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Historia Del Uruguay en El Siglo XX

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Historia del Uruguay en el siglo XX (1890-2005)

Ana Frega, Ana María Rodríguez Ayçaguer, Esther Ruiz, Rodolfo Porrini, Ariadna Islas, Daniele Bonfanti,
Magdalena Broquetas, Inés Cuadro.

La República del compromiso. 1919-1933 


Ana María Rodríguez Ayçaguer
RESUMEN
La puesta en marcha de la Constitución en 1919 y la aprobación de una compleja legislación electoral que dio
garantías al sufragio –aún limitado a los hombres–, abrieron paso a una rápida ampliación de la democracia
política, cuyos valores, exaltados y matrizados por la enseñanza pública, serían eje central del mensaje
celebratorio del Centenario de la Independencia. Sin embargo, el estancamiento del agro –con su correlato de
expulsión de mano de obra hacia las ciudades– y un creciente endeudamiento externo, mostraban los límites
del modelo agro-exportador, sacudido por la crisis de la primera posguerra y puesto a prueba, con mayor rigor
aun, al desencadenarse la Gran Depresión. En el ápice de ésta, la disputa en torno a las medidas para
enfrentarla (y detrás de ella, el tratamiento a dar a los intereses de Gran Bretaña, principal mercado de nuestras
exportaciones), profundizó las fracturas ya existentes en el seno de los partidos tradicionales y posibilitó
entendimientos inter-partidarios: la unión del batllismo y el nacionalismo independiente dio nuevo impulso al
estatismo, mientras que los sectores conservadores del Partido Colorado y del Partido Nacional sumaron
fuerzas con las principales gremiales empresariales para frenar el nuevo impulso reformista. Esta vez, a
diferencia de 1916, el nuevo “alto” tendría lugar fuera de la Constitución, derribándola.
La economía uruguaya en los años veinte: la crisis antes de la Crisis. A fines de la década del veinte –
señalan Gerardo Caetano y Raúl Jacob– la economía y la sociedad uruguaya estaban “de espaldas al
precipicio”.12 Para comprender lo que esta afirmación implica debemos tener en cuenta –como señalan
M. Bertino, R. Bertoni, H. Tajam y J. Yaffé13, en su análisis de la economía uruguaya en los años veinte–
que la Primera Guerra Mundial marcó el fin de la hegemonía británica en el mundo, y que la economía de
Estados Unidos –la nueva potencia hegemónica– no ofrecía las mismas posibilidades de
complementariedad con las economías latinoamericanas y, en particular, con la uruguaya: Estados Unidos
era también productor de productos primarios, como la carne. Como advierten los referidos autores, el
modelo de inserción externa procesado por Uruguay desde el último cuarto del siglo XIX, basado en la
exportación de productos del agro, se vio socavado por estos cambios en la economía mundial, así como
por factores internos, como el estancamiento del sector agropecuario, incapaz de transformaciones
tecnológicas que permitieran una inserción diferente. 

El país caminaba hacia el precipicio y al parecer, lo hacía sin demasiada conciencia. Los amenazantes
nubarrones de la crisis de posguerra (1920-1921), cuyos efectos se hicieron sentir también en Uruguay
(fuerte caída en los precios internacionales de nuestras exportaciones –en especial, el de la lana–,
descenso de la faena frigorífica con su secuela de desocupación, descenso de los salarios), fueron
rápidamente aventados ante los primeros síntomas de recuperación y la vuelta del país a la senda del
crecimiento. Entre1922 y 1930 la economía uruguaya creció a una tasa de 6,6% acumulativo anual. Este
crecimiento, sin embargo, tuvo características diferentes al procesado en la década anterior. Los precios
de nuestros productos exportables, que habían sufrido un sustancial incremento durante el conflicto
mundial, experimentaron en la posguerra un marcado descenso. Simultáneamente, creció la demanda de
bienes que no podía ser abastecida por la producción nacional (entre ellos los derivados del petróleo, al
compás del acelerado desarrollo del parque automotor), incrementando así sustancialmente el volumen y
el monto de nuestras importaciones. A pesar de que el saldo de la balanza comercial, compensado por un
aumento en los volúmenes exportados, fue favorable en casi todo el período –con excepción de los años
1921 y 1922– no sucedió lo mismo con la balanza de pagos (saldo del intercambio de bienes y servicios
con el exterior). Durante la mayor parte de la década el monto de las divisas necesarias para cubrir los
servicios de la deuda externa (intereses y amortizaciones) y las remesas al extranjero por diversos
conceptos (remesas de inmigrantes, ganancias de empresas extranjeras, etc.), fue mayor que el monto de
las divisas que ingresaron al país por concepto de exportaciones y servicios varios (turismo, etc.). 

Construyendo un nuevo “relato de los orígenes”. En 1923 el parlamento uruguayo debatió en torno a
qué fecha debía ser escogida para celebrar el centenario de la Independencia nacional. La discusión se
polarizó en torno a dos fechas: la primera, el 25 de agosto de 1825 (Declaratoria de la Independencia), fue
la fecha “blanca”, ya que apuntaba a reivindicar la gesta encabezada por Juan Antonio Lavalleja, y
“nacionalista” en sentido amplio, en tanto aludía a una ley fundamental aprobada por la Sala de
Representantes de la Provincia Oriental. La segunda, el 18 de julio de 1830, fue la elegida por el
batllismo: era el aniversario de la jura de la primera Constitución y el año en que asumió el mando el
primer Presidente de la República, el colorado Fructuoso Rivera. El debate –del que surgirían finalmente
dos festejos, en 1925 y 1930– ha sido frecuentemente mencionado como singularidad uruguaya y como
ejemplo de las dificultades planteadas a la “construcción de la nación”, por la forma en que Uruguay
conquistó su independencia en 1828, con la Convención Preliminar de Paz entre las Provincias Unidas del
Río de la Plata y el Imperio de Brasil, celebrada con la mediación británica. Sin embargo, éste parece ser
solo un ejemplo de lo que el historiador Eric Hobsbawm ha llamado “invención de la tradición”,
observable en todas las comunidades en proceso de construcción nacional y que, en cada caso, está
fuertemente vinculado a determinantes del presente de la sociedad en cuestión. En el caso uruguayo, el
historiador Carlos Demasi ha defendido la hipótesis de que en el “debate del Centenario” aflora un nuevo
“relato de los orígenes”, estrechamente asociado a la nueva situación institucional inaugurada en 1919.

En el año 1923 también tuvo lugar otro hecho de relevancia en la construcción de la conciencia histórica
uruguaya: la inauguración del monumento a José Artigas en la Plaza Independencia, el último día del mes
de febrero. Como ha señalado Ana Frega, la “construcción monumental” del héroe estuvo atada al
dilatado proceso de reivindicación de su figura.

El Presidente Brum eligió finalizar su mandato con ese último evento oficial, y en su discurso –que asoció
la propuesta social del reformismo con el proyecto artiguista– explicitaba lo que la historiografía
analizaría luego con mayor detenimiento: la época de la leyenda negra había terminado, era la hora de la
apoteosis artiguista.

En la primera de las celebraciones del Centenario, la realizada el 25 de agosto de 1925, tuvo lugar otro
hecho cargado de simbolismo: la inauguración del Palacio Legislativo, verdadero templo laico destinado
a servir el culto de los valores democráticos y sin duda la incorporación arquitectónica más significativa
de las realizadas en el marco de los festejos del Centenario.

Las mencionadas no fueron las únicas huellas artísticas y arquitectónicas que se incorporarían a la ciudad
capital en el marco de los festejos patrios. Las arquitectas Susana Ántola y Cecilia Ponte destacan la
significación de “la construcción espacial e iconográfica del imaginario nacional en el Montevideo del
Centenario”. Entre sus componentes fundamentales señalan la inauguración del monumento al Gaucho, el
31 de diciembre de 1927, un homenaje promovido por la Federación Rural del Uruguay; y el Obelisco a
los Constituyentes de 1930, cuya construcción fue concebida en el marco de las celebraciones del
Centenario, pero se inauguraría tardíamente en 1938.17
Caetano ha destacado el signo de apuesta al futuro que tuvieron las iniciativas del reformismo para
conmemorar el Centenario, en las que el embellecimiento de la ciudad capital ocupó un lugar central. 

El pensar al Uruguay como un país de servicios, con énfasis en el destino turístico, no es ajeno a estas
propuestas (como han demostrado R. Jacob y Nelly Da Cunha).18 En el mismo sentido debe interpretarse
otro aporte arquitectónico de relevancia incorporado a la ciudad en el marco de los festejos: el Estadio
Centenario. Porque el fútbol también fue protagonista en aquella conmemoración. 

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