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Cosmos en Colapso

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Cosmos en colapso.

H.P. Lovecraft (1890-1937) R.H.


Barlow (1918-1951)

Dam Bor pegó sus seis ojos a las lentes del


cosmoscopio. Sus tentáculos nasales se
habían vuelto naranjas de miedo y sus
antenas zumbaban roncamente mientras
dictaba su informe al operador situado a sus
espaldas.

-¡Ha sucedido! -gritó-. Ese borrón en el éter


no puede ser sino una flota procedente de
fuera del continuo espacio-tiempo que
conocemos. Nunca nada como esto había
aparecido antes. Tiene que ser un enemigo.
Dé la alarma a la Cámara de Comercio
Intercósmica. No hay un minuto que
perder… se encuentra a menos de seis siglos
de nosotros. Hak Ni tiene que poner en
marcha la flota sin dilación.

Levanté la vista desde el Windy City Grab-


Bag, que me había servido para matar mis
ratos de inactividad, en tiempos de paz, en la
Patrulla Supergaláctica. El agraciado y joven
vegetal, con el que compartía mi cuenco de
natillas de oruga desde la más temprana
infancia, y con el que había recorrido cada
pliegue de la ciudad intradimensional de
Kastor-Ya. Mostraba, de veras, una expresión
atemorizada en su rostro de color lavanda.
Tras dar la alarma, nos subimos en nuestras
bicicletas etéreas y, sin dilación, nos
dirigimos al planeta exterior en el que tenía
lugar las sesiones de la Cámara.

En el interior de la Gran Sala de Congresos,


que medía cinco metros cuadrados, con un
techo bastante alto, se agolpaban delegados
de las treinta y siete galaxias de nuestro
universo inmediato. Oll Stof, presidente de la
Cámara y representante del Soviet de los
Sombrereros, alzó su hocico sin ojos con
dignidad, y se preparó para dirigirse a la
multitud allí reunida. Era un organismo
protozoico, altamente desarrollado,
procedente de Nov-Kas, y hablaba mediante
la emisión de ondas alternas de calor y frío.
-Caballeros -irradió-. Dado que un terrible
peligro nos amenaza, he de someter el tema
a su consideración.

La multitud aplaudió a rabiar, mientras una


ola de excitación sacudía a aquella variopinta
audiencia; aquellos que no tenían manos,
hicieron resbalar unos tentáculos sobre
otros.

Él entonces dijo:

-¡Hak-Ni, repta hasta este estrado!

Se produjo un silencio sepulcral, durante el


cual se pudo oír un suave deslizar
procedente de las vertiginosas alturas de la
plataforma. Hak-Ni, el amarillento y valeroso
comandante de nuestras tropas durante
mucho tiempo, subió a esa gigantesca altura,
que se remontaba varios centímetros sobre
el suelo.

-Amigos míos -comenzó, con una elocuente


crepitación de los miembros
posteriores-.Estas bienaventuradas
columnas y paredes no merecen sufrir mi
informe… -en ese momento, uno de sus
numerosos parientes aplaudió-. Recuerdo
muy bien cuando… Oll Stof le interrumpió.
-Te has anticipado a mis pensamientos y
órdenes. Ponte en marcha y consigue la
victoria para la vieja Intercósmica.
Dos párrafos más tarde nos encontramos
volando a través de innumerables estrellas,
rumbo a una débil mancha situada a un
millón de años luz y que era lo único que
delataba la presencia del odiado enemigo, al
que no habíamos visto. No sabíamos de
cierto qué monstruos o aberraciones bullían
entre las lunas del infinito; pero había una
maligna amenaza en el resplandor que
aumentaba sin cesar, hasta cubrir los cielos
enteros. Muy pronto pudimos distinguir
objetos definidos dentro de aquel borrón.
Ante mis horrorizadas áreas de visión se
abría un interminable despliegue de
astronaves con forma de tijera, de perfiles
completamente desconocidos.
Entonces, procedente del enemigo, nos llegó
un sonido aterrador que pronto reconocí
como un saludo y un desafío. Un escalofrío
de respuesta me sacudió cuando recogí, con
las antenas elevadas, esa amenaza de
combate con una monstruosa invasión que
amenazaba nuestro amado sistema
procedente desde desconocidos abismos
exteriores.

Ante aquel sonido (Que era algo así como el


ruido de una máquina de coser oxidada, sólo
que mucho más horrible), Hak-Ni alzó, sin
tardanza, su hocico en desafío, irradiando
una orden a los capitanes de la flota.
Instantáneamente, las inmensas
espacionaves adoptaron posición de batalla,
con tan sólo un centenar o dos de ellas
apartadas algunos años luz de la misma.

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