Identidad Posmoderna
Identidad Posmoderna
Identidad Posmoderna
El yo y el ser.
El romanticismo y la modernidad
¿Qué es el ser?
Así que antes de comenzar a hablar de la identidad terapéutica que es el tema que nos
implica y que es una forma de tantas para hablar del “self”, realizaremos un breve recorrido para
aproximarnos a las formas en las que ha sido entendido el yo o el ser, a lo largo de la historia, y de
distintos contextos económicos, sociales y políticos, que han marcado la forma en la que se
entiende este constructo.
De acuerdo con Gergen [CITATION Ger91 \n \t \l 2058 ] en la vida cultural del siglo XX
imperaron dos principales formas de hablar sobre el yo; por un lado una visión romántica que
plantea el concepto de personalidad con rasgos atribuibles a ella, como la pasión, el alma o la
moral; y por el otro lado, una cosmovisión modernista, cuyas principales características están
marcadas por la capacidad de raciocinio.
Al surgir el romanticismo, se acuñó la idea de una interioridad oculta, donde las emociones
y el alma eran inseparables, y la pasión representaba una expresión del alma, esta visión
romántica además no se limitaba al discurso, ya que era a todas luces una llamada a la acción,
inclusive precipitaba a la muerte, existía entonces la posibilidad de que un individuo decidiera
suicidarse movido por el pesar. Esta época implicó, además, una revolución en cuanto a obras
artísticas, todas marcadas por la idea de lo oculto, lo latente en el ser humano, por la noción del
amor y la tragedia. Para muchos románticos, el mundo inmaterial que albergamos los seres
humanos en el interior, es mucho más importante que el mundo de los sentidos.
Sigmund Freud fungió como una figura transicional del romanticismo al modernismo pues
logró ligar discursos que en apariencia parecían antagónicos, por un lado continuaba hablando de
un interior oculto, de pasiones oscuras que albergaba todo ser humano, pero lo hizo valiéndose de
un lenguaje cuasibiológico, que le otorgaba matices modernistas, intentando además encontrar
pruebas objetivas de lo inconciente. En ese sentido, puede afirmarse que gran parte del lenguaje
que aún hoy se emplea para referirse al yo, fue gestado predominantemente en el periodo
romántico, la inspiración creadora, el amor, la pasión, el alma y los valores morales que le daban
sentido al actuar del hombre [CITATION Ger91 \t \l 2058 ].
A finales del siglo XX las ideas románticas, comenzaron a disiparse, siendo desplazadas por
el auge de la producción en masa, las ciencias comenzaron a tener mayor apogeo, y la ciencia era
antiromántica, ya que ponía el acento en la capacidad de razonar y de observar como ejes
centrales de su cosmovisión, de ahí que filósofos positivistas como Bacon y Compte fueran quienes
sentaron las bases para la generación de saberes objetivos que llevarían a la búsqueda del
progreso, que se asumió como el estandarte de la época. Comenzó a acuñarse con mayor
frecuencia la metáfora de la máquina, que era tan admirada en esa época pues generaba ingresos,
trabajo e impulsaba la economía, a la vez que reducía el trabajo del hombre y ofrecía nuevos
horizontes para la sociedad [ CITATION Fri99 \l 2058 ].
Según sugiere Capra [CITATION Fri96 \n \t \l 2058 ] la lógica de la ciencia es que el mundo
se compone de entidades fijas y reconocibles a través de la aplicación del método científico, el
interior oculto que tanto se ensalzó en el periodo romántico, dejó de ser el centro, ahora se
aplicaba de manera sistemática la razón y la observación para conocer la naturaleza del hombre,
se comenzó estudiando la conducta animal para posteriormente desplazarse a la humana, en ese
tenor las obras de Skinner sobre el análisis de la conducta comenzaron a cobrar mayor relevancia
cada vez.
El concepto de personalidad que se venía gestando desde finales del romanticismo con
Freud, se fue consolidando como la forma predominante de entender al yo, esto sustentó las
bases de la industria de los test mentales, basándose en el supuesto de que las personas son
congruentes o estables a lo largo del tiempo y que sus características podrían ponerse de
manifiesto a través de evaluaciones estandarizadas.
Los efectos de esta perspectiva en las ciencias sociales fue asentar la idea de que puede
estudiarse a las personas de la misma forma que se hace con los objetos, lo cual implicó mirar a las
personas como separadas, desarticuladas de los otros. Además, el estructuralismo implicaba que
era posible estudiar a las personas de formas objetivas e imparciales.
Markus y Kitayama [CITATION Mar91 \n \t \l 2058 ] plantean otra forma de entender los
constructos del self, a través de una categorización en función de la cultura que ha gestado ciertas
ideas predominantes sobre el yo, ellos plantean que estos constructos pueden categorizarse
principalmente en dos, por un lado el constructo independiente, que tiene más similitudes con la
cultura occidental, y que mira al yo como un organismo autónomo, independiente e
individualizado, y por otro lado el constructo interdepentiende que pone énfasis en la conexión
que hay entre todos los seres humanos y que puede asemejarse en mayor medida a una
epistemología no occidental, en la que se contemplan las relaciones y la influencia que ejercen en
la constitución del self. Podría plantearse entonces que la posmodernidad cuestiona el constructo
independiente que ha sido mayormente ligado a la cultura occidental, para abrir espacio a otras
posibilidades, entre ellas la de mirar al yo como interdependiente y relacional.
Arboleda [CITATION Arb10 \n \t \l 2058 ] señala que, a finales de la década de los sesenta,
Jacques Derrida inició lo que puede considerarse como la mayor ruptura de la filosofía moderna, al
cuestionar los esquemas epistemológicos que imperaban desde la antigüedad, al plantear que
todo el pensamiento occidental estaba cimentado en torno a dualismos binarios como hombre-
mujer, pagano-cristiano, etc. El planteaba que tal esquema limita la apreciación de otras miradas
que generalmente son marginadas; la corriente que emergió a partir de dicha propuesta es
conocida como deconstrucción, la cual tendría una gran influencia en la filosofía, las letras, las
artes y las humanidades, pasando a ser parte de un fenómeno más amplio aún, denominado
posestructuralismo.
Según Anderson [CITATION Arl97 \n \t \l 2058 ] desde una postura narrativa, se asume
que al contar historias, se entiende la experiencia y se le otorga significados, en ese sentido, las
historias propias y de los otros conforman quienes somos; desde esta perspectiva, el ser es un ser
narrativo, y las identidades emergen a partir de las narraciones que se hacen de ellas.
La narrativa entonces, tiene que ver con una forma de discurso en la que se organiza,
explica y da sentido a las circunstancias por las que atravesamos, se entiende como un proceso
dinámico, un proceso discursivo reflexivo que va y viene y cuyo vehículo es el lenguaje, el cual se
emplea para construir, organizar y atribuir significado a las historias que contamos.
Desde una mirada construccionista se pone en tela de juicio la definición de los límites del
yo, y a medida que se va cuestionando la idea de un yo esencial, van aumentando las formas en las
que se crea y se vuelve a crear la identidad personal según las relaciones y contextos, siguiendo
esta premisa entonces, como resultado el yo deja de definirse como una esencia para pasar a ser
producto de las relaciones. La tradición romántica y modernista, hacían hincapié en un yo
autónomo, los individuos eran considerados las unidades fundamentales de la sociedad, la mirada
posmoderna, desafía justamente el concepto del yo autónomo desarticulado.
Si uno tiene identidad, se debe a que los rituales sociales en los que se encuentra inserto,
lo posibilitan. Como ejemplo fundamental se encuentra el lenguaje como forma de relación, ya
que el sentido extraído de los signos que emitimos, solo es posible gracias a una negociación
social, una pauta de intercambios, cualquier acción se torna lenguaje cuando hay algún otro, que
le brinda el significado del que por si solo carece un gesto o una palabra. En consecuencia sin
relaciones no hay un lenguaje que le de sentido a las expresiones, pensamientos e intenciones del
yo. Yo soy un yo solo en virtud de cumplir un determinado papel en una relación [ CITATION
Arl97 \l 2058 ].
La historia personal es una propiedad cultural ya que el contenido de los relatos depende
de las relaciones sociales, los relatos o informes del pasado no son fotografías fijas y definitivas, se
encuentran en movimiento constante, y son alteradas por la nueva información y por la
experiencia. Tanto en el entorno terapéutico como fuera de este, la autobiografía nada tiene de
autónoma, es más propiamente una socio biografía.
En esa misma línea, Gergen [CITATION Ken07 \n \t \l 2058 ] propone una visión relacional
del autoconcepto, que mira la concepción del yo, no como una estructura cognitiva privada sino
como un discurso acerca del yo, el yo es entendido entonces como una narración que se vuelve
inteligible dentro de las relaciones con los otros, las auto narraciones no son posesiones del
individuo sino de las relaciones, producto del intercambio social, de esta forma, se considera que
las narraciones no reflejan, sino que crean el sentido de lo que es verdad y que sus propiedades
están histórica y culturalmente situadas.
La identidad profesional
En esta misma línea, Ibarra [CITATION Iba99 \n \t \l 2058 ] introduce el término “yoes
privisionales” para hablar de los posibles yoes de los que el profesional en formación se apropia y
rechaza en la transición a yoes más acordes con el yo profesional. A través de su estudio, la autora
encuentra que los estudiantes se adaptan a nuevos roles a través de un proceso interactivo de
observación, experimentación y evaluación; es decir, mientras los alumnos observan a otros y su
identidad profesional, ellos generan un repertorio de identidades potenciales, experimentando
con yoes provisionales.
Esta autora hace hincapié en que, durante el proceso formativo, los estudiantes no toman
simplemente todas las estrategias que encuentran, ya que algunas de las cosas que se hacen en las
aulas pueden representar formas de ser que van en contra de lo que ellos quieren convertirse
como profesionales. Los alumnos podrían definir sus posibles yoes en términos de las practicas
que les gustaría apropiarse, en ese sentido, la elección de que practicas apropiarse y cuales
rechazar puede ayudar a definir la identidad profesional.
En esa misma línea, Rondfeldt y Grossman [CITATION Ron08 \n \t \l 2058 ] realizaron una
investigación con clérigos, terapeutas y maestros en formación a través de entrevistas, grupos
focales y observaciones de campo. Muchos de los participantes de este estudio, explícitamente
identificaron maestros, clérigos o terapeutas que los inspiraron para aproximarse a dicha
profesión en primer lugar, cuando se les preguntó acerca de personas que representaran la clase
de profesionales en los que esperaban convertirse, los estudiantes a menudo identificaban
instructores y maestros como modelos positivos y al describir lo que ellos admiraban de sus
instructores, los estudiantes principalmente ponían atención a la disposición, maneras y valores,
subrayando la compasión, el carisma, la integridad, el humor, la apertura, el compromiso y el
cuidado, características que pueden ser vistas como aspectos de la identidad personal, más que de
la identidad profesional, y de hecho los alumnos veían a sus instructores como ejemplos de como
la identidad personal puede estar ligada a la profesional.
Los hallazgos de este estudio, denotan que la oportunidad de observar a los docentes en el
rol práctico, tuvo un gran potencial para exponer a los alumnos a sus identidades deseadas,
aunque en ocasiones los estudiantes se quejaban de que estos roles que les mostraban se sentían
rígidos o poco auténticos. Al respecto, Markus y Nurius (1986) argumentan que identificar
a las identidades no deseadas es útil, para lograr evadirlas, y de esa manera las personas puedan
acercarse a sus
identidades preferidas.
Los modelos teóricos van desde el estructural, estratégico, MRI (centrado en problemas),
centrado en soluciones, Milán, narrativo y colaborativo. Y aunque estos modelos comparten
premisas básicas respecto al papel del terapeuta, cada uno de ellos marca una pauta en relación a
lo que se espera del terapeuta y a la postura con la que este se desenvuelve.
Por otro lado, si nos situamos en un modelo colaborativo, la postura del terapeuta ira
encaminada a tejer un dialogo horizontal en la medida de lo posible, guiado más que por alguna
estrategia, por la curiosidad, bajo la premisa de que el consultante es quien es el experto en su
vida, dando por sentado que aunque el terapeuta cuente con prejuicios o pre-entendimientos
sobre distintos temas, ellos tendrían que fomentar dicha curiosidad y no por el contrario
entorpecer las conversaciones terapéuticas [ CITATION Tar06 \l 2058 ].
Pasos [CITATION Pas09 \n \t \l 2058 ] propone reflexionar sobre como los profesores han
crecido y como han sido educados justo en el momento en que las teorías de la modernidad eran
vigentes, pues se hacía necesario evidenciar las certezas de un campo disciplinar, con ello un
profesional que demostrara criterios de cientificidad. De esta forma el rol profesional de la
persona adquiriría reconocimiento social, un estatus importante para llegar a ser. En el campo
ocupacional, el ideal del yo se asociaba entonces a adquirir las certezas de una disciplina, situación
que reafirmaría las concepciones de un desarrollo evolutivo donde se consolidaba la identidad de
un sujeto como única y personal, donde se gestaron identificaciones y diferenciaciones que hacen
viable la construcción de un sentimiento de identidad personal, propio y diferenciado. Ante esta
posibilidad, cabría preguntarnos ¿Cómo es que la forma en la que el docente o supervisor
conceptualiza la identidad incide en el proceso de construcción con el alumno? ¿Cómo llegan a
articularse o negociarse las expectativas tanto del profesor como del terapeuta en formación
respecto a la imagen profesional de éste?
Referencias
Anderson, A. (1997). Conversation, language and possibilities. A postmodern approach to therapy.
Nueva York: Basic books.
Capra, F. (1999). El punto crucial. Ciencia, sociedad y cultura naciente. Buenos Aires: Estaciones.
Ibarra, H. (1999). Provisional selves: Experimenting with image and identity in professional
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Marcus, H., & Nurius, P. (1986). Possible selves. American psychologist, 41(9), 954-969.
Markus , H., & Kitayama, S. (1991). Culture and the self: implications for cognition, emotion and
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Rondfeldt, M., & Grossman , P. (2008). Becoming a professional: experimenting with possible
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Thomas, L. (2002). Poststructuralism and therapy- what´s it all about? The international journal of
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