Historia de México: Antología: Culturas Prehispánicas
Historia de México: Antología: Culturas Prehispánicas
Historia de México: Antología: Culturas Prehispánicas
HISTORIA DE MÉXICO
ANTOLOGÍA: CULTURAS PREHISPÁNICAS
Como argumentaba ya hace algunos años Claude Lévi-Strauss, el hombre suele utilizar
herramientas conceptuales para comprender y analizar la realidad tangible que le rodea. De
esta manera, la investigación de un mecanismo mental tan primario con el que aprehender la
realidad se convierte en un reto muy importante para el desarrollo de las ciencias sociales.
Un buen ejemplo para entender la evolución conceptual en torno a un atractivo espacio cultural
lo constituye Mesoamérica. Muy diversas generaciones de antropólogos, arqueólogos,
etnohistoriadores y sociólogos han utilizado este término para entender la amplia gama de
desarrollos culturales que tuvieron lugar en buena parte de México y América Central durante la
época prehispánica.
En consecuencia, los límites territoriales y parámetros culturales que definen Mesoamérica han
ido fluctuando a lo largo de los años en función de la evolución acontecida en su historia
conceptual.
La breve síntesis que presentamos en este artículo pretende proporcionar una aproximación
al mundo de la Mesoamérica prehispánica, focalizando nuestro interés en diferentes tópicos
o categorías de análisis. La conceptualización de este espacio cultural desde una mirada
ajena a la de sus antiguos habitantes, su sistematización en áreas culturales y periodos
cronológicos, así como los diversos retos y problemáticas que asume su investigación en la
actualidad constituyen los principales núcleos argumentativos de nuestro trabajo.
El antropólogo Paul Kirchhoff (1943 1967) fue el primer investigador que acuñó el término de
Mesoamérica. Bajo esta denominación, reconoció a una extensa área geográfica limitada al
norte por las fronteras naturales de los ríos Pánuco y Sinaloa en México y al sur por una
difusa línea fronteriza entre Guatemala y El Salvador. Desde el momento en el que se
consolida la agricultura como medio de subsistencia fundamental (2500 aC.) en esta zona
hasta la llegada de los primeros europeos en 1512-1519, las diferentes culturas que se
desarrollaron en Mesoamérica compartieron diversas características comunes. Según P.
Kirchhoff, éstas se pueden sintetizar en: un excelente manejo de los recursos agrícolas
(principalmente, del cultivo del maíz) mediante diversas técnicas intensivas que posibilitaron
la aparición de un excedente productivo, el uso de un instrumental agrario común, la
importancia de las diferentes formas procesadas de maíz en la dieta prehispánica, vida
sedentaria, patrón de asentamiento en vastos centros urbanos, alta especialización
artesanal, importancia del mercado y del comercio local y a larga distancia, la edificación de
grandes complejos rituales en los cuales las pirámides escalonadas sobresalen, una
compleja cosmovisión e ideología –importancia del sacrificio humano y del llamado juego de
pelota- y ciertos logros intelectuales, de los cuales la escritura, la astronomía y el calendario
son los más importantes.
Como hemos argumentado hasta el momento, Mesoamérica englobó muy diversas culturas
que se desarrollaron en espacios físicos muy distintos, así como en una vasta franja
cronológica que abarcó cerca de 3.000 años de historia. Tal diversidad se ha sistematizado en
función de los criterios del espacio y la temporalidad.
En consecuencia, podemos dividir la historia prehispánica de Mesoamérica en seis sub-áreas
culturales y en tres grandes periodos.
Con referencia a las diferentes áreas culturales, éstas se han venido definiendo en función de
las características geomorfológicas, étnicas y lingüísticas, así como materiales, que las
identificaron en la antigüedad mesoamericana. Estas sub-áreas culturales son:
Centro de México. Se trata de una extensa región de altiplano situada a una altura promedio
de 2.300 msnm. Se halla integrada por diferentes valles o mesetas de clima templado, subárido
y árido. De entre ellos, el Valle o Cuenca de México, el Valle de Toluca, el Valle de Tula, el
Valle de Morelos y el Valle de Puebla-Tlaxcala tuvieron los desarrollos socioculturales más
importantes. La existencia de cinco lagos navegables y de una agricultura intensiva asociada a
éstos propició que el Valle de México fuese un área neurálgica en el pasado prehispánico del
México Central. Fue el solar donde se desarrollaron las culturas teotihuacana, tolteca o mexica-
tenochca.
En la actualidad, el Centro de México se halla ocupado por los modernos estados mexicanos
de Distrito Federal, México, Morelos, Hidalgo, Puebla y Tlaxcala.
Valles de Oaxaca. Ocupan la región central del moderno estado mexicano de Oaxaca. Es una
extensa área que muestra una gran variabilidad medioambiental formada por zonas de clima
subárido, valles templados, cuencas subtropicales y una franja costera tropical paralela al
Océano Pacífico. Ante tal diversidad ecológica, el hombre prehispánico se adaptó de muy
diversas formas, creando el gran mosaico de grupos etnolingüísticos que aún hoy hallamos en
esta región de México. Durante la época prehispánica, las culturas zapoteca y mixteca fueron
las más sobresalientes en Oaxaca.
Costa del Golfo. Región integrada por los actuales estados mexicanos de Tamaulipas,
Veracruz y Tabasco. La cumbre nevada del Pico de Orizaba y los valles templados y calurosos
que fluyen hasta los límites de los bosques tropicales que circundan las costas del Golfo de
México asistieron al desarrollo de diferentes sociedades durante la época prehispánica. De
entre ellas, las culturas olmeca, de Remojadas, de El Tajín y totonaca fueron las principales.
Área Maya. Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador, así como los estados mexicanos de
Campeche, Yucatán y Quintana Roo asistieron al florecimiento de una de las culturas más
asombrosas y complejas de la América prehispánica: los mayas. Las antiguas sociedades
mayas ocuparon una gran variedad de espacios físicos. De este modo, vivieron tanto en la
calurosa costa del Océano Pacífico y en los valles templados del altiplano de Guatemala como
en las tierras bajas tropicales del Petén y del río Usumacinta y las áridas sabanas de la
península del Yucatán. Esplendidas ciudades como Tikal, Copán, Palenque o Chichén Itzá
ejemplifican a la perfección el estilo de vida de la cultura maya prehispánica.
Baja América Central. La estrecha banda geográfica que bordea la costa del Pacífico desde
El Salvador hasta el Golfo de Guanacaste en Costa Rica actuó como frontera meridional de la
Mesoamérica prehispánica. Se trató de una zona altamente poblada por sociedades de
diferente signo cultural que recibieron bienes, ideas y personas procedentes de regiones tan
lejanas como el Centro de México. El oro, el algodón, así como otros tipos de productos
tropicales, fueron el principal reclamo de estas tierras para el mundo mesoamericano.
Por otra parte, las seis sub-áreas culturales de Mesoamérica contemplaron la sucesión de
diferentes sociedades complejas que se desarrollaron de manera ininterrumpida desde el 1500
aC. hasta el año 1519 dC.
Los diferentes periodos cronológicos en los que podemos segmentar la historia prehispánica de
Mesoamérica son:
Tras el colapso de Teotihuacan a lo largo del siglo VII, se abre un nuevo episodio de
reformulación demográfica y cultural en muchas regiones de Mesoamérica. Los centros
epiclásicos de Xochicalco, Teotenango, Cacaxtla o Cholula prendieron el relevo político de
Teotihuacan en el Centro de México durante trescientos años. Del mismo modo, en la Costa
del Golfo, la ciudad de El Tajín actuó como eje nuclear de la región (Soto 1990, Brüggemann
2001: 25-26).
Entre el 600 y el 950 d.C. (Horizonte Clásico Tardío) el mundo maya vivió una de las épocas de
mayor esplendor de la Mesoamérica prehispánica. Asombrosas aglomeraciones urbanas
surgidas en medio de la selva tropical formaban una inmensa mancha de población que cubría
buena parte del sureste de México, Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador. Las ciudades
de la región guatemalteca de El Petén, tales como Tikal, Uaxactún, o Naranjo, fueron de las
más influyentes. En la cuenca del río Usumacinta (Guatemala-México), Palenque se convirtió
en la ciudad más importante, así como Copán y Quiriguá lo fueron para el valle hondureño del
río Motagua y Caracol para el centro y sur de Belice (Chase & Chase 1994, Martin & Grube
2002: 5-6, Grube 2001, Demarest 2004). Intrincadas relaciones de lealtad, vasallaje y
confrontación armada caracterizaban el devenir político entre los señores mayas (o ajaw’ob) en
un mundo que se transformaba inevitablemente.
Hacia el 950 d.C. las ciudades de Monte Albán, El Tajín, Tikal, Palenque y Copán habían
perdido la mayoría de su población y se hallaban en un virtual abandono.
El final del Horizonte Clásico en Mesoamérica está muy lejos de entenderse a día de hoy.
Parece que las transformaciones que condujeron al surgimiento del mundo postclásico se
cimentaron en diversos factores. De entre ellos, los profundos cambios climáticos acontecidos
en Mesoamérica hacia los siglos VII y VIII, así como los fuertes trastornos que se detectan en
el ámbito demográfico, económico y sociopolitico son los más probables (Webster & Evans
2001: 150-151). Intensos movimientos poblacionales provocaron una gran reestructuración del
mapa etnolingüístico de Mesoamérica a finales del primer milenio de la era cristiana.
A lo largo de los últimos seis siglos de la era prehispánica, los habitantes de Mesoamérica
asistieron a una profunda transformación en su estilo de
vida. Una nueva sociedad surgió en torno a una
compleja vida urbana, ahora centrada en un panorama
sociopolítico muy fragmentado. El comercio prendió una
asombrosa vitalidad y los mercados conectaron el
intercambio local con los productos procedentes de
todas las regiones de Mesoamérica. Nuevas formas de
comunicación gráfica se desarrollaron, a medida que el
sometimiento militar a gran escala procuraba un tributo
necesario para mantener las poderosas elites del
Horizonte Postclásico (Smith & Berdan 2004).
Figura 3: Pirámide del Sol, Teotihuacan (foto del autor).
El surgimiento y auge del Imperio Tolteca del Centro del México, así como el protagonismo
asumido por las principales ciudades del norte de Yucatán (Uxmal, Mayapán y Chichén Itzá),
marcan la pauta cultural de Mesoamérica durante el Postclásico Temprano (950 – 1250 dC.).
Los vínculos entre el altiplano central mexicano y el área maya se afianzan gracias a la
expansión del culto a Quetzalcóatl (López Austin, López Luján 1998), del estilo artístico
Mixteca-Puebla (Smith , Heath-Smith 1980) y del comercio de la obsidiana del Valle de México.
Después de la desestabilización del sistema tolteca a finales del siglo XII, las sociedades
mesoamericanas se balcanizaron en las pequeñas unidades político-territoriales que las
fuentes en lengua náhuatl del siglo XVI reconocen con el nombre de altépetl (Hodge , Smith
1994, Lockhart 1999), abriendo, así, las puertas al Postclásico Tardío (1250 – 1519 dC.).
Ciertos Estados consiguieron nuclearizar a una escala mayor algunas regiones de
Mesoamérica, tales como el Reino Tarasco o Purépecha de Michoacán (Pollard 1993) o los
Quiché en las tierras altas de Guatemala (Carmack 1981).
CULTURAS
PERIODO MESOAMERICANAS CARACTERÍSTICAS
CRONOLÓGICO MÁS SOCIOCULTURALES
IMPORTANTES
No obstante, a lo largo del siglo XV, la Concentración de la
ciudad de México-Tenochtitlan -en Cultura Olmeca
población en centros
alianza con los reinos de Texcoco y ceremoniales.
(Costa del Golfo,
Aceleración de los
Tlacopan- se lanzará a una conquista sin 1200 - 500 a.C.)
procesos de
Cultura de San José
parangón desde el Valle de México al complejidad
HORIZONTE Mogote (Oaxaca,
resto de Mesoamérica (Berdan, Blanton, PRECLÁSICO 800-500 a.C.)
ocupacional y
Boone, Hodge, Umberger & Smith 1996, sociopolítica. Inicio de
(1500 a.C. - 100 Cultura de Izapa
rutas de intercambio a
Carrasco 1996, Smith 2005). Mediante la d.C.) (Guatemala, 300 -
larga distancia.
fuerza de las armas y la astucia de sus 100 a.C.) Cultura de
Influencia de la
El Mirador
pochtecah (o mercaderes especializados (Guatemala, c. 400
cultura olmeca.
en el comercio a larga distancia), los Proceso de
a.C.)
urbanización
mexicah-tenochcah urdirán un complejo incipiente
dominio político y económico con el que Cultura de
Vida urbana
sujetar a sus vecinos. Teotihuacan (Valle
temprana.
A la llegada de los españoles a las de México, 100 - 650
Estratificación social
d.C.). Cultura de
costas del Golfo de México en 1519, Monte Albán (10 d.C
en función del oficio u
Motecuzohma II Xocoyotzin, señor o la ocupación.
0 - 950 d.C.). Tikal -
Profunda relación
tlahtoani de México-Tenochtitlan, HORIZONTE
Copán -Palenque
entre las elites
controlaba una red de clientelas (Área Maya, 200 -
CLÁSICO (100 mesoamericanas.
900 d.C.). Cholula -
señoriales y áreas de influencia que le d.C. - 950 d.C.)
Cacaxtla -
Influencia de la
posicionaba en la cumbre del poder del cultura teotihuacana.
Teotenango -
Auge de la cultura
mundo mesoamericano del momento. Cantona (Centro de
maya. Inicio de un
Con la conquista del Imperio Mexica- México, 650 d.C -
proceso de
950 d.C.). El Tajín
Tenochca, la época prehispánica llegaba (Costa del Golfo, 650
militarización en la
a su fin. esfera sociopolítica.
d.C.-950 d.C.)
Cultura Tolteca
(Centro de México,
950 d.C. - 1250 d.C. Vida urbana compleja.
). Señoríos Mixtecas Intensa actividad
(Oaxaca, 1250 d.C. - comercial.
1519 d.C.). Chichén Fragmentación
HORIZONTE
Itzá - Mayapán - sociopolítica.
POSTCLÁSICO
Uxmal (Área Maya, Expansión de redes
(950 d.C. -
950 - 1450). Reino de influencia
1519 d.C.)
Tarasco (Occidente intelectual e
de México, 1300 d.C. ideológica en
- 1519 d.C.). Imperio Mesoamérica. Tributo
Mexica-Tenochca y sometimiento militar.
(1325 d.C. -1519
d.C.).
INSTITUCIONES Y PATRIMONIO MESOAMERICANO: LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN Y
RETOS FUTUROS
En términos generales, podemos decir que la investigación arqueológica en torno a las
antiguas culturas de Mesoamérica ha avanzado considerablemente durante los últimos
cincuenta años. Instituciones de diversa índole han robustecido enormemente nuestro
conocimiento a cerca de las sociedades prehispánicas que se asentaron en esta área cultural
de México y América Central. En este sentido, organismos académicos como la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad Veracruzana (UV), la Universidad de las
Américas en Puebla (UDLA) o la Universidad del Valle de Guatemala (UVG) fungen como
activas entidades investigadoras que cooperan con instituciones universitarias internacionales y
organismos públicos como el INAH, para el caso de México.
Esta última década ha asistido al desarrollo de una atractiva arqueología regional. Gracias a
las intervenciones de salvamento que se han visto complementadas por el auge de proyectos
de investigación que han focalizado su atención en las áreas próximas a los grandes centros
urbanos prehispánicos -como Teotihuacan o Tikal- , se nos abre un nuevo panorama difícil de
interpretar con las seriaciones cronoculturales vigentes.
En este aspecto, sería interesante mencionar ciertos ejemplos. Para el caso específico del
Valle de México, durante el Horizonte Clásico el proceso de desarrollo sociocultural se halla
capitalizado por Teotihuacan, cuyo centro urbano muestra una ocupación interrumpida desde el
100 al 650 dC. No obstante, las intervenciones de salvamento del INAH en ciertos sitios
teotihuacanos de la Cuenca de México evidenciaron un rápido abandono de éstos hacia el 500-
550 dC, adelantándose cien años al colapso de esta ciudad (Moragas 2003, García 2005,
Gamboa y Vélez 2005). Situaciones similares del desajuste existente entre las cronologías
presentes en centros hegemónicos y centros regionales se vienen detectando desde hace dos
décadas en el ámbito de la arqueología maya. Mientras grandes
ciudades como Tikal o Calakmul languidecen a la largo del siglo X en el centro de las tierras
bajas del área maya (Sharer 1998, Demarest 2004), otros centros como Lamanai en Belice
(Pendergast 1986, 1990) o Cobá y Uxmal en la península de Yucatán (Marcus 2001: 333-334,
338) viven un momento de auge y esplendor sin precedentes.
Estas evidencias nos muestran que, si bien es cierto que la investigación de las grandes
centros urbanos que abanderaron el protagonismo cultural en la Mesoamérica prehispánica es
necesaria, los datos que nos proporcionan éstos tan solo son el reflejo de una realidad parcial
que debe de contrastarse con los estudios regionales.
Por otra parte, estas problemáticas generan diversos tipos de debates académicos. Unos de
los más recurrentes es establecer los caracteres que definieron las relaciones existentes entre
los diferentes núcleos culturales de la Mesoamérica prehispánica y cuáles son los indicadores
arqueológicos que nos hablan de ellos. Una buena prueba material de la existencia de redes de
intercambio y esferas de interacción cultural y sociopolítica es la cerámica. Utilizando las
modernas técnicas de la petrografía y la arqueotermometría podemos establecer si ciertas
vasijas de Teotihuacan halladas en Guatemala contienen las mismas arcillas, desgrasantes o
patrones de cocción que las que se elaboraron en los talleres de esta ciudad prehispánica del
Valle de México o, si de lo contrario, se tratan de copias o imitaciones (Moragas 2006,
comunicación personal). Además, sabemos que muchas de las ciudades de Mesoamérica
estaban habitadas por poblaciones multiétnicas procedentes de regiones muy distantes.
Indudablemente, esta pauta nos remite el carácter de constante tráfico poblacional que definió
la historia prehispánica de las sociedades mesoamericanas. Los análisis paleo-osteológicos de
isótopos de estroncio y vario pueden aportar valiosos datos con los que establecer el origen y
procedencia de diferentes grupos étnicos que compartían actividades ocupacionales y
relaciones personales en un mismo lugar. No hemos de olvidar que las implicaciones que
conlleva la existencia de complejas redes de contacto e interacción entre las sociedades de la
Mesoamérica prehispánica inevitablemente se desprenden al nivel del marco intelectual.
Ciertos paradigmas teóricos de tradicional preponderancia en Mesoamérica –como el
materialismo histórico (Soustelle 1980, Davies 1988), el evolucionismo cultural (S 1984) o la
ecología cultural (Sanders, Parsons y Santley 1979)- se están viendo enriquecidos con las
contribuciones de las escuelas estructuralista y postprocesual, así como sistémica (Blanton &
Feinman 1984, Berdan y Smith 2004). Al mismo tiempo, los investigadores están reclamando
una mayor dependencia hacia los aspectos emic de Mesoamérica, auxiliándose en la
etnohistoria y la moderna etnografía cultural.
CONCLUSIONES FINALES
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INDICADOR SI NO OBSERVACIONES
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incluye por lo menos el 80% del
contenido del tema.
La información se presentó de
acuerdo con el tipo de
organizador gráfico.
Contiene título
Nombre:
Fecha de entrega:
Fecha de recepción: 20 de mayo de 2013.
Fecha de aceptación: 23 de septiembre de 2013.
(seeds, wood and fruits) and microscopic remains (pollen, phytoliths and starch grains). In this
paper we present hypotheses concerning the use of plant as foods in the prehispanic Basin of
Mexico by comparing the descriptive information provided in Sixteenth Century documents
with archaeological data. A group of plants recurrent in domestic contexts during the major
periods of settlement was selected, including the Postclassic (Otumba, Xaltocan, Tlatelolco and
Iztapalapa), Epiclassic (Michpilco and Xico), Classic (Tetitla, Yayahuala and Oztoyahualco)
and Formative (Terremote-Tlatenco, Cuanalan and Temamatla). The continual presence of
these plants suggests the development of a tradition through time in the region.
INTRODUCCIÓN
La subsistencia se puede definir como todos los elementos básicos que los seres
humanos necesitan para su bienestar. La alimentación es parte fundamental de
la subsistencia de las poblaciones humanas.
Desde el punto de vista biológico, la alimentación consiste en la incorporación
de nutrientes necesarios para la supervivencia de los organismos. En las poblacio-
nes humanas este proceso va más allá de lo biológico ya que tiene componentes
sociales y culturales. Como lo señala Aguilar (2002), la alimentación es un aspecto
fundamental de la cultura ya que permite, por un lado, la expresión de formas
organizativas y de relación del hombre con su entorno y, por otro, mantener las
condiciones básicas de producción y reproducción de la vida social. Está constituido
por etapas básicas de: necesidad, obtención, procesamiento, consumo y replan-
teamiento de la necesidad de alimentarse. Los procesos de alimentación se generan
en ámbitos sociales, económicos, políticos, ecológicos y religiosos (Aguilar 2002).
La alimentación se considera tradicional cuando conserva pautas culturales
que se han transmitido de generación en generación (como son las formas de
preparación y consumo así como el tipo de alimentos), aunque con el paso del
tiempo se incorporen nuevos productos haciendo la comida más variada.
Actualmente, la alimentación de los mexicanos es resultado de la unión de
diversos ingredientes y sabores, muchos de los cuales son de origen prehispánico,
mientras que otros llegaron a México durante o después de la Conquista. Por
ejemplo, el ganado vacuno, cereales como el trigo y el arroz, leguminosas como
el chícharo o el garbanzo, por nombrar sólo algunos. Sin embargo, la variedad
de productos, sobre todo alimentos de origen vegetal, que se utilizan desde la
época prehispánica (por ejemplo el maíz, el frijol o la calabaza) siguen siendo
la base de la dieta mexicana hoy en día, con todo y sus variantes regionales (figura
1). Estas características hacen que nuestra alimentación sea diversa y tradicional.
a b
Figura 1. a) Olote de maíz carbonizado obtenido de la Pirámide de la Luna, Teotihuacan. b) Trigo
carbonizado recuperado del sitio Tlacomulli 64, valle de Toluca, estado de México
(fotografía de Laboratorio de Paloeobotánica y Paleoambiente [ LPP]).
ANTECEDENTES
Los grupos humanos más antiguos que ocuparon el centro de México, durante
el final del Pleistoceno hasta el Holoceno medio, se organizaban en bandas cuya
subsistencia dependía de la recolección de plantas silvestres, así como de la caza
y la pesca. Los recursos utilizados para su alimentación estaban condicionados
por la disponibilidad, según su situación geográfica, y el tamaño del grupo, el
cual influía en su organización para la obtención de ellos. Indudablemente, los
recolectores observaban los ciclos reproductivos de las plantas y los animales que
explotaban, reconociendo así su comportamiento biológico y sus diferentes res-
puestas de acuerdo con la variabilidad en condiciones ambientales. Así detectaban
cuáles plantas y animales se adaptaban con mayor flexibilidad a las alteraciones
en el entorno, incluyendo las diversas actividades humanas. Las condiciones de
disturbio favorecían a un grupo particular de plantas, las llamadas oportunistas,
taxa silvestres que frecuentan los campamentos y otras áreas habitacionales de los
humanos además de los caminos. Muchos de estos taxa comestibles se convertían
en componentes alimenticios, tanto por su amplia disponibilidad como por su
buen sabor (McClung de Tapia y Zurita 2000).
Fomentar el desarrollo de ciertas plantas comestibles, en los alrededores de
las áreas habitacionales, probablemente contribuyó a su eventual cultivo, esto al
observar su rápida respuesta a la atención que recibían. Al no ser eliminadas, se
favoreció su crecimiento y robustez y una mayor disponibilidad para su consumo.
En esta categoría se encuentran muchas de las plantas referidas en la actualidad
(y también desde la época prehispánica) como quelites. Sin embargo, otras
plantas silvestres tuvieron que experimentar cambios biológicos más profundos
para poder reproducirse fuera de sus áreas naturales de distribución. En general,
éstas son las plantas domesticadas; entre los cultivos más conocidos están el frijol,
la calabaza y el maíz (llamada tríada mesoamericana).
En realidad el cultivo de plantas sólo implica su propagación intencional,
mientras que la domesticación se refiere a que la planta ha sufrido cambios gené-
ticos que requieren de la intervención humana para garantizar su reproducción.
En los materiales botánicos que se recuperan de las excavaciones arqueológicas,
no siempre se puede diferenciar si son cultivadas o domesticadas. La única que
se sabe sin duda que es domesticada es el maíz. Aunque esta última es una de las
que más interés ha generado en los estudios por su gran diversidad e importancia
en la alimentación desde la época prehispánica, son muchas las plantas que han
contribuido de manera significativa a la evolución de las tradiciones alimentarias
en México.
MATERIALES Y MÉTODO
2
Los materiales botánicos procedentes de los sitios estudiados, con excepción de los de Iztapa-
lapa, Tlatelolco y Cuanalan (Álvarez del Castillo 1984), son parte de la colección de referencia del
LPP del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.
99°0'0"W 98°45'0"W
19°45'0"N 19°45'0"N
Xaltocan
#
#
Michpilco Teotihuacan # #
Otumba
#
Cuanalan
19°30'0"N 19°30'0"N
Tlatelolco
#
Iztapalapa
#
Terremote
#
#
19°15'0"N Xico 19°15'0"N
Temamatla
#
0 5 10 15 20
Km
99°0'0"W 98°45'0"W
Fuentes históricas
Las dos fuentes históricas del siglo XVI de mayor importancia, por su valiosa
información sobre los recursos y la alimentación de las comunidades indígenas
del centro de México, son la Historia general de las cosas de la Nueva España (más
conocida como Códice Florentino) y la Historia de las plantas de la Nueva España.
Además de que en ellas se enlistan las plantas y animales que eran parte de la
tradición alimentaria, y que los europeos conocieron al inicio de la Colonia, en
algunos casos se describen otros aspectos, como las formas de obtención y pre-
paración de los recursos utilizados.
El Códice Florentino, escrito por fray Bernardino de Sahagún entre 1548 y 1585,
trata diferentes aspectos de la vida cotidiana de los aztecas (Dibble y Anderson
1963; Sahagún 1979, 1982). No hay un libro o capítulo dedicado específicamente
a la alimentación sino que esta información se incluye como parte de otras ac-
tividades. En el libro II se describen las festividades dedicadas a los dioses que
tenían los mexicanos y en cada ceremonia se mencionan algunos de los alimentos
que se usaban en ellas; por ejemplo, figuras del dios hechas con semillas de ama-
ranto y, dependiendo de la fiesta, ofrecían maíz, frijol y chía. También se daba
de beber a los participantes atole, pulque y se comían tamales, entre otros guisos
preparados. El libro VIII versa sobre los Reyes y señores; en el capítulo 13 se
detallan las comidas que se hacían para ellos incluyendo los ingredientes y las
formas de preparación. En una parte del libro X se refiere la venta de alimentos;
por un lado, los no procesados, como el maíz, frijol, semillas en general, frutas,
hierbas; y por otro, los procesados, como tortillas, tamales, guisados, atole frío
o caliente mezclado con frijol, chile o agua de maíz, agua de cal y miel, además
del cacao hecho en bebida, solo o mezclado con maíz cocido, otras veces con
especias aromáticas y miel de abejas. En el libro XI se describen animales, plan-
tas y minerales útiles. Con respecto a las plantas comestibles se menciona una
gran variedad de frutos de árboles y arbustos, como el zapote, el aguacate y las
guayabas. Igualmente, recopila el aprovechamiento de gran cantidad de raíces
106
Cuadro 1. Presencia de géneros de plantas alimenticias en los diferentes sitios analizados.
Familia Género y especie Fuentes Sitios
Periodo Siglo XVI Posclásico Epiclásico Clásico Formativo
Terremote Tlatenco
Temamatla
Hernández
Iztapalapa
Tlatelolco
Michpilco
Cuanalan
Unidades
Xaltocan
Sahagún
Otumba
Xico
Amaranthaceae Amaranthus L. X X X X X X X X X X X X
Anacardiaceae Spondias mombin L. X X X X
Asteraceae X X X X
Helianthus annuus L. X X X X X X
Cactaceae X X X X X X
Opuntia (Tourn.) Mill. X X X X X X X X X X
Mammillaria Haw. X X X X
Myrtillocactus geometrizans
X X X X X X X X
(Mart. ex Pfeiff.)
Cucurbitaceae X X
Cucurbita L. X X X X X X
Chenopodiaceae X X X
Chenopodium L. X X X X X X X X X X X X
Dysphania ambrosioides L. X X X X X X
Suaeda mexicana (Standl.) Standl. X X X X X X
Fabaceae X X X X X X X X
Crotalaria L. X X X
Rosaceae X X
Crataegus mexicana Moc. & Sessé ex DC. X X X X X X X
Prunus serotina ssp. capuli (Cav.) McVaugh X X X X X X
Rubus (Tourn.) L. X X X
Solanaceae X X X X X X X X
Capsicum annuum L. X X X X X X X X
Jaltomata procumbens (Cav.) J.L. Gentry X X X X X
Physalis L. X X X X X X X X X X X
Solanum L. X X X X X X X X
107
108 E. MCCLUNG, D. MARTÍNEZ, E. IBARRA Y C. ADRIANO MORÁN
En estas fuentes la mayor parte de las plantas están identificadas con sus nom-
bres en náhuatl y sólo algunas tienen su referente en español. Desde hace tiempo
se han realizado trabajados orientados a determinar la identidad taxonómica de
las plantas descritas en dichos documentos. Por ejemplo, en la edición del Códice
Florentino publicada en inglés (Dibble y Anderson 1963) se incluyen algunas
identificaciones de las plantas. En la sistematización que Estrada (1989) hace de
la información etnobotánica contenida en el trabajo de Sahagún menciona que
hay 229 plantas que eran usadas como alimento, además presenta los nombres
científicos que diferentes investigadores les han asignado. En el caso de la Historia
de las plantas de la Nueva España, publicada en tres tomos (1942, 1943 y 1946) por
el Instituto de Biología de la UNAM, también se incluyen las determinaciones
botánicas de la mayor parte de las plantas realizada por un grupo de académicos,
bajo la dirección del doctor Isaac Ochoterena Mendieta.
Los géneros seleccionados muestran una diversidad de plantas que tuvieron usos
múltiples; aquí sólo se enfatiza su importancia como alimentos. Se encuentran
tanto plantas domesticadas como cultivadas y silvestres, varios tipos de frutos
de árboles y arbustos, así como herbáceas que probablemente se usaron como
quelites (cuadro 1).
De acuerdo con las categorías mencionadas por Sahagún (Dibble y Anderson
1963; Sahagún 1979, 1982), se pueden diferenciar los siguientes tipos de alimentos
de origen vegetal en el Posclásico tardío: los mantenimientos, los frutos, las hier-
bas comestibles cocidas y crudas y los condimentos. A continuación se presentan
dichas categorías y las plantas que se encontraron en los sitios analizados. La
categorización de Sahagún se utilizó como una forma de sistematizar los datos
arqueológicos e incorporar la información de las fuentes.
Los mantenimientos
Los frutos
Los frutos identificados son de árboles y arbustos; algunos silvestres, otros cul-
tivados. Aunque Sahagún (1979, 1982; Dibble y Anderson 1963) menciona que
los árboles se sembraban, hasta este momento no contamos con evidencia de la
domesticación de alguna de estas plantas.
Dos frutos que se recuperan poco en el registro arqueológico son las ciruelas
(Spondias), las cuales sólo se encontraron en Tlatelolco y Teotihuacan), y el mezquite
(Prosopis sp.), que sólo se identificó en un sitio del Posclásico (Xaltocan). La ciruela
(atoiaxocotl, xocotl, maçaxocotl) es una fruta dulce, de sabor y olor agradable, la cual
puede comerse cruda o cocida. Con ella se hace pulcre para beber y emborra-
cha más que la miel (Sahagún 1982: 664). Del mizquitl o mezquite se comían las
vainas porque son dulces, se masticaban pero no se tragaban.
El aguacate (Persea americana) se registró en sólo tres sitios (Tlatelolco, Teo-
tihuacan y Terremote-Tlaltenco), pero éstos pertenecen a distintos periodos que
abarcan la mayor parte de la secuencia cronológica considerada. El fruto llamado
aocatl o auácatl que se describe negro por fuera y verde-blanco por dentro (Sahagún
1979, 1982), tiene sabor agradable y textura grasosa. Las semillas se prensaban
para obtener aceite medicinal (Hernández 1942).
Del tejocote (Crataegus mexicana) hay evidencia en Xaltocan, Tlatelolco,
Michpilco, Teotihuacan y Cuanalan. El texocotl o texocutl era considerado un
fruto muy bueno para comer. El llamado capuli, tlaolcapulin o capolin (Prunus
serotina ssp. capuli) aparece entre los restos botánicos de Xaltocan, Tlatelolco,
Teotihuacan y Terremote-Tlaltenco. El fruto es pequeño, redondo y de color rojo
oscuro, se recomendaba moderación en su consumo porque producía diarrea; su
semilla se comía tostada (Sahagún 1982; Hernández 1946). Estos dos frutos no son
abundantes en cantidad pero aparecen con regularidad en los sitios analizados.
Las semillas de zarzamora (Rubus sp.) o coatlanti (Hernández 1943) sólo se
encontraron en las muestras de Xaltocan y Temamatla; no se tiene reportado su
uso alimenticio en los documentos.
Las tunas (Opuntia spp.) o nochtli es la fruta que se encontró en todos los
periodos y en la mayor parte de los sitios (exceptuando Iztapalapa y Xico). Era
muy apreciada como alimento agradable y refrescante (Hernández 1946). Por
estas características se consumía una gran variedad de ellas: blancas, amarillas,
rojas y moradas (figura 4). El xoconochtli, de tunas blancas y ácidas, es el único
que se consumía cocido. A la planta se le llamaba nopalli y el tallo se comía crudo
y cocido (Sahagún 1979). Son plantas silvestres, que pudieron haber recibido cui-
dados para remover plagas y fomentar su productividad. Las semillas revisadas
b
a
Figura 4. a) Distintos tipos de tunas: iztacnochnopalli (tuna blanca) y coznochnopalli (tuna ama-
rilla) (Códice Florentino); b) semilla carbonizada de tuna de Tetitla y c) polen de Opuntia de los
alrededores de Teotihuacan 10x (fotografías de LPP).
En general, estos alimentos están representados por las hojas de las plantas jóvenes.
Algunas de éstas se plantaban y otras se colectaban en tiempo de agua, es decir,
durante la época de lluvias. Se pueden dividir en dos grupos: las cocidas y las crudas.
Hierbas cocidas
Hierbas crudas
De este apartado la mayor parte de las plantas que se encontraron son silvestres
a excepción del miltomate que se sembraba con el maíz (Hernández 1946). Se
pueden hallar en la milpa asociadas al cultivo de maíz.
Los condimentos
se recuperaron en seis de los diez sitios que representan los cuatro periodos
considerados (no hubo registro en Iztapalapa, Otumba, Xico y Michpilco). El
chilli o ají (Capsicum) no se menciona en la parte en que se refieren las plantas
comestibles; sin embargo, en los apartados donde se habla de las comidas se se-
ñala como un condimento básico para preparar los distintos guisados (Sahagún
1982). Hernández (1943) describe al menos seis tipos diferentes de chiles que se
utilizaban en las salsas. Es una de las plantas cultivadas.
Evidencia
arqueológica
Documentos
en este periodo cuando se empieza a conformar parte del aspecto tradicional (en
lo que se refiere al consumo de plantas) de la alimentación actual del mexicano.
Este estudio está basado en una muestra de áreas domésticas de algunos sitios
excavados en la cuenca de México. También hay otros tipos de análisis que pro-
porcionarían información complementaria sobre la antigüedad de la utilización de
plantas comestibles, sobre todo en sitios donde las semillas y el polen son escasos
o están ausentes, como son: análisis químicos de sedimentos asociados, gránulos
de almidón, elementos traza, análisis de residuos en vasijas y fechamiento por
AMS de restos macrobotánicos.
Cabe destacar que una de las metas de este trabajo es demostrar que muchas
de las plantas que se describen en los documentos y que asociamos con actividades
del Posclásico tienen una antigüedad mucho mayor (aprox. 2 000 años) de lo que
comúnmente se considera. En este sentido la evidencia arqueológica analizada
procedente de contextos domésticos indica que la tradición alimentaria se remonta
al Formativo. No se propone que los usos de las plantas registradas por Sahagún
para el Posclásico tardío fueran los mismos que para periodos anteriores; lo que
se plantea es que su uso como alimento se inició desde épocas tempranas por su
presencia en contextos domésticos.
Finalmente, es importante recalcar que el material botánico arqueológico
es parcial; la evidencia no es adecuada para analizarse desde los modelos que
se utilizan para definir los sistemas alimentarios actuales (p.e. Garine 1999). Es
decir, no se puede saber si son alimentos primarios, secundarios o los procesos de
producción involucrados. Sin embargo, se espera que a futuro sea posible cono-
cer más a fondo las tradiciones alimentarias y, tal vez, las culturas culinarias al
incorporar nuevas técnicas al estudio de la alimentación prehispánica.
REFERENCIAS
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1982 Historia General de las cosas de la Nueva España, anotaciones y apéndices de
Ángel María Garibay, Porrúa, México.
INDICADOR SI NO OBSERVACIONES
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Contiene nombre
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QUE VIVA EL DÍA DE MUERTOS
Rituales que hay que vivir en torno a la muerte
JOSÉ ERIC MENDOZA LUJÁN
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» JOSÉ ERIC MENDOZA LUJÁN
QUE VIVA EL DÍA DE MUERTOS
RITUALES QUE HAY QUE VIVIR EN TORNO A LA MUERTE
monio, ancianidad y muerte. Todos estos estadios varían entre culturas, pero
se presentan siempre.
Cada uno de estos estados transitorios ve la finitud de los periodos
anteriores y el inicio de los posteriores durante la vida de los individuos.
El cambio presente en estos estadios nos recuerda el tiempo lineal-natural,
carga pesada si el humano trata siempre de trascender. La forma de romper
esta linearidad es circunscribiéndola en el tiempo circular-cultural, el cual
posibilita que la muerte de la persona en la etapa anterior dé paso a una
nueva existencia dentro del grupo. La presencia de la muerte en los rituales
tiene su mayor expresión en los ritos en torno a la muerte.
Los rituales funerarios son comportamientos que reflejan los afectos
más profundos y supuestamente guían al difunto en su destino post mor-
tem; tienen como objetivo fundamental “superar la angustia de muerte de
los sobrevivientes”, 6 y su expresión varía de cultura a cultura. Estos ritos
aseguran la trascendencia del muerto y de los que sobreviven. El experi-
mentar la muerte de una persona nos permite percibir la discontinuidad,
el sin retorno de la vida, sentir pena. “El hecho de que la muerte parece
alcanzar a los afligidos por la pena se refleja ampliamente en las prácticas
funerales.” 7
El doliente juega un papel importante dentro de estas prácticas, es el
receptor de todas las conductas dentro del ritual. Después del cadáver es
el deudo quien recibe más atenciones. “Las intenciones oblativas de home-
naje y solicitud hacia el muerto encubren conductas de evitación que ponen
de manifiesto el temor a la muerte y la preocupación por protegerse de ella.”8
Entonces el ritual funerario tiene una función fundamental, tal vez in-
confesada: la de prevenir y curar. Prevenir nuestra vida finita y curar las culpas,
evitar el fin, seguir existiendo. Es un medio de circunscribir a la muerte, de
encerrarla en un lugar limitado, al margen de la vida. El duelo no es más que
expiar nuestras culpas hacia el difunto, por haberle sobrevivido o quizá por ha-
berle deseado mal alguna vez. ¿Por qué la culpa de haberle sobrevivido? Porque
6
Véase Louis-Vincent Thomas, op. cit.
la experiencia de la muerte de otros nos recuerda la inevitabilidad de nuestra
James P. Carse, Muerte y existencia,
propia muerte, “lo que experimentamos en ese caso no es la muerte de otro
7
8
Louis-Vincent Thomas, Op. Cit.,
como tal, sino la discontinuidad que la muerte provoca en nuestras vidas”.9
p. 89. De esta forma tenemos diversos tipos de ritos que ayudan a curar la pena
9
James P. Carse, op. cit., p. 91. por la pérdida de las personas y a superar la angustia de sabernos finitos.
en ollas y jarros que contenían leche, atole, chocolate y pan dulce. En este
lugar se adoraba a Tláloc, dios de la lluvia, para quien se sacrificaban niños,
que se convertían en tlaloques. Por esta razón se le dio a la montaña el nom-
bre de Acoconetla, que significa “lugar de los niños de agua”, ya que ellos
enviaban el preciado líquido a la tierra.
Por otro lado, en España también había un culto a los difuntos. Las
creencias en el “más allá” y la devoción a las ánimas, estuvieron inmersas en
rituales importantísimos. Día a día han ido desapareciendo. Sin embargo,
actualmente el mes de noviembre recibe el nombre de “mes de las ánimas”
durante el cual se les rinde culto en diversas formas. No sólo en noviembre
se recuerda a las ánimas, sino también en Navidad, a fines del año.
Lo que se puede notar, a partir de lo anterior, es la convivencia de dos
sistemas ideológicos que, en un momento, pudieran ser irreconciliables: por
un lado el europeo-hispánico y por otro el nahua-prehispánico. La maravi-
lla del humano es ser adaptable, de esta manera no sólo se adapta biológica
sino también culturalmente. El sincretismo no es sólo una forma de acultu-
ración, es también una amalgama de sistemas simbólicos que dan paso a un
nuevo sistema de códigos.
De esta manera, no podemos decir que las festividades de días de
muertos sean una evocación del pasado prehispánico. Al contrario: es
una re-presentación de la identidad, una re-creación de los orígenes de
un pueblo sincrético y sintético. Se sintetizan, suman, los cuerpos, so-
mas, y las ideologías, sistemas culturales, mestizando no sólo nuestras
características físicas, sino también nuestras mentalidades y saberes. No
podemos concebir el mundo nuevo sin la perspectiva de los otros que
ahora son nosotros.
Esta suma de cosmovisiones es la que da sentido a los días de muer-
tos. Si aseveráramos que es un ritual prehispánico, debería celebrarse en
los días propios, pero al ser síntesis de dos pensamientos, le damos la
validez merecida.
Así, aun cuando se ha olvidado que es una festividad agrícola y
que, por lo tanto, debe ser celebrada en las comunidades agrícolas, esto
es, excluyendo a las zonas indígenas de cazadores-recolectores del norte,
la celebración se ha introyectado en todos y cada uno de los mexicanos,
sin distinción de zona productiva, fisicobiótica y/o económica.
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En virtud del concepto tomista acerca del papel que jugaba el cuerpo
humano en la lucha por la salvación del alma, se aseguraba que para que la
fe y la santidad penetraran a través de los cinco sentidos corporales, todas
las ceremonias, incluyendo los ritos sacramentales, debían rodearse de va-
rios elementos visibles y sensibles. En el caso de estos ritos, dichos elemen-
tos estaban constituidos, en primer lugar, por la palabra que sale de la boca,
mediante la cual se explicaba a los fieles el significado y la importancia de
cada sacramento para que el oído lo escuchara. En apoyo a la palabra y al
oído entraban en juego diversas representaciones y símbolos visibles para
que la santidad y la justicia penetraran a través del sentido de la vista. Un
tercer elemento, también externo y colectivo preparado para ser percibido
por todos los sentidos, era la ceremonia que simbolizaba el culto de religión
que se debía tributar a los sagrados misterios.
A fin de que en ese culto se manifestara la inmensa gloria de Dios y
el poder ilimitado de su Iglesia, resultaba preciso que la ceremonia se ro-
deara de todo un sistema de representaciones en el que no podían faltar las
imágenes de cristos sangrantes, vírgenes y santos, quienes por haber hecho
la voluntad del Padre, habían podido salvar el alma y se encontraban con el
Creador gozando de vida eterna.
Tampoco podían faltar las ceras, las flores y el incienso. Con las ceras,
además de recordar el carácter finito de la vida, se simbolizaba la luz de la
fe que debía guiar la vida del creyente; el perfume de las flores les recor-
daría los dulces aromas del huerto florido de Dios, así como la pureza y lo
perecedero de la vida; con el humo del incienso, no sólo se ahuyentaba a los
demonios, sino que también se representaba el poder de la oración puesto
que tenía la facultad de elevarse al cielo a semejanza del humo.6
De los ritos externos que se contemplan en los sacramentos aludire-
mos únicamente a los cuatro de iniciación, puesto que a juicio de la Iglesia
eran los que resultaban indispensables para mantener la salud del alma y
merecer la salvación. Consideraremos también la extremaunción por ser el
último sacramento con el que la santa madre Iglesia ayudaba a sus hijos a
entablar el último combate contra el mal a la hora de la agonía.
BAUTISMO
De acuerdo con la visión que tenía la Iglesia acerca de la vida del creyente 6
Ídem.
y del papel que jugaba el cuerpo humano en la lucha contra el mal, los sa-
cramentos de iniciación estaban encabezados por el bautismo, palabra que
significa lavar, conjurar o invocar el nombre de Dios. Mediante ese ritual
se borraba la mancha del pecado original, o pecado de Adán, para que el
hombre naciera a la vida de gracia y de este modo ingresara a la milicia de
Cristo comprometiéndose a luchar contra el mal, a semejanza del Redentor,
amén de habilitarlo para recibir los demás sacramentos.7
Los elementos visibles del bautismo quedaban de manifiesto en la
misma pila bautismal hecha de piedra, puesto que, según el Libro del Éxo-
do, de la piedra había salido el agua en el desierto para que bebiera el pueblo
elegido de Israel, en tanto que su forma recordaba el cáliz de la última cena.
De esta manera, en la pila del bautismo quedaban representados el Antiguo
y el Nuevo Testamento. Se contaban también el agua con que se lavaba la
mancha del pecado original, la vela en representación de la fe y de la gracia
o amistad con Dios que se recibía por el sacramento y que en adelante debía
orientar la vida del creyente, el color blanco del vestido, símbolo de la pure-
za que debía guardar el cristiano toda su vida, el nombre del bautizado, mis-
mo que debía tomarse de algún santo distinguido, quien, por haber seguido
el ejemplo del Redentor y ejercitar la virtud, fuera el modelo que orientara
la vida del creyente, amén de tenerlo como abogado y defensor de su salud
espiritual y corporal.
Estos elementos se complementaban con la sal colocada en la boca
del bautizado para que percibiera el sabor de las buenas obras. Con el pro-
pósito de que entendiera y guardara los mandamientos de Dios y al mismo
tiempo fortaleciera sus sentidos y su voluntad, se le persignaba en la frente,
ojos, pecho, hombros y oídos. Por último, el sacerdote ungía con crisma o
aceite la cabeza, sede del entendimiento y la razón y en especial la coronilla
del bautizado, sitio en el que se localiza la glándula pituitaria que regula las
funciones hormonales. Con este acto se simbolizaba que el hombre había
ingresado voluntariamente a la milicia de Cristo. 8
CONFIR MACIÓN
Mediante la confirmación o segundo rito de iniciación, llamado también
signatio frontis, el creyente era señalado y marcado para el rebaño de la
7
Ibídem, p. 114. Iglesia. Los beneficios del sacramento radicaban en que armaba y fortalecía
a los fieles con los siete dones del Espíritu Santo, como son: sabiduría, en-
tendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor a Dios. Estos dones
habilitaban al creyente para luchar como soldado de Cristo y resistir con
valentía a los enemigos de la salud del alma representados por la carne, el
mundo y el demonio. De acuerdo con la doctrina, este sacramento había
sido instituido el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fortaleció
a los apóstoles para que santificaran sus vidas con el auxilio de esos siete
dones, gracias a los cuales el creyente podría alcanzar la perfección que
requería la vida cristiana.
Los símbolos externos del sacramento son, hasta la actualidad, el
crisma o cualquier género de ungüento compuesto de aceite y bálsamo
consagrado previamente por el obispo. Mediante el aceite se expresaba
la plenitud de la gracia, pues ésta debía extenderse sobre el cristiano por
obra del Espíritu Santo a semejanza de la mancha del aceite, en tanto
que el bálsamo, por tener la propiedad de preservar de la corrupción
todo lo que con esta substancia se frota, tenía la facultad de preservar
a las almas de la corrupción del pecado. Con dichos elementos se ungía
la frente del creyente no sólo para marcarlo como miembro del rebaño
de la Iglesia sino también para que recibiera la fortaleza y el valor para
confesar y defender su fe. Con el fin de ahuyentar a los demonios, el sa-
cramento se cerraba con una bofetada, misma que además recordaría al
confirmado que debería estar alerta como fuerte guerrero y sufrir con
ánimo cualquier adversidad.
CONFESIÓN O PENITENCIA
Si, a pesar de todo, por su naturaleza corporal siempre inclinada al mal,
el soldado caía herido por las flechas del pecado, contaba con la confesión
o penitencia, sacramento con el que recobraría la salud del alma. Dicho
sacramento constaba de tres signos externos: la contrición, acto que se
traducía como el dolor por haber ofendido a Dios, y como la firme prome-
sa de reformar la vida pecadora; después estaba la confesión propiamente
dicha, mediante la cual se absolvía al creyente de las culpas confesadas; y,
por último, la penitencia, destinada a satisfacer a la divina justicia. Estas
tres acciones representaban, a su vez, el pensamiento, la palabra y la obra
respectivamente, mediante las cuales el hombre había ofendido a Dios.
EUCARISTÍA
Al perdonar los pecados, la confesión no sólo tenía la propiedad de restable-
cer los lazos que vinculaban al hombre con la divinidad, sino también la de
disponer a los fieles para que recibieran dignamente el sacramento de la co-
munión o eucaristía, término que se deriva de la palabra griega εΰχαριστΐα,
que significa buena gracia. Según la fe católica, esa buena gracia estaba con-
tenida en una hostia o pan sin levadura que representaba el alimento espiri-
tual con el que el creyente fortalecería su espíritu ayudándolo, de esta forma,
a conservar la salud del alma a través de la boca.
La eucaristía se denominó indistintamente sacramento de la paz, de
9
Ibídem, p. 174.
10
Ídem. la caridad, viático o sacramento de la cena, pues según la doctrina, había
EXTREMAUNCIÓN
Dentro de los sacramentos no podía faltar uno dedicado especialmente a
los enfermos y a los moribundos como lo era y lo es, hasta la fecha, la extre-
maunción. De acuerdo con la doctrina, fue el veneradísimo apóstol Santiago
quien promulgara la ley del sacramento al afirmar: “¿Enferma alguno de
vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y hagan oración por él, un-
guiéndole con óleo en nombre del Señor y la oración de la fe [credo] sanará
al enfermo y lo aliviará el Señor y si está en pecado se le perdonará”.12
Los signos visibles de esta celestial medicina estaban constituidos por
el óleo, previamente consagrado por el obispo, con el que se ungía el pecho
y la espalda en representación del cuerpo pecador con que el agonizante ha-
bía ofendido a Dios. A continuación el sacerdote ungía todos y cada uno de
los órganos del cuerpo en donde radicaban los sentidos: la boca, con la que
había injuriado a Dios y al prójimo, amén de representar la vía de entrada del
pecado de la gula; los oídos, puerta de entrada de las palabras que lo habían
alejado del bien; los ojos, símbolo de las luces vigilantes del cuerpo; la nariz,
órgano del discernimiento entre el buen y el mal olor y representación del
exceso; manos y pies, sede del tacto y miembros del cuerpo en donde tenían
origen la ociosidad y los malos hábitos de la juventud que habían desviado
al creyente de los caminos del bien.
El rito se complementaba con ceras y agua bendita rociada en la cama
del enfermo para ahuyentar a los demonios. Resultaban también indispen-
sables un crucifijo, que representaba la bandera bajo la cual había militado
el soldado próximo a morir, el rezo de tres aves marías en honor de la divi- 11
Ibídem, pp. 124-125.
nidad compuesta por la Trinidad y en memoria de los tres clavos con los que 12
Ibídem, pp. 178-179.
Cristo fue clavado en la cruz. Tales rezos se complementaban con otras ple-
garias más que supuestamente debían penetrar por el oído del moribundo
para recordarle, en los últimos instantes de su vida, los principales dogmas
de fe.
Los rituales del cuerpo viviente finalizaban en el momento en que el
agonizante exhalaba el último suspiro. Era entonces cuando el lánguido so-
nido de las campanas tocando a vacantes anunciaba a la feligresía el deceso
del enfermo y su nacimiento a la vida eterna, amén de pedir a la feligresía
que lo encomendara a Dios.
Con el fin de reforzar la ortodoxia cristiana y moralizar a los vivos
recordándoles el carácter finito de la vida, la omnipresencia de la muerte y
la necesidad que tenían de prepararse cristianamente para recibirla, a par-
tir de ese momento se iniciaba un verdadero culto al cadáver y a la muer-
te misma mediante un ceremonial denominado indistintamente sepultura
eclesiástica, exequias, palabra latina que significa seguir hasta el fin o lo que
sigue después de la muerte, o bien obsequias, en remembranza de las ofren-
das que judíos y cristianos hacían en honor a sus muertos. El ceremonial
constaba de varios rituales o prácticas funerarias como la preparación del
cadáver, el duelo, el entierro y los responsos y sufragios.
Tales prácticas daban inicio una vez que el enfermo había exhalado el
último suspiro. En ese momento, en la intimidad de la alcoba, el médico del
cuerpo o el médico del alma cerraban los ojos y la boca del difunto en señal
de que los sentidos corporales habían muerto para el mundo. Enseguida se
preparaba el cuerpo para ser expuesto durante el duelo a la mirada siempre
morbosa de los dolientes.
Conforme a las antiguas costumbres de la Iglesia y como símbolo de
pureza, primero se lavaba el cadáver para después amortajarlo con un lienzo
blanco en recuerdo de que así había sido amortajado el Redentor, o bien se
le vestía con algún hábito religioso. Más tarde se le colocaba en un ataúd
de madera, puesto que Cristo había muerto en un madero para redimir los
pecados de la humanidad. Por último, se le adornaba con guirnaldas y flores
para simbolizar que el tránsito de la muerte se asemejaba a una primavera
en la que se esperaba el fruto de los trabajos de la vida.
De acuerdo con la doctrina de Trento, después del duelo y de la misa
de cuerpo presente, el cadáver debía sepultarse en lugares santificados entre
los que la Iglesia contaba los atrios de templos, hospitales y conventos, pues,
a su juicio, de esta forma el difunto gozaría de los beneficios de la oración y
de la misa, amén de estar bajo el amparo de Dios y de la corte Celestial.
Entre los grupos de poder el homenaje rendido al cadáver se cerraba
con la lectura de la oración fúnebre que consistía en una corta biografía
ejemplar, de carácter militante y combativo, que resumía la lucha del solda-
do de Cristo. Con la lectura de esta pieza literaria se perseguía poner al al-
cance de los dolientes aquellos medios gracias a los cuales podrían alcanzar
la inmortalidad más allá de la muerte.
Al final de cuentas, el objeto de estos ritos funerarios contemplados
en las exequias o sepultura eclesiástica radicaba no sólo en poner de ma-
nifiesto uno de los principales dogmas avalados por el Concilio de Trento,
como fue el de la resurrección de los cuerpos, sino también el de prolongar
la hegemonía eclesiástica más allá de la muerte.
1
Leyenda recopilada por Marco
García y Pedro Reyes en Pantepec,
Puebla.
forma se les complace y se comparte junto con ellos la alegría que se vive
en familia.
Por eso nunca se debe dejar de ofrendar a los muertos el 2 de noviem-
bre; se prenden cohetes y bombas para que su ruido espante al demonio;
también se encienden velas para que iluminen el camino al difunto. Si a
éste le gustaba mucho el aguardiente, por ejemplo, se le debe comprar y
poner en el altar para que lo tome.
Estos ritos son obligatorios, porque si no se celebran es muy posible
que los muertos se lleven al dueño de la casa.
Aquel hombre que había ido a la milpa escuchaba todas las palabras y
oyó que era la voz del hombre que había sido marido de su mujer. Lo que lle-
vaba aquel difunto se oía bien que todavía estaba hirviendo y algunos de sus
compañeros le decían que lo aventara y ellos le convidaban un poco de lo
que llevaban. El hombre, al escuchar y reconocer aquella voz, marchó para
su casa y al llegar le dijo a su mujer: “Pon a calentar el agua, vamos a matar
al marrano.” Empezó a arreglar y adornar su altar; al terminar mató a su
marrano; su mujer empezó a moler e hizo tamales y luego luego pusieron
la ofrenda al anochecer. Al siguiente día, al amanecer, aquel hombre no se
levantaba y cuando lo fueron a ver ya estaba muerto. Es porque no quiso
que pusieran ofrenda y aunque lo hizo después ya no le valió porque ya se
habían ido aquellos difuntos. Y ahora, por muy humilde que la gente sea,
siempre se ponen ofrendas en el altar.
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Fuentes consultadas
Emily McClung de Tapia, Diana Martínez Yrízar, Emilio Ibarra Morales, Carmen Cristina
Adriano Morán, (enero 2014) Los orígenes prehispánicos de una tradición alimentaria en la
cuenca de México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones
Antropológicas. Laboratorio de Paleoetnobotánica y Paleoambiente
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0185122514704916
https://reader.elsevier.com/reader/sd/pii/S0185122514704916?token=06F5C7ADA3DA435CF4
CAFABC60DCF7CCE7BFC70101C7DFB09CAFF4689582ACE0B92E8AB5C9051CF99B10FC
12D4B442DB&originRegion=us-east-1&originCreation=20210611184536
La festividad indígena dedicada a los muertos en México, (septiembre, 2006) Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, Coordinación Nacional de Patrimonio Cultural y Turismo
https://patrimonioculturalyturismo.cultura.gob.mx/publi/Cuadernos_19_num/cuaderno16.pdf