Tony Anatrella. Rasgos de Los Jovenes
Tony Anatrella. Rasgos de Los Jovenes
Tony Anatrella. Rasgos de Los Jovenes
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Introducción
Se me ha pedido trazar el perfil de los jóvenes de hoy desde un punto de vista sociológico
y psicológico, subrayando cómo los jóvenes pueden ser influidos por movimientos
ideológicos y cómo se ponen en contacto con la Iglesia. Esta es una tarea vasta y
ambiciosa que intentaré respetar respondiendo de manera sintética.
Los jóvenes manifiestan una variada fragilidad aunque permanezcan abiertos, disponibles
y generosos. Ya no pesan sobre ellos ideologías como en las generaciones precedentes.
Aspiran a relaciones auténticas y están en búsqueda de la verdad, pero al no encontrarlas
en la realidad, esperan encontrarlas en su propio interior. Tal actitud los predispone a
replegarse dentro de sus propias sensaciones y del individualismo, poniendo a su
disposición el vínculo social y el sentido del interés general. Aunque el contexto social no
les ayuda a desarrollar una verdadera y propia dimensión espiritual, están dispuestos a
comprometerse con algunas causas más grandes que las suyas.
1. ¿Quiénes son?
Los jóvenes que aquí nos interesan son aquéllos entre los 18 y 30 años, es decir, se
encuentran en la edad post-adolescente y quieren hacerse psicológicamente autónomos
buscando al mismo tiempo afirmar el propio yo. Para ser más precisos, cada uno de ellos
necesita poder ser él mismo y renunciar a la educación recibida y a las presiones sociales.
Los jóvenes en cuestión pueden estar bastante insertos en el campo del estudio o en una
actividad profesional, mientras algunos pueden encontrarse en situaciones profesionales o
personales bastante precarias: desocupación, inestabilidad psicológica, comportamientos
disgregados y numerosos problemas de la vida. A menudo expresan el deseo de tener fe
en sí mismos, quieren liberarse de las dudas respecto a la existencia y de los miedos
ligados a la idea de un compromiso afectivo. A veces piden ayuda a sus padres, a pesar
de experimentar una cierta incomodidad en el trato con ellos. La mayor parte de ellos
sigue viviendo con sus padres[1], mientras otros, a pesar de vivir solos, aún son
dependientes. A menudo tienen necesidad de ser apoyados cuando se encuentran
confrontados con la realidad, para poderse aceptar, para aceptar la vida y comenzar a
actuar[2] en la realidad.
Igualmente están en búsqueda de las razones para la vida sobre las que construir la
existencia: la mayoría está lejos de preocupaciones religiosas y a menudo reconoce no
haber sido sensibilizada ni educada en este campo. Aún les impresiona a estos jóvenes el
fenómeno sectario, el terrorismo y la guerra, que les da una visión inquietante y
conflictiva de la religión, en particular el Islam. La religión los atrae y al mismo tiempo
los inquieta, sobre todo cuando es presentada como fuente de conflictos en el mundo,
cosa que es un error de interpretación, porque los conflictos en cuestión son de origen
político y económico. Debemos aprender siempre a vivir los unos con los otros. Por
último, su conocimiento de la fe cristiana y de la Iglesia queda ligada a un cliché y a la
reconstrucción intelectual que circulan en las representaciones sociales, en la ciencia
ficción de la televisión y del cine.
En una sociedad que, por diversas razones, cultiva la duda y el cinismo, el miedo y la
impotencia, la inmadurez y el infantilismo, los jóvenes tienden a asirse a modalidades de
gratificaciones primarias y tienen dificultad en madurar, entendiendo por madurez la
personalidad que ha completado la organización de las funciones basilares de la vida
psíquica y que por lo tanto es capaz de diferenciar la propia vida interior del mundo
externo. Muchos jóvenes, que aún permanecen en una psicología de fusión, tienen
dificultad en realizar esta diferenciación; aquello que sienten e imaginan, a menudo es
sustituido por los hechos y la realidad del mundo externo. Este fenómeno es ampliado y
alimentado por la psicología mediática, que inerva hoy los ánimos y el universo virtual,
creado por videojuegos y el Internet. Todo esto los predispone a vivir en lo imaginario y
en un mundo virtual, sin contacto con la realidad la que no han aprendido a conocer y que
los delude y deprime. Tienen un acercamiento lúdico a la vida, con la necesidad de ir de
juerga, sobre todo los fines de semana, sin saber bien por qué; pero de este modo buscan
ambientes totalizantes y sensaciones que les dan la impresión de que existen. Queda aún
por verificar si estas experiencias crean o no relaciones verdaderas y contribuyen al
enriquecimiento afectivo e intelectual de su personalidad. Finalmente, son ambivalentes
porque quieren encontrar el modo tanto de entrar en la realidad como de huir de ella.
Los jóvenes de hoy son como las generaciones precedentes: capaces de ser generosos,
solidarios y comprometidos con causas que los movilizan, pero tienen menos referencias
sociales y sentido de pertenencia que sus predecesores. Son individualistas, quieren hacer
su propia elección sin tener en cuenta el conjunto de los valores, de las ideas o de las
leyes comunes. Toman sus puntos de referencia de donde sea para después
experimentarlos en su modo de vivir. Tienden con facilidad al igualitarismo y a la
tolerancia, embebidos de la moda y de los mensajes impuestos por los modos mediáticos,
que de hecho les sirve de norma en la cual se basan. Corren el peligro de caer en el
conformismo de las modas, como las esponjas que se dejan impregnar, en vez de
construir su libertad partiendo de las razones para vivir y amar, hecho que explica su
fragilidad afectiva y la duda sobre ellos mismos en la que se debaten.
Su vida afectiva está marcada por muchas dudas, comenzando por aquéllas sobre la
identidad, el sexo, la familia. A veces experimentan una gran confusión respecto a los
sentimientos y no saben distinguir entre una atracción a nivel de amistad y una tendencia
homosexual. La coeducación, en la que han vivido desde la infancia, puede complicar en
el momento de la post-adolescencia la relación entre hombre y mujer. Por último, el
considerable aumento de los divorcios no favorece la fe en el otro ni en el futuro.
Cuando encuentran adultos que de verdad lo son, que están en el puesto correcto y que
son en grado de transmitirles los valores de la vida, tal como lo sabe hacer el Papa Juan
Pablo II, escuchan lo que se les transmite sobre la experiencia cristiana, a la espera de
poder a su vez inspirarse en ella.
Nos encontramos en una atmósfera verdaderamente paradójica que afecta casi todas las
áreas culturales: por un lado se les quiere hacer autónomos a los niños cuanto antes, ya
desde la cuna y la guardería, y por el otro lado se ven adolescentes, y sobre todo post-
adolescentes, que se esfuerzan por llevar a cabo las operaciones psíquicas de la
separación, aunque desean hacerlo con palabras. Para liberarse de esta dificultad, buscan
apoyos psicológicos, sociales y espirituales en los cuales apoyarse.
Los adultos que han hecho de todo para que no les faltase nada, inducen a los jóvenes a
que crean que tienen que satisfacer cada uno de sus deseos, confundiéndolos con la
necesidad; los deseos, en cambio, no son destinados para ser realizados, pues son
únicamente fuente de inspiración. Al no haber hecho la experiencia de la falta, de la cual
se elaboran los deseos, los jóvenes son indecisos e inciertos y por ello les cuesta
diferenciarse y destacarse de los objetos primarios para vivir la propia vida. Crecer
implica separarse psicológicamente, abandonar la infancia y la adolescencia; pero para
muchos tal separación es difícil porque los espacios psíquicos entre padres e hijos se
confunden.
"Me clasifican de adulto, pero no me reconozco como tal, y el mundo de los adultos no
me interesa. Tengo dificultad en hacer mía esta dimensión. Para mí, los adultos son mis
padres. Estoy en contradicción conmigo mismo: interiormente me veo como un niño o un
adolescente, con angustias terribles, pero hacia afuera ya soy un adulto y en el trabajo me
consideran como tal. En la sociedad nada nos ayuda a hacernos adultos."
En efecto, hoy hay jóvenes metidos en procesos de maduración que requieren mucho
tiempo y se caracterizan por una condición de moratoria, es decir, por una suspensión de
los plazos y de las obligaciones ligadas al paso hacia la vida adulta. Aquéllos, a los que
no les interesa particularmente hacerse adultos[4], no viven su juventud como una fase
propedéutica para el ingreso de la vida adulta, sino como un tiempo que tiene validez en
sí. En el pasado, en cambio, el período de la juventud se vivía en función de la vida
sucesiva y de una existencia autónoma: la juventud era, por lo tanto, una etapa
preparatoria. En nuestros días, una juventud así prolongada provoca una cierta
indeterminación en la elección del tipo de vida. Algunos prefieren postergar los plazos
definitivos y atrasar así el ingreso en la vida adulta o la asunción de compromisos
definitivos. Al no preguntarse sobre sus problemas de autonomía, no se sienten obligados
a hacer elecciones fundamentales. Por otro lado, en diversos sectores de la vida se nota
una fuerte tendencia a la experimentación: así los jóvenes pueden dejar la familia, pero
vuelven a ella después de un fracaso o una dificultad. La diferencia principal respecto a la
mayor parte de las generaciones precedentes (que hacían una elección precisa con una
prioridad precisa) consiste en la propensión de vivir contemporáneamente diversos
aspectos de la vida, aspectos a veces contradictorios, sin jerarquizar las propias
necesidades y valores. Algunos jóvenes son hoy muy dependientes de la necesidad de
hacer experiencias porque, por la falta de transmisión de valores, piensan que no se sabe
nada de esta vida y que todo aún se debe descubrir e "inventar". Por eso, a menudo
presentan una identidad vaga y flexible frente a la multiplicidad de las solicitudes
contemporáneas, sean éstas regresivas o, por el contrario, enriquecedoras.
¡Una de las mayores paradojas de nuestra sociedad occidental consiste en hacer crecer a
los niños demasiado rápido, animándolos al mismo tiempo a permanecer adolescentes el
mayor tiempo posible![5]
Se incita a los niños a tener comportamientos de adolescentes cuando aún no tienen las
competencias psicológicas para asumirlos. De ese modo, desarrollan una precocidad que
no es fuente de madurez, saltándose las tareas psicológicas propias de la infancia, lo que
les puede perjudicar en su futura autonomía, como lo demuestra la multiplicación de los
estados depresivos de muchos jóvenes.
3. - 1 La fe en sí mismo
La catequesis puede ayudar a los jóvenes a aprender y a amar la vida, a imagen de Cristo,
que se ha encarnado en el mundo revelándonos que somos llamados por Dios a la vida y
al amor.
El aprendizaje del sentido del compromiso inicia con el desarrollo de una solidaridad y de
proyectos en el ámbito de la comunidad cristiana al servicio de los demás. Tal
aprendizaje del compromiso, entendido como entrada en la historia, puede ser estimulado
por el descubrimiento y la reflexión en torno a la historia de la salvación en Jesucristo.
A muchos jóvenes les cuesta llenar su vida psicológica y espacio interior. Incluso se
pueden sentir incómodos al probar dentro de sí diversas sensaciones que no saben
identificar o, por el contrario, al buscarlas fuera de las relaciones y de las actividades
humanas.
Nos encontramos cada vez más ante personalidades impulsivas, muy ocupadas en hacer
cosas, pero que difícilmente saben, en el mejor de los casos, cómo se debe tomar la
acción y relacionarla con la reflexión. Puesto que no disponen de recursos internos y
culturales, ni saben hacer funcionar la mente, se lamentan a menudo de la falta de
concentración y de la dificultad de un trabajo intelectual continuo a largo plazo,
demostrando así la pobreza de su interioridad y de los cambios inter-psíquicos; la
reflexión los preocupa. Tienen la necesidad de educar la propia voluntad que amenaza
con ser inconstante y frágil.
Ponerlos frente a interrogativos o ante algunos problemas que deben afrontar les
desespera, como es el uso de la droga con la que quieren animarse, controlarse u obtener
los mejor de sí mismos. Prefieren refugiarse en la acción y utilizan en modo repetitivo el
pasar al acto, no para obtener un placer, sino para descargar la tensión interior, para partir
de cero, para no experimentar más tensiones dentro de sí. De este modo no sólo descartan
lo que sucede dentro de ellos, sino también su propia actividad interna.
Tienen un modo de pensar narcisista, en el que cada uno debe bastar se a sí mismo y debe
reconducir todo a uno mismo, según la moda actual del "todo psicológico", la cual quiere
hacer creer que es posible hacerse a uno mismo, inspirándose más en las propias
emociones y sensaciones que en los principios de la razón, en una palabra inteligible
como la de la fe cristiana y de los valores de la vida. La mínima dificultad existencial es
etiquetada con términos psicopatológicos que debería ser tratada con la psicoterapia: es
un error de la perspectiva que se infiltra en el acompañamiento psico-espiritual o en los
ritos de curación. De hecho es aberrante querer afrontar los dos discursos, el psicológico
y el religioso, desde el ángulo de la psicoterapia. También el tema de la "resiliencia"[8] es
la nueva ilusión de las personalidades narcisistas. Por otro lado se trata de una noción
confusa que busca tener en cuenta el hecho de que algunos individuos se las arreglan
mejor que otros, mientras que el cristianismo, desde hace mucho tiempo, ha demostrado
que la persona no se reduce a su propio determinismo. En un mundo privo de recursos
morales y religiosos, la "resiliencia" será pronto superada, porque, para propagarse
necesita un dinamismo interior que no se puede constituir y nutrir si no es mediante el
aporte del mundo externo. El sujeto no puede organizar su propia vida interior en un cara
a cara consigo mismo, sino sólo en la interacción con una dimensión objetiva.
Así la catequesis y la educación religiosa corren el riesgo de adoptar el subjetivismo
imperante, sobre todo ahora que se afirma que no hay una "revelación objetiva" de la
palabra de Dios, sino que ésta puede manifestarse sólo en la fe vivida subjetivamente. En
este contexto, Jesús no es otro que uno de tantos "profetas" o "sabios", completamente
apartado de su papel de mediador entre el Padre y los hombres, en cuanto Hijo de Dios.
Influidos por una visión imanente y subjetiva de Dios, tan vecina a la de una divinidad
pagana, los jóvenes se comprometen en las catequesis escolares y universitarias, en el
diálogo interreligioso (confundido con una especie de ecumenismo) sin estar
estructuradas en la fe cristiana; mezclan las ideas de las diferentes confesiones, como si
se tratase de la misma representación de Dios. Al no haber interiorizado la inteligencia de
la fe en el Dios trino, construyen un discurso religioso sobre el modelo de los
mecanismos de la relación de fusión, entregándose a la tolerancia, a la confusión de los
espacios, al igualitarismo para no diferenciarse, y también a un modo de expresarse de
manera sensorial. Pero las diferentes ideas sobre la representación de Dios, según las
diversas confesiones religiosas, no dan el mismo sentido del hombre, de la vida social y
de la fe.
Finalmente, son bastante influidos por el exhibicionismo sexual que se ensaña por medio
de la pornografía y la banalización de una sexualidad impulsiva y anti-relacional.
Estudios recientes han mostrado que el 75% de las películas que se ven en la televisión
por cable son pornográficas, con escenas cada vez más violentas y agresivas, porcentaje
que aumenta hasta un 92% entre los clientes de los hoteles. La proliferación de imágenes
sexuales demuestra que vivimos en una sociedad erótica, que permanentemente excita a
los individuos desde el punto de vista sexual, condicionando fuertemente la elaboración
de la sexualidad juvenil. Muchos jóvenes, de hecho, visitan las páginas web
pornográficas, y algunos de ellos, así alimentados, se encierran en una sexualidad
imaginaria y violenta, en la que domina una masturbación vivida como fracaso de llegar
al otro y que por lo tanto puede complicar la elaboración del impulso sexual. La
masturbación, si dura en el tiempo, es siempre síntoma de un problema afectivo y de una
falta de madurez sexual: la posterior vida de pareja, en su expresión sexual, puede
resentirse de esta dependencia de una sexualidad narcisista.
La mayor parte de los jóvenes aún es sensible a un discurso que revele el sentido del
amor humano, de pareja y de la familia, hecho que manifiesta la necesidad de aprender a
amar y de ser creadores de relaciones y de vida.
Los jóvenes están acostumbrados a una forma de coeducación de ambos sexos que no
contribuye, como se había esperado, al desarrollo de una relación igualitaria y de mejor
cualidad entre el hombre y la mujer, por el contrario, ha favorecido la confusión de la
identidad sexual y de la vacilación en las relaciones. Recojamos aquí los frutos
ideológicos del feminismo que confunde la igualdad de sexos, que no existe, con la de las
personas. El feminismo norteamericano y conductual ha empujado al odio hacia el
hombre y al rechazo de la procreación, animando al puritanismo y a nuevas inhibiciones,
interpretando el mínimo gesto, palabra o mirada como un intento de agresión, de acoso
sexual o incluso de estupro. Además de estas aberraciones, que se incluyen cada vez más
en las leyes europeas, se ha presentado la procreación como una limitación para la mujer
y como una dimensión que no debe entrar en la definición de la femineidad. La
coeducación ha sido condicionada por este feminismo, que no ha preparado a los jóvenes
para que aprendieran a vivir una relación de pareja formada por un hombre y una mujer,
y por ello es una coeducación que oscila entre la unisexualidad (confusión sexual) y el
alejamiento de los individuos (celibato y aislamiento).
Así algunos han podido vivir durante la adolescencia uniones sentimentales y relaciones
de pareja provisionales, o incluso experiencias sexuales. Su despertar afectivo-sexual
comienza por lo tanto por medio de elecciones sentimentales, pero que por lo general no
perdurarán o que se mantendrán como relaciones fraternales sin expresión sexual.
Después, en el momento de la post-adolescencia, cuando podrían comprometerse en una
relación afectivo-sexual, sucede todo lo contrario. De hecho a menudo experimentan la
necesidad de encontrarse entre "solteros" y con compañeros sociales del mismo sexo para
compartir juntos diversas actividades y momentos de diversión. Después de haber hecho
la experiencia de uniones sentimentales sin llegar a un compromiso y finalizados a
manera de Edipo, en la post-adolescencia quieren vivir su vida afectiva a nivel social y de
mantener las distancias en relación al sexo opuesto, cosa que no han podido hacer durante
la adolescencia.
Algunos jóvenes adultos, pero también los menos jóvenes, están descubriendo la
necesaria separación de los sexos. Por ejemplo, hay mujeres que tienen la necesidad de
estar entre ellas para discutir sus cosas, salir o compartir actividades sólo "entre mujeres",
sin sus compañeros. Los hombres a su vez hacen exactamente lo mismo, frecuentando
lugares y manteniendo actividades sólo para ellos. Volvemos a encontrar este fenómeno
en la nueva situación de co-inquilinos en la que los jóvenes entre 25 y 35 años, con una
actividad profesional, alquilan juntos un apartamento que comparten con jóvenes del
mismo sexo, pero raramente con jóvenes de ambos sexos.
4. - 3 El miedo a comprometerse
Es típico que la pareja formada por jóvenes sea incierta y temporal, cuando está fundada
únicamente en la necesidad de ser protegidos y estar cobijados, y también en la
inestabilidad de los sentimientos, sin que éstos estén integrados en un proyecto de vida y
en el sentido del amor.
La mentalidad reinante, a su vez, tampoco simplifica la tarea de los jóvenes, porque
presenta la separación y el divorcio como norma para tratar los problemas afectivos y
relacionales en el ámbito de la pareja. En Francia, la ley del 1974 sobre el divorcio
consensual no ha hecho más que extender y normalizar el divorcio, que sigue siendo un
flagelo social. Una sociedad que pierde el sentido del compromiso y la elaboración de los
conflictos y de las fases del desarrollo es una sociedad priva del sentido del futuro y de la
continuidad. El divorcio se ha convertido en una de las causas de la inseguridad afectiva
de los individuos que repercute en los vínculos sociales y en la visión del sentido del
compromiso en todos los campos de la vida, visión esta que se transmite a los jóvenes.
Queriendo facilitar cada vez más el divorcio, el poder público pierde el tiempo con el
síntoma, sin ver las causas sobre las que habría que actuar, y mucho menos las
consecuencias de las leyes que están minando la cohesión social.
Los sondeos aún demuestran que la mayoría de los jóvenes quiere casarse y fundar una
familia, aunque los jóvenes no siempre sepan cómo se constituye una relación en el
tiempo. Quisieran estabilizar la relación ya desde el inicio y resolver todos los problemas
respecto al presente y al futuro. Sin duda los jóvenes tienen la necesidad de aprender a
hacer la experiencia de la fidelidad en la vida cotidiana: es un valor que recoge el
consenso unánime de los jóvenes, pero que no es valorizado por los medios
contemporáneos. En el mensaje de la sociedad predominan el miedo al matrimonio y a
tener hijos, hecho que no ayuda a tener fe en sí mismo y aún menos en la vida, que según
ellos debería limitarse y agotarse con su historia personal.
De hecho, tanto la sociedad como sus leyes (ver en Francia el "pacs", pacto civil de
solidaridad, que da un estatuto jurídico a una relación antinómica y a menudo
provisional) no favorecen el sentido de la duración y del compromiso, mientras cultivan
la precariedad afectiva y la fragilidad del vínculo social en vez de privilegiar el
matrimonio. Sin embargo muchos jóvenes sienten la necesidad de saber perseverar frente
a una concepción de tiempo breve y dividido.
4. - 4 La bisexualidad psíquica
Por otro lado se nota que la actividad política pierde crédito ante los ojos de las jóvenes
generaciones cuando ya no es capaz de perseguir el interés general. La valorización del
matrimonio, la familia compuesta de un hombre y una mujer con sus hijos, la escuela y la
educación, la formación al sentido de la ley civil y moral, la inserción social y profesional
de las nuevas generaciones, la calidad del ambiente, el sentido de la justicia y la paz, son
algunos de los proyectos que hay que sostener para despertar el interés de los jóvenes en
la vida política. Examinemos ahora la influencia que algunas tendencias ideológicas
ejercen sobre los jóvenes.
Como ya hemos dicho, nuestra sociedad está actualmente influenciada por la confusión
sexual. La teoría del gender deja entender que la diferencia sexual, o sea el hecho de ser
un hombre o una mujer, es de una importancia secundaria a la hora de fundar el vínculo
social y las relaciones afectivas que se contraen en le matrimonio y que contribuyen a
crear una familia. Según esta teoría se debería, por el contrario, privilegiar y reconocer el
género sexual, que ya no depende del género masculino o femenino, sino aquél que cada
uno se construye subjetivamente y que se orienta hacia la heterosexualidad, la
homosexualidad, la transexualidad. Así se podrá hablar de pareja y de familia
heterosexual u homosexual, dicho de otra manera, la diferencia sexual se sustituiría por la
diferencia de la sexualidad.
La teoría del gender está ampliamente difundida por la Comisión de las Poblaciones de la
ONU y del Parlamento europeo para obligar a los países a que modifiquen su legislación
para que reconozcan, por ejemplo, la unión homosexual o la
"homogenitorialidad" mediante la adopción. Esta nueva ideología representa una
verdadera manipulación semántica porque aplica la noción de pareja y de ser padres a la
homosexualidad, mientras que la pareja implica la asimetría sexual y se basa sólo en la
relación entre un hombre y una mujer. Además la homosexualidad no puede estar en el
origen del matrimonio y del ser padres y carece de cualquier valor social. En cuanto a la
problemática individual, aquélla no puede ser una norma social reconocida como valor a
partir de la cual se eduque a los hijos.
La educación tiene que tener como meta la renovación de una civilización fundada en la
pareja formada por un hombre y una mujer. No en vano la Biblia comienza con la
existencia de una pareja cuya relación es a imagen de la relación de Dios con la
humanidad. Tenemos que abrirnos a una cultura de la alianza para no caer en el torbellino
de una lucha de poderes entre los sexos.
La mayor parte de los jóvenes es esclavo de las normas de la sociedad del mercado; la
publicidad exige ampliamente la satisfacción de los deseos inmediatos. La organización
política de la sociedad reposa en la mentalidad mercantilista, que transforma a los
ciudadanos en consumidores. Las reglas económicas reemplazan las reglas morales,
dictan leyes e imponen su sistema de referencia y de valoración en todos los campos de la
existencia con el consenso del poder político: la educación, la enseñanza, la salud, el
trabajo, la vejez son regulados según las normas económicas en detrimento de los valores
de la vida. Al centro de este mecanismo no están la persona y el bien común, sino el costo
y el beneficio. La dictadura del dinero y de la economía construye, a través de la
publicidad, una visión de la existencia en la que aquello que no rinde no debe existir, lo
que contribuye a alterar el sentido de la persona humana, del vínculo social y del bien
común.
El cristianismo está al inicio de la noción que distingue el poder religioso del poder
temporal. En el curso de la Historia, aunque hayan existido momentos de confusión, el
poder político a menudo a querido dictar leyes a la Iglesia, interviniendo, por ejemplo, en
las decisiones de los concilios. No es tanto el poder religioso el que ha querido extender
la propia influencia sobre el poder temporal, aunque en alguna sociedad la Iglesia a veces
ha tenido que organizar la vida de la sociedad antes de devolverle el poder a aquel que
debía ejercerlo; pero es el poder político el que a menudo se ha mostrado celoso del poder
religioso, vigilándolo, encuadrándolo, poniéndolo en duda e incluso neutralizándolo.
El rechazo de reconocer la herencia religiosa y cristiana como una de las bases del
desarrollo de la civilización en Europa y en el mundo occidental, como también en otras
zonas culturales, es el testimonio de esta laicización rampante. La laicización así
concebida no respeta la dimensión religiosa de la existencia humana. Los que sostienen
este orden de cosas son los primeros en reconocer la libertad de la fe, que según ellos
depende únicamente de la vida privada, pero que rechazan aceptar la realidad religiosa y
el derecho a la religión, que implica una dimensión social e institucional, mientras que es
importante que el poder religioso, en cuanto a institución, pueda estar representado en el
concierto europeo y de las naciones al servicio del bien común y de los intereses
superiores de la conciencia humana. Dios no puede estar ausente del campo social.
Las jóvenes generaciones necesitan ser educadas hacia una dimensión social e
institucional de la religión cristiana; lo que no necesitan es experimentar la Iglesia como
un grupo puramente intimista e individual.
La mayor parte de las encuestas sobre los jóvenes y la religión confirma cuanto ya
sabemos. Los jóvenes son los hijos de aquellos que fueron adolescentes entre 1960 y
1970 y que en su tiempo habían hecho la elección de no transmitir siempre aquello que
ellos mismos habían recibido en su educación. Por lo tanto, han dejado que sus hijos se
las arreglaran por sí mismos en el ámbito moral y espiritual, sin tener otra preocupación
en la educación que cuidar de su realización afectiva. Así en muchos casos han carecido
de referencias espirituales, quedándose desamparados. Los querían ver felices, pero sin
enseñarles las reglas de la urbanidad, de cómo se emplean las riquezas de un pueblo y de
la fe cristiana, que ha sido la fuente de muchas civilizaciones. Hay que reconocerlo, el
sentido de la persona humana, el sentido de la propia conciencia, el sentido de la libertad,
el sentido de la fraternidad, el sentido del igualitarismo, todo esto se lo debemos al
mensaje de Cristo transmitido por la Iglesia. Se han banalizado estos valores
separándolos de su fuente, con el riesgo de ya no poderlos transmitir, una vez que se
desconoce su origen. Por este planteamiento mental anti-educativo, los hijos no han sido
bautizados ni catequizados. Necesitaban hacer tabula rasa del pasado para liberarse de la
tradición, actitud que ha producido ignorantes culturales, privados de una formación y
cultura religiosa. Son incapaces de entender períodos enteros de la Historia de nuestra
civilización, como también del arte, de la literatura, de la música. No son alérgicos a los
dogmas, o sea a las verdades de la fe cristiana, y menos a la Iglesia; ¡la cosa es que no
saben nada de ella! Por ello, en las encuestas más serias, sus respuestas revelan
ignorancia, indiferencia y falta de educación religiosa. Están condicionados por todos los
clichés y por todos los conformismos que circulan sobre la fe cristiana. En pocas
palabras, están lejos de la Iglesia, porque al no haber sido educados en ella no se han
integrado en la tradición religiosa.
Hay que reconocer que muchos jóvenes son bastante ajenos a cualquier dimensión
religiosa, la cual, a pesar de todo, no quiere otra cosa que surgir. ¿Cómo podría ser de
otro modo en un mundo que elimina lo religioso? Lo confunden con lo parapsicológico,
lo irracional y la magia. Son atraídos por los fenómenos del "más allá de la realidad" que
provocan una resonancia emotiva y suscitan sentimientos capaces de hacerles creer en la
existencia de un ser del más allá. Pero en este caso sólo se encuentran a sí mismos, sus
sensaciones y su imaginación. La espiritualidad que está ahora de moda es aquélla
carente de palabras, de reflexiones y de contenido intelectual, o sea, aquélla consistente
en muchas corrientes de filosofía y de sabiduría sin Dios que, venidas del Oriente y de
Asia; éstas son en sí interesantes, pero no son religiones, a pesar de ser valorizadas y
deformadas actualmente, aún sin representar un movimiento de masas. Según esta
mentalidad hay que ser "cool", "zen" y tranquilos, o sea, no hay que probar nada, sino
hay que vivir en una inercia moderada. Toda desviación es posible porque no hay ningún
control institucional o intelectual.
Todo, y lo contrario de todo, puede ser puesto en lugar de Dios, actitud totalmente
opuesta al cristianismo que es la religión de la Encarnación del Hijo de Dios y que
transmite un mensaje de verdad y de amor con el que se puede construir la vida y luchar
contra todo lo que la arruina y la destruye. Los jóvenes cristianos advierten que la
presencia de Dios y su mensaje llevan consigo una esperanza inmensa que les abre los
caminos de la vida. Pero cuando el sentimiento religioso, inherente a la psicología
humana, no ha sido educado y enriquecido con un mensaje auténtico, permanece
primitivo y prisionero de una mentalidad supersticiosa y mágica. La falta de educación
religiosa anima a las sectas y a los falsos profetas a que se autoproclamen como tales para
hablar en nombre de una divinidad hecha a su imagen. El hombre necesita ser introducido
en una dimensión diferente a la suya, dimensión que el Creador ha inscrito en el corazón
de cada ser humano. Así es vinculado por Dios a los demás, a la Historia, y, sobre todo, a
un proyecto de vida que lo revela a sí mismo, lo humaniza y lo enriquece. He aquí el
sentido de la Palabra del Evangelio transmitida por la Iglesia.
La mayor parte de los jóvenes que participan en la JMJ irradian bienestar y la alegría de
vivir, llaman la atención por su calma, la sonrisa, la delicadeza, la gentileza, la
cooperación y la apertura. Tenemos que tener fe en estos jóvenes, que preparan una
revolución espiritual silenciosa, pero muy activa. Como sus coetáneos, también ellos
tienen problemas: alguno ya habrá tenido cierta experiencia con la droga o se habrá
comportado de cierta manera sin tener en cuenta la moral cristiana. Viven experiencias y
fracasos, pero tienen hambre de otra cosa y están en búsqueda de una esperanza. Anhelan
un ideal de vida y una espiritualidad fundada en alguien, en Dios. La sociedad europea
que cada vez está más vieja, escéptica y sin esperanza, es sacudida por estos jóvenes que
creen en Dios y que quieren vivir en consecuencia. La mayor parte proviene de
comunidades cristianas y ha invitado a jóvenes que están en búsqueda. Saben que la vida
no es fácil, pero al tener una esperanza firme no se resignan. Más o menos cristianos, se
dirigen a la Iglesia para encontrar respuestas a su inmensa necesidad espiritual. Su
presencia radiante deja un signo en todos países en los que se desarrolla la JMJ. Invierten,
de hecho, la imagen reducida que se tiene de la juventud, porque cada vez que se habla de
ella, es sólo para evocar una sexualidad impulsiva, la droga, la delincuencia, etc. Pero si
algunos viven de ese modo es porque han sido abandonados a su suerte.
La sociedad es infantil hacia los jóvenes porque los utiliza como modelo, cuando en
realidad son los jóvenes los que necesitan puntos de referencia. Se les adula, pero la
sociedad no ama a los propios hijos, a juzgar por todas las dimensiones educativas de las
cuales son objeto. También la acción pastoral local tiene su propia parte de
responsabilidad en la medida en que a veces se han desatendido las tareas educativas o
han sido abandonadas por las órdenes religiosas y los sacerdotes, que las habían tenido
como vocación. Pero hay que reconocer que su tarea no era fácil en aquella época de
rotura (1960-1970), en la que los jóvenes rechazaban masivamente toda reflexión
religiosa. Los jóvenes de hoy carecen totalmente de una base desde el punto de vista
religioso y hacen unas afirmaciones sorprendentes. Hace poco uno de ellos preguntó a un
sacerdote: "¿Por qué mezcláis la Navidad con la religión?". ¡Él no sabía que la Navidad
es el día en el que se celebra la natividad de Jesús! La Navidad es así reducida a una
fiesta comercial en familia. Gracias al éxito de la JMJ, este modo de ver las cosas puede
cambiar desde el momento en el que los jóvenes se empeñen en una búsqueda espiritual y
descubran que gran parte de la visión del hombre, como también enteros sectores de la
vida social, han sido modelados por el mensaje de la Iglesia y de generaciones de
cristianos.
6. - 4 ¿Por qué Juan Pablo II atrae a tantos jóvenes, a pesar de que el mensaje
cristiano es exigente, sobre todo en materia de moral sexual?
A menudo hacen esta pregunta y la respuesta viene por sí sola: es el mensaje de Cristo
transmitido por la Iglesia, y siempre ha sido exigente; pero también es fuente de alegría.
Es difícil vivir no sólo en el campo sexual sino en todas las realidades de la vida. Nada
auténtico, coherente y duradero se construye sin dificultad. Juan Pablo II presenta el
camino a seguir para vivir como cristianos en nombre del amor de Dios, y este amor es
un modo de buscar el bien y la vida para sí mismo y para los demás. Siempre seremos
capaces de este amor que no es un sentimiento, ni tampoco un bienestar afectivo, pero
corresponde al deseo de buscar en Dios aquello que nos hace vivir. Los jóvenes son
sensibles a este lenguaje y a la persona de Juan Pablo II que lo afirma tranquilamente, a
pesar de las críticas y el sarcasmo. Les habla de la vida allí donde no escuchan otra cosa
que muerte, droga y suicidio, de fracasos en el campo afectivo con el divorcio, de
desempleo, por no citar una sociedad que los descuida.
Juan Pablo II tiene fe en ellos y les da fe en la vida. Les dice que es posible vivir y
triunfar en la vida, y les explica incluso cómo se hace. La generación precedente no
siempre les ha transmitido convicciones firmes, ni les ha enseñado a vivir con un cierto
número de valores, limitándose a repetir hasta la saciedad los valores de la sociedad de
consumo. ¿Qué cosa hacen los jóvenes? Se dirigen a los ancianos para obtener aquello
que no han tenido: son los ancianos los que, como lo hace el Papa, los enlazan con la
Historia y la memoria cultural y religiosa, desbancando así a sus padres. No hay
divisiones entre el Papa y los jóvenes. Cuando los jóvenes perciben palabras auténticas,
se sienten respetados y valorizados: "Por fin hemos sido tomados en serio, él tiene fe en
nosotros".
A la Iglesia se le atribuye una obsesión en cuanto a la moral sexual. Aunque este tema no
represente ni el 9% de los discursos y de los escritos del Papa, los medios de
comunicación se detienen sólo en este aspecto, silenciando todo el resto. La historia del
preservativo[12] es característica de esta desinformación y de la manipulación de la que
son objeto sus discursos. Juan Pablo II en cambio dice una cosa diferente: se apoya en el
Evangelio y no depende de las ideas ligadas a una moda pasajera. Apela al sentido del
amor y de la responsabilidad. Como Cristo, prefiere dirigirse a la conciencia humana,
para que cada uno se interrogue sobre el propio comportamiento para saber si se ha
vivido en el sentido de un amor auténtico, leal y honesto hacia uno mismo y hacia el otro.
Conclusión
Los jóvenes de la generación actual están haciendo una revolución religiosa silenciosa,
pero decidida. Suscitan interrogativos entre los cristianos y no tienen miedo de
manifestarse como tales. No quieren dejarse intimidar ni constreñir al silencio y menos
aún insultar. Los jóvenes provenientes de África, de América Latina, Asia y del Oriente
viven su fe como una emancipación y una liberación en Dios, a veces en el martirio,
actitud que debería inspirar las viejas comunidades cristianas.
Cada JMJ es una etapa histórica para los jóvenes participantes. Ya no podemos hablar de
la religión del mismo modo como lo hacíamos antes. Además esto se nota fácilmente en
la prensa: la mayor parte de los informadores y comentaristas políticos, esclavos de
determinadas categorías sociológicas o de clichés, no consiguen dar una valoración
exacta del evento. Desde hace varios años los encuentros de jóvenes promovidos por la
Iglesia reúnen un número significativo de participantes, pero raramente se habla de estos
jóvenes en búsqueda de los espiritual. Éstos no dan que hablar en los telediarios. ¿Es que
un encuentro de jóvenes por motivos religiosos no es acaso un evento para la prensa? La
información a menudo es desfasada respecto a lo que se vive y se prepara
silenciosamente en la sociedad, hasta el día en el que alguno se despierta preguntándose:
"¿Qué ha sucedido?". Los desafíos nacidos de la sed de un ideal y una espiritualidad de
los jóvenes no son tomados en serio por la sociedad.
Le toca a la Iglesia asegurar una continuidad a la JMJ y poner en práctica una catequesis
más activa y renovada. La inteligencia de la fe necesita ser nutrida. La acción pastoral
tendrá que preocuparse de sensibilizar a las familias sobre la importancia de la educación
religiosa y del catecismo en particular. Pero las familias, a su vez, plantean una cuestión a
la sociedad, que ha cancelado la dimensión religiosa de la vida con una precisa voluntad
política. La laicización, como habíamos dicho, es la distinción entre el poder político y el
religioso y no la exclusión de la religión del campo social. La vida escolástica debe
respetar el tiempo que se debe dedicar a la enseñanza religiosa.
[1]
El 65% de los jóvenes europeos vive todavía con su familia. Informe publicado por la
sociedad de estudios de mercado Datamonitor británica, Quotidien du Médécin (Francia),
pág. 17, N1 7302, miércoles 26 de marzo de 2003.
[2]
El acompañamiento de los jóvenes profesionales se ha convertido en una realidad que
atañe a los de 25-40 años, sobre todo a los solteros, aunque se puede discutir sobre el
concepto de 'joven' aplicado a este grupo de edad, praxis que responde a una necesidad,
pero que a veces los mantiene en una especie de infantilismo afectivo.
[3]
Anatrella, Tony, Interminabiles adolescences, le 12/30 ans, Paris, Cerf Cujas.
[4]
Idem.
[5]
Idem.
[6]
Algunos estudios muestran que, del total de la población adolescente, el 10% des los
jóvenes entre 15 y 19 años presenta dificultades psicológicas (Cfr. Comité general de la
Salud Pública francesa, La souffrance psychique des adolescents et des jeunes adultes,
ediciones ENSP, febrero 2000). El incremento de las emisiones radio-televisivas sobre
los problemas de algunos adolescentes deja entender que la mayor parte de ellos se
encontraría en una situación complicada que no refleja la realidad. Se tiende así a
generalizar pocos casos específicos, mientras que se incluyen sobre todo las cuestiones
pedagógico-educativas de la post-adolescencia.
[7]
La fragilidad de los procesos de interiorización da origen a psicologías más
superficiales, más fragmentadas, que tienen dificultad en recurrir a la racionalidad. En
cuanto al lenguaje utilizado, su pobreza no favorece el dominio de lo real. Las fórmulas,
repetidas como eslóganes, indican el pánico y el sufrimiento frente a la idea de
reflexionar. Así la expresión: "Me martillea la cabeza" hace entender el hecho de que
pensar podría provocar hemicránea. A los jóvenes les falta una verdadera formación
intelectual que, entre otras cosas, se adquiere poniéndose en contacto con la literatura. No
tienen una vida intelectual porque no entienden los textos y autores, ni saben reflexionar
sobre ellos. En los programas actuales del Ministerio de Educación y Ciencia francés, los
profesores tienen que tener principalmente en cuenta la subjetividad de los alumnos y
enseñarles a ellos el conocimiento a partir de cuanto perciben; esto hace subir el número
de cuantos se lamentan de tener dificultad en concentrarse intelectualmente como
también en controlarse. El conocimiento del sentido de la ley comienza siempre por
medio de la adquisición del lenguaje y de las reglas de la gramática, cosa que hoy día ya
no sucede, pues los lingüistas han tomado el puesto de los gramáticos en la elaboración
de los programas ministeriales. El método global o los métodos llamados mixtos, que hoy
están de moda en las escuelas, producen analfabetismo, dislexia y una visión fragmentada
de la realidad.
[8]
La resiliencia correspondería a la capacidad de algunos individuos a salir reforzados o
incluso completamente renovados ante las adversidades de la vida; algunas corrientes
ideológicas podrían haber ideado un camino para alcanzar tal resiliencia (NdR).
[9]
ROLLIN, France, La mixitéà l'école, ETUDES, Vol. 367, n1 6 (3676), diciembre
1987. ANATRELLA, Tony, La mixité, ETUDES, vol. 368, n1 6 (3686), junio 1988. Ver
también ANATRELLA, Tony, La différence interdite, Flammarion.
[10]
Ver Juan Pablo II, Veritatis Splendor (1993) y Evangelium Vitae (1995).
[11]
Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la sesión plenaria anual de la Pontificia
Comisión Bíblica, n1 2, martes 29 de abril 2003, en L'Osservatore Romano, n1 20 - 16
de mayo de 2003, pág. 8.
[12]
ANATRELLA, Tony, L'amour et le préservatif, París, Flammarion. Reeditado con el
título, L'amour et l'Eglise, París.
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