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Lengua 3eraño C.Básico - Relatos-Policiales

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Para trabajar en casa

1
RELATOS POLICIALES

ÁREA CURRICULAR: Lengua

CICLO: Básico

CURSO: 3er Año

CONTENIDOS: Relatos Policiales

SEGUIR UN ITINERARIO DE LECTURA (Primera parte)

Los itinerarios de lectura tienen como principal objetivo la formación de lectores;


sus propuestas impulsan la lectura en torno de géneros, temas, motivos o autores.
En los itinerarios se buscan, en y entre los textos literarios, recurrencias y
diferencias. Por lo tanto, fomentan la lectura, promueven el deseo hacia la
búsqueda y apelan a un contacto lúcido y más interrogativo con los textos.
Experimentar un itinerario supone no sólo la comprensión y el disfrute de cada
texto, sino también seguir diversos rastros entre ellos que, a su vez, llevan a
construir mejores herramientas de lectura e interpretación de cada texto singular.
Para lograr esto, es indispensable una frecuente actividad lectora y diversas
situaciones planteadas por el docente en términos de desafío. Una vez atravesado
el recorrido, se espera que el lector adquiera condiciones para nuevas lecturas de
mayor complejidad, dicho de otra manera: que pase de “nivel”.

Leer relatos policiales

1
Material sintetizado del Ateneo “El género policial” del Programa Nacional de Formación Situada. Año 2018
Esta secuencia propone recorrer una serie de cuentos que están unidos por una
marca de género: el policial. Como se expone para todos los itinerarios, no se trata
de reflexionar sobre el verosímil policial desde la primera clase, porque esto teñiría
todas las futuras lecturas. Por el contrario, se trata de comenzar leyendo para más
tarde sistematizar y abstraer los aspectos comunes.

El origen del género policial estuvo centrado en los relatos clásicos de enigma, allí
el detective o investigador concentra todas las capacidades de deducción,
comparables con las que tiene que tener un buen lector que no se deja llevar por
primeras impresiones. Estos detectives, como los lectores esperados para este
género, tienen que tener cualidades para observar, identificar pistas, reconstruir
hechos y asociar sentidos. El trabajo de los detectives en el policial de enigma se
focaliza en los detalles, lo que parece no tener importancia (pero da sentido al
relato) y que es dejado de lado por el común de la gente (aquello que un lector
experto no deja de lado).

Desarrollo de la Tarea

La presente secuencia fue planteada para que, durante estos días que van a estar
en casa, los alumnos lean y relean tres cuentos policiales. Se trata de poner
intensidad en el relato policial, lo que supone no solo conocer historias, sino
también reflexionar sobre los indicios, las características psicológicas y físicas de
los personajes, el contexto histórico en el que actúan, el trabajo narrativo con el
suspenso, la destreza lógica en la concatenación de hechos y detalles, lo que dice
y lo que no dice el relato para lograr ciertos efectos, entre otros.

Cuentos propuestos para este itinerario

Autor Título
Rodolfo Walsh Tres portugueses bajo un paraguas
Roberto Arlt El Crimen casi perfecto
Rodolfo Walsh En defensa propia

Sesiones de lectura y actividades para el cuento “Tres portugueses bajo un


paraguas (sin contar al muerto)”, de Rodolfo Walsh.

✔ Algunas predicciones antes de la lectura propiamente dicha.

Antes de empezar a leer es importante empezar poniendo el foco en el título y


para eso se sugieren algunas preguntas: ¿Que sorprende del título?
¿Portugueses? ¿Tantos bajo un paraguas? ¿Sin contar al muerto? ¿De qué
muerto se trata? ¿Por qué un muerto debajo de un paraguas? ¿Por qué los
paréntesis?

✔ ​Lectura parcial
En esta primera lectura, se plantea que el alumno lea en voz alta (o en silencio) el
cuento excepto la parte 11 y 12. Aquí se sugiere tapar las dos últimas
partes y hacer la siguiente actividad antes de la lectura completa.

✔ Releer para dibujar un croquis y tomar notas


Si de leer como detectives se trata, se propone que los estudiantes relean el
fragmento inicial del cuento para dibujar la escena del crimen. Se elaborará
un croquis: un dibujo rápido a mano alzada donde aparezcan esbozadas las
partes principales de lo que se quiere representar. La función del dibujo es
tener un borrador en imágenes de la escena del crimen y sus protagonistas,
incorporando a través de flechas algunas descripciones que ayuden a
interpretar ese borrador. En este punto las preguntas que podemos
responder son: ¿Quién habrá sido señalado como culpable por Daniel
Hernández? ¿Por qué?
✔ Leer la explicación final
Se invita a leer las dos últimas partes del cuento. A partir de esa lectura y con el
material con el que se cuenta, se reflexiona sobre el final. En función de los
indicios con los que contaban: ¿pudieron identificar al asesino? ¿realizaron
hipótesis similares a las del detective? ¿existen elementos o indicios por
determinar?

✔ Escribir sobre lo no dicho en el cuento


Este breve relato se caracteriza por la economía narrativa, esta “sobriedad” de la
voz narrativa genera mucho espacio para la imaginación del lector sobre lo
que no se informa. Una relectura puede hacer patente la ausencia de
descripciones de los lugares (la esquina y la comisaría), la poca información
sobre los policías, o sobre la vida de los portugueses: ¿qué hacían allí? ¿a
qué se dedican? A su vez, uno de las cuestiones no dichas tiene que ver
con las razones del crimen: ¿cuál podría haber sido la motivación del
crimen, su móvil?
La actividad de escritura será elegir uno o dos espacios o personajes cuya
información consideren faltante y agregar descripciones que posibiliten
expandir esa información. A su vez, sumar una explicación final sobre el
móvil del crimen.
✔ Cierre y glosario
Es importante haber incorporado dentro del vocabulario, elementos del campo
semántico del género: ​crimen, escena del crimen, detective, pistas,
indicios, hipótesis, etc​. Se sugiere un espacio en la carpeta para ir
reuniendo todas estas palabras a las que se sumarán otras con las futuras
lecturas.
Sesiones de lectura y actividades para el cuento “El crimen casi perfecto”,
de Roberto Arlt

✔ Algunas predicciones antes de la lectura


Se propone que los lectores se detengan en el título: ¿Qué se considera un
“crimen perfecto”? ¿Qué se puede anticipar sobre la resolución de la
historia a partir de la expresión “casi”?
✔ Leer y releer para profundizar la lectura
Después de una primera lectura veloz, la idea es volver al texto y realizar
actividades para reconstruir los hechos y las diversas conjeturas que fue
elaborando el detective:
1. Antes de resolver el crimen, el detective elabora una serie de
hipótesis que luego son desestimadas: ¿cuáles son? ¿Por qué
desestima dichas hipótesis? ¿Qué significa hablar de un “absurdo
psicológico”?
2. Realizar un cuadro con la caracterización de cada uno de los
personajes y de la víctima, en el mismo incluir:
● nombre;
● relación con la víctima;
● profesión;
● dónde estaban cuando murió la víctima;
● posibles motivaciones;
● Coartada.
✔ Actividades de invención para leer mejor
Antes de leer el cuento, se hipotetizó sobre su título; luego de la lectura su sentido
adquiere toda su dimensión. Por lo tanto, puede resultar interesante volver
al título e hipotetizar sobre las posibilidades de un crimen “perfecto”:
1. Escribir un texto corto pensando en las siguientes preguntas:
¿Podría haber sido este un crimen perfecto? ¿Cómo hubiera sido
posible?

Cuadro de integración y completamiento del género

Después de haber leído y analizado dos cuentos del género policial, la propuesta
es completar el siguiente cuadro que posibilitara el seguimiento, relación y
contraste entre los textos leídos. Para esto deberán recuperar las notas
realizadas, los glosarios, entre otros.

Cuento Tres portugueses bajo El crimen casi perfecto


un paraguas (sin contar
al muerto
¿Quién es la víctima?
¿Cuáles son los lugares
de la escena del crimen?
¿Quién investiga?
¿Cuáles son sus
características
principales?
¿Cuáles son las pistas o
indicios más
importantes?
¿Quiénes son los
sospechosos?
¿Cuál es el móvil del
crimen?
¿Se resuelve el crimen?
¿Quién es el victimario?
Anexo: Los cuentos

Texto 1

Tres portugueses bajo un paraguas

Autor: Rodolfo Walsh

1
El primero portugués era alto y flaco.
El segundo portugués era bajo y gordo.
El tercer portugués era mediano.
El cuarto portugués estaba muerto.
2
- ¿Quién fue?- preguntó el comisario Jiménez.
- Yo no - dijo el primer portugués.
- Yo tampoco - dijo el segundo portugués.
- Yo menos - dijo el tercer portugués.
3
Daniel Hernández puso los cuatro sombreros sobre el escritorio.
El sombrero del primer portugués estaba mojado adelante.
El sombrero del segundo portugués estaba seco en el medio.
El sombrero del tercer portugués estaba mojado adelante.
El sombrero del cuarto portugués estaba todo mojado.
4
- ¿Qué hacían en esa esquina? - preguntó el comisario Jiménez.
- Esperábamos un taxi - dijo el primer portugués.
- Llovía muchísimo - dijo el segundo portugués.
- ¡Cómo llovía! - dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués dormía la muerte dentro de su grueso sobretodo.
5
- ¿Quién vio lo que pasó? - preguntó Daniel Hernández.
- Yo miraba hacia el norte - dijo el primer portugués.
- Yo miraba hacia el este - dijo el segundo portugués.
- Yo miraba hacia el sur - dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba muerto. Murió mirando hacia el oeste.

6
- ¿Quién tenía el paraguas? - preguntó el comisario Jiménez.
- Yo tampoco - dijo el primer portugués.
- Yo soy bajo y gordo - dijo el segundo portugués.
- El paraguas era chico - dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués no dijo nada. Tenía una bala en la nuca.
7
- ¿Quién oyó el tiro? - preguntó Daniel Hernández.
- Yo soy corto de vista - dijo el primer portugués.
- La noche era oscura - dijo el segundo portugués.
- Tronaba y tronaba - dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba borracho de muerte.
8
- ¿Cuándo vieron al muerto? - preguntó el comisario Jiménez.
- Cuando acabó de llover - dijo el primer portugués.
- Cuando acabó de tronar - dijo el segundo portugués.
- Cuando acabó de morir - dijo el tercer portugués.
Cuando acabó de morir.
9
- ¿Qué hicieron entonces? - preguntó Daniel Hernández.
- Yo me saqué el sombrero - dijo el primer portugués.
- Yo me descubrí - dijo el segundo portugués.
- Mis homenajes al muerto - dijo el tercer portugués.
Los cuatro sombreros sobre la mesa.
10
- Entonces, ¿qué hicieron? - preguntó el comisario Jiménez.
- Uno maldijo la suerte - dijo el primer portugués.
- Uno cerró el paraguas - dijo el segundo portugués.
- Uno nos trajo corriendo - dijo el tercer portugués.
El muerto estaba muerto.
11
- Usted lo mató - dijo Daniel Hernández.
- ¿Yo, señor? - preguntó el primer portugués.
- No, señor - dijo Daniel Hernández.
- ¿Yo, señor? - preguntó el segundo portugués.
- Sí, señor - dijo Daniel Hernández.
12
- Uno mató, uno murió, los otros dos no vieron nada - dijo Daniel Hernández. - Uno
miraba al norte, otro al este, otro al sur, el muerto al oeste. Habían convenido en
vigilar
cada uno una bocacalle distinta, para tener más posibilidades de descubrir un
taxímetro
en una noche tormentosa.
"El paraguas era chico y ustedes eran cuatro. Mientras esperaban, la lluvia les
mojó la
parte delantera del sombrero.
"El que miraba al norte y el que miraba al sur no tenían que darse vuelta para
matar al
que miraba al oeste. Les bastaba mover el brazo izquierdo o derecho a un
costado. El que
miraba al este, en cambio, tenía que darse vuelta del todo, porque estaba de
espaldas a
la víctima. Pero al darse vuelta se le mojó la parte de atrás del sombrero. Su
sombrero
está seco en el medio; es decir, mojado adelante y atrás. Los otros dos sombreros
se
mojaron solamente adelante, porque cuando sus dueños se dieron vuelta para
mirar el
cadáver, había dejado de llover. Y el sombrero del muerto se mojó por completo
por el
pavimento húmedo.
"El asesino utilizó un arma de muy reducido calibre, un matagatos de esos con
que juegan
los chicos o que llevan algunas mujeres en sus carteras. La detonación se
confundió con
los truenos (esta noche hubo tormenta eléctrica particularmente intensa). Pero el
segundo portugués tuvo que localizar en la oscuridad el único punto realmente
vulnerable
a un arma tan pequeña: la nuca de su víctima, entre el grueso sobretodo y el
engañoso
sombrero. En esos pocos segundos, el fuerte chaparrón le empapó la parte
posterior del
sombrero. El suyo es el único que presenta esa particularidad. Por lo tanto, es el
culpable."
El primero portugués se fue a su casa. Al segundo no lo dejaron. El tercero se
llevó el
paraguas. El cuarto portugués estaba muerto. Muerto.
Texto 2

El Crimen casi perfecto

Autor: Roberto Arlt

La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían


mentido. El mayor, Juan, permaneció desde las cinco de la tarde hasta las doce
de la noche (la señora Stevens se suicidó entre las siete y las diez de la noche)
detenido en una comisaría por su participación imprudente en un accidente de
tránsito. El segundo hermano, Esteban, se encontraba en el pueblo de Lister
desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y, en cuanto
al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de
análisis de leche de la Erpa Cía., donde estaba adjunto a la sección de
dosificación de mantecas en las cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la
suicida para festejar su cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó de
traslucir su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos de la
tarde, los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que
servía hacía muchos años a la señora Stevens. Esta mujer, que dormía afuera del
departamento, a las siete de la tarde se retiró a su casa. La última orden que
recibió de la señora Stevens fue que le enviara por el portero un diario de la tarde.
La criada se marchó; a las siete y diez el portero le entregó a la señora Stevens el
diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió antes de matarse se presume
lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde llevaba
anotadas las entradas y salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas
se encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día
subrayados; luego se sirvió un vaso de agua con whisky, y en esta mezcla arrojó
aproximadamente medio gramo de cianuro de potasio. A continuación se puso a
leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir trató de ponerse de pie y cayó
sobre la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente
contraídos.
Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas
pacíficamente en el interior del departamento pero, como se puede apreciar, este
proceso de suicidio está cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los
funcionarios que intervinimos en la investigación podíamos aceptar
congruentemente que la señora Stevens se hubiese suicidado. Sin embargo,
únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no
contenía veneno. El agua que se agregó al whisky también era pura. Podía
presumirse que el veneno había sido depositado en el fondo o las paredes de la
copa, pero el vaso utilizado por la suicida había sido retirado de un anaquel donde
se hallaba una docena de vasos del mismo estilo; de manera que el presunto
asesino no podía saber si la Stevens iba a utilizar éste o aquél. La oficina policial
de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a sus
paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las
llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado la vida por su
propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico
cuando la sorprendió la muerte transformaba en disparatada la prueba mecánica
del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso cuando yo fui designado por mis superiores
para continuar ocupándome de él. En cuanto a los informes de nuestro gabinete
de análisis, no cabían dudas. Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens
había bebido, se encontraba veneno. El agua y el whisky de las botellas eran
completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del portero era
terminante; nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el
periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales,
hubiera cerrado el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores
no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mí cerrar el sumario
significaba confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y
había un indicio que lo comprobaba: ¿dónde se hallaba el envase que contenía el
veneno antes de que ella lo arrojara en su bebida? Por más que nosotros
revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el
frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente
sugestivo. Además había otro: los hermanos de la muerta eran tres bribones.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron
de sus padres. Actualmente sus medios de vida no eran del todo satisfactorios.
Juan trabajaba como ayudante de un procurador especializado en divorcios. Su
conducta resultó más de una vez sospechosa y lindante con la presunción de un
chantaje. Esteban era corredor de seguros y había asegurado a su hermana en
una gruesa suma a su favor; en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero
estaba descalificado por la Justicia e inhabilitado para ejercer su profesión,
convicto de haber dopado caballos. Para no morirse de hambre ingresó en la
industria lechera, se ocupaba de los análisis.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta, había enviudado
tres veces. El día del “suicidio” cumplió 68 años; pero era una mujer
extraordinariamente conservada, gruesa, robusta, enérgica, con el cabello
totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una cuarta vez y manejaba su casa
alegremente y con puño duro. Aficionada a los placeres de la mesa, su despensa
estaba provista de vinos y comestibles, y no cabe duda de que sin aquel
“accidente” la viuda hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese
carácter era capaz de suicidarse, es desconocer la naturaleza humana. Su muerte
beneficiaba a cada uno de los tres hermanos con doscientos treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquélla en las
labores groseras de la casa. Ahora estaba prácticamente aterrorizada al verse
engranada en un procedimiento judicial. El cadáver fue descubierto por el portero
y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que ésta, no pudiendo abrir la
puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero,
llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la mañana, como creo
haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio
de análisis, a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación donde quedaba
detenida la sirvienta, con una idea brincando en mi imaginación: ¿y si alguien
había entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la ventana y
colocando otro después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de
novela policial, pero convenía verificar la hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada:
la masilla solidificada no revelaba mudanza alguna. Eché a caminar sin prisa. El
“suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no
policialmente, sino deportivamente. Yo estaba en presencia de un asesino
sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un recurso
simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez de aquel vacío.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan identificado estaba en mis
conjeturas, que yo, que nunca bebo bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un
whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé;
pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y un plato con
trozos de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De pronto una idea
alumbró mi curiosidad, llamé al camarero, le pagué la bebida que no había
tomado, subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la sirvienta.
Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro. Entré en la habitación donde
estaba detenida, me senté frente a ella y le dije:
- Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora Stevens, ¿tomaba el
whisky con
hielo o sin hielo?
-Con hielo, señor.
-¿Dónde compraba el hielo?
- No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en
pancitos. –Y la criada casi iluminada prosiguió, a pesar de su estupidez.- Ahora
que me acuerdo, la
heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta. Él se
encargó de
arreglarla en un momento.
Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la suicida con el
químico de nuestra oficina de análisis, el técnico retiró el agua que se encontraba
en el depósito congelador de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico
inició la operación destinada a revelar la presencia del tóxico, y a los pocos
minutos pudo manifestarnos: - El agua está envenenada y los panes de este hielo
están fabricados con agua envenenada.
Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado. Ahora era un juego
reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera (defecto
que localizó el técnico) arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro
disuelto. Después, ignorante de lo que aguardaba, la señora Stevens preparó un
whisky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual explicaba que el plato con
hielo disuelto se encontrará sobre la mesa), el cual, al desleírse en el alcohol, lo
envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que la
muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico,
hasta que juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los
efectos no se hicieron esperar.
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su
casa. Ignoraban dónde se encontraba. Del laboratorio donde trabajaba nos
informaron que llegaría a las diez de la noche. A las once, yo, mi superior y el juez
nos presentamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor Pablo, en cuanto nos vio
comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar nuestras
investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a la mesa de mármol.
Había muerto de un síncope. En su armario se encontraba un frasco de veneno.
Fue el asesino más ingenioso que conocí.

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