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Apologia Del Idioma Espanol

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Apología del idioma español

Con todos los idiomas se puede crear arte. Todas las lenguas son capaces de
enredarse en nuestros sentidos y mostrarnos los sentimientos desnudos, los
paisajes luminosos. No hay una lengua por encima de otra. Ningú n pueblo,
ningú n ser humano, puede considerarse superior a otro por haber heredado un
acento, unas palabras, la riqueza de una historia literaria. Nadie ha de sentirse
acomplejado ante una cultura ajena, ni caer por ello en el error de imitarla,
porque ninguna como la suya propia le servirá para expresarse.

El idioma constituye la expresió n má s fiel de cada pueblo, y por eso ningú n otro
idioma podrá definirnos. Nunca ya otra lengua ocupará ese lugar para
explicarnos, porque entonces no seremos explicados, só lo suplantados. Qué
tremenda sensació n de muerte habrá n sentido los indígenas obligados a pensar
con palabras extrañ as. Qué desarraigo el de las gentes de Hispania invadidas por
romanos, godos, suevos, alanos, vá ndalos y á rabes. y qué riqueza la que nosotros
hemos heredado de sus renuncias.

Llegará n nuevos avances técnicos, nuevas dominaciones, tal vez otras guerras.
Pero ya no podemos repetir la historia porque nos hemos dedicado a conocerla.
Sabemos así que ahora, si así lo deseamos, tenemos la oportunidad de elegir só lo
lo mejor de aquellos pueblos, los pueblos que llegaron y los que esperaban
inocentes. Que entre todos sus legados hemos hecho el nuestro, fruto de la
dominació n y de la resistencia, de la Conquista y de la Reconquista, del
colonialismo pero también de la independencia.

Nadie exculpará a los criminales, pero tampoco contaminará con sus delitos a
quienes extendieron con paz y buena fe la religió n en la cual creían, a cuantos
transmitían generosamente su cultura y aprendieron de los pueblos que
loshabían acogido, a aquellos que denunciaron la sevicia de sus propios
hermanos. Ahora una inmensa parte del planeta es hija ya del mestizaje; en la
Europa de la repoblació n y las migraciones, en la América del Norte y de los que
fueron esclavos, en la América Latina que lleva en tal nombre la mezcla de su
propio suelo con la arena europea, en la Españ a musulmana y romana y judía y
cató lica.

Ahora todas las sangres también se han mezclado en nuestro idioma españ ol,
unas vertidas y otras cruzadas; y con ellas nos han llegado estas palabras que ya
apenas podemos cambiar y que nos crean a nosotros mismos creando nuestro
pensamiento, palabras del quechua, del aimara, del latín, del á rabe, palabras
euskaldunes, y galaicas, la voz del catalá n, regalos del inglés y del francés que
llenaron huecos de nuestra casa cuando aú n no estaba formada.

Ahora ya podemos acariciarlas, pronunciarlas con todo el sentido que tienen sus
sílabas. Nada nos quitará ya los matices de la palabra "triquiñ uela", el sabor de
"bisbiseo", el sonido tá ctil de "tersura", el terror de quien pronuncia "bomba", la
acidez de los que "murmuran".

Muchos no podrían traducir jamá s a otro idioma "mi viejo", ni "sombrita", ni


celebrará n el día de los "muertitos" como lo vive un mexicano desde el momento
mismo en que oye esa palabra, ojalá nunca terminemos diciendo "pequeñ a

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sombra", "pequeñ os muertos" ... con pensamientos extrañ os; ojalá incluyamos las
palabras en los problemas de la ecología y conservemos los á rboles que nos han
hecho respirar hasta aquí de generació n en generació n, con sus genes
reconocibles en cada una de nuestras células porque sus cromosomas nos han
regenerado las neuronas.

Sabemos el valor de un "susurro", conocemos . sin pensarlo el sonido del


"bullicio" porque la voz nos viene pensada para describir en este caso exac-
tamente lo que percibirá n quienes la escuchen, de modo que su imagen coincida
con nuestro propio pensamiento; nos molesta el "zumbido" desde el momento en
que se pronuncia, oímos el "cañ onazo" aunque lo veamos escrito, seguimos el
"tintineo" del corcel por la senda que serpentea, perci bimos cuá nto ha llovido
só lo con oír la pronunciació n de "tromba", nos manchamos los dedos al tocar las
letras de "pringoso", se nos conmueve el estó mago si decimos "ná usea" y
sentimos amor con cada sílaba de la palabra "ternura".

Si tuvo razó n Camus al decir que el idioma es nuestra patria, todos nosotros
compartimos una nació n sentimental con 400 millones de personas y con
cualquiera de sus palabras o sus acentos, unidos por el pensamiento y con todos
los colores de la piel.

Pedro Salinas hablaba del lenguaje como el instrumento de la inteligencia, pero


el idioma españ ol es sobre todo el instrumento de los sentidos y de las
emociones; no lo manejamos ú nicamente como una lengua franca para los
negocios o como un segundo idioma mediante el cual se entiendan pueblos de
lejanos credos maternos; el españ ol tiene una patria de 21 Estados y 400
millones de corazones, y só lo con sus palabras oídas desde la cuna podremos los
habitantes de esta nació n comú n soñ ar una novela a la sombra de un tilo, o
recrear la mirada en la hornillera y los dujos donde se esconden las abejas.
Hemos podido construir en los ú ltimos siglos una lengua que ya no pise a los
idiomas que conviven en su suelo, que olvide la diglosia para conocerlos y
relacionarse con ellos con la misma naturalidad con que los hombres del
bandolero Roque Guinart hablan en catalá n al manchego Don Quijote, y todos
ellos se entendían sin hacer cuestió n del asunto; porque también el catalá n podía
ser una lengua de aquel caballero andante.

El uso de nuestro idioma y el intento de comprender a los semejantes nos retrata


como seres humanos, las palabras nos revelan como somos, y a veces nos
condenan como condenaron al ex ministro españ ol José Barrionuevo después de
haber llamado "delator" a un testigo de cargo, porque las formas de los vocablos
llevan siempre consigo el significado profundo que atesoramos en nuestra
mente, y que nos es revelado con las palabras mismas, que nos delatan cuando
acusamos a alguien de delatamos porque eso implica el reconocimiento de la
culpa.

Este idioma rico, culto, preciso y extenso corre ciertos peligros que sus propios
dueñ os deberemos conjurar, y a fe que lo conseguiremos si se da una sola
condició n: la consciencia del problema.

Ninguna lengua má s homogénea que la nuestra. Alrededor del españ ol se


separan el portugués europeo y el americano, que empiezan a ser dos idiomas

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distintos; se enfría el inglés funcional en las viejas colonias que nunca lo
asumieron como lengua materna; pelea el francés con los idiomas á rabes de
quienes lo usan só lo como instrumento de comercio. Se aísla el chino con sus
1.000 millones de hablantes y se divide en innumerables dialectos.

Frente a todo eso, el basamento léxico del españ ol compartido ocupa millones de
hectá reas en nuestra superficie intelectual, y su evolució n genética cuidada hará
crecer este vasto campo semá ntico: tan grande como la superficie contigua de la
mayoría de los países que lo sienten, por la que algú n día podrá n viajar los libros
escritos en españ ol sin pago de aduanas y sin pedir permiso a gobiernos ni
rá bulas ni dictadorzuelos, paca que en justa correspondencia podamos comprar
libros argentinos en Madrid, y chilenos en Buenos Aires, y bolivianos en Quito; de
extensió n mayor que ninguna otra lengua materna en el mundo porque dentro
de unos añ os la hablará n ya 430 millones de personas; que permite viajar por
má s de 11 millones de kiló metros cuadrados sin cambiar de idioma, y conversar
con gentes que ya no sienten el españ ol como una cultura impuesta sino como
parte de su esencia latinoamericana, una lengua que se puede usar en las
universidades y en los colegios para aprender con ella y con su escritura las
lenguas indígenas, los idiomas autó ctonos a los que puede prestar el alfabeto que
algunos nunca tuvieron.

Hablan españ ol 91 millones de mexicanos, 406.000 guineanos, 200.000


saharauis que lo tienen por idioma oficial en sus campamentos de refugiados.

Y lo hablan también 25 millones de personas en Estados Unidos que han dejado


tan lejos a los dos millones de hispanos que lo empleaban allí en 1940, a los 10
millones de 1976 y hasta a los 17 millones de 1984. Todos ellos han creado una
plaza mayor estadounidense a la que acuden 500 perió dicos, 152 revistas, 94
boletines y 205 casas editoriales. Los diez principales diarios en españ ol llegan
cada día a 500.000 lectores; dos canales de televisió n, Telemundo y Univisió n, se
unen a las emisiones de Televisa para hispanos, y la mú sica latina inunda los
transistores de Miami pero también los de Nueva York.

En 1998, por vez primera los hispanos han superado en nú mero a los negros en
la població n menor de dieciocho añ os, yesos 10,8 millones de jó venes que hablan
españ ol se convertirá n dentro de muy poco tiempo en la primera minoría étnica
estadounidense, y en el añ o 2020 los hispanos supondrá n ya el 22 por ciento de
los menores de dieciocho añ os .

Los medios de comunicació n que ya se han consolidado podrá n servirles de


sustento para la unidad de su lengua. y ningú n papel como el que le corresponde
al diario El Nuevo Herald, hijo adolescente del Miami Herald que se ha
independizado para pasar de la funció n de suplemento del diario inglés a la
edició n propia en españ ol. Su lenguaje de prestigio habrá de servir como refe-
rencia para crear ese idioma españ ol de Estados Unidos, porque podrá haber un
españ ol de Estados Unidos como hay un españ ol de Argentina y un españ ol de
Bolivia. Un españ ol; en cualquier caso, que reconozca los genes de las palabras y
cuyos cromosomas se puedan relacionar entre sí para crear de ese modo una
mú sica gramatical inteligible por todos los demá s hispanohablantes. Para
cumplir los designios del sabio Nebrija, que emprendió su Gramática de modo
"que lo que agora e de aquí adelante se escriviere pueda quedar en un tenor, y

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extender se en toda la duració n de los tiempos que está n por venir", una lengua
que cuidemos, "assi ordenada, que muchos siglos, injuria y tiempos no la podrá n
romper ni desatar", para que con ella "florezcan las artes de la paz".

No hay idioma en el mundo que se haya extendido sin el saqueo de lo ajeno. Só lo


el esperanto está libre de culpa para lograr tan idílico trono. . Pero no lo hará . El
esperanto no tiene defecto alguno, só lo la triste compañ a de que ningú n pueblo lo
ama.

Y todos nosotros, los 400 millones de habitantes de la misma patria espiritual, la


mayoría de los cuales amamos nuestra lengua con sus propios defectos y su
intrincada historia, somos ya latinos y somos americanos, y somos africanos
también cuando habla españ ol un guineano, y nos sentimos ibéricos cuando
sabemos que el Senado de Brasil ha establecido por fin nuestro idioma como
enseñ anza obligatoria en los cuatro añ os del nivel secundario, y má s aú n cuando
en la declaració n de intenciones de esa decisió n política adoptada en agosto de
1998 se habla de que el españ ol "constituye un elemento indispensable para la
formació n de una verdadera comunidad latinoamericana". y somos asiá ticos
cuando oímos hablar nuestra lengua a alguno de los dos millones de filipinos que
aú n la conservan desde que fue abolida como idioma oficial el 2 de febrero de
1987. La identidad de una misma forma de expresarse, y, por tanto, de pensar,
anula cualquier diferencia geográ fica o racial, no existe entonces salto cultural
porque habremos bebido juntos en Quevedo, en Lope, en Neruda, y por eso ha
escrito el mexicano Carlos Fuentes:

"Todos los libros, sean españ oles o hispanoamericanos, pertenecen a un solo


territorio. Es lo que yo llamo el territorio de La Mancha. Todos venimos de esa
geografía, no só lo manchega, sino manchada, es decir, mestiza, itinerante, del
futuro".

Ningú n intento de enseñ anza racista por vía de la lengua podrá frenar la
creciente tendencia del mundo al mestizaje. Y en ese nuevo escenario, el españ ol
habrá de convivir como minoría en países de mayoría anglohablante, y habrá de
respetar a su vez como lengua mayoritaria a las lenguas en minoría y a las
culturas bilingü es 'que le acompañ an en su extenso territorio. Y promover su
conocimiento. Quizá sea tiempo de pagar la deuda histó rica de tantas letras
impuestas con la sangre de quienes las aprendieron. Sin que ello signifique que
renunciemos a ser quienes por fuerza somos.

Fuente: Grijelmo, A. (1998). Defensa apasionada del idioma español. Españ a:


Grupo Santillana de Ediciones.

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