablo le excluye cuando
habla de sus colaboradores judíos.
Los datos que proporcionan tanto el evangelio como el libro de los Hechos relativizan esta
atribución tan unánime y aportan algún dato más preciso sobre la personalidad del autor. En primer
lugar, el estilo y vocabulario de Lucas-Hechos no reflejan un interés o conocimiento del lenguaje
médico mayor que el de los escritores cultos de la época; tampoco puede percibirse la presencia de
ideas teológicas específicamente paulinas. Lo que sí puede afirmarse a partir de los datos del
evangelio y de Hechos es que el autor de esta doble obra no es judío y que escribe para cristianos
que se mueven en este mismo ambiente de las comunidades cristianas compuestas en su mayoría
por creyentes procedentes del mundo gentil.
Este dato fundamental no contradice la antigua tradición ni la corrobora, pero ayuda
enormemente a comprender el talante distinto de la obra lucana. Sobre el lugar no existen
indicaciones precisas. Todas las hipótesis coinciden, sin embargo, en señalar un lugar fuera de
Palestina, es decir, un ambiente no judío, de acuerdo con lo dicho acerca del autor y los
destinatarios de la obra.
La fecha de composición del evangelio puede fijarse entre los años 70 y 90 d.C., es decir,
después de la caída de Jerusalén y después de que otros hubieran emprendido una obra similar,
como confiesa el mismo autor en el prólogo (cfr. Lc 1,1-4). El libro de los Hechos fue escrito en
estas mismas fechas, aunque después del evangelio, pues en el prólogo de Hechos se alude a éste
como (cfr. Hch 1,1).
Así, pues, de este breve examen de las cuestiones tradicionales de autor, lugar y fecha de
composición podemos deducir que tanto el evangelio según san Lucas como el libro de los Hechos
fueron escritos por un cristiano de origen no judío que se dirige a cristianos en su mayoría de
origen no judío. Su buen conocimiento de la lengua griega y de los recursos literarios de la cultura
helenística revelan una esmerada formación y un ambiente culto. Las dos partes de la obra fueron
compuestas fuera de Palestina entre los años 70 y 90 d.C.
Al estudiar el contexto vital en que nacieron los evangelios de Marcos y Mateo contábamos
sólo con los datos que proporcionan ambas obras. En el caso de la obra lucana las noticias son
mucho más abundantes, pues tenemos a nuestra disposición la enorme cantidad de información que
se encuentra en el libro de los Hechos.
Efectivamente, el libro de los Hechos es una verdadera mina de datos sobre la vida cotidiana
de las comunidades cristianas en el siglo I. En él se encuentran recogidos los más diversos
aspectos: el culto, la misión cristiana, detalles biográficos de algunos personajes, discursos, etc. Es
de suponer que este relato refleje de algún modo el estilo de vida y las preocupaciones de las
comunidades . El problema está en saber hasta qué punto esto es así, pues si bien es verdad que el
autor de Lucas-Hechos se impuso la tarea de reflejar lo más fielmente posible los acontecimientos
acaecidos, no es menos cierto que su verdadera intención es la de robustecer la fe en las enseñanzas
recibidas (cfr. Lc 1,1-4). La pregunta inicial es, pues, ésta: ¿hasta qué punto las informaciones de
Hechos reflejan la vida de las comunidades lucanas? Y la respuesta ha de ser matizada por estas dos
observaciones:
– Hechos presenta una visión idealizada de la comunidad cristiana, sobre todo en los
sumarios de la primera parte. Algunas afirmaciones como ésta: (Hch 2,44), contrastan fuertemente
con otros episodios que se narran en el mismo libro: «Bernabé quería que Juan Marcos les
acompañara, pero Pablo opinó que no debían llevar en su compañía a quien los había abandonado
en Panfilia y había dejado de colaborar en la tarea apostólica. Esto movió entre ellos tan fuerte
discusión, que llegaron a separarse» (Hch 15,37-39). Y lo mismo podría decirse de los
acontecimientos sucedidos en torno a la asamblea de Jerusalén (cfr. Hch 15,1-35).
– Las informaciones autobiográficas que se encuentran en las cartas auténticas de Pablo no
coinciden exactamente con las que proporciona el libro de los Hechos. Es suficiente una
comparación de Gál 1-2 con los pasajes paralelos de Hechos para comprobar esta afirmación.
Así, pues, tendremos que utilizar con cautela las informaciones del libro de los Hechos y
tendremos que basar esta reconstrucción de las comunidades lucanas más en informaciones
indirectas y detalles mencionados de paso que en el grueso de la información de Hechos. Teniendo
en cuenta esta observación previa, podemos intentar describir los contornos de esta comunidad o
grupo de comunidades en las que nació la obra lucana. Para ello tenemos que poner de manifiesto
el rasgo que más las identifica: la nueva relación que establecen con el mundo grecorromano;
después trataremos de definir sus relaciones con el judaísmo, el Imperio y el resto de las
comunidades cristianas. Al final intentaremos una descripción de su organización y vida internas.
-¿Tienen derecho a azotar a un ciudadano romano sin juzgarlo previamente?» (Hch 22,25.
Véase también Hch 18,12; 25,16; y en general la segunda parte de Hechos).
En todos los juicios que tienen lugar en Hechos ante las autoridades romanas el veredicto
unánime es el de , y lo mismo puede observarse en el proceso de Jesús ante Pilato, en donde Lucas
ha remodelado sus fuentes con el objeto de subrayar la inocencia de Jesús. La declaración de Pilato
ante los jefes de los sacerdotes y las autoridades del pueblo es, en realidad, la declaración de
inocencia de la nueva religión hecha por la autoridad romana, por el Imperio:
«Me han traído a este hombre diciendo que altera el orden público; pero yo le he interrogado
delante de ustedes y no le he encontrado culpable de nada. Y Herodes tampoco, porque ha vuelto a
mandarle aquí. Es evidente que no ha hecho nada que merezca la muerte» (Lc 23,14-15).
Y lo mismo encontramos repetido en el proceso de Pablo:
e) Una fraternidad
Hasta aquí nuestro acercamiento a las comunidades lucanas ha sido sólo , es decir, a través de
sus relaciones con otros grupos religiosos, sean judíos o cristianos, o con el complejo contexto del
Imperio romano. Pero ¿qué podemos saber sobre su organización y su vida internas? ¿Cómo eran y
vivían estos cristianos que tan lúcidamente afrontaron el problema de encontrar su puesto dentro de
la historia de la salvación, del Imperio y del cristianismo naciente? Al tener que responder a estas
preguntas se agravan las dificultades de que hablábamos al principio con respecto a las
informaciones del libro de los Hechos, pues resulta muy difícil distinguir entre lo que son datos de
la vida real de estas comunidades y lo que es propuesta de Lucas como modelo hacia el que éstas
deben encaminarse. Sin perder de vista nunca esta sospecha y con la cautela que nos impone
podemos decir, sin embargo, algo sobre la vida y organización de las comunidades lucanas.
La comunidad de los discípulos está compuesta por aquellos que han escuchado la palabra de
los apóstoles, se han convertido y se han hecho bautizar. Es la comunidad de los santos, los
creyentes, los adictos al camino y también la comunidad de los (Hch 1,15; 9,30; 10,23; etc.).
Desde el principio la comunidad se reúne primero en el Templo (Lc 24,53; Hch 2,46; etc.) y
después en las casas (Hch 5,42; 12,12; 16,18-40; etc.), y este gesto expresa, mejor que ningún otro,
su vivencia básica de la comunidad como solicitud de los unos por los otros. Para Lucas, la Iglesia
es por sus dones y su forma de vida una fraternidad.
Los sumarios de Hechos concretan este estilo de vida en comunidad. Es posible que en ellos
se mezcle la realidad de las comunidades de Lucas y el modelo hacia el que deben tender, pero en
todo caso es significativo el espacio que se concede al culto en las reuniones de la comunidad. En
Hch 2,42-47 se mencionan los siguientes elementos: 1) La enseñanza de los apóstoles, a través de
la cual se convoca y se edifica la Iglesia. 2) La comunión, es decir, el gesto de compartir la mesa y
los bienes. 3) La fracción del pan, que originariamente era un rito de bendición de la mesa antes y
después de las comidas y luego pasó a designar la Eucaristía como continuación de las comidas con
el resucitado. 4) Finalmente, se habla de las plegarias con que se termina la reunión.
Independientemente de cómo haya que interpretar la de bienes, lo cierto es que esta comunidad,
que se reúne para el culto y la alabanza divina, vive un compromiso recíproco de sus miembros.
Como hermanos, unos se sienten responsables de los otros.
Así, pues, en la comunidad todos son hermanos, todos forman una fraternidad abierta que
acoge en su seno a todos: ricos y pobres, judíos y griegos, etc., sobre todos ha descendido el
Espíritu Santo (Hch 2,1; 10,44ss). Y, sin embargo, sin turbar este espíritu fraterno, dentro de ella se
distinguen dos grupos de personas que ha recibido un don y un encargo especiales: los carismáticos
y los responsables de un ministerio.
De entre los miembros de la comunidad destacan individuos carismáticos que a veces reciben
el nombre de profetas, como Agabo (Hch 11,27) o el grupo de Antioquía (Hch 13,1), Judas y Silas
(Hch 15, 32), y otras veces son simplemente individuos que se destacan por su actividad,
impulsados por el Espíritu: Felipe (Hch 8,29.39), Bernabé (Hch 11,24), Apolo (Hch 18,25).
Junto a esta floración de elementos carismáticos se encuentra una especie de . Todavía no se
ha desarrollado mucho, y por eso el interés de Lucas por él no es grande. Son los (Hch 11,30;
15,2.6.23; 16,4) que continúan el oficio apostólico, y junto con los apóstoles, forman una especie
de consejo en la Iglesia de Jerusalén. Son designados por los apóstoles (Hch 14,23), el Espíritu
Santo los ha constituido inspectores (Hch 20,38) y tienen, junto con los apóstoles, poder de
decisión en materia de doctrina y gobierno (Hch 15,1ss).
De este modo, la fraternidad que forman los discípulos que han creído la palabra de los
apóstoles y se han convertido se va configurando como una comunidad inundada por el Espíritu y
sus dones y, a la vez, como una comunidad organizada para hacer frente a los numerosos conflictos
y situaciones con los que tiene que enfrentarse, pero la asamblea de todos sus miembros y la mutua
solicitud serán siempre su expresión más diáfana.
II
LOS DOS LIBROS A TEóFILO
Lo que venimos diciendo acerca del contexto en que fue redactada la obra lucana lo hemos
deducido principalmente de la lectura del evangelio y del libro de los Hechos. El objeto de esta
primera aproximación ha sido, precisamente, ponernos en disposición de leer con más penetración
el testimonio privilegiado acerca de Jesús y de las primeras comunidades cristianas que se nos ha
conservado en estos libros.
En este capítulo vamos a dar un paso más, vamos a intentar conocer un poco mejor estos
escritos desde el punto de vista literario. El principal objetivo será ahora mostrar cuál es la
disposición interna de ambos libros, qué fuentes utilizó Lucas para su composición y cómo las
utilizó; pero antes de nada nos interesa conocer cuál fue su intención al componer esta obra en dos
volúmenes.
Pues bien, si a estas relaciones se añaden las numerosas conexiones de tipo temático, resulta
evidente que el autor de Lucas-Hechos es la misma persona y que ha pensado estos dos libros de
forma unitaria como dos tomos de una misma obra. Su idea fue tan genial como la de Marcos al
componer el primer evangelio, y para captarla tenemos que preguntarnos cuáles fueron sus
intenciones al concebir este proyecto, qué pretendía con esta vinculación tan estrecha entre la vida
de Jesús y la de las primeras comunidades cristianas. El mismo trató de responder a estas preguntas
en las dedicatorias que colocó a la cabecera de sus dos obras.
b) El propósito de Lucas
Siguiendo una costumbre muy extendida en la cultura de entonces, el autor de Lucas-Hechos
dedica su obra a una persona ilustre: un tal Teófilo, del que nada sabemos y del que algunos
piensan que se trata de cualquier según el significado del nombre. En la dedicatoria explica los
motivos que le han impulsado a emprender la tarea y el método que se ha impuesto en ella.
Antes hemos hablado de dos dedicatorias, pero en realidad sólo se puede hablar de una, pues
el comienzo del libro de los Hechos, más que una dedicatoria, es una breve referencia a la , es
decir, al evangelio, dando a entender que en esta segunda se continúa lo iniciado allí y con los
mismos métodos. Así, pues, si queremos conocer el propósito de Lucas tenemos que leer
atentamente la dedicatoria de su evangelio. Dice así:
«Muchos son los que han intentado escribir una narración de los hechos que han acaecido
entre nosotros tal y como nos los transmitieron quienes fueron desde el principio testigos
presenciales y luego se convirtieron en ministros de la palabra. Pues bien, ilustre Teófilo, después
de investigar a fondo y desde sus orígenes todo lo sucedido, también a mí me ha parecido
conveniente ponerlo por escrito ordenadamente para que puedas comprobar la autenticidad de la
enseñanza que has recibido» (Lc 1,1-4).
A primera vista, da la impresión de que su proyecto es el de un historiador: su objetivo es
informar sobre los sucesos ocurridos en torno a Jesús, utiliza como fuentes otros escritos y la
información de testigos presenciales, su método se basa en la búsqueda minuciosa y exhaustiva de
datos y su finalidad es proporcionar una detallada confirmación de las enseñanzas ya recibidas. El
resultado es una narración ordenada y bien fundamentada.
Según esta lectura del prólogo, la obra de Lucas sería semejante a la de cualquier historiador
de la época y, sin embargo, esto no es del todo así. Si nos fijamos un poco mejor, descubriremos
que se trata en realidad de la obra de un creyente que no pretende transmitir una a secas, sino una .
Sus testigos son ; el contenido de su obra, un mensaje de salvación, y su objetivo, proporcionar un
fundamento firme a la fe ya poseída, que es lo más parecido a una instrucción catequética. En
realidad, la intención de Lucas es presentar una narración ordenada y bien documentada de , es
decir, de los orígenes del cristianismo comenzando con Jesús (evangelio) y siguiendo con la obra
de sus discípulos (Hechos). Pretende hacerlo con los métodos y en la forma que se usaba en la
cultura helenística, es decir, en el mundo al que pretendía presentar el mensaje cristiano y que está
simbolizado en este enigmático Teófilo.
Lo que más llama la atención en esta dedicatoria es el hecho de que otros ya hayan
emprendido la misma tarea que ahora se impone el autor de Lucas-Hechos. Nosotros conocemos a
otros tres (Mateo, Marcos y Juan) y sabemos que cada uno de ellos tuvo sus buenas razones para
hacerlo. ¿Cuáles fueron las de Lucas? Sin duda que serían varias y complejas. Algunas de estas
razones pueden encontrarse en el capítulo anterior, cuando hablábamos de las relaciones de la
comunidad de Lucas con el judaísmo y con el Imperio romano. Con esta presentación de lo
acaecido en Jesús y en las primeras comunidades cristianas es muy probable que Lucas pretendiera
lograr carta de ciudadanía para el cristianismo naciente en una situación en la que los cristianos
eran confundidos con los judíos y en la que acababan de recibir el duro golpe de la matanza que
Nerón ordenó con motivo del incendio de Roma (64 d. C.). Ciertamente que esta situación debió
mover a Lucas para que compusiera su obra y la hiciera pública.
Sin embargo, no conviene pasar por alto que los destinatarios más inmediatos son cristianos
que necesitan ser confirmados en la fe, de modo que tanto el evangelio como el libro de los Hechos
son al mismo tiempo una proclamación dirigida a los cristianos en la que se expone la vida de Jesús
como comienzo y modelo de la historia de la Iglesia, dejando claro que la misión de ésta consiste
en dar testimonio de Jesús hasta los confines del mundo. La obra de Lucas tiene, pues, un doble
objetivo que E. Haenchen ha resumido muy bien cuando, refiriéndose al libro de los Hechos, dice
que , una afirmación que puede aplicarse también al evangelio y que centra muy bien la intención
de Lucas.
Lucas es el único de los evangelistas que manifiesta su propósito de escribir una narración
ordenada y bien documentada. Esta abierta manifestación de sus intenciones es una invitación a
descubrir el orden interno de su obra y las fuentes de información con las que contó para redactarla.
Por el momento nos fijaremos sólo en el evangelio. Trataremos primero de identificar las
fuentes con las que Lucas contó y de aclarar su forma de utilizarlas, después propondremos una
división del evangelio basada en estas indicaciones que nos servirá de base para la lectura del
mismo.
Dedicatoria (1,1-4)
El evangelio comienza con una dedicatoria de la que ya hemos hablado extensamente. El
propósito de estas palabras iniciales no es sólo dedicar el libro, sino sobre todo exponer la intención
y el método con que ha sido compuesto. De este modo, el autor pone en pista al lector y le invita a
leer lo que sigue en una clave determinada.
Los relatos de la primera sección están construidos en paralelo para subrayar el contraste
entre Juan y Jesús y mostrar la superioridad de este último. Puede comprobarse fácilmente leyendo
dichos relatos:
Juan Jesús
La segunda sección (Lc 3,1-20) está compuesta por un resumen de la actividad de Juan
Bautista. El episodio se encuentra también en Mateo y Marcos, pero en Lucas está mejor
delimitado.
Este breve relato comienza con un solemne sincronismo (véase Lc 3,1-2). Con él sitúa en la
historia la actividad de Juan y la de Jesús, que son contemporáneas, aunque nunca se confunden ni
se mezclan en el relato. La distinción se nota de nuevo en la separación del espacio, de modo que
Jesús nunca actúa en la , que es, precisamente, el lugar de la actividad de Juan. Lucas coloca antes
de la actuación de Jesús todo lo referente a Juan Bautista y luego evita nombrarlo en el bautismo de
Jesús, porque es en ese momento cuando comienza el tiempo de la actividad de Jesús.
Esta división del tiempo en períodos le ayuda a Lucas a ordenar las tradiciones recibidas y a
organizarlas de una manera coherente. Así, en esta primera parte de su relato, el interés está
polarizado en una dirección: poner de manifiesto la superioridad de Jesús sobre Israel, representado
por Juan, e introducir el tiempo del ministerio de Jesús, que constituye el centro del tiempo y el
punto de referencia para el pasado y el futuro. En definitiva, puede decirse que la función de estos
capítulos iniciales es introducir lo que constituye el centro del relato: el ministerio de Jesús, que se
desarrolla en tres etapas: Galilea, camino y Jerusalén.
Viene después la sección central de esta primera parte, en la que Lucas ha recogido dos series
de milagros y otras dos de enseñanzas de Jesús (Lc 6,17-8,56). En conjunto, recogen el contenido
fundamental del anuncio de Jesús.
El pequeño sermón inicial (Lc 6,17-49) está compuesto por materiales procedentes de la
fuente común a Mateo y a Lucas. Comienza y termina como el Sermón del Monte en Mt 5-7: con
las bienaventuranzas y con la comparación de la casa edificada sobre roca, respectivamente; pero
entre estos textos Lucas sólo introduce dos recomendaciones sobre el amor a los enemigos y la
oportunidad de evitar los juicios. Más adelante, en el llamado (Lc 11,1-13,21), Lucas introducirá
el resto de las enseñanzas de Jesús que Mateo reunió en un solo discurso.
La primera serie de milagros (Lc 7,1-8,3) está delimitada por el cambio de escenario al
principio (Lc 7,1) y un resumen al final (Lc 8,1-3). El episodio de la mujer pecadora, que es propio
de Lucas, resalta la misericordia de Dios, que es un tema querido para él, mientras que el encuentro
con los emisarios del Bautista (Lc 7,26-28) le sirve para insistir una vez más sobre la superioridad
de Jesús.
En 8,4-21 coloca dos parábolas y el episodio de la madre y los hermanos de Jesús. Su
introducción aquí no es casual, sino que sirve para subrayar dos aspectos importantes de esta
primera parte: a la predicación oscura a Israel sucederá un día la claridad de la proclamación
pascual (la lámpara escondida) y la escucha de la palabra de Dios (episodio de la madre y los
hermanos de Jesús).
La sección finaliza con una serie de milagros (Lc 8,22-56) en los que Lucas sigue el orden de
Marcos.
En la tercera sección (Lc 9,1-50) el autor vuelve sobre los discípulos a quienes había llamado
al comienzo de su misión en Galilea (Lc 5,1-6,16). Cuenta el envío de los mismos y su regreso.
Entre ambos episodios se encuentra la reacción de Herodes, notablemente modificada por haber
trasladado todo lo referente a Juan Bautista al comienzo del evangelio. Finaliza la sección con un
claro anuncio de la segunda parte: la predicción de la muerte y resurrección de Jesús (Lc 9,21-27) y
el relato de la transfiguración (Lc 9,28-36), que alude al éxodo o subida de Jesús a Jerusalén.
Al final de este recorrido por la primera parte del evangelio de Lucas podemos preguntarnos:
¿Por qué ha querido delimitar este primer período de la actividad de Jesús? ¿Cuál es su papel
dentro del conjunto de la historia de la salvación? La disposición del espacio, de la que hemos
hablado al comienzo, muestra que su intención ha sido la de presentar la misión de Jesús a Israel,
cuyo resumen se encuentra en el episodio de la sinagoga de Nazaret. El contenido de esta primera
parte corresponde a este objetivo: Jesús proclama la buena noticia del reino y corrobora su anuncio
con la victoria sobre Satán (los milagros), reúne en torno a sí a un grupo de discípulos y los asocia
a su misión. A través de su actividad y de una forma progresiva desvela el misterio de su persona
hasta el final de la sección, donde introduce el elemento nuevo: el anuncio de su muerte y
resurrección. (A. George).
La primera etapa (Lc 9,51-13,21) está marcada por el comienzo solemne del viaje:
(Lc 9,51).
El viaje se menciona de nuevo en Lc 9,53.57 y 10,38.
El motivo central de esta primera parte del camino es la instrucción y el envío de los
discípulos. Todo parece girar en torno a una pregunta fundamental: ¿Cómo debe ser el auténtico
discípulo? Y la respuesta se encuentra tanto en los pasajes directamente referidos a ellos: Lc 9,57-
62; 10,1-12.17-20, como en los demás relatos, de los que siempre se desprende una enseñanza para
los discípulos.
En Lc 11,1-13,21 este aspecto aparece con mucha mayor claridad. Aquí inserta Lucas
materiales procedentes de todas sus fuentes y con ellos compone una extensa catequesis sobre
problemas concretos de la existencia cristiana: la oración (Lc 11,1-13), la necesidad de la
conversión (Lc 11,29-32; 13,1-9), el rechazo de la hipocresía (Lc 11,37-54), la necesidad urgente
de tomar una decisión a favor de Jesús ahora (Lc 12,8-21), la venida del Señor (Lc 12,35-48), etc.
El primer tramo del camino va unido, como vemos, a una detallada instrucción de Jesús a sus
discípulos, pero sin olvidar el marco en que ésta tiene lugar: el camino que conduce a la muerte y la
futura misión de los discípulos, prefigurada en la de los setenta y dos.
La tercera etapa (Lc 17,11-18,34) está de nuevo marcada por una clara alusión al camino de
Jesús:
(Lc 17,11).
En esta tercera etapa continúa la instrucción sobre algunos aspectos importantes de la vida
cristiana. Es muy probable que en estos episodios Lucas haya querido dar respuesta a
preocupaciones de las comunidades a las que se dirige: ¿Cuándo llegará el reino de Dios? (Lc
17,20-37). ¿Cómo se debe orar? (Lc 18,1-14). ¿Quiénes tienen acceso a Jesús? (Lc 18,15-17).
¿Cuál es la recompensa de los que lo dejan todo y siguen a Jesús? (Lc 18,18-30). Y todo ello en el
marco del camino, que cada vez se acerca más a Jerusalén.
La etapa final (Lc 18,31-19,28) de este camino se abre con una clara referencia a la meta del
mismo:
– Ya ven que vamos camino de Jerusalén, donde ha de cumplirse todo lo que escribieron los
profetas acerca del Hijo del Hombre...» (Lc 18,31).
En ella se multiplican las alusiones a Jerusalén: Lc 19,11, y al camino: Lc 18,35 y 19,1.
El anuncio de la pasión inminente es el tema dominante. Lucas ha roto la secuencia de los
tres anuncios que encontramos en Mateo y Marcos y ha colocado este último casi al final con el
objeto de vincular esta etapa del camino con la etapa final de la vida de Jesús: su ministerio en
Jerusalén.
Vuelve a resonar el tema del retraso de la vuelta de Jesús en la parábola de los talentos,
cuando Lucas añade que aquel noble se fue a un , así como el de la salvación y el de la alabanza a
Dios, que son tan queridos para Lucas y forman al final del camino como una especie de resumen.
El capítulo 24 está constituido por tres episodios: el relato de la tumba vacía (Lc 24,1-12), el
encuentro con los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) y las apariciones a los discípulos (Lc 24,36-
43); los tres tienen lugar en el mismo espacio y tiempo y están, por tanto, íntimamente
relacionados.
Lucas sitúa en Jerusalén todas las apariciones de Jesús (en Mateo y Marcos tienen lugar en
Galilea) con el objeto de subrayar la unidad del acontecimiento pascual y de mantener la
continuidad entre el evangelio, que narra la subida de Jesús hasta Jerusalén, y el libro de los
Hechos, en el que se describe la irradiación del mensaje de salvación desde Jerusalén.
Los tres acontecimientos tienen lugar en el mismo día con el objeto de presentar en una sola
escena la totalidad de la revelación pascual: es el día de la Pascua, la cima del evangelio y el final
del tiempo de Jesús.
El relato más significativo y extenso es el del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús
(Lc 24,13-35). Es un relato propio de Lucas y está construido según una disposición concéntrica:
De Jerusalén a Emaús
Discutían por el camino
Jesús se les aparece
tienen los ojos cerrados
CONVERSACION
se les abren los ojos
Jesús desaparece
Se preguntaban
De Emaús a Jerusalén
Este pasaje describe con detalle el proceso de encuentro con el Señor resucitado a través de
las Escrituras y la fracción del pan y el efecto de alegría que produce este encuentro.
Este capítulo final del evangelio, unido al primero del libro de los Hechos, marca la
distinción entre el tiempo de Jesús y el de la Iglesia, sobre todo a través de los dos relatos de la
ascensión: al final del evangelio manifiesta la exaltación de Jesús a la derecha del Padre y al
comienzo de los Hechos invita a los apóstoles a comenzar su misión; pero al mismo tiempo subraya
su profunda continuidad a través de numerosos detalles de este último capítulo, que luego son
recogidos en los discursos de Hechos y del anuncio del mensaje cristiano, que siempre se pone en
relación con las apariciones de Jesús a los apóstoles.
Cuando Lucas emprendió la tarea de componer el libro de los Hechos se encontró con una
situación distinta de la que había encontrado cuando decidió escribir el evangelio. Efectivamente,
para componer la primera parte de su obra pudo contar con el trabajo de sus predecesores y con las
numerosas tradiciones acerca de Jesús que las comunidades cristianas habían conservado. Al
redactar Hechos la tarea era completamente distinta, pues aun suponiendo que pudiera contar con
extensas informaciones e incluso con fuentes escritas, la unión entre la primitiva comunidad de
Jerusalén y la misión de Pablo a los gentiles dentro de un mismo proceso fue sin duda obra suya. El
libro de los Hechos supone, pues, una novedad dentro de la literatura cristiana del siglo I y es para
nosotros una joya de valor incalculable.
Algunos proponen una división del libro en dos partes guiados por el programa misionero
que se anuncia en Hch 2,39:
Este programa se confirma en Hch 3,26 y en los procedimientos misioneros de todo el libro,
y podría resumirse en estas dos fases: primero a los judíos y después a los paganos:
I. Misión a los judíos (Hch 1-12)
Transición (Hch 13-15)
II. Misión a los paganos (Hch 16-28)
Esta división revela un aspecto muy importante del pensamiento de Lucas sobre la misión
cristiana, pero no puede tomarse como principio estructurante del libro sencillamente porque en la
segunda parte (Hch 16-28) el anuncio del evangelio sigue haciéndose siempre en primer lugar a los
judíos.
Para otros, la clave de división del libro se encuentra en los personajes centrales del relato, es
decir, Pedro y Pablo. Según esta propuesta, Hechos está organizado en dos ciclos, uno dedicado a
Pedro (Hch 1-12) y otro dedicado a Pablo (Hch 13-28); pero este criterio tampoco puede aplicarse
con rigor, pues en Hch 9 se habla ya de Pablo y en Hch 15 todavía se nombra a Pedro.
Todos estos indicios han de ser tenidos en cuenta, pues el autor ciertamente ha pensado en
ellos; pero ellos solos no son capaces de explicar la organización interna del libro de los Hechos,
sobre todo si comparamos estas divisiones con la organización más precisa del evangelio.
Precisamente buscando la coherencia con el evangelio, hay que intentar descubrir en el libro
de los Hechos una división basada en criterios geográficos, división que se encuentra claramente
esbozada al comienzo de la obra en las palabras que Jesús dirige a sus discípulos como despedida:
(Hch 1,8).
Tanto en este mandato como en la cita paralela al final del evangelio (Lc 24,47-49) se insiste
en tres aspectos: la fuerza del Espíritu Santo necesaria para esta misión, la condición de testigos de
quienes han de llevarla a cabo y el camino que seguirá desde Jerusalén hasta los confines de la
tierra, pasando (como especifica Hch 1,8) por una etapa intermedia: Judea y Samaría. De este
modo tenemos en Hechos un movimiento de expansión que es resultado del de concentración que
vimos en el evangelio y que sigue un proceso similar:
Lc Galilea ‘ camino‘ Jerusalén
Hch Jerusalén ‘ camino‘ Roma
Este proyecto anunciado en Hch 1,8 se va cumpliendo progresivamente a lo largo del libro y
está marcado en estas tres indicaciones:
Hch 1 ,12:
Hch 8,1:
dispersaron por las regiones de Judea y Samaría.»
Hch 13,47:
tador de salvación hasta los confinas de la tierra.»
Esta progresiva expansión del mensaje va acompañada siempre de la confirmación del
Espíritu, que autentifica la misión cristiana y es su mejor carta de presentación. En Jerusalén se
trata de una irrupción absoluta (Hch 2,1-13), mientras que su presencia en la misión de Judea y
Samaría (Hch 8,14-17) y en la que va hasta los confines del mundo (Hch 15,22-34) tiene que pasar
la supervisión de los apóstoles o sus enviados: la expansión del testimonio cristiano está siempre
vinculada a Jerusalén.
Finalmente, hay otro dato que confirma definitivamente esta división en tres etapas: la
estratégica colocación de tres listas de personas que corresponden a los apóstoles (Hch 1,12-13), a
los ministros de los helenistas (Hch 6,4-5) y a los maestros y profetas de la Iglesia de Antioquía,
desde donde se inician siempre los viajes misioneros de Pablo (Hch 13,1). Son los tres grupos de
testigos, que con la confirmación del Espíritu extienden el mensaje cristiano desde Jerusalén hasta
los confines del mundo siguiendo las tres etapas señaladas.
Todos estos datos pueden resumirse en el siguiente cuadro:
Confirmación
Espacio Testigos del Espíritu Santo
Los siguientes capítulos (Hch 2,42-5,42) cuentan algunos episodios del testimonio en
Jerusalén. Es evidente que la pretensión de este relato no es contar todo lo sucedido, sino lo más
importante y, sobre todo, lo más ejemplar. La narración está articulada por tres sumarios (Hch
2,42-47; 4,32-35; 5,12-16) que sirven de transición y como períodos de reflexión en el relato de los
acontecimientos. Todos ellos se refieren a la vida de la comunidad de Jerusalén y en conjunto
tratan de proponer un modelo de comunidad a quienes leen este libro.
El primer episodio tiene a Pedro y a Juan como protagonistas (Hch 3,1-4,31). La curación de
un hombre lisiado a la puerta del templo (Hch 3,1-10) y un nuevo discurso de Pedro (Hch 3,11-26)
motivan su arresto y la comparecencia de ambos ante un tribunal judío (Hch 4,1-22), introduciendo
así un elemento que acompañará siempre al anuncio del evangelio: la persecución. En esta
situación la oración de la comunidad (Hch 4,23-31) será siempre el mejor apoyo.
En Hch 4,36-5,11 se relatan dos ejemplos que explican el contenido del sumario que los
precede (Hch 4,32-35): lo tenían todo en común. Ambos son ejemplo de dos actitudes distintas y de
sus consecuencias.
Finalmente, Hch 5,17-42 describe una nueva persecución contra los apóstoles, que muestra
una vez más cómo el anuncio del evangelio y los signos que lo acompañaban fueron siempre
unidos a la oposición de las autoridades judías.
Estos breves episodios describen de una forma concentrada cómo fue la primera etapa de la
expansión del evangelio, pero al mismo tiempo proponen un modelo de comunidad cristiana que se
asienta sobre tres grandes pilares: el testimonio de los apóstoles, la fuerza del Espíritu Santo y la
vitalidad de un estilo fraterno de vivir la fe (sumarios). Sin duda que la propuesta mira hacia los
destinatarios del libro.
El ciclo dedicado al grupo de los helenistas (Hch 6-8) comienza con la enumeración de los
testigos (Hch 6,1-7). Las necesidades de la Iglesia naciente dieron lugar a una gran floración de
ministerios, pero en todo caso no es una floración espontánea, sino siempre guiada por el Espíritu
Santo (Hch 6,3) y confirmada por los apóstoles (Hch 6,6).
La tarea que les había sido asignada era el servicio de las mesas, es decir, una labor
asistencial. Sin embargo, en seguida vemos que su principal ocupación, y según Hechos la única,
fue el anuncio del evangelio. Primero se narra todo lo referente a Esteban (Hch 6,8-8,1): su
actividad como predicador, su arresto y juicio ante el tribunal judío, su extenso discurso ante el
mismo y su muerte ignominiosa. Todo sucede en Jerusalén, pero él pertenece al grupo de los siete
que extendieron el mensaje entre los y sus palabras se dirigían sobre todo a los que se reunían en la
sinagoga llamada de los libertos, adonde acudía gente de todas partes. Sólo después de la
persecución contra la Iglesia de Jerusalén y la consiguiente dispersión de los discípulos comienza el
anuncio del evangelio por Judea y Samaría (Hch 8,2.4). El protagonista de este anuncio es Felipe,
uno del grupo de los siete. De su ministerio se narran dos episodios significativos: la predicación en
Samaría (Hch 8,4-25) y la conversión del eunuco (Hch 8,26-40). En la primera de ellas se refiere la
confirmación apostólica de la misión en Samaría: Pedro y Juan imponen las manos a todos los
convertidos para que reciban el Espíritu Santo (Hch 8,14-17); la segunda es un modelo del proceso
a través del cual se llega a la fe en Jesús: la comprensión de la palabra de Dios en profundidad
(puede compararse este relato con Lc 24,13-35).
A continuación se narra la conversión de Saulo (Hch 9,1-30). Antes ya se había hablado de él
con motivo del martirio de Esteban (Hch 7,58 y 8,1) y había quedado patente su saña contra los
cristianos. En este relato comienza como perseguidor y termina como mensajero del que él
perseguía a muerte. La experiencia del encuentro con el Señor resucitado en el camino de Damasco
es la que obra esta conversión de dimensiones tan profundas. Al autor de Hechos le interesa resaltar
el cambio operado en Pablo, pues él será el principal personaje en la tercera etapa de la extensión
de la buena noticia, y lo hace en este detallado relato de su , el más completo de los tres que
contiene el libro de los Hechos (además de Hch 9,1-30, Hch 22,4-21 y 26,9-15).
El ciclo dedicado a los helenistas y a la conversión de Saulo concluye con este sintético
balance de la situación:
(Hch 9,31).
Con este sumario se pasa al ciclo dedicado a Pedro (Hch 9,31- 12,24), que consta de tres
unidades y que conduce el escenario de la narración a la costa mediterránea. Los episodios narrados
son dos breves relatos de milagros (la curación de Eneas y la resurrección de Tabita: Hch 9,32-43)
y el extenso relato de la conversión de Cornelio y toda su casa (Hch 10,1-11,18). Los dos primeros
relatos están en la línea de las curaciones realizadas por los apóstoles en la primera parte, pero el
episodio de Cornelio tiene una importancia grande porque refleja las tensiones que vivió la Iglesia
naciente en su apertura a los gentiles. La tensión dramática está perfectamente lograda en el relato:
aun a pesar suyo y sólo gracias a una fuerte presión divina, Pedro se ve obligado a admitir a un
pagano en la Iglesia. Su acción es confirmada por la presencia del Espíritu, que desciende sobre
Cornelio y todos los de su casa y que hace exclamar a los presentes:
.
Después es Pedro mismo quien tiene que convencer a la Iglesia de Jerusalén de que el
designio de Dios alcanza también a los paganos (Hch 11,1-18).
Viene a continuación un breve inciso sobre la fundación de la Iglesia de Antioquía (Hch
11,19-30). Lucas la cuenta tímidamente con el objeto de resaltar que ha sido Pedro el primero en
admitir en la Iglesia a un pagano. Puede que ésta sea la razón que le ha movido a colocar el ciclo de
Pedro entre la primera dispersión de los creyentes de Jerusalén (Hch 8,1-40) y estas noticias sobre
la fundación de la Iglesia de Antioquía que son su continuación lógica.
El capítulo 12 reanuda el ciclo de Pedro con la noticia de la persecución de Herodes Agripa I
y está centrado en el enfrentamiento entre los dos personajes. El resultado es la muerte del
perseguidor y la liberación victoriosa del perseguido. Pedro desaparece de la escena y casi del
libro, pues sólo volverá a notarse su presencia con motivo de la Asamblea de Jerusalén, y allí sólo
de paso. Deja libre el terreno a Pablo, que llevará el testimonio de la buena noticia hasta Roma en
la tercera etapa de su expansión. La transición está perfectamente marcada por el sumario con que
concluye esta segunda parte:
(Hch 12,24-25).
El primer viaje apostólico (Hch 13,4-14,28) tiene como destino las zonas más cercanas, se
realiza por mar y es llevado a cabo por Pablo y Bernabé. La atención del autor se centra en dos
aspectos: colocar a Pablo en el papel de protagonista que va a desempeñar en esta etapa final y
exponer las técnicas pastorales utilizadas por los primeros misioneros cristianos.
Hasta aquí Saulo había ocupado el papel del acompañante de Bernabé, que era el delegado de
los apóstoles. Pero desde el comienzo de esta misión toma las riendas y es mencionado siempre en
primer lugar. Este cambio de perspectiva coincide con el cambio de nombre que tiene lugar en Hch
13,9. Antes había sido nombrado sistemáticamente con su nombre judío: Saulo; desde este
momento se le llamará siempre por su nombre griego: Pablo. También este cambio es significativo,
pues contribuye a situarle en el horizonte del mundo al que desde este momento se dirige la misión
cristiana.
Los dos capítulos están dedicados a narrar los diversos episodios de este primer viaje, pero en
ellos llama la atención el espacio dedicado al discurso de Pablo en Antioquía de Pisidia; el autor
aprovecha la ocasión para describir las técnicas misioneras de los primeros predicadores cristianos:
la buena noticia se dirige primero a los judíos, pero no exclusivamente a ellos. Lo normal es que
éstos la rechacen y entonces es cuando él se dirige con más claridad a los paganos. Este proceso se
repite a lo largo de todo el libro y es reflejo de una realidad vivida por los predicadores cristianos.
Nótese que el viaje de ida está consagrado al anuncio del evangelio y el de vuelta a la edificación y
consolidación de las comunidades creadas.
La última parte del libro es una extensa descripción del proceso de Pablo que se inicia en
Jerusalén, pasa por Cesárea y termina en Roma (Hch 21,17-28,31). Lucas cuenta sólo la acusación
y la defensa del testigo, pero no la ejecución de la sentencia, de modo que el final es a primera vista
desconcertante. No lo es tanto, sin embargo, si caemos en la cuenta de que la verdadera intención
del autor es poner de manifiesto la inocencia de Pablo (y como consecuencia, de la nueva religión)
y describir la suerte del mensaje que finalmente llega, a través de Roma, a los confines del mundo
entonces conocido, según el programa de Hch 1,8. Estas dos intenciones guían este extenso relato
de la suerte de Pablo prisionero y, sin embargo, testigo de la fe.
Todos estos capítulos son una cascada de interrogatorios y defensas en tres etapas.
La primera se desarrolla en Jerusalén (21,27-23,30) tras la visita a Santiago (Hch 21,17-26),
Pablo es detenido en el templo y tiene que defenderse ante el comandante de la guardia y el pueblo
amotinado; relata su conversión y la misión recibida en una visión (Hch 21,37-22,29). Al día
siguiente tiene que sufrir una nueva vista de su causa ante el consejo supremo y los jefes de los
sacerdotes. La división del Sanedrín impide la condena y permite que el relato continúe.
El complot contra Pablo descubierto por las autoridades romanas traslada el escenario del
proceso al palacio del procurador Félix, en Cesárea (23,31-26,32). Allí comienza una nueva ronda
de interrogatorios y declaraciones. Todo el capítulo 24 tiene forma de proceso: Pablo, de nuevo
acusado, presenta su defensa ante el procurador Félix. Al final, el proceso se suspende hasta la
vuelta de Lisias, a pesar de que el procurador poseía (Hch 24,22). Después Pablo tiene que
comparecer ante Festo y una delegación de Jerusalén, y es entonces cuando, haciendo uso de sus
derechos como ciudadano romano, apela al césar. Desde este momento el camino hacia Roma está
trazado y su comparecencia ante Agripa (Hch 26) tiene más el sentido de un testimonio de fe que
de un proceso judicial. La resurrección es el tema central de sus discursos y en ellos resume el
contenido fundamental de la fe cristiana conforme a las Escrituras.
La tercera etapa, la de Roma, se inicia con el capítulo 27, una joya literaria por su minuciosa
y viva descripción del naufragio. Este tipo de episodios era corriente en las novelas helenísticas y
encierra un simbolismo que cuadra más bien en este momento del relato: la tempestad y las olas,
como la adversidad y persecución que está sufriendo Pablo, deben ser afrontadas desde la fe.
Tras una breve escala en Malta (Hch 28,1-10), Pablo llega a Roma no como un prisionero,
sino como un hombre libre que es recibido por los hermanos. Allí reúne a los judíos y les anuncia
el cumplimiento de las antiguas promesas. Ellos son los primeros herederos de este bien
maravilloso, pero su rechazo hace que de nuevo la predicación de Pablo se dirija a todo el que
quiera escucharle. El libro termina así:
(Hch 28,31).
Nada se dice de la suerte de Pablo y es que al autor le interesa más la suerte del mensaje que
la del mensajero. El mensaje ya ha llegado a su destino; el evangelio ha sido proclamado con la
fuerza del Espíritu hasta los confines de la tierra. La tarea que Lucas se había impuesto concluye,
pues, aquí.
III
LA SALVACIÓN EN LA HISTORIA
La lectura pausada del evangelio y del libro de los Hechos nos habrá ayudado seguramente a
apreciar algunos de los acentos propios de la obra lucana. Es explicable que los tenga, porque se
dirigía a un auditorio concreto, y para llegar a él necesariamente tuvo que exponer el mensaje
cristiano a través de las palabras y la forma de pensar propia de aquellos a quienes se dirigía.
En la realización de su proyecto el autor se propuso ser fiel a las tradiciones recibidas
tratando de exponer todo con cierto orden. Después de leer las dos partes de su obra, podemos
afirmar que logró su propósito de modo bastante satisfactorio. Hemos podido comprobar que trata
con bastante respeto las fuentes que utiliza, introduciendo sólo mejoras estilísticas, sincronismos o
ligeros retoques que confieren al relato un orden más claro. Y, sin embargo, también hay que decir
que su presentación de Jesús y de los comienzos de la Iglesia tiene el sello de una experiencia
particular, nace de vivencias diversas a las de los otros evangelios y tiene una finalidad propia.
Lucas ha sabido combinar bien la fidelidad a la tradición con la fidelidad a su época y
circunstancias.
En esta última etapa de nuestro recorrido por la obra lucana el objetivo será encontrar la clave
de comprensión de la misma y los núcleos en torno a los cuales pueden agruparse las ideas que
configuran su visión propia de lo ocurrido en Jesús y en los orígenes del cristianismo. Para ello,
como venimos haciendo desde el principio, consideraremos Lucas y Hechos como dos parres de
una misma obra cuya unidad quedará aún más clara al final.
Comenzaremos explicando cómo entiende Lucas la salvación, pues éste parece ser el tema
clave de su obra; después recorreremos los contornos precisos de esta salvación realizada en la
historia, y, finalmente, nos detendremos en la presentación que hace de Jesús como portador de esta
salvación y de la Iglesia como el lugar donde las generaciones posteriores tienen acceso a ella.
1. LA SALVACIÓN
El tema central de los escritos lucanos es la salvación que Jesús trae a los hombres. Si
tuviéramos que resumirlo con un texto, seguramente el más expresivo sería aquel que recoge las
palabras de Jesús al final de su encuentro con Zaqueo:
(Lc 19,9-10).
Estas palabras se encuentran en un momento importante del evangelio: justo cuando Jesús
concluye con el gran viaje su actividad en Galilea y en Judea y se dispone a entrar en Jerusalén para
culminar la etapa final de su vida. En ellas se encuentra resumido el sentido de su ministerio: Jesús
ha venido a salvar lo que estaba perdido.
Al elegir éste como el tema clave de su obra, Lucas no introduce una novedad llamativa. La
salvación que trae Jesús es algo de lo que hablan abundantemente los demás evangelios. Incluso la
terminología pertenece a la más antigua tradición cristiana, como puede comprobarse a través de
las cartas de Pablo (véase, por ejemplo, 1 Tes 2,16 o la antigua confesión de fe recogida en Rom
10,9). Lucas no es el único que habla de la salvación, pero sí es el único que elige este tema
tradicional como la clave de su presentación de la acción de Dios a través de Jesús.
A estas alturas ya sabemos que la perspectiva de cada evangelista es diferente. Marcos está
preocupado por descubrir a sus lectores la verdadera identidad de Jesús como mesías sufriente, a
través del cual se hace presente el reino de Dios; en esto consiste la buena noticia. Mateo intenta
situar a la comunidad de los discípulos en relación con el pueblo elegido: son los herederos de las
promesas hechas a Israel, que se han cumplido en Jesús; Jesús es el maestro, que con sus
enseñanzas ofrece a la comunidad un modelo. Lucas ha elegido como clave de su obra la salvación,
acentuando el lado positivo de lo que Jesús vino a hacer a este mundo y de lo que ofrece a los
hombres. El vocabulario que utiliza para describir la actividad de Jesús revela que éste es el tema
que mejor caracteriza su orientación propia. Una salvación que nace del designio amoroso de Dios,
que se hace presente en las palabras y las acciones de Jesús y que luego sigue presente como oferta
en la comunidad de los discípulos. Veamos con un poco más de detalle en qué consiste para Lucas
esta salvación.
a) Un tema central
La salvación es probablemente la experiencia religiosa de la que más se habla en las páginas
de la Biblia. A ella se alude cuando se quiere resumir el sentido de la salida de Egipto, la liberación
del pueblo realizada por los enviados de Dios (jueces, reyes, etc.) o la esperanza de la plenitud que
Dios otorgará a su pueblo al final de los tiempos. La experiencia de haber sido salvado se refiere al
paso de una situación negativa a otra positiva y lleva siempre consigo la ayuda, la preservación y la
restauración de la integridad de una persona o grupo.
En el Nuevo Testamento también ésta es una experiencia fundamental. El verbo se utiliza
106 veces y el sustantivo 45. Su presencia no se reduce a un escrito o grupo de escritos, sino que
se extiende a todas las tradiciones que se encuentran en él. ¿En qué sentido preciso utiliza Lucas
ente término?
En el evangelio, el uso más corriente del verbo describe la curación de una enfermedad o a la
liberación de otras amenazas para la vida. Así, en Lc 6,9 se refiere a la conservación de la vida; en
Lc 8, 36, a la liberación de un endemoniado; en Lc 8,48; 17,19 y 18,42, a la curación de diversos
males; en Lc 8,50, se aplica a la resurrección de la hija de Jairo. Pero en otros casos se refiere a la
liberación en un sentido más amplio. El ejemplo más claro se encuentra en Lc 7,50, en donde Jesús
confiere el perdón de sus pecados a la mujer que unge sus pies con perfume en casa de Simón el
fariseo. La expresión usada allí: , se emplea también en otros lugares del evangelio después de
curaciones o expulsiones de demonios (Lc 8,48; 17,19; 18,42); a través de ella se pasa de una
comprensión puramente física de la salvación a otra más amplia que abarca la totalidad del hombre
y de su destino (véase de nuevo la historia de Zaqueo en Lc 19,1-10).
Este mismo uso se encuentra con frecuencia en el libro de los Hechos. También en él se habla
de la salvación como liberación de la enfermedad (Hch 4,9), pero en seguida se pasa a la
presentación de Jesús como la única persona en cuyo nombre hay salvación (Hch 4,12). Así, pues,
tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos la actividad curativa de Jesús es contemplada
como parte de una tarea más amplia: su poder para salvar.
Al hablar de la salvación en este sentido global, Lucas se mueve en un contexto bastante
preciso: por un lado, la tradición bíblica, y por otro, el ambiente religioso del mundo helenístico.
En ambos contextos la salvación es un concepto clave.
En el lenguaje religioso del mundo helenístico se alude a la salvación como la liberación de
todos los peligros realizada por los dioses; ellos pueden cambiar también el destino de los hombres.
En la gnosis, la liberación de la muerte se alcanza a través del conocimiento que se comunica en la
revelación divina. Y en las religiones mistéricas se llega a la salvación cuando los iniciados
participan ritualmente en la muerte y resurrección del dios; entonces son divinizados y alcanzan la
vida eterna.
No cabe duda de que Lucas estaba al corriente de estas ideas e incluso puede pensarse que
tuvo muy en cuenta este contexto a la hora de elegir la salvación como tema clave de su obra. Sin
embargo, su concepción de la salvación hunde sus raíces en la tradición bíblica, en la que bebe a
través de la traducción griega llamada . El entiende la salvación como la entienden los libros del
Antiguo Testamento: como el resultado de la acción de Dios en la historia concreta de los hombres;
relaciona la actividad de Jesús con las acciones salvadoras de Dios en el Antiguo Testamento (así,
por ejemplo, Hch 7,25 y en general todo el capítulo 7, en donde se habla de la acción salvadora de
Dios en la historia de Israel). Pero sobre todo pone de manifiesto que en Jesús se cumplen las
promesas de salvación hechas para los últimos días, cuando Dios inauguraría un nuevo orden de
cosas (así, por ejemplo, Hch 2,21 citando a Joel 3,5, en donde se alude a la liberación del juicio,
que tendrá lugar al final de los tiempos).
De este modo, enraizado en la tradición del Antiguo Testamento e inmerso en una vivencia
básica dentro del cristianismo primitivo y del mundo religioso helenístico, Lucas elige como espina
dorsal de su magna obra esta experiencia de la salvación. Se trata de un don prometido y realizado
en parte en la época de Israel, que se manifiesta plenamente en Jesús y que es ofrecido a todos los
hombres en el tiempo de la Iglesia. Pero aún podemos precisar un poco más, porque el mismo autor
ha querido dejarnos en el comienzo del evangelio un resumen de su teología de la salvación.
b) Un don prometido
En los dos primeros capítulos del evangelio se encuentra, como hemos visto, el relato
paralelo de las infancias de Juan y Jesús. En estos capítulos introductorios la intención de Lucas es
describir el paso del tiempo de Israel al tiempo de Jesús y presentar los principales temas teológicos
de su obra. De entre ellos sobresale el de la salvación. Aquí aparece como promesa que será llevada
a cabo por Jesús, el Salvador.
La primera alusión al tema se encuentra al comienzo del canto de María: (Lc 1,47). Esta
designación de Dios como salvador se relaciona con su intervención al final de los tiempos y
consiste en levantar al desvalido, alzar al pobre, derribar a los poderosos, colmar de bienes al
hambriento y despedir vacíos a los ricos. Al proclamar la grandeza de Dios como salvador se dice
que ha comenzado a cumplirse la promesa de la salvación que Dios había hecho.
En Lc 2,11 este mismo título se aplica a Jesús: . El título de expresa la divinidad e indica que
Dios actúa en Jesús. El es el Mesías, la presencia personal de Dios, que había prometido visitar a su
pueblo. En este pasaje se subraya la vinculación del Salvador a la dinastía davídica, lo mismo que
en Hch 5,31 y 13,23, donde también se aplica a Jesús este título de Salvador. La reacción que
corresponde a esta manifestación del Salvador es la alabanza (Lc 2,14) y la conversión que trae el
perdón de los pecados (Hch 5,31). Su fruto más evidente es la paz para todos los hombres (Lc
2,14).
Esta presentación de Jesús como Salvador se completa con las alusiones a la salvación en el
himno pronunciado por Zacarías (Lc 1,67-79). La primera parte del mismo (Lc 1,68-75) se refiere
a la acción del que procede de la estirpe de David y que había sido anunciado por los profetas. Su
misión consiste en la liberación de las manos de los enemigos para poder servir a Dios sin atadura
alguna. Este proyecto responde al plan de Dios, manifestado en la alianza hecha con su pueblo y
muy especialmente en el juramento que hizo a Abrahán. La segunda parte (Lc 1,76-79) describe la
tarea de Juan como precursor, como profeta que va delante anunciando la salvación, que consiste
en el perdón de los pecados y cuya manifestación se compara a la aparición del sol que ilumina
desde lo alto para conducir a todos por el camino de la paz. La misión de Jesús consiste, pues, en
realizar la salvación prometida por Dios y así lo confirman las referencias al tema en el libro de los
Hechos (Hch 4,12 y 13,47), como reflejan estas palabras del discurso de Pedro ante el Sanedrín:
(Hch 4,12).
En estos primeros capítulos y con pinceladas certeras Lucas presenta este tema central de su
teología. El uso del vocabulario propio de la salvación no deja lugar a dudas.
Resumiendo, podemos decir que Dios es la fuente última de la salvación. El es el Salvador
por excelencia. Jesús, que es su hijo y su presencia activa, es el Mesías prometido, y como tal, el
Salvador que trae a los hombres este don maravilloso de la liberación plena que produce la paz y
mueve a la conversión y a la alabanza. Esta salvación se dirige en primer lugar al pueblo elegido,
pero alcanza también a los gentiles. Se trata de la salvación que había sido anunciada por las
promesas divinas y que ahora es proclamada como cercana por Juan Bautista.
2. LA SALVACIÓN EN LA HISTORIA
Esta salvación de la que Dios es la fuente última y que supone el cumplimiento de las
antiguas promesas no es algo intemporal, sino que acontece en la historia, en los acontecimientos
concretos, que hay que aprender a interpretar adecuadamente. Esta concepción de la historia como
el lugar en el que se manifiesta progresivamente la salvación de Dios es un dato clave para entender
la teología de Lucas. Desde su punto de vista, la historia deja de ser un elemento neutro y se
convierte en historia de salvación, espacio en el que se lleva a cabo el plan salvador de Dios.
Tenemos que ver ahora cómo acontece en concreto esta salvación de la que hemos hablado
antes. El primer paso será descubrir el esquema temporal que utiliza Lucas, todo un proceso de
manifestación concreta de la salvación que responde a un plan trazado de antemano por Dios.
Después trataremos de describir los rasgos peculiares con los que dicha salvación se manifiesta en
las distintas etapas de esta historia.
a) El plan de Dios
La salvación acontece en la historia no como fruto del azar o de la casualidad. Obedece a un
plan trazado de antemano por la voluntad de Dios. Los acontecimientos de esta historia de
salvación son, en unos casos, cumplimiento de las promesas de Dios, y en otros, resultado de su
oculto designio ahora manifestado.
Esta conciencia de que la historia salvífica sigue un plan se expresa con claridad en el
vocabulario que Lucas utiliza con frecuencia. El uso, por ejemplo, de numerosos verbos
compuestos con la preposición pre- (determinar y conocer de antemano en Hch 2,23, anunciar de
antemano en Hch 3,18 y 7,52, etc.) alude a un plan previamente establecido. Lo mismo hemos
podido constatar en el himno pronunciado por Zacarías (Lc 1,67-79). El uso del sustantivo referido
a la voluntad divina, que establece un plan (Hch 2,23; 4,28; 20,27; Lc 7,30), apunta en el mismo
sentido. A veces se unen varios de estos elementos, como en el caso de Hch 2,23:
.
Otro elemento importante en el vocabulario propio de Lucas es el uso de la expresión para
indicar el designio de Dios sobre el momento más incomprensible de toda esta historia: la muerte
ignominiosa de Jesús. Efectivamente, la expresión se refiere, como expresión técnica, a la
necesidad del sufrimiento (véase Lc 9,22; 17,25; 24,7.26), el cual se entiende al mismo tiempo
como cumplimiento de lo anunciado en la Escritura (Lc 24,44; Hch 17, 3; etc.).
Así, pues, existe un plan determinado de antemano por Dios. Desde el punto de vista de
Lucas, esta determinación se extiende en primer lugar al pasado y muy principalmente al ministerio
de Jesús, pero también alcanza al futuro y abarca toda la historia del mundo. Sin embargo, parece
evidente que en el descubrimiento de este plan se ha dado un proceso.
En un primer momento, la convicción de que existe un plan divino sobre la historia sólo se
aplica al acontecimiento central de la misma para tratar de explicar el sentido de la muerte de Jesús.
Progresivamente esta convicción se extiende a las demás etapas de su vida y al conjunto de toda la
historia salvífica. De este modo, la conciencia de que los acontecimientos y las etapas de la historia
dependen de un plan salvífico llena todo el evangelio, que lee y divide la historia en períodos cuyo
centro es el acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor. Es Dios quien mueve los hilos
de esta historia, y precisamente por ello esta historia se convierte en historia de salvación.
Desde esta visión global, Lucas divide la historia en tres períodos distintos, en los cuales se
manifiesta la salvación de forma distinta: el tiempo de Israel, el tiempo de Jesús y el tiempo de la
Iglesia. La creación y la venida de Cristo al final de los tiempos delimitan el comienzo y el fin:
• El tiempo de Israel
(Lc 16,16). La primera etapa de la historia salvífica comienza con la historia del pueblo y
termina con la figura de Juan.
Juan señala el final de una época, y con su desaparición marca el comienzo de una nueva. Los
dos primeros capítulos del evangelio (infancias paralelas de Juan y Jesús) sirven para marcar la
transición entre el tiempo de Israel y el de Jesús, mostrando la mayor importancia de este segundo.
Tiene que desaparecer Juan para que Jesús comience su ministerio, como se advierte
claramente en el episodio del bautismo (Lc 3,21-22), que introduce la misión de Jesús. En él no se
dice, como en Mateo y Marcos, que Jesús fue bautizado por Juan, sino que Jesús fue bautizado. En
el versículo anterior había dejado bien claro que Juan, encarcelado por Herodes, había desaparecido
de la escena.
• El tiempo de Jesús
Jesús es el punto central de la historia. Su ministerio señala el centro del tiempo, es decir, es
el tiempo en el que se manifiesta de modo ejemplar la salvación divina.
En el evangelio de Lucas, la figura de Jesús no se define a base de conceptos abstractos, sino
a base de relaciones. Su posición con respecto al tiempo de Israel y al tiempo de la Iglesia califican
al tiempo de Jesús como el centro del tiempo.
Cuando desaparece la figura de Juan el Bautista comienza el tiempo de Jesús, que dura hasta
que comienza el tiempo de la Iglesia, es decir, hasta que Jesús desaparece de este mundo.
El tiempo del ministerio de Jesús está libre de la actuación de Satanás, que desaparece
después de la última tentación (4,13) y no vuelve a aparecer hasta el momento de la pasión (22,3)
para organizar todo el complot de muerte contra Jesús. Por el contrario, este tiempo está
impregnado por la presencia del Espíritu, que desciende sobre Jesús en el bautismo y actúa en él sin
obstáculos.
La vida, muerte y resurrección de Jesús son la manifestación más acabada de la salvación de
Dios en la historia. Se trata de un fenómeno irrepetible y, sin embargo, tiene validez para toda la
historia. La salvación, que se manifiesta en los distintos períodos de la historia, tiene su fuente y su
expresión más perfecta en la manifestada en el ministerio de Jesús. Por eso este período aparece
desde el tiempo de la Iglesia como un hecho pasado, que es objeto de recuerdo, y un
acontecimiento presente, que sigue actuando en ella por medio de la fuerza del Espíritu.
Este período central sirve como nexo entre el tiempo de Israel y el tiempo de la Iglesia y
marca entre ambos una ruptura y una continuidad. Ruptura, porque con Jesús se inaugura una
situación nueva; continuidad, porque son el mismo Dios y el mismo Espíritu los que actúan en los
tres períodos de la historia salvífica.
• El tiempo de la Iglesia
Este tercer período está más relacionado con el libro de los Hechos que con el evangelio y
tiene gran importancia para comprender el conjunto.
Mateo divide la historia en dos períodos (antes de Jesús y desde Jesús) que corresponden al
esquema teológico promesa-cumplimiento. Lucas, sin embargo, distingue entre el tiempo de Jesús
y el tiempo de la Iglesia. Ya hemos visto que llegó a esta convicción al caer en la cuenta de la
nueva situación que estaba viviendo: la ausencia de Jesús y la presencia del Espíritu, los fenómenos
de la predicación y la persecución, así como la extensión del mensaje cristiano a los paganos.
La nueva etapa comienza con la desaparición de Jesús. Juan el Bautista había desaparecido
para que comenzase el tiempo de Jesús, y lo mismo ocurre ahora: Jesús desaparece y viene el
Espíritu a inaugurar el tiempo de la Iglesia. Como Juan anunció la venida de Jesús, así Jesús
promete el don del Espíritu (Lc 24,49; Hch 1,4-5). Este período dura, por tanto, desde la ascensión
de Jesús hasta su vuelta en la parusía y es el tiempo privilegiado de la presencia del Espíritu en la
comunidad, el mismo que había acompañado a Jesús durante su ministerio y que ahora se ha
derramado sobre todos los fieles.
Durante esta etapa, la misión de la Iglesia es poner al hombre en contacto con el
acontecimiento salvífico central para que éste participe de la salvación.
El acontecimiento central de la historia sigue, de este modo, presente en la nueva etapa, la
cual vive de la acción del Espíritu Santo sobre el creyente. Con esta asistencia el creyente vive un
proceso continuo de conversión en el ejercicio de una vida ética que se caracteriza por la paciencia,
actitud necesaria para el que aguarda la manifestación definitiva del Señor, con la cual terminará la
última etapa de la historia de la salvación y comenzará una situación totalmente nueva.
3. JESÚS, EL SALVADOR
La primera parte de la obra lucana está dedicada casi íntegramente a presentar el ministerio
de Jesús, que constituye, como acabamos de ver, el centro de la historia salvífica. A través de él
acontece la salvación de manera plena y no ya sólo con promesa.
Al narrar la historia de Jesús, Lucas lo hace desde su propia visión de las cosas. Al igual que
Mateo, trata de evitar algunos rasgos de Marcos que pudieran parecer excesivamente e incluso
ofensivos. Puede verse, por ejemplo, cómo Lucas evita el comentario de los parientes de Jesús, que
piensan que está loco (Mc 3,20-21), o suprime el gesto de tocar en las curaciones (Lc 4,39 y 9,42
frente a Mc 1,31 y 9,27). En el relato de la pasión, la intención de Lucas aparece con más claridad,
pues el deseo de mostrar su inocencia le hace suprimir o remodelar diversos detalles. Y lo mismo
puede decirse de la utilización del título a lo largo de todo el evangelio, un título que Marcos y
Mateo evitan en su sentido técnico y que Lucas utiliza precisamente en ese sentido para mostrar
desde el principio la condición divina de Jesús.
Así, pues, en la obra de Lucas se encuentra una visión peculiar de la vida y ministerio de
Jesús. Siguiendo sus principios, el autor ha tratado de ser fiel a la tradición recibida y al mismo
tiempo ha resaltado los aspectos de la misma que eran más significativos para el auditorio al que se
dirigía: Jesús es ante todo el Salvador, a través de cuyo ministerio se hace presente de forma plena
la salvación que había sido prometida por Dios. Nosotros podemos rastrear esta visión de Lucas a
través de tres indicios: los títulos que más utiliza para referirse a Jesús, el modo de relacionar su
historia con el resto de la historia de la salvación y los principales rasgos de las distintas etapas de
su ministerio.
c) La manifestación de la salvación
En las distintas etapas del ministerio de Jesús se manifiesta con claridad la plenitud de la
salvación. A través de sus gestos y de sus palabras se va haciendo realidad la promesa de un
salvador, que Lucas refiere a él en los primeros capítulos del evangelio (Lc 1-2) y que luego el
mismo Jesús manifiesta en su presentación en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30).
Esta salvación prometida por Dios se hace presente, ante todo, a través de gestos sencillos,
para los que Lucas es especialmente sensible. En su actuación aparece el rostro de un Dios que se
preocupa por los más pequeños y que es misericordioso. Este es un rasgo que distingue a Lucas de
los demás evangelistas.
Es notable la solicitud que Jesús tiene con los pecadores, su cercanía y su trato con ellos; tan
notable, que sus adversarios le reprochaban ser (Lc 7,34). Se trata de un dato perteneciente a la
tradición, que Lucas resalta. El episodio de Zaqueo (Lc 19,1-10) es un buen ejemplo de ello. Para
Jesús, los pecadores son los privilegiados de Dios, aquellos a quienes debe dedicar sus mejores
atenciones, como se deduce de las llamadas (Lc 15,1-32).
También las mujeres, que no tenían entonces ninguna relevancia social, ocupaban en Lucas
un puesto particular: Isabel; Ana, la profetisa; la viuda de Naín (Lc 7,11-17); la pecadora, cuyo
nombre se calla por delicadeza (Lc 7,36-50); las mujeres que le acompañan en su ministerio (Lc
8,1-3); etc.
Lo mismo puede decirse de los extranjeros y de los desheredados, objeto de una especial
atención por parte de Jesús, que incluso los pone como ejemplo (Lc 7,9).
En su actitud con todos Jesús revela la misericordia de Dios para con los pecadores y su
delicadeza para con los sencillos. Desde el comienzo hasta el final el rostro de Dios se manifiesta
en Jesús como un rostro misericordioso, según sus palabras: (Lc 19,10).
Este es el , la forma concreta de hacerse presente la salvación a través de Jesús. Pero junto a
este rasgo fundamental hemos de tener en cuenta que Lucas ha querido dividir claramente el
ministerio de Jesús en tres etapas, y en cada una de ellas la salvación de Dios tiene un rostro
particular. Además, ha colocado al comienzo de cada una de estas etapas un episodio en el que se
revela de forma particular el sentido de cada etapa y la identidad de Jesús: el bautismo (ministerio
en Galilea), la transfiguración (camino hacia Jerusalén) y la entrada en Jerusalén (ministerio en
Jerusalén). Veamos cómo se manifiesta la salvación en cada una de ellas.
El relato del bautismo (Lc 3,21-22) introduce el ministerio en Galilea. En él, la voz celeste
proclama a Jesús como el , y esta proclamación relaciona el bautismo con la presentación de Jesús
en Nazaret, que se abre, precisamente, con el texto de Isaías que habla de la unción:
(Lc 4,18, citando Is 61,1).
En esta presentación inicial Lucas deja clara la finalidad de este período: anunciar la buena
noticia de la salvación a todo Israel, una salvación que acontece , , y que consiste en el
cumplimiento de la profecía de Isaías: libertad a los cautivos, vista a los ciegos..., el año de gracia
del Señor (véase Is 61,1-2; citado en Lc 4,18-19).
La transfiguración (Lc 9,28-36) introduce la segunda etapa del ministerio de Jesús, que está
centrada en el camino a Jerusalén. Uno de los objetivos principales de este viaje es anunciar y
preparar la muerte del profeta, cuyos sufrimientos se ajustan a un plan previamente establecido por
Dios. No resulta fácil comprender el sentido de esta muerte, y por eso conviene dejar claro desde el
principio que Jesús conoce y asume (Lc 9,31) y que él es el de Dios. Esta es, precisamente, la
función del relato de la transfiguración, situado al comienzo de esta segunda etapa que prepara la
tercera; Lucas trata de explicar a sus lectores que también en este camino de muerte se manifiesta la
salvación de Dios y lo hace resaltando esta dimensión en las enseñanzas de Jesús, que en esta
sección son más abundantes.
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Lc 19,28-44) abre la tercera y última etapa de su
ministerio. Paradójicamente, en el fracaso aparente de Jesús se revelará con más claridad el plan de
Dios, que es a veces incomprensible para el entendimiento humano. Lo pone de manifiesto Lucas
insistiendo en la realeza de Jesús. Ya en la anunciación el ángel había llamado a Jesús (Lc 1,32-
33); Lucas asigna este título a Jesús en la parábola del noble que se marcha a un país lejano para ser
coronado rey (Lc 19,11-27) y después en el interrogatorio de Pilato (Lc 23,3), en donde Jesús
confiesa abiertamente algo que ya había manifestado a todo Israel con el gesto simbólico de su
entrada en la ciudad santa.
De este modo, la salvación de Dios se fue haciendo presente en el ministerio de Jesús; en
cada etapa de una forma peculiar y en su conjunto como la manifestación definitiva de la promesa
de Dios. La confirmación de todo ello tiene lugar en la resurrección. La certeza de que Jesús ha
resucitado es la mejor prueba de que él es el Salvador prometido por Dios y de que en sus palabras
y en sus signos se ha hecho realidad la promesa de la salvación de que hablaban los profetas. Este
es el argumento que se esgrime en los discursos del libro de los Hechos para mostrar que
efectivamente el ministerio, e incluso en la muerte de Jesús, son el momento central de la historia
de la salvación.
En los últimos días -dice Dios- concederé mi Espíritu a todo mortal: sus hijos y sus hijas
hablarán inspirados por mí...» (Hch 2,16-17; puede verse también Hch 2,38; 6,3.5; 8,15-17; 9,17.
31; etc).
La acción del Espíritu consiste sobre todo en confirmar el camino del mensaje de salvación e
ir guiando sus pasos. El es el que pone en boca de los misioneros cristianos las palabras adecuadas,
según la promesa de Jesús en Lc 12,12: . El es también el que va abriendo camino a la buena
noticia, primero en Samaría, a través de Esteban y Felipe (Hch 6,3.10; 8,39); después en la zona de
la costa, ante los ojos estupefactos de Pedro, que contempla cómo el Espíritu desciende sobre los
planos (Hch 10,44-48), y finalmente, hasta los confines de la tierra, a través del ministerio de
Pablo, enviado por el Espíritu Santo a esta misión (Hch 13,1-4) y acompañado por él en todo
momento (Hch 16,6s; 20,22).
El don del Espíritu Santo a la Iglesia es un hecho constatado; su presencia inunda el tiempo
de la Iglesia y manifiesta la acción de Jesús resucitado en medio de ella. Esta presencia relaciona el
tiempo de la Iglesia con el tiempo de Jesús, pero también distingue claramente estos tres períodos,
porque en ellos la acción del Espíritu es diferente y es muy probable que esta experiencia de la
diversa acción del Espíritu en cada época haya influido decisivamente en la división que Lucas
hace de la historia de la salvación.
c) La comunidad cristiana
La acción del Espíritu a través de la predicación apostólica tiene como objetivo la creación de
la comunidad cristiana. En Hch 2 se encuentran resumidos estos tres momentos: la acción del
Espíritu (Hch 2,1-l3) mueve a Pedro para anunciar la buena noticia (Hch 2,14-37) y provoca la
adhesión de muchos, dando lugar a la comunidad cristiana (Hch 2,38-47).
Cuando sus oyentes le preguntan: ¿qué tenemos que hacer?, Pedro responde con estas
palabras:
(Hch 2,38).
Y el texto continúa así:
«Los que aceptaron con agrado la invitación se bautizaron, y aquel día se unieron a los
apóstoles alrededor de tres mil personas. Eran constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los
apóstoles, de compartirlo todo, de celebrar la fracción del pan y de participar en la oración» (Hch
2,41-42).
En estos dos textos se describe de forma magistral el proceso de formación de la comunidad.
El primer paso es acoger la invitación, recibir con agrado el mensaje: (Hch 8,14; véase también
Hch 11,1 y 17,11). Se trata de una acogida de fe, de un proceso de aceptación incondicional: (Hch
4,4; 15,7; 13,48; etc.).
Esta fe que acoge el mensaje de salvación implica un cambio profundo que en el libro de los
Hechos se describe con las mismas palabras que Jesús utilizaba en su predicación: . Una conversión
que significa huir de este mundo corrompido (Hch 2,40) y volverse al Señor (Hch 11,21 y 9,35-
42). Predicar la conversión es el encargo que Jesús deja a sus discípulos para este tiempo (Lc
24,47), de modo que los hombres se aparten de sus pecados (Hch 8,22) y lleven una vida digna de
los que se han vuelto hacia Dios (Hch 8,17). Los que se hacen creyentes, gracias a la aceptación del
mensaje y a la conversión, sellan su compromiso con el bautismo, en el cual se comunica el
Espíritu Santo por medio de la imposición de las manos (Hch 8,17; 9,17; 19,6).
Los que han llegado a la fe y se han bautizado pasan a formar parte de la comunidad
cristiana. En el libro de los Hechos se les llama discípulos (Hch 6,1.2), cristianos, santos (Hch
9,13.32) y también , con una preciosa expresión que recuerda la actitud itinerante de la comunidad
cristiana. Juntos forman el pueblo adquirido por Dios (Hch 15,14 y 18,10), y la Iglesia, que se
concreta en iglesias locales: Jerusalén, Antioquía, Licaonia, Pisidia, etc.
Sobre la vida de estas comunidades ya hemos hablado antes; sin embargo, aún podemos decir
algo que ayude a entender el carácter peculiar de este tiempo de la Iglesia.
En primer lugar, hay que decir que estas comunidades experimentan la prueba de la
persecución. Era algo que ya les había anunciado Jesús en numerosas ocasiones y que ahora tenían
ocasión de comprobar en la persona de los que anuncian el evangelio (especialmente Pedro,
Esteban y Pablo) y en todo el grupo de los discípulos (Hch 8,1 y 94). Lucas trata de explicar este
hecho como otro de los rasgos propios del tiempo de la Iglesia y elabora una defensa de la fe
cristiana, al mismo tiempo que exhorta a los discípulos a que tengan paciencia y a que perseveren
en medio de esta situación.
Un segundo rasgo de la comunidad cristiana tal como la presenta Lucas es su carácter
ejemplar. A través de los sumarios de la primera parte (Hch 2,42-47; 4,32-37; 5,12-16) estas
comunidades aparecen como una fraternidad perfecta en la que se comparten los bienes, la vida y la
fe. Pero esta presentación ideal no siempre responde a la realidad que vivían, porque también entre
aquellos primeros discípulos surgieron las divisiones, las controversias e incluso las separaciones
(véase Hch 15,36-41). Lo que tenemos en estos sumarios, y en el libro de los Hechos en general, es
la visión de lo que debe ser la comunidad cristiana, la meta, el ideal hacia el que debe tender
partiendo de sus situaciones concretas.
Finalmente, la Iglesia se entiende como el lugar en el que al hombre se le hace accesible la
salvación. Se trata de la salvación que se ha manifestado de una forma irrepetible en la vida, muerte
y resurrección de Jesús de Nazaret. Ahora Jesús está ausente y, por tanto, no es posible un acceso
directo a ella, como ocurría en el tiempo privilegiado de su ministerio. Ahora la comunidad
cristiana es la depositaria de esta salvación y los hombres pueden acceder a ella a través del
bautismo, que sella su respuesta de fe y su conversión. Y, sin embargo, el acceso a ella no es el
final del camino, sino el comienzo de una etapa nueva en la que importa mucho la actitud concreta
ante los problemas de la vida, es decir, la ética. En este período la vida cristiana se concibe como
un camino que discurre a través de numerosas penalidades (Hch 14,22). Por eso la virtud más
deseable es la paciencia (Lc 8,15), y la ayuda más eficaz, la fuerza del Espíritu, que da la
posibilidad de perseverar en este camino.
En resumen, la comunidad cristiana nace gracias a la acción del Espíritu por medio de la
predicación apostólica. Esta predicación es en realidad un mensaje de salvación que tiene que ser
acogido con fe y que lleva a la conversión. Entonces el individuo sella su compromiso con el rito
del bautismo y pasa a ser discípulo, participando así de la salvación e iniciando un nuevo camino
en medio de persecuciones y dificultades. En ellas está siempre asistido por la fuerza del Espíritu y
el apoyo de la comunidad que vive como una auténtica fraternidad. De este modo, a través de la
Iglesia, el hombre puede acceder a la salvación en todos los tiempos.
IV
COMPLEMENTO:
LOS DISCURSOS EN EL LIBRO DE LOS HECHOS
El libro de los Hechos contiene veinticuatro discursos que ocupan aproximadamente la
tercera parte de la obra. Esta considerable extensión y el papel que desempeña en el conjunto de
esta segunda parte de la obra lucana justifican que les dediquemos un estudio aparte.
Los discursos recogidos en Hechos son muy diferentes entre sí, tanto por su extensión como
por los personajes que los pronuncian, la temática que tratan o el contexto en que Lucas los sitúa.
El largo discurso de Esteban ante el Sanedrín (Hch 7) es diferente de los discursos misioneros de
Pedro (Hch 2,14ss; 3,l2ss; 4,9ss; 5,30ss; 10,34ss) o de los de Pablo a los gentiles (Hch 14,l5ss;
17,22) y todo ellos difieren de las defensas de Pablo (Hch 22,lss; 26,2ss). Y, sin embargo, los
grandes discursos revelan un mismo esquema que contiene, como veremos, el anuncio cristiano
fundamental.
A lo largo de la historia, estos discursos han atraído poderosamente la atención de entendidos
y profanos y han suscitado numerosos interrogantes: ¿Refiere Lucas exactamente el contenido de
los discursos pronunciados por Pedro, Pablo u otros en aquellas circunstancias concretas? ¿Cómo
pudo obtener una información exacta de las palabras pronunciadas? ¿No serán más bien estos
discursos un medio para transmitir su propia visión teológica? ¿O acaso reflejan el anuncio
cristiano tal como se conservaba en la comunidad de Jerusalén? Estas preguntas y otras que irán
surgiendo a medida que nos adentremos en ellos hacen de su estudio una tarea apasionante, pues de
nuevo tenemos la sensación de tocar las raíces de nuestra fe a través de la experiencia vivida por
aquella primera generación cristiana.
Es imposible hablar de todos ellos y de todos los problemas que suscitan; por eso vamos a
centrar la atención en los grandes discursos de la primera parte exceptuando el de Esteban, que hay
que considerar aparte por sus peculiaridades. Una vez centrados en ellos, vamos a considerar los
dos problemas que parecen ser más importantes su fidelidad a la historia y el origen de sus
contenidos.
1. DISCURSOS ESCRITOS
Los discursos normalmente son pronunciados, y si se escriben, sus autores suelen hacerlo con
antelación para poder leerlos. Los discursos de los Hechos no fueron escritos antes de ser
pronunciados, sino después, e intentaban recoger un mensaje que era de gran interés para los
lectores a los que el autor se dirige. Este hecho no supone una novedad ni en la literatura profana ni
en la religiosa. Sin ir más lejos, ahí tenemos el ejemplo de los evangelios, que recogen en forma de
discursos numerosas enseñanzas de Jesús.
Comparemos brevemente los de los evangelios con los del libro de los Hechos. Los
primeros, más que verdaderas piezas oratorias, son desarrollos de algunas ideas concretas o recogen
sentencias de Jesús pronunciadas en diferentes ocasiones que al entrar en la vía de la tradición oral
se fueron aglutinando y amplificando hasta convertirse en grandes unidades. Después los
evangelistas las insertaron en su relato con los retoques oportunos, ordenando y combinando
materiales preexistentes. Los resultantes de este proceso dan la impresión de no haber sido
pronunciados nunca tal como hoy los tenemos, pero al mismo tiempo transparentan la certeza de
conservar con bastante fidelidad las enseñanzas de Jesús.
Los discursos de los Hechos son totalmente distintos. En ellos se percibe bien el desarrollo de
las ideas, la gradación del pensamiento y la unidad de estilo. Son breves, más breves de lo que sería
un discurso normal, pero conservan la impresión de viveza y autenticidad de las piezas oratorias y
están relacionados con los acontecimientos en que el autor los sitúa: se ve como el orador recoge la
argumentación de los oyentes y responde a ella o cómo el contenido del discurso trata de explicar
los sucesos que están aconteciendo. A diferencia de los de los evangelios, poseen una gran unidad.
No sólo dentro de la misma composición, sino también con respecto al conjunto del relato, hasta el
punto de que una de sus principales funciones es, precisamente, la de explicar el sentido de los
acontecimientos.
Estas diferencias suscitan algunas preguntas: ¿Contó Lucas con fuentes semejantes a las de
los evangelios para componer sus discursos? Y si contó con ellas, ¿por qué son tan distintos los de
Jesús en el evangelio y los de los Hechos? ¿Cuál es el grado de fidelidad histórica que podemos
concederles? Para responder a estas preguntas contamos con algunas informaciones que pueden
sernos útiles: el modo de componer discursos entre los historiadores antiguos, la presencia de
aramaísmos (giros propios del arameo) en ellos y el estilo peculiar de estas composiciones que es
propio de Lucas.
Entre los historiadores antiguos era costumbre bastante común colocar discursos en boca de
sus personajes. En general, estos discursos eran compuestos por el autor, aunque basándose en
informaciones fidedignas. En la época en que Lucas escribe se seguían las normas enunciadas por
Tucídides, que era considerado el padre de la historiografía. En el prólogo de su historia de la
guerra del Peloponeso sintetiza su postura con estas palabras:
«En lo que se refiere a los discursos pronunciados por unos y por otros, tanto antes de la
guerra como durante la misma, era muy difícil reproducir el tenor de los mismos con exactitud,
bien cuando yo los había escuchado personalmente, bien cuando me los refería algún otro como
oído de ellos. He recogido lo que a mi juicio habrían podido decir que respondiera mejor a la
situación, ateniéndome lo más posible, para el pensamiento en general, a las palabras realmente
pronunciadas».
Si Lucas se inspiró en este programa a la hora de componer sus discursos, y esto es lo más
probable, entonces tenemos que suponer que se informó cuidadosamente de cuáles fueron las
palabras realmente pronunciadas y Lucas dio forma al discurso según lo que a su juicio hubieran
podido decir que respondiera mejor a la situación concreta. Este procedimiento coincide bastante
con el método que utilizó en la composición de toda su obra (véase Lc 1,1-4).
Un segundo dato que confirma este modo de describir es la presencia de giros y expresiones
procedentes del arameo que inducen a pensar que Lucas conoció alguna fuente o fuentes que
conservaban el núcleo de estos discursos. Esta comprobación es especialmente notable en el
discurso de Pedro en casa de Cornelio (Hch 10), que en alguno de sus pasajes (por ejemplo, 10,35-
38) sólo se entiende si se retraduce del griego al arameo. No obstante, es difícil precisar cuál pudo
ser el contenido exacto, la extensión y el tenor de esta hipotética fuente aramea.
Finalmente, hay que notar que los discursos de Hechos reproducen marcadamente el estilo y
la teología propias de Lucas, de modo que hay que admitir que en su forma actual son obra suya.
En el conjunto de su obra funcionan como recursos narrativos para centrar el curso de los
acontecimientos y explicar su sentido, dando así al conjunto una gran unidad. Esta constatación ha
hecho pensar a algunos que en realidad los discursos, lo mismo que los sumarios, son los medios
privilegiados a través de los cuales Lucas expone su visión teológica; pero para aclarar este punto
necesitamos conocer el contenido de los mismos, y ése será el objeto del siguiente apartado.
En resumen, podemos decir que en general Lucas, a la hora de componer los discursos de
Hechos, ha seguido el estilo de los historiadores de su época que se inspiraban en el programa
esbozado por Tucídides. Ha procurado informarse sobre el tenor de las palabras pronunciadas en
cada caso, pero luego ha tenido que completarlas con lo que a su juicio se dijo entonces,
introduciendo aquí y allá indicaciones que pudieran ser útiles para sus destinatarios. El resultado de
este proceso son pequeños discursos bien acabados y relacionados con el conjunto de la obra que
reflejan el estilo propio de Lucas.
Una vez respondida la pregunta acerca de la fidelidad histórica, vamos a ocuparnos del
contenido de los discursos, cuyo conocimiento puede ayudarnos mucho a entender cuál es el
sentido y la función de estas composiciones que ocupan una parte tan importante dentro de la obra
lucana.
Los más significativo en este aspecto es el hecho de que prácticamente todos estos discursos
de la primera parte de Hechos están compuestos según el mismo esquema. Es cierto que cada uno
parte de una situación concreta y trata de responder a ella, pero en seguida abandonan el motivo
particular que los ha provocado y se centran en el acontecimiento central de la historia de la
salvación, describiendo los contenidos fundamentales del anuncio cristiano. Este hecho amplia el
horizonte de nuestras preguntas y nos hace sospechar si la intención de Lucas no habrá sido,
precisamente, recoger en estos discursos el primitivo, tal y como se conservó en la Iglesia de
Jerusalén. Antes de responder a esta nueva pregunta, veamos cuáles son estos elementos comunes a
todos ellos.
a) La propuesta cristiana
En su parte central, los discursos de Hechos describen el acontecimiento de la vida, muerte y
resurrección de Jesús como el cumplimiento de la promesa de salvación hecha por Dios en el
tiempo de Israel. Este acontecimiento es el fundamento de la Iglesia, a la que se accede a través de
la conversión y la fe, selladas por el bautismo. En todos ellos se sigue el mismo esquema, de modo
que se complementan mutuamente y en su conjunto reflejan el esqueleto de la propuesta cristiana o
.
He aquí, antes de seguir, un cuadro sinóptico de los mismos tomado del excelente estudio de
Ch. H. Dodd La predicación apostólica y sus desarrollos, Madrid 1974, apéndice:
=================
(Elección y gobierno
divino de Israel, al rei-
no de David.) De la
descendencia de este,
Dios, según la promesa,
ha suscitado para
Israel un Salvador,
Jesús.
A éste le ha exaltado
Dios a su diestra como
Jefe y Salvador.
(Nosotros somos tes-
tigos de estas cosas) y
también el Espíritu Santo
que ha dado Dios a
los que le obedecen.
Para conceder a Israel De éste todos los pro- Tengan, pues, entendido,
la conversión y el per-- fetas dan testimonio de hermanos, que por
dón de los pecados. que todo el que cree medio de éste se les ha
en él alcanza, por su anunciado el perdón de
nombre, el perdón de los pecados, y por él
los pecados. es justificado todo el
que cree, lo que no
pudieron ustedes obtener
por laLey de Moisés
(cita de Hab 1,51).
3. CONCLUSIÓN
Después de plantear y responder las principales preguntas que suscitan los discursos del libro
de los Hechos podemos resumir así los resultados:
a) Estos discursos, que constituyen una parta importante del libro, son muy variados entre sí,
tanto por la extensión como por el tema, las circunstancias o los personajes que los pronuncian. Son
bastantes distintos de los de los evangelios. Más que una recopilación de sentencias parecen
composiciones coherentes, bien relacionadas con el contexto y que tratan de explicar el sentido de
los acontecimientos que los provocan.
b) En su composición, lo más probable es que Lucas haya seguido las normas de la
historiografía contemporánea y, consecuentemente, se haya informado de las palabras pronunciadas
en cada caso. La existencia de giros y expresiones arameas hace pensar que contó con fuentes de
información.
c) El contenido de estos discursos en su parte central es un resumen del anuncio cristiano
primitivo, que reproduce el esquema usado por los primeros predicadores cristianos y que seguía
utilizándose en tiempos de Lucas. La semejanza de este esquema con el resumen de la predicación
de Jesús (Mc 1,14) y con el kerigma paulino reflejan un fondo común de tradición que se remonta a
los comienzos de la misión cristiana. Resulta, pues, muy explicable que Lucas los coloque en boca
de los apóstoles en aquellos momentos en que dicha misión comenzó.
d) Finalmente, el dato de que el estilo de los discursos es propio de Lucas induce a
reconocerle a él como el verdadero autor de los mismos. Es de suponer que los haya escrito desde
su visión de las cosas y teniendo en cuenta la situación de las comunidades a las que se dirigía.
Puede decirse que su intención es doble: explicar el sentido de aquellos acontecimientos de la
Iglesia naciente y al mismo tiempo iluminar la situación que viven los cristianos de su época,
insistiendo en la inocencia de la religión cristiana y en el avance implacable de la buena noticia, a
pesar de todos los obstáculos que tiene que superar.
BIBLIOGRAFIA
A. STOGER: El evangelio según san Lucas. Comentario para la lectura espiritual, Barcelona
1970.
J. SCHIMD: El evangelio según san Lucas, Barcelona 1974.
H. CONZELMANN: El centro del tiempo, Madrid 1974.
E. RASCO: La teología de Lucas: origen, desarrollo, orientaciones, Roma 1976.
A. GEORGE: El evangelio según san Lucas, Estella 1981.
J. A. FITZMYER: El evangelio según Lucas, I, Madrid 1986.
A. WIKENHAUSER: Los Hechos de los Apóstoles, Barcelona 1967.
J. KURZINGER: Los Hechos de los Apóstoles, Barcelona 1974.
J. ROLOFF: Los Hechos de los Apóstoles, Madrid 1984.
Ch. H. DODD: La predicación apostólica y sus desarrollos, Madrid 1974.
A lo largo de las páginas de este libro hemos ido describiendo el hacerse de los evangelios y
el resultado de todo este proceso, es decir, los relatos de los tres primeros evangelios tal como hoy
los tenemos.
Llegados al final de este recorrido, debemos recordar una vez más que los evangelios
contienen ante todo una buena noticia. Hemos dedicado un capítulo a explicar la evolución y el
sentido que esta buena noticia tenía para los primeros cristianos. Se refiere, sobre todo, a la muerte
y resurrección de Jesús de Nazaret, pero en realidad abarca toda su vida. Sus acciones y sus
palabras entran a formar parte de esta buena noticia y merecen ser contadas. Este fue el gran
descubrimiento de los evangelistas: que toda la vida de Jesús era una buena noticia. Por eso
sintieron la necesidad de contarla; no sólo para que se supiera, sino para suscitar con su relato la
imitación a la que invitan las historias que son dignas de ser contadas.
Hay una pequeña parábola que Martín Buber recoge en la introducción de su libro Los relatos
de los hasidim para explicar la fuerza que encierran las narraciones. Esta aplicada a los evangelios
puede ayudarnos a descubrir en ellos esta fuerza que lleva a la imitación y que transforma. Dice así:
«A un rabí, cuyo abuelo había sido discípulo de Baalshem, le pidieron que contase una
historia. Una historia -dijo- ha de ser contada de modo que sirva de ayuda, y contó: “Mi abuelo era
rengo. Una vez le pidieron que contase una historia de su maestro. Entonces contó cómo el santo
Baalshem solía saltar y bailar mientras oraba. Mi abuelo se puso en pie y contó, y el relato lo
transportó tanto, que tuvo necesidad de mostrar saltando y bailando cómo hacía el maestro. Desde
aquel momento se curó. Así deben contarse las historias.»
. Los evangelios cuentan la historia de Jesús y pretenden contarla de forma que sirva de
ayuda. Por eso quienes se acercan a ellos de una forma fría y distante no captan la fuerza
transformadora de esta noticia única. Por el contrario, quienes se dejan transportar por el relato
comienzan a mostrar con su propia vida cómo hablaba y actuaba el Señor.
El estudio de los evangelios y su lectura crítica son muy importantes. Es necesario . Por eso
hemos explicado con detalle cómo fueron escritos y cuál era la visión de quienes los redactaron.
Pero esto no es suficiente. Ahora es necesario dejar a un lado las muletas que nos han ayudado a
llegar hasta aquí, porque tenemos que introducirnos de lleno en el relato de esta buena noticia.
Tenemos que dejarnos transportar por él para que la narración de lo que Jesús dijo e hizo nos
transforme y sintamos la necesidad de contar a otros esta buena noticia.
La buena noticia de Jesús no ha quedado encerrada en estos libros. Sigue oyéndose por las
calles y las plazas, en el mercado, en la oficina y en la fábrica. Los discípulos de Jesús siguen
sintiendo la necesidad de contar a otros con sus palabras y con su vida la historia maravillosa y casi
increíble de aquel que ha transformado sus vidas. Así es como debe contarse esta historia.
EL KERIGMA SEGÚN LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES
=============================
A éste. que fue entre- A quien entregasteis y Jesucristo Nazareno, A quien llegaron a ma-
gado según el determi- de quien renegasteis an- a quien vosotros cru- El Dios de nuestros pa- tar
colgándole de un Los habitantes de Jeru-
nado designio y previo te Pilato cuando éste cificasteis. dres resucitó a Jesús, a madero. salén
y sus jefes cum-
conocimiento de Dios, estaba resuelto a poner- quien vosotros disteis plieron, sin
saberlo, la
vosotros le matasteis le en libertad. Vosotros muerte colgándole de Escrituras de
los pro-
clavándole en la cruz. renegasteis del Santo y un madero. fetas. Y sin hallar en
del Justo y pedisteis él ningún motivo de
que se os hiciera gracia muerte, pidieron a Pi-
de un asesino, mientras lato que le hiciera morir.
que al Jefe que lleva
la vida hicisteis morir.
Y cuando hubieron cum-
plido todo lo que referen-
A quien Dios resucitó A quien Dios resucitó te a él estaba escrito, le
librándole de los dolo- de entre los muertos. bajaron del madero y le
res de la muerte (véase pusieron en el sepulcro.
Sal 16,8-l1).