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El Salario

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EL SALARIO

Cuando el obrero alquila su fuerza de trabajo al capitalista se establece de antemano


un precio. Supongamos que dicho precio haya sido estipulado en ½ moneda por cada
hora y que la jornada dure 8 horas. En apariencia, si al final de la jornada el obrero recibe
sus 4 monedas, todo está en regla: las ocho horas de trabajo le han sido pagadas en su
totalidad y el capitalista no le debe nada. Confirmamos así que el salario oculta la división
real de la jornada y aparenta ser la retribución de todo el trabajo realizado.
El salario, que es en realidad el precio de la fuerza de trabajo, se disfraza en la
práctica, en la apariencia, como el precio del trabajo mismo.
Sabemos que el precio es el valor de una mercancía expresado en dinero y que todo
valor está dado por la cantidad de trabajo cristalizado en la mercancía. El valor mide la
cantidad de trabajo, así como el peso mide la gravedad y la temperatura mide el calor.
Por lo tanto, el trabajo mismo no puede tener valor, así como la gravedad no puede tener
peso ni el calor temperatura.
Lo que el obrero alquila no es su trabajo, sino su fuerza de trabajo. Ni aun en el
capitalismo el trabajo puede ser una mercancía, puesto que no es en sí mismo un producto.
Lo que bajo el capitalismo se convierte en una mercancía muy particular es la fuerza de
trabajo, cuyo valor, como sabemos, es función de la cantidad de trabajo social necesario
para mantenerla en funcionamiento. La expresión “valor del trabajo” o “precio de trabajo”
es por lo tanto falsa e irreal. Pero dada la forma visible en que se presentan los fenómenos
en el capitalismo, este absurdo se instala sólidamente en la conciencia de los hombres,
con la fuerza de una verdad cotidiana y permanente.
El salario encubre también las peores trasgresiones a la equidad más elemental. Si,
por cualquier razón, una fábrica trabaja sólo cuatro horas, ese día el obrero sólo recibe
medio salario. En apariencia todo sigue en regla: el salario corresponde exactamente a las
horas trabajadas. Pero para mantener en funcionamiento su fuerza de trabajo, el obrero
necesita percibir el salario íntegro. El valor de sus medios de subsistencia no varía un
ápice por el hecho de que el capitalista use la fuerza de trabajo durante toda la jornada
normal o durante parís de ella, así como el valor de una naranja nada tiene que ver con el
hecho de que su comprador consuma sólo una porción de ella.
La prolongación de la jornada de trabajo oculta otra injusticia. La fatiga, o sea la
intoxicación del organismo, aumenta con creciente velocidad una vez transcurridas las
ocho primeras horas. La fuerza de trabajo se desgasta mucho más rápidamente en la
novena hora que en la séptima u octava y más aún en la décima o undécima. Por tal
motivo, trabajar doce o catorce horas significa quemar aceleradamente la salud y la
vida misma Eso lo demostraron fehacientemente las experiencias en vivo realizadas
por Alfredo L. Palacios, que midieron la curva de fatiga durante la prolongación de la
jornada.
Por todo ello no es lo mismo pagar 4 por 8 horas de trabajo que 8 por 12 horas, aunque
la proporción matemática no varíe.
En las últimas cuatro horas ya no hay un alquiler normal de la fuerza de trabajo, sino
un abuso y destrucción de la misma. Tanto las horas extras como el doble trabajo no son

M. Ivánovich
sino plusvalía absoluta arrancada por la clase capitalista a costa de la salud y la vida
misma de los trabajadores.
La jornada total de trabajo se divide igualmente en trabajo necesario y excedente, así
se realice en un solo establecimiento o en dos empresas distintas.
El llamado trabajo a destajo, o sea el salario por piezas, oculta aún más el fondo
del problema: El tiempo que tarda el obrero en producir piezas por un valor igual al de su
fuerza de trabajo es el tiempo retribuido; el resto de la jornada es trabajo no retribuido.
Pero el salario por piezas aparenta, más que el salario por tiempo, ser la retribución directa
del trabajo: cuantas más piezas realizadas, más salario.
Se esfuma así por completo todo signo de plusvalía, de trabajo no retribuido.

Capital constante y capital variable


Supongamos que, al generalizarse el uso del gas, el consumo de leña languidece
día a día. Don Arturo decide por ello cambiar de ramo y dedicarse a la fabricación de
tejidos de algodón. Donde hasta entonces sólo existía un bosque, Don Arturo construye
un edificio adecuado y compra las máquinas, motores y demás elementos necesarios para
instalar una moderna tejeduría. Adquiere además hilados de algodón, tinturas, lubricantes,
herramientas para mantenimiento, etc., etc. Todos estos medios de producción son
mercancías que tienen un determinado valor.
Don Arturo piensa: -El negocio de la leña era más sencillo y más claro: invertía 4
monedas en salario y obtenía 8 con la venta de la mercancía. Pero para fabricar tejidos he
tenido que invertir además mucho capital en medios de producción. ¿Cómo recupero ese
capital? ¿Cómo volverá a mis manos el valor de las materias primas consumidas y el
desgaste de las maquinarias y edificios?-.
Don Arturo está muy preocupado. Pero le basta poner en marcha la nueva fábrica para
que su problema quede automáticamente resuelto. Juan (convertido ahora en obrero textil)
va trasformando minuto a minuto el hilado de algodón en metros y metros de lienzo. Al
mismo tiempo que crea un nuevo valor, Juan trasfiere a la tela el valor de las materias
primas y elementos auxiliares que se consumen, así como el equivalente al desgaste de
los edificios, maquinarias, herramientas, etcétera.
¿Qué es lo que hace posible este doble efecto del trabajo? Lo que lo hace posible
es que la labor de Juan, como todo trabajo social, tiene un doble carácter. Como trabajo
concreto de tejedor, cualitativamente distinto de todos los demás, trasfiere a la mercancía
el valor de todos aquellos elementos que se consumen productivamente en el proceso
de labor. Pero como trabajo abstracto, como trabajo humano puro y simple, crea un nuevo
valor.
Como vemos, el trabajo de Juan, como cualquier otro proceso de trabajo, no varía en
absoluto el valor del capital invertido en medios de producción. Lo único que sucede, es
que ese valor cambia de forma, que se trasfiere de unos objetos a otros. Por eso porque
el monto de su valor no aumenta ni disminuye, Marx lo denomina capital constante. Por
el contrario, hemos visto en nuestro ejemplo que el capital invertido en salarios se
incrementa. Juan, ya sea como tejedor o como leñador, ha creado igualmente en una
jornada un valor igual al de 8 monedas, mientras que en ambos casos, la inversión en
salarios era sólo de 4 monedas. El capital invertido en salarios crece, varía. Marx lo llama
por eso capital variable.

M. Ivánovich
Completemos nuestro ejemplo. Si nos informan que el valor de los medios de
producción consumidos en su totalidad en la jornada, más el desgaste de edificios,
maquinarias, etc. es igual a 12 monedas, ¿Cuál sería el valor del lienzo producido en
un día de labor? Veamos:

Valor creado…………………………………….8 monedas


Valor trasferido……………………………… 12 monedas
Valor del lienzo……………………………… 20 monedas

Al mismo tiempo que aumenta el capital variable, el trabajo del obrero conserva el
valor del capital constante, transfiriéndolo al producto. De este modo, el obrero presta
un doble servicio al capitalista. Tanto cuando la fábrica está en marcha como cuando está
inactiva, los edificios, maquinarias, materias primas y demás rubros del capital constante
se deterioran por el mero transcurso del tiempo. Es el trabajo vivo del obrero la fuerza
que impide que este deterioro inevitable se traduzca en una disminución de capital. El
obrero mantiene vivo el capital y al mismo tiempo lo hace crecer.
Hemos visto que, respecto a la forma como se consumen durante el proceso de
trabajo, los medios de producción se dividen en dos categorías. Una parte, como las
materias primas y combustibles, se consumen íntegramente y, por lo tanto, trasfieren todo
su valor al producto. La economía burguesa los incluye en el llamado capital circulante.
Otros, como las instalaciones, edificios, maquinarias y herramientas, se van desgastando
paulatinamente y por eso sólo trasfieren una pequeña parte de su valor al producto. Así
por ejemplo, si una herramienta tiene una duración de 1.000 horas, trasfiere cada hora una
milésima parte de su valor, aunque su aspecto físico no varíe. Como lo señala Marx,
también el hombre muere un día cada día, aunque no lo advierta. Son las compañías de
seguros las que se encargan de recordárselo cuando calculan la prima de los seguros de
vida según la edad del interesado.
Esta categoría de medios de producción, cuyo valor se amortiza paulatinamente, se
llama corrientemente capital fijo. La división del capital en fijo y circulante es típica
de la economía burguesa, la cual incluye los salarios dentro del capital circulante. Oculta
así la diferencia entre capital constante y variable, que tiene fundamento científico.

Capital constante(C)
Composición orgánica del capital = ————————————
Capital variable (V)

M. Ivánovich
Cuota de plusvalía y cuota de ganancia
Si la jornada de labor de Juan se dividía en dos partes iguales (4 horas de trabajo necesario
y 4 de trabajo excedente) o, lo que es lo mismo, invirtiendo 4 monedas de capital variable
se obtenían 4 de plusvalía, la cuota de plusvalía cuya fórmula es p/v, sería, en este caso,
del 100%.

Fórmula de la cuota de plusvalía:

Plusvalía
———————
Capital variable

Recordemos que, durante una jornada, Juan consumía un capital constante cuyo valor
era de 12 monedas. El esquema de dicho proceso productivo sería el siguiente:
Capital constante 12 + capital variable 4 + plusvalía 4 = 20 (o bien, 12c + 4v + 4p = 20)

La cuota de ganancia es la que resulta de comparar la plusvalía con la totalidad del


capital. Su fórmula es:

Supongamos, para simplificar, que todo el capital constante se consumiera en un día.


En tal caso, la cuota de ganancia de nuestro capitalista sería del 25% En efecto,
aplicando la fórmula de la cuota de ganancia:

4p 4
= = 25%

M. Ivánovich
12c + 4v 16

Como vemos, la cuota de ganancia oculta el grado de explotación de la clase obrera.


Mientras que la cuota de plusvalía era de 100 %, la cuota de ganancia es sólo de 25%.
Si la parte no retribuida del trabajo de Juan era igual a la parte retribuida, el grado de
explotación, representado por la cuota de plusvalía, ascendía a un 100%.
Pero don Arturo puede no conocer la cuota de plusvalía y ello no le preocupa. Lo que
aparece visiblemente es su cuota de ganancia, o sea su 25 %. A don Arturo le interesa el
rendimiento de todo su capital, pues él ama por igual a cada una de sus monedas, sean
ellas capital constante o variable. Busca el rendimiento máximo del conjunto de su capital.
En las relaciones capitalistas, la ganancia pareciera brotar de todo el capital. Pero, en
verdad, dicha ganancia es una forma trasfigurada de la plusvalía, la cual sólo tiene
relación con el capital variable.
La plusvalía, que surge de la esencia misma del sistema capitalista, no aparece como
tal ante los seres humanos. En la superficie de los fenómenos, la plusvalía se oculta
modestamente bajo el disfraz de ganancia.
La economía científica, a diferencia de la vulgar y apologética, desgarra el manto
de la apariencia y presenta la plusvalía al desnudo.

La acumulación del capital


Admitamos por un instante que el capital, tal como lo afirman los economistas
burgueses, sea en su origen un fruto del ahorro, del sacrificio y de la abstinencia del
capitalista (salvo, como dice Marx, "en el año en curso").
Supongamos que nuestro don Arturo haya invertido en su fábrica un capital de
1.000.000 $, cualquiera fuese la forma en que lo obtuvo.
Hasta ahora, nuestro ejemplo abarcaba una sola jornada de trabajo. Pero ya vimos
que el capital, para mantenerse vivo, debe estar en continuo movimiento, o sea
incorporado constantemente al proceso de trabajo. Inactivo o quieto, el capital languidece
y muere. Supongamos que don Arturo es un hombre austero, que mantiene constante su
nivel de gastos personales y familiares en 200.00 $.

Veamos qué pasa cuando el capital de don Arturo permanece en movimiento durante
un período de varios años:

Capital Ganancia Consumo Plusvalía


que añade
Año inicial anual personal
al capital
del
25%
capitalista
1 1000000 250000 200000 50000

M. Ivánovich
2 1050000 262500 200000 62500
3 1112500 278125 200000 78125
4 1190625 297656 200000 97656
5 1288281 322070 200000 122070
6 1410356 352589 200000 152589
7 1562945 390736 200000 190736
8 1753609 438402 200000 238402
9 1992011 498003 200000 298003
10 2290013 572503 200000 372503
Totales 3662585 2000000 1662585

Al cabo de diez años, en nuestro ejemplo, el capitalista que comenzó con


1.000.000 $, ha obtenido en concepto de plusvalías totales 3,662.000 $. De ellos, ha
consumido 2,000.000 $ para sus gastos personales de todo tipo, es decir, el doble del
capital inicial invertido en el negocio. Además, y por efecto de la acumulación anual
de plusvalía, ha duplicado con exceso su capital inicial.
Como la inversión originaria (1.000.000 $) ha sido consumida en buena parte, el capital
restante es pura y exclusivamente plusvalía acumulada.
El capital, en cuales quiera de sus formas, no es otra cosa que trabajo pretérito
cristalizado en medios de producción, dinero, mercancías, etc. Tales bienes son, como
dice Marx, "cadáveres del trabajo humano de ayer". El trabajo ya realizado por la clase
obrera, trasformado en capital, es lo que permite a su propietario, el capitalista, obligar al
obrero de hoy a trabajar para él.
En el sistema capitalista, el trabajo acumulado (herencia del ayer) no se utiliza
para mejorar la vida de la sociedad. Sirve principalmente para esclavizar a la mayoría.
Si el fetichismo de la mercancía y el dinero eran los primeros peldaños de la
alienación del hombre, el capital la exacerba. El producto de su propio trabajo se le opone
al obrero como una fuerza extraña y todopoderosa que lo domina. Su labor creadora se
trasforma en una potencia misteriosa del capital.
En apariencia es el capitalista quien "le da trabajo" al obrero, cuando en realidad es
éste quien se lo cede gratuitamente. Lo que el obrero se priva de consumir, o sea la
plusvalía o ganancia, aparece como ahorro o austeridad del capitalista.
El obrero se parcializa como ser humano; ya no piensa, sólo debe ejecutar. Proyectar,
dirigir, comprender y mejorar el proceso de trabajo es función exclusiva del capital. El
obrero es sólo un complemento de la máquina. Pero también el capitalista se aliena. Su
misión es acumular y acumular, cada vez más aceleradamente. No puede hacer un alto en
su vertiginosa carrera, sin rezagarse en la lucha por el mercado. Se convierte en una
máquina deshumanizada de acumular capital.

***

M. Ivánovich

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