2.3 Proceso Judicial A Maximiliano de Habsburgo
2.3 Proceso Judicial A Maximiliano de Habsburgo
2.3 Proceso Judicial A Maximiliano de Habsburgo
MATRICULA
E2019-00040
FECHA
04/11/2020
PROCESO JUDICIAL A MAXIMILIANO DE HABSBURGO
Segundo Imperio
Después de la segunda ocupación de Francia en México, hubo una nueva etapa de
gobernación, la cual tuvo como nombre Segundo Imperio Mexicano. Este nuevo
gobierno provino de la realeza francesa y tenía como dirigente a Fernando
Maximiliano José de Habsburgo, de raíces austríacas. En un contexto de
inestabilidad política y económica, México se vio involucrado en un conflicto con la
gran potencia europea, que tuvo por resultado el cambio en el régimen político
llevando al país a convertirse en una monarquía otra vez.
• Benito Juárez: hombre que desertó del poder que ostentaba, en el mes
de mayo de 1863, un poco antes de que se iniciara la ocupación por
parte de los franceses.
• Napoleón III: fue emperador de Francia para la época. Este monarca
tenía un ferviente deseo de extender la monarquía francesa por otros
espacios geográficos y muy especialmente hacia México y derrotar el
control estadounidense en la región mexicana, por lo cual promovió el
apoyo a la guerra de Secesión a los Estados Confederados de América
quienes adversaban los Estados Unidos como nación.³
• Fréderic Forey: comandante de las tropas invasoras francesas. Este
líder militar conforma una junta de gobierno.
• Juan Nepomuceno Almonte: hijo natural del insigne José María
Morelos y Pavón.
• Mariano Salas: este personaje asumió también funciones en el nuevo
gobierno conformado.
• Pelagio Antonio Labastida: perteneció al arzobispado católico,
también integrante de la junta de destacados hombres.
• Fernando Maximiliano José de Habsburgo: candidato propuesto por
el rey Napoleón III al Congreso de México y quien disfrutaba de gran
legitimidad en comparación con el resto de los personajes propuestos
para dirigir la nación mexicana en representación de la monarquía
francesa.
• José María Gutiérrez de Estrada: cumplía funciones de canciller o
diplomático y encabezó la comisión enviada a hacerle la propuesta a
Maximiliano I.
•
José Pablo Martínez del Río, Antonio Escandón, Tomás Murphy, Adrán Woll,
Ignacio Aguilar, Joaquín Velásquez, Francisco Javier Miranda, José Manuel
Hidalgo y Ángel Iglesias, entre otros, fueron miembros de la comisión enviada en
la búsqueda de quien regiría el destino de los mexicanos.
Caída del Segundo Imperio Mexicano
Otro factor que ayudó al desvanecimiento del Segundo Imperio en México fue la
falta de apoyo de la iglesia católica, los conservadores e inclusive los mismos
liberales quienes advirtieron del peligro de sus intereses particulares, por lo que
pidieron la vuelta al gobierno de Benito Juárez.
Todo este actuar jurídico del emperador no deja duda de que era un promotor de la
tradición codificadora de las leyes. Como he señalado en otra parte, "desde el punto
de vista técnico-jurídico, codificar significaba tamizar un conjunto de disposiciones
por materia jurídica y ordenarlas racionalmente de manera articulada, con una
pretensión de totalidad absoluta" Recordemos que Francisco Tomás y Valiente
caracteriza el "Código" propio de la Ilustración como “una ley de contenido
homogéneo por razón de la materia, que de forma sistemática y articulada,
expresada en un lenguaje preciso, regula todos los problemas de la materia
unitariamente acotada” En cuanto a la estructura textual de las disposiciones
codificadas, éstas siguen el modelo del Código civil francés o Código Napoléon
(1807), esto es, organizadas en libros, títulos, capítulos, artículos, fracciones, etc.,
y la parte dispositiva sintácticamente desvinculada de la exposición de motivos de
carácter argumentativo. Los artículos, por su parte, se enuncian también de manera
sintácticamente independiente unos de otros. La organización jerárquica y temática
de la legislación imperial, a lo que ya me he referido en el, acerca de la colección
de sus leyes, decretos y reglamentos, es también prueba de la firme actividad
codificadora ilustrada de Maximiliano. Me refiero con más detalle a la estructura
textual de esta legislación en el siguiente apartado.
JUICIO Y CONDENA A MUERTE DE MAXIMILIANO DE HABSBURGO
A los pocos días de tomada la ciudad de Querétaro por parte del Ejército
Republicano, desde San Luis Potosí, el presidente Benito Juárez ordenó que, de
acuerdo a lo dispuesto por la Ley del 25 de enero de 1862, se sometiera a
Maximiliano y sus generales a un Consejo de Guerra.
El jueves 13 de junio de 1867, el Consejo de Guerra se instala en el Gran Teatro de
Iturbide.
A las 8 de la mañana, Maximiliano fue levantado en su celda. Su equipo de
abogados está integrado por Mariano Riva Palacio, Rafael Martínez de la Torre,
Eulalio Ortega y José María Vázquez.
A las 8 de la mañana con 30 minutos, fuertemente custodiados, los generales Miguel
Miramón y Tomás Mejía salieron rumbo al Gran Teatro de Iturbide, acompañados
de cuatro abogados. Se esperaba que Maximiliano los acompañara más tarde, pero
no fue así.
Las tres grandes puertas del teatro se abren de par en par para recibir al pueblo, el
Estado Mayor del general Mariano Escobedo y numerosos oficiales, que
inmediatamente ocupan la luneta y los tres balcones.
A las 9 de la mañana, el juicio da inicio con el banquillo vacío del emperador, el más
pequeño de los tres debido a su estatura.
Ante 7 jueces, presididos por el teniente coronel Rafael Platón Sánchez, el fiscal
Manuel Aspiroz da lectura al certificado médico que asegura que Maximiliano no
puede abandonar su celda por motivos de salud. Una terrible diarrea, provocada por
una disentería, le había salvado de la vergüenza de enfrentarse a sus detractores.
Los abogados de Maximiliano, hacen su último intento. Sus palabras, una a una,
quedan registradas en la minuta del juicio: “Rogamos al tribunal, en nombre de la
civilización y de la historia, que salvaguarden el buen nombre del país ante los ojos
de las generaciones futuras, que aplaudirían el coronamiento de la más grande
victoria, por el más grande de los perdones”.
El murmullo invade al teatro. El fiscal Aspiroz llama al orden y termina la sesión del
día.
LA SENTENCIA
Al día siguiente, viernes 14 de junio, ante un abarrotado teatro, continúa el juicio.
Los argumentos del procurador Manuel Aspiroz son contundentes: no hay nada que
probar, los acusados fueron arrestados por el ejército republicano con las armas en
la mano. Por tanto, una sola pena, la de muerte, debe de ser aplicada, puesto que
Maximiliano “está convicto por crímenes contra la nación, el derecho de las gentes,
el orden y la paz públicas”.
Hablan en defensa de Tomás Mejía, el licenciado Próspero C. Vega; los licenciados
Ignacio Jáuregui y Ambrosio Moreno lo hacen a favor de Miguel Miramón; y los
licenciados Juan N. Vázquez y Eulalio N. Ortega, piden clemencia para Maximiliano.
Los 6 jueces se retiran y tras nueve horas de deliberaciones, presentan su veredicto:
“¡Culpables!”. Tres están a favor de la pena de muerte y tres votan por el destierro.
Por tanto, toca al séptimo miembro del jurado, Aspiroz, determinar el destino de los
acusados.
Un silencio sepulcral invade a la luneta y los palcos del teatro. En el vestíbulo del
teatro y la calle, que están atestadas de gente, se escucha un murmullo.
Manuel Aspiroz, consciente del histórico momento que le toca vivir, pronuncia
pausadamente su decisión: Maximiliano y sus generales Miguel Miramón y Tomás
Mejía serán fusilados en el mismo lugar donde se rindieron, en el Cerro de las
Campanas.
EL FUSILAMIENTO
El miércoles 19 de junio, el cielo azul, sin nube alguna, cubre impasible este
imponente espectáculo.
Al pie del Cerro, Maximiliano baja del carruaje. Sus serenos y tristes ojos azules
recorren por última vez el firmamento e, irónicamente exclama: “¡En un día tan
hermoso como este quería morir!”.
Al padre Fisher, el frustrado emperador mexicano entrega su reloj, no sin antes
haber besado la fotografía de Carlota Amalia. Un ayudante del general Mariano
Escobedo, antes de salir de Capuchinas, le ha hecho creer falsamente que la
demente emperatriz ha muerto. Su último bien terrenal, pensó en ese momento,
ahora está en el cielo. Ningún vínculo une ya con esta vida. Está listo para morir.
El general Miguel Miramón, por su parte, saca un retrato de su esposa Concepción
Lombardo y habla con ella por última vez: “Adiós Concha, hija mía. Dios te bendiga
en unión de mis hijos. ¡Adiós hasta la eternidad!”.
Y, humedecidos sus ojos por las lágrimas, estampó un beso en la fotografía.
El tercero de los sentenciados, el general Tomás Mejía, el más débil de los tres
debido a una fiebre reumática que lo aquejó aquellos días, tiene que ser conducido
hasta el patíbulo en brazos. Está casi desmayado de la impresión.
Sobre la colina que va a servirles de cadalso, solo quedan tres figuras: Maximiliano
al centro, Miramón a su derecha y Mejía a su izquierda. Frente a ellos, un joven
oficial y un pelotón de ocho solados. Cinco pasos es la distancia que los separa.
Y, acto seguido, el soberano cede su lugar en el centro, colocándose él a la derecha.
“General -dice Maximiliano a Miramón-, éste sitio le pertenece. Un valiente tiene que
ser admirado hasta por los monarcas”.
Segundos atrás, Maximiliano ha repartido entre sus ocho ejecutantes una onza de
oro con su efigie y habría hecho una última súplica: que disparen directamente al
corazón y no sobre el rostro.
Al morboso público que se ha reunido en torno a la ejecución, Maximiliano dirige
sus últimas palabras: “¡Mexicanos: Voy a morir por una causa justa: la de la
independencia y la libertad de México! Ojalá que mi sangre ponga fin para siempre
a las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!".
El oficial levanta el sable. Maximiliano separa su larga barba con ambas manos
echándola sobre sus hombros, descubriendo el lugar donde sus victimarios deben
disparar. Su mirada entonces se dirige al cielo. Y después de unos brevísimos y
eternos segundos de silencio, se escucha por todo el Cerro de las Campanas la
orden fatal del capitán Simón Montemayor, comandante del pelotón: “¡Fuego!”.
Son las 6:40 de la mañana. En casi toda la ciudad se escuchan las detonaciones
producidas por los fusiles Springfield.
En seguida, ente el murmullo creciente de los presentes, toca el turno a Miramón.
El estruendo de los fusiles nuevamente rasga el aire.
Y, finalmente, llegó el turno a Tomás Mejía, que por la debilidad en que se
encontraba, apretando fuertemente un crucifijo, apenas pudo exclamar: “¡Virgen
muy santa!”.
En menos de diez minutos, Maximiliano, Miramón y Mejía yacen en el suelo. Están
muertos. Los cuerpos inertes de los ajusticiados, cubiertos por una sábana blanca,
son colocados en tres ataúdes de madera que esperan cerca de una mata de cactus
para ser conducidos a su última morada.
Referencia bibliográfica
https://sites.google.com/site/mexicohist/historia-2/segundo-imperio
https://www.mundoalfal.org/sites/default/files/revista/08_cuaderno_018.pdf
http://www.davidestrada.org/index.php/queretaro-inedito/18-queretaro-inedito/378-
juicio-y-fusilamiento-de-maximiliano