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Tony Anatrella. Rasgos de Los Jovenes

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El mundo de los jóvenes: ¿quiénes son? ¿Qué buscan?

Por Tony Anatrella, psicoanalista, especialista en psiquiatría social

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 8 agosto 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la


intervención pronunciada por Tony Anatrella, psicoanalista francés, especialista en
psiquiatría social, sobre «El mundo de los jóvenes: ¿quiénes son? ¿Qué buscan?»,
publicada en un encuentro de preparación de las Jornadas Mundiales de la Juventud de
Colonia (15 al 21 de agosto de 2005), organizado por el Consejo Pontificio para los
Laicos.

***

Introducción

Se me ha pedido trazar el perfil de los jóvenes de hoy desde un punto de vista sociológico
y psicológico, subrayando cómo los jóvenes pueden ser influidos por movimientos
ideológicos y cómo se ponen en contacto con la Iglesia. Esta es una tarea vasta y
ambiciosa que intentaré respetar respondiendo de manera sintética.

Hablaré de los jóvenes a partir de mi experiencia psicoanalítica y psiquiátrica del mundo


occidental. Hay que estar muy atentos cuando se habla de los jóvenes para no caer en la
generalización: por lo tanto, en base a vuestros orígenes culturales os ruego me
confirméis o complementéis cuanto diré. Aún se pueden constatar trazos comunes en la
psicología y en la sociología de los jóvenes del mundo entero. El peso del modelo
económico del liberalismo, de la globalización, de los cambios en la pareja y la familia,
de las representaciones de la sexualidad, del impacto de la música, de la televisión, del
cine y de Internet influyen y unifican considerablemente la mentalidad juvenil de casi
todos los países.

Los jóvenes manifiestan una variada fragilidad aunque permanezcan abiertos, disponibles
y generosos. Ya no pesan sobre ellos ideologías como en las generaciones precedentes.
Aspiran a relaciones auténticas y están en búsqueda de la verdad, pero al no encontrarlas
en la realidad, esperan encontrarlas en su propio interior. Tal actitud los predispone a
replegarse dentro de sus propias sensaciones y del individualismo, poniendo a su
disposición el vínculo social y el sentido del interés general. Aunque el contexto social no
les ayuda a desarrollar una verdadera y propia dimensión espiritual, están dispuestos a
comprometerse con algunas causas más grandes que las suyas.

1. ¿Quiénes son?
Los jóvenes que aquí nos interesan son aquéllos entre los 18 y 30 años, es decir, se
encuentran en la edad post-adolescente y quieren hacerse psicológicamente autónomos
buscando al mismo tiempo afirmar el propio yo. Para ser más precisos, cada uno de ellos
necesita poder ser él mismo y renunciar a la educación recibida y a las presiones sociales.
Los jóvenes en cuestión pueden estar bastante insertos en el campo del estudio o en una
actividad profesional, mientras algunos pueden encontrarse en situaciones profesionales o
personales bastante precarias: desocupación, inestabilidad psicológica, comportamientos
disgregados y numerosos problemas de la vida. A menudo expresan el deseo de tener fe
en sí mismos, quieren liberarse de las dudas respecto a la existencia y de los miedos
ligados a la idea de un compromiso afectivo. A veces piden ayuda a sus padres, a pesar
de experimentar una cierta incomodidad en el trato con ellos. La mayor parte de ellos
sigue viviendo con sus padres[1], mientras otros, a pesar de vivir solos, aún son
dependientes. A menudo tienen necesidad de ser apoyados cuando se encuentran
confrontados con la realidad, para poderse aceptar, para aceptar la vida y comenzar a
actuar[2] en la realidad.

Igualmente están en búsqueda de las razones para la vida sobre las que construir la
existencia: la mayoría está lejos de preocupaciones religiosas y a menudo reconoce no
haber sido sensibilizada ni educada en este campo. Aún les impresiona a estos jóvenes el
fenómeno sectario, el terrorismo y la guerra, que les da una visión inquietante y
conflictiva de la religión, en particular el Islam. La religión los atrae y al mismo tiempo
los inquieta, sobre todo cuando es presentada como fuente de conflictos en el mundo,
cosa que es un error de interpretación, porque los conflictos en cuestión son de origen
político y económico. Debemos aprender siempre a vivir los unos con los otros. Por
último, su conocimiento de la fe cristiana y de la Iglesia queda ligada a un cliché y a la
reconstrucción intelectual que circulan en las representaciones sociales, en la ciencia
ficción de la televisión y del cine.

En una sociedad que, por diversas razones, cultiva la duda y el cinismo, el miedo y la
impotencia, la inmadurez y el infantilismo, los jóvenes tienden a asirse a modalidades de
gratificaciones primarias y tienen dificultad en madurar, entendiendo por madurez la
personalidad que ha completado la organización de las funciones basilares de la vida
psíquica y que por lo tanto es capaz de diferenciar la propia vida interior del mundo
externo. Muchos jóvenes, que aún permanecen en una psicología de fusión, tienen
dificultad en realizar esta diferenciación; aquello que sienten e imaginan, a menudo es
sustituido por los hechos y la realidad del mundo externo. Este fenómeno  es ampliado y
alimentado por la psicología mediática, que inerva hoy los ánimos y el universo virtual,
creado por videojuegos y el Internet. Todo esto los predispone a vivir en lo imaginario y
en un mundo virtual, sin contacto con la realidad la que no han aprendido a conocer y que
los delude y deprime. Tienen un acercamiento lúdico a la vida, con la necesidad de ir de
juerga, sobre todo los fines de semana, sin saber bien por qué; pero de este modo buscan
ambientes totalizantes y sensaciones que les dan la impresión de que existen. Queda aún
por verificar si estas experiencias crean o no relaciones verdaderas y contribuyen al
enriquecimiento afectivo e intelectual de su personalidad. Finalmente, son ambivalentes
porque quieren encontrar el modo tanto de entrar en la realidad como de huir de ella.
Los jóvenes de hoy son como las generaciones precedentes: capaces de ser generosos,
solidarios y comprometidos con causas que los movilizan, pero tienen menos referencias
sociales y sentido de pertenencia que sus predecesores. Son individualistas, quieren hacer
su propia elección sin tener en cuenta el conjunto de los valores, de las ideas o de las
leyes comunes. Toman sus puntos de referencia de donde sea para después
experimentarlos en su modo de vivir. Tienden con facilidad al igualitarismo y a la
tolerancia, embebidos de la moda y de los mensajes impuestos por los modos mediáticos,
que de hecho les sirve de norma en la cual se basan. Corren el peligro de caer en el
conformismo de las modas, como las esponjas que se dejan impregnar, en vez de
construir su libertad partiendo de las razones para vivir y amar, hecho que explica su
fragilidad afectiva y la duda sobre ellos mismos en la que se debaten.

Su vida afectiva está marcada por muchas dudas, comenzando por aquéllas sobre la
identidad, el sexo, la familia. A veces experimentan una gran confusión respecto a los
sentimientos y no saben distinguir entre una atracción a nivel de amistad y una tendencia
homosexual. La coeducación, en la que han vivido desde la infancia, puede complicar en
el momento de la post-adolescencia la relación entre hombre y mujer. Por último, el
considerable aumento de los divorcios no favorece la fe en el otro ni en el futuro.

Estas personalidades son el resultado de una educación, de una escolarización, y a veces


de una catequesis que no forman suficientemente la inteligencia. Han sido acostumbradas
a vivir constantemente a nivel afectivo y sensorial, en detrimento de la razón en cuanto a
conocimiento, memoria y reflexión. Se mantienen cerca de todo tipo de sensaciones,
como las que han probado a través de la droga. En vez de decir: "Pienso, luego existo",
afirman con su comportamiento: "pruebo las sensaciones, luego estoy calmado".

Cuando encuentran adultos que de verdad lo son, que están en el puesto correcto y que
son en grado de transmitirles los valores de la vida, tal como lo sabe hacer el Papa Juan
Pablo II, escuchan lo que se les transmite sobre la experiencia cristiana, a la espera de
poder a su vez inspirarse en ella.

2. Un contexto social que favorece la dependencia psicológica

Nos encontramos en una atmósfera verdaderamente paradójica que afecta casi todas las
áreas culturales: por un lado se les quiere hacer autónomos a los niños cuanto antes, ya
desde la cuna y la guardería, y por el otro lado se ven adolescentes, y sobre todo post-
adolescentes, que se esfuerzan por llevar a cabo las operaciones psíquicas de la
separación, aunque desean hacerlo con palabras. Para liberarse de esta dificultad, buscan
apoyos psicológicos, sociales y espirituales en los cuales apoyarse.

2. - 1 Una sociedad que favorece el infantilismo

La educación contemporánea produce sujetos demasiado apegados a las personas y a las


cosas, por lo tanto, aunque lo niegue produce seres dependientes. Durante la infancia sus
deseos y expectativas han sido de tal manera estimulados a costa de la realidad externa y
de las exigencias objetivas, que terminan por creer que todo es maleable sólo en función
de los propios intereses subjetivos. Después, al inicio de la adolescencia, a falta de
recursos suficientes y de un puntal interior, intentan desarrollar lazos de dependencia en
la relación con el grupo o la pareja. Si he inventado la expresión de "pareja- bebé"[3], lo
he hecho precisamente para designar su economía afectiva, que no siempre se distingue
entre sexualidad infantil y sexualidad relativa al objeto. De hecho pasan del apego a los
padres al apego sentimental, quedándose siempre en la misma economía afectiva.

Preocupándose justamente de la calidad de la relación con el niño, la educación se ha


centrado demasiado en el bienestar afectivo, a veces a costa de la realidad, del saber, de
los códices culturales y de los valores morales, sin ayudar a los jóvenes a edificarse
interiormente. Por consiguiente, tienden más a una expansión narcisista que a un
verdadero y auténtico desarrollo personal, que a menudo crea personalidades ciertamente
moldeables y simpáticas, pero a menudo también superficiales e incluso insignificantes,
que no siempre tienen el sentido del límite y de la realidad. Pueden ser descarados, a
veces demasiado familiares, confundiendo el códice personal con el social, olvidándose
del sentido de la jerarquía, de la autoridad, de lo sacro y de las formas y las reglas del 
"cómo se debe hablar". Algunos ni han aprendido las reglas de la convivencia social,
comenzando por aquéllas del código vial y terminando con los ritos de la vida familiar y
social.

Los adultos que han hecho de todo para que no les faltase nada, inducen a los jóvenes a
que crean que tienen que satisfacer cada uno de sus deseos, confundiéndolos con la
necesidad; los deseos, en cambio, no son destinados para ser realizados, pues son
únicamente fuente de inspiración. Al no haber hecho la experiencia de la falta, de la cual
se elaboran los deseos, los jóvenes son indecisos e inciertos y por ello les cuesta
diferenciarse y destacarse de los objetos primarios para vivir la propia vida. Crecer
implica separarse psicológicamente, abandonar la infancia y la adolescencia; pero para 
muchos tal separación es difícil porque los espacios psíquicos entre padres e hijos se
confunden.

Significativa es la experiencia de Laurent, 28 años, casado y padre de un niño:

"Me clasifican de adulto, pero no me reconozco como tal, y el mundo de los adultos no
me interesa. Tengo dificultad en hacer mía esta dimensión. Para mí, los adultos son mis
padres. Estoy en contradicción conmigo mismo: interiormente me veo como un niño o un
adolescente, con angustias terribles, pero hacia afuera ya soy un adulto y en el trabajo me
consideran como tal. En la sociedad nada nos ayuda a hacernos adultos."

También es verdad que, al magnificar la infancia y la adolescencia, la sociedad deja


entender que no quiere crecer y existir como adulto, de modo que es difícil liberarse de
los modos de gratificación de la infancia para acceder a satisfacciones superiores.

2. - 2 Una esperanza de vida más larga


El alargamiento de la vida deja suponer que el individuo tenga todo el tiempo para
prepararse a vivir una vida comprometida. La esperanza de vida crea por lo tanto hoy más
que en el pasado las condiciones objetivas para poder permanecer joven, entendiendo la
juventud como el período de la indecisión, si no de la indistinción, entre uno mismo, los
demás y la realidad, o aún de la indiferenciación sexual , con la ilusión de que la mayor
parte de las posibilidades se quedarán siempre abiertas. Esta vaga concepción de la
existencia, propia de la adolescencia, es muy preocupante cuando continúa en los post-
adolescentes, tan inciertos en sus motivaciones al no tener fe en sí mismos. Algunos
sufren de este estado de cosas, temiendo incluso una cierta despersonalización en el trato
con los demás. Muchos postergan los plazos y viven de modo provisional, sin saber si
podrán continuar con lo que han empezado en los diversos ámbitos de la existencia. Otros
aún viven la época de la juventud como finalidad en sí y como un estado duradero.

En efecto, hoy hay jóvenes metidos en procesos de maduración que requieren mucho
tiempo y se caracterizan por una condición de moratoria, es decir, por una suspensión de
los plazos y de las obligaciones ligadas al paso hacia la vida adulta. Aquéllos, a los que
no les interesa particularmente hacerse adultos[4], no viven su juventud como una fase
propedéutica para el ingreso de la vida adulta, sino como un tiempo que tiene validez en
sí. En el pasado, en cambio, el período de la juventud se vivía en función de la vida
sucesiva y de una existencia autónoma: la juventud era, por lo tanto, una etapa
preparatoria. En nuestros días, una juventud así prolongada provoca una cierta
indeterminación en la elección del tipo de vida. Algunos prefieren postergar los plazos
definitivos y atrasar así el ingreso en la vida adulta o la asunción de compromisos
definitivos. Al no preguntarse sobre sus problemas de autonomía, no se sienten obligados
a hacer elecciones fundamentales. Por otro lado, en diversos sectores de la vida se nota
una fuerte tendencia a la experimentación: así los jóvenes pueden dejar la familia, pero
vuelven a ella después de un fracaso o una dificultad. La diferencia principal respecto a la
mayor parte de las generaciones precedentes (que hacían una elección precisa con una
prioridad precisa) consiste en la propensión de vivir contemporáneamente diversos
aspectos de la vida, aspectos a veces contradictorios, sin jerarquizar las propias
necesidades y valores. Algunos jóvenes son hoy muy dependientes de la necesidad de
hacer experiencias porque, por la falta de transmisión de valores, piensan que no se sabe
nada de esta vida y que todo aún se debe descubrir e "inventar". Por eso, a menudo
presentan una identidad vaga y flexible frente a la multiplicidad de las solicitudes
contemporáneas, sean éstas regresivas o, por el contrario, enriquecedoras.

2. - 3 Una infancia acortada por una adolescencia más larga

¡Una de las mayores paradojas de nuestra sociedad occidental consiste en hacer crecer a
los niños demasiado rápido, animándolos al mismo tiempo a permanecer adolescentes el
mayor tiempo posible![5]

Se incita a los niños a tener comportamientos de adolescentes cuando aún no tienen las
competencias psicológicas para asumirlos. De ese modo, desarrollan una precocidad que
no es fuente de madurez, saltándose las tareas psicológicas propias de la infancia, lo que
les puede perjudicar en su futura autonomía, como lo demuestra la multiplicación de los
estados depresivos de muchos jóvenes.

Los mismos post-adolescentes se lamentan de una falta de puntales interiores y sociales,


en particular aquéllos que, después de largos estudios, se embarcan en empresas con su
diploma recién sacado y deben de repente asumir responsabilidades. En algunos jóvenes,
entre los 26 y 35 años, se detecta una serie de depresiones existenciales, porque no tienen
imágenes-guía de la vida adulta que les ayuden a poner su existencia en armonía con la
realidad.

El tiempo de la juventud siempre se ha caracterizado por una cierta inmadurez:


ciertamente esto no es ninguna novedad. En cierta época esta inmadurez era compensada
por la sociedad que se ponía más de lado de los adultos, incitándolos por lo tanto a crecer
y a alcanzar la realidad de la vida. Hoy, por el contrario, la sociedad no sólo ofrece menos
apoyo dejando que cada uno se las arregle por sí mismo, sino que les hace incluso creer
que se puede permanecer en los primeros estadios de la vida sin tener que elaborarlos ni
tener que vivir demasiado pronto un cierto número de experiencias. Hay que decir a un
adolescente, que asume conductas precoces, que no tiene la edad para hacerlo, situándolo
así en una óptica histórica de evolución y maduración. Es de este modo que se adquiere la
madurez temporal.

3. Las tareas psíquicas a desarrollar

Desde hace algunos años observamos atrasos en la formación de la personalidad juvenil.


La mayor parte de los adolescentes[6] vive bastante bien el proceso de la pubertad y de la
adolescencia propiamente dicha, sin tener verdaderas dificultades, salvo alguna rara
excepción. Por el contrario, la situación de los post-adolescentes entre los 22 y 30 años,
es a menudo más delicada, subjetivamente conflictiva y atormentada por luchas psíquicas
que antes aparecían y se trataban en la adolescencia (18-22 años). A la confrontación
entre la representación de sí mismo y la vida se suma ahora un conflicto interno.

3. - 1 La fe en sí mismo

La necesidad de conocerse y de tener confianza en sí mismo es una aspiración propia de


esta fase de la vida. Pero bajo el peso de los interrogativos no resueltos y de los fracasos,
el sentido de sí mismo se puede volver a poner en discusión. De repente el sujeto se
siente más frágil porque ya no es capaz de asegurar, como en el pasado, la propia
continuidad. Por ello intenta ser él mismo y se hace muy sensible a todo aquello que no
es auténtico en él.
 El desarrollo psicológico de la post-adolescencia se efectúa esencialmente en la
articulación de la vida psíquica con el ambiente circundante, que puede suscitar y
reactivar angustias e inhibiciones ligadas, por ejemplo, a un sentido de impotencia que se
traduce en el temor de no poder acceder a la realidad y por ello en la autoagresión o en la
agresión de las figuras parentales extendidas al mundo de los adultos. Esto incluso puede
favorecer una actitud anti-institucional o anti-social, pero también puede hacer surgir el
problema de la capacidad de valorarse (ligada a la estima o al desprecio de sí mismo) y la
necesidad de ser reconocido por los padres, sobre todo por el padre. El sujeto puede estar
aún más centrado en sí mismo evitando la realidad externa, que a veces está poco o mal
interiorizada: la prueba de la realidad da miedo. Pero cuando choca con los límites de lo
real, arriesga de perder el propio equilibrio y de ceder a pensamientos depresivos, sin
poderse identificar con objetos que despierten su interés o su amor. Uno de estos límites
es el del tiempo.

La catequesis puede ayudar a los jóvenes a aprender y a amar la vida, a imagen de Cristo,
que se ha encarnado en el mundo revelándonos que somos llamados por Dios a la vida y
al amor.

3. - 2 La relación con el tiempo

El post-adolescente a menudo está empeñado en una tarea psíquica que le permitirá


acceder a la madurez temporal, la que no obstante entre los 24 y 30 años presentará
también una dificultad. A veces, en vez de conjugar su existencia asociando el pasado,
presente y futuro, algunos jóvenes la viven en un hoy ilimitado, yendo de un instante al
otro, de un acontecimiento al otro, de situaciones y decisiones tomadas en el último
minuto hasta el momento en que se interrogan sobre la coherencia entre todas las cosas
que viven, a menos que no inventen otras divisiones que no les ayudarán a hacer la
síntesis en ellos mismos.

La inmadurez temporal no siempre permite proyectarse en el futuro, futuro que puede


angustiar a los post-adolescentes no a causa de una incerteza social y económica, sino
porque, psicológicamente hablando, no saben anticipar ni valorar los proyectos ni las
consecuencias de la circunstancias y de sus acciones, porque viven únicamente en el
presente. Cuando aún no han llegado a la madurez temporal, a algunos post-adolescentes
les cuesta desarrollar una conciencia histórica. No saben inserir su existencia en el tiempo
- o temen de hacerlo - y por ello son incapaces de tener el sentido del compromiso en
muchísimos campos. Viven con mayor facilidad en la contingencia y en la intensidad de
una situación particular que en la constancia y continuidad de una vida que se elabora en
el tiempo. Lo cotidiano aparece como la espera de un momento excepcional, en vez de
ser el espacio en el que se teje el compromiso existencial.

El aprendizaje del sentido del compromiso inicia con el desarrollo de una solidaridad y de
proyectos en el ámbito de la comunidad cristiana al servicio de los demás. Tal
aprendizaje del compromiso, entendido como entrada en la historia, puede ser estimulado
por el descubrimiento y la reflexión en torno a la historia de la salvación en Jesucristo.

3. - 3 Ocupar el propio espacio interior

A muchos jóvenes les cuesta llenar su vida psicológica y espacio interior. Incluso se
pueden sentir incómodos al probar dentro de sí diversas sensaciones que no saben
identificar o, por el contrario, al buscarlas fuera de las relaciones y de las actividades
humanas.

Nos encontramos cada vez más ante personalidades impulsivas, muy ocupadas en hacer
cosas, pero que difícilmente saben, en el mejor de los casos, cómo se debe tomar la
acción y relacionarla con la reflexión. Puesto que no disponen de recursos internos y
culturales, ni saben hacer funcionar la mente, se lamentan a menudo de la falta de
concentración y de la dificultad de un trabajo intelectual continuo a largo plazo,
demostrando así la pobreza de su interioridad y de los cambios inter-psíquicos; la
reflexión los preocupa. Tienen la necesidad de educar la propia voluntad que amenaza
con ser inconstante y frágil.

Ponerlos frente a interrogativos o ante algunos problemas que deben afrontar les
desespera, como es el uso de la droga con la que quieren animarse, controlarse u obtener
los mejor de sí mismos. Prefieren refugiarse en la acción y utilizan en modo repetitivo el
pasar al acto, no para obtener un placer, sino para descargar la tensión interior, para partir
de cero, para no experimentar más tensiones dentro de sí. De este modo no sólo descartan
lo que sucede dentro de ellos, sino también su propia actividad interna.

En los post-adolescentes a menudo se nota la falta de objetos de identificación fiables y


válidos, que les ayude a desarrollar un material psíquico con el que construir su
interioridad. Aquí nos encontramos con el problema de la transmisión en el mundo
contemporáneo: transmisión cultural, moral y religiosa. La carencia de interioridad
favorece psicologías ansiógenas, más prontas a responder a los estados primarios de la
pulsión que a empeñarse en la formación interior[7]. Pero la inmensa mayoría se busca un
pretexto en la propia existencia para alimentarse intelectualmente; lo hace más a partir de
lo que percibe subjetivamente que inspirándose en las grandes tradiciones religiosas o
morales, de las que permanece relativamente distante.

Tienen un modo de pensar narcisista, en el que cada uno debe bastar se a sí mismo y debe
reconducir todo a uno mismo, según la moda actual del "todo psicológico", la cual quiere
hacer creer que es posible hacerse a uno mismo, inspirándose más en las propias
emociones y sensaciones  que en los principios de la razón, en una palabra inteligible
como la de la fe cristiana y de los valores de la vida. La mínima dificultad existencial es
etiquetada con términos psicopatológicos que debería ser tratada con la psicoterapia: es
un error de la perspectiva que se infiltra en el acompañamiento psico-espiritual o en los
ritos de curación. De hecho es aberrante querer afrontar los dos discursos, el psicológico
y el religioso, desde el ángulo de la psicoterapia. También el tema de la "resiliencia"[8] es
la nueva ilusión de las personalidades narcisistas. Por otro lado se trata de una noción
confusa que busca tener en cuenta el hecho de que algunos individuos se las arreglan
mejor que otros, mientras que el cristianismo, desde hace mucho tiempo, ha demostrado
que la persona no se reduce a su propio determinismo. En un mundo privo de recursos
morales y religiosos, la "resiliencia" será pronto superada, porque, para propagarse
necesita un dinamismo interior que no se puede constituir y nutrir si no es mediante el
aporte del mundo externo. El sujeto no puede organizar su propia vida interior en un cara
a cara consigo mismo, sino sólo en la interacción con una dimensión objetiva.
Así la catequesis y la educación religiosa corren el riesgo de adoptar el subjetivismo
imperante, sobre todo ahora que se afirma que no hay una "revelación objetiva" de la
palabra de Dios, sino que ésta puede manifestarse sólo en la fe vivida subjetivamente. En
este contexto, Jesús no es otro que uno de tantos "profetas" o "sabios", completamente
apartado de su papel de mediador entre el Padre y los hombres, en cuanto Hijo de Dios.
Influidos por una visión imanente y subjetiva de Dios, tan vecina a la de una divinidad
pagana, los jóvenes se comprometen en las catequesis escolares y universitarias, en el
diálogo interreligioso (confundido con una especie de ecumenismo) sin estar
estructuradas en la fe cristiana; mezclan las ideas de las diferentes confesiones, como si
se tratase de la misma representación de Dios. Al no haber interiorizado la inteligencia de
la fe en el Dios trino, construyen un discurso religioso sobre el modelo  de los
mecanismos de la relación de fusión, entregándose a la tolerancia, a la confusión de los
espacios, al igualitarismo para no diferenciarse, y también a un modo de expresarse de
manera sensorial. Pero las diferentes ideas sobre la representación de Dios, según las
diversas confesiones religiosas, no dan el mismo sentido del hombre, de la vida social y
de la fe.

La mayor parte de la sociedad occidental no ha querido efectuar la transmisión hasta


poner en duda los fundamentos sobre los cuales ésta se ha desarrollado. La dimensión
cristiana a menudo ha sido excluida, mientras - por el contrario - contribuye en la
edificación del vínculo social y en la constitución de la vida interior de los individuos. La
crisis de la interioridad contemporánea comienza precisamente con carencia de iniciación
para después perderse en el individualismo y subjetivismo psicológico. La
psicologización ideológica de la sociedad es desestructurante porque los individuos no
hacen otra cosa que contarse cosas y analizarse hasta el desvanecimiento. La reflexión
subjetiva, que en ciertos casos puede ser necesaria, nunca es exclusiva: hace falta poder
construir la propia existencia teniendo en cuenta también otra dimensión que no sea la de
uno mismo, dimensión que a su vez revela y dinamiza al individuo, dimensión que es
social, cultural, moral y religiosa. Hace falta poder concebir la propia vida en un contexto
de todas estas realidades, sin encerrarse en las propuestas psicológicas tan de moda hoy
en día.

La catequesis, la educación para el sentido de la oración y de la vida litúrgica y


sacramental puede hacer mucho para ayudar a los jóvenes a apropiarse de su interioridad,
de su espacio psíquico y físico. Los ritos, las insignias y los símbolos cristianos pueden
participar en esta construcción interior y precisamente por esto son tan apreciados por los
jóvenes, para sorpresa de los adultos. La vida interior se constituye así en relación con
una realidad y una presencia externa. La Palabra de Dios, transmitida por la Iglesia,
desempeña este papel poniendo a los jóvenes en relación con Dios, que se puede
encontrar a través de las mediaciones humanas inauguradas por Cristo, que de este modo
se han convertido en signo de su presencia. En la oración confiada, guiada y sostenida
por la Iglesia, se establece una relación privilegiada entre Dios y aquellos que Él llama
para que lo conozcan. La experiencia orante es el crisol de la interioridad humana como
en tantas ocasiones lo ha demostrado la JMJ. Es por lo tanto en esta línea en la que se
debe continuar con el esfuerzo educativo.
 

4. La vida afectiva de los jóvenes

4. - 1 Estado general de la afectividad

Las psicologías contemporáneas están influidas por representaciones sociales centradas


en una vida afectiva y sexual fragmentada. La expresión afectiva debe ser inmediata,
como una llamada telefónica o una conexión por Internet, sin respetar los términos y el
sentido de la construcción de una relación. También las imágenes de los medios de
comunicación y de las películas se caracterizan actualmente por una expresión sexual
fácil, de fusión y del momento.

Algunos jóvenes también están condicionados por la separación y el divorcio de sus


padres, que en lo profundo de su vida psíquica han imprimido la desilusión y la falta de
confianza en el otro y a veces en el futuro. Las personalidades actuales reivindican la
autonomía, mas no saben separarse de los objetos infantiles. El problema es trasladado a
las personas, de las cuales se separan cuando apenas surge un problema.
Paradójicamente, los jóvenes manifiestan también el miedo de ser rechazados, unido a la
necesidad de ser tranquilizado por la imagen que les es remitida por los demás. Esta
actitud es el resultado del tipo de vida familiar fragmentada que se está difundiendo en el
occidente.

 Finalmente, son bastante influidos por el exhibicionismo sexual que se ensaña por medio
de la pornografía y la banalización de una sexualidad impulsiva y anti-relacional.
Estudios recientes han mostrado que el 75% de las películas que se ven en la televisión
por cable son pornográficas, con escenas cada vez más violentas y agresivas, porcentaje
que aumenta hasta un 92% entre los clientes de los hoteles. La proliferación de imágenes
sexuales demuestra que vivimos en una sociedad erótica, que permanentemente excita a
los individuos desde el punto de vista sexual, condicionando fuertemente la elaboración
de la sexualidad juvenil. Muchos jóvenes, de hecho, visitan las páginas web
pornográficas, y algunos de ellos, así alimentados, se encierran en una sexualidad
imaginaria y violenta, en la que domina una masturbación vivida como fracaso de llegar
al otro y que por lo tanto puede complicar la elaboración del impulso sexual. La
masturbación, si dura en el tiempo, es siempre síntoma de un problema afectivo y de una
falta de madurez sexual: la posterior vida de pareja, en su expresión sexual, puede
resentirse de esta dependencia de una sexualidad narcisista.

La mayor parte de los jóvenes aún es sensible a un discurso que revele el sentido del
amor humano, de pareja y de la familia, hecho que manifiesta la necesidad de aprender a
amar y de ser creadores de relaciones y de vida.

4. - 2 De la coeducación a la relación unisexuada

Los jóvenes están acostumbrados a una forma de coeducación de ambos sexos que no
contribuye, como se había esperado, al desarrollo de una relación igualitaria y de mejor
cualidad entre el hombre y la mujer, por el contrario, ha favorecido la confusión de la
identidad sexual y de la vacilación en las relaciones. Recojamos aquí los frutos
ideológicos del feminismo que confunde la igualdad de sexos, que no existe, con la de las
personas. El feminismo norteamericano y conductual ha empujado al odio hacia el
hombre y al rechazo de la procreación, animando al puritanismo y a nuevas inhibiciones,
interpretando el mínimo gesto, palabra o mirada como un intento de agresión, de acoso
sexual o incluso de estupro. Además de estas aberraciones, que se incluyen cada vez más
en las leyes europeas, se ha presentado la procreación como una limitación para la mujer
y como una dimensión que no debe entrar en la definición de la femineidad. La
coeducación ha sido condicionada por este feminismo, que no ha preparado a los jóvenes
para que aprendieran a vivir una relación de pareja formada por un hombre y una mujer,
y por ello es una coeducación que oscila entre la unisexualidad (confusión sexual) y el
alejamiento de los individuos (celibato y aislamiento).

 La mayor parte de los post-adolescentes ha pasado la infancia en el universo de la


coeducación. Era fácil de prever[9] que la coeducación, que nunca se había pensado en
términos de psicología diferencial y de pedagogía, diera origen a nuevas inhibiciones
entre chicos y chicas y a la alteración de los vínculos sociales. Hoy apenas se comienza a
prestar atención a los interrogativos que suscita y a salir del moralismo que la ha
provocado. Hay edades en las que la coeducación es más indicada que otro tipo de
educación. La experiencia demuestra una vez más que durante la adolescencia ésta es un
freno y que impide el desarrollo de la inteligencia, de la afectividad y de la sexualidad. A
menudo termina por ser vivida por medio de la seducción y agresión sexual o, por el
contrario, algunos jóvenes  se apartan de ahí para volverse a encontrar con los del propio
sexo; este pasatiempo corresponde con la necesidad de asegurar y sostener la propia
identidad, mientras que la coeducación desemboca en la confusión de los sexos. La
coeducación ha favorecido la indecisión en la relación entre el hombre y la mujer durante
la post-adolescencia, incluso el celibato y una forma de homosexualidad reactiva para
diferenciarse, paradójicamente, del otro sexo y confirmarse en la propia identidad sexual.
Los niños y los adolescentes necesitan elaborar su tendencia de fusión, mientras que la
coeducación termina por encerrarlos en ésta, impidiéndoles adquirir el sentido de la
diferencia sexual y de la relación entre un sujeto y otro.

Así algunos han podido vivir durante la adolescencia uniones sentimentales y relaciones
de pareja provisionales, o incluso experiencias sexuales. Su despertar afectivo-sexual
comienza por lo tanto por medio de elecciones sentimentales, pero que por lo general no
perdurarán o que se mantendrán como relaciones fraternales sin expresión sexual.
Después, en el momento de la post-adolescencia, cuando podrían comprometerse en una
relación afectivo-sexual, sucede todo lo contrario. De hecho a menudo experimentan la
necesidad de encontrarse entre "solteros" y con compañeros sociales del mismo sexo para
compartir juntos diversas actividades y momentos de diversión. Después de haber hecho
la experiencia de uniones sentimentales sin llegar a un compromiso y finalizados a
manera de Edipo, en la post-adolescencia quieren vivir su vida afectiva a nivel social y de
mantener las distancias en relación al sexo opuesto, cosa que no han podido hacer durante
la adolescencia.
Algunos jóvenes adultos, pero también los menos jóvenes, están descubriendo la
necesaria separación de los sexos. Por ejemplo, hay mujeres que tienen la necesidad de
estar entre ellas para discutir sus cosas, salir o compartir actividades sólo "entre mujeres",
sin sus compañeros. Los hombres a su vez hacen exactamente lo mismo, frecuentando
lugares y manteniendo actividades sólo para ellos. Volvemos a encontrar este fenómeno
en la nueva situación de co-inquilinos en la que los jóvenes entre 25 y 35 años, con una
actividad profesional, alquilan juntos un apartamento que comparten con jóvenes del
mismo sexo, pero raramente con jóvenes de ambos sexos.

Es importante que los hombres y las mujeres se puedan estructurar en su propia y


respectiva identidad, y la educación debe preocuparse de esto desde la infancia.

4. - 3 El miedo a comprometerse

Es típico que la pareja formada por jóvenes sea incierta y temporal, cuando está fundada
únicamente en la necesidad de ser protegidos y estar cobijados, y también en la
inestabilidad de los sentimientos, sin que éstos estén integrados en un proyecto de vida y
en el sentido del amor.
 La mentalidad reinante, a su vez, tampoco simplifica la tarea de los jóvenes, porque
presenta la separación y el divorcio como norma para tratar los problemas afectivos y
relacionales en el ámbito de la pareja. En Francia, la ley del 1974 sobre el divorcio
consensual no ha hecho más que extender y normalizar el divorcio, que sigue siendo un
flagelo social. Una sociedad que pierde el sentido del compromiso y la elaboración de los
conflictos y de las fases del desarrollo es una sociedad priva del sentido del futuro y de la
continuidad. El divorcio se ha convertido en una de las causas de la inseguridad afectiva
de los individuos que repercute en los vínculos sociales y en la visión del sentido del
compromiso en todos los campos de la vida, visión esta que se transmite a los jóvenes.
Queriendo facilitar cada vez más el divorcio, el poder público pierde el tiempo con el
síntoma, sin ver las causas sobre las que habría que actuar, y mucho menos las
consecuencias de las leyes que están minando la cohesión social.

El temor a comprometerse afectivamente domina la psicología juvenil, que es vacilante,


incierta y escéptica en el sentido de una relación duradera. Los jóvenes piensan que
permanecen libres al no comprometerse, y mientras actúan así terminan por rechazar la
libertad, porque al comprometerse se descubren libres y se hace uso de la propia libertad.
El celibato prolongado los habitúa a vivir y a organizarse por su cuenta. A algunos les
cuesta aceptar la presencia continua de otro en su vida cotidiana; esto les angustia,
dándoles la sensación de perder la propia libertad. Por lo tanto alternan momentos en los
que viven con otros y momentos en los que viven solos. A los 35 años piensan todavía
que son inmaduros y que no están preparados para comprometerse, y que aún necesitan
tiempo. Pero cuánto más pasa el tiempo, menos se desarrolla su mentalidad para hacerlos
capaces de relacionarse con el otro que, por otro lado, quieren amar.

Los sondeos aún demuestran que la mayoría de los jóvenes quiere casarse y fundar una
familia, aunque los jóvenes no siempre sepan cómo se constituye una relación en el
tiempo. Quisieran estabilizar la relación ya desde el inicio y resolver todos los problemas
respecto al presente y al futuro. Sin duda los jóvenes tienen la necesidad de aprender a
hacer la experiencia de la fidelidad en la vida cotidiana: es un valor que recoge el
consenso unánime de los jóvenes, pero que no es valorizado por los medios
contemporáneos. En el mensaje de la sociedad predominan el miedo al matrimonio y a
tener hijos, hecho que no ayuda a tener fe en sí mismo y aún menos en la vida,  que según
ellos  debería limitarse y agotarse con su historia personal.

De hecho, tanto la sociedad como sus leyes (ver en Francia el "pacs", pacto civil de
solidaridad, que da un estatuto jurídico a una relación antinómica y a menudo
provisional) no favorecen el sentido de la duración y del compromiso, mientras cultivan
la precariedad afectiva y la fragilidad del vínculo social en vez de privilegiar el
matrimonio. Sin embargo muchos jóvenes sienten la necesidad de saber perseverar frente
a una concepción de tiempo breve y dividido.

Vivimos en una sociedad que siembra la duda respecto a la idea de comprometerse en el


nombre del amor. Los jóvenes desean hacerlo y por ello se les debe acompañar para que
puedan descubrir que es posible la fidelidad como también los caminos que conducen a
ella.

4. - 4 La bisexualidad psíquica

El post-adolescente también debe afrontar la bisexualidad psíquica, resultado de sus


identificaciones con ambos sexos y no debido al hecho de ser a la vez hombre y mujer,
para así poder interiorizar la propia identidad sexual y encaminarse hacia la
heterosexualidad. La bisexualidad psíquica es la capacidad de relacionarse con el otro
sexo, en coherencia con la propia identidad sexual tanto en la vida afectiva como en la
social. Ya lo hemos dicho, durante la post-adolescencia la vida psíquica comienza a
interactuar con la realidad externa. Pero la sociedad actual mantiene una cierta confusión
acerca de las dos únicas identidades sexuales existentes, aquélla del hombre y la de la
mujer, mediante tendencias sexuales multíplices y prácticas sexuales relativas a la
separación de las pulsiones. No hay que confundir la identidad con las orientaciones
sexuales, y menos aún cuando éstas están en contradicción con la identidad sexual. En tal
contexto no es fácil encontrar la propia identidad y la coherencia a nivel sexual, sobre
todo cuando la homosexualidad es valorizada y presentada como una alternativa a la
heterosexualidad. La elaboración de la bisexualidad psíquica corre el riesgo de
comprometerse y, como las relaciones entre hombres y mujeres se complican hasta el
punto de animar al celibato del 'cada uno en su casa', el modelo social de la
homosexualidad es banalizado.

Muchos adolescentes y post-adolescentes son inquietos e inestables cuando se encuentran


con que tienen que afrontar la bisexualidad psíquica. Algunos a veces interpretan como
homosexualidad constitutiva y permanente su ambivalencia pasajera, frecuente en la
adolescencia. Piensan que son homosexuales sin desearlo ni quererlo, pero a veces viven
de pasada como tales para experimentar la homosexualidad, hecho que los irá minando
psicológicamente. Cierto que todos los individuos han sido llevados a vivir
identificaciones homosexuales para confrontar la propia identidad sexual, comenzando
por el padre o la madre del mismo sexo, pero cuando estas identificaciones sufren un
fracaso, corren el riesgo de ser erotizadas y desembocan en la homosexualidad. Hay que
recordar que la elección del objeto homosexual, inherente a la vida psíquica, no se
confunde con la homosexualidad en la cual un sujeto puede eventualmente orientarse.

La homosexualidad no es una "variante" de la sexualidad humana comparable con la


heterosexualidad, pero es la expresión de una tensión conflictiva no resuelta en el ámbito
de una tendencia que se aparta de la identidad sexual.

La educación al sentido del otro y al sentido de la diferencia entre el hombre y la mujer es


el punto cardinal del descubrimiento del verdadero sentido de la alteridad.

5. Los jóvenes y las nuevas influencias ideológicas

El derrumbe de las ideologías políticas en provecho del liberalismo de la sociedad de


consumo y del crecimiento del individualismo, han favorecido el menosprecio  respecto a
la actividad política y del sistema de representación democrática. Los grandes desafíos
sociales han sido reemplazados por las reivindicaciones subjetivas y sectoriales.

 Por otro lado se nota que la actividad política pierde crédito ante los ojos de las jóvenes
generaciones cuando ya no es capaz de perseguir el interés general. La valorización del
matrimonio, la familia compuesta de un hombre y una mujer con sus hijos, la escuela y la
educación, la formación al sentido de la ley civil y moral, la inserción social y profesional
de las nuevas generaciones, la calidad del ambiente, el sentido de la justicia y la paz, son
algunos de los proyectos que hay que sostener para despertar el interés de los jóvenes en
la vida política. Examinemos ahora la influencia que algunas tendencias ideológicas
ejercen sobre los jóvenes.

5. - 1 La teoría del gender

Como ya hemos dicho, nuestra sociedad está actualmente influenciada por la confusión
sexual. La teoría del gender deja entender que la diferencia sexual, o sea el hecho de ser
un hombre o una mujer, es de una importancia secundaria a la hora de fundar el vínculo
social y las relaciones afectivas que se contraen en le matrimonio y que contribuyen a
crear una familia. Según esta teoría se debería, por el contrario, privilegiar y reconocer el
género sexual, que ya no depende del género masculino o femenino, sino aquél que cada
uno se construye subjetivamente y que se orienta hacia la heterosexualidad, la
homosexualidad, la transexualidad. Así se podrá hablar de pareja y de familia
heterosexual u homosexual, dicho de otra manera, la diferencia sexual se sustituiría por la
diferencia de la sexualidad.

La teoría del gender está ampliamente difundida por la Comisión de las Poblaciones de la
ONU y del Parlamento europeo para obligar a los países a que modifiquen su legislación
para que reconozcan, por ejemplo, la unión homosexual o la
"homogenitorialidad" mediante la adopción. Esta nueva ideología representa una
verdadera manipulación semántica porque aplica la noción de pareja y de ser padres a la
homosexualidad, mientras que la pareja implica la asimetría sexual y se basa sólo en la
relación entre un hombre y una mujer. Además la homosexualidad no puede estar en el
origen del matrimonio y del ser padres y carece de cualquier valor social. En cuanto a la
problemática individual, aquélla no puede ser una norma social reconocida como valor a
partir de la cual se eduque a los hijos.

La educación tiene que tener como meta la renovación de una civilización fundada en la
pareja formada por un hombre y una mujer. No en vano la Biblia comienza con la
existencia de una pareja cuya relación es a imagen de la relación de Dios con la
humanidad. Tenemos que abrirnos a una cultura de la alianza para no caer en el torbellino
de una lucha de poderes entre los sexos.

5. - 2 La sociedad del mercado y liberalismo

La mayor parte de los jóvenes es esclavo de las normas de la sociedad del mercado; la
publicidad exige ampliamente la satisfacción de los deseos inmediatos. La organización
política de la sociedad reposa en la mentalidad mercantilista, que transforma a los
ciudadanos en consumidores. Las reglas económicas reemplazan las reglas morales,
dictan leyes e imponen su sistema de referencia y de valoración en todos los campos de la
existencia con el consenso del poder político: la educación, la enseñanza, la salud, el
trabajo, la vejez son regulados según las normas económicas en detrimento de los valores
de la vida. Al centro de este mecanismo no están la persona y el bien común, sino el costo
y el beneficio. La dictadura del dinero y de la economía construye, a través de la
publicidad, una visión de la existencia en la que aquello que no rinde no debe existir, lo
que contribuye a alterar el sentido de la persona humana, del vínculo social y del bien
común.

5. - 3 Laicización y exclusión de lo religioso

El cristianismo está al inicio de la noción que distingue el poder religioso del poder
temporal. En el curso de la Historia, aunque hayan existido momentos de confusión, el
poder político a menudo a querido dictar leyes a la Iglesia, interviniendo, por ejemplo, en
las decisiones de los concilios. No es tanto el poder religioso el que ha querido extender
la propia influencia sobre el poder temporal, aunque en alguna sociedad la Iglesia a veces
ha tenido que organizar la vida de la sociedad antes de devolverle el poder a aquel que
debía ejercerlo; pero es el poder político el que a menudo se ha mostrado celoso del poder
religioso, vigilándolo, encuadrándolo, poniéndolo en duda e incluso neutralizándolo.

La laicización, cuando supera el ámbito de la diferenciación de los poderes, pone varios


problemas e influye en concepción de la dimensión religiosa inherente a la existencia. La
laicización así se ha desarrollado en oposición al papel y a la influencia de la Iglesia: se
debía excluir lo religioso del campo social, relegándolo a una cuestión privada
dependiente de la conciencia individual; esta era la manera de mutilar a la Iglesia. Es un
fenómeno que ha continuado con la laicización de la moral, separada de los principios
universales que pueden ser descubiertos por la razón, para confundirla con la ley civil
votada democráticamente. Así la legalidad ha sustituido la moralidad creando confusión
en las conciencias de muchos jóvenes, de modo que llegan a creer  que aquello que es
legal tiene también un valor moral. La ley civil, al contrario, no dice qué cosa es moral:
organiza sólo la vida de la sociedad, pero esta organización o reglamentación mediante
los derechos y los deberes de los ciudadanos sólo se pueden fundar sobre los principios
que respeten la dignidad de la persona humana y los valores de la vida[10] que trascienden
todas las leyes.

Después de haber laicizado a la sociedad y la moral, le toca ahora a la religión de ser


laicizada. La vida espiritual se confunde con la vida intelectual y poética, la Biblia es
traducida por no-creyentes y por escritores de diferentes corrientes de opinión, mientras
se va promoviendo una lectura laica de los Evangelios. El Papa Juan Pablo II a menudo
ha subrayado el modo contradictorio en el que se aborda la Biblia: "...el hombre de hoy,
defraudado por numerosas respuestas insatisfactorias a los interrogantes fundamentales
de la vida, parece abrirse a la voz que proviene de la Trascendencia y se expresa en el
mensaje bíblico. Pero, al mismo tiempo, se muestra cada vez más refractario a la
exigencia de comportamientos en armonía con los valores que la Iglesia presenta desde
siempre como fundados en el Evangelio. Se producen entonces intentos muy variados de
separar la revelación bíblica de las propuestas de vida más comprometedoras".[11] Por
ello la palabra de Dios se trasladaría a un discurso mundano, al unísono con las
costumbres y a la inteligencia religiosa, reducida al mínimo denominador común en
nombre de la "modernidad" y de una "religión moderada". Serían, por lo tanto, los
cánones imperantes en una sociedad los que deberían regular la religión y sobre todo la fe
cristiana: visión que consiste en eliminar del campo social la dimensión religiosa y las
exigencias que derivan de ella.

El rechazo de reconocer la herencia religiosa y cristiana como una de las bases del
desarrollo de la civilización en Europa y en el mundo occidental, como también en otras
zonas culturales, es el testimonio de esta laicización rampante. La laicización así
concebida no respeta la dimensión religiosa de la existencia humana. Los que sostienen
este orden de cosas son los primeros en reconocer la libertad de la fe, que según ellos
depende únicamente de la vida privada, pero que rechazan aceptar la realidad religiosa y
el derecho a la religión, que implica una dimensión social e institucional, mientras que es
importante que el poder religioso, en cuanto a institución, pueda estar representado en el
concierto europeo y de las naciones al servicio del bien común y de los intereses
superiores de la conciencia humana. Dios no puede estar ausente del campo social.

Las jóvenes generaciones necesitan ser educadas hacia una dimensión social e
institucional de la religión cristiana; lo que no necesitan es experimentar la Iglesia como
un grupo puramente intimista e individual.

6. Los jóvenes y la Iglesia


6. - 1 Jóvenes sin raíces religiosas

La mayor parte de las encuestas sobre los jóvenes y la religión confirma cuanto ya
sabemos. Los jóvenes son los hijos de aquellos que fueron adolescentes entre 1960 y
1970 y que en su tiempo habían hecho la elección de no transmitir siempre aquello que
ellos mismos habían recibido en su educación. Por lo tanto, han dejado que sus hijos se
las arreglaran por sí mismos en el ámbito moral y espiritual, sin tener otra preocupación
en la educación que cuidar de su realización afectiva. Así en muchos casos han carecido
de referencias espirituales, quedándose desamparados. Los querían ver felices, pero sin
enseñarles las reglas de la urbanidad, de cómo se emplean las riquezas de un pueblo y de
la fe cristiana, que ha sido la fuente de muchas civilizaciones. Hay que reconocerlo, el
sentido de la persona humana, el sentido de la propia conciencia, el sentido de la libertad,
el sentido de la fraternidad, el sentido del igualitarismo, todo esto se lo debemos al
mensaje de Cristo transmitido por la Iglesia. Se han banalizado estos valores
separándolos de su fuente, con el riesgo de ya no poderlos transmitir, una vez que se
desconoce su origen. Por este planteamiento mental anti-educativo, los hijos no han sido
bautizados ni catequizados. Necesitaban hacer tabula rasa del pasado para liberarse de la
tradición, actitud que ha producido ignorantes culturales, privados de una formación y
cultura religiosa. Son incapaces de entender períodos enteros de la Historia de nuestra
civilización, como también del arte, de la literatura, de la música. No son alérgicos a los
dogmas, o sea a las verdades de la fe cristiana, y menos a la Iglesia; ¡la cosa es que no
saben nada de ella! Por ello, en las encuestas más serias, sus respuestas revelan
ignorancia, indiferencia y falta de educación religiosa. Están condicionados por todos los
clichés y por todos los conformismos que circulan sobre la fe cristiana. En pocas
palabras, están lejos de la Iglesia, porque al no haber sido educados en ella no se han
integrado en la tradición religiosa.

6. - 2 Confusión entre lo religioso y lo paranormal

Hay que reconocer que muchos jóvenes son bastante ajenos a cualquier dimensión
religiosa, la cual, a pesar de todo, no quiere otra cosa que surgir. ¿Cómo podría ser de
otro modo en un mundo que elimina lo religioso? Lo confunden con lo parapsicológico,
lo irracional y la magia. Son atraídos por los fenómenos del "más allá de la realidad" que
provocan una resonancia emotiva y suscitan sentimientos capaces de hacerles creer en la
existencia de un ser del más allá. Pero en este caso sólo se encuentran a sí mismos, sus
sensaciones y su imaginación. La espiritualidad que está ahora de moda es aquélla
carente de palabras, de reflexiones y de contenido intelectual, o sea, aquélla consistente
en muchas corrientes de filosofía y de sabiduría sin Dios que, venidas del Oriente y de
Asia; éstas son en sí interesantes, pero no son religiones, a pesar de ser valorizadas y
deformadas actualmente, aún sin representar un movimiento de masas. Según esta
mentalidad hay que ser "cool", "zen" y tranquilos, o sea, no hay que probar nada, sino
hay que vivir en una inercia moderada. Toda desviación es posible porque no hay ningún
control institucional o intelectual.

Todo, y lo contrario de todo, puede ser puesto en lugar de Dios, actitud totalmente
opuesta al cristianismo que es la religión de la Encarnación del Hijo de Dios y que
transmite un mensaje de verdad y de amor con el que se puede construir la vida y luchar
contra todo lo que la arruina y la destruye. Los jóvenes cristianos advierten que la
presencia de Dios y su mensaje llevan consigo una esperanza inmensa que les abre los
caminos de la vida. Pero cuando el sentimiento religioso, inherente a la psicología
humana, no ha sido educado y enriquecido con un mensaje auténtico, permanece
primitivo y prisionero de una mentalidad supersticiosa y mágica. La falta de educación
religiosa anima a las sectas y a los falsos profetas a que se autoproclamen como tales para
hablar en nombre de una divinidad hecha a su imagen. El hombre necesita ser introducido
en una dimensión diferente a la suya, dimensión que el Creador ha inscrito en el corazón
de cada ser humano. Así es vinculado por Dios a los demás, a la Historia, y, sobre todo, a
un proyecto de vida que lo revela a sí mismo, lo humaniza y lo enriquece. He aquí el
sentido de la Palabra del Evangelio transmitida por la Iglesia.

6. - 3 Los jóvenes de la JMJ están en búsqueda de una vida espiritual

La mayor parte de los jóvenes que participan en la JMJ irradian bienestar y la alegría de
vivir, llaman la atención por su calma, la sonrisa, la delicadeza, la gentileza, la
cooperación y la apertura. Tenemos que tener fe en estos jóvenes, que preparan una
revolución espiritual silenciosa, pero muy activa. Como sus coetáneos, también ellos
tienen problemas: alguno ya habrá tenido cierta experiencia con la droga o se habrá
comportado de cierta manera sin tener en cuenta la moral cristiana. Viven experiencias y
fracasos, pero tienen hambre de otra cosa y están en búsqueda de una esperanza. Anhelan
un ideal de vida y una espiritualidad fundada en alguien, en Dios. La sociedad europea
que cada vez está más vieja, escéptica y sin esperanza, es sacudida por estos jóvenes que
creen en Dios y que quieren vivir en consecuencia. La mayor parte proviene de
comunidades cristianas y ha invitado a jóvenes que están en búsqueda. Saben que la vida
no es fácil, pero al tener una esperanza firme no se resignan. Más o menos cristianos, se
dirigen a la Iglesia para encontrar respuestas a su inmensa necesidad espiritual. Su
presencia radiante deja un signo en todos países en los que se desarrolla la JMJ. Invierten,
de hecho, la imagen reducida que se tiene de la juventud, porque cada vez que se habla de
ella, es sólo para evocar una sexualidad impulsiva, la droga, la delincuencia, etc. Pero si
algunos viven de ese modo es porque han sido abandonados a su suerte.

La sociedad es infantil hacia los jóvenes porque los utiliza como modelo, cuando en
realidad son los jóvenes los que necesitan puntos de referencia. Se les adula, pero la
sociedad no ama a los propios hijos, a juzgar por todas las dimensiones educativas de las
cuales son objeto. También la acción pastoral local tiene su propia parte de
responsabilidad en la medida en que a veces se han desatendido las tareas educativas o
han sido abandonadas por las órdenes religiosas y los sacerdotes, que las habían tenido
como vocación. Pero hay que reconocer que su tarea no era fácil en aquella época de
rotura (1960-1970), en la que los jóvenes rechazaban masivamente toda reflexión
religiosa. Los jóvenes de hoy carecen totalmente de una base desde el punto de vista
religioso y hacen unas afirmaciones sorprendentes. Hace poco uno de ellos preguntó a un
sacerdote: "¿Por qué mezcláis la Navidad con la religión?". ¡Él no sabía que la Navidad
es el día en el que se celebra la natividad de Jesús! La Navidad es así reducida a una
fiesta comercial en familia. Gracias al éxito de la JMJ, este modo de ver las cosas puede
cambiar desde el momento en el que los jóvenes se empeñen en una búsqueda espiritual y
descubran que gran parte de la visión del hombre, como también enteros sectores de la
vida social, han sido modelados por el mensaje de la Iglesia y de generaciones de
cristianos.

6. - 4 ¿Por qué Juan Pablo II atrae a tantos jóvenes, a pesar de que el mensaje
cristiano es exigente, sobre todo en materia de moral sexual?

A menudo hacen esta pregunta y la respuesta viene por sí sola: es el mensaje de Cristo
transmitido por la Iglesia, y siempre ha sido exigente; pero también es fuente de alegría.
Es difícil vivir no sólo en el campo sexual sino en todas las realidades de la vida. Nada
auténtico, coherente y duradero se construye sin dificultad. Juan Pablo II presenta el
camino a seguir para vivir como cristianos en nombre del amor de Dios, y este amor es
un modo de buscar el bien y la vida para sí mismo y para los demás. Siempre seremos
capaces de este amor que no es un sentimiento, ni tampoco un bienestar afectivo, pero
corresponde al deseo de buscar en Dios aquello que nos hace vivir. Los jóvenes son
sensibles a este lenguaje y a la persona de Juan Pablo II que lo afirma tranquilamente, a
pesar de las críticas y el sarcasmo. Les habla de la vida allí donde no escuchan otra cosa
que muerte, droga y suicidio, de fracasos en el campo afectivo con el divorcio, de
desempleo, por no citar una sociedad que los descuida.

Juan Pablo II tiene fe en ellos y les da fe en la vida. Les dice que es posible vivir y
triunfar en la vida, y les explica incluso cómo se hace. La generación precedente no
siempre les ha transmitido convicciones firmes, ni les ha enseñado a vivir con un cierto
número de valores, limitándose a repetir hasta la saciedad los valores de la sociedad de
consumo. ¿Qué cosa hacen los jóvenes? Se dirigen a los ancianos para obtener aquello
que no han tenido: son los ancianos los que, como lo hace el Papa, los enlazan con la
Historia y la memoria cultural y religiosa, desbancando así a sus padres. No hay
divisiones entre el Papa y los jóvenes. Cuando los jóvenes perciben palabras auténticas,
se sienten respetados y valorizados: "Por fin hemos sido tomados en serio, él tiene fe en
nosotros".

A la Iglesia se le atribuye una obsesión en cuanto a la moral sexual. Aunque este tema no
represente ni el 9% de los discursos y de los escritos del Papa, los medios de
comunicación se detienen sólo en este aspecto, silenciando todo el resto. La historia del
preservativo[12] es característica de esta desinformación y de la manipulación de la que
son objeto sus discursos. Juan Pablo II en cambio dice una cosa diferente: se apoya en el
Evangelio y no depende de las ideas ligadas a una moda pasajera. Apela al sentido del
amor y de la responsabilidad. Como Cristo, prefiere dirigirse a la conciencia humana,
para que cada uno se interrogue sobre el propio comportamiento para saber si se ha
vivido en el sentido de un amor auténtico, leal y honesto hacia uno mismo y hacia el otro.

Persigue su misión. La reflexión sobre la sexualidad no puede reducirse a un discurso


sobre la salud, sobre todo cuando ésta descuida la responsabilidad moral de las personas.
La valoración moral concierne también a la sexualidad y no sólo a la vida social, a no ser
que se quiera crear una escisión aberrante. Los cristianos son invitados a inspirarse en
este modelo y así su propio comportamiento nazca de una conciencia evangélica
iluminada.

Conclusión  

Los post-adolescentes aspiran a realizar su propio ingreso en la vida. A pesar de cierta


falta de raíces culturales, religiosas y morales, intentan encontrar las vías de acceso,
porque a menudo se han formado a sí mismos, en un narcisismo difuso e inconstancia. La
fragilidad del yo, una visión temporal reducida a los deseos del momento y a las
circunstancias, y una interioridad restringida sólo a la resonancia psíquica lo confinan al
individualismo. Por eso algunos están angustiados por el empeño y la relación
institucional, a pesar de desear casarse y fundar una familia. Prefieren mantener
relaciones intimistas y lúdicas, naturalmente entre más personas, pero que son relaciones
que permanecen fuera del vínculo social. Su perfil psicológico es también el resultado de
una educación centrada en lo afectivo, en el placer inmediato y en la separación de los
padres a causa del divorcio que, entre otras cosas, en las representaciones sociales es el
origen de la inseguridad afectiva, de la duda de uno mismo con respecto al otro y del
sentido del compromiso. Es posible promover una educación más realista que no encierre
a la persona en los objetos mentales y en el narcisismo de la adolescencia, sino que
estimule el interés por hacerse adulto.

Los jóvenes de la generación actual están haciendo una revolución religiosa  silenciosa,
pero decidida. Suscitan interrogativos entre los cristianos y no tienen miedo de
manifestarse como tales. No quieren dejarse intimidar ni constreñir al silencio y menos 
aún insultar. Los jóvenes provenientes de África, de América Latina, Asia y del Oriente
viven su fe como una emancipación y una liberación en Dios, a veces en el martirio,
actitud que debería inspirar las viejas comunidades cristianas.

Cada JMJ es una etapa histórica para los jóvenes participantes. Ya no podemos hablar de
la religión del mismo modo como lo hacíamos antes. Además esto se nota fácilmente en
la prensa: la mayor parte de los informadores y comentaristas políticos, esclavos de
determinadas categorías sociológicas o de clichés, no consiguen dar una valoración
exacta del evento. Desde hace varios años los encuentros de jóvenes promovidos por la
Iglesia reúnen un número significativo de participantes, pero raramente se habla de estos
jóvenes en búsqueda de los espiritual. Éstos no dan que hablar en los telediarios. ¿Es que
un encuentro de jóvenes por motivos religiosos no es acaso un evento para la prensa? La
información a menudo es desfasada respecto a lo que se vive y se prepara
silenciosamente en la sociedad, hasta el día en el que alguno se despierta preguntándose:
"¿Qué ha sucedido?". Los desafíos nacidos de la sed de un ideal y una espiritualidad de
los jóvenes no son tomados en serio por la sociedad.

La Iglesia no está agonizando, como pretenden algunos: encuentra la misma dificultad


que todas las demás instituciones que padecen los efectos del individualismo, del
subjetivismo y de una forma de socialización. En una sociedad en la que el individuo vive
como víctima de la vida de los demás, con la mentalidad del consumador, a un ritmo
concebido en función del instante y con una representación de la vida mediática y virtual,
es urgente hacer descubrir el sentido de la realidad, promover vínculos de socialización y
transmisión entre las generaciones, para adquirir el sentido de las instituciones. La
experiencia espiritual cristiana implica tal dimensión y constituye su riqueza, que se
despliega en las diferentes tradiciones a través de los siglos.

Le toca a la Iglesia asegurar una continuidad a la JMJ y poner en práctica una catequesis
más activa y renovada. La inteligencia de la fe necesita ser nutrida. La acción pastoral
tendrá que preocuparse de sensibilizar a las familias sobre la importancia de la educación
religiosa y del catecismo en particular. Pero las familias, a su vez, plantean una cuestión a
la sociedad, que ha cancelado la dimensión religiosa de la vida con una precisa voluntad
política. La laicización, como habíamos dicho, es la distinción entre el poder político y el
religioso y no la exclusión de la religión del campo social. La vida escolástica debe
respetar el tiempo que se debe dedicar a la enseñanza religiosa.

Aunque es verdad que cada uno es libre de abrazar o no un fe religiosa, la sociedad no


puede relegar la religión a la sección de lo opcional de la vida, al campo de lo escondido
y lo privado, pensando que la fe no debe tener ninguna repercusión en la vida y la
sociedad. El hecho religioso es un hecho social que no se puede relegar a la esfera de lo
privado; es más bien la fuente del vínculo social y permanece inscrito en el ritmo del
calendario. A esta privatización de la vida religiosa han respondido los jóvenes, con su
comportamiento, con un "no" contundente con ocasión de la Jornada Mundial de la
Juventud. La vida espiritual es una exigencia humana que el poder público debe
reconocer, respetar y honrar porque califica a cada persona y constituye uno de los
componentes esenciales de la realidad social.

En su Mensaje con ocasión de la XVIII Jornada Mundial de la Juventud 2003, el Santo


Padre recuerda el papel que los jóvenes pueden desarrollar: "La humanidad tiene
necesidad imperiosa del testimonio de jóvenes libres y valientes, que se atrevan a
caminar contra corriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo la propia fe en Dios, 
Señor y Salvador" (n1 6).

[1]
El 65% de los jóvenes europeos vive todavía con su familia. Informe publicado por la
sociedad de estudios de mercado Datamonitor británica, Quotidien du Médécin (Francia),
pág. 17, N1 7302, miércoles 26 de marzo de 2003.
[2]
El acompañamiento de los jóvenes profesionales se ha convertido en una realidad que
atañe a los de 25-40 años, sobre todo a los solteros, aunque se puede discutir sobre el
concepto de 'joven' aplicado a este grupo de edad, praxis que responde a una necesidad,
pero que a veces los mantiene en una especie de infantilismo afectivo.
[3]
Anatrella, Tony, Interminabiles adolescences, le 12/30 ans, Paris, Cerf Cujas.
[4]
Idem.
[5]
Idem.
[6]
Algunos estudios muestran que, del total de la población adolescente, el 10% des los
jóvenes entre 15 y 19 años presenta dificultades psicológicas (Cfr. Comité general de la
Salud Pública francesa,  La souffrance psychique des adolescents et des jeunes adultes,
ediciones ENSP, febrero 2000). El incremento de las emisiones radio-televisivas sobre
los problemas de algunos adolescentes deja entender que la mayor parte de ellos se
encontraría en una situación complicada que no refleja la realidad. Se tiende así a
generalizar pocos casos específicos, mientras que se incluyen sobre todo las cuestiones
pedagógico-educativas de la post-adolescencia.
[7]
La fragilidad de los procesos de interiorización da origen a  psicologías más
superficiales, más fragmentadas, que tienen dificultad en recurrir a la racionalidad. En
cuanto al lenguaje utilizado, su pobreza no favorece el dominio de lo real. Las fórmulas,
repetidas como eslóganes, indican el pánico y el sufrimiento frente a la idea de
reflexionar. Así la expresión: "Me martillea la cabeza" hace entender el hecho de que
pensar podría provocar hemicránea. A los jóvenes les falta una verdadera formación
intelectual que, entre otras cosas, se adquiere poniéndose en contacto con la literatura. No
tienen una vida intelectual porque no entienden los textos y autores, ni saben reflexionar
sobre ellos. En los programas actuales del Ministerio de Educación y Ciencia francés, los
profesores tienen que tener principalmente en cuenta la subjetividad de los alumnos y
enseñarles a ellos el conocimiento a partir de cuanto perciben; esto hace subir el número
de cuantos se lamentan de tener dificultad en concentrarse intelectualmente como
también en controlarse. El conocimiento del sentido de la ley comienza siempre por
medio de la adquisición del lenguaje y de las reglas de la gramática, cosa que hoy día ya
no sucede, pues los lingüistas han tomado el puesto de los gramáticos en la elaboración
de los programas ministeriales. El método global o los métodos llamados mixtos, que hoy
están de moda en las escuelas, producen analfabetismo, dislexia y una visión fragmentada
de la realidad.
[8]
La resiliencia correspondería a la capacidad de algunos individuos a salir reforzados o
incluso completamente renovados ante las adversidades de la vida; algunas corrientes
ideológicas podrían haber ideado un camino para alcanzar tal resiliencia (NdR).
[9]
ROLLIN, France, La mixitéà l'école, ETUDES, Vol. 367, n1 6 (3676), diciembre
1987. ANATRELLA, Tony, La mixité, ETUDES, vol. 368, n1 6 (3686), junio 1988. Ver
también ANATRELLA, Tony, La différence interdite, Flammarion.
[10]
Ver Juan Pablo II, Veritatis Splendor (1993) y Evangelium Vitae (1995).
[11]
 Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la sesión plenaria anual de la Pontificia
Comisión Bíblica, n1 2, martes 29 de abril 2003, en L'Osservatore Romano, n1 20 - 16
de mayo de 2003, pág. 8.
[12]
ANATRELLA, Tony, L'amour et le préservatif, París, Flammarion. Reeditado con el
título, L'amour et l'Eglise, París.
ZS05080805

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