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Simón Rodríguez Educ Popular

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Eduardo Morales Gil (2005): Simón Rodríguez y Simón Bolívar: Pioneros de la

educación popular. Prólogo Aristóbulo Istúriz. Republica Bolivariana de


Venezuela. Ministerio de Educación y Deportes.

Capítulo VII

Simón Rodríguez y la educación popular republicana

Es posible que la compleja subjetividad de Rodríguez, la cual presentamos a


grandes rasgos en las líneas precedentes, ayude a explicar su pathos por la
instrucción de los sectores más vulnerables de la sociedad, aún en su ejercicio
pedagógico en la Escuela de Primeras Letras de Caracas, bajo la égida
colonial española, cuando estuvo influido por los representantes de la
Ilustración hispana. Pero esa inclinación será acrecida durante su permanencia
en Europa, al asumir un postulado doctrinario de significación fundamental para
aquellos pensadores adscritos intelectual y espiritualmente al movimiento del
iluminismo: la universalización de la educación, el cual será concretado por la
Revolución Francesa, ese huracán sociopolítico que socavó las bases del
Ancien Régime, cuya sacudida pudo observar de cerca todavía, en los albores
del siglo XIX.

En efecto, la doctrina educativa de Rodríguez contenida en su obra escrita,


difundida después de su regreso de Europa, en el año 1823, está vertebrada
por sus proposiciones para extender el beneficio de la instrucción pública a los
vastos sectores de la población que no tienen acceso a ella, los excluidos
desde el punto de vista socio-económico y socio-político y para educar
socialmente a los jóvenes americanos a fin de convertirlos en ciudadanos
capaces de vivir en un sistema republicano y de defender sus instituciones. Es
lo que él denomina la “educación popular”, cuyo objetivo general es,
precisamente, la ruptura de la inequidad prevaleciente en las nacientes
repúblicas americanas, para el momento histórico en el cual se propone
concretar en el espacio telúrico de la América meridional su proyecto educativo.
A continuación intentaremos presentar, en una apretada síntesis, algunos de
los múltiples testimonios documentales que sustentan es postulados
doctrinarios.

1
En la primera etapa de su quehacer pedagógico, ubicada crono lógicamente en
los días finiseculares del siglo XVIII y espacialmente en su natal Caracas, aun
cuando operaba, como dijimos antes, en el marco de una sociedad colonial
fuertemente estratificada, Rodríguez asumió una posición de autenticidad, de
gallardía y de solidaridad social al elevar ante el Ayuntamiento caraqueño
algunos planteamientos ubicados en el marco de la equidad, dirigidos a
extender la instrucción hasta los pardos.

De acuerdo al texto del acta del Ayuntamiento de Caracas, fechada el 31 de


mayo de 1791, rubricada por Domingo Antonio Mota, “Escribano Interino
Público y de Cabildo”, incorporada a las Obras Completas de Simón Rodríguez,
(1999: 1, 135-36), este educador caraqueño fue propuesto por don Guillermo
Pelegrín, “Maestro principal de primeras letras, latinidad y elocuencia en esta
capital, ... para servir la escuela de niños de primeras letras, de este vecindario”
y aceptado, el día 23 del mismo mes y año, con base en un informe favorable
presentado por los alcaldes ordinarios Diego Blanco y José Ignacio Michelena,
comisionados del “Ilustre Ayuntamiento” capitalino, cuyas expresiones son del
siguiente tenor:

“debiendo ante todas cosas el propuesto don Simón de aceptar y jurar que
cumplirá bien y fielmente este encargo, para cuyo efecto comparecerá ante
este ilustre Ayuntamiento y, verificado, se le entregará testimonio de este
nombramiento para que le sirva de Titulo”.

En la misma acta se asienta que su sueldo será apenas de 100 pesos anuales
y, por tal razón, se le autoriza a recibir “gratificación o contribución voluntaria de
los niños que tengan posibilidad para ello, y de no tirar cosa alguna de los que
fueren notoriamente pobres’. (En este párrafo del acta se observa la
intencionalidad caritativa que animaba a la sociedad colonial española, influida
por la doctrina cristiana que predicaba la atención y asistencia a los
desamparados). Esta recomendación fue atendida cabalmente por Rodríguez,
según se desprende de! acta del Cabildo fechada el 14 de junio de 1793,
ocasión en la que se consideró el informe presentado por los “Diputados que
reconocieron a Escuela regentada por Don Simón Rodríguez”, en la cual se lee
que a la escuela municipal concurren 114 niños, de los cuales 74 entregan una
colaboración económica al maestro, mientras que 40 “no pagan por estar en

2
calidad de pobres”. (IBID, 143-45). En la nómina de los discípulos elaborada
por el preceptor, donde aparece Simón Bolívar, se observa que la colaboración
es variable y oscila entre los cuatro y dieciséis reales. Bolívar pagaba ocho
reales. (IBID.15 1-52).

Los escasos recursos obtenidos por esa vía serian destinados por Rodríguez,
no para incrementar sus ingresos personales, sino para mejorar la dotación de
la escuela a fin de hacer más agradable y eficaz el proceso enseñanza-
aprendizaje. En tal sentido, del más conocido de los informes que presenta a
Ayuntamiento capitalino sobre el funcionamiento del centro educativo que
regentaba, Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras
Letras de Caracas y medios de lograr su reforma por un nuevo establecimiento
(enviado al Cabildo el 19 de mayo de 1794), específicamente en la Segunda
Parte: “Nuevo Establecimiento”, capítulo II “Constituciones”, subtítulo:
“Pensiones y su aplicación”, ordinal 30º, el pedagogo expresa la necesidad de
introducir una colaboración obligatoria, aun cuando modesta, por parte de
padres o representantes, para atenuar la precariedad de las rentas de la
escuela. Por ello plantea que “Todos los niños cuyos padres tengan
comodidad; aunque mediana, deberán exhibir mensualmente cuatro reales de
plata y los pobres dos”. (Rodríguez, 1999: 1, 209-214).

Tal contribución estaba pensada para garantizar y facilitar la instrucción de los


niños pobres, tradicionalmente preteridos de este beneficio social. Esta
apreciación se corrobora en el texto del desarrollo argumental que hace
Rodríguez en el subtitulo “Gastos Comunes”, ordinal 33°. Veamos:

“Un niño que conduce diariamente de su casa a la escuela los libros, tintero,
pluma, etc., y corre con la compra de esto mismo cuando le falta, no puede
menos que estar siempre escaso de lo necesario, (…) y causar doble gasto a
sus padres inútilmente.

Corriendo los maestros con esta economía nada les faltará, (...) se eximirán
sus padres de este cuidado, y les costará poco dinero. Para esto se señalan los
dos reales mensuales”. (IBID, 214-215).

Los libros, un recurso didáctico fundamental para el proceso enseñanza-


aprendizaje, eran muy caros y escasos en este reino ultramarino. Rodríguez no

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se amilana frente a esta limitación y arbitra recursos para proveerlos a sus
discípulos, sobre todo a los que no tenían ni siquiera la más remota posibilidad
de adquirirlos, tanto en Caracas como en la metrópoli. En esa línea de
pensamiento plantea, siempre en el marco del ordinal 33°, lo siguiente:

“los libros (…) no se encuentran aquí, y aunque se encontrasen, cuestan


mucho. Para que llegue a esta ciudad una obra es menester que se haya
hecho ya muy común; en la Corte usan las escuelas muchos libros de que
nosotros no tenemos ni aun noticias.

El medio de lograr para las nuestras un surtimiento completo, es el de tener el


Director correspondencia en Madrid con un sujeto inteligente que remitiéndole
el dinero suficiente cumpla las notas que le acompañe, y le comunique
igualmente noticia de las nuevas ediciones que se hagan”.

En ese informe de mayo de 1794, específicamente en la Primera Parte


(“Estado actual de la escuela demostrado en seis reparos”), Rodríguez resiente
la poca atención que se le brinda a la escuela y denuncia que “No tiene la
estimación que merece”, que “Pocos conocen su utilidad” y que “Cualquier
cosa es suficiente y a propósito para ella”, entre otras aseveraciones. Pero,
como acertadamente lo plantea el doctor Carlos H. Jorge (2000, 97-100), en
esas Reflexiones se aprecia claramente la denuncia de un dualismo que se
manifiesta de diversas maneras y que Simón Rodríguez enfrentará con sus
escritos y con su vida. La dicotomía excluyente de los que nada poseen y los
que todo tienen; de los blancos, por un lado y los pardos, negros e indios por el
otro, antagonismo social que aparece nítidamente reflejado en los siguientes
párrafos:

“los pardos y morenos no tienen quien los instruya; a la escuela de los niños
blancos no pueden concurrir: la pobreza los hace aplicar desde sus tiernos
años al trabajo y en él adquieren práctica, pero no técnica.

¿Qué progreso han de hacer estos hombres, si advierten e! total olvido en que
se tiene su instrucción? Yo no creo que sean menos acreedores a ella que los
niños blancos (…) porque no habiendo en la Iglesia distinción de calidades
para la observancia de la Religión tampoco debe haberla en enseñarla. (…)
Mejor vistos estarían y menos quejas habría de su conducta si se cuidase de

4
educarlos a una con los blancos aunque separadamente”. (Rodríguez, 1999: 1,
200-20 1).

En la anterior cita se observa también que el pedagogo denuncia una


dicotomía excluyente consumada por la Iglesia Católica: por una parte, los
principios universales de la religión cristiana, practicados y aceptados por todos
los estratos sociales; por otro lado, el disfrute de algunos bienes ofrecidos por
la iglesia, como la instrucción, está destinado sólo para los grupos sociales
privilegiados. En ese juicio se asemeja mucho a la postura de uno de los
representantes de la Ilustración española, el Conde de Cabarrús, referida en el
capítulo anterior, aún cuando no llega a nombrarlo de manera expresa.

Es conveniente aún hacer un comentario adicional sobre el fragmento anterior


porque pudieran interpretarse erróneamente los conceptos emitidos en la
última parte de esa cita, asumiendo que Simón Rodríguez era partidario de la
segregación escolar de los niños pardos. Esa afirmación de Rodríguez debe
verse dentro del contexto socio-político del período colonial. El aboga por el
derecho de los pardos a la instrucción, pero no llega a plantear su integración a
las escuelas con los niños blancos por cuanto esa demanda significaría una
ruptura definitiva con los parámetros de una sociedad fuertemente estratificada
desde el punto de vista social y tácticamente a él no le convenía ese escenario,
lo cual no significa que avalara ese estado de cosas. Su adscripción y
participación en movimientos revolucionarios refleja su rechazo a ese orden
social.

En otras páginas de esas Reflexiones de mayo de 1794, emite una opinión en


la cual expresa abiertamente su necesidad de guardar las formas frente a los
factores de poder aun cuando trasunta amargura al referirse a su situación
personal. Veamos su posición:

“Yo vivo mucho tiempo ha en esta miseria y pudiera hablar de ella con mucha
propiedad; pero mi propio interés hará que calle lo que otro menos parcial dirá
sin tanto riesgo del crédito que merece tan delicada materia”. (Rodríguez,
1999:1,222).

Las proposiciones para la reforma de la escuela, para un nuevo


establecimiento de ella, contenidas en esas Reflexiones dirigidas al

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Ayuntamiento, fueron admitidas por este cuerpo en la sesión del 20 de julio de
1795. En esa sesión el Cabildo no solamente acoge la reforma propuesta por
Simón Rodríguez sino que va más allá: acuerda la creación de cinco escuelas,
ya que son cinco las parroquias para la época. Por tanto, se suprimen las
escuelas privadas existentes y se acuerda la dotación de lo necesario para las
escuelas: muebles, útiles, libros, y “demás aderezos”. El reglamento
presentado por el proyectista es aceptado y se espera una segunda parte de su
trabajo referente al “modo de enseñanza y economía de las escuelas”. Pero su
proposición implica gastos de 4.800 pesos anuales para sueldos, más el
alquiler de las casas y el pago de muebles y útiles. El Cabildo pide la
aprobación a la Real Audiencia, a la que envía el documento original de
Rodríguez, junto con copia del acta. (Ver copia del acta en Yépez Castillo,
1985: 377 - 79).

El 9 de septiembre de 1795 la Real Audiencia, por boca del Fiscal Julián Díaz
de Saravia, contesta a las pretensiones del Cabildo — como dice la pauta- y se
pronuncia porque sólo se establezca “una escuela más para españoles y
blancos; pues existen dos más dirigidas por sacerdotes, una en el Convento de
San Francisco y otra en la Real y Pontificia Universidad”. Argumenta lo
crecidos que serán los gastos si se aprobara el proyecto, a los cuales no se
puede responder con el fondo de Propios. (Yépez Castillo, 1985: 101)

A los pocos días de producirse el dictamen del Fiscal Díaz de Saravia,


aprobado por la Real Audiencia, Simón Rodríguez renunció a su cargo de
Maestro de Primeras Letras, según consta en el Acta de! Cabildo de Caracas
fechada el 19 de Octubre de 1795, rubricada por Tomás Aguirre, Escribano
Real. En la sesión de ese día en la cual se aceptó su dimisión, el cuerpo
edilicio acordó, a solicitud del interesado, ‘dispensarle una certificación que lo
acredite”. Por tal razón, en dicha acta se asientan elogiosas palabras de
reconocimiento para su labor educativa y su conducta personal. Veamos el
siguiente fragmento:

“siendo como es constante a este muy Ilustre Ayuntamiento, el amor, celo y


eficacia con que se ha portado el referido don Simón Narciso Rodríguez en el
desempeño de dicha escuela, (...) ya por haberla establecido bajo el mejor
sistema y gobierno, y ya por las ventajas que han observado en los niños de su

6
cargo, (...) acordaron, asimismo, se compulse testimonio de esta acta y se la
entregue en su resguardo”. (Rodríguez, 1999: 1, 146 —147).

Algunos autores, como Yépez Castillo (1985: 102), establecen una estrecha y
directa relación entre el dictamen del Fiscal Díaz de Saravia, de la Real
Audiencia y la renuncia presentada por Rodríguez ante el Ayuntamiento
Capitalino. Para otros, como el Dr. Carlos Jorge, esa decisión de la instancia
Real constituyó un motivo, una excusa para un hombre atormentado por su
origen, que deseaba en las reconditeces de su alma herida evadirse de una
realidad que lo asfixiaba.

Cuando regresa de Europa a la América parcialmente liberada de! Imperio


Español por las armas republicanas comandadas por Bolívar, en 1823, Simón
Rodríguez viene decidido a consolidar la independencia de las nuevas
repúblicas mediante un proyecto educativo dirigido a formar y concientizar
ciudadanos para vivir y socializarse en un sistema de gobierno republicano,
capaces de defender sus instituciones y de fortalecer los cimientos de las
nuevas sociedades, las cuales se hallaban todavía en estado embrionario,
“establecidas, pero no fundadas”, razón por la cual era “un deber de todo
ciudadano instruido el contribuir con sus luces a fundar el Estado, como con su
persona y bienes a sostenerlo”, tal como él mismo lo expresó en la Advertencia
al Pródromo1 a Sociedades Americanas en 1828, su primer libro, agudo análisis
sociológico, con visión prospectiva incluida, de las nacientes repúblicas de este
costado del mundo, impreso en Arequipa (Perú) en 1828. (Rodríguez,
1999:1,261).

El proceso social dirigido a la formación y concientización de los jóvenes


americanos con el propósito de convertirlos en auténticos ciudadanos
republicanos, tiene importancia capital y es prioritario para Simón Rodríguez.
Por tal razón, persuadido de esa convicción, él crítica la instrucción tradicional
impartida por los centros educativos de las nuevas repúblicas, que implica una
evidente carencia de formación ciudadana. Se trata, según su opinión, de la
promoción de borlados inconscientes desde el punto de vista político y

1
(Del lat. prodrŏmus, y este del gr. πρόδρομος, que precede). m. Malestar que precede a una
enfermedad.

7
socialmente insensibles, dispuestos a venderse al mejor postor. En tal sentido,
en ese mismo libro emite esta categórica advertencia:

“No esperen de los Colegios lo que no pueden dar.., están haciendo Letrados...
no esperen Ciudadanos. Persuádanse que, con sus libros y sus compases bajo
el brazo, saldrán a recibir, con vivas, á cualquiera que crean dispuesto á darles
los empleos en que hayan puesto los ojos... ellos ó sus padres”. (IBID, 1, 285).

La formación requerida por el proceso de socialización de una sociedad


republicana es calificada por Simón Rodríguez con la de nominación de
“Educación Social “y él mismo la cataloga como indispensable para alcanzar la
consolidación o fundamentación de las nuevas repúblicas. Por ello se permite
aconsejar a los actores políticos, en el Pródromo a Sociedades Americanas en
1828, en los siguientes términos:

“Hagan los Directores de las Repúblicas lo que quieran; mientras no


emprendan la obra de la Educación social, no verán los resultados que
esperan”. (IBID, 1, 284).

En su obra Tratado sobre las LUCES y sobre las VIRTUDES sociales,


publicada en la “Imprenta del Mercurio”, en Valparaíso, Chile, en 1840, insiste
en esta temática al establecer la diferencia entre educación e instrucción. En su
opinión, el simple hecho de impartir a los niños y jóvenes conocimientos
teóricos, no los califica para asumir y mantener una conducta de solidaridad
social, como lo requieren la sociedad y las instituciones de un sistema político
republicano. Este es su criterio:

“INSTRUIR NO ES EDUCAR, ni la Instrucción puede ser un equivalente de la


Educación, aunque Instruyendo se Eduque (porque) con acumular
conocimientos, extraños al arte de vivir, nada se ha hecho para formar la
conducta social”. (BID, I 104).

Rodríguez atribuía tan fundamental importancia y entidad a los temas de la


solidaridad social, al despliegue armónico de los hombres en la sociedad, que
sustentaba en ese mismo libro el criterio según el cual las pautas relacionadas
con la convivencia social merecen la primera prioridad entre las materias que
deben ser estudiadas por los niños y jóvenes, atribuyéndoles el estricto
carácter de conocimientos obligatorios. Veamos su opinión a ese respecto:

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“entre los conocimientos que el hombre puede adquirir, hay uno que le es de
estricta obligación.., el de sus SEMEJANTES: por consiguiente, la SOCIEDAD
debe ocupar el primer lugar, en el orden de sus atenciones, y por cierto tiempo
ser el único sujeto de su estudio”. (IBID, II, 115).

En esa obra, conocida comúnmente como Luces y Virtudes Sociales,


Rodríguez reitera en múltiples párrafos su criterio sobre esta temática de la
solidaridad social, posición que evidencia la estatura intelectual de un hombre
que asume sin actitud de postración intelectual las influencias de la Ilustración,
puesto que el Siglo de las Luces está signado por un marcado individualismo.
Veamos otra opinión suya sobre esta temática contenida en este libro, para
pasar a la revisión de otros textos:

“La mayor FATALIDAD del hombre en el ESTADO SOCIAL es NO TENER con


sus semejantes un COMUN SENTIR de lo que conviene á todos. La
EDUCACION SOCIAL remediaría este mal”. (IBID, II, 163-164).

En su libro Extracto sucinto de mi obra sobre la educación republicana,


dedicado al Coronel Anselmo Pineda, Gobernador de la provincia de
Túquerres, en Colombia, publicado en 1849 por el periódico el ‘Neogranadino”,
de Bogotá, Rodríguez ratifica los conceptos emitidos en Sociedades
Americanas en 1828 y en Luces y Virtudes Sociales sobre la necesidad de
formar a niños y jóvenes para vivir en una sociedad republicana solidaria,
donde prive la noción del bien común. Veamos el siguiente párrafo:

“Si queremos hacer REPUBLICA, debemos emplear medios TAN NUEVOS


como es NUEVA la idea de ver por el bien de TODOS. La misión de un
Gobierno Liberal es cuidar de TODOS, sin excepción para que... cuiden de sí
MISMOS después, y cuiden de su GOBIERNO. La ignorancia de los principios
SOCIALES, es la causa de todos los males, que el hombre se hace y hace a
otros”. (IBID, 1,229).

Como se observa en ese fragmento, Rodríguez puntualiza al Gobernador de la


provincia de Túquerres que el gobierno debe brindar atención a todos los
ciudadanos, independientemente del estrato social al que pertenezcan, hecho
que implica un planteo de carácter equitativo y, al mismo tiempo, le advierte
que si los ciudadanos desconocen la esencia principista de una sociedad

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republicana serán incapaces de defenderse ellos y de defender la República.
Por tal razón, él insiste ante el gobernante en la necesidad de impartir
educación social para que los niños y los jóvenes americanos internalicen los
valores esenciales de convivencia en un gobierno y una sociedad republicanos
y sean capaces de impedir la restauración de regímenes personalistas y
autoritarios como la monarquía. En esa línea de pensamiento emite esta
opinión:

“No habrá jamás verdadera Sociedad, sin Educación social... Las costumbres
que forma una Educación Social producen una autoridad PUBLICA no una
autoridad PERSONAL”. (IBID, 1, 230).

Unas páginas más adelante, en el mismo libro, ratifica a su amigo, el Coronel


Anselmo Pineda, Gobernador de una provincia colombiana, como ya dijimos,
su convicción de que “La política de las Repúblicas, en punto a instrucción, es
formar hombres para la sociedad”. (IBID, 1,236).

En su manuscrito Consejos de amigo dados al Colegio de San Vicente, en


Latacunga, Ecuador, dirigido al Dr. Rafael Quevedo, Rector de esa institución
educativa, el cual no está fechado, pero data alrededor de 1851, Rodríguez
mantiene firme coherencia conceptual sobre esta materia cuando le comunica
a la máxima autoridad de ese centro educativo que, en opinión suya, “Los
PRECEPTOS SOCIALES (son) el Objeto principal de la ESCUELA”. (IBID, I 8).

Unas páginas más adelante, en ese mismo ensayo, retoma el tema para
reivindicar a la escuela social, equiparándola con la primera escuela. En tal
sentido expresa que “en ninguna parte se oye hablar de... ESCUELA SOCIAL.
Llámese así la Primera Escuela, i se le dará el nombre que le corresponde”.
(IBID, II, 16).

En atención a la importancia fundamental que atribuía a la educación social,


Rodríguez propone al señor Rector, así como a sus amigos, “que influyan con
el PRIMER CONGRESO, que se reúna, para que dé una LEI a favor del Sostén
i Propagación de la ESCUELA SOCIAL”. (IBID, I 34).

Es incuestionable que en los argumentos sustentados por don Simón


Rodríguez sobre la educación social subyace una teoría política, según la cual
la Educación es un elemento fundamental para la creación de una nueva

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sociedad. Es evidente su intento de fundar en la América meridional una
República ilustrada, inspirada en los principios filosóficos del Siglo de las
Luces. (Lasheras, 1994 :14). Desde esta perspectiva ideológica, debe quedar
muy clara la ligazón indisoluble existente entre Educación y República. En
atención a esa poderosa razón, dirigida al logro de ese objetivo capital, él
plantea en el Pródromo a Sociedades Americanas en 1828 la necesidad de
otorgar la primera prioridad, la primacía, a la educación social. Veamos:

“Está muy bien que los jóvenes se instruyan: pero.., en lo necesario primero.
¿Que saben y que tienen los jóvenes Americanos? Sabrán muchas cosas; pero
no vivir en República (…) Saber sus obligaciones sociales es el primer deber
de un Republicano”. (Rodríguez, 1999: 1, 283).

Para alcanzar ese objetivo de carácter estratégico existe, en su opinión, una


vía muy sencilla, según lo escribe en esta categórica afirmación contenida en
su obra El Libertador del mediodía de América y sus compañeros de armas
defendidos por un amigo de /a Causa Social, también conocida como La
defensa de Bolívar, impresa en enero de 1830 en la Imprenta Pública de
Arequipa, administrada por Vicente Sánchez. Veamos:

“No hay sino un solo recurso, y por fortuna muy fácil… hacer que el Pueblo sea
REPUBLICANO y esto se consigue con una Educación POPULAR (…) Si se
adopta otro plan, aunque traigan de otro mundo á Bruto, á Tell, á Washington, y
á cuantos Republicanos han existido... entre las manos se les vuelve
Monarquía la República”.(IBID,II, 346).

¿Por qué expresaba el Maestro de América tan categórico y hasta dramático


juicio, opinión tan tajante, previsiva de los peligros de la restauración
monárquica en América? Porque estaba definitivamente persuadido, por sus
infatigables lecturas de los teóricos políticos de la Ilustración y luego de un hijo
dilecto de ella, el Liberalismo Político, que ‘El fundamento del Sistema
Republicano está en la opinión del pueblo, y esta no se forma sino
instruyéndolo”.( IBID, 11, 342). Por tal razón, él clama a los actores políticos
por la formación de los niños y jóvenes en las prácticas sociales destinadas a
prepararlos para vivir en una sociedad republicana, mediante la siguiente

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exhortación: “¡Republicanos! Pensadlo bien. Educad muchachos si queréis
hacer República”. (IBID, I 349).

En verdad, el Maestro del Libertador estaba atormentado por la posibilidad de


una regresión en nuestra América a regímenes políticos autocráticos, como las
monarquías. Por ello no cejaba en su empeño, en su afán, casi obsesivo, de
divulgar las bondades de un sistema político republicano, el cual consagra
mecanismos plurales de participación del pueblo en los asuntos públicos, a
diferencia de las autocracias. En tal sentido, en la edición revisada y ampliada
de Sociedades Americanas, publicada en Lima, en 1842, insiste en esta
temática. Veamos:

“En el Sistema REPUBLICANO las Costumbres que forma la Educación Social


producen una autoridad sostenida por la voluntad de todos, no la Voluntad de
uno solo, convertida en Autoridad”. (IBID, 1, 383).

Es importante precisar que cuando Rodríguez plantea la instrumentación de la


educación social, la generalización de los conocimientos necesarios para la
formación de ciudadanos conscientes de su rol de republicanos, su herramienta
de apoyo, su palanca de acción para el logro de ese objetivo es la primera
escuela. Este es un planteamiento reiterado en la mayoría de sus escritos. Por
ejemplo, en Extracto sucinto de mi obra sobre Educación Republicana, se
dirige a su amigo, el Coronel Anselmo Pineda, Gobernador de la Provincia de
Túquerres, Colombia, en estos términos:

“Yo he pensado y trabajado mucho en la enseñanza y me he convencido de


que, la primera escuela es la que debe, ante todas cosas, ocupar la atención
de un Gobierno liberal. Piense el Gobierno. Yo lo ayudaré con mis
observaciones”. (IBID, 1, 227).

Hemos seleccionado un párrafo de! mismo libro con extensas consideraciones


sobre la temática de la primera escuela y su incidencia en un desarrollo socia!
equitativo, el cual pensamos que es suficientemente ilustrativo de esta
perspectiva doctrinaria de don Simón Rodríguez. Con mucha resistencia de
nuestra parte debimos sintetizarlo, tratando de que reflejara, con el mayor
grado de fidelidad posible, los aspectos esenciales del tema, por cuanto su

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trascripción completa resultaría excesivamente larga. He aquí et fragmento
resultante:

“Los Gobiernos liberales (denomínese como quieran) deben ver en la primera


Escuela el fundamento del SABER y !a PALANCA con que han de levantar a
los pueblos hasta el grado de civilización que pide el siglo.

El buen éxito en todas las carreras depende de los primeros pasos que se dan
en ellas. Estos pasos se enseñan a dar en la primera Escuela; (... luego la
primera Escuela es la ESCUELA por antonomasia. (...) Es, pues, la primera
escuela e! terreno en que el árbol socia! echa sus raíces”.(IBID, 1,244).

En su ensayo manuscrito Consejos de amigo dados al Colegio de San Vicente,


en Latacunga, Ecuador, elaborado hacia 1851, tres años antes de su
desaparición física, insiste ante e! doctor Rafael Quevedo, Rector de !a
institución, en la necesidad de impartir en la primera escuela principios de
convivencia social para combatir e! egoísmo individualista, postura que !o
aparta, como apuntamos antes, del individualismo característico de! Siglo de
las Luces. Este es uno de los consejos para el Señor Rector:

“Haga que !os maestros inculquen, en !a Infancia, en lugar de la máxima


favorita del egoísmo... ‘Cada uno para sí, i Dios para TODOS’ la contraria...
‘Piense cada uno en TODOS, para que TODOS piensen en EL’ (...) Díganse
TODOS, con frecuencia, PROTEJAMOS LA 1RA ESCUELA, porque, en ella se
dan los 1.ros principios de Sociabilidad”. (IBID, II, 29).

En el Pródromo escrito a Sociedades Americanas en 1828, Rodríguez emite un


juicio el cual revela que su proyecto político de fundación de Repúblicas,
utilizando a la escuela como palanca de cambio social, conlleva un profundo
sentido de equidad, pues el objetivo que persigue es la universalización de la
educación para que disfruten de sus beneficios todas las capas sociales, de
manera particular los sectores desposeídos, tradicionalmente preteridos. Por tal
razón expresa esta categórica y conceptual opinión:

“para adquirir este conocimiento debe haber Escuela en las Repúblicas... y


Escueta para todos, porque todos son ciudadanos” (lBID, 1, 284).

En la parte introductoria de su Tratado sobre las luces y sobre las virtudes


sociales, publicado por la Imprenta del Mercurio, en Valparaíso, Chile, en 1840,

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destaca que su objeto, “tratando de las sociedades americanas, es la
EDUCACIÓN POPULAR y por popular... entiende... JENERAL”. (IBID II, 104).
Esta precisión es importante por cuanto revela que, para él, popularización,
generalización y masificación son sinónimos. El sector público, en su opinión,
debe jugar el papel fundamental en la expansión de la educación. Por tal razón,
en este mismo libro plantea que el Gobierno debe asumir las funciones de
“padre común en la educación”, generalizando la instrucción. Rodríguez piensa
que es una necesidad vital para las nacientes repúblicas americanas la
masificación de la educación, hasta el grado de hacer un símil con la necesidad
de aplicar la vacuna contra la viruela, epidemia que causaba estragos entre
nuestros habitantes. Veamos su opinión a este respecto:

“Generalizar la Instrucción, y asumir el Gobierno las funciones de padre común


en la educación, es una necesidad que se manifiesta en nuestro siglo, como se
ha manifestado la necesidad de la VACUNA. (...) Por la VACUNA no hacen ya
las viruelas los estragos que hacían antes —por la Instrucción social se llegaría
a desterrar la ignorancia de las cosas públicas… causa de todos los males que
traen las revoluciones”. (IBID, II, 124-125).

¿Cuál es la razón de este planteamiento? Porque él ha observado en las


sociedades americanas que “Todos huyen de los POBRES, los desprecian o
los maltratan (y) alguien ha de pedir la Palabra por ellos” (IBID, I 142).
Seguramente, piensa Rodríguez, esa conducta de parte de los estratos
privilegiados de la sociedad de negar la instrucción a los sectores desposeídos,
obedece a que temen “que los Pobres instruidos en sus deberes SOCIALES,
crean que no deben trabajar para subsistir”. (IBID, II, 143).

En la edición revisada de Sociedades Americanas, publicada en Lima en 1842,


Rodríguez califica de inhumana la conducta de los poderosos política y
socialmente, que se oponen o entraban la extensión de la educación a los
grupos más vulnerables de la sociedad. En este libro dicta cátedra respecto a
la doctrina educativa sobre la necesidad y la conveniencia de educar al género
humano. Disfrutemos seguidamente de un párrafo imbuido, sin duda, en la
Filosofía Educativa de la ilustración:

14
“No puede negarse que es inhumanidad, el privar a un hombre de los
conocimientos que necesita, para entenderse con sus semejantes, puesto que,
sin ellos, su existencia es precaria i su vida… miserable. La Instrucción es, para
el espíritu, lo que, para el cuerpo, el Pan. (…) i así como, no se tiene a un
hombre muerto de hambre, porque es de poco comer, no se le ha de condenar
a la ignorancia, porque es de pocos alcances”. (IBID, 1, 325).

Unas páginas más adelante, en la misma obra, reitera de modo categórico la


esencia conceptual de ese postulado doctrinario, cuando expresa que “No
puede haber hoy quien pretenda... con razón… que debe haber Clases
Ignorantes i Pobres”. (IBID, 1,382).

Por esa convicción y solidaridad social que le animaban para desafiar y


combatir los más exigentes retos, decidido a brindar su contribución para
abatir, o al menos detener, la profunda injusticia que aquejaba a las nacientes
repúblicas americanas, él formula, desde las páginas de ese libro, la petición
de que le encomienden la educación de los niños pobres, desamparados,
excluidos, para demostrar que puede convertirlos en ciudadanos útiles,
capaces de conocer y defender sus derechos y cumplir con sus deberes
sociales republicanos. He aquí su planteamiento:

“DENSEME LOS MUCHACHOS POBRES o dénseme los que los hacendados


declaran libres al nacer o no pueden enseñar o abandonan por rudos, o
dénseme los que la Inclusa bota porque ya están grandes o porque no puede
mantenerlos o porque son legítimos i verán (.,.) un hombre que conoce sus
derechos cumpliendo con sus deberes sin que sea menester forzarlo ni
engañado”. (IBID, 1,313-314).

En esa misma línea de pensamiento solicita a los sectores privilegiados que


“dejen dar Ideas Sociales a la gente Pobre”, para que tengan “en quien
depositar su confianza, con quien emprender lo que quieran (...) en fin: JENTE
con quien tratar, i contarán con AMIGOS”. (IBID 1,314).

Ya en el Pródromo a Sociedades Americanas, publicado en Arequipa en 1828,


él critica de manera dura a los representantes poderosos de los factores
político-económicos, así como a los intelectuales del status en nuestra América
meridional, por su evidente insensibilidad social, por cuanto “no hay uno que

15
ponga los ojos en los niños pobres. No obstante, (que) en éstos está… en una
palabra, la... ¡Patria! “. (IBID, 1, 286).

En ese mismo libro él alerta a los dirigentes de la sociedad sobre el incremento


de los delitos como consecuencia de la ignorancia, en estrecha correlación con
la pobreza, que reina en las capas bajas de la población y sugiere una política
preventiva fundamentada en la extensión de la instrucción pública a todos los
sectores sociales, por cuanto esta decisión beneficiaría, evidentemente, a la
gran mayoría de los ciudadanos americanos. He aquí su testimonio:

“Si la Instrucción se proporcionara a TODOS ¿cuántos de los que


despreciamos, por Ignorantes, no serian nuestros Consejeros, nuestros
Bienhechores o nuestros Amigos? ¿Cuántos de los que nos obligan a echar
cerrojos a nuestras puertas, no serian Depositarios de las llaves?!... ¿Cuántos
de los que tememos en los caminos, no serían nuestros compañeros de viaje?!
(...) En fin, que, entre los que vemos con desdén, hay muchísimos que serian
mejores que nosotros, si hubieran tenido Escuela”. (IBID, 1, 327).

En su texto manuscrito, Consejos de amigo dados al Colegio de San Vicente,


en Latacunga, Ecuador, afirma su convicción de que la situación de pobreza
confrontada por los ciudadanos americanos de las capas sociales bajas,
obedece a su ignorancia (este concepto para él significa, además de falta de
luces, falta de solidaridad social). Por tan poderosa razón, insiste en la
masificación de la instrucción en los niños a fin de vencer las tinieblas y
generalizar las luces y virtudes, haciendo éstas del dominio público, es decir,
extendiéndolas a todos, para que cumplan una función social, contribuyendo
por tal vía a revertir esa infortunada situación. Este es su Criterio:

“El hombre no es Ignorante, porque es POBRE, sino al contrario.


JENERALICESE la INSTRUCCIÓN de la INFANCIA i habrá LUCES i
VIRTUDES SOCIALES. Luces i Virtudes hay... Pero,.. lo que no es JENERAL,
no es PÚBLICO — i lo que no es PÚBLICO, no es SOCIAL”. (IBID, II, 30).

En su libro El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas


defendidos por un amigo de la Causa Social, que circuló manuscrito en Bolivia
en 1828 y luego impreso en Arequipa (Perú), en 1830, como dijimos antes,
recuerda a los detractores del libertador los decretos en materia de instrucción

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pública y popular, impregnados de equidad, emitidos por Simón Bolívar en
Chuquisaca (en cuya redacción seguramente participó él), los cuales el mismo
Rodríguez intentó concretar, con escaso o ningún éxito, en la naciente
República de Bolivia, en su carácter de Director Nacional de Educación. Estos
son sus argumentos:

“Expidió un decreto para que se recogiesen los niños pobres de ambos


sexos… nó en Casas de misericordia á hilar por cuenta del Estado — no en
Conventos á rogar á Dios por sus bienhechores — no en Cárceles á purgar la
miseria ó los vicios de sus padres — no en Hospicios, a pasar sus primeros
años aprendiendo á servir, para merecer la preferencia de ser vendidos, a los
que buscan criados fieles ó esposas inocentes.

Los niños se habían de recoger en casas cómodas y aseadas, con piezas


destinadas á talleres, y estos surtidos de instrumentos, y dirigidos por buenos
maestros”. (IBID, I 355-356)

En ese libro arremete contra los americanos potentados e instruidos, por la


situación de exploración a la cual tenían sometidos a los ciudadanos
pertenecientes a los estratos más vulnerables desposeídos de la sociedad y,
correlativamente, por la ignorancia a la que los habían condenado. Estos son
los términos que utiliza:

‘Los Doctores Americanos no advierten que deben su ciencia á los indios y á


los negros: porque si los Señores Doctores hubieran tenido qué arar, sembrar,
recoger, cargar y confeccionar lo que han comido, vestido y jugado durante su
vida inútil …no sabrían tanto:.., estarían en los campos y serían tan brutos
como sus esclavos”. (IBID, II, 359).

Unos meses antes de que empezara a circular ese manuscrito en Bolivia, en


carta dirigida a su discípulo Simón Bolívar, desde Oruro (Bolivia), el 30 de
septiembre de 1827, Rodríguez se quejaba al Libertador de la América
meridional respecto a las incomprensiones que había encontrado en tierra
americana para instrumentar sus proyectos de Educación popular, dirigidos a
darle fundamentación a las nacientes repúblicas. Veamos sus reflexiones al
Libertador, salpicadas de amarga decepción:

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“Dos ensayos llevo hechos en América, y nadie ha traslucido el espíritu de mi
plan. En Bogotá hice algo y apenas me entendieron: en Chuquisaca hice más y
me entendieron menos; al verme recoger niños pobres, unos piensan que mi
intención es hacerme llevar al cielo por los huérfanos... y otros que conspiro á
desmoralizarlos para que me acompañen al infierno. Sólo U. sabe, porque lo ve
como yo, que para hacer repúblicas, es menester gente nueva; y que de la que
se llama decente lo más que se puede conseguir es el que no ofenda”. (IBID, I
510-511).

En una carta dirigida al General Francisco de Paula Otero, fechada en Lima el


10 de marzo de 1832, Rodríguez comenta las desventuras y los sinsabores
vividos en Chuquisaca cuando, en su calidad de Director Nacional de
Educación, nombrado por el Libertador, intentó llevar a la práctica su proyecto
de Educación Popular y acusa a un alto funcionario del Gobierno de Bolivia de
destruir el centro educativo que había creado en ese país, destinado a atender
a los sectores desposeídos de la población. Leamos un fragmento de su
filípica:

“Entre tanto que yo me defendía en retirada, un abogado llamado Calvo,


entonces prefecto y ahora Ministro de Estado de Santa Cruz, desbarataba mi
establecimiento en Chuquisaca, diciendo que yo agotaba el tesoro para
mantener putas y ladrones, en lugar de ocuparme en el lustre de la gente
decente. Las putas y los ladrones eran los hijos de los dueños del país. Esto
es, los cholitos y las cholitas que ruedan en las calles y que ahora serían más
decentes que los hijos y las hijas del señor Calvo”. (IBID, I 516-517).

En su Defensa de Bolívar, él califica ese experimento educativo como un


intento auténtico por plasmar en la realidad americana su proyecto de
Educación Popular, dirigido a romper la injusticia social prevaleciente en
nuestras nacientes repúblicas y a formar a los niños y jóvenes en las prácticas
sociales requeridas para vivir en una sociedad republicana, de modo que
internalicen sus valores y sean capaces de defender sus instituciones. A ese
respecto expresa este juicio, breve, pero certero y sustancial desde el punto de
vista doctrinario:

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“El establecimiento que se emprendió en Bolivia, es social, su combinación es
nueva, en una palabra es LA REPUBLICA”. (IBID, II 358).

En el libro Extracto sucinto de mi obra sobre la Educación Republicana, cuyo


cuerpo doctrinario apareció publicado en artículos firmados por Simón
Rodríguez en el periódico el Neo-Granadino, de Bogotá, números 39, 40 y 42,
correspondientes a los meses de abril y mayo de 1849, el educador persiste en
su denuncia de la profunda injusticia social reinante en América, alegando que
mientras hay “Eglogas, Idilios; Villancetes, para las bibliotecas de los señores
(existe) crasísima ignorancia, hambre y grosería en las chozas de los siervos”.
(IBID, 1, 240).

En su largo documento manuscrito, Consejos de amigo dados al Colegio de


San Vicente, en Latacunga, Ecuador (sin fecha, pero muy probablemente de
1851), insiste en su predicamento de brindar educación a los sectores
desposeídos y excluidos de la sociedad, como único medio para cimentar las
bases de las nacientes repúblicas americanas. Por ello se dirige al Dr. Rafael
Quevedo, Rector de esa institución en los siguientes términos:

“Si Usted desea… como lo creo… que mi Trabajo y los Gastos no se pierdan,
emprenda su Escuela con INDIOS ¡!!! de BIANQUITOS poco, o nada podrá
Usted esperar”. (IBID. I p. 5-6).

En ese mismo texto exige, de manera clara y categórica, el cumplimiento de la


responsabilidad inherente al sector público de formular e instrumentar una
política de equidad social, al asumir el financiamiento de la educación de
aquellas personas y grupos sociales que no tuviesen posibilidad económica de
asimilar sus costos. Esto significa que el Estado debe proteger a los
desposeídos frente a los que tienen medios de fortuna, poder político, e
influencia social, impartiéndoles educación gratuita, es decir, aportando el real
anual que Rodríguez sugería como tributo directo, por persona, para el
financiamiento de la instrucción. He aquí su disertación:

“ i los INDIOS TRIBUTARIOS… pagarán también? (me han preguntado) (i yo


he respondido) EL GOBIERNO pagará, por cada uno, 1. real. Los demás
pagarán, con gusto, viendo que se HACE CASO de sus HIJOS. Hasta los
jóvenes irán a la Escuela, Por aprovechar su real. Póngase UNA para ELLOS, i

19
que sea un INDIO el Maestro, instruyéndolo antes en la Escuela Principal. Esto
parecerá IMPOSIBLE a los que creen que los INDIOS no son HOMBRES”.
(IBID, II, 58).

Trasunta frustración el “Maestro de América”, a pocos años de su muerte, al


observar que muy poco había podido concretarse de sus propuestas de
educación popular para las nacientes repúblicas americanas, cuyos habitantes
no eran libres aún, pues estaban prisioneros de la ignorancia. Por tal razón, en
su libro Extracto sucinto de mi obra sobre la Educación Republicana, aboga
ante el Coronel Anselmo Pineda, Gobernador de la Provincia de Túquerres, en
Colombia, para que atienda las dramáticas demandas de los ciudadanos.
Veamos su impetración2 para eL Señor Gobernador, con amargo sabor a
resignación, frustración y desesperación:

‘Con jóvenes que quieren ocuparse, y no saben en qué, haría e! Gobierno lo


que nadie! ha pensado hacer, ... una Sociedad Republicana! Pero ya que los
Congresos no quieren ni los Presidentes pueden pensar en esta Sociedad,
hágase algo por unos pobres pueblos que después de haber costeado con sus
personas y bienes … la Independencia, han venido a ser menos libres que
antes (...) Hágase algo, pues, por unos pobres pueblos, que no saben qué
hacerse ni qué hacer con sus hijos”. (IBID, 1,226-227).

Estos planteamientos doctrinarios y programáticos sobre la necesidad de


instaurar la equidad en las nacientes sociedades republicanas americanas,
mediante la universalización de la educación a todos los estratos sociales, para
hacer posible su fundación real, vertidos por Rodríguez de modo coherente en
sus diversos libros, podrían sintetizarse en la densa y profunda frase suya
contenida en la edición de Sociedades Americanas publicada en Lima, en
1842, por la “Imprenta del Comercio”, de J. Monterola. Hela aquí: “no nos
alucinemos: sin Educación popular, no habrá verdadera Sociedad”. (IBID, 1,
333).

2
Impetración: Acción y efecto de impetrar // impetrar. (Del lat. impetrāre). tr. Conseguir una
gracia que se ha solicitado y pedido con ruegos. || 2. Solicitar una gracia con encarecimiento y
ahínco.

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Simón Rodríguez no se limita a plantear al sector público la generalización de
la educación a todos los estratos sociales, con mayor énfasis en los grupos
sociales vulnerables, desposeídos, excluidos, en suma, pobres, sino que
demanda de los dirigentes de la SOCIEDAD (las mayúsculas utilizadas por él
involucran, sin duda, al Estado) el financiamiento de la instrucción y exige su
obligatoriedad, al expresarse en términos categóricos sobre esos cruciales
tópicos, en la edición ampliada de Sociedades Americanas, publicada en Lima,
en 1842. Veamos su opinión:

“la SOCIEDAD… debe, no solo poner a la disposición de todos la Instrucción,


sino dar medios de adquirirla, tiempo para adquirirla, i obligar a adquirirla”.
(IBID, 1,341).

Ya en el Pródromo de Sociedades Americanas en 1828, publicado en


Arequipa, en 1828, había planteado en términos muy contundentes la
necesidad de instrumentar la obligación y responsabilidad que tienen los
padres de enviar a sus hijos a los planteles educativos, a recibir las luces
requeridas para vivir de manera responsable en una sociedad republicana. En
su opinión, la obligación contraída por el Estado de proporcionar instrucción a
sus ciudadanos, fundamentalmente a los niños y jóvenes, debe ser compartida
por la familia de ellos. Veamos este párrafo donde él sintetiza estos conceptos:

“Si los padres de la actual generación Americana quieren que sus hijos les
hagan honor en la carrera social, envíenlos á la Escuela Republicana ... desde
temprano, y ... por fuerza ... Así lo hacen para estudios menos importantes, y
no se creen déspotas”. (IBID, 1,286).

En su Tratado sobre las Luces y Virtudes Sociales, publicado por la “Imprenta


del Mercurio”, en Valparaíso, Chile, en 1840, también aborda esta temática de
la cooperación familiar para obligar a los niños a educarse. En tal sentido
plantea que si hay “obligación de enseñar (es) porque hay obligación de
aprender”. En vista de que “todos los padres de familia no pueden enseñar.., el
Gobierno suple por ellos”; pero los padres deben entonces asumir la obligación
de enviar sus niños a la escuela. (IBID II, 121).

21
En Consejos de amigo dados al Colegio de San Vicente, en Latacunga,
Ecuador (elaborado muy probablemente en 1851), insiste en plantear que la
obligatoriedad de la educación es una responsabilidad compartida entre el
Estado y los particulares, mediante un diálogo Imaginario entre un padre que
reivindica su potestad para excluir a su hijo de la escuela alegando objeciones
al método de enseñanza y un Gobernador provincial dispuesto a utilizar
métodos coactivos para que el progenitor envíe el niño a la escuela, para que
adquiera las luces correspondientes. Veamos:

“Ud. debe saber (le diría el Gobernador) que la Potestad Paterna, no es para
privar a los hijos del bien, sino para hacerles todo el que necesiten. Pague Ud.
la Contribución, i envíe Ud. sus hijos a la Escuela… desde mañana… o yo haré
que Ud. cumpla con su deber”. (IBID, I ,60).

Don Simón Rodríguez fue un fervoroso y decidido partidario de la Educación


Pública. No debe extrañarnos, porque el ambiente europeo donde vivió, viajó,
estudió y enseñó por más de 20 años, influido por los autores del Siglo de las
Luces, a quienes él leyó con fruición, era un escenario propicio a la escuela
sustentada, orientada y financiada por el Estado. Tanto es así, que G. de
Morveau, en la introducción de su obra Tratado de la Educación Pública se
excusa ante el lector porque para ese momento “casi no hay francés que no
tenga escrita una obra sobre la educación pública”. (Lasheras, 1994: 26). El
pedagogo caraqueño criticó con acrimonia los excesos mercantilistas de la
educación privada, como puede apreciarse en este juicio satírico vertido en las
páginas de Tratado sobre las Luces y Virtudes Sociales, al comentar las
diversas alternativas que se ofrecerían a los ciudadanos para la adquisición de
conocimientos, Veámoslo:

“Declarar libre el comercio de enseñanza, como se ha declarado el de géneros;


para que haya concurrencia, y se abarroten los Colegios, como se abarrotan
las aduanas. De allí salen las artes y las ciencias a venderse, a todos precios,
en diferentes CASAS llamadas Colegios! Institutos! Liceos! Academias!
Estudios’ pero no ESCUELAS- así como salen los géneros a venderse, al
baratillo, en diversos PUESTOS (...) De ordinario, en esas ferias se compran, a
precios muy cómodos, cosas que se desarman entre las manos o no aguantan

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la primera lavada- así también del baratillo de Profesores se sacan muchos,
que van a aprender junto con sus discípulos”. (Rodríguez, 1999: 11, 186-187).

Sentía Rodríguez tanta repulsión por los mercaderes de la educación, que


considera impublicable el calificativo reservado para ellos, como se aprecia en
este juicio registrado en otra página del mismo libro (Tratado sobre las Luces y
Virtudes Sociales). Leamos lo que él escribió:

“hacer NEGOCIO con la EDUCACTON es… diga cada Lector todo lo malo que
pueda; todavía le quedará mucho que decir”. (IBID. II, 148)

En el documento manuscrito enviado al Rector de Colegio de Latacunga,


Ecuador, citado reiteradamente, Rodríguez planteó la necesidad de preparar
adecuadamente a las personas que se encargarían de la formación de los
niños, pues esta delicada misión no podía confiarse a un personal improvisado.
Es decir, expuso la conveniencia de abrir Escuelas Normales. En tal sentido
expresó lo siguiente “Piense la Dirección de Enseñanza en formar Maestros,
antes de abrir Escuelas”. (IBID, II, 32).

En esta materia Rodríguez tenía serias discrepancias con el pedagogo inglés


John Lancaster, quien popularizó el método de “enseñanza mutua”, el cual
consistía en seleccionar a los más aprovechados alumnos y darles algunas
orientaciones generales de carácter didáctico, para que impartieran clases a los
demás muchachos. Este método captó la atención del Libertador, quien,
apremiado por el estado de atraso de la instrucción en nuestras nacientes
repúblicas y en busca de una respuesta rápida para resolver esa carencia,
ofreció apoyo al británico para llevar adelante su propuesta pedagógica. El
pedagogo caraqueño se refería de manera sardónica y hasta peyorativa de la
propuesta instruccional de Lancaster. Veamos este ácido comentario en el
mismo ensayo manuscrito que estarnos comentando:

“ENSEÑANZA MUTUA es un disparate. Lancaster(sic) la inventó, para hacer


aprender la Biblia DE MEMORIA. Los discípulos van a la Escuela.., a
APRENDER.., no a ENSEÑAR! ni a AYUDAR A ENSEÑAR. Dar GRITOS i
hacer RINGORRANCOS no es aprender a LEER ni a ESCRIBIR. Mandar
recitar, de memoria, lo que NO SE ENTIENDE, es hacer PAPAGALLOS, para
que... por LA VIDA sean CHARLATANES”. (IBID, II, 25).

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Ya en la edición de Luces y Virtudes Sociales, en Valparaíso, Chile, en 1840,
llamaba a los ciudadanos a abrir los ojos sobre los varios medios de adquirir los
conocimientos sociales que les serían propuestos. Entre ellos se refería con
mordacidad a las propuestas del pedagogo inglés. Veamos sus expresiones
llenas de irreverencia:

“las ESCUELAS DE VAPOR inventadas por Lancaster, a imitación de las


SOPAS A LA RUMFORT establecidas en los hospicios. Con pocos maestros y
algunos principios vagos, se instruyen muchachos a millares, casi de balde, y
salen sabiendo mucho, así como con algunas mermitas3 de Papin y algunos
huesos, engordan millares de pobres, sin comer carne”. (IBID, II, 186).

Con el propósito de darle fundamentación telúrica a su proyecto de Educación


Popular, pensado para consolidar la independencia lograda mediante la gesta
armada conducida por su discípulo, el Libertador Simón Bolívar, fue que él
retornó a América, según lo confiesa al General Francisco de Paula Otero, en
la carta ya aludida, fechada en Lima el l0 de marzo de 1832, en el párrafo que
transcribimos, conmovedor, impregnado de fibra patriótica y reflejo de su
estatura de pensador y hombre de Estado. Veamos:

“Yo dejé la Europa, (donde había vivido veinte años seguidos) por venir a
encontrarme con Bolívar; no para que me protegiese, sino para que hiciese
valer mis ideas a favor de la causa. Estas ideas eran (y serán siempre)
emprender una educación popular, para dar ser a la república imaginaria que
rueda en los libros, y en los Congresos”. (IBID, II, 516-517)

3
Mermita de Papin: Denis Papin (1647-1714), inventor y físico francés, precursor de la máquina
de vapor. construyó su famosa olla con válvula de seguridad, antecesora de las autoclaves.

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