Medicine Man
Medicine Man
Medicine Man
Días en el Interior = 14
1
Hombres mayores (40-50 años) que son guapos, con buen cuerpo y cabello canoso.
Pongo otra fresa en mi boca y le digo—: Podría ser el hecho de que no sabías que estaba
casado hasta la semana pasada.
—Hmm —Renn tamborilea sus dedos en su barbilla—. Podrías tener un punto. Me gusta
el reto. Me hace sentir mejor conmigo misma si puedo gustarle a un chico que no está
disponible. Es mi patética imagen —apuñala con su tenedor un pedazo de sandía—. Tal vez
debería tratar de conseguir a Hunter como mi acompañante después de las comidas. Imagina
las cosas que puedo hacer con él mientras me mira con esos ojos oscuros.
Después de cada comida, un técnico se queda con Renn durante aproximadamente una
hora para ver que está manteniendo su comida. Ella es conocida por escabullirse y vomitar
en cada oportunidad que tiene. Está súper orgullosa de sus huesos y del hecho de que puedes
contar todas sus costillas.
—O puedes callarte al respecto y no obligarnos a escuchar lo que claramente es una de
las cosas más inapropiadas de la historia —interviene Penny, mirándola desde el otro lado
de la mesa.
Ella tiene un libro en sus manos y hasta este segundo, sus ojos estaban pegados y sus
labios estaban moviéndose mientras murmuraba las palabras para sí misma.
Penny, también conocida como Penelope Clarke. Fue la segunda persona con la que hablé
después de que llegué aquí. En realidad, todo lo que hicimos fue saludarnos después de que
Renn nos presentara y Penny volvió a hacer lo que siempre hace: leer.
Por lo que he visto en mi tiempo aquí, a Penny ama leer. Yo también amo leer, así que
definitivamente entiendo eso. Pero su amor y mi amor son muy diferentes.
Para Penny, la lectura es oxígeno. Ella no puede vivir sin eso. Necesita estar leyendo
algo o la he visto temblar.
En el Exterior, ella leía libros de texto; era estudiante de medicina. En el Interior, lee
todos los libros de cocina que puede encontrar en la pequeña biblioteca. Ella dice que es para
mantener su mente aguda y activa para cuando salga de aquí en otoño. Unas semanas después
de mí.
Penny sufre de ansiedad paralizante con un toque de paranoia mezclada. Cuando
reprobó en una de sus clases, que según ella era una trampa en su contra, se rompió. Renn
me dijo que arrancó páginas de su libro de texto de bioquímica y se las comió. Literalmente.
—Umm. Hola. ¿Cómo es que gustar de alguien es inapropiado? —Renn se enfoca en
Penny.
—Es un técnico y tú eres una paciente —mueve Penny la página enojada—. Sin
mencionar que está casado y es mayor. Se supone que no debe gustarte.
—Bueno, como dijo Willow, me gusta porque está casado. Es una enfermedad. Mi
corazón está latiendo por él, ¿de acuerdo?
—Oh, por favor. —Penny pone los ojos en blanco—. La semana pasada, tu corazón latía
por ese homofóbico de La Cueva con ideas homicida.
—Roger no es un homofóbico. Fue violado por un hombre. ¡Discúlpalo por no gustarle
tomarlo por el culo y estar enojado por eso!
Penny está lista con una réplica y estoy harta. Sé que si no las detengo durarán horas.
Eso es lo que hacen Renn y Penny. Ellas pelean.
No me gustan las peleas. Es malo para mi equilibrio interior y la paz de todos. Soy la
pacificadora y la que evita la confrontación.
Así que levanto mi brazo en el aire como un árbitro y suelto la primera cosa que me
viene a la cabeza—. Simon Blackwood.
—¿Qué? —Renn se gira hacia mí, frunciendo el ceño.
—Si ustedes dejan de pelear, les diré —digo.
—Tienes un chisme —Los ojos de Renn se ensanchan.
Encogiéndome de hombros, digo—: Podría tener algo, sí.
—¡Oh Dios mío, dinos!
Una vez más, Penny pone los ojos en blanco—. ¿De verdad, Willow? No sabía que estabas
interesada en los chismes. Pensé que sólo Renn era la chismosa.
—Oye, no me llames chismosa. Deja que hable —advierte Renn.
—No peleen —lanzo mi dedo a las dos. Cuando ambas asienten, digo—: Oí a las
enfermeras decir que podría estar llegando un nuevo tipo. Quiero decir, no parecían muy
felices por eso. Beth nunca les contó y, según dicen, las enfermeras siempre son las últimas
en enterarse y…
—Oh Dios, ¿quién viene? —Renn detiene mi divagación.
—Correcto —me aclaro la garganta—, alguien llamado Simon Blackwood.
Simon Blackwood.
Pongo ese nombre en mi cabeza.
Si los nombres fueran una indicación de la personalidad de alguien, este Simon
Blackwood sería fuerte, masculino y magnífico. Pero entonces, los nombres no lo son todo.
Tómame por ejemplo. Willow claramente, no es el nombre para mí. Aunque, no puedo
imaginar qué otra cosa podría ser mi nombre.
—¿Como, The Blackwood? —pregunta Penny.
—¿Qué es The Blackwood? ¿Qué significa eso? —pregunto.
—¿Cómo puedes no saber lo que significa The Blackwood? —la cara de Renn se contrae
con disgusto—. Él es el tipo que fundó este lugar, Willow. Dr. Alistair Blackwood. Bueno, ya
sabes, junto con el Dr. Martin. Apuesto a que Simon Blackwood está relacionado con él de
alguna manera.
El Dr. Martin es el psiquiatra aquí que supervisa las cosas. Sólo me he reunido con él
una vez, cuando entré y le agradezco a Dios por eso. Generalmente paso mi tiempo con un
terapeuta o en terapia de grupo.
Los doctores son el peor tipo de personas. Pretenciosos, arrogantes, detestables. La
mayoría de ellos tienen un complejo de dios. Piensan que todos necesitan ser salvados y que
ellos son los únicos que pueden hacerlo.
Piensan que pueden arruinar tu vida cuando quieran. Ponen a tu mamá en tu contra
porque realmente creen que te beneficiarías con el tratamiento hospitalario.
Putos pendejos.
Me muevo en mi asiento, sintiéndome avergonzada—. Bueno, acabo de escuchar a las
enfermeras hablar.
Renn se reclina con una sonrisa—. Oooh. ¿Crees que él también es doctor?
—Podría ser —esto viene de Penny.
Maldición.
Si viene alguien nuevo, no quiero que sea doctor. Este estúpido hospital no necesita otro
señor malvado.
Renn ensancha sus ojos antes de estirar el cuello hacia la puerta, como si quien quiera
que sea Simon, entraría caminando—. Oh, por Dios, estoy tan intrigada. Oh, por favor que
sea guapo. Y mayor. Como, al menos diez años mayor. Tengo algo por los hombres mayores
—nos informa, como si no lo supiéramos.
—O tal vez no es un doctor. Es un paciente, no todos siguen los pasos de sus padres —
le digo.
—Como sea. Sólo quiero que sea mayor.
—Sí, que sea mayor —concuerdo y Renn alza su puño. Y luego, sólo para molestarla,
agrego—, oh y arrugado. Sip, un anciano arrugado que se tire dos pedos cada hora.
Renn me muestra el dedo y mi sonrisa se ensancha.
—¿Por qué no quieren que coma? —Penny empuja su bandeja con disgusto—. Si él es
un doctor, entonces este tipo de conversación es inapropiada.
—¿Qué tal si apostamos por ello? Podemos jugar por gelatina de limón —Renn sonríe.
En el Exterior, odiaba la gelatina de limón. Parece vómito, sabe a vómito. Es simple
vómito. Pero en el Interior, es todo lo que quiero comer. No sé por qué.
Podrían ser los medicamentos. Me dieron un nuevo cóctel en cuanto llegué y eso siempre
es un desastre. Mi primera semana aquí no fue bonita con todos los síntomas de abstinencia
que experimenté después de que me quitaron mis medicamentos anteriores. Dicen que mis
medicinas no son adictivas, pero aun así, sentí que me atacó un virus estomacal.
Los medicamentos han jodido mucho mi vida. Mi cuerpo es treinta por ciento mío, y el
otro setenta es lo que me hicieron los medicamentos. No me sorprendería si me jodieran el
paladar también. Renn lo llama el efecto Heartstone; fábrica de drogas y psicoterapia.
Penny piensa en la oferta de Renn—. Bien. Mi apuesta está en un nuevo doctor, sólo
cinco años mayor que Renn —dice, antes de levantar su libro y reanudar la lectura.
Renn le saca la lengua antes de pasar al cuarto ocupante de nuestra mesa—. ¿Qué hay
de ti, Vi? ¿Quieres participar en esto?
Vi, alias Violet Moore. Ella no habla mucho. De hecho, ella es con la que tengo muchas
cosas en común. Es callada. Es más o menos invisible. La gente la pasa sin darse cuenta.
Pero a diferencia de mí, creo que ella elige ser invisible. Es porque ella está de luto. Su
novio murió hace unos meses y bien podría ella haber muerto con él. Nadie sabe qué causó
su muerte, ni siquiera Renn, y no he tenido el valor de preguntarle a Vi.
Ojalá pudiera.
Ojalá pudiera preguntarle qué piensa cuando mira por la ventana. Ella claramente no
está mirando la lluvia como yo. Desearía poder preguntarle por qué siempre tiene una silla
vacía a su lado. ¿Es para su prometido? ¿Lo está esperando como si estuviera vivo y pudiera
caminar en cualquier segundo para tomar su lugar?
Cuando Renn dice su nombre, Vi se gira de la ventana y trayendo sus planos ojos
castaños hacia nosotras—. Estoy con Renn. Es un doctor nuevo y guapo con al menos quince
años más que nosotras.
—Perfecto. Estoy tan emocionada —chilla Renn.
Justo cuando Renn establece las reglas, Beth entra a la sala. Ella es la esposa del doctor
Martin el administrador del hospital.
Usualmente, ella tiene una sonrisa en su cara desgastada, pero hoy se ve un poco
agotada—. Feliz lunes, a todos —comienza, su saludo sonando menos que entusiasta—.
Espero que todos estén bien y estén disfrutando de nuestro desayuno.
Ante esto, ella se interrumpe cuando un par de personas la abuchean. Sin embargo, no
la disuade—. Les digo esto con un corazón muy pesado, que… —suspira—, la noche del
viernes, el Dr. Martin sufrió un repentino ataque al corazón y tuvo que ser hospitalizado
durante el fin de semana, y...
Ella traga, tratando de recuperarse, mientras una onda de shock recorre la habitación—
. Y, bueno, en este momento él está bien, y se espera que se recupere por completo. Pero
significa que no podrá volver a trabajar por unas semanas.
Los murmullos y abucheos que se habían apagado antes de que Beth comenzara a hablar
cobran vida nuevamente, más fuertes, más agitados.
Incluso aunque no soy una contribuyendo al alboroto, también estoy un poco impactada.
Él estaba bien la última vez que lo vi. Me sonrió en el pasillo, su mata blanca de pelo brillando
en la luz del sol de la tarde que estaba filtrándose por la gran ventana de la sala de televisión.
Estaba conversando con algunos pacientes, quienes lo miraban como si él hubiera colgado la
luna. Para ellos, probablemente él lo hizo.
Es súper popular entre los pacientes y el personal.
Recuerdo haber pensado, ¿cómo puedes amar a tu doctor? Quiero decir, él es un doctor.
Un psiquiatra, nada menos. Alguien que te prescribe medicamentos y organiza tu vida en una
serie de sesiones de terapia. Pero incluso yo, no le desearía ningún daño.
Beth logra calmar a la gente con la ayuda de los técnicos y continúa—: Sé que ustedes
están tristes y lo entiendo. Por supuesto que sí. Yo también estoy triste. Algunos de ustedes
han sido muy cercanos a él y les prometo que está bien. Le haré saber cuánto lo quieren. Él
lo apreciará.
Sonriendo tristemente, ella toma una respiración profunda—. Pero por ahora, estoy
aquí para decirles que hemos sido muy afortunados de haber encontrado un reemplazo para
él. Se espera que llegue hoy y es un excelente doctor. Estoy segura de que ustedes lo amarán,
y todos se llevarán bien en este momento difícil, ¿okay? —ella dispara un par de miradas en
la habitación—. Si tienen alguna pregunta, vengan a buscarme a mí o a cualquiera de los
miembros del personal. Todos estamos aquí para ayudarlos.
Está lista para irse cuando Renn grita—: ¡Eh, Beth! ¿Quién es el chico nuevo? El que se
supone que debemos amar y llevarnos bien.
Beth se da vuelta y levanta las cejas—. Correcto. Gracias, Renn, por gritar esa pregunta.
El doctor que se supone que van a amar y con el que se llevarán bien es el Dr. Blackwood. Dr.
Simon Blackwood. Él viene a nosotros desde Boston. General Mass, para ser específicos.
Tienen uno de los departamentos de psicología más acreditados del país —vuelve a lanzar
una mirada firme—. Como dije, están en más que excelentes manos.
Con eso, ella se va, y los ruidos comienzan otra vez.
Renn murmura—: Bueno, ya adivinamos la parte del doctor. Ugh. ¿Es apropiado para
mi edad para fantasear o no?
Penny escupe de nuevo—. Es un doctor. Toda charla sobre su apariencia está fuera de
los límites.
Ellas mpiezan a pelear, pero yo me desconecto. Estoy congelada, atrapada por el sonido
de un nombre.
Simon Blackwood.
Dr. Simon Blackwood.
Es un doctor.
En realidad no. Es un excelente doctor.
Y él va a venir aquí.
Maldición.
CAPÍTULO 3
El clima es miserable, y me encanta.
Está lloviendo como si no fuera a llover nunca más. Los vientos están golpeando contra
la ventana, sacudiendo el hospital entero.
Odio que me encante tanto. Porque no puedo estar afuera y sentir el cielo caer sobre mi
cuerpo. Casi quiero que se destruya esta estúpida casa victoriana, incluso aunque sea un
testimonio de un gran amor y todo eso, para poder escapar. Todos podemos escapar. Estoy
segura de que cuarenta pacientes determinados podrán mover una cierta puerta automática
al frente.
Hemos estado encerrados durante todo el día y eso apesta. Sin mencionar que todos se
muestran cautelosos y preocupados por la nueva llegada.
El grupo de la comunidad estaba muy agitado hoy. Este grupo es básicamente donde
explican y vuelven a explicar las reglas del hospital y reciben las quejas de los residentes. Y
hoy todas las quejas eran contra un hombre que logró molestar a todos, y ni siquiera está
aquí.
Sophie, una niña con insomnio severo, se echó a llorar y dijo que había venido para
mejorar y no lidiar con esta mierda. Si ella quisiera lidiar con el cambio, se habría quedado
con su mamá y sus novios siempre cambiantes. Roger, el tipo con idealización homicida y el
flechazo de Renn de la semana la semana pasada, estaba preocupado por la vibra que recibiría
del nuevo doctor. Él es grande en vibras y auras.
Usualmente estoy callada en esos grupos porque mi única queja es que no pertenezco
aquí. Estoy segura de que no funcionará demasiado bien con el terapeuta que maneje el grupo.
Pero luego la gente comenzó a agitarse cuando Renn expresó sus propios miedos falsos para
enfurecer las cosas: ¿y si nos hace algo mientras dormimos? Tendría mucho miedo de
quedarme dormida ahora.
Decidí intervenir—. Chicos, deténganse. Él no es tan malo. Lo conocí —dije—, en el
pasillo. Y saben, me parecía bastante poco amenazador. Así que sí.
Sí, estaba mintiendo, pero estaba bien. Era por una buena causa.
Mis mentiras son siempre para un propósito mayor.
Renn me lanzó una mirada sospechosa, pero como sea. Al menos conseguí que todos se
calmaran. Durante unos dos segundos, y luego, empezaron las preguntas.
¿Dónde le viste? Las enfermeras dijeron que aún no había llegado.
¿Cómo se veía?
¿Qué quieres decir con no amenazante? ¿Cómo se vería exactamente?
¿Cuántos años tiene?
La última vino de Renn.
Les respondí lo mejor que pude: lo conocí cuando apenas estaba llegando, cinco minutos
antes de esta reunión, y tal vez es por eso que nadie sabe todavía que está aquí. Se veía
bastante bien. Bajo y calvo y sí, viejo.
Aunque no tuve mucho tiempo para embellecer mis mentiras, para lo cual soy muy
buena por cierto, porque el terapeuta manejando el grupo nos hizo callar, con la ayuda de
algunos técnicos.
Con todo, este día apesta.
Ahora, estoy agarrando a Harry Potter y el Prisionero de Azkaban contra mi pecho
mientras me dirijo hacia la sala de recreación al final del pasillo. Dos enfermeras están
paradas en la esquina, hablando entre ellas, junto con un par de pacientes de mi piso
merodeando.
Paso por la oficina de Beth. Por lo general, todas las oficinas del personal están ubicadas
en un área que no es de libre acceso para los pacientes. Pero cuando llegué por primera vez,
Beth me dijo que considera a Heartstone como una familia y que quiere estar disponible para
todos sin tener que saltar a través de los aros de citas y todo eso.
A través de la puerta entreabierta, la oigo hablar con alguien. Pero lo que es más
importante, escucho el mismo nombre que escuché unas horas antes en el desayuno.
Simon
Mis pies se detienen.
Mis ojos se ensanchan.
—¿Cómo está él? —Beth le pregunta a alguien en su oficina. Alguien a quien llamó Simon
hace un segundo—. Lamento no haber ido a verlo esta semana. Ya sabes, con todo esto.
Llega un crujido y ese alguien se aclara la garganta—. Está exactamente igual que la
semana pasada.
Oh Dios mío, ¿ese es Simon?
¿Está él aquí? ¿Está realmente aquí dentro?
Un largo suspiro. Luego Beth dice—: Le gusta ser difícil. Te daré eso.
—Bueno, siempre le gustaste —dice él.
Simon dice. No, Dr. Blackwood. El Dr. Blackwood dice. Por alguna razón, no quiero usar
un nombre de pila con él. Incluso en mi cabeza.
En fin, el Dr. Blackwood dice. O más bien gruñe.
En una voz que es profunda y áspera.
—Y quién puede culparlo —Beth se ríe entre dientes.
Hay una bocanada de aire seguida de un gruñido bajo. No creo que debiera haber salido
de la habitación para que yo escuchara, pero lo hizo. Ese sonido bajo y áspero. De alguna
manera, sé que es su risa, oxidada y sin práctica.
Trago mientras mi corazón martillee más de lo que ya estaba martilleando.
Hay un silencio prolongado, segundos y minutos de silencio. O tal vez sólo se siente así
para mí. Porque estoy congelada, no puedo moverme. Entonces recuerdo que estoy parada en
el medio del pasillo, tratando de escuchar una conversación. Dos veces en un día.
Pero, ¿cómo me puedo resistir? Él es el nuevo doctor, mi nuevo enemigo. Tengo que
escuchar.
Me doy vuelta y me enfrento a la pared. No puedo estar escuchando a escondidas cuando
hay gente cerca. O más bien, no puedo hacerlo obvio, así que trato de hacer que parezca que
estoy estudiando los collages en la pared.
Son las fotografías de los pacientes, personal del hospital, doctores anteriores,
terapeutas con sus nombres escritos en tiras de colores.
—He dicho esto antes, pero me alegra que hayas vuelto. Me alegro mucho, Simon. Y no
puedo decirte lo emocionada que estoy de que estés aquí, en Heartstone. Este es tu lugar. Tú
perteneces aquí —Beth suena nostálgica y llena de emoción.
—Ya has dicho esto antes, sí —dice el Dr. Blackwood con ironía.
Ella se ríe entre dientes—. Creo que deberías decirle. Ya sabes, sobre todo lo que pasó.
—No —dice cortamente.
—Lo sigo diciendo pero... está bien. Lo que sea que haya pasado.
—No importa.
—Sí importa, Simon —insiste Beth—. Yo prácticamente te crie. Puedo verlo.
—Se acabó.
——Creo que, si no es él, entonces deberías hablar con ellos. Creo que deberías explicarlo
y tal vez ellos—
—No.
Beth se queda en silencio. No la culpo. Incluso yo me sobresalté cuando oí el no,
apretando el libro contra mi pecho y frotando mis brazos. Es la forma en que lo dijo. Tan
pronto y en voz alta. Tan final.
—Se acabó, Beth —dice él con una voz mucho más tranquila—. No hay nada que
explicar. Déjalo ir.
¿De qué diablos están hablando?
Sea lo que sea, tiene que ser algo extremadamente serio. Puedo decir eso.
Me pregunto—
De repente, siento una mano en mi hombro y chillo, mis pensamientos se desintegran
y mi libro cae al suelo con un golpe.
Me doy vuelta para encontrar a una divertida Renn mirándome—. ¿Qué estás haciendo?
—chillo.
—¿Qué estás haciendo tú? —a diferencia de mí, su voz es relajada y su postura también.
—Me es-espantaste —presiono una mano contra mi pecho, tratando de controlar mis
latidos fuera de control.
—¿Estabas escuchando a escondidas?
—No —miento—. ¿Y qué pasó con la regla de no tocar?
Aquí hay una regla que prohíbe tocarse entre pacientes porque algunos de ellos se
asustan cuando los tocan.
—Como si eso pasara. No hay reglas que puedan obligarme.
—Tal vez deberían porque—
Dejo de hablar cuando la puerta de la habitación de Beth se abre y ella se para delante
de nosotros—. Hola, chicas. ¿Qué está pasando? ¿Está todo bien?
—Hey, Beth —Renn canta—. No es nada. Acabo de tocar a Willow y ella se asustó.
—Renn —Beth sacude la cabeza—. Sabes que hay una regla de no tocar.
—A Willow no le importa. Ella es mi BFF2 —se gira hacia mí—. ¿No es así?
A pesar de mí, me enorgullezco de que me llamen BFF. Nunca he tenido BFFs antes. De
hecho, nunca tuve ningún amigo, punto.
2
Best Friends Forever. Mejores Amigas por Siempre.
Aunque no dejaré que Renn se libere tan fácilmente—. Sí. Pero ella me espantó, Beth —
presiono una mano contra mi pecho, dramáticamente, antes de sonreírle a Renn—. Las reglas
son reglas por una razón.
—Traidora —murmura Renn, justo cuando Beth se lanza a la importancia de las reglas.
Riendo por lo bajo, me agacho para recoger mi libro caído. Es una copia antigua, con
una columna cuestionable, y la caída ha causado que se soltaran algunas de las páginas
amarillas. Están dispersas en el piso de madera, letras negras que fluyen como un río. Las
agarro y comienzo a organizarlas en el orden correcto.
Sobre mí, Beth y Renn continúan discutiendo sobre las reglas y sobre cómo Renn debería
ser más consciente de ellas. Pero toda conversación se pierde cuando él sale de la habitación.
Simon Blackwood.
Todavía estoy de rodillas, uniendo otra vez mi libro página por página, pero lo siento
parado frente a mí. Mis dedos tiemblan, causando que algunas páginas recogidas vuelvan a
caer al suelo.
Respirando hondo, me digo a mí misma relájate. Él es el enemigo No puedo mostrarle
miedo.
Pero él sobre mí me molesta más de lo que me gustaría. Tal vez sea porque el aire se ha
movido alrededor de mí, para dejarle espacio. Siento su cuerpo proyectando su propia sombra,
creando su propia conciencia.
Discretamente, y todavía arreglando las hojas, miro la mitad inferior de él. Lleva
pantalones de vestir negros y zapatos wingtip marrones. La humedad y las gotas de agua se
adhieren a la tela y a su calzado puntiagudo y formal.
El Exterior.
Ha venido del Exterior.
Bueno, ¿de dónde más habría venido? Pero Dios, ha traído la lluvia con él, fresca y tan
bella. Ojalá pudiera sentirla en mi piel.
Y entonces, como si él pudiera oír mis pensamientos, hace que llueva. Se pone de rodillas
a mi lado y siento las gotas frescas y frías que se desprenden de su cuerpo, cayendo sobre el
mío. Una gota en mi cuero cabelludo, otra en mi frente y mejilla, y un par en mis brazos
desnudos.
Me alejo de él fraccionalmente.
No lo quiero cerca. Y tampoco quiero darme cuenta de cómo sus pantalones de vestir se
estiran a través de la extensión de sus muslos. Nunca antes había visto que una tela le hiciera
eso a un cuerpo, moldeada alrededor de los músculos abultados como si fuera arcilla.
Debería usar pantalones más sueltos; deberían decírselo.
—Dejaste algunas —dice, y me olvido de sus muslos.
Desde este punto, su voz suena más potente, más granulada, más áspera, más profunda.
Simplemente más.
Extiende el brazo y sus dedos se doblan alrededor de las páginas amarillentas, tendidas
a un lado. Suavemente, las toma del piso, las organiza en orden, exactamente como lo estaba
haciendo un momento antes. La forma en que agarra las finas tiras con tanto cuidado, tanta
delicadeza, despierta mi piel de gallina.
Levanto mis ojos para mirar su cara.
Saco una respiración aliviada, suspendida. Ni siquiera sabía que la estaba sosteniendo.
Mi mirada se engancha a su mandíbula cuadrada y dura como una piedra, trazando la barba
corta que endurece la inclinación de la misma. Mis ojos se mueven hacia arriba y veo sus
pómulos, altos y como acantilados.
Real, masculino, impresionante. Al igual que su nombre. Me recuerda a las estatuas
eternas que he visto en mi libro de historia.
Sus párpados están bajos, ya que todavía está concentrado en su tarea, y un par de gotas
de lluvia perdidas brillan en sus pestañas. De hecho, ni siquiera creo que me haya mirado una
vez. Ni una sola vez. Me fastidia que encuentre un libro más digno de su atención que yo. Lo
cuál es la cosa más ridícula que he sentido.
Jamás.
Una vez que termina, me ofrece las páginas. De nuevo, apenas mirándome—. Ten.
Sus ojos son de color gris.
Gris.
Como las nubes en el cielo. El hombre, mi nuevo enemigo, que lleva la lluvia tiene ojos
del color de las nubes lluviosas. Una de mis cosas favoritas.
Maldición.
Frunce el ceño, dándome una mirada distraída—. ¿Estás bien?
Parpadeo, avergonzada, y tomo las páginas de sus manos antes de deslizarlas en algún
lugar al azar en el libro—. Sí, lo siento. Gracias.
—Puede que quieras arreglarlo.
—¿Eh?
—El libro —explica, inclinando su barbilla hacia el objeto en mi mano—. Para que ya
no este roto. Un poco de pegamento en la encuadernación debería ayudar.
Trago, mi garganta se seca—. Correcto. Sí, de acuerdo. Gracias.
Soy consciente de que estoy repitiendo un poco mis palabras, pero mi cerebro está
agitado. Es como el momento en que mis antidepresivos me hicieron casi maníaca, y tuvieron
que darme algo para calmarme. Estaba en una niebla todo el tiempo.
Además, ni siquiera se detuvo a escuchar mi respuesta. Tan pronto como repitió su
consejo, se levantó y su mirada se deslizó lejos de mí. No es que estuviera allí por más de un
microsegundo, pero aun así.
Excepto que capté una palabra en todo esto, y ahora está atrapada en mi cerebro como
su nombre: arreglar.
—Bueno, Renn, por mucho que me gustaría discutir, creo que pasaré —Beth sonríe
antes de girarse hacia el hombre que está a su lado—. Está bien, voy a hacer los honores. Ella
es Renn, nuestra alborotadora. Cuidado con ella. Y ella es Willow, nuestra buena chica. De
hecho, no creo que hayamos tenido una paciente tan bien comportada como Willow.
Alejo la mirada de él. Estoy avergonzada ahora. La forma en que Beth me describió sonó
pobre. Aunque, soy una buena chica. Siempre he seguido las reglas, he escuchado a mi mamá
y a mis maestros, he tomado mis medicamentos a tiempo.
Así que, buena chica. Esa soy yo.
Aunque no sé por qué escuchar eso me molesta.
O el hecho de que él apenas nos lanza una sonrisa. Él asiente, mueve sus labios a medias,
casi sin hacer contacto visual. No puedes llamarlo grosero; Todo esto es educado.
Excepto que no me gusta.
Beth continúa—: Y, chicas, este es nuestro nuevo doctor, el Dr. Blackwood.
Incluso aunque yo sabía quién era, mi corazón se acelera como si lo escuchara por
primera vez. El shock de quién es este hombre, sigue siendo nuevo y vivo. Probablemente
nunca desaparezca.
Una vez más, el Dr. Blackwood lanza un leve asentimiento y una pequeña sonrisa. Todo
está bien, es oportuno y agradable. Y apuesto a que olvidó nuestros nombres tan pronto como
los escuchó. Apuesto a que ni siquiera recordará este encuentro mañana.
Dios mío, me molesta demasiado. Jodidamente demasiado, y no tiene sentido.
La forma en que no está mirando hacia nosotras... hacia mí. La forma en que dijo, puede
que quieras arreglarlo.
—Oh, así que eres el Dr. Blackwood —reflexiona Renn—. ¿Puedes confirmar tu edad
para mí? ¿Así realmente rápido?
—¡Renn! —Beth reprende, y yo hago lo mismo, olvidando mi extraña irritación hacia el
hombre que tenemos delante.
—¿Qué? No pregunté tu edad —Renn pone los ojos en blanco y me señala—. Tenemos
una pequeña apuesta en marcha.
Al diablo la apuesta. Me había olvidado por completo hasta que Renn hizo su pregunta
estúpida e inapropiada.
—¿Estás bromeando? —espeté, apartando la mirada de Beth y el Dr. Blackwood.
—¿Qué? Es la verdad —Renn se encoge de hombros como si fuera tan inocente—.
Además, deberías estar preocupada en este momento, amiga. Perdiste.
—No perdí —miro a Beth, y le aseguro—: Ni siquiera estaba jugando.
—¿Tú estás bromeando ahora? ¿No dijiste que era bajo y calvo? Pusiste tu dinero en eso.
Beth jadea—. ¡Renn! ¿Willow? ¿Por qué harían—
Renn no la deja hablar—. No, en realidad. Ella dijo que le gustaba tirarse pedos dos veces
en una hora. Luego, en el grupo dijo que lo había conocido y que él era bajo y calvo.
Mis ojos se salen—. ¿Qué? Yo—
—Ustedes dos... —Beth comienza, pero esta vez, soy yo quien habla sobre ella.
—En primer lugar, la apuesta fue idea de Renn —la miro con mi cara en llamas,
llamas—. Y segundo, todos estaban asustándose en el grupo. Estaban preocupados por su
aura, ¿de acuerdo? Era un desastre. Tenía que hacer algo. Así que inventé un poco. Logré que
todos se calmaran, ¿no?
—¿Es eso lo que haces?
Esta es la primera vez que él dice algo desde que surgió este argumento sin sentido.
Es un milagro que incluso lo escuche por encima de mis propios latidos.
De alguna manera, de algún modo, muevo mis ojos hacia él. Eso también es una
maravilla, dado mi nivel de vergüenza.
¿Es raro que yo esté sudando en todas partes, incluso bajo mi flequillo? Lo soplo y él
mira las hebras ondeantes antes de mirarme a los ojos. No de pasada, sino de verdad. Como
si realmente me estuviera viendo.
La tierra se inclina levemente, pero planto mis pies y me niego a que me muevan cuando
él me observa. Mi moño suelto, con mechones de pelo rociados alrededor de mi cara, aferrados
a la nuca de mi cuello. A pesar de que su mirada se desliza por mis rasgos y no mira a ningún
otro lado debajo de eso, aún trato de recordar lo que estoy usando. Creo que tengo puesta una
camiseta blanca con la frase en mis pechos, “Sólo una maga, viviendo en un mundo muggle”.
Ah, y pants con mis pantuflas de conejito.
En mis pesadillas extravagantes, los veía poniéndome una camisa de fuerza tan pronto
como lleguara a la instalación. Pero aparentemente los hospitales mentales ya no hacen eso.
Me dijeron que trajera mi ropa más cómoda y, bueno, ¿qué es más cómodo que mis camisetas
de Harry Potter y mis pants?
Pero extrañamente, ahora lamento mis elecciones de vestuario. Lo que obviamente
significa que he perdido la cabeza. Bueno, más de lo habitual. Levanto mi barbilla con desafío
y algo destella en su cara impasible. Sin embargo, no puedo decir qué.
—¿Hacer qué? —pregunto.
—¿Inventar cosas?
Quiero removerme bajo sus ojos grises, pero me controlo y abrazo mi libro con más
fuerza.
¿Qué clase de pregunta es esa?
¿Ven? Los psiquiatras hacen preguntas estúpidas e irrelevantes.
Arrugo la frente—. Yo no invento las cosas. Yo elaboro.
Permanece en silencio durante tanto tiempo que creo que nunca volverá a hablar. Pero
lo hace, muy casualmente—. Y eso es claramente muy diferente el uno de otro.
—Sí —sonrío—, de hecho, son muy diferentes entre sí.
—¿Lo haces a menudo, elaborar, quiero decir?
—¿Es eso una pregunta con trampa?
—No, sólo una pregunta habitual, común y corriente.
No puedo averiguar si él va en serio o no. Quiero decir, parece serio, pero había algo en
su rostro, en su voz, algún tipo de diversión, ironía, que me hace pensar que se está
divirtiendo con esto.
Bueno, lo que sea.
—Entonces la respuesta es no. No elaboro —una voz en el fondo de mi mente no está
de acuerdo, pero la aplasto—. Además, sólo lo estaba haciendo para que las personas se
sintieran mejor. ¿No es ese su trabajo? Básicamente lo estaba haciendo por usted.
Beth jadea y Renn resopla.
Pero el Dr. Blackwood las ignora a las dos y pregunta—: Lo estabas, ¿eh?
—Sí.
Por un momento, todo lo que hace es escanear mi cara sin una palabra, elevando mi
corazón aún más. Como si su mirada fuera una droga.
Pero luego agacha la cabeza, su cabello oscuro y húmedo brilla bajo las luces del pasillo.
Él vuelve a levantar la vista con una media sonrisa. Una cuarta parte de una sonrisa en
realidad—. Bueno, entonces te debo una. Gracias por hacer el trabajo por mí. Te lo agradezco
mucho.
Antes de que pueda decir algo, Renn salta, muy divertida—. Sólo dale una gelatina de
limón, ella estará feliz.
Pero el Dr. Blackwood no le presta atención—. Tal vez lo haga —me dice.
Da un paso atrás, probablemente listo para dejar toda esta conversación detrás de él—.
Fue bueno conocerlas a los dos. Y... tengo treinta y tres, por cierto.
Renn sube su puño—. Sí.
Sin embargo, antes de que él se vaya, sus ojos se posan en el libro que tengo en mis
brazos y lo aferro con fuerza, como si me lo quisiera quitar—. Déjame saber si necesitas
ayuda para arreglar tu libro.
Esta vez, sin embargo, me está costando mucho mantener mi cara en blanco ante la
elección de palabras. Así que puede que haya fruncido mis labios; no estoy segura.
Deja de decir arreglar, imbécil.
Lo juro, veo una clara contracción en su boca cuando me mira por última vez y se va.
Le lanzo dagas con los ojos y a su cuerpo ridículamente alto y ancho, envuelto en ropa que
parece estar hecha sólo para él.
Es como si supiera que esa palabra me afecta. Él sabe cuánto la odio.
Arreglar.
Eso es lo que la gente me ha estado diciendo durante las últimas dos semanas.
Especialmente mi mamá.
Necesitamos arreglar esto, Lolo. ¿Y si pasa de nuevo?
¿Por qué no dejas que el doctor te arregle, Lolo?
Unas pocas semanas en Heartstone te van a arreglar, Lolo.
Pero eso es estúpido porque no hay forma de que él lo supiera. Nos acabamos de conocer.
Ah, y él es quince años mayor que Renn... y yo. Pero eso no importa.
De ningún modo.
Agarro mi libro aún más fuerte. Mi preciado libro.
Mi preciado libro perfecto.
Mi puto preciado libro perfecto.
Dios, odio a todos los doctores.
CAPÍTULO 4
Todos están mirándolo. Como si fuera una celebridad o algo así.
Bueno, casi todos.
¿Yo? No estoy mirando, excepto por miradas ocasionales aquí y allá.
Un técnico se me acerca con un vaso de plástico, alejándome del nuevo doctor. El vaso
tiene la clave para hacer feliz a mi cerebro. Las píldoras. Prozac, litio, Zoloft, Effexor. Ya no
puedo seguirles la pista.
La tomo de él y trago la medicina mágica de sabor amargo que me robará el sueño en
nombre de los efectos secundarios. Cuando él no se va, le lanzo una mirada. Me lanza su
propia mirada.
Gah.
Estrechando mis ojos hacia él, abro mi boca y saco mi lengua para que la examine.
Cuando está satisfecho de que me he tragado mis pastillas como una buena chica, se aleja.
—¿Crees que esté tomado? —esa es Renn.
Ante sus palabras, cambio mi enfoque de nuevo a mi enemigo.
Él está parado en el pasillo con Beth y algunos de los miembros del personal. Y nosotros
estamos en la sala de televisión. Se supone que debo estar leyendo mi preciado libro, pero
toda la conversación murmurada y siseada se mete con mi centro.
—No importa si él lo está —dice Penny y vuelve a la lectura. No tengo idea de cómo lo
hace. Desearía tener su enfoque.
—Exactamente. Quiero decir, él es lo suficientemente sexy, lo suficientemente mayor y
lo suficientemente inaccesible para mí. Voy a ir por él de todos modos —Renn se encoge de
hombros, balanceando su silla en las patas traseras.
Vi resopla, cambiando los canales en la televisión.
—Dios, él es guapo. Como, realmente guapo, ya sabes. Realmente tendré que evitar
llamarlo daddy en nuestras citas.
—Ew. Detente —espeta Penny.
Estoy justo ahí con Penny mientras tiro mi libro sobre la mesa—. Sí. Detente. Es como
cualquier otro doctor mamón que he conocido.
—No seas una mala perdedora. Además, pensé que yo estaba muerta para ti —Renn me
lanza un beso.
Ruedo mis ojos hacia ella. Después de lo que me hizo frente a Beth y al Dr. Blackwood,
estoy muy enojada con ella. Pero claro, a ella no le importa. Ella es Renn.
—Lo estás. Simplemente me gusta hablar con cadáveres.
—Tienes problemas.
Le saco la lengua y eso sólo la hace reír. Cuando miro muy rápido al grupo que está
parado en el pasillo, encuentro al Dr. Blackwood mirándome fijamente. Siento una sacudida
correr por mi cuerpo.
Es todo ojos grises y rostro calmado. Por supuesto, desde aquí no puedo ver realmente
su color, pero lo recuerdo de antes. Lo recuerdo cada vez que miro el cielo lluvioso.
¿Por qué sus ojos tenían que ser el color de mi cosa favorita? Realmente no es justo. Es
como odiar a alguien vestido como Hagrid, el simpático medio gigante de Harry Potter. No
puedes odiar a Hagrid; él es demasiado agradable.
Aparto la mirada de él, asqueada.
—No creo que sea como cualquier otro doctor que hayas conocido. Quiero decir, su papá
fundó este lugar. ¿Hola? Alerta de genio. Así que técnicamente, está en su sangre, ciencia y
medicina —concluye Renn.
Ella tiene razón.
La medicina está en su sangre. Como la enfermedad está en la mía. Mi sangre está
manchada con veneno y la suya con el antídoto.
El puto contraste. No sé por qué siquiera se me ocurrió, y mucho menos por qué me
molesta.
—Sí, el Dr. Alistair Blackwood fue uno de los mejores psiquiatras. Enseñan uno de sus
libros en la escuela de medicina. Me pregunto dónde estará él en estos días —dice Penny.
—¿Qué le pasó? ¿Se retiró? —pregunto, a pesar de mí misma.
—Un poco. Simplemente dejó de practicar hace unos años —contribuye Renn—. Mi papá
estaba bastante destrozado por eso. La junta del hospital no estaba contenta con el cambio.
Lo que significa que mi papá no estaba contento con el cambio.
El papá de Renn es uno de los miembros de la junta de este hospital. A veces siento que
Renn sigue viniendo aquí porque ella quiere llamar su atención. Y él sigue enviándola aquí
porque simplemente no le importa.
Pero entonces, ¿qué sé yo de los padres? Nunca he conocido al mío. No sé nada sobre
tratar de llamar la atención de tu padre, como Renn, o seguir sus pasos, como el Dr.
Blackwood.
Frío y distante Dr. Blackwood.
Apenas está hablando con el grupo de personas. Simplemente está escuchando, salpicado
de asentimientos educados. Apuesto a que ni siquiera recuerda sus nombres. Apuesto a que
ni siquiera recuerda nuestros nombres, el de Renn y el mío, y nos conocimos hace un par de
horas.
De todos modos, no es de mi incumbencia. No me importa.
Tengo suficientes problemas propios. Por ejemplo, estar atrapada en el Interior. Lejos
de todos y de todo. Donde sólo puedes hablar con tu familia o verlos una vez a la semana. Le
he pedido a mi mamá que no me visite—dibujé la línea ante el verme así, encerrada y loca—
así que hablar por teléfono es mi única opción.
Hoy es ese día. Lo llamo el día de la llamada. Otra cosa acerca de estar en el Interior es
que los días pasan juntos. No sé si es lunes o martes o si siguen el calendario normal como
en el Exterior. Todo es lo mismo.
La única razón por la que sé que es el día de la llamada es porque las personas siguen
desapareciendo por el pasillo con una gran sonrisa o temor en sus caras, y regresan diez
minutos después con esa sonrisa en su lugar o con lágrimas o rabia en los ojos.
Temo los días de llamada. Los quiero demasiado y cuando se acaban, me siento deprimida
y nostálgica. Y enojada.
Unos minutos más tarde, me encuentro en una pequeña habitación con un par de sofás,
escritorios y teléfonos de marcación rotativa a la antigua. Cosas negras y monstruosas.
Me siento en la mesa pequeña, justo debajo de la ventana lluviosa. Tragando, levanto el
auricular, acostado de lado—. Hola.
—Lolo. Hola, cariño —dice mi mamá.
Un pinchazo en mis ojos y grava en la parte posterior de mi garganta me roban el aliento
por un segundo. La extraño demasiado. Malditamente demasiado que tengo que apretar el
auricular con fuerza, agarrarme del brazo de la silla para no caerme.
—Hola, mamá —susurro, grueso.
—¿Cómo estás, cariño?
Su voz es suave, más suave de lo habitual. Se pone así cuando está cansada o triste. En
este momento, es lo último. Ella está triste por mi culpa. Por lo jodida que estoy.
—Estoy bien. ¿Cómo estás?
—Estoy bien también.
—¿Sí? ¿Cómo está el trabajo?
—Ya sabes, ocupado. Tenemos una gran boda por venir, así que todos estamos
alborotados.
Si hubiera sido hace dos semanas, habría preguntado quién se va a casar. O tal vez ella
misma habría ofrecido esa información. Pero no es hace dos semanas. Es ahora. Y no
hablamos más de lo necesario.
—Bueno. Me alegro —ofrezco, sin convicción.
Incómodamente.
Mi mamá y yo, casi nunca tenemos momentos incómodos. De hecho, ella ha sido mi
mejor amiga, mi única amiga, desde que nací. Ella me dice todo y yo también. Bueno, casi
todo. Hay ciertas cosas que no puedo preguntarle o decirle porque se asustaría.
Pero el Incidente del Techo ha cambiado todo.
Fue un gran shock para ella. Incluso más que mi diagnóstico que obtuve a los catorce
años.
Mi mamá estaba tan conmocionada ese día en el hospital. Ella me miró como si yo
pudiera desaparecer en cualquier segundo. Como si yo estuviera planeando desaparecer en
cualquier segundo. Ella no me abandonó ni una sola vez. No hasta que me llevaron para una
admisión obligatoria de cuarenta y ocho horas en la sala de psiquiatría.
No sé si alguna vez volverá a confiar en mí. No sé si alguna vez yo volveré a confiar en
ella.
—¿Cómo son las cosas para ti? ¿Están... te están tratando bien?
Quiero decirle que son malvados, todos ellos. Quiero decirle a mi mamá que me
mantienen encadenada a mi cama, me dan descargas eléctricas. Me están volviendo más loca.
Día a día, estoy perdiendo mi sobrante salud mental.
Pero no lo haré.
No voy a mentir No sobre esto. No puedo agobiarla más de lo que ya la tengo. No importa
lo molesta que esté con ella por enviarme aquí.
—Me están tratando bien —le digo, finalmente.
—Okay. Okay, eso es bueno.
Hay silencio y estoy temiendo que este sea el final de nuestra conversación.
Dios, ¿cómo sucedió esto?
Odio esto. Me odio a mí misma por estar tan jodida.
Odio a mi mamá por no creerme.
—Entonces, yo... —mi mamá comienza y me siento derecha, ansiosa por escucharla
hablar—. Estoy pintando tu habitación de color amarillo claro. Lo leí en esta revista, se
supone que trae calma. Es bueno para tus... pensamientos.
Aprieto los dientes mientras lágrimas brotan de mis ojos.
Pensamientos
Sí, todo está sucediendo debido a mis putos pensamientos, ¿no es así?
—Mamá, no necesitas hacer eso. Estoy... Honestamente, estoy bien. Yo no... no estoy...
Loca.
Me duele tanto haberla lastimado. Que no confíe en mí cuando digo que no necesito estar
aquí.
—Sólo estoy tratando de hacer todo lo que puedo, cariño. Todo lo que puedo hacer para
hacerlo más fácil —susurra.
—Mamá, todo es más fácil. Está bien. No hay problema. Sigo diciéndote. No... no necesito
estar aquí.
Su suspiro es frustrado—. Lolo, no esto otra vez, por favor.
—Pero es verdad, mamá. No pertenezco aquí No necesito estar aquí. Estoy bien. Fue algo
de una sola vez y... —miro hacia el techo—, por favor mamá. Déjame ir a casa.
No he estado en casa en dos semanas. Dos putas semanas.
Puede que no parezca mucho, pero nunca he vivido separada de mi madre. De hecho, me
iba a quedar en casa mientras asistía a la universidad. Lo teníamos todo resuelto. Iba a pasar
mi verano trabajando en la librería como siempre lo hago. Luego, mamá iba a tomarse un
tiempo libre de la tienda e íbamos a hacer algo divertido juntas antes de que empezara mi
universidad.
Pero ahora, estoy atrapada aquí.
Todo por culpa de un tonto error.
—Yo también quiero que estés en casa, pero necesitas estar allí. Necesitas arreglarlo,
Lolo. No puedo... no puedo pasar por eso otra vez. No puedo sacar ese día de mi cabeza. No
puedo olvidar cómo lucías. Muy pálida. Tan... inánime. Tumbada en esa cama. Yo sólo... Me
dan pesadillas. ¿Y todo por culpa de un chico? Todavía no puedo creerlo. No puedo creer que
mi hija perdiera la razón por un chico. De hecho... —toma una respiración profunda—.
Conduje por tu escuela. Sé que prometí que no lo haría. Pero, Dios, no pude detenerme. Quiero
localizarlo y—
Me siento derecha, agarrando el teléfono contra mi oreja, miedo picando en mi nuca—.
Mamá, no. Lo prometiste.
—Lo sé. Pero es por él que estás... Todo sucedió por él. Perdiste la cabeza por su culpa,
Lolo.
Me limpio la nariz con el dorso de mi mano. Estoy temblando. Tengo frío y estoy
sudando. No quiero pensar en él.
Tampoco quiero que ella piense en él.
¿Por qué diablos se lo dije? ¿Por qué? Todo lo que puedo decir es que estuve tan asustada
ese día en el hospital que no me di cuenta de lo que estaba diciendo hasta que salieron las
palabras. Pero entonces, era demasiado tarde para recuperarlas.
—Mamá. Me diste tu palabra. Dijiste que si venía a Heartstone, lo olvidarías. Estoy en
Heartstone y tienes que cumplir tu promesa.
Ella suspira
Dios, por favor haz que se rinda. Por favor. No puedo tenerla pensando en él.
—Bien. Pero en el futuro, no puedes ocultarme secretos. ¿Entiendes, Lolo? No podemos
hacer que pongas en peligro tu salud por un chico. No valen la pena. Chicos, hombres,
relaciones... nada vale tu salud, Lolo. El amor es una cosa muy estúpida por la cual perder tu
vida.
Mi familia es súper independiente. Mi mamá y mi abuela, mi tía, mi prima. Salen, pero
no se enamoran. Tienen sus prioridades claras. Trabajo y familia. Un hombre sólo es bueno
como un aliviador de estrés.
Mi padre fue uno de ellos. Creo que ella lo conoció en un viaje a París. Ella estaba allí
por negocios y cuando quiso relajarse, lo encontró en un bar. Todo lo que sé de él es que era
alto y guapo. Me gusta imaginármelo como un francés apuesto con el nombre de Jean-Claude,
con ojos azules.
No puedo decir que lo extraño o que lo quiero en mi vida, pero me hubiera encantado
conocerlo. Tal vez él podría contarme acerca de mi enfermedad y cómo la contraje cuando
ninguna Taylor la había padecido antes.
Me desinflo, mi cuerpo aflojándose—. Okay. Sí. Sin secretos sobre chicos.
Una ráfaga de aire se le escapa. Larga y lenta. Probablemente ha estado conteniendo el
aliento desde El Incidente.
Casi puedo verla encogiéndose de alivio. Ella debe estar sentada en su sillón favorito en
la sala de estar, junto a la chimenea—. Bien. Eso es bueno. Sólo quiero que te mejores. Haz
todo lo que te digan que hagas, ¿okay? Tenemos que arreglarlo. No más negarse al tratamiento.
Y cuando vayas a la universidad en otoño, también te conseguiremos un consejero.
Prométeme, ¿okay? Prométeme que vas a mejorar.
Aprieto mis dientes. Otra vez.
Negarse el tratamiento es una evaluación muy injusta. Nunca me negué al tratamiento.
Odiaba a la terapeuta en el hospital estatal, así que puede que haya echado agua en sus
historiales porque ella estaba siendo condescendiente. Y puede que la haya llamado por unos
pocos nombres.
Eso es. Eso es todo lo que hice. Pero nunca me negué al tratamiento.
Y sí, puede que haya creado un poco de alboroto cuando, al final del período de cuarenta
y ocho horas, mi mamá vino a verme a la sala de psiquiatría. Pensé que me estaba llevando a
casa, pero dijo que quería que hiciera un programa de seis semanas de internación en
Heartstone, basada en la recomendación del doctor.
¿Pero puede alguien culparme? Pensé que finalmente me estaba yendo a casa, no a un
centro psiquiátrico en medio del bosque.
—Lo prometo, mamá. Me pondré mejor No tienes que preocuparte —la tranquilizo de
nuevo, en lugar de discutir.
Diez minutos después, cuando tengo que colgar, tengo un deseo tan profundo de volver
a casa y abrazar a mi madre, que tengo que cerrar los ojos.
Cuatro semanas.
Cuatro putas semanas antes de que pueda ir al Exterior.
Pero tengo la sensación de que incluso cuando salga, nunca me iré. El Incidente del
Techo siempre me perseguirá. Mi mamá siempre estará preocupada por mí. Siempre me
estará vigilando.
Dios, soy todo un puto desastre.
Con piernas temblorosas, me levanto, lista para irme, cuando veo una figura alta en la
lluvia.
Al igual que los árboles, la figura está borrosa y tengo que presionar mi cara contra la
ventana fría y permanentemente cerrada para poder ver mejor.
Es un hombre.
No tiene ningún tipo de protección contra el diluvio mientras se para en el pasto,
mirando hacia el cielo. Es casi como si estuviera retándolo a caer, a hacerle a él. Mis labios
se separan y mi aliento empaña el cristal mientras lo observo.
Cuando él baja la vista, como si estuviera congelado en el momento, me pregunto en qué
está pensando. También me pregunto por qué me importan, sus pensamientos.
Nada de este hombre debería importarme. De hecho, odio a este hombre.
Simon Blackwood.
Es él.
Su ropa está empapada, la camisa marrón y los pantalones de vestir se aferran a su
cuerpo como una piel hecha de tela. Cada bulto, cada músculo tallado está en exhibición. Sus
manos están metidas en sus bolsillos y hay una bolsa de mensajero colgada de uno de sus
hombros.
Se va por hoy, creo. Usualmente, la gente espera que pase la lluvia o que el viento sea
menos cruel, pero él no, supongo.
Clavo mis dedos en el cristal por celos. La enfermera me dice que me aleje de la ventana
y del teléfono. Me dice que es el turno de alguien más. Yo no la escucho. Aplasto mi nariz
contra el cristal, manteniendo mi posición.
Odio que él pueda sentir la lluvia cuando quiera, yo ni siquiera puedo verla sin que
alguien me diga que retroceda.
Odio que él pueda salir por esas puertas altas cuando quiera y regresar a casa. Mientras
yo estoy atrapada aquí, me obligo a no extrañar demasiado a mi mamá.
Sobre todo, odio que cuando él lea mi historial clínico, se enterará de todo sobre mí.
Cada una de las cosas.
Sabrá que estoy loca.
Tan loca que la enfermera finalmente deja de advertirme y me saca físicamente de la
ventana, murmurando—: ¿Quieres que llame a los técnicos?
HOMBRE MEDICINA
Cuando me detengo en el cementerio bajo la lluvia torrencial, no espero ver a nadie allí.
Menos a un pequeño niño, un niño que conozco, vestido con un traje negro con la cabeza
inclinada y las rodillas dobladas, sentado bajo un árbol mientras un rayo cruza el cielo.
Es hijo de mis vecinos. Bueno, el hijo de los vecinos de mi padre. Ya no vivo en esa casa.
Mi primer pensamiento es que está perdido; no veo a sus padres cerca. De hecho, no veo
a nadie cerca. Entonces veo una bicicleta en el otro extremo del lugar sombrío. Debe ser suya.
Mi segundo pensamiento es que tal vez se está encontrando con alguien aquí. Un amigo.
¿Una novia? Pero un cementerio es un lugar extraño para conocer a alguien. Por otra parte,
no tengo idea de lo que los niños están haciendo en estos días.
Al final, decido que no importa. No es de mi incumbencia lo que está haciendo aquí. Solo,
en la tormenta, con los hombros encorvados.
Salgo de mi coche, el agua golpeándome. Cuando cruzo esas puertas, tengo toda la
intención de que no me importe y dirigirme a la tumba que vine aquí a ver. Tengo toda la
intención de hacer lo que no he podido hacer desde que me mudé de Boston hace un par de
días. Estoy pensando que hoy es el día en que lo haré.
Pero paso de la tumba en la que se supone que debo detenerme. De hecho, ni siquiera le
presto atención. Sigo caminando
Mi enfoque es el niño sentado debajo de un árbol.
Sólo lo he visto una vez. Ayer, cuando pasé por la casa porque Beth dijo que la tubería
del baño de arriba tenía una fuga y que el plomero no estaría allí hasta mañana. Le dije que
lo arreglaría.
Aunque no era de mi incumbencia. Lo que le pase a esa casa, que parecía estar en muy
mal estado: techos con goteras, escaleras rotas, tablas sueltas, y el hombre que viviendo en
ella. Incluso el árbol de sauce en el patio trasero parecía a punto de morir.
El niño levanta la vista mientras me acerco, y calculo que su edad es de doce años. Sus
ojos están hinchados; él ha estado llorando
Aprieto mi mandíbula e inclino la barbilla—. Hey.
Él sorbe y me fulmina con sus ojos—. Mi mamá me dijo que no hablara con extraños.
Meto mis manos en mis bolsillos y asiento—. ¿Ella te dice que te sientes debajo de un
árbol durante una tormenta eléctrica también?
—No —se encoge de hombros—. Puedo hacer lo que yo quiera. Ella no está aquí para
detenerme.
Él mira hacia otro lado con enojo, y me digo a mí mismo que siga adelante. No hay nada
que pueda hacer aquí. Él está llorando, por la razón que sea, y el duelo no es algo sobre lo que
pueda hacer mucho.
Definitivamente no como doctor. Incluso hay una cosa llamada exclusión de duelo en el
Manual de Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales. Es decir, hay un puto debate
sobre el diagnóstico de personas en duelo.
El duelo no es algo que se pueda arreglar, no médicamente. Yo debería saberlo por más
de una razón.
Aun así, me siento al lado del niño.
—¿Dónde está? —miro el océano de tumbas, apoyando mi codo en mi rodilla flexionada—
. Tu mamá.
Él arranca la hierba empapada del suelo, y escupe—: Muerta.
Sabía que iba a decir algo así. Pero no hace más fácil escucharlo. La muerte nunca se
vuelve más fácil. Más opaco, tal vez. El dolor de perder a alguien. Pero siempre está ahí.
—¿Cómo murió? —pregunto, pasando mis manos por mi cabello empapado.
El chico no dice nada por un rato. No sé si hablará. Yo no lo haría. No lo he hecho, incluso
después de diecinueve años. Lo he enterrado como estos cadáveres.
—Cáncer —dice al fin, en voz baja. Pero luego aumenta, el volumen coincide con la
tormenta que nos rodea—. El doctor dijo que ella estaría bien. Dijo que él iba a hacerlo todo.
—¿Y él no lo hizo?
—No. Era un procedimiento menor. Lo busqué. Se suponía que debía estar mejor después
de la cirugía. Pero ella ni siquiera logró salir —arrancando la hierba una vez más, él responde
bruscamente—: Puto imbécil —luego—, lo siento. Sé que eres un doctor.
Levanto mis cejas hacia él.
—Estaba siendo un imbécil. Te vi ayer. La primera vez que vi esa casa recibiendo visitas.
—se encoge de hombros tímidamente—. Y te escuché. Estabas hablando de historias y casos
de hospitales y pacientes o lo que sea. No quise insultar a los de tu clase, pero creo que lo
hice. Soy Dean, por cierto.
Me rio entre dientes, a pesar de mí mismo, un sonido seco, y apoyo la cabeza en el tronco
del árbol—. Simon. Y no me importa. Los doctores son imbéciles, sí. Piensan que pueden
salvar a todos. Tienen este complejo de dios. Piensan que son héroes. Piensan que el mundo
entero depende de ellos. Como si no fueran capaces de cometer errores.
—¿Tienes un complejo de dios?
—Sí. Lo tengo.
—Entonces, ¿nunca has cometido un error? —pregunta con incredulidad.
—No —miento, haciéndolo reír.
Él apoya su cabeza contra el árbol—. La extraño.
Por alguna razón, estoy obligado a decirle—: Sí. Mi mamá murió cuando yo tenía catorce
años.
Dean gira su cabeza hacia mí—. No inventes.
Me encojo de hombros.
—¿Qué pasó?
Suspiro, pensando en ello.
¿Qué pasó?
Ella estaba allí en un minuto, y luego, se fue. Recuerdo que la arropé para pasar la noche.
Recuerdo que apagué la luz y regresé a mi cuarto.
Hubo una fiesta a la que uno de mis amigos de la escuela me invitó. Normalmente no
salía de fiesta. Nunca tuve el tiempo para hacerlo. Además, no me relacionaba con la mayoría
de los chicos de mi escuela. Se mantenían alejados de mí porque les gustaban sus rostros y
sus grandes bocas, y a mí me gustaba hablar con mis puños.
Pero esa noche, estaba debatiendo si ir o no. Pensé que se veía bien ese día. Ella había
tenido una racha de buenos días, así que tal vez podría ir, desahogarme.
Pero después de eso todo es confuso.
Me desmayé en mi cama y cuando llegó la mañana, por alguna extraña razón, estaba
desesperado. Ansioso. Corrí a la habitación de mi madre y allí estaba ella. En la cama, de la
misma manera que la había dejado. La única diferencia fue que ella no estaba respirando.
—No puedo recordar. Todo lo que recuerdo es que se suponía que un doctor la salvaría,
pero no lo hizo —respondo, casi sin creer que esté teniendo una conversación sobre mi madre
con un niño de doce años.
No he hablado de mi madre con nadie en años.
—¿Estabas enojado con él? El doctor —pregunta.
—Sí.
—¿Hiciste algo al respecto?
Pienso en no decírselo, pero quizás ayude de una manera pequeña, sabiendo que alguien
más ha sentido lo mismo—. Le di un puñetazo en la cara.
Quiero arrancar la hierba como lo hizo Dean. Mis manos tiemblan con la necesidad. Pero
las hago puño y las meto en mis bolsillos.
—Oh hombre, eso es increíble —dice con asombro—. Ojalá pudiera golpearlo también.
Pero mi papá no estaría muy feliz por eso.
Me pregunto qué estará pensando su papá en este momento. Él debe estar volviéndose
loco. Pero tengo la sensación de que si se lo señalo a su hijo junto a mí, a este chico
extrañamente rebelde no le va a gustar.
—Entonces, ¿por qué te hiciste doctor? —murmura después de un momento.
—Porque quería ser mejor que el hombre que mató a mi madre —miro al cielo
lloviendo—. Quería demostrarle que podía hacer un mejor trabajo que él. Salvar a todos.
—¿Lo hiciste?
Algo se mueve en mí. No puedo nombrarlo. O mejor dicho, no quiero nombrarlo.
Nombrarlo significaría que... es real.
He fallado. Soy como él, y no puedo lidiar con eso.
No puedo lidiar con ser como él.
—Sí. Lo hice —vuelvo a mentir, y él sonríe.
Nos sentamos en silencio, después de eso.
—¿Esa es tu bicicleta? —señalo a la bicicleta roja apoyada contra la pared de ladrillo.
—Sí.
—¿Y qué? ¿Estás esperando a alguien? ¿Huir? ¿Qué?
Dean entrecierra sus ojos hacia mí—. ¿Me vas a dar una charla sobre los peligros de
huir como un aburrido anciano?
Esta vez mi risa es más fuerte, sorprendida; no puedo evitarlo— Si quieres huir, niño,
ese es tu problema. Simplemente no seas estúpido al respecto.
—No soy estúpido.
—¿Estás pensando en volver?
—Tal vez.
—Ah, entonces sólo estás tratando de matar al papá que te queda.
Él traga, pareciendo culpable—. No lo estoy.
Sacudo mi cabeza hacia él—. Mira, huye porque realmente lo dices o simplemente no lo
hagas. Las rabietas no se ven bien en nadie.
Me mira por unos segundos y quiero reír a carcajadas.
Que es una hazaña en sí misma.
No estaba esperando el día de hoy. Sabía que iba a ser insoportable, caminar por los
mismos pasillos que había visitado cuando era niño. Odiaba estar en Heartstone. El olor, las
paredes. Enfermeras, técnicos. Los pacientes.
Visitar Heartstone significaba que mi padre no estaba en casa, y mi madre quería que él
lo estuviera. Entonces me llevaría con ella cuando iba a verlo, o lo buscaría con la esperanza
de poder convencerlo de que viniera a casa.
Si no fuera por el Dr. Martin y su repentino ataque al corazón, yo no estaría aquí. A
pesar de que en Boston estaba prácticamente sin trabajo, volviendo a casa, caminar por las
puertas del legado de mi padre, nunca fue el plan.
Pero los planes no siempre funcionan.
—Odié el funeral, ¿okay? —espeta Dean, sus ojos se llenan de lágrimas otra vez—. Odié
quedarme allí. Mi papá no decía nada. Mi hermana no dejaba de llorar. Tenía que escaparme.
No es que sea de tu incumbencia.
No lo es. Tiene razón.
Por experiencia, sé que esta no es la última vez que llorará o huirá. Esta no es la última
vez que estará enojado. Mi cuerpo se tensa al pensar en todas las veces que querrá golpear a
algo o a alguien. Todas las veces que querrá olvidar el dolor de perder a su madre ya sea siendo
imprudente o tan jodidamente insensible que incluso sus venas se congelarían.
—Tú hermana. ¿Es ella más joven que tú?
—Sí. ¿Por qué? —pregunta con sospecha.
—¿Le gustan los globos?
—Sí.
Asiento, mi cuerpo relajándose por tener algo que hacer—. Vamos. Conozco un lugar
donde podemos comprar globos —me pongo de pie, con la ropa pegándose a mí; necesito una
puta ducha para lavarme este día.
Caminamos hacia el coche y pienso, mañana. Mañana volveré y visitaré la tumba.
Mañana, le contaré todo lo que sucedió en Mass General y por qué regresé cuando le prometí
que nunca lo haría.
Pero, una vez más, decirle sería admitir el fracaso, admitir que podría ser como mi
padre, un fraude, y ya sé que el mañana nunca llegará.
Llegamos al coche y cargo su bicicleta en la parte de atrás. Dean ama mi auto, si sus
ooh y ahh son un indicador. Es un Mercedes sl550 convertible. Mi padre nunca condujo un
Mercedes. Esa fue la única razón por la que lo compré. Para demostrar que tengo un coche
mejor que él.
Conduzco a Dean a la tienda, donde compramos un montón de globos. Para cuando lo
dejo en la funeraria, la lluvia ha cesado.
Le ayudo con sus globos y su bicicleta. Sacando mi tarjeta del bolsillo, le digo: —
Llámame si alguna vez te encuentras en problemas.
—¿Vas a quedarte por un tiempo?
Miro el cielo nublado, metiendo mis manos dentro de mis bolsillos. Allá en Boston, se
suponía que debía ser ascendido. Iba a ser el jefe de su departamento de psiquiatría. El más
joven en su historia. Hasta que renuncié.
No sé si me queda algo en Boston. Pero tampoco puedo quedarme aquí. No en esta ciudad.
Sin embargo, no puedo decirle eso a este chico. No tengo idea de por qué. Pero no puedo
quitarle su esperanza cuando me está mirando así.
—Creo que sí, sí.
Él sonríe, ata los globos a su bicicleta y se va pedaleando. Me quedo allí hasta que lo veo
entrar por la puerta, y luego me voy.
Pero no a la casa. Al hotel.
Un par de horas más tarde, estoy recién salido de la ducha y en la cama. Tengo listas de
pacientes para leer antes de las próximas reuniones de esta semana.
Abriendo mi laptop, me conecto al sistema. Las palabras parecen borrosas, como si
estuviera mirando a través de una lente de agua. Extiendo la mano y levanto los lentes sobre
la mesita de noche. No importa cuánto intente negarlo, necesito lentes para leer ahora.
Mis ojos se han debilitado. Como los de él.
Me pongo los lentes; las palabras en la pantalla tienen sentido. Claras como el cristal.
Levanto el único historial en el que estoy interesado, por alguna razón insondable.
Nombre: Willow Audrey Taylor.
Edad: 18
La chica con el pelo plateado y un libro desgastado.
La chica a la que le gusta inventar cosas.
CAPÍTULO 5
A la mañana siguiente soy convocada por el rey.
El rey de hielo.
Así es como lo estoy llamando ahora.
Está tratando de conocer a los pacientes, eso es lo que Beth y una de las enfermeras
me dijeron en el desayuno.
Estoy en su puerta ahora mismo. Una puerta marrón y pulida que aún dice el nombre
del Dr. Martin. Aunque el hombre de adentro no se parece en nada al Dr. Martin. El hombre
de adentro es mucho más duro, mucho más frío.
De ahí el nombre.
Pero todo va a salir bien. ¿A quién le importa si es frío y rígido? No tengo que pasar
una eternidad con él en esa habitación. Entrar. Salir.
—Estate tranquila, dulce y gentil —me murmuro a mí misma—. No te dejes provocar.
No eches agua sobre sus papeles. No te pongas a la defensiva, Willow. Él no cree que estás
loca, ¿okay? Quiero decir, probablemente piensa eso, pero no importa. No estás aquí para
impresionarlo. Así que relájate. Todo va a estar bien. No seas idiota. Probablemente va a hacer
algunas preguntas muy generales, muy informales. Contéstalas. Sólo—
Soy cortada a medio discurso cuando la puerta se abre, soplando mi flequillo. Miro
hacia arriba y me encuentro cara a cara con el rey de hielo.
Dr. Simon Blackwood.
Si yo pensé que él no podía ser más frío y más inaccesible que ayer, entonces estoy
equivocada. Está aún más distante que antes con sus lentes con marco de carey. Grandes, de
forma cuadrada. Anticuados y atemporales.
Algo así como él.
—¿Estabas hablando con alguien? —pregunta con voz profunda, sus ojos color
tormenta aún más vívidos por detrás de sus lentes. Lo que es totalmente ridículo y absurdo.
Una barrera debería disminuir su efecto, no mejorarlo.
—No.
No es una mentira. Quiero decir, técnicamente, estaba hablando sola, no con alguien.
Mira de ida y vuelta por el pasillo, que está bastante vacío, excepto por el bullicio en
el puesto de enfermeras al final. Su consultorio se encuentra en la zona, que no es de libre
acceso para los pacientes, a menos que tengan una cita previa.
—¿Estás segura?
—Sí. Aquí no hay nadie más que yo —y luego, sólo porque no puedo contenerme,
agrego—: Por qué, ¿crees que todos los locos hablan consigo mismos?
Su aguda mirada encuentra la mía—. ¿Por qué? ¿Estás loca?
—¿Es esa una pregunta capciosa, dado dónde estamos ahora mismo? —me cruzo de
brazos, mentalmente pateándome.
¿Por qué demonios tengo que ir y estar a la defensiva así? No todos quieren atraparme.
Me estudia. Sus ojos grises me miran de mi cara a mi flequillo demasiado grande. Lo
soplo y su mandíbula se mueve. Un tic ligero, casi invisible. Probablemente no lo habría
notado si no estuviera tan cerca de él.
Ese es todo el problema en realidad. Que estoy demasiado cerca de él. Quiero dar un
paso atrás, estar lejos. Probablemente deberíamos tener una distancia de un brazo entre
nosotros. Una distancia de dos brazos.
Estoy a punto de retroceder de una manera que él no note cuando habla, llevando mi
atención a sus labios—. Una cosa que aprenderás de mí, Willow, es que no hago preguntas
capciosas. Y tampoco me gustan las respuestas capciosas. Y usualmente sé cuándo me las
van a dar.
Mi columna se vuelve rígida, incluso cuando algo muy similar a aleteos corre a lo
largo de ella.
Debería haberme alejado de él, ahora lo sé.
O al menos no estar tan cerca de él cuando dijo mi nombre. En primer lugar, sus labios
son los más suaves y almohadillados que he visto en mi vida. Contrastan tan bien con su
cara. Tan bien y tan efectivamente que es difícil no enfocarse sólo en ellos.
Y segundo, nunca he visto que los labios de nadie se moldeen alrededor de mi nombre
de la forma en que lo hicieron los suyos. Tan cuidadosa y deliberadamente que el resto de las
palabras casi desaparecen.
Pero ignoro todas esas cosas porque son intrascendentes. Además, el resto de las
palabras casi desaparecen. Casi. Significa que atrapé unas cuantas, ¿y fue eso arrogancia lo
que oí en ellas?
—¿Estás diciendo que tienes un súper poder o algo así? ¿Qué olfateas respuestas falsas?
—pregunto, levantando las cejas.
Endereza sus lentes con sus largos y varoniles dedos mientras gruñe—: O algo así.
Trago ante el gesto y lo firme que es. Si esta es su forma de intimidarme, está teniendo
éxito. Tengo cosas que ocultar.
—Muy bien —despliego mis brazos y me quito el flequillo de la frente—. Menos mal
que me tienes durante la próxima hora. Soy la más directa y sincera que puedes conseguir.
Nada, ni una sola cosa cambia en su cara, así que no sé si está siendo sarcástico o qué
cuando dice—: Qué bueno.
Con eso, él retrocede y me deja entrar, y entro con mi corazón alojado en mi garganta.
He estado dentro de esta habitación una vez. El día que vine aquí hace dos semanas,
cuando tuve una reunión con el Dr. Martin.
No sé qué estaba esperando cuando entré aquí, pero no eran los ricos y cómodos
sillones de cuero marrones con verdes que parecen un recuerdo de los 90. Lo más probable
es que esta habitación solía ser un estudio, con las filas y filas de estanterías, un rincón para
leer, con una chimenea y su propio baño. El Dr. Martin tiene plantas en cada esquina, lo que
hace que la habitación sea muy acogedora y cálida.
Recuerdo que me sorprendió. Recuerdo que pensé que era un truco para tranquilizar
a los pacientes en una falsa sensación de seguridad, por lo que se quedan aquí para siempre
o admiten cosas que no son ciertas. Es decir, que están locos. Ahora, estoy agradecida por la
calidez.
Me doy la vuelta para mirar al Dr. Blackwood cuando escucho el clic de la puerta
cerrándose. De repente, todos los sonidos, charlas y murmullos del hospital se han ido. Hay
un completo silencio. Como si estuviéramos en una burbuja. Un vacío, tal vez.
El aire parece más espeso aquí, con un olor distinto. No puedo entender qué es, pero
es agradable. No como el olor mohoso y blanquecino del resto del hospital.
Me llena de... felicidad.
El Dr. Blackwood todavía está junto a la puerta, de pie alto y grande, con sus manos
dentro de sus bolsillos, su rico y oscuro cabello rozando el cuello de su camisa. Me pregunto
qué estamos esperando cuando me doy cuenta de que su cara está inclinada y sus ojos están
pegados a mis pantuflas de conejito. Dentro del suave refugio de mi calzado, mis dedos se
doblan.
—¿Podemos empezar? —pregunto, sintiéndome cohibida.
Sin levantar la cara, él desvía su mirada hacia mí. Desearía ser buena leyendo a la
gente, pero no lo soy y no puedo decir lo que está pensando. Pero me doy cuenta de que sus
ojos están brillando. O tal vez es la luz filtrándose a través de las ventanas. Hoy está un poco
más soleado que ayer; Lo odio. Pero al menos podría salir y alimentar a mis palomas.
Él asiente y camina hacia el escritorio—. Por supuesto.
Asiento hacia atrás, limpiándome la mano en mis pantalones negros de yoga. Mi
camiseta dice: "Acurrúcate con este muggle". Pensé que necesitaba algo cómodo hoy.
Estoy a punto de tomar asiento cuando noto algo en el escritorio. Algo verde y en un
vaso de plástico, colocado exactamente donde se supone que debo sentarme.
Mis labios se separan en un pequeño aliento, y miro hacia él, de pie junto a su silla,
sereno como siempre.
—¿Esa es... una gelatina de limón? —logro preguntar con voz ronca y apretada.
—Eso es lo que dice la etiqueta, sí —responde con frialdad.
Estrecho mis ojos—. ¿Por qué hay una gelatina de limón donde se supone que debo
sentarme?
En eso, me doy cuenta de algo que se mueve. Sus labios.
Hay una sonrisa muy, muy pequeña en sus labios cuando vuelve a inclinar la cabeza
antes de volver a levantar la vista, y su cabello queda atrapado en los rayos del sol. Estoy casi
sorprendida al ver que no es todo negro; hay rebanadas de rico chocolate marrón allí.
—¿Siempre sospechosas de los bocadillos? —pregunta.
—Sólo cuando se me entregan sin motivo. Y por un doctor, nada menos.
—¿Tienes algo en contra de los médicos?
Di que no. Di que no. Di que no.
Le ofrezco una sonrisa tensa—. Sí. Especialmente los psiquiatras. Sin mencionar, los
psicólogos también. Creo que están chiflados.
Entonces el sonido que escuché ayer hace eco en la habitación. Su risa entre dientes.
Es corta y aguda. Una explosión de sonido tan brillante que ni siquiera me arrepiento de haber
expresado mis verdaderos sentimientos sobre personas como él.
El Dr. Blackwood sacude la cabeza una vez, con una pequeña sonrisa torcida en esa
boca suave—. ¿Sí? ¿Cómo es eso?
—Pasan sus días descubriendo a los locos. Claramente no es porque quieran ayudar a
la gente.
—Claramente.
Dejo ir su sarcasmo—. Es porque hay algo mal con ellos. ¿Quién quiere pasar horas y
horas sentado en un sofá, analizando la mierda de la locura? Personas locas.
—Me siento en una silla.
Le lanzo una sonrisa burlona—. Lo que sea. No te hace menos chiflado.
—Anotado —luego se encoge de hombros, manteniendo sus ojos en mí—. Bueno, te lo
debía a ti y a tu amiga, Rachel, ¿no? Dijo que la gelatina de limón es el camino a seguir.
Cierto.
Estúpida y maldita Renn. Todavía no la he perdonado por tirarme debajo del autobús
ayer.
Pero eso no es importante en este momento. Lo importante es que olvidó el nombre de
Renn. Quiero decir, sabía que lo haría. Lo sabía. Y me molesta. ¿Cómo se atreve a olvidar el
nombre de mi mejor amiga?
—Renn.
—¿Perdona?
—Su nombre es Renn —le informo.
—Cierto. Me disculpo. No soy muy bueno con los nombres, aparentemente —dice en
un tono que está relacionado con el auto desprecio y la arrogancia, de alguna manera. Como
si se estuviera disculpando, pero sin en realmente disculparse.
—Te acordaste de mi nombre.
Tan pronto como lo suelto, quiero retirarlo. Quiero encontrar esas palabras en el aire—
aire espeso y perfumado—y meterlas dentro de mi boca.
Esto es lo que pasa cuando hablas demasiado. Dices las cosas equivocadas. Se suponía
que debía estar tranquila, fresca y un pepino.
Ahora no puedo dejar de pensar en el hecho de que sí recordó mi nombre. De hecho,
todavía no puedo superar la forma en que lo dijo, como si ese nombre realmente me quedara.
Sin mencionar que recordó toda la conversación sin sentido de ayer.
Por una razón desconocida, todo esto me hace sonrojar y apartar la mirada de sus ojos
penetrantes.
Se supone que no debe afectarme tanto. Siempre he odiado a los doctores con su
aspecto crítico y complejos de dios. Pero no así.
—Tuve un sauce en mi patio mientras crecía —dice después de unos segundos, y
vuelvo a concentrarme en él—. Me rompí la pierna cuando tenía diez años. No es una cosa
fácil de olvidar.
—¿Qué estabas haciendo en el árbol? —pregunto, a pesar de mí.
Es tan difícil imaginar al Dr. Blackwood haciendo algo divertido como escalar un árbol.
De hecho, con solo mirarlo puedo decir que nunca, nunca hizo nada despreocupado o
impulsivo. Es demasiado severo, demasiado intenso para eso.
Demasiado recto.
—Tratando de impresionar a alguien con mis habilidades atléticas —murmura, sus
ojos en algún lugar fuera de mis hombros. Como si hubiera un portal al pasado detrás de mí.
—¿Una mujer?
Sus ojos vuelven a mí—. Sí. Más o menos.
—¿Pudiste? Impresionarla, quiero decir.
—Creo, sí.
Quiero preguntar si era bonita. No sé por qué. Es un pensamiento estúpido. Ni siquiera
debería entrar en mi mente. Pero lo hizo, y ahora estoy aún más agitada.
Miro la gelatina de limón y la cuchara de plástico que hay al lado, y casi me lanzo hacia
ella. Si estoy comiendo, entonces no estoy pensando en él trepando árboles para impresionar
a una chica.
Cosas que hacen los chicos por chicas bonitas y no por chicas como yo. No que él sea
un chico ni nada. Él tiene treinta y tres. Un hombre. Un hombre mucho mayor que yo.
—Bien por ti —lo felicito por impresionar a esta chica desconocida que puede o no
haber sido bonita, me dirijo a la silla, me dejo caer en ella antes de agarrar la gelatina de la
mesa y cavar en ella.
Meto un bocado en mi boca antes de mirarlo y alzar mis cejas—. ¿Empezamos?
Me estudia por un momento antes de sacar sus manos de los bolsillos, saca su propia
silla y se sienta en ella con más gracia que yo.
Haciendo rodar la silla hacia adelante, abre un archivo, probablemente lleno de notas
sobre mí y mis sesiones y toca algunas teclas en su laptop. Él está reuniendo todo mi historial
médico.
Odio eso.
Así que miro otra cosa. El reloj atado a su muñeca. Es uno de esos grandes discos con
una banda de cuero marrón, lo que lo hace parecer aún más severo, más masculino. Más
viejo.
—¿Aquí dice que tienes problemas para dormir?
Me paso la gelatina de limón—. Sí —luego—, no gracias a tus medicamentos estúpidos.
Él mira hacia otro lado y me mira—. Medicamentos estúpidos.
Intento quedarme callada. Realmente lo hago
Cuatro segundos después, suelto—: Sí. Medicamentos estúpidos. Están arruinando mi
vida y mi sueño. Gracias a Dios, ya no vomito más. Estoy bastante segura de que perdí un
órgano la semana pasada, mientras ustedes seguían diciendo que pasaría.
Espera un segundo, todo en silencio y estudiándome—. Sí pasó, ¿correcto?
Maldición.
Apuñalo la cuchara en mi gelatina—. No antes de que perdiera una cuarta parte de mi
hígado. Salió de mi boca.
—Volverá a crecer.
—¿Perdón?
—Hígado. Exhibe propiedades regenerativas. Es decir, puede volver a crecer. Pero
déjame ver qué podemos hacer con tu sueño.
Él se está riendo de mí. Lo sé. Aunque su expresión es muy suave y seria.
Estrechando mis ojos hacia él, le pregunto—: ¿Qué vas a hacer exactamente al
respecto?
— ¿Qué crees que voy a hacer al respecto?
—¿Cantarme una canción de cuna?
Cerrando su laptop y los archivos, los pone a un lado y entrelaza sus dedos. Esta vez
definitivamente había un pliegue en el costado de sus ojos—. Sí, cantar. No es mi fuerte.
Probemos primero algún medicamento.
Dios, ¿por qué tiene que estar tan... impasible?
—No quiero tus medicamentos. Te dije que están arruinando mi vida —le digo en mi
tono malcriado.
Ni siquiera sabía que tenía ese tono hasta ahora.
—Este te salvará la vida, lo prometo —dice—, y arregla tu sueño.
Arreglar.
Ahí está esa palabra otra vez. La mirada en sus ojos muestra que lo está haciendo a
propósito. Mamón. Quiero atacarlo con una declaración rápida, pero no lo haré.
No te enfrentes al enemigo. Bueno, no más de lo que ya lo has hecho.
Yo como más gelatina de limón y miro hacia otro lado.
—Cuéntame sobre la noche de tu decimoctavo cumpleaños.
La pregunta me sobresalta, y me detengo a medio trago, mirándolo. Su rostro hermoso,
frío y sin expresión, para ver si está bromeando. O tal vez no habló en absoluto y yo estoy
escuchando cosas.
Los locos escuchan cosas, ¿verdad?
Llevando mi gelatina de limón a mi pecho, casi abrazando el pequeño vaso, trago todo
lo que tenía en la boca—. ¿Perdón?
—¿Qué pasó esa noche? —repite.
Veo sus labios moverse. Con mis propios ojos. Lo que significa que todavía estoy lo
suficientemente sana como para no escuchar las cosas. Aunque por primera vez en mi vida,
desearía no estarlo.
Tragando, pongo mi cuchara de plástico entre la gelatina verde y la pongo de nuevo en
el escritorio. Había un pequeño temblor en mis dedos pero no me estoy enfocando en eso.
Traigo mis manos de vuelta a mi regazo y las cierro con fuerza.
En un tono tranquilo, digo—: Todo está ahí en mi historial.
Allí. Agradable y educada.
Estoy orgullosa de mi misma.
—Lo está. Pero prefiero oírlo de ti.
—Bueno, el Dr. Martin y yo ya hemos tenido esta conversación. Y lo hablo con Josie
todo el tiempo —miento.
El Dr. Martin habló sobre eso y yo escuché, pero nunca hablé. Y Josie y yo, no hablamos
de eso todo el tiempo. Quiero decir, ella lo intenta, pero yo la ignoro.
Básicamente, todo lo que he hecho es ignorar esta conversación y con razón. No quiero
hablar de eso. ¿Por qué la gente no entiende eso? ¿Por qué creen que tienen el derecho de
empujar y pinchar en mi psique de esta manera?
Al otro lado del escritorio, él está en calma, sereno. Casi tumbado en su silla. Como si
este fuera su dominio, el cual es, pero no tiene que hacer alarde de ello—. Eso es excelente,
—murmura, secamente—. Que hables de ello. Pero yo no soy el Dr. Martin o Josie. ¿Por qué
no me dices lo que les dijiste a ellos?
Contra mi voluntad, mis ojos revolotean sobre el contenido de su escritorio. Hay
montañas de archivos a cada lado de su espacio de trabajo. Una pluma. Una laptop cerrada.
Su teléfono. Un teléfono de escritorio, otra vez un retroceso de los años 90. Un pisapapeles
cristalino.
Lo último es lo más interesante. Es el objeto que puedo usar para hacer el mayor daño.
Soplo mi flequillo mientras lo miro. Si lo tomo de su escritorio y se lo arrojo muy rápido,
¿qué va a hacer? No tendría tiempo para detenerme. Sería muy rápido.
Y ya estoy encerrada. Él no puede encerrarme dos veces, ¿verdad?
Como si él supiera lo que estoy sintiendo, el Dr. Blackwood toma el pisapapeles y lo
rueda en su palma. Hay algo en su rostro que tiene la intención de provocarme. Eso sí me
irrita. Una leve sonrisa arrogante, conocedora mientras juega con el objeto. Como si casi me
desafiara a hacer algo al respecto.
Puto Voldemort. El señor de todo lo malvado y oscuro, según Harry Potter, por
supuesto.
—¿Te gusta? —pregunta, mirándome cuidadosamente con ojos astutos.
—Sí. Mucho.
—¿Sí? Lo obtuve como regalo cuando me gradué en la escuela de medicina.
—Qué conmovedor.
Su leve sonrisa se ensancha, estirando sus labios rosados, haciéndolo parecer tan
clásicamente guapo, atractivo y... diabólico, que quiero estrangularlo.
Pensamientos felices.
Pensamientos pacíficos.
—Lo es —asiente, dejándolo, fuera de mi alcance—. Aunque no puedo decir que he
conocido a alguien tan interesado en él antes. Pero entonces otra vez...
Se calla y sé que lo ha hecho a propósito. Él quiere que yo pregunte. Decido que no le
voy a dar la satisfacción.
No lo hare
No lo haré.
Mis manos entrelazadas se están clavando en mi regazo. Mis nudillos probablemente
han formado abolladuras en mis muslos. Aprieto mis dientes pero aun así, la pregunta
fluye—: ¿Entonces otra vez qué?
—No creo que haya conocido a nadie como tú.
Mi respiración se atora en mi garganta—. ¿Pe-perdón?
—Está en tu archivo —levanta las cejas—. Tu terapeuta en el hospital estatal no estaba
muy contenta contigo.
Mis mejillas se calientan.
—Aunque, realmente quiero saber algo —dice, pensativo.
Aspirando, pregunto—: ¿Qué?
Él inclina la cabeza hacia un lado—. ¿De verdad destruiste sus expedientes?
Me retuerzo en mi asiento. Maldiciéndolo por haberlo mencionado. Estoy bastante
segura de que me juzgará y será condescendiente. No es que no haya sucedido antes. Todos ya
me han dado una conferencia sobre eso, incluyendo a mi mamá en su llamada telefónica de
ayer. Sobre mí supuesta negativa a el tratamiento.
Pero la cosa es que no soy así. No soy agresiva ni propensa a las peleas. No estoy
realmente orgullosa de todas las cosas que he hecho para evitar hablar. Todo lo que quiero es
que me dejen sola.
Todo lo que quiero es paz.
—¿Por qué?
—La gente puede exagerar a veces. Tiendo a no creer todo lo que oigo. Y todo lo que leo.
No esperaba que él dijera eso. Nadie me ha dicho eso ni me ha dado el beneficio de la
duda. Simplemente asumieron que lo hice porque esa perra terapeuta me delató. Sí lo hice.
Sin embargo, ese no es el punto.
El punto es que él está preguntando en lugar de asumir.
—Sí —le digo, sintiéndome mal.
Estoy buscando juicio o condescendencia. Tal vez algún tipo de reprimenda. No hay
nada más que curiosidad genuina.
Eso me desconcierta. Como que... me relaja.
—¿Cómo?
La forma en que lo dijo, cómo. Como si estuviera tan desconcertado y realmente
quisiera saber y eso me hace sonreír. Me muerdo el labio para no ceder. No quiero sonreírle
al enemigo—. Derramé agua sobre ellos.
Presiona sus labios como si también quisiera sonreír, pero no lo hará—. ¿Todos?
Maldición.
No quería tener nada en común con él. Pero nuestro deseo de no ceder ante nuestras
sonrisas está haciendo agujeros en mi odio hacia él.
—Todos —confirmo.
—Eres peligrosa —murmura.
Está bien, me rindo.
Sonrío, sacudiendo la cabeza—. Puedes apostar que sí. Pero en mi defensa, iba por su
cabeza.
Sus labios se contraen—. ¿Lo hacías?
—Sí. Ella era molesta. No me gustaba su voz.
Willow, ¿cómo puedo ayudarte si no me ayudas?
La universidad es dura. ¿No quieres ir a la universidad sin la carga de lo que pasó y lo
que hiciste?
Háblame, Willow. Puedo ayudarle.
Pero me gusta la voz de él. Sin embargo, no voy a decirle eso. Nop.
Me encojo de hombros—. De todos modos cambié de opinión y fui por los historiales.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —pregunta.
Se sienta en su silla y hace algo de lo que no puedo apartar la vista. Se frota el labio
inferior—su labio rosa oscuro y esponjoso, con el que pronunció mi nombre de esa manera
atractiva—con su pulgar y, a pesar de mí, sigo el gesto.
Tragando, digo, las palabras se me escapan de la boca—: Mi mamá.
—¿Qué hay de ella?
—Pensé que a ella no le gustaría. Ella, eh, se preocupa mucho por mí.
—¿Por qué es eso?
Su pregunta me hace apartar la mirada. Algo bueno también. No quiero ser obvia
conque su gesto intrascendente me cautiva.
—No sé —sacudo la cabeza y me aclaro la garganta. De repente, las emociones están
llenando mi pecho; sucede cuando pienso en mi mamá.
—Quiero decir... lo sé —continúo—, ella me ama, y yo soy su única hija. Así que sí,
ella se preocupa.
Pobre mamá.
—¿Qué hay de tu papá?
—Él no está en la foto —le digo, tragando de nuevo—, no creo que siquiera sepa de
mí.
—¿Por qué no?
Encogiéndome de hombros, miro fijamente mis pantuflas de conejito. Mi mamá me las
compró antes de venir aquí en realidad. Compró todo nuevo: artículos de tocador nuevos: te
permiten traer los tuyos siempre que los paquetes sean nuevos y nunca se hayan abierto
antes, ropa nueva, como si me estuviera mandando a la universidad y no a un centro
psiquiátrico.
Recuerdo la forma en que me las mostró, todas las cosas nuevas y brillantes que
compró para mí. Así podría ir y pasar seis semanas de mi vida, encerrada y atrapada.
—Salí de una aventura de una noche. Mi madre conoció a este hombre en Francia y se
enrollaron. Ella estaba en un viaje de negocios —luego me encuentro agregando—: Mi familia
entera es así. No necesitan un hombre, ya sabes, para completarlas. Ya están completas.
Logran todos sus objetivos y sueños y... bueno, son jodidamente espectaculares. Nacieron
completas en realidad.
Las pantuflas de conejito me hacen llorar por alguna razón, así que me concentro en
él. Me está escuchando con tanta atención, siento brotar la piel de gallina.
—¿Y tú no? Quiero decir, naciste completa.
—No. Nací con otra cosa.
—¿Qué es eso?
Mis ojos se sienten granulados, pesados, y esa pila de emociones en mi pecho sube a
mi garganta—. Algo más que sangre en mis venas. Por eso mis ojos son azules —frunce el
ceño y le explico—: Nadie en mi familia tiene ojos azules. Ninguna de mi familia está enfermo,
así que soy la rara.
Él me está observando.
Sé que le he dado mucho en que pensar. Él podría estar teniendo uno de los mejores
días de su vida de psiquiatra. Estoy jodida. Sé que tengo problemas. Pero está bien. Mientras
no estemos hablando del Incidente del Techo, estoy bien.
—No es que sepas nada al respecto. Acerca de ser la rara —digo.
—¿Y por qué no lo sé? —su voz suena oxidada, como si estuviera hablando después de
siglos.
—Porque eres un doctor. Y tu papá también era doctor, ¿no? —concluyo, encogiéndome
de hombros—. Entonces eres como él.
Algo en él se congela. Algo sutil. Pero lo atrapo. Percibo la rigidez instantánea de sus
hombros y el hecho de que su silla se estaba balanceando de lado a lado. Ya no hace eso, y
honestamente no sé por qué.
¿Dije algo malo? No era mi intención. Honestamente, no lo decía para confundir a mi
doctor, mi enemigo.
Entonces, como si nunca hubiera pasado, su tensión y rigidez, vuelve a la
normalidad—. No como él. Pero sí, él era un doctor.
Bien, ahora tengo curiosidad.
—Uno bueno también. Por lo que he oído. Penny, una de las pacientes, dijo que enseñan
sus libros en la escuela de medicina.
—Lo hacen.
—Entonces, él es como un genio o algo así.
Él me estudia antes de bajar sus ojos a su escritorio, reorganizando su pluma y
asintiendo—. Sí. Él definitivamente era algo.
—También me gusta su nombre —le digo, porque obviamente, no puedo decir que me
gusta su nombre, del hombre que está sentado frente a mí. Y quiero seguir hablando de esto.
Es interesante. Sobre todo porque no creo que él quiera hablar de eso.
—Alistair Blackwood. Regio y ya sabes, anticuado.
Levanta sus ojos de golpe.
Mi corazón está latiendo muy rápido. Dios, fue estúpido decir eso, ¿verdad?
Bueno, no hay forma de que él sepa que estoy hablando de su nombre y no del de su
papá. Pero hay algo en su mirada que me hace pensar que puede ver a través de mí.
Lo que es peligroso, en realidad. No quiero que vea las cosas dentro de mí. No quiero
que nadie vea.
—Me alegra que pienses eso —murmura.
—En realidad...
—Por más que disfrute hablar de mi padre —me corta con una sonrisa tensa—. Me
encantaría hablar más sobre ti. Cuéntame qué pasó esa noche.
Mirándolo, no puedo decir disfrutara hablar de su padre. De hecho, él no quería hablar
de su padre en absoluto.
Entonces no le gusta el sabor de su propia medicina, ¿no?
Bien entonces, le daré mentiras. Tejeré una historia de arriba a abajo que él reconocerá.
Lo miro a los ojos, su rostro esculpido. Su rastrojo parece más grueso que ayer. Los
rayos del sol golpean su mandíbula, haciendo que esas cerdas se vean cálidas, casi rojizas.
Atractivas.
No quiero que sea atractivo.
—¿Quieres saber lo que pasó esa noche? —comienzo—. Bien. Te diré. Era mi
cumpleaños, y mi familia me organizó una fiesta en nuestra casa en los Hamptons. Una fiesta
que nunca quise para empezar. Pero oye, todos eran como, sólo cumples dieciocho una vez.
Necesitas una fiesta. Así que yo estaba como, está bien. Vamos a hacer una fiesta. Seré la que
está en la esquina, me aburriré pero a quién carajo le importa. Al menos mi novio estará allí
conmigo. Así que estuvimos juntos hasta que le pregunté si podía traerme algo para beber.
Como un buen chico, se fue. Pero él nunca regresó.
Emito una risa aguda—. Porque se quedó atascado en los labios de alguien. Lo atrapé
besándose con una de mis compañeras de clase. En mi recámara. Su lengua probablemente
estaba tocando sus amígdalas. Y a ella le encantó. Ya sabes, con la forma en que estaba
gimiendo. Me enojé, mi corazón roto. Pensé que nada sería igual en mi vida. La angustia de
eso casi me mata. Sin juego de palabras. Así que me emborraché estúpidamente y salté.
No recuerdo mucho sobre el salto en sí. Todo lo que sé es que un segundo estaba en el
techo y al siguiente, estaba en el aire, mi cabello golpeando contra mi cara y el viento
golpeándome en el mi estómago. Y luego, nada.
Levantando las cejas, sigo hablando—. Cuando me desperté en el hospital, les conté
todo. Les dije que estaba desconsolada y devastada y todo eso. Les dije que fue el momento.
No iba a volver a suceder.
Ruedo mis ojos—. Pero mi mamá se estresó. No había ninguna razón para estarlo.
Había muy pequeños rasguños en mi cuerpo. Me habían mantenido en observación durante
la noche y pasé sus pruebas con éxito. Los asistentes lo llamaron un milagro del que escapé
ilesa. En lugar de celebrar, toda mi familia me miraba como si hubiera planeado suicidarme
durante siglos. Sin ninguna razón me mantuvieron en su sala de psiquiatría durante
cuarenta y ocho horas. Por lo tanto, puede que haya lanzado un poco de una rabieta. Y cuando
pensé que era hora de finalmente ir a casa, mi mamá dijo que la psiquiatra recomendó que
me enviaran aquí. Porque yo era inestable y me beneficiaría mucho de un programa para
pacientes hospitalizados.
Sonriendo apretadamente, termino—. Entonces, ¿ves? Podría ser una reina del drama
y podría estar "clínicamente deprimida". Pero apenas soy suicida. ¿Cómo lo llamaron ustedes?
¿Ideación suicida? Sí, lo siento. No tengo tal ideación. No estoy lo suficientemente loca como
para quitarme la vida. No estoy lo suficientemente loca como para estar aquí en primer lugar.
Entonces, si eres la mitad de bueno como dicen que lo eres, reconocerás el error en tu juicio
y me dejarás ir.
Durante mi ferviente discurso, el Dr. Blackwood no se movió en absoluto. Ni siquiera
parpadeó. Se sentó allí, como una estatua de mármol.
Casi quiero acercarme y tocarlo. Ver si su piel es cálida como otras cosas vivas o si
realmente está frío.
Pero luego se mueve. Como si me demostrara que él es, de hecho, un ser vivo y no una
reliquia de museo.
—Loco —murmura—. Usas mucho esa palabra.
—No sabía que sólo se podía usar un número específico de veces.
—Me pregunto qué piensas que significa. Loco.
—Significa anormal. Insano. Raro. Tal vez deberías echar un vistazo a un diccionario
—digo, lamiendo mi labio.
—No significa nada. No médicamente. Médicamente, es un desperdicio de una palabra.
Sufrir de una enfermedad mental no significa automáticamente que estás loco. Y no me
importa algo que no puedas explicar científicamente —inclina su barbilla hacia mí—. Pero
gracias por educarme.
Un rubor no se levanta en mis mejillas sino en algún lugar dentro de mi cuerpo, debajo
de mi ropa. Me estoy volviendo escarlata. Quiero salir de aquí.
Quiero alejarme de él.
Por supuesto, sé que loco es una palabra despectiva. Estoy al tanto. Pero estoy de
acuerdo en llamarme a mí misma así porque, si no lo hago, entonces significa que hay algo
muy mal conmigo.
Y eso es algo que no puedo aceptar.
—¿Puedo irme ahora?
Él escanea mi cara de nuevo—. ¿Dónde estaba tu novio? ¿Cuándo estabas en el hospital?
—Él nunca apareció. En caso de que no lo recuerdes, el pendejo me engañó.
—¿Cuál era su nombre?
Me tomo un momento para responder. Me tomo un momento para ajustar mi tono,
ajustar toda mi conducta—. Lee. Lee Jordan.
—Correcto —dice pensativo, antes de asentir y levantarse de su silla—. Gracias por
tu tiempo.
Lentamente, sobre mis piernas temblorosas, me levanto también. No le respondo ni
espero que diga nada más. Aunque qué diría después de despedirme, no lo sé. De cualquier
manera, no me voy a arriesgar. Prácticamente corro hacia la puerta y la abro.
Pero me congelo cuando lo siento en mi espalda.
Su calor.
Dios, no hay forma de que este rey de hielo esté frío al tocarlo. De ninguna manera.
Calor irradia de su cuerpo. En una ola, me alcanza, se extiende sobre mis hombros y
columna vertebral, baja hasta la parte posterior de mis muslos. ¿Y ese olor que he estado
respirando desde que entré en esta habitación?
Ese es él, me doy cuenta.
Es su olor. Lluvia, fresca y pura, mezclada con su esencia. Está flotando por la
habitación y todo ese tiempo que pasé allí ha sido peligroso, porque creo que ese olor ha hecho
un hogar en mí.
—Willow —dice mi nombre y tengo que morderme el labio. Fuerte.
Le voy a pedir que me llame por mi apellido. Tengo que. No me gusta lo mucho que me
gusta la forma en que dice mi nombre. De hecho, un destello de sus suaves labios formándolo
se extiende por mi cerebro.
Me doy vuelta para decirle exactamente eso, mi flequillo revoloteando por mi frente.
Pero mi atención se ve enganchada por el hecho de que es muy alto. Muy jodidamente alto.
Tanto que, incluso con mi moño, sólo alcanzo su barbilla.
Su expresión es neutral, profesional. Me pregunto cuál es mi expresión.
—Quiero verte otra vez.
Parpadeo, todos mis sistemas se han ralentizado a medida que paso sus palabras por
mi mente.
Él quiere verme. Otra vez.
Él quiere. Verme.
Otra vez.
—¿Qué?
—En mi oficina. La próxima semana.
¿No se supone que los psiquiatras sólo te escriben recetas y luego te envían a un
terapeuta? ¿Por qué quiere volver a verme tan pronto?
—¿Por qué? —hago mi pregunta en voz alta.
—Porque creo que tenemos mucho de qué hablar.
CAPÍTULO 6
Él está mirando algo, Dr. Blackwood.
El hombre que cree que tenemos mucho de qué hablar cuando lo vea la semana que viene.
Está en la oficina de Beth mirando los mismos collages que yo cuando estaba tratando de
escuchar su conversación con ella el día que llegó aquí.
Estoy parada en la boca del pasillo, después de haber bajado las escaleras para
desayunar, y ahí está él. Todo todavía con gotas de lluvia aferradas a su pelo y ropa.
No es asunto mío el por qué está tan rígido y apretado mientras el mundo se mueve a
su alrededor. Las enfermeras están riéndose. Los técnicos están caminando por el pasillo con
archivos. Algunos pacientes se quedan aquí y allá. Veo a la chica de mi piso, una rubia bonita,
paseando de arriba a abajo. Un técnico está tratando de calmarla. Se agita todas las mañanas
antes del desayuno, pero no sé por qué.
Debería estar evitando todas las conversaciones con él, y sin embargo, me encuentro
caminando hacia el Dr. Blackwood.
¿Por qué? Porque tengo curiosidad. Mucha curiosidad sobre él.
—Hola —lo saludo, encarando los collages, tratando de ver lo que él estaba viendo—.
Fotos interesantes, ¿no?
Lo siento girándose hacia mí—. Interesante camisa.
Entonces, me encaro a él. Toda la rigidez anterior ha desaparecido de su cuerpo. Está
tranquilo y no está afectado. Si no lo hubiera visto mirando las fotos con tanta severidad,
nunca habría adivinado que era capaz de reaccionar así ante algo.
Sus ojos están en mi camiseta antes de que suban a ver mi cara. Pero todavía siento su
mirada allí, en mi pecho, muy cerca de donde está mi corazón junto con algunas... otras
cosas. Estoy bastante segura de que él no estaba concentrado en ellos. Quiero decir, eso sería
ridículo.
¿Verdad?
Aun así, siento que mis labios se están secando y tengo un hormigueo extraño en el
pecho.
—¿Estabas mirando algo en particular? —pregunto.
Mete las manos en sus bolsillos—. ¿Siempre usas camisetas con frases de una sola
línea?
Algo me hace doblar las manos en mi espalda, y mi columna vertebral se arquea un
poquito. Pero él mantiene sus ojos fijos en mi cara. No es que quisiera que los moviera o que
notara... mis bienes. Pero aun así.
—No te gusta hablar mucho de ti mismo, ¿verdad? —comento, recordando lo rápido que
se cerró cuando estábamos hablando de su papá.
De hecho lo he pensado mucho en los últimos días, desde que tuvimos nuestra reunión.
No hay mucho que hacer por aquí. Y he llegado a la conclusión de que hay algo entre él y su
papá.
—A ti tampoco te gusta eso —responde, un poco seco.
No lucho contra la sonrisa que sale—. ¿Entonces qué? ¿Somos almas gemelas?
—Yo no iría tan lejos.
—Bien. Porque no puedo imaginarme el horror —me inclino hacia él, ligeramente—. De
nosotros siendo similares, quiero decir.
Entrecerrando los ojos, asiente—. Cierto. Porque no quieres ser similar a alguien que
está—cómo era—loco. Y los psiquiatras son eso, ¿no?
—Tú lo sabes.
Una pequeña sonrisa aparece en sus labios ante mi respuesta, y ya sé que es algo raro
para él. Sonrisas y risitas. Risa.
Como lo son para mí.
Dios, me está haciendo muy difícil odiarlo.
Quiero odiarlo. Créanme.
Soy consciente de que él es el enemigo. Soy consciente de que con una sola firma, puede
enviarme lejos, al Exterior. Pero no lo hará. Porque él es como ellos, como todos los otros
doctores que he conocido.
Aunque, arregló mi insomnio inducido por la medicina. Me recetó medicamentos para
dormir junto con mi antidepresivo regular y mi estabilizador de estado de ánimo. Así al
menos puedo dormir por la noche.
Sin mencionar que, Renn ama todo sobre él y la forma en que manejó su corta reunión.
He oído a enfermeras y técnicos hablar de lo bueno que es. Algunos pacientes pueden seguir
desconfiando de él, pero lo he visto siempre ser educado y cortés, abriendo puertas,
asintiendo, arrastrando las sillas. No es que sea amistoso o platicador, pero tiene buenos
modales.
Como dije, es muy difícil—extremadamente difícil—odiar a alguien que es tan
caballeroso y me hace querer sonreír, y me pone a dormir.
Lamiéndome los labios, desvió mi mirada de él y me quedo mirando la camiseta que llevo
puesta. Es una camisa gris claro con letras granate que dicen, En una escala del 1 al 10, estoy
9 ¾ obsesionado con Harry Potter.
Tiro del dobladillo y digo, innecesariamente—. Es de Harry Potter.
—Me lo imaginé.
—¿Te gusta Harry Potter?
—No me atrae la ficción.
—Me lo imaginé.
Cruza los brazos sobre su pecho—. ¿Cómo?
Lo miro, su cara, su pelo recogido, su barba. Luego muevo mis ojos a su camisa
almidonada, sus pantalones plisados, sus wingtips3. Sé que lo estoy revisando, sin pena, pero
tengo una buena razón.
—Tienes wingtips, viejo —digo, sonriendo de lado.
—Viejo.
—¿Hombre?
—¿Por qué no nos quedamos con Dr. Blackwood?
—¿Y si no quiero llamarte Dr. Blackwood? —digo sólo para llevar la contraria—. ¿Qué si
tengo la urgencia de llamarte Simon?
Su nombre en mis labios suena fresco y nuevo. Nunca he conocido a un Simon antes.
Él es el primero. Me gusta eso.
Y ahí yace el problema.
Sólo el hecho de que quiera decir su nombre, significa que nunca debería decirlo.
—Bueno, entonces te aconsejaría que cuentes hasta diez —responde—. Eso
normalmente ayuda con las urgencias. Pero si no, podemos hablar de tus impulsos la semana
que viene.
Urgencias.
Algo en esa palabra me devuelve el hormigueo en el pecho y aclaro mi garganta—. Mi
punto es que puedo ver mi cara en tus zapatos. Están muy pulidos.
—¿Y eso no va con Harry Potter?
3
Zapatos vintage.
—No, tú no vas con Harry Potter. Quiero decir, mírate —ondeo mi mano hacia él, de
arriba abajo—. Estás vestido como si tuvieras cien años, aunque sólo tengas treinta y tres.
Todo profesional y tenso. De ninguna manera eres lo suficientemente genial para Harry
Potter.
—¿Es así?
—Sí —asiento con la cabeza—. Pareces una especie de... No sé, un anticuado chico
medicina. Lo siento, hombre. Hombre medicina.
—Hombre medicina.
—Sí. Ese podría ser tu nombre.
—Tienes una cosa por los nombres, ¿no?
Mis ojos se ensanchan una fracción de segundo. He sido atrapada, ¿verdad? Él sabe que
estaba hablando de su nombre y no del de su papá en nuestra reunión.
—Nop —miento.
—Error mío —dice, pero no parece que me crea—. Tengo que irme. Llego tarde al
Quidditch.
Con eso, se da la vuelta y se va, dejándome con los ojos muy abiertos a su paso.
¿Acaba de decir Quidditch?
¿Cómo es que conoce el Quidditch? Dijo que no le gustaba Harry Potter. ¿Cómo sabe de su
deporte?
No. Esperen.
Dijo que no le atraía la ficción. Nunca dijo que no leyó los libros. ¿Acaba de engañarme?
Después del discurso de “no me des respuestas capciosas” del otro día. Sé que debería estar
enojada. Lo sé.
Pero no lo estoy.
Estoy casi admirada. Sabe cómo esquivar todas las preguntas. Es un profesional. Aunque
no entiendo qué podría estar ocultando sobre Harry Potter. O a su papá, para el caso.
Síp, mucha curiosidad.
Cuando desaparece de la vista, encaro los collages. Parada donde él estaba. Exactamente
en el mismo lugar. No soy tan alta como él, así que tengo que estirar mi cuello, ponerme de
puntillas para ver las fotos de arriba.
Hay un montón de fotos celebrando la Navidad y algunos cumpleaños. Veo a Beth,
Hunter, Josie, el Dr. Martin y algunas otras personas. Todos sonríen de felicidad.
Estas fotos no muestran la arenosa realidad de estar en una sala de psiquiatría. No
muestran los sudores nocturnos que sufrí durante mi primera semana porque me quitaron
mis viejos medicamentos. No muestran el aspecto enfermizo de Renn cuando tuvo que purgar
su almuerzo la semana pasada, y la llevaron a otra habitación para hacerlo. No veo las ojeras
y las mejillas ahuecadas de los insomnes, o las caras hinchadas y rojas de los pacientes que
no pueden dejar de llorar después de una sesión de terapia.
Todas estas fotos muestran felicidad.
En un lugar como este. Es incomprensible. Increíble.
Es agotador.
Estoy agotada con sólo mirar el entusiasmo en sus caras. ¿Cómo lo hace la gente? ¿Cómo
es feliz la gente y luego, seguir siendo feliz? No se supone que sea tan difícil, ¿verdad? Se
supone que la vida no debe ser tan dura.
Pero entonces, si yo no estuviera clínicamente deprimida, ¿estaría feliz todo el tiempo?
¿Sería positiva? ¿Nunca tendría días malos?
Esa es la peor parte de estar mentalmente enfermo: no conoces al verdadero tú porque
la enfermedad y los medicamentos joden con todo.
Hay pequeñas etiquetas con nombres debajo de los miembros del personal y repaso los
nombres de todos ellos, hasta que me detengo en una. Tengo que parar en esa: Dr. Alistair
Blackwood.
Está junto a una mujer con un vestido rojo. No estoy interesada en ella porque
Jesucristo, el hombre de la foto, es exactamente igual que el actual Dr. Blackwood.
Entonces, este es el hombre que fundó este lugar.
Incluso si no leyera su nombre, sabría que es el padre del Dr. Blackwood actual. Tiene el
mismo cabello, rico y oscuro y un poco ondulado. La misma nariz, recta y arrogante. Misma
línea de la mandíbula, mismos pómulos altos. La única diferencia es el color de sus ojos. Sus
ojos son verdes, mientras que los de su hijo son un gris intenso.
Él estaba mirando a su padre. ¿Pero por qué demonios estaba mirando a su papá de esa
manera? ¿Con tanta severidad?
No hay tiempo para pensar en nada de esto porque una de las enfermeras me recuerda
que el desayuno está a punto de comenzar.
Lo cual es normal, como siempre. Si no se tiene en cuenta que uno de los pacientes de
La Cueva tomó demasiado café y estaba inquieto. Luego tengo que sentarme durante una hora
en un grupo de proceso con un trabajador social. Hablamos de cómo lidiar con los
pensamientos negativos en el mundo exterior. Luego hacemos terapia de arte por una hora.
Por fin, es hora de almorzar. Estamos en la mesa de siempre, junto a la ventana, y estoy
saboreando mi gelatina de limón, moviéndola alrededor de mi boca para que se asiente en
cada rincón de mi lengua y ahuyente el sabor amargo de la medicina.
Pero un momento después, el Dr. Blackwood entra en el comedor y me olvido de los
medicamentos y su sabor agrio.
De alguna manera, es más alto de lo que lo era esta mañana. Incluso más alto que ayer.
Tengo una extraña visión en la que de alguna manera me subo a sus anchos hombros y
me paro sobre ellos. Apuesto a que incluso con mi pequeña forma tocaría el techo, incluso
las nubes.
Tengo una extraña visión de saludarlo, haciéndole señas con la mano desde el otro lado
de la habitación.
Ridículo. Yo nunca haría eso.
Él no está mojado como esta mañana y su cabello se ha acomodado en su lugar. Pulido
y compuesto. Brillante. No soy la única que nota el brillo de su cabello. Renn también lo nota
y silba en voz baja, observando su progreso por la habitación.
—Dios, él es sexy. Como, sexy de verdad. Míralo... —deja de hablar para suspirar—. Y
sólo quiero que sea mi daddy.
Me muerdo la lengua ante la palabra daddy. La picadura me hace saltar en mi asiento y
humedece mis ojos.
Penny gime—. Ugh. Te voy a dar un puñetazo en la garganta.
Frente a ella, Renn sonríe—. Admítelo. Estabas pensando lo mismo —luego me empuja
con el codo bajo la mesa mientras trato de calmar mi palpitante corazón—. Al menos, nuestra
Willow lo estaba pensando.
—¡No lo estaba!
Esto sólo la hace soltar una risita y pienso seriamente en llevar a cabo la amenaza de
Penny.
Yo no estaba pensando en eso.
—No lo llames así —le digo.
—¿Por qué?
—Porque sí.
—¿Lo estás reclamando? Porque si es así, necesito saberlo. No me meto con lo que
pertenece a mis amigos.
Casi me ahogo con mi comida otra vez—. Él no me pertenece. Es una forma tan estúpida
de decirlo. Como si fuera un objeto.
—¿Lo es o no lo es?
—Si digo que sí, ¿dejarás de hablar así de él?
—Sí. ¿Juramento de meñique?
Me da su dedo, así puedo hacer la promesa si quiero. Lo pienso un segundo. Bien, por
un microsegundo. Luego, entrelazo mi dedo con el de ella muy rápidamente antes de arrebatar
mi mano para que un técnico no se dé cuenta de que estamos rompiendo la regla de no tocarse.
—Es mío —digo, mi corazón al borde de la explosión—. No hables así de él.
Renn whoops. Penny jadea y Vi sonríe.
¿Yo? Me ruborizo y miro para otro lado.
Entonces me doy cuenta de algo. Cada ojo nervioso y retorcido está centrado en el Dr.
Blackwood. No hay una sola persona en la habitación que no lo esté observando. Incluida yo.
La mayoría de ellos son cautelosos. Algunos de ellos son curiosos. Todos ellos están
parloteando y murmurando. Los sonidos de la habitación han aumentado.
Algo parecido a simpatía se eleva en mí.
Por el enemigo. Primero, lucho con odiarlo y ahora soy comprensiva.
¿Qué me está pasando?
Tal vez porque sé lo que se siente cuando todos los ojos están puestos en ti. Lo he sentido
no hace mucho tiempo. Sé lo que se siente cuando cada ojo se convierte en un microscopio,
inflándote a ti y a tus defectos. Cada ojo trata de ver tus grietas.
Lo sé.
Siento como si quisiera arañar esos ojos. Arañar esas caras. Gritar, patear y tronar.
Pero el Dr. Blackwood parece calmado. Extremadamente calmado, de hecho.
Nada en su expresión sugiere que él sepa siquiera sobre la atención que atrae o el
aumento repentino de la charla. Sin embargo, el personal disperso de la sala se ha vuelto más
atento.
—Buenas tardes a todos —su voz se eleva por encima del estruendo, crujiente y fuerte,
mientras está parado en medio de la habitación—. Espero que estén teniendo un día agradable
hasta ahora. Algunos de ustedes me verán en mi oficina más tarde, así que por favor no me
dejen impedirles disfrutar del delicioso almuerzo. Por mucho que me guste la atención, no
queremos ofender a los cocineros.
Con eso, se acerca a donde Beth está observándolo con una sonrisa maternal, sacudiendo
su cabeza. No hay otra opción que observarlo después de que manejó eso tan bien.
De nuevo, no puedo evitar pensar que este hombre sabe cosas. Sabe cómo manejar estar
bajo escrutinio.
Lo observo bajar la cabeza para escuchar lo que dice Beth. Él tiene su grande mano en
la parte baja de la espalda de ella mientras le presta toda su atención.
Penny nos regaña para que dejemos de mirar fijamente, y normalmente seguiría su
consejo porque odio que me miren así. Pero no puedo parar.
Hay algo en él que me obliga a mirar.
Y entonces Josie se une a su grupo, y yo no sería capaz de apartar la mirada aunque
quisiera.
Ella se para al lado del Dr. Blackwood, casi llegándole a sus orejas, mientras él la incluye.
Lo que es tan atípico de lo que he visto de él.
Pero, ¿qué sé yo? Sólo lo conozco desde hace unos días.
Un par de segundos después de la conversación, Josie se carcajea de algo que dice, su
cabello rubio balanceándose con su risa. Estoy atenta a su reacción. Observo para ver si él se
está riendo.
No lo está.
Pero está sonriendo. Y en todo el tiempo que lo he conocido, esto es la más grande que
ha sonreído.
Me doy la vuelta abruptamente y me concentro en mi almuerzo. No es asunto mío lo
cerca que estaba de Josie o lo grande que él estaba sonriendo.
Comemos en silencio—tanto silencio como se puede conseguir aquí—hasta que hay un
estruendo al final de la habitación. Es Anni—la Enojada Annie—que vive a unas pocas puertas
de aquí y es propensa a las pesadillas. Por lo que he oído, es conocida por ser un poco agresiva.
Ha tirado su bandeja llena de comida al suelo y está de pie, su pelo oscuro saliendo de
su moño.
—No quiero comer esta puta comida —declara enojada—. Es jodidamente asquerosa.
Hace que quiera suicidarme. Y tampoco quiero al brillante y famoso doctor. Quiero al Dr.
Martin.
Da unos pasos a su derecha, pero al instante una enfermera está en ella, tratando de
calmarla.
—No, no te acerques a mí. No me toques —está moviendo sus brazos hacia la enfermera,
y ahora los técnicos también están sobre ella, rodeándola.
—Quítenme sus sucias manos de encima, animales. Los odio. ¡Los odio jodidamente a
todos! No quiero estar aquí. No quiero estar jodidamente aquí. Lo mataron, ¿verdad? ¿Mataron
al Dr. Martin? Como ellos mataron a mi papi. ¡Ustedes jodidamente lo mataron!
Sus puños están temblando y casi atrapan a uno de los técnicos en la mandíbula. En el
siguiente segundo, dos de ellos la agarran de las manos, haciéndola estrellarse contra su
agarre, haciéndola gritar.
Está creando una sensación de paranoia en la habitación. La gente se altera, como si se
estuviera despertando del sueño. Mirando su comida, el uno al otro. A Enojada Annie.
—Mataron a mi papi. ¡Mataron al Dr. Martin! —está sollozando y algo aprieta mi
corazón. Un apretado enrosque.
Sus gritos están causando una erupción en mi sangre, un chasquido en mis oídos. Sus
jalones, las sacudidas de su cabeza, su voz desgarrada—todo sobre su estado de agitación me
está afectando.
Es la primera vez que veo a la Enojada Annie en acción. De hecho, en mis dos semanas
de estar aquí, esta es la primera vez que he visto algún tipo de colapso, donde se requiere este
tipo de ayuda. Por lo general, son amenazas vacías y lo que ahora parece como golpes
juguetones
Por unos segundos, soy arrojada de vuelta a la habitación del hospital donde me desperté
después del Incidente del Techo. El pánico. El peso de lo que pasó.
Dios, no quiero volver a sentir eso.
No quiero volver a estar tan agitada nunca. Como si estuviera perdiendo el control de la
realidad.
Como la Enojada Annie.
Mi visión se rompe cuando veo a otros miembros del personal entrando en la sala,
tratando de manejar la conmoción. De repente, la fila de mesas se ve infiltrada por los
uniformes de color azul marino. En medio de todos los gritos y charlas, el Dr. Blackwood se
acerca la Enojada Annie.
Hasta entonces, he estado sentada de espaldas en mi asiento, todo mi cuerpo apretado
en una pelota. En cuanto él empieza a hablar con ella, mis músculos se relajan un poco. No
sé por qué. Cuanto más veo sus labios suaves moviéndose, su mandíbula trabajando de un
lado a otro, más suelta me vuelvo.
Mis puños se abren. Mi abdomen no está contraído. Ya no soy una roca. En la periferia
veo a una enfermera preparando una jeringa y vuelvo a entrar en pánico.
Oh, no.
No, no, no.
No las agujas. Las agujas son lo peor.
Son lo jodidamente peor.
Antes de que pueda pensarlo, me levanto de mi silla. Hace un gran chillido contra el piso
de madera dura, impactándome, y aparentemente, impactando a las chicas también.
—¿Qué coño estás haciendo? —pregunta Renn, alerta.
—Tengo que detenerlo. N-no puedo dejar que le claven una aguja.
Vibrando con una gran cantidad de energía, estoy rodeando la silla cuando Penny
habla—. ¿Estás loca? Déjalos hacer su trabajo, Willow.
—No.
—¡Willow! ¡Vuelve aquí! —sisea Penny.
—Ella no es un animal. No se le debería hacer sentir como si lo fuera —espeto,
respirando con fuerza, con el corazón tamborileando dentro de mi pecho.
—Willow, detente. Ella no necesita tu ayuda.
No puedo decir si es Renn o Penny, pero no me importa. Estoy en trance. Una burbuja
donde sólo puedo sentir ira y determinación.
Tengo que detenerlo.
Necesito detenerlo.
Necesito evitar que la hagan sentir menos que humana, un fenómeno. Porque así es
como se siente cuando te sujetan, cuando clavan sus garras en tu piel. Invaden tu espacio
personal, se acercan tanto a ti que puedes ver los poros de su piel, oler su sudor. Puedes
sentir el asqueroso calor de su cuerpo. Sus fuertes dedos. Sus caras feas y mezquinas. Les
dices que se alejen, pero no escuchan. Les dices que te suelten, que te dejen en paz, pero
apenas se dan cuenta.
Les dices que no estás loca. Que no necesitas calmarte. Que necesitas que te escuchen.
Que necesitas que te entiendan.
Pero todos creen que son más listos que tú.
Mis pensamientos son frenéticos, exactamente igual que mi respiración, como si
estuviera viviendo este momento de horror junto a la Enojada Annie. Como si estuviera de
vuelta en el hospital, donde la gente—incluso mi mamá—no me creyó cuando les dije que El
Incidente del Techo fue un accidente. Donde me picaron con una aguja porque pensaban que
estaba demasiado agitada, demasiado desquiciada.
El huracán grande y malo que hay dentro de mí agitó cuando choco contra alguien. Es
Hunter.
—Necesito que te calmes, ¿de acuerdo? —me dice con voz áspera.
—Necesito ir a salvarla —le digo.
—No necesitas salvarla. Lo tenemos controlado. Ella va a estar bien —intenta llevarme
de vuelta a la mesa.
—No, no va a estar bien. No puedes sedarla. No puedes hacerle esto, ¿okay? —empujo
contra su agarre, pero maldita sea, no puedo.
No puedo quitármelo de encima.
Lágrimas de frustración brotan de mis ojos mientras me dice que necesito tomar una
respiración tranquila.
Rasguño su antebrazo con mis uñas rotas—. No necesito estar calmada. Yo—
Me interrumpo cuando él me mira, Dr. Blackwood, desde la distancia. Su frente lisa se
arruga mientras escanea mi cara y no tengo la energía para poner mi máscara de nuevo. Para
no mostrar cómo me está afectando esto. Que lo analice, si quiere. Pero no puedo dejar que
le hagan esto a la Enojada Annie.
Sacudo la cabeza una vez, y luego me pongo rígida y mis ojos se ensanchan.
Sobre los hombros del Dr. Blackwood, veo a la enfermera avanzando hacia la Enojada
Annie con una jeringa en sus manos. Pero en el último segundo, él levanta una mano,
deteniendo a la enfermera.
Detuvo a la enfermera.
Levantó una mano y detuvo a la enfermera.
Él lo detuvo.
Y así de fácil, la Enojada Annie pierde parte de su pelea, y yo también.
Observo como el Dr. Blackwood sigue hablando con ella. Esos labios suaves y gruesos
sus moviéndose. Casi como una canción de cuna. Como hipnosis. Poco a poco, todos mis
pensamientos agitados se evaporan, hasta que siento una sacudida. Un sobresalto de algún
tipo.
La está tocando.
Hasta ahora, él no la había tocado. Sólo eran los técnicos, pero ahora el Dr. Blackwood
pone su mano sobre su tembloroso hombro e inclina la cabeza hacia ella. La Enojada Annie
se vuelve completamente laxa.
Un mechón de cabello del Dr. Blackwood perfectamente pulido ha caído en su frente
arrugada y está casi rozando la parte superior de la cabeza de la Enojada Annie, mientras
están allí, juntos.
Trago pero no puedo hacer que mi garganta funcione. Está llena de emociones.
Pensamientos. Preguntas. Tantas cosas.
Sobre todo, está atascada con la necesidad de conocer la sensación de su tacto. Quiero
saber qué se siente al ser tocada por él, sus manos que claramente llevan algún tipo de
encanto antiguo. Poderes curativos.
La Enojada Annie está completamente quieta, encantada por él. Aparte de algunos
sorbos, ella no hace ningún sonido, y tampoco lo hacen los otros. Lentamente, el caos se está
controlando. Una tregua se está asentando sobre la habitación.
No protesto cuando Hunter me lleva de vuelta a mi mesa.
Una vez que la Enojada Annie se va fácilmente con los técnicos y se sienta de nuevo, el
Dr. Blackwood se da la vuelta para mirar hacia la habitación—. Soy consciente de que muchos
de ustedes no están contentos de que yo esté aquí —comienza, y la charla residual se apaga—
. Y también sé que algunos de ustedes han estado con el Dr. Martin por mucho tiempo y sé
que el cambio es difícil.
Suspira, metiendo sus manos en sus bolsillos, y en el fondo de mi mente, una voz
protesta porque esas manos sanadoras están ocultas de la vista.
—Ahora, hay dos maneras de hacer esto. Una, podemos pelear y discutir, pero todos
sabemos que no voy a irme a ninguna parte. Al menos, no por un tiempo. Dos, si todos
prometen comportarse, tengo algo que podría interesarles —hace una pausa para que surta
efecto, antes de continuar—. Haré que vean al Dr. Martin y él mismo les dirá que está bien y
que volverá al trabajo muy pronto, si prometen cooperar. Terminarán su almuerzo, tomarán
sus medicinas, harán los grupos y, en general, dejarán de dar problemas al personal —levanta
las cejas, sus manos yendo a sus caderas—. ¿Trato hecho?
—¿Y cómo vas a hacer eso? —esto viene de Roger.
—¿Por qué no dejas que yo me preocupe por eso? —el Dr. Blackwood levanta una ceja
arrogante.
—Sí, claro. ¿Cómo sabemos que estás mintiendo?
Con una ligera sonrisa, desestima a Roger, y vuelve a mirar a través de la habitación—
. Antes de que acabe el día, podrán hablar con el Dr. Martin. Si no, entonces uno de ustedes
puede personalmente... —le echa un vistazo a Roger—. Romperme las bolas delante de todos.
La gente se ríe, incluyendo a Roger.
El Dr. Blackwood hace un pequeño asentimiento, pero antes de salir de la habitación,
sus ojos me encuentran de nuevo. Es corto, momentáneo. Su mirada. Básicamente mueve
sus ojos hacia arriba y hacia abajo por mi cara y mi cuerpo, como si estuviera buscando algo,
como si se asegurara de que estoy bien, como si estuviera preocupado por mí. Aunque, no
puedo imaginar que sea... cierto.
¿Verdad?
Cuando consigue su respuesta, se va.
—Oh hombre, él es bueno —murmura Renn tras su partida.
—Me gusta —Vi sonríe.
—Lo considero lo suficientemente calificado para arreglarme —declara Penny.
¿Yo? Yo no digo nada. Todavía estoy sintiendo su revisión. Trajo de vuelta el pequeño
cosquilleo y revoloteo de esta mañana cuando nos encontramos en el pasillo.
Todo lo que hago es verlo alejarse, doblar la esquina y desaparecer con sus hombros
anchos, su cabello oscuro y sus manos sanadoras.
Manos que salvaron a alguien de la aguja.
CAPÍTULO 7
Mi miedo a las agujas no es irracional.
De hecho, no les tenía miedo hasta el día después de mi cumpleaños número dieciocho,
también conocido como El Incidente del Techo.
Cuando desperté en el hospital, las paredes ya se estaban cerrando. Cuando me miraron
como si algo estuviera mal conmigo, esas paredes se derrumbaron. No podía respirar. Mi
pánico era algo vivo dentro de mi cuerpo. Una criatura habitando dentro de mí.
Recuerdo gritar y gritar. Tantos gritos y todos ellos viniendo de mí.
Derribé las máquinas. Arranqué el tubo de adherido a mis venas. Pero ellos no paraban
de acercarse. Más y más cerca. Descendiendo. Las enfermeras y los camilleros. Como si fueran
a chupar mi alma fuera de mi cuerpo. Como si fueran dementores, las criaturas chupadoras
de almas de Harry Potter.
Sin embargo, en lugar de llevar acabo el Beso del Dementor, esas criaturas me picaron
con una aguja. Salió de la nada. Ni en un millón de años me habría imaginado que alguna vez
me apuñalarían con un objeto tan afilado como ese.
Se sintió como una traición. Un cuchillo en la espalda.
Por supuesto, no confié en ellos después de eso. Por supuesto, arruiné los historiales
de esa terapeuta cuando me dijo que todo lo que intentaban hacer era ayudarme. Arreglarme.
No necesitaba que me arreglaran. Todavía no lo necesito.
En mi primera semana en Heartstone, me vigilaron de cerca. Irían a checarme cada
veinte minutos, incluso cuando estaba con un proveedor. Pensaron que haría otro truco como
ese y que atacaría a alguien.
Como si.
No soy una atacante. Bueno, excepto por esa diminuta necesidad de tirarle el pisapapeles
al Dr. Blackwood durante nuestra reunión. Pero no lo hice, ¿verdad? Concedido, él alejó el
objeto, pero aun así.
De todos modos, odio pensar en mi tiempo en el hospital estatal y en la primera semana
en Heartstone, así que trato de no hacerlo.
Pero el incidente con la Enojada Angry—en realidad, llamémosla Annie; está enojada por
las razones correctas porque claramente, hay una historia sobre su papá—he pasado el resto
de la tarde pensando en ello y sintiendo un pinchazo en mi cadera.
Un pellizco fantasma de la aguja hace dos semanas.
También he pasado el resto de la tarde buscándolo.
El hombre con las manos sanadoras. Dr. Blackwood.
Después de su heroica salvación, no lo he visto en todo el día. Incluso cuando cumplió
su promesa e hicimos una llamada por Skype con el Dr. Martin. Él no estaba allí. Beth lo
manejó todo en la sala de televisión, diciendo que el Dr. Blackwood estaba ocupado.
Quiero decir, sé que está ocupado. Eso ya lo sé. Pero no puedo ignorar este creciente...
algo justo debajo de mi caja torácica. Algo así como anhelo, pero con un borde más afilado.
Más bien inquietud.
Por alguna razón, antes de que termine el día, necesito verlo.
La ironía no se me escapa. El hombre del que debería estar huyendo es el hombre exacto
al que estoy persiguiendo.
Dos veces. En un día.
Es el final de la tarde y estoy afuera, con mi libro en mi regazo, alimentando
alternativamente a las palomas y observando el cielo por la inminente tormenta. Renn y
Penny están tiradas en el suelo, y Vi está a mi lado, alimentando a los pájaros también.
Estoy pensando en si debo seguirle la pista de alguna manera. La única razón por la que
no lo he hecho todavía es porque no debería hacerlo. Debería ser más cautelosa con él.
Pero él la salvó.
Es lo único en lo que estoy pensando, en un bucle, nada menos.
Mi dilema termina cuando él mismo sale por la puerta principal.
Bueno, ahí lo tienes. No puedo ignorarlo ahora. Prácticamente cayó en mi regazo, por
así decirlo. Me levanto de mi asiento, asustando a las chicas.
Sin quitarle los ojos de encima donde está él parado en los escalones de piedra, digo—:
Sólo será un segundo.
No espero a ver sus reacciones mientras camino por el césped lleno de pacientes y
técnicos. Siento sus ojos sobre mí, pero no me importa. Un miembro del personal podría
haberme dicho algo a mí también. Tal vez me hizo una pregunta sobre cómo estoy y qué estoy
haciendo. ¿Necesito algo?
Pero no las contesto. Necesito algo, pero no creo que puedan dármelo.
Estoy enfocada en el Dr. Blackwood. Él mira a alguien más allá de mí—uno de los
técnicos—y baja su barbilla, probablemente para decir que él se encarga de mí.
Mis labios se abren ante su gesto. Tan segur y tranquilizado. Tan... heroico. Entonces
su mirada cae sobre mí. No se ha movido de donde está parado en la parte superior de los
escalones, siguiendo mis movimientos con ojos ligeramente encapuchados.
Algo acerca de su absoluta quietud y la forma en que me mira me trae de vuelta el
hormigueo de esta mañana. No es obvio, su mirada fija, pero la siento. Como el sol caliente.
Lo que odio, pero no lo odio ahora mismo.
Cuando me detengo en el escalón inferior, mete sus manos en los bolsillos y empieza a
bajar.
—De verdad deberías arreglar tu libro —murmura.
Me doy cuenta de que tengo mi libro agarrado a mi pecho, y unas cuantas páginas
sueltas cuelgan de la parte inferior. Las vuelvo a meter, pero el nivel de irritación que debería
sentir ante la palabra arreglar ya no está ahí.
Sin embargo, una parte de mí todavía quiere aferrarse a mis viejas costumbres—. Mi
libro está bien. Y ustedes deberían hacer algo con su biblioteca. No hay ni un solo libro de
Harry Potter ahí dentro.
No hay calor en mis palabras. Yo lo sé; él lo sabe.
Pero él dice—. Anotado.
Luego suelto—: Hoy hiciste algo bueno.
—Algo bueno.
Asiento con la cabeza—. Esta tarde.
—¿Te refieres a la llamada de Skype con el Dr. Martin? Eso fue muy fácil de hacer —su
voz es casual, pero todo lo demás es curioso, alerta-su expresión, su cuerpo. No es como si
estuviera en nuestra reunión del otro día. Esto se siente más... personal. Como su mirada de
vuelta en el comedor justo cuando él se estaba yendo.
—Sí. Eso también. Pero me refería a otra cosa.
—¿Qué quisiste decir?
Ahora es el momento de la verdad. ¿Le hablo de mi miedo a las agujas? ¿Sobre ese día en
el hospital? ¿Estoy realmente dispuesta a ofrecer información sobre mí misma?
Él puede hacer miles de cosas con eso. Puede traerlo a colación en nuestra próxima
reunión. Puede usarlo para hacer otras preguntas, preguntas que no quiero responder.
Esa comezón fantasma en mi cadera llamea y decido mandarlo al carajo. Cruzaré ese
puente cuando llegue a él.
Trago—. Salvaste a Annie.
—¿De qué?
—De la aguja.
—No sabía que estaba haciendo eso.
Trago de nuevo—. Bueno, lo hiciste. Ella no necesitaba eso. Ser sedada como un animal.
La comezón en mi cadera aumenta y aprieto el libro para no rascarlo delante de él.
—¿Es por eso estabas tan inquieta? —pregunta.
—Si te lo digo, ¿lo usarás contra mí?
Retrocede, sus labios se estiran en una sonrisa torcida—. ¿Es eso lo que crees que hago?
¿Usar información contra mis pacientes?
—¿Cómo sé lo que haces? —me encojo de hombros—. Pero sí, eso es lo que pienso.
El Dr. Blackwood saca la mano del bolsillo y se rasca la mandíbula—. Has conocido a
algunos doctores jodidos, ¿no? —suspirando, dice—: No. No lo usaré contra ti, Willow.
Es genial que haya dicho eso. Lo apreciaría más si no estuviera concentrada en su mano.
La que acaba de usar para rascarse la barba.
Antes de que pueda pensar en ello, me acerco y la agarro. Su grande palma tiene
múltiples cortes alrededor de las yemas de los dedos. Una de ellas está cubierta con una tirita.
Supongo que el corte inferior debe ser más grande que los otros que se han dejado abiertos.
—¿Qué pasó? —suavemente trazo los arañazos rojos oscuros con el pulgar.
Dios, su mano es tan grande, larga y tan cálida. Mi pulgar deja de moverse cuando me
doy cuenta de que lo estoy tocando.
Estoy tocando al rey de hielo.
El calor de sus manos. El trueno de su sangre. Tal vez incluso su poder de curación.
Siento su respiración, larga y fuerte, casi agitando mi flequillo, y llenando mis
pulmones con su olor a lluvia. Cuando lo miro, quita la mano y se la guarda en el bolsillo.
Atrapo parte final de su mandíbula apretándose y sus fosas nasales ensanchándose.
—Y-yo... yo estaba... —batallo con las palabras y aprieto mi libro—. ¿Qué le pasó a tu
mano? Se veía bastante mal.
—Fue un accidente —después de una pausa, dice—: Estaba arreglando las escaleras.
—¿De tu casa?
Otro apretón de su mandíbula cubierta en una barba corta—. Sí. Sólo que ya no vivo
allí.
Es muy extraño, pero en este momento, sé exactamente lo que está sintiendo.
Sé que no le gustó la pregunta, tan inocente y sin motivo como fuera. Sé que no quería
contestarla. Sé la renuencia y la tensión que sentía. Es similar a cuando estábamos hablando
de su papá, sólo que yo estaba demasiado nerviosa y necia para apreciar realmente las
similitudes de nuestros sentimientos.
Porque hay similitudes. He sentido las mismas cosas.
Sólo que nunca pensé que encontraría a alguien con quien compartirlos y que él
resultaría ser el hombre del otro lado de la línea.
Suspirando, le digo—: Asusté a mi mamá.
Frunce el cejo—. ¿Cuándo?
—El día que me desperté en el hospital —susurro, sintiéndome ahogada y sola—. Yo
estaba tan encabronada y cansada y tan asustada. Les dije... s-sobre lo que pasó. Y empezaron
a decir que yo necesitaba ayuda. Consultas y medicinas y mi mamá no dejaba de llorar. Me
asusté mucho. Me—
Mis ojos se llenan de lágrimas—. Todo el mundo estaba hablando al mismo tiempo.
Estaban como, hablando y hablando y diciéndome que me calmara, pero no se alejaban de mí
y... vino de la nada. La aguja. Y entonces, sentí un pequeño pinchazo y todo se volvió negro.
Sólo lo había visto en la tele. Como en todos esos programas médicos. Te pican con una aguja
cuando estás muriendo o actuando como un loco. Yo sólo estaba intentando que me
escucharan —sorbiendo, me seco las lágrimas—. Decirles que no estaba loca.
La inquietud que se ha ido acumulando durante todo el día disminuye mientras le digo
esto. ¿Cómo puede algo que va en contra de mi naturaleza—hablar—hacerme sentir a gusto?
Se me ocurre, entonces. Tal vez es el hablar con él.
Este hombre que está frunciendo el cejo tan fuerte mientras me mira. Que está haciendo
que mi corazón palpite más y más rápido con cada segundo que pasa.
—¿Recuerdas lo que te dije sobre la palabra loco? —pregunta en voz baja.
Es tan bajo y áspero que tengo que pararme de puntillas para escucharlo.
—Es una palabra inútil —respondo, casi como un niño, pero su autoridad, su grandeza
me está haciendo algo.
—Sí. No lo olvides.
Me muerdo el labio y su mirada cae en la acción antes de alejarse. Rápidamente. Pero
no lo suficientemente rápido porque sentí algo estallando en mi piel.
Chispas y truenos.
—Gracias por salvarla —digo, encogiéndome de hombros; necesito que él lo sepa.
Que estoy agradecida.
—Yo no la salvé.
No estoy de acuerdo, pero todo lo que digo es—: Okay
Porque no quiero pelear con él. No en este momento.
—Tomé una decisión —insiste.
Tal vez lo hizo. Pero como dije, no quiero pelear con él. Me estoy sintiendo apacible y
extrañamente tranquila ahora mismo.
Asintiendo, concuerdo con él otra vez—. Muy bien.
Su pecho sube y baja rápidamente como si estuviera enojado—. Deja de mirarme así —
gruñe.
Nunca había oído un sonido como ese salir de su boca. Gotea con autoridad e intimidad.
Tanta intimidad que es esta cosa espesa y potente como el olor de la lluvia en el aire.
—¿Cómo?
—Como si fuera una especie de héroe.
—¿Pero eso no es... algo bueno? —pregunto, confundida.
—No. Porque no soy un héroe —se inclina más cerca—. El uso de sedantes es el último
recurso y muy raro. Sólo ocurre en circunstancias atenuantes. Y es por la seguridad de los
pacientes y también por la seguridad del personal que los maneja. Sabía que la tenía, así que
como dije, tomé una decisión.
Después de su discurso, una gota de agua cae en mi mejilla. Otra cae sobre mi cabeza.
Miro hacia arriba y veo que ha llegado la lluvia.
Hay gritos y chillidos y de repente oigo pasos por todas partes. Todos intentan entrar
antes de que la lluvia se haga más fuerte.
Y recuerdo que no estamos solos. No sé por qué pensé que lo estábamos. Nunca estamos
solos en este lugar. A lo largo del día, nos revisan en intervalos de veinte minutos. A algunos
pacientes se les hace un seguimiento incluso cuando están con un proveedor porque se los
considera peligrosos. Gracias a Dios que ya no hacen eso conmigo. No nos dejan solos ni
siquiera de noche. En nuestro piso, hacen controles cada hora a través de las ventanitas de
nuestras puertas. En La Cueva, esas revisiones nocturnas son aún más frecuentes.
Así que sí, nunca solos.
—¿Entiendes lo que acabo de decir? —el Dr. Blackwood pregunta, y yo miro hacia otro
lado para evitar la conmoción.
¿Lo entiendo?
—Sí.
Asiente, satisfecho—. Bien —mirando al cielo, dice—: Ahora vuelve a entrar.
Lo haría. Si no estuviera mirando la forma en que se mueve su garganta cuando habla.
Y cómo una gota de lluvia se desliza por el costado de su cuello y desaparece bajo el cuello de
su camisa.
Concentrándose en mí, dice—: Willow.
Sacudo la cabeza, saliendo de mi estupor—. Correcto. Si. Okay —empiezo a subir los
escalones, pero me detengo y me doy la vuelta para encontrarlo observándome.
—Buenas noches, Dr. Blackwood —le doy una pequeña sonrisa.
Cubierto de gotas de lluvia, él da una mirada en blanco antes de caminar por el sendero.
Mientras los técnicos nos llevan adentro y cierran la puerta principal, me doy cuenta
de que lo entiendo. Entiendo que no le gusta que lo llamen héroe. Entiendo que el Dr. Simon
Blackwood podría ser un unicornio de psiquiatra.
Porque no sólo me hace querer hablar con él y no odiarlo, sino que podría incluso...
gustarme, sólo un poquito.
Tengo un dolor.
Es tan viejo como el tiempo. Más viejo que eso, tal vez.
Estoy magullada. Un moretón que está destinado a permanecer sin curar por siempre.
Rojo, hinchado y palpitante.
Estoy en mi cama. La comprobación horaria acaba de terminar. La lluvia golpea la
ventana. Veo las gotas cayendo. Gotas gruesas y húmedas, y siento un pulso de respuesta.
Entre mis piernas.
Bajo mi manta caliente, mi mano se arrastra hacia abajo y presiona mi pelvis. La
masajeo y mientras mis dedos alivian el dolor, ellos también lo acarician. Como cuando
acaricias el suave pelaje de un animal salvaje. A veces lo despiertas, en lugar de ponerlo a
dormir.
Pensé que ellos lo habían matado, las medicinas y los doctores. Mi propio cerebro. Pensé
que habían asesinado la única cosa que me hace normal: mi lujuria.
Pero no.
Está allí. Y está despierta esta noche. Y hambrienta.
Mis dedos van debajo de mi camiseta y arrastro mis uñas desafiladas e insatisfactorias
sobre mi piel desnuda en franqueza.
Me han besado antes. He besado, sentido y dado toques intrascendentes. Pero la única
persona que ha tocado mi centro soy yo.
Y ahora mismo, es el centro de la herida. El ojo de mi huracán.
Pero eso no es todo. Esto no es una explosión de deseo al azar. Esto está diseñado.
Para él. El rey de hielo.
Chupo mi dedo, lo mojo con la lengua y lo deslizo dentro de la parte inferior de mi pijama
y bragas. Encuentro mis rizos mojados y mi núcleo colándose.
Con la otra mano, acuno mis senos. Son copa C, frondosas y calientes, mis pezones de
rosa fresa arrugados. Usando mis brazos, las empujo juntas, mis tetas, y froto mis dos
pezones con los dedos de esa mano.
Simultáneamente, froto mi clítoris y casi me despego de la cama. Gimo; no puedo
evitarlo. No es fuerte, pero es un sonido que no he hecho en mucho tiempo. En demasiado.
Siento que estoy haciendo este sonido para él. Ojalá pudiera oírlo. Ojalá pudiera verme
hacerlo. Probablemente apretaría su mandíbula, me miraría con una cara tranquila e
impasible, ojos grises y se iría.
O tal vez no.
Tal vez se quedaría. Quizá me vería tocarme para él. De repente, siento sus ojos sobre
mí. El peso de los mismos. Supongo que todo está en mi cabeza, pero se siente tan real que
sudo con el calor de su mirada. Es tan real que quiero abrir los ojos y mirar por la ventanita
de mi puerta, con la esperanza de verlo mirándome.
Pero no lo haré.
Sé que él no está ahí. No puede estarlo. Está en casa o donde sea que viva. Y yo estoy
atrapada aquí, deseándolo. Haciendo un espectáculo para él que ni siquiera podrá ver.
Meto mi dedo y mi coño se siente cremoso. Hinchado. Jugoso. Está jadeando como mi
aliento.
Hago una mueca de dolor al entrar y salir, sintiendo el ardor, la estrechez. Mi espalda
está inclinada con lo poco que un dedo me hace estirar, pero no me importa.
La quemadura es tan jodidamente buena.
Ondulo mis caderas, abrazo mi muñeca con mis muslos temblorosos, mientras me
pellizco los pezones, amaso mis pechos. Me muevo, me froto, me retuerzo e imagino esos ojos
color nubes.
Me los imagino no sólo brillando con autoridad, sino también con lujuria. Oscuros,
pesados y penetrantes. Despedazándome, analizándome, acariciándome.
Y cuando me rompo en mil pedazos y me vengo, me imagino esos ojos contando cada
una de mis piezas para que él pueda volver a juntarme de la manera correcta, como un
rompecabezas.
Volteo mi cara y asfixio mis labios con la almohada para no hacer ruido. Aunque quiera
hacerlo. Quiero hacer todos los ruidos, pero no puedo. Aquí no.
Cuando bajo de mi subidón, respiro con dificultad. Sudando. Y feliz. Los orgasmos me
hacen feliz. Es el tipo de felicidad que persigo tan a menudo como puedo.
—Dios... —susurro, me muerdo el labio y sonrío a través de la picadura.
Pero entonces, mis ojos se abren y miro por la ventanita de cristal de mi puerta. Nadie
está observando. No hay nadie ahí parado. Como era de esperar.
Por supuesto, no quiero que nadie esté allí. Sólo fue el calor del momento. Sintiendo
pinchazos de vergüenza por todo mi cuerpo, me acurruco bajo la manta, cierro los ojos, me
escondo de mis propios pensamientos. Deseos ilícitos.
Él no es un héroe, dijo.
Tal vez es por eso me hice pedazos ahora mismo. Para él. Para poder curarme, salvarme
como un héroe que él dice no es.
Con su medicina en mi sangre poniéndome a dormir, cierro los ojos ante ese
pensamiento ridículo. No quiero que nadie me salve. No necesito que me salven. Tampoco
necesito un héroe.
Definitivamente no necesito un rey que construya un castillo para el ser que ama. La
del pelo plateado. Y tampoco quiero que ese rey de ojos grises llame a la chica de pelo plateado,
su princesa de nieve.
EL REY DE HIELO
Días en el Interior = 21
4
Sauce en inglés es Willow.
Nunca he prestado atención a estas cosas de Recursos Humanos. Nunca tuve que
hacerlo. Tengo un historial impecable. O lo tenía.
—No me importa la demanda. ¿Cómo está ella?
Greg suspira—. Ella está igual.
Froto mi frente; siento que viene un dolor de cabeza. Estoy tratando de recordar si tengo
pastillas para dormir por ahí o si tendré que ir a la farmacia.
—Me reuniré con sus padres al final de la semana para discutir las opciones.
Mis dedos detienen sus movimientos y un dolor furioso explota en mi cráneo—. Al
carajo las opciones. No hay otra opción.
—Han pasado casi dos meses. Su condición no está mejorando, lo sabes. Y lamento decir
que no lo hará. Es hora de dejarla ir. Sus padres también están cansados. Se les está acabando
el dinero. El seguro no va a cubrirlo todo.
—Te dije que el dinero no es un problema. Puedo hacerte un cheque ahora mismo.
—No, no lo harás. Me aseguraré personalmente de que tu cheque no llegue porque has
perdido la cabeza.
—No vas a desconectar el enchufe —casi aplasto el teléfono en mi mano—. No la vas a
matar.
—Ella ya está muerta —espeta Greg.
Cierro fuerte mis ojos ante la avalancha de dolor. Debería sentir calor, esta magnitud
de dolor. Rojo y palpitante. Pero en mi experiencia, mis dolores siempre han tenido un
escalofrío. Un aguijón. Una frialdad.
Un entumecimiento parcial donde todo lo que puedo sentir es el frío, el duro centro de
él, y nada más.
—Mira —dice Greg—. Ni siquiera puedes pensar en involucrarte con Claire más de lo
que ya lo estás, Simon. Van a ver tu dinero, tus llamadas telefónicas como una señal de
culpabilidad.
—Te dije que no me importa la demanda. Sus padres pueden demandarme por todo lo
que soy, no me importa. Quiero que Claire salga viva de esto. Metí la pata, Greg. No debí
hacerlo, pero lo hice. Ella no puede pagar el precio por ello.
—Maldita sea —murmura—. Simon—
—Sólo dame más tiempo.
Está en silencio por un momento. Luego—: Puedo darte dos semanas.
Mi cabeza cae aliviada y miro el charco del agua goteando—. Dos semanas. Okay. Sí.
—Pero sólo eso. No más. La desconectaremos después de eso.
Sé que es el camino correcto. Soy consciente de que pacientes como Claire no vuelven
del coma. Pero tengo algunas ideas. He programado una llamada telefónica con un grupo que
trabaja en Berkley. Ellos trabajan con LCA, Lesión Cerebral Aguda, y voy a presentarles el caso
de Claire.
—Okay —concuerdo, dejémoslo pasar.
—Bien. No me llames, estoy ocupado entreteniendo y te sugiero que hagas lo mismo.
—¿Entretener, quieres decir?
—Sí.
Mis labios se jalan en una sonrisa—. ¿Con qué? ¿Salchichas?
—Jódete, hombre. Tengo algo bueno aquí.
—¿Quién es la afortunada?
—Una representante de medicinas.
—No me digas. Odias a los representantes de medicinas.
—Esta tiene un gran par de piernas.
Sonrío—. ¿Es consciente de que no vas a comprar lo que ella está vendiendo?
—Oye, estoy abierto a lo que sea que ella esté vendiendo. Y como dije, tú deberías hacer
lo mismo. Tal vez eso te haga olvidar todo. ¿Tienes alguna doctora sexy o representante de
medicinas o ya sabes? ¿Enfermeras?
Ante su pregunta, mis ojos se dirigen de nuevo al sauce—. No, y no estoy interesado.
—Lo que sea. Aunque necesitas acostarte con alguien. ¿Cuánto tiempo ha pasado, tres
meses?
—No sabía que vigilabas mi vida sexual.
—Jódete. Otra vez. Muy bien, me voy.
Nos despedimos y luego, es silencio. O en realidad, no. Porque la oigo.
¿Tiene a alguien especial, Dr. Blackwood?
Oigo las palabras como si ella estuviera aquí, en esta habitación. Como si la hubiera
traído conmigo.
Dentro de estos temblorosos escombros de una casa.
Willow Audrey Taylor, con su pelo plateado y ojos azules, y una puta voz que se pega.
Me pregunto qué pensará de esto. Los muebles polvorientos, el techo con goteras, las
escaleras rotas. El hecho de que esta casa está atascada en el pasado.
Te gusta arreglar cosas, ¿no?
Me pregunto si su pálida piel iluminará esta casa, como lo hace la luna.
Él me llamó princesa de nieve. Me arrastró a este callejón oscuro...
Me empujó contra la pared. Sus manos se sentían tan grandes. Como si pudieran hacer
cualquier cosa.
Él estaba muriendo por besarme...
Puta mentirosa. Y puto Lee Jordan.
Ella es una mentirosa. Una mentirosa que lucha, cada segundo de cada día y ni siquiera
lo sabe.
Froto mi mano en mi cara cuando siento que algo se revuelve dentro de mi intestino.
Algo cálido y jodidamente malo. Algo que me hace pensar en su piel y su pelo suave.
Su diminuto cuerpo.
En ese momento oigo un ruido en el piso de arriba que me alerta de que no estoy solo
dentro de estas paredes. Recordándome que tengo que salir de aquí.
Sacudiendo la cabeza, me alejo de la ventana y salgo de la habitación. Salgo de este lugar
dejado de la mano de Dios.
Podría seguir el consejo de Greg porque tiene razón. Han pasado tres meses desde que
tuve sexo. Sin embargo, los enrolles aleatorias no son mi estilo. Prefiero conocer a la persona
y prefiero que sepan que es estrictamente físico y nada más. No tengo tiempo para nada más.
Yo follo y eso es todo. Es biología.
Pero por alguna razón escurridiza, no quiero follarme a una mujer sin nombre.
Conduzco hasta mi hotel, me cambio a mi ropa de ejercicio y me voy a la cinta de correr
de abajo. Sé que ni siquiera las pastillas servirán.
Esta es mi única opción. Ejercitarme hasta el agotamiento. Hasta que supere este
extraño y puta calidez dentro de mi cuerpo. Del tipo que nunca había sentido antes. Del tipo
que no quiero sentir.
Porque no soy como el hombre que mató a mi madre.
No soy mi padre.
C A P Í T U L O 10
Mi único día malo se convierte en varios días malos.
Todos los días es una tarea despertar y enfrentar la rutina. Todos los días casi no voy a
desayunar o voy a mis grupos. Sin mencionar que mis putos medicamentos están mejorando
su juego en lo que respecta a las náuseas. Me dicen que es más psicológico que fisiológico. Es
decir, todo está en mi cabeza. Y no pueden darme antieméticos. Aunque finalmente me dan
galletas saladas y jengibre, probablemente para callarme. Así que ahí está eso.
Todos los días quiero derrumbarme y llorar o entrar por la puerta principal y huir, o
simplemente disolverme.
Pero no lo hago.
Porque tal vez, sólo tal vez, soy una luchadora. Y no hay vergüenza en pelear. Hay honor.
Él me lo dijo.
Dr. Simon Blackwood.
Simon.
Sé que dije que no lo llamaré por su nombre, pero voy a romper mi promesa.
No es el Dr. Blackwood para mí, es Simon.
El hombre que me declaró guerrera. El hombre que me hace querer no morir. El hombre
que conoce mi secreto.
Él es el único.
Nunca le he dicho esto a nadie antes. No mi mamá. Apenas a mis doctores. Pero él lo
sabe. Él sabe sobre El Incidente del Funeral, donde sentí celos tan agudos, que estaba deseando
que cada autobús, cada taxi, cada auto me atropellara en nuestro camino de regreso a casa.
Hace una semana me hubiera aterrorizado que lo supiera, pero ahora no. Ahora, siento
paz. Casi como felicidad. Sé que no lo usará en mi contra. Creo eso.
Creo en él.
En los próximos días, lo veo a primera vista. En los pasillos, en la sala de receso, en la
sala de la televisión, en los jardines. Pero siempre está ocupado. Normalmente tiene papeles
en sus manos. Apenas se detiene para hablar con las personas, apenas se mezcla con ellas.
Aunque a veces habla con Josie. Esos momentos son duros. Más duros que cualquier
otro día oscuro que haya visto en el pasado.
Por mucho que quiera buscarlo, temo que Beth piense que hay algo entre nosotros. Temo
que lo malinterprete.
Me encontró al día siguiente de vernos juntos. Me preguntó cómo estaba y me dijo que
lo único que me debía importar era mejorar. Salir con una mejor comprensión de mí misma
y de las cosas con las que estoy luchando.
No hubo mención del cómo nos encontró, y decidí que tal vez todo está en mi cabeza,
como muchas otras cosas. Tal vez ni siquiera pensó que había algo ahí.
Para todos los fines y propósitos, soy su paciente y él es mi psiquiatra. Bueno, ese es,
de hecho, el caso.
No es culpa del Dr. Blackwood que su paciente piense en tocarlo día y noche. No es su
culpa que ella sueñe con él. Ella se frota los dedos, tratando de sentir la tela de su camisa,
tratando de recordar la fuerza enroscada de su pecho. Ella quiere contarle todos sus secretos,
mostrarle todos sus lugares oscuros, y ni siquiera tiene miedo de hacerlo.
No es su culpa que me esté volviendo loca lentamente y no tiene nada que ver con mi
enfermedad, y todo que ver con él, el hombre que se supone que me tiene que arreglar. Mi
hombre medicina.
De hecho, estoy tan loca que a pesar de que los medicamentos para dormir fluyen por
mis venas, me he levantado todas las noches esta semana entre chequeos cada hora, y he
escrito su nombre en la ventana lluviosa: Hombre Medicina.
Escribo su nombre en el cristal nebuloso y observo como las gotas arrastran las líneas
de H y N hacia abajo. Como una sola lágrima. Cuando pienso en él, no pienso en mi enfermedad
ni escucho los ruidos de la sala o los gemidos ocasionales de los pacientes. No pienso en lo
agria que ha estado mi boca toda esta semana.
—¿En qué estás pensando tanto? Dios, vas a hacer agujeros en mi libro.
La voz de Penny me saca de mi trance.
Estamos en la mesa del desayuno y cuando me despierto, todo me parece claro. No es
opaco ni brillante y ardiente. Sólo bien. La habitación, la gente, la conversación. Estoy sentado
al lado de Renn, como siempre. Vi y Penny están sentadas en el lado opuesto. El aire huele a
huevos y fresas.
Concéntrate.
Está de vuelta.
Puedo concentrarme en estas cosas. Puedo concentrarme en los árboles de afuera, en
lugar de mis pensamientos implosivos. Puedo concentrarme en las gotas que se aferran a la
ventana, los suelos húmedos. Está empezando a llover. Las cosas están grises y húmedas,
hinchadas y prometedoras.
Dios mío, las cosas son prometedoras.
—Olvídalo. Está totalmente fuera de sí. Probablemente ni siquiera te escuchó —
murmura Renn, sacando una fresa de mi tazón y metiéndosela en la boca.
La miro—. Oye, deja de comerte mis fresas.
Sus ojos se ensanchan con asombro. Luego se adelanta y saca otra fresa de mi frutero,
todo el tiempo mirándome.
La miro fijamente y deslizo mi bandeja fuera de su alcance—. Consíguete las tuyas.
Sus labios se mueven y luego ella sonríe—. ¡Oh, por Dios!
—¿Qué?
—Estás de vuelta —aplaude y me da un abrazo.
Lo que obviamente es notado por uno de los técnicos, que la reprende.
Lo que obviamente le da a Renn una excusa perfecta para mostrarle el dedo.
Me río entre dientes con timidez—. Siempre he estado aquí.
—Oh, por favor. Me estaba aburriendo. Penny se estaba volviendo insoportable sin tus
cartas de memoria.
—Las extrañé. Me ayudan a mantenerme alerta —admite Penny a regañadientes.
Le sonrío, sintiéndome caliente. A veces la ayudo a estudiar en la biblioteca cuando se
pone nerviosa por las cosas. No sabía que significara tanto para ella.
—Todos pensábamos que ibas a ser la próxima Vi —continúa Renn, como siempre siendo
franca.
Miro a Vi, lista con una disculpa de parte de Renn. Pero Vi también está sonriendo—.
Bueno, sí, eso pensamos.
Eso simplemente me hace reír.
De vuelta en el exterior, mis días malos me habrían horrorizado, me habrían hecho
sentir avergonzada. Pero no aquí.
Aquí, todos tienen días malos.
Como Penny, con su ansiedad, que habla tan rápido que no puedes entenderla. Por lo
general, se necesita un miembro del personal para calmarla. Y Vi, que se queda callada y no
quiere hablar contigo aunque supliques. Hubo un día en que no dijo ni una sola palabra. Y
Renn también. A veces se pone súper altanera, casi tan mala como Annie y tú no quieres
hablar con ella. Sucede cuando quiere purgarse, pero no puede.
Miro alrededor de la habitación y mi mirada cae sobre una chica de pelo oscuro que fue
admitida al mismo tiempo que yo. De hecho, recuerdo haber visto el mismo miedo, el mismo
cutis pálido en su cara que en la mía durante esos primeros días, mientras tratábamos de
adaptarnos a este nuevo lugar, nuevas medicinas, nuevas reglas, lejos de la única vida que
hemos conocido. Todos parecían un enemigo entonces. Una amenaza. El efecto Heartstone.
Le sonrío cuando atrapa mis ojos. Se ve mucho mejor ahora. Me pregunto si para ella
también luzco mejor.
Roger y Annie están pegados en la esquina hablando como viejos amigos; creo que es un
buen día para ellos. Un técnico quiere que un paciente de La Cueva coma algo. Una chica de
mi piso está simplemente mirando su comida, como si fuera a llorar. Creo que está teniendo
un mal día.
Todo el mundo explota o implosiona en este lugar. Eso no significa que estén locos. Loco
es una palabra inútil.
Son mis amigos y yo también los extrañé.
—Entonces, ¿qué me perdí? —pregunto, y Renn se lanza a un largo resumen de los
eventos de esta semana.
Me cuenta todos los chismes: Un par de enfermeras discutiendo. Annie y Roger podrían
estar saliendo en secreto. Anoche se veían muy cómodos en la sala de la televisión. Sin
mencionar, ahora mismo. Pegados sin estar pegados.
—¿Qué? Eso es información completamente errónea. ¿Lisa del 2F? Ella es la que está
saliendo con Roger. El otro día los vi intercambiar miradas —señalo.
—El otro día fue la semana pasada. Las cosas han cambiado por aquí —Renn se encoge
de hombros, y luego está a punto de decir otra cosa, algo súper importante si sus ojos anchos
y su expresión ansiosa son un indicador, pero las cosas se detienen cuando alguien entra por
la puerta.
Un chico nuevo.
No está entrando, más bien pavoneándose, con largos y perezosos pasos. Sus manos
están metidas dentro de los bolsillos de sus jeans descoloridos mientras sus ojos corren por
el espacio. La gente lo está observando abiertamente, pero a este tipo no parece importarle.
De hecho, cuando hace contacto visual con Roger, inclina la barbilla para saludarlo, pero
Roger sólo lo mira fijamente y mira hacia otro lado. Al nuevo no le importa.
—¿Quién es ese? —le pregunto a la mesa, todavía lo vigilo mientras se mete en la fila
del desayuno.
La chica que está frente a él se da la vuelta y lo mira de arriba a abajo. No puedo ver
cuál es su reacción, pero las líneas de sus hombros dicen que está relajado y tranquilo.
Supongo que todos se están volviendo un poco territoriales con la llegada del recién
llegado.
—Oh, él es el chico nuevo, creo —responde Penny, mirándolo también.
—¿Cuándo llegó? —pregunto, pensando cómo es que también me perdí eso.
—Ayer —murmura Vi.
Una vez que el chico ha terminado de cargar su desayuno en su bandeja, se dirige a las
mesas vacías, y se decide por la que está en diagonal a la de nosotras.
En realidad, no es como si lo decidiera descartando todas las otras opciones. Es como si
este fuera el lugar en el que ha querido sentarse desde que entró en el comedor. Lo cual es
curioso porque, bueno, se giró para encarar la habitación, sus ojos se dirigieron a la mesa
vacía que está ocupando ahora mismo, y luego sus ojos se dirigieron hacia nuestra mesa.
Específicamente, a Renn.
Es curioso porque Renn ni siquiera estaba frente a él. Ella estaba concentrada en
apuñalar su desayuno mientras que este nuevo tipo mantenía sus ojos en ella, con una
diminuta micro-sonrisa mientras caminaba hacia la silla y se sentaba.
—¿Lo conoces? —le pregunto a Renn.
Se pone rígida, pero se pregunta inocentemente—: ¿A quién?
—Ya sabes quién. ¿Por qué te está mirando fijamente?
Se mete un trozo de fruta en la boca y se encoge de hombros—. ¿Cómo sé yo por qué él
está haciendo lo que está haciendo?
La frunzo el ceño, completamente confundida—. ¿Qué?
—¿Qué?
Abro la boca y la cierro, y la abro de nuevo—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué estás actuando
raro?
—No estoy actuando raro.
Penny interviene—. Lo eres.
Vi asiente.
—Cállate. No lo estoy —Renn se mueve en su asiento, sus ojos plantados decididamente
lejos del nuevo tipo cuyos ojos están fijos firmemente en ella.
—¿Por qué no lo estás mirando? Es guapo —me dirijo a las chicas para que me
confirmen—. ¿Verdad?
Penny asiente—. Quiero decir, sí. Si te gusta el cabello oscuro, los ojos oscuros y una
buena estructura ósea.
—Exactamente —yo también asiento—. Tiene una buena estructura ósea. No consigues
eso a menudo.
Buena estructura ósea y cabello oscuro me recuerdan a alguien, pero aplasto ese
pensamiento porque se trata de Renn, no de mí.
—Basta. Estoy tratando de desayunar —espeta Renn.
—Odias tu desayuno —dice Vi.
—Dios mío, ¿ha pasado lo imposible? —Penny cierra su libro y le da a la conversación
toda su atención—. ¿No te interesa un humano del sexo opuesto?
—¿Quieres que te abofetee? Porque no tengo miedo de abofetearte —murmura Renn,
oscuramente.
—Oigan, dejen de acosarla —les digo a las chicas—. A Renn no le tienen que gustar
todos los chicos guapos. Puede odiar a algunos.
Ella se sienta y ondeando su mano hacia mí como si reconociera mi declaración—.
Gracias.
Sonrío de lado—. Sí, ¿entonces por qué lo odias? ¿Te hizo algo? —me siento derecha y de
repente me pongo seria—. Oh, Dios mío. ¿Qué te hizo?
Los tres, aparte de Renn, nos concentramos en el tipo que está tumbado en su asiento,
comiendo uvas, mirándonos, como si fuéramos una película o algo así. Todavía tiene esa
pequeña sonrisa en la boca. A regañadientes, admito que tiene una buena estructura ósea.
Sin mencionar que su cabello está todo desordenado, con mechones cayendo sobre su frente
en un abandono descuidado.
Aun así, le patearemos el trasero si le hizo algo a Renn.
—¡De ninguna manera! ¡Renn! Sabes que puedes quejarte, ¿verdad? —Penny está toda
cargada ahora.
—Sí, podemos ir ahora mismo —digo, decidida.
Estoy lista para pararme cuando Renn casi grita—: No es nada, idiotas locas —por fin,
mira al chico nuevo—. Oye, pendejo. Deja de mirarme fijamente. Te dije que no estoy
interesado.
—¿Le dijiste? —Penny está confundida.
Yo también lo estoy—. ¿Cuándo ocurrió esto? ¿Cuánto me he perdido?
El tipo no tiene miedo ni está disuadido. Su sonrisa sólo crece, superando toda su boca.
Cruza los brazos sobre su pecho, y veo un vistazo de tatuajes que rodean sus bíceps, bajo su
camiseta negra.
—Dime tu nombre y me detendré —dice con una voz que suena perezosa, igual que su
comportamiento. Descuidado e imprudente.
—Mi nombre no es asunto tuyo —dice Renn.
Toma un sorbo de su jugo y se inclina hacia adelante—. Sí, yo también pensé eso. Pero
entonces, anoche viniste a mí y empezaste a desnudarte. No quería interrumpirte y
preguntarte entonces. Eso habría sido de mala educación —explica—. Y el nombre que te he
estado llamando en mi cabeza está probablemente revolcando a mí mamá en su tumba. Ella
me enseñó a no convertir nunca a las mujeres en objetos. Así que sí. Dime tu nombre. Es lo
menos que puedes hacer después de interrumpir mi sueño.
Decir que todos estamos impactadas es quedarse corto. Las mesas a nuestro alrededor
se han quedado en silencio. Bueno, no estaban hablando mucho al principio porque casi todos
han estado concentrados en el chico nuevo. Pero aun así. Ahora, el lugar se ha vuelto
completamente silencioso, o mejor dicho, el bolsillo en el que estamos situados.
Penny está boquiabierta. Vi está apretando los labios para no reírse a carcajadas. Y
bueno, yo estoy igual. Porque lo imposible ha sucedido. Renn se está sonrojando. Se ha puesto
tan roja como su cabello.
Pero eso la está haciendo enojar. Porque sus ojos están brillando. Puede que incluso
haya gruñido.
—Yo nunca... —respira profundamente—. ¡Nunca, nunca fui a ti, cerdo!
Él se ríe entre dientes—. Correcto. Fue un sueño —extiende sus palmas como si se
disculpara encantadoramente—. Olvidé mencionar eso. Pero eso no cambia el hecho de que
te he visto desnuda. Bien podrías darme tu nombre.
Renn gruñe un poco más.
No puedo parar más. Me río y Vi también. Penny no está muy lejos. Por todas partes, la
gente también se ríe. El chico nuevo se está divirtiendo, creo.
Sólo para fastidiar a mi mejor amiga, le digo—: Renn. Su nombre es Renn.
Renn mueve sus ojos a mí—. ¿Cómo te atreves? Se supone que eres mi amiga.
—¿Qué? Él sólo quería saber tu nombre —me encojo de hombros, riéndome entre
dientes.
Penny levanta su mano en el aire y yo levanto la mía, y fingimos que chocamos los cinco
la una con la otra ya que no podemos hacer exactamente el acto.
El chico nuevo alza su barbilla y yo asiento. Por alguna razón, me gusta. Tal vez sea el
hecho de que ha logrado poner nerviosa a Renn, y parece más o menos inofensiva.
—Soy Tristan —dice con un brillo de satisfacción en sus ojos.
—No me importa —lanza de vuelta Renn.
—Yo no estaría tan seguro de eso.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa dale tiempo. Me gusta la gente.
—¿Por qué? ¿Eres un hongo?5
Esto lo hace reír entre dientes otra vez—. Sí, me gustas, Renn —pasa sus dedos por su
pelo—. Harás que mi estancia sea muy interesante.
Ella le para el dedo antes de darse la vuelta.
Un segundo después, Vi murmura—: Me pregunto cómo te estaba llamando en su cabeza.
Penny esnifa.
Vi sonríe.
Y yo sólo me río.
Tal vez no tengo magia en mis venas y no estoy en Hogwarts. Pero estoy en Heartstone.
Tengo amigas que se preocupan por mí y que me extrañaron mientras estuve atrapada en mi
cabeza.
Y tengo un hombre que me llama luchadora y me salva, todo en el mismo aliento.
Así que estoy en un buen lugar, creo.
5
Juego de palabras. La traducción literal en lugar de me gusta la gente, sería crezco en la gente.
C A P Í T U L O 11
Por la tarde, escucho la peor cosa de mi vida.
Bueno, está bien, no la peor. Porque la peor sería si lo que escuché se cumpliera.
Estoy en la sala de televisión, leyendo el clímax de Harry Potter y el Prisionero de
Azkaban, donde hacen una versión mágica de una fuga de prisión y vuelan hasta la ventana
de una torre. Escucho a un par de enfermeras mencionar algo sobre Simon y mis oídos se
enfocan.
—... Se lo haré saber, sí. Creo que se va por el día. Josie dijo que iban a cenar juntos —
dice la primera enfermera.
—¡Oh! ¿Está pasando? ¿La cita? —pregunta la segunda enfermera con un brillo en sus
ojos.
La primera enfermera sacude su cabeza, pasándole un montón de archivos.
—Tal vez. ¿Quién sabe? No puedo esperar para preguntarle a Josie todo sobre esto.
Ambas se ríen mientras yo lentamente pierdo toda voluntad de reír. Para siempre.
Me siento en mi silla de plástico, sorda y ciega, como si hubiera sufrido una explosión.
No estoy segura de si estoy incluso respirando. Pero definitivamente estoy sintiendo. Siento
que voy a morir. Quiero morir.
En realidad, no.
No quiero morir. Quiero vivir.
Sí, quiero vivir. Quiero vivir porque...
Porque si no vivo, entonces no puedo parar esto. No puedo evitar que salgan en una cita.
Y necesito pararlo. Tengo que hacerlo.
Me levanto, mi libro ya abusado al máximo cae al suelo en dos partes. Me pregunto si
es un presagio. Mi libro finalmente partiéndose en dos, justo en el medio. Con piernas
sorprendentemente estables que se doblan suavemente, recojo el libro.
No hay temblores ni sacudidas ni ninguna contracción nerviosa en mi cuerpo. Es
seguro. Está completamente, absolutamente seguro y decidido de detener esto. No puedo
evitar preguntarme si estoy en un trance. Si estoy drogada o bajo hipnosis. O tal vez este es
un tipo diferente de locura. Un tipo más racional.
Estoy casi ciega a los acontecimientos del hospital mientras camino por el pasillo, hacia
la oficina de Simon. Sé que la gente me pasa rozando. Sé que están hablando. Están
trabajando. Pero no puedo verlos. Mi mente está en una cosa: el hombre al final del pasillo.
El pasillo que no es de libre acceso para mí, una paciente. Sin embargo, parezco no
recordar esto hasta que me detiene una enfermera. Le digo que necesito ver al Dr. Blackwood
pero dice que ella puede ayudarme con lo que necesite.
—Yo sólo... necesito verlo. No puedes ayudarme con esto —le digo porque esa es la
verdad. Ella no puede ayudarme.
Ella va a decir algo, pero el hombre al que he estado buscando sale de su oficina—gracias
a Dios—y llamo su nombre para llamar su atención.
Cuando se enfoca en mí, respiro hondo y le pregunto—: ¿P-Puedo hablar con usted? ¿En
Su oficina?
Frunce el cejo, pero asiente.
—Claro —a la enfermera—: Yo me encargo de esto.
No sé qué es pero cada vez que él dice “Yo me encargo de esto” algo me pasa. Algo
tintineante y cálido, y todo lo que quiero hacer es envolverme alrededor de su cuerpo fuerte
y capaz, y meter mi cara en su cuello y nunca dejarlo ir.
Caminamos hasta su oficina y él abre la puerta, haciéndome un gesto para que entre.
Esta es la habitación a la que nunca quise entrar voluntariamente. Pero ahora, todo lo
que puedo pensar es en estar aquí. Con él. Oliendo su olor a lluvia y encontrando maneras de
tocar su piel caliente.
Me doy la vuelta para mirarlo.
Él está observándome, estudiándome, apreciándome.
—¿Todavía estás experimentando náuseas?
No esperaba que él preguntara eso. Ni siquiera sabía que él sabía eso. Todos han estado
descartando mi enfermedad como imaginaria, por lo que no sabía si lo registrarían.
—No. Hoy no. ¿Les... les pediste que me dieran... galletas saladas?
—Les pedí que te dieran algo para calmar tu estómago, sí.
Hay tantas emociones dentro de mí, dentro de mi pecho, mi estómago, que tengo que
tomarme un momento para calmarme.
Él me salvó de esto también, ¿verdad?
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —pregunta, cuando no digo nada por unos pocos
momentos.
Tan formal. Tan autoritario. Tan jodidamente sexy.
—Sí.
—¿Y qué es? —cruza los brazos sobre su pecho, esperando pacientemente y con
impaciencia al mismo tiempo.
—Tú... yo... yo no te he visto en días.
—¿Perdón?
Sacudo mi cabeza.
—Qu-quiero decir, quería agradecerte. Por, ah, tu sabes, hablar conmigo el otro día. Por
ayudarme. Gracias por todo.
Oh, Dios, ¿qué estoy diciendo?
Aunque, es la verdad. Estos últimos días han sido difíciles, pero sus palabras me han
mantenido en marcha. Y las galletas saladas.
—Estaba haciendo mi trabajo —me dice.
Trabajo.
Sí.
Lo sé. Sé que estaba haciendo su trabajo.
Pero la cosa es... creo que yo podría ser su sueño hecho realidad.
Quiero decir, tal vez. Si él me deja.
Él es el arreglador, ¿no es así? Le gusta arreglar cosas. Casas rotas. Mentes rotas. Y yo
estoy rota. En la mejor de las maneras y en la peor de las maneras.
Así que este no tiene que ser su trabajo. No tengo que ser su trabajo. Yo podría ser más
para él. Como él es más para mí.
—Quiero que lo arregles —le digo.
—¿Arreglar qué?
—M-mi libro.
¿Qué?
No quise decir eso. Quería decir a mí. Arréglame. O mejor dicho él puede arreglarme, si
quiere. Puedo ser su dispuesta paciente, su patio de recreo, su experimento. Él puede
analizarme, alimentarme con medicamentos, doparme con drogas, lo que sea. Puedo ser lo
que él quiera que sea.
—¿Qué? —repite mis pensamientos en voz alta.
Miro el libro en mis manos, que se ha roto en dos.
—Sí. Quiero decir, lo dejé caer de nuevo y bueno, como que se rompió en dos. Justo a la
mitad. A-así que quiero que lo arregles.
—¿Justo ahora?
Maldición.
Esto está yendo completamente mal. Pero no sé cómo dar marcha atrás desde aquí. O
sea, ¿cómo le digo que lo quiero? Que estoy aquí por él.
¿Cómo uno hace eso?
—Yo... —lamo mis labios, sintiendo los primeros movimientos de inquietud—. Sabes
qué, sí. Es, ah, es importante.
Un ceño fruncido se forma entre sus cejas mientras escanea mi cara. Apuesto a que está
tratando de deducir lo que realmente quiero. Y lo hará también porque aparentemente no
puedo ocultarle nada.
—Por lo que entiendo —comienza, con los brazos aún cruzados—, viniste a mí porque
tu libro se partió a la mitad y quieres que lo arregle. Justo ahora.
Suena loco; lo sé. Sé que él también lo piensa. Está en la forma en que me está mirando.
Su expresión como siempre está casi en blanco, pero sus ojos están tan enfocados, tan
intensos y tan en mí, que un escalofrío recorre mi espalda. Mi muy sudorosa columna.
En realidad, estoy sudando por todas partes. Gotas de sudor se mueven por mi cuerpo
como la lluvia, y estoy acalorada y helada.
—Sí. Porque eso es lo que me dijiste. ¿En el pasillo? ¿Cuándo nos conocimos? Me dijiste
que debería arreglar mi libro. Así que aquí estoy. Quiero que arregles mi libro. Sólo te estoy
escuchando.
—Por lo que recuerdo, no fuiste muy receptiva hacia ello cuando dije eso.
Mi primer impulso es mentir, pero no quiero mentir. No a él. No después de todo.
—¿Cómo sabes eso?
Descruza los brazos y mete sus manos en sus bolsillos.
—Frunces el lado izquierdo de la boca cuando no te gusta algo.
—¿Lo-lo hago?
Él no dice nada. Tampoco reconoce mi declaración. Simplemente aprieta su mandíbula
ligeramente.
—No lo sabía. No sabía que... lo notaste. Yo—
—Lo noté porque es mi trabajo —dice de nuevo, como si estuviera informándome.
¿Soy yo o realmente enfatizó la palabra trabajo?
—O lo notaste porque... —tomo una respiración profunda y salto—. Me notaste a mí.
Esta vez su apretón es más largo, más duro. La inclinación de su mandíbula cobra vida
con ella.
—Willow, hay una cosa llamada paciencia. Y se me está agotando. Muy rápidamente. Te
estoy dando una última oportunidad para que me digas exactamente lo que estás haciendo
aquí, ¿de acuerdo? Aquí va —su voz calmada oculta la fuerza de sus palabras—. ¿Qué carajo
estás haciendo aquí?
—No vayas.
Ahí. Lo dije. La verdad.
Mi corazón está latiendo con fuerza. De hecho, todo mi cuerpo es un corazón. Cada parte
de mí está pulsando y bombeando sangre. Mi garganta, mi estómago, incluso los dedos de mis
pies.
—¿Qué?
Probablemente estoy tatuando los latidos de mi corazón en el lomo de mi libro roto con
la forma en que lo tengo pegado a mi pecho.
—Con ella.
—¿Con quién?
—Josie.
Realmente lo he desconcertado. Nunca he visto esa expresión en su cara. Bueno,
raramente he visto una expresión en él que no sea inexpresividad, irritación o una especie
de arrogancia arraigada. Sus cejas están fruncidas por la confusión y sus ojos me dicen que
no tiene ni idea de lo que le estoy diciendo.
¿Significa que no va a ir? O tal vez va a ir y no es gran cosa.
Oh, puto infierno.
¿Accioné el arma?
—Yo, um —comienzo torpemente—, ¿vas a salir? ¿Con Josie?
—Salir, ¿cómo?
Me estoy derritiendo bajo su mirada fija. Me está destruyendo, célula por célula, con la
manera intensa en que me está mirando.
Oh, Dios, ¿puedo huir ahora? ¿Notará si me voy en medio de esta muy incómoda
conversación?
Él podría. Sin mencionar, que está bloqueando la puta puerta.
—Salir, como... —dejo de hablar.
De hecho, al carajo.
Al carajo todo.
No voy a huir. Estoy cansada de huir, sentir que tengo que esconderme. Que tengo que
mentir. Que tengo que mantener la paz porque la alternativa es impensable. No lo es.
La verdad es que tengo sentimientos por este hombre frente a mí. Él es mi doctor, mi
psiquiatra. Mucho mayor que yo. Pero no me importa.
Me voy a arriesgar.
—Salir como, en una cita. ¿Vas a tener una cita con Josie?
—¿Quién te dijo?
—Escuché a un par de enfermeras hablando.
Su expresión es ilegible. Ha pasado de estar confundido a totalmente cerrado,
completamente cerrado, y me golpea como un dardo afilado.
—¿Y qué si voy a ir?
Ese dardo era venenoso. Puedo sentirlo. Se está extendiendo por todas partes. Mis
piernas, mis brazos, mi pecho, mi estómago. Quema. Como si mis venas estuvieran en llamas.
—No quiero que vayas.
—¿Por qué?
Está bien, aquí va. Puedo hacer esto.
Puedo jodidamente hacer esto.
Dejo escapar un suspiro y digo—: Porque quiero que vayas conmigo.
La única razón por la que estoy de pie sobre mis propios pies es porque no me ha quitado
la vista de encima. Hay poder en sus ojos. Tal vez incluso en esa cara hermosa y fría suya.
—Contigo —lo hace sonar como una declaración plana, y no está ayudando a mi
confianza. Como, en absoluto. Pero lo he dicho ahora y bueno, no puedo retirarlo.
No quiero.
—Sí. Cuando salga de aquí. En poco más de dos semanas.
—¿Por qué? ¿Por qué debería ir contigo?
Tomando otra respiración profunda, susurro—: Porque quiero que lo hagas. Porque te
quiero. Y porque creo que si lo intentaras, quizás también me querrías...
Dejo de hablar cuando veo un salto muscular en su mejilla y respira profundamente. Su
pecho envuelto en su camisa sube y baja con él. No sé qué hacer al respecto.
En realidad, sí sé qué hacer al respecto. Él está enojado.
Esta fue una mala idea. Una súper puta mala idea.
¿Qué estaba pensando? Nunca me ha dado ninguna indicación de que le gusto. En
absoluto. Él siempre ha sido tan profesional y genial, ¿y en qué carajo estaba pensando?
No he hecho nada como esto antes. Nunca he tenido la necesidad de hacerlo. No hasta él.
No hasta que oí que iba a salir con alguien más.
Tal vez debería dar marcha atrás, después de todo. Tal vez yo debería—
—¿Qué hay de Lee?
Ante sus palabras, mis pensamientos se detienen en seco. Siento una sacudida. En mi
pecho. Como si algo realmente pesado me cayera encima.
—¿Qué pasa con el novio que amas? ¿Cómo era que te llamaba? Claro. Princesa de nieve.
Él te llama así, ¿no Te llamó así cuando te arrastró a un callejón oscuro, te empujó contra
una pared y se apretó contra ti. ¿Qué hay de él? Pensé que tenías el corazón roto. Estabas tan
desconsolada que saltaste de un techo. Entonces, ¿has seguido adelante?
Mi visión está llena de él, la línea de sus anchos hombros, los mechones de su rico
cabello rozando el cuello almidonado de su camisa. En algún lugar en los últimos pocos
segundos, Simon se acercó a mí. Tan cerca que tengo que estirar el cuello para mirar su cara.
Nunca lo había visto así antes. Tan enojado. Más que enojado. Más que furioso incluso.
Está inclinado sobre mí, como una nube atronadora, todo oscuro y peligroso.
—¿Qué pasa con ese amor? ¿Qué pasó con eso?
—É-él me engañó.
—Claro. Él besó a alguien. ¿Cuál dijiste que era el nombre de ella?
Sacudo mi cabeza, pero no puedo evitar que mis mentiras salgan—. Zoe.
—Sí. Zoe Dime, Willow, ¿Zoe es real o la inventaste también?
Hace unos momentos, no podía respirar porque había algo pesado sentado en mi pecho.
Pero ahora, no puedo controlar las respiraciones que estoy tomando. Son salvajes. Temerosas.
Son locas.
Oh, Dios.
—¿Eh, Willow? ¿Zoe es real o la inventaste como lo hiciste con Lee?
Su rostro está parpadeando con furia. Caliente, abrasador. Mis ojos se humedecen. Mi
piel pica—. Y–Yo no sé de qué estás hablando.
Simon se queda callado, pero siento algo. Miro hacia abajo y lo veo sacar mi libro de mis
manos. Quiero decirle que se detenga, pero no puedo formar las palabras. Sus nudillos están
libres de cualquier color. Se ven blancos, casi como el color de las paredes que nos rodean,
este lugar. Este lugar maravilloso.
—Interesante camiseta —murmura peligrosamente.
No puedo recordar lo que estoy usando. Algo con una cita de Harry Potter, creo. Sus ojos
atraviesan la tela de mi camisa. Su intensidad es tan potente y todo lo que quiero hacer es
esconderme.
Siempre me escondo.
¿Cómo pude haber olvidado que, además de ser una luchadora, también soy una
mentirosa? Le he mentido tantas veces. He inventado historias, le dije cosas que no eran
ciertas.
No puedo creer que fue sólo la semana pasada cuando conté la historia de mi novio
llamándome princesa de nieve.
¿Cómo pude haber olvidado eso?
—Un consejo para ti: si quieres inventar cosas, no te inspires en algo para lo que
básicamente eres un infomercial. Es fácil para la gente darse cuenta.
Con el libro en su mano, se endereza y lo tira sobre su escritorio, haciéndome
estremecer.
—Sabes mi secreto —susurro, cansada de esta farsa.
—Ese es el problema, ¿no? Que es un secreto —una vena está sobresaliendo en su sien—
. Que sufres en silencio. Que nadie sabe que estás implosionando. Ni una persona sabe por lo
que estás pasando. No tu mamá, no tu familia. ¿Por qué es eso?
—Yo no—
—¿Por qué es eso, Willow? ¿Por qué es tan difícil decirle a la gente que amas que estás
sufriendo? Que necesitas ayuda. ¿Sabes cuántas personas simplemente no dicen nada? ¿Tiense
alguna idea de cuánta gente se queda callada, nunca pide ayuda? ¿Sabes lo que les pasa?
Agarra mi codo, llevándome contra su cuerpo, haciéndome jadear por cuan duro es.
Cuan fuerte. Cómo se estiran las líneas alrededor de su boca y sus ojos.
—Ellos mueren —escupe—, ellos jodidamente mueren. Porque piensan que a nadie le
importan. Porque piensan que no importan. Que de alguna manera, es su culpa que estén
sufriendo una enfermedad, por lo que deberían acabar con esto. Pero no se supera, ¿verdad?
Porque cuando mueren, no mueren solos. Matan a las personas al dejarlas atrás.
—Yo—
—No quieres dejar a nadie atrás, ¿o sí, Willow? Pero estás lista para morir, ¿no? Estás
tan jodidamente preparada para que tus secretos te maten un día. ¿No es eso cierto?
Sacudo mi cabeza, sintiendo el pellizco de sus dedos en mi brazo—. N-no... yo...
—Crees que es tu culpa. Crees que tu mamá debería haber tenido otra hija. ¿Por qué?
Porque estás avergonzada de tu enfermedad. Te avergüenzas de quién eres —su risa es tan
áspera que reverbera dentro de mi propio cuerpo, dentro de mi propia alma—. Te avergüenzas
de que cada día tienes que luchar para seguir viva. Te avergüenzas de tener que luchar en
absoluto. Así que mientes. Mientes en cada oportunidad que tienes. A tu familia, a tus
doctores. A ti misma. Mientes porque eres una maldita luchadora. Y en lugar de estar
orgullosa de ti misma, estás jodidamente avergonzada.
Simon está borroso. Supongo que es el agua goteando de mis ojos. Es como si lo
estuviera mirando a través de la ventana lluviosa de mi habitación. La ventana donde escribo
su nombre por la noche y veo las letras fluir como ríos.
Mi garganta está atragantada y no creo que pueda respirar por mucho tiempo. No creo
que pueda ni siquiera estar de pie, me tiemblan tanto las piernas. Todo mi cuerpo está
temblando tanto.
Me suelta y se aleja de mí como si no pudiera soportar estar cerca de mí. Como, si no
pudiera soportar tocarme.
—No, Willow. No saldré contigo. No saldré con mi paciente. Y eso es lo que eres. Mi
paciente.
Mientras estoy allí de pie, siento que él quitó toda la energía de mi cuerpo y no me queda
nada. Ni siquiera una gota.
Pero de alguna forma, de algún modo, encuentro la voluntad de parpadear y aclarar mi
visión. Él está allí, alto, oscuro y clásicamente guapo, con ojos del color de mis nubes
favoritas.
Formidable e inaccesible.
Y con truenos.
No recuerdo salir de su habitación o caminar por el pasillo. No recuerdo haber salpicado
agua fría en mi cara e inclinarme sobre el lavabo. Pero estoy aquí. En el baño y ahora, estoy
mirando mi cara pálida y húmeda en el espejo.
Curiosamente, estoy muy adormecida. Estoy pensando en la rutina que tengo por
delante. Estoy pensando que podría ir a la biblioteca y ayudar a Penny con las tarjetas o podría
ver la televisión con los demás. También está la opción de ir a la sala de recreación. Tal vez
debería pedir más té de jengibre porque, de repente, siento náuseas.
Tocan la puerta del baño. Es un espacio pequeño con azulejos cuadrados retro en blanco
y negro, y casi ningún espacio para estar de pie.
—Willow, ¿estás bien?
Hunter. Conozco su voz soñolienta y gruesa.
Deben haber sido cerca de veinte minutos desde que me encerré aquí. Probablemente
necesitan anotar mi ubicación.
Cierro el grifo, me limpio la cara y abro la puerta.
—¿Estás bien?
—Sí.
Él me estudia cuidadosamente. La gente siempre está haciendo eso, ¿no es así? Siempre
me están estudiando, tratando de decidir si digo la verdad o qué.
—¿Estás segura? Porque parece que has estado llorando.
Hunter logra sonar enojado y preocupado, y me río, sorprendiéndome a mí misma. No
pensé que lo tenía en mí. No ahora mismo.
—Lo he estado, sí.
Su cejo fruncido se hace más grande—. ¿Pasó algo? ¿Quieres que les diga a los doctores?
—No.
Mis respuestas no respuestas están jugando con su paciencia; puedo ver eso—. Willow,
voy a tener que preguntarte—
—¿Si quiero hacerme daño?¿Si es un mal día?
No sé por qué dije eso, pero lo hice, y parece haberlo sorprendido y, al parecer, a mí
también.
—Bueno, ¿es así?
—Sí. Es un mal día y quiero hacerme un poco daño —lo admito sinceramente—, pero
no voy a hacer nada al respecto. Hoy no.
El DÍA DE LA CONFESIÓN
Días en el Interior = 28
Treinta minutos más tarde, bajo las escaleras para ir a desayunar y lo encuentro en el
pasillo. Nos miramos a través del espacio, sus ojos fijos en mí de una manera que ahora
entiendo.
Empiezo a caminar hacia él y él hace lo mismo. Unos cuantos pacientes revolotean a mi
lado. Un técnico que lleva un archivo me da un asentimiento. Unas cuantas enfermeras lo
saludan. Hacemos lo que estamos obligados a hacer. Sonreímos, asentimos de vuelta, todo el
tiempo gravitando uno hacia el otro.
O al menos, se siente como gravitación. Porque en este momento, no hay ningún lugar
al que prefiera ir que hacia él.
Nos detenemos uno frente al otro, un poco más lejos del comedor.
—Dr. Blackwood —asiento con la cabeza hacia él.
—Willow —él no asiente en respuesta; simplemente me mira, a mi cara y a mi camiseta.
Mis pezones se despiertan, como si él los estuviera tocando, no con los ojos sino con
las manos.
Oh Dios, sus manos.
Las mete en sus bolsillos mientras mira, y tengo que preguntar—: ¿Por qué siempre
tienes tus manos en los bolsillos?
—Para controlarme —murmura, con su voz espesa y almibarada, como sus ojos.
Mi corazón se acelera—. ¿De qué?
Levanta la vista, su mirada oscura, tan oscura como la noche anterior—. De hacer las
cosas que no deberían estar haciendo.
Trago, mi corazón en mi garganta, impidiéndome decir algo a eso. Aunque quiero decir
cosas. Muchas cosas.
—Interesante camisa —murmura.
Mis pezones se hinchan, dolorosamente. Tan jodidamente doloroso. Y también mis
pechos. Hay un cosquilleo en ellos que sólo llega cuando estoy a punto de perderme en un
orgasmo. Lástima que estoy de pie en medio de un pasillo, con el bullicio matutino de un
hospital.
—Gracias. Es, ah, Harry Potter —digo pobremente, como lo hice la primera vez que
conversé con él en el pasillo. Como si quisiera hablar de ficción y magia, en lugar de rogarle
que alivie el dolor en mis tetas.
Él sabe lo que estoy pensando. Tiene que hacerlo. Algo destella en su rostro. Algo carnal,
y tengo que cruzar los brazos detrás de mi espalda para no tocarlo. Desearía tener bolsillos
también.
—Lo sé.
Me muerdo el labio—. Dormí bien. Anoche, quiero decir. Como un bebé.
—Me alegra que los medicamentos estén haciendo su trabajo. Además, eres un bebé —
su voz está llena de frustración apenas contenida.
No soy un bebé. O una niña pequeña. O su responsabilidad. Aunque de manera extraña,
me pone muy cachonda que él piense que sí. Lo que no sabe es que éste bebé es realmente una
princesa de nieve que va a matar a sus dragones.
Decidiendo dejarlo ir, le estrecho los ojos—. Anoche fue arriesgado.
Sus fosas nasales se abren—. Es por eso que no volverá a suceder.
Bum, bum, bum.
Ese es mi corazón, imitando la tormenta de anoche.
—No debería —concuerdo con él—, hay una línea entre nosotros.
—La hay.
—Yo estoy como... defectuosa y tú como que no.
Él da un paso más cerca de mí y es muy difícil para mí simplemente pararme allí y no
dar un paso más cerca de él. Inclina su cabeza hacia mí y me vuelvo muy consciente de los
alrededores. ¿Es íntima? ¿La forma en que me está prestando toda esta atención?
Pero por mi vida, no puedo alejarme de él. No puedo soportar cortar esta conexión,
incluso si es a la luz del día y gente nos rodea por todos lados.
—Dejemos una cosa muy clara —dice en voz baja pero intensa—, hay una línea entre
nosotros, Willow. Pero no tiene nada que ver con tu supuesto defecto. ¿Comprendes? No hay
nada defectuoso en ti. ¿Soy claro?
Mis piernas tiemblan, se sacuden.
Tiemblan como si estuviera en medio de un terremoto. Como el que tuve anoche en sus
brazos. Siento una avalancha de emociones, tantas emociones mezcladas que no sé qué hacer
con ellas.
Lo único que tiene sentido para mí en este momento es el hecho de que lo amo.
Amo a este hombre.
Miro la línea esculpida de su mandíbula, queriendo besar su barba, pero sabiendo que
no puedo—. Sí.
—Bien —da un paso atrás—. Quiero que te concentres en tu tratamiento y nada más.
—¿Y tú te centrarás en tratarme?
—Ese es mi trabajo, sí.
—No quiero que lo pierdas. Si... —dejo de hablar, ya que estamos aquí y no puedo decir
lo que quiero decir.
Su rostro se vuelve inexpresivo—. ¿Por qué no me dejas a mí preocuparme por eso?
Además, no hay si. Porque como dije, no volverá a suceder.
Lo miro a los ojos, tratando de leer si él lo dice en serio. Lógicamente, racionalmente,
debería querer decirlo. Si nos atrapan, las cosas podrían terminar muy mal. Para él. No quiero
que pierda algo que le apasiona tanto.
También podría terminar mal para mí. Aunque no me preocupo tanto por mí misma. No
me importaría si me encerraran y me encadenaran, por querer algo que no debería querer.
Es impactante, esa revelación.
He odiado ser enviada aquí. Odiado. Y ahora, no me importaría vivir aquí, en cautiverio,
mientras él me quiera de vuelta.
Asintiendo, digo—: Está bien.
—Me alegra que estemos en la misma página.
Lo estamos. Sus ojos lo dicen. Pero, ¿por qué parece que la página en la que estamos no
es la página en la que se supone que estemos?
Debería ir a desayunar ahora. Veo a todos entrando a la habitación, lanzándonos
miradas. Pero no puedo hacerme mover. No cuando él me está mirando así. Como si él fuera
a estar aquí por tanto tiempo como yo lo haga.
Igual que lo que pasó anoche volverá a suceder.
—Es un buen día, ¿no crees? —murmuro.
Me mira con sospecha—. ¿Un buen día para qué?
No puedo dejar de sonreír entonces—. Póquer.
La mirada que me da es abrasadora. Lo veo apretando sus puños dentro de sus
bolsillos—. Póquer.
—Ajá —asiento con la cabeza, apretando mis propios brazos en mi espalda porque tengo
muchas ganas de revolver su cabello en este momento. O tal vez arrugar su camisa
pulcramente planchada—. Debería venir a jugar con nosotros, Dr. Blackwood.
—¿Quiénes son nosotros?
En algún momento de la noche pasada, soñé con Simon estando celoso de todos los
demás hombres con los que tengo contacto. Fue raro y exagerado. Quiero decir, él no estará
celoso de todos los hombres, ¿verdad?
Mirándolo, no puedo asegurarlo—. Ah, un montón de gente. Renn y las chicas. Tristan.
—Correcto —su boca se levanta en una sonrisa dura y torcida—. Sabes, yo tendría
cuidado sobre con quién juegas.
—¿Porque es eso?
—Podría encabronarme.
—Entonces ven a jugar con nosotros. O ya sabes, sólo observar.
Sus ojos brillan peligrosamente, y mi aliento se corta. Todavía no puedo creer que haya
estado observándome. Como una bestia vagando dentro del castillo. Mi solitario rey de hielo.
—No deberías estar tan tenso, ¿sabes? Y perfecto De hecho —digo, mi voz toda
entrecortada y mi pecho casi rebosa con todas las sensaciones—. Creo que te gustarán cuán
libres son las personas del otro lado.
—¿Qué lado es ese? —pregunta al fin, con voz suave y conciencia en sus ojos.
—El lado donde vive la locura. Y no estoy hablando del tipo inútil.
Simon me estudia con la mandíbula apretada antes de asentir y dar un paso atrás—.
Bueno, que tengas un buen día y, por tu bien, espero que no juegues póquer.
C A P Í T U L O 17
Jugué póquer.
Pero no soy muy buena en eso. Así que, como que perdí. Estoy endeudada con cerca de
doce mil dólares, que tengo que pagar cuando salga de aquí la próxima semana. Todos somos
grandes apostadores aquí en Heartstone.
Estoy en mi cama, sentada exactamente en la misma posición, dibujando formas en la
ventana. Está lloviendo de nuevo. Intenso y ruidoso, enmascarando cualquier otro sonido
excepto el sonido del cielo cayéndose.
La enfermera nocturna se asomó por la ventana y yo estaba fingiendo estar dormida.
Es medianoche y faltan exactamente 53 minutos para otra revisión horaria. Simon tiene tres
minutos de retraso.
Igual que la noche anterior, siento cuando la puerta de mi habitación se abre y él entra.
Inmediatamente, estoy de pie. Las tablas del suelo crujen, pero esta noche, estoy un poco
más tranquila. Sin embargo, no debería estarlo. Es peligroso.
—Llegas tarde —susurro mientras asimilo su forma, oscura y alta. Un poco
amenazador, pero no tanto.
Esta noche, la oscuridad no parece tan oscura. Estoy más acostumbrada. Puedo ver los
mechones desarreglados de su cabello, la mirada en sus ojos y las manchas húmedas en su
camisa mientras se acerca a mí.
—Deberías estar durmiendo ahora mismo —dice bruscamente.
—Tú también deberías estarlo.
—El insomnio puede agravar tu condición, Willow —me informa.
Casi hago puchero—. Hasta donde sé, tú también tienes problemas para dormir.
—No estamos hablando de mí. Y yo no soy el que tiene un Trastorno Depresivo grave.
De acuerdo, suficiente.
No quiero pelear cuando hay otros asuntos en juego.
—¿Por qué estás mojado? —me estiro y capturo las gotitas perdidas en su garganta con
mi dedo.
Lo siento tragar—. Casi vuelvo a mi hotel.
Deteniendo mis movimientos, lo miro—. ¿Por qué?
Su mandíbula se mueve, pero no dice nada. Supongo que esa es mi respuesta: él no
quería venir. Mi corazón aprieta mientras pregunto—: ¿Hasta dónde llegaste?
Coloca sus manos mojadas en mi cintura, haciéndome jadear por el frío—. A mitad del
camino en las puertas del hospital.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—Te estabas riendo demasiado. Con él.
Aprieto mis muslos ante su tono. Todo áspero y enojado.
Sé que no debí hacerlo. Sé que él era consciente de eso, yo jugando póquer. Estábamos
en la sala de recreación y él estaba en la puerta. Había un historial médico en sus manos y él
lo estaba mirando fijamente. Pero sabía que estaba en sintonía con cada uno de mis
movimientos. Es una cosa que hace, donde me observa sin ser obvio, sin siquiera mirarme
directamente.
Es desconcertante y jodidamente excitante. Es como si todo lo que hago, sea como sea
que me mueva, él lo nota todo. Es embriagador estar demasiado en el centro de la atención de
alguien. Se mete con todo mi control. Mi racionalidad. Me vuelve loca.
Me hace caer ante él con los brazos abiertos y en un vestido blanco.
Mis manos se deslizan sobre sus hombros y siento sus músculos anudados debajo de
mis palmas—. No estoy interesada en él.
Estoy interesada en ti.
Me acerca más hasta que estoy al ras con su cuerpo húmedo—. Bien. No es el hombre
para ti.
Acuno su mandíbula dura, limpiando las gotas, sintiendo la textura de su barba—. ¿Tú
eres el hombre para mí entonces?
—No.
Me llevaría una eternidad convencerlo de que sí, es el hombre para mí. Es el único para
mí. Pero sólo tengo siete días para encajar en una eternidad digna de cortejar.
Y esta noche es la noche.
Voy a darle algo. Un regalo. Mi confianza en forma de mi cuerpo. Mi virginidad.
Sí, soy consciente de que puede ser una tontería tener sexo y luego esperar mágicamente
que se enamore de mí.
Pero la cosa es que esto es todo lo que tengo. Mi cuerpo, mi deseo, mi lujuria. Esta es la
parte más pura de mí. Mi necesidad de él no está contaminada, es lo único que tengo, y se lo
daré. Le daré mi confianza.
Si es estúpido, que así sea.
Veo la humedad goteando a lo largo de la línea de sus mejillas esculpidas—. ¿Qué piensa
la enfermera esta noche? ¿Sobre dónde estás?
—Armario de suministros. Cree que soy el mejor doctor con el que ha trabajado porque
la estoy ayudando con el inventario. Incluso mejor que mi padre —se mofa—. Pero no soy
mejor, ¿verdad? Sólo estoy fingiendo que la ayudo, así puedo venir a verte. Soy como él.
Es importante para él. Ser mejor que su papá. Se nota en cada parte de su enorme
cuerpo. Recuerdo de nuestra primera reunión, cuando hablamos de su papá y se calló.
Me pregunto por qué. ¿Por qué hay tanta rivalidad entre ellos?
Pero no puedo preguntarle, ¿verdad? No puedo hacer todas estas preguntas que queman
dentro de mí porque sé de primera mano lo que se siente ser cuestionada.
Pero puedo mostrarle. Puedo mostrarle que no tengo miedo de lo que sea que lo esté
acechando.
Me encuentro con sus ojos—. Creo que eres exactamente quién se supone que seas y
estás dónde se supone que debes estar.
Mío y conmigo.
Un día se lo diré en voz alta. Un día no tendremos que encontrarnos en la oscuridad
como si fuéramos ladrones. Como que lo que tenemos es algo de lo que avergonzarse.
Simon se cierne sobre mí, las gotas de agua cayendo sobre mis mejillas, y yo me arqueo
contra él—. ¿Sí?
Me pongo de puntillas, le doy un suave beso en los labios, y susurro—. Sí, porque quiero
que hagas algo por mí.
Presiona un beso fuerte en mi boca, como si no pudiera resistirse a probarme—. ¿Qué?
Yo tampoco puedo resistirme. Así que le doy un suave beso en su obstinada barbilla y
lamo su barba incipiente. La textura áspera en mi lengua es tan jodidamente sexy que me
distraigo y sigo besándolo y lamiéndolo, como un cachorro ansioso.
Gimiendo, él presiona nuestras partes inferiores juntas y siento la dureza de su
excitación contra mi estómago—. ¿Qué quieres que haga, Willow?
Muevo mi barriga contra su verga, esperando que encuentre su hogar esta noche, dentro
de mí—. Ayúdame a subir primero.
Sin darle tiempo para pensar, empujo sobre sus hombros para mantener el equilibrio
mientras me levanto y envuelvo mis piernas alrededor de su cintura. Sus brazos caen sobre
mi culo y me da un impulso, y así de fácil, estoy envuelta en él. Apretada y sin esfuerzo.
Sin embargo, Simon está frunciendo el ceño. Su cuerpo está tenso, y yo aprieto mis
muslos alrededor de él, sonriendo. Su ceño fruncido aumenta de intensidad cuando me ve
sonreír.
Beso su nariz, haciéndole deslizar sus manos dentro de mis shorts de pijama y masajear
la carne de mi culo desnudo—. Okay, así que no te enojes, ¿sí?
La forma en que me está mirando, alerta y casi aprensivo me hace pensar que ya sabe
lo que le voy a pedir, y que se va a enojar, pase lo que pase.
Con mis manos alrededor de su cuello, me elevo un poco más, subiendo sobre su cuerpo,
así lo miro hacia abajo para variar—. Quiero que tomes mi virginidad.
Sus fosas nasales se ensanchan; incluso mirándome hacia arriba, con el cuello en
ángulo, no parece menos intimidante—. ¿Disculpa?
Me muerdo el labio—. Por favor. Será como un gran favor.
—El favor siendo quitarte la virginidad.
Su tono seco y duro hace que chispas lleguen a mi centro. ¿Por qué me atrae tanto su
voz de mando? Su autoridad. El hecho de que sea mucho mayor que yo y mucho más
experimentado.
Lo miro a través de mis pestañas—. Sí.
—¿Cómo es eso un favor?
Simon está mirando mi boca como si necesitara ver las palabras que salen de ella. Sé
que la razón que voy a darle es indignante, pero es su culpa. No aceptará el regalo que le
ofrezco. Así que voy a engañarlo.
—Porque si no lo haces, entonces alguien más la tomará.
—¿Qué carajos?
Es como si yo estuviera abrazando una roca. Una roca dura, implacable, pero que
respira.
—Antes de venir aquí, tenía este plan. Quería, eh, no ser virgen cuando fuera a la
universidad. Así que, iba a dársela a alguien.
Esto es cierto. Iba a salir con mi prima e iba a encontrar a alguien con quien acostarme.
En realidad, mi prima iba a hacerme salir con ella, para que me encontrara un chico. Dije que
sí para satisfacerla. Pero sé que, si se tratara de eso, habría inventado una excusa.
No es como si no quisiera tener sexo, pero no quería tener sexo así.
—¿Qué es esto? ¿Una puta camiseta que le ibas a dar a alguien? —gruñe enojado,
presionando mi parte inferior contra su estómago.
Me estremezco ante su tono, pero estoy decidida a ver a través de esta fachada—. ¡Oye!
Quería experimentar la vida, ¿okay? He estado demasiado avergonzada de mí misma y de todo
lo que está mal en mí como para nunca haber salido realmente. Sólo tuve un novio que resultó
ser una mierda. Así que a mi prima se le ocurrió un plan. Iba a conseguirme una
identificación falsa y me iba a llevar a un bar. Y ella iba a encontrarme un chico.
De nuevo, la verdad. Pero él no necesita saber que yo estaba completamente en contra
del plan de la identificación falsa. No soy una idiota. Sé lo peligroso que puede ser, salir así.
—No —casi me deja sin aliento con su agarre.
—Eso es todo lo que siempre dices —espeto, y luego trato de imitar su voz baja y
gruñona—. No.
Probablemente suene malcriada ahora mismo. Malcriada y cachonda. Pero es justo lo
que él me hace. Es tan testarudo, bueno y noble, y Dios, sólo quiero que me folle.
¿Por qué no me folla?
Simon me da otro apretón para hacerme saber que no está contento conmigo—. En
primer lugar, tu prima es una puta estúpida ¿Sabes lo peligroso que es salir con hombres al
azar? No tienes idea de quiénes son. Con quién han estado. Si son seguros o higiénicos. Así es
como terminas en una zanja en una bolsa para cadáveres. O con una ETS —como la noche
anterior, me agarra de la nuca y me acerca a su rostro—. Y segundo, no le vas a dar nada a
nadie. ¿De acuerdo?
Respiro por la nariz y lo miro a los ojos. Por supuesto, sé eso. Y no quiero darle nada a
nadie de todos modos.
—Entonces, ¿Por qué no la tomas?
Con la mandíbula apretada, responde—. Te lo dije, Willow. Mientras estés bajo mi
vigilancia, vas a seguir siendo virgen.
—Pero no voy a estar bajo tu vigilancia por mucho más tiempo.
Su agarre se tensa, como si no se le hubiera ocurrido que me voy en siete días. Mi
encarcelamiento ha terminado. Soy libre. O lo seré.
Pero no quiero ser libre.
No quiero ir al Exterior. No quiero mi vida de vuelta.
Lo quiero a él.
Si estar con él significa vivir en este hospital soso, blanco, con olor a moho, con una
regla de no-tocar, y una regla de no-salir-al-exterior, estoy bien. Puedo soportarlo. Puedo
dormir en esta cama individual abultada, hablar a través de las paredes, leer los mismos
libros una y otra vez. Puedo despertar asustada por los lloriqueos, pesadillas y sonidos de
desintoxicaciones. Puedo soportar la humillación de abrir mi boca, mostrándoles si
realmente me he tragado los medicamentos o si estoy fingiendo.
Tomaré todas las pastillas que me den. Náuseas, insomnio, sudores nocturnos y
escalofríos, lo tomaré todo mientras pueda estar con él.
—Por favor, Simon —ruego, rozando nuestros labios—. Si no lo haces tú, alguien más
lo hará. Y dolerá.
Cierra los ojos y respira profundamente.
Le doy besos suaves en la mandíbula, su rostro y párpados—. Por favor. Él hará que
duela y yo no quiero que duela, Simon.
—Willow.
Mi nombre en sus labios es un gruñido. Un gruñido torturado y sólo quiero tragarlo.
Quiero tragarlo a él.
—Por favor, no digas que no. Por favor, Simon. ¿Y si no tiene cuidado conmigo? Te dije
que mi coño está muy apretado. Es muy pequeño —estoy en su cuello ahora mismo, bebiendo
las gotas de lluvia que resbalan, lamiendo su piel salada.
Agarra mi cabello en su puño y me aleja de él—. Willow, ahora es el momento de cerrar
la puta boca, ¿de acuerdo?
Aunque no tengo acceso a su piel con mis labios, me balanceo contra su pelvis, todo el
tiempo odiando el hecho de que estemos usando ropa. Si no lo estuviéramos, se lo mostraría,
le haría sentir lo mojada que estoy. Cómo casi estoy chorreando por él.
—Lo está —insisto, ignorando su orden de callarme—. Te lo juro. No estoy mintiendo.
Puedes poner tu dedo dentro de mí y verlo por ti mismo. Es diminuto.
—Te lo advierto, Willow.
En cualquier otra situación, sus gruñidos probablemente me asustarían. Pero no ahora
mismo. Nada me asusta. Y menos él. No tengo ningún espacio en mi mente, corazón, ni cuerpo
para el miedo. Es todo deseo y urgencia.
Soy toda necesidad de él. Soy toda yo. Ni una sola gota de mi enfermedad.
Deslizo mis dedos dentro del cuello abierto y toco su cálida y suave piel—. Sé que tendrás
cuidado con él. Sé que cuidarás de mí. Por favor.
Siento su pecho vibrar, y él aprieta su agarre sobre mi cabello—. ¿Has estado pensando
en ello todo el día? ¿Cómo manipularme para que te folle?
—Sí —digo la verdad.
Mi respuesta le hace ampliar su postura como si no fuera a ceder, sin importar cuánto
lo empuje—. No te follaré. No quieres ser follada.
Desabrocho el botón superior de su camisa y deslizo mi mano aún más bajo. Pero él me
detiene. Pone su palma sobre la mía y no me deja ir a ninguna parte. Miro a sus ojos, duros,
oscuros y nadando con lujuria.
Mi corazón se aprieta en mi pecho. Y de nuevo, quiero preguntarle. Quiero preguntarle
sobre las cosas que ha estado ocultando. Sobre por qué no se deja llevar por mí.
Él es tan magnífico. ¿Por qué no puede ver eso?
—Me haces feliz, Simon. Nadie me había hecho feliz antes —le digo, irónicamente con
lágrimas en mis ojos.
Por él. Por mí misma. Por todas las cosas que no me está contando.
Es la verdad.
Simon Blackwood me hace feliz. Me hace entrar en calor. Me hace querer luchar por él.
Su cara está latiendo con algo y antes de que pueda darle sentido a todo, azota su boca
sobre la mía y besa todas mis palabras.
Este beso es un alivio. Su lengua. Su sabor. Su olor. Los tragos y succiones de su boca.
No sé cuál es su intención, pero no lo dejaré ir. Enrollo mis brazos alrededor de él y engancho
las piernas en la parte baja de su espalda.
No voy a dejar que me rechace por más tiempo. No puedo hacerlo. Quiero que ceda.
De repente, su boca no está sobre mí y estoy gimiendo de frustración—. Simon...
—Escúchame, Willow —me agarra el rostro y demanda mi atención—. Escúchame
atentamente, sólo será una vez. Sólo una vez. Sólo esta noche. Y será porque tú lo quieres.
Tú. Tú quieres que haga esto.
Quiero decir algo más, pero él no me deja—. Y, Willow, no vas a pelear conmigo por esto.
Porque juro por Dios que estoy así de cerca de perder el control y no quieres verme perderlo.
Así que, no harás esto difícil. ¿Tengo tu palabra?
Mi corazón está acelerándose. Acelerándose, acelerándose, acelerándose. Está volando.
Mis ojos están ensanchados y no puedo respirar. ¿De verdad dijo lo que creo que dijo?
—¿Tú de... —chupo mis labios y suelto mis pensamientos— ¿De verdad dijiste lo que
creo que dijiste?
Sacude la cabeza una vez como si estuviera exasperado, y murmura para sí mismo—.
Ya me estoy arrepintiendo de esto —luego hacia mí—. Willow, ¿tengo tu palabra o no? Sólo
esta vez. Entonces no más póquer o cualquier plan que se te ocurra.
Estoy tan aliviada y tan jodidamente feliz que no puedo ni siquiera ofenderme por su
tono.
Asiento—. Tienes mi palabra.
No.
Sus ojos brillan con algo. Todo su deseo. Todo desencadenado, saturado y oscuro. Hace
que mi pulso se acelere y mis poros suden. Es como si el aire de repente se volviera sucio y
húmedo. Pesado e hinchado como yo. Lleno hasta el borde de gotas de lujuria.
Luego él se mueve.
Hemos estado parados en medio de la habitación todo este tiempo y cuando se despega
de su lugar, las tablas del suelo crujen, y los truenos crepitan. Sólo da un par de pasos antes
de llegar a mi cama y tratar de bajarme sobre ella.
No se lo permito—. No podemos. La cama, rechina.
Puedo verlo literalmente temblando. Sus dientes apretados tan fuerte que sé que debe
estar sufriendo—. Dime que esto es una broma.
—No —sacudo la cabeza—. No es broma.
Suelta una risa corta. Aunque carece de humor—. ¿Dónde propones que hagamos esto?
Hago girar mi dedo en su cabello húmedo—. Contra la pared.
Su ceño fruncido es el más grande hasta ahora—. Quieres que te quite la virginidad
contra la pared.
—Sí —apunto a la pared que quiero—. Ésa. Está junto a la puerta, así no está en la línea
de visión directa desde la ventanita de mi puerta.
Otra vez una explosión de risa, enojado, incrédulo—. Has pensado en todo, ¿no?
Asiento con la cabeza—. Sí.
—Pero olvidaste algo.
—¿Qu-qué?
—Olvidaste lo grande que soy —dice con los dientes apretados—. Soy jodidamente
grande y tú eres pequeña, ¿no, Willow? Tan jodidamente pequeña y apretada que te preocupaba
que alguien te hiciera daño. ¿Sabes lo que pasa cuando un hombre te folla de pie? ¿Sabes lo
que pasará si lo hago?
Tragando, sacudo la cabeza, me retuerzo en su regazo. Toda esta charla de grande y
pequeña se está metiendo con mi lujuria, haciendo que suba varios grados.
—Tendré que abrirme camino. Tendré que meter mi verga dentro de tu coño, y cada vez
que me retire, la gravedad te hará caer. ¿Sabes dónde me sentirás, Willow? —él no espera mi
respuesta, todo grande, melancólico e inalterable—. En tu puto estómago. Me sentirás en tu
suave estómago. Estaré tan dentro de ti que nunca me sacarás. ¿Quieres eso, Willow? ¿Quieres
sentir eso? Porque ni siquiera yo puedo salvarte de ese dolor.
Debería estar nerviosa, lo sé. No está pintando un cuadro muy bonito. No quiero sentir
nada en mi estómago.
Pero si es él, no me importa.
Excepto...
—¿Has hecho esto antes? —pregunto contrariada.
Algo en eso hace que sus labios se contraigan—. No con una virgen, no.
La forma en que dice la palabra con V, como si fuera una maldición, me hace querer
golpearlo en la cabeza. ¿Qué cree que son las vírgenes? ¿Una especie diferente, de otro planeta?
¿Nacida y criada en cautiverio?
Me meneo sobre él, accidentalmente frotando su verga sobre mi coño. O tal vez no tan
accidentalmente. Tal vez lo hice a propósito porque estoy muy caliente.
—Te lo pedí, ¿no? Puedo manejarlo —me cierno sobre sus labios y susurro—. Tú en mi
estómago. Seré tan buena como cualquier otra mujer con la que hayas follado.
Permanece en silencio durante un rato antes de que finalmente, finalmente, empuja
contra mí.
—No lo serás.
C A P Í T U L O 18
Mi corazón se rompe un poco ante su declaración.
Ante su seguridad.
Pero no puedo expresarlo porque él cambia de dirección y va hacia la pared. La pared
que le señalé.
Mi espalda golpea el ladrillo justo cuando murmura, bajándome al suelo—. Serás mejor
y ese es todo el puto problema.
Al principio, no puedo creer que haya dicho eso, pero luego no puedo evitarlo; sonrío.
Sin embargo, gruñe—. Deja de hacer las cosas difíciles, Willow. O me iré ahora mismo.
Sacudo la cabeza—. Lo siento.
Luego se arrodilla, quitándome mi pijama y bragas. Es tan repentino que no tengo
tiempo para prepararme ni para hacer nada más que jadear.
—Simon, yo no...
Mi discurso se interrumpe cuando levanta la mirada—. Tú lo pediste, ¿no? —ante mi
pequeño asentimiento, traga—. Así que, lo estoy haciendo. Pero eso es todo. De ahora en
adelante, es mi espectáculo. Harás lo que yo diga. Porque si tengo un pequeño indicio de que
esto te está lastimando de alguna manera, voy a parar.
Agarro su cabello en mi puño—. No, está bien. No diré nada.
—Bien.
Me muerdo el labio y mi estómago se aprieta al verlo de rodillas. La parte superior de
su oscura y desordenada cabellera llega a mis pechos. Pero su cara está inclinada; está
mirando mi coño y encorvo los dedos de los pies ante su intensa mirada.
Simon empuja mi camiseta hacia arriba, arrastrándola por mi estómago tembloroso
con sus palmas abiertas. Su tacto es tan posesivo, tan áspero y muy tierno al mismo tiempo,
respiro muy lentamente, muy cuidadosamente para absorberlo todo.
—La primera vez que te vi, estabas de rodillas, recogiendo las páginas de tu libro —
susurra, con los ojos en sus propias manos mientras las ve tirar de mi camisón hacia arriba.
Lo recuerdo. Lo recuerdo muy bien. Odiaba la idea de él. Otro doctor imbécil. Otro hombre
con complejo de Dios que se metería con mi vida.
Sí se metió en mi vida. Todavía lo está. Pero de una manera muy buena. Una muy, muy
buena manera.
—No podía verte de esa manera. No tengo ni idea de por qué. Ni siquiera sabía tu nombre.
Ni siquiera había visto tu cara. Yo sólo... —observa mi estómago mientras lentamente sale a
la vista—, simplemente lo supe. Que no pertenecías allí. De rodillas.
Presiono mis labios, tratando de mantener mis lágrimas a raya. Pero son lágrimas de
felicidad. Mucha felicidad.
Un anhelo tan fuerte se apodera de mí. Es casi como el pánico. ¿Y si esto no funciona?
¿Y si él nunca puede perder sus demonios? ¿Y si después de siete días todo esto termina?
No puedo creer que me esté asustando así. Cuando estoy medio desnuda delante de él y
está a punto de hacerme cosas. Cosas deliciosas.
Pero entonces Simon presiona un suave beso en mi estómago tembloroso y todos mis
pensamientos negativos se desvanecen. Él chupa la carne, mordisqueando con sus dientes y
me hace gemir.
Deja el lugar y mira hacia arriba, al fin, sus manos bajo mis pechos hinchados. Sus
respiraciones son salvajes, y cada centímetro de su expresión ha sido bañada por la lujuria—
. Realmente eres una princesa de nieve.
Sus pulgares acarician la parte inferior de mis tetas y mis caderas se alejan de la pared,
tratando de acercarse a él, a su tacto. Me duelen los pezones, atravesando la camisa.
—Ahora mismo, no me siento como una princesa de nieve —admito temblorosamente.
—¿Sí? ¿Cómo te sientes?
—Toda caliente y ardiendo.
Con una sonrisa sesgada, empuja mi camiseta aún más arriba, exponiendo mis pechos
a la noche. Mi espalda se arquea y mis manos encuentran su cuello, agarrándose.
—¿Dónde? —pregunta—. ¿Dónde estás caliente, Willow?
—Mi-mis pechos.
Los cubre—mis pesados, calientes y doloridos pechos—con sus manos—. ¿Eso lo hace
sentir mejor?
Por mucho que me guste su toque, está empeorando las cosas. Me está poniendo aún
más caliente—. No.
Simon amasa la carne, antes de rodar mis turgentes pezones entre sus dedos—. ¿Qué
tal esto?
Trago, arañando su cuello. Menos mal que no tengo las uñas afiladas ahora mismo o le
sacaría sangre con lo fuerte que lo estoy sujetando—. Más. Por favor, más.
Su soplo de aire cálido es de una risa entre dientes y vuelvo a arquear las caderas. Quiero
algo. Lo quiero a él. Mi canal late con mucha necesidad. Es como una fiebre.
—Tal vez debería hacer esto —soltando mis pezones, aprieta mis montículos, los
masajea, me hace sisear y rechinar los dientes. Es como si él estuviera tocando todos mis
puntos de placer a la vez y es tan bueno que ni siquiera puedo soportarlo. Mi cuerpo está en
cortocircuito.
Luego presiona junta mi dolorida carne, formando un valle.
—¿No es eso lo que haces, Willow? ¿En tu cama? ¿Cuándo piensas en mí? ¿Presionas tus
tetas así e imaginas que las follo?
Une mis pechos, sólo para separarlos. Una y otra vez. Lenta y metódicamente. Cada
empujón y tirón envía chispas a mi núcleo. Hay una pesadez que está creciendo dentro de mi
estómago.
Inclino mi rostro hacia el techo—. Sí.
Entonces siento algo que me hace gemir y me roba el aliento al mismo tiempo. Bajo la
mirada y encuentro a Simon en mis pechos. Su boca está arrugada y aferrada en la parte
inferior. Está chupando la piel como chuparía un pezón y lloriqueo su nombre.
Él levanta la vista, sonriendo, todo el tiempo haciendo de mi pecho una comida.
—Sabe cómo tu boca. Agrio y dulce —gruñe cuando termina.
Pero resulta que no ha terminado, porque desliza la parte plana de su lengua contra mi
pezón.
Lamida, lamida, lamida. Succión.
Dios, me está chupando el pezón tan bien.
—Simon...
Siento su camisa contra mi estómago desnudo, mis muslos desnudos. Quiero molerme
contra la tela, para que sepa lo húmeda que estoy para él. Tan húmeda y cremosa.
Poco a poco, Simon baja, presionando suaves besos en el centro de mi pecho y mi vientre.
Todo mi cuerpo se aprieta cuando llega a la cima de mi centro. Me agarra los muslos
con sus manos y me obliga a mantenerlos abiertos, como si supiera que trataré de cerrarlos.
Sin embargo, no lo haría, estoy temblando de energía nerviosa. Y no puedo negar que
estoy un poco asustada con él tan cerca de mi parte inferior.
Ningún hombre ha estado tan cerca.
—Simon, por favor. Yo creo... yo—
Está mirando mi coño, desnudo, sin afeitar, y pregunta—: ¿Quieres que me detenga?
—No.
—Entonces cállate.
Las palabras son un alivio más que una orden. Como si él no quisiera que yo dijera que
no. A pesar de mi nerviosismo, el calor se acumula en mi pecho.
Simon olfatea la cima de mi coño, oliendo mis rizos húmedos, y ahora tengo que cerrar
los ojos. No puedo... no puedo mirar. Es demasiado erótico. Demasiado expuesto.
Aunque puedo sentir, y definitivamente puedo oír.
Su pecho tiembla con un gruñido. Está maldiciendo. Es como un canto mientras frota
su nariz, sus labios separados en mi piel. Ni siquiera ha llegado a la parte principal todavía y
ya estoy al borde de caer.
Mis muslos están húmedos con sudor y mi crema. Mi coño no deja de gotear. Estoy
produciendo más y más de eso y lo habría empujado si fuera capaz.
No lo soy.
No soy capaz de alejarlo para nada. Todo lo que puedo hacer es acercarlo. Pongo mi mano
en su hombro, agarro su camisa con mi puño y lo acerco aún más.
—Ya estás rompiendo tu palabra, Willow —gruñe.
Abro los ojos y el techo oscuro llega a mi vista. De alguna manera, bajo la cabeza y lo
miro.
¿Qué quiere decir? ¿Mi palabra de no hacer las cosas difíciles? ¿Cómo la rompí?
—¿Cómo? —le pregunto a su cabeza—. ¿Qué hice?
—No tienes que hacer nada —murmura.
Mi corazón está en mi estómago. En realidad, mi corazón está donde él me está mirando
y se salta un puto latido cuando siento su aliento, caliente. Justo en el centro de mi núcleo.
Salto tanto que tiene que ponerme un brazo en la parte inferior del estómago para
mantenerme en el lugar. Con su otra mano, abre mi coño. Siento sus dedos separando mis
labios en forma de V y habría dicho algo al respecto porque, francamente, eso es tan extraño,
nuevo y sucio, si él no hubiera lamido mi carne expuesta.
—Oh...
Lo hace una y otra vez, hasta que está arremolinando su lengua en mi entrada. Chupa
mi clítoris, succionándolo y casi desprendo su brazo por mis movimientos espasmódicos.
Gemidos amenazan con salir de mi garganta, pero sé que no puedo. Sé que no puedo
hacer ruido. En su lugar, mis pesadas respiraciones resuenan por toda la habitación, junto
con sus bajos gruñidos.
Así que empujo el tejido de mi camisón dentro de mi boca y lo muerdo, tratando de
domar mis sonidos salvajes, contra las descargas eléctricas que me está entregando con su
lengua.
Simon no se da cuenta de nada de esto. No se da cuenta de cómo intento contenerme.
Está ocupado comiéndome. Haciéndome enloquecer de deseo y hambre.
Estoy de puntillas, con las pantorrillas y los muslos completamente apretados, cuando
quita sus brazos de mi estómago y me levanta con sus palmas por debajo de mi culo. Su boca
se entierra en mi coño y agarro la parte trasera de su cabeza, mordiendo con más fuerza la
tela de mi camisón.
Su lengua es caliente y viciosa mientras golpea contra mi clítoris y mi pequeño y
apretado agujero. Con cada respiración gruñe, enviando bocanadas de aire caliente a mi canal,
haciéndolo apretarse.
El día que me besó, sentí como si estuviera succionando mi enfermedad a través de mi
boca. Esta noche, se siente como si lo estuviera haciendo a través de mi agujero. Está
mejorándome al comerse mi coño.
Luego su lengua entra dentro de mí y me deshago.
Me vengo como nunca antes. He abandonado completamente el suelo, arqueándome
contra su boca trabajando y chupando mientras yo lo empujo hacia mí. Mi rostro está elevado,
y mis pechos desatendidos están palpitando como mi coño en el clímax.
Quiero gritar. Quiero vociferar. Pero mi detonación tiene que ser silenciosa porque no
podemos ser atrapados.
En medio de mi mundo siendo volteado, Simon suelta mi carne tierna e hinchada, y se
pone de pie.
No tengo tiempo para recuperar el aliento o dejar de temblar cuando soy levantada de
nuevo, mi columna vertebral se desliza hacia arriba en la pared, y Simon respira sobre mi
boca, oliendo a lluvia.
Oliendo a mí.
—Lo siento —susurra intensamente, y luego siento como si alguien me hubiera
apuñalado con un cuchillo, y dejo de respirar.
Creo que me he muerto.
Y no estoy contenta con ello. Para nada
No quería morir esta noche. Ni siquiera estaba pensando en ello. Sólo estaba pensando
en él. Sobre el hecho de que finalmente lo sentiré. Que finalmente me he entregado a un
hombre para el que nací. Sin importar que pase en una sala de psiquiatría y él es mi doctor.
No importa que nos puedan atrapar y hasta ahora, hemos tenido mucha suerte.
No importa todo eso.
Pero ahora estoy muerta y no puedo respirar; hay mucho dolor.
O tal vez todo está en mi cabeza.
Porque lo siento. Lo siento dentro de mí. Siento la llenura. Lo siento dentro de mi
estómago, y lo siento sobre mi boca.
Estoy viva. Puedo sentir cosas.
Su boca está enganchada en la mía en un beso. Me está besando. Caliente, despacio. Su
sabor está en mi lengua, mezclado con mis jugos. Cóctel de lluvia, lima y almizcle. Tengo que
admitir que me gusta mucho más este cóctel que el de Prozac y litio.
Simon se separa de mi boca y veo que sus labios y su mandíbula brillan—. ¿Estás bien?
Trago, pensando, esperando lucir igual, toda mojada y brillante—. S-sí.
—Esta era la única manera. Como arrancar una tirita.
Estoy jadeando, ardor entrelazado en cada una de mis respiraciones—. O-okay.
Cierra los ojos por un segundo y a través de la niebla del dolor, veo sus rasgos tensos.
El sudor rodando por su frente, sus pómulos afilados. Los tendones tensos de su cuello. Lo
siento latir dentro de mí. Tal vez su corazón también cayó, como el mío cuando entró en mí
y ahora está latiendo donde estamos unidos.
Le quito el sudor de la frente y abre los ojos. Hay una guerra ahí dentro. Guerra entre
la lujuria y la moderación.
—Lo siento —susurro.
—¿Qué?
—A ti. En mi estómago.
Salta ligeramente ante mis palabras y yo también. El dolor se intensifica durante un
rato antes de adormecerse.
—¿Duele mucho?
—Un po-poco.
Aprieta sus dientes. Con rabia. Con remordimientos.
Y luego, arregla el dolor. Toca mi clítoris con su pulgar, juega con él, exprimiendo mi
coño.
Gimiendo, le pregunto—. ¿Estoy apretada?
—Sí.
Su pulgar me está inquietando—. ¿Más apretada que todas las otras mujeres que has
tenido?
Ante esto, ira aparece en sus rasgos. Su cuerpo tiembla y amplía su postura, todo el
tiempo tratando de mantenerse quieto dentro de mí, todo el tiempo haciendo mi canal
cremoso para él. Tengo la sensación de que quiere moverse, sólo para poder castigarme por
esta pregunta.
Pero obviamente, no lo hará.
Es él.
Una gota de sudor rueda por su mejilla—. No vamos a hablar de esto.
La limpio, corriendo mis dedos en su cuero cabelludo, haciéndolo gemir de placer.
Entonces, empiezo a desabrocharle la camisa y me lanza una mirada oscura, su mano sobre
mi clítoris se queda quieta.
—¿Por qué no? —pregunto.
—Porque es irrelevante.
Estoy en su cuarto botón cuando levanto la vista, moviéndome ligeramente sobre su
verga, haciéndolo sisear—. ¿Entonces por qué estuviste con ellas en primer lugar?
Gruñe cuando cubro su pecho con mis palmas. Dios, está sudoroso y caliente y sus
músculos se abultan bajo mi toque. Es como si yo los controlara. Su corazón está en auge, y
puedo sentirlo. Es como si yo también lo controlara.
—Biología —me corta mientras trazo mis dedos de arriba abajo, tratando de
memorizarlo.
Hundo mis manos en el vello oscuro de su pecho—. ¿Esto no es biología?
—Esto es una puta locura.
Esta vez definitivamente siento los temblores rugiendo a través de su cuerpo. Su
moderación me está excitando.
Al carajo con el dolor. Al carajo con todo. Quiero que se mueva.
Lo miro a través de mis pestañas, sintiendo todo tipo de imprudencia—. ¿Estoy tan
apretada que quieres moverte?
Su verga vuelve a latir y la sensación de saciedad aumenta.
—Sí.
—Entonces muévete —me balanceo contra él y gime.
—Detente. Te vas a lastimar —sus brazos casi vibran con su control y agarra mi culo
con fuerza, tratando de mantenerme quieta.
—No lo haré. Lo mejoraste cuando estabas jugando con mi clítoris —sacudo mi cabeza,
meciéndome contra él otra vez—. Quiero que te muevas, Simon.
Deja caer su frente sobre la mía—. Estoy tratando de darte tiempo para que te ajustes
a mi tamaño.
—Estoy totalmente ajustada.
Se ríe entre dientes ligeramente y siento su estómago apretarse. Estoy a punto de decir
algo más para convencerlo cuando escucho los ruidos.
Y risas.
Me congelo y él también.
Los sonidos se acercan. Pisadas y una conversación silenciosa.
Presiono mi palma sobre su corazón mientras mi respiración se acelera. Alguien está
caminando por el pasillo. Alguien está caminando hacia nosotros, hacia mi habitación.
Simon me mira fijamente a los ojos, sus brazos se atrapados bajo mi trasero, evitando
que mi cuerpo tembloroso se caiga. Pero su respiración no es errática y entrecortada como
la mía. Está tranquilo. No lo comprendo.
¿Cómo puede estar tranquilo?
Lo agarro más fuerte, envolviendo mi brazo alrededor de su cuello y agarro el cuello de
su camisa medio abierta.
¿Qué si se asoman a mi habitación por la ventana de la puerta y nos atrapan juntos? Sé
que no estamos en su línea de visión directa; por eso elegí esta pared, pero, aun así.
¿Y si me alejan de él? Voy a tirar este lugar a putos gritos. Voy a arañar y rasguñar a
cualquiera que se atreva a alejarme de él.
No ahora. No cuando lo he sentido dentro de mí. Cuando todavía está latiendo y mi
inquietud sigue ahí. Todavía quiero que se mueva. Yo todavía quiero moverme.
Mis ojos se llenan de agua, cuanto más se acercan a mi habitación. Muerdo mi labio y
lo miro fijamente, todo quieto y en silencio, asustado y caliente.
Pero luego se mueve, haciéndome estremecer.
Ensancho mis ojos ante él. Su cara es implacable y dura mientras se mueve de nuevo,
encendiendo aún más mi lujuria.
—No, Simon —protesto en el más mínimo susurro, sacudiendo mi cabeza.
—¿Por qué no? —dice, comenzando lentamente un ritmo, manteniéndome encerrada
entre la pared y él—. Dijiste que te habías ajustado.
—P-por favor —cierro fuerte mis ojos—. No podemos hacer ruido.
Cambia de peso en sus pies y oigo un crujido. Es tan fuerte como una sirena y mi
corazón está en mi garganta. Estoy aterrorizada. Pero ni siquiera mi miedo puede ocultar el
placer. Se está extendiendo lentamente a través de mis extremidades mientras él bombea
hacia adentro y hacia afuera perezosamente.
—Tal vez deberíamos —besa el lado de mi boca—, tal vez deberíamos llamarlos, ¿sí?
Pondrán fin a esta locura.
—No. Por favor.
Mi cara está enterrada en su cuello mientras me balanceo contra él. No puedo evitarlo.
A pesar de que se están acercando cada vez más y mi corazón late como si se fuera a
rendir en cualquier momento, no puedo detener esto. No puedo detener la piel de gallina, la
llenura. La fricción.
Dios, cuando se desliza fuera y vuelve a entrar, veo estrellas. Siento la chispa.
Nunca me había sentido así antes. Todo se intensifica. Mi sentido del olfato. Mis oídos.
Mi sentido del tacto, mi gusto. Su piel sabe salada con sudor y probablemente lujuria y no
puedo evitar lamer el lado de su cuello, su vena tensa.
Él hace lo mismo. Lame mi garganta, huele la piel justo debajo de mi oreja, mientras
sigue golpeándome con su verga, moliéndose contra mi clítoris.
Estoy enterrando todos mis gemidos en su carne, y es bueno porque en ese momento
oímos la risa más fuerte.
Están aquí. Han venido. ¿Por qué más estarían caminando por el pasillo si no fuera para
entrar en mi habitación? La mía es la última en este piso, ubicado en una esquina.
Una lágrima cae por mi mejilla y lo abrazo con todo lo que soy.
Extrañamente, él me abraza de regreso.
Me hace llorar aún más. Me hace moverme contra él aún más. Él hace lo mismo. Sus
golpes son más rápidos que antes. Como si quisiera saciarse de mí, usarme antes de que me
lleven. Mi placer se dispara por las nubes y también mi necesidad de gemir, de hacer ruido.
Dios, por favor. Por favor, no dejes que esto sea el final.
Chupo su cuello, bebo su sabor. A pesar de que mis ojos están cerrados—no puedo ver—
mis oídos están en alerta y mi coño está liberando su jugo sobre su verga.
En cualquier segundo, espero que abran la puerta.
En cualquier segundo ya...
Eso no sucede.
Nada sucede.
Siguen caminando, quien quiera que sean. Se ríen, hablan, y sus pasos se desvanecen.
Sólo pasaban por aquí. Ahí es cuando recuerdo las escaleras junto a mi habitación.
Probablemente se dirigían hacia ellas. No hacia mí.
Por un segundo, no puedo creerlo. No puedo creer que nos hayan dado un respiro. Que
tuviéramos suerte otra vez. Está bien. Estamos a salvo.
Podemos hacerlo.
Él puede follarme, y yo puedo follarlo, y nadie tiene que saberlo. No esta noche. No en
este momento.
A través de mis lágrimas, estoy empezando a sonreír cuando Simon se aleja de mí. La
presión de su pecho pesado desprendiéndose de mis pechos me hace sisear. Hace que mis
pezones hormigueen.
A diferencia de mí, Simon no está feliz. Está enojado y me da una nalgada, tira de mis
muslos por encima de su cintura. Ese choque de movimientos me hace perder el aliento.
También hace que mi clítoris se muela contra su pelvis.
—Esto es una puta locura —brama, y soltando mi trasero, aprieta mi rostro—. ¿Sabes
lo que habría pasado si nos hubieran atrapado?
Lo agarro de las muñecas, lágrimas siguen cayendo por mi rostro—. Habría cargado con
toda la culpa.
Bombea su verga en mí, sacudiéndome de la pared, y mi boca se abre en un gemido
silencioso—. No. Yo soy el de la culpa. Yo. Te estoy follando, ¿no? —otra sacudida viciosa de
sus caderas—. Yo estoy dentro de ti.
—Sí. P-pero yo... no puedo... si ellos... —sollozo, casi estallando con placer y todas esas
emociones reprimidas y adrenalina.
Es vergonzoso. La forma en que estoy llorando y gimiendo. Pero no puedo evitarlo. Es
como si estuviera atascada con todo lo que puedo sentir. Cada pequeña cosa que una chica
pueda sentir durante su primera vez, y no sé qué hacer al respecto más que expulsarla a
través de mis sonidos y el agua en mis ojos.
Él lo entiende, este hombre. El que está reclamando cada centímetro de mí con su verga.
—Shhh... está bien. No hay problema. Estoy aquí...
Simon respira sobre mi boca, chitándome, todo el tiempo moliendo sus caderas en mi
clítoris como si estuviera sacando mis jugos de los rincones más lejanos de mi cuerpo, mi
alma. Él bebe mis lágrimas, las lame mientras bombea en mí, reemplazando lentamente mis
emociones estallantes con él mismo, su seguridad, su presencia, su verga.
Mi cuerpo se afloja, mis muslos se deslizan de su cintura mientras mi corazón martillea
en mi pecho, pero él me jala hacia arriba. No me deja caer y no deja de follarme.
Sus profundos, profundos empujes hacen que mi cuerpo rebote. Mis tetas rebotan y
estoy cada vez más cerca del clímax. Sus piernas están dobladas, y sus muslos golpean mi
culo con cada empuje. Oigo un ligero sonido de azote cada vez que él entra profundo, y aunque
es ruidoso, no puedo culparlo por eso.
Esos sonidos me hacen saber que una parte de él está dentro de mí. Esos sonidos me
hacen saber que me está follando como yo quería y que estamos sacudiendo todo este
castillo—este pabellón de psiquiatría/el monumento victoriano del amor—con nuestra
pasión, nuestra lujuria.
Simon atrapa mi boca en un beso. Y es como si yo estuviera esperando exactamente esto
porque me desmorono. Una vez más. Aunque esta vez él está dentro de mí y siento mi canal
apretándose en su varilla. Siento su pecho respirando contra el mío. Siento sus latidos.
Y luego lo siento venirse.
Lo siento pulsando por un segundo antes de que salga y se venga sobre mi coño. Pinta
mis rizos con su crema y eso hace que me venga un poco más, me desplomo contra él.
Su estómago se aprieta con cada salpicadura de su verga y gime, agarrándola por la
base, golpeándola contra mi hendidura, haciéndome retorcer con los cosquilleos residuales.
Cuando la tormenta pasa y dejo de venirme, lo abrazo como si él fuera a desaparecer.
—Por favor, por favor, no lo digas —susurro en su oído.
—¿No diga qué?
Sus susurros suenan cansados y perezosos, lo que me hace querer bañarlo con besos—
. No digas que fue un error. Por favor.
Se pone todo tenso y rígido, y estoy segura de que lo dirá de todos modos, rompiendo mi
corazón demasiado emocional. Pero todo lo que sale de su boca es—: No lo haré.
Pensé que eso sería un alivio, pero no lo es. Sólo significa que no lo dirá, pero lo pensará.
Mi corazón se aprieta dolorosamente, mientras se mueve y me lleva a la cama.
Me acuesta como ayer. Pero a diferencia de anoche, hay mucho más daño que hemos
hecho. Su camisa está medio desabrochada; puedo ver el contorno de su musculoso pecho,
esos firmes vellos oscuros que me hacen morderme el labio. Su verga está a media asta y se
asoma por la cremallera de sus pantalones.
Hay algo en eso que es muy sexy.
Tengo un repentino destello de él en su casa, todo desnudo y sudoroso, después de tener
relaciones sexuales con alguien. Conmigo. No puedo imaginarlo con nadie más. ¿No dijo que
otras mujeres eran irrelevantes?
Quiero tanto, tanto que ese destello de visión se haga realidad. Tal vez lo haga. Tal vez
la próxima semana, cuando yo esté en el Exterior, pueda ir a su casa. Haremos el amor en
una cama y seremos lo más ruidosos posible. Recogerá mis bragas del suelo y las tablas no
crujirán. Me las deslizará por las piernas como lo está haciendo ahora mismo y pondrá su
manta sobre mi cuerpo, en lugar de la que tengo aquí.
Lo deseo tanto que mi estómago se aprieta con el anhelo.
Lo observo enderezar su ropa con ojos llorosos. Y luego lo veo acercarse, inclinándose
sobre mí.
—Duérmete —susurra, besando mi frente.
—Siete días.
Me mira fijamente—. Lo has estado esperando. ¿Qué fue lo que me dijiste exactamente?
—él piensa en ello—. Si fuera la mitad de bueno de lo que dicen que soy, vería el error de mis
métodos y te dejaría ir.
Le dije eso y ahora me siento como una tonta. Por muchas razones—. Fui una idiota.
—No, no lo eres. Pero eso es bueno —traga—. Que ya casi está aquí.
—Sí. Pero, extrañaré este lugar.
Te extrañaré.
—No quiero que lo hagas.
—¿No? —odio lo pequeña que suena mi voz. Cuan solitaria.
Él estudia mi rostro, y yo trato de mantenerla en blanco. Aunque podría estar fallando—
. No, quiero que te vayas de aquí y no vuelvas nunca más. Quiero que vivas tu vida y que
luches. Porque eres una luchadora, Willow. Una guerrera —luego—. Y nunca vayas a un puto
bar por chicos.
—¿Entonces en dónde los voy a conseguir?
Él odia mi pregunta, o al menos eso es lo que creo que significan sus fosas nasales
ensanchadas y la vena en su sien.
Estoy esperando su respuesta con la respiración contenida. Incluso los latidos de mi
corazón están suspendidos. Tal vez él lo vaya a decir ahora. Di algo, cualquier cosa que me dé
una indicación de lo que nos depara el futuro.
—En ninguna parte —dice, y ensancho mis ojos—. Te rodearán una vez que vayas a la
universidad.
Simon se va entonces, y yo ahogo mi cara en la almohada y lloro.
C A P Í T U L O 19
—¿Estás deseando salir? —pregunta Josie en nuestra sesión de la mañana siguiente.
No realmente.
—Um, sí. Pero, bueno, los extrañaré —digo, moviéndome en mi silla y sintiendo una
punzada de incomodidad entre mis muslos.
Miro mi regazo, cubriendo mi rostro con mi cabello suelto. Estoy bastante segura de
que me estoy sonrojando. Definitivamente estoy palpitando. Entre las piernas, en el pecho,
en el estómago.
Es como si todavía él estuviera ahí. Acariciando, bombeando, haciéndome suya.
—Aww. Nosotros también te vamos a extrañar. Pero sabes, has progresado mucho,
Willow. Estoy muy feliz de ver eso. Creo que estás lista. Sólo recuerda siempre, no estás sola.
Esa es la clave.
Encuentro sus ojos y aprieto mis dedos juntos—. Pero siempre tendré días malos,
¿verdad?
Su sonrisa es triste—. Sí. Quiero endulzarlo, pero no voy a hacerlo.
Desafortunadamente, la terapia o los medicamentos no curan la depresión. Nada la curará.
Pero pueden ayudar a aliviar su carga. Es lo mejor que puedes esperar. Es lo mejor que se
puede esperar, Willow. La vida es...
Sacude la cabeza, buscando palabras, creo—. La vida es larga. Sé que la gente dice que
la vida es corta, y de alguna manera, lo es. Pero es demasiado tiempo si lo vives sola. No
dudes en pedir ayuda. No pienses que eres débil sólo porque tropiezas. Todo el mundo tropieza.
No te aísles sólo porque tienes que tomar una pastilla todos los días. Te estarías haciendo un
perjuicio. Vive tu vida lo mejor que puedas y pide ayuda. La gente no está hecha para vivir su
vida sola.
Asiento, parpadeando para contener las lágrimas. Estoy de acuerdo con ella. No estamos
hechos para vivir solos. Yo no.
Y él tampoco.
Me da ganas de decírselo. Quiero decirle lo que siento. Tal vez le dé valor para decir lo
mismo. O al menos contar sus secretos.
O tal vez hará que me rechace. Lo cual no puedo arriesgar porque sólo tengo seis días
con él.
Gah. ¿Por qué tiene que ser tan complicado?
Pasamos el resto de la sesión hablando de todas las cosas que voy a hacer una vez que
esté en el Exterior. Hablamos de Columbia y de mi beca y de lo temerosa que estoy de perderla,
de fracasar en la universidad. Los estudios siempre han sido difíciles para mí, pero de alguna
manera, me las arreglé para conseguir esa beca. Pero ahora tengo miedo. Una vez más, ella
me dice que siempre puedo pedir ayuda con mis cursos y que está bien si tengo problemas.
Ella cree en mí. Sabe que me repondré.
Cuando termino, voy a la sala de recreación y trato de concentrarme en la lectura. Pero
todavía lo siento.
De hecho, lo siento tanto que no siento nada más. No cuando Hunter viene a mí con las
medicinas. No cuando Roger y Annie me saludan cuando me pasan a mi lado.
Se vuelve tan mal, mi distracción y mi necesidad de él, que casi voy a buscarlo.
Pero no lo haré.
En primer lugar, escuché a una de las enfermeras decir que él está en una conferencia
telefónica. Y segundo, no quiero cazarlo. Quiero que él me persiga. Quiero ver si él encontrará
la forma de verme.
Si viene por mí.
Estoy rezando por ello. Porque si lo hace, quizá sienta algo por mí. Hay una pequeña luz
al final de este oscuro túnel.
Un momento después, la veo. La luz.
Viene en forma de un hombre alto, con wingtips pulidos y las manos metidas dentro de
los bolsillos de sus pantalones de vestir. Mis ojos suben y suben, hasta que llego a su rostro.
Su hermoso rostro tallado.
Por mucho que haya llegado a amar el manto de las tinieblas, encuentro que amo más
el día.
Veo sus rasgos claramente. Veo la fuerza de sus hombros. La suavidad de su boca con la
que me ha estado besando, o más bien volviéndome loca. Veo su cintura afilada en la que he
estado envolviendo mis piernas. Parece y se siente como una losa de roca.
—Willow —murmura, inclinando su barbilla hacia mí.
Sus ojos se mueven hacia arriba y hacia abajo en mi rostro, mientras me observa y a
mi cabello suelto, como él si estuviera haciendo lo mismo, absorbiéndome a la luz del día. Se
queda un poco en mi pecho, probablemente leyendo mi camiseta. Hoy dice: " Cuidado con el
hijo del amor de una princesa de Disney y Hermione".
—Dr. Blackwood —asiento con la cabeza, tratando de mantener mi voz menos jadeante
y más inafectada. Sin embargo, no estoy segura de sí lo logré. Tragando, lo intento de nuevo—
. ¿Terminó tu reunión?
—¿Me has estado espiando?
No puedo evitar la leve sonrisa que invade mi rostro—. No. Las enfermeras estaban
hablando.
Acepta la respuesta asintiendo con la cabeza—. Sí. Apenas.
Así que vino a buscarme tan pronto como terminó.
Gracias, Dios.
—Veo que no estás jugando póquer —comenta con voz casual.
Miro la mesa al otro lado de la sala donde toda la pandilla está jugando póquer: las
chicas, Tristan, Roger, Annie y Lisa. A pesar de estar pálido y demacrado debido al Efecto
Heartstone, Tristan le está dando una sonrisa a Renn y ella lo está ignorando, sonrojándose
como una loca. Me pidieron que jugara también, pero me negué.
—Ya no me interesa el póquer —le digo, mirándolo de nuevo—. Además, no era muy
buena. Siempre pierdo.
Frunce el ceño, aunque levemente—. Eso es porque no te enseñaron bien. No hay magia
para el póquer. Es todo muy científico.
Ante esto, mi pequeña sonrisa, se convierte en una gran sonrisa. Cielos, cuánto he
sonreído desde que vine aquí a Heartstone. Desde que lo conocí. Probablemente un millón de
veces.
Todavía está celoso.
—Tal vez deberías ser tú quien me enseñe, ya sabes. Todas las formas de póquer y... —
me callo, lanzándole una sonrisa de satisfacción—, otras cosas mundanas.
Me mira fijamente a los ojos por unos segundos, su mirada intensa y llena de algo
secreto y crepitante. Cuando termina de examinarme y hacerme retorcerme en mi asiento
despertando todos los músculos doloridos, dice—: ¿Puedo verte en mi oficina un segundo?
Me siento, alerta—. Uh, ¿ahora mismo?
La mirada que me da me golpea justo en mi vientre y en los músculos doloridos de los
muslos y el culo—. Sí.
Y luego da un paso atrás y se va, o, mejor dicho, sale a zancadas de allí. ¿Cómo hace eso?
Reúne tanta energía y autoridad sexual en una sola palabra: sí.
Lo veo irse. Probablemente espera que lo siga de inmediato.
Y lo haré.
Sé que lo seguiré. No hay otra opción.
Tranquilízate. Tranquilízate. Tranquilízate.
Es peligroso e imprudente verlo en su oficina a plena luz del día. Prácticamente nos
estamos preparando para ser atrapados.
Sin embargo, me levanto de mi asiento.
Él tenía razón. Es una locura. Pero los locos somos nosotros. El resto de todo es
intrascendente. Además, sólo tengo seis días.
Mientras camino hacia la puerta, mis ojos se fijan en alguien. Beth. Está al otro lado de
la habitación y tengo la sensación de que ha visto nuestra conversación, la de Simon y la mía.
Vio que estábamos hablando entre nosotros. Me pregunto si vio la intimidad allí. La
familiaridad.
¿Sin embargo, hay alguna familiaridad? ¿Cambiamos en formas que ni siquiera sabemos?
Mi corazón late con fuerza y espero que camine hacia mí. Que me detenga, tal vez. Pero
me sonríe antes de girarse a la enfermera con la que estaba hablando, o, mejor dicho, con la
que se supone que debería estar hablando.
Sintiendo un inmenso alivio, me voy, y un minuto después, estoy en su puerta, tocando.
La abre antes de que pueda terminar de tocar y casi irrumpo. La habitación parece
oscura, más oscura de lo normal. Y me doy cuenta de que son las ventanas. Las persianas
están cerradas, cortando la luz del día, arrojando la habitación a la sombra.
Acelera el latido de mi corazón.
Cierra la puerta y oigo dos chasquidos, en lugar del habitual. Uno de la puerta cerrándose
y el otro de ser asegurada.
Puertas aseguradas. Qué lujo en un lugar como éste.
Nuestras habitaciones no tienen cerraduras. No tenemos el privilegio de ello. Sé que es
por nuestra propia seguridad, pero, aun así. Eso no lo hace más fácil.
No objetos afilados. No privacidad. Vida interrumpida.
Entonces, ¿cómo empezó mi vida en un lugar como este donde todas las vidas se
detienen? ¿Cómo es que encontré todo lo que he estado buscando en el Exterior, aquí en el
Interior?
Es él.
Este hombre de ojos grises y cabello oscuro, que acaba de asegurar la puerta y que
también cerró las persianas antes de que yo llegara aquí. Que vino por mí tan pronto como
terminó su reunión. Que encontró la manera de encontrarme. Y que me mira con tanta
frustración y deseo que todos mis pensamientos se centran en una sola cosa.
Quiero besarlo.
Sí, quiero sacárselos a besos. Su lujuria y su agitación. Quiero probarlos. Probar el sabor
de ello, el de él en mi lengua.
Quiero chuparlo.
Mi mirada cae por debajo de su cinturón.
—Deja de mirar mi verga, Willow —advierte.
Y por supuesto, hago lo contrario. ¿No me conoce ya? Lo miro de nuevo, y juro que la
veo sacudirse dentro de los confines de sus pantalones.
—Tus pantalones están muy apretados —le digo dulcemente, tratando de actuar como
si no fuera gran cosa—. Eso pensé el primer día que te vi. Muestran demasiado. Y creo que
acabo de verla moverse. Ya sabes, para tu información.
Mi comentario hace que sus ojos ardan, y empieza a caminar hacia mí en pasos lentos
y depredadores.
Mal movimiento.
Es un mal movimiento de su parte si no quiere que mire su verga.
No puedo evitarlo. Cuando camina, sus pantalones se estiran contra sus músculos y
mis ojos se dirigen automáticamente a sus muslos. Sus poderosos, poderosos muslos, y
bueno, su poderosa verga.
La razón de todos mis sueños e incomodidades.
Simon viene y se para frente a mí—. Tal vez eso es demasiado grande para mis
pantalones. ¿Alguna vez pensaste en eso?
Sonriendo, sacudo la cabeza—. Tal vez el ego es demasiado grande para tu cabeza.
Se agacha, todo amenazante—. ¿Has terminado de hacer comentarios sin importancia?
—Tal vez.
Sonríe un poco, lo que me hace sentir un poco de cosquilleo. Extiende la mano y me
quita el libro de las manos. Y antes de que pueda protestar, lo lanza al sofá de cuero, del que
hemos estado parados a un lado.
—¿Qué—
—¿Estás experimentando alguna incomodidad? ¿Algún dolor?
Me estremezco ante su pregunta. Cada punto adolorido, cada dolor cobra vida. Sólo con
que me lo pregunte de una manera tan franca y casi clínica. Sólo con que me mire así. De
arriba a abajo. Sus ojos persisten por todas partes. En mis labios, mi garganta, mi pecho, mi
estómago, la unión de mis muslos. Desciende y se detiene en cada curva y en cada valle.
Es como si no estuviera usando ropa. También podría estar tocándome con sus manos.
—¿D-dónde?
Es una pregunta legítima. De hecho, me duele todo por debajo de la cintura.
—En cualquier parte. En todas partes.
—Bueno, un poco. Quiero decir, en mis muslos y mi trasero —me veo obligada a
explicarle—, no soy muy atlética.
—Soy consciente.
Le frunzo el ceño—. ¿Cómo?
—Te he visto tratando de tocarte los pies. ¿O era el suelo? —sus labios se tuercen—. Fue
muy informativo.
Jadeo y le doy una palmada en el pecho, recordando ese día cuando Renn me enganchó
para que hiciera cosas estúpidas de yoga con ella. También fue el día que él me besó.
Aun así, digo con mi voz más insolente—. Se le llama perro boca abajo. Y resulta que es
muy difícil. Uno de los movimientos de yoga más avanzados.
—¿Eso es cierto?
No, estoy mintiendo. Pero como sea.
Esnifo—. Sí.
Simon me lanza una sonrisa torcida, antes de inclinar la barbilla hacia una de las
sillas—. Siéntate.
Le entrecierro los ojos, tratando de averiguar qué es lo que quiere. Pero, por supuesto,
no puedo.
Lentamente me acerco a la silla, pero en el último minuto, cambio de opinión y me subo
a su escritorio. Me siento en el borde, mis cejas suben en un desafío, mis piernas
balanceándose hacia adelante y hacia atrás.
Su mirada también es desafiante a medida que se acerca a mí y se ajusta entre mis
piernas. Luego se inclina sobre mí y mi espalda se arquea ante su proximidad. Sin dejar de
mirarme, agarra algo de su escritorio.
—Ten.
Miro su mano. Hay dos píldoras en medio. Ambas blancas, ambas pequeñas.
Mi corazón se acelera al verlas. ¿Me las está dando?
Los medicamentos no son lo que yo llamaría mis amigos. Bueno, por razones obvias.
Odio todo sobre ellos.
Todo.
Aun así, se las quito de la mano. Lo haré.
Mis dedos pueden que estén temblando y tengo miedo, pero las transfiero a mi palma,
susurrando—: ¿Puedo tener un poco de agua, por favor?
Sus ojos se vuelven duros ante mi pregunta—. ¿No vas a preguntar para qué son?
Debería. Realmente debería.
Pero no lo haré.
Por mucho que odie los medicamentos, me encanta el hombre que me los da. Y confío
en él. Anoche fue sólo el comienzo. Voy a mostrar mi fe en él cada vez que pueda.
Voy a mostrarle que él es perfecto exactamente como es.
No dejo de mirarlo a los ojos mientras sacudo la cabeza—. No.
Simon rechina los dientes. Una vena aparece en su sien y siento que va a explotar. Pero
libera una respiración y se pellizca el puente de la nariz.
—Maldita sea, Willow —maldice, exasperado—. Se supone que preguntes.
—¿Por qué?
—Porque es lo más inteligente que se puede hacer. ¿Qué pasa si alguien te da algo que
podría hacerte daño? Estás tomando todo tipo de medicinas. ¿Qué pasa si estas te lastiman?
¿Qué pasa si causan una reacción adversa a los medicamentos en tu sistema? ¿Entonces qué?
¿Sabes lo estúpido que es tomar algo—medicamentos, nada menos—de un hombre que no
conoces?
—Sé que es estúpido. Pero eres tú. Te conozco.
Resoplando, sacude la cabeza—. No lo haces.
¿Por qué no me lo dices tú?
—Sé que no me harás daño.
Simon vuelve a exhalar un aliento largo, su pecho hinchándose en su limpia camisa
azul. Va muy bien con sus ojos. Me quita esos monstruos blancos de la mano y los levanta—
. Esto. Es para tu dolor. Es Tylenol. No reaccionará a ninguna de las medicinas que estás
tomando.
Oh.
Oh Dios.
¿Por qué? ¿Por qué tuvo que hacer eso?
Él es estúpido, ¿verdad? Tiene que serlo. Ha sellado completamente su destino. Me
consiguió pastillas porque creía que tenía dolor.
¿Cómo carajos puedo dejarlo ir ahora? Y luego, ¿ponerse todo rígido cuando digo que
confío en él? ¿Cómo puedo no confiar en él?
Idiota. Es un gran idiota.
Un idiota del que estoy irrevocablemente enamorada.
Intenta devolverme la píldora, pero no la tomo. En vez de eso, abro mi boca y saco mi
lengua. Quiero que me la dé.
Sus pómulos se oscurecen con un rubor que encuentro tan fascinante, tan seductor que
quiero tocarlo. Pero no lo haré. Todavía no. Quiero que arregle mi dolor primero. Sé que lo
calmará; él es muy bueno con las consecuencias.
Cuando coloca la pastilla en mi lengua, cierro mis labios alrededor de sus dedos y los
chupo. Como chuparía su verga. Tan pronto como este asunto de las pastillas termine.
Sus ojos grises se vuelven casi negros, como si se acercara una tormenta y tuviera que
cerrar las puertas. El pobre hombre no sabe que me encantan las tormentas. No me asustan.
Y él tampoco.
Suelto sus dedos y me ofrece un vaso de agua—. Bebe.
Su voz es áspera, y mientras tomo un sorbo de agua y trago la medicina, miro sus
pantalones. Sí, está excitado. Duro y listo para mí.
Cuando termino, le devuelvo el vaso y muevo las piernas de un lado a otro, mordiéndome
el labio.
Su resoplido de aliento es a la vez frustrante y excitante. Luego toma la otra pastilla—
. Y esto... ¿sabes para qué es esto?
Sacudo mi cabeza.
Mi ignorancia no ayuda con la estrechez de sus rasgos y cuerpo. Ojalá pudiera quitarle
la frustración con mi toque, pero está claro que tiene algo que decir y algo que decir. Así que
estoy siendo buena y escuchándolo.
—Esta es la píldora del día siguiente —casi espeta.
Y mi respiración se engancha. Dejo de mover las piernas.
Finalmente, está contento con mi reacción. Puedo ver eso. Sus ojos parecen satisfechos
con ese temible hipo en mi aliento—. ¿Sabes por qué tienes que tomar esto?
Tomo el extremo de la mesa para evitar caerme. La llenura que he estado sintiendo desde
que me levanté por la mañana ahora me molesta. Es mucho peor, mucho más potente, viva,
mientras revivo esos momentos de anoche.
Estoy reviviendo cada empuje, cada borde y cada surco de su verga mientras se deslizaba
dentro y fuera de mi cómodo canal. Estaba desnudo dentro de mí.
—P-porque nosotros no... yo...
Finalmente, me toca. Pone ambas manos en mi cintura y me acerca aún más—. Porque
me vuelves loco, me tientas jodidamente demasiado que olvidé el condón. Ni siquiera pensé
en eso.
Lo recuerdo venirse sobre mis rizos indómitos y mi estómago, y juro que todavía puedo
sentir su semen allí.
—Pero te viniste sobre mi.... te viniste afuera.
Gruñendo, agarra la tela de mi camiseta con sus puños—. Sí. Y es por eso que estoy
enfermo. Quería ver mi semen rociado en tu coño. Quería marcarte.
Sus palabras me hacen arquear la espalda y mostrarle mis pesadas e hinchadas tetas—
. Oh. Yo n-no...
—¿Sabes cuándo me di cuenta de que la cagué? —traga—. Cuando me desperté con tu
sangre en mi verga.
Se me escapa un pequeño gemido, y agarro sus bíceps—. Yo también me desperté con
sangre en mis muslos. Y tu semen. Seco en mi barriga.
Su frente descansa sobre la mía y puedo sentir sus palabras en mi boca cuando dice—:
¿Sabes lo que pasa cuando un hombre se viene dentro de ti, Willow? ¿Sabes lo que pasará si
lleno tu coño con mi semen?
Asiento de golpe—. Sí.
—¿Sí? Dímelo.
Mis dedos se clavan en sus brazos ante su tono. Como él si pensara que realmente soy
ingenua. Cree que no sé nada del mundo y que su trabajo es educarme. Realmente me está
enseñando cosas mundanas.
No sé por qué esto me excita tanto. Pero lo hace.
Jadeando, comienzo—. Si t-te vienes dentro de mí y me llenas con tu semen, puedo
quedar embarazada.
La palabra con E me pone cachonda y me asusta. Estoy tan confundida por mi reacción.
Lo único que debería estar sintiendo es miedo. Debería tener miedo de quedarme embarazada.
No debería estar mojándome.
Simon levanta su mano para acunar mi mejilla—. ¿Quieres eso? ¿Quieres quedarte
embarazada, Willow?
Por fin, siento la emoción correcta. Miedo.
Mis ojos se ensanchan, y sacudo la cabeza, casi violentamente—. No. Nunca. Yo no...
Simon frunce el ceño, su neblina sexual saliendo de sus ojos mientras estudia mi
reacción—. ¿Tú no qué?
Tragando, agarro su camisa—. No quiero quedar embarazada. Nunca.
Se aleja, haciéndome soltarlo. Ahora está muy serio, ya que me está escudriñando—.
Explica.
Resoplo, soplando mi flequillo.
¿Qué acaba de pasar?
Estoy caliente, excitada y tan jodidamente asustada al mismo tiempo. Resoplo de nuevo.
Nunca he pensado realmente en quedar embarazada. Quiero decir, vamos. Sólo he tenido
un novio y hasta anoche, ni siquiera había tenido sexo.
A diferencia de otras chicas, yo sueño despierta con la muerte, no dando a luz una nueva
vida.
Pero tan pronto como Simon pronunció la palabra embarazada, lo supe. Supe en mi
corazón que nunca tendré bebés. Nunca podré tenerlos.
—Mírame, Simon. Mira dónde estoy. Tengo que tomar medicamentos, hacer terapia para
ser normal. No es que me avergüence. Quiero decir, estoy tratando de no estarlo. Estoy
aprendiendo. Pero no puedo tener hijos. Nunca. ¿Qué pasa si mi bebé resulta como yo? ¿Y si lo
maldigo con mi enfermedad? —quito el flequillo de mi cara—. No puedo hacerle eso. Yo—
—Willow —me corta, con el ceño fruncido—. Cierra la puta boca.
Y lo hago.
Simon cruza los brazos sobre su pecho—. Tendrás bebés.
—¿Qué?
—No ahora, sino cuando sea el momento adecuado. Y no pensarás en maldecirlos porque
eso es una pendejada. No hay nada malo contigo. Lo he dicho cientos de veces antes y lo estoy
diciendo de nuevo, eres una luchadora. No hay nada malo en ser un luchador. No eres menos
que nadie. En todo caso, les enseñarás a ser como tú. Les enseñarás a pelear. ¿Estoy siendo
claro?
Mis ojos se han empañado y mi garganta está llena de una sola y única emoción: amor.
Por él.
¿Como si las pastillas no fueran suficientes? Tiene que ir y hacer esto.
En serio. Si no estuviera enamorada de él, pensaría que está siendo cruel por ser tan...
agradable.
Asiento en silencio.
—Excelente —corta y muestra la píldora frente a mí de la nada—. Incluso aunque, no
me vine dentro de ti. No nos arriesgaremos.
Sumisamente, abro la boca y él me la pone en mi lengua antes de darme un trago de
agua. Luego aparta el vaso y me quita el flequillo de los ojos, limpiando de mis mejillas las
lágrimas que se me han escapado.
Dios, soy un desastre. Un desastre gigante y mocoso.
—Lo siento —susurro.
—¿Por qué?
—Por arruinar tus planes.
Me mira, todavía metiendo mi cabello rebelde detrás de mis orejas—. Mis planes.
Asiento, agarrando su camisa y atrayéndolo en un abrazo. Pongo mi cabeza en su pecho
y muevo mis piernas de un lado a otro—. Querías tener sexo conmigo, pero lo arruiné al
llorar.
Su risa hace vibrar su pecho—. ¿Qué te hace pensar que quería tener sexo contigo?
Al alejarme, miro su rostro sonriente—. ¿Por qué cerraste las persianas?
—Hay demasiado sol.
—No lo hay. También cerraste la puerta.
—Demasiado ruido.
—Esa es una respuesta muy patética.
Miro su verga otra vez. Se está tensando contra sus pantalones. No diría que está
completamente duro, pero está a media asta, haciéndolo un mentiroso.
—Tu verga se está poniendo dura —le digo, retorciéndome en su escritorio, viendo cómo
su erección alcanza toda su altura.
—Es biología. Si sigues mirándola con tus ojos malcriados, se pondrá así.
Le doy esos ojos malcriados—. Quiero chuparla —se estremece ante mi declaración y
continúo—. Pero no te pediré eso. ¿Y sabes qué más? Tampoco te rogaré para que me folles.
—¿No lo harás?
Hago un puchero—. No. Porque si alguien quiere follarme, debería tener la cortesía de
decírmelo él mismo. Tengo orgullo, sabes.
Finalmente, deja de alisar mi cabello y comienza a jugar con la comisura de mis labios—
. Eso es bueno, Willow. El orgullo es bueno. Uno de nosotros debería tenerlo.
Trato de juntar mis muslos, pero no puedo. Porque él está entre ellos. Termino apretando
sus caderas.
—¿Tú ya no lo tienes? —pregunto, soplando esas palabras en la almohadilla de su pulgar.
—No.
—¿Por qué no?
—No tengo mi orgullo, Willow, porque me siento como un hombre en el corredor de la
muerte. Suplicando por su vida. Suplicando vivir un día más. Suplicando follarte una vez
más.
Enrollando mis brazos alrededor de su cuello, arqueo mi columna vertebral—. ¿Qué
hiciste para estar en el corredor de la muerte?
—Tomé tu virginidad. Te dejé adolorida. Te hice sangrar.
Parece que lo está imaginando, haciéndome sangrar. Yo también lo estoy imaginando.
Tal vez no era la situación ideal ni el lugar para tener sexo por primera vez. Pero fue
perfecto para nosotros.
Aquí es donde nos conocimos, en Heartstone. Aquí es donde me acepté y aquí es donde
me entregué a él. No cambiaría nada sobre anoche ni de nada de eso.
Coloco un suave beso en sus labios—. Sí. Hiciste un lío en mí.
Gruñendo, estrella un beso fuerte en mis labios y sus dedos se entierran en mi cabello—
. Entonces no hay esperanza para mí, ¿verdad? Debería ser ahorcado por ensuciar a la princesa
de nieve.
Me encojo de hombros—. Tal vez puedas vivir un día más. Tal vez puedas compensarme
por ensuciarme y dejarme adolorida, para que puedas follarme de nuevo.
Tan pronto como digo las palabras, me mueve del escritorio y me lleva en sus brazos.
Me hace darme cuenta una vez más de lo pequeña que soy comparada con él. Cuan pequeña y
delicada, y cómo puede levantarme y ponerme donde quiera.
En este caso, es el sillón de cuero marrón.
Me hace poner las rodillas allí arriba y agarrar el brazo con las palmas de mis manos
sudorosas, con el cuero hundiéndose debajo de mi peso.
Me retuerzo y miro hacia atrás—. Simon, yo—
Está detrás de mí, grande e inminente. Sus hombros se mueven hacia arriba y hacia
abajo con su respiración irregular mientras mira hacia arriba—. Sé lo que necesitas.
Va a trabajar mis pantalones de yoga. Los empuja hacia abajo y más abajo, hasta que se
agrupan alrededor de la mitad de mis muslos, dejando mi trasero desnudo y expuesto. A pesar
de la vergüenza de que pueda ver todo a la luz del día, todo mi trasero, respiro el primer
suspiro de alivio. Si está reacomodando mi ropa, significa que estoy un paso más cerca de
ser follada.
Y eso es todo lo que me importa ahora mismo.
Simon se pone de cuclillas y lo siento deslizar algo sobre mis pies. Mis dedos se mueven
y me doy cuenta de que son mis pantuflas de conejitos. Debo haberlas perdido en algún lugar
a lo largo de los cinco pasos hasta el sillón.
—Mantenlas en tus pies de princesa. Jodidamente no las pierdas —ordena antes de
poner su boca directamente en mi coño y hacer que todas las palabras mueran en mi lengua.
Ni siquiera tengo tiempo para apreciar todo lo retorcido que es que me ponga mis
pantuflas de conejitos y me llame princesa de nuevo. Todo lo malo y lo correcto de esto.
Arqueo mi espalda mientras él lame mi centro, tratando de alejarme de su lengua
caliente porque estoy muy sensible y adolorida. Pero me agarra de las nalgas y me mantiene
en mi lugar. Su boca me hace hormiguear las partes hinchadas y magulladas, pero también
se las arregla para calmarlas.
Está lengüeteando y lamiendo, respirando en mi parte más sensible, que se vuelve tensa
debido a la falta de espacio en la silla y al hecho de que mis muslos están casi aplastados
debido a la cinturilla alrededor de ellos.
Cuando sus dedos se clavan en mi culo, agarra un puñado de carne y separándolo,
muerdo el cuero. Su sabor agrio golpea mi lengua a medida que Simon se adentra más en mi
canal. Está lamiendo mi agujero, dando vueltas y vueltas, y estoy dejando marcas de mis
dientes en el cuero mientras me retuerzo contra su lengua.
Pronto, Simon hace que me venga con su boca y el cuero absorbe mis sollozos.
Dejando mi coño, Simon se levanta y de alguna manera, me las arreglo para darme la
vuelta y mirarlo. Observando mi semi-desnudez, desabrocha sus pantalones y se los baja,
junto con su ropa interior y saca su verga. Es la primera vez que la veo a la luz del día.
Jesús, es grande. Y está hinchada.
No me extraña que tuviera que masturbarlo con las dos manos. La cabeza parece de
color púrpura, más oscura que el resto de la longitud. Y está escurriendo pre-semen. Una gota
blanca y aperlada que me hace pensar en puertas blancas y aperladas.
El guardián de las puertas negras de Heartstone tiene una verga que me hace pensar en
las puertas blancas del cielo.
Dios, quiero chuparla.
Es como si él supiera lo que estoy pensando—. No me mires así.
—¿Cómo así?
—Como si quisieras adorar a mi verga.
Me ruborizo—. Quiero hacerlo.
—No pasará —gruñe—. Te lo dije. No debes arrodillarte.
Delante de ti, sí.
En vez de decirle eso, mantengo la boca cerrada. Un día chuparé su verga pase lo que
pase.
Lo veo pescar un condón de sus pantalones bajados y algo cálido me invade. Esta es la
última pieza. Él cuidando de mí. Que piense en follarme y que lo planee.
Froto mis muslos juntos, anticipando la llenura.
Poniendo el látex en su longitud, Simon descansa sus ojos en los míos—. Mi princesa
quiere ser follada, ¿no?
Asiento, mordiéndome el labio—. Sí.
La sonrisa que me da me hace derramar una gota de mi humedad. Siento como si
estuviera bajando por mi muslo. Nunca, nunca, he estado así de excitada.
Una vez que terminado, pone su mano en mi cintura, arqueándome más hacia arriba—
. Bien. Porque eso es lo que voy a hacer. Voy a follar a mi princesa como si yo fuera un maldito
criminal en el corredor de la muerte.
Con eso, desliza su verga en mí, y tengo que morder el cuero de nuevo para no gritar.
Simon maldice mientras entra por completo y siento que ha ido más allá de mi
estómago. Tal vez está tocando mi alma en esta posición, astillándola para que pueda hacer
un lugar permanente para sí mismo.
Dios, si eso no es crueldad, una especie de juego perverso, no sé lo que es. Haciendo su
hogar dentro de mí cuando yo no sé qué va a pasar en seis días.
Pero no voy a pensar en eso cuando ha comenzado un ritmo, sus manos alrededor de
mis caderas.
En realidad, ni siquiera puedo llamarlo ritmo. Es súper inestable y entrecortado. Rota
entre golpes largos y perezosos que enroscan mis dedos en mis pantuflas suaves, y empujes
cortos y rápidos que hacen que mis pechos tiemblen.
Eventualmente, después de su décimo o quizás centésimo golpe, suelto la silla y sujeto
mis tetas saltando. Las junto y las aprieto mientras el sonido de nuestra carne abofeteándose
llena la habitación.
Siento que es demasiado fuerte, los ruidos que estamos haciendo. Es demasiado
peligroso. Estamos tentando al destino.
Simon debería reducir la velocidad de sus empujes. No debería estar impulsándose
dentro de mí tan rápido, no importa lo bien que se sienta. No debería estar rebotando contra
mi culo de esta manera.
En vez de pedirle que se detenga, empujo hacia atrás. No sé en qué estoy pensando o por
qué estoy haciendo esto, pero no puedo parar. Tengo que follarlo de regreso.
Luego cambia el ángulo. Suelta mis caderas y entierra su mano en mi cabello,
inclinándose sobre mí. Su pecho y estómago, todo tensado y apretado, rozando contra mi
sudorosa columna. Su mandíbula rasposa roza el lado de mi mejilla mientras me folla.
De esta manera sus caderas se frotan y está dando empujes cortos y profundos que
siento en el centro de mi ser.
—¿Le gusta a mi princesa? —dice con voz rasposa en mi oreja, su mano agarra mi nuca
en una sujeción posesiva mientras sus labios colocan suaves besos en mi cabello.
Me rindo de nuevo ante la palabra princesa. Si decide hacer costumbre llamarme así,
puede que nunca baje de este subidón. Puede que siempre esté cayendo. Volando.
Lo miro con los ojos empañados—. Sí.
—Sí. Puedo sentirlo. Puedo sentir a tu coño amándolo. Me está estrangulando.
Me inclino hacia atrás y clavo mis uñas en la carne tensa de su culo, sus músculos
apretados bajo mi tacto. Él gime, y yo aprieto mi canal aún más fuerte.
—Carajo...
Sus impulsos se han vuelto completamente erráticos ahora, igual que sus respiraciones.
Como mis respiraciones.
Estoy rodeada de él. De su calor. De su olor.
Su demostración de dominio.
Cuando Simon captura mi boca en un beso, pierdo el control como anoche. Todo se
deshace dentro de mí, y me vengo y me vengo.
Me vengo a chorros. Siento mis jugos deslizarse fuera de mi centro, deslizándose por
mis muslos temblorosos y muy posiblemente manchando el sillón de cuero y sus pantalones.
No puedo estar segura.
Pero a Simon no le importa. Sigue besándome. Sigue embistiendo dentro de mí, sus
muslos chocando contra los míos, su pecho respirando salvajemente sobre mí.
Cuando rompe el beso, abro los ojos y miro su intensa mirada. Es partes iguales de
lujuria y desesperación. Hay gotas de sudor en su frente, y su mandíbula está apretada.
Arrodillada en el respaldo de la silla, completamente sumisa bajo él, tomando su
embestida, le susurro—: Mantuve mis pantuflas en mis pies de princesa para ti. C-como me
dijiste. ¿No te vendrás por mí, Simon? Por favor, vente en mi coño de princesa.
—Jesucristo...
Sus ojos se cierran fuerte y sus palabras se desvanecen en un gruñido. Sus caderas
empujan de golpe y se tuercen en un empujón final y él cumple mi deseo.
Se viene para mí
A pesar de que está usando un condón y no puedo sentir la humedad de su semen, siento
el calor. Siento su pecho vibrando y su estómago apretándose sobre mi espalda. Siento sus
jalones al azar y sus empujones cortos mientras se endereza.
Jadeando, retira su verga de mi interior y me recoge en sus brazos, estilo nupcial.
Acaricio mi nariz contra su cálida garganta, sintiéndome soñolienta. Me siento como si
estuviera flotando en una nube, en una nube lluviosa y esponjosa y él está conmigo.
Simon me lleva al lavabo dentro de su oficina y me sienta en el mostrador de mármol.
Lo observo con los párpados pesados mientras se encarga del condón y alisa su ropa.
Cuando termina, acuna mi mejilla y hace que me enfoque en él—. ¿Cuántos días, Willow?
No tiene que decirme lo que quiere decir. Ya lo sé. Desciendo de lo alto y con el corazón
herido, le digo—: Seis.
Soltando mi cara, me da un asentimiento sombrío y moja un pañuelo de papel en agua
caliente. Luego, limpia mi coño y mis muslos.
Cada segundo que pasa con él limpiándome, arreglándome, siento como si me estuviera
diciendo algo.
Sólo que no sé qué.
Todo lo que puedo hacer es esperar averiguarlo antes de que acaben estos seis días.
C A P Í T U L O 20
Todos los días me pregunta cuántos días quedan antes de La Despedida.
Y cada día pienso que tal vez hoy diga las palabras que escucho cada vez que lo veo. Pero
eso no sucede.
No pasa a cinco días de La Despedida.
En este día, mi mamá llama y me dice que sabe lo de Lee Jordan. Finalmente fue a mi
escuela para obtener la información del tipo por el cual salté, y le dijeron que no tienen
ningún estudiante con ese nombre.
Me pregunta por qué le estuve mintiendo. ¿Por qué no le conté de mis luchas, de mis
pensamientos? Dice que quiere que me quede en Heartstone. Dice que, si he estado mintiendo
por tanto tiempo, entonces necesito más tiempo para mejorar.
—Tienes que arreglar esto, Lolo —dice llorando—. ¿Cómo puedo confiar en ti ahora?
¿Cómo sé que estás diciendo la verdad?
Yo también lloro. Se lo explico. Le explico mis luchas y cómo no quería preocuparla,
pero ella no escucha.
Al final, soy un desastre sollozante.
Y así es como Simon me encuentra, saliendo de la sala de teléfonos, con los ojos
hinchados y rojos. Un par de enfermeras también me encuentran en este estado. Les dice que
él se encarga y me lleva a su oficina, cerrando la puerta con llave.
—¿Qué pasó? —pregunta, frunciendo el ceño y alerta.
Trato de aferrarme a mi compostura y no ser una bebé llorona delante de él. Pero la cosa
es que quiero serlo, y sé que puedo serlo. Eso ya lo sé. Sé que puedo llorar delante de él. No
porque será mi héroe y resolverá todos mis problemas. Mis problemas no se pueden resolver,
pero sé que él comprenderá. Sé que escuchará.
—Nada.
—Willow —sus ojos siguen la línea de mis lágrimas y su voz se vuelve aún más fuerte—
. ¿Qué pasó? ¿Por qué estás llorando?
Limpio mis lágrimas saladas—. Hablé con mi mamá.
Mis palabras lo hacen moverse y casi se lanza a mí en agitación, levantándome en sus
brazos. Primero se acerca a las ventanas—está lloviendo, así que no hay nadie afuera, pero
no podemos arriesgarnos—y cierra las persianas. Camina conmigo al sofá, se sienta conmigo
en su regazo y me pregunta qué dijo.
Le cuento todo. Le digo cómo mi mamá finalmente sabe lo de Lee Jordan y todas las
mentiras. Iba a decírselo. Quería estar allí para darle la noticia. Y ahora, está muy molesta.
—Soy tan estúpida —susurro en su cuello, llorando—. No debí haber dicho nada. No
debí haber mentido. Pero entré demasiado en pánico. Y ella estaba tan triste, Simon. Pensó
que fue su culpa que yo saltara. Así que me inventé una historia. Nunca me perdonará. Nunca
lo superará.
—Lo hará.
—¿Cómo lo sabes?
—Cuando vea lo bien que estás, la convencerás.
Acurrucada en su regazo, miro su rostro, y finalmente lloro—. Pero tendré días malos
otra vez.
—Entonces hablarás de ello.
—No quiero decepcionarla —susurro.
Sus brazos se aprietan alrededor de mi cintura, como si quisiera hundir mi cuerpo en
el suyo—. No lo harás.
La convicción en su tono me hace sonreír y suspirar contra su pecho. Nos sentamos
así, entrelazados el uno con el otro durante unos momentos. Lo siento frotando su barba
corta sobre mi flequillo, todo tranquilo y relajado.
—Mi mamá cree que debería quedarme aquí más tiempo porque claramente tengo
problemas más profundos.
Todo su cuerpo se pone rígido. No sé por qué dije eso. Tal vez para ver si decía algo al
respecto. Tal vez me pedirá que me quede. Me habría reído, si esto no fuera tan épicamente
trágico.
Como si Heartstone fuera un hotel y los dos estuviéramos aquí de vacaciones. Como si
él no fuera mi psiquiatra y yo no fuera su paciente. Puede pedirme que me quede. Puede
mantenerme atrapada dentro de estas paredes blancas y psicoanalizarme y darme
medicamentos porque no puede dejarme ir.
Porque mi arreglador me ama.
Trato de alejarme de él, pero no me deja escapar. Me agarra de la nuca y me jala hacia
él, hacia su boca, y me besa.
Luego me enseña a montar su verga. Lento, frotando y sudoroso, nuestra piel se desliza
sobre la del otro. Todo el tiempo nuestros labios están besándose y nuestras manos
moviéndose. Mientras tanto, agarro su cabello en mis puños y él se agarra de mis nalgas. Me
mira a los ojos con sus ojos grises y apasionados.
Cuando terminamos, susurra—: ¿Cuántos días?
—Cinco.
Espero a que diga algo. Lo que sea.
Pero no lo hace.
No lo dice el día que le pido que se quite la camisa en su oficina durante nuestra consulta.
Me mira como si hubiera perdido la cabeza.
En mi defensa, pasé toda la sesión sin intentar tocarlo ni una sola vez. Contesté todas
sus preguntas sobre mis medicamentos, mi sueño, mis sesiones de grupo e individuales con
Josie. Ni siquiera intenté besarlo cuando dijo que hablaría con mi mamá sobre mis mentiras
y le explicaría todo. No es que no pueda manejarla yo misma, pero el hecho de que él quiera
hacerlo me da ganas de saltar a sus huesos y bañarlo de besos.
—¿Qué? Nunca he visto tu pecho desnudo. Sólo destellos de él —bato mis pestañas
mientras me levanto de la silla y camino muy casualmente al baño. Me detengo en la puerta
y tuerzo mi dedo hacia él—. ¿Por favor? Sólo quiero verlo una vez.
Con los ojos caídos, se pone de pie. Pero antes de que pueda dar un paso hacia mí,
canturreo—: Ponte tus lentes.
Entro y me acomodo en la encimera, lista para el espectáculo. Un segundo después,
entra, su mirada intensa y brillante detrás de sus lentes, y me muerdo el labio.
Dios, es tan sexy.
Extiendo mis muslos y él se instala entre ellos. Con arrogancia, como si perteneciera
allí. Él pertenece allí.
Froto mis manos sobre su pecho cubierto por la camisa antes de ir a por sus botones y
desabrocharlos. Sólo me deja desabrochar tres antes de enganchar toda la tela por detrás y
quitársela.
—Oh mi... —respiro, admirando su pecho desnudo por primera vez.
Dios, se ejercita. Bueno, ya sabía que lo hacía, pero aun así.
Todo es duro, musculoso y marcado. Sus hombros parecen un terreno montañoso,
bajando hasta sus bíceps abultados. Trazo la vena verde de su brazo con mi dedo.
—Yo tengo venas azules —susurro—, creo que las tuyas son muy sexys.
—Lo sé.
—¿Cómo?
—Estás casi babeando. Así es el cómo.
—No lo estoy —aprieto mis muslos alrededor de sus caderas, haciéndolo reír.
Llevo mis dedos a su clavícula, trazo el triángulo de su garganta antes de moverme
hacia los arcos apretados de sus pectorales. Gimo mientras meto mis dedos en el vello de su
pecho.
—Eres tan grande. Dios, amo lo grande que eres —acercándome más, huelo su piel y
muevo mi lengua alrededor de su pezón.
Se sacude y sus palmas me enjaulan a cada lado—. ¿Sí? ¿Eso te excita?
—Ajá —ahora estoy en su estómago, todo rugoso y con surcos, bajando en forma de V—
. Es como si pudieras ponerme en cualquier parte. Me hace sentir tan pequeña —y adorada.
—Eres pequeña —dice con aspereza, oliendo la línea de mi cuello.
Su cuerpo está todo apretado y esculpido, como tallado por manos divinas. Su carne es
tan cálida y más oscura que la mía. Masculino. Tan jodidamente masculino.
Acompañado de sus lentes, luce tan mayor y maduro que estoy manchando mis bragas.
Su abdomen se contrae cuando giro mis dedos alrededor de su ombligo apretado y juego
con la mata de vello más grueso, desapareciendo en sus pantalones.
Respiro sobre su pecho y beso su corazón, o donde se supone que debe estar su corazón.
Puede que esté deteriorado, pero está bañado en oro. Me estiro y lamo el lado de su cuello,
frotando mis uñas arriba y abajo por sus costados.
Sus manos están en mi cabello ahora, deshaciendo mi moño para poder envolver esos
mechones alrededor de sus dedos—. ¿Has terminado de volverme loco?
Sintiéndome súper excitada y traviesa, respondo—: No.
El cuerpo de Simon ondula y tira de mi cabeza hacia atrás, cerniéndose sobre mí—.
Willow.
Parpadeo—. ¿Qué? Nunca me dejas divertirme. ¿Por favor? Déjame tener algo de
diversión.
Gruñe, su mandíbula trabajando de un lado a otro, sus ojos lujuriosos—. Me voy a
arrepentir de esto, ¿no?
Beso su mandíbula suavemente—. Nunca.
Su pecho se hincha con su aliento y antes de que pueda protestar más, me deslizo de la
encimera y me arrodillo. Me quito la camisa y el sostén, desnudando mi parte superior ante
él. Sus fosas nasales se ensanchan mientras mis pechos desnudos rebotan a la vista.
—Willow—
No lo dejo hablar. Ni siquiera quiero que piense ahora mismo. Quiero divertirme.
—Soy tu princesa, ¿no?
Su asentimiento es casi imperceptible, pero lo noto.
—Tu princesa quiere chuparte la verga. ¿No la dejarás?
Hay una necesidad dentro de mí de demostrarle que lo amo. Que quiero beber, chupar
su dolor, sus demonios. Recompensarlo por todo su arduo trabajo. Por venir a rescatarme
incluso cuando no lo necesito. De rodillas.
—Willow, tú no—
—Lo hago. Pertenezco de rodillas porque quiero adorar tu verga, Simon.
—Ah, Jesús… —gruñe, mirando al techo.
Supongo que esa es mi señal. Trabajo rápidamente en su cinturón, aprendo rápido, así
que va mucho mejor que la primera vez. Bajando sus pantalones y bóxer, agarro con mi palma
su verga dura. Paso mi nariz por sus fuertes muslos, besando la carne caliente y velluda.
Aprieto su verga, haciéndolo gruñir, haciendo que los músculos de sus abdominales se
aprieten. Y luego, me inclino hacia adelante y atrapo su eje en mi boca. Su sabor, muy
almizclado y erótico, explota en mi lengua y es como besar las grandes profundidades de él.
El verdadero él. En lugar de sus labios.
Giro mi lengua alrededor de la cabeza de su verga mientras mis dos manos agarran la
base de su longitud. Mi boca se está saturando con su sabor almizclado porque entre más
chupo su cabeza, entre más azoto la vena en la parte inferior de su verga, más semen hace
para mí.
Y bueno, cuanto más semen hace para mí, más húmeda me pongo para él. Mi coño se
está apretando y soltando su jugo como una fruta, y tengo que meter una mano en mis
pantalones de yoga y cubrir mi propia humedad, ampliando mis muslos.
—Joder... —maldice Simon, agarrando mi cabello.
Tan inexperta como soy, todavía sé cómo sacar conclusiones de las cosas que me ha
hecho. La primera noche que me vine en su verga, me pidió que me golpeara a mí misma con
su verga. Así que alejé mi boca y golpeé su húmedo eje en mi lengua, mis labios.
Sé que le gusta verme toda mojada y jugosa, así que incluso golpeo su verga en mi
rostro, mi mandíbula, dejándome toda húmeda y desaliñada para él. Gimiendo por él.
Muriendo por él. Sé que le gusta lubricar su verga con la crema que hago para él. Así que,
recojo mi humedad con la mano con la que estoy jugando con mi coño. Luego, la saco de mis
pantalones y la froto de arriba abajo en su excitación, cubriéndolo con mi humedad.
Sé que le gusta estar en lo más profundo de mí, así que lo llevo a mi boca de nuevo y
ensancho mi mandíbula y lo empujo hacia abajo tanto como puedo.
Gruñe por encima de mí, su cuerpo enero sacudiéndose.
Dios, es tan sexy, tan mío.
No quiero parar nunca. No quiero dejar de probarlo, probar su piel oscura, beber su
semen.
Es mío. Él es mío.
Pero tengo que hacerlo. Porque también quiero hacer algo más.
Quito mi boca de su verga y me siento derecha. Haciendo un valle entre mis tetas, abrazo
su húmeda y jugosa verga y la bombeo hacia arriba y hacia abajo. Como suelo imaginarlo sola
en mi cama.
—Maldita sea, Willow —gruñe, con la cabeza inclinada hacia adelante y los ojos negros
sobre mí.
Está chorreando pre-semen con cada una de mis caricias. Y cada vez que lo empujo hacia
arriba, lamo el pre-semen de su orificio.
Lo hago una y otra vez. Bombeándolo entre mis tetas. Lamiendo su crema con mi lengua,
chupando su cabeza como un caramelo. Mi garganta, mi mandíbula, mi pecho, toda mi piel
huele a él, está saturada con su crema.
Y mi visión está llena de él, caliente y excitado, tembloroso y gruñendo.
Un segundo después, asume el control. Empuja mis tetas en sus grandes manos y abraza
su propia verga con ellas, más apretado, moviéndose hacia arriba y abajo. Sus rodillas están
dobladas mientras bombea entre el canal que creé para él. Clavo mis uñas en sus muslos, en
su apretado trasero, todo el tiempo mirándolo fijamente, a su cara excitada, su frente
arrugada y su boca dura y malvada.
Lo veo temblar masivamente, sus dedos tirando de mis pezones mientras se viene.
Rápidamente, cierro mi boca alrededor de la punta de su verga para poder tragar su semen.
Es almizclado, picante y espeso.
Después de que terminamos, me levanta suavemente, me limpia y me pone mi ropa otra
vez. Me mira como si fuera tan preciosa. Me hace querer soltar todos mis sentimientos por
él.
Besa mi rostro entero y pregunta—. ¿Cuántos días?
Miro su pecho sudoroso y hermoso antes de mirar profundamente a sus ojos—. Cuatro.
Quiero que diga algo. Lo que sea. Que me dé una indicación del futuro
Dilo, Simon. Di algo.
No lo hace.
Sus labios están sellados, y su asentimiento es sombrío y firme.
Tampoco dice nada cuando nos encontramos en el pasillo de la oficina de Beth al día
siguiente. Está mirando las mismas fotos.
Ahora, entiendo por qué estas fotos representan la felicidad en lugar de la cruda y
arenosa realidad. Es porque son un faro de esperanza. Este lugar puede ser deprimente y
solitario, y es por eso que estas fotos están destinadas a brillar.
Ahora lo entiendo.
Me paro a su lado y digo lo mismo que dije hace mucho tiempo—. Interesantes fotos.
Me enfrenta, y lo miro con esperanza. Tal vez hoy me hable sobre su papá. Tal vez
después de todo este tiempo, le he mostrado suficiente. Le he demostrado que confío en él y
no importa lo que sea, mi fe en él no desaparecerá.
Pero cuando habla, sus palabras no son lo que quiero que sean—. ¿Cuántos días?
—Tres.
Asiente y se aleja.
Dos días antes de La Despedida, hay una tormenta afuera. La lluvia bate y golpea este
edificio victoriano, y todos están encerrados dentro. Las chicas están en la sala de televisión,
como la mayoría de los pacientes. Yo, sin embargo, estoy en la biblioteca.
Todavía no puedo creer que Beth ordenara todos estos libros de Harry Potter basados en
mi sugerencia. O sea, wow. Una estantería completa ha sido dedicada a mi serie favorita de
todos los tiempos. Tengo que darle las gracias antes de irme.
Estoy junto a los estantes, Harry Potter y el Príncipe Mestizo en mis manos, cuando
Simon entra. Desde que nos encontramos ayer en el pasillo y pensé que me hablaría de su
papá, mi corazón ha estado pesado, y realmente tengo que concentrarme para no dejar que
se note.
Sonreír es la clave.
Así que eso hago—. Hola, Dr. Blackwood.
Soy consciente de que la enfermera está aquí, sentada en el escritorio de enfrente con
su propio libro.
Él camina más cerca, mirándome en esa pensativa manera suya. Espero que no se dé
cuenta de la confusión en mis pensamientos. Que cada noche de esta semana me he ido a
dormir llorando.
—Beth ordenó todos estos libros para mí. Creo que Josie le dijo todas las veces que me
quejé de ello —le digo, abrazando mi copia en mi pecho.
Él no mira a los libros, se concentra en mí—. Tal vez lo hizo.
Trago, mi garganta se llena de cosas que quiero decir. Cosas que quiero preguntar. Tal
vez debería dejar mi estúpida promesa y preguntarle directamente. Tal vez está esperando a
que yo se lo pregunte.
Pero no tengo la oportunidad de hacerlo porque me saca el libro de las manos, como
suele hacer cuando estoy abrazándolos en busca de fuerza. Quizás lo hace porque no quiere
que me esconda de él.
—El Príncipe Mestizo —lee el título—. Nunca me ha gustado Harry Potter. En realidad,
no. Es una mentira. Me gustó. Estaba celoso de los personajes. Celoso porque todos tenían
magia. Podían hacer que las cosas sucedieran con sólo beber una poción o mover una varita.
Oh, por Dios.
¿Me lo está diciendo?
¿Mi paciencia va obtener su recompensa? ¿Finalmente se dio cuenta de que puede confiar
en mí?
Me quedo quieta. Como, completamente quieta. Tengo miedo de respirar, de parpadear.
De hacer cualquier movimiento repentino que pudiera asustarlo.
Aunque sí cruzo mis dedos y mis dedos de los pies dentro de mis pantuflas de conejito.
—Mi mamá me hizo leer los primeros tres cuando salieron. Bueno, quería leerlos ella
misma. Yo estaba allí para la compañía. Simplemente seguí después de eso.
Simon mira por la ventana a nuestro lado, parece perdido, y es una tortura estar aquí,
inmóvil, tan lejos de él. Pero no sé qué más hacer.
—Ella no se iría a dormir hasta que los termináramos. Y yo no podía decirle que no.
Nunca pude decirle que no a mi madre en realidad. Le encantaba estar al aire libre. Amaba el
sauce en nuestro patio trasero. Recuerdo haber pasado mis vacaciones de verano bajo ese
árbol. Cuando era niño, solía pensar que mi mamá era muy brillante y llena de vida. Pensaba
que ella tenía mucha energía. Siempre estaba haciendo algo, yendo a algún lado, y yo siempre
estaba con ella. Me llevaba a todas partes, de vacaciones, de compras, y pensé que era porque
me amaba. Sí me amaba, pero me llevaba con ella porque estaba sola. Porque necesitaba
compañía y mi papá siempre estaba ocupado. Siempre estaba aquí. En Heartstone. Con sus
pacientes. Y mi mamá... —suspira—, bueno, mi mamá estaba sola. Ella lo esperaba. Era buena
en eso. Esperando. Y mi papá era bueno diciendo que no. Así que eso me dejaba a mí. No sé
cómo lo contrastaba, pero hice todo lo que pude. Para hacerla sentir menos sola.
Mi corazón está latiendo muy fuerte. Más fuerte que la tormenta de afuera. Es un
milagro que pueda escucharlo. Es un milagro que pueda entender lo que está diciendo.
Sobre todo, es un milagro que no lo haya abrazado todavía. Este solitario, solitario
hombre.
Simon siempre ha sido un arreglador, ¿no? Siempre ha sido un héroe.
Es una roca.
Pero ahora mismo, es una frágil. Podría romperse en cualquier momento, está muy
rígido. Muy devastado.
Sé que dije que no se lo preguntaría, pero creo que necesita esto. Necesita el empujón.
—¿Qué... qué le pasó?
Simon aleja la mirada de la ventana, y por un segundo creo que lo he arruinado todo.
No me lo dirá.
Pero entonces, pone el libro en el estante y mete sus manos en sus bolsillos. En un
instante, vuelve a ser él mismo. Ya no está devastado. Está enojado. Furioso, incluso.
—Se suicidó.
Mi boca se abre al sentir que el aire me deja sin aliento—. Simon—
La mirada que me da es la más enojada que he recibido de él y casi me retracto en mi
lugar—. Me gustaría verte en mi oficina esta tarde.
Con eso, se va, y todo lo que puedo hacer es verlo hacerlo.
Horas después, cuando voy a su oficina y veo las persianas cerradas y oigo los dos
chasquidos de la puerta cerrándose y bloqueándose, no siento la misma satisfacción que hace
unos días.
—Simon, escucha—
—No digas que no —dice con aspereza.
Hay tanta angustia en esas cuatro palabras que mis lágrimas comienzan a caer. Como
si yo fuera la lluvia y él la nube que me hace fluir.
¿De verdad cree que alguna vez le diré que no? Si lo hace, entonces realmente no sabe
las cosas que siento por él. Las cosas que haré por él. A las profundidades a las que iré y en
las que caeré, por él.
Simon Blackwood no sabe nada, entonces.
Asiento y él está encima mí.
Está bien. Podemos hablar más tarde. Ahora mismo, si necesita mi cuerpo para sentirse
mejor, se lo daré.
Me vuelvo completamente flexible mientras me baja al piso de madera. Hace un trabajo
rápido con mi ropa y entra en mí con un suave empuje, porque incluso agitada estoy mojada
como el carajo por él.
Es como si mi cuerpo supiera que me necesita ahora mismo. Me necesita más de lo que
nunca me ha necesitado y cada parte femenina de mí está suelta para dejarlo entrar.
Mi coño hace crema para que le resulte más fácil deslizarse. Mis músculos internos se
aprietan y liberan para que pueda obtener el máximo placer. Mi piel se vuelve más sensible,
más suave, para que pueda cavar sus dedos.
Yo soy su área de juego, y él puede jugar todo lo que quiera. Soy su medicina en este
momento, curando su enfermedad. Su princesa matando a sus dragones.
Su ritmo es entrecortado, pero, aun así, nos movemos en sincronía. Creo que esto es lo
más sincronizado, en ritmo que hemos estado. Me mira a los ojos con tanta pasión, tanta
turbulencia que enrollo mis piernas alrededor de su cintura y arqueo mi espalda para dejarlo
entrar más profundamente. La dureza del suelo ni siquiera se registra con lo duro que él está
encima de mí.
Simon tiene un brazo sujetado por encima de mi cabeza y el otro está apretado en un
puño en mi cabello. Es como si se estuviera aferrando a mí porque cree que podría ahogarse.
La mirada en sus ojos está tan perdida y tan caliente, que me rompe el corazón.
No dejaré que se ahogue; se lo digo con mis ojos. Se lo digo cuando jadeo su nombre. Se
lo digo que cuando me jadea en mi boca, su cejas fruncidas pesadamente.
—Simon —gimo su nombre y engancha nuestras bocas en un beso.
Es cuando me vengo, incluso aunque no lo buscaba. Pero los besos de Simon son
orgásmicos. Me empujan al límite cada vez.
Y mientras estoy apretándome alrededor de él, Simon se retira, se quita el condón y se
viene en mi coño y mis rizos salvajes, marcándome como la primera vez.
A pesar de las olas de orgasmo que nos atraviesan a ambos, me pone de pie. Con ojos
brillantes, pone sus manos debajo de mi trasero y me levanta, llevándome en sus brazos.
En su manera usual, me acompaña al baño y me sienta en el mostrador. El mármol es
muy frío contra mi trasero desnudo.
Luego, vuelve a salir y recoge mi ropa. Moja un pañuelo y me limpia, me pone de nuevo
en mi ropa como si fuera una niña. Lo dejo hacerlo porque sé que lo hace feliz, alisar mi
cabello, cuidando de mí.
Pero ya no soporto el silencio—. Simon—
Levanta la mirada, con los ojos abiertos de una manera que no puedo entender—.
Willow, yo...
A pesar de que se calló, mi respiración se intensifica. Mi corazón se acelera. Pesa y se
me pone la piel de gallina.
Porque por alguna razón creo... creo que va a decirlo. Va a decir lo que he estado
esperando.
Su pecho está bajando y subiendo, igual que el mío. Estamos respirando como uno solo.
Él y yo. Apuesto a que las miradas en nuestros ojos también coinciden porque también estoy
abierta en la forma en que él lo está.
Me hace darme cuenta de lo que veo en su expresión. Es vulnerabilidad. Ambos estamos
vulnerables. Desollado. Descubiertos. Desnudos.
Y ambos estamos rotos, en este momento. Rotos y derretidos.
Mi rey de hielo lo va a decir.
Va a decir que me ama.
—Yo... Yo—
Sus palabras son tragadas por el timbre del teléfono y podría gritar con lo cliché que es
esto. Qué jodido cliché y qué desafortunado.
Una broma cruel.
—Simon, no. Por favor —agarro sus bíceps, pero sacude su cabeza y me deja allí.
Aunque, no puede llegar a tiempo a su teléfono, escucho la voz de un hombre cuando la
máquina contesta la llamada. En serio, ¿qué época es ésta? Todo lo que hay en esta mansión
victoriana está pasado de moda:
—Oye, hombre. Contesta tu puto celular. Tenemos que hablar de Claire. Se acabaron las
dos semanas.
Salgo del baño y no hubiera pensado nada en el nombre de Claire, si no hubiera visto a
Simon transformarse delante de mí.
Se pone todo tenso y frío, de pie junto al escritorio, mirando el teléfono. Es tan
sorprendente, su cambio. Tan abrupto y tan impactante, después de verlo deshacerse mil
veces.
Mi corazón está acelerado, pero por una razón muy diferente ahora y algo parecido al
miedo se aloja en mi estómago—. Simon—
Se da la vuelta para mirarme—. Vete.
—¿Qué?
—Vete.
—Pero—
—Vete, Willow.
No lo hago.
¿Cómo puedo hacerlo? Después de todo. Después de lo que me dijo y lo que iba a decirme.
Su furia se eleva, se eleva y se eleva, hasta que se derrama y arremete—. Willow, por
una vez en tu maldita vida, ¿harás lo que te digo?
Salto ante su voz. Nunca lo había visto así. Tan frío y tan acalorado al mismo tiempo.
Todas las líneas de su cuerpo y rostro están grabadas en piedra. Me parte el corazón, justo a
la mitad. Lo aplasta, lo convierte en pulpa.
Tan pronto como siento mis ojos aguarse, hago lo que dice.
Me voy, dándome cuenta de que nunca me preguntó su pregunta habitual: cuántos días.
C A P Í T U L O 21
Un día
Antes de La Despedida.
Y el hombre del que estoy enamorada ni siquiera me mira.
Es como la forma en que me miró ayer cuando pensé que finalmente iba a decir algo,
reconocer esta cosa entre nosotros, así era. Gastó toda su intensidad, toda su pasión, su calor
en esa mirada y ya no le queda nada.
Es frío como el hielo.
O tal vez todo está en mi cabeza. Tal vez él ni siquiera iba a decir nada. Tal vez nunca
tuvo la intención de decirlo, y lo que sea que he estado sintiendo en los últimos días no es
más que una ilusión.
Estoy delirando. En amor esquizofrénico.
Con el hombre de pie al otro lado de la habitación. Es el hombre más alto en mi fiesta,
mi fiesta de despedida. También es el más distante, escondido en un rincón. Ni siquiera está
comiendo pastel.
Renn y las chicas pidieron un pastel de limón para mí, específicamente. Y estamos todos
reunidos en la sala de recreación: pacientes, técnicos, enfermeras, terapeutas.
¿Qué tan irónico es que todo comenzó con una fiesta? Mi fiesta de cumpleaños número
dieciocho. Tuvimos pastel de chocolate con relleno de frambuesas frescas. El número de
personas que asistieron fue grande, pero no conocía a más de la mitad de ellos, y ellos no me
conocían a mí. Vinieron porque mi familia los invitó, y tal vez porque querían licor y pastel
gratis.
Sin embargo, en el Interior, la gente me conoce. Quizá no he hablado personalmente con
algunos de ellos, pero, aun así. Saben que soy una de ellos.
Hasta ahora, Annie, Lisa, Roger, algunos otros pacientes, y un par de enfermeras, junto
con Hunter y Beth, todos ellos han venido a desearme buena suerte para la vida en el Exterior.
Ellen, del grupo de reflexión, ha venido a abrazarme y a decirme lo orgullosa que está
de mí. El suyo era el grupo en el que confesé mis mentiras y acepté el hecho de que tengo
ideas suicidas, y que soy una luchadora.
Yo soy la elegida, verán.
Todos lo somos. Nosotros somos los que elegimos luchar. Todos los días. Cada momento.
No nos rendimos cuando los pensamientos se vuelven oscuros. No nos rendimos cuando
los medicamentos no funcionan. No nos rendimos cuando nuestros demonios internos
dominan a los demonios de afuera.
No nos rendimos. Punto.
Elegimos ser más que nuestra enfermedad y sí, es difícil. Y es jodidamente injusto. Pero,
¿cuándo es justa la vida? Haces lo mejor con lo que te han tratado y estamos aquí porque
todos y cada uno de nosotros queremos ser lo mejor que podamos ser.
Hasta hace seis semanas, nunca hubiera pensado en estar aquí. Pero ahora, no quiero
irme. Es como si fuera a dejar a mi familia, una familia diferente y estrafalaria, y todo lo
que quiero hacer es romperme y llorar.
¿Vendrá él por mí, si hago eso? ¿Me mirará entonces, si me rompo y lloro?
Sólo el hecho de que esté pensando en llorar para que él me preste atención demuestra
que estoy al borde de la psicopatía.
Pero quiero hacer eso, psicótico o no. Quiero hacer una escena, empezar una conmoción
para que venga a mí. Tal vez incluso mantenerme aquí, encerrada.
Porque quiero saber qué pasó.
¿Qué coño pasó?
Todo estaba bien—bueno, todo estaba fracturado porque él no había confesado sus
sentimientos por mí ni me había dado ninguna indicación de lo que el fututo nos depara,
pero, aun así, las cosas estaban bien.
Pensé que estábamos progresando. Cada vez que hablábamos, cada vez que follábamos,
cada vez que me cuidaba, me hacía sentir que nos acercábamos mucho más. Pensé que diría
algo antes de que me fuera. O al menos darme su número telefónico o alguna pista de que
todavía quiere estar en contacto conmigo en el Exterior.
Cualquier cosa.
Pero luego una llamada telefónica sobre Claire y todo se hizo añicos.
Como siempre, lo he analizado hasta la muerte y creo que esto tiene algo que ver con su
antiguo trabajo. Siempre he sabido que algo lo está carcomiendo y debe ser esto. Bueno, aparte
del hecho de que su mamá se suicidó. No me extraña que sea tan frío y aparentemente sin
emociones.
Pero eso no detiene mi devastación. Eso no me impide estar triste y enojada porque
signifiqué tan poco para él.
Antes de que pueda ahogarme en mi cabeza, Josie me encuentra, y charlamos un rato.
Me dice de nuevo lo orgullosa que está de mí y me pongo a llorar, agradeciéndole.
Entonces recuerdo algo—. Oye, eh, olvidé agradecerte por los libros.
—¿Qué libros? —toma una mordida de su pastel
—Harry Potter. No puedo creer que realmente me hayas escuchado. Gracias por eso.
Aunque no tenías que conseguir como cien copias y dedicarles un estante entero. Pero ya
sabes, no me estoy quejando.
Está frunciendo el ceño—. Yo no hice nada.
—¿Qué?
—Yo no manejo los libros. O ese tipo de cosas.
—¿Debiste haberle dicho algo a alguien? ¿A Beth?
Ella sacude la cabeza—. Nop. No dije nada. Tal vez deberías hablar con ella. Ella y el Dr.
Martin son los que manejan esas cosas. Bueno, ahora sería el Dr. Blackwood.
—¿Dr. B-Blackwood? —pregunto con voz chillona.
—Sí. Ya que el Dr. Martin no está aquí ahora mismo.
—Correcto.
Ella sonríe y se aleja de mí para hablar con alguien más. O tal vez soy yo quien se aleja.
No puedo decirlo.
No puedo decir nada ahora mismo. Ni siquiera creo que esté pensando ahora mismo.
Todo es un gran, gigante lío en mi cabeza.
¿Simon ordenó los libros?
No.
En realidad, Simon ordenó muchos libros. Muchos.
Realmente deberían hacer algo con su biblioteca. No hay ni un solo libro de Harry Potter
ahí.
Yo le dije eso. Hace mucho tiempo. El día que salvó a Annie. Eso me impresionó mucho.
Sólo se lo dije porque quería aferrarme a mis viejas costumbres. Estaba siendo testaruda
mientras estaba completamente enamorada de él.
¿De verdad lo recordó? ¿De verdad, de verdad compró esos libros para mí?
Quiero decir, podría ser Beth también. Pero de alguna manera, no lo creo. No creo que
ella ordenara múltiples copias de mi serie favorita—la serie por la que básicamente soy un
infomercial; sus palabras, no las mías—y prácticamente dedicara un rincón para ellos.
Simon compró esos libros, y los compró para mí. Lo hizo, ¿no?
Mi corazón golpea dentro de mi pecho mientras observo donde él estaba parado antes,
en una esquina, apoyado contra la pared. El ceño un poco fruncido, pero no realmente. Pero
ya no está allí. Se ha ido.
—Oh Dios, ¿a dónde fuiste? —murmuro para mí misma.
Siento una pérdida visceral cuando giro alrededor en busca de él. Una pérdida tan
visceral y masiva para alguien que sólo ha dejado una habitación. Extrañamente, se siente
como si él hubiera dejado mi vida. Y yo todavía estoy aquí. Ni siquiera me he ido todavía.
Todavía tengo un día.
Necesito encontrarlo. Necesito decírselo. Necesita saber cómo me siento.
Porque yo sé cómo se siente él.
Porque sé que él iba a decirlo antes de que todo se fuera al infierno de una manera tan
dramática. No puedo perder la fe ahora que he sido tan creyente la semana pasada.
Mis pies empiezan a moverse y salgo por la puerta antes de que realmente pueda pensar
en lo que estoy haciendo. También dejé mi fiesta de cumpleaños número 18. Esa noche quise
saltar y caer muerta al suelo, sólo para poder callar las voces.
Hoy también, mis voces son fuertes y me dicen que salte. Me están diciendo que dé un
salto.
Y lo estoy haciendo. Estoy dando un salto de fe, esperando que él no me deje caer y
morir. Esperando que me atrape.
Encuentro su figura retirándose en el pasillo, y grito su nombre, deteniendo sus pasos.
Se da la vuelta y ahí está.
Simon, el amor de mi vida. Una vida que siempre me ha atormentado. Una vida que
siempre quise terminar. Una vida que siempre querré terminar, pero lucharé. Haré lo que
tenga que hacer para seguir viva porque es mía.
Y él también es mío.
Simon frunce el ceño—. Willow.
Su voz aprieta mi corazón y hace temblar mis piernas con todo el amor, mientras me
acerco a él.
—¿Puedo hablar contigo, por favor? ¿En tu oficina?
—En realidad, yo—
—Por favor —digo, cortándolo. No dejaré que se esconda de mí. No en este momento.
Hay un tic en su mandíbula, un pulso que indica que me va a rechazar. Pero,
sorprendentemente y para mi alivio, asiente.
Lo sigo hasta su oficina y cuando mantiene la puerta abierta, cruzo el umbral.
Sin embargo, Simon sigue en la puerta—. ¿Puedo ayudarte en algo? Estoy un poco—
Me doy la vuelta para enfrentarme a él—. ¿Quién es Claire?
Okay, bueno, ese no era mi plan.
No sé exactamente cuál era mi plan, honestamente. Pero no era esto. No iba a soltar
esto y tenerlo todo rígido conmigo.
Se volvió completamente frío y casi amenazante, y su voz no es mejor que la de ayer
cuando me pidió que saliera de su oficina—. ¿Qué?
Puedo retractarme o puedo continuar con esto. Empuñando mis manos a mis costados,
decido continuar. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Bueno, no. No iré ahí.
Pensamientos felices.
—¿Quién es? —trago—. T-tú recibiste la llamada ayer y desde entonces las cosas han
estado raras. Yo—
—¿Eso es todo?
No hay movimiento en su cuerpo. Ni siquiera creo que moviera los labios cuando dijo
eso. Es tan desconcertante estar aquí de pie frente a él, nerviosa y temblorosa cuando él está
tan quieto e inmóvil.
—¿Perdón?
Un apretón en su mandíbula, por fin. Alguna señal de que no se ha congelado.
—¿Eso es todo? —repite lentamente, algo destellando en su rostro—. Porque si lo es,
tengo mucho trabajo que hacer. Así que, tienes que irte.
Respiro profundamente. Hay un zumbido en mi estómago. Un enjambre de mariposas,
abejas, avispas y libélulas. Es una plaga y quiero presionar mi mano para calmarlas. Pero eso
significaría mostrarle mi debilidad y no puedo hacerlo. No ahora.
—¿Quién es ella? —pegunto de nuevo—. ¿Por qué te volviste todo, no sé, helado e
inaccesible? ¿Quién es ella, Simon? Yo, honestamene—
—Te pido que te vayas. Ahora mismo.
—Dime quién es ella, Simon.
—Quién es ella, no es asunto tuyo —no se ha movido ni un centímetro de la puerta.
Aun así, lo siento a él y a su voz casi azotadora desde algún lugar cercano—. ¿Me entiendes?
—Tengo derecho a saber —digo, mis latidos se hacen cada vez más fuertes.
Sí, lo tengo.
Lo tengo. Lo tengo. Lo tengo.
Por favor, no me hagas una mentirosa. Por favor, dime quién es ella.
—¿Disculpa?
Dios, ¿alguna vez se ha visto más feroz que esto? Sus cejas están amontonadas y su
mandíbula está muy apretada. ¿Y sus ojos? Sus ojos son fragmentos de oscuridad, brillantes
e intensos.
Cada segundo que pasa me hace sentir aún más agitada y asustada. Quiero decir, no
esperaba que fuera receptivo a mis palabras, pero tampoco pensé que estaría tan callado y
con los puños apretados.
—Tengo derecho, Simon —le digo decididamente, como si estuviera parada en una
tormenta y me negara a retroceder ante el trueno—. De saber. Y de preguntar.
Enderezo mi columna vertebral y aprieto mi estómago. Tal vez duela menos hasta que
lleguemos al punto en que de verdad ceda y me lo diga.
Simon inclina la cabeza hacia un lado, como si estuviera realmente curioso—. ¿Qué te
hace pensar eso? Que tienes derecho a saber cualquier cosa.
—P-porque tú compraste los libros.
Porque me amas. Y yo te amo.
Todavía no puedo creer que él haya hecho eso. No puedo creer que nunca dijera nada al
respecto. En la biblioteca, cuando le dije que le diera las gracias a Josie y Beth, no dijo nada.
Ni siquiera lo mencionó.
Pero esa es la cuestión, ¿no? Simon nunca dice nada. Y si alguna vez hubo una
personificación de las acciones que hablan más fuerte que las palabras, entonces esto lo es.
—¿Qué?
—Compraste esos libros de Harry Potter.
—¿Y?
Cierro los ojos un segundo antes de decir—: Para mí. Los compraste para mí.
—¿Y?
Dios, ¿por qué tiene que estar tan callado? ¿Por qué no puede simplemente admitirlo,
hacerlo fácil? Su mirada es tan inerte y muerta. Como si yo pudiera estar hablando en lenguas.
Como si no me entendiera.
¿Por qué me hace pelear así?
Estoy tan cansada de pelear. Por él. Por todo.
Me limpio la nariz con el dorso de la mano y parpadeo, mis ojos manchados de
lágrimas—. Entonces, significa que hay algo entre nosotros. Tú... —me limpio de nuevo la
nariz, otro parpadeo de ojos—, tú tienes sentimientos por mí y yo también los tengo por ti.
Siempre los he tenido.
En cuanto digo estas palabras, sé que he cometido un terrible error. Es como ver
repetirse la misma historia.
¿No estuve aquí hace un par de semanas, diciéndole lo mismo? ¿Y no me rechazó?
Este déjà vu me provoca ganas de vomitar y esta vez no puedo resistirme. Pongo una
mano en mi estómago. Está jodidamente revuelto.
Simon entrecierra los ojos—. Creo que ya hemos tenido esta conversación antes, ¿no?
Sí. La tuvimos.
Pero entonces, no sabía la magnitud de los sentimientos que desarrollaría por él en sólo
dos semanas. No sabía que tenía las mismas fantasías que yo. No sabía las pequeñas cosas
sobre él.
Sus pequeñas sonrisas, sus suspiros y gemidos. Su calor y su piel. Cómo es tan paciente,
maravilloso y cariñoso. Cómo no puede comprender el pensamiento de mi herida y cómo se
castiga a sí mismo por las cosas más pequeñas.
—No puedes mentirme, Simon —doy un paso hacia él—. Te conozco. Puede que no sepa
todas las cosas sobre ti. Todos los hechos. Pero te conozco. Te he sentido —doy otro paso más
cerca, mientras continúo—. Eres un buen hombre, Simon. Tienes tan buen corazón y no sé
por qué no lo crees. No lo entiendo, pero te juro por Dios que lo tienes. Nunca he conocido a
alguien como tú. De hecho, ni siquiera creo que haya alguien como tú.
De alguna manera, mi voz sigue siendo firme incluso cuando mi cuerpo está temblando.
Lo alcanzo, levantando mi cuello para poder mirarlo.
—No eres un criminal del lado equivocado de la ciudad. No eres el hombre del corredor
de la muerte. Tú eres el rey, Simon. Tú eres mi rey. Y-yo nací para ti. Mi enfermedad, El
Incidente del Techo. No son al azar. Estaba destinada a estar aquí, y tú también lo estabas.
Todo por lo que pasé en mi vida fue porque estaba destinada a conocerte. Y tú también estabas
destinado a conocerme.
Voy a tocarle el rostro, tal vez ablandarlo un poco, pero me agarra la mano antes de que
pueda hacer contacto. Su agarre es feroz, dolorosamente feroz, y aprieto mis labios contra el
dolor.
—¿Has terminado?
—Sim—
Me aprieta la muñeca, más fuerte que nunca, y se me escapa un pequeño silbido. Sin
embargo, no me suelta. Me ve retorcerme. Aumenta la presión y no se relaja.
La noche que me quitó la virginidad, me dijo que no quería verlo perder el control. Creo
que esto es a lo que se refería. Esta violencia—. Simon, por favor, me estás lastimando.
Ahí es cuando me libera—. Ahora, lárgate al carajo de aquí.
Froto mi muñeca y me mantengo firme—. Lo hiciste a propósito. Intentaste herirme
deliberadamente. Sé eso. Tú no eres así. He visto todo de—
Detiene mis palabras con una corta y dura carcajada—. Dios, sabía que esto era una
mala idea —murmura él, casi para sí mismo antes de concentrarse en mí con ojos letales—
. Lo supe desde el momento en que te vi. Sabía que eras joven. Fuiste imprudente. Te pusiste
sentimental y, aun así, te follé. Déjame decirte cómo es, Willow.
Esta vez, se acerca más. No da un paso, sino dos, tres. Hasta que me está sobre mí. Una
nube negra y estruendosa con ojos grises y una mandíbula dura y rasposa.
—Te follé —dice rudamente—. A pesar de mi buen juicio, follé a mi paciente. Eres joven.
Hermosa. Hay un salvajismo en ti que me llamó. Y sí, estás jodidamente apretada, Willow, y
los hombres les gusta eso. Soy un hombre, ¿no? Un hombre débil y patético que no podía
resistirse a una buena follada. Eso es lo que fue. Eso es lo que sentiste. Un hombre en celo.
Un hombre yendo por un coño apretado como el carajo. No sé de qué otra forma explicártelo.
Cuánto más claro puedo ser, pero esto es todo, ¿entiendes? Fue jodidamente fenomenal, pero
fue sólo eso. Una follada.
Estoy viendo cómo mueve la boca, lo veo pasar, pero no puedo creerlo. No puedo creer
las cosas que está diciendo.
—No —susurro.
O tal vez sólo sacudo la cabeza.
O tal vez hago ambas.
Todo es un poco confuso ahora mismo. Ha sido así desde que me enteré de los libros.
—Sí. No siento nada por ti. Nunca lo hice, y nunca lo haré. Saldrás de aquí mañana
como si estabas destinada a hacerlo. Y probablemente nunca nos veamos de nuevo, como
estaba destinado a ser —luego se endereza—. Pero no soy el tipo de hombre que se aleja de
las responsabilidades. Si te sientes inclinada a reportar esto, no te detendré.
¿Reportarlo?
¿Es eso en lo que está pensando ahora mismo? ¿Que lo reportaré? ¿Es eso lo que está
pasando por su mente cuando me está rompiendo el corazón?
—De hecho, te animo a hacerlo —continúa con cara seria—. No querrás que alguien
como yo se aproveche de ti en el futuro.
—¿E-en el futuro?
—Sí. En el futuro.
—¿Es eso en lo que piensas, cuando piensas en el futuro? ¿Yo con alguien más?
—Francamente, no he pensado mucho en ti y en el futuro en absoluto.
Tengo muchos pensamientos dentro de mi cabeza. Están gritando y gritando, golpeando
mi cráneo, pero por alguna razón sólo se me escapa un susurro—. Estás mintiendo.
Estudia mi rostro. Sus ojos grises y duros como el invierno siguen el camino de mis
lágrimas. Sin parar y sin fin, pero en silencio, a diferencia del caos en mi cabeza.
Alejándose, se dirige a su escritorio, recoge algo antes de darse la vuelta. Miro hacia
abajo y lo encuentro ofreciéndome un pañuelo.
Lo lleva tan casualmente mientras responde—. No soy tú.
Algo me pasa entonces.
Algo que he experimentado antes con seguridad, pero no con esta intensidad. No con
esta ferocidad y salvajismo.
Por razones desconocidas, Simon Blackwood siempre ha logrado hacerme sonreír,
hacerme feliz, hacerme sentir tranquila.
Así que probablemente sea justo, incluso poético, que sea él quien despierte el huracán
dentro de mí.
Es él quien me hace jodidamente perder el control.
Todos los gritos dentro de mi cabeza se liberan cuando me lanzo hacia él. Golpeo mi
cuerpo contra el suyo como si fuera un desastre. Una bola de demolición.
No sé lo que estoy haciendo, pero sé que estoy gritando y que mis manos se mueven
como un molino de viento. Mis puños chocan con algo duro, sólido y todo lo que sé es que
quiero golpearlo, golpearlo y rugirle.
Quiero aplastar esa fuerza sólida y enroscada, y reducirla a lo que soy ahora mismo:
rota y magullada.
¿Y por qué no?
El hombre con el que he compartido mi cuerpo no parece muy inclinado a detenerme.
Tal vez sepa que se lo merece. Se merece cada puñetazo, cada patada, cada rasguño en su
cuello, en su rostro, cada empujón y cada tirón de su camisa, su cabello.
Se lo merece todo. Toda mi ira.
Estoy golpeándolo y golpeándolo, y estoy llorando y sollozando, todo el tiempo mientras
lo llamo mentiroso.
Porque lo es. Tiene que serlo.
Si no lo es, entonces estoy loca. Soy una psicópata por pensar que alguna vez me amó.
No sé cuánto tiempo lo he estado golpeando, abofeteando, pero en un segundo, estoy
golpeando su sólido cuerpo, despellejando mis propios nudillos, y al siguiente, estoy volando
por los aires, parece, mis piernas colgando, mis gritos más fuertes que nunca.
Hay una banda alrededor de mi cintura, una banda cálida y viva. El brazo de alguien.
A través de mi rabia y la borrosidad de mis lágrimas, veo a la multitud reunida dentro
de la habitación. Veo a Simon todo desarreglado, su camisa desabrochada, arañazos a lo largo
de la línea de su mandíbula y el rostro
Está tratando de decirme algo, probablemente calmándome. Hay otras personas,
también. Me están diciendo cosas también. Pero no puedo escucharlos. No quiero hacerlo.
Quiero que Simon me diga por qué estaba mintiendo.
¿Por qué me está rompiendo el corazón? ¿Por qué me está haciendo esto? ¿Qué he hecho
para merecer esto?
Un recuerdo me sujeta y me devuelve al pasado. La habitación del hospital, mi mamá
llorando, los doctores. Todos me miran como si algo estuviera mal conmigo. Todos me miran
como si fuera un animal, que necesita ser sacrificado.
Pero a diferencia de ese día, no tengo miedo de lo que vendrá.
De hecho, lo quiero. Quiero el entumecimiento. Quiero ese aguijón. La aguja. Dejar que
me calmen. Dejarlos jodidamente hacerlo.
No soy una paciente histérica sin pensamiento racional. Soy una chica loca, con el
corazón roto y en plena posesión de mis facultades mentales.
Déjenlo jodidamente hacerlo.
No me calmaré, pase lo que pase.
Agito mis piernas, mis brazos, hasta que ellos ya no me dejan. Grito cada vez más fuerte,
hasta que siento que me sangra la garganta. Durante todo este tiempo, miro con lágrimas en
los ojos a mi torturador, al hombre que amo. El hombre que me rompió el corazón.
Y entonces, siento un ligero pinchazo.
Un aguijón que estaba esperando. Trae un dulce alivio. Y calma y paz.
Muerte.
Sí. Gracias, Dios.
Me siento a mí misma entrando en ella, absorta en la masa negra. Al mismo tiempo, me
siento enjaulada en un par de brazos. Estos son diferentes de los que me sostienen alrededor
de mi estómago.
Reconocería esos brazos en cualquier parte.
Simon.
Me ha tomado en sus brazos mientras estoy muriendo. Sonrío, o lo intento, porque me
estoy deslizando.
He pensado mucho en la muerte y en cómo moriré. He hecho planes para ello. Pero ni
una sola vez pensé que moriría en los brazos del hombre que amo. Nunca se me ocurrió.
En realidad, parece una buena manera de morir. La mejor manera de morir.
Dar tu último respiro en sus brazos y mirar su rostro antes de cerrar los ojos para
siempre y decir tus últimas palabras.
—Estás rompiéndome el corazón...
HOMBRE MEDICINA
—Está estable —dice Beth, de pie en la puerta de mi oficina—. Durmiendo.
Levanto la vista y meto los archivos en mi bolsa, en mi escritorio. Probablemente estoy
aplastando los papeles, arruinándolos más allá de toda reparación, pero en realidad no me
importa.
Esto no es lo peor que he arruinado. Y hay peores cosas que puedo arruinar.
—Quiero que alguien la monitoree toda la noche. En caso de que se despierte —le digo,
volviendo a mi tarea.
Sin embargo, ella no debería. Debería dormir toda la noche con Trazadone. Espero que
lo haga.
Miro alrededor de la escena del crimen. Mi oficina. Todo está arreglado. El personal de
Heartstone es muy eficiente. Me hace enojar. Me enfurece que no haya ninguna evidencia de
ello. Alguna evidencia de cómo le rompí el corazón.
Arañazos en mi cuello y mandíbula, algunos en mis bíceps arden como si ella todavía
estuviera clavando sus uñas en mi carne, pero no son suficientes. Sus uñas desafiladas no
lograron romperme la piel y hacerme sangrar. Como la hice sangrar hace exactamente siete
días.
¿Dónde está la justicia en eso? ¿Dónde está la justicia en mí quedando impune?
—Sabes que esto es todo ¿verdad? —dice Beth, recordándome que todavía está aquí—.
No puedo ayudarte después de esto. La gente está hablando de lo que pasó aquí. No puedo
detenerlo.
—No estoy pidiendo ayuda.
—Vas a perder este trabajo. No creo que ni siquiera Joseph pueda convencer a la junta—
Detengo lo que estoy haciendo y me concentro en ella—. ¿Parece que me importa este
trabajo?
—¿Te preocupas por ella? —pregunta, de pie frente a mí, al otro lado del escritorio, como
si estuviéramos en un callejón sin salida.
Mis manos empuñan la solapa de la bolsa—. ¿Qué quieres, Beth?
—Quiero que lo admitas. Sé que has estado pasando tiempo con ella. ¿Crees que no lo sé,
Simon? —arquea las cejas—. Sé de las reuniones frecuentes. No te has interesado tanto en
ningún otro paciente que no sea ella.
—¿Entonces por qué no has hecho nada al respecto? ¿Por qué no me has detenido? Si
fuera otra persona, habrías tenido esta conversación hace mucho tiempo. ¿Verdad?
Asiente—. Sí, lo habría hecho. Lo habría detenido. Y si pensara que se estaba
aprovechando de uno de mis pacientes, me habría asegurado de que todos lo supieran
también.
—¿Por qué no lo hiciste? ¿Por qué no me detuviste?
Sonríe con tristeza y dice—. Porque no te estabas aprovechando de ella.
—¿Sí? ¿Cómo sabes eso? Has oído los rumores, ¿verdad? —cruzo mis brazos sobre mi
pecho—. Dicen que me aproveché de Claire. Dicen que me acosté con ella y cuando se puso
pegajosa, le dije que cambiara de doctor. Hay una demanda contra mí, ¿recuerdas?
Ella sacude la cabeza, analizándome. Odio cuando hace eso. Como si yo siguiera siendo
ese chico de catorce años que acaba de perder a su madre.
—Sé que no hiciste eso.
Ella tiene razón. No lo hice. Pero todos los demás lo creen.
—¿Cómo? ¿Cómo lo sabes, Beth? Tal vez te he estado mintiendo. Tal vez no te conté toda
la historia.
—Porque, Simon, tú eres tu peor crítico. Eres el colmo de la profesionalidad. Eres muy
duro contigo mismo —dice exasperada—. Nunca te involucrarías con un paciente. Ni siquiera
se te ocurriría, y eso es porque tu papá se casó con su paciente. Tu madre.
Me estremezco.
Trato de no pensar demasiado en eso. Trato de no pensar en cómo mi madre bipolar
estaba perdidamente enamorada de mi padre. Y cómo mi padre siempre estaba demasiado
ocupado para ella.
Aquí es donde se conocieron, en Heartstone.
Ella sufría de trastorno bipolar 1, que se presenta con episodios maníacos que duran al
menos siete días. Los episodios depresivos también ocurrían. Para mí es más fácil
descomponer su enfermedad en términos técnicos que pensar en ella como una criatura
impredecible que atraviesa momentos de altibajos, en contra de su voluntad.
De acuerdo con mi madre, se enamoró de mi padre desde el principio. Se enamoró de lo
tranquilo y estable que era. De su trabajo duro y agudeza mental. Y cómo siempre él parecía
saber lo que ella iba a decir antes de que ella lo dijera.
Siempre hace que me pregunte si mi madre lo estaba inventando. Le gustaban las
historias. Porque ¿cómo coño fue que el hombre que la conocía tan bien, no se dio cuenta de
que ella lo necesitaba en su vida? ¿Cómo pudo dejarla sola para salvar el mundo, cuando su
esposa se estaba muriendo por él?
¿Cómo coño no sabía él que su ausencia la estaba lastimando hasta el punto en que
terminó suicidándose?
—Eso es lo que te impulsa, ¿no, Simon? —Beth me saca de mi cabeza—. Ser mejor que
tu papá. Así que sí, lo sé. Todos los que te conocen saben que nunca podrías haber hecho algo
así.
A pesar de mí, me alivia que Beth lo sepa. Nunca tuve que decírselo; ella me creyó desde
el principio.
Como ella. La princesa de nieve. La chica más valiente que conozco.
Pero no importa. No me importan los rumores, pero sí me importa lo que le pasó a
Claire.
Porque es mi culpa.
—¿Cuál es tu punto, Beth? —pregunto.
—¿La amas? ¿Amas a Willow?
Aprieto mis dientes mientras ira y un miedo antinatural me aprietan—. No soy mi
padre.
—Eso no es lo que pregunté. ¿Amas a Willow, Simon?
No.
Quiero decirlo. Quiero negarlo. Lo hago.
Pero las putas palabras no llegarán.
Tienes sentimientos por mí, Simon. Yo también tengo sentimientos por ti.
No merezco su amor. No después de las cosas que le dije. No después de lo que le hice
hacer.
No me extraña que odie a los doctores.
—No tengo tiempo para esto —despido a Beth y vuelvo a empacar todos los documentos
que necesitaré para convencer a los padres de Claire de que no le quiten el soporte vital.
—Respóndeme. ¿La amas o no?
Cierro la bolsa y casi la tiro a un lado en frustración—. ¿Qué importa? ¿Qué sé yo del
amor, Beth? Jodidamente nada. No sé nada sobre el amor. Todo lo que sé es que mi madre se
suicidó y yo fui quien encontró su cuerpo. ¿Sabes que ya lo sabía? Tan pronto como me
desperté ese día, lo supe. Sabía que estaba muerta. Ni siquiera la había visto. Ni siquiera me
había levantado de la cama. Lo supe en cuanto abrí los ojos. Había esta... puta frialdad en la
casa. Como si la estuviera irradiando desde su cuerpo. Estaba casi azul. La espuma se había
secado alrededor de su boca. No puedo sacarme esa foto de la cabeza. A veces no puedo dormir
y si lo hago, me aterroriza despertarme. Yo ni siquiera sabía que era tan infeliz. No sabía que
planeaba suicidarse. O cuánto tiempo lo planeó. Sabía que lo sentía. Se sentía inadecuada
cuando papá no volvía a casa. Cuando él desaparecía completamente durante sus episodios.
Eso lo sé. Pero no sabía que su final estaba tan cerca.
Finalmente, me enfoco en ella con ojos borrosos—. No sé nada sobre el amor, Beth. Todo
lo que sé es lo que he visto al crecer. Y es jodidamente feo. Yo soy jodidamente feo por dentro.
Ni siquiera sé por qué estamos hablando de esto. No tiene importancia. Ella me odia
ahora, y con razón.
Las agujas la asustan, pero ella prácticamente nos obligó, me obligó a sedarla. Se lastimó
a propósito por lo que dije y, como un cobarde, ni siquiera me retracté. Ni siquiera me retracté
de mis palabras.
Ella está mejor sin mí.
Estoy listo para irme para poder ir a Boston, pero las palabras de Beth me lo impiden—
. ¿Se lo has dicho a él? ¿Alguna vez se lo dijiste? Lo que me acabas de decir, ¿sobre cómo la
encontraste ese día?
Respirando por la nariz, le digo—: ¿De verdad crees que le habría importado que se lo
dijera? Volvió a trabajar al día siguiente. Estuvo aquí toda una semana antes de que yo viera
su cara.
—Simon, necesitas hablar con alguien. Necesitas ayuda profesional.
Una risa me abandona—. ¿De verdad me estás diciendo eso?
—Sí. Creo que estos son los síntomas clásicos del TEPT6
—¿Ahora también eres doctora?
—No. Pero he estado cerca de muchos de ellos toda mi vida para saber estas cosas. De
hecho, he estado casada con uno desde mucho antes de que tú nacieras.
—Estoy bien.
—Sólo porque eres doctor no significa que no puedas enfermarte —dice como si se lo
estuviera explicando a un niño—. Lo sabes, ¿verdad?
6
Trastorno de estrés post-traumático.
Suspirando, sacudo mi cabeza y pongo mi bolsa sobre mis hombros—. Tengo que irme.
—¿Le van a quitar el soporte vital? —pregunta Beth, a sabiendas.
—Sí.
—¿Y vas a hacer qué? —se encoge de hombros—. ¿Pedirles que no lo hagan? Pedirles que
la mantengan viva porque tienes la obsesión de no aceptar fracasos.
—¿Has terminado de hablar? Voy a llegar tarde.
—¿De verdad crees que cualquier estudio que hayas desenterrado esta vez va a ayudarla,
Simon? ¿O estás haciendo esto para sentirte mejor?
Pellizco el puente de mi nariz—. Me voy.
Caminando hacia la puerta, la abro, pero no puedo dar un paso más sin asegurarme de
que Willow esté a salvo. Me doy la vuelta para enfrentarme a Beth—. De ninguna manera esto
le puede rebotar. Después de este episodio, ella no puede irse mañana. Nadie, ni los pacientes,
ni el personal, nadie le dirá nada. Ni siquiera tú. Ni siquiera la mirarán de manera incorrecta.
Haz lo que tengas que hacer. Sólo cuida de ella. Y... su madre. Ella va a estar molesta por esto,
pero tienes que asegurarte de que lo entienda. Lo que pasó no fue culpa de Willow ni de su
enfermedad. Ella tenía... —el corazón roto.
Y fue mi culpa. Se descontroló por mi culpa.
—Sólo asegúrate de que su madre lo entienda para que Willow no se sienta culpable.
Beth tiene lágrimas en los ojos y por mucho que odie verla llorar, no puedo soportar
estar en este edificio. Después de esta noche, no volveré. No soporto verlo. No soporto la idea
de caminar por los mismos pasillos que mi papá caminó.
—¿Sabes cuál fue el mayor error de tu padre, Simon?
Sus palabras me detienen de nuevo, pero esta vez quiero oír la respuesta. De verdad que
sí. Espero a que Beth recoja sus pensamientos y limpie sus lágrimas.
—Dejó que su amor por ella se convirtiera en una debilidad. Era un gran doctor, pero
fracasó en su intento de ser un hombre. Cada vez que ella pasaba por un episodio, él no podía
soportarlo. No podía verla, así que dejó de verla. Se lanzó a salvar al resto del mundo porque
sabía que no importaba lo que él hiciera, no sería capaz de arreglar a su esposa. Olvidó que
todo lo que su esposa necesitaba de él era amor y apoyo. Ella no necesitaba que él fuera
perfecto. Ella no necesitaba que él la curara, o la hiciera sentir mejor. Ella sólo quería que él
la amara.
—¿Quieres ser mejor que tu padre? Entonces deja de ser un héroe. Deja de tener tanto
miedo a fracasar. Sólo eres un hombre. Cometes errores. Afróntalos. No huyas de ellos. No
huyas de ti mismo. Date la oportunidad de fallar. No luches contra el fracaso. Lucha para
salir de ellos. Lucha por tu futuro. ¿No es eso lo que le dices a tus pacientes? Lucha. Por una
vez, lucha por ti mismo. Sálvate a ti mismo. Ella no necesita un héroe. Sólo te necesita a ti.
Ahí es donde Beth se equivoca.
Willow necesita a alguien perfecto. Porque ella es jodidamente perfecta. Es una
luchadora. Ella no necesita a alguien que todavía está siendo perseguido por su pasado y
siempre lo estará persiguiendo. Ella no necesita a alguien que ni siquiera puede aceptar sus
propias debilidades, corregir sus propios errores. Que se aterra de aceptar el fracaso para sí
mismo, y mucho menos ante una habitación llena de gente como ella lo hizo.
Ella no necesita a alguien que no pueda dormir por la noche y cuando lo hace, se
despierta con sudores fríos. Que se lanza a su trabajo, salvando a la gente porque la otra
opción es impensable. Provoca pánico.
Ella necesita un verdadero héroe.
Y yo soy uno roto.
En algún lugar a unos tres kilómetros de Heartstone, una banda aparece alrededor de
mi pecho. Cuanto más lejos conduzco del hospital, más apretada se vuelve. Hasta que es casi
imposible respirar. Hasta que estoy casi seguro de que tendré que parar y buscar ayuda.
En ese momento, suena mi teléfono. Es la enfermera de mi padre.
Me las arreglo para responder—. ¿Hola?
—Simon, es tu padre —dice ella—. Parece que recuerda. Deberías venir a verlo.
AFUERA
Días desde el Incidente Heartstone = 93
C A P Í T U L O 22
—¿Has pensando en ello? ¿Desde la última vez que hablamos?
—Sí.
Me siento derecha en mi sillón—. Quiero decir, no activamente.
Ella me recuerda un poco a Josie del Interior. Cabello rubio y delgada, pero sin lentes.
Ella también es fan de sus cuadernos. Debería. Su caligrafía es excelente. Me he asomado a
sus notas, o mejor dicho, intenté hacerlo, y los vistazos que obtuve eran muy bonitos.
Cruzo mis muslos, dando golpecitos en mi pierna derecha con el talón de mi bota
izquierda—. Bueno, ya sabes, no quería saltar en frente del autobús como quise hacerlo el
mes pasado. Así que, hurra por mí.
Ambas nos reímos por lo bajo, y ella pregunta—: ¿Qué fue esta vez?
Entrecerrando mis ojos, trato de buscar el término correcto—. Un cuestionamiento
general —digo, honestamente—. Estaba caminando por la calle y me detuve en frente de este
edificio en mi vecindario. Levanté la vista y como que pensé sobre cómo se sentiría saltar de
él. Fue por un segundo, creo. Y luego me alejé.
Ella asiente y tiene lista su pluma para escribir algo. Ella es muy buena en no desviar
la mirada de mí, incluso cuando está escribiendo. Ella debe haber tenido cantidad de práctica,
lo cual significa que ella debe tener toneladas de clientes como yo.
Todos perdidos. Todos luchando cada día. La red de todos los elegidos. Personas como
yo.
No estoy sola. Y tampoco estoy sola.
—¿Qué te hizo alejarte? —pregunta.
Suspiro, tamborileo mis dedos en el apoyabrazos—. Mi mamá. Ella fue la primera cosa
o persona en la que pensé. Luego mi abuela, mi tía. Mi familia entera. Luego pensé en todos
los niños en la librería. Ya sabes, me los imaginé esperándome a hacer la hora del cuento,
pero no estaba allí y ellos estaban llorando, y sí. Eso fue ligeramente más insoportable que
vivir un día más. Sí.
Ruth asiente otra vez, sonriendo—. Bien. Eso realmente es bueno.
—Sí. Estoy leyéndoles Harry Potter y el Cáliz de Fuego, y Harry está a punto de pelear
con un Dragón. No puedo dejarlos colgando. Eso es tortura.
Ella se ríe—. Uno de estos días voy a leer esos libros.
Me siento emocionada, y un poquito triste también. Aún no he encontrado mi alma
gemela de Harry Potter—. Oh por Dios, deberías. Sólo por favor, por favor lee los libros. No
veas las películas. Son malas. O sea, míralas cuando hayas leído los libros. Pero por favor,
léelos por favor.
—Prometo que lo haré —luego se pone seria—. Cuéntame sobre Columbia. ¿Todavía estás
batallando con las clases?
Me desinflo, reclinándome. Todavía no me gusta admitir que estoy batallando con mi
depresión o con mis cursos. No creo que alguna vez se vaya a ir, este diminuto aguijón cuando
se trata de admitir cosas. Siempre tendré que recordarme que soy una luchadora y no hay
vergüenza en luchar.
Es la cosa más honorable que puedes hacer por ti mismo.
Tragando contra el subidón de emociones que esas cadenas de palabras invocan,
contesto—: Un poquito. Pero no es tan malo como lo fue en el principio o siquiera hace un
mes.
—Me alegra mucho escuchar eso. Nada es fácil al principio, Willow. El principio es la
parte más difícil.
—Sí —asiento.
Ella tiene razón. Parecería que el final podría ser la parte más difícil, y que decir adiós
duele más. Pero es comenzar algo nuevo después de ese adiós que es más difícil de sobrellevar.
Porque cuando comienzas algo nuevo, después de dejar algo atrás, los fantasmas del pasado
siempre, siempre permanecen.
Y a veces esos fantasmas nunca se van. Los llevas en tu corazón, en tus venas.
—¿Algún progreso en la tarea que te di?
Suspiro, froto mis palmas sobre mis jeans. De hecho se mojaron con la lluvia un poquito
cuando estaba entrando. Todavía está lloviendo, agua y un poco de nieve. Las carreteras van
a ser unas desgraciadas para regresar a Village del lado superior Oeste.
Tal vez puedo tomar el metro. Pero eso sería como, más de la mitad de una hora de
desvíos del lado Oeste al Este, y no estoy deseando hacer eso.
Tal vez debería cambiar de terapista. Encontrar a alguien más cerca de donde vivo. Es
acerca de la conveniencia más que cualquier cosa. De verdad.
—¿Willow?
—¿Qué?
—¿Vas a contestarme?
Muerdo mi labio inferior—. Estoy pensando.
—Estás prolongándolo.
Suspiro otra vez—. No.
—¿No qué? ¿No estás prolongándolo o no ha habido ningún progreso?
Metiendo mis manos entre mis muslos y el sillón de cuero, murmuro—: Ningún
progreso —entonces, más fuerte—: Pero estoy trabajando en ello.
—¿De verdad?
—Sí. Bueno, algo así —hago una mueca—. Simplemente no me invitan a salir, de
verdad. No soy, ya sabes, del tipo popular. Los chicos no están interesados en mí. No es que
sea algo malo. No me estoy tirando al piso, pero simplemente no lo están.
—Creo que es al revés. Creo que no estás interesada en ningún chico. Porque todavía
estás interesada en él.
Un afilado dolor estalla bajo mis costillas, como un calambre que se aprieta y contrae,
hasta que tengo que formar puños y traerlos a mi regazo, frotando el tatuaje en mi muñeca
izquierda—. No soy una idiota.
—Nunca dije que lo fueras. Simplemente estás enamorada. De alguien que no te
corresponde.
¿Pero qué si lo hace?
Ese siempre es mi primer pensamiento. Siempre.
Ya saben, para una chica sufriendo de depresión clínica, soy un poco demasiado
optimista para algunas cosas. Tontamente optimista.
Tonta. Tonta. Tonta. Una tonta del amor.
Eso es lo que soy. Probablemente eso es lo que siempre seré.
—Es tiempo, sabes —dice Ruth—. Necesitas darle una oportunidad a alguien. Si te
abres, Willow, te vas a sorprender por lo que puedes encontrar. No estoy diciendo que te
enamores, que te cases, que hagas bebés. Estoy diciendo dale una oportunidad a él. Sal.
Diviértete. Eres joven. Vive tu vida —ella dobla sus manos en su regazo, bajando su
cuaderno—. Recuérdame lo que me dijiste la primera vez que viniste conmigo.
La primera vez que vine con ella, todavía estoy enferma del corazón y con el corazón
roto que no creí que hubiera vivido para ver otro día. Pero lo hic. Un día tras otro. y han sido
tres meses desde El Incidente Heartstone. Noventa y tres días.
Noventa y tres días de vivir. De levantarme cada día y construir una nueva vida para
mí misma: Columbia, un trabajo en la Librería Esquina 13, cenas domingueras con mi familia,
salir con Renn, Penny y Vi.
Y cada uno de esos noventa y tres días, mi primer pensamiento siempre es él. ¿Dónde
está? ¿Por qué se fue? ¿Por qué no podía amarme? Tal vez todas las cosas horribles que dijo
eran mentiras. Tal vez dijo una cosa pero quería decir otra.
En mis momentos más débiles, he pensado que tal vez si yo fuera un poco más bonita
o más grande o más sofisticada y no una puta loca que lo atacó, tal vez él podría haberme
amado. Él podría haberme visto más que como una chica que se acostó con él.
Me pregunto qué diría Ruth si le dijera que el hombre del que he estado hablando durante
los últimos dos meses es mi psiquiatra. Todo lo que ella sabe es que conocí a alguien cuando
estuve en el Interior y que él nunca me amó.
Oh y eso, ataqué a un doctor; las noticias vuelan rápido. Pero ella no sabe por qué. Nunca
le dije la verdad.
Es un secreto que pretendo mantener.
—Te dije que quería vivir —contesto.
—¿Y estás viviendo, Willow?
Tragando, le digo—: Estoy tratando.
—Bueno, eso es todo lo que puedes hacer. Eso es lo que cualquiera puede hacer. Podemos
intentar, y a veces fallar. Y a veces llegamos a donde queremos ir. Pero nunca sabrás si no lo
intentas. Tienes que intentarlo, Willow.
Ella me está dando una mirada significativa, y saben qué, ella tiene razón. Han pasado
tres meses, y necesito dejarlo ir. Nunca sabré si no lo intento.
—Okay —asiento, sonriendo ligeramente.
Tal vez si lo intento, llegaré a donde quiero ir, un lugar donde esas semanas no existan.
Esa siempre fue mi meta, ¿no? No pensar sobre pasar el tiempo en un hospital psiquiátrico.
Quería dejarlo atrás cuando me fui.
Pero la ironía de ello es que no puedo soportar el pensamiento de olvidar las semanas
que completamente cambiaron mi vida. Tal vez pueda quedarme los buenos recuerdos y
olvidar los feos.
Sí, tal vez eso es lo que debería hacer. Recordar los buenos tiempos y no El Incidente
Heartstone.
Tres horas después, estoy en el departamento que comparto con Renn en Village, tendida
en el piso alfombrado, mirando fijamente el techo con textura de palomitas de maíz.
Renn, Vi y Peny están en un círculo junto a mí, nuestras cabezas en un lado, nuestras
piernas levantadas y descansando en el sofá amarillo de gamuza o en la mesita de café
marrón.
Esta era otra de nuestras noches de póquer y como siempre, Renn me sacó todo el dinero
por el que trabajé muy duro en la librería.
La odio.
De hecho, no. La amo y que viniera a mi rescate no solo en el Interior, sino también en
el Exterior.
Después del Incidente Heartstone, tuve que quedarme en el Interior por otras cuatro
semanas. Me aconsejaron fuertemente que debería, y acepté.
Lo que pasó estuvo mal. Hice algo malo. No debí haberlo atacado.
Me puse a mí y a mi salud en riesgo. Ninguna cantidad de desilusión debería resultar en
eso. Simplemente no sabía que esa desilusión podría ser tan poderosa. Pero he decidido una
cosa, que no importa cuánto duela, nunca de permitiré hacer eso otra vez.
El amor no debería hacerte perder la cabeza así. El amor podría ser hiriente, pero no
debería ser tóxico. Es demasiado puro para eso. Demasiado mágico.
No es una enfermedad y no dejaré que se convierta en una.
Fui la última de nuestra pandilla en salir, y cuando lo hice, sintiéndome toda perdida y
temerosa, Renn me llamó y me preguntó si quería compartir un departamento con ella. Dijo
que estaba intentando esta cosa nueva de independencia saludable y que preferiría hacerlo
conmigo que sola. Por supuesto que dije que sí.
Y francamente, no estaba lista parar hacerlo sola en ningún modo.
Algo sobre pisar el mundo Exterior me había asustado. Tal vez era la falta de estructura.
En el Interior, todo es reglamentado. Sigues una rutina. Sigues las reglas. En el Interior,
eres la persona más importante, el aspecto más importante de tu vida. Pero en el Exterior,
las prioridades cambian. Las cosas son caóticas, como las calles de Nueva York en invierno.
Sucias y llenas de lodo y empaquetadas con tráfico.
Es fácil perder tu camino. Es fácil pensar que no eres lo suficientemente bueno para
navegar la vida. Cada reto es mucho más difícil en el Exterior.
—Ruth quiere que tenga citas —le digo a las chicas.
Honestamente no estoy segura de que siquiera me hayan escuchado. Están ebrias y
drogadas como el carajo. Incluso Penny, quien usualmente no le gusta bajo la influencia. Pero
es viernes y las cosas están relajadas.
No tengo reparos sobre emborracharme con el vodka de Renn, y prácticamente inhalar
los brownies mágicos de Vi, pero esta noche, no quiero hacerlo. No estoy de humor.
—¿Citas con quién? —pregunta Renn junto a mí, su voz toda rasposa.
La mariguana la pone caliente. A mí también me pone caliente. También me hace soñar
con él.
Este es el por qué he decidido permanecer sobria. Así no sueño con él esta noche y me
toco y luego lloro. Necesito tomar el consejo de Ruth. Ni siquiera sé por qué no lo estoy
haciendo.
—Citas con quiénes —esa es Penny en su voz risueña—. Eres toda una vaca analfabeta.
—Tú eres toda una bruja fea —Renn suelta una risita.
Vi simplemente se burla.
Burlándome también, me encojo de hombros—: Para contestar la pregunta de Renn, no
lo sé. A alguien. Algún chico.
—Sal con una chica —suspira Renn.
—¿Qué?
—Sí. Sal con una chica. Oh, cielos, sal con una chica con tetas grandes.
Me pongo sobre mi estómago para mirar a Renn. Está corriendo un dedo de arriba abajo
por su pecho y frotando sus muslos. Su camiseta es grande pero delgada. No mucho ha
cambiado en su guardarropa de cuando estábamos en el Interior.
—¿Es tu calentura hablando?
Ella me lanza una mirada—. Es mi calentura hablando —mirando hacia otro lado, ella
continúa—. Quiero decir, cuán extraño es que no haya tocado tetas de otra mujer y tetas de
una chica. ¿No debería conocer a mi propio tipo íntimamente? Es una puta tragedia.
Vi se pone sobre su estómago también—. O podría ser el hecho de que estás pensando
en Trsitan.
¿Y Vi? Esa chica ha cambiado completamente. Su cabello es rosa, y en lugar de usar ropa
monótona y anodina como lo hacía en el Interior, ahora usa shorts como yo, y camisetas
punk rock. Y ama hornear. Especialmente brownies con mariguana.
Todavía no sabemos exactamente cuál es su historia o cómo murió su prometido, pero
tengo un presentimiento de que lo sabremos un día. Cuando ella esté lista para contarnos.
Pero no estoy tan frustrada al respecto como Renn se pone a veces.
Renn se pone sobre su estómago también—. ¿Qué?
—Es una conclusión valida.
—¿Cómo es eso una conclusión valida?
—Cuando Willow vino a cada del trabajo la semana pasada y dijo que habían conseguido
un nuevo empleado de nombre Christian, tú escuchaste Tristan, y tú completamente te
asustaste.
—¡No lo hice!
—Saltaste como un kilómetro en tu asiento y te comiste toda la masa de galletas con
chispas de chocolate junto con ron. Y después nos quedamos levantadas toda la noche cuando
estuviste vomitado tus intestinos.
Renn se acuesta sobre su espalda de nuevo, pateando sus pies en el aire—. No lo hice.
Sólo conocí al chico por como, tres semanas máximo. Eso es nada. Y en todo el tiempo, él me
molestaba como el carajo, ¿okay? Ni siquiera me acuerdo de cómo luce. La única razón por la
cual no olvido su nombre es porque ustedes no dejan de decirlo. ¿Así que por favor, podemos
superar este chiste?
—¿Pero—
—¡Chicas! —levanto mi voz y mis manos, decidiendo intervenir en la conversación,
todavía jugándole a la pacificadora—. Dejen de pelear, ¿okay? No me gustan las peleas.
Las tres se callan y me miran por unos cuantos segundos antes de comenzar otra vez,
ignorándome completamente. Suspiro, sacudiendo mi cabeza. Nunca debí sacado el tema de
salir a citas.
En medio del caos, escucho sonar mi teléfono. Es Beth.
Disparándoles una última exasperada mirada, voy a la recámara y cierro mi puerta—.
Hola, Beth.
—Hola, Willow. ¿Cómo estás?
Desde que salí hace dos meses. Beth ha llamado de vez en cuando, para estar al pendiente
de mí. De hecho nos hemos acercado bastante. Al principio, pensé que ella lo hacía con todos
sus pacientes, tan inverosímil como se escucha. Pero luego me di cuenta de que sólo lo hacía
conmigo, porque ninguna de las otras chicas ha recibido llamadas de ella.
Me habría sentido un poco incómoda y sospechosa sobre llamadas frecuentes, pero de
hecho no lo hice. Nunca le he preguntado por qué me llama.
Voy a la ventana, y presiono mi nariz en el cristal, mirando a la oscura y lluviosa
noche—. Estoy bien. ¿Cómo estás tú? ¿Cómo está Heartstone?
—Está bien. Pero no es lo mismo sin ti.
Sonrío—. Aw, qué linda. ¿Me extrañas?
—Por supuesto.
—Tal vez debería regresar.
—Oh Dios, no. Quédate ahí afuera.
Me río—. Tal vez deberíamos tomarnos un café. Deberías venir a la ciudad.
Escucho su risa entre dientes—. Sí, tal vez.
Luego se calla por unos cuantos segundo y pienso que la he perdido. Miro a la pantalla
para confirmar, pero nop, la llamada todavía está en curso.
—¿Beth? —hablo en el teléfono, frunciendo el cejo—. ¿Estás ahí?
—Sí, estoy aquí. Lo siento. Yo... —vacila, y mi corazón se acelera.
Hasta ahora, en nuestras llamadas Beth nunca ha vacilado. Ella usualmente es muy
cálida y amigable, incluso maternal. Me pregunta sobre mi trabajo, mi terapia con Ruth,
incluso sobre las cenas de los domingos con mi familia.
Es una conversación bastante ligera y agradable. Y al final de ella, estoy sonriendo y
doliendo. Algunas veces el dolor sobrepasa la sonrisa, pero es mi problema. En mi cabeza,
Beth está conectada a él.
Pero de pronto me llega. Que no puedo seguir hablando con ella. No puedo tener estas
llamadas telefónicas con ella si quiero seguir adelante.
La verdad es que la única razón por la que hablo con ella es porque quiero sujetarme a
él. Podría incluso estar esperando a escuchar algo sobre él.
—Willow, quiero preguntarte algo.
Mi corazón está en mi garganta, pulsando, martillando mientras espero a que haga su
pregunta. Tengo el presentimiento de que hoy me enteraré de por qué me ha estado llamando.
—¿Mi dirías qué pasó ese día?
Mi cabeza cae, y miro fijamente a mis pies descalzos. Ya no puedo soportar usar mis
pantuflas de conejito. Me recuerdan a él. A cómo él las ponía en mis pies cuando me estaba
limpiando y cómo él pediría que me las dejara puestas mientras me follaba como si me amara.
—¿Por qué? —susurro—. Nunca antes me preguntaste.
Es verdad.
Después del Incidente, Beth me llamó a su oficina y me dijo que necesitaba enfocarme
en mejorarme. Ella me dio la opción de quedarme, diciendo que hablaría con mi psiquiatra en
el Exterior, recomendándolo altamente.
Ni una vez me preguntó por qué había atacado a un doctor. Pero yo tenía la sensación
de que ella sabía. No sé por qué ella no dijo nada.
Josie sabe también. Pero nunca dijimos su nombre en voz alta en nuestras sesiones. Le
dije que nunca quería regresar al lugar donde podría convertirme en un peligro para mí
misma, sin importar cuán roto mi corazón estuviera.
Mi salud metal es mía y necesito hacer todo para protegerla. Sólo yo soy responsable de
ella, nadie más. Ni siquiera él.
Pero Heartstone es un lugar pequeño. Las cosas se saben. Especialmente el día después
del Incidente, él se fue y nunca regresó. Sin mencionar que todos sabían de nuestro número
más que usual de reuniones. Yo era la única que veía al doctor a cargo de vez en cuando en
su oficina. El resto seguía la rutina.
Y yo que pensaba que estábamos siendo inteligentes bajo la apariencia de la medicina.
Una tonta del amor.
En fin, trajeron a otro doctor suplente quien se quedó hasta que el Dr. Martin estuvo lo
suficientemente mejor para unírsenos.
Ella suspira, trayéndome de vuelta al presente—. Estoy preguntando porque siento que
lo que pasó, de alguna manera, fue mi culpa.
Mi cabeza se levanta de golpe—. ¿Qué?
—Yo sabía, Willow. Sabía que estaban pasando tiempo con él. Vi la forma en que lo
mirabas y la forma en que actuaban cerca del otro. Fue mi culpa. Debí haberlo detenido.
—¿Por qué no lo hiciste?
Su risa baja es triste—. Él me preguntó lo mismo. Y te voy a decir lo mismo que le dije
a él. Sabía que estaban enamorados. Para el momento que me enteré, sabía que era demasiado
tarde. Tal vez era demasiado tarde. Tal vez tú estabas enamorada de él.
Mi corazón está latiendo tan fuerte que no puedo respirar, mucho menos hablar—Yo...
Yo no estaba...
No sé lo que estoy tratando de decir. Quizás estoy tratando de negarlo.
—Él me dice que debí haberlo detenido cuando tuve la oportunidad.
—¿Si-simon?
—Sí, y debí haberlo hecho. Y así es cómo sé lo que eres para él. Todavía.
—¿Lo que soy?
—Algo que quiere, pero que no se permitirá tener.
Mis rodillas ceden completamente y tengo que sujetarme del alféizar de la ventana para
no caer al suelo, en su lugar bajándome yo misma como una con dignidad.
Pero la cosa es que, mi dignidad está muerta. Se ha ido completamente.
Dios, soy tan patética.
Soy patética que en todos estos meses, aquí es cuando mi corazón decide acelerarse.
Este momento. Este es el momento que mi cuerpo ha elegido para despertar de un largo rato
de sueño. Piel de gallina, revoloteos, los inicios de una tormenta.
—¿Willow? ¿Estás ahí?
Me río, un sonido corto y afilado—. Estoy aquí.
—Cariño, sé—
—¿Por qué se fue? Después de ese día. ¿Por qué se fue? ¿Por qué no regresó?
Estoy clavando mis uñas en mis rodillas desnudas, sentada sobre mi culo, pegada contra
la pared de mi recámara. Estoy a un paso de hacerme bolita.
—Deberías preguntarle eso a él —contesta.
Algo está comenzando a romperse en un millón de pedazos. No es mi corazón. No puede
ser. Él ya lo rompió. Así que debe ser mi psique.
Tal vez así es como pierdo el control. La tercera es la vencida, ¿no?
Tal vez lo vaya a llamar El Incidente Simon.
—No. Te estoy preguntando a ti.
—Se fue porque él estaba en medio de algo y pensó que estaba haciendo lo correcto.
—¿Ese algo tiene que ver con Claire?
Su inhalación brusca no pasa desapercibida—. ¿Sabes sobre Claire?
—No —espeto—. Y ese es el problema. No sé nada. No tengo el derecho de saber nada,
Beth. Él nunca me dio el derecho.
Tal vez ella está atragantada con una tonelada de emociones por su cuenta también,
porque la escucho tragar—. No estoy condonando lo que hizo. Pero en el momento, él pensó
que dejarte era lo mejor.
—¿Para quién? ¿Para él o para mí? Porque por lo que recuerdo fui drogada y sedada y él
no estaba ahí —sorbo—. ¿Y sabes qué más? Aun así lo busqué esa mañana. Desperté y pensé
que después de todo él estaría ahí. Al menos, hablaría conmigo. Pero no, me equivoqué. Él
nunca vino.
Soy a punto de romper mi piel, puedo sentirlo. Mis uñas están largas y afiladas, a
diferencia de cuando estaba encerrada en Heartstone.
Ahora, son letales.
—¿Sabes que su madre fue paciente de su padre? —dice Beth después de un rato.
—Sí —susurro.
Lo sé. Pero no porque él me contara. Fue Renn.
Después de todo lo que pasó y que Simon se fuera, ella encontró una forma de obtener
la historia completa. No le pedí hacerlo. Ella dijo que no podía verme toda deshecha, así que
al final consiguió la ayuda del asistente de su padre, como me dijo que lo haría. Le contó todo
lo que había que saber de Simon. Incluyendo Claire.
Pero cuando Renn trató de contarme sobre ella, me rehusé a escuchar. No quise saber.
Lo que sea que es, no cambiará el hecho de que amo a un hombre que pensó que yo era una
fenomenal cogida apretada y nada más.
Abrazo más fuerte mis piernas, sintiéndome tan sola. Más sola que nunca. Más sola que
cuando de verdad estuve esperando por él a que regresara, acostada despierta en esa cama
individual con bultos. En Heartstone.
—Ellos estaban enamorados, su mamá y su papá. Muy enamorados. Joseph y yo, no
estuvimos felices con ello al principio. Pero el amor es amor. Pasó. Querían casarse y eso fue
todo. Fueron felices al principio, pero las cosas cambiaron. Alex, Alexandra, ella era una mujer
hermosa, pero era demasiado para Alistair con lo que lidiar. Yo sería la primera en admitir
que él fue débil. Dejo ir su matrimonio y el peso cayó en Simon. Ese muchacho estuvo ahí
para su madre desde el día uno. Y él se quedó a su lado justo hasta el final. Él fue quien lo
encontró, su cuerpo.
—¿Qué?
Mis uñas se aflojan de mi piel como si hubiera perdido toda mi fuerza. Toda mi ira. Mi
lucha.
—Él tenía catorce. Su papá estaba fuera de la ciudad por una conferencia.
Estoy vacilando. Mis palpitaciones, mis respiraciones. Mi cuerpo entero.
—Y-yo no...
—Está bien, no mucha gente sabe. Yo sólo sé porque la policía nos llamó, a Joseph y a
mí. Dios sabe que si ellos no lo hubieran hecho, Simon jamás nos habría contado.
Se suicidó.
Recuerdo su rostro de ese día cuando él lo dijo. Lucía tan devastado. Tan perdido. Nadie
me ha necesitado nunca de la forma que él me necesitó ese día. Nadie nunca me ha hecho
sentir tan útil e increíble, como una respuesta a sus plegarias.
Una fuerte ráfaga de anhelo me atrapa con la guardia baja y presiono mi puño en mi
boca, casi mordiendo mis nudillos. A pesar de ello, logro decir—: Sí, él no lo habría hecho.
Creo que Beth sonríe. Es un poco triste, pero lo escucho en su voz—. Él siente
demasiado, Willow. Y todo eso está dentro de él. No creo que alguna vez exprese algo él mismo.
Su papá no estaba ahí, así que él se encargó de su mamá, y ella era tan vivaz y brillante. Casi
demasiado brillante. Él nunca tuvo la oportunidad de brillar. Simon no es bueno expresando
las cosas.
—Lo sé.
—Él siempre ha sido reservado, tan restringido, y la única vez que lo he visto cobrar
vida fue cuando estaba contigo. La única vez que lo he visto ya sea sonreír o incluso feliz,
fue cuando tú estabas allí. Y sé que él no debió haber hecho las cosas que hizo. Pero te necesita,
Willow. Te necesita mucho y esa es la razón por la que él nunca te dirá, porque él es de esa
manera. No toma los fallos o debilidades a la ligera. No pide ayuda —pausando, ella dice—.
Me prometí a mí misma que no te diría. Ya he hecho suficiente daño. He sido menos que
profesional. No importa por lo que él esté pasando porque sé que te hirió. Inmensamente.
Pero sé que él te a—
—No lo digas, por favor.
Me limpio mis lágrimas y me siento derecha, mi corazón golpeando dolorosamente mi
caja torácica, rompiendo huesos, volando mis músculos.
No creo que pueda soportarlo, escucharlo de alguien más. Es más doloroso. Tan tortuoso
que él no diciéndolo.
—Querías saber lo que pasó ese día. Le dije que tenía sentimientos por él. Estúpidamente
le dije que había nacido para él —me río entre dientes y se vuelve un sollozo—. Y él me dijo
que era inmadura. Me dijo que él no se sentía de la misma forma. Y se me rompió el corazón.
A veces no puedo dejar de reír por lo irónico que es todo. Vine a Heartstone clamando que
traté de matarme porque tenía el corazón roto. Pero ni siquiera sabía el significado de ello
hasta él. Ni siquiera sabía que yo era capaz de realmente perder la cabeza hasta él.
—Willow—
—Beth, la cosa es que he estado esperando por él mucho tiempo ya. Peleé por él, traté
de hacerle ver que nos pertenecíamos. Traté de mostrarle que confiaba en él. Siempre pensé
que él estaba tratando de decirme algo, pero por alguna razón, no pudo. La última cosa que
recuerdo de ese día es morir en sus brazos, con él mirándome. O tal vez estaba esperando
morir, no lo sé. Así que sí, no entiendo lo que quieres de mí. No sé por qué me contaste todo
esto. Él no me necesita. No necesita a nadie y creerme que él definitivamente no me quiere.
A menos que hayan cambiado todo el proceso de desear y ahora, mágicamente consigas todo
lo que deseas.
Limpiándome las lágrimas otra vez, miro al techo—. Y no creo que deberíamos seguir
hablando porque debería estar tratando de seguir adelante en lugar de estar colgada al pasado.
A Heartstone. A él.
Ella está callada, pero a diferencia de las otras veces, la escucho. Escucho sus
respiraciones entrecortadas y sus pequeños sonidos de llanto. Debo sonar igual.
Ambas llorando por un hombre que probablemente ni siquiera sabe que secretamente
estamos lagrimeando por él.
—De acuerdo. No lo haré. Nunca debí haberlo comenzado en primer lugar. Sólo quería
asegurarme de que estabas bien. Pero antes de que me vaya, quería decirte una cosa. La razón
por que saqué el tema hoy es porque... bueno, Alistair falleció hace unos días.
—¿Perdón?
—Él tenía Alzheimer y se puso bastante mal. Estábamos esperándolo, pero no realmente,
sabes. En fin, hay un funeral mañana en el cementerio cerca del hospital. Estaba llamando
para ver si querías venir, pero entenderé si no quieres.
—Yo...
—De hecho, no deberías. Deberías seguir adelante —dije en una voz atragantada—. Ni
siquiera puedo decirte cuán orgullosa estoy de ti. Cuánto has crecido. Fuiste una de las
mejores pacientes de Heartstone, y de verdad he disfrutado hablando contigo. Quiero que
sepas. Y por favor contáctame, si alguna vez necesitas cualquier cosa. No eres sólo una
paciente para mí, ¿okay? —antes de que ella cuelgue, susurra—: Simon habría sido
afortunado de tenerte.
Cuando un clic ella se ha ido, y el teléfono se desliza de mis manos.
Me siento mareada, pero no puedo hacer nada al respecto. No puedo enterrar mi cabeza
entre mis piernas. No puedo sentarme aquí hasta que me sienta mejor. Tengo que saber.
Frotando mi tatuaje en mi muñeca izquierda que está justo arriba de mi vena azul, salgo
de la habitación.
Voy hacia Renn y digo—: Cuéntame sobre Claire.
C A P Í T U L O 23
Cuando Renn me contó que la mamá de Simon fue paciente de su papá, mi primer
pensamiento fue que yo era una idiota.
Enamorarme de un hombre así.
Por supuesto que me dejó. Por supuesto que no me quería. ¿Por qué querría atarse a
una enfermedad? ¿A una mujer igual que su mamá? Él conoce la lucha. Conoce la carga. La ha
visto, vivido.
Pero entonces, lentamente, recuerdo todo lo que él dijo. Todo lo que hizo por mí. Cómo
me hizo darme cuenta que yo era una luchadora. Cómo quería que luchara y que me aceptara.
Cuán cariñosamente habló de su mamá ese día. Cuán devastado estaba por su muerte. Cuán
enojado siempre parecía con su padre.
Regresé y miré la foto, a la cual Simon siempre se quedaba mirando.
De hecho, la miré muchas veces.
Bien, todos los días. De camino al desayuno.
Hay una mujer en esa foto, usando un vestido rojo, con los más hermosos ojos grises.
Su cabello es todo salvaje y oscuro. No estoy segura, pero creo que es la madre de Simon,
Alexandra.
No puedo sacar su rostro de mi cabeza ahora. Su sonrisa y sus grandes ojos. Beth tenía
razón. Ella era hermosa y se suicidio. Y eso hubiera sido tolerable si Simon no fuera el que
encontró su cuerpo.
No soy una experta, pero ese tipo de cosas nunca te abandona. Si alguna vez yo
necesitara un empujón para seguir adelante y olvidarme de él, aquí esta.
Simon Blackwood está demasiado dañado, demasiado helado, demasiado
insensibilizado. Y por una buena razón. Sea lo que él sea, no es para mí. No puedo arreglarlo,
no importa cuanto lo quiera. Cuánto me muera por eso. De todos modos, ¿quién dice que él
quiere que yo lo arregle?
Él se fue y ni siquiera puedo culpar a mi enfermedad porque sé que no fue por eso. No
fue mi dañado cerebro, fue mi corazón. Él no quería mi corazón.
Aunque ya está hecho. Voy a seguir adelante.
Pero le traje flores.
Por él, me refiero al padre de Simon. Estoy asistiendo al funeral. En forma discreta.
Lo que significa que nadie sabe que estoy aquí, en el cementerio, escondida detrás de un árbol.
Sólo he asistido a un funeral en mi vida y se convirtió en el Incidente del Funeral. Así
que claramente no soy la mejor persona para tener cerca cuando alguien muere.
Pero no me podía quedar en casa, sabiendo que Simon pasando por esto él solo. No es
que esté solo. Hay personas, toneladas de personas, alrededor de él. Veo a Beth y al Dr. Martin
a un lado, junto con muchos otros que no conozco. Claramente, su papa era conocido.
Y es algo bueno. Porque Simon no sólo no está solo, sino que yo únicamente he sido
capaz de ver la parte superior de su cabeza a través de la multitud.
Tengo miedo de verlo.
Tengo miedo de que, si lo veo, me vaya a lanzar a él y de confesarle mi amor, y luego
quizás lo abofetee y lo golpee como hice ese día. La única diferencia será que no podrá hacer
que me seden. Así que no será capaz de escapar.
A veces no puedo creer que hice eso. Atacarlo y básicamente, lo provoqué para que me
calmaran.
Sí, mantengamos la distancia.
Después de un rato, veo que la gente empieza a irse, un mar de trajes negros,
sombreros y paraguas. Me acurruco detrás del árbol, fuera de la vista de todos, mi corazón
se tambalea en mi pecho. Tan pronto como todos se vayan, iré a poner las flores en la tumba
nueva y me iré también.
Aunque él está justo ahí.
Dios.
Está tan cerca. Tan, tan cerca que, si yp quisiera, podría olerlo.
—Okay, Willow. Relájate —me digo—. Está bien. Las cosas están bien. No quieres
mirarlo. No quieres ver su rostro. Porque si lo haces será más difícil seguir adelante.
Necesitas seguir adelante. Necesitas eso. Ruth tiene razón. Escucha a tu terapeuta. No mires.
No mires. No mires. ¿Okay?
Suspiro, cerrando mis ojos y repito—: No mires.
Oh Dios. Esto es jodidamente difícil.
Estoy temblando. Mis piernas no se quedan quietas y mi respiración es entrecortada,
y no es por la lluvia invernal.
Escucho pasos acercándose a mí y mis ojos, a pesar de decirles que permanezcan
cerrados por décima vez, se abren de golpe.
Y ahí está él, de pie frente a mí.
Vistiendo un traje negro, una corbata y sus wingtips pulidos. Llevando gotas de lluvia
en sus hombros y su pelo un poco demasiado largo.
Desearía que él no fuera real, pero lo es. Lo sé. Puedo sentirlo. Puedo sentirlo latiendo
junto con mi corazón en mi esternón.
—¿Estabas hablando contigo misma?
Mi espalda se despega de la corteza del árbol y me paro derecha.
No he olvidado su voz. Para nada. Aparece en mis sueños, pero sigue provocándome
piel de gallina. Rica, baja y densa. Golpea justo en medio de mi pecho y me quita todo el aliento.
—No —sacudo la cabeza, encontrando ese punto en mi muñeca izquierda donde está
mi tatuaje y lo froto para calmarme.
La mira de Simon atrapa lo que hago y me detengo.
Vuelve a mirar mi cara y mete sus manos en sus bolsillos en su movimiento
característico y el aliento que me quitó choca contra mi pecho y casi jadeo.
Aclarando mi garganta, digo con mi voz más normal—: Pensé que todos se habían ido.
—Así es. ¿Por qué te estabas escondiendo?
—No lo estaba —digo rápidamente—, quiero decir, lo estaba. Uh, no sabía sí… —lamo
las gotas de lluvia en mi labio. —Bueno, no sabía si sabías que iba a venir. Si Beth te había
dicho o qué. O si me querías aquí.
Sus ojos me observan, pero sólo mi cara. No mira a ningún otro lado y yo hago lo
mismo. Escaneo su mandíbula con barba corta, sus fuertes cejas, su barbilla obstinada. Nada
en él ha cambiado.
Ni una cosa.
Todavía es perfecto. ¿Quién sabía que la perfección podía hacerte querer llorar?
Sonríe su típica sonrisa torcida—aunque luce triste—y agacha su cabeza—. Me dijo,
sí. Sin embargo, no estaba esperando que vinieras.
Froto mi muñeca de nuevo, ahora que no me está mirando—. Lamento lo de tu papá.
Simon asiente, el duelo destellando en sus facciones. De repente, me gustaría tener el
derecho de caminar hacia él y abrazarlo. Preguntarle cosas.
¿Qué pasó, Simon?
Un músculo salta en su mejilla y dice—: Desarrolló un coagulo en sus pulmones. Debido
a la inactividad. Es bastante común en pacientes con Alzheimer. Especialmente, a una edad
avanzada.
Estoy tan sorprendida qué por un segundo pienso, que quizás lo dije en voz alta. Pero
sé que no lo hice. No dije nada.
Soplando mi flequillo, suelto—: Lo sé. Quiero decir, Beth me dijo que tenía Alzheimer.
Pero sólo eso. No me dijo nada más.
—Lo sé. Ella tampoco me lo dijo.
—¿Decirte qué?
—Que seguió en contacto contigo todo este tiempo.
No pensé que ella le diría. Pero ahora me pregunto si él le habría impedido que se
pusiera en contacto conmigo, si se lo hubiera dicho.
No importa. Estoy siguiendo adelante.
Entonces recuerdo que tengo flores en mis manos. Las empujo hacia él—. Traje flores.
Ya sabes, para él.
Me da un pequeño asentimiento—. Entonces deberías entregárselas.
Me muevo.
Moverse es bueno. Moverse significa que no me quedo mirándolo observándome.
Quizás está pensando que podría atacarlo de nuevo. Quizás piensa que todavía soy inestable.
No lo soy.
No lo haré de nuevo. No importa lo desconsolada que esté.
Un corazón roto es más peligroso que una enfermedad mental. Te dan una pastilla para
hacer feliz a tu cerebro, pero todavía no hacen una pastilla para el desamor.
Así que ahí está. Eso debería enseñarle a todo el que quiera enamorarse.
Con las pestañas bajas, lo miro. Él está mirando hacia delante, su cara limpia y suave,
excepto por la barba. Ninguna señal de que fue atacado por un huracán plateado. No que haya
estado esperando un signo o lo que sea.
Pero se siente como si nunca pasó.
Llegamos a la tumba y me inclino, dejando las flores a un lado. Cuando me estoy
parando, veo algo. La tumba junto a la de su padre.
Dice: Alexandra Lily Blackwood.
Oh, cielos. Esa es su madre.
Muerdo el interior de mi mejilla en un repentino ataque de dolor. Con mis manos en
puños a ambos lados cierro los ojos un segundo, me pregunto de nuevo. ¿Por qué no tengo el
derecho a tocar a este hombre? Este alto, comedido y afligido hombre.
Cuando abro mis parpados, lo encuentro mirándome y mi corazón se acelera. El gris
en sus ojos es tan profundo, tan intenso y tan vivo.
¿Es eso a lo que Beth se refería cuando dijo que él cobraba vida cuando yo estaba cerca?
—Mi papá había reservado el espacio junto al ella cuando ella falleció. Yo no lo sabía —
dice.
—Quizás él sabía.
—¿Sabía qué?
Sé que Simon me está mirando, pero no lo puedo mirar de vuelta, así que miro las
tumbas de las personas que fueron tan importantes para él. Posiblemente, las dos personas
más importantes de su vida. Ahora se han ido para siempre.
Si estoy sufriendo tanto por él, no sé cómo él está lidiando con todo esto. No sé cómo
estar parado ahí, solo, con sus hombros tan anchos y rectos.
¿Cómo no se está rompiendo?
—Que ella lo estaba esperando —digo con voz pequeña—, ella era buena en eso, ¿cierto?
Esperar. Tal vez él sabía eso, pero no sabía cómo volver a ella. Después de todo lo que le hizo
pasar. Así que, él escogió este lugar. Para finalmente regresar con ella en muerte porque
nunca pudo hacerlo en vida.
El lado de mi cara está en llamas. Estoy bastante segura que estoy roja, escarlata.
Porque él no ha dejado de mirarme.
Quizás él encuentre mis fantasiosos pensamientos jóvenes e inmaduros. Como me
encuentra a mí.
—¿Cómo estás? —pregunta, después de unos momentos.
Reuniendo mi coraje y puta madures, lo enfrento. El hecho de que pueda mirarlo sin
estirar el cuello significa que está demasiado lejos.
Lo cual es bueno en realidad. Saludable.
No me estoy quejando, en absoluto.
Sonrío—. Estoy bien.
Su mirada es desconcertante. Y extrañamente se siente perpetua. Nunca termina.
Seguirá eternamente.
Y no puedo detenerme a contarle todas las cosas—. La universidad es buena. Quiero
decir, lucho con ella a veces, pero es genial.
—¿Y amigos?
Me hace sonrojar, la manera en que me pregunta por los amigos, con tanta ternura y
curiosidad. Como si fuera una niña pequeña y quisiera asegurarse de que no estoy sola.
—Sí tengo amigos en realidad. Um, la universidad es mucho mejor que la preparatoria.
Tengo compañeros de estudio y de laboratorio y sí… —dejo de hablar, no queriendo dejar de
hablar y odiándolo—. Y la playa. Fuimos a la playa hace algunos meses. No soy una gran fan
de la playa y el sol, pero fue bueno.
Algo extraño le pasa a su rostro. Destella con intensidad. Incluso me atrevo a decir...
¿pasión?
—¿Tuviste un buen día?
Trago—. ¿En la playa?
—Sí.
Abro la boca para responder, pero ni una palabra sale. Doblando mis manos en mi
espalda, froto mi tatuaje.
Simon está mirando. Esperando. No entiendo la forma en que parece estar tan colgando
en la respuesta. Lo que sea que eso pudiera ser.
Finalmente, miento—. Sí. Fue genial.
Espero que me atrape en la mentira, pero no lo hace. Se queda en silencio.
—Okay, bueno —digo, en voz alta—. Tengo que irme. Yo—
—Yo te dejo.
—Oh, no tienes que hacerlo. Puedo llamar un taxi.
—No —sacude su cabeza, listo para caminar hacia su auto—. Vamos.
—No, de verdad, está bien. Es como más de una hora volver a la cuidad. Y—
—Entonces será más de una hora.
Simon me está esperando como si realmente no se va a mover hasta que yo lo haga.
Maldición.
No quiero pasar más de una hora en los confines de su auto. El auto que sólo he visto
al otro lado de las puertas negras en Heartstone. Un día en el que no tenía mucho en lo que
pensar, pensé en su estúpido auto, los asientos de cuero y las ventanas empañadas por
actividades cuestionables.
Es en realidad uno de mis sueños enrollarme con él en el asiento trasero de su auto
como una adolescente normal y caliente. O lo era.
Sacudiendo mi cabeza, camino. Y para esconder mi frustración, meto mis manos en
mi chaqueta, como él suele hacerlo.
Regresamos a la cuidad en completo silencio. Sip. Ni una palabra.
Simon está mirando la carretera como si, si él moviera sus ojos sólo un micro segundo,
chocaríamos y moriríamos. Sus manos están perfectamente en diez y dos en el volante.
Me enoja tanto con sus estúpidas reglas y precisión. Y el hecho de que ni siquiera me
haya mirado una vez desde que me abrió la puerta como un completo caballero y nos fuimos.
¿Mientras yo? Le he estado lanzando todas las miradas que puedo, sin ser obvia. Pero
¿saben qué? Me detengo ahí. No empezaré ninguna conversación, no hasta que él lo haga.
Maldita tú, Beth. Maldita por darme esperanzas.
La lluvia empezó a caer con más fuerza ahora, y cuando el auto se detiene, literalmente
salto para salir, sintiéndome enjaulada y frustrada. Incluso la fría lluvia no hace nada para
apagar mi acalorada agitación.
Empujo la puerta para cerrarla, lista para caminar lejos cuando me doy cuenta que
nunca le di mi dirección, menos la dirección de la librería donde trabajo. Pero mágicamente
estoy parada enfrente de su toldo amarillo y sus ventanas.
Cómo supo—
—¿Eres feliz, Willow?
Su voz me hace saltar y detiene todos mis pensamientos. Dirijo mi mirada hacia él y
tengo que doblar un poco mi cuello para mirar su rostro.
Está parado mucho más cerca, riachuelos de lluvia caen por su hermoso y grueso
cabello y sus pestañas. Las hebras están pegadas a su frente y cuello, y cuando el agua se
desliza por su boca, quiero levantarme y beberla.
Como si tuviera sed y he estado así toda mi vida.
Empujo mi flequillo mojado lejos de mi frente—. Sí.
Espero que haga algo. Que diga algo. Que de nuevo me atrape mintiendo.
La línea de su mandíbula se vuelve dura, sus ojos se vuelven oscuros, pero parpadea y
retrocede.
Como jodidamente siempre. Mirando hacia mis botas, sacudo mi cabeza.
Dios, soy tan estúpida.
¿Qué pensé? ¿Qué viéndome hoy iba a cambiarlo y me diría que mintió ese día? ¿Qué me
ama?
Suspirando, levanto la vista con una sonrisa en mi cara. Sonreír es la clave.
—Ten una buena vida.
También doy un paso atrás, tratando de no memorizar como se ve ahora mismo.
Mojado por la lluvia. Alto y estoico, casi sombrío. Y guapo. Un sueño hecho realidad.
Entonces me giro y me voy.
Camino a través de la puerta de vidrio de la librería donde se supone que tengo que
empezar mi turno. Christian, el chico nuevo, está parado tras el mostrador con sus
suspensores y sus lentes de hipster. Se ve un poco sorprendido por mi abrupta entrada.
—Tú y yo —lo apunto con mi dedo—. Iremos a una cita. Mañana. ¿Entendido?
Sus ojos están ensanchados y confundido—. Tengo n-novio.
—No me importa —le digo—. Estoy siguiendo jodidamente adelante. Y tú no puedes
detenerme.
—Y-yo no estoy—
Sin escucharlo, camino hacia el baño en la parte de atrás y rompo en lágrimas.
HOMBRE MEDICINA
Nunca pensé que estaría triste por la muerte de mi padre.
Ciertamente nunca pensé que derramaría lágrimas. No después de negarme a hablar con
él por años. Especialmente no después de negarme a verlo, mientras estaba en el mismo
pueblo y arreglando su casa. Él estuvo ahí todo el tiempo, arriba, siendo atendido por su
enfermera, pero casi nunca me detuve en su habitación.
Mi padre no quería vivir en una instalación. Era muy orgulloso para eso. No quería que
la gente supiera que un psiquiatra famoso como él estaba lentamente olvidando como atar
sus propios zapatos y si su esposa estaba viva o muerta.
Contraté a la enfermera porque no quería empacar mi vida en Boston y mudarme de
vuelta a casa para atenderlo yo mismo. Pensé que merecía morir solo como mi madre lo hizo.
Pero no lo hizo. Yo estuve ahí con él en sus últimos momentos.
Estuve ahí, con él, por los últimos tres meses. No pienso que sea porque le perdoné las
cosas que hizo o el papel que jugó en el suicidio de mi madre.
Fue porque finalmente, lo perdoné por mi propia paz mental. Finalmente decidí ser
mejor que él en las formas que cuentan. No estuvo ahí para mi mamá, pero yo podía estar
ahí para él.
Aunque él no lo supo. A penas estaba lucido. Estuvo bien. No habría sabido qué decirle,
incluso si él lo estaba.
Así que le dije todas las cosas que quería decir.
Le conté todas las cosas sobre la chica cuyo corazón rompí. Willow Taylor.
De pie bajo la lluvia, la veo alejarse. La veo casi rompiendo la puerta y desaparecer de
mi vista como una estrella fugaz.
Ten una buena vida.
No es una pregunta, pero estoy obligado a responderle. Le dije que ella no tenía derecho
a preguntarme nada, estaba mintiendo. Porque cuando se trata de salvarla, soy un maldito
mentiroso.
Pero resulta que, ella no necesitaba salvación. Todo lo que necesitaba era que yo me
moviera del pasado y lo que ella ya sabía.
Que yo tenía sentimientos por ella. Tengo sentimientos por ella.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que entró, pero le voy a decir. Necesita saber.
Casi rompo la puerta también, las palabras casi burbujeando en mi lengua. Hay un tipo
detrás del mostrador y salta nerviosamente.
—¿Pu-puedo ayudarlo?
—¿Dónde está Willow? —pregunto, mi voz áspera y baja. Sacudida.
Mira hacia un lado rápidamente antes de decir—: Yo, uh, no sé. Ella no está aquí todavía.
Imbécil.
Me pregunto si son amigos, este idiota y Willow. Me pregunto si también la encuentra
jodidamente hermosa.
—Mantente alejado de ella —le advierto, aunque no sé si sea necesario. Aunque soy yo
quien no tiene derecho de decir esas cosas.
Él levanta sus manos al aire, exasperado—. ¿Qué carajos, viejo? ¿Qué le pasa a la gente
hoy? Soy gay, ¿de acuerdo?
Lo ignoro incluso mientras exhalo, un poco aliviado. No es que signifique mucho, que él
sea gay. Willow puede tentar a cualquiera, si ella quisiera. Pero de alguna manera, ella no
tiene idea.
Marcho sobre el espacio sin responder a las protestas de ese tipo y giro hacia donde
miró accidentalmente. Es un pasillo y hay puertas en ambos lados. Estoy contemplando
romper cada una hasta encontrarla.
Pero un segundo después, ella sale de una, deteniéndose en seco al verme—. ¿Simon?
Me lleno con su cara, sus mejillas redondeadas se enrojecen con el frio y la lluvia, sus
grandes ojos rojos con lágrimas.
Cuando llora, el azul en su mirada se vuelve más brillante y líquido, y mi cuerpo se vacía
de todo. No puedo respirar. No puedo pensar. Cada pequeño espacio dentro se llena con la
necesidad de detenerlo. Lo que sea que la está haciendo llorar. O, mejor dicho, quien sea.
Hoy está llorando por mi culpa y lo juro por Dios, quiero destruirme.
Y lo voy a hacer. Le mostraré todo lo que soy así puede romperme si eso quiere.
—No puedo —dijo rasposamente.
Un adorable ceño fruncido aparece en sus cejas y remueve el flequillo de su frente,
robándome el aliento con ese inocente gesto—. ¿No puedes qué?
Camino hacia ella. Con cada paso noto que sus ojos se vuelven más grandes. Su pequeño
cuerpo poniéndose más rígido.
La he visto hacer eso un millón de veces antes. Lo hizo el día que le rompí el corazón.
El día que mentí porque pensé que ella merecía algo mejor. Ella se merecía a alguien que no
estuviera atrapado en su propia cabeza, reviviendo el peor día de su vida.
Alguien que no sea responsable de una muerte.
Me detengo a unos pocos pasos lejos de ella—. Tener una buena vida.
—¿Qué?
Su rostro está limpio. Rosa y suave. No hay gotitas de lluvia o lágrimas persistentes,
pero puedo ver su camino. Puedo imaginarlo.
Aprieto mi mandíbula contra la avalancha de dolor en mi pecho. Viene más y más, este
dolor frío y helado que comenzó tan pronto como conduje lejos de Heartstone, dejándola atrás.
—Tú dijiste… —trago—. Ten una buena vida.
Ira parpadea en sus ojos antes de apagarse—. ¿Y?
—Y, te estoy respondiendo que no puedo.
—Mira, Simon. No fue—
Su voz está llena de tanta tristeza que no la dejo hablar—. Maté a una mujer.
He mantenido este momento alejado de mi imaginación, confesando mi parte en la
muerte de Clair a alguien. Para mí, la confesión siempre ha significado aceptación, y nunca
quise aceptar que fracasé.
La única vez que estuve cerca de decir esas palabras fue el día en que le conté a Willow
sobre el suicidio de mi madre. Por alguna razón, quería contarle ese día, confesar todos mis
crimines, desnudarme después de haberla follado como un animal en el piso de mi oficina.
Eso era lo menos que podía hacer después de ser tan salvaje con ella, apenas mostrando
misericordia, golpeando su lindo coño con mi verga.
No pude entonces. Pero ya es hora.
Necesito aceptar que, de hecho, fallé, pero eso no significa que yo sea un fracaso.
Aun así, mi cuerpo se tensa por la vergüenza mientras veo los labios de Willow abrirse.
Inhala una respiración entrecortada y espero juicio, horror, cualquier cosa que cruce su cara.
Por no lo hace.
No se ve nada más que desgarradoramente hermosa.
Mía.
El pensamiento empuja fuera mis palabras y digo—: Su nombre era Claire. Era mi
paciente. Bipolar, como mi mamá. He tenido muchos pacientes así, pero algo sobre ella me
recordó mucho a mi madre. Tal vez porque estaba sola. Sus padres se habían rendido con ella.
Su prometido la había dejado. Cuando vino a verme, estaba muy enferma y yo quería arreglar
eso. Hice todo lo que pude. Pasamos por una docena de terapias, cambio de medicamentos,
cambio de dosis. Me obsesioné con salvarla. Tanto que no pensé que estaba mal dejarla
quedarse en mi departamento algunas veces o darle dinero si le faltaba para su renta. Una
vez incluso la salvé de una fiesta a la que había ido.
Paso mis dedos a través de mi cabello mojado—. Cristo, suena como el caso de
transferencia en un libro, exactamente con lo que nos dicen que tenemos que tener cuidado.
Aunque no lo vi de esa forma. Me enceguecí tanto. Todo lo que sabía es que no podía dejar que
lo que le pasó a mi mamá, le pasara a ella. No podía ser como mi papá. Toda mi vida, he estado
tan consumido por eso. Odiaba como la había hecho sentir menos porque estaba enferma y él
no podía soportar eso. Odiaba que él fuera débil. Yo... cuando mi mamá murió yo... yo le di un
puñetazo en el funeral.
Me río duramente—. Él no me devolvió el golpe. Pensé que lo haría. Todo lo que hizo fue
alejarse. Nunca entendí por qué. Hasta hace poco. Quizás él sabía que era culpable. Sin
embargo, nunca lo dijo.
Suspirando, saco los recuerdos de mi cabeza—. Para el momento en que me di cuenta
que lo que estaba haciendo con Claire estaba mal, fue demasiado tarde. Ella se había vuelto
completamente dependiente de mí. Había rumores por todos lados. Le dije que debía ver a otro
doctor. Le dije que yo la ayudaría con la transición.
Recuerdo la noche cuando le dije que tenía que ver a alguien más. Estaba lloviendo. Tenía
una lista de candidatos que podía ver en mi lugar y discutí todas las opciones con ella.
Se veía bien cuando se fue. Incluso estaba sonriendo. Y luego una hora después, recibí
la llamada de que ella había estado en un accidente de auto.
Culparon al mal clima. Dijeron que probablemente no pudo ver por dónde iba. O que su
neumático debió haberse deslizado para que su auto chocara contra el árbol.
Pero yo sabía.
Sabía que sucedió por mí. Si yo no hubiera estado tan obsesionado con salvarla y ser
mejor que mi papá, ella estaría viva hoy.
—Simon.
Tragando, me enfoco en ella. Esta valiente e inocente chica. Sus lágrimas caen de nuevo.
La estoy haciendo llorar. Es todo lo que hago.
Hubo un tiempo cuando podía limpiar sus lágrimas, sentarla en mi regazo, alizar su
cabello y besar su frente, y ella me miraría como si fuera su héroe.
Joder, esa mirada.
Esa mirada me hacía querer sacudirla, así que dejó de hacerlo. Ella dejó de mirarme
como si yo hubiera colgado la luna.
También me daba ganas de besarla, envolverla en mis brazos y mantenerla a mi lado,
matar todos sus pensamientos oscuros y beber toda su agua salada.
—Ella estuvo en un accidente —le cuento a Willow—, no murió, pero quedó en coma.
Lesión cerebral anóxica por traumatismo craneal severo. Y sus padres presentaron una
demanda en mi contra cuando les dije que fue mi culpa. La junta me pidió que abandonara mi
posición hasta que el asunto se resolviera y eso hice. No me iba a quedar de todos modos. No
después de lo que había pasado.
—¿Ella está...
Se detiene, sus ojos muy abiertos y tan azules que quiero ahogarme en ellos.
Me estoy ahogando en ellos.
Me estoy ahogando en esta puta espera para ver lo qué tiene que decir de mi confesión.
Sé que hay una clara posibilidad de que me envíe lejos después de esto y honestamente no sé
lo que haré si lo hace.
—¿Qué pasó? —susurra al final y mi próxima respiración viene fácil.
Todavía tengo tiempo. Todavía puedo estar en su presencia. Todavía puedo mirarla,
escuchar su voz.
—La quitaron su soporte vital. Los iba a detener. Estaba conduciendo hacia allá —
sacudo mi cabeza—. Pero decidí no hacerlo. Decidí dejarla ir.
—¿Por qué? —pregunta, frunciendo el ceño, tan jodidamente perfecta en su confusión.
—Porque la enfermera de mi papá me llamó diciendo que él estaba lúcido. Parecía
recordarme. Me dijo que debería ir a verlo.
—¿P-pudiste hablar con él?
Sonrío tristemente—. No. Cuando llegue a verlo él ya... no estaba lúcido.
—L-lo siento.
Incluso si no me hubieran llamado, de cualquier manera, no hubiera podido realizar el
viaje completo. No hubiera sido capaz de dejar Heartstone.
—Está bien. Era lo correcto. Dejarla ir.
Esa noche cuando volví, sentí la presión dejando mi pecho. No lo supe entonces, pero el
acto de conducir de regreso a casa de mi padre fue mi manera de seguir adelante y dejar ir a
Claire.
Tal vez eso es lo que hace la aceptación. Alivia la presión, la fricción. Por eso es qué
Willow comenzó a reírse más cuando confesó sus mentiras en el grupo hace tiempo.
Beth tenía razón. Le digo a mis pacientes que luchen, pero yo, yo mismo, lo olvido.
—Bueno —suspira, limpiándose sus lágrimas y enderezando su columna—. Estoy feliz
por ti. Que hayas seguido adelante. Pero necesito volver al trabajo, así que...
—Mentí —le digo entonces.
Esta vez cuando sus ojos se ensanchan, hay más que tristeza en ellos. Hay
reconocimiento. Una electricidad que parece aflorar cuando estamos cerca. Lo noté la primera
vez que entró a mi oficina. Esa fue la razón por la que le pedí que se reuniera conmigo contra
la práctica tradicional, contra toda razón.
—¿Mentiste sobre qué?
Me acerco y ella retrocede—. Sobre todo lo que dije esa noche.
—No importa.
En realidad, noté esa chispa mucho antes de eso. Cuando estaba de rodillas, juntando
las páginas de su libro. Quizás esa electricidad fue por qué yo sabía que yo tenía que
arrodillarme. Sabía que tenía que ayudar a la chica con el cabello plateado.
No debería agobiarla y encerrarla en contra de la puerta por la que salió, pero no pude
detenerme. Pongo mis dos palmas en cada lado de su cabeza y susurro—: Sí tengo
sentimientos por ti. Siempre los he tenido.
Ella frunce su linda boca—. No me importa.
Sin embargo, continúo—. Siempre pensé que mis sentimientos por ti eran mi debilidad.
Pensé que cada vez que te veía caminar por los pasillos, cada vez que agudizaba mis oídos
para escuchar tu voz o tu risa, cada vez que te llamada de vuelta a mi oficina estaba fallando.
Eras mi paciente, no se suponía que sintiera eso. Se suponía que no tenía que buscarte en el
comedor o en el patio. Se suponía que no tenía que escuchar tu voz en mi cabeza o pensar en
tu piel cuando veía la luna. Se suponía que no tenía que imaginarme tocando tu cabello cada
vez que movías el flequillo de tu frente. Pensé que estaba fallando.
—Simon, te dije—
—No estaba fallando, Willow. Estaba viviendo. Despertar en la mañana también es difícil
para mí. A veces, no quiero hacerlo. Más a menudo que no, mi primer pensamiento solía ser
sobre el día en que encontré a mi madre. Me aterraría, cada vez que abría mis ojos en la
mañana, atravesar por el mismo ciclo de emociones que pasé ese día. Siempre encontré mejor
simplemente no ir a dormir, en absoluto. Pero luego te conocí.
Su barbilla se levanta y se arquea hacia mí. Su voz ya no tiene la dureza que
probablemente quiere demostrar cuando susurra—: No m-me importa.
Me inclino, acercándonos aún más—. Te conocí y todo pensamiento que tenía se
convirtió tuyo. Empecé a esperar despertarme en la mañana. Empecé a esperar ir a trabajar.
Caminar los mismos pasillos que mi padre caminó. No era un trabajo. Vivir. No era algo que
tenía que hacer. Vivir se convirtió en algo que quería hacer.
Escucho el susurro de su chaqueta mojada, que estaba en su brazo, caer al suelo. Pone
sus manos en mi pecho, empujándome, y a pesar de la situación y de los asuntos sin resolver
entre los dos, mi frío cuerpo se calienta con el primer contacto después de meses.
—Te dije que no me importa.
Quitando mis manos de la puerta, acuno sus suaves mejillas—. Nunca creí que podía
amar. Nunca pensé que siquiera supiera lo que esa palabra significaba. Estaba demasiado
quebrado. Demasiado frío y enterrado en mí mismo. Tenía demasiado odio hacía mi pasado y
todo lo que había pasado. Y entonces, tú me pasaste, Willow. Nunca pensé que podríamos
tener algo más allá de Heartstone. Todos los días conté los días que me quedaban contigo.
Estaba contando los días de mi vida. Porque sabía que en el momento en que salieras por esas
puertas, yo moriría. Dejaría de vivir.
Limpio sus lágrimas, pero más siguen llegando, apretando esa banda alrededor de mi
pecho—. Eres... jodidamente perfecta. Tan perfecta, hermosa e inocente. Una princesa. Te
mereces a un rey. A un verdadero héroe. Alguien quien pelee a tu lado. Nunca pensé que podía
ser ese héroe. No con mis errores, complejos y mi batalla con el pasado. Pero entonces, me di
cuenta de que un héroe no es alguien que no cae. Un héroe es alguien que sabe levantarse.
Y luego, lo digo. Las dos palabras que pensé que nunca le diría a nadie. Nunca pensé que
las sentiría. Pero ella sabía. Siempre supo que teníamos algo entre nosotros.
—Te amo, Willow —susurro, irregularmente—. Jodidamente te amo tanto.
Ella solloza y sus manos se convierten en puños en mi pecho mientras trata de
empujarme de nuevo—. Entonces, ¿por qué te fuiste? ¿Por qué carajos me dejaste? ¿Por qué
me dijiste todas esas cosas? ¿Por qué rompiste mi corazón hasta el punto en que perdí la
cabeza?
Sus palabras me hacen sangrar. Sus palabras me hacen pensar en todas las veces que
quise golpear su puerta y disculparme. Las veces que quise confesar, contarle todo.
—Willow—
—No, deja de hablar —sacude su cabeza, tratando de controlarse—. Sólo deja de hablar.
No puedes venir aquí y decirme todas esas cosas y esperar que todo vuelva a la normalidad.
Golpea mi pecho—. Rompiste mi corazón, Simon. Jodidamente lo destrozaste. ¿Sabes
que te busqué? A la mañana siguiente. Jodidamente te busqué. Espere por ti cada noche en mi
cuarto. Incluso después de todas las cosas que me dijiste. Espere por ti. Pero nunca volviste.
Ni una vez volviste. Así que no me importa si me amas porque te odio. Jodidamente te odio
demasiado.
Me empuja de nuevo, por tercera vez, sus mejillas rojas con sus emociones. No me gusta
verla luchar así y me habría ido. La habría dejado libre, habría aceptado mi castigo sin decir
una palabra.
Si fuera cierto. Si ella no hubiera dicho eso.
Eso que no me deja retroceder. Me hace llegar tras ella y encontrar el pomo de la puerta,
abriéndola. Maniobro su cuerpo con el mío y ella tropieza con sus pies, jadeando. Agarro su
brazo para mantenerla de pie y cierro la puerta, al mismo tiempo.
—¿Qué coño estás haciendo? —me mira antes de mirar la puerta.
Acercándome, bloqueo su vista de todo menos de mí. La siento contra el lavabo, al
parecer es el baño, y pongo mis manos en el mostrador a cada lado de ella para que no pueda
escapar.
—¡Simon! —empuja mi cuerpo, pero apenas lo siento—. Aléjate de mí.
—Sí volví.
—¿Qué?
—La noche en que volví por mi papá —contesto—, conduje de vuelta al hospital. Me
quedé toda la noche. Junto a tu cama.
—¿Q-qué?
Cuando llegué a casa, mi papá ya se había ido. Antes de poder averiguar mi próximo
movimiento, Dean me encontró. Su padre estaba fuera de la cuidad otra vez y me envió un
mensaje. Los llevé a él y a su hermana a cenar y después los cuidé hasta que se fueron a
dormir, dejándolos con la enfermera de mi papá. Porque aparentemente, su padre olvidó
contratar a alguien para que los cuidara.
Y luego me dirigí hacia Heartstone. De vuelta a ella. Durante todo el viaje, seguía
pensando lo estúpido que había sido correr hacia mi pasado cuándo mi presente está lleno de
gente que no sólo me necesita, sino que también me quiere.
—Sí. Me fui antes de que despertaras. No pensé que quisieras verme después de lo que
hice. Pero...
Por una fracción minúscula de segundo, pienso en cuánto revelar. ¿Cuánto le puedo
contar? Pero es ridículo, más allá de lo ridículo, incluso pensar eso.
Le cuento todo.
Cada puta cosa.
Me empapo en sus rasgos, su cuerpo, sus emociones.
La agitación en sus ojos, su suelto cabello plateado mojado, su jadeante pecho en su
camiseta de Harry Potter, los montículos de su pecho asomándose. Sus labios rojo cereza
fruncidos en enojo.
Es una puta princesa. Es mi princesa. Déjenla ver lo enfermo y retorcido que estoy por
ella.
—¿Pero qué? —pregunta.
—Pero subestimé cuánto te amaba. Cuánto me dolería mantenerme alejado de ti, incluso
si me odiabas.
—¿Qué significa es...
Ella se detiene cuando me alejo de ella. Un paso, dos. Tres.
Me arranco la corbata. Después viene mi chaqueta mojada. Tiro ambas cosas al suelo.
—¿Qué... qué estás...
—Te estoy diciendo todo. Todo lo que soy. Todo lo que está dentro de mí.
Me desabrocho los tres primeros botones de mi camisa antes de sacarla de mi cuerpo.
Mirando fijamente a sus ojos, pongo mi palma en mi pecho donde mi tatuaje está.
Exactamente como el que ella tiene en su muñeca. La única diferencia es que el mío está en
mi corazón.
—Así que volví otra vez. El día que fuiste a la playa.
Sus ojos se ensanchan. Grandes y azules como el océano que fue a ver todos esos meses
atrás. Se agarra del mostrador, recostándose sobre él.
—¿C-cómo? —tropieza con las palabras, su mirada pegada al tatuaje en mi pecho.
—Te vi —confieso—, revisé tus registros y sé que no debí haberlo hecho. Es
confidencial, invasión a la privacidad, pero q-quería saber si estabas bien. Conduje a la cuidad,
demente con la idea de sostenerte una vez más. Pensé que te contaría todo lo que querías
saber, todas mis partes feas, mi ira, mi mamá, Claire. Todo. Quería decirte que tienes derecho
a todo lo que soy. Pero entonces te vi. Estabas con Renn y el resto de las chicas. Acababas de
salir del edificio donde vives.
Presionando mi palma en mi pecho, digo ásperamente—: Te veías tan jodidamente
hermosa. Tan blanca y brillante bajo el sol y... y mi corazón comenzó a latir. Después de días.
Semanas. Te seguí como un puto pervertido. Fuiste a la playa. Te vi en la arena. Tenías lentes
puestos. Un sombrero. Sé que odiaste estar ahí, pero aun así saliste. Te quedaste tanto como
tus amigas quisieron. Miraste hacia el cielo, como si ya no le tuvieras miedo al sol. E incluso
si lo tenías, no ibas a ir a ninguna parte.
Ella tenía puesto un bikini blanco, tan virginal, tan puro.
Como su piel.
Como ella.
—Luego, fuiste al estudio de tatuajes. Entré después de que te hubieras ido. Le pagué
extra al tipo del mostrador para que me diera el mismo tatuaje que te habías hecho. Dos W.
Esta escrito delgado y minúsculo. Una W que se superpone en la otra.
—¿P-por qué no…
—Porque estabas viviendo. A pesar de todo, estabas luchando. No te rendiste. ¿Qué si yo
volvía a tu vida y te rompía otra vez? ¿Qué pasa si verme traía de vuelta todo el dolor de ese
día? No podía hacerte eso. No podía quitarte tu única oportunidad de ser feliz, de vivir la vida.
Así que me mantuve alejado. Pero seguí volviendo. Todos los días desde entonces.
Ante su sorprendida expresión, doy un paso hacia ella—. Cada mañana dejas tu
apartamento a las 8:30 am. Vas a la cafetería de la esquina y pides un capuchino grande. Le
sonríes al barista y él te devuelve la sonrisa. Porque tiene un flechazo por ti. Te observa
cuando te vas. No quita sus ojos de ti hasta que has desaparecido completamente.
Jodidamente odio la verlo. Uno de estos días, voy a romperle la mandíbula.
Otro paso más cerca de ella—. Cada miércoles, viernes y sábado vienes aquí. Cuando los
niños llegan, te ríes. Aunque no puedo escucharlo porque estoy siempre lejos, siempre al otro
lado de la calle, siempre afuera mirando hacia dentro.
Hay incredulidad en sus ojos, en su cara, junto con algo que duplica mis esperanzas.
Anhelo.
Mi confesión es un bálsamo para ella. Le gusta. Le gusta el hecho de que la he estado
observando.
Siempre amó eso. Ser observada por mí. Estaba tan avergonzado por eso, siguiendo sus
movimientos, buscándola, conociendo sus habitados, sus peculiaridades.
Pero ella lo ama. Y yo la amo a ella.
La amo con cada maldito pedazo de mi corazón, mi alma.
La alcanzo y acuno sus mejillas otra vez, levantando su cuello—. Y hoy estaba rezando,
esperando, jodidamente muriendo por una oportunidad de que aparecieras. No quería creer
cuando Beth me contó que te había invitado. Estaba enojado con ella. Le dije que debí dejarte
sola. Que debía dejarte vivir tu vida, pero por dentro, quería que vinieras. Quería una
oportunidad, Willow. Algún indicio de que todavía soportabas mirarme. De que todavía podías
soportar estar cerca de mí después de que rompí tu corazón.
Su respiración es entrecortada, su boca abierta, y me gustaría poder besarla. Desearía
poder inclinarme ahora mismo y poner mi boca en ella, probar su sabor a limón, lamer su
suavidad. Morderla. Hacerla mía.
Pero no puedo. No todavía. Quizás nunca.
Cristo. No sé qué haría si realmente fuera nunca.
—Willow—
Ella habla por encima de mí—. Sabía sobre Claire. Antes de ir hoy le pregunté a Renn.
Ella me contó sobre los rumores, sobre la demanda, todo. Ella me dijo que no fuera. Me dijo
que ya me habías roto lo suficiente. No necesitaba más dolor de ti. ¿Sabes por qué fui?
—¿Por qué?
—Porque pensé que estarías solo. Y porque no creí una palabra de lo que decían sobre ti
y Claire. Soy estúpida, ¿cierto?
Mi agarre se dobla en sus mejillas, tiembla, como mi corazón, mi puto cuerpo. Ella no
cree en los rumores. No cree en nada de eso.
—Eres jodidamente asombrosa.
Me mira a través de sus pestañas, y calor se revuelve en mis entrañas—. ¿Qué hubieras
hecho, si yo no hubiera ido?
—Habría seguido regresando. Habría seguido observándote. Habría seguido
observándote luchar y vivir, y hubieras seguido inspirándome a hacer lo mismo. Y quizás,
un día habría reunido el valor suficiente para hablar contigo.
Sacude su cabeza, suspirando—. Ese fue el día más difícil desde que salí. La playa. No
quería levantarme. Ni siquiera quería abrir mis ojos. Te extrañaba tanto y todo lo demás se
apiló desde ahí. Renn me dijo que tenía que hacerlo. De hecho, las tres entraron a mi
habitación, me arrastraron y me metieron en la ducha. Me recordaron que tenía que vivir.
Ellas tenían razón. Cada día que vive, que lucha, ella gana.
Mira hacia su tatuaje, acariciando su muñeca—. Las dos W significan Guerrera
Willow7. Pensé que podía hacerlo jugar con Rara Willow8 y realmente conseguir el tatuaje. Así
que lo hice.
Me lanza una sonrisa temblorosa y froto mis pulgares alrededor de su boca, esperando
empaparme de esa sonrisa—. Eran unos pendejos. No saben de qué carajos se trata la vida.
Los voy a encontrar y voy a quebrar cada hueso de su cuerpo. Voy a...
7
Warrior Willow.
8
Weird Willow.
Me detengo cuando ella toca mi pecho. Mi tatuaje, para ser exacto. Ella aleja el frío
invernal y la lluvia con tan solo un toque de sus dedos.
—No vas a hacer nada —dice y trato de no pensar en cómo mi corazón salta, tratando
de salir de mi pecho y tocarla.
—¿Qué si me hubiera hecho una princesa o algo así?
—Entonces tendría una princesa en mi pecho.
Por primera vez hoy, veo que su sonrisa alcanza sus ojos—. Estás loco.
—Sí.
—Y un acosador pervertido.
—Sí. Eso también.
—¿Sabes que más significa? ¿Las dos W?
Mi manzana de Adán se balancea—. No.
—Dos M. Cuándo lo leí boca abajo en mi muñeca, que siendo sincera, lo hago muchas
veces al día —me da sus ojos—. Significa Hombre Medicina.9
Cubro su mano con la mía y la presiono contra mi pecho, tratando de imprimir su toque
en mi carne—. Dame una oportunidad. Sólo una.
—¿Por qué?
—Así puedo hacerlo bien. Así puedo hacer lo que debí hacer ese día. Debí haber
recuperado mis palabras y debí decirte que te amaba. Que tuviste razón todo el tiempo. Déjame
arreglarlo, por favor.
Sacude su cabeza, enterrando sus uñas en mi pecho—. No. No quiero que lo arregles.
Quiero que te vayas.
—No hagas eso. No hagas que me vaya, Willow.
—No te necesito. Incluso aunque llore cada noche. Aunque sueñe contigo todas las
noches y no escuche a mi terapeuta quien me dice que salga a citas. Todavía estoy luchado.
Todavía estoy viviendo. Soy una luchadora. Tú me enseñaste eso. Entonces, ¿por qué debería
importarme?
Dos lágrimas caen por sus ojos y se filtran en mis dedos—. No me necesitas, sí. No
necesitas a nadie. Puedes ser lo que sea que quieras, Willow. Pero sí sé una cosa.
—¿Qué?
9
Medicine Man.
Limpio sus lágrimas, mientras digo—: Cuando sonríes, no llega a tus ojos. Cuando ríes,
no echas tu cabeza hacia atrás y lo haces con abandono. Así que estoy pidiéndote. Rogándote.
—¿Rogándome qué?
—Que me dejes que el hombre que pueda hacerte sonreír, no con tus labios, pero con
tus ojos. Estoy pidiéndote que me dejes ser el hombre que te haga reír con abandono.
Ella tiembla—. Sabes que nadie nunca me ha hecho feliz, ¿verdad? ¿Qué te hace pensar
que tú puedes?
Descanso mi frente en la suya—. Puedo porque no soy nadie. Soy yo. Creo. Tú me haces
creer. En magia. En cuentos de hada. En el destino. En caer y levantarse. En el hecho de que
puedo hacerlo. Puedo ser lo que y el quien necesites que sea. Tú me haces creer que nací para
ti.
Ella jadea como si no pudiera creer que recuerdo sus palabras. Ojalá pudiera reírme de
lo absurdo de eso. Absurdo que alguna vez pudiera olvidar cualquier cosa que ella me haya
dicho. Lo he archivado, sus palabras, sus expresiones, sus toques en los rincones más lejanos
de mi corazón.
—Nunca debí atacarte. Eso no estuvo bien.
—Nunca bebí decir esas cosas.
—No sabía cómo lidiar con lo que me dijiste —susurra, con voz quebrada.
—Déjame arreglarlo.
Lame sus labios salados—. Eso es lo que haces, ¿cierto? Arreglas todo.
—No todo, no. Ya no. Sólo las cosas que rompí.
—Como mi corazón.
—Como tu corazón.
Suspirando, descansa ambas manos en mi pecho y susurra—: Sólo una. Una
oportunidad.
—Joder... —gimo, cerrando los ojos, como si hubiera exhalado una nueva vida en mí.
Ella entierra sus afiladas uñas en mi carne y abro mis ojos para encontrarla
mirándome—. Pero si lo arruinas. Si jodidamente lo arruinas, Simon Blackwood, entonces
te odiaré por siempre.
Sonrío, finalmente—. No dejaré que me odies. Moriría antes de eso.
Golpea mi pecho—. No hables de morir.
Su mirada ensancha mi sonrisa y le pregunto lo que debí haberle preguntado desde el
principio. Tal vez lo hubiera hecho, si no hubiera sido mi paciente y yo no estuviera tan
atrapado en mi pasado.
Pero como dije, lo voy a arreglar.
—¿Saldrías conmigo?
Sus ojos buscan los míos, como si de nuevo no pudiera creer que dije eso. No puedo
culparla. No he sido justo con ella. La he dejado luchar sola por mucho tiempo, pero voy a
cambiar eso.
Desliza sus brazos alrededor de mi cuello—. ¿Salir cómo?
—Salir como salir. En una cita. Conmigo.
—¿No habíamos tenido esta conversación antes?
—No —sacudo mi cabeza—. Porque como un pendejo, nunca te pregunté. Pero lo estoy
haciendo ahora.
Toda mi vida he querido ser mejor, más, pero sólo ahora me di cuenta que ser mejor no
es materialista.
No se trata de los logros en el exterior. Es una cosa interior. Ser mejor o más es
personal, individual. Es acerca de crecimiento. Es sobre mí.
—No eres un pendejo. Nunca lo fuiste. Sólo eres un idiota.
Me río entre dientes—. Sí, soy eso.
Mientras miro a sus bonitos ojos, sé que cada día me esforzaré para amarla mejor que
de lo que lo hice ayer. Cada día me esforzaré por ser un mejor hombre del que fui ayer y ese
es el único ‘mejor’ que me importará. Amarla es mi propósito. Es la cosa que corre por mis
venas, junto con mi sangre.
Amar a Willow fue para lo que nací.
Lentamente, sonríe y dice—: Bueno. Recógeme a las siete, mañana en la noche.
C A P Í T U L O 24
Amo la lluvia.
Siempre la he amado. Me hace pensar en segundas oportunidades. Cómo cae el agua y
lava todo. Deja las cosas limpias y frescas.
Borrón y cuenta nueva.
Es muy difícil conseguir eso, especialmente en la vida real. Nada está siempre limpio.
Nada será borrado por siempre. Pero hay una cosa llamada seguir adelante.
Estoy haciendo eso.
Tomé el consejo de Ruth. Estoy saliendo.
No importa que este saliendo con el mismo hombre del que hablamos durante las
sesiones, pero lo que sea. Estoy avanzando con él, el único que me hace feliz.
Él también hace a mis niños muy felices.
Por niños me refiero a los que vienen a la librería a la hora de los cuentos. Estamos
leyendo El Príncipe Mestizo ahora y le pedí a Simon que leyera conmigo, algunas veces. Dice
que es su favorito de la serie, si tolerar algo pudiera ser llamado ser su favorito.
Cuando sea que Simon lee conmigo, los niños se ponen tan felices. Se ríen aplaudiendo
sus voces profundas y la vida que él brinda a las escenas.
Eso es lo que él hace. Él trae la vida.
Es tan raro y un poco triste que todavía se sorprenda cuando alguno de ellos corre para
abrazarlo al final. Incluso a veces piden otro capítulo.
Todavía se sorprende cuando mis ojos se llenan al verlo con los niños. Y cuando lo
detengo al azar en la calle durante nuestras citas y lo beso, siempre su primera reacción es
un poco de incredulidad.
Han pasado un par de meses desde que él volvió a mi vida y dijera todas esas cosas
maravillosas. Desde entonces hemos estado saliendo.
Y déjenme decir, hemos estado saliendo de una forma muy tradicional, a la antigua,
donde viene a buscarme a mi departamento. Simon siempre está bien vestido, con camisas
frescas y pantalones buenos. Me trae flores, chocolates, gelatina de limón. Vamos a lindos
restaurantes y dejo que pida mi comida porque me hace sentir muy querida. Al carajo lo que
la gente piense.
Aunque él no me deja beber. Sólo un par de sorbos de su copa.
Le gusta el whiskey y su comida favorita es filete. Sin sorpresas ahí. Siempre lo imaginé
con un vaso en su mano y cortando un jugoso trozo de carne con sus grandes y agraciadas
manos. Oh, y cuero. Siempre lo imaginé alrededor de roble y cuero.
Como ahora mismo.
Estamos en su auto, rodeados de cuero caro, volviendo recién de la cena de domingo en
la casa de mi madre.
Mi mamá y yo, nuestra relación ha mejorado. En el sentido en que le conté de mis miedos
e inseguridades.
Cuando el Incidente Heartstone pasó, le conté todo, excepto la razón por la que enloquecí.
Ella sabe que ataqué a un psiquiatra y que estaba tan incontrolable que tuvieron que sedarme.
Beth se ofreció a quedarse conmigo mientras lo explicaba, pero le dije que necesitaba
reconocer mis acciones y lo hice.
Tal vez un día pueda decirle por qué ataqué a un doctor y que ese doctor es también con
quien estoy saliendo ahora. Un día le contaré que esta vez realmente lo hice todo por un
hombre, por algo tan trivial—de acuerdo con ella—como el amor. Ella no va a estar feliz con
eso.
Está bastante descontenta con el hecho de que estoy saliendo en absoluto. Con un
hombre mayor y mi ex psiquiatra, nada menos. Por eso ella lo invitó a cenar, y después de
posponerlo por semanas, me rendí y traje a Simon conmigo.
—¿Willow?
Lo miro cuando dice mi nombre. Está usando un saco que lo hace lucir apuesto y
elegante.
Sonrío—. ¿Hmm?
Inclina su barbilla hacia la ventana—. ¿Estamos aquí?
El edificio de mi departamento está borroso a través de la ventana mojada. Vago y
distorsionado. Y muy no donde quiero estar ahora.
Con mi corazón acelerado, me doy cuenta que no quiero entrar. No quiero dejar el auto.
—No quiero ir —digo, repitiendo mi pensamiento.
—¿Qué? ¿A dónde?
Su voz es preocupada y me hace morder mi labio y perder mi aliento. Él todavía me hace
eso. Todavía.
Cada vez que escucho su áspera voz con preocupación o veo sus ojos grises oscurecerse
con inquietud, me enamoro otra vez de él. Me siento tan femenina, tan frágil y tan querida
que quiero acercarme a su regazo y pedirle que arregle todo por mí.
Y él lo hará o morirá intentándolo.
—No quiero volver a mi departamento —susurro, estudiando sus rasgos.
Levanta la mano y enciende la luz del techo, haciendo que su preocupación y su ceño
fruncido sean más evidentes—. ¿Por qué no? ¿Qué paso?
—¿Fue en serio lo que dijiste?
—¿Dije qué?
—A mi mamá.
Su rostro que se tensa con ira.
Pues sí, la cena fue un desastre, es más de una forma. Primero, mi mamá—mi entera
familia, en realidad—no podían dejar de interrogarlo sobre mi estadía en Heartstone y sobre
el Incidente. Básicamente, mostrando cuan sobreprotectoras son y como soy la bebé de la
familia.
Simon respondió lo mejor que pudo sin decir lo de su parte. Lo odió, lo sé. Y es por eso
qué específicamente le dije de antemano que no revelara nada.
Ya sé que Simon es partidario de las consecuencias y si fuera por él, habría asumido
toda la culpa en un latido. Pero tenemos mucho con lo que lidiar ahora mismo sin agregar la
censura familiar al plato. Al menos más de lo que ya está ahí.
Y segundo, mi mamá no mantuvo en secreto que no le gusta Simon para su única hija.
Lo interrogó sobre sus intenciones. En un punto, ella habló sobre que debería mantenerme
virgen para mi real, de edad apropiada, futuro novio.
Ese barco ya zarpó, mamá. Zarpó jodidamente bastante.
Fue tan doloroso de ver. Bueno, hasta que Simon bajó el pie y dijo—: Con todo el debido
respeto Señora Taylor, su hija está más que capacitada para tomar sus propias decisiones.
Sobre su vida y su cuerpo. De hecho, usted estaría sorprendida sobre cuán capaz ella es. Es
una de las muchas cosas que amo de ella. Su capacidad. Es también la única cosa que más me
asusta. Porque sé que ella no me necesita. Al menos, no tanto como la necesito yo. Siempre
respetaré sus decisiones. Dicho eso, tampoco me rendiré sin pelear. Así que, a no ser que
tenga algo más que decir, sigamos con el postre.
Oh, Dios.
Este hombre está para desmayarse, ¿cierto?
Ahora, le pregunto de nuevo—. ¿Fue en serio lo que le dijiste a mi mamá? ¿Qué lucharías
por mí?
Sus ojos grises vagan por mi cara—. Siempre.
Mi respiración se acelera y me quito el cinturón antes de saltar fuera del auto, hacia
lluvia. La acera está casi vacía porque es la mitad de la noche y la tormenta es algo feroz.
Simon sale después de mí, todo un cejo fruncido y enojado—. ¿Qué carajos, Willow? Hace
frío. O vuelves al auto o entras a tu edificio.
Tiene razón. Hace frío. Sólo estoy usando un delgado suéter rosa y mi chaqueta está en
el auto. Pero no me importa. Tengo que preguntarle algo.
Estiro mi cuello y miro su cara empapada—. ¿Sabes por qué amo la lluvia?
—Willow—
—Porque me recuerda a las segundas oportunidades. Me hace pensar que, si este feo
mundo puede purificarse después de una fuerte ducha, yo también puedo ser purificada.
Puedo tener todas las oportunidades que quiera.
Cuando él me pidió una oportunidad, ni siquiera dudé. Cada latido de mi corazón quería
darle todas las oportunidades que él quisiera.
Quizás es estúpido confiar tanto en alguien, pero lo hago. Siempre he confiado en él.
Siempre he creído en él. Es la forma en que en que se comporta, con tanta confianza. Es la
forma en la que se preocupa por la gente, con tanta pasión.
Es la forma en la que me mira, con tanta intensidad y ternura. Siempre me mira de esa
forma, incluso cuando guardaba partes de sí mismo. Eso es lo que me hizo creer en ese
entonces que él también me amaba.
Pone sus largas manos en mis brazos, frotándolos, calentándome instantáneamente en
mi suéter—. Willow, ¿qué—
—¿Te casarías conmigo?
Ahí. Le pregunté.
He querido preguntarle esto... bueno, desde que nos fuimos de la casa de mi madre.
Lo sé. Sé que estamos saliendo desde hace poco, como, dos meses. Ni siquiera hemos
tenido sexo todavía. Y fue mi decisión tomarlo con calma. Imaginen eso.
Pero cada vez que viene a mi puerta para salir, puntualmente, y cada vez que me escucha
cuando he tenido un mal día o me recuerda sobre mis pastillas como si alguna vez pudiera
olvidarme, o cada vez que me habla sobre sus días malos, me hace pensar que estamos
destinados a hacer esto para siempre.
Cada vez que me habla un poquito más sobre su pasado, contándome cómo el color de
su mamá era el rojo—definitivamente sabía que la mujer en la foto era su mamá, o que ella
fue la que le enseñó a escalar árboles—ahora sé que la chica que mencionó en nuestra primera
reunión, a la que estaba tratando de impresionar con sus habilidades para escalar árboles era
su mamá, él me involucra más en su vida.
Incluso logré ver su casa, la casa que estaba reparando mientras trabajaba en
Heartstone. Contrató gente para que la arreglara por él y ahora la puso en venta. En cambio,
encontró un lindo departamento aquí en la cuidad.
Pongo mi mano en su mejilla y me pongo de puntillas para besar sus labios abiertos—.
¿Lo harías? O sea, casarte conmigo.
Se suponía que sería un beso pequeño en sus labios respirando salvajemente, pero rodea
mi cintura con sus brazos y me estrella contra él. Mis pechos aplastados contra su duro
pecho y mete su lengua dentro.
Suspirando, lo dejo amoldarme a su cuerpo e invadir mi boca.
Soy suya, de cualquier manera. Puede hacer lo que quiera conmigo. Aunque justo cuando
comienzo a besarlo de vuelta, me aleja.
—No —gruñe.
—¿Qué?
—Mi respuesta —jadea, mirándome a los ojos—, es no.
Jadeando, balbuceo—: ¿Qué... ¿por qué... ¿por qué no?
—Porque no debería ser tú pregunta. Debería ser mi pregunta. Yo debería preguntarte.
Puedo sentir su pecho presionando el mío con su respiración fuera de control. El
errático ritmo de su respiración se está juntando con mi ritmo y lo empujó hacia él.
—¿Entonces por qué no lo has hecho?
Mira hacia el cielo como si estuviera exasperado—. Porque, Willow, eres joven, tan
jodidamente joven. Y eres impulsiva.
Le lanzo una mirada, aunque es difícil hacer eso con la lluvia—. ¿Estás diciendo que no
soy tu tipo?
Simon acuna mis mejillas, estirando mi cuello—. Estoy diciendo que estás pidiendo que
me case contigo y ni siquiera lo has dicho todavía.
Su lluvioso y almizclado olor está volviéndome loca. Dios, quiero a este hombre con cada
célula, con cada átomo en mi cuerpo y él me está diciendo que no.
—¿Dicho qué?
—Que me amas.
Me sorprendo—. ¿Yo... ¿yo no lo he dicho?
Su risa es sin humor—. No.
Sé que él me lo dice todos los días. Sé eso. Esa es la mejor parte de mi día. Lo dice justo
cuando está a punto de irse por la noche y volver a su departamento. Tomo esas dos palabras
y duermo con ellas en mi almohada. Bueno, después de que me hago venir con su nombre en
mis labios.
Pero no me di cuenta de que yo no lo había dicho. Lo digo en mi cabeza todo el tiempo.
Oh por Dios, ¿no lo sabe?
Su expresión es un poquito enojada y me doy cuenta que tal vez ha estado esperando
que se lo diga todo este tiempo.
Idiota. ¿Cómo puede no saberlo?
—Quizás no lo he dicho todavía porque...—busco las palabras—. Porque lo que siento
por ti es más que amor. Es... es felicidad. Me haces feliz, Simon. Me refiero, tan feliz como
puedo ser. Sé que dijiste que yo podría hacer lo que quisiera. Podría ser feliz, si lo quisiera.
Dijiste que no te necesito para eso. Y quizás eso es cierto. Quizás habría sido feliz algún día.
Quizás mi sonrisa hubiera llegado a mis ojos. Pero siempre, siempre te habría buscado.
Hubiera dejado de reír sólo para buscarte porque habría querido compartirlo contigo. Pero
más que eso... hubiera querido compartir mis lágrimas contigo. Y sabes qué, incluso si
estuviera llorando y tú estuvieras ahí, mi mundo no habría sido tan oscuro. Tan sombrío.
Habría encontrado un poco de felicidad incluso cuando estuviera triste. Mi mente no sería
capaz de derrotar a mi corazón porque estarías conmigo. ¿No sabes eso ya, idiota? Eso es,
como la cosa más grande y gigantesca que alguien podría hacer por mí. Haces que mi tristeza
no sea... tan triste.
Estoy llorando ahora. Él lo sabe, aunque está lloviendo y no se vea. Pero él siempre sabe.
Mi héroe.
—Carajo, Willow. Deja de hablar —gime Simon contra mis labios.
Por supuesto, no escucho—. Te amo parece tan pequeño para lo que eres para mí, Simon.
Pero lo hago. Te amo y quiero ser tu esposa. Incluso aunque arruiné todo para ti.
—Deja de hablar, Willow.
El Incidente Heartstone no sólo fue malo para mí. Fue malo para él también. No ha
vuelto a trabajar porque esta vez los rumores son peor. Hay un poco de verdad en ellos. Dice
que no quiere volver—no todavía, al menos—y está enfocado en escribir un libro sobre
pacientes bipolares y su cuidado.
Sin mencionar, está pasando un tiempo en terapia por sus problemas relacionados al
suicidio de su mamá y cómo pasó su niñez cuidando de ella.
¿Pero qué pasa si ellos no lo vuelven a contratar? La demanda ha sido resuelta por Mass
General, pero ¿qué pasa si esta vez, incluso sin repercusiones legales, su carrera está
básicamente terminada?
Empuño las solapas de su saco—. Lo siento, Simon. No puedo decirte cuánto lo siento
por ponerme a mí misma en peligro y básicamente revelar nuestro secreto. Nunca quise que
nadie se enterara. Nunca quise hacerte eso a ti o a mí. Lo siento, Simon. Soy una idiota.
—Deja. De. Hablar.
Obviamente, sigo hablando—. Sé lo difícil que puedo ser. Sé eso. Sé que vivir conmigo,
con alguien como yo, no será fácil. Y no puedo pedirle a nadie eso, lo sabes. Como, casarse y
tener bebés conmigo porque nunca sabré si serán como yo o—
Él junta mis mejillas, casi saltando mis labios—. Cierra la puta boca, Willow.
Todavía trato de abrirla, pero su mirada me detiene.
Cuando queda satisfecho de que no diré otra palabra, suelta la presión en mis mejillas.
Su mandíbula está trabando de ida y vulta, un segundo después pregunta—: ¿Estás tratando
de lastimarme?
Sacudo mi cabeza, rápidamente.
—Entonces jodidamente deja de culparte por lo que pasó ese día. Fui yo. Yo te dije todas
esas cosas porque fui un cobarde. Tu amor me asustaba tanto que lo castigué. Te alejé. Pero
eso ya terminó. Jodidamente terminó y la última cosa que me preocupa es un trabajo. Puedo
conseguir otro. ¿No sabes lo famoso que soy en el campo de la psiquiatría?
Sacudo mi cabeza de nuevo.
—Soy bastante jodidamente famoso —me dice—, y eso es porque he trabajado hasta el
culo para llegar a donde quería ir. Sí, cometí errores y sí, algunas cosas tardé un poco más
en explotar, pero como sea. Puedo volver, si quiero. En este momento, no me importa mucho.
Estoy feliz con algo de tiempo libre en mis manos y centrándome en ti y en mí. ¿Lo entiendes?
Con los ojos muy abiertos, asiento.
Sus labios se contraen.
—¿Puedo hablar ahora? —susurro.
—Estás hablando.
Lo fulmino con la mirada, pero decido dejarlo ir—. ¿Entonces te vas a casar conmigo?
Sus dedos se entierran en mi cabello mojado y me inclina hacia él—. ¿Vas a tener a mis
bebés?
Un movimiento empieza en mi vientre—. ¿Q-quieres tener bebés conmigo?
—Joder sí, quiero. De hecho, pienso en eso constantemente. El proceso de hacer bebés,
quiero decir.
Se mueve más abajo, es movimiento, más debajo de mi estómago—. Tendrás que venirte
dentro de mí, entonces. Sin condón.
—Estoy deseando eso. Jodidamente demasiado.
En realidad, yo también.
No puedo evitar el rubor que se apodera de mi cara y mi cuerpo—. Okay.
Me besa, posesivamente—. Entonces, sí. Me casaré contigo.
Sonriendo, lo beso de vuelta—. Entonces tengo algo de tiempo en mis vacaciones de
Navidad. ¿Te gustaría hacerlo entonces?
Gimiendo, deja caer su frente en la mía—. Jesús, Willow. No nos vamos a casar mientras
estas en clases. Necesitas terminar la universidad primero.
—¿Por qué no?
Sacude la cabeza, mirando al cielo de nuevo—. No me sentiré tan viejo, por ejemplo. Y
segundo, no puedo creer que esté diciendo esto, pero tu madre me matará.
Agarro su cabello en mi puño—. No me importa mi mamá. No puedo esperar cuatro
años.
Otro beso posesivo—. No depende de ti.
Me froto contra él, haciéndolo gemir una vez más—. Te gusta mandarme. Pero sabes
que no eres mi papá, ¿verdad?
Un brillo lujurioso se posa en sus ojos, sus manos van a mi trasero y aprietan la carne
a través de mis jeans ajustados—. Te gusta actuar malcriada, pero sabes que no eres una
niña, ¿verdad?
Antes de que pueda reaccionar a su declaración y su dominante agarre en mi trasero,
oímos a un par de tipos y su risa a carcajadas viniendo detrás de mí.
Inmediatamente, Simon me empuja hacia el auto. Nos mete en el asiento trasero y cierra
la puerta, conmigo en su regazo.
Todo sucedió tan rápido que tengo que tomarme un segundo para recuperar mi aliento.
Jadeando y tendida sobre él, le preguntó—: ¿Qu-qué fue eso?
Los ojos de Simon están enfocados en los tipos que acaban de pasar. Los mira fijamente.
Trato de mirar, pero no me deja, agarrando la parte trasera de mi cuello, dejando mi mirada
pegada a la de él.
—Te estaban mirando. Esos imbéciles.
Me río—. ¿Qué?
Su mandíbula se aprieta y afloja en ira, pero permanece en silencio, haciéndome sacudir
la cabeza. Mi rey de hielo pensando que todos me miran como él lo hace.
Antes, era el rey del castillo, recorriendo sus corredores para observarme, y ahora, se
convirtió en mi héroe roto, buscándome en esta grande y mala ciudad.
Gah. Lo amo tanto.
—No todos me miran, Simon —susurro, trazando su incipiente barba.
Su agarre se afloja y gruñe—. Si crees eso, entonces necesito encerrarte en algún lugar
y atarte a la cama para que ni siquiera puedas acercarte a la ventana.
Muevo mi cuerpo contra el suyo, poniéndome increíblemente excitada por su
posesividad. Hubo un tiempo cuando quería quedarme en Heartstone, toda atrapada y
enferma, sólo para poder quedarme cerca de él.
Y la verdad es que estar atrapada con él no suena tan mal porque estar con él me libera.
La mano de Simon regresa a mi trasero mientras me sigo meciendo contra él—.
¿Seguirás siendo así de posesivo cuando nos casemos en Navidad?
Comienza a amasar la carne, mientras empuja su dura verga en la unión de mis muslos.
Se inclina y muerde mi labio inferior en una muestra de pura dominancia—. No. Voy a ser
aún peor cuando oficialmente seas mía. Dentro de cuatro años.
Me río de nuevo y Simon agarra mi cara, mirándome con tanta intensidad que me
sonrojo—. ¿Qué?
—Yo... yo no puedo dejar de mirarte. No puedo... eres tan jodidamente hermosa, Willow.
Tan impresionante y... —traga—. Tan blanca y pálida, como un copo de nieve.
Lo estudio con mis ojos llorosos. Esa inclinación en su mandíbula y esa barbilla
obstinada, su nariz perfecta y esos ojos grises.
—Soy tu copo de nieve.
—Joder que sí, lo eres.
—Te amo. Te amo tanto, Simon.
Y luego, me besa.
Amo a este hombre con cada pieza de mi cerebro, corazón y alma.
Este hombre que piensa que soy bella y una luchadora. Quien no sabe que
definitivamente va a tener sexo en el asiento trasero como un adolecente. Y que no importa
qué, definitivamente nos vamos a casar en mis vacaciones de Navidad.
EPÍLOGO
EL FIN
2019