3ro - El Teatro
3ro - El Teatro
3ro - El Teatro
El nacimiento del teatro puede explicarse como una evolución de los rituales mágicos
relacionados con la caza y la recolección agrícola. Al introducirse la música y la danza, éstos
pasaron a convertirse en verdaderas ceremonias dramáticas en las que se rendía culto a los
dioses y se expresaban los principios religiosos de la comunidad.
Los bailes y las danzas prehistóricas son, entonces, la manifestación previa de la constitución
del teatro –en la Grecia antigua– como arte escénico. Por lo tanto, puede establecerse una
relación entre los ritos tribales ejecutados por los magos o chamanes y las danzas en honor de
Dionisos que se celebraban al pie de la Acrópolis de Atenas, en Grecia. En aquel entonces, el
espacio donde se desarrollaban las representaciones tenía una arquitectura muy particular, de allí
la importancia de conocer las características y particularidades del espacio donde se desarrollan
las representaciones.
Para conocer más sobre el teatro griego, consulten el artículo de Antonio Guzmán Guerra, Un
espectáculo para la democracia: El teatro en la Atenas Clásica, publicado en la Revista Historia
National Geographic, en mayo de 2007.
El texto dramático
Cuando un texto ha sido pensado para ser representado tiene un formato muy diferente. El
escritor de teatro, llamado dramaturgo, escribe las descripciones del ambiente o escenografía y
cómo deberán ser los personajes mediante un texto que coloca entre paréntesis en letra
bastardilla (una diferencia tipográfica que imita la letra cursiva). Este texto conforma “las
acotaciones de autor” o didascalias.
Luego, se presenta “el diálogo directo de los personajes” sin mediar ninguna narración. En un
texto dramático, parecen destacados en mayúsculas los nombres de los personajes e
inmediatamente después aparecen sus palabras.
Antes de convertirse en “un espectáculo múltiple”, en el que interviene la escenografía, las
luces, el vestuario, la música, la actuación y la danza, la obra escrita de teatro presenta
simultáneamente dos tipos de textos:
HOMBRE (intenta una sonrisa, que no obtiene la menor respuesta. Mira su reloj furtivamente.
Espera. El Peluquero arroja la revista sobre la mesa, se levanta como con furia contenida. Pero
en lugar de ocuparse de su cliente, se acerca a la ventana y dándole la espalda, mira hacia
afuera. Hombre, conciliador.) — Se nubló. (Espera. Una pausa) Hace calor, (Ninguna respuesta.
Se afloja el nudo de la corbata, levemente nervioso. El Peluquero se vuelve, lo mira, adusto. El
Hombre pierde seguridad.) No tanto... (Sin acercarse, estira el cuello hasta la ventana) Está
despejado. Mm... mejor. Me equivoqué. (El Peluquero lo mira, inescrutable,
inmóvil.) Quería..., (Una pausa. Se lleva la mano a la cabeza con un gesto desvaído.) Sí... sí o es
tarde... (El Peluquero lo mira sin contestar. Luego le da la espalda y mira otra vez por la ventana.
Hombre, ansioso.) ¿Se nubló?
PELUQUERO (parco). -Bastantes.
PELUQUERO. -Abierta.
HOMBRE (aliviado). — ¡Ah! ¿A usted le gustaría ser médico? Operar, curar. Lástima que la gente
se muere,
¿no? (Risueño) ¡Siempre se le muere la gente a los médicos! Tarde o temprano... (Ríe y termina
con un gesto.
Rostro muy oscuro del Peluquero. Hombre se asusta.) ¡No, a usted no se le moriría! Tendría
clientes, pacientes
de mucha edad, (mirada inescrutable) longevos. (Sigue la mirada) ¡Seríamos inmortales! Con
usted de médico, ¡seríamos inmortales!
PELUQUERO (bajo y triste). -Idioteces. (Se acerca al espejo, se mira. Se acerca y se aleja, como
si no se viera bien. Mira después al Hombre, como si este fuera culpable.)
HOMBRE. —No se ve. (Impulsivamente, toma el trapo con el que limpió el sillón y limpia el
espejo. El Peluquero le saca el trapo de las manos y le da otro más chico.) Gracias. (Limpia
empeñosamente el espejo. Lo escupe. Refriega. Contento.) Mírese. Estaba cagado de moscas,
HOMBRE —No, no. Empañado. Empañado por el aliento. (Rápido.) ¡Mío! (Limpia.) Son buenos
espejos, Los de ahora nos hacen caras de...
HOMBRE —Y a usted, ¿quién le corta el pelo? ¿Usted? Qué problema. Como el dentista. La idea
de un dentista abriéndole la boca a otro dentista, me causa gracia. (El Peluquero lo mira. Pierde
seguridad.) Abrir la boca y sacarse uno mismo una muela... No se puede... Aunque un peluquero
sí, con un espejo... (Mueve los dedos en tijera sobre su nuca.) A mí, qué quiere, meter la cabeza
en la trompa de los otros, me da asco. No es como el pelo, Mejor ser peluquero que dentista. Es
más... higiénico. Ahora la gente no tiene... piojos. Un poco de caspa, seborrea.(El Peluquero se
abre los mechones sobre el cráneo, mira como efectuando una comprobación, luego mira al
Hombre.) No, usted no, ¡Qué va! ¡Yo! (Rectifica.) Yo tampoco... Conmigo puede estar
tranquilo. (El Peluquero se sienta en el sillón. Señala los objetos para afeitar, Hombre mira los
utensilios y luego al Peluquero. Recibe la precisa insinuación. Retrocede.) Yo... yo no sé. Nunca...
HOMBRE —No, ¡porque no tiene tantas caras! (Ríe sin convicción.) Una vez que lo afeitó uno, los
otros ya... ¿qué van a encontrar? (El Peluquero señala los utensilios.) Bueno, si usted quiere, ¿por
qué no? Una vez, de chico, todos cruzaban un charco maloliente, verde y yo no quise. ¡Yo no!,
dije. ¡Que lo crucen los imbéciles!
HOMBRE -¿Yo? No... Me tiraron, porque (se encoge de hombros) les dio... bronca que yo no
quisiera… arriesgarme… (Se reanima) Así que… ¿por qué no? Cruzar el charco o... después de
todo, afeitar ¿eh? ¿Qué habilidad se necesita? ¡Hasta los imbéciles se afeitan! Ninguna habilidad
especial. ¡Hay cada animal que es pelu...! (Se interrumpe. El Peluquero lo mira, tétrico.) Pero no.
Hay que tener pulso, mano firme, mirada penetran... te para ver… los pelos… Los que se
enroscan me los saco con una pincita. (El Peluquero suspira profundamente.) ¡Voy, voy! No sea
impaciente. (Le enjabona la cara.) Así. Nunca vi a un tipo tan impaciente como usted. Es
reventante. (Se da cuenta de lo que ha dicho, rectifica.) No, usted es un reventante dinámico. Re-
ventante para los demás. A mí no... No me afecta. Yo lo comprendo. La acción es la sal de la vida
y la vida es acción y... (Le tiembla la mano, le mete la brocha enjabonada en la boca. Lentamente,
el Peluquero toma un extremo del paño y se limpia. Lo mira) Disculpe. (Le acerca la navaja a la
cara. inmoviliza el gesto, observa la navaja que es vieja y oxidada. Con un hilo de voz.) Está
mellada.
HOMBRE —Un poco... Claro, usted tiene más experiencia que yo... Le creo. (Mira con horror la
navaja, se la acerca a los ojos, la aleja.) ¿Siempre afeitó con esto? (El Peluquero asiente.) Les
debe romper la cara a los... (Mirada severa del Peluquero.) Si usted puede, ¡yo también! Nunca vi
una navaja así... tan...
HOMBRE — ¡Oh, sí! Colonia. (Destapa el frasco, lo huele.) ¡Qué fragancia! (Se atora con el olor
nauseabundo. Con asco viene un poco de colonia en sus manos y se las pasa al Peluquero por la
cara. Se sacude las manos para alejar el olor. Se acerca una mano a la nariz para comprobar si
desapareció el olor, la aparta rápidamente apunto de vomitar.)
HOMBRE —Mire, señor. Yo vine aquí a cortarme el pelo. ¡Yo vine a cortarme el pelo! Jamás
afronté una situación así... tan extraordinaria. Insólita… pero si usted quiere... yo... (toma la tijera,
la mira con repugnancia),... soy hombre decidido... a todo. ¡A todo!... porque... mi mamá me
enseñó que... y la vida...
PELUQUERO -Pelo.
HOMBRE (tierno y persuasivo) -Por favor, con el pelo no, mejor no meterse con el pelo... ¿Para
qué? Le queda lindo largo... moderno. Se usa...
PELUQUERO (lúgubre e inexorable). -Pelo.
HOMBRE — ¿A sí? ¿Conque pelo? ¡Vamos pues! ¡Usted es duro de mollera!, ¿eh?, pero yo, ¡soy
más duro! (Se señala la cabeza.) Una piedra tengo acá. (Ríe como un condenado a muerte.)¡No
es fácil convencerme! ¡No, señor! Los que lo intentaron no le cuento. ¡No hace falta! y cuando algo
me gusta, nadie me aparta de mi camino, ¡nadie! Y le aseguro que... No hay nada que me divierta
más que... ¡cortar el pelo! ¡Me!... me enloquece (Con animación, bruscamente.)¡Tengo una
ampolla en la mano! ¡No puedo cortárselo! (Deja la tijera, contento.) Me duele.
PELUQUERO –Pe-lo.
PELUQUERO –Cante.
HOMBRE —Usted manda. ¡El cliente siempre manda! Aunque el cliente… soy... (mirada del
Peluquero) es usted… (Corta espantosamente. Quiere arreglar el asunto, pero lo empeora, cada
vez más nervioso.) Si no canto, me concentro... mejor. (Con los dientes apretados.) Sólo pienso
en esto, en cortar, (corta) y... (Con odio.) ¡Ataja ésta! (Corta un gran mechón. Se asusta de lo que
ha hecho. Se separa unos pasos, el mechón en la mano. Luego se lo quiere pegar en la cabeza al
Peluquero. Moja el mechón con saliva. Insiste. No puede. Sonríe, falsamente risueño.)No, no, no.
No se asuste. Corté un mechoncito largo, pero... ¡no se arruinó nada! El pelo es mi especialidad.
Rebajo y emparejo. (Subrepticiamente, deja caer el mechón, lo aleja con el pie. Corta.) ¡Muy
bien! (Como el Peluquero se mira en el espejo.) ¡La cabecita para abajo! (Quiere bajarle la
cabeza, el Peluquero la levanta.) ¿No quiere? (insiste.) Vaya, vaya, es caprichoso... El espejo está
empañado, ¿eh?, (trata de empañarlo con el aliento.) No crea que muestra la verdad. (Mira al
Peluquero, se le petrífica el aire risueño, pero insiste.) Cuando las chicas lo vean... dirán, ¿quién
le cortó el pelo a este señor? (Corta apenas, por encima. Sin convicción.)Un peluquero...
francés… (Desolado.) Y no. Fui yo...
HOMBRE —Puedo seguir. (El Peluquero sigue mirando.) ¡Deme otra oportunidad! ¡No terminé! Lo
rebajo un poco acá, y las patillas, ¡me faltan las patillas! Y el bigote. No tiene, ¿por qué no se deja
el bigote? Yo también me dejo el bigote, y así ¡como hermanos! (Ríe angustiosamente. El
Peluquero se achata el pelo sobre las sienes. Hombre, se reanima.) Sí, sí, aplastadito le queda
bien, ni pintado. Me gusta. (El Peluquero se levanta del sillón. Hombre retrocede.) Fue... una
experiencia interesante. ¿Cuánto le debo? No, usted me debería a mí, ¿no? Digo, normalmente.
Tampoco es una situación anormal. Es... divertida. Eso: divertida. (Desorbitado.) ¡Ja-ja-ja!
(Humilde.) No, tan divertida no es. Le... ¿le gusta como... (El Peluquero lo mira, inescrutable.)...le
corté? Por ser... novato... (El Peluquero se estira las mechas de la nuca.) Podríamos ser socios...
¡No, no! ¡No me quiero meter en sus negocios! ¡Yo sé que tiene muchos clientes, no se los quiero
robar! ¡Son todos suyos! ¡Le pertenecen! ¡Todo pelito que anda por ahí es suyo! No piense mal.
Podría trabajar gratis. ¡Yo! ¡Por favor! (Casi llorando.) ¡Yo le dije que no sabía! ¡Usted me arrastró!
¡No puedo negarme cuando me piden las cosas... bondadosamente! ¿Y qué importa? ¡No le corté
un brazo! Sin un brazo, hubiera podido quejarse. ¡Sin una pierna! ¡Pero fijarse en el pelo! ¡Qué
idiota! ¡No! ¡Idiota, no! ¡El pelo crece! En una semana, usted, ¡puf!, ¡hasta el suelo! (El Peluquero
le señala el sillón. El Hombre recibe el ofrecimiento incrédulo, se le iluminan los ojos.) ¿Me toca a
mí? (Mira hacía atrás buscando a alguien.) ¿Se dirige a mí? (El Peluquero asiente lentamente con
la cabeza.) ¡Bueno, bueno! ¡Por fin nos entendimos! ¡Hay que tener paciencia y todo llega! (Se
sienta, ordena, feliz.) ¡Barba y pelo! (El Peluquero le anuda el paño bajo el cuello. Hace girar el
sillón. Toma la navaja, sonríe. El Hombre levanta la cabeza.)Córteme bien. Parejito.
El Peluquero le hunde la navaja. Un gran alarido. Gira nuevamente el sillón. El paño blanco está
empapado de sangre que escurre hacia el piso. Toma el paño chico y seca delicadamente.
Suspira larga, bondadosamente cansado. Renuncia. Toma la revista y se sienta. Se lleva la mano
a la cabeza, tira y es una peluca la que se saca. La arroja sobre la cabeza del Hombre. Abre la
revista, comienza a silbar dulcemente.
Griselda Gámbaro, en Tomo III, Buenos Aires, Ediciones DeLa Flor, 1989.
Actividades:
1- ¿Cómo podemos reconocer que la obra Decir sí fue escrita para ser representada?
2- ¿Cuál es la situación que se presenta en esta obra de Griselda Gambaro? ¿Qué problema se
desencadena? ¿Qué cosas extrañas suceden? ¿Por qué el final resignifica toda la obra?
3- Describan a los personajes. ¿Se comportan de igual manera a lo largo de toda la obra? ¿Qué
cambios se producen y por qué?