Dag (Dioses Paganos 2) - Mile Bluett
Dag (Dioses Paganos 2) - Mile Bluett
Dag (Dioses Paganos 2) - Mile Bluett
PREFACIO
DAG
1
TU AUSENCIA
RACHEL
2
TE OLVIDÉ
DAG
3
¿CÓMO CONOCÍ A DAG?
RACHEL
4
OSLO SIN TI
RACHEL
5
TE PERDÍ
DAG
6
CÓMO DAG ME CONQUISTÓ
RACHEL
7
DESPIERTO Y TÚ NO ESTÁS
RACHEL
8
TE NECESITO
DAG
9
TE CLAMO EN LA NIEBLA
DAG
10
HORN
11
HECHIZO DEL TERROR
RACHEL
12
NUESTRA PRIMERA VEZ
RACHEL
13
TE LLAMO SIN VOZ
DAG
14
EL DÍA MÁS BONITO DE MI VIDA
RACHEL
15
TIEMBLO
RACHEL
16
TE VEO
DAG
17
NECESITO CORRER
RACHEL
18
TE PERSIGO
DAG
19
CUANDO SUPE QUE TE PERDÍ
RACHEL
20
NO ME ABANDONES
RACHEL
21
TE SALVARÉ
DAG
22
TE SENTÍ
RACHEL
23
TE BESÉ
DAG
24
LA BODA DE MI HERMANA Y SU DIOS PAGANO
RACHEL
25
TE QUIERO
DAG
26
LA DISTANCIA ES LO MEJOR
RACHEL
27
TE PRECISO
DAG
28
LAS ESTRELLAS BRILLAN CON LUZ PROPIA
RACHEL
29
TE DESEO
DAG
30
ME DESNUDAS POR DENTRO
RACHEL
31
TE HARÉ ARDER EN EL FUEGO QUE ME QUEMA
DAG
32
REENCUENTRO
RACHEL
33
TE HICE MÍA
DAG
34
INCREÍBLE COMPAÑÍA
RACHEL
35
TE PIERDO
DAG
36
NO HA TERMINADO
RACHEL
37
TE TENGO ENTRE MIS BRAZOS
DAG
38
HORN
39
TE CUIDO
DAG
40
OSLO
RACHEL
41
TE TENGO
DAG
42
EL INFIERNO EN LA TIERRA
RACHEL
43
TE AMO
DAG
44
EL FINAL
RACHEL
EPÍLOGO
LUCES DEL NORTE
RACHEL
PRÓXIMAMENTE
Título: Dag
Subtítulo: Luces del Norte
Serie: Dioses paganos
Autora: Mile Bluett
Primera edición: Diciembre, 2020.
©Mile Bluett, 2020.
mileposdata@gmail.com
Instagram: @milebluett
Twitter: @milebluett
Facebook: Mile Bluett Autora
Esta obra está debidamente registrada y tiene todos los derechos reservados. Queda prohibida la
reproducción y la divulgación de esta por cualquier medio o procedimiento sin la autorización del
titular de los derechos de autor. Es una obra de ficción, cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia.
SINOPSIS
Para Yanley, quien se parece a mi Rachel porque es una mujer fuerte y valerosa, una
estupenda madre de su niño hermoso, enamorada de su rubio y quien diseña portadas y
maqueta libros como nadie. Aunque la vida te lleve por otros senderos profesionales, la huella
que has dejado en mis novelas es imborrable.
«Pon amor en tu corazón,
libros en tus manos y sueños en tu alma».
Mile Bluett
Los ojos de él relucen como las luces del Norte, las que emanan de su
interior e irradian todo su ser.
El corazón de ella está listo para recibir el amor, tiene fe ciega en ese
poderoso sentimiento y, en cuanto lo siente burbujeante en su pecho, se
lanza a su encuentro sin escudos y con los brazos abiertos.
El primer amor los golpea y les roba el aliento.
DAG
Oslo y la casa Baardsson me reciben con frialdad. He esperado el final de la cena para dar
la «buena noticia». La suelto cuando nos encerramos en el estudio de Sigurd Baardsson para
discutir por qué he desobedecido la orden de no abandonar Aguamarina. La reacción de Sigurd
ante mi respuesta deja mucho que desear. No toleraré imposiciones, no cuando está Rachel de por
medio. Subo la cremallera de mi cazadora y me ajusto los guantes de piel.
—La amo —sostengo con la mirada de hielo y listo para desaparecer.
—Eso no significa que debas casarte. Tienes veintitrés años. —El viejo esgrime con
pastosidad mientras estudia mis reacciones.
Los convocados nos observan, pero sus expresiones no reflejan nada, salvo la de mi primo
Morten que muestra fastidio por haber sido molestado por «mi asunto». Stein Wolff, el protector
de los Baardsson, no se atreverá a decir lo que piensa, jamás ha contrariado a su jefe. Roar Wolff,
hijo del anterior y un pez gordo en nuestra orden, menos emitirá un juicio; ahora debe estar
estudiando cómo convencí a sus hombres para que cerraran la boca y no dieran aviso de mi viaje
a Noruega.
—¿No aceptas mi decisión? —inquiero, y mi abuelo enarca una ceja. Jamás lo he desafiado,
a diferencia de mi hermano, Leif, que renegó de sus obligaciones y se fue a África, dejándome en
su lugar con el legado del imperio Baardsson sobre mis espaldas. Mi abuelo cruje sus dientes.
Con su poderío y dinero ha mantenido a sus nietos a merced de su mando, como si fuéramos sus
soldados, y ha desheredado al que ha desafiado su autoridad.
—Es solo un capricho que pasará cuando debas regresar definitivamente —espeta lento,
como quien masca tabaco, está acostumbrado a vencer.
Odio que no tengamos esta conversación a solas.
—Sigurd, has sido como un padre para mí, pero nada va a impedir que me case con Rachel
de Alba.
—No te mandé a Aguamarina para que supervisaras mis negocios, hay una amenaza de
muerte sobre tu cabeza. Si me lo guardé fue para convencerte de irte, de lo contrario te hubieras
quedado a dar batalla.
—Sé que hay una amenaza, y si usaste esa treta para mandarme lejos, no debiste. No me
ocultaré. ¡Menos de los Horn!
—Debes volver, puedes estar con la chica mientras te refugias, pero de eso a casarte a tu
edad va un amplio trecho.
—Tu cabeza está llena de coacciones desde que recuerdo y jamás te has marchado al otro
lado del mundo a esconderte como un cobarde. ¿¡Me has convertido en un maldito cobarde!?
—Te he protegido. Eres mi heredero y te necesito para que tomes mi lugar cuando llegue tu
momento.
—¡Me casaré con Rachel! —alzo la voz.
—¡No seas estúpido! Aún no tienes los años suficientes para saber con qué mujer quieres
estar toda tu vida.
—Créeme que lo sé.
Ni siquiera le digo que esperamos un hijo, me acusará de irresponsable, más si se entera
que ella solo tiene diecinueve y que apenas llevamos unos meses de relación. Sé que ha sido
apresurado, un descuido, pero no la dejaré sola con las consecuencias de nuestros actos; la adoro,
la quiero con mi vida y deseo que mi primogénito crezca en un núcleo fortalecido. Reconozco que
no la tendremos fácil, pero el amor nos dará la fuerza suficiente para seguir adelante.
Aprieto los puños y me voy mientras sus gritos taladran mis oídos.
—¡Dag! ¡Dag! ¡Por la lanza de Odín, vuelve! ¡Morten, síguelo, no lo dejes partir! —ordena
Sigurd.
—¡Lo siento, viejo! ¡Yo paso! —suelta Morten posando su trasero en una butaca y
mirándome con la misma expresión de aburrimiento.
No se atreve a pedírselo a nadie más, sabe que ningún otro logrará detenerme, pero Roar se
llena de valor y me sigue. Lo ignoro todo lo que puedo, hasta que es imposible no sentir sus pasos
acorralándome.
—¡Deja de perseguirme como un sabueso! —lo reto.
—Tal vez tu abuelo tiene razón, amigo. Mierda, Dag, unirse en matrimonio son palabras
mayores. ¡Tengo más edad que tú y no se me ocurriría esa idiotez! Ni siquiera a Leif o Morten que
casi alcanzan los treinta.
—Nunca te has enamorado, o de lo contrario te habrías quedado como Morten, cruzado de
brazos, porque sabe que nadie puede hacerte cambiar de opinión cuando alguien se te mete debajo
de la piel.
—¡Morten! —Mastica el nombre, pero no lo traga—. Ese no sabe lo que es amar.
—¿Estás seguro? —inquiero, sabe que desde el fatídico incidente se volvió más oscuro de
lo que por sí ya era.
—¡Vamos a tomarnos unas cervezas y hablemos! No tienes que casarte. Nadie te prohíbe
estar con la chica, pero no es obligatorio hacerlo legal.
—Está esperando un hijo mío —revelo.
—¡Carajo!
—Si en verdad eres mi amigo, despejarás mi camino para que tome un avión y me largue de
este infierno.
—Quedaría involucrado —reflexiona—. Hay uno listo para el viejo justo ahora. Si tu
abuelo no lo encuentra a las ocho de mañana cuando pretenda abordar y descubre que tuve que
ver…, pedirá mi cabeza. No tienes que solicitar las cosas, eres un Baardsson, solo tómalas; pero
si quieres mi consejo, no hagas locuras. ¡Vamos por unas cervezas! ¡Sosiégate!
—Necesito ir con ella. ¡Nos casaremos con el apoyo de la familia o sin él!
—Espera por tu guardia de seguridad. Enseguida dispongo unos hombres para que te
custodien.
—¡Apártate, Roar! ¡Tal vez Leif no estaba tan equivocado!
Mis manos no tiemblan cuando quito los cerrojos del hangar donde el avión ya está
preparado. Los guardias me miran sorprendidos por mi intromisión, pero no se atreven a
detenerme. Sigurd tendrá que usar otra de sus naves mañana y retrasar su salida. Yo voy a cruzar
el Atlántico.
El corazón me late a mil por hora cuando sobrevuelo el fiordo, no sé cuándo volveré, me
estoy despidiendo, mi destino está con Rachel. De pronto un destello en el centro del parabrisas
capta mi atención. Trepido. «¿Qué carajos?». Y todo sucede en fracción de segundos… El cristal
explota ante mi cara impávida… La aeronave sufre descompresión muy rápido y solo el cinturón
de seguridad me salva de salir expelido por los aires.
Los controles se alocan y las fallas comienzan a sucederse, pero antes de irme en picada
logro mantener en línea recta el trayecto. Todo fluctúa de manera intermitente. No hay conexión
con la base, se ha perdido por completo. Mi única oportunidad de pedir ayuda es que mi móvil
cifrado aún tenga señal. Estamos cerca, debe quedar algo, que los dioses me ayuden.
Marco con el viento casi nublándome la vista.
—¡Morten! ¡Morten, escúchame! Estoy en un maldito avión. El parabrisas estalló.
—¡Dritt! —exclama mierda, su grosería predilecta, que me da esperanzas en medio de mi
desesperación—. ¿Estás de broma?
—¡Primo, no juego! Estoy piloteando el avión con un agujero enorme. Trataré de amerizar y
mandarte las coordenadas. ¡Pide refuerzos!
1
TU AUSENCIA
RACHEL
DAG
RACHEL
La arena de la playa está tibia, la mañana de sábado es preciosa. Resoplo sobre un mechón
de mi largo cabello que ha escapado del control férreo de la trenza que me hice antes de ponerme
a limpiar toda la casa. Nana es como un general a la hora de los quehaceres domésticos. Estoy
exhausta, pero terminé temprano y me queda el resto del día para mí.
Me remojo los pies con las suaves olas que llegan a mi encuentro, mi vista se pierde en el
horizonte y en el recuerdo del rubio de la noche anterior. Comienzo a desatar mi pelo, adoro que
sea sacudido por la brisa, cuando el instinto me previene, como si estuviera en peligro. Giro a mi
derecha y veo a un monstruo inmenso y negro correr en mi dirección, seguido de otro más bajito
con una boca enorme. «Pero ¿a quién demonios se le ha ocurrido dejar a esas peligrosas fieras
sueltas en la playa? ¡Son los perros del vecino!», maldigo para mis adentros.
El primero se alza en dos patas, decidido a derribarme, y me hace caer sobre la orilla,
donde las suaves olas que rompen me empapan la ropa. El segundo, no contento, se da un festín
lamiéndome el agua que se me escurre por todas partes. El corazón me late a mil por hora. Solo
puedo pensar que es mi fin y que me desguazarán viva.
—¡Hey! ¡Los dos vengan aquí de inmediato! ¿Qué modales son esos? —Una voz reprende a
mis atacantes, pero su regaño suena más paternal que amenazante. Es el rubio.
—¡Por Dios! ¡Quítame a las bestias de encima!
—¡Chicos, dejen a la muchacha! ¿Acaso no me escuchan?
Los canes se están dando un banquete lamiéndome por las mejillas, los brazos y las piernas.
Me palpo cada centímetro de mi cuerpo y me doy cuenta de que no me han clavado ni un solo
colmillo, lo único que me duele es la espalda por la caída, y siento el escozor de algunos
arañazos.
—¡Te hacen un caso fenomenal! Deberías traerlos amarrados —refunfuño.
—¡Hey! ¡Basta! ¡Sentados ya! —Alza su hermosa voz de barítono y los cánidos van hacia él
y se sientan cada uno a su lado. Respiro, aliviada—. ¿En serio creíste que te harían daño? Solo
estaban jugando.
—No sería el primer perro que ataque a una persona.
—Estos son mansos, no suelen abalanzarse sobre nadie. No sé que les ocurrió contigo. ¿Nos
disculpas? —Me extiende una mano para ayudarme a ponerme de pie. Camino hasta que el agua
me da por las rodillas y me limpio el reguero de baba que me han dejado. Me mira impertérrito y
repite—: Lo siento.
—Deberías pensarlo mejor antes de sacar a Tiranosaurio Rex y Bocazas sin correa. Ni
siquiera traigo traje de baño.
Ambos perros hacen un sonido curioso al escuchar los denominativos que uso para
referirme a ellos y ponen cara tierna de cachorro. Los miro ceñuda para darles a entender que aún
no están disculpados.
—¡Eres dura con mis chicos! —reclama el rubio.
—¿Tus chicos? ¡Esos demonios han acabado conmigo! ¡Me duele cantidad la espalda!
—¿Te acompaño a tu casa?
—Vivo con mi abuela, que es una persona mayor, mantén a tus perros lejos de mi patio. Si la
hubieran derribado a ella, ahora estaría en el hospital.
—Tienes razón, soy un maldito inconsciente. —Da unos pasos mar adentro y los perros
levantan la cabeza a la par y la inclinan hacia un lado de forma interrogante. Se arroja
estrepitosamente hasta quedar empapado vestido por completo. Se levanta de golpe, chorreando
agua—. ¿Estamos a mano? Te juro que nunca Tiranosaurio Rex y Bocazas tirarán a tu abuela.
¿Mejor?
—Algo —susurro.
—No te he escuchado —indica con una sonrisa que se ve más hermosa que un atardecer, y
mi boca termina por imitarlo.
—Dije que tal vez, no es saludable estar peleada a muerte con el vecino.
—Dag Baardsson. —Me extiende su mano en son de paz.
—¿Baardsson? —Mi sonrisa se extingue—. ¿De esos Baardsson? ¿Los dueños de la
inmobiliaria?
—En realidad es de mi abuelo. ¿Nos conoces?
—Por supuesto, quisieron comprar nuestro terreno y convencieron a los lugareños para
vender de seguro por un precio debajo de su valor.
—Tengo entendido que les pagó muy bien.
—No lo rebatiré. No sabía que tenían una de las casas. Pensé que solo habían sacado dinero
y listo.
—Es un lugar precioso, seríamos tontos de no quedarnos con una de las propiedades.
—Augh. —Aún me duele la espalda.
—Tengo una crema estupenda para los golpes. ¿Te acompaño a tu casa y te la llevo en unos
minutos?
—¡Rachel! ¿Todo bien? —Mi abuela me habla desde la terraza mientras se hace sombra con
la palma de la mano en forma de visera.
—Esa es Nana. Tengo que irme.
—¿La medicina?
—No es necesario, Nana es especialista en pomadas para los dolores.
—Vale. —Me sonríe largamente y nos quedamos conectados en una dulce mirada que se
corta tras la insistencia de mi abuela para hacerme entrar.
Cuando me introduzco por la puerta trasera, Nana me sigue detrás.
—¿Ese chico vive al lado? —me interroga.
—Sí.
—No quiero que te juntes con él —dispara certera.
—Nana, ya soy adulta. —Trato de ser respetuosa, pero defiendo mi punto.
—Tienes diecinueve años y vives bajo mi techo. Esa gente no es como nosotras. Querían
echarnos de aquí.
La beso en la frente y le suplico que no se ofusque, pero sin dejar que me avasalle. No me
atrevo a decirle que es un Baardsson y que justo vive junto a nosotras —lo que no tardará en
averiguar—, menos que me ha causado una impresión imborrable.
Esa misma tarde descubro junto a la mesa de la terraza una cesta de mimbre con un
envoltorio dentro. Tiene una crema antiinflamatoria, enrollada con una cinta azul, y una nota que
abro tímidamente:
«Ruego por que te sientas mejor muy pronto, me encantaría invitarte a salir.
P. D.: Tiranosaurio Rex y Bocazas suplican por que los perdones».
Seguido viene un número de móvil. «¡Madre mía!», pienso. Me llevo la mano a la boca para
tapar una sonrisa creciente que me brota nerviosa y feliz. Lo guardo, pero ni siquiera me atrevo a
registrar el número en mi celular, menos a comunicarme con él.
El resto del fin de semana se me va muy rápido, entre leer, ocuparme de mis cosas y mirar el
número en el papel. Estoy indecisa de si debo darle las gracias por su gesto, quiero hacerlo, pero
me disuaden de lo contrario el disgusto que sería para Nana que me relacionara con un Baardsson
y el recuerdo de las chicas reptando por su cuerpo la noche anterior a nuestro encuentro en la
playa.
4
OSLO SIN TI
RACHEL
Oslo, actualidad
DAG
RACHEL
Sábado. Invitación para probar la pizza del chef italiano, luego de otras horas de playa que
terminan por hacer mella en la piel de Dag. Definitivamente no está hecho para este clima.
En verdad es una odisea despistar a Nana de mi verdadero destino. Salgo caminando y
recorro la larga cuadra que separa mi residencia de la Casa de Agua, donde vive mi vecino.
Atravieso la puerta y descubro que es más imponente de lo que suponía tras observarla desde el
mirador. Un mayordomo extranjero y estirado, pero amable, me conduce por varios corredores
hasta frenar en una hermosa sala sobre una isla en el exterior, cerca de una piscina. Sé por las
historias de Dag que es Hawk, otro que junto con Cranston y Cooper lo acompañan a todas partes.
Cruzo por el puente de madera y lo veo ponerse de pie para recibirme. Está vestido más formal
que en otras ocasiones y agradezco por haberme puesto mi mejor vestido. Mi corazón se acelera y
suplica por que el rubio no escuche la inclemencia de sus latidos.
Me pasa la mano por detrás de la espalda para ayudarme a tomar asiento y tiemblo.
—Según mis cálculos, desde aquí tu abuela no podrá vernos si se asomase desde el mirador.
—El telescopio es cosa mía y de mi hermana. Nana ni siquiera puede trepar por las
escaleras de caracol.
—Si quieres hablo con ella, tampoco quiero que te sientas mal.
—¡No! —Me avergüenzo. Temo que piense que soy una chiquilla, recuerdo que él también
tiene a sus carceleros y dejo de apenarme.
Hawk sirve las bebidas y después el chef italiano hace acto de presencia para traer la
famosa pizza. Me deshago en elogios acerca de la presentación y terminamos hablando de su natal
Italia. Dag me mira impaciente frente a la pizza que huele deliciosa. Entierro mis dientes en la
masa cubierta de queso y tengo que darle la razón, sabe a gloria. Felicito al cocinero y comemos,
brindamos con el exquisito vino y reímos.
—¿Cómo lo llevas con el sol? —indago.
—Tuve que renunciar a mi chaqueta de piel, si vuelvo a ponérmela creo que literalmente se
me freirá la espalda.
—Todo el bloqueador del mundo no es suficiente. Te traje esto. Yo misma lo hice, es gel de
aloe, pero no del que se vende en farmacias.
—¿Lo hiciste para mí?
—Funcionará mejor si está frío.
Coloco el frasco dentro de la hielera. Me dedico a esperar a que descienda su temperatura.
—Me lo pondré ahora mismo, estoy a punto de llamar a los bomberos. Me incendio.
—Aguarda a que se enfríe más. Déjame revisarte.
Se quita la camisa. Solo con ver su espalda y sus hombros me arden los míos. «¡Por Dios!
¿Cómo ha estado toda la noche sin quejarse? Yo me habría metido dentro de una bañera repleta de
agua con cubos de hielo», pienso.
Mis ojos enfocan de inmediato el enorme tatuaje de su costado izquierdo, muy intrincado y
lleno de trazos muy elaborados. Lo había visto en la playa, pero no me había atrevido a emitir
comentarios.
—¡Es increíble y enorme! —expreso al fin lo que me provoca.
Lo recorro con el dedo y gime, pero no logro descubrir si lo hace por ardor o placer. Su
rostro da a entender que sufre, pero mi instinto me dice que es de excitación y que las ansias de
poseerme son más fuertes que la insolación.
Cuando le deslizo el gel por su piel, suspira de alivio. No sé cómo aguantó el roce de la
tela. Mis manos están temblorosas mientras recorren la dureza de cada protuberancia y hendidura,
pero ya no me importa que lo note. Cierra los ojos y se dedica a disfrutar mientras lo ayudo a
sanar. También le pongo sobre las mejillas, la frente y me deleito en la sincronía de sus rasgos, el
arco de sus cejas doradas, sus tupidas pestañas y su bonita barba que parece de oro cuando es
salpicada por las luces artificiales que provienen de las lámparas.
Abre los ojos de golpe y me atrapa mirándolo con intensidad, me sujeta las manos para que
no las retire de sus pómulos y clava sus pupilas en las mías. Le acaricio el rostro ya sin poder
evitarlo y él desliza sus dedos a lo largo de mi silueta hasta posarlos sobre mi cintura. El espacio
entre los dos disminuye cuando nuestros torsos se unen y nuestras bocas se sellan en un largo y
apasionado beso.
—Ahora eres el hombre aloe —murmuro mirándolo a los ojos. Un latido acompasado me
avisa que aún puedo correr; otro me obliga a quedarme.
—Tu hombre de aloe —me corrige y comienza a desabotonar la parte frontal de mi vestido
—. Te necesito —me insta con la voz ronca, y sus dulces caricias se vuelven pasionales.
—¿Tu piel?
—No es nada comparada con el calor que me sofoca por dentro por no tenerte. Te deseo,
Rachel. —Me arranca de la silla y me trepa encima de su cuerpo—. Freno si me lo pides —me
susurra.
Lo vuelvo a besar por toda respuesta, pero en algún punto recapacito.
—Esto es una locura, no puedo olvidar que esos hombres que te siguen no te quitan la vista
de encima.
—Vamos a mi habitación, quédate a dormir conmigo —gime sobre mis labios.
—Dag, no suelo quedarme a dormir con… —Muero de vergüenza—. Jamás he estado con
un chico, esto es lo más loco que he hecho en mi vida.
—Prometo respetarte y no hacer nada que no desees.
No entiendo por qué acepto, o lo reconozco en el fondo de mi alma y no quiero admitirlo.
Me alza en brazos y me conduce hasta su habitación. Tiene una sala previa con amplios
sofás y una pantalla de televisión. Sigue al dormitorio con piso gris, paredes de mármol color
marfil, una cama king size vestida de color azabache y una gigantesca tina de hidromasaje blanca;
después, los vestidores y el baño.
Los dos enfocamos el mullido sofá cercano a las ventanas que dan a la playa. El arrullo de
las olas se cuela por los vidrios entornados y las cortinas que se baten suavemente por la brisa
marina nocturna.
Se sienta conmigo encima y continúa lo que había empezado, abre uno a uno el resto de mis
botones hasta dejarme en un conjunto de ropa interior de encaje, de un rosa muy pálido, y sus ojos
se encienden. Busca ávido mis senos y los deja libres. Cuando roza mis pezones con su cálida
lengua, mi interior se turba y lo clamo. He leído lo que pasa entre un hombre y una mujer cuando
están en la intimidad y deseo vivirlo con Dag. «¡Quiero entregarme, lo necesito dentro de mí!
Culpo al alcohol y a las hormonas, tal vez mañana me arrepienta, pero ahora solo quiero caer en
su red y sentir sus labios y sus dedos recorrerme entera», pienso.
Pongo mis manos en la cinturilla de su pantalón, quito el botón y bajo el cierre mientras Dag
jadea excitado. Palpo su abultada erección. Me sorprende el tamaño y la dureza. Puedo haber
leído todos los libros del mundo, pero nada me preparó para los inminentes fuegos artificiales que
están a punto de explotar en mi vientre cuando siento en mis manos la piel tibia y sedosa que
envuelve su virilidad. Dag desborda de deseos y gime contra cada centímetro de mi cuerpo que
prueba con su deliciosa boca, lo que termina por hacerme arder cada vez más.
—Sé delicado —suplico—. Es mi primera vez.
—Haré que sea inolvidable.
7
DESPIERTO Y TÚ NO ESTÁS
RACHEL
Oslo, actualidad
abrupta a la realidad.
S ueños. Odio evocarlo mientras duermo, como si aún estuviera
vivo. Es más duro el vacío cuando despierto y el enorme
cráter que ha dejado en mi vida me devuelve de forma
El llanto de Harry, mi pequeño hijo, me despierta. A sus seis meses exige bastante cuidado.
Me coloco las pantuflas y una manta por encima; voy a su habitación, lo alzo con amor y lo pego a
mi pecho. Aunque al inicio nos costó conectarnos, cada día se adapta más a la lactancia y nuestro
vínculo se vuelve irrompible. Su carita es tan tierna… Sus ojos son del mismo color que los de su
padre, azul límpido, casi de hielo, pero suavizados con la dulzura de su cara angelical. Sin él, no
habría podido soportar la pérdida de Dag.
Cuando descubrimos que crecía en mi vientre y me pidió ser su esposa, rebosante de pasión
y valor, fue uno de los momentos más felices de mi vida. Luego vino la separación, me dejó en
Aguamarina para viajar a Oslo a comunicarlo a su familia. Y su ausencia despiadada me consumió
por completo. Creí que me había abandonado. Pero ese supuesto no fue tan devastador como la
certeza que Leif me confesó tiempo después: Dag había muerto en un accidente cuando su avión se
estrelló.
Y ahora estoy aquí varada, viviendo de los recuerdos. Hasta ayer pensaba que mi único
entretenimiento sería el blog literario que me cedió mi hermana, donde reseño todo lo que leo y
hago diseños ilustrados increíbles y románticos sobre las historias. Pero no, ya no sé si quedará
tiempo para el blog con el nuevo negocio. Amamanto al pequeño, desayuno y me preparo para
salir. La niñera no tarda en llegar, es una chica dulce que trabaja con Kristin y es buena con Harry.
Compartirá su tiempo para velar por él mientras estoy fuera.
Llevo una caja enorme con todo lo que necesito para personalizar mi oficina y responder a
las demandas de mi primer y único cliente, el corporativo Norsol.
Es una suerte que haya pasado por escrito a Hawk toda la planificación de lo que Alice y yo
hemos elegido para la ceremonia de mi hermana y que él haya cubierto cada detalle con maestría y
elegancia. Todo está listo para la celebración que será en un par de días. El que sean pocos
invitados lo ha hecho más fácil y Alice que se ha involucrado en cada detalle, con el afán de no
sobrecargarme. Pero Hawk es tan eficiente que nos deja con la boca abierta una vez más.
Podríamos haber depositado todo en sus manos y no habríamos tenido quejas. Con un Hawk en tu
vida, ¿quién necesita una planificadora de bodas? No valía la pena contratar una por el
hermetismo de la ceremonia y por el escaso número de invitados.
Al arribar, acomodo mis pertenencias y reviso los currículos de las empleadas. ¡Tienen más
experiencia que yo, cada una en su área! La recepcionista, Britta, tuvo un puesto similar en una de
las empresas de los Baardsson. La diseñadora, Carina, trabajó en una revista. Y Chelsea es un
genio en su carrera, para sus veintiséis años ha laborado para los Baardsson y otras empresas de
renombre en México y Estados Unidos. Lo primero que hago es convocar una junta con el personal
para organizarnos. Pido que hagan inventario de lo que tenemos y lo que podemos necesitar.
—El inventario de lo que tenemos me lo entregó el señor Cranston —me comenta Carina.
—Carina, ¿podrías encargarte de hacer un listado de lo que no tenemos en existencia y que
es urgente para sacar el pedido de Norsol?
—Me encargo —responde la aludida.
—Chelsea, aún no tenemos página web, en estos tiempos es fundamental para todo negocio.
Traje un bosquejo de lo que me gustaría tener, así como los servicios que brindaremos online.
Contacté por correo electrónico con alguien que puede ayudarnos. Necesitamos esa página en
línea a la brevedad posible.
Le extiendo los datos.
—Le doy seguimiento —me dice—. Hay algo más. Un nuevo cliente llegará como en una
hora.
—¿Nos recomendó Cranston?
—No tengo idea, pero es lo más seguro, no estamos en ninguna guía de servicios. A no ser
que haya visto el letrero de la entrada.
—Se acaba de poner. No lo creo, de seguro es cosa de Cranston. Lo atenderé en persona.
Terminamos, telefoneo para ver cómo está Harry. Aunque el ambiente de la oficina me ha
hecho bien, no puedo evitar que la culpa me inquiete por dejar a mi hijo en casa.
La hora pasa volando mientras organizo pendientes en mi agenda y corro de un lado al otro
del extenso lugar resolviendo esto y aquello. Todas estamos en la misma frecuencia y eso me
agrada. Estas mujeres se ven comprometidas y contentas con mi nuevo proyecto. Britta me llama
al móvil, al no encontrarme en la oficina, para avisarme que el nuevo cliente ha llegado. Pienso
que tal vez fue un mal día para darle una cita, pero debo atenderlo.
El hombre es joven, pero de una talla y anchura de espaldas impresionantes. Estoy por
revisar de nuevo mi ubicación geográfica. ¿Vivo en Oslo o dentro de las murallas de Asgard?
Leo su nombre en la agenda: Arthur Hansen, en pocas palabras me pone al tanto de lo que
requiere, también está iniciando un negocio y quiere que diseñemos la imagen de la empresa.
Aunque no me contrata para el diseño de cubiertas e interiores de libros, cuando me relata que es
una librería me atrapa por completo. Me apasiona más que los encargos Norsol.
Es lo último que hubiera imaginado al verlo, aunque parece un tipo culto y viste elegante,
me habría inclinado por cualquier otra alternativa más lucrativa.
—También estamos iniciando y no tengo un catálogo de trabajos previos que mostrarle, pero
le diré lo que puedo ofrecerle.
Me escucha absorto durante minutos y solo me interrumpe para hacer alguna que otra
pregunta.
—Me encanta su propuesta, señorita De Alba.
—Enviaremos el presupuesto a su correo electrónico mañana temprano.
—Preferiría que lo discutiéramos tomando un café en uno de los restaurantes de mi socio
inversor, si no le parece inapropiado. Es un hombre muy ocupado y sus tiempos le dan justo para
salir de una reunión a la otra.
—De acuerdo —le contesto insegura de si es correcto o no. Tengo nula experiencia en este
tipo de tratos. Tendré que tomarle la palabra a Cranston y hablarle para que me asesore en
negocios, contabilidad y administración.
Britta nos interrumpe para brindarle un té al señor, mientras le explico lo que le puedo
ofrecer y él está encantado. Antes de irse, lo retengo.
—Una última pregunta. ¿Cómo supo de nosotros?
—Un amigo en común, pero es muy reservado, me pidió que no le dé el crédito —confirma.
—Entiendo.
«De seguro es Cranston», pienso y sonrío.
Cuando llego a casa, no puedo creer que he sobrevivido ese primer día. El siguiente será
más arduo, pero al menos me obliga a despejarme de Dag por buena parte de la jornada. Me doy
un baño caliente y despido por hoy a la niñera. Quiero a Harry solo para mí. Lo cargo para jugar
un rato, y el colgante que tiene en su cuello vuelve a llamar mi atención. El que le han dado como
parte de su herencia Baardsson. Supongo que la niñera se lo ha puesto, yo prefiero guardarlo en
una gaveta y es lo que hago. Me preocupa que se accidente con él. He investigado, sé que es
Yggdrasil, el árbol de la vida. Recuerdo el collar que me dio Dag como símbolo de nuestro
compromiso y decido guardarlos juntos.
La puerta de la habitación se abre de golpe y no puedo reflexionar más al respecto, es mi
hermana. Tiene los ojos llorosos y un pálpito se apodera de mi corazón.
—¿Alice? ¿Qué haces aquí a esta hora? —pregunto.
—Vengo ayudarte a empacar.
—¿Voy a alguna parte?
—Aquí no puedes seguir. Tienes que mudarte.
—¿Ahora? Pero mañana necesito estar temprano en la oficina, tengo un nuevo cliente y,
además, el jefe de comunicaciones de la compañía de Leif me tiene sepultada en trabajos
pendientes.
Le muestro el exceso de papeles sobre mi escritorio, que me he traído a casa.
—Te vienes a vivir con Leif y conmigo.
—Ni de broma, ustedes recién se han comprometido, están haciendo planes para casarse ¿y
pretendes que les haga de mal tercio? ¿Y con mi niño? ¡No! Necesitan estar solos. Si tengo que ir
a alguna parte, me regreso a Aguamarina, a nuestra casa.
—Sabes que no puedes hacerlo por la seguridad de Harry.
—¡Detente! —grito para que deje de guardar mis pertenencias—. ¿Qué me estás ocultando?
¿Estamos en peligro? ¿Piensas que junto a ustedes estaremos más protegidos? Siento que me
guardas muchos secretos en torno a los Baardsson, soy tu hermana, debes decirme.
—Hay cosas que es mejor no saber. Yo misma quisiera estar menos involucrada.
—¿Quién diablos son los Baardsson? ¿Por qué tienen tantos enemigos? ¿Acaso me crees
idiota, Alice? Desde que Dag y Leif se cruzaron en nuestro camino, ha sido una debacle: irrumpen
en nuestra casa en Aguamarina de noche, le hacen un atentado a Dag y muere, secuestran a Harry.
Gracias al cielo que pudimos recuperarlo. Pero no me trago el cuento de que es porque los
Baardsson son inmensamente ricos. ¡No! Andan metidos en algo sucio. Lo presiento. Están a la
vista todas las señales.
—¡Cálmate! ¡Se te cortará la leche!
Estira los brazos y toma al niño para sacarle el aire. Mis ojos se aguan. En serio que
quisiera dejar atrás todo lo que representan los Baardsson, pero cuando recuerdo que mi razón de
existir es uno, me resigno. Los Baardsson están ligados a mi destino a través de la línea de sangre
de mi Harry.
Un ruido y sollozos que provienen de la sala de estar de la cabaña me hacen atravesar de
largo la puerta.
Kristin está llorando mientras Leif le mide la presión arterial e intenta calmarla. No
pregunto qué pasa, me quedo como espectadora. Leif saca unas píldoras de la mochila que
siempre carga con sus implementos médicos de primeros auxilios y se las da a su madre.
Me cruzo de brazos y espero. Kristin llora desconsoladamente, casi como un infante cuando
se pone morado y está a punto de quedar sin oxígeno.
Alice llega con Harry cargado.
—Nena, siéntate.
Cuando Alice usa la palabra «nena» y lo hace con tono condescendiente, es porque soltará
una bomba, una que dolerá, una que la hace sentir lástima por mí y que además le genera culpa.
—Yo lo diré —interviene Leif—. Me corresponde.
¡Vaya! La parejita intensa tiene un secreto. Uno que le ha ocasionado la crisis de dolor a
Kristin. Respiro hondo y me preparo para el golpe.
—Soy su hermana, hablaré yo.
—¡No! Yo dilaté informarle. Es mi responsabilidad. Tú estás exonerada.
—¡Diablos! ¡Hablen de una vez! ¡El que sea! —grito, y Kristin llora aún más amargamente,
como si el alma se le hubiera partido en dos, pero hay un brillo de agradecimiento en su mirada,
en medio del dolor, que me despista aún más.
Kristin se nos acerca y carga a Harry, lo besa en la frente y se lo lleva a su casa, mientras
Leif y Alice me hacen una encerrona.
—Toma asiento —pide Leif. ¿Desde cuándo ese hombre enorme solicita algo?
Lo hago de inmediato, colaboro para que hablen de una maldita vez.
—Dag… no murió en el atentado —suelta Alice a raja tabla.
Un ramalazo de fuego me impacta el pecho y se extiende a mis costillas. Me doblo por la
mitad en el asiento. Las lágrimas inundan mis ojos y siento que me asfixia. Intento atrapar un poco
de oxígeno, de pronto siento un sofoco que me deja sin aliento.
—¿A qué juegan ustedes dos?
Las lágrimas bajan por mi rostro bañándolo por completo. ¿Qué demonios? ¿Estoy
soñando? Y de pronto, veo lo que jamás creí, Leif, ese hombre que parece la reencarnación de
Thor, permite que la humedad se apodere de sus ojos.
—Todos pensamos que había muerto, pero no fue así. Tras el atentado logró amerizar,
Morten acudió en su rescate —continúa Leif intentando retener la emoción que le ha quebrado la
voz.
—¿Morten? ¿El primo maquiavélico ese que tienen? ¿Acaso es capaz de sentir compasión
por alguien? —pregunto confundida.
—El caso es que lo refugiaron en Svalbard hasta que se cercioraron de que estaba fuera de
peligro. —Leif se borra las incipientes lágrimas de un manotazo y vuelve a someter a sus
emociones a un control férreo.
—¿Quién es responsable del atentado? ¿Aún sigue suelto por ahí? —indago con el corazón
roto que se aferra a un soplo de vida.
—Sí. Y es peligroso —informa Leif.
—¿Vivo? ¿Por qué no se ha comunicado conmigo? ¿Está bien? —Termino de digerir esa
palabra, la que lo regresa del reino de los muertos.
—Requirió un tiempo largo para sanar sus heridas. Casi lo perdemos, pero logró sobrevivir
—añade mi cuñado.
—¡Tengo que verlo! —Me pongo de pie con las piernas temblorosas. ¡Necesito verlo ya!
Muero por besarlo, abrazarlo. ¡No puedo aguardar!
—Por supuesto, lo arreglaremos cuanto antes. —Él ahora quiere hacer los arreglos, ni
siquiera le reclamaré la demora. Estoy embotada con la noticia. Lo único que importa es que
está… vivo.
—¿Desde cuándo lo sabían? No parecen tan sorprendidos como Kristin y yo —hipo.
—Hace un par de meses, la situación es complicada —explica Leif.
—¿No desea verme? —Me estreso.
—¿Cómo crees que no? Mi madre tampoco lo sabía.
—Alice, me cuesta entender que sabías algo así y que me lo hayas ocultado. Ni siquiera
unas horas tenías derecho a retenerlo. —A mi hermana sí le reclamo, es mi carne y mi sangre, no
lo entiendo—. Me cambio de inmediato, iré a buscarlo.
—Rachel, aguarda —pronuncia Leif, y siento que falta la mala noticia—. Aún queda algo
más por revelarte. Dag está vivo gracias a un milagro, pero él no recuerda nada.
—¿Nada? —Trepido. ¿Qué es esto? El alma me regresa al cuerpo al saberlo entre nosotros
y me vuelve a ser arrebatada al conocer que he sido borrada de sus recuerdos.
—Perdió la memoria —interviene Alice—. Por eso no te ha buscado, ni tampoco a su
familia. Cuando lo recuperamos en Svalbard, Leif lo ingresó con el afán de ayudarlo. Pero Dag es
impaciente y no confía en el tratamiento. Abandonó la clínica. En cualquier momento puede ser
que aparezca por esa puerta. Ha estado muy insistente en recuperar su vida —manifiesta Alice, y
termino de comprender lo ocurrido. Me han dicho la verdad porque no les quedaba otro remedio.
—Dag puede que haya perdido la memoria, pero sigue teniendo la misma actitud. Quiere
saber todo lo que ha perdido y retomar sus responsabilidades —explica Leif—. Estoy seguro de
que si le digo de ti y de Harry volverá a tu lado y se ocupará de ustedes.
—¿Qué? ¡No! No seremos eso para él —digo compungida.
—La compañía de los dos podría ayudarle a recordar.
—No quiero que esté a mi lado para componer un pasado que no le ha dejado huellas, no lo
suficientemente profundas. Se olvidó de nosotros.
—No puede recordar, no es que no te ame. Es una condición médica.
—Por favor, no insistas, Leif. Entiendo, pero no estoy dispuesta a estar a su lado en estas
circunstancias. Amo a Dag, quiero que esté conmigo por propia elección. No puedo presionarlo.
—Dag te ama. En alguna parte de su nebulosa mente eres la mujer de sus sueños. Él tomó un
avión con destino a su muerte por amor a ti. —Leif insiste.
—Y no pienso abandonarlo. Estaré a su lado como una amiga, y si su corazón vuelve a
escogerme en esta nueva oportunidad, yo seré la primera en decir que sí.
Tiemblo. «¡Está vivo! ¡Está vivo!», es lo único que resuena en mi cabeza.
—Por eso quieren sacarme de aquí. Dag volverá en cualquier momento y no quieren que se
tope de golpe con que está comprometido y con un hijo. ¿Qué explicación le daré cuando pregunte
por qué me quedo en la propiedad de su madre?
—Solo intentamos protegerte. Creímos que el bebé y tú estarían mejor con nosotros en lo
que ustedes llegan a un acuerdo. Pero si logran entenderse, nada nos dará más alegría, a pesar de
las circunstancias —expone mi cuñado.
8
TE NECESITO
DAG
DAG
RACHEL
RACHEL
DAG
Oslo, la actualidad
—¡Por favor, cuando estemos con ellos, guárdate tus comentarios fuera de lugar! —me
sermonea mientras caminamos por los pasillos de la Cueva—. Sé que tienes muchas preguntas,
habla con Leif, con Wolff o conmigo en otro momento; pero no atosigues al viejo con tus
interrogantes y reclamos. Su salud es frágil. Tu hermano le dijo que estabas vivo con un equipo de
cardiólogos a su lado. No la ha tenido fácil.
—Entiendo.
—Te lo advierto. Tienes especial facilidad para causar problemas.
—¡Vale!
¡A Morten le interesa alguien que no sea él mismo! ¡Me lo desayuno asombrado, pero
parece que me va a indigestar!
Salimos con Stig Wolff marcándonos el paso hasta el estacionamiento. Cuando Morten me
indica subir a su vehículo, niego y le señalo con la vista al Lamborghini mientras sacudo las
llaves en el aire.
—¡Stig te acompañará!
—No necesito niñera, acabo de despedirte de ese puesto. Si Leif quiere amarrarme por las
bolas, que me lo diga en persona y ya me pensaré si decido seguir el orden jerárquico de Los
Cuervos Gemelos, mientras tanto, he decidido que soy un hombre entero, aunque parte de mis
recuerdos se hayan ahogado en el fondo del mar. Haré lo que me dicte mi corazón.
—Deberías seguir tus instintos, tu mente, pero no a tu corazón, es más inestable.
—Tal vez no tienes uno como el mío. ¡Mierda, no, no lo tienes! El hueco de tu pecho debe
de estar vacío.
Me rio. Siento placer en provocarlo y que sus ojos me fulminen.
—¡Sigue mi vehículo! ¡Iré a una velocidad que puedas tolerar sin que te tiemblen las
piernas!
Siento la adrenalina correr por mis venas cuando el auto sale y presiono el pie contra el
acelerador. Es un día de otoño donde los colores resaltan, y aunque hay frío y viento, los últimos
rayos del sol resplandecen tenues antes de la llegada del invierno. Me enfoco en la carretera y
dejo que la velocidad me libere de mis aprensiones.
Llegamos a la casa de mi madre, ardo en deseos de reencontrarla, pero no sé cómo
reaccionará. Me muerdo el labio. Morten y Stig abandonan el todoterreno y, mientras desciendo,
observo el equipo de seguridad dirigido por Roar. Supongo que estamos todos los Baardsson
reunidos y sería la ocasión ideal para que nuestros enemigos nos borraran del mapa.
—Stein Wolff también ha venido, es parte de la familia —me advierte Morten.
Sigo creyendo que este «almuerzo» familiar no es buena idea. Claro que quiero
reencontrarlos y volver a conectarme con ellos; pero no me siento preparado.
—Dolerá ver a quienes fueron tan importantes para mí y sentirlos como extraños —admito.
—Tranquilo —me susurra Morten antes de atravesar la puerta principal. Su tono de voz es
diferente, no hay sarcasmo, desdén o desidia en él. Por vez primera, lo siento humano.
14
EL DÍA MÁS BONITO DE MI VIDA
RACHEL
—¿Qué tienes? —me pregunta Dag ante mi semblante angustiado. Quiero negarlo, pero la
voz me temblaría si decido mentir.
Recuerdo la primera vez que hicimos el amor, y su intención de prevenir un embarazo, y mi
osadía para hacerlo desistir. Después de ese día volvimos a enredarnos entre sus sábanas y esa
vez Dag trajo a tiempo un condón. Y nos estuvimos cuidando alrededor de un mes, hasta que
decidimos dejarlo al azar. Me hice especialista en el método del ritmo, cuento mis días fértiles y
solo en esos tomamos cuidados.
¡Pero qué atrevida! Si yo soy un desastre y a veces olvido hasta el día en el que me
encuentro. Siempre estamos dispuestos para amarnos y lo hemos hecho en cada maldito espacio de
la Casa de Agua. Se ha convertido en nuestro refugio. Sus guardias, sus empleados, todos
disimulan nuestro arrebato, terminan por retirarse y dejarnos solos, en nuestra burbuja, cuando
logro despistar a Nana y correr a esos brazos fuertes que me reclaman.
Y hemos hecho el amor, suave, duro, despacio y frenético. ¡Oh, Dag! ¡La pasión puede
constatarse en la temperatura que nos envuelve!
Como no puedo hablar, solo saco la prueba de farmacia que escondo en mi cartera. La traigo
conmigo para practicármela aquí, en mi hogar es imposible. Mi abuela es una detective nata.
—No ha venido mi periodo —articulo ansiosa.
—¿Cuándo debió llegar? —pregunta serio, pero ni nervioso ni enojado.
—No me acuerdo bien. Soy un desastre…
—La última vez que lo recuerdo fue a principio de mes.
—Fue una falsa alarma.
—¿Qué quieres decir?
—Tuve solo una mancha y desapareció. Creí que era un desarreglo y esperé, y de eso han
pasado…
—Treinta días. Háztela —implora.
—Dice el instructivo que es mejor con la primera orina de la mañana.
—Tienes suficiente tiempo para que detecte la hormona del embarazo.
—¿Cómo sabes?
—Mi primo mayor embarazó una vez a una muchacha. Cuando se percató del retraso, tenía
más o menos el mismo tiempo que tú, estaban desesperados porque el padre de ella era el mejor
amigo de mi abuelo. Mi hermano es médico, pero estaba fuera del país, le hablaron por teléfono y
les aconsejó hacerse la prueba de una vez, dijo que podía detectarse.
—¿Y qué pasó?
—No acabó nada bien.
—No era mi intención meternos en un lío.
Tiemblo, pero sin darle más cabeza al asunto voy a su baño y orino sobre el área indicada.
Vuelvo a taparla y espero. Dag me toma de la mano y, antes de que de mis labios emerjan mis
dudas y mis miedos, los besa con pasión.
—Pero nosotros no tenemos por qué correr la misma suerte. Estaremos bien, pase lo que
pase —promete.
—Solo llevamos unos pocos meses.
—Suficientes para saber que quiero estar contigo la vida entera.
—No permitiré que hagas una locura solo porque hemos sido descuidados. Somos
demasiado jóvenes, tenemos metas que cumplir.
Y me traspasa como un rayo mi soberbia. Toda la vida le reclamé a mis padres por
enamorarse como dos locos y ser irresponsables. Sharon Gordon y Leandro de Alba, mis padres,
se fueron a vivir juntos cuando él tenía veinte años y ella, diecinueve. Un flechazo que les costó
muy caro. Se embarazaron de Alice y antes de que cumpliera un año, ya me estaban esperando. El
trabajo duro, los estudios, el dinero que escaseaba y cuidar a dos niñas pequeñas terminaron por
matar el amor. Los problemas hicieron que papá se sintiera frustrado mientras su juventud se
desvanecía entre sus dedos. Y se fue lejos a trabajar con la promesa de llevarnos consigo después,
y terminó por abandonarnos.
La depresión de mi madre por la pérdida obligó a mis abuelos a que se la llevaran antes de
que se cortara las venas. Mi abuela siempre nos dijo que mi hermana y yo no pudimos salir del
país porque no teníamos la autorización de nuestro padre. Para mí no hay azúcar que pueda
edulcorarme la historia y los odié cada segundo que pasamos separados, hasta que dejaron de
dolerme y en el hueco donde antes se alojó la tristeza, solo quedó un volcán en erupción repleto
de rencor. ¿A quién engañaba? Ese resentimiento era dolor.
Cuando la alarma suena, indicando el tiempo transcurrido, mis ojos van directo a la prueba,
los de Dag ya están clavados en ella. Veo las dos líneas azules perfectamente definidas.
Dag cae de rodillas y me besa el vientre, me abraza por la cintura, me hace perderme en su
mirada.
—Cásate conmigo —pide.
—Tengo diecinueve años.
—Cásate conmigo.
—Tienes veintitrés. No creo que estés seguro de lo que quieres para tu vida, o a lo mejor sí
y yo vengo a atravesarme en tus planes.
—Cásate conmigo —suplica luego de exhalar para dar muestras del esfuerzo que hace para
alargar su paciencia.
—Tu familia y la mía pondrán el grito en el cielo. Se acabarán las noches de fiesta y
pasaremos a estar enredados entre pañales, biberones y llantos nocturnos de bebé. Quemaremos
muchas etapas y terminarás odiándome. Te arrepentirás y nos vas a abandonar.
—Cásate conmigo —exige con un tono mandón.
—¿Es que acaso no dirás otra cosa?
—No, hasta que dejes de compararnos con tus padres. No somos ellos. No tendremos la
vida tan difícil como les tocó. Tengo mucho dinero, Rachel. Tendremos una niñera que nos apoye y
de vez en cuando sí que nos iremos de fiesta.
—No seas inmaduro.
—Soy objetivo. Ser padres responsables y darle amor y cuidados al bebé no es
incompatible con dejar tiempo para que llenes el mundo de tus increíbles diseños, para que me
ocupe del corporativo de mi abuelo, para que tengamos mucho sexo, ahora sí con protección, y
para que vayamos a bailar cada vez que se nos antoje.
—Aunque creas tener todos los puntos cubiertos, siempre habrá obstáculos.
—¿En qué vida no los hay? Nunca había conocido a otra chica que me hiciera experimentar
tantas emociones cuando me mira. Eventualmente ibas a ser mi esposa, solo lo estamos
adelantando, porque quiero que nuestro hijo crezca en un hogar sólido. Rachel de Alba, no seas
tan jodidamente obstinada, mi amor, y dime que sí, que lo mandas todo al carajo y te casas
conmigo.
—Tal vez eso hicieron mis padres y luego se fue todo al demonio.
—No seas tan testaruda y deja de preocuparte en exceso. Si no lo quieres, lo acepto, pero sé
que allá dentro, en esa cabecita terca, hay una loca enamorada, justo como yo, que se muere por
gritarme que sí.
—¿Por qué siempre eres tan insistente? —Sonrío. En verdad nunca había conocido a alguien
tan apasionado, vibrante y seguro como Dag. Y tiene razón, nuestra realidad es muy diferente.
—Última vez, ahora no tengo anillo, pero en cuanto me digas que sí, correré a buscarlo.
Esto tendrá que servir mientras tanto. ¡Cásate conmigo, te lo imploro!
Se quita del cuello su larga cadena de la que pende su dije escalofriante, ese con símbolo
vikingo, y la pone alrededor del mío. Recuerdo la primera vez que lo vi sobre la piel desnuda de
su costado y la vez que ante mi curiosidad me dijo que era un signo antiguo que servía de
protección. Lo rodeo con mis brazos.
—Acepto —susurro sobre sus labios rosados y firmes.
—¡Oh, Rachel, me haces el hombre más feliz del mundo!
—Y loco y apresurado y…
—Enamorado —me interrumpe—. Ya sé qué haremos de luna de miel. Cazaremos juntos las
luces del norte. No hay nada más bonito, excepto tú, mi amor.
—Suena muy romántico… y frío.
—Yo te mantendré caliente, tendremos mucho sexo. Eso es lo mejor de la luna de miel y
empezaremos ahora.
Se pone de pie, me toma entre sus brazos sin dejar de besarme y me coloca en el centro de
la inmensa cama donde hemos gritado tantas veces nuestros nombres desbordados de placer.
Su lengua nunca ha danzado tan salvajemente con la mía, ni sus ojos han brillado con tanta
claridad como ahora, al saber que ya nada nos separará, solo la muerte cuando estemos muy
viejos. Sus dedos no son suaves cuando me arrancan la ropa y aprietan mis pechos, los que lame
con un hambre voraz, y me sorprende cuando separa mis rodillas sin previo aviso. Mete sus manos
por debajo de mi trasero, me levanta y deja mi sexo expuesto ante sus ojos. Me siento pequeña
entre sus brazos, como si pudiera hacerme girar con una mano y degustarme entera. Su apetito es
visible y lo domina por completo. Su mirada me hace humedecerme hasta el punto de no necesitar
juegos preliminares, estoy lista para que me penetre de una vez. Lo deseo a rabiar. Necesito
sentirlo muy profundo.
Entierra su hábil lengua entre mis pliegues luego de deleitarse con la vista y me arranca un
gemido. Lame profusamente hasta robarme el aliento. La temperatura de la habitación se eleva a la
par de mis jadeos, me separa más los muslos para acceder más hondo. Succiona mi intimidad con
tan alocada precisión que me hace gritar y correrme mientras mis puños se aferran a los mechones
de su pelo, que enmarcan su rostro bañado por el deseo.
Antes de recobrarme de las pulsaciones que laten en mi interior, se desviste, se coloca
sobre mi cuerpo y me invade de una certera estocada, que nos hace quedar muy juntos. Me embiste
con frenesí. Y mientras otro orgasmo me conduce a la luna, no puedo dejar de pensar en nuestra
inminente felicidad. Sonrío a la par que jadeo de tanto placer. Dag me ha prometido toneladas de
sexo y, si es tan bueno como este, voy a ser una mujer muy afortunada. Gira conmigo encima y me
deja a horcajas sobre su cuerpo.
—Muévete rico —exige dándome una palmada en el trasero, y después me aferra por las
caderas—. Haz que nos corramos juntos. Vamos a tener varios meses de sexo desenfrenado sin
tener que preocuparnos por que quedes embarazada.
«¡Maldito Dag!», pienso y suelta una carcajada. Sabe sacarle provecho a todo.
Coloco las manos sobre sus pectorales y lo cabalgo como nunca, hasta que nuestros vientres
se deshacen en espasmos impetuosos que nos conducen al punto de no retorno.
En la tarde me pide que lo acompañe al aeropuerto y nos despedimos llenos de planes. Jura
que me traerá de Noruega el anillo más bonito y que volverá junto con su familia para casarnos a
orillas de las playas turquesas.
15
TIEMBLO
RACHEL
Oslo, la actualidad
ómo iba a saber que sería la última vez que nuestros cuerpos se iban a amar
¿C con tanto ímpetu? Nada salió como lo pensamos.
El ambiente está muy cargado. Parece un funeral, más que un momento feliz,
pero con los Baardsson nada funciona con normalidad, lo he aprendido con el tiempo.
Es la primera vez que veo al viejo Sigurd, me lo presentan y no descubro nada en sus ojos,
ni siquiera arrepentimiento por haberme rechazado en un principio. Me saluda de forma amable,
pero creo que solo lo hace por formalidad. Conocer a Harry le da satisfacción, veo sinceridad en
sus profundos ojos azules. Aunque su comentario me incomoda.
—Harry. Supongo que tendré que acostumbrarme a ese nombre.
—A mí me encanta —digo contrariada.
—Es idéntico a Dag a esa edad. Se ve fuerte y saludable. —Luego añade algo que me gusta
—: Estás haciendo buen trabajo, muchacha.
Dejo de prestarle atención cuando Harry llora y me veo en la necesidad de volver a la
cabaña por sus necesidades.
Tras terminar de cambiarle el pañal y alimentarlo, se queda dormido, supongo que un bebé
tiene sus propios tiempos. Su padre tendrá que esperar para conocerlo, o verlo mientras duerme
en su cuna.
Lo dejo dormitando apaciblemente. Hoy sus bonitos y redondos ojos verán a su padre por
primera vez. Eso me reconforta. ¿Qué dirá Dag cuándo sepa que teníamos una relación? ¿Volverá
a escogerme en esta nueva vida para él o todas sus promesas seguirán sumergidas en el fondo del
mar?
Los perros están alborotados, sus ladridos llegan hasta aquí. Por suerte, Harry se ha
acostumbrado a dormir incluso con una sinfónica a su lado. No creo que T. Rex o Bocazas lo
logren despertar. El descontrol de los canes me indica que ya debe de haber llegado. ¡Por eso se
ponían frenéticos cada vez que Leif o Stein Wolff nos visitaban! Olían a Dag en sus vestiduras.
¡Ellos sabían que su dueño estaba vivo!
Hawk me avisa que Dag ha llegado y que ya está por reencontrarse con su familia, me insta
a no tardar, me lanza una mirada condescendiente, como si supiera que mi sangre está a punto de
ebullición. Me miro por última vez en el espejo, me arreglé lo mejor que pude, quiero… necesito
gustarle. Será muy duro tenerlo cerca y no poder tocarlo, besarlo, o que me tome en sus brazos y
me encierre con él en un sitio apartado donde me haga el amor como si no hubiera un mañana,
como solía hacer antes. ¡Por Dios! ¡Le hubiera pedido un sedante a Leif de no haber estado
amamantando!
Los nervios me dominan. Pareciera que me enfrento al primer día de mi vida. Mi pulso es
frenético y mis latidos podrían escucharse a kilómetros de distancia. Atravieso el jardín atestado
de guardias y veo a Roar a cargo mientras habla por radio. Nos cruzamos justo en el medio. Me
mira en silencio y se hace a un lado para dejarme pasar.
—¿Sabías? —pregunto.
Aprieta sus labios en una mueca y se los humedece, es su forma de indicarme que no dirá
nada. Continúo.
Me acerco a la casa de Kristin donde están todos y, como una cobarde, me quedo escondida
detrás de una amplia columna.
Quiero darles un poco de espacio, ya llegará mi turno. ¡Diablos! ¿Estaré preparada?
¡Lo veo! ¡Madre mía, la tempestad de mi corazón va a rajarme el pecho y hacer que mi
sangre se escape hasta dejarme muerta ahí mismo! ¡Es mi Dag! Su belleza y gallardía me hacen
volver a enamorarme. Mis ojos se llenan de lágrimas y tengo que sujetarme a la columna para no
desmayarme y azotarme contra el piso. Mi visión es borrosa y me invaden unas fuertes ganas de
vomitar. ¡Respiro! Hay médicos por doquier con un equipo de primeros auxilios, para atender al
abuelo si le da un paro cardíaco, pero creo que a la que tendrán que socorrer será a mí.
La madre de Dag llora descontroladamente y lo revisa para ver que está en una pieza, Dag
se deja manipular con los labios sellados. Ella finalmente toma su rostro entre sus manos, lo
observa para cerciorarse de que no está soñando y lo besa cubriéndolo de los fluidos que salen de
sus ojos y bañan toda su cara. Dag la deja sin aliento cuando la abraza con todas sus fuerzas.
—¡Oh, hijo mío, dime que me recuerdas! —pide Kristin.
—Lo siento, madre, no me acuerdo de tu bonito rostro, pero siento que te amo y que te
necesito.
—Mi querido Dag. ¡Mi luz del día! ¡Mis ojos se regocijan de verte!
Dag siempre ha sido muy efusivo, no me sorprende su reacción. Su mente podrá estar en
blanco, pero sigue siendo el mismo hombre apasionado. Espero que también me tome entre sus
brazos hasta quebrarme los huesos, deseo que lo embargue la necesidad de amarme, aunque no
pueda entender las razones.
—¡Qué alguien calle a esos perros! —ordena Sigurd, pero nadie lo obedece; todos están
embobados con el reencuentro entre madre e hijo. El viejo se para y avanza hasta Dag. Leif, Adam
Cranston y Stein Wolff lo asisten con temor a que se vaya a quebrar, mientras Morten los observa
con suficiencia desde un rincón, como si estuviera convencido de que el corazón del viejo
aguantará eso y más—. ¿A mí no me vas a abrazar? ¡Muchacho! —Se le resquebraja la voz.
El maldito viejo tiene sentimientos, no llora, pero se ve conmovido.
—Abuelo —le dice Dag, quien luce magnánimo y abraza al señor.
Tal vez no los recuerde, pero Dag les prodiga afecto. ¡Es mi Dag, loco y apasionado, con un
corazón enorme que no le cabe en el pecho!
Me llevo la mano al collar que me dejó como símbolo de nuestro amor y compromiso, no lo
había vuelto a usar hasta que supe que estaba vivo. Sé que es importante para la familia, Leif
también le dio el suyo a mi hermana como muestra de devoción. Tengo fe que, cuando Dag lo vea,
reconozca que fui especial para él. Lo oculto bajo mi blusa, lo sacaré justo cuando estemos juntos.
Saluda a mi hermana y ella le sonríe con lágrimas en los ojos. Alice mira a su alrededor, sé
que me está buscando, debe de preguntarse por qué he tardado tanto. Lo toma del brazo para
captar su interés.
—Dag, hay alguien muy importante que necesitas conocer —le susurra—. Bueno, que debes
volver a ver.
—¿Quién es? —pregunta.
Me lleno de valor y salgo de mi escondite. Doy unos pasos hacia el salón y todos fijan la
vista en mí, nunca me ha molestado, pero en este momento detesto ser el centro de la atención. Sé
que ninguno tiene malas intenciones, pero ¡diablos! ¿Por qué no se les ocurrió que nuestro
encuentro, tan delicado, fuera más privado? Ahora es tarde para exigirlo.
¡Por supuesto que Dag me enfoca! ¡Siento sus ojos recorrerme entera! ¡No tengo el valor de
levantar la vista y enfrentar los suyos llenos de demandas! En mi mente he hilvanado mil veces
cómo sería nuestro reencuentro. No quiero que nadie me introduzca como su prometida o la madre
de su hijo. ¡No! Yo deseo que me presenten como la hermana de Alice y punto. Mi ego necesita
averiguar si al tenerme en frente, sin referencia del vínculo que nos une, me elegirá y volveremos
a empezar de cero. ¿Contendré mis ansias y le permitiré enamorarme de nuevo? ¡Creo que puedo
armarme de paciencia!
Mi historia de amor con Dag fue preciosa, podría repetirla, como si nos viéramos por
primera vez. Pero ahora, de seguro se pregunta quién es la chica que le anuncian con bombos y
platillos. Solo falta que me muestre con Harry en brazos, como si le exigiera que se hiciera
responsable de las decisiones que tomó en el pasado. ¡Mierda, no! ¡No sirvo para eso!
Levanto la vista y él tiene clavada la suya en la mía. Trepido. Me mira con tanta seguridad,
fortaleza, como si el olvido no existiera para nuestro amor. Camino, si es que puedo, ni siquiera
siento las piernas. No sé cómo me desplazo. Él no se ha movido, sus firmes pies están bien
plantados al suelo, pero no deja de observarme.
Llego a dos metros de él. Inspiro fuerte para darme valor y doy dos pasos más en su
dirección. Me quedo muda —por única vez en mi vida—, sin saber qué decir y qué hacer. Olvido
sacar el collar en mi estupefacción. Sus ojos siguen posados sobre mí, como si estuviéramos solos
en la sala.
16
TE VEO
DAG
RACHEL
DAG
RACHEL
—¡Ay! Nana, ¡no me odies! —le suelto a mi abuela antes que el valor me abandone,
mientras ella se mece apaciblemente en su viejo sillón de la terraza con vistas al mar.
—¿Qué pasa, mi niña?
¿Cómo voy a decirle que estoy embarazada del chico Baardsson? Tomo aire y aprieto el
abdomen.
—Nana, sabes que eres lo que más adoro en el mundo, que te respeto y que jamás quisiera
tener que hacerte daño, pero a veces las cosas no salen como uno ansía.
—Me asustas, Rachel.
—Sé que sospechas de mi amistad con Dag… Dag Baardsson.
—¡No, nenita! ¿No me digas que te enamoraste de ese muchacho? No quiero que te rompa el
corazón.
—Nana, escúchame —suplico.
—No hay qué oír, o sí, tú debes prestar oídos al consejo de esta vieja que ha sufrido más de
lo que hubiera deseado. Ese muchacho es buen mozo, tal vez alegre tus ojos, pero no es para ti.
Vienen de mundos opuestos. Nos han arruinado la vida.
—Él no, Nana. La inmobiliaria de su abuelo es quien compró los terrenos y transformó
nuestro pueblito pesquero. Dag tiene un corazón bueno. Si te dieras la oportunidad de conocerlo…
—Hija, son las hormonas que se alborotan. Entiendo que una chica de tu edad ve a un
muchacho como ese y se revoluciona, pero piensa. Tú perteneces a aquí, él se irá tarde o
temprano. Dime qué futuro tiene esa relación.
—Cuando uno se ilusiona, no piensa en el futuro, Nana.
—¿Estás enamorada? —Se pone de pie y se lleva la mano al pecho.
—Estamos…
—¿Eso te ha dicho él?
—¿Acaso no me crees merecedora de su amor?
—Claro que sí, mi niña rebelde. Él es quien saldría ganando porque nada vale más que mis
dos nietas en este mundo: lindas, estudiosas, aguerridas, con dos corazones gigantes que no les
caben dentro del pecho.
—¿Entonces?
—Él es muy rico. Temo que cuando su entusiasmo merme te haga daño. ¿A cuántas
muchachas crees que puede tener? Lo he visto, es bien parecido, orgulloso. No quiero que sufras.
—Nana, vamos a casarnos —sostengo, y mis pies se clavan a las baldosas de la terraza.
—¿A qué juegas, Rachel?
—Llevamos cinco meses juntos y estoy embarazada.
No veo la mano volar hasta mi mejilla y golpearla. No es demasiado duro, pero el acto en sí
duele. Nana nunca nos maltrató, cuando hacíamos travesuras, nos había amenazado con lanzarnos
la chancleta alguna vez. Cuando la sacábamos de quicio, la soltó en nuestra dirección, pero nunca
nos alcanzó, la esquivábamos o erraba a propósito. Rectifico al recordar que esos episodios solo
sucedieron conmigo, Alice siempre se portaba bien y era yo, la más pequeña, la que le daba más
dolores de cabeza.
Duele el hecho, no el golpe de su mano cansada.
—¡Nana! —digo aún asombrada.
Cualquier reacción hubiera esperado menos esa.
—La bofetada es por el engaño, no porque te entiendas con él. Aunque yo no estaba de
acuerdo, debiste tener los pantalones de enfrentarme como lo estás haciendo ahora.
—Tienes razón —admito.
—No te eduqué para que fueras una mentirosa. Cualquier cosa esperaba menos tu falta de
sinceridad. Las De Alba siempre hemos sido mujeres de coraje.
—Nana, no podía herirte. Estaba esperando hasta estar completamente convencida de que
valía la pena causarte un enojo.
—¿Y la ha valido?
—No me preguntes eso.
—Habla todo lo que tienes atravesado en el pecho. ¿Estás segura de que estás embarazada?
—Lo estoy —asumo con fiereza.
—Entonces no has aprendido nada.
Su llanto irrumpe y me duele demasiado. ¡No imaginé que la desilusión que iba a causarle
sería tan grande! El amor me ciega.
—¡Lo siento, Nana! De verdad lo amo.
—Estoy cansada de que la historia se repita, primero conmigo, después con tu madre y
ahora contigo. ¿Por qué la vida nos castiga así? ¿Qué le debo?
—Nana, no puedes comparar tu situación con la de mamá. Tú encaraste tu camino, ella huyó
y nos dejó, a Alice y a mí, contigo. Pero yo asumiré mi responsabilidad, no pondré otro peso
sobre tus espaldas.
—Niña mía, eso no es lo que me preocupa. Es verdad que ya no tengo fuerza para sacar
adelante a otra criatura y no creo que Dios me conceda tantos años; pero sé que tú no necesitas a
nadie. Eres mi Rachel, sé que lo harás bien. Lo que me causa esta agonía en el pecho es que ese
muchacho te rompa el corazón.
—Nana, Dag me quiere. Me pidió matrimonio.
—¿Pues que venga a pedirme permiso y mi bendición? Tenemos tradiciones que respetar.
—Él… partió a Noruega. Fue a enfrentar a su familia. Regresará con su madre, nos
casaremos aquí.
Nana suspira profundo y prefiere guardarse sus palabras, me abre sus brazos y me refugia en
su pecho.
Unos meses han pasado y sigo sin noticias de Dag. Mi embarazo empieza a notarse, tengo
que aceptar la cruda realidad: Dag no volverá. Mi abuela no despega sus labios para proferir
ninguna recriminación ni para restregarme en la cara que había vislumbrado mi futuro. Se
mantiene estoica, fuerte y como una roca protectora. Es mi soporte, mi muro de contención no solo
ante los síntomas que acompañan mi embarazo, sino también en mi sufrimiento.
El tiempo cruel avanza. Nada sobre Dag. Nana también me deja, fallece repentinamente y el
dolor es inmenso.
Y él nunca llegó. Me toca enfrentar el nacimiento de mi criatura solo con el apoyo de Alice
y del hermano de Dag, que aparece cuando menos me lo espero. Acabo de salir del hospital donde
me practicaron una cesárea que terminó en complicaciones, me sostengo la herida. Estoy luchando
por recobrar mi salud. Llevo a mi hijo en brazos, justo cuando Leif me da a conocer el motivo de
la ausencia de Dag.
—Creo que la gente que está detrás de Harry son los mismos que atentaron contra… Rachel,
una vez intenté decírtelo y te pusiste difícil, pero ya no hay tiempo para que puedas lidiar con tus
emociones, debes procesarlo rápido y tomar una decisión, la mejor para Harry. Esa gente es la
misma que atentó contra Dag, no tenemos pruebas, pero estamos casi seguros —menciona.
—¿De qué estás hablando? —pregunto medio perdida.
—Sé que no es suficiente consuelo, al contrario, es una puñetera desgracia. Dag no te
abandonó, él te amaba, a ti y al bebé, tanto que tomó un avión para venir a buscarte cuando mi
abuelo se opuso a que se casara contigo. La aeronave se desplomó en el mar, alguien la derribó —
continúa el maldito dios pagano de mi hermana.
Los lagrimones me bañan el rostro. La mano de Alice me sujeta y siento que es lo único en
lo que puedo apoyarme.
—¡Leif, basta! Es demasiada información —interviene mi hermana.
Me acerca un vaso de agua y humedezco mis labios.
—No podemos esperar, nos vamos esta noche —insiste Leif.
Todo es peligroso desde que el mayor de los Baardsson llegó a Aguamarina, unos hombres
irrumpieron en la noche y por suerte no se salieron con la suya. Él jura y perjura que querían
secuestrar a mi bebé. No sé cómo me mantengo en pie con tanta información turbulenta. «¡Soy
fuerte!», me digo para no perder la cordura, para no llenarme de miedo, para no desfallecer.
—Entonces déjame a mí, por favor —espeta Alice—. Rachel, bonita, es cierto. El chico en
verdad te quería y dio todo por ti. Lo lamento muchísimo.
Mi hermana me abraza. Recuesto la cabeza en su hombro y lloro desconsolada. Tengo a mi
pequeño aún en brazos y me aferro a él como al último aliento de vida.
—Entonces era verdad —sostengo, y Leif asiente—. Cuando llegaste a Aguamarina,
intentaste convencerme, pero me sentía tan decepcionada por su ausencia que creí que solo era una
treta de ambos. ¡No puede ser! ¡Mi amado Dag! Era tan joven, tan sano, y, a pesar de la sorpresa
que nos llevamos con el embarazo, lo tomó con decisión y esperanza. Quería ser un buen padre.
20
NO ME ABANDONES
RACHEL
DAG
RACHEL
DAG
RACHEL
El día esperado llega. Todos nos trasladamos en diferentes vehículos a una propiedad fuera
de Oslo que tienen los Baardsson. Es una casa enorme y hermosa, que aloja a la familia más
allegada, donde se celebrará la boda civil. El paisaje que rodea el terreno nos deja con la
respiración entrecortada, Noruega es un entorno difícil, sobre todo en los meses más fríos, pero
sus panoramas parecen escapados del óleo de un afamado pintor. Son demasiado inspiradores,
más para un momento así.
—Estás hermosa —le susurro a mi hermana.
—No están mamá ni papá, menos Nana, ni siquiera la maestra Milagros —menciona Alice
para referirse a la madre de Stella, que es como de la familia—. Mamá quiso venir, pero algo
sucedió con su esposo y le fue imposible. Pensarán los Baardsson que somos una familia muy
disfuncional —dice con una sombra de tristeza.
—¿Y eso cuándo nos ha importado? Además, más dañadas que los Baardsson de seguro que
no estamos. Nos educó Nana. Está Stella, que es otra hermana para ti. Nina, que ha pasado
sinsabores con los Baardsson por nuestra causa y hasta ahora no ha salido huyendo. Y estamos
Harry yo.
—Ustedes son mi familia.
—Nana debe de estar de alguna forma no presencial mirándote llena de orgullo. Alice, la
que decía que nunca iba a entregar su corazón, hoy es una chica enamorada y muy pronto la esposa
del hombre que más la ama en el mundo —digo.
—Tonta, me harás llorar.
—Te amo.
—Yo te amo.
Veo a dos de los empleados llevar a otro sitio a T. Rex y a Bocazas, pregunto por qué no
estarán con nosotros como hemos planeado y me explica que se han descontrolado. Asumo que
Dag ha llegado, ellos suelen perder el control cada vez que lo huelen o lo ven.
Lo único que corta la elegancia de la ceremonia a punto de empezar es la vigilancia extrema
que nos rodea, hoy los cuervos no se permiten ser sutiles, su presencia es palpable. Supongo que
es lo que conlleva a tener a tantas personas de peso, juntas.
Y me quedo con ganas de presenciar los ritos paganos de unión, supongo que Alice me quiso
tomar el pelo, todo transcurre con normalidad, salvo las miradas de acero de los guardias que nos
rodean. Hay muy pocos invitados y se debe a lo mismo, pero nada borra la bella sonrisa que
engalana el lindo rostro de mi hermana.
Salimos precediéndola mientras marcha hasta donde la espera el flagrante e imponente
novio, y los jóvenes Baardsson. Dag está a su lado. Todos van de chaqué, con la corbata con el
nudo Windsor, y lucen deslumbrantes. Tengo que pedirles a mis piernas que no me fallen o
terminaré tropezando y entorpeciendo nuestra grácil marcha siguiendo a la novia.
Dag ni siquiera repara en mí, y dejo de insistir en provocar un encuentro entre nuestras
miradas. ¡Es devastador! ¡Inspiro y avanzo! ¡No pensaré en mi dolor! ¡No en un día tan
importante!
Morten y Axel se ven muy distinguidos. Incluso el viejo Sigurd —hago una mueca mental de
asco— también. Ese hombre no termina de simpatizarme porque sigo creyendo que, si no se
hubiera negado a los planes de boda de Dag y míos, no estaríamos ahora en este dilema. ¡Claro
que desconocía que sus enemigos iban a sabotear el avión! Así que no soy más dura con él.
El notario comienza la ceremonia y le siguen los votos. Leif y Alice han unido sus vidas, su
cuento de hadas ha terminado con un hermoso final feliz que espero que ni los Horn ni ninguno de
los otros rivales de los Baardsson les arrebate. Hacen una pareja encantadora.
Cuando estoy al lado de mi hermana, la felicito.
—Me quedé esperando ver plumas de cuervos por todos lados y sacrificios de animales.
—Si fuera por Wolff, habría sacrificado una cerda y una cabra —se burla—. Los Baardsson
tienen muchas tradiciones y Wolff, un montón de supersticiones, pero Leif le prohibió realizarlas
en nuestra boda.
—Leif es muy aburrido —juego.
—Queríamos una boda sencilla.
—Pues Hawk te dio todo menos eso. El evento ha sido muy glamuroso. Te deseo muchas
bendiciones, Alice.
Nos abrazamos y nuestros ojos se humedecen.
Luego del brindis me retiro hasta donde la niñera tiene a Harry y vigilo a Dag de lejos. ¡Es
más difícil de lo que había imaginado! ¡Dag se ve tan apuesto y magnánimo! Permanecer
separados, como dos desconocidos, es lo más triste que he tenido que hacer. Hago un esfuerzo
para no desmoronarme. Debo sacar coraje de donde sea para que mi rostro no deje traslucir mis
sentimientos. Se acerca a Leif, intercambian palabras. ¡Cómo desearía saber lo que hablan!
Kristin viene a mi encuentro, por como me observa creo que ha notado lo que me agobia.
Me toma de la mano y me lleva aparte.
—Hablaré hoy mismo con Dag. No es correcto no decirle que Harry es su hijo —revela.
—Te ruego que no —pido.
—Él es bueno y, aunque tenga extraviada la memoria, sigue siendo la misma persona.
—Ya he dicho que no quiero que esté a nuestro lado por lástima o agradecimiento.
—¡Rachel! ¿Privarás a Harry de su padre?
—¡Por supuesto que no!
—Entonces no hay otra alternativa. Tal vez se vuelvan amigos. No tienes que aceptarlo a tu
lado solo porque tienen un hijo. ¿Podría ocurrir que el amor que los unió en el pasado haga que se
vuelva a enamorar de ti?
—No estoy segura, cuando me vio en tu casa, salió huyendo y ahora ni siquiera le llamo la
atención.
—No te castigues.
Stella y Nina nos hacen abandonar el tema, y como atraído por un imán, Axel viene detrás.
Concluyo que todos se aproximan por Harry, cuando lo toman de uno en uno en brazos. Parece que
su sonrisa tierna roba afectos.
—Ven con la tía —le dice Stella y lo abraza.
—La ropa le sienta muy bien —comenta Nina.
—Es todo un caballero —replica Axel—. Serás un Baardsson muy coqueto, Harry. Mira el
revuelo que causas en las chicas.
—Tienes mucho que aprender de él —le suelta Stella.
—¿Eso crees? —la interroga y le clava los ojos azules. Nina y yo intercambiamos miradas
cómplices.
—Ven con el tío, peque —le pide Axel, y Harry comienza a reír y gorjear.
—Espera tu turno —lo sermonea Stella.
Nina y yo nos alejamos lentamente y los dejamos repartirse al bebé que está de lo más
divertido con ese par, y sin darnos cuenta terminamos junto al bar.
—Un bourbon —pide Morten, y su voz grave nos hace sobresaltarnos a las dos.
Justo cerca de quien menos quería estar, últimamente parece que mientras más lo repelo más
se acerca.
—Muy norteamericana tu elección. ¿Extrañas tu casa? —le suelto. Maldigo a mi lengua,
exactamente cuando no quiero problemas y termino provocando a mi peor pesadilla.
—Rachel… y Nina —menciona y nos clava su mirada de víbora de cascabel. Hasta escucho
la cola vibrar y hacer ese sonido molesto.
Nina, a mi lado, no puede disimular que él la turba. Mi boca no sabe qué es la prudencia y
siento enormes deseos de ponerlo en su lugar.
—¿Y esta vez cómo nos mostrarás tu amabilidad? —inquiero.
Morten se acaba de un sorbo su bebida y pide otra.
—Sírveme un trago de vodka Vikingfjord, las chicas quieren verme tomar algo más
nacional. ¿Para ustedes? ¿Un coctel del tan cotizado producto autóctono, tal vez?
—Yo paso —le digo—, estoy lactando.
—¡Sí, claro! ¡Como sea! —Se atreve a ignorarme—. ¿Nina? No creo que el vodka sea lo
tuyo. ¿Te gustaría probar la sidra local?
Nina no se inmuta, es como si los ratones le hubieran comido la lengua. Y cuando pienso
que debo decir algo para rescatarla, ella me sorprende.
—Me encantaría probar algo local, pero que sea auténtico noruego desde que se hace hasta
que se añeja, no mezclado con otras culturas —murmura con naturalidad.
La miro boquiabierta y casi me atraganto con mi propia saliva. Morten capta la indirecta
que lo golpea en su orgullo pues creció en otro país. Nina es muy inteligente, callada, pero sabe
usar la palabra en su justa medida.
—Pues espero que lo local te sea muy apetecible —espeta, herido en su ego, y se aleja.
Las miradas esquivas entre Morten y Nina, como escrutándose cada uno con el rabillo del
ojo, renuentes a dar su brazo a torcer, no me pasan desapercibidas.
Y justo antes de que Morten se escape, Dag aparece en mi campo visual con Cranston, toma
del hombro a su primo y lo hace volver al bar.
—No me dejarás bebiendo solo con este, pretende emborracharme, según él, para celebrar
nuestro reencuentro, otra vez —pronuncia Dag, y mi corazón se vuelve frenético.
Si no necesitara guardar las apariencias, me abanicaría con las manos. Las piernas vuelven
a temblarme. Sus ojos se tropiezan con los míos, parece asombrado y se recompone.
—Me encantaría presentarte a unas amigas —ataca Morten vivaz. Sabe que Dag me pone
muy nerviosa.
—La hermana de la novia y la amiga. Pude verlas, pero no tengo el gusto de conocerlas —
dice Dag, y me pasma.
—Rachel y Nina —nos introduce Morten.
—Encantado, chicas. Soy… Dag, el hermano del novio.
Me clava la mirada y yo no sé qué decir. No me atrevo a tratarlo como a un desconocido.
Respiro hondo para llenarme de valor, tal vez Kristin tiene razón y podemos tener un nuevo
comienzo.
—¡Aghh! ¡Lo siento! —me interrumpe justo antes de comenzar a hablar—. Acabo de olvidar
algo importante, tengo que irme. Cranston quedó en ponerme al tanto de unos asuntos
financieros… de la familia.
—¿Hoy? —pregunta Morten hastiado.
Y me quedo con las palabras atoradas en la garganta mientras lo veo tomar a Cranston de la
solapa, casi arrastrarlo e irse a atender cualquier asunto más urgente que volver a conocerme.
«¡Diablos!». Debí darme cuenta de que encerrar a los perros era mi propio mal augurio.
Ellos fueron la clave en nuestro primer encuentro.
25
TE QUIERO
DAG
RACHEL
DAG
infierno.
L as nubes son excelentes compañeras. Me recuerdo rodeado
de ellas, atravesándolas y soñando con construir un castillo
para mi amada; antes que todo se convirtiera en un
Es de mañana, pero me tiro sobre la cama totalmente agotado, solo quiero dormir, pero la
imagen de su rostro no me deja. La espalda me mata y tengo los músculos tensos, debería
descansar.
El móvil suena.
—¿Qué haces? —La voz de Morten me arrebata del estado de duermevela. Tengo la mala
costumbre de contestar, aunque me caiga de sueño, algo que acabo de recordar.
—Intento descansar.
—Debiste venir conmigo.
—Te di mis razones.
—Eres un maldito cobarde.
—¡No tientes a tu suerte!
Cuelga y me acomodo sobre el mullido colchón. Mi cuerpo me exige descanso; pero el puto
móvil vuelve a sonar.
—¿Leif? —indago al ver su nombre en la pantalla.
—¿Estás preparado? Tienes que aprovechar para resolver ese asunto, es el mejor momento.
—No sé si lo sea, pero no lo seguiré postergando.
—Solo quería desearte suerte.
—Te lo agradezco, hermano.
Ahueco la almohada e intento dormirme. La desesperación me carcome vivo y me arrebata
el sueño, aunque mis párpados están hinchados. Mi insomnio tiene nombre de mujer. Pruebo mis
labios tratando de encontrar su sabor, busco en mi memoria su imagen y su cuerpo desnudo se me
cuela en la mente.
Gruño y golpeo el colchón. La preciso de un modo sofocante.
28
LAS ESTRELLAS BRILLAN CON LUZ PROPIA
RACHEL
DAG
L
bien. Le pregunto por sus cosas.
eif no deja de llamarme por teléfono. Creo que está más
nervioso que yo. Quiere protegerme como si fuera mi padre.
Tengo que repetirle varias veces que he mejorado, que estaré
RACHEL
DAG
RACHEL
DAG
RACHEL
Y me pierdo Nueva York. Me la paso encerrada con Dag en un penthouse que arde en
llamas. No me arrepentiré jamás. Sé que cuando regresemos él volverá a fingir que no me
recuerda y eso me hará sufrir, así que quiero empaparme de toda su esencia. Me ha prometido que
será por corto tiempo. Está decidido a desenmascarar al traidor.
Los pocos días están por terminarse y antes de irme debo acudir a una cita ineludible con mi
destino. «Hay cosas que no se pueden evitar», pienso y giro los ojos al cielo para pedirle a Dios
con el gesto que me ayude. Alice, con su bendito corazón y su alegría, me arrastra a un desayuno
con mi madre. Ha invitado a Nina y a Stella, ella cree que así amortiguará cualquier palabra de
reproche que quiera escaparse de mi boca.
Llegamos al edificio y tomamos el elevador que abre sus puertas directamente en el amplio
salón, donde nos recibe una empleada con uniforme a lo Downton Abbey, que contrasta demasiado
con la modernidad del ático.
Sharon Danielson nos sorprende en su enorme comedor en lo alto de su rascacielos con su
encopetado marido y sus modélicos gemelos Jacob y Jerry. Es un cuadro de revista. Cumplo con
esta visita como parte de un proceso que no deseo, pero que no conseguí eludir. Lo hago por
Alice.
No queda nada de la Sharon Rogers que casi se corta las venas cuando mi padre la
abandonó, corrijo, «nos abandonó». Mi madre mueve las manos, nerviosa. A pesar de que hemos
pasado más tiempo separadas que juntas, la conozco lo suficiente para descifrar que el temblor de
sus dedos se debe a que teme que le haga un desaire delante de su pareja. No lo haré, he
madurado. ¡Ahora soy madre! ¡Y aunque no quiero repetir sus errores, también sé que cuesta
mucho ser perfecta!
Me abraza y me dejo envolver entre sus brazos, algo cohibida. Antes que pasemos al
comedor, llegan los hijos del señor Danielson y, para mi sorpresa, vienen acompañados por Dag,
que oculta su cabello en una gorra de los Yanquis de Nueva York.
De inmediato me toma la mano y hace partícipe a los anfitriones del lazo que nos une. Mi
madre respira sofocada al escuchar tan explícita y abrumadora revelación. Me sorprende que no
sepa de mi nexo con Dag y menos que tenemos un hijo. Observo a Alice y Axel y les agradezco
por respetar mi decisión.
El dueño de casa agudiza la vista cuando descubre a mi novio, como si no fuera de su total
agrado tenerlo aquí. Trago en seco e intento interrogar a Dag sobre la reacción del hombre ante su
presencia, pero él trata de restarle importancia.
Mi madre soporta con estoicismo la noticia de que es abuela. La veo abrumada y yo misma
lo estoy. Pide fotos del pequeño y le dejo mi móvil repleto de ellas.
Beso la mano de Dag y abandono la mesa rumbo al hermoso cristal panorámico que ofrece
unos escenarios increíbles de la ciudad. Me pierdo en la vista de los altos edificios que persiguen
las nubes y mis pensamientos. Un carraspeo a mi espalda me hace girarme.
—¿Somos los únicos a los que esta farsa les da urticaria? —Es Morten—. Tu madre y mi
padre me sacan ronchas. He venido porque Dag ha insistido en brindarte apoyo. Y me he dicho:
¡Dritt, qué momento tan incómodo, incluso para una pequeña temeraria!
—¿Temeraria?
—No eres una mansa paloma.
—Y supongo que viniste por la lealtad Baardsson. No por mí.
—Ya sabes… Dag y tú eventualmente se casarán y eso te convierte en una.
—Alice y Leif están juntos y no eres tan condescendiente con ella.
—Tu hermanita no es fácil de tratar, pero lo intento.
—¡Mentiroso! ¡Casi caigo! ¡No dejas de mirar a la mesa como un ave de rapiña en
dirección a mis amigas! ¡No te atrevas a meterte con ellas!
—¡No me interesa ninguna de las dos!
—¡Embustero! ¡Tienes la lujuria dibujada en el rostro! ¡Ughhh, Morten! Hasta en una
situación como esta no dejas de sorprenderme.
Niega rotundamente que lo he pillado. Dag se acerca y me rodea con sus brazos por la
espalda. Mi madre no nos quita la vista de encima.
—¿Y ustedes por qué pelean? —inquiere Dag y me besa la mejilla.
—Morten se trae algo que no me gusta nada.
—Tu mujercita es un fastidio —se defiende el primo.
—¡Shhh! ¡No te permito que hables así de ella! —lo reprende mi prometido.
Me agrada que me defienda.
—¿Y tú qué haces aquí? —le reclamo—. ¿No se suponía que no nos podían ver juntos?
—Hemos venido separados y he traído este estupendo disfraz. —Señala la gorra.
—Valiente disfraz. Vamos. —Trato de arrastrar a Dag a la mesa que han comenzado a servir
y mi amado no me deja.
—Ustedes dos son importantes para mí —nos dice, y Morten pone cara de hastío—. Rachel,
eres la mujer de mi vida. Morten, eres mi primo, mi cómplice y mi amigo. Las cosas se pondrán
feas en Oslo. Tenemos enemigos que piden nuestras cabezas, no podemos pelearnos con quien
puede cubrirnos las espaldas. Harán las paces ahora.
Morten y yo contestamos «¡No!» al unísono y Dag nos sermonea con más de ese discurso de
líder nato que tenía guardado. Terminamos por estrecharnos la mano en son de tregua, para luego
poner los ojos en blanco y retractarnos ante la presión de Dag.
Morten nos deja y aprovecho para asaltar a mi chico.
—¿Qué diablos fue esa mirada del señor Danielson? Es evidente que no eres santo de su
devoción.
—No le hagas caso —me tranquiliza.
—No, no más secretos —exijo.
—Digamos que Stefan Danielson es quien no nos gusta a los Baardsson, Sigurd ha tenido
que tratarlo por negocios.
—¿Nunca habías estado en esta casa?
—No —dice esquivo.
—Era el esposo de tu tía.
—Algo que disgustó mucho a Sigurd.
—¿En serio? —Mi mente viaja ávida, atando cabos aquí y allá. Recuerdo que Morten ha
disimulado en una inicial el apellido de su padre y firma como Morten D. Baardsson, y que
siempre ha querido por sobre todas las cosas la aprobación de su abuelo. Por culpa de su ansia
nos hizo pasar a Alice y a mí muchos sinsabores. Ataco—: ¿Por qué no se toleran?
—Después —refiere para obligarme a callar.
«Vaya sorpresita», pienso y niego.
Cuando regreso a la mesa, los gemelos comienzan, como niños al fin, a hacer relajo con la
comida y a lanzar preguntas incómodas sobre mi persona. Cosas que se le dificultan a mi madre
contestar, como: «¿por qué si es nuestra hermana nunca la vemos?», por ejemplo. Mamá,
sobrepasada y haciendo un esfuerzo gigante para no derrumbarse, pone un pretexto para ir a la
cocina a buscar algo más para la mesa. Sin importar que hay dos empleadas de servicio que
podrían ayudarla.
Me levanto y la sigo. La veo apoyarse contra la mesada con pesar, buscando algo de
equilibrio.
—Mamá —le digo.
—¿Tan mala madre soy que ni siquiera merezco saber que tienes un hijo? —me reclama en
mi idioma natal, que ella habla con marcado acento neoyorquino.
Las empleadas alcanzan a desaparecer cuando notan que estorban.
—¿Cómo quieres que responda a eso? —pronuncio—. Crecí solo contando con Nana.
—Tienes razón, es mi culpa. Merezco que me detestes.
Sus lágrimas bañan su rostro.
—Por favor, no llores. No quiero lastimarte. Tampoco te detesto. Pero me cuesta entender,
más ahora que tengo un hijo.
—Me alegra saber que eres una buena madre, que no lo arruiné para ti. Sé todo lo que he
hecho mal, he querido enmendarlo, pero me pones una muralla tras otra. No sé cómo llegar a ti, no
sé cómo ganar tu perdón. Desde que logré retomar el control de mi vida, luego de la terrible
depresión que sufrí cuando Leandro nos dejó, quise recuperar el nexo con ustedes, hijas. Con
Alice fue más fácil, pero tú definitivamente no me aceptas.
—No quiero que Harry crezca viendo que su madre está llena de rencor. Lo voy a intentar.
—Yo habría podido apoyarte cuando te embarazaste. Me habría gustado mucho estar ahí
para ti. Alice me ha dejado entrar en su vida y, aunque tenemos altas y bajas, luchamos, no nos
damos por vencidas. Rachel, déjame ser tu madre. Quiero conocer a Harry, que los gemelos
puedan convivir con ustedes.
—Ya he dicho que lo voy a intentar. Puedes llamarme, visitarme, lo que gustes. Estamos muy
lejos, pero ya no seré una barrera. También quiero esa paz que tiene mi hermana desde que dejó
todo atrás.
Suspiro. Es duro y estoy desesperada por que el desayuno acabe. Mi cara es un poema
cuando vuelvo a la mesa, y la mirada fría de Morten me la pone peor. A los gemelos de corta edad
no les importa la tensión del ambiente, siguen con sus preguntas inocentes e incómodas, que hacen
que las mejillas de mi madre queden cada vez más blancas y las de su esposo se enrojezcan, pero
de ira.
Axel les arroja entre bromas una bolita de cereal a cada uno de los pequeños y con sutileza
les llama la atención, como temiendo lo que se avecina.
—¡Hey, chicos! Terminen de una vez lo que tienen en sus platos o no les tocará postre —
bromea Axel. Es un buen hermano mayor.
Pero eso, lejos de calmarlos, los aviva aún más y comienzan con una guerra privada de
cereal.
—¡Maldición, Axel! ¡No pudiste tener una mejor idea! ¡Niños, cálmense de una jodida vez!
—suelta con voz hiriente el señor Danielson, y mi madre no puede esconder su vergüenza—.
Compórtense delante de la visita.
—No tiene que regañarlos, solo son niños. A mí no me molestan —interfiero compadecida,
mis hermanitos se han quedado azorados por el tono de voz de su padre.
—No es necesario que ayudes —me ataca Danielson—. Te abrí las puertas de mi casa
creyendo que eras dulce como tu hermana, pero resultaste idéntica a él.
Nadie protesta, es que me cuesta entender a qué se refiere y más su actitud.
—¿De quién habla? —demando cuando la duda sibilante pasa por mi mente.
Dag se tarda, pero termina por reaccionar, hace un ruido espantoso al correr su silla hacia
atrás, lleno de furia, con la lengua a punto de soltarse y arremeter contra aquel. Morten lo detiene
con su fuerte brazo.
—¡Contéstale a Rachel! —exige Dag con la voz firme, pero sin gritar.
—Déjalo ahí o todo se irá al carajo —menciona Morten con una extraña frialdad
conciliatoria.
Mi madre toca a su esposo por el antebrazo y lo mira demandante.
—Estoy harto de que pagues tu culpa eternamente, no vendrá esta niña malcriada con aires
de mártir a hacerte sentir una mierda. ¡Con qué moral exige que te arrodilles, si tampoco supo
mantener las piernas cerradas! —Danielson no se calla.
Dag termina de arrastrar la silla ante la mirada paralizada de los niños y de las féminas, no
la mía.
—¡Jodido Sabueso, no te propinaré una paliza por respeto a las damas y por consideración
a mis primos!
—¡Por mí puedes dársela! Me encantará ver que alguien le quite lo estirado —escupe
Morten sin que su rostro muestre ni la más mínima alteración.
—¡Hijo traído del Helheim! —le recrimina Danielson a su primogénito, sé que se refiere al
reino de la muerte para los dioses nórdicos—. Estoy harto de tu arrogancia, de tus desastres y de
tener que lavar tus trapos sucios. ¡No te quiero más aquí! No delante de mis hijos. Eres una
pésima influencia.
—¿Olvidas que también soy tu engendro? Soy lo que me has orillado a ser —articula
Morten calmado.
—¡Por supuesto que no! ¡Estás recortado por la tijera de Sigurd! —lo contradice su
progenitor.
—Sigurd me dio una razón para estar lleno de orgullo, soy un Baardsson.
—¡Eres un Danielson, aunque te pese! ¡Mi sangre corre por tus venas!
—Esa es mi más oscura vergüenza —admite Morten.
—¡Vete y llévate a los Baardsson, incluidas las chicas!
—¡No te atrevas, Stefan! —le grita mi madre a su esposo cuando nos despide.
—Tus hijas eran bienvenidas hasta que se unieron a la familia equivocada. Bastante
enemigos tengo ya para tener que recibir en mi casa a los Baardsson. —Danielson echa fuego por
la boca. Es un hombre de una estatura impresionante y verlo alterado no es agradable.
—Padre, yo los invité —arremete Morten—. ¡No te atrevas a sacarlos!
—Tú tampoco eres ya bienvenido. No hay modo de enderezarte, me doy por vencido —
advierte el señor Danielson.
—Rachel, hora de irnos —masculla Dag, y me pongo de pie. Le tomo la mano.
Alice me imita y se despide con un gesto de pesar de mi madre.
—Niñas, no se vayan, hablemos. Estamos algo alterados. Podemos resolverlo. Stefan,
retráctate de inmediato. —Mamá nos defiende.
—Padre, por Dios. Pídele una disculpa a Rachel y a las otras chicas. ¡Estás
malinterpretando las cosas! —interviene Axel—. La familia iba por fin a estar unida, es lo que
Sharon siempre quiso.
—Si son Baardsson, ya no me interesan. Sharon es una Danielson, tendrá que aceptarlo —
suelta el esposo de mi madre, y ahora entiendo a quién le heredó lo agrio del carácter Morten, es
una mezcla poco usual de este señor y del viejo que tiene por abuelo.
—¿A quién me parezco, señor Danielson? —pregunto porque cada ser humano está hecho de
madre y padre, y algo me dice que a él se refería. Siempre he detestado a mi padre por
abandonarnos, pero este tipo no lo conoce y es mi sangre. No me da la gana que se refiera a él en
los términos que sea.
Ríe y se niega a responderme.
—Papá… —exige Axel—. ¿Qué haces? Lo has echado todo a perder. Perderé el respeto
que aún te tengo si no te disculpas —exige Axel apretando los labios con un gesto grave.
—Tú cállate, tienes mucho aún que aprender, muchacho —riñe el padre.
—Espero que no lo aprenda de ti —suelta entre dientes Morten, como serpiente ponzoñosa.
Le clava la mirada fría a su padre esperando que arremeta, y el señor Danielson lo deja por
incorregible.
—No gastaré mi saliva por ti, pero Axel aún puede salvarse —insiste el dueño del
apartamento.
—Axel, no tienes porqué seguir bajo su mandato, nuestro padre no es bueno para ti. ¡Tienes
lo necesario para mandarlo a la mierda! —Morten no se mide, ni siquiera con su progenitor.
—Bonito vocabulario —se defiende Danielson.
—Lo asimilé del mejor —arremete Morten.
—Axel no es tan volátil como tú, no renunciará a la herencia de papá —dice confiado
Danielson.
Dag me toma de la mano y se niega a seguir escuchando. Vuelve a susurrarme que nos
vamos, Alice y las chicas me siguen.
—¡No! —me niego, pero no lo suelto—. No saldré hasta que don estirado me diga a quién
me parezco.
—Rachel, los Danielson tienen que lavar la ropa sucia en casa, estamos de más —espeta
Dag, que quiere salir corriendo de allí. Está aguantando las ganas de golpear al insensato en el
rostro.
—¿Te referías a mi padre? —ataco.
—¿Es eso cierto? —Alice se une a mis exigencias.
—Stefan, es suficiente —clama mi madre—. ¡Basta! ¡Ni una palabra más!
—Quiero ver cómo respondes a eso —lo reta Morten.
El hombre se niega a hablar y yo solo quiero obligarlo a que termine de escupir lo que tiene
atorado en la garganta.
—¡Respóndele a mi mujer de una puta vez! ¡Ya quiero irme! —interpela Dag.
El tipo se pone de pie y abandona la mesa dándonos la espalda, veo a Dag con intenciones
de agarrarlo por los hombros y obligarlo a contestar.
—Por supuesto que se refiere a Leandro de Alba —da el tiro de gracia Morten.
—¿Cómo es eso posible si él no lo conoce para nada? ¿Tú le has hablado de él? ¿Te has
encargado de ensuciar su nombre delante de tu esposo? No es un dechado de virtudes, pero
tampoco actuaste bien, no debías —indaga Alice con mi madre.
Mamá pide que se calmen los ánimos de todos de una vez.
—Es una larga historia, pero no he ensuciado su nombre. Stefan me salvó cuando yo estaba
hundida de dolor, por eso lo detesta —explica, recoge a sus hijos y se va detrás de su esposo,
dejándonos con la duda clavada.
35
TE PIERDO
DAG
RACHEL
Alice quiere regresar y no entiende por qué retrasamos unos días más la vuelta. Leif está
impaciente, lo llamo por teléfono y concordamos que no puedo dar un paso tan importante sin
contarle. Todo encaja, es el descanso que ella necesita antes de viajar y permite que los tiempos
se ajusten para que Morten me consiga la cita.
—Nena, tengo algo que decirte —le revelo porque en el pasado le guardé muchos secretos y
no quiero volver a vivir con esa carga en mi vida.
—¿Es sobre mi niño?
—No, no tiene que ver con tu embarazo. Es sobre papá y es sorprendente y triste a la vez.
¿Quieres saberlo ahora o prefieres esperar a que tu estado de salud mejore?
—Soy fuerte, habla —demanda.
—Prométeme que no te levantarás de esa cama.
—No lo haré.
Le relato la historia que he conocido de los labios de Morten y la hago partícipe de que lo
visitaré a la brevedad. Se queda tan asombrada como yo.
Es la primera vez que piso una prisión federal, no es para nada agradable la sensación que
me recorre la espina dorsal. Dos días antes hablé con mamá y la estuve interrogando sutilmente,
para ver si estaba enterada del paradero de su primer amor. No me dio pistas de estar al corriente,
espero que no se esté guardando el secreto, me dolería más.
Ver a mi padre después de tan largos años de ausencia me aprieta el pecho. Hubiera querido
hacerlo de la mano de Alice. Dos lágrimas humedecen mis ojos y se niegan a caer. El recuerdo de
la despedida cuando apenas era una niña me inunda, los sollozos de mi hermana nublan mis ojos,
los gritos de mi madre al entender que lo perdía me ensordecen, los sonidos del teléfono cuando
él habló para comunicar que no iba a volver me golpean.
Su rostro no es para nada el que recuerdo, su pelo tiene más que unas canas, su mirada está
enmarcada por un par de arrugas y es más fornido y menos alto de lo que guardaba en la memoria.
Mis lágrimas se desparraman por mis mejillas finalmente, he olvidado las recomendaciones
del guardia y agradezco que Morten haya preparado todo para que nos veamos a solas, no
rodeados de otros prisioneros, sus familiares o celadores.
No importa cuánto haya cambiado. La diferencia que lo aleja del Leandro de mis recuerdos
es sustancial, pero su mirada es la misma.
—Mi niña pequeña.
—¡Oh, por Dios, papá!
—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho!
—¿Por qué no nos dijiste? Nana, Nana... —Callo—. Nana habría muerto de angustia, pero
mamá habría luchado por ti. Ella nunca te habría abandonado.
—¿No te avergüenza que tu padre haya terminado encerrado como un criminal?
—No te juzgaré nunca más. ¿Por qué nos dejaste fuera? Mamá pensó que la habías dejado.
Alice y yo también, pero… abuela creía en ti, aunque tus omisiones te hicieran quedar en falta con
nosotras, ella siempre buscó la forma de exonerarte.
—Yo vine a Nueva York para prosperar como un inmigrante más, tu madre quiso venir
conmigo, pero no teníamos suficiente dinero para viajar todos juntos. Sharon habló con sus
padres, les pidió apoyo, pero estaban muy decepcionados. Tu mamá había dejado truncado los
estudios universitarios que le habían dado con tanto esfuerzo. Su situación económica tampoco
soportaba mantener a cuatro personas más en lo que nos establecíamos, así que vine a abrirme
paso solo. Mis trabajos temporales me daban solo para comer y mis gastos. Un amigo me presentó
a otro y así llegué a trabajar con Danielson. Él notó mi ambición y mi habilidad, cada vez me
ofreció más oportunidades. Yo solo quería reunir una cantidad que me permitiera traerlas y darle
techo, comida, vestido. Pero yo no era tan ágil de mente como creía, me usó de comodín, y cuando
cayó, con sus trucos sucios me utilizó para lavarse las manos. Terminé en la cárcel, pero no soy
responsable de la mitad de los cargos que se me imputan.
—¿Murió una persona?
—Te juro que no tuve nada que ver.
—¿Por eso Nana no podía hablarte?
—No quería que descubriera lo que estaba pasando.
—Dejaste que pensara que habías abandonado a tus hijas, e incluso a ella.
—Mi madre nunca habría tenido ni un solo pensamiento malo sobre mí. Yo fui quien le fallé
a ella y a ustedes.
—¿Sabes con quién se casó mamá?
Asiente con seriedad. Baja la cabeza, toma aire y la alza.
—Me han contado.
—¿Y no hiciste nada para detenerla? —indago angustiada.
—Cuando supe, ya estaba casada y me dijeron que esperaba a los hijos de Danielson. Yo…
—¿Ella lo sabe?
—No lo sé. Fui un tonto. Danielson me escuchó hablar mucho sobre mi mujer, le mostré
fotos. Estaba tan enamorado que no podía dejar de mencionarla. Las extrañaba tanto que cometí el
error de contar de nuestra vida en Aguamarina, de mis sueños, de lo que deseaba para mi familia.
Cuando supe que se casaron, entendí que desperté en ese hombre el deseo de quedarse con lo mío,
lo que no supe valorar y defender. Quise, pero cuando me di cuenta ya estaba refundido en este
lugar. Perdóname por no llamarlas a ustedes en ese momento. Me sentía tan impotente, humillado.
Había arruinado lo más grande que tenía por estupidez y ambición. Creí que jamás podría
recuperar a mi familia.
No dilato más la espera y me refugio en sus brazos. El pecho me explota en diminutas
partículas brillantes que solo pueden verse con los ojos del corazón. Tras el largo abrazo, nos
miramos a los ojos empapados.
—¿Y Alice? ¿Siente vergüenza de mí? ¿Por eso no ha venido contigo? —pregunta.
—¿Alice? Ella es incapaz de sentir rencor. Creo que en el fondo presentía que no estabas
con nosotros en contra de tus deseos. Alice va a ser madre, está guardando reposo y no puede
venir. De lo contrario, nadie la hubiera podido amarrar a la cama. Te ha mandado una carta y te
envía todo su apoyo. Buscaremos un nuevo abogado para ti. Nana nos dejó la casa de Aguamarina,
pero nuestro rumbo nos ha llevado lejos. Puedes regresar y rehacer tu vida.
—Lo dices como si fuera fácil sacarme de aquí, Danielson se encargó de refundirme, no me
quiere libre…
—Pero yo sí, y no tienes idea de lo testaruda que soy.
Lo dejo con un abrazo y la esperanza pintada en el rostro.
Regreso directo al hotel, Dag me interroga durante todo el trayecto y le relato lo sucedido.
—Ayudaré a tu padre, pondré a un buen abogado a revisar su caso —promete.
—Extraño demasiado a Harry, pero no sé si desde Oslo podré hacerle frente a lo de mi
padre.
—No es una opción quedarnos, viste lo que sucedió —comenta.
—Sé que no crecimos a su lado, pero no podemos abandonarlo. Menos cuando no es
responsable de todo lo que se le imputa. Morten lo dijo, Danielson lo perjudicó.
—Dejaremos a alguien de la familia a cargo.
—¿A quién? Morten está desesperado por regresar a Noruega, ni siquiera su lujoso hotel lo
retiene.
—Axel.
—¿Estás loco? Danielson es su progenitor. ¿No has visto cómo le exige y Axel… no se
decide a contradecirlo?
—Confío en mi primo.
—¿Y si el abogado termina por implicar a Danielson? Axel no ayudará a mi padre a
expensas del suyo.
—Axel es justo, como Leif. Son paladines de la justicia. Tiene principios.
—Es un buen chico, lo sé. Pero ya se ocupa de apoyar a Morten con sus negocios, además
de sus propios asuntos.
—Él solo supervisará en la ciudad, yo me haré cargo vía telefónica de todos los
pormenores. Tengo personas de toda mi confianza que trabajan para mi familia, que seguirán mis
órdenes. Confía tú en mí.
—Siempre.
Sus labios y el calor de sus brazos me calman. Me pierdo en ellos hasta que arribamos al
estacionamiento. Salgo del vehículo disparada a los elevadores y de ahí a la habitación de mi
hermana.
Me encuentro a mamá. Recuerdo que había comentado que pasaría al mediodía para
despedirse de nosotras. Compartimos un rato juntas y no me canso de mirarla, quiero decirle, pero
no sé si es prudente. Temo poner sobre aviso a Danielson y frustrar nuestro intento de liberar a
papá.
—Mamá, ¿nunca más volviste a saber de mi padre? —No me aguanto.
—¿Por qué lo preguntas?
—Nunca hemos hablado de su partida.
—Claro, yo me fui también.
—¿Volvieron a verse? ¿Por qué no nos dijiste que había viajado a Nueva York?
—¿No lo dije? Claro que lo mencioné, pero eran tan pequeñas y hubo tanta confusión.
—¿Mamá? —pregunta mi hermana sin dar crédito.
—Yo lo busqué demasiado, pero nunca encontré rastros de él. No aparece quien no desea
ser encontrado. Creo que se fue de la ciudad —explica.
No me queda más que creer en la inocencia de mamá. Interrogo a Morten después y también
a Axel, luego de que lo ponemos al tanto, y ninguno puede asegurarme qué sabe Sharon al
respecto.
Paso la última tarde con mis amigas, se regresarán a Italia y dolerá su ausencia.
Y Dag con su gorra de los yanquis me sorprende un día antes de abandonar Manhattan con
un vuelo privado en helicóptero solo para dos. Una visita corta de todo lo que tendré que conocer
en mi siguiente viaje.
No importan las vicisitudes, cuando su amor me envuelve, todo apunta hacia mi soñado final
feliz.
37
TE TENGO ENTRE MIS BRAZOS
DAG
DAG
RACHEL
DAG
RACHEL
le coloquen oxígeno.
A ndor está muy herido. El médico lo examina y le brinda los
primeros auxilios.
—Roar no es… no es… —dice antes de desmayarse y que
DAG
Estamos en la Cueva. Las mujeres han partido a esconderse en una propiedad que no
tenemos registrada, hasta que termine la contingencia. Sigurd ha sido enviado a otro refugio
temporal. Aunque no creo que esto termine hoy; la guerra contra los Horn se ha mantenido por
generaciones. No soy el primero que desea acabarla, pero si nos atenemos a la profecía, no
sabemos cuándo acabará.
¿Algún día se hará realidad o somos una secta de fanáticos al servicio de unos dioses
muertos?
—¿En qué piensas? —me pregunta Morten mientras tomo mis armas y me coloco un chaleco
antibalas.
—En la profecía. ¿Tú también crees que se cumplirá?
—No te contestaré. Si digo que sí, pensarás como Leif que soy un fanático, y si digo que no,
deshonraría todo lo que me define. ¿Y tú?
—Tampoco te diré.
—Pero cuando acabe esto tomaremos cerveza hasta emborracharnos y entonces lo diremos,
pero estaremos tan ebrios que al otro día no lo vamos a recordar.
—Vale.
—Algo más te preocupa —sondea.
—Tengo una noticia difícil que darle a Stein Wolff. Sé que lo alegraré y a la vez lo
destrozaré.
—Entonces no lo dilates. Al mal paso se le da prisa.
Wolff se me acerca, también ha acudido al llamado de Leif.
—Quien murió en el ataque a Morten, antes de que me fuera a Aguamarina, no fue Geir —
expongo.
—¿Qué estás diciendo? —pregunta Stein Wolff.
—Geir se ha hecho pasar por Roar todo este tiempo.
—¿Entonces Roar es quien está muerto y su hermano se ha dedicado a ensuciar su nombre?
—inquiere.
—Roar vive, está encerrado en las mazmorras de los Horn y nosotros vamos a rescatarlo y
hacerle justicia. Tú vienes con nosotros, quiero que sea lo primero que vea tu hijo cuando
logremos liberarlo.
No le dan tiempo para procesarlo, el hird lo manda a llamar, también tiene algo que
comunicarle y a mí me toca ser testigo.
Leif se ha presentado ante el hird y ha pedido la cabeza de Geir Wolff; para desgracia de
Stein, la votación ha sido unánime. El lobo viejo aguanta el veredicto con estoicismo. No sé cómo
lidiará con formar parte del ejército que mandará a su propio hijo a la tumba, no quiero estar en su
pellejo jamás. No me permito empatizar con su dolor o tendré que ceder a sus deseos originales
de mantenerlo en prisión de por vida. Una alimaña como Geir es demasiado peligrosa y su ágil
mente puede hacernos daño incluso desde el cautiverio.
Wolff es un hombre duro, es complicado impactarlo, ha recibido muchas noticias nefastas y
turbadoras a lo largo de su vida. Ha perdido a tantos seres queridos.
—No sé si estar feliz, enojado o deprimido. Me alegra saber que mis dos hijos están vivos,
aunque uno sea una total decepción. Al menos me queda una semilla que sacará la cara por mí.
—Vamos. —Le palmeo el hombro.
Recarga su arma y con su semblante más fiero me indica sin palabras que está listo para la
batalla.
Me toca conducir con Morten al lado, con rumbo a la propiedad de Viggo Horn.
—No puedo creer que Roar está vivo, o sea, que el otro Wolff esté vivo y todo ese embrollo
—me revela Morten a pesar de que es duro de impresionar.
—Ni yo —admito.
—Si morimos hoy me quedaré sin saber si crees en todo lo que somos y representamos.
—¿Ya no quieres esperar por esas cervezas?
—Sabemos que Axel y Leif son completamente ateos.
—La orden secreta es muy antigua y su misión es salvaguardar la sangre sagrada de los
dioses hasta que llegue el momento de que estos cumplan la profecía: el amor del dios pagano
volverá a nacer y él bajará a la tierra a vencer a sus enemigos —recito lo que hemos aprendido
de memoria.
—¡Mierda! ¡Estamos jodidos! —exclama dejando en evidencia lo que cree o no—. Se
supone que el amor del dios pagano será una mujer y desde mi madre, que nació y terminó casada
con el antiguo Sabueso, no ha nacido otra chica Baardsson. A no ser que sea una divinidad gay.
Tú y Leif ya están apartados y solo quedamos libres mi hermano y yo. En ese caso, que se joda a
Axel, a mí me gustan demasiado las mujeres.
—¿Has olvidado a Hella? Su madre era la hermana de Sigurd. La sangre Baardsson corre
por sus venas.
—Pues esperemos a ver si el dios se manifiesta. A Sigurd le dará otro infarto si la sangre
que hace cumplir la profecía está mezclada con la Horn.
—¿Entonces crees? —pregunto y me rio de sus conclusiones.
—Eso sería raro y pensarías que estoy medio trastornado.
—Pensarías lo mismo de mí.
Intercambiamos miradas cargadas de emotividad.
—¡Vamos a patear traseros! Los del hird son fieles a sus dogmas. Los Horn siguen a los
Baardsson en la línea sucesoria, sin herederos Baardsson, ellos se quedan con el dominio de los
cuervos y estos tendrían que obedecer. Los Horn fueron expulsados del hird hace mucho tiempo
por cometer traición. No van a regresar y quedarse de manera impune con todo el pastel. ¡No
permitiremos que se apropien de nuestro legado!
Si Horn quiere matarnos, esta es la oportunidad de su vida. Leif, Morten y yo vamos a su
encuentro. Mi hermano lo considera necesario, quiere darles un escarmiento de una vez por todas,
uno que los vulnere de tal forma que los paralice el tiempo suficiente para que nos dejen en paz.
Hummel se ha quedado al frente de la Cueva. Nosotros, con Cooper, Stig y treinta cuervos
con preparación especial, marchamos en la madrugada a la residencia de Viggo.
Sin importar los convenios, que ya han sido rotos por los Horn, un destacamento de cuervos,
liderados por Leif, irrumpe en la apartada propiedad de los Horn.
Estoy de pie junto a mi hermano en la explanada que es cortada por una barda perimetral
que resguarda el terreno, que da paso a la residencia de Viggo Horn. Una puerta de tres metros de
ancho y cinco de altura nos impide pasar. Exigimos hablar con su dueño, quien no tarda en darnos
la cara. El metal se desliza a un lado y veo al rostro a mi enemigo, esta vez no va de traje ni usa
sus maneras refinadas para distraernos. Su indumentaria y su chaleco antibalas expuesto nos
informa que está listo para la guerra. Demuestra que nos esperaba, está potentemente armado y
custodiado.
Las cabezas de sus guardias con sus rifles de francotiradores aparecen como juego de
dominó en lo alto del muro, una a una, estratégicamente ubicadas, y nos apuntan. Nuestros hombres
toman posición y hacen lo mismo.
—Hemos venido por Geir Wolff, es un cuervo y tiene que atenerse a nuestras leyes, debe
pagar por su traición —le digo con voz firme tras la indicación de Leif, quien me ha nombrado
portavoz, porque conoce que mi sola presencia hará a Viggo perder el control.
—Quise venir en persona para recibirlos. ¿Los Baardsson llamando a mi puerta? ¿Sobre
todo tú, Dag? Esa oportunidad te la di solo una vez y ya ha caducado.
—¡Entrega a Geir! —exijo.
—Yo no les debo nada, pero de todas formas han venido en vano, ya se fue —asegura con
una sombra perversa en el rostro—. En vez de estar aquí persiguiendo a uno de sus perros,
deberían estar tomando medidas para proteger lo más valioso que tienen. Su seguridad debe ser
deficiente si un solo hombre causó tanto desastre.
—No es cualquier hombre, es uno en quien confiábamos, por eso tuvo ventaja.
—Entonces deberían fijarse en quién depositarla. Ese cuervo no está en mi casa, se los
aseguro. Los dejaría pasar para que revisaran por sí mismos, pero no son bienvenidos.
—Mis hombres lo vieron entrar y han estado vigilando, no ha salido.
—¿Y crees que te ha traicionado para ponerse a mis órdenes? Es un chico muy difícil de
guiar. Se ha marchado, este no es el único acceso a la propiedad.
Wolff me da la indicación que esperaba por el radio.
—Estamos adentro.
Le hago una señal a Leif y simulamos la retirada; pero antes que lleguemos a los vehículos
blindados comienzan los disparos. Anticipamos su reacción. Usamos las camionetas como
barricadas y respondemos al fuego. Morten y yo intercambiamos miradas con Stig, quien ya sabe
lo que tiene que hacer.
Mi primo y yo nos escurrimos entre la lluvia de balas, hacia la parte trasera de la
propiedad. Como advirtió Viggo, y ya dominábamos, la mansión Horn tiene varios sitios de
acceso. Gracias a la habilidad de Kjell, poseemos los planos.
El sendero de guardias enemigos, fuera de combate, nos guía hacia sus mazmorras. Llego a
tiempo para presenciar cuando Wolff rescata a su hijo, quien debe ser llevado entre dos cuervos
debido a las terribles condiciones en las que se encuentra. Su barba y cabello le cubren el rostro.
Sus pies descalzos sangran.
Mi desprecio es mayor para Geir, no perdonaré su infamia, y menos el perjuicio causado
con impunidad durante todo este tiempo a su propio hermano.
—Hora de irnos —me dice Wolff.
—¡No! No tendré clemencia. Ya estoy harto de siglos de persecución —informo.
—Mi misión es mantenerlos con vida hasta que se cumpla la profecía —reclama Wolff.
—Lo siento, viejo. Ya estamos en otro siglo y las cosas se hacen de otro modo.
—¿Leif está de acuerdo?
—Somos una sola cabeza.
—Pero…
Stig aparece con una mochila y me clava una mirada expectante, espera mis indicaciones.
—Coloca los explosivos y ocúltalos en sitios estratégicos, mandaremos todo a la mierda —
le ordeno, y Wolff abre los ojos muy grandes.
—Voy tras la sanguijuela de Geir —avisa Morten y pretendo seguirlo.
Wolff sigue adelante con el plan inicial, se lleva a Roar, sabe que no podrá salvar a Geir y
su otro hijo requiere ayuda médica con urgencia. Morten recarga su arma a mi lado y, con diez
cuervos, peinamos la mansión en busca del traidor y Viggo Horn. A nuestro paso, desalojamos a la
gente de servicio y a cualquier otra persona inocente que se encuentre en la edificación.
Solo queremos darle un golpe contundente, una lección a Viggo, no dejar un rastro de
sangre.
Una llamada me entra al móvil, es Kjell. Le contesto y lo que me dice me deja la piel
helada. Toco a Morten por el hombro y le hago una seña.
—Hora de irnos. El cabrón de Viggo dice la verdad, Geir no está aquí.
—¿Sabes dónde está el hæstkuk de Geir? —pregunta.
—Sí —contesto, pero no puedo darle detalles.
—De todas formas, tenemos que cargarnos a Viggo, para eso hemos venido. —Morten no
cejará.
Una carcajada nos pone en guardia. En el siguiente corredor nos embosca Viggo con siete
hombres. Los superamos en número, pero no olvido que pueden llegar refuerzos de su parte. Mis
cuervos dirigen sus armas a sus esbirros, que a su vez nos apuntan. Una sonrisa retorcida que se
escapa de los ojos de Viggo Horn me indica que él también sabe dónde está Geir y solo nos ha
distraído para hacernos perder el tiempo.
—¡Maldito Dag! Te has metido en la ratonera, ni tú ni tus hombres saldrán con vida de aquí
—me desafía—. ¿Pensaste que no sospecharía de tus tretas rastreras para invadir mis dominios?
—Solo tenías que entregar a Geir —persuado con ironía—. Y tal vez así hubiera cumplido
los deseos de tu hija de permitirte vivir.
—¿Por qué mencionas a Hella?
—Es mi prisionera —miento. Sé que eso lo pondrá frenético.
Su grito de impotencia es casi terrorífico.
—¡No te atrevas a lastimarla porque duplicaré cada afrenta que le causes en tu mujercita!
Aprieto los dientes como respuesta a su amenaza. Lo voy a matar y que se ensañe con
Rachel es solo un incentivo.
—Solo tienes que servirme tu propia cabeza en una bandeja de plata —exijo—. No saldrás
con vida de aquí. Tu acoso, tus cacerías, tus matanzas de los míos se acaban hoy.
Le apunto a la cabeza y él me devuelve el gesto.
Stig me habla por el radio. Sin quitarle la vista de encima a Viggo y sus hombres, escucho.
—No puedo cumplir mi objetivo. —Su voz suena muy agitada al otro lado de la línea.
—¿Por qué carajos no? —le pregunto.
—Alguien se nos adelantó. Tienen que salir de inmediato, el palacio Horn está a punto de
volar —resume.
Corto la comunicación y vuelvo a Horn, que me mira intrigado.
—Alguien llenó tu casa de explosivos —lo enfrento.
—¡Fue el hijo de puta de Geir! —grita muy iracundo.
—Los explosivos tienen cronómetro y están a punto de estallar —añado con prisa, no quiero
hacer ceremonia, pero el maldito de Viggo no cesa de interrumpirme—. Así que elige, nos
masacramos a balazos o intentamos salir y dejar nuestra conversación para un sitio menos
chispeante.
Viggo comienza a retroceder sin dejar de apuntarnos y a su orden sus esbirros disparan
primero. Los cuervos repelen con valentía el ataque. Los dos bandos estamos muy cerca,
cualquiera puede ser un blanco fácil. Un par de hombres suyos caen.
Visualizo que estamos cercanos a la salida principal, le guiño el ojo a Morten e
intercambiamos señas. Viggo dispara en nuestra dirección y logramos esquivarlo con rapidez.
—¡Esta es por mi madre! —grita Morten y le pega un plomazo a Horn en una pierna, quien
se tambalea de dolor.
—¡Y esta por mi padre, maldito cabrón! —gruño y le doy un tiro en la otra.
A mi orden, los cuervos y yo salimos mientras evadimos el fuego enemigo.
Corremos para librarnos de la explosión. Emprendemos la retirada sin dejar de cuidarnos.
Salimos por el portón eléctrico, con nuestros hombres comandados por Leif cubriéndonos las
espaldas. El acceso de acero de los Horn vuelve a cerrarse, pero sus francotiradores no se retiran
hasta que nos ven subir a nuestros vehículos y desaparecer.
Todo explota y termina cubierto por una enorme nube de humo.
—Geir está en la Cueva —le informo a Morten en el auto—, y no está solo.
—Pero ¿ya lo han detenido?
—Está lleno de odio, no solo hacia los Baardsson, también contra los cuervos. Es un
enemigo muy poderoso, porque conoce todos los accesos, y aunque Kjell cambió con agilidad
claves y contraseñas, se las arregló para introducirse por uno de los pasadizos secretos. Entró
sigiloso y acompañado por veinte de los esbirros de los Horn.
—¿Qué pretende? —indaga.
—Horn le ha dado todo su apoyo para que nos liquide, le ha prometido ponerlo a la cabeza
y hacerlo el señor de los cuervos —le explico.
—¡Es absurdo! Incluso si muriéramos todos los Baardsson, quedarían los hijos de putas de
los hermanos de Viggo con nuestra sangre en sus venas para ser los siguientes en la línea
sucesoria.
Asumimos que ya estiró las patas en la explosión.
—Sí, pero después le siguen los Wolff, ellos también tienen sangre Baardsson y es lo que
Geir ambiciona.
—¿Por qué Viggo Horn, quien era un ambicioso del carajo, pondría a un Wolff a la cabeza
de los cuervos?
—Viggo no tenía hijos varones, sus hermanos también querían el liderazgo de los Horn. Al
aliarse con Geir, se hacía más fuerte y el hird sin herederos Baardsson con vida tendría que
aceptar.
—Sigo sin entender.
—Geir se casará con la hija de Viggo si logra asesinarnos. Eso le había prometido —aclaro
—. Kjell ha sacado información como esta y aún más escabrosa al infiltrarse los dispositivos del
traidor. Dice que es urgente que lo detengamos, que es una terrible amenaza. Está lleno de odio y
ansias de poder, no parará hasta masacrarnos.
—Pero Viggo está muerto, esa alianza se fue a la mierda —espeta Morten como si informara
del clima.
—¡Hella! ¡Carajo!
—Es un puto cabrón, pero con un cerebro muy retorcido.
—Si no hubiésemos salvado a Roar, ahora mismo estaría sepultado debajo de los
escombros, solo que Geir aún no lo sabe. La chica eligió al hermano cuerdo, no al macabro —
explico—. Geir le llevará a Hella nuestras cabezas como ofrenda de amor. Así pretende ponerla
de su lado.
—¿Leif? ¡Será al primero que querrá asesinar! ¡También a tu hijo y a la criatura que crece
en el vientre de Alice! ¡Sin contar con tu cuello, el de Axel y el mío! —esclarece Morten, pero ya
lo sabía.
—Mataré a ese cabrón antes que se atreva a salir de la Cueva. Hummel ya le está haciendo
frente con nuestros hombres. No le tendrá clemencia por el daño ocasionado a Roar
Morten habla por el radio con mi hermano y le comenta lo que hemos descubierto. Leif le
contesta que requiere su presencia con Hella. Geir no debe tener acceso a ella en ninguna
circunstancia. Nos ponemos de acuerdo, Leif protegerá a la familia, yo debo depositar toda mi
confianza en ellos, me toca ir a cazar al lobo ingrato.
Nos separamos y voy rumbo a la Cueva. El panorama que encuentro es desolador. Los
atacantes han detonado explosivos en varias de nuestras áreas principales. Hay heridos por
doquier y médicos de los nuestros brindándoles atención.
La sala donde Kjell tiene todos sus juguetes electrónicos, con los que literalmente hace
magia para nosotros, está destruida. Entro apresurado buscando al viejo y soy consciente del
desastre, debe de estar devastado. Esas máquinas son su mundo, aunque nosotros y los cuervos
somos su familia.
Lo encuentro tirado en el piso con múltiples disparos en el tórax. Está acostado sobre un
charco de sangre que brota roja y brillante de los orificios de bala y más oscura de la boca.
—¡Kjell! —grito y, mientras corro a su encuentro, voy llamando por radio a los médicos—.
¡Carajo, viejo! ¿Qué sucedió? ¡Quise llegar antes!
Intento presionar sus heridas para detener el flujo del líquido vital que se le escapa a
borbotones, pero son más de los que mis manos pueden tapar.
—Lo siento —murmura apenas audible—. Les he fallado, debí prever su ataque. No había
información al respecto.
—¡No! ¡Jamás nos has fallado! Siempre terminas por salvarnos el trasero de salir
chamuscado. ¡Te debemos más de una!
—Dile a Leif que lo lamento y que servirlos para mí ha sido un honor.
—¡Vas a estar bien! ¡Que alguien mande un puto médico de una maldita vez! —ordeno
enardecido.
Uno de los doctores llega ante mis gritos desgarradores y comienza a examinarlo, luego
niega dándolo por perdido.
—No puedo hacer nada —asegura.
—¡Es una persona valiosa, tiene que curarlo!
—Me es imposible.
—¡Te ordeno salvarle la vida! —grito desgarrado por dentro.
Hummel tiene que intervenir y quitar de mi presencia al joven doctor antes que mi furia lo
convierta en el blanco de mi frustración.
—Te lo dije, muchacho —articula Kjell con esa horrible sangre tiñéndole los labios—. Él
no me iba a perdonar.
Se desmaya, lo sacudo con fuerza y sus pesados párpados se abren, se aferra a la vida que
se le escapa. Jadea y tose con un ruido espantoso.
—Kjell, viejo, ¡lucha! —suplico.
—Rachel, Rachel no está… no está a…
—¡Habla! No te vayas sin decirme…
Su respiración se detiene y el maldito silencio que provoca me aturde. Termino cerrándole
los ojos y, tras exhalar mi sufrimiento matizado en ira, alzo su cuerpo inerte y lo deposito sobre su
anterior mesa de trabajo como último adiós. No hay tiempo para llorar su muerte, tengo que
detener a Geir.
—Lo lamento —dice avergonzado Hummel—. Intenté parar a Geir, pero se ve que lleva
meses planeándolo y burlando nuestra vigilancia. Dejó todo listo para el asalto antes de desertar
al ser descubierto. Pensó que Leif estaría aquí, salió como perro rabioso a liquidarlo.
—¿Solo te limitarás a pedir disculpas? ¡Me largo ahora mismo a capturarlo!
—¡No! —me detiene Hummel—. Yo limpiaré el desastre que causó Geir, tú busca a tu
mujer. Kjell no la mencionaría antes de morir si no fuera urgente. Algo debió descubrir antes de
que ese infeliz lo acribillara a balazos. Necesitamos acceder a los datos que sustrajo Kjell de los
dispositivos electrónicos.
—Todo está destruido —advierto con las piernas ya temblándome por salir a toda prisa a
buscar a Rachel y a mi hijo.
—Traeré al hacker. Tal vez pueda hacer algo —menciona Hummel—. Kjell siempre tomaba
precauciones. Algo debemos poder rescatar. Necesitamos conocer los planes de Geir.
—¡Eso es todo! ¿Muere Kjell y ya tenemos reemplazo? —reclamo.
—No buscamos suplirlo —se disculpa Hummel. Él también lo quería como a un hermano—.
Sabes que nuestra labor es peligrosa. Por supuesto que todos tenemos quien continúe el trabajo
del que caiga en acción.
—¿Quién va a encontrar para nosotros esa información?
—El muchacho nuevo, Kjell lo estaba entrenando.
—Eso tengo que verlo.
Le clavo una feroz mirada al chico mientras batalla enfrascado en encender un computador
al que le faltan piezas. Une cables diminutos aquí y allá, y yo lo vuelvo a fulminar con la vista en
medio del caos que aún no termina de acomodarse.
—Tendrás que esforzarte —le exijo—. Tu antecesor dejó los estándares muy elevados para
quien sea que ocupe su puesto. Tienes un hueco muy grande que llenar.
44
EL FINAL
RACHEL
RACHEL
Arribamos a Tromsø, la capital del Ártico, pasada la madrugada, casi a punto del alba, y
estoy agotada, pero no veo ni remotas señales de que el sol haga su arribo. Solo deseo darme un
baño caliente y caer en una cama. Cuando le comunico mis intenciones, hace una mueca.
—Nena, terminó hace muy poco la noche polar, así que hoy solo podremos disfrutar del día
una o dos horas.
Ni siquiera termino de reconocer dónde nos estamos alojando. Dag me apura para que
tomemos un café caliente y salgamos a explorar la ciudad. Se desvive por mostrarme todo. Sin
dejarme reponerme del viaje, decide enseñarme la ciudad desde el teleférico a lo alto del monte
Storsteinen.
—¡Wow! Es hermoso. ¡En verdad no esperaba esto! —digo mientras avistamos la ciudad
desde las alturas.
—Si creías que ibas a disfrutar de una escapada tranquila en una caliente hytte, como la que
Leif tiene en Lofoten, es que no me conoces en absoluto.
—Desde que me dijiste que el destino de nuestra luna de miel era una sorpresa, sabía que no
nos encerraríamos en una idílica cabaña de madera. Temí acabar en un hotel de hielo y que nuestra
cama fuera un saco para dormir.
—Esa fue mi primera opción, pero pensé que aún no estás preparada. Será para la siguiente.
—Ya te veía conduciendo un trineo tirado por huskies.
—De esa no te salvarás, pero serán renos en vez de perros.
—Prefiero motos de nieve.
—También veremos ballenas.
—Este viaje está lleno de vida salvaje por lo que veo.
—¿No me digas que tienes miedo? Te enfrentaste a un lobo muy fiero y no necesitaste que
nadie te salvara. Lo más salvaje que encontrarás en este viaje ya lo conoces, y lo dominas muy
bien. Así que no te preocupes, sobrevivirás a la aventura.
—No si continúo muerta de hambre, solo tengo un café en el estómago.
—Eso lo solucionaremos de inmediato.
Y tras una deliciosa comida en un restaurante local, como dos simples humanos, sin
enemigos que salgan tras las sombras para enturbiar nuestros momentos felices, terminamos en una
confortable casa de varios pisos que es perfecta para alojar a todo el equipo.
—Los cuervos tienen otra puerta para su uso. No nos molestarán —advierte antes que le
reclame por la compañía cuando más necesitamos intimidad.
—No te justifiques. Créeme que estoy tranquila de saber que nos cuidan las espaldas.
Y ni siquiera tenemos que abandonar la calidez de nuestro dormitorio, las ventanas están
orientadas al sitio por el que a las nueve de la noche hacen su arribo las luces del norte. Parece
que danzan, atrevidas, en el cielo nocturno despejado. Las tonalidades van de verdes a rosados y
morados. Le aprieto la mano a Dag sin dejar de mirar hacia afuera.
—¿Esto es lo que tanto querías enseñarme? Jamás había visto algo tan inspirador —
reconozco.
—Es hermoso.
—¿Pero? —Lo miro intrigada, es lo que prometió y siempre quiso, ¿por qué presiento que
le falta algo?
—Creo que finalmente sí nos subiremos al trineo con los huskies.
—¿De qué hablas?
—Es preciosa desde nuestra ventana, pero no se compara con verla al aire libre, solo así
podrás apreciar su inmensidad. Contrataré un tour para que salgamos mañana mismo a cazar
auroras boreales.
—Se te ocurren cosas muy locas. Solo sé que estoy muy feliz por estar aquí contigo y que
quiero acompañarte. Ya hemos llegado tan lejos, debemos ver a total plenitud las luces del norte.
¡En verdad, para este viaje, nada me haría más feliz!
PRÓXIMAMENTE
AXEL
MI ESTRELLA GUÍA
Dioses Paganos III
Agradezco con el corazón, el alma y todo mi ser a mis lectoras y lectores. A cada una de
las personas que cree en mi pluma, a quienes dan una oportunidad a mis libros y en especial a esta
serie, Dioses Paganos.
A ustedes, que aman a Leif, Dag, Axel y Morten, les dedico toda la pasión que pongo en mis
letras. Gracias por retroalimentarme con sus mensajes privados y públicos, con sus reseñas en
redes sociales, Amazon o Goodreads y por compartir la recomendación de lectura con sus amigos.
Y como siempre agradezco a Dios y a mi familia, por ser una fuente de apoyo en mi carrera.
A mis amigas lectoras y escritoras, que comparten mi proceso creativo, que me animan con
sugerencias y risas.
A quienes me ayudan en diseño, maquetación, corrección, promoción, lectores cero,
grupos de lectura, de lecturas conjuntas y redes sociales, páginas y blogs, todo mi cariño por
un trabajo tan cuidado y comprometido. La labor que realizan en pro de la literatura y más de la
novela romántica es invaluable, ya sea editando, dándole vida en forma de libro u otorgándole voz
y alas para que llegue a cada posible lector que sueña con enamorarse de sus páginas. Para
quienes me apoyan con mis libros desde el día uno o hasta que ya podemos tocarlo, olerlo y
mirarlo, mi gratitud la tendrán por siempre.
¡A todos, muchísimas gracias!
MIS LIBROS
Disponibles en Amazon
http://author.to/milebluett
BIOGRAFÍA
Mile Bluett nació en La Habana y actualmente vive en México con su amada familia.
Estudió dos carreras, Derecho y Psicología, y una maestría en Psicoterapia. Escribe desde la
adolescencia y el amor a la literatura ha sido una constante en su vida.
Es autora de la Saga Herederos del mundo: (I) Atrévete a sentir, (II) Tierras Inhóspitas y
(III) La Búsqueda del Arcoíris, de Buscándome te encontré (2017), No te dejaré escapar (2018),
Fuego en invierno (2018) y Amor Sublime (2017). Todas sus obras han estado en el top ten de
Amazon en diversas categorías, en Estados Unidos, España y México. Cuenta con los Best Seller:
Fuego en Invierno, Atrévete a sentir y Amor Sublime: estos dos últimos estuvieron durante meses
ocupando el número uno de sus géneros.
En 2018 firma contrato con la editorial Penguin Random House y publica bajo el sello
Selecta: Prometo no enamorarme (2019) y la Serie Amor Amor: Una esposa para el heredero
(2019), Un ángel se enamora (2019), Una marquesa enamorada (2019) y El deseo de una flor
(2020).
Actualmente se encuentra enfrascada en su nueva serie Dioses Paganos, que dio inicio en
junio de 2020 con Leif, Bello como el Sol de Medianoche y continuó con Dag, Luces del Norte
(2020).
La autora refiere: «Hay dos hombres en mi vida que son capaces de hacerme temblar el
alma. Uno tiene los ojos color del amanecer y el otro, de un tono de azul que aún no logro definir.
Uno es mi esposo y el otro, mi hijo».
«Soy una mujer orgullosa de serlo. Pienso que antes de dar un paso hacia atrás, hay que dar
dos hacia delante. Considero que, si le pusiéramos más énfasis a la inteligencia emocional,
seríamos más felices y el mundo sería menos cruel».
«Amo el agua, la música y mi laptop. El agua porque repara y nutre cada célula de mi
cuerpo, la música porque alimenta el alma y mi inspiración, y mi laptop porque es ahí donde
sucede la magia».
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