Este documento es una homilía para una misa de exequias que ofrece dos enseñanzas principales sobre la muerte. Primero, la muerte nos recuerda que no somos dueños de nuestras vidas y debemos prepararnos para el juicio final de Dios. Segundo, la muerte desde una perspectiva de fe no es una pérdida sino el inicio de la verdadera vida eterna con Dios. La homilía concluye pidiendo por el perdón de los pecados del difunto y recordando que la partida no es un adiós sino un hasta luego.
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Este documento es una homilía para una misa de exequias que ofrece dos enseñanzas principales sobre la muerte. Primero, la muerte nos recuerda que no somos dueños de nuestras vidas y debemos prepararnos para el juicio final de Dios. Segundo, la muerte desde una perspectiva de fe no es una pérdida sino el inicio de la verdadera vida eterna con Dios. La homilía concluye pidiendo por el perdón de los pecados del difunto y recordando que la partida no es un adiós sino un hasta luego.
Este documento es una homilía para una misa de exequias que ofrece dos enseñanzas principales sobre la muerte. Primero, la muerte nos recuerda que no somos dueños de nuestras vidas y debemos prepararnos para el juicio final de Dios. Segundo, la muerte desde una perspectiva de fe no es una pérdida sino el inicio de la verdadera vida eterna con Dios. La homilía concluye pidiendo por el perdón de los pecados del difunto y recordando que la partida no es un adiós sino un hasta luego.
Este documento es una homilía para una misa de exequias que ofrece dos enseñanzas principales sobre la muerte. Primero, la muerte nos recuerda que no somos dueños de nuestras vidas y debemos prepararnos para el juicio final de Dios. Segundo, la muerte desde una perspectiva de fe no es una pérdida sino el inicio de la verdadera vida eterna con Dios. La homilía concluye pidiendo por el perdón de los pecados del difunto y recordando que la partida no es un adiós sino un hasta luego.
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Homilía PARA MISA DE EXEQUIAS
Estimados hermanos en el Señor:
Familiares y amigos de nuestro hermano quien en vida fue N.N y amados fieles. Como pueblo de Dios, unidos visiblemente hoy como una sola grey, hemos sido convocados para celebrar esta misa de cuerpo presente, antes de dar cristiana sepultura a nuestro hermano N.N. Con sentimientos de gratitud por gozar largos años de vida, del padre, del esposo, del amigo, del abuelo, del tío, del cristiano y con sentimientos de esperanza cristiana celebramos en esta Eucaristía la Pascua de este hermano nuestro. San Pablo en la primera lectura que hemos escuchado nos viene a decir que, respecto a la suerte de los difuntos, es decir a lo que pasa tras la muerte no debemos afligirnos como “hombres sin esperanza”, dado que, nuestro Dios es un Dios de vivos y de esperanza, porque “los que han muerto en Jesús, Dios los llevara con Él”, nos dice San Pablo. Hoy señalemos dos enseñanzas: -La muerte bajo el signo del cuerpo es en definitiva una gran maestra de sabiduría, porque nos recuerda más allá de los avatares de la vida, que la muerte es la única regla que no tiene excepción, es la única realidad que nos iguala a todos y es la única que nos muestra a la manera del Evangelio de hoy que no somos dueños de nuestra vida sino solo administradores, se nos da esa vida el día de la concepción y se nos pide esa vida el día de nuestra muerte y nos presentaremos ante Dios con las obras de fe y de amor que hayamos practicado en nuestra vida. La realidad de la muerte nos ha de llevar a cuestionarnos por lo que vamos haciendo en esta vida, si estamos agradando a Dios, porque no sabemos ni el día ni la hora, porque la muerte viene por sorpresa, como un ladrón, por tanto, nosotros hemos de estar preparados. Uno a veces en un mundo inclinado al hedonismo, materialista, bienestar como meta ultima de la vida, un mundo volcado a la exterioridad un mundo de prisas, afanes, compromisos; la muerte siempre nos tiene que interrogar, nos debe cuestionar la vida, y decirnos ¿tantas fatigas humanas, tantos afanes y desvelos de los hombres y al final todos llegamos a la misma realidad, la finitud de la vida biológica y la presentación del alma espiritual en el juicio misericordioso de Dios. Por tanto, hemos de acumular vienes no para esta vida, sino para la vida futura, porque lo material pasa y la polilla la roe. Que la muerte de nuestro hermano N.N nos enseñe a nosotros como decía el rey Salomón enseñame a calcular el numero de mis años para que adquiera un corazón sensato. Hoy este hermano nuestro, y pensemos y si hoy el Señor nos pidiera la vida ¿cómo nos presentaríamos ante Él? Del texto de Mt 25 san juan de la cruz hace verso poético. En el atardecer de la vida, en el ocaso de la existencia en el crepúsculo de nuestra historia seremos juzgados en el amor que hayamos practicado. Por ello a nosotros nos ha de cuestionar la muerte, dado que nosotros estaremos en un ataúd, y que el día que el Señor nos llama a su presencia digo con la frente en alto, el pecho erguido, el corazón dilatado porque he amado y las manos llenas, digo marcho tranquilo al encuentro con Dios. Segunda reflexión: No se porque a veces tenemos una visión tan dolorista, dramática y trágica sobre la muerte y escuchamos en los velorios expresiones de este tenor: ay no alcanzo a ver crecer a sus nietos, la casa que habían construido no lo disfruto, no aprovecho casi la pensión de jubilación y al escuchar ello uno se da cuenta que el común de los mortales tenemos una muy clara idea de lo que dejamos en esta tierra pero tenemos una muy pobre conciencia de todo la vida que recibimos cuando nos presentamos ante Dios. Si tuviéramos más fe veríamos como los diversos santos a lo largo de la historia de la Iglesia que saludaban con temor a la hermana muerte, la miraban más allá de la pura mirada humana, la apreciaban como el encuentro definitivo con Dios, cuando nuestra fe es débil y cuando nuestro corazón esta muy enraizado en las pasiones, en los aconteceres, en las acciones, en los bienes de esta tierra la muerte siempre es duelo, la muerte siempre es pérdida, la muerte siempre es dolorosa, pero cuando aprende a mirar con los ojos de la fe descubre que la muerte es simplemente el inicio de la verdadera vida, la vida de los que en Cristo creemos no termina sino se transforma. Lamento la muerte de este hombre porque con ellos se van y nos enseñaron que la vida hay que vivir para amar a Dios y a los hombres. Hoy hay una crisis antropológica, el hombre no es capaz de amar. En la muerte el dolor lo lleva uno dentro, pero los hijos hemos de encarnar las virtudes, valores que heredamos de nuestros padres. En el Evangelio el Señor viene a decirnos: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. El Señor es la vida, no perdamos la esperanza, y pidamos en esta santa Eucaristía, pues que el Señor perdone todos los pecados de nuestro hermano N.N y tenga en cuenta las buenas obras que haya realizado. Pero la partida de nuestro hermano no es un hasta siempre, sino hasta luego. Terminaré con una expresión: un esposo, un padre, un abuelo, un amigo, un tío, un hermano, un cristiano a partido de esta tierra, pero un lucero un intercesor se han ganado en el cielo. Así sea.