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Mirada Compartida 2edicion

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Este libro se amplía y

complementa con
la página web
www.lamiradacompartida.es
Antonio González Orozco. Juárez símbolo de la República contra la Intervención Francesa, 1840.
Museo Nacional de Historia - Castillo de Chapultepec, México.
Este libro se encadena, ampliando su dimensión informativa,
con la página web www.lamiradacompartida.es
El lector, aunando imagen y palabra, encontrará contenidos de apoyo para su lectura,
teniendo como fondo los cinco facsímiles de Antonio García Pérez
relacionados con la Historia de México.
México y España

La mirada compartida de Antonio García Pérez

2ª edición corregida y ampliada

Edición de Manuel Gahete Jurado

Ricardo Martí Fluxá / Pedro Luis Pérez Frías / Julio Zamora Bátiz /
Begoña Cava Mesa / Guadalupe Jiménez Codinach / Manuel Ortuño Martínez /
Óscar González Azuela / Carmen de Cózar Navarro / Luis Navarro García /
Tomás Durán Nieto / Enriqueta Vila Vilar / Patricia Galeana / Antonio García-Abásolo /
Joaquín Criado Costa / Raquel Barceló Quintal / Antonio Ángel Acosta Rodríguez /
José Marcelino León Santiago / Jesús Esquinca Gurrusquieta /
José Manuel Guerrero Acosta
Índice

pág. 11
Presentación
Ignacio S. Galán

pág. 13
Prólogo
Ricardo Martí Fluxá

pág. 18
Proemio
Biografía de Antonio García Pérez
Pedro Luis Pérez Frías

pág. 69
Capítulo I
Javier Mina y la independencia mexicana

Notas a la edición
Manuel Gahete Jurado
pág. 71

Introducción:
La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística
Julio Zamora Bátiz
pág. 79

Preliminar:
Mina, Liñán, Cruz. Tres protagonistas
y un destino histórico: México
Begoña Cava Mesa
pág. 91

Estudio I:
Buen español y buen americano: Xavier Mina, 1789-1817
Guadalupe Jiménez Codinach
pág. 99

Estudio II:
Xavier Mina, héroe de México y de España
en la obra de Antonio García Pérez
Manuel Ortuño Martínez
pág. 117

Estudio III:
Xavier Mina, un héroe para las Españas
Óscar González Azuela
pág. 157
pág. 175
Capítulo II
México y la invasión norteamericana
Notas a la edición
Manuel Gahete Jurado
pág. 177

Preliminar:
La proyección cultural de la Real Academia Hispano Americana
de Ciencias, Artes y Letras en México
Carmen de Cózar Navarro
pág. 183

Estudio I:
México y la invasión norteamericana
Luis Navarro García
pág. 193

Estudio II:
Breve análisis de la guerra entre
México y Estados Unidos 1846-1848
Tomás Durán Nieto
pág. 215

pág. 237
Capítulo III
Antecedentes político-diplomáticos
de la expedición española a México (1836-62)

Notas a la edición
Manuel Gahete Jurado
pág. 239

Preliminar:
El americanismo en Sevilla: El caso de México
Enriqueta Vila Vilar
pág. 245

Estudio I:
Entre diplomáticos y militares:
España y la intervención en México de 1862
Patricia Galeana
pág. 253

Estudio II:
El marco europeo y español
de la intervención tripartita en México
Antonio García-Abásolo
pág. 261
pág. 281
Capítulo IV
Estudio político militar de la campaña de Méjico 1861-1867

Notas a la edición
Manuel Gahete Jurado
pág. 283

Preliminar:
La Real Academia de Ciencias, Bellas Letras
y Nobles Artes de Córdoba y su mirada a América
Joaquín Criado Costa
pág. 289

Estudio I:
Revisión a la luz de la historia sobre el libro
Estudio político-militar de la campaña de Méjico: 1861-1867
Raquel Barceló Quintal
pág. 295

Estudio II:
La campaña de México. 1861-1867
Antonio Ángel Acosta Rodríguez
pág. 309

pág. 335
Capítulo V
Organización militar de México

Notas a la edición
Manuel Gahete Jurado
pág. 337

Preliminar:
La organización militar de México
José Marcelino León Santiago
pág. 343

Estudio I:
Desde mi cuartel de invierno. México y España:
Evolución del ejército mexicano
Jesús Esquinca Gurrusquieta
pág. 347

Estudio II:
Soldados de Méjico:
Estampas militares de España y América
José Manuel Guerrero Acosta
pág. 361

Ilustraciones
pág. 393
8
Uniformes des soldats espagnols de l’expédition du Méxique –
D’après une estampe française. Estampa francesa que representa a unos soldados
del Ejército de Cuba durante la expedición del general Prim a México

9
10
Presentación

Ignacio S. Galán
Presidente de Iberdrola

Siempre constituye una satisfacción para mí presentar una publicación,


pero lo es aún más si está relacionada con uno de los países con los que Iber-
drola se siente más estrechamente comprometida, como es el caso de México.
Tan solo tres años después de su primera edición, publicamos de nuevo
—corregida y ampliada— la obra México y España: la mirada compartida de
Antonio García Pérez. Y lo hacemos porque, para Iberdrola, conocer en pro-
fundidad el pasado y el presente de los países en los que opera constituye un
hecho fundamental y también diferencial de nuestra manera de actuar.
La publicación de esta segunda edición coincide en el tiempo con un mo-
mento ciertamente ilusionante para México, donde el actual presidente Peña
Nieto ha impulsado profundas reformas entre las que destaca la energética,
que tiene como objetivo garantizar un suministro más eficiente y sostenible
para todos los mexicanos.
Para alcanzar esta meta ineludible en el siglo XXI, Iberdrola —que ya es
el segundo productor de electricidad en México— quiere continuar aportando
toda su experiencia y conocimiento, así como seguir realizando importantes
inversiones que, sin duda, contribuirán a un desarrollo económico y social aún
mayor de todo el país.
Un país que cada vez es más importante para Iberdrola y cuya cultura está
ya totalmente integrada en la cultura global de nuestra empresa. Ejemplo de
ello es esta publicación sobre México y España que —como decía hace tres
años en la presentación de la anterior edición— aúna las aportaciones y co-
nocimientos de prestigiosos investigadores en torno a los estudios de Antonio
García Pérez, capitán de la Academia de Infantería de Toledo.
Gracias a la prolífica obra de este historiador militar —a caballo entre
los siglos XIX y XX— podemos profundizar en los conflictos bélicos que tu-
vieron lugar en México y en las relaciones políticas, militares y diplomáticas
mantenidas con España, en un período en el que se sucedieron acontecimien-
tos de gran calado internacional como la Guerra de la Independencia.
En el relato de este conflicto, destaca la participación del guerrillero es-
pañol Xavier Mina, al que se le dedican diversos textos a lo largo de la obra,
como el ensayo de Óscar González Azuela —“Xavier Mina, un héroe para las

presentación 11
Españas”—, que se incorpora a esta segunda edición, enriqueciéndola con un
nuevo punto de vista.
Entre otros hechos históricos analizados a lo largo de la publicación, des-
tacan también el papel de España en la intervención en México de 1862, los
antecedentes político-diplomáticos de la expedición española a este país, la in-
vasión norteamericana o la evolución del ejército mexicano. Para completar la
obra, se ofrece una extensa biografía del autor, que permite conocer con detalle
su trayectoria y comprender el porqué de sus estudios y publicaciones.
En definitiva, el lector tiene en sus manos una singular publicación de
gran interés histórico en la que se ha conseguido una “mirada compartida” de
españoles y mexicanos sobre acontecimientos en los que ambos países intervi-
nieron. Por ello, animo a todos a su lectura y felicito a los que han participado
en esta segunda edición por el gran trabajo realizado.

presentación 12
Prólogo

Ricardo Martí Fluxá


Presidente del Consejo Social de la Universidad Rey Juan Carlos
De la Academia Europea de Ciencias y Artes

La reedición de obras históricas e incluso literarias supone, en muchos ca-


sos, una labor imprescindible no solo para conocer mejor una realidad sino tam-
bién para saber cómo esa realidad era percibida por los que nos precedieron. Así,
cuando un trabajo histórico está alejado en el tiempo pero también en el espa-
cio nos ofrece unos caracteres de originalidad y de frescura que hacen que po-
damos llegar a replantearnos acontecimientos que nos parecían incuestionables.
Sin duda, el conocimiento histórico ha avanzado considerablemente en los años
que nos separan de las primeras ediciones de las obras de Antonio García Pérez.
Han aparecido nuevas fuentes documentales, obras de historiadores de las más
diversas nacionalidades y tendencias, pero el conocimiento histórico de hoy tie-
ne que ser forzosamente el resultado de la reflexión y de la comparación de las
diferentes interpretaciones que a lo largo de los años han intentado explicar los
acontecimientos del pasado. La utilidad de la historia consiste no solo en el co-
nocimiento descarnado de los hechos, sino en penetrar la influencia que estos
han tenido, los unos sobre los otros, en ligarlos entre sí, y sobre todo, lo que no
siempre es fácil, en aprender de su experiencia.
Por todo ello, la obra que el lector tiene ahora entre sus manos le dará, sin
duda, una interesante aproximación a la historia de México desde la mirada de
un historiador militar español de los albores del siglo XX, apasionado desde la
distancia de la fascinante realidad de una nación que vivía entonces su primer
siglo de vida independiente.
Es, por otra parte, imposible disociar el devenir mexicano de aquellos años,
así como los acontecimientos que se desarrollaban en las diferentes repúblicas
de América, de la propia historia de España. Cuando Antonio García Pérez es-
cribe sus obras, España está viviendo los últimos años de la Restauración borbó-
nica, los efectos letales de la crisis del noventa y ocho, y los últimos estertores de
la Constitución de 1876, previos al golpe militar de Primo de Rivera. Mientras
tanto, México había superado el aprendizaje de la libertad, había experimentado
después de años convulsos y de un intento imperial, la era de los liberales con los
años de Benito Juárez y el origen, desarrollo y ocaso del porfiriato y después de
la crisis de 1908 y 1909, se preparaba a vivir unos años de revolución.

prólogo 13
Según Alfonso Reyes, la era de los liberales “había durado en México mas
allá de lo que la naturaleza parecía consentir”, y algo similar podríamos afir-
mar del torturado siglo XIX español en su lucha constante entre tradición y
los diferentes y constantes intentos revolucionarios. El mismo escritor mexica-
no, al comparar su extensión con la de otros países señala que sus cuarenta y
tres años de vida son aproximadamente similares a los años en los que Espa-
ña tuvo un régimen de libertades paralelo, mientras que otras naciones, como
el Reino Unido en su época victoriana lo sobrepasó en veinte años, o su coe-
táneo, el imperio austrohúngaro de Francisco José lo superó en veinticinco.
Hugh Thomas, en su Imperios del Mundo Atlántico, se refiere al “bagaje
cultural excesivo” que llevaban los emigrantes al llegar al Nuevo Mundo. Un
bagaje que condicionaría la propia historia de las nuevas naciones, incluso en
aquellos casos en los que se pretendía rechazar el propio origen para iniciar una
nueva vida al otro lado del océano. Por ello no son de extrañar estas similitudes.
Thomas cita también, en este sentido, la obra de Louis Hartz que describía las
nuevas sociedades de ultramar como “fragmentos del más amplio conjunto de
Europa desgajados durante el proceso de revolución que introdujo a Occidente
en el mundo moderno”. En este sentido, sus características principales, su propio
devenir histórico tendría una íntima relación con el de sus sociedades de origen.
De cualquier forma, no trata esta obra de historiografía comparada, ni de
las similitudes y diferencias de nuestras respectivas historias decimonónicas. Se
trata de una mirada compartida de mexicanos y españoles sobre hechos en los
que participaron nuestras dos naciones. Una de las miradas más alejada en el
tiempo, pero siempre original y apasionada.
Y es que es difícil acercarse a la historia de México sin pasión. Lo hicieron,
y casi desde los orígenes de la presencia hispana, autores como Bernal Díaz del
Castillo, o Francisco López de Góngora, sin olvidar a Antonio de Solís o Ginés
de Sepúlveda o Bartolomé de las Casas. Y, en nuestros días, un John Elliott que
ha dedicado una gran parte de su obra al estudio pormenorizado y exhaustivo
de su pasado.
Pero, hoy en los comienzos del siglo XXI, no me resigno a quedarme en el
pasado y debo acercarme más a nuestra historia más contemporánea. Empeza-
ré por referirme a la deuda impagable de España con el México de Lázaro Cár-
denas. Su generosa y abrumadora política de brazos abiertos con todos aquellos
españoles que llegaron a sus costas en la diáspora forzada por la derrota republi-
cana de 1939 y la llegada al poder del régimen del General Franco, supusieron
un antes y un después en las relaciones entre nuestras dos naciones. La actitud
de México, frente al egoísmo de otros países, europeos y próximos, que no solo
miraron hacia otro lado sino que persiguieron e internaron en campos de con-
centración a aquellos que se veían forzados a un doloroso exilio, debería ser un
modelo de actuación en el ejercicio del derecho de asilo. Así vemos hoy nuevas
generaciones de hispano-mexicanos que se sienten profundamente hijos de la

prólogo 14
nueva patria que acogió a sus padres o a sus abuelos pero que no olvidan sus raí-
ces al otro lado del Atlántico.
España ha definido con claridad su política iberoamericana como una di-
mensión prioritaria de su acción exterior y a través de varios caminos, y muy
especialmente al de las Cumbres Iberoamericanas, nos hemos esforzado en
proyectar el legado histórico del pasado y las inmensas posibilidades inheren-
tes a unas mismas formas de vida y de cultura en una realidad operativa y efi-
caz en el mundo de hoy. Por otra parte, el papel ascendente de los países de la
América hispana constituye uno de los hechos fundamentales que configuran
el panorama de las relaciones internacionales de nuestros días, y España gra-
cias a los vínculos de especial intensidad y solidaridad que mantiene con to-
das estas naciones está situada en inmejorables condiciones para potenciarlas.
En este sentido, la reanudación de nuestras relaciones diplomáticas en 1977
y las consiguientes visitas de los Reyes de España a México y la del Presidente
López Portillo a España sellaron un nuevo espíritu y consagraron los inicios de
una nueva época definida por el acercamiento entre los dos países en todos los
ámbitos. Se llevó a cabo una política encaminada al establecimiento de formas
nuevas y concretas de cooperación capaces de desarrollar todas las posibilidades
existentes en el campo del comercio, de la agricultura, de los recursos energé-
ticos, de los transportes y de las comunicaciones y también en el mundo finan-
ciero. Empresas españolas participan en los sectores aeronáutico, automotriz,
alimentario, energético o turístico. Así, México es hoy nuestro primer mercado
en la América hispana, con más de dos mil ochocientos millones de euros de ex-
portación en el año 2010. Una cifra cercana a la de ocho mil empresas españolas
han invertido en la última década cerca de treinta y ocho mil millones de dóla-
res, convirtiéndose México en el tercer destino más importante para los empre-
sarios españoles fuera de la Unión Europea, solo superado por los Estados Uni-
dos y el Brasil. Por su parte, México invirtió en la misma y pasada década cerca
de cuatro mil millones de dólares en España.
Vivimos hoy, por lo tanto, el desarrollo de una nueva época, de un nuevo ni-
vel de entendimiento entre México y España. Una época que tiene bien enrai-
zados sus valores en nuestra historia común, en unos principios políticos y eco-
nómicos que defienden ambas naciones, y en unos intereses comunes que hacen
que esa mirada compartida sobre los acontecimientos históricos que en su día
estudió Antonio García Pérez sean el mejor telón de fondo para unas bases de
cooperación que han demostrado su plena eficacia en las últimas décadas.

prólogo 15
16
Antonio García Pérez fue nombrado Gentilhombre
de S. M. El Rey en 1912
Proemio

Biografía de Antonio García Pérez

Pedro Luis Pérez Frías


Doctor en Historia, TCOL DEM (Reserva)
El hombre

Antonio García Pérez nace en Puerto Príncipe (Cuba) el 3 de enero de 1874,


hijo de Bernardino García y García, aunque en la hoja de servicios de nuestro
biografiado aparece como Bernardo, y de Amalia Pérez Barrientos. Era el pri-
mogénito de una familia de ascendencia soriana y salmantina. El padre era na-
tural de Rollamienta e hijo de Esteban García Blázquez (Villar de Ala, Soria) y
de Teresa García de la Cámara (Rollamienta, Soria); mientras que la madre ha-
bía nacido en Ciudad Rodrigo (Salamanca), hija de Antonio Pérez Estévez (Sa-
lamanca) y Petra Barrientos (Bogajos, Salamanca).
Detrás de Antonio nacerían otros cuatro hijos, Amalia (Rollamienta, Soria,
1 de enero de 1878), Teresa (Almazán, Soria, entre 1879 y 1880), Fausto (San Se-
bastián, Guipúzcoa, 21 de junio de 1884) y Carmen (Burgos, 20 de noviembre
de 1889). Parece que sus padres se habían casado por poderes ya que Bernardi-
no se había incorporado al Ejército de Cuba, el 27 de noviembre de 1870, dejan-
do en Cádiz a Amalia a la espera de poder cumplir su palabra de matrimonio.
Pero su prometida no llegaría a la isla hasta un año después, a finales del mes de
noviembre de 1871. Sin embargo, tras su llegada a la isla descubrieron que esta
fórmula no era válida en aquel territorio, por ello contraerían nuevo enlace, esta
vez directo y sin representante. El 30 de noviembre de 1874 presenta Bernardino
a sus superiores la partida del matrimonio celebrado en Puerto Príncipe. Aun-
que para entonces ya había nacido Antonio.
Bernardino había ingresado en el Ejército el 14 de octubre de 1865, como
soldado voluntario a la edad de veintiún años, sentando plaza en el Regimien-
to de Infantería de La Constitución núm. 29 de guarnición en Madrid. En di-
cho Cuerpo prestará servicio hasta el 15 de septiembre de 1870, ascendiendo su-
cesivamente a los empleos de cabo segundo, cabo primero y sargento segundo,
por antigüedad; además, siendo cabo primero, fue recompensado con el grado
de sargento segundo por mérito de guerra. En esa fecha es destinado, a peti-
ción propia, al Ejército de Cuba por el plazo de seis años, quedando a la espera
de embarcar hacia aquella isla. Según el reglamento vigente, la marcha a Cuba
implicaba el ascenso al empleo inmediato, por lo que ya como sargento primero
zarparía del puerto gaditano el 2 de noviembre de 1870, a bordo del vapor Mar-
sella, y después de veinticinco días de navegación llegaría a La Habana, el 27 de
ese mismo mes.
Tras siete años de operaciones en Cuba, en las que resulta herido de grave-
dad en el brazo derecho, Bernardino había ascendido sucesivamente a los em-
pleos de alférez y teniente por méritos de guerra y al de capitán por antigüedad;
siendo recompensado con el grado de teniente por mérito de guerra cuando aca-
baba de ascender a alférez, pero con una antigüedad anterior. El 13 de julio de
1877 cae gravemente enfermo, por lo que se ve obligado a regresar a la Penín-
sula. El joven matrimonio, con Amalia nuevamente embarazada, junto con su
primogénito Antonio, embarca en La Habana en el vapor Guipúzcoa, de donde

proemio 19
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

zarpan el 5 de agosto y después de un viaje de veinte días desembarcan en San-


tander, el 25 de agosto. Desde allí se trasladan a Rollamienta, donde el niño de
tres años ve por primera vez el pueblo de sus antepasados.
Al poco tiempo de instalarse en el pueblo nace Amalia, la primera de las
hijas y la segunda de los hermanos. En Rollamienta vive Antonio los primeros
años de su niñez y, probablemente, es allí donde toma contacto con sus primeras
letras. Tras la recuperación del padre, a principios de 1879, sus sucesivos destinos
llevan a la familia a Almazán —donde nace Teresa—, Soria y San Sebastián.
En la capital guipuzcoana se establecen entre 1883 y 1887. Allí nace Fausto, y
Antonio realiza sus estudios.
Entre agosto de 1887 y junio de 1888, Bernardino presta servicio en Logro-
ño, donde está destacado un batallón del Regimiento de Infantería de la Lealtad
núm. 30 —en este Cuerpo estaba destinado desde el 13 de diciembre de 1883—,
no sabemos si la familia viaja con él o permanece en la Bella Easo a la espera de
un traslado definitivo. En todo caso, el cabeza de familia pasa el 2 de julio de
1888 a la plana mayor de su regimiento, estacionada en Burgos; este cambio será
el más duradero ya que permanecerá en aquella ciudad hasta diciembre de 1902.
La familia se traslada a la capital burgalesa donde nace Carmen, la hija más
joven. Posiblemente Antonio complete en Burgos su formación y sus estudios
de bachillerato, necesarios para ingresar en la Academia General Militar. Tres
años después de su llegada a la urbe castellana, a finales de agosto de 1891, An-
tonio García Pérez deja el hogar familiar para iniciar la carrera de las armas. Su
hermano Fausto seguirá sus pasos e ingresará en la Academia de Infantería en
agosto de 1899.
La separación de Antonio del núcleo familiar es relativamente breve, ya que
su primer destino, tras terminar sus estudios en la Academia de Infantería en
julio de 1894, será el Regimiento de la Lealtad núm. 30, en Burgos. En dicho
Cuerpo vive sus primeras experiencias como segundo teniente de Infantería, al
lado de su padre que ocupaba el cargo de ayudante del regimiento. Hasta que
ascendido Bernardino al empleo de comandante, por Real Orden de 17 de di-
ciembre de ese mismo año, es destinado a la Zona de Reclutamiento de Burgos
núm. 11. La permanencia de Antonio al lado de sus padres, en el domicilio fa-
miliar, se prolongará hasta su destino a Cuba en marzo de 1895.
Seguramente, García Pérez se reuniría con su familia de nuevo durante el
mes de septiembre del año 1896, cuando regresa a España como alumno de la
Escuela Superior de Guerra, esperando el comienzo del curso de Estado Mayor,
el 1 de octubre de ese año. Ciertamente, los lazos con la familia hacen que An-
tonio procure realizar las prácticas de dicho curso en unidades estacionadas en
Burgos. Así, las inició en el Regimiento Lanceros de España, 7º de Caballería, al
que se incorporó en aquella plaza el día 27 de septiembre de 1899. Sin cambiar
de guarnición pasó al 13º Regimiento Montado de Artillería para continuarlas,
el 30 de noviembre del mismo año, permaneciendo en este cuerpo hasta finales

proemio 20
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

de marzo de 1900. Las prácticas de Ingenieros las realizó en el 1er Regimiento


de Zapadores Minadores, de guarnición en Logroño, entre el 1 de abril y finales
de julio de ese mismo año. El día 1 de agosto regresaba de nuevo a Burgos para
continuar las prácticas en el Estado Mayor de la Capitanía General de la 6ª re-
gión, donde permaneció hasta finales de julio de 1901.
Las fuertes relaciones familiares hacen que su hermano Fausto vuelva,
también, a Burgos, al mismo Regimiento de la Lealtad núm. 30, cuando sale
de la Academia de Infantería como segundo teniente, en julio de 1902. Allí
se reúne igualmente con su progenitor que había vuelto a este Cuerpo en no-
viembre de 1895 y que desde entonces desempeñaba el cargo de comandante
mayor del mismo.
Pero el estado de salud de Bernardino, debilitado desde su estancia en Cuba,
hizo que los médicos le aconsejaran un clima más seco que el de Burgos para vi-
vir. Por ello solicitó destino a la Comisión Liquidadora del 1er Batallón Expedi-
cionario del Regimiento de Infantería la Reina núm. 2, de guarnición en Córdo-
ba. Siendo destinado a esta por Real Orden de 27 de diciembre de 1902. Aunque
realiza la presentación en el nuevo destino a principios de enero de 1903, es muy
probable que la familia se traslade ya en diciembre del año anterior, como parece
indicar el que Fausto pase su licencia de Pascuas en Córdoba.
La elección de la ciudad de la Mezquita parece estar meditada y consensua-
da con su hijo Antonio, que había conseguido ser destinado a aquella plaza en
septiembre de 1902, al Regimiento de Infantería Reserva de Ramales núm. 73.
Reunido de nuevo Antonio con sus padres, pronto se les unirá Fausto ya que es
destinado al Regimiento de Infantería la Reina núm. 2, en diciembre de 1903,
al que se incorpora el 1 de enero del año siguiente. No tenemos constancia de
cuándo se instala la familia en el núm. 3 de la calle José Rey (actual Rey Here-
dia) de la capital cordobesa. Vivienda, que en octubre de 1905, adquiere el pa-
triarca Bernardino. Pero a partir de entonces Antonio García Pérez estará liga-
do a esta ciudad.
A pesar de esta convivencia familiar, pronto se verán los hermanos obligados
a dejar a sus padres. A finales de marzo de 1905, Antonio debe regresar a tierras
sorianas, por haber sido destinado a la Zona de Reclutamiento y Reserva de So-
ria núm. 42, y pocos meses después es Fausto el que deja Córdoba, al ser desti-
nado en julio de ese mismo año al Regimiento de Infantería San Marcial núm.
44, de guarnición en Burgos. Aunque ambos se reunirán pronto en la Acade-
mia de Infantería como profesores, Antonio llega a Toledo el 1 de septiembre de
1905 y Fausto se incorpora en mayo del año siguiente. Ya no volverán a coincidir
profesionalmente en Córdoba.
Los hermanos permanecieron juntos en la Academia toledana —el único
destino en el que coinciden— hasta finales de febrero de 1912, cuando Fausto
deja el centro por motivos de salud, según Real Orden de 14 de ese mes. A los
pocos meses, es Antonio el que lo abandona por haber ascendido a comandante.

proemio 21
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

En efecto a finales de septiembre de ese mismo año queda el nuevo jefe en situa-
ción de excedente en Toledo.
El 19 de marzo de 1915 muere Bernardino en su casa de la calle José Rey
núm. 3, víctima de una virulenta gripe. Antonio acude a Córdoba y permanece
en la ciudad durante un mes junto a su madre Amalia. Aunque debe regresar a
Ceuta para incorporarse al Regimiento de Infantería Borbón núm. 17, mantiene
la preocupación por la defensa de los intereses maternos. Por eso, en octubre de
ese año reclamará, ante los responsables en el Ministerio de la Guerra, el pago
de la pensión de viudedad de Amalia.
Dos años más tarde fallece Fausto en Toledo, el día 16 de julio de 1917, a
causa de una “prostato-cistitis supurada y uricemia”. Antonio estaba destina-
do en aquella época en Toledo, como jefe de estudios del Colegio de Huérfanos
María Cristina, a donde se había incorporado pocos días antes, el 30 de junio.
Por ello es muy probable que estuviese al lado de su hermano en el momento del
óbito y, ciertamente, acompañó a su viuda, Francisca Navarro Bringas, en tan
difíciles momentos.
Sin tiempo a superar la pérdida de su hermano, Antonio ha de enfrentarse
a otro doloroso trance. En efecto, Amalia fallece en Córdoba, el 2 de noviembre
de 1917, a causa de una bronconeumonía, siendo enterrada en el Cementerio de
la Salud. También en esta ocasión Antonio podría estar presente acompañando
a su progenitora, ya que desde finales de octubre de ese año se encontraba en si-
tuación de excedencia en la 2ª Región militar. Así parece confirmarlo el que sea
él quien abone, el 5 de ese mismo mes, los derechos de una sepultura situada en
la bovedilla de adulto número veinticuatro, fila quinta, del departamento de San
Hipólito de dicho camposanto, donde había sido enterrada su madre.
A partir de entonces los lazos familiares de Antonio quedan reducidos a sus
hermanas: Amalia, Teresa, casada con José Santos Viguera, y Carmen, casada
con Julián Martínez-Simancas Ximénez, compañero de armas del propio An-
tonio. Aunque es difícil profundizar en estas relaciones, tenemos constancia de
que se mantuvieron contactos tanto con la familia Martínez-Simancas García,
como demuestran el testimonio de Antonio (Azul, 1939) y algunas fotografías,
como con la familia Viguera García, a cuyos hijos ayudó en sus estudios acadé-
micos. Así mismo, cuando llega la hora de su fallecimiento el 27 de septiembre
de 1950 en Córdoba, son sus hermanas Amalia y Carmen, ya viuda de Julián,
las que aparecen en el recordatorio del mismo, junto a su cuñado José Santos
Viguera, ya viudo de Teresa.
La carrera militar de Antonio García Pérez termina en noviembre de 1930,
cuando es separado del Ejército como consecuencia de un tribunal de honor que
se apoya en dudosas y confusas acusaciones. Al parecer es rehabilitado en 1933
o 1934, pero pasando ya a la condición de retirado. Todavía vivirá otros dieciséis
años ejerciendo su oficio de escritor y viviendo en Granada, Madrid y Córdoba.

proemio 22
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

El militar

Como militar, sus notas de concepto extractan la conceptuación que me-


rece a sus superiores. Acredita su valor en Cuba y Marruecos; tiene mucha
aplicación, capacidad y puntualidad en el servicio; su conducta y salud son
buenas. En todas las relacionadas con la instrucción, táctica, ordenanzas, pro-
cedimientos militares, detall y contabilidad, teoría y práctica de tiro, y arte
militar se le califica con “mucho”. En cuanto al conocimiento de idiomas do-
mina el árabe, calificación de “posee”, y conoce el francés con capacidad para
su traducción.
Durante su carrera obtiene los empleos de segundo teniente, por promoción
al acabar sus estudios en la Academia de Infantería, con la antigüedad del 10 de
julio de 1894; primer teniente, con antigüedad del 1 de agosto de 1896; capitán,
con antigüedad del 22 de septiembre de 1899; comandante, con antigüedad de
22 de julio de 1912; teniente coronel, con antigüedad de 7 de diciembre de 1918;
y coronel por disposición de 7 de diciembre de 1928, con antigüedad de 25 de
noviembre de ese mismo año. Todos los ascensos, salvo el inicial de segundo te-
niente, son por antigüedad sin mediar otros méritos.
Su vida profesional se extiende por más de treinta y nueve años de servi-
cios efectivos, a los que se suman dos años, dos meses y doce días por abonos
de campaña, con un total cercano a los cuarenta y dos años. A lo largo de ella
obtiene, por su participación en campañas, dos Cruces al Mérito Militar con
distintivo rojo (una de 1ª y otra de 2ª clase), por méritos de guerra, y dos me-
dallas conmemorativas, Cuba y Marruecos, con sendos pasadores. En tiempo
de paz se le conceden cuatro Cruces al Mérito Militar con distintivo blanco
(tres de 1ª y una de 2ª clase), tres Cruces de 1ª clase al Mérito Naval con dis-
tintivo blanco y cinco Menciones Honoríficas por sus méritos como autor de
diversas obras; a ellas se unen una Cruz de 1ª clase al Mérito Militar con dis-
tintivo blanco, por profesorado, y una Cruz de 2ª clase del Mérito Naval con
distintivo blanco, por servicios especiales. Obtiene, sucesivamente, la Cruz y
Placa pensionada de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, como pre-
mio a su constancia en el servicio.
Además, es miembro de las Órdenes civiles de Carlos III y Alfonso XII, de
las que es nombrado Caballero (Cruz) y Comendador (Encomienda) en ambos
casos. Se le otorgan distinciones extranjeras como la Cruz de Caballero de la
Orden de Cristo de Portugal, la Encomienda de la Orden Xerifiana de Uissan
Alauitte y la Condecoración al Mérito de Chile. Se le reconoce el uso de diversas
medallas conmemorativas, una con motivo de la jura de Alfonso XIII, otra por
el segundo centenario del Bombardeo y asalto de la Villa de Brihuega y el resto
relacionadas con el primer centenario de la Guerra de la Independencia, todas
medallas de plata, del Centenario de los Sitios de Zaragoza, de los Combates de
Puente Sampayo, de los Sitios de Astorga, del Sitio de Ciudad Rodrigo y —la
última— de los Sitios de Gerona.

proemio 23
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Servicios y vicisitudes

Por Real Orden de 7 de julio de 1891 se le concedió el ingreso como cade-


te en la Academia General Militar a la que se incorporó en Toledo el día 30 de
agosto. El 1 de septiembre prestó juramento de fidelidad a la Bandera. Permane-
ció cursando sus estudios en dicho centro hasta que fue disuelto por Real Orden
de 8 de febrero de 1893, aunque esta no sería efectiva hasta terminar el curso, a
finales de junio de aquel año.
Fue entonces cuando pasó a continuar su formación en la Academia de Infan-
tería, según Real Orden Circular de 27 de junio, a la que se incorporó en Toledo el
día 1 de julio, continuando en ella sus estudios hasta que, por haberlos terminado
con aprovechamiento, fue promovido por Real Orden de 10 de julio de 1894 al em-
pleo de segundo teniente de Infantería, con la antigüedad de dicha fecha. Por Real
Orden de 25 de julio fue destinado al Regimiento de Infantería Lealtad núm. 30,
al que se incorporó el día 31 de agosto en la plaza de Burgos. El 30 de noviembre
fue nombrado por su coronel —con la aprobación de la superioridad— abandera-
do del 2º Batallón, empezando a ejercer sus funciones al día siguiente.
Continuaría en la plaza de Burgos hasta primeros de marzo de 1895, cuan-
do por Real Orden telegráfica de 28 de febrero de ese año, confirmada por una
Real Orden Circular de 1 de marzo, se organizaron diversos batallones expedi-
cionarios para Cuba, debiendo cubrirse sus vacantes por sorteo entre los oficiales
de los regimientos que debían formarlos, caso de no existir voluntarios. Uno de
ellos era el Batallón Peninsular núm. 6 que estaba a cargo del Regimiento Leal-
tad núm. 30. Para cumplimentar lo dispuesto en esta Real Orden, la orden del
cuerpo del 3 de marzo ordenaba realizar un sorteo entre los primeros y segun-
dos tenientes del regimiento para cubrir los puestos de estos empleos en la uni-
dad expedicionaria; realizado este en ese mismo día, fue Antonio García Pérez
uno de los seleccionados para el nuevo destino.
El día 7 de marzo de 1895 se incorporó Antonio a su batallón, en la plaza de
Santander, permaneciendo de guarnición allí durante tres días hasta que el 10
embarcó a bordo del vapor León XIII con dirección a La Habana (Cuba). Du-
rante la travesía, el día 15, fue nombrado abanderado por el teniente coronel jefe
del batallón. Por Real Orden Circular de 18 de marzo fue confirmado su destino
al Batallón Peninsular núm. 6. El día 26 de marzo pisaba de nuevo su isla natal,
desembarcando en La Habana donde quedó de guarnición.
Sin embargo, su estancia en la capital cubana sería breve ya que el día 31
del mismo mes su unidad embarcó de nuevo, esta vez a bordo del vapor Gloria,
para Batabanó y Manzanillo; desplazamiento motivado por el estado de guerra
que se había declarado en la provincia de Santiago de Cuba, donde se encontra-
ban aquellas poblaciones. Tras una breve travesía de tres jornadas desembarca-
ba Antonio el día 3 de abril en Manzanillo, donde se quedaría prestando servi-
cio de guarnición.

proemio 24
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Pronto entraría el joven abanderado en combate. El día 21 de abril y a las


órdenes del comandante 2º jefe del batallón José Sánchez Morgat, salió a ope-
raciones de campaña por la jurisdicción de Bayamo (Santiago de Cuba); y solo
dos días más tarde, el 23 del mismo mes, tiene su bautismo de fuego asistiendo,
a las órdenes del teniente coronel jefe del batallón José Araoz, al encuentro con
el enemigo en Sabana de la Loma.
A partir de entonces se suceden las acciones de guerra. En junio, a las órde-
nes del mismo comandante 2º jefe del batallón, toma parte, el día 24, en la de
Cruz Alta; y tres días más tarde asistió a la acción del Cacao contra la partida
del cabecilla cubano Rabi. Su brava actuación en esta última será recompensa-
da con la Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo, concedida en
propuesta aprobada en 19 de julio siguiente por el capitán general de la Isla de
Cuba. Siendo confirmada la concesión por Real Orden de 7 de septiembre de ese
mismo año. Era su primera condecoración en campaña.
El 13 de julio, pocos días antes de que le fuese concedida, asistió a las órde-
nes del mismo jefe a la acción de “Peralejos”, bajo el mando del jefe del batallón,
Francisco Sanmartín Patiños, formando parte de la columna del general Fidel
Alonso Santocildes y a las órdenes del capitán general de la Isla, Arsenio Mar-
tínez de Campos. A finales de este mes, por Real Orden Circular del día 30, se
cambió la denominación al Batallón Peninsular núm. 6, pasando a llamarse a
partir de entonces Batallón de Baza Peninsular núm. 6, sin que esta modifica-
ción supusiese cambio alguno en las actividades de Antonio García.
En virtud de la organización dispuesta en la orden general de 1 de diciem-
bre de 1895 este batallón pasó a formar parte de la 1ª Brigada de la 2ª División
del 1er Cuerpo de Ejército, continuando la unidad en operaciones de campaña
por los términos de Bayamo y Buecito (provincia de Santiago de Cuba) y des-
empeñando Antonio el cargo de abanderado de su batallón. En aquel territorio
permanecieron hasta el día 5 de enero de 1896, cuando García Pérez regresó con
su batallón a Manzanillo; embarcando la unidad el mismo día a bordo del vapor
Antinógenes Menéndez, con destino a la provincia de Pinar del Río.
Tras una travesía de cuatro días llegarían a la ciudad de La Coloma el 9 del
mismo mes, donde desembarcó el batallón, pasando al día siguiente a la de Pi-
nar del Río, capital de la provincia del mismo nombre, declarada en estado de
guerra. A partir de entonces continuará en operaciones de campaña por aquel
territorio. El día 17 del mismo mes de enero se encontró en la acción sostenida
con el enemigo en Puente Taironas, a las órdenes del teniente coronel jefe del
batallón, Francisco Sanmartín Patiño. Prácticamente un mes más tarde, Anto-
nio recibirá su primera recompensa por su actividad como escritor. En efecto,
por Real Orden de 22 de febrero le fue concedida una mención honorífica por
“el celo y laboriosidad revelados” en su obra Nomenclatura del fusil Mausser Es-
pañol modelo 1893, siendo su primera incursión en el mundo de las letras. En
contraste con esta concesión, un mes antes le fue denegada la declaración de su

proemio 25
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

adquisición como “reglamentaria”, por existir ya otra obra similar, según Real
Orden de 29 de enero de 1896.
El estado de guerra en el territorio de Pinar del Río dio lugar a diferentes
acciones en los meses siguientes y, en algunas de ellas, participó Antonio García
Pérez. En los días 14 y 15 de marzo, a las órdenes del coronel Ulpiano Sánchez
Echevarria, asistió a los encuentros y tomas de los campamentos enemigos de-
nominados Santa Mónica, Lisas de Caraguao, Pinares de Santa Catalina y San
Gabriel. El día 8 de abril, a las órdenes del general de brigada Juan Arola, asistió
a la acción de la Carlota; pasando el mismo día con su batallón a la línea militar
“Mariel Majana” donde permaneció en operaciones de campaña hasta el día 16
de junio, cuando embarcó con su unidad en Batabanó a bordo del vapor Purísi-
ma Concepción, para regresar nuevamente a la provincia de Santiago de Cuba.
Los servicios prestados en las operaciones de la citada línea militar “Mariel
Majana” serían recompensados con la Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con
distintivo rojo, concedida por Real Orden de 24 de noviembre de 1896. Sin em-
bargo, años más tarde decidió permutar esta condecoración por la Cruz de Car-
los III. Su solicitud fue admitida, y por Real Orden de 18 de septiembre de 1900
era significado al Ministerio de Estado para la concesión de dicha recompensa
libre de todo gasto e impuesto.
Tras una navegación de tres días llegó el batallón a Manzanillo, donde des-
embarcó el 19 de junio quedando en la plaza, a partir de entonces, de guarni-
ción. Al día siguiente, el 20, salió el segundo teniente García Pérez, agregado
a una compañía, en protección de un convoy por el río Canto, no regresando a
Manzanillo hasta el 28 del mismo mes. Dos días más tarde, por Real Orden Cir-
cular de 30 de junio, le fue concedido el ingreso en la Escuela Superior de Gue-
rra como alumno para realizar el curso de Estado Mayor.
Esta designación no cambió, por el momento, su régimen de servicio. Duran-
te el mes de julio siguió saliendo a operaciones y participando en diversas accio-
nes. El día 10 salió con su batallón a campaña, asistiendo el 16, a las órdenes del
general jefe de la 2ª División, José Bosch, a la acción sostenida con el enemigo en
La Joya. Al día siguiente intervino al ataque y toma del campamento enemigo de-
nominado “Monte Minas”, aunque en esta ocasión estaba a las órdenes del gene-
ral de la 1ª Brigada, Juan Hernández Ferrer. Continuó en operaciones de campa-
ña hasta el día 30 de este mes, fecha en que regresó con su batallón a Manzanillo.
Estas serían sus últimas actuaciones de campaña en Cuba, ya que, según
oficio de 31 de julio de 1896 de la Subinspección de Infantería, se dispuso su
pase a la Península por haber sido nombrado alumno de la Escuela Superior
de Guerra. Pocos días antes había sido declarado apto para el ascenso, por Real
Orden de 27 del mismo mes. Aún permanecería con su batallón en Manzanillo
hasta el 12 de agosto, cuando cesó en el cargo de abanderado; además, por Real
Orden de esa fecha le fue concedido el empleo de primer teniente de Infantería
por antigüedad, con la efectividad de 1 de agosto.

proemio 26
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

El 13 de agosto abandonaba Antonio García Pérez su tierra natal, embar-


cando a bordo del vapor correo Antonio López para emprender la travesía ha-
cia la Península. No podía saber entonces que sería la última vez que veía las
costas cubanas. Aunque llegó a la metrópolis a finales de agosto, hasta el día 1
de octubre no se incorporó en Madrid a la Escuela Superior de Guerra, donde
empezó a cursar sus estudios. En ese intervalo de tiempo fue destinado al Regi-
miento de Infantería Saboya núm. 6, a efectos administrativos y para el percibo
de haberes, continuando como alumno de la citada escuela, según Real Orden
de 21 de septiembre.
Permanecerá en la Escuela Superior de Guerra, cursando sus estudios, en-
tre el 1 de octubre de 1896 y finales de julio 1899. En ese tiempo, fue declarado
apto para el ascenso a capitán de Infantería, por Real Orden de 9 de diciembre
de 1898, y destinado al Regimiento de Infantería Guadalajara núm. 20, para el
percibo de sus haberes pero continuando en la citada escuela cursando estudios,
según Real Orden de 23 de junio de 1899.
Para completar su formación debía efectuar las prácticas que determinaba el
Reglamento de la Escuela Superior de Guerra, aprobado por Real Orden de 5 de
agosto de 1896. Estas se extendieron durante otros tres años, entre julio de 1899
y julio de 1902. Las inició en el Regimiento Lanceros de España, 7º de Caballe-
ría, al que fue destinado, en prácticas, según Real Orden de 10 de julio de 1899
y al que se incorporó en la plaza de Burgos el día 27 de septiembre donde prestó
los servicios que señalaba el citado reglamento. Casi inmediatamente, por Real
Orden de 6 de octubre, le fue concedido el empleo de capitán de Infantería por
antigüedad con la efectividad de 22 de septiembre anterior. Las prácticas en el
Arma de Caballería se prolongaron hasta finales de noviembre de ese año, aun-
que por Real Orden de 23 de octubre fue destinado al Regimiento de Infante-
ría Reserva de Lugo núm. 64, solo para el percibo de haberes, continuando sus
prácticas como alumno de la Escuela Superior de Guerra.
La siguiente etapa era las prácticas en el Arma Artillería. Así, por Real Or-
den de 14 de noviembre de 1899, fue destinado al 13º Regimiento Montado de
Artillería para continuarlas, unidad a la que se incorporó sin dejar la plaza de
Burgos el día 30 del mismo mes, permaneciendo en el Cuerpo hasta finales de
marzo del año siguiente. Las prácticas de Ingenieros las realizó en el 1er Regi-
miento de Zapadores Minadores, de guarnición en Logroño, al que fue destina-
do para continuarlas por Real Orden de 27 de marzo de 1900, y al que se incor-
poró en dicha plaza el día 1 de abril; durante ellas asistió a las escuelas prácticas
que efectuó dicho Cuerpo, permaneciendo en la capital riojana hasta finales de
julio. En ambos regimientos prestó los servicios que determinaba el reglamento
de la citada escuela.
Una vez realizadas las prácticas en estas tres Armas y Cuerpos, pasó a com-
pletarlas en destinos relacionados con las actividades propias del Cuerpo de Es-
tado Mayor. En primer lugar fue destinado al Estado Mayor de la Capitanía Ge-

proemio 27
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

neral de la 6ª Región, por Real Orden de 31 de julio, al que se incorporó el día


1 de agosto de 1900, regresando de nuevo a la plaza de Burgos. Allí permaneció
hasta finales de julio de 1901, prestando los servicios que señalaba el reglamen-
to de dicha escuela.
Las prácticas no le impidieron dedicarse a la redacción de diversas obras
y estudios, por algunas de las cuales sería premiado. Así sucedió con su Rese-
ña histórico-militar de la campaña del Paraguay (1864 á 1870) por la que le fue
concedida la Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco, por Real
Orden de 3 de mayo de 1901. Durante su estancia en Burgos fue destinado, por
Real Orden de 25 de junio de 1901, al Regimiento de Infantería de Reserva de
Alicante núm. 101, para el percibo de haberes, continuando sus prácticas de Es-
tado Mayor.
Por otra Real Orden de 26 de julio de 1901 pasa al Depósito de la Guerra
para continuar sus prácticas; y, sin haber verificado su incorporación a este cen-
tro, fue destinado por el jefe del mismo, según orden de fecha 29 del citado ju-
lio, a la Comisión del plano de Canarias, a la que se incorporó en La Laguna el
19 de agosto. Por Real Orden de 26 de septiembre fue destinado al Regimiento
de Infantería Reserva de Compostela núm. 91, a efectos del percibo de haberes,
continuando sus prácticas como alumno de la Escuela Superior de Guerra. Sin
dejar el Depósito de la Guerra, en 27 de diciembre de 1901 fue destinado por el
jefe de esta dependencia a la Comisión del mapa militar de Sevilla, donde se in-
corporó el 1 de febrero de 1902.
A partir de esa fecha, continuó sus prácticas en aquella comisión de la ca-
pital hispalense, hasta que fue destinado, por el jefe del Depósito de la Guerra,
el 21 de marzo de 1902, a continuarlas en la sede de este centro en Madrid, in-
corporándose el día 7 de abril de dicho año, y donde permaneció hasta la fina-
lización de las prácticas. Poco antes de terminarlas, por Real Orden Circular de
23 de julio, se le concede licencia en expectación de destino, que comenzaría al
terminar en fin de ese mes sus prácticas como alumno de la Escuela Superior
de Guerra.
La espera de nuevo destino se prolonga hasta los últimos días de agosto. Por
Real Orden Circular de 26 de ese mes fue destinado al Regimiento de Infantería
Reserva de Alicante núm. 101, continuando como alumno de la Escuela Supe-
rior de Guerra; unidad a la que no llegó a incorporarse ya que, dos días después,
otra Real Orden Circular ampliaba hasta el fin de septiembre la licencia que
disfrutaba. Antes de que expirase, según Real Orden Circular de 24 de septiem-
bre, fue destinado al Regimiento de Infantería de Reserva Ramales núm. 73, de
guarnición en Córdoba.
Para entonces había terminado oficialmente sus estudios en la Escuela Su-
perior de Guerra, tal y como se recogía en una Real Orden de 27 de agosto de
1902. En ella se disponía su incorporación al Cuerpo de destino para prestar el
servicio de su clase, en virtud de haber terminado con aprovechamiento sus es-

proemio 28
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

tudios y prácticas reglamentarias con la nota de “bueno” y en el puesto cuarenta


de los cincuenta alumnos. Así mismo, se le reconocía el derecho a disfrutar de
las ventajas expresadas en los artículos 26 y 32 del Real Decreto de 8 de febrero
de 1893 y en el 79 del Reglamento de la Escuela Superior de Guerra vigente por
Real Decreto de 27 de junio de 1894. Finalmente, la disposición del 27 de agosto
ordenaba que el Ministerio de la Guerra expidiese el correspondiente diploma
de Estado Mayor a su favor. Sin embargo, tanto el puesto como el reconocimien-
to de las ventajas dejaron insatisfecho a Antonio García Pérez ya que el prime-
ro le impedía entrar en el Cuerpo de Estado Mayor y las segundas no suponían
mejora alguna a los capitanes, por lo que lucharía para conseguir otra recom-
pensa distinta a las otorgadas, sin conseguirlo.
El nuevo diplomado de Estado Mayor se incorporó al Regimiento de Ra-
males núm. 73 el 25 de octubre de 1902, quedando de guarnición en la plaza de
Córdoba. A finales de ese año, según acta aprobada por el general subinspec-
tor de la Región, en oficio de 15 de diciembre, fue designado para desempeñar
el cargo de cajero en la anualidad siguiente. En consecuencia, el 1 de enero de
1903, comenzó a desempeñar el citado cargo en su regimiento.
Durante este año Antonio García Pérez muestra vivo interés por conseguir
diversas medallas conmemorativas y de campaña, con vistas a incrementar su
curriculum de honores. Así, por Real Orden de 1 de mayo se le concede el uso
de la Medalla de la Jura de Alfonso XIII, creada por Real Decreto de 19 de ju-
nio de 1902 para conmemorar la jura del joven monarca ante las Cortes el 17 de
junio de aquel año. En otra disposición, de 19 del mismo mes, del capitán gene-
ral de la 2ª Región, se le autoriza para usar la Medalla de la Campaña de Cuba,
creada por Real Decreto de 1 de febrero de 1899, con derecho a un pasador con
arreglo a lo dispuesto en el caso 3º de la Real Orden Circular de la misma fecha.
Además, por Real Orden de 18 de julio se le concede autorización para el uso de
la insignia de la Cruz de Caballero de la Orden del Cristo de Portugal.
Al margen de estos reconocimientos, antes de finalizar el año volverá a ver
recompensado su trabajo como erudito y escritor. En efecto, por Real Orden de
6 de octubre se le concede la Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo
blanco por cinco de sus obras: Guerra de Secesión: El General Pope; Una campa-
ña de ocho días en Chile; Proyecto de nueva organización del Estado Mayor de la
República Oriental del Uruguay; Estudio político-militar de la campaña de Méxi-
co 1861-1867; y Campaña del Pacífico entre las repúblicas de Chile, Perú y Bolivia.
En 1902, Antonio García Pérez había presentado estos trabajos a la Junta Con-
sultiva de Guerra, con vistas a obtener un reconocimiento a su labor científica,
mientras realizaba sus prácticas de Estado Mayor.
Sus obligaciones militares en el regimiento no le impiden continuar con la
redacción de escritos de variada temática. Así, el 19 de mayo de 1904 obtiene el
primer premio, correspondiente al tema octavo, de los juegos florales celebrados
en Sevilla con su obra titulada Determinación de las materias que deben entrar

proemio 29
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

en los programas de la enseñanza primaria y de las que deben eliminarse por no es-
tar en armonía con el desarrollo de las facultades del niño. En el mismo tema fue
otorgado un primer accésit a Antonio Cremades y Bernal, maestro de Requena
(Valencia), y un segundo a Juan Arrabal Jiménez, maestro de Barco de Ávila,
según publicaba la Gaceta de la Instrucción Pública (12 de junio de 1904). Al día
siguiente le otorgan un premio similar en los juegos florales de Córdoba, en este
caso por su trabajo titulado Reglamentación de la mendicidad en Córdoba.
En ese mismo año se celebran varios certámenes marianos, con motivo de
los cincuenta años de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción
de María. García Pérez obtiene premio extraordinario en el de Sevilla, celebra-
do el día 5 de diciembre, por su memoria titulada Glorias de María Inmaculada
en los hechos de Armas más salientes del Ejército Español. Así mismo, resultan pre-
miadas en el encuentro de Zaragoza, celebrado el 26 del mismo mes, sendas me-
morias suyas, tituladas Influencia en el Arma de Infantería de su Patrona la Purí-
sima Concepción y ¿Por qué la valerosa Infantería Española adoptó como Patrona
única la Inmaculada Concepción?, obras que obtienen un primer premio y una
mención honorífica, respectivamente.
La elección de estos temas era consecuencia de la inclusión en el programa,
de la mayoría de esos certámenes, de un apartado específico dedicado a tratar
la vinculación entre la Inmaculada Concepción y la Infantería española. Así, el
programa del Certamen Mariano de Toledo señalaba para el tema sexto: “La
Inmaculada Concepción y la infantería española. Romance histórico o historia
en prosa acerca del Patronato de María Inmaculada sobre el arma de infantería”
(El Siglo Futuro. Diario Católico, 11 de julio de 1904). No obstante, no tenemos
constancia de que Antonio García Pérez presentase más trabajos a este u otros
certámenes similares.
Sin embargo, no todo son premios y reconocimientos. Durante el año 1903,
Antonio García Pérez presentó otras dos obras a la consideración del Ministe-
rio de la Guerra: una para su declaración como libro de texto en las academias
militares y de adquisición obligatoria para todas las unidades, titulada Nocio-
nes de Derecho Internacional y Leyes de la Guerra; la otra, con el título Organiza-
ción Militar de América —1ª parte— Guatemala, Ecuador, Bolivia, Brasil y Mé-
jico, para optar a la recompensa que se decidiese. Los informes de la reunión de
Estado Mayor de la Junta Consultiva de Guerra y de la misma Junta, emitidos
entre octubre y diciembre de 1904, fueron negativos y ambas peticiones fueron
denegadas. Curiosamente, la segunda sería recompensada en Portugal con la
Cruz de Caballero de la Orden de Cristo, según afirma el propio Antonio (Gar-
cía Pérez: 1911, 33).
Hasta el 12 de diciembre de 1904 permanece Antonio García Pérez de guar-
nición en Córdoba, destinado en el Regimiento de Infantería Reserva de Rama-
les núm. 73. Una Real Orden Circular de esa fecha lo destina al Batallón de 2ª
Reserva de Córdoba núm. 22, en la misma ciudad, y según oficio del mismo día

proemio 30
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

del gobernador militar de aquella plaza, trasladando otro de 26 de noviembre


del general secretario del Consejo Supremo de Guerra y Marina, se dispone su
asistencia como defensor ante dicho Consejo Supremo para cuyo objeto marchó
a Madrid el 19 de diciembre. Nada más llegar a la capital, el día 21, pronuncia
una conferencia, titulada Añoranzas americanas, en el Centro del Ejército y de la
Armada madrileño. El día 30 de diciembre, una vez terminada su comisión, se
incorporó nuevamente al Regimiento de Ramales núm. 73, causando baja en él
al día siguiente.
El 1 de enero de 1905 se incorporó en la capital cordobesa al Batallón 2ª Re-
serva de Córdoba núm. 22 quedando de servicio ordinario. Según oficio, de 15
del mismo mes, del general gobernador militar de la plaza fue nombrado, con
autorización del general del 2º Cuerpo de Ejército, juez instructor de parte de
los procedimientos que tenían a su cargo los jueces eventuales de la plaza de
Córdoba. Y aunque a los pocos días fue destinado a la Caja de Recluta de Mon-
toro núm. 24, por Real Orden de 26 de enero, continuó desempeñando su cargo
en la ciudad de la Mezquita ya que no se incorporó a su nuevo destino, en vir-
tud de oficio de 1 de febrero del gobernador militar de la plaza, dando traslado
de otro de fecha 31 de enero del general del 2º Cuerpo de Ejército, por el cual se
dispuso que hasta nueva orden siguiese entendiendo en los procesos y expedien-
tes que tenía a su cargo como juez instructor.
A pesar de este aplazamiento, su estancia en Córdoba duraría poco tiem-
po. A finales de marzo ese mismo año de 1905, por Real Orden de 28 del citado
mes, fue destinado a la Zona de Reclutamiento y Reserva de Soria núm. 42, a la
que se incorporó en dicha ciudad el 30 de abril. Por orden del coronel jefe de di-
cha zona, pasó a auxiliar los trabajos de la Caja de Recluta. Según oficio de 4 de
julio del general del 6º Cuerpo de Ejército fue destinado a prestar sus servicios
como secretario interino del Gobierno Militar de Soria.
Poco más de un mes estuvo Antonio García Pérez desempeñando este cargo.
Por Real Orden de 14 de agosto del citado año fue nombrado profesor de la Aca-
demia de Infantería, en comisión; y unos días más tarde, el 22 del mismo mes, ce-
saba por este motivo en el cometido de secretario interino en Soria. Probablemen-
te, al abandonar aquella ciudad pisaba por última vez la tierra de su padre, ya que
antes de incorporarse al centro de enseñanza toledano fue destinado al Batallón
2ª Reserva de Monforte núm. 113, por Real Orden de 26 de agosto, pero permane-
ciendo en comisión en la Academia de Infantería.
Ya en Toledo, se incorporó a la Academia el día 1 de septiembre de 1905;
empezando a impartir las primeras clases de primer año (cada curso o año cons-
taba de tres clases o grupos y cada una de ellas comprendía varias asignatu-
ras), compuestas de Ordenanza, Táctica, Fusil reglamentario, Órdenes genera-
les para oficiales, Organización militar, Servicio de guarnición, Tratamientos y
honores, y Reglamentos para el servicio de los Cuerpos de Infantería, título 1º;
así como de una clase de idioma árabe en el segundo año. A primeros de diciem-

proemio 31
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

bre fue destinado como profesor de plantilla en la Academia, por Real Orden de
1 de este mes, cargo que desempeñará durante los siete años siguientes, hasta su
ascenso a comandante en 1912. Como profesor efectivo, imparte una nueva con-
ferencia en el Centro del Ejército y de la Armada de Madrid, el 27 de enero de
1906, con el título Militarismo y socialismo.
Su dedicación como escritor continuó siendo reconocida durante el curso es-
colar en distintos ámbitos. Así, a los pocos días de ser confirmado en su puesto
de profesor, fue premiado, nuevamente, por otra de sus obras titulada Educación
Militar del soldado; en esta ocasión le fue concedida una Mención Honorífica
por Real Orden de 4 de diciembre de 1905. Según oficio de 1 de marzo de 1906
del general del 1er Cuerpo de Ejército, se dispone que se haga constar en su hoja
de servicios “haber visto con agrado y satisfacción el buen deseo y aplicación de-
mostrados” en su obra titulada Antecedentes políticos-diplomáticos de la expedi-
ción española a México (1836-62). El tibio reconocimiento de su propio Ejército
contrasta con el de la Armada que pocos meses después recompensaba al au-
tor por esta misma obra con la Cruz de 1ª clase del Mérito Naval con distintivo
blanco, según Real Orden de 5 de julio del Ministerio de Marina.
Además, esta y otras obras sobre Méjico, como la ya citada Estudio político-
militar de la campaña de México 1861-1867 y Organización militar de México, ya lo
habían hecho acreedor al nombramiento de socio honorario de la Sociedad Mexi-
cana de Geografía y Estadística que había tenido lugar el 15 de febrero de 1906.
Su labor docente en las aulas se ve complementada con la realizada en las
lecciones sobre el terreno y en la instrucción de los cadetes, cuya fase final eran
las prácticas de conjunto. A fin de verificarlas, según lo dispuesto por Real Or-
den de 9 de abril de 1906, el capitán García Pérez marchó, el día 24 del mismo
mes y por jornadas ordinarias, al campamento de los Alijares con el Batallón de
Alumnos al mando del coronel director, Juan San Pedro Cea. Allí permaneció
hasta el 4 de mayo, cuando regresó de la misma forma a Toledo, una vez termi-
nadas aquellas.
El 1 de septiembre de 1906, con el inicio de un nuevo curso, empezó a im-
partir las primeras clases de segundo año, compuestas de las asignaturas: Re-
glamento para el Detall y Régimen de los Cuerpos, Táctica de Brigada, Regla-
mento de Campaña, Contabilidad, Geografía Militar de España y Geografía de
Marruecos; y desde el 1 de octubre, una clase de árabe en segundo curso. A fi-
nales de este curso las prácticas de conjunto fueron dispuestas por Real Orden
de 10 de abril de 1907 y, para verificarlas el día 22 del mismo mes y por jornadas
ordinarias, marchó al campamento de los Alijares con el Batallón de Alumnos,
al mando del coronel director Juan San Pedro Cea, en donde permaneció hasta
el 5 de mayo, y terminadas aquellas regresó de igual forma a Toledo. Además,
en ese mismo año participó, por primera vez, como vocal titular del tribunal, en
el primer ejercicio compuesto de francés, dibujo y literarias, de los exámenes de
ingreso en la Academia realizados entre los meses de mayo y junio.

proemio 32
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

La modificación de la normativa relativa a la formación de los oficiales de


Estado Mayor, aprobada por Real Decreto de 31 de mayo de 1904, le permitió
que se le reconociese la aptitud de Estado Mayor tres años más tarde. Así, por
Real Orden de 14 de mayo de 1907 se le consideraba comprendido en el grupo
de “aptitud acreditada”, según determinaba el artículo 11 del citado Real Decre-
to de 1904, y por tanto con derecho a las ventajas que señalaba el párrafo 2º del
artículo 13 de dicha disposición, por haber efectuado los estudios y prácticas de
la Escuela Superior de Guerra.
Los premios y reconocimientos llegan también en 1907. Así, su memoria ti-
tulada Estudio político-social de la España del siglo XVI fue premiada en el Cer-
tamen Internacional de Madrid. Además, a finales de ese año, ingresa como
socio en la Real Sociedad Geográfica de Madrid, según acuerdo tomado en la
sesión de esta corporación celebrada el 26 de noviembre.
Por otro lado, en su tercer curso como profesor en Toledo, desde el 1 de
septiembre de 1907, continuó impartiendo las primeras clases de segundo año,
compuestas de las mismas asignaturas que el curso anterior; así como una de
idioma árabe, en esta ocasión en tercer curso. Su actividad docente no varió
prácticamente en nada; interviniendo tanto en las prácticas de conjunto en el
campamento de los Alijares como en el tribunal del primer ejercicio —vocal su-
plente— compuesto por las materias ya señaladas, en los exámenes de ingreso
de la Academia de mayo y junio.
A finales de ese curso escolar tendrá lugar un acontecimiento que marcará la
actividad de nuestro biografiado en la Academia de Infantería, hasta que deje su
cometido como profesor. En efecto, por Real Orden de 1 de mayo de ese mismo
año se crea el Museo de Infantería, con sede en la propia Academia, siendo su di-
rector el responsable del nuevo organismo. A los pocos días, en la orden del cen-
tro, de fecha 3 de mayo, Antonio es nombrado auxiliar de la dirección del museo.
Según el mismo García Pérez, la actividad del Museo de Infantería se inició el 14
de julio de 1908, siendo su director el coronel Luis de Fridrich Domecq, auxiliado
por el comandante Hilario González González, el citado Antonio García Pérez y
el primer teniente Víctor Martínez Simancas (Ilustración Militar: 1911, 15).
Su labor docente como profesor de árabe le impulsa a escribir la obra Árabe
vulgar y cultura arábiga, por la que será recompensado con una nueva mención
honorífica, otorgada por Real Orden de 19 de agosto de 1908. Por otro lado, su
actividad como profesor no experimenta ningún cambio en el curso académico
1908-1909, iniciado el 1 de septiembre del primero de estos años; volvió a hacer-
se cargo de las primeras clases de segundo año con las mismas asignaturas ya
mencionadas, así como de dos clases de idioma árabe, las terceras de segundo y
tercer año. Cuando finalizaba el curso fue declarado apto para el ascenso a co-
mandante de Infantería, según Real Orden de 1 de junio de 1909.
Así mismo, fue, otra vez, suplente del tribunal del primer ejercicio en los
exámenes de ingreso de mayo y junio de 1909. En esta ocasión se habían convo-

proemio 33
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

cado ciento cincuenta plazas para la Academia de Infantería, a las que se pre-
sentaron mil seiscientos noventa y cinco aspirantes. El tribunal titular para el
primer ejercicio, francés y dibujo, estaba compuesto por el comandante Beni-
to Ruiz Sainz, como presidente, y los capitanes Mauricio Pérez García, Rafael
González Gómez y Ricardo Rey Castrillón, junto al teniente Juan Ozuela Gue-
rra, como vocales. Además de Antonio García Pérez, el tribunal suplente esta-
ba compuesto por el comandante Francisco Cebiá (presidente) y otros dos voca-
les, el capitán José Fernández Macafinloc y el teniente Manuel Molina Galano.
Gracias a esa suplencia puede impartir una nueva conferencia, titulada Fortea,
en el Centro del Ejército y de la Armada de Madrid, el día 18 de mayo.
La aparente rutina de la docencia se ve compensada por los reconocimientos
recibidos en el año 1909. Su trabajo La Iglesia es causa de la libertad de los pueblos
obtiene un primer premio en los juegos florales de Alicante celebrados el 19 y 20
de enero, con ocasión de la visita a aquella ciudad del rey Alfonso XIII. Por Real
Orden de 25 de febrero se le concede la Encomienda ordinaria de la real y dis-
tinguida Orden de Carlos III, a propuesta del Ayuntamiento de Granada y en
reconocimiento a los trabajos que llevó a cabo para esclarecer la historia familiar
y el lugar de nacimiento del cadete Vázquez y Afán de Ribera, plasmados en su
obra Heroísmo documentado del Cadete D. Juan Vázquez Afán de Ribera.
Además, en el ámbito militar, su obra Estudio militar de las costas y fronteras de
España merece la atención del Ministerio de Marina que, por Real Orden de 20 de
marzo de este año, le concede por ella la Cruz de 1ª clase de la Orden del Mérito
Naval con distintivo blanco. También se recomienda a los Cuerpos de Infantería
su trabajo Inmolación del Capitán Vicente Moreno, por Real Orden de 5 de agosto.
Así mismo, el 25 de junio de este año presentó el diploma acreditativo de que se
hallaba en posesión de la Medalla de Plata conmemorativa del Centenario de los
sitios de Zaragoza, creada por Real Decreto de 9 de junio de 1908.
La negativa en 1904 a premiar su trabajo sobre Derecho internacional lo de-
bió impulsar a mejorar su obra y en marzo de 1909 era publicado el libro titula-
do Derecho internacional público, del que Antonio García Pérez era autor junto
a su compañero de promoción Manuel García Álvarez, también profesor en la
Academia de Infantería. En esta ocasión el reconocimiento es casi inmediato.
Por Real Orden comunicada por el general subsecretario del Ministerio de la
Guerra, en 21 de julio de ese mismo año, se declara texto provisional en la Aca-
demia de Infantería dicha obra. Por otra Real Orden comunicada por el capitán
general de la 1ª Región en 11 de agosto, se trasmite el agradecimiento, en nom-
bre de S. M. el Rey, a sus autores. Según Real Orden de 7 de noviembre de 1909
del Ministerio de Marina se les concede la Cruz de 1ª clase del Mérito Naval con
distintivo blanco sin pensión por la misma publicación. Una recompensa similar
pero, por parte del Ejército, tardará casi un año. Hasta el 15 de octubre de 1910
no se les concede la Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco en
reconocimiento a su libro, según Real Orden de esa fecha.

proemio 34
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Entre los cadetes que García Pérez había formado durante los años anterio-
res figuraba el infante Alfonso de Orleans y de Borbón, primo del rey Alfonso
XIII, ya que era hijo de la infanta Eulalia de Borbón, hija de Isabel II y herma-
na de Alfonso XII. Este había ingresado en julio de 1906, una vez superado el
examen correspondiente, realizando su incorporación a la Academia de Infan-
tería en septiembre de ese mismo año con el resto de los integrantes de la XIII
promoción. En julio de 1909, en vísperas de su salida de este centro como se-
gundo teniente de Infantería, Antonio García Pérez le dedicó un artículo titula-
do La Realeza en la Infantería española. En él festejaba el fin de carrera de dicha
promoción, destacando la sencillez del Infante y su buen comportamiento como
un alumno normal en la Academia, deseándole suerte y dándole la bienvenida a
la gran familia militar de Infantería (Yusta: 2011, 50).
El trabajo del capitán sobre el Infante era destacado en la revista Ilustración
Militar, pocos días después del acto de entrega de despachos (12 de julio de 1909):
El entusiasta cuanto distinguido e ilustrado Capitán Profesor de aquella Acade-
mia D. Antonio García Pérez, en fácil y galano estilo, ha publicado en la prensa el
panegírico del que fue su augusto discípulo y hoy honra las filas de la “Valerosa” lle-
vando a ella el esplendor de la realeza y un alto ejemplo de virtudes que imitar.
Sin embargo, las circunstancias familiares del Infante provocaron un grave
incidente ya que contrajo matrimonio, tres días después de su salida de la Aca-
demia, sin el preceptivo permiso del rey Alfonso XIII y en contra de los deseos
del Gobierno de Maura. Este hecho dio como resultado la fulminante pérdida
de derechos dinásticos de Alfonso de Orleans y la apertura de un expediente en
el ámbito militar, por contraer matrimonio sin cumplir los requisitos estableci-
dos en el Ejército, que culminó con su separación del mismo. Pero también para
el propio García Pérez, algún tiempo después.
Antonio comenzó un nuevo curso el 1 de septiembre de 1909 desempeñan-
do, otra vez, las primeras clases de segundo año y la de idioma árabe en las ter-
ceras de tercer año. Por Real Orden de 25 de octubre de ese año le fue concedida
la Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco y pasador de profe-
sorado, por llevar cuatro años en el desempeño del mismo. Por Real Orden de
12 de noviembre se dan las gracias al director y profesores de la Academia de In-
fantería por el brillante estado de instrucción de dicho Centro, con motivo de la
visita de SS. MM. los Reyes de España y Portugal. El 22 de abril de 1910 mar-
chó al campamento de los Alijares, por jornadas ordinarias, con el Batallón de
Alumnos al mando del coronel director José Villalba Riquelme, para verificar
las prácticas de conjunto dispuestas por Real Orden de 19 de ese mismo mes.
Una vez terminadas, regresó a Toledo, el 1 de mayo, de la misma forma. Duran-
te los meses de mayo y junio, formó parte del tribunal del primer ejercicio en los
exámenes de ingreso en la Academia de Infantería.
Como escritor obtiene un primer premio en los juegos florales celebrados en
Hellín (Albacete), el día 30 de septiembre de 1909, con su trabajo La ciencia en

proemio 35
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

la Guerra. Además, por Real Orden de 20 de mayo de 1910 se declara de utili-


dad para la enseñanza en las escuelas regimentales del Ejército la obra Leyes de
la Guerra. Manual para las clases de tropa de la que es autor, en colaboración con
Manuel García Álvarez. Muestra de su creciente prestigio son los nombramien-
tos de académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, llevado a
efecto en la junta de dicha corporación del 12 de noviembre de 1909, y de la Real
Academia Sevillana de Buenas Letras, en su sesión de 8 de abril de 1910.
El 1 de septiembre de 1910, con el inicio del un nuevo curso, continúa de­
sempeñando las primeras clases de segundo año y una de idioma árabe en ter-
cer año. Pero pronto se ve interrumpida su labor por un desagradable incidente.
El 22 de ese mismo mes, el periódico La Correspondencia Militar publica en su
primera plana un artículo del Capitán García Pérez, titulado “Rehabilitación de
D. Alfonso de Orleans y Borbón”, en el que defiende la vuelta a España del In-
fante y llama a los miembros de su promoción, así como a todos los integrantes
del Arma de Infantería, a que se unan a esta petición. Del llamamiento se ha-
cen eco otros medios de prensa, que recogen también la reacción inmediata de
las autoridades superiores ordenando abrir diligencias para sancionar a Antonio.
La consecuencia es un mes de arresto para él, que comienza a cumplir el 10 de
octubre de ese mismo año.
La polémica tiene otro resultado imprevisto. El nombramiento de Gentil-
hombre del Rey que Antonio ambicionaba queda aparcado. En efecto, al pare-
cer, el capitán García Pérez llevaba moviendo los hilos para obtener el ansiado
nombramiento desde hacía tiempo; para ello había contado con la intercesión de
Miguel Tacón y Calderón, tercer marqués de Bayamo y diputado a Cortes por el
distrito de Vivero (Lugo) entre 1910 y 1914, el cual tras una audiencia con el pro-
pio monarca, conseguiría la inclusión del oficial entre los aspirantes al nombra-
miento, a finales de julio de 1910. Pero antes de que este tuviese efecto surgió el
incendiario artículo y el consiguiente arresto; por lo que el rey, cuando el mismo
intermediario le recordó el nombramiento, se negó a conceder la gracia “hasta
que no pasase bastante tiempo” ya que si lo habían castigado los tribunales mi-
litares no le podía dar una merced al mismo tiempo.
Tras cumplir el castigo, probablemente en el cuartel de San Francisco el
Grande de Madrid, Antonio se reincorpora a su destino en Toledo, retoman-
do sus clases. El 19 de abril de 1911, a fin de verificar las prácticas de conjunto
dispuestas por Real Orden de 10 de ese mismo mes, marchó por jornadas or-
dinarias al campamento de los Alijares con el Batallón de Alumnos, al mando
del coronel director José Villalba Riquelme, en donde permaneció hasta el 4 de
mayo en que, terminadas aquellas, regresó a Toledo de la misma forma. Entre
mayo y junio de este año examinó de primer ejercicio, compuesto de francés, di-
bujo y literarias, en los exámenes de ingreso.
A pesar de la sanción, las distinciones siguen llegando. Por Real Orden de
1 de febrero de 1911, comunicada por el capitán general de la 1ª Región en 7 del

proemio 36
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

mismo mes, se le autoriza a usar sobre el uniforme las insignias de Caballero


de la Orden de Alfonso XII y se dispone que se anote esta circunstancia en su
hoja de servicios. Además, en 10 de junio de ese mismo año presentó el diploma
acreditativo de que se hallaba en posesión de la Medalla de Plata conmemorati-
va del Centenario de los Sitios de Astorga, creada por Real Decreto de 5 de sep-
tiembre de 1910.
En 1 de septiembre de 1911, principió otro nuevo curso académico conti-
nuando con la responsabilidad de las primeras clases de segundo y una de de
idioma árabe en tercer curso. A fin de verificar las prácticas de conjunto, dis-
puestas por Real Orden de 24 de abril de 1912, el día 30 del mismo mes mar-
chó, por jornadas ordinarias, al campamento de los Alijares con el Batallón de
Alumnos, al mando del coronel director Severiano Martínez Anido, en donde
permaneció hasta el 11 de mayo, y terminadas aquellas, regresó a Toledo de la
misma forma. Examinó a los aspirantes en el primer ejercicio de las pruebas de
ingreso de este año.
Por Real Orden de 2 de agosto le fue concedido el empleo de comandante
de Infantería por antigüedad, con la efectividad de 22 de julio anterior. Aunque
este ascenso suponía su baja en el destino, por Real Orden de 13 del mismo mes
se dispone continúe en comisión en la Academia de Infantería hasta fin de cur-
so. Cuatro días más tarde, por Real Orden del día 17, fue destinado a situación
de excedente en la 1ª Región, continuando su comisión en la citada Academia
hasta el fin de septiembre. El día 1 de octubre quedó, definitivamente, en la si-
tuación de excedente con residencia en Toledo, continuando en la misma en
aquella plaza hasta finales de septiembre de 1913.
Al margen de su actividad profesional, el 22 de enero de 1912 es nombrado,
finalmente, Gentilhombre de Entrada del Rey, según Real Orden de esa misma
fecha. Además, en 30 de marzo de ese mismo año presentó los diplomas acredi-
tativos de que se hallaba en posesión de las Medallas de Plata conmemorativas
del Bombardeo y asalto de la Villa de Brihuega, creada por Real Decreto de 10
de febrero de 1911 y del Sitio de Ciudad Rodrigo, creada por Real Decreto de 3
de marzo del mismo año.
Mientras espera destino, trabaja en sus escritos y acumula nuevos reconoci-
mientos. En ese tiempo se le declara pensionada con el diez por ciento del suel-
do de su actual empleo, hasta su ascenso al inmediato, la Cruz de 1ª clase del
Mérito Militar con distintivo blanco y pasador del profesorado que le había sido
concedida por Real Orden de 25 de octubre de 1909, todo ello según Real Or-
den de 31 de enero de 1913. Según una Real Orden manuscrita del Ministerio
de Marina, de fecha 15 de abril de ese mismo año, se le concede la Cruz de 2ª
clase del Mérito Naval con distintivo blanco como premio a servicios especiales.
Además solicita la invalidación de la nota existente en su hoja de servicios que
recoge el arresto de un mes que le fue impuesto por el artículo en defensa de Al-
fonso de Orleans; la cual se concede a finales de junio de 1913.

proemio 37
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

A últimos de septiembre de 1913 dejará la situación de excedencia, cuando


por Real Orden de 24 de dicho mes fue destinado al Regimiento de Infantería
Castilla núm. 16, al que se incorporó el día 29 de octubre en la plaza de Bada-
joz quedando de servicio ordinario. Al poco de su incorporación fue nombrado
jefe inspector de las academias regimentales, según orden de este Cuerpo de 5
de noviembre. El 11 de diciembre de ese mismo año marchó a Córdoba en uso
de licencia de Pascuas, donde permaneció hasta el 18 de enero de 1914.
El 19 de enero de dicho año se incorporó nuevamente a su cuerpo, en Ba-
dajoz. Allí permaneció prestando servicio de guarnición hasta el 2 de abril si-
guiente, cuando marcha a Madrid con una comisión de servicio de tres meses
para investigar en diversos archivos con el fin de reconstituir la historia de su
regimiento, según Real Orden de 17 de febrero de 1914, comunicada por el ge-
neral gobernador militar de la plaza en oficio de 27 de marzo. Comisión que le
fue prorrogada hasta fin de junio, por Real Orden de 18 de mayo. Ocho días más
tarde de esta disposición, y sin terminar la comisión, fue destinado al cuadro
para eventualidades del servicio en Ceuta, por Real Orden de 26 del citado mes.
Sin regresar a su puesto en Badajoz, se incorpora a su nuevo destino en la
plaza de Ceuta el 2 de julio de 1914, siendo destinado por el comandante en jefe,
en oficio de fecha 6 de julio, en comisión al Regimiento de Infantería de Borbón
núm. 17, verificando su incorporación al mismo en Tetuán tres días después, el
día 9, pasando a prestar sus servicios al primer batallón de dicho cuerpo. Por
Real Orden de 24 del mismo mes es destinado de plantilla al mismo regimien-
to, quedando en el citado batallón de servicios de campaña. Por orden de su co-
ronel, inserta en la del Cuerpo del día 31 de julio, es nombrado inspector de las
academias y escuelas regimentales del 1º y 2º batallón, continuando de servicios
de campaña en el campamento general de Tetuán y ejerciendo el citado cargo de
inspector hasta primeros de septiembre de 1915.
En ese tiempo, se hizo cargo del mando de su batallón entre el 2 de febrero
de 1915, según orden del Cuerpo de ese día, y el 28 del mismo mes, en que cesó.
Del 7 de marzo hasta el 2 de junio, volvió a ejercer el mismo mando. El día 1 de
agosto asumió nuevamente la jefatura de la citada unidad, cesando el 16 del mis-
mo y quedando de servicios de campaña en el campamento general de Tetuán.
El 20 de igual mes presentó un diploma expedido por el presidente del Consejo
de Ministros, de fecha 18 de mayo de 1910, por el que se le concede derecho a la
Medalla de Plata conmemorativa del primer centenario de los Sitios de Gerona,
como comprendido en el Real Decreto de 28 de enero de 1910.
El día 6 de septiembre de 1915, en virtud de la nueva organización dada al
Ejército de Marruecos, salió con su regimiento a las órdenes de su coronel, Felipe
Navascués y Garalloa, con dirección a la jurisdicción de Ceuta pernoctando en el
Rincón del Medik. Al día siguiente, por disposición del general de la brigada, mar-
chó destacado al campamento del Hayar con la 1ª y 2ª compañías de su batallón,
donde prestó servicio de campaña ejerciendo el mando de dicha posición.

proemio 38
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Durante su permanencia en este campamento se declaró en el mismo la


peste bubónica; durante esta epidemia Antonio García Pérez prestó servicios
humanitarios hasta el 30 de septiembre, cuando dicho campamento fue destrui-
do y abandonado por disposición del general jefe de la brigada. En dicho día,
después de incendiar las instalaciones infectadas, se trasladó con las dos compa-
ñías al campamento del Smir, reuniéndose con su batallón a las órdenes del 1er
jefe, teniente coronel Ricardo Pérez Sigüenza, continuando en servicios de cam-
paña e incomunicado por la citada epidemia.
Por Real Orden Circular comunicada en 12 de octubre de ese año, se le con-
cede el uso del distintivo del profesorado. Por otra Real Orden de 27 del mismo
mes es declarado apto para el ascenso a teniente coronel de Infantería cuando
por antigüedad le corresponda. El 1 de diciembre de 1915 se hizo cargo, nueva-
mente, del mando del batallón y del campamento de Smir, jefatura que desem-
peñaría hasta 31 del mismo mes; en ese tiempo participa en diversas acciones.
El 6 se halló en el tiroteo con el enemigo al hostilizar este las descubiertas del
Monte Negrón y el 10 cooperó a rechazar la agresión del adversario en el mis-
mo punto. Tras cesar en el mando accidental del batallón y del campamento de
Smir; continuó en servicios de campaña y desempeñando el cargo de inspector
de las academias y escuelas regimentales hasta el 6 de enero de 1916.
En dicho día marchó con su batallón al campamento general de Dar-
Riffien, donde quedó de servicio de campaña a las órdenes del coronel del regi-
miento, Felipe Navascués y Garayoa. El 21 de enero fue nombrado jefe instruc-
tor de los reclutas del regimiento, según orden del cuerpo de dicha fecha. Seis
días más tarde, el 27, marchó al cuartel defensivo del Serrallo, por orden de su
coronel, con el cuadro de oficiales y auxiliares que habían de ayudarlo en su co-
metido. Al día siguiente se hizo cargo de los reclutas en dicha fortaleza, inician-
do su instrucción inmediatamente.
Estando en dicha comisión, en la noche del 4 al 5 de febrero de 1916, acu-
dió a la posición A, para prestar auxilio a las víctimas causadas por el derrumba-
miento de un barracón a causa de un huracán, regresando en la misma noche al
cuartel del Serrallo. La instrucción de los reclutas continuó un mes más, hasta
el 6 de marzo, día en que regresó con ellos a la plaza de Ceuta por orden del co-
mandante general del territorio. El 21 de abril cesó en el cargo de jefe instructor
de los reclutas por haber sido estos dados de alta en esta fecha, quedando en ser-
vicio de guarnición hasta el 1 de mayo.
Ese día marchó al campamento de la línea del río Smir con dos compañías
de su batallón. Allí prestó servicios de campaña hasta el 20 del mismo mes de
mayo que regresó a la plaza, donde quedó de guarnición otros cuatro días, pen-
diente de regresar a la Península, en virtud de orden del comandante general del
territorio, comunicada en oficio del 19. El 24 de mayo, embarcó con su batallón,
a las órdenes del teniente coronel, Ricardo Pérez Sigüenza, en el vapor Sagunto,
desembarcando en el mismo día en Málaga, donde quedó de guarnición.

proemio 39
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

A lo largo de este año y mientras permanece en Marruecos, recibe nuevos


reconocimientos. Por Real Orden de 8 de marzo se le concede mención honorí-
fica por sus obras Guerra de África, Campaña de la Chaüia, Operaciones en el Rif,
Ifni y el Sahara Español, Geografía Militar de Marruecos y Zona Española del Nor-
te de Marruecos. Además, el 11 del mismo mes, según diploma o “dalur” expedi-
do por el residente general de Francia en Marruecos, se le confiere la Encomien-
da de la Orden Xerifiana de Uissan Alauitte.
Ya en Málaga, el 1 de junio de 1916 se hizo cargo del mando de su bata-
llón, cesando un mes más tarde. El 13 de julio, con motivo de la huelga ferro-
viaria y en cumplimiento de orden telegráfica del capitán general de la 2ª Re-
gión del mismo día, comunicada por el gobernador militar de Málaga en oficio
de idéntica fecha, marchó por ferrocarril a Madrid, con el 2º Batallón, como
agregado y a las órdenes del teniente coronel Arturo Álvarez Ponte. Llegó a la
capital el 15, alojándose en el cuartel de la Montaña, y al día siguiente continuó
en igual forma para Asturias, por orden del capitán general de la 1ª Región de
fecha anterior.
Una vez en la provincia asturiana, al llegar a Pola de Lena, recibió orden
telegráfica del general gobernador de la misma de quedar acantonado en la po-
blación con dos compañías, al mando del citado teniente coronel, prestando el
servicio de protección y seguridad de la línea férrea. Allí se reunió el batallón el
día 24, prosiguiendo con los mismos servicios. Permanecerá en Asturias hasta
principios de septiembre. Mientras está allí es destinado al 2º Batallón de forma
efectiva, según la orden del Cuerpo de 7 de agosto. Además, el día 20 del mismo
mes cesó en la jefatura de las academias regimentales por orden de su coronel.
El 5 de septiembre, en virtud de orden telegráfica del gobernador militar de
Oviedo del día anterior, marchó por ferrocarril con el batallón, al mando del te-
niente coronel Álvarez Ponte, en dirección a Málaga donde llegaron el 7, que-
dando de guarnición. Desde el 1 de octubre al 1 de noviembre de 1916 man-
dó accidentalmente el batallón por ausencia de su primer jefe. Por orden del
Cuerpo de 11 de noviembre es nombrado jefe instructor de los excedentes de
cupo que habían de instruirse en Antequera, a donde marchó por ferrocarril y
al mando del contingente de reclutas, el 13 de dicho mes, por orden del gober-
nador militar de Málaga.
A los reconocimientos y nombramientos de corporaciones se unió el de aca-
démico correspondiente de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y No-
bles Artes de Córdoba, según se hacía constar en certificado expedido por dicha
institución con fecha 20 de noviembre de 1916. El cual presentó el 1 de diciem-
bre siguiente para su anotación en la hoja de servicios. Además, por Real Orden
Circular de 30 del mismo mes, se le concede la Cruz de 2ª clase del Mérito Mili-
tar con distintivo rojo por los méritos contraídos en los hechos de armas librados
en las operaciones realizadas y servicios prestados en la zona de Ceuta-Tetuán
desde el 1 de mayo de 1915 a 30 de junio de 1916.

proemio 40
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Durante su estancia en Antequera, se hizo cargo del mando de la Coman-


dancia Militar de aquella plaza, el 22 de diciembre de 1916, por haber cumplido
la edad reglamentaria para el retiro el teniente coronel Francisco Zabala Mu-
ñoz. Permaneció en aquella ciudad, compatibilizando dicho cargo de coman-
dante militar y la jefatura de la instrucción de reclutas del reemplazo de 1915,
hasta el 7 de enero de 1917 en que terminada la instrucción, en virtud de orden
del general gobernador militar de la provincia del día anterior, regresó por fe-
rrocarril a Málaga en unión del personal auxiliar, cesando a la vez en el cargo
de comandante militar. Su actuación en la población antequerana hizo que el
Ayuntamiento de este municipio acordase, en la sesión celebrada el 15 de ese
mismo mes, poner de relieve los buenos servicios prestados por este jefe en la
instrucción de los reclutas durante su permanencia en la ciudad y trasmitirlo así
al gobernador militar de la provincia.
El 10 de febrero de ese año, según se hace constar en la orden del Cuerpo de
esa fecha, se le designó inspector de las academias regimentales. Por Real Orden
manuscrita de 26 de abril, comunicada por el Gobierno Militar de Málaga, en
oficio de fecha 4 de mayo, se le concede la Medalla Militar de Marruecos con el
pasador de Tetuán, por hallarse comprendido en el artículo 30 del Real Decre-
to de 29 de junio de 1915. Por Real Orden de 24 de mayo se le concede la Cruz
de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, confiriéndole en la misma la
antigüedad de 22 de julio de 1915. El 13 de junio de 1917 cesaba Antonio García
Pérez en el Regimiento de Infantería Borbón y como inspector de sus academias
regimentales, según publicaba la orden de este Cuerpo, todo ello por haber sido
nombrado jefe de estudios del Colegio de Huérfanos de María Cristina por Real
Orden de 9 de junio.
El 30 de junio siguiente se incorporó al Colegio de Huérfanos de María
Cristina, en Toledo, haciéndose cargo del cometido para el que había sido desti-
nado. Sin embargo, su desempeño en la jefatura de estudios fue corto. Poco más
de dos meses después, el capitán general de la 1ª Región ordenaba, el 7 de sep-
tiembre, el regreso de Antonio a Málaga para ponerse a las órdenes de la auto-
ridad superior militar de la 2ª Región. Lo que efectuó el mismo día; y, sin darle
tiempo a reincorporarse, fue destinado a situación de excedente en la 1ª Región.
Permaneció en esa situación hasta que el capitán general lo autorizó, con fecha
22 de octubre, para trasladar la residencia a la 2ª Región.
Por el momento no sabemos las razones de esta excedencia. Una hipótesis se-
ría la necesidad de dedicarse a los asuntos familiares tras la muerte de su hermano
Fausto, a la que se unió meses más tarde la de su madre. Pero no hay motivo que
la avale. Tampoco hay nada que apunte a otras causas como las Juntas de Defen-
sa, en plena ebullición en 1917. Lo cierto es que Antonio permaneció en situación
de excedencia en Andalucía casi un año, hasta el 18 de septiembre de 1918. Fue
entonces cuando, por Real Orden de esa fecha, fue nombrado ayudante de campo
del general jefe de la 2ª Brigada de Infantería de la 1ª División, Francisco Álvarez

proemio 41
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Rivas, incorporándose a su nuevo destino en la plaza de Madrid, en el que perma-


neció hasta su ascenso al empleo inmediato, a finales de enero de 1919.
En efecto, por Real Orden de 4 de enero de este año fue promovido al empleo
de teniente coronel de Infantería, con la efectividad del 7 de diciembre del año an-
terior. Por otra soberana disposición, de 22 del mismo mes, es destinado al Regi-
miento de Infantería de Tarragona núm. 78. Antonio se incorporó a su unidad en
la plaza de Gijón el día 1 de febrero de 1919, haciéndose cargo del mando del 1er
Batallón. Así mismo, fue nombrado presidente de las conferencias de capitanes,
con arreglo a la orden del Cuerpo de dicho día.
Además, durante el primer año de estancia en el regimiento, desempeñaría
otros cometidos. El 8 de marzo fue nombrado presidente de la comisión creada
para elegir el emplazamiento de un campo de tiro en la plaza de Gijón, según el
artículo 5 de la Real Orden Circular de 25 de febrero anterior. Unos meses más
tarde, el 26 de junio, marchó por ferrocarril a Tarragona, formando parte de la
comisión nombrada por Real Orden de 16 de dicho mes, con el fin de recoger la
bandera que las damas de aquella capital habían regalado al Regimiento de Ta-
rragona núm. 78, de donde regresó el 3 de julio siguiente.
García Pérez se trasladó a finales de 1919 a Córdoba en uso de licencia de
Pascuas, concedida por Real Orden telegráfica de 17 de diciembre, saliendo de
Gijón el día 20 de este mes. Reincorporado a su regimiento, a principios de ene-
ro de 1920, continuó prestando servicio como jefe del 1er Batallón y presidente
de las conferencias de capitanes. El 17 de septiembre de este año asistió a las es-
cuelas prácticas dispuestas por Real Orden de 8 de julio que tuvieron lugar en
las inmediaciones de Gijón y en las proximidades de Luanco (Asturias), bajo la
inspección del coronel Ildefonso de Echevarria y Cárdenas. Regresó a la plaza
de Gijón, una vez terminadas dichas escuelas prácticas, el 26 del mismo mes.
Como muestra del interés de Antonio García Pérez por la formación intelectual
y mejora de sus subordinados, durante su permanencia en el regimiento creó la
Biblioteca del soldado.
Continuó en el Regimiento de Infantería de Tarragona núm. 78 hasta el 28
de febrero de 1921, fecha en la que causó baja en dicho Cuerpo por haber sido
destinado al Regimiento de Extremadura núm. 15, por Real Orden Circular de
26 del mismo mes. Verificó su incorporación al mismo el 18 de marzo, hacién-
dose cargo del mando del 2º Batallón y quedando de guarnición en Algeciras
(Cádiz) a partir de ese día. Aunque permanecerá allí escasos meses, será tiempo
suficiente para volver a poner en práctica su idea de crear una biblioteca para el
soldado. En efecto, permaneció prestando servicio en el Regimiento Extrema-
dura hasta el mes de agosto de ese mismo año, cuando por Real Orden de 22 de
este mes se le destina al Estado Mayor Central del Ejército.
Antes de abandonar Algeciras recibirá un nuevo reconocimiento. Por Real
Orden de 23 de julio se le concede mención honorífica sencilla como recompen-
sa a sus obras: Romeu, Fortea, Compendio histórico del Regimiento de Córdoba,

proemio 42
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Detalles de heroicas grandezas, Patronato de la Inmaculada Concepción, Cervantes


soldado de la Española Infantería, La Realeza, Condecoraciones militares del Siglo
XIX, Flores del Heroísmo, Historial del Regimiento de Tarragona e Historial del
Regimiento de Borbón.
Además, por Real Orden Circular de 28 de mismo mes, trasladada al Cuer-
po por el gobernador militar del Campo de Gibraltar, en fecha 8 de agosto, se
dispone que se haga constar en su hoja de servicios la circunstancia de haber
sido fundador de la Biblioteca del soldado en los Regimientos de Tarragona
núm. 78 y Extremadura núm. 15. Estas creaciones, realizadas sin auxilio oficial,
serán premiadas más tarde con la Encomienda ordinaria de la Orden de Alfon-
so XII, según Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes
de 17 de noviembre de 1922.
No tenemos constancia de la fecha exacta de su incorporación al Estado
Mayor Central del Ejército, en Madrid; pero, muy probablemente, esta tendría
lugar en los primeros días de septiembre de 1921. Desde entonces prestaría ser-
vicio en la sección de Doctrina; entre sus cometidos estarían las visitas de ins-
pección a centros, unidades y organismos, para comprobar el desarrollo de cur-
sos y escuelas prácticas. Por eso, asistió a determinadas conferencias del curso
de observadores de globos que tuvieron lugar en Guadalajara, del 19 de febrero
al 2 de marzo de 1922, cuya propuesta fue aprobada por Real Orden de 8 del ci-
tado mes de marzo.
También inspeccionó diversas escuelas prácticas. Las del Regimiento de In-
fantería Extremadura núm. 15, dispuestas por Real Orden Circular de 22 de
septiembre de este año; para lo que marchó a Algeciras el 18 de octubre siguien-
te, regresando a Madrid el 10 de noviembre. El 22 de ese mismo mes asistió a las
de la 1ª Comandancia de Sanidad Militar que tuvieron lugar en Rascafría. Al
día siguiente, en Guadarrama, a las del Regimiento Infantería Saboya y el 27 de
ese mismo mes a las del Regimiento de Infantería Wad-Ras núm. 50, en el Es-
pinar (Segovia).
A finales de 1922, por Real Orden de 26 de diciembre, se le concede la Cruz
de 2ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco, como autor de las obras titula-
das España en Marruecos, El Soldado Español, Historial de la Academia de Infante-
ría, Historial del Regimiento de Castilla, Historial del Regimiento de Extremadura y
La Patria. Esta última será declarada, un año después, de utilidad para el Ejército,
recomendándose su adquisición a los Cuerpos, sin carácter obligatorio, según Real
Orden de 26 de diciembre de 1923. Además, nada más iniciarse 1923, se le concede
la pensión anual de seiscientas pesetas correspondiente a la Cruz de la Real y Mi-
litar Orden de San Hermenegildo, con antigüedad de 4 de junio del año anterior,
según Real Orden Circular de 2 de enero. Por otra disposición del mismo rango,
de fecha del día siguiente, se le otorga mejora de antigüedad en la mencionada
condecoración, asignándole la de 21 de enero de 1915, como comprendida en las
Reales Órdenes de 28 de octubre de 1919 y 5 de agosto de 1920.

proemio 43
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Las visitas no cesan en 1923. Por disposición del Estado Mayor Central, el
26 de enero marchó a Toledo con objeto de inspeccionar la Escuela Central de
Gimnasia, regresando a Madrid el mismo día. En virtud de una Real Orden
Circular de 24 de febrero, observó la demostración experimental de Ingenieros
realizada en el Polígono de Retamares de Madrid, entre los días 8 y 10 de mar-
zo. El 19 de ese mismo mes viajó a Palma de Mallorca con objeto de presenciar
el concurso de gimnasia dispuesto por Real Orden Circular de 16 de diciembre
del año anterior, regresando a Madrid el 30 del citado marzo.
El 20 de mayo se trasladó al campamento de Hontanares (Segovia) para su-
pervisar los ejercicios de conjunto de las Academias de Infantería y de Artillería,
dispuestos por Real Orden Circular de 30 de abril anterior, regresando el 27 del
mismo mes a Madrid. Ese mismo día se hace cargo del mando accidental de su
sección (Doctrina), cargo que desempeña hasta el 1 de julio. Además, asistió al
gran concurso de tiro internacional celebrado en San Sebastián, entre el 28 de
agosto y el 10 de septiembre, formando parte del jurado en representación del
Estado Mayor Central.
El 5 de noviembre de 1923 deja la sección de Doctrina y se hace cargo de la
Secretaría General del Estado Mayor Central. Su nuevo cometido no le exime
de viajes y visitas. Así, el día 11 de ese mismo mes acompaña al agregado mi-
litar de Norte América en su visita a la Academia de Infantería, dispuesta por
Real Orden Circular de 7 del citado mes. Por Real Orden de 22 de diciembre se
le concedió la gratificación anual de efectividad de quinientas pesetas por un
quinquenio a partir del 1 de enero siguiente.
Su actividad a lo largo de 1923 para erigir un monumento al Gran Capitán
en Córdoba, cuya iniciativa acompaña con patrióticos artículos, es reconocida
por el Ayuntamiento de aquella ciudad que, en su sesión del 26 de noviembre,
acuerda solicitar al Ministerio de la Guerra la consideración de esta iniciativa y
actividad como un distinguido mérito y que así se anotase en su hoja de servi-
cios, lo que fue aceptado según disposición del general encargado del despacho
de Guerra, de fecha 7 de diciembre.
El año 1924 continuó con las visitas a centros y organismos, siempre por or-
den del general jefe del Estado Mayor Central. Designado, por Real Orden de 3 de
enero, para concurrir al curso de tiro desde y contra aeronaves, organizado por la
3ª sección de la Escuela Central de Tiro en los Alcázares (Murcia) entre los días
23 y 30 del mismo, salió de Madrid el día 21 y regresó el 31 de dicho mes. Según
Real Orden de 26 de marzo se le declara apto para el ascenso al empleo inmedia-
to por reunir las condiciones que determina la Ley de 29 de junio de 1918, la de-
nominada Ley de Bases, y Real Decreto de 24 de mayo de 1922. También por dis-
posición de su general acompañó al agregado militar de Argentina en su visita a
varias unidades de la guarnición madrileña del 10 al 12 de abril, así como el 14.
Durante los días 12, 13 y 15 de mayo, respectivamente, asistió a las prácticas
de fin de curso de las Academias de Intendencia, Sanidad Militar y Artillería en

proemio 44
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

los campamentos de Ávila, Villaviciosa de Odón (Madrid) y El Espinar (Sego-


via). Por otra orden asistió en el campamento de Carabanchel, del 27 de mayo
al 30 de junio, al curso de carros de combate de Infantería, dispuesto por Real
Orden de 5 de abril. Por ese motivo, se le concede la aptitud para el mando y
dirección de los referidos carros de combate por Real Orden de 9 de agosto. Por
Real Orden manuscrita de 21 de agosto, y designado por su general jefe, asistió
desde el 25 de ese mes al 15 de septiembre al viaje de Estado Mayor en los Piri-
neos Centrales, organizado según Real Orden Circular de 26 de mayo de 1924.
Igualmente asistió, del 22 al 24 de septiembre, a los ejercicios de conjunto rea-
lizados por la Escuela Central de Tiro en el campamento de Carabanchel, con
motivo del curso especial para coroneles de las Armas combatientes próximos al
ascenso. En diciembre acompañó al doctor argentino Díaz Jol al Depósito de Se-
mentales de la 1ª Zona Pecuaria, 2º Regimiento de Artillería Ligera y Regimien-
to de Húsares de la Princesa, visitas oficiales que tuvieron lugar, respectivamente,
los días 15, 16 y 17 del citado mes. Aunque según oficio del capitán de Intendencia
pagador del Estado Mayor Central, de 13 de diciembre, cesó en 1 de julio de 1924
en el percibo de la pensión de la Cruz de la Real y Militar Orden de San Herme-
negildo, fue compensado con la concesión de la placa de esta Orden, según Real
Orden de 31 de diciembre, con la antigüedad de 4 de junio del citado año.
Las comisiones asignadas al teniente coronel García Pérez se extendieron a
otros ámbitos, más allá de los viajes de inspección o del acompañamiento a las
visitas extranjeras. Así fue nombrado ponente para la redacción del Código de
Moral Militar, el 13 de enero de 1925, en virtud de Real Orden de 3 de diciembre
de 1924. La reorganización del Ejército, a finales de 1925, hizo que desaparecie-
se el Estado Mayor Central. Disuelto este organismo por Real Decreto de 14 de
diciembre de ese año, Antonio quedó dependiendo del ministro de la Guerra, en
cumplimiento del artículo 1º de la citada disposición, pasando a prestar servicio
con los mismos cometidos que tenía a la Dirección General de Preparación de
Campaña. Más adelante, en virtud de la organización del Ministerio de la Gue-
rra decretada en 19 de abril de 1926, fue destinado a la 1ª Sección de la mencio-
nada Dirección General, según Real Orden de 29 del mismo mes, empezando
su cometido en ella el 1 de mayo de este último año.
En el año 1925 recibió diversos reconocimientos. Según diploma firmado por
el presidente de la Junta de Gobierno de la República de Chile y ministro de la
Guerra en Santiago de Chile, el 8 de enero de ese año, se le confiere la condeco-
ración al Mérito de 2ª clase de ese país. En virtud de Real Orden comunicada de
4 de mayo por la Presidencia del Directorio Militar, aprobando la propuesta de la
Comisión Permanente de la Junta Nacional del Comercio Español en Ultramar,
se le concede la Medalla de Plata de Ultramar por su valiosa cooperación a los
trabajos de aproximación Hispano Americana, con arreglo al artículo 2º del Real
Decreto de 21 de diciembre de 1923 y según certificado acreditativo de 22 de junio.
Además, por Real Orden de 24 de marzo de 1926, su obra Heroicos infantes en Ma-

proemio 45
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

rruecos fue declarada de utilidad para los cuerpos y centros docentes del Arma de
Infantería, sin que su adquisición tuviese carácter obligatorio.
A los pocos meses de pasar a la Dirección General de Preparación de Campa-
ña, Antonio fue nombrado, por su general jefe, vocal de la junta creada con objeto
de realizar estudios y trabajos de valoración del coste del material de guerra ne-
cesario para completar las dotaciones de movilización de diversas unidades, el ar-
tillado de las bases navales de Cartagena, Ferrol, Coruña y Mahón, y los campos
regionales de instrucción. Dicha junta, formada por un general de brigada y vein-
tiocho jefes y oficiales de distintas Armas y Cuerpos, estaría en activo hasta el 4 de
agosto de 1926, cuando por Real Orden comunicada de esa fecha se declaró que
había finalizado sus trabajos, disponiendo al mismo tiempo: “que se manifieste al
personal que ha contribuido a realizarlos en un plazo tan perentorio, la satisfac-
ción con que se ha visto la sólida preparación, inteligencia, celo y laboriosidad de
cada uno de los componentes, y por lo tanto el brillante resultado”.
A finales de ese mismo año se le nombró para otra comisión. En esta oca-
sión como presidente, según indicaba la Real Orden comunicada de 24 de no-
viembre, que lo designaba para este cargo en la de experiencias, creada para la
recepción de los modelos presentados en el concurso anunciado para la elección
del fusil ametrallador con destino al Ejército, en cumplimiento de la condición
tercera de la Real Orden Circular de 8 de marzo de 1926. El desempeño de estas
comisiones no implicaba dejar sus demás cometidos en la Dirección General de
Preparación. Así, el 30 de abril de 1927, se hizo cargo accidentalmente de la je-
fatura del 5º Negociado de la 1ª Sección por ausencia del coronel de Estado Ma-
yor, jefe del mismo, Juan López Solero, cesando el 9 de mayo siguiente.
Del 2 al 31 de agosto de ese año nuevamente se hace cargo de una jefatura
accidental, ahora la del 4º Negociado de la 1ª Sección. Volverá a asumir la mis-
ma jefatura, también con carácter accidental, el 22 de octubre del citado año,
cesando en la misma el 7 de noviembre. Siete días más tarde, el 14, partía de
Madrid para asistir a la segunda parte del curso de Automovilismo, para el que
había sido designado por el director general de Preparación en Campaña en
cumplimiento de lo dispuesto por la 3ª instrucción de la Real Orden Circular de
15 de septiembre de 1927. No se reincorporaría a su destino hasta el 30 de no-
viembre, en él continuará sus servicios hasta el 7 de diciembre de 1928, cuando
debe cesar en su destino por ascender, en esa fecha, a coronel, con la antigüedad
de 25 de noviembre anterior. Apenas un mes más tarde, el 23 de enero de 1929
es destinado al mando del Regimiento de Infantería Segovia núm. 75, de guar-
nición en Cáceres.
Durante los años 1927 y 1928, varias de sus obras fueron declaradas de utili-
dad para el Ejército. Así, su Compendio de Moral obtiene la declaración por Real
Orden de 14 de junio de 1927, circunstancia recogida por el periódico ABC de
fecha 17 de ese mismo mes. Ejemplos de moral militar recibe similar considera-
ción por Real Orden de 17 de enero de 1928, reflejada igualmente por ABC en

proemio 46
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

su edición del 25. Un mes después, por otra soberana disposición de 9 de febrero,
consigue la misma distinción su folleto Heroicos artilleros.
El destino al mando del Regimiento Segovia núm. 75 implicaba también
el cargo de gobernador militar de la plaza de Cáceres. En calidad de tal acude
a actos y celebraciones en la ciudad extremeña, como fue la inauguración del
Congreso Pedagógico Provincial que tuvo lugar, el 25 de mayo de 1929, en el
Gran Teatro cacereño. Ceremonia en la que interviene García Pérez con algu-
nas palabras ante los numerosos maestros asistentes (ABC, 26 de mayo de 1929,
p. 49). A pesar de llevar poco tiempo en el cargo, Antonio organiza una exhi-
bición de gimnasia y ejercicios militares en el cuartel de su regimiento para los
cerca de cuatrocientos maestros que participan en dicho congreso.
Según relata el propio García Pérez, su labor durante los casi dos años en
que permaneció en Cáceres fue intensa, tanto al mando del Regimiento de Sego-
via núm. 75 como al frente del Gobierno Militar cacereño. En el primero puso en
marcha medidas para dignificar a los soldados y mejorar su formación. Mejoró su
alimentación, haciendo publicar los menús en la prensa local; prohibió utilizar el
corte de pelo “al cero” como castigo; creó el locutorio del soldado; fundó el casi-
no para ellos y aplicó la idea del museo-biblioteca del soldado, que tan buenos re-
sultados había tenido en Gijón y Algeciras, contando en este caso con donativos
en metálico por importe de diez mil pesetas y la cesión de obras. Creó dos escue-
las graduadas, con sistemas modernos pedagógicos y desempeñadas por solda-
dos-maestros, consiguiendo hacer dos licenciamientos sin analfabetos, y adquirió
material de enseñanza moderno para las academias regimentales, que permitió
sustituir el existente, escaso y antiguo.
También acometió obras de mejora de las instalaciones y dependencias: Habi-
litación de una sala para soldados y cabos estudiantes; instalación de una enferme-
ría con dormitorio para doce camas, comedor, sala de visitas, sala de operaciones,
sala de reconocimiento y farmacia. Instalación de un aparato purificador de agua
para el tren de lavado y planchado, lo que permitió su puesta en marcha por pri-
mera vez. Puso en uso, diario, un cuarto de duchas que hasta entonces no se había
utilizado. Realizó la ampliación y mejora del depósito de víveres, sala de música
y salón de armamento. Así mismo, inició un gabinete de topografía y preparó un
pequeño observatorio de meteorología.
Además, procuró mejorar la ornamentación del cuartel con el trazado y
planta de un jardín con fuentes, pértigas, farolas, jarrones y estatuas; así como la
instalación del alumbrado y acera de piedra, desde el extremo de la ciudad hasta
el acuartelamiento. A estas medidas se unieron adquisiciones de mobiliario para
las oficinas y sala de banderas, de vitrinas para el armamento de las compañías
y de nuevo material de cocina.
Junto a las medidas materiales procuró otras de marcado carácter moral,
aunque con cierto matiz propagandístico. En cuanto a la tropa, hizo recibir a
los reclutas en la estación de ferrocarril por todo el regimiento, acompañándolos

proemio 47
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

hasta el cuartel con la música y las bandas, a través de las calles más céntricas
de la ciudad; acto que no se había realizado nunca en la plaza. Potenció la con-
cesión de permisos a los soldados, como recompensa, para auxiliar en las faenas
agrícolas a sus padres. Mejoró la consideración a los soldados de cuota, gracias a
lo cual consiguió doblar su número en el Cuerpo.
Dispuso que el entierro de los soldados fallecidos se hiciese en forma solem-
ne con acompañamiento de todo el regimiento, pero sin formación, atravesan-
do el cortejo la población y no por las afueras, como se hacía hasta entonces. El
desfile de toda la fuerza ante el cadáver, ya en el cementerio, seguido de una ora-
ción fúnebre marcaba el final del ceremonial. Siguiendo con las clases de tro-
pa, procuró dignificar a los cabos, estimulándolos y enalteciéndolos. Asimismo
se interesó por la mejora de la consideración de los sargentos y suboficiales me-
diante su enaltecimiento público, la dotación de locales amueblados adecuada-
mente, la atención en sus enfermedades y apoyándolos en sus aspiraciones. Res-
pecto a los jefes y oficiales, les prestó atenciones personales y en metálico “sin
excepción y con largueza” y dispuso que se “considerase” a los soldados hijos o
hermanos de estos.
La mejora de las relaciones con la sociedad y el acercamiento del regimien-
to a la población civil fue su segunda línea de actuación durante su mandato
en Cáceres. Según el propio coronel García Pérez, los domingos se dio entrada
libre al cuartel para que el pueblo pudiera visitar sus locales y centros cultura-
les, en lo que podemos considerar una jornada de puertas abiertas. Reanudó las
relaciones con la prensa, interrumpidas hasta entonces. Ofreció una verbena al
pueblo cacereño en el jardín del cuartel. Organizó actos con la música y bandas
del regimiento, como conciertos populares los domingos y fiestas señaladas o re-
tretas y dianas en homenaje a la ciudad.
Antonio García Pérez no duda en organizar cuidados actos cívicos-militares
en su regimiento para atraerse a la población cacereña. Así, en el “homenaje a la
vejez”, acto celebrado por primera vez en España en el ámbito militar, los ancianos
entraron al cuartel del brazo de oficiales, escucharon sentidos discursos y besaron
emocionados la Bandera; acto seguido, el regimiento desfiló en columna de honor
ante ellos y, para terminar, presidieron la comida de los soldados. Ese día, aunque
los protagonistas eran los ancianos, asistieron los colegios de la ciudad y el público
en general, así como diversas autoridades. También organizó una jura de Bandera
con asistencia de autoridades, centros obreros y los colegios de la ciudad.
A pesar de estas apreciaciones de Antonio, su actuación fue criticada por al-
gunos y juzgada por un tribunal de honor que tuvo lugar en Valladolid, el 29 de
octubre de 1930. Ese día se reunieron los coroneles del Arma de Infantería resi-
dentes y con cargo de plantilla en la 7ª Región para juzgar hechos, considerados
“deshonrosos”, realizados por García Pérez durante su mandato del citado regi-
miento y como gobernador militar de Cáceres. La lista de acusaciones era larga,
hasta diez se relacionan en los expedientes judiciales, pero todas se pueden re-

proemio 48
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

sumir en la acusación de feminidad basada en indicios y rumores recogidos por


una comisión de coroneles que se había trasladado a Cáceres en el otoño de ese
año para investigar a su compañero.
Según manifestará después el propio García Pérez, fue citado por el presiden-
te de este tribunal de honor dos horas antes de su celebración, sin haber recibido
comunicación, oficial o particular, previa. Una vez iniciado se le expusieron tan
solo los títulos de los cargos, sin mencionar el contenido de las declaraciones, ni
los nombres de los declarantes, ni el porqué de la información reservada. La única
defensa que solo pudo hacer en aquel instante fue una protesta por la forma arbi-
traria de su enjuiciamiento, así como por los infamantes cargos que se le hacían y
por la indefensión con que iba a ser sentenciado.
Ciertamente, hasta octubre de 1930 no parece que Antonio tuviese proble-
mas en Cáceres, salvo la destitución de algún cargo en el regimiento y la impo-
sición de algún arresto entre sus oficiales. El detonante de la situación parece ser
la destitución del teniente coronel Ángel Fraile como jefe del único batallón en
armas que tenía el Regimiento de Segovia, decisión tomada por el propio García
Pérez. Esta retirada de mando guarda relación directa, según declaraciones del
encausado, con una revista de inspección que el general Álvarez de Sotomayor
realizó al Segovia 75, días después y en unión de varios oficiales, en vísperas de
realizar unas escuelas prácticas. Trasladado el coronel García Pérez con su uni-
dad a Peñaranda de Bracamonte, para participar en unas maniobras en las que
desempeñaba, también, el mando interino de la brigada, fue obligado “violenta-
mente” por el capitán general de la 7ª Región, el teniente general Leopoldo Saro
y Marín, a regresar a la plaza de Cáceres; cesando a los pocos días en el man-
do del regimiento y siendo pasado a situación de disponible, sin haber recibido
amonestaciones o correctivos.
Tras el dictamen de este tribunal terminará su carrera militar. En efecto,
por Real Orden de 24 de noviembre de 1930 se dispone cause baja en el Ejérci-
to, de acuerdo con lo informado por el Consejo Supremo del Ejército y Marina,
señalando escuetamente “por Tribunal de honor”. La consecuencia inmediata,
que se incluía en la misma disposición, fue el pase a la situación de separado del
servicio, conforme a lo dispuesto en el párrafo 3º f) de la base octava “situación
de Generales, jefes y oficiales” de la Ley de 29 de junio de 1918, más conocida
como Ley de Bases del Ejército.
Una vez conocida la sentencia, que se mantuvo en secreto hasta la publicación
de la baja en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, Antonio García Pérez
inicia una campaña para recuperar su honor y su reingreso en el Ejército. Protes-
ta inmediatamente ante el ministro de la Guerra, solicitando su revisión, pero no
obtiene respuesta. La proclamación de la República, el 14 de abril de 1931, lo ani-
ma a renovar sus esfuerzos. Tan sólo diez días después, el 25 de ese mes, eleva una
nueva instancia en el mismo sentido que tampoco recibe contestación. Un año
más tarde, el 28 de abril de 1932, desde Granada vuelve a dirigirse al ministro de

proemio 49
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

la Guerra; si bien ahora interpone recurso apoyándose en la Ley de Revisión de los


fallos de los Tribunales de Honor de 16 de ese mismo mes (Gaceta de Madrid núm.
110, 19 de abril de 1932). En esta ocasión su petición es escuchada y la Sala Sexta
del Tribunal Supremo, es decir la Sala Militar, abre el correspondiente expediente
de revisión del fallo, según providencia de fecha 19 de mayo de ese mismo año, de
acuerdo a lo establecido en el artículo 4º de la citada ley.
En este expediente debían declarar tanto el propio Antonio García Pérez
como los miembros del Tribunal de Honor que lo condenó; todas las personas
mencionadas en el acta de constitución del mismo y aquellos que propusie-
ra Antonio para justificar su pretensión. La información la realizó la Primera
División Orgánica, plaza de Madrid. Durante cuatro meses se tomaron decla-
raciones y testimonios de diferentes testigos, tanto civiles como militares, y se
recopilaron multitud de documentos. Todos ellos fueron recogidos en dos pie-
zas con más de trescientos sesenta folios. Las diligencias se extendieron a Ma-
drid, Valladolid, Cáceres, Ávila y Reinosa, y los testimonios o comparecencias
tuvieron lugar entre el 8 de junio y el 18 de octubre de 1932.
El 10 de noviembre de ese año la Sala Sexta del Tribunal Supremo daba por
concluida la información y dictaba una providencia en la que tenía por sustan-
ciado el recurso de revisión y lo sometía para su resolución al tribunal compe-
tente por conducto de la Presidencia del Supremo. Al día siguiente, dicha presi-
dencia ordenaba pasar al tribunal especial el expediente del que se debía formar
la nota y seis copias, así como comunicar la designación del ponente que hubie-
se correspondido. Este tribunal especial estaba formado por tres magistrados del
Tribunal Supremo, designados por la Sala de Gobierno, tres miembros del Con-
sejo Superior de la Guerra, nombrados por el ministro del ramo, y un presidente
que era el del Tribunal Supremo.
Dicho tribunal debía reunirse en un plazo de quince días, a partir de la di-
ligencia dictada el día 11 de noviembre, según lo dispuesto en el artículo 5º de
la citada ley de revisión. Sin embargo, no existía plazo para dictar la resolución
definitiva, bien confirmando, bien anulando el fallo del tribunal de honor. Aun-
que, por el momento, no disponemos del texto ni sabemos su fecha exacta, lo
cierto es que la revisión confirmó dicho fallo. Así lo afirma el propio García Pé-
rez en marzo de 1933 cuando presentaba una nueva instancia, ahora dirigida a
las Cortes, para conseguir su rehabilitación.
En efecto, el 14 de marzo de ese año remitía Antonio un escrito al presiden-
te de las Cortes Constituyentes, al que adjuntaba una extensa y detallada ins-
tancia dirigida a sus miembros, solicitándole que la admitiese y le diese el curso
correspondiente. Ambas las remitía Julián Besteiro, al día siguiente, al presiden-
te de la Comisión de Peticiones del Congreso.
En la instancia, Antonio hacía un apretado resumen de las causas que hasta
entonces habrían justificado la anulación del fallo; y respecto al tribunal de revi-
sión señalaba que había sido un segundo tribunal de honor, ya que había dicta-

proemio 50
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

do sentencia sin darle oportunidad de conocer la acusación primitiva, ni las de-


claraciones prestadas, ni el dictamen del ponente, y recalcaba: “la defensa, una
vez más, se ha visto privada de sus derechos jurídicos”. Señalando, además, que
al confirmar los fallos de los tribunales de honor, se había dado validez jurídica a
unos tribunales ya abolidos, admitiendo el principio de que obraron con sano es-
píritu de justicia, y en oposición a lo que preceptuaba la Constitución española.
En la sesión de las Cortes Constituyentes del 30 de marzo era leída una re-
lación de las peticiones que habían tenido entrada en la secretaría, en la que se
incluía la de Antonio García Pérez con el número 470, junto con las de Juan
Porta, Salvador Dávila, Amadeo Enríquez, Manuel Trejo, Blas Sánchez Gil y
Enrique Alba Lozano, señalando que todos pedían que se revisasen los fallos
de los tribunales de honor que los separaron del Ejército y Cuerpo de Carabine-
ros, en algún caso, y que se nombrase por las Cortes un organismo encargado
de ello. Al día siguiente de esta lectura, la Comisión de Peticiones proponía que
todas ellas se remitiesen a la Presidencia del Consejo de Ministros en unión de
la de Alejandro de Madariaga, presentada por la Comisión de Guerra, ya que to-
dos pedían la revisión de los respectivos fallos de los tribunales de honor.
La respuesta de la Presidencia del Consejo no debió resultar favorable, ya que
el 25 de mayo de ese mismo año la reclamación de Antonio volvía a las Cortes,
ahora de la mano del diputado Federico Fernández Castillejo. Este presentaba ese
mismo día una petición por escrito al ministro de la Guerra para que se remitie-
se al Congreso el expediente completo que motivó la separación del servicio, así
como su hoja de servicios y las diligencias instruidas y fallo recaído en el juicio de
revisión del tribunal de honor. Esta fue leída en la sesión del día siguiente.
La petición fue atendida y un mes después, en la sesión del 20 de junio, se
hacía constar que quedaban sobre la mesa, a disposición de los diputados, los
antecedentes relativos al tribunal de honor y el expediente de revisión del mis-
mo, remitidos, se señalaba “por el Ministerio de la Guerra a petición del Sr. Fer-
nández Castillejo”. Pero no se resolvió nada, ya que en la sesión del 18 de julio
volvía a quedar sobre la mesa este expediente.
A pesar del interés mostrado por el diputado, la revisión no avanzó como
se esperaba y un mes más tarde, el 18 de agosto, la Comisión de Peticiones del
Congreso volvía a proponer que se remitiese a la Presidencia del Consejo de Mi-
nistros un grupo de reclamaciones para que se revisasen fallos de tribunales de
honor, entre las que se encontraba la de Antonio García Pérez, ahora registra-
da con el número 508. Componían este grupo de peticionarios, además de él,
Blas Sánchez Gil, Salvador Dávila, Ramiro Uriondo, José Pacha, Felipe Pascual
Palomo, Antonio de la Vega, Vicente Suárez Carrasco, Amadeo Enríquez, José
Carnero, Manuel Varea y Santiago Caja.
Desconocemos cuándo y cómo fue atendida su petición, pero, según el mis-
mo Antonio manifiesta, al iniciarse el Movimiento Nacional residía en Madrid
en situación de coronel retirado. Preso en la cárcel de Porlier se negó, junto con

proemio 51
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

sus compañeros de armas, a servir a la causa marxista, siendo incluido en la re-


lación de sentenciados (noviembre de 1936). Finalmente obtuvo la libertad sin
claudicación ni compromiso. Padeció persecuciones, maltrato y expoliación. Pri-
vado de sus haberes, soportó dignamente la pobreza, rehusando halagadoras
ofertas; y no dudó en seguir la ruta de sus colegas por dictado de conciencia y
por mandato del honor (Azul, 1939).
Esta rehabilitación queda confirmada por una nota para el Estado Mayor
del Ejército, fechada en Madrid el 28 diciembre de 1942. En ella se daba cono-
cimiento de que el general subinspector de la 2ª Región Militar había comuni-
cado, en oficio de fecha 16 de ese mismo mes, que de acuerdo con lo dispuesto
en la orden de movilización se había presentado en dicha Región el coronel di-
plomado de Estado Mayor don Antonio García Pérez, de sesenta y siete años de
edad, retirado ordinario y con residencia en Córdoba. Además, en una ficha que
se adjuntaba, se le reseña con fecha 12 del citado mes que no tenía antecedentes.
Recompensas y títulos

Condecoraciones militares
Por acciones en campaña
Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo según Real Orden
de 7 de septiembre de 1895 (Diario Oficial núm. 200) por la acción del “Cacao”
(Santiago de Cuba) ocurrida el 27 de junio 1895.
Cruz de 2ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo, según Real Orden Cir-
cular de 30 de diciembre de 1916 (Diario Oficial núm. 294) por los méritos contraí-
dos en los hechos de armas librados, operaciones realizadas y servicios prestados
en la zona Ceuta-Tetuán desde 1º de mayo de 1915 a 30 de junio de 1916.
Medallas de campañas
Medalla de la campaña de Cuba con un pasador, Real Orden de 18 de
mayo de 1903.
Medalla Militar de Marruecos con el pasador de Tetuán, según Real Orden
manuscrita de 26 de abril de 1917, como comprendido en el artículo 3º del Real
Decreto de 29 de junio de 1916 (Colección Legislativa núm. 139).
Por acciones de paz
Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco, según Real Orden
de 3 de mayo de 1901 (Diario Oficial núm. 97) por su obra Reseña histórico mili-
tar de la campaña de Paraguay 1864-1870.
Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco, según Real Orden
de 6 de octubre de 1903 (Diario Oficial núm. 219) por sus obras: Guerra de Sece-
sión: El General Pope, Una campaña de ocho días en Chile, Proyecto de nueva orga-
nización del Estado Mayor de la República Oriental del Uruguay, Estudio político-
militar de la campaña de México 1861-67 y Campaña del Pacífico entre las Repúblicas
de Chile, Perú y Bolivia.

proemio 52
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco y pasador de profe-
sorado, según Real Orden de 25 de octubre de 1909 (Diario Oficial núm. 242) por
llevar cuatro años de profesor de la Academia de Infantería. Declarada pensionada
por Real Orden de 31 de enero de 1913 (Diario Oficial núm. 33).
Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco según Real Orden
de 15 de octubre de 1910 (Diario Oficial núm. 228) por su obra Derecho interna-
cional público.
Cruz de 2ª clase del Mérito Militar con distintivo blanco, según Real Orden
de 26 de diciembre de 1922 (Diario Oficial núm. 290), por sus obras España en
Marruecos, El soldado español, Historial de la Academia de Infantería, Historial
del Regimiento de Infantería Castilla, Historial del Regimiento de Infantería Ex-
tremadura y La Patria.
Cruz de 1ª clase del Mérito Naval con distintivo blanco, según Real Orden
de 5 de julio de 1906 del Ministerio de Marina por su obra Antecedentes políticos-
diplomáticos de la expedición española a México 1836-62.
Cruz de 1ª clase del Mérito Naval con distintivo blanco, según Real Orden
de 20 de marzo de 1909 del Ministerio de Marina por su obra Estudio militar de
las costas y fronteras de España.
Cruz de 1ª clase del Mérito Naval con distintivo blanco, sin pensión, según
Real Orden de 7 de noviembre de 1909 del Ministerio de Marina por su obra
Derecho internacional público.
Cruz de 2ª clase del Mérito Naval con distintivo blanco, según Real Orden
manuscrita del Ministerio de Marina de 15 de abril de 1913, como premio a ser-
vicios especiales.
Mención Honorífica por los méritos revelados en la obra de que es autor No-
menclatura del fusil Mauser español modelo 1893, según Real Orden de 22 de fe-
brero de 1896 (Diario Oficial núm. 43).
Mención honorífica por su obra Educación militar del soldado, según Real
Orden de 4 de diciembre de 1905 (Diario Oficial núm. 271).
Mención honorífica según Real Orden de 19 de agosto de 1908 (Diario Ofi-
cial núm. 183) por su obra Árabe vulgar y cultura arábiga.
Mención Honorífica según Real Orden de 18 de marzo de 1916 (Diario Oficial
núm. 66) por sus obras Guerra de África, Campaña de Chauia, Operaciones en el Rif,
Geografía Militar de Marruecos, Zona española de Marruecos, Ifni y el Sahara Español.
Mención Honorífica sencilla, por Real Orden de 23 de julio de 1921, por sus
obras Romeu, Fortea, Compendio histórico del Regimiento de Córdoba, Detalles de he-
roicas grandezas, Patronato de la Inmaculada Concepción, Cervantes, soldado de la es-
pañola Infantería, La Realeza, Condecoraciones militares del Siglo XIX, Flores del He-
roísmo, Historial del Regimiento de Tarragona e Historial del Regimiento de Borbón.
Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, según Real Orden
de 24 de marzo de 1917 (Diario Oficial núm. 70) con la antigüedad de 22 de ju-
lio de 1915. Pensionada con seiscientas pesetas anuales según Real Orden Cir-

proemio 53
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

cular de 2 de enero de 1923 (Diario Oficial núm. 2). Mejora de antigüedad, asig-
nándole la de 21 de enero de 1915, según Real Orden Circular de 3 de enero de
1923 (Diario Oficial núm. 3).
Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, según Real Orden
de 31 de diciembre de 1924 (Diario Oficial núm. 2 de 1925) con la antigüedad
de 4 de junio de 1924.
Condecoraciones civiles
Cruz de Carlos III, según Real Orden de 18 de septiembre de 1900 (Dia-
rio Oficial núm. 206) por la que es significado al Ministerio de Estado para su
concesión, en permuta de Cruz de 1ª clase del Mérito Militar con distintivo rojo
otorgada según Real Orden de 24 de noviembre de 1896 (Diario Oficial núm.
268) por los servicios prestados en las operaciones de la línea militar “Mariel
Majana” (Pinar del Río, Cuba).
Encomienda ordinaria de Carlos III, según Real Orden de 4 de mayo de 1909.
Caballero de la Orden de Alfonso XII, autorizado por Real Orden de 1 de
febrero de 1911.
Gentilhombre de Entrada de S. M. el Rey, según oficio del Mayordomo Ma-
yor de Palacio de fecha 22 de enero de 1912.
Comendador ordinario de la Orden de Alfonso XII, según Real Orden del
Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de 17 de noviembre de 1922,
por la creación —sin auxilio oficial— de las Bibliotecas Museo del soldado en
los Regimientos de Infantería Tarragona y Extremadura.
Medalla de plata de Ultramar, según Real Orden de 4 de mayo de 1925, por
su valiosa cooperación a los trabajos de aproximación hispanoamericana.
Condecoraciones extranjeras
Cruz de Caballero de la Orden de Cristo de Portugal, autorizada por Real
Orden de 18 de julio de 1903 (Diario Oficial núm. 158).
Encomienda de la Orden Xerifiana de Uissan Alauitte, según diploma del
Residente General de Francia en Marruecos del 11 de marzo de 1916.
Condecoración al Mérito de Chile, según diploma expedido en Santiago de
Chile el 8 de enero de 1925.
Medallas conmemorativas
Medalla conmemorativa de la Jura de Alfonso XIII, según Real Orden de 1
de mayo de 1903 (Diario Oficial núm. 95).
Medalla de plata conmemorativa del Centenario de los Sitios de Zaragoza,
presenta diploma el 25 de junio de 1909.
Medalla de plata conmemorativa de los Combates de Puente Sampayo, pre-
senta diploma el 30 de junio de 1910.
Medalla de plata conmemorativa del Centenario de los Sitios de Astorga,
presenta diploma el 10 de junio de 1911.

proemio 54
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Medallas de plata conmemorativas del Bombardeo y asalto de la Villa de Bri-


huega y del Sitio de Ciudad-Rodrigo, presenta diplomas el 30 de marzo de 1912.
Medalla de plata conmemorativa del primer Centenario de los Sitios de Ge-
rona, presenta diploma el 20 de junio de 1915.
Diplomas y títulos
Diploma de Estado Mayor, según Real Orden de 17 de agosto de 1902 (Dia-
rio Oficial núm. 190), por haber terminado con aprovechamiento y nota de “bue-
no” sus estudios en la Escuela Superior de Guerra.
Aptitud acreditada para el Servicio de Estado Mayor, según Real Orden de
14 de mayo de 1907 (Diario Oficial núm. 104).
Distintivo de Profesorado según Real Orden Circular de 12 de octubre de 1915.
Aptitud para el mando y dirección de los carros de combate de Infantería,
por Real Orden de 9 de agosto de 1924 (Diario Oficial núm. 178).

El escritor

Como escritor, Antonio García Pérez fue un prolífico autor, con una varia-
da temática que se extendía más allá de los aspectos puramente castrenses. Muy
considerado por algunos estudiosos de su época, pero también con opiniones
claramente contrarias a sus trabajos y a su personalidad. Contraste que se ex-
tiende a los momentos actuales. Así, a la consideración de ser uno de los inte-
lectuales militares más destacados durante el periodo 1898-1923 que contribuyó
decisivamente a la regeneración cultural castrense (Yusta: 2011, 33), se pueden
oponer las descalificaciones que le dedicaba el marqués de Bayamo en 1911.
Según Yusta Viñas, García Pérez era de pensamiento tradicionalista, antili-
beral, contrarrevolucionario y ferviente católico. Se distinguió por ser uno de los
militares ilustrados que, con sus estudios y trabajos, contribuyó a la regeneración
cultural del Ejército. Además, el crecimiento de sus ideas conservadoras mode-
ló la cultura militar de un gran número de militares alumnos suyos en Toledo
(Yusta: 2011, 50). Opinión similar a la defendida por Geoffrey Jensen unos años
antes (Jensen: 2002, 99-114). Ambos lo incluyen en el grupo clave de oficiales
ideológicamente influyentes en el Ejército de la Restauración, junto con Ricardo
Burguete Lana y Enrique Ruiz-Fornells Regueiro, al que el segundo une, even-
tualmente, a José Millán-Astray y Terreros.
Ciertamente, la consideración de Antonio García Pérez por Jensen es sig-
nificativa. A juicio de este autor, el coronel no reconoció públicamente ningún
interés en los nuevos movimientos filosóficos que emergen en España y en otras
partes de Europa a finales del XIX y principios del XX. En sus escritos evitó
plasmar, prácticamente, cualquier atisbo de pensamiento moderno —fuese so-
cial, político, militar o filosófico— prefiriendo trabajar en el mundo ideológico
del tradicionalismo español. Además, aunque no muestre habilidades literarias

proemio 55
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

o críticas comparables a las de Burguete Lana, probablemente jugó, al menos,


un papel tan importante como este en la formación de la cultura militar en la
Restauración española. García Pérez ayudó al crecimiento de una perspectiva
muy conservadora que contribuyó decisivamente a la desaparición de la tradi-
ción liberal existente durante el XIX en el conjunto de los oficiales españoles;
lo que encumbró la ideología tradicionalista, promovida fervientemente por él,
que llegaría a unirse a la política cultural de la España de Franco, eventualmen-
te (Jensen: 2002, 6).
La figura de Antonio García Pérez como escritor militar influyente no es
compartida por otros autores. Arencibia de Torres se limita a señalarlo como es-
critor prolífico. Lo que es más significativo que la apreciación acerca de Enrique
Ruiz-Fornells, al que no cita aunque sí lo hace con su hijo José. Este mismo au-
tor también considera a Ricardo Burguete un escritor prolífico, pero en este caso
destaca otros aspectos, como que escribió en la prensa nacional y extranjera, y
que sus ideas sobre nuevos métodos de combate fueron seguidas por los japone-
ses en su guerra contra Rusia (1904) y asumidas posteriormente por otros países
europeos. Arencibia recoge, escuetamente, a Millán-Astray como escritor (Aren-
cibia: 2001, 48, 115-116, 183 y 233). Gárate Córdoba, por su parte, no incluye a
García Pérez ni a Ruiz-Fornells en la relación de escritores militares más desta-
cados; mientras que incluye a Burguete Lana y Millán-Astray en “la generación
militar del 98”, señalando al primero de ellos como el “culturalista” de este gru-
po (Gárate: 1986, 164-229).
Las opiniones de los miembros de la reunión de Estado Mayor que infor-
maron sobre muchas de sus obras son, en ocasiones, opuestas a estas considera-
ciones. Se le llega, incluso, a acusar de traducir alguna obra, sin citar su origen,
manipular fuentes, así como de excesiva prodigalidad y reiteración en sus escri-
tos. Su forma de trabajar con una recopilación de datos a partir de consultas a
personalidades y organismos, sin investigaciones documentales en archivos que
apoyen sus escritos, salvo excepciones, parece propiciar estas observaciones. A
ello se une la reutilización de estudios, incluso ya publicados, con una escasa re-
elaboración para buscar nuevos reconocimientos y premios.
Este es el caso de su obra Organización militar de América —1ª parte—
Guatemala, Ecuador, Bolivia, Brasil y Méjico, formada por la unión en un solo
tomo de cinco folletos impresos que ya había publicado en distintas fechas con
anterioridad; y a los que simplemente añade un prólogo general (en una sola pá-
gina) y un índice común, paginando el conjunto, a mano, hasta las cuatrocien-
tas páginas totales.
Sin entrar en valorar esta pluralidad de opiniones, es preciso reconocer su
capacidad de trabajo y su fecunda producción. No obstante, él mismo se encar-
ga de sembrar el desconcierto a la hora de elaborar una lista completa de sus es-
critos. Casi ya al final de su vida, después de la Guerra Civil, recoge un breve
listado:

proemio 56
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Invasión norteamericana en México – Antecedentes diplomáticos de la expedición


española a México – Campaña mexicana de 1861-67 – Campaña del Paraguay – Gue-
rra chilena de 1891 – Estudio diplomático de España en Marruecos – Guerra hispa-
no-mogrebina de 1859-60 – Campaña de la Chauia de 1907 – Operaciones rifeñas de
1909 – Cualidades de la Raza – El Gran Capitán – Miguel de Cervantes – El Mauser
español – Derecho internacional público – Moral militar – Condecoraciones militares
del siglo XIX – Frases históricas griegas, romanas y españolas – Historial de los Regi-
mientos de Castilla, Extremadura, Borbón, Tarragona y Segovia – Laureados infantes
en Cuba, Filipinas y Marruecos – Heroísmos del Cuerpo de Estado Mayor – Heroicos
artilleros – Heroísmos de la Legión, Fuerzas Regulares Indígenas, Mehal-las Jalifianas
y Tiradores de Ifni – Jardines de España (Episodios de la Cruzada) – Héroes de España
en campos de Rusia – Bandera, Escudo e Himno de España (García Pérez: 1942, 2).
Sin embargo, en obras anteriores la nómina de trabajos es más amplia y el citado
Jensen señala que tiene más de setenta y cinco libros y panfletos publicados, amén de
incontables artículos (Jensen: 2002, 100), recogiendo el listado en un anexo de su es-
tudio (Jensen: 2002, 173-176). Aún así, la relación de las obras salidas de la pluma de
García Pérez es mucho más amplia, por ello y sin ánimo de ser definitivos en cuanto
al número total de títulos citados, los recogemos agrupados por temas.
Obras de Antonio García Pérez

África
La Guerra de África de 1859 a 1860: Lecciones que explicó en el Curso de Es-
tudios Superiores del Ateneo de Madrid el Coronel de Infantería Francisco Mar-
tín Arrue. Extractadas por D. Antonio García Pérez, Madrid, 1898, Imprenta del
Cuerpo de Artillería.
Posesiones españolas en el África occidental, Barcelona, 1907, Revista Científi-
co-Militar y Biblioteca Militar.
Vocabulario militar hispano-magrebino, Melilla, 1907.
Árabe vulgar y cultura arábiga (1908).
“Estudio geográfico militar del Sahara occidental” en Revista Ilustración
Militar. Ejército y Marina núm. 83 (1908), Madrid, pp. 186-188.
“Ocho días en Melilla. La línea fronteriza” en Revista Ilustración Militar.
Ejército y Marina núm. 96 (1908), Madrid, pp. 394-398. En la revista hay una
llamada aclarando que el artículo es parte del libro que, con el título Ocho días
en Melilla, iba a aparecer en breve y que estaría dedicado al general José Marina.
“Estudio geográfico militar en la isla de Fernando Poo” en Revista Ilustra-
ción Militar núm. ¿? (1908), pp. 80 y siguientes.
“Estudio geográfico militar de la Guinea Continental Española” en Revista
Ilustración Militar núm. ¿? (1908), pp. 172 y siguientes.
Isla del Peregil y Santa Cruz de Mar Pequeña, Madrid, 1908, Tipografía de la
Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 18 páginas. Otra edición del mismo
año por la Imprenta de la Revista General de Marina, 16 páginas.

proemio 57
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

La cuestión del Norte de Marruecos, Barcelona, 1908, Revista Científico-Mi-


litar y Biblioteca Militar. La revista Ilustración Militar. Ejército y Marina núm. 89
(1908), reseñaba así esta obra:
Este distinguido y cultísimo Oficial de nuestro Ejército, ha publicado reciente-
mente con aquel título un pequeño folleto encaminado a vulgarizar el conocimiento
de nuestros derechos en el vecino imperio marroquí, probando con la Historia y docu-
mentos oficiales la prioridad nuestra en toda clase de ingerencias en el vecino Estado,
acompañando croquis y fotograbados de las posesiones españolas en el Norte del mis-
mo, haciendo su reseña histórica y demostrando el partido que puede sacarse de todas
ellas si se adoptan y llevan a buen término las medidas que propone el distinguido es-
critor, que en todo el trabajo demuestra gran entusiasmo porque esa Nación, hoy des-
compuesta y hecha trizas, pase a ser parte integrante de la corona de España, rindien-
do culto a la tradición y al cumplimiento de la última voluntad de Isabel la Católica.
Muy conocido el Capitán García Pérez en la república de las letras por sus
muchos escritos y labor constante, excusamos hacer su elogio, siendo sensible que
nuestros hombres políticos de todos tiempos y mucho más los de ahora, profesen
principios opuestos a los que persigue el Sr. García Pérez en su folleto y desdeñen,
antes el derecho, y ahora ese mismo derecho y la compensación a otros bienes per-
didos en mala hora.
Francia y España en Marruecos, s. l., 1908, 8 páginas.
Diario de las operaciones realizadas en Melilla a partir del día 9 de Julio de
1909, Toledo 1909, Imprenta y Librería Viuda e Hijos de J. Peláez (coautor con
Manuel García Álvarez).
Posesiones españolas en África, Toledo, 1909.
Ocho días en Melilla, Barcelona, 1909.
Estudio Militar de las costas y fronteras de España (1909), realizado con-
juntamente con el alumno de la Academia de Infantería Fernando Sostoa y
Erostarbe.
España en Marruecos: Conferencia pronunciada en el círculo “La Peña” de
Córdoba el 11 de agosto de 1909, Barcelona, 1909, Imprenta de la Revista Cientí-
fico-Militar.
La cuenca del Muluya, Madrid, 1910, Imprenta del Patronato de Huérfanos
de Administración Militar.
Geografía militar de Marruecos y posesiones españolas en África, Barcelona,
1910, Imprenta de la Revista Científico-Militar, prólogo de José Garrido de Oro.
Es posible que haya una segunda edición en 1911.
Tánger, Madrid, 1910, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Administra-
ción Militar.
Melilla: (después de la campaña de 1909), Madrid, 1911, Tipografía La Miner-
va Militar, publicaciones de la Infantería Española.
Relaciones hispano-mogrebinas, Madrid, 1911, Imprenta de la Revista Técni-
ca de Infantería y Caballería, prólogo de José María Valdés y Rubio.
Guerra de África (1916).

proemio 58
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Campaña de Chauïa: acción española, Madrid, 1912, Imprenta de la Revista


Técnica de Infantería y Caballería.
Campaña de Chaüia: acción francesa, Madrid, 1913, Imprenta de la Revista
Técnica de Infantería y Caballería.
Operaciones en el Rif (1916).
Geografía Militar de Marruecos (1916).
Ifni y el Sahara español, Toledo, 1916, Tipografía de Rafael G. Menor.
“España en Marruecos” en Revista Armas y Letras, Madrid, 1920, sep-
tiembre, 1921.
“El año 1921 en los campos de Melilla” en Revista Nuestro Tiempo, Madrid,
1922, Imprenta Alrededor del mundo, separata de 20 páginas.
“Acción militar de España en África: apuntes cronológicos” en La guerra y
su preparación (julio, 1925), pp. 61-70.
Estudio geográfico militar de las posesiones españolas en Marruecos, s. l., s. a.,
56 páginas.
Zona Española del Norte de Marruecos, Toledo (1916 o anterior), Tipografía
de Rafael G. Menor.
América
Estudio político militar de la campaña de México 1861-1867, Madrid, 1900,
Avrial Imprenta, prólogo de don Antonio Díaz Benzo, propietario y director de
La Nación Militar, Semanario independiente de Ciencias Sociales y Militares,
Literatura y Artes que inició su publicación el año 1899. En el núm. 52, de fecha
24 de diciembre de 1899, anunciaba este semanario la publicación de cinco fo-
lletines ilustrados, entre los que estaba esta obra, a partir del 1 de enero de 1900.
Reseña histórico-militar de la campaña de Paraguay (1864 á 1870), Burgos,
1900, Imprenta de Agapito Díez y Cia. (coautor con Rafael Howard y Arrien).
Una campaña de 8 días en Chile (agosto de 1891), Madrid, 1900, Imprenta del
Cuerpo de Artillería, carta prólogo de Casto Barbasán Lagueruela. El periódi-
co Heraldo de Madrid, del 19 de diciembre de ese año, citaba así ambas obras:
El capitán de Infantería, alumno de la Escuela Superior de Guerra, D. Anto-
nio García Pérez, ha tenido el buen acuerdo de traducir al castellano una obra que,
a pesar de su brevedad, resulta muy interesante, a la que añadió un notable apén-
dice con observaciones y juicios propios. Trátase de Una campaña de ocho días en
Chile, reseña escrita por el general francés Lamiraux, y en la que describe la que en
Agosto de 1891 realizaron las fuerzas constitucionales de aquella República contra
las del dictador Balmaceda (…)
Todo esto aparece estudiado y descripto con gran exactitud y conocimiento de
los hechos y de la ciencia militar por el general Lamiraux, y ampliado en el apén-
dice por el Capitán García Pérez, que traza admirablemente el cuadro de las bata-
llas de Concon y Placillas, continuando así la serie de estudios sobre las guerras del
centro y sur de América, de que forma parte la notable Guerra del Paraguay, escrita
por el capitán del Ejército uruguayo D. Rafael Howard.

proemio 59
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Guerra de Secesión: El General Pope, Madrid, 1901, Tipografía El Trabajo.


Proyecto de nueva organización del Estado Mayor en la República del Uru-
guay (1901).
Campaña del Pacífico entre las Repúblicas de Chile, Perú y Bolivia (1901).
Organización militar de América: República de Brasil, Madrid, 1902.
Organización militar de América: República de Ecuador, Madrid, 1902.
Organización militar de América: Guatemala, Madrid, 1902.
Organización militar de América: Ecuador, Madrid, 1902.
Organización militar de Méjico, Madrid, 1902.
Reflejos militares de América, Madrid, 1902.
Organización militar de América —1ª parte— Guatemala, Ecuador, Bolivia,
Brasil y Méjico, sin publicar, 1904.
Antecedentes políticos-diplomáticos de la expedición española a México (1836-
62), Madrid, 1904, Eduardo Arias.
Añoranzas americanas: Conferencia pronunciada en la noche del miércoles 21 de
diciembre de 1904 en el Centro del Ejército y la Armada, Madrid, 1905, R. Velasco.
Javier Mina y la independencia mexicana, Madrid, 1909, Imprenta de Eduar-
do Arias, en la colección de publicaciones “Estudios Militares”. Respecto a este
trabajo la Correspondencia Militar del martes 8 de junio de 1909 lo calificaba de
interesante relato, hecho por el ilustrado capitán de Infantería don Antonio García
Pérez, de la expedición del guerrillero español don Javier Mina en auxilio del par-
tido independiente mexicano, expedición que terminaría trágicamente con el fusi-
lamiento de su organizador y jefe.

Historia Militar
Inmolación del capitán D. Vicente Moreno, Toledo, 1909, Viuda e Hijos de J.
Peláez, 2ª edición por Antonio Alvaron, Madrid, 1910. En el periódico La Co-
rrespondencia Militar de fecha 7 de junio de 1909, se insertaba una reseña:
En elegante folleto ha publicado nuestro querido amigo y colaborador, el capi-
tán de Infantería don Antonio García Pérez, una bien documentada, interesante y
conmovedora narración del martirio y heroica muerte del capitán don Vicente Mo-
reno, alma de tan sobrehumano, de tan sublime temple, que para hallar su genea-
logía espiritual, sería preciso remontarse a los tiempos cuyos hombres dejó... para
siempre el inmortal polígrafo Plutarco.
La semblanza del héroe antequerano, una de las más grandes y hermosas fi-
guras de la guerra de la Independencia, está magistralmente hecha por el Señor
García Pérez.
El Cadete D. Juan Vázquez Afán de Ribera 1808-1908, Toledo, 1908?, Viuda
e hijos de J. Peláez.
El Sacerdote Pinto Palacios y el Capitán D. Vicente Moreno, Madrid, 1909.
Don Vicente Moreno y las Cortes españolas, Madrid, 1910, Imprenta Alemana.
Fortea: Conferencia en el Centro del Ejército y de la Armada de Madrid, Ma-
drid 1910, Eduardo Arias.

proemio 60
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Braulio de la Portilla y Sancho. Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de Julio


de 1909 (Melilla), Toledo, 1911, Viuda e hijos de J. Peláez.
El saguntino Romeu, Toledo, 1912; Imprenta y Librería de la Viuda e hijos
de J. Peláez.
Historial del Regimiento de Borbón 17º de Infantería, Málaga, 1915, Impren-
ta Ibérica. Existe otra edición en 1920, Toledo, Imprenta Colegio de Huérfanos
de María Cristina.
Compendio histórico del Regimiento de Córdoba, Málaga, 1917, Imprenta Ibérica.
“Condecoraciones Militares del siglo XIX”, en Revista Nuestro Tiempo
núm. 250 (1919), Madrid, Imprenta Alrededor del mundo, pp. 39-68.
Flores del heroísmo: Filipinas, Cuba y Marruecos, Madrid, 1919, Eduardo Arias.
Historial del Regimiento de Tarragona núm. 78, Gijón, 1920, Imprenta de El
Noroeste, prólogo de José Díaz Fernández.
Heroicas ofrendas, Madrid, 1920, Sucesores de Rivadeneyra. Incluido en las
Publicaciones del Memorial de Caballería. Prólogo de Salvador Rueda, epílogo
de Antonio Rey Soto.
Detalles de heroicas grandezas (1921).
Cervantes soldado de la Española Infantería, s. l., s. n., s. a., veintisiete pági-
nas (1921 o anterior).
Historial de la Academia de Infantería (1922).
Historial del Regimiento de Castilla (1922).
Historial del Regimiento de Extremadura núm. 15, Toledo, s. a., Imprenta del
Colegio de Huérfanos de María Cristina (1922 o anterior).
Cervantes, soldado del regimiento de Córdoba, Toledo, 1922, Imprenta del co-
legio de Huérfanos de María Cristina.
Heroicos infantes en Marruecos, Madrid, 1926, Imprenta Prensa Nueva,
ochenta y siete páginas; 2ª edición Toledo, 1927, Imprenta del Colegio de Huér-
fanos María Cristina, ochenta y cinco páginas. Otra edición en Cuenca, 1928,
Tipografía Ruiz de Lara.
Heroísmos del Cuerpo del Estado Mayor del Ejército, Toledo, 1927, Imprenta
del Colegio de Huérfanos de María Cristina.
Heroicos artilleros, Toledo, 1927, Imprenta del Colegio de Huérfanos de Ma-
ría Cristina.
Florilegio bélico, Toledo, 1928, Imprenta del Colegio de Huérfanos de Ma-
ría Cristina.
“Gentilezas de la Reconquista” en Memorial de Artillería (agosto 1928),
pp. 255-264.
Marinos heroicos: Frases y notas curiosas de algunos famosos marinos, s. l., 1928.
Miguel de Cervantes, Cuenca, 1930, Imprenta comercial.
Tríptico de gloria (Cervantes, Vara del Rey, Benítez), Toledo, 1930, Imprenta
del Colegio de Huérfanos de María Cristina.
Jardines de España, Tánger, 1941, Editorial F. Erola.

proemio 61
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Mehal-la-Jalifiana de Gomara núm. 4, Ceuta, 1941, Imprenta Imperio.


La Marina en la Cruzada, colección Biblioteca de Camarote de la Revista
General de Marina núm. 9, Madrid, 1942, Impreso en Escelicer SL.
Héroes de España en campos de Rusia 1941-1942, Madrid, 1942, Camarasa.
La bandera española, Madrid, 1942, Camarasa.
Historial del Grupo de F. R. I. de Infantería Alhucemas núm. 5, Córdoba,
1944, Imprenta Provincial.
Ejemplos de moral militar, Toledo, 1950, sesenta y siete páginas.
Campo Florido, Toledo, Imprenta del Colegio María Cristina.
La casa solariega de la Infantería española, Toledo, Imprenta Moderna.
Destellos de grandeza, Madrid, Eduardo Arias, entre 1912 y 1918.
Los Reyes de España, Badajoz, Vicente Rodríguez, sesenta y dos páginas.
Religiosidad
Glorias de María Inmaculada en los hechos de armas más salientes del Ejército
Español, Madrid, 1905, Imprenta Eduardo Arias [Anales del Ejército y la Arma-
da], prólogo de don José Ibáñez Marín.
Influencia en el Arma de Infantería de su patrona la Purísima Concepción (1905).
¿Por qué la valerosa Infantería Española adoptó como Patrona única la Inma-
culada Concepción? (1905).
Patronato de la Inmaculada Concepción (1921).
Técnica y moral militar
Nomenclatura del fusil Mauser español modelo 1893 (1896). Trabajo escrito,
según manifiesta el propio autor, siendo sargento galonista en la Academia de
Infantería.
Educación militar del soldado (1905).
Deberes morales del soldado, Toledo, 1905, Viuda e hijos de J. Peláez.
“El adiós a mis discípulos” en Revista Ilustración Militar. Ejército y Marina
núm. ¿? (1908), pp. 234 y siguientes.
Derecho internacional público, Toledo, 1909, Imprenta del Colegio de María
Cristina (coautor con Manuel García Álvarez).
La ciencia en la guerra, presentado en Hellín, 1909.
Leyes de la guerra. Manual para las clases de tropa (1910) (coautor con Ma-
nuel García Álvarez)
Consejos a los caballeros alumnos de la Academia de Infantería, Toledo, 1910,
Viuda e Hijos de J. Peláez.
S. M. El Rey Don Alfonso XIII en la Academia de Infantería, Toledo, 1911.
El soldado, Toledo, 1911, Viuda e hijos de J. Peláez.
La Bandera, Toledo, 1911, Imprenta y Librería de Viuda e Hijos de J. Peláez,
prólogo de Eduardo Dato Iradier.
Manual de la guerra de noche, Barcelona, 1912.

proemio 62
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Conceptos españoles de moral militar, Toledo, 1924, Imprenta Colegio de


Huérfanos de María Cristina.
Compendio de moral, s. l., s. n., s. a., ciento catorce páginas (1927 o anterior).
Temas sociales
Determinación de las materias que deben entrar en los programas de la ense-
ñanza primaria y de las que deben eliminarse por no estar en armonía con el desa-
rrollo de las facultades del niño (1904).
Reglamentación de la mendicidad en Córdoba (1904).
Un programa para la enseñanza primaria en España, Madrid, 1905, Ambrosio
Pérez y Compañía.
Militarismo y socialismo: Conferencia pronunciada en la noche del sábado 27
de enero de 1906 en el Centro del Ejército y la Armada, Madrid, 1906, R. Velasco.
“Estudio político-social de España en el Siglo XVI” en Revista Nuestro
Tiempo núm. 99 (mayo 1907), Madrid, pp. 177-219.
Estudio político-social de la España del Siglo XVI, Madrid, 1907, Ambrosio
Pérez y Compañía.
“Militarismo y jesuitismo” en Revista Ilustración Militar. Ejército y Marina
(1908), pp. 337 y siguientes.
“El Ejército y la Aristocracia” en Revista Ilustración Militar. Ejército y Mari-
na (1908), pp. 118 y siguientes.
Catolicismo y libertad, Badajoz, 1909, Uceda Hermanos.
La Iglesia es causa de la libertad de los pueblos, presentado en Alicante, 1909.
Lecturas militares: el soldado, Toledo 1911, Viuda e hijos de J. Peláez, cin-
cuenta páginas; prólogo de Abelardo Rivera.
“Juan Soldado y Juan Obrero” en Revista Nuestro Tiempo (diciembre 1915).
Juan Soldado y Juan Obrero, Madrid, 1916, Imprenta Alrededor del mundo,
prólogo del coronel Eduardo de Oliver Copons.
La religión y la guerra, Madrid, 1912.
La Realeza (1921).
El soldado español (1922).
Patria, Madrid, 1925, ciento sesenta y cinco páginas, Armas y Letras (1922).
Fe y patriotismo en los campos de batalla, Toledo, 1923, Imprenta del Colegio
de María Cristina.

Crítica de las obras por la reunión de Estado Mayor


para la Junta Consultiva de Guerra

En una semblanza biográfica como la presente, no podíamos dejar de recoger


los aspectos más destacados de los informes que la reunión de Estado Mayor rea-
lizó para la Junta Consultiva de Guerra respecto a alguna de las obras hasta aquí
citadas. Recordemos que la apreciación de dicha junta, basada preferentemente en
los informes de la reunión correspondiente al Arma o Cuerpo del autor o autores,

proemio 63
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

era la que marcaba la concesión de recompensas y la declaración de utilidad de


una obra. Para evitar reiteraciones recogeremos únicamente textos referentes a dos
de las obras de Antonio García Pérez relacionadas con Méjico: Estudio político mi-
litar de la campaña de Méjico 1861-1867 y Organización militar de Méjico.
Sobre su Estudio político militar de la Campaña de Méjico 1861-1867, presen-
tada conjuntamente con otras cuatro obras, Guerra de Secesión: El General Pope,
Una campaña de ocho días en Chile, Proyecto de nueva organización del Estado Ma-
yor de la República Oriental del Uruguay y Campaña del Pacífico entre las repúblicas
de Chile, Perú y Bolivia, la reunión de Estado Mayor opinaba, el 1 de julio de 1903,
muy críticamente, partiendo de su consideración de que era una traducción y no
una obra original: “Esta obra presentada como original parece traducida de un li-
bro que publicó en París el año 1874 el Capitán de EM Mr. Niox con el título Ex-
pédition du Mexique 1861-1867. Recit politique et militaire”. A partir de esta aprecia-
ción, los vocales no dudan en señalar detalladamente los puntos, a su juicio, más
negativos del texto presentado, señalando entre otras cosas:
En la traducción se ha suprimido casi todo el contenido del capítulo 1º de
Niox, utilizando de él únicamente algunos datos del final; el último capítulo ha
sido adicionado con algunos documentos y descripciones del Consejo de Guerra y
de la ejecución de la sentencia de muerte de Maximiliano. Sin otro fin, por lo vis-
to, que el de desfigurar algo el texto y desorientar al lector respecto a la procedencia
de los datos, se ha suprimido el índice detallado, las citas, los epígrafes de los capí-
tulos, las acotaciones cronológicas del margen, que eran muy convenientes; se ha
invertido con frecuencia el orden de exposición de los hechos; y también sin razón
que lo justifique, se ha trastornado la primitiva distribución de materias en capítu-
los, notas y párrafos. Las mutilaciones y trasposiciones efectuadas han perjudicado
bastante a la claridad y buena inteligencia de la obra.
En muchos trozos la traducción es literal; en algunos se ha hecho con algún
esmero; pero en otros se encuentra demasiada libertad y cierto descuido. (…)
También es de observar la prodigalidad, no siempre oportuna, de sonoros epí-
tetos y de frases hechas que contrasta con la sobriedad de estilo del texto original.
La “Expeditión du Mexique” – “Recit politique Hª militaire” de Niox no es una
obra de crítica militar de aquella campaña. Es sencillamente, de acuerdo con su epí-
grafe, una narración bien hecha de los sucesos políticos y militares en que intervino
el Ejército expedicionario. Pero el “Estudio político militar de la campaña de Méjico”
del Capitán García Pérez estaba obligado por su título a revestir cierto carácter téc-
nico del que realmente también carece, pues nada añade en este concepto a la obra
de Niox. Sin duda alguna no hubieran faltado elementos para realizar con éxito esta
empresa: las diversas obras escritas sobre la campaña, y los datos, documentos y par-
tes detallados de las operaciones que publicó el Gobierno Mejicano, constituyen base
suficiente para formar un juicio crítico bien fundado en su aspecto militar. Y todavía
para quién, falto de fuerzas o sobrado de modestia, encontrase esta tarea demasiado
ardua para acometerla únicamente con su propio esfuerzo, quedaba aún el recurso
de la traducción que, aunque de menos brillo y lucimiento, puede también ser útil y
meritorio si se emplea consideración y sinceridad, y sin olvidar los deberes que im-
pone. El Teniente Coronel Bourdeau dio a luz en París en 1894 un folleto intitulado

proemio 64
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

“La guerre du Mexique” que contiene una exposición sintética de la composición y


formación de las columnas, táctica empleada por uno y otro combatiente, material de
guerra y medios de transporte, vestuario, servicios de municionamiento y subsisten-
cias, convoyes, líneas de comunicación, espionaje, ataque y defensa de pueblos y des-
tacamentos, empleo que se hizo de la fortificación pasajera, servicios de seguridad y
exploración, y varios datos y consideraciones respecto a la forma en que se adoptaron
los principios del arte militar a la manera de ser de aquellos combates y a las circuns-
tancias y condiciones del país que sirvió de teatro de la guerra. Esta obrita es un exce-
lente complemento de la obra de Niox; una refundición hábil de ambas, hubiera per-
mitido al Capitán García Pérez aplicar con propiedad el título de su libro a un trabajo
que entonces podría haber sido útil e interesante para cuantos por su carrera o afición
se dedican a esta clase de estudios.
Con esta opinión previa, no es de extrañar la aparente dureza del informe
final que realiza la reunión de Estado Mayor de la Junta Consultiva de Guerra
sobre el conjunto de las cinco obras presentadas por García Pérez:
Este trabajo compuesto en su mayor parte de fragmentos de diversos textos, a
cuyos autores cita, no presenta en su conjunto la unidad de criterio que debe siem-
pre presidir en toda obra literaria.
Excesivamente sobrio en observaciones y detalles técnicos al referir la organi-
zación de los Ejércitos combatientes, las operaciones y hechos de armas, y en ge-
neral, en cuanto afecta al aspecto militar de la campaña; abunda hasta la saciedad
en citas y digresiones pintorescas, más de una vez demasiado libres, que no con-
tribuyen al desarrollo del asunto principal sino más bien lo perjudican y entorpe-
cen. Y siendo el fin que en último término persigue en sus obras el Capitán García
Pérez, según el mismo indicó, el enaltecer las virtudes, las glorias y grandezas de
aquellos pueblos americanos para que sirvan de enseñanza y admiración a los del
continente europeo, no tiene explicación lógica que ponga muy de relieve cualida-
des y costumbres que de ser ciertas revelarían precisamente lo contrario de lo que
el autor se propone.
El libro que examinamos, tampoco ofrece ni en la relación de los hechos y de
los sucesos, ni en el juicio crítico de las causas y consecuencias de los mismos acon-
tecimientos que relata, ningún dato ni apreciación justificada que no hayan dado a
conocer hace muchos años los mismos autores a quienes en parte copia.
Según se encargan de recordar los propios vocales, al formular su opinión
respecto a cada una de las cinco obras presentadas por el capitán García Pérez
habían procurado exponer con absoluta imparcialidad las cualidades intrínsecas
que poseían y la utilidad que podían reportar en relación a otros trabajos pu-
blicados anteriormente por distintos autores acerca de los mismos temas. Pero,
a pesar de las duras críticas a estas obras que, por otro lado, ya estaban publica-
das, el informe de la reunión termina por reconocer ciertos méritos a su autor:
Terminado ya este informe desde dicho punto de vista exclusivamente objetivo,
cree justo consignar ahora que el Capitán D. Antonio García Pérez, aparte el mayor
o menor éxito o acierto que sin esfuerzo alcanzó, ha demostrado extraordinaria la-
boriosidad y mucho amor al estudio. Este joven oficial, después de haber estado en la
Campaña de Cuba más de un año asistiendo a muchos combates por los que obtuvo

proemio 65
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

dos cruces rojas del Mérito Militar, cursó con aprovechamiento el vasto plan de es-
tudios de la Escuela Superior de Guerra y publicó gran número de obras en las que
tuvo que invertir no escaso tiempo y trabajo, para rebuscar, estudiar y compulsar los
diferentes textos que para su propósito utilizó. Además de los cinco libros que hemos
reseñado, dio a luz antes cuatro y tiene tres en preparación según anuncia en la por-
tada de uno de aquellos, habiendo obtenido ya de Real Orden una mención honorífi-
ca como recompensa por dos de su primera colección.
Todo esto realizado en un plazo de tiempo relativamente corto revela, como
hemos dicho, gran aplicación y constancia en el estudio, cualidad siempre digna de
elogio y que bien dirigida podrá ser de resultados provechosos.
Quizás por esta última observación, la Junta Consultiva de Guerra reco-
mienda que se conceda a Antonio García Pérez la Cruz de 1ª clase del Mérito
Militar con distintivo blanco, que finalmente fue concedida, señalando antes:
Para la aplicación, en el caso presente, del Reglamento de recompensas, con-
viene dividir en 2 grupos las obras presentadas por el capitán García Pérez: en el
1º de ellos pueden incluirse los trabajos relativos a las campañas del Pacífico, Mé-
jico Chile y guerra de Secesión, que, aunque en su mayor parte son traducciones,
como se ha dicho, van ilustrados con planos, datos estadísticos y juicios críticos, y
en tal concepto pudieran ser comprendidos en el párrafo 4º, artº 19 del Reglamento.
El 2º de los grupos en que se han dividido los trabajos, lo constituye el folleto
relativo al proyecto de organización del E. M. del Uruguay, que es trabajo origi-
nal del autor y debe comprenderse en el artº 23, porque taxativamente no lo está en
ninguno del Reglamento.
El caso opuesto ocurre con la Organización militar de Méjico, respecto a la
que se señala, en un informe de fecha 24 de octubre de 1904, que se presenta
como parte integrante de una obra mayor titulada Organización militar de Amé-
rica —1ª parte— Guatemala, Ecuador, Bolivia, Brasil y Méjico, formada por la
unión en un solo tomo de cinco folletos impresos que ya había publicado en dis-
tintas fechas con anterioridad; a los que se les había añadido un prólogo general
(en una sola página) y un índice común, paginando el conjunto hasta las cua-
trocientas páginas totales. Al margen de otras consideraciones la Junta señalaba
con relación a la de Méjico:
Empieza con un prólogo en el cual el Autor transcribe nueve párrafos de una
obra que publicó el citado General Reyes con el título “El Ejército Mejicano”. Uno
de esos párrafos comienza así: ‹‹De la mezcla de conquistadores y cautivos nace
una nueva y ardorosa gente, que arroja al fin a los advenedizos, que siempre en-
greídos, conservar quisieron el dominio, cansándoles, venciéndolos en cruenta, pro-
longada guerra; y entonces se forma una nacionalidad heterogénea, la nacionalidad
mejicana, de distintos orígenes y etc.››. El Capitán García Pérez dice que copia esos
renglones para rendir homenaje de respeto y consideración a su autor al cual por
gratitud dedica su trabajo; pero olvidó por lo visto otros respetos y consideraciones
mas avenidos con las frases que hemos subrayado que parece increíble figuren sin
protesta en una obra presentada al Gobierno de España en súplica de recompensa
por un Oficial de su propio Ejército. Cierto es que el Capitán García Pérez en el
“Prólogo general” manuscrito con que encabeza el tomo que ahora ha formado con

proemio 66
BIOGRAFÍA DE ANTONIO GARCÍA PÉREZ

sus cinco folletos, dice al referirse a diez y ocho de los actuales Estados americanos,
entre los cuales alude a Méjico, que fueron “conquistados a la civilización por el sa-
ber de nuestros misioneros y por la energía de nuestros caudillos”, pero este “Prólo-
go general” es inédito, y el de la “Organización militar de Méjico” fue ya publicado.
Con estas apreciaciones iniciales de la Junta Consultiva, antes incluso de
entrar a analizar el contenido de la obra presentada, era de esperar un dictamen
final claramente opuesto a los propósitos del autor, pero el informe se limita a
un reconocimiento general del esfuerzo de Antonio García Pérez, señalando:
Los países a que se refiere la obra no pueden presentarse como modelos de orga-
nización militar, y no han sido por lo tanto objeto preferente de estudio, en ese con-
cepto, de nuestros tratadistas militares. El Capitán García Pérez con laudable celo se
ha consagrado a corregir esta omisión y, aunque en el libro que ahora presenta se ha
limitado a realizar un trabajo puramente expositivo y con las deficiencias indicadas
sin emitir juicios críticos, ni propios ni ajenos; es digno sin duda alguna de elogio y
consideración por su buen deseo de ser útil a sus compañeros y a su patria, y por su
infatigable laboriosidad de que tantas muestras conoce ya esta Junta.

Bibliografía
Arencibia de Torres, J., Diccionario biográfico de literatos, científicos y artistas militares espa-
ñoles, Madrid, E y P Libros Antiguos SL., 2001.
Gárate Córdoba, J. M., “La cultura militar en el siglo XIX” en Las Fuerzas Armadas Espa-
ñolas. Historia Institucional y social, directores M. Hernández Sánchez-Barba y M. Alonso Baquer,
Madrid, Ed. Alhambra, 1986, tomo IV, pp. 141-267.
García Pérez, A., Braulio de la Portilla y Sancho. Muerto por su Patria y por su Rey el 27 de Julio
de 1909 (Melilla), Toledo, Viuda e Hijos de J. Peláez, 1911.
— La Marina en la Cruzada, Colección Biblioteca de Camarote de la Revista General de
Marina núm. 9, Madrid, Escelicer SL, 1942.
Jensen, G., Irrational triumph: cultural despair, military nationalism, and the ideological origins
of Franco´s Spain, Reno y Las Vegas, University of Nevada Press, 2001.
Pérez Frías, P., “Las élites militares de Alfonso XIII y la Inmaculada Concepción: El caso
de Antonio García Pérez” en Actas del Simposium “La Inmaculada Concepción en España: Reli-
giosidad, Historia y Arte”, director F. J. Campos y Fernández de Sevilla, El Escorial (Madrid),
Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, 2005, pp. 305-326.
Yusta Viñas, C., Alfonso de Orleans y de Borbón. Infante de España y pionero de la aviación
española, Madrid, Fundación Aeronáutica y Astronáutica Española, 2011.

proemio 67
68
Capítulo I

J AV I E R M I N A

Y LA

INDEPENDENCIA

MEXICANA
Reproducción de la portada original

[PUBLICACIONES DE LOS “ESTUDIOS MILITARES”]


Por D. ANTONIO GARCÍA PÉREZ
CAPITÁN DE INFANTERÍA
Con aptitud acreditada de Oficial de Estado Mayor
MADRID
IMPRENTA DE EDUARDO ARIAS
San Lorenzo, 5, bajo
1909
Notas a la edición

Javier Mina y la independencia mexicana

Manuel Gahete Jurado


Doctor en Historia Moderna, Contemporánea y de América

El 8 de junio de 1909, La Correspondencia Militar hacía público este co-


municado:
La publicación Estudios militares ha dado á conocer un interesante relato, he-
cho por el ilustrado capitán de Infantería don Antonio García Pérez, de la expedi-
ción del guerrillero español don Javier Mina, en auxilio del partido independiente
mexicano, expedición que terminó trágicamente con el fusilamiento de su organi-
zador y jefe.
Cronológicamente, este relato de tono épico fue el último de los editados por
García Pérez de un conjunto de cinco relativos a México: Estudio político militar
de la campaña de Méjico 1861-1867 (Madrid, 1900), Organización militar de Mé-
xico (Madrid, 1902), Antecedentes político-diplomáticos de la expedición española
á México 1836-62 (Madrid, 1904), México y la invasión norteamericana (Madrid,
1906), Javier Mina y la independencia mexicana (Madrid, 1909).
La obra es una intensa narración de cuarenta y siete páginas, dividida en
dos capítulos, donde se describe la intervención del guerrillero navarro en la
Guerra de la Independencia de México contra sus colonizadores. Xavier Mina,
movido por sentimientos universales de libertad y justicia, decide apoyar la in-
surgencia mexicana, defendiendo la Constitución de Cádiz, frente al absolutis-
mo de Fernando VII. Las palabras de Mina, apuntaladas por las citas textuales
de William Davis Robinson, Modesto Lafuente, Fray Servando Teresa de Mier,

CAPÍTULO I. Notas a la edición 71


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Agustín Rivera y Julio Zárate, estructuran el relato enardecido del héroe militar
español que, sobre fronteras y banderas, defiende la dignidad del ser humano.
El libro está dedicado a Fernando Sáenz de Tejada y Moralejo (Toledo, 30
de mayo de 1909), amigo del escritor. Sáenz de Tejada murió en Madrid el día 9
de enero de 1940, siendo enterrado al día siguiente en presencia de sus familia-
res y amigos, en el cementerio de Aranjuez, con las indulgencias acostumbradas.
Como en sus obras anteriores, García Pérez da pruebas inequívocas de una
extraordinaria erudición. Desde el comienzo sorprende el caudal de ciencia his-
tórica que vierte aderezada por un acertado uso de la sintaxis, la lúcida elección
del léxico y el mesurado ritmo de la prosa:
Si Mina no tuvo la elocuencia imperativa de César y Bonaparte, la frase varonil de
Pitt, las magníficas concepciones de los últimos héroes de la Gironda, la elocuencia de
Demóstenes y la expresión brillante y fulgorosa de los Burkes y Berryer, en cambio sus
escritos son estrofas sonoras, dictados hermosos a los pueblos libres; en estilo conciso y
elegante, sus invocaciones a la libertad son un canto sublime de Lucrecio o un himno
de Píndaro, vigorizado por la musa trágica de Sófocles o de Esquilo. Hubiera poseído
elocuencia centelleante para oírse en ella las invectivas sangrientas de Demóstenes a
Filipo y Alejandro, las maldiciones de Cicerón a Clodio, los improperios de los Gracos
a la nobleza romana, el acento de lord Chatham o las protestas de O’Connell, y es se-
guro que la figura de Mina habría brillado de otra manera (García Pérez: 1909a, 9-10).
El autor hace alarde de una escritura pulcra, con tonos claramente literarios,
que solo alteran algunos usos, imputables a las normas gramaticales entonces en
boga pero obsoletos en la actualidad, como los acentos en la preposición “á”, la
conjunción copulativa “é” y la disyuntiva “ó”; así como el modo verbal “fué” y la
acentuación inveterada de algunos diptongos: “constituída”, “ruínas”. Convención
usual en la bibliografía de García Pérez es el uso de las mayúsculas para referir-
se a los meses del año, siguiendo la grafía inglesa y la preceptiva de la época. La
ambición literaria del ilustrado militar se traduce en textos de delicada belleza, al
modo de la más exaltada mística presente en el Cántico Espiritual de San Juan de
la Cruz: “Correrá dislocado por montes y veredas intrincadas, escalará el muro,
defenderá la trinchera” (García Pérez: 1909a, 10); o emulando las embravecidas
efusiones del rapsus romántico que todavía dejaba sonoros ejemplos en los versos
gigantes y extraños de Bécquer: “y como la ola que con nuevos alientos vuelve a
batir la roca, así los republicanos se rehacen y chocan al modo admirable contra
sus valientes adversarios” (García Pérez: 1909a, 41).
Es evidente el afán de García Pérez por destacar la figura del combatiente
Mina, sobrino del ilustre mariscal español Francisco Espoz y Mina, y no repara-
rá en firmes afirmaciones ni en alusiones simbólicas que alcanzan las gestas de
los héroes homéricos: “Por la causa de la libertad e independencia he empuñado
las armas hasta ahora: sólo en su defensa las tomaré de aquí en adelante” (Gar-
cía Pérez: 1909a, 10); se entiban en la alabanza de los romances heroicos postu-
lando el vigor de los aguerridos combatientes, sin discriminar razón alguna en-
tre las virtudes de Mio Cid o el caudillo Abenámar: “Cuando estaba á la cabeza

CAPÍTULO I. Notas a la edición 72


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

de las tropas, les inspiraba su arrojo (…) Era afable, generoso, sencillo, humano
y moderado, y unía á todas las dotes del militar los modales del hombre civili-
zado” (García Pérez: 1909a, 10); y no duda en defender el valor de los hombres
frente a cualquier otro orden establecido: “El bizarro comportamiento de Mina
en España no lo voy a relatar, porque su nombre brilla en la región de los hé-
roes” (García Pérez: 1909a, 10). El patriotismo de Antonio García Pérez y la de-
fensa de la España en la que cree son inexpugnables, y lo demostrará sometido a
la reprobación y el agravio. Por ello, es admirable la tenacidad con que defiende
al guerrillero Mina y la cabal elocuencia en su dictamen:
No me propongo juzgar la conducta moral de Mina, sino estudiar militarmen-
te su breve campaña de siete meses; si alguna vez ensalzo operaciones o sucesos del
partido independiente mexicano, ofendería el lector mis sentimientos suponiéndo-
me defensor decidido de los principios que movieron aquella grandiosa lucha de
emancipación, puesto que la pasión del relator nunca debe restar méritos al contra-
rio (García Pérez: 1909a, 11).
Frente al valor de Xavier Mina, la figura de Fernando VII queda bastante
desautorizada en la voz del propio guerrillero quien se erige en singular paladín
de esta narración épica:
La mitad de la nación había sido devorada por la guerra, y la otra mitad aún
estaba empapada en sangre enemiga y en sangre española al restituirse Fernando
al seno de sus protectores (…) Pero, ¡cuál fue mi sorpresa al ver la reproducción de
los antiguos desórdenes! Los satélites del tirano sólo se ocupaban en acabar de des-
truir la obra de tantos sudores (García Pérez: 1909a, 18-19).
No es menos despótica la actuación del monarca en la administración de
las colonias americanas: “Sólo el Rey, los empleados y los monopolistas son los
que se aprovechan de la sujeción de la América en perjuicio de los americanos”
(García Pérez: 1909a, 20). Y expeditiva la postura del combatiente frente a ta-
maña explotación:
Sin echar por tierra en todas partes el coloso del despotismo sostenido por los
fanáticos, monopolistas y cortesanos, jamás podremos recuperar nuestra antigua
dignidad. Para esto es indispensable que todos los pueblos donde se habla el caste-
llano aprendan a ser libres y a conocer y a hacer valer sus derechos (…) La causa de
los americanos es justa, es la causa de los hombres libres (García Pérez: 1909a, 20).
Antonio García Pérez pone de manifiesto, en la exaltación del joven Mina,
otra figura singular de la milicia española, el teniente cordobés Braulio de la
Portilla fallecido en la campaña de Melilla de 1909, con veintiún años de edad.
El escritor se refiere al valiente oficial en estos términos:
En el Alcázar toledano conocí al heroico teniente de cazadores de Llerena; su
honradez, su caballerosidad, su disciplina, sus virtudes fueron mi orgullo. Coincidían
con mis deseos para el arma, con mis ansias para España, con mis votos para el Rey.
Cuando supe la noticia de la gloriosa muerte, recordé al discípulo que tantas virtudes
anidara en su alma y tanto cariño merecido de sus maestros, y creí ver en el teniente
La Portilla uno de aquellos excelsos adalides de la magna España que ni conocieron

CAPÍTULO I. Notas a la edición 73


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

obstáculos en sus arrolladores avances ni se entristecieron ante imponentes sacrificios.


La Portilla ganó inmarcesible honor en el campo de batalla; su nombre vive en la me-
moria de los buenos infantes, en el corazón de los que aplaudieron sus virtudes en las
aulas toledanas (García Pérez: 1909b, 4).
En el folleto que dedica al malogrado combatiente, Antonio García Pérez
“manifiesta su gratitud á la Prensa, Corporaciones y personalidades de Córdoba
por la eficacísima ayuda que le prestaron para lograr sus anhelos en favor del he-
roico La Portilla” (García Pérez: 1911, s. n.), a quien se rendirá un caluroso home-
naje en Córdoba, descubriendo la lápida erigida en su honor en la calle que lleva
su nombre. La iniciativa partirá del Batallón de Cazadores de Llerena núm. 11, al
que pertenecía el aguerrido cordobés, integrado en la 1ª Brigada Mixta, al mando
del general Guillermo Pintos Ledesma, quien recibiría, el 13 de julio de 1909, la
orden de movilización. Calle y plaza fueron el testimonio ejemplar dedicado en
Córdoba al heroico Braulio de la Portilla, aunque el capitán García Pérez había
pretendido una acción mucho más acorde a los méritos del joven teniente. La ini-
ciativa del escritor, recogida por el concejal José Fernández Vergara, fue atendida
por el pleno municipal que, en su sesión del 23 de marzo de 1910, acordó ceder
para el emplazamiento del monumento a La Portilla, y a los demás soldados cor-
dobeses que en Melilla dieron su vida por la Patria y por el Rey, el centro de la ex-
planada que existe en el paseo de la Victoria, frente a los pabellones de los cuarte-
les. El Ayuntamiento había decidido contribuir con la suscripción de mil pesetas,
la misma cantidad que ingresaría la Diputación provincial de Córdoba, según lo
acordado en sesión de 8 de abril de 1910, a lo que se sumaría la aportación de S.
A. R. D. Alfonso de Orleans y Borbón quien escribía, desde Coburgo, al capitán
García Pérez suscribiéndose con quinientas pesetas (Cf. García Pérez: 1911, 23). El
monumento nunca llegó a levantarse.
Más fructíferas habían sido las gestiones para erigir en Córdoba una estatua
al Gran Capitán, uno de los más dotados militares de la historia de España al ser-
vicio de los Reyes Católicos. Siendo Antonio García Pérez capitán y profesor de la
Academia de Toledo, comenzó un arduo alegato proclamando la celebración en la
ciudad de los Omeyas del cuarto centenario de la muerte de Gonzalo Fernández
de Córdoba. Entre otras actuaciones, García Pérez pedía que se erigiera un mo-
numento al valeroso militar. A su instancia, y siguiendo el modelo de suscripción
popular para sufragar los gastos del dedicado a Emilio Castelar en Madrid, se crea
una comisión cuyo primicial cometido es la construcción de un basamento sobre
el que colocar la figura ecuestre del afamado personaje:
En la ciudad de Córdoba, dadas las nueve y media de la noche del miércoles
veinte y tres de Junio de mil novecientos nueve, reuniéronse, previa invitación, en
los estrados de la Alcaldía de estas Casas Consistoriales, bajo la presidencia del se-
ñor D. Rafael Jiménez Amigo, Alcalde presidente de la Corporación municipal, los
señores de la Comisión ejecutiva que entiende en cuanto se relaciona con la pro-
yectada erección del monumento á la memoria del insigne Gran Capitán Gonza-
lo Fernández de Córdoba, á saber: el muy ilustre señor don Rafael García Gómez,

CAPÍTULO I. Notas a la edición 74


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

don Manuel de Sandoval, don Francisco Marchesi, don Patricio López González y
don Antonio Vázquez Velasco, vocal secretario
(…)
Acto seguido expuso la presidencia que (…) les había convocado para que co-
nocieran y resolviesen lo que considerasen procedente sobre la memoria técnica y
económica remitida por el ilustre escultor don Mateo Inurria, a quien se había con-
ferido el estudio del proyectado monumento al Gran Capitán.
(…)
La Comisión ejecutiva resolvió (…) aprobar definitivamente el proyecto de
monumento en honor del Gran Capitán, realizado por el distinguido escultor don
Mateo Inurria, según y en la forma que demuestra el estudio de esta obra, presen-
tado por dicho artista.
(…)
Habrá de aplazarse hasta el otoño inmediato la prosecución de las gestiones
encaminadas á obtener por medio de una amplia suscripción, y con la cooperación
valiosa de importantes entidades, los recursos necesarios para la oportuna reali-
zación del proyecto que motiva estas sesiones, (la presidencia) declaró terminada
la presente, siendo las once de la noche (Diario de Córdoba, 29 de junio de 1909).
La obra debía estar finalizada para enero de 1915, año en que se conmemo-
raba el Cuarto Centenario de la muerte del heroico capitán cordobés (Vid. Mundo
Gráfico, 8 de diciembre de 1915); sin embargo, las recaudaciones son insuficientes,
y el monumento no pude inaugurarse hasta el día 15 de noviembre de 1923, co-
locándose originalmente en el cruce de las avenidas de Gran Capitán y Ronda de
los Tejares para ocupar su actual ubicación en la Plaza de las Tendillas, que fue
remodelada con este fin, en 1927. Aunque los eventos programados para la cele-
bración del Centenario no llegaron a tener el lustre que García Pérez y el Ejército
hubieran deseado, puede documentarse la irreductible tenacidad del militar en el
empeño (Palencia: 2003, 244-252). Por su impulso, constante ánimo y capital apo-
yo a esta empresa, el Ayuntamiento cordobés acordó solicitar al Ministerio de la
Guerra, el 26 de noviembre de 1923, que se consignase en el historial del teniente
coronel “como mérito distinguido su iniciativa y patrióticos artículos para erigir
un monumento al Gran Capitán en la ciudad de Córdoba” (Servicio y méritos…).
Viviendo ya en Córdoba, García Pérez publicará dos libros sobre el insigne mili-
tar: El Gran Capitán, vencedor de Garellano (1945, sesenta y cuatro páginas) y Vida
Militar del Gran Capitán (1946, ochenta y siete páginas).
Antonio García Pérez no escatimó nunca un ápice de esfuerzo para divulgar
entre las clases de la tropa los hechos gloriosos de los héroes. Como en el caso de
La Portilla, no es menos vigorosa la exhortación del ilustrado militar solicitando
el homenaje por su valor y méritos a otros protagonistas caídos en acción de gue-
rra. Son significativos los ejemplos: Por el documentado folleto titulado El Cadete
D. Juan Vázquez Afán de Ribera 1808-1908, el Ayuntamiento de Granada, en se-
sión de 30 de octubre de 1908, acordó proponer al Gobierno de su Majestad que se
concediera al entonces capitán García Pérez la Encomienda ordinaria de la Real y
distinguida orden de Carlos III, otorgada por Real Orden de 25 de febrero de 1909.

CAPÍTULO I. Notas a la edición 75


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

La noticia fue ampliamente recogida por las publicaciones de la época, en las que
con frecuencia escribía nuestro diligente escritor (Vid. García Pérez: 1908b, 321-
322). En sus conferencias queda constatado el vigoroso clamor por la repatriación
del cadáver del heroico comandante Julián Fortea Selví, muerto gloriosamente en
Filipinas, donde era gobernador (Vid. La Correspondencia Militar, 21 de mayo de
1909). Y es igualmente notable, el artículo donde expresa su encomio “Al caballe-
ro Cadete de Infantería, Don César Sáenz de Santa María de los Ríos” (García
Pérez: 1909c, 375). O la obra Inmolación del Capitán Don Vicente Moreno, el hé-
roe antequerano, recomendada a los Cuerpos de Infantería por Real Orden de 5
de agosto de 1909 (Diario oficial núm. 174). En La Correspondencia Militar se deja
cumplida constancia de esta publicación:
Una bien documentada, interesante y conmovedora narración del martirio y
heroica muerte del capitán don Vicente Moreno, alma de tan sobrehumano, de tan
sublime temple, que, para hallar su genealogía espiritual, sería preciso remontar-
se a los tiempos cuyos hombres dejó escudados para siempre el inmortal Plutarco.
La semblanza del héroe antequerano, una de las más grandes y hermosas figu-
ras de la Guerra de la Independencia, está magistralmente hecha por el señor Gar-
cía Pérez (7 de junio de 1909).
En la revista mensual Nuestro Tiempo, dirigida por Salvador Canals, el escri-
tor incide en la figura de este militar con un emotivo artículo titulado “Biografía
del capitán D. Vicente Moreno” (García Pérez: 1910, 58-67), para quien recabó en
Antequera un monumento que recordara el arrojo y la fortaleza de la milicia es-
pañola. No fue menos denodada la defensa del infante de España, Alfonso de Or-
leans, hijo del príncipe Antonio de Orleans y Borbón, nieto del rey Luis Felipe I
de Francia, y de la infanta Eulalia de Borbón, hija de la reina Isabel II, que lo llevó
incluso a ser procesado. La causa fue el artículo publicado en La Correspondencia
Militar de 5 de octubre de 1910, donde García Pérez aboga por la rehabilitación del
exinfante, alumno en la Escuela de Infantería de Toledo, desposeído de sus reales
títulos “por contraer matrimonio con la princesa Beatriz de Sajonia sin cumplir
los requisitos ni obtenido el consentimiento que las leyes marcan” (El Globo y El
Heraldo Militar, 8 de octubre de 1910, un mismo artículo, repetido en ambas pu-
blicaciones, donde se comete el error de nombrar al infante como don Antonio).
Es incomprensible que un hombre como Antonio García Pérez, de tan probada
virtud, haya sido relegado al más proceloso olvido.
No puedo ultimar estas notas sin agradecer a Guadalupe Jiménez Codinach
y Manuel Ortuño Martínez, máximos conocedores de Xavier Mina, su fecundo
trabajo para poner en valor la postergada figura del combatiente español, injus-
tamente tratado de traidor a su patria por la historiografía habitual, hecho del
que nos advirtió con arrojado empeño Antonio García Pérez. Como señala el
doctor Ortuño, en la controvertida historia político-militar entre México y Es-
paña a lo largo del siglo XIX, solo la actuación de tres personajes ha sido reco-
nocida y exaltada en México: Xavier Mina y Juan O’Donojú, en la época de la

CAPÍTULO I. Notas a la edición 76


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

independencia, y el general Juan Prim y Prats, en el periodo de las guerras de


Reforma. Los tres representan el más acendrado testimonio de las relaciones en-
tre ambos países que pretendemos celebrar.

Bibliografía
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de diciembre de] 1909b, p. 4.
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bre de] 1909c, p. 375.
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páginas.
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Lafuente, M., Historia General de España. Barcelona, Montaner y Simón, 1850-1867.
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Rivera, A., Viaje a las ruinas del Fuerte del Sombrero, Jalisco, 1876.
Robinson, W. D., Memoirs of the Mexican Revolution: Including a Narrative of the Expedition
of General Xavier Mina. With some Observations of the Practicability of Opening a Commerce Bet-
ween the Pacific and Atlantic Oceans, Trough the Mexican Istmus in the Province of Oaxaca and at the
Lake of Nicaragua; and of the Future Importance of Such Commerce to the Civilized World, and More
Especially to the United States, Philadelphia, Lydia R. Bailey, 1820.
Zárate, J., La Guerra de Independencia [1808-1821], en México a través los siglos, tomo III,
Vicente Riva Palacio, Espasa y Compañía —España— y J. Ballescá y Compañía —México—,
1884-1889.

CAPÍTULO I. Notas a la edición 77


Diploma del nombramiento de Antonio García Pérez
como socio honorario de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

CAPÍTULO I. Introducción 78
Introducción

La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística

Julio Zamora Bátiz


Presidente de la Junta Directiva Nacional
de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística

Reseña general

La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística fue fundada el 18 de abril


de 1833 con el nombre de Instituto Nacional de Geografía y Estadística. El pre-
sidente de la República, Valentín Gómez Farías, convocó a los intelectuales más
distinguidos de la nueva república a trabajar en conjunto con el objeto de reunir
y analizar la información geográfica, demográfica, estadística, realizar el inven-
tario de recursos naturales del país y el mapa oficial de la nueva república y pro-
poner soluciones para los problemas del desarrollo nacional.
Se integró con veinticinco socios activos que, en sesión efectuada en la sede
del Poder Ejecutivo de la República, eligieron como su primer presidente a José
Justo Gómez de la Cortina. Fue la primera sociedad científica y cultural estable-
cida en América y la tercera de este tipo organizada en el mundo.
Una muestra más del cuidado que puso el doctor Gómez Farías al crear esta
nueva herramienta del Estado mexicano es que incluyó como miembros fundado-
res a liberales y conservadores de todos los matices, para enfatizar que, indepen-
dientemente de posturas ideológicas, todos debemos estar dispuestos a servir a la
patria. Incluso se decidió que fuera un conservador quien presidiera el Instituto.
Fueron convocados como socios fundadores: Bernardo González Angulo,
Manuel Gómez Pedraza, José Gómez de la Cortina, Ignacio Mora, Ramón Mo-
ral, Joaquín Velázquez de León, Juan Orbegozo, Miguel Bustamante, Ignacio

CAPÍTULO I. Introducción 79
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Cuevas, Luciano Castañeda, Carlos García, Manuel Castro, Onofre Arellano,


Juan Aragón, Mariano Sánchez Mora, el doctor Manuel Gómez, Ignacio Inies-
tra, Sebastián Guzmán, Manuel Reyes, Benigno Bustamante, Ignacio Serra-
no, José María Durán, Cástulo Navarro, Manuel Ortiz de la Torre y José María
Castelazo.
Para respaldar la realización de los trabajos programados se nombró a los
gobernadores de los estados de la Federación Mexicana como socios honorarios
correspondientes y de inmediato se les pidió que contestaran sus gobiernos un ex-
tenso cuestionario sobre las materias citadas, que el Instituto preparó como su
trabajo inicial.
Una muestra de la alta calidad intelectual y cultural de los socios es que,
al integrarse en 1835 en México la primera Academia de la Lengua que existió
fuera de la península ibérica, su presidente —José Justo Gómez de la Cortina—
y más de la mitad de sus fundadores eran simultáneamente socios de la INGE.
En marzo de 1839 apareció el primer número del “Boletín” editado para
difundir los trabajos de la Sociedad; es la publicación científica más antigua
de América. En 1856 se difundió impreso en litografía el Atlas Geográfico, Es-
tadístico e Histórico de la República, hecho por el socio Antonio García Cu-
bas, primer documento de su tipo en el país, publicando posteriormente su
Carta General de la República Mexicana (México, Imprenta de Andrade y Es-
calante, 1861).
En 1849 José Justo Gómez de la Cortina propuso que el Instituto Nacional
de Geografía y Estadística y la Comisión Militar de Estadística se unieran para
formar la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Así se acordó por De-
creto del Congreso General de la República, publicado por el presidente Maria-
no Arista el 28 de abril de 1851.
La nomenclatura oficial y la localización geográfica exacta de los poblados,
el primer análisis de las posibilidades de utilizar el Istmo de Tehuantepec como
vínculo entre el Pacífico y el Golfo de México, el estudio para fundamentar la
adopción del sistema métrico decimal —siendo México el tercer país en el mun-
do en implantarlo oficialmente—, el trazo del ferrocarril Veracruz-México, el
tendido de la primera línea telegráfica, la ley para proteger la riqueza arqueoló-
gica y colonial, el análisis de la esclavitud disfrazada en Tabasco y Yucatán son
apenas algunos de los muy importantes trabajos que la Sociedad entregó a los
mexicanos durante esta etapa de sus labores. También realizó el censo de 1862.
Durante la invasión de las tropas francesas de Napoleón “el pequeño”, la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística expulsó de sus filas —el 6 de
mayo de 1862— a Juan Nepomuceno Almonte, uno de los más antiguos asocia-
dos, que desembarcó con el ejército francés sirviéndole de guía y contacto con
los políticos y militares conservadores, llegando a ser cabeza de la Junta de Re-
gencia del Imperio espurio que impusieron los extranjeros para traer al trono a
Maximiliano de Austria.

CAPÍTULO I. Introducción 80
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Después del triunfo militar que llevó a la restauración plena de la República


por Benito Juárez y los patriotas liberales, la Sociedad Mexicana de Geografía
y Estadística impulsó la unidad de los mexicanos, especialmente en la etapa en
que la presidió Ignacio Manuel Altamirano.
Este distinguido maestro, creador de la educación normalista, impulsor del
nacionalismo en las artes y del trabajo conjunto de todos los mexicanos en bien
de la cultura nacional, creó el Instituto Renacimiento en el seno de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística y la revista “Regeneración” como vínculo
con el resto de los mexicanos.
Fomentó la actividad en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de
todo tipo de artistas, completando así la importante nómina científica y literaria
que ya tenía la institución; nunca estableció diferencia alguna entre conservadores
y liberales: a todos como mexicanos les pidió trabajar por una cultura que refleja-
ra los valores del país y preparar a las nuevas generaciones para mejores destinos.
Los nueve años que encabezó Altamirano la Sociedad fueron una verdadera
etapa de oro. Logró concitar el esfuerzo de todos, independientemente de posicio-
nes políticas y de ramas de la actividad que les llamaran la atención. Consciente
de la necesidad que tenía México de conjuntar la cultura superior pese a la au-
sencia en esa época de una institución universitaria, su trabajo fue el avance para
sembrar la semilla que después fructificó en la Preparatoria Nacional y en el im-
pulso a las escuelas de altos estudios (planteadas por Gómez Farías y José María
Luis Mora desde la reforma de 1833), que una vez fortalecidas fueron el origen de
la Universidad Nacional de México en 1910. Prácticamente todos los intelectuales
que intervinieron en este proceso como responsables de los distintos centros de es-
tudio eran miembros de la SMGE.
Durante la etapa institucional de la Revolución Mexicana la Sociedad Mexi-
cana de Geografía y Estadística aportó materiales para la elaboración de las
nuevas leyes, fincadas en la Constitución de 1917, en cuya comisión de redacción
fue decisiva la intervención de Pastor Rouaix, distinguido socio que posterior-
mente presidió nuestra institución.
Quien revise la nómina de socios de nuestra institución entre 1867 y 2000
leerá una relación de los mexicanos que construyeron el México moderno. Bas-
te destacar que en la Rotonda de los Mexicanos Ilustres se encuentran los restos
de treinta y siete de sus miembros y que en el Muro de Honor de la Cámara de
Diputados constan los nombres de ocho de ellos.
En la composición del registro societario del siglo XX predominan los abo-
gados, los ingenieros de varias especialidades, los geógrafos, los médicos y los
economistas, además de muchos artistas y humanistas.
En nuestra institución se plantean políticas para el desarrollo nacional, se
analizan leyes y organismos para atender los problemas de una sociedad en ple-
na evolución y se estudian nuevas técnicas para fortalecer la actividad productiva
y responder a las demandas sociales.

CAPÍTULO I. Introducción 81
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Así, fueron miembros de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística


quienes impulsan y redactan la primera ley de planeación y quienes realizan el
estudio económico que avala la expropiación petrolera.
En la Sociedad se hizo un profundo estudio de los derechos mexicanos con
relación a la isla de la Pasión, también llamada Clipperton. El primer estudio
integral de planificación para el gobierno del país, el “Diagnóstico Económico
Regional”, lo realizaron entre 1958 y 1959 socios de la SMGE especializados en
economía, demografía, agricultura, ingeniería industrial, educación y comuni-
caciones. En el seno de esta Sociedad se documentó la defensa de la soberanía
nacional sobre las Islas del Pacífico Norte y se impulsó el concepto de mar pa-
trimonial, que culminó en la reivindicación de la plataforma submarina como
territorio nacional y en un sustancial cambio del derecho internacional, acorda-
do en el seno de la onu.
En 2009 la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística realizó un cui-
dadoso estudio geográfico, histórico y marítimo, incluyendo un viaje de sus so-
cios especialistas en islas, mareas, geografía marítima y buceo en alta mar, a la
zona del Golfo de México en la que se afirmaba que existía una isla (denomi-
nada Bermeja) cuya localización habría variado los límites del mar patrimonial
mexicano, respecto al cual se habían firmado tratados con los Estados Unidos de
América y Cuba. Con el apoyo de un navío de la Armada de México excelente-
mente equipado, probamos con grabaciones de televisión y documentos y regis-
tros digitalizados que no existe tal territorio insular.
Coinciden en esto un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico, realizado casi en las mismas fechas, y otro de la Secretaría de Marina, que
se efectuó en 1997. Quienes aún insisten, sin presentar prueba alguna, en la
existencia de la “Isla Bermeja” lo hacen solamente por razones politiqueras, sin
fundamentos científicos.
Hoy día la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística es una institu-
ción que trabaja en todo el territorio nacional, mediante la colaboración de las
cuarenta y ocho Sociedades Correspondientes, establecidas en las diversas ciu-
dades, regiones y estados, operando todas con la coordinación de la Junta Di-
rectiva Nacional.
La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística reúne a miles de mexicanos
preocupados por el devenir cultural y el desarrollo tecnológico de nuestra patria.
Las sociedades nacional y correspondientes son cada una independientes en
su organización y decisiones, pero estrechamente unidas en su acción y posición
ideológica nacionalista y en pro del desarrollo nacional en todos los órdenes. Las
Sociedades Correspondientes están distribuidas en todo el territorio del país. En
algunos casos se han organizado a nivel estatal con delegaciones municipales o
regionales. En otros estados las sociedades de cada ciudad actúan independien-
temente de otras ubicadas en la misma entidad federativa. Hay alguna sociedad
que funciona desde una ciudad, única para todo el estado.

CAPÍTULO I. Introducción 82
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

También hemos promovido Sociedades Correspondientes en diversas ciu-


dades de los Estados Unidos de América, Francia e Inglaterra. Su actividad, por
desgracia, no es muy notable.
En la ciudad de México existen cuarenta y dos secciones, o academias, es-
pecializadas. Algunas se ocupan de ramas principales de las ciencias y las ar-
tes; las hay que se enfocan al desarrollo de temas específicos y las que se ocupan
del ejercicio de ciertas profesiones. También tenemos las que analizan fenóme-
nos ubicados en un territorio específico. Operan academias dedicadas a grupos
humanos especiales y a actividades gubernamentales de singular importancia.
Especial mención merece la Academia de Geografía, que en años pares or-
ganiza el “Congreso Nacional de Geografía” (a la fecha se han efectuado die-
cinueve) y en años impares realiza el “Simposio de Enseñanza de la Geografía
en México”, el séptimo de los cuales se efectuó en noviembre de 2011. A ambas
reuniones acuden especialistas de toda América y los trabajos presentados son
incorporados en las mejores publicaciones especializadas del mundo.
La Sociedad es la organización que representa a México en la Unión Geo-
gráfica Internacional. Entre 2008 y 2010 fue su presidente el doctor José Luis
Palacio Prieto, miembro de nuestra institución, como lo es también el doctor Ál-
varo Sánchez Crispín que encabezó en el periodo 2009-2010 la Unión Latinoa-
mericana de Geografía.
Nuestra Sociedad ha organizado dos Congresos Nacionales de Historia de
la Intervención Francesa; uno en 1962, al conmemorarse el centenario de la vic-
toria del 5 de mayo en Puebla sobre el ejército invasor francés, y otro en 2012 en
ocasión del sesquicentenario de esta batalla.
También ha organizado congresos sobre seguridad social, simposios sobre
planeación y respecto al desarrollo sustentable y seminarios de muchas especia-
lidades, encaminados todos estos esfuerzos culturales a la superación de proble-
mas nacionales y de los países en desarrollo.
Igualmente, la Sociedad se encuentra afiliada al Instituto Interamericano
de Estadística, que tiene su sede en Washington, y al Instituto Panamericano de
Geografía e Historia, cuya sede está en la ciudad de México.
La revisión de la historia de nuestra Sociedad nos hace sentirnos legítima-
mente orgullosos por lo mucho que se ha logrado, por el alto nivel intelectual y
moral de nuestros socios, por el servicio que se ha dado a México. Simultánea-
mente sentimos un gran compromiso de continuar trabajando por el desarrollo
científico y cultural de nuestro país.
Entre nuestros socios más relevantes en la historia de México podemos
mencionar a Andrés Quintana Roo, Mariano Otero, Melchor Ocampo, Benito
Juárez, Juan de la Granja, José María Lafragua, Manuel Orozco y Berra, Mi-
guel Lerdo de Tejada, Leopoldo Río de la Loza, Ignacio Ramírez, Gabino Ba-
rreda, Santos Degollado, Manuel Payno, Justo Sierra, Joaquín García Icazbal-
ceta, Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Antonio García Cubas,

CAPÍTULO I. Introducción 83
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Guillermo Prieto, Alfredo Chavero, Enrique de Olavarría y Ferrari, Ezequiel


Ordóñez, Pastor Rouiax, Félix F. Palavicini, Miguel E. Schultz, Eligio Ancona,
Manuel Gamio, José Lorenzo Cosío, Enrique C. Rébsamen, Alberto María Ca-
rreño, Alfonso Pruneda, Valentín Gama, Agustín Aragón, Miguel Salinas, Al-
fonso Caso, Vicente Lombardo Toledano, Genaro Estrada, Fernando Ocaranza,
Rafael Heliodoro Valle, Paula Alegría, Jesús Galindo y Villa, Francisco Monter-
de, Isidro Fabela, Gilberto Loyo, Paula Gómez Alonso, Emilio Portes Gil, An-
tonio Médiz Bolio, Eulalia Guzmán, Arturo Arnaiz y Freg, Fernando Zamo-
ra, Jorge L. Tamayo, Jorge A. Vivó, Erasmo Castellanos Quinto, Miguel Huerta
Maldonado, Luis Álvarez Barret, Jesús Silva Herzog, Jesús Reyes Heroles, Ma-
ría Teresa Gutiérrez de MacGregor, Maruxa Vilalta.

Los Socios Honorarios

Como hemos mencionado, al conformarse la Sociedad Mexicana de Geo-


grafía y Estadística se nombraron los primeros socios honorarios, en las perso-
nas de los gobernadores de los estados de la República Mexicana. También se
nombró a dos socios honorarios extranjeros: el conocido investigador Alejandro
Von Humbolt que entre 1803 y 1804 recorrió nuestro país para escribir sobre sus
recursos naturales el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, el Atlas
geográfico y físico y el Atlas pintoresco de viaje; y el pintor Juan Moritz Rugendas.
Dignos sucesores de los primeros socios honorarios o correspondientes han
sido personajes de la cultura universal como Albert Einstein, Gustav Eif­fel, Octa-
vio Paz, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Camilo Flamarion, Madame
Curie, Claudio Bernard, David Livingston, Domingo Faustino Sarmiento, Emilio
Castelar, Giuseppe Garibaldi, Guillermo Marconi, Samuel Morse, Adolfo Thiers,
Víctor Hugo, José Martí, Tomás Alva Edison y Charles Darwin, por ejemplo.
El Estatuto vigente determina con precisión las características de las perso-
nas que pueden ser designadas socios honorarios y el procedimiento que debe
seguirse en cada uno de las propuestas que se hagan.
A rtículo 9. Para el otorgamiento de la calidad de socio honorario, sin restric-
ción de nacionalidad, se requiere:
I. Ser postulado, con la anuencia del interesado, por la Junta directiva y
II. Haber destacado estatal, nacional o internacionalmente en algunas de las
actividades a que se dedica la Sociedad.
A rtículo 10. La calidad de socio honorario puede ser compatible con la de so-
cio activo o correspondiente, pero no se podrá otorgar cuando el postulado esté des-
empeñando algún cargo de elección popular u ocupe un alto puesto en los Estados,
en los Municipios o en la Administración Pública Federal.
Para que se confiera la distinción de socio honorario bastará que la proposi-
ción sea hecha por la Junta Directiva y que sea aprobada por el voto afirmativo de
las dos terceras partes de la Asamblea General. Igual procedimiento será seguido
en las sociedades correspondientes, pero se requerirá la confirmación de la Junta
Directiva Nacional para el otorgamiento de las insignias de la Sociedad.

CAPÍTULO I. Introducción 84
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Este proceso es prácticamente el mismo desde que se aprobó el primer Esta-


tuto de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

Capitán Antonio García Pérez

El 15 de febrero de 1906 se efectuó una asamblea general de miembros de la


Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Ocho de ellos, encabezados por
su presidente en funciones, el abogado Félix Romero, Magistrado del Tribunal
Superior de Justicia, presentaron la víspera la propuesta de ingreso del capitán
de Infantería, Diplomado de Estado Mayor, Antonio García Pérez, de naciona-
lidad española.
En el documento se señala que, en opinión de los proponentes, el postulado
debe ingresar en calidad de socio honorario puesto que es un escritor distingui-
do, que se ocupa con frecuencia de los asuntos de México, que es una persona
laboriosa y que da preferencia a asuntos trascendentales de nuestra República.
Se mencionan los nombres de al menos tres de los libros escritos por el capitán
García Pérez.
La asamblea aprobó por unanimidad la propuesta presentada y se registró
en el expediente la aprobación de la postulación y el acuerdo de que se comuni-
que al interesado.
Pocos días después, el 23 febrero de 1906, se le remitió al capitán Antonio
García Pérez el diploma que lo acreditaba como socio, siendo el conducto para
ello nada menos que el ministro de Guerra del Gobierno de México, general
Bernardo Reyes.
El 21 marzo del mismo año el capitán Antonio García Pérez respondió de-
clarando “honrosa ha sido para mí la distinción concedida benévolamente por esa
culta sociedad mexicana,” y señalando que acepta “orgulloso el diploma de socio”.
En la asamblea general del 18 abril de 1906, en la que se conmemoró un
aniversario más de la fundación de la SMGE, se leyó el discurso de recepción
que remitió el capitán García Pérez.
Quedó así completo el expediente de ingreso de tan notable escritor.
Por todos estos antecedentes la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadísti-
ca, y en particular el presidente de la Junta Directiva Nacional, han tenido gran
interés en apoyar el esfuerzo de la empresa Iberdrola por reconocer y difundir la
amplia obra literaria que el capitán Antonio García Pérez dedicó a México y que
abarca por lo menos seis volúmenes.
Este proyecto forma parte de la conmemoración de los trescientos años de la
Biblioteca Nacional de España y de un meritorio empeño por fortalecer los es-
trechos vínculos que existen entre nuestras dos naciones.
La obra de Antonio García Pérez, Javier Mina y la independencia mexicana,
reseña uno de los momentos cumbre de la larga lucha de los mexicanos por la
autonomía política de su patria.

CAPÍTULO I. Introducción 85
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Xavier Mina, su presencia, su compromiso ideológico, su carrera dramática


y trágica reflejan en síntesis el sacrificio libertario de los mexicanos.
Al igual que en los primeros combates en los que participó Xavier Mina en
su natal Navarra, los Insurgentes mexicanos encubrieron su lucha libertaria ini-
cialmente con el argumento de restablecer a Fernando VII en el trono, ubicán-
dolo en Nueva España. A menos de un año de iniciada la guerra se abandonó el
subterfugio y se habló abiertamente de lograr la independencia plena del Aná-
huac o la “América Septentrional”.
De ahí se derivó a formar un gobierno insurgente, primero con una Supre-
ma Junta Nacional Americana (1811), en algo similar a las que existían en esos
años en la península ibérica, y luego con una estructura totalmente republicana:
una Constitución (1814) que redactó un Poder Legislativo electo en 1813, un Po-
der Ejecutivo colegiado, designado por votación de los diputados, y un Tribunal
Superior de Justicia designado asimismo por ellos.
Esta estructura funcionó poco más de dos años, en la medida que el pode-
río militar de José María Morelos la protegió. Aún después de la aprehensión de
Morelos, “Siervo de la Nación” y en tal carácter jefe del Poder Ejecutivo, de la
disolución del Congreso y del Tribunal Superior, continuó funcionando un go-
bierno —endeble pero legal— que tomó el nombre de “Junta de Jaujilla” por la
isla en que se estableció, en la Intendencia de Michoacán.
Convocados en 1810 por el “Grito de Dolores” que pronunció Miguel Hi-
dalgo, miles de oprimidos jornaleros de las haciendas, centenares de mineros
explotados sin misericordia, decenas de criollos marginados de ascensos y opor-
tunidades, miles de indígenas maltratados y expoliados se lanzaron a la lucha.
Como un fuego veraniego en zonas boscosas y pastizales, arrasaron con
su incesante avance, con arrojo infinito y desprecio de sus vidas, la región más
rica y poblada de Nueva España, el Bajío. Ubicado en el centro del territorio
que constituía la más preciada joya del imperio ultramarino de la Corona es-
pañola, el Bajío comprendía zonas mineras y ricas haciendas ganaderas, era
centro comercial para las Provincias Internas de Oriente y Occidente, merecía
con largueza su reputación de granero de Nueva España y albergaba un cre-
ciente, rico y ambicioso grupo de criollos y mestizos que topaban en sus as-
piraciones con el rígido sistema de castas y clases que imponía la administra-
ción virreinal.
Hidalgo, Allende, los Aldama, Abasolo y otros muchos curas, militares, ad-
ministradores de minas y haciendas lideraban a miles de desesperados que con
sus vidas pagaron su derecho a la libertad y al mejoramiento de las expectativas
de sus familias. En pocos meses esta incontenible marea ocupó sucesivamente
las principales ciudades.
El virrey y sus aliados, ricos comerciantes, propietarios de minas, militares
de rango y alto clero, utilizaron todos sus recursos y organización para comba-
tir al movimiento social. Tuvieron éxito parcial. Vencieron a los desordenados

CAPÍTULO I. Introducción 86
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

grupos insurgentes y fusilaron a los principales líderes. Pero la lucha por la in-
dependencia había prendido en muchos corazones.
A finales de 1811 Morelos, con su genio estratégico y el amplio respaldo
popular que supo organizar y conducir, impuso en el sur de Nueva España
un verdadero gobierno, que dictó leyes sociales, ordenanzas económicas y fijó
normas para la relación entre los poderosos clérigos y hacendados con las po-
blaciones indígenas y los trabajadores rurales y urbanos; emitió moneda y ges-
tionó alianzas, hasta lograr la instalación y funcionamiento del Congreso de
Chilpancingo que aprobó en Apatzingán, en 1814, la primera constitución de
la América Mexicana, cuya observancia —hace notar la historiadora Patricia
Galeana (2010, 14)— se prueba con la variedad de ediciones que se realizaron
en muchas poblaciones del amplio territorio que controlaba Morelos y el más
reducido ámbito en el que imperaban otros caudillos que inicialmente obede-
cían a la Suprema Junta Nacional Americana de Zitácuaro y luego juraron el
“Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mejicana” (Constitu-
ción de Apatzingán).
Morelos sometió voluntariamente su indiscutido mando militar a la direc-
ción del poder legislativo y con ello dio pábulo al debilitamiento del ejército in-
surgente hasta que su líder fue aprehendido y fusilado a finales de 1815.
Decayó entonces la lucha libertaria. Se sostuvieron Vicente Guerrero en las
montañas del sur; Guadalupe Victoria en las selváticas serranías del oriente; en
tanto se generaba en el Bajío un peculiar sistema de guerrillas que, desde una
serie de fuertes, mantenían en zozobra a los batallones realistas y que obedecían
a la llamada Junta Suprema de Jaujilla, magro remanente del gobierno que for-
mara José María Morelos y Pavón.
El principal de estos fuertes era el de Cócoro, en las cercanías de Irapuato,
región de la intendencia de Guanajuato. También en esa demarcación existía el
Fuerte de los Remedios, cercano a la población de Cuerámaro, encabezado por
el padre Torres, feroz, ambicioso y frustrado aspirante nada menos que a here-
dar la popularidad y poderes de Hidalgo y Morelos. Otros fuertes en la zona
eran el de San Miguel de la Frontera, ubicado en territorio de la población de
San Felipe, Guanajuato. Otro era el de la isla Mezcala en el lago de Chapala del
reino de la Nueva Galicia y el Fuerte de Jaujilla, en la laguna de Zacapu, en te-
rritorio de Michoacán, cuya capital era la Nueva Valladolid, y en el cual estaba
asentada, como ya se dijo, la Junta que se había declarado legítima sucesora del
Congreso del Anáhuac que emitiera la Constitución de Apatzingán. Esta Junta
la componían José de San Martín, Antonio Cumplido y José María Liceaga con
el carácter de vocales y la presidía interinamente Ignacio de Ayala. Pedro More-
no, coronel por designación de José María Morelos, había construido el Fuerte
del Sombrero, ubicado en inaccesibles lugares de la Sierra de Comanja, entre las
poblaciones de Santa María de los Lagos (hoy Lagos de Moreno) de Nueva Ga-
licia, y León, de la intendencia de Guanajuato.

CAPÍTULO I. Introducción 87
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Xavier Mina desembarcó con su legión de españoles, británicos y norteame-


ricanos en Soto la Marina, puerto de Nueva Santander en el llamado “seno
mexicano”, el Golfo de México, a unas doscientas cincuenta leguas del territorio
controlado por Pedro Moreno.
Iniciaron las fuerzas comandadas por el navarro su ruta a la gloria con un
triunfo en Peotillos y la toma del importante centro minero Real de Pinos (hoy
territorio de San Luis Potosí). Llegó a “El Sombrero” el 23 junio de 1817 y fue
calurosamente recibido por Pedro Moreno y sus huestes que, respetando una co-
municación de la Junta de Jaujilla, aceptaron a Mina como comandante de todas
las tropas allí reunidas, consistentes en ochenta infantes y una pequeña brigada
de caballería, más otros doscientos jinetes que operaban fuera del fuerte.
En el fuerte vivían además de los guerrilleros las esposas e hijos de muchos
de ellos, haciendo una población cercana a trescientas personas, que dependían
para su consumo de agua de un aljibe de diez metros cúbicos, que abastecían
subiendo el líquido a la cumbre en que habitaban desde el arroyo Barbosa, que
discurría trescientos cincuenta metros más abajo. Podemos imaginarnos la pre-
sión que en los magros recursos acuíferos significó el duplicar la población de
“El Sombrero” con la llegada de casi trescientos integrantes de la legión coman-
dada por Mina, casi todos jinetes de caballos y mulas.
La participación de Mina en la lucha insurgente fue considerada un baldón
para el gobierno virreinal, por haber sido insurrecto en España contra el abso-
lutismo de Fernando VII. Así que el virrey integró a toda prisa un ejército, más
numeroso que cualquier otro que se hubiera formado en los nueve años de lu-
cha contra los Insurgentes, y lo destinó únicamente a la persecución de Xavier
Mina, encargando el comando a Pascual de Liñán, con el apoyo de Francisco de
Orrantia y Pedro Celestino Negrete, los mejores militares y más sanguinarios
peninsulares con mando de tropa en ese momento.
Después de varias batallas menores en las inmediaciones de Santa María de
los Lagos, en las que salieron triunfadores los Insurgentes y de haber ocupado la
Hacienda del Jaral, de la que obtuvieron un botín superior al medio millón de
pesos en oro, Mina y Moreno regresaron a “El Sombrero”, fuerte al que el ejér-
cito realista puso sitio a partir del 2 de agosto.
Una semana después Mina escapó del sitio con el apoyo de los coroneles
Borja y Ortiz, que estaban al mando de la tropa de caballería de Pedro More-
no que operaba fuera del fuerte. El propósito era reunirse con mil soldados que
había prometido el padre Torres aportar desde el Fuerte de los Remedios y con
todas estas huestes romper el sitio impuesto por Liñán.
El padre Torres no cumplió. El empeño de Mina no se logró y el asalto final
de los realistas a “El Sombrero” se inició el 15 agosto, en tanto que Pedro More-
no trataba desesperadamente de evacuar por las noches, descolgándolos por las
laderas de la basáltica montaña, a las mujeres y niños que carecían de agua des-
de cinco días antes.

CAPÍTULO I. Introducción 88
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Liñán triunfó y pasó por las armas a los heridos y a los prisioneros, luego
de hacerles destruir los parapetos que dos años antes habían construido para
defenderse.
La falta de agua, ocasionada por el elevado número de personas y caballos
que se habían concentrado en “El Sombrero” y la imposibilidad de reabastecer-
se del vital líquido por el sitio severo de las tropas españolas, fue el principal fac-
tor de la derrota.
Xavier Mina continuó su lucha los meses de septiembre y octubre de 1817,
refugiándose en Valle de Santiago, población de la Intendencia de Guanajua-
to. Visitó incluso la sede de la Junta de Jaujilla, para recabar apoyo. A finales de
octubre, el 27, en acción de guerra en el rancho del Venadito fue capturado, al
tiempo que Pedro Moreno moría batiéndose bravamente contra los realistas.
Los españoles condenaron sin juicio a Xavier Mina, sentenciándolo a ser
fusilado por la espalda en calidad de traidor a su patria. La sanguinaria medida
se llevó a cabo en el Cerro del Bellaco, frente al Fuerte de los Remedios, a fin de
atemorizar a los luchadores Insurgentes que allí permanecían.
Concluyó así la galante lucha del liberal navarro Xavier Mina que, con tan-
ta enjundia y notables conocimientos, reseña el capitán Antonio García Pérez
en su brillante libro.

Bibliografía
Azuela, M., Pedro Moreno, el insurgente, Instituto Politécnico Nacional, México, 2010.
Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, diversos números, México.
Galeana, P. (coordinadora), El constitucionalismo mexicano. Influencias continentales y trasat-
lánticas, Senado de la República, Siglo XXI editores, México, 2010.
Guzmán Pérez, M., La Suprema Junta Nacional Americana y la Independencia, Secretaría de
Cultura del Gobierno de Michoacán e Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, 2011.
López Espinosa, R., Doña Rita, heroína y benemérita de Jalisco, Secretaría de Cultura del
Gobierno de Jalisco, Guadalajara, 2010.
López Mena, S., Cartas de Pedro Moreno sobre la guerra de independencia, Casa de la Cultura,
Lagos de Moreno, Jalisco, 1993.
Rivera, A., Viaje a las ruinas del Fuerte del Sombrero, Casa de la Cultura, Lagos de Moreno,
Jalisco, 1999.
Romero Salinas, J., Diálogos en la rotonda, Instituto Politécnico Nacional, México, 2007.

CAPÍTULO I. Introducción 89
90
Preliminar

Mina, Liñán, Cruz.


Tres protagonistas y un destino histórico compartido: México

Begoña Cava Mesa


Titular de la Cátedra de Historia de América
en la Universidad de Deusto-Bilbao

Alimentad el espíritu con grandes pensamientos.


La fe en el heroísmo hace los héroes.
Benjamin Disraeli (1804-1881)
Aproximarnos a la fecunda Historia de México representa una magnífica
oportunidad para comprender los hechos y las circunstancias que se han ido
entretejiendo a lo largo de los siglos hasta forjar una nación, fuerte, mágica y
compleja. Y así sucede con la historia que fragua el tránsito de México hacia
su independencia.
La independencia mexicana (1808-1821), siendo un proceso sincrónico
con otros modelos de Independencias Americanas, nos ofrece de forma muy
expresiva la vinculación de hombres enlazados a un devenir histórico que si-
gue exigiendo valoraciones —luces y sombras— además de una lectura espe-
cialmente ponderable como movimiento social que trascendió a la pura de-
cisión política. Los mexicanos representaron ser actores sociales principales
de un imponente drama que puso el acento y el significado en la idea de que
su acción revolucionaria iba a dar paso a un mundo radicalmente nuevo con
cambios de magnitud y alcanzados en breve plazo para toda aquella genera-
ción de la insurgencia. Merece la pena mostrar por tanto un pequeño retazo
de aquel momento cumbre de la independencia mexicana en su etapa de cul-
minación (1816-1821) y la decisiva contribución de algunos de sus grandes pro-

CAPÍTULO I. Preliminar 91
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

tagonistas y su crucial trascendencia al imaginario sociocultural y político en


la adquisición de una “Patria honorable”.
Un interesante proceso histórico que, partiendo de una base popular desde
1808, culminará con el triunfo de los planes de Iturbide en 1821, gracias al apo-
yo de una amplia representación de la sociedad mexicana, quienes reunidos en
un proyecto común lograron declarar a México independiente de los lazos me-
tropolitanos y de la propia dinastía Borbón. El Plan de Iguala fue una suerte de
“ingeniería constitucional” que concitó voluntades de constitucionalistas, repu-
blicanos y monárquicos en torno al fin que se perseguía: La independencia. La
huella de muchos de aquellos personajes subraya una mirada desprovista de pre-
juicios y permite aquilatar en cualquier caso su talante y personalidad además
del carisma que pudieron demostrar con su vida y su destino histórico en Méxi-
co. La Independencia, hoy por hoy, puede representar una sucesión de interpre-
taciones susceptible de retomarse hacia los inevitables elementos de reflexión,
para constituir una Historia de las historias de la independencia. Consecuente-
mente al observar con ojos contemporáneos la sociedad mexicana y la coyuntura
post-independiente valoramos cómo este proceso exigió desafíos inéditos y retos
nuevos que los mexicanos debieron afrontar en la esfera política y sociocultural.
Parece igualmente necesario recordar que la historiografía más reciente está
sopesando con equilibrio científico y escudriñando con óptica serena que las in-
terconexiones de la historia entre ambas orillas del Atlántico fueron esenciales,
superándose a día de hoy las manidas confrontaciones clásicas y aquellos discur-
sos tópicos de “la fidelidad más combativa, sanguinaria y cruel” frente al total
beneplácito de la “insurrección patriota” legitimada en pos de la libertad y la in-
dependencia política que se ansiaba en Ultramar.
Incluso como se ha estimado “en el panteón mexicano han existido muchos
héroes y demasiados villanos”. Es bien cierto que muchos mexicanos abrazaron
la vibrante mística en torno a la libertad con envidiable sentimiento patriota,
pero de igual modo cabría recordar que otros mexicanos, con semejanza a los
gachupines, se sumaron a la lealtad y al servicio de la causa de Fernando VII, y
así mismo se posicionaron con tenacidad en la causa contrainsurgente. De igual
manera la Historia y sus claves de comprensión para el culto patrio y la identi-
ficación del imaginario popular permiten aquilatar la postura de peninsulares
en México implicados ardorosamente en el liberalismo, con notables sentimien-
tos compartidos de revolución, independencia, derechos y libertad. Son aquellos
quienes lucharon igualmente en tiempos convulsos por ideales reformadores lle-
gando incluso a morir por una utopía esperanzadora. Las vidas de muchos de
estos protagonistas desde “el realismo o la insurrección”, además de la esencia de
sus intervenciones, les propiciaría trascender en lo histórico y merece gran respe-
to y ponderación al observarse desde la óptica actual.
Como se ha estimado, el regreso del monarca Fernando VII, con la neutra-
lización del liberalismo y el constitucionalismo político en España, tuvo un re-

CAPÍTULO I. Preliminar 92
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

flejo directo en América favoreciendo las posturas de los insurrectos y a su vez


buscando la reposición de legitimidades e intereses entre los realistas, lo que po-
sibilitó un grave y abierto enfrentamiento bélico entre 1814 y 1821. El impacto de
la contrarrevolución realista, reforzada por el absolutismo fernandino, rehabilitó
a dirigentes, estrategas e insurrectos mexicanos resucitando los ideales y aque-
llos movimientos belicosos tan dispares en pos de la independencia.
Nunca debería olvidarse en el contexto de dichas lealtades y patriotismos
que la independencia americana ofrece muy distintas posturas entre los gru-
pos implicados y en el seno de la propia sociedad americana. Incluso, cabe apre-
ciar la existencia de fronteras resbaladizas en los ejércitos que combatieron en la
causa emancipadora y la evidencia histórica de los conocidos cambios de filas y
banderas entre algunas figuras emblemáticas de la Independencia mexicana. Es
harto significativo que un alto cómputo de la oficialidad de graduación realista
decidiera vincularse al futuro independiente de México antes de 1821. De he-
cho, con el establecimiento de las cinco Capitanías Generales en México, cuatro
de los oficiales situados fueron peninsulares: Negrete, Luaces, Sotarriva, Busta-
mante y solo un insurrecto: Vicente Guerrero; incluso esta lectura de permanen-
cia en un nuevo proceso político de México se constata cuantitativamente con
estimación de tropas españolas en la suma total de la evacuación general hacia
la Península entre 1821-1822; una acción coordinada por el mariscal Pascual Li-
ñán desde Veracruz que viene computando el regreso de tan solo dos mil seis-
cientos noventa y nueve hombres frente a los totales realistas acaudillados por
Liñán en 1817 (Regimiento Zaragoza y Navarra) que ascendieron a ocho mil
hombres. Muchos peninsulares del ejército realista que, evidentemente, por fa-
llecimientos, deserciones, voluntad y opción de permanencia, nunca regresaron
a España y se decidieron por un futuro mejor en México.
El virreinato novohispano, que tras las Cortes de Cádiz se había diseñado
políticamente en cinco provincias, aglutinaba un potencial humano de más de
cinco millones de habitantes frente al vacío poblacional del norte. La potencial-
mente nueva Nación (1821) también ofrecía en términos geográficos un exten-
so espacio de más de cuatro millones de kilómetros cuadrados con indiscutibles
posibilidades económicas. En este contexto espacial y efervescente, tras 1812, las
tropas realistas lograron pacificar pueblos, crear ayuntamientos y formar com-
pañías de patriotas defensores de Fernando VII. Pero el aparente avance realista
fue solo un espejismo, anulado el régimen gaditano, “la revolución proseguía”.
Bien es cierto que la historiografía mexicana aprecia cómo el período que co-
mienza en 1816 es un tiempo desconsolador para la causa independentista, y así nos
son desveladas las dificultades que se ofrecieron a la hora de reconocer y situar a
un “nuevo líder y genio militar” que asumiera el mando y diera dirección ideoló-
gica y militar a las movilizaciones. Desaparecido Morelos —fusilado en 1815—
como estratega y autor de la instauración de los tres poderes del sistema republi-
cano de México, los caudillos existentes —muy atomizados en el espacio y en su

CAPÍTULO I. Preliminar 93
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

despliegue de resistencias— no reconocían ninguna autoridad; de esta forma, sus


objetivos de lucha chocaron frente a las fuerzas realistas, que a su vez se reafirma-
ron con el envío de nuevas tropas y milicias peninsulares a un espacio novohispa-
no que siempre les interesó mantener. Con pocas fuerzas los insurrectos se con-
centraron en fuertes y cerros amenazando estratégicamente las comunicaciones y
haciendas. Y así siguiendo “tácticas y estrategia de guerrilla” se mantuvieron bien
activas con el incuestionable apoyo civil de comunidades y poblaciones; de esta
forma se testimoniaba por carta de un militar español al virrey: “Los rebeldes te-
nían el país a su favor… la rebelión renace y crece como la hierba”.
La Historia ha situado a reconocidos líderes de interés. En la galería de per-
sonajes destaca Vicente Guerrero, recio e indómito, que con sus hombres re-
corría la cuenca de Mexcala y la costa del Pacífico; Guadalupe Victoria quien,
asentando su real en Huatusco, se mantenía activo entre Veracruz y Puebla
amenazando en caminos y provisiones a las tropas españolas, incluso controlan-
do Boquillas de Piedras, punto estratégico de donde llegaban armas, municio-
nes y vituallas a los insurrectos desde los Estados Unidos. Y entre los protagonis-
tas con aureola contradictoria —héroe o traidor— y con una especial dimensión
universal en la causa insurrecta mexicana de 1817 cabe aludir al “navarro y libe-
ral Francisco Xavier Mina Larrea”.
Su figura histórica se proyecta y siempre ha reclamado interés. La glorifi-
cación del héroe y el culto al mítico protagonista se constata desde su coetáneo
Carlos María Bustamante, al que se añade el eco de la obra editada temprana-
mente sobre su vida por W. D. Robinson (Londres, 1824); además de las páginas
que al héroe dedicaron el político y escritor Lucas Alamán y Vicente Riva Pala-
cio. Existen grandes autores que se suman a revisiones más contemporáneas, así
historiadores de gran talla como Guadalupe Jiménez Codinach, Manuel Ortu-
ño, María Teresa Berruezo, en los que se aprecia una lectura muy enriquecedo-
ra del rol de Mina, su aureola y el especial protagonismo del navarro valeroso en
la Independencia mexicana.
Incluso la proyección literaria de Mina se ha mantenido con especiales re-
sonancias de romanticismo y utopía, por ideales y gesta, y así se trasmitieron en
Lord Byron (“Los 300 de Mina”) como más tarde lo potenciará líricamente Pa-
blo Neruda en su Cántico General.
No cabe ahora entrar en su apasionante trayectoria de vida y obra, pero sí
considero oportuno rubricar que este hombre “de gallarda presencia y amable
en trato”, con firmes convicciones liberales como su tío, desde muy joven se posi-
ciona y luchará en ambas orillas del Atlántico contra el absolutismo de Fernan-
do VII. Unos ideales que lo obligarán a exiliarse, viajando desde Bilbao hacia
Bristol y Londres (1815) en donde reiterará su proximidad hacia el ideario y los
objetivos libertadores del mexicano Fray Servando Teresa de Mier. Pero de la
misma forma, Mina se mueve con soltura en los círculos liberales españoles en
torno al conservador Blanco White, Flórez Estrada y los Istúriz, además de la

CAPÍTULO I. Preliminar 94
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

constancia de su frecuente relación con el autonomista Sarratea, Palacio Fajar-


do, los ingleses lord Holland y el joven constitucionalista lord Russell. Es plausi-
ble que igualmente por su carisma y empatía se ganara el aprecio de algunos de
los Fagoaga (José Francisco Fagoaga, el segundo conde del Apartado) y Villau-
rrutia, empresarios de elite y concienciados.
La epopeya vital de Mina y las noticias del apresto de sus expediciones —en
aras de lucha por la independencia mexicana— fueron tempranamente conoci-
das por el embajador en Londres, Manuel de Lardizábal, y en los Estados Uni-
dos, a través de Luis de Onís, quien a su vez apercibe de los planes de Mina al
propio virrey de Nueva España, Juan Ruiz de Apodaca. Su desembarco el 11 de
abril de 1816 en Soto de la Marina (Tamaulipas) con doscientos sesenta y nueve
hombres se une al esfuerzo de los patriotas mexicanos en su camino hacia el Ba-
jío y la búsqueda de sus objetivos políticos en su célebre Manifiesto:
Para esta empresa es indispensable que todos los pueblos donde se habla cas-
tellano aprendan a ser libres y practicar sus derechos… Si la emancipación de los
americanos es útil… lo es mucho más por su tendencia infalible a establecer defini-
tivamente gobiernos liberales en toda la extensión de la monarquía…
Tras enfrentamientos, luchas y persecuciones, los patriotas deben refugiar-
se en enclaves inhóspitos: el Fuerte del Sombrero, en sierra Comanja, cercano a
León, lugar donde también se hallaban el hacendado laguense y líder insurgen-
te Pedro Moreno y Encarnación Ruiz, hombres indiscutibles de la heroicidad y
la causa independiente mexicana. Como baluarte estratégico figura el Fuerte de
los Remedios, en cerro San Gregorio, cercano a Pénjamo, y por último el Fuerte
Jaujilla, en la frontera de Guanajuato y Morelia (1816) cuya situación y estruc-
tura interna, por ubicación y cartografía, conocían óptimamente el virrey Apo-
daca, Liñán y Cruz gracias a su traslado en mapas, planos y dibujos de detalla-
da precisión y en virtud de la eficiencia de los ingenieros militares españoles de
aquel tiempo.
En este punto de los acontecimientos de 1817 se comprueba cómo el hilo de
seda casi invisible que envuelve el destino de las relaciones entre muy distintos
hombres en la Historia se hace aquí presente, y se muestra especialmente visible
en un engarce diametralmente opuesto con la figura de Mina.
Afloran otros protagonistas en la Historia de la Independencia mexicana
desde la óptica del realismo. Nos referimos a los mariscales Pascual Liñán y
Dolz de Espejo y José de la Cruz Fernández. Dos militares forjados tempra-
namente en la Guerra de Independencia española, con estudios universitarios,
curtidos en las lides de las batallas americanas y con una estrecha amistad que
se trasladará en el México revolucionario a través de una fructífera relación co-
rresponsal (ciento sesenta cartas cruzadas entre 1816-1821, actualmente inéditas
y en estudio por Begoña Cava Mesa).
De José de la Cruz Fernández cabe esclarecer que fue salmantino de Arapi-
les y universitario, vinculado a las armas muy joven por mor de la guerra contra el

CAPÍTULO I. Preliminar 95
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

francés. Desde 1810 se le ubica como comandante de la Primera Brigada de Mili-


cias del virreinato mexicano, y 5º intendente de Nueva Galicia; de gran experien-
cia y calidad militar, en tal extremo que el virrey Venegas le confía la pacificación
de Nueva Galicia y Guadalajara. Intervención que le confiere una fama de efica-
cia, aunque igualmente se le ha acusado de “acción sanguinaria y crueldad frente
a insurrectos” que no debe oscurecer los indultos igualmente posibilitados a varios
insurgentes y héroes patrios. Así consta en el poema “La cruz de Cruz” sobre sus
actuaciones militares y como representa su rol frente a Pedro Moreno y los sitiados
de isla Mezcala y Lago Chapala en 1814. Mariscal de campo desde 1811, su fide-
lismo se manifiesta en pensamiento, servicio y ejercicio militar desplegado en en-
frentamientos y auxilios a las tropas. Absolutista convencido, ya caída Nueva Es-
paña para los patriotas, capitulará finalmente en Durango, sin negociar un posible
futuro con Negrete e Iturbide, arribando desde Veracruz con parte de sus tropas al
puerto de Cádiz (1822). Por hoja de servicios y méritos accederá luego a secretario
del Despacho de Guerra (1823) y más tarde existe noticia documental de que fue
encausado por “una calumnia” de la que saldrá absuelto, para ser nombrado te-
niente general. José de la Cruz fallecerá en París tras una “mala salud reumática”
a pesar de sus regulares baños en Bagnères.
Un tercer y muy ilustre protagonista, con un destino compartido en el Méxi-
co insurgente, se significa en Pascual de Liñán y Dolz de Espejo. Había nacido
en el seno de una noble familia turolense, mantenedora de importante patrimo-
nio familiar rústico y empresarial. Su ascenso por méritos en la Guerra de la In-
dependencia española como sucede con otro hermano también militar y escritor,
lo sitúa por expediente como gobernador militar en Montevideo y en las Pro-
vincias del Río de la Plata; es mariscal de campo desde 1814. En 1817 la fraga-
ta Sabina lo traslada a Veracruz con el Regimiento Zaragoza y Navarra bajo su
mando, tropas de refuerzo que desplazará raudo a Xalapa evitando hábilmente
la incidencia del vómito negro entre sus hombres. Su reputación como militar
crece y lo catapulta a una estrecha dedicación y servicio a las órdenes del virrey
Ruiz de Apodaca. Entre sus máximos objetivos se le traslada uno muy especial:
“la captura de Mina”. Un compromiso que adquiere el aragonés con firmeza en
su lealtad al virrey y a la causa española. Se instalará en Sierra Comanja gene-
rando un cinturón de hierro. De esta forma el 31 de julio de 1817 Liñán pone si-
tio numantino al Fuerte Sombrero con dos mil quinientos hombres:
Me hallo sitiando el fuerte de Sombrero… el traidor Mina se halla dentro y el
cabecilla Moreno, escasos de municiones, víveres y más aun de agua, pero nosotros
también estamos faltos de víveres, forrajes y defensas contra las aguas… sirva Ud.
(por Cruz) dar órdenes a los pueblos cercanos de esa Provincia para que me auxi-
lien y lleguen efectos para la continuación del sitio…
La Historia ha reconstruido la fuga de Mina junto a Pedro Moreno del Fuer-
te del Sombrero en busca de refuerzos para los sitiados. Su captura lograda más
tarde gracias al seguimiento persistente de las tropas del coronel Orrantia —a su

CAPÍTULO I. Preliminar 96
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

vez enviadas por Pascual Liñán— y su conducción como prisionero y traidor al


campamento realista de Cerro Bellaco. De otro modo, son diáfanas las órdenes
terminantes del virrey Ruiz de Apodaca a Liñán ante la captura de Mina. Órde-
nes certeras y ejemplarizantes: fusilamiento inmediato como traidor. Una decisión
documentada por diversas fuentes, y que queda igualmente atestiguada en la co-
rrespondencia cruzada y reservada de los mariscales José de la Cruz y Pascual de
Liñán, cartas inéditas, de las que espigo fragmentos reveladores:
…Tengo la satisfacción de comunicar a V.E. que esta madrugada sorprendió
el nunca bien ponderado Orrantia al traidor Mina en el Venadito rumbo de la Tla-
chiquera, haciéndolo prisionero, matando a Pedro Moreno y un gran número de
chusma que le acompañaba… (Oficio de Pedro Celestino Negrete al mariscal José
de la Cruz. Silao, 27 octubre de 1817)
…Mi estimado Amigo. Agradezco sobremanera la enhorabuena con que V. M.
me felicita por la aprehensión del traidor Mina y demás ventajas del valiente y ce-
loso coronel Orrantia que en verdad hacen honor a las Armas del Rey… aquí tengo
todavía a aquel picarón hasta recibir la contestación del Virrey sobre lo que debo
hacer con él… (Liñán a Cruz. Campamento del Bellaco, 6 de noviembre de 1817).
Y una última consideración sobre la muerte de Mina entre los dos militares:
…Como ofrecí a V. en mi confidencial de 10 de este mes, le incluyo copia literal
de las declaraciones del difunto traidor Mina que fue fusilado en este Campo a las
4 de la tarde del día siguiente, en cumplimiento de una orden que recibí del Virrey,
encargándome S. E. que antes de hacerle la intimación (sic) se le recibiese reservada-
mente una declaración. Esto lo digo para que este escrito sea enteramente reservado
para V. E. y para asegurarle que no me queda ningún ejemplar y que si en adelante
necesitase yo de este documento o parte de él tendré que acudir a V… (Liñán a José
de la Cruz, Campamento del Bellaco 19 noviembre de 1817).
Liñán como podía esperarse también escribió al virrey gaditanoalavés recor-
dando la ejecución dictada, que sin duda traduce una mácula de sentimiento,
pese a todo, por parte del militar:
Mina solo sintió se le diese la muerte de traidor… de donde se deja conocer
que su extravío fue más bien el efecto de una imaginación acalorada que de una
perversidad de su corazón…
Héroes y antihéroes libraron sus batallas en el México de la Guerra de
Independencia. Según se ha escrito no puede haber Patria sin independencia
o sin libertad, pero tampoco podía haberla sin héroes. Estos tuvieron el pri-
vilegio de poder encarnar la Nación a ojos del ciudadano y al mismo tiempo
ejemplificar un paradigma a seguir. La construcción de un imaginario se en-
cargaría de legitimar un discurso mediante el cual los procesos de una histo-
ria real y sus protagonistas se fueron convirtiendo con el paso del tiempo en
“mitos de una historia deseada”.

CAPÍTULO I. Preliminar 97
98
Estudio I

Buen español y buen americano: Xavier Mina, 1789-1817

Guadalupe Jiménez Codinach


Asesora de Fomento Cultural Banamex A. C.

Vengo a realizar el voto de los buenos españoles así


como de los americanos.
X avier Mina, 1816
La gratitud mexicana no permitirá que sus laureles
queden sepultados.
Servando T. de Mier, 1824

Introducción

Por falta de información y desconocimiento del periodo 1815-1817, algu-


nos autores han marginado o mal interpretado la participación del joven Xa-
vier Mina en la guerra de independencia del reino de Nueva España y sus acti-
vidades en Gran Bretaña. Hay quienes afirman que Mina fue infiel a su patria
natal, España, o que fue agente del gobierno británico. Nada más lejos de la
verdad. Xavier Mina luchó heroicamente en 1808-1810 contra la invasión napo-
leónica de España; en 1814, al ver a su patria gobernada por un rey que abolió la
Constitución de Cádiz y en su lugar impuso un sistema de gobierno absoluto, y
que además persiguió a los liberales, Mina decidió exiliarse en Inglaterra don-
de se uniría a dos grupos hispánicos: los españoles peninsulares refugiados en
Londres y los patriotas hispanoamericanos, ambos en búsqueda de la libertad

CAPÍTULO I. Estudio I 99
JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

y de un gobierno constitucional para sus patrias. La nación española, según la


Constitución gaditana, estaba compuesta por los españoles de ambos hemisfe-
rios. Mina creyó poder liberarla luchando en Nueva España; nunca hizo la gue-
rra a su patria sino a su mal gobierno.

Un hueco en la historiografía

Corría la década de los años setenta del siglo XX cuando quien esto escribe
impartía el curso de “Guerra de independencia” en la Universidad Iberoameri-
cana, institución jesuita de la ciudad de México.
Una serie de preguntas sin respuesta, un hueco en la información sobre el
período 1808-1821 se presentaba año tras año: la etapa 1815-1817 había sido poco
estudiada por la historiografía existente y, por tanto, me invitaba a dedicarle
tiempo e investigarla para mi tesis doctoral.
El acontecimiento clave de 1815-1817 en Nueva España fue, además de la
muerte de José María Morelos, el “hombre más extraordinario” de la insurgen-
cia novohispana fusilado el 22 de diciembre de 1815, la llegada a Nueva España
en 1817 de la expedición procedente de Inglaterra y los Estados Unidos encabe-
zada por el exguerrillero navarro, Xavier Mina. La historiografía sobre dicha
expedición era limitada a pesar de los meritorios esfuerzos de autores como José
María Miquel i Vergés, en sus obras Mina. El español frente a España y Dicciona-
rio de Insurgentes, así como los valiosos artículos de José R. Guzmán, tales como
“La correspondencia de don Luis de Onís sobre la expedición de Xavier Mina”
(1966), “Una sociedad secreta en Londres al servicio de la independencia ameri-
cana” (1967) y “Francisco Javier Mina en la Isla de Galveston y Soto la Marina”
(1971), todos ellos basados en manuscritos e impresos existentes en el Archivo
de la Nación de México y publicados en su boletín BAGN así como obras clási-
cas sobre el tema escritas por Martín Luis Guzmán como Mina el Mozo y Javier
Mina, héroe de España y México.
José Eleuterio González, el biógrafo de Servando Teresa de Mier, compa-
ñero y “Espíritu no muy santo” de Mina en 1815-1817, señalaba desde el año de
1876 la poca coherencia y claridad que rodeaba la llegada y actividades de Mina
en Nueva España, “todos cuentan las cosas de muy diversa manera, en términos
que me ha sido imposible concordarlas” (González: 1876; cit. en Jiménez Codi-
nach: 1991, 265). Así mismo, José María Miquel i Vergés se quejaba de la confu-
sión que reinaba sobre la expedición, de tal manera que existían muchas dudas
sobre lo que realmente había ocurrido.
Una misma bruma envolvía a Mina y su estancia en Londres, así como la pre-
paración y realización de su expedición auxiliadora a nuestro territorio desde Eu-
ropa. Ello no debe sorprendernos si recordamos cuán poco se conocía la relación
que existió entre Gran Bretaña y Nueva España en el crítico período de 1808-1821.
Me parecía que, en el marco de la conflictiva y zigzagueante relación entre
la monarquía española y los británicos, encontraría las respuestas que buscaba

CAPÍTULO I. Estudio I 100


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

sobre un hecho relevante de nuestra Guerra de Independencia: la presencia de


Mina y su apoyo a la insurgencia novohispana.
Su expedición, hasta donde yo conocía, no había sido abordada como una
empresa transnacional y como parte de una compleja red de intereses oficiales
y particulares, políticos y económicos, ideológicos y sociales, existente en varios
países y sectores, en un dinámico período de la historia universal.
No tenía respuesta para preguntas tales como: ¿Tuvo algún papel o inje-
rencia el gobierno británico en los planes de Mina respecto a Nueva España?
¿Quiénes fueron los financieramente responsables de la expedición preparada
desde 1815? ¿Cuáles eran los intereses y propósitos de los diversos participantes
en ella? ¿Cómo esperaban que Nueva España los recompensara? ¿Cuáles fue-
ron las consecuencias de la expedición y de los préstamos obtenidos en Ingla-
terra y en Estados Unidos? ¿Por qué se dirigió primero a los Estados Unidos?
Muchas otras más preguntas surgieron a través de los años y se convirtie-
ron en temas por investigar en la propia Gran Bretaña, en los Estados Unidos,
en España, en México, en Cuba y en unos veintitrés archivos tanto públicos
como privados. De ahí que el presente ensayo se nutra de las investigaciones
realizadas de 1976 a 1985, particularmente en Gran Bretaña, España, Estados
Unidos y México, y con posteriores búsquedas que he relatado en artículos ta-
les como “La Confédération Napoléonnie: El desempeño de los conspiradores
militares y las sociedades secretas en la independencia de México” (Jiménez
Codinach: 1988, 43-68).
Antonio García Pérez, a quien se dedica esta obra colectiva, nos advierte en
las páginas iniciales de su obra Javier Mina y la independencia mexicana que no tra-
ta sobre “…el bizarro comportamiento de Mina en España”. De la misma manera,
no me referiré a la valiente y ejemplar trayectoria de Xavier Mina en su defensa de
la España invadida por los ejércitos napoleónicos, su prisión en el Castillo de Vin-
cennes, su regreso a España en 1814 o su fracasado intento de pronunciamiento en
Pamplona a favor de un régimen constitucional, ni haré hincapié en lo sucedido
en Nueva España durante su paso por nuestra geografía, sus batallas, aprehensión
y muerte. Estos y otros aspectos de la vida de Mina son bella y literariamente trata-
dos en un libro clásico mexicano escrito por Martín Luis Guzmán y titulado Javier
Mina. Héroe de España y México. Esta obra nos da a conocer el verdadero y único
nombre de Mina: Martín Javier, bautizado en la Iglesia de San Salvador. No se lla-
mó Francisco Javier, como calles, escuelas, aeropuertos, monedas, estatuas, libros,
periódicos y estampas pregonan por doquier en México, sin que conferencias, ar-
tículos, entrevistas y libros de algunos colegas historiadores, y de la que esto escri-
be, hayan logrado enmendar el entuerto.
Mi pequeña contribución a la comprensión de la figura de Xavier Mina y
de su obra se centra en su estancia en Inglaterra, las relaciones que estableció
con personajes de la sociedad inglesa, con los emigrados españoles liberales re-
fugiados en Londres y con los agentes y simpatizantes de la independencia de

CAPÍTULO I. Estudio I 101


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

la América española, así como su paso por los Estados Unidos, las razones de
los que apoyaron sus proyectos con armas, barcos, armas y dinero; y, sobre todo,
aportar lo que no se conocía en la historiografía antes de la publicación de mi li-
bro La Gran Bretaña y la Independencia de México, 1808-1821, publicado en Mé-
xico por el Fondo de Cultura Económica en 1991. Terminaré con la impronta de
su vida y su legado para mi patria mexicana.
Huelga señalar que valoro al joven Mina como guerrillero y organizador del
Corso Terrestre de Navarra; que me conmueven la valentía, entrega, patriotis-
mo e ideales por los que sacrificó su vida familiar y salud en España. Soy cons-
ciente de la importancia para España y para Navarra de su vida y obra. No en
vano el grito de “¡Mina, Mina!” sonaba de boca en boca por las aldeas, pueblos
y ciudades españolas.
Y, como historiadora mexicana dedicada a estudiar la Guerra de Indepen-
dencia novohispana, también reconozco su ayuda generosa y la ofrenda de su
juventud al decidir venir en auxilio de nuestra emancipación; pero otros au-
tores han tratado estos aspectos de la vida de Mina con detalle, como la obra
clásica de William Davis Robinson, Memoirs of the Mexican Revolution Inclu-
ding a Narrative of the expedition of Gral. X. Mina to Which are Annexed Some
Observations on the Practicality of Opening Commerce between the Pacific and
Atlantic Ocean trough the Mexican Isthmus in The Province of Oaxaca and the
Lake Nicaragua and on the Vast Importance of such Commerce to the Civilized
World; o la obra publicada en México, Resumen histórico de la insurrección de
Nueva España desde su origen hasta el desembarco del señor don Francisco Xa-
vier Mina. Escrito por un ciudadano de la América meridional y traducido del
francés por D. M. C., 1821. Y otra de pluma estadounidense, necesaria para dar
cuenta de la estancia de Mina en los Estados Unidos, como es la obra de H. G.
Warren, The Sword was Their Passport. Obras más recientes son la de Manuel
Ortuño, Xavier Mina. Fronteras de Libertad; y la de Gustavo Pérez Rodríguez,
Xavier Mina, el insurgente español. Guerrillero por la libertad de España y Nue-
va España (en prensa).
La propia obra del capitán de Infantería y oficial del Estado Mayor Anto-
nio García Pérez se centra, particularmente, en el aspecto militar de la expedi-
ción del joven navarro y asimismo en las tácticas y estrategias utilizadas en los
encuentros y batallas que tuvieron lugar en tierras novohispanas durante siete
meses de campaña.
Gran parte de sus datos proceden de la obra de William Davis Robinson,
antes mencionada, pero lo valioso de lo aportado por el capitán García Pérez es
su ecuanimidad al analizar los enfrentamientos entre Mina y los cuerpos realis-
tas, ya que elogia la valentía, el patriotismo y las buenas maniobras de ambos.
Por ejemplo, cuando describe el duelo de artillería entre los sitiadores y sitia-
dos del Fuerte de Soto la Marina, “que por las dos partes se sostuvo casi sin inte-
rrupción hasta el 13 [de junio], probóse cuán grandes eran el valor y decisión que

CAPÍTULO I. Estudio I 102


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

animaban a ambos combatientes” o cuando describe los sucesos del día 14 de ju-
nio, lo presenta como un día “fecundo en heroísmos por ambas partes” (García
Pérez: 1909, 32-33).
Si bien es perceptible la simpatía y admiración del capitán García Pérez por
la figura de Mina “el Mozo”, le parece que “Fué en verdad ingrato Mina con su
patria, pero su historia militar es de las que subyugan y admiran” (García Pé-
rez: 1909, 47).
Quizá si don Antonio hubiese conocido las entretelas de la expedición y las
razones de Xavier Mina para auxiliar a los insurgentes novohispanos no pen-
saría que el joven navarro le fue ingrato a España. Por el contrario, vería en él a
un español ilustre, heroico y valiente que primero luchó por la libertad de su pa-
tria natal contra el ejército francés y, después como se verá más adelante, creyó
seguir luchando por la libertad de España en tierras novohispanas, pertenecien-
tes a la misma unidad llamada monarquía española, donde españoles de ambos
hemisferios pertenecían a una misma nación como establecía la Constitución
de Cádiz, amenazada esta unidad por el absolutismo de un monarca medio-
cre como lo fue Fernando VII. Este rey, lejos de jurar la Constitución gaditana,
apresó y persiguió a los diputados que habían defendido su trono, mientras que
otros exlegisladores se dirigieron al exilio londinense donde Mina los encontró
y compartió sus ideales.
Al darme cuenta que la etapa menos conocida de la vida y obra de Xavier
era su estancia en la Gran Bretaña, decidí buscar las huellas de su paso por
aquella isla y tratar de entender las razones que lo llevaron a encabezar la única
expedición llegada del exterior en auxilio de nuestra independencia.
Escribí al profesor John Lynch, destacado historiador inglés y especialista en
las guerras de independencia de Hispanoamérica, por entonces director del Ins-
tituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres, para pedirle
que me aceptara como su alumna en el programa de doctorado de dicha uni-
versidad. Afortunadamente fui aceptada y, bajo su dirección y tutoría, investi-
gué varios años en los archivos británicos, españoles, mexicanos y de los Estados
Unidos en donde poco a poco se fueron aclarando varias de mis dudas.
De 1976 a 1978, por ejemplo consulté la sección de manuscritos del Mu-
seo Británico, el Public Record Office, el Archivo del Banco de Inglaterra en
Richmond, el Archivo de la Catedral de Westminster, los archivos privados de
importantes familias e instituciones inglesas, escocesas e irlandesas, los docu-
mentos del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Lon-
dres y los fondos documentales alojados en Senate House de la misma Uni-
versidad. Con una beca de la Universidad de Londres estuve en España para
trabajar en el Archivo de Indias en Sevilla, en el Archivo General de Siman-
cas, en el Archivo Histórico General en Madrid, en archivos particulares y de
casas comerciales, como los papeles de la Casa Gordon y Murphy en el Puerto
de Santa María, en España.

CAPÍTULO I. Estudio I 103


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

El Londres de Xavier Mina

Lentamente, Xavier Mina y sus contemporáneos, sus idas y venidas, sus pla-
nes y apoyos financieros fueron apareciendo en los vetustos pliegos. Cual no sería
mi alegría al encontrarme en el Museo Británico documentos que erróneamen-
te se habían asignado por el personal del museo a Francisco Espoz y Mina, tío de
Xavier. Al explicar a los archivistas quién era Xavier Mina, cuándo y cómo tuvo
lugar su estancia en Inglaterra, sus relaciones con personajes relevantes de la socie-
dad inglesa, y cómo organizó desde Londres su expedición a Nueva España, esos
funcionarios me permitieron cambiar la clasificación y los números a dichos docu-
mentos y a otros manuscritos relacionados con Mina. En el Museo Británico revisé
los Holland Papers, en los cuales se confirmaba la amistad y el apoyo dado por dos
aristócratas ingleses a Mina: lord Henry Holland y lord John Russell. Con gran
sorpresa encontré cartas de lord John Rusell a lord Holland y a John Allen, de
Russell a Mina y de Xavier a lord Holland y viceversa, los libros de registro de las
cenas en Holland House, centro y corazón de la oposición Whig al gobierno inglés,
controlado por los Tories de índole más conservadora. En otras colecciones fueron
apareciendo vestigios de lo sucedido en los años cruciales de 1815-1817.
¿Cómo fue posible que dos de los más ricos y poderosos nobles ingleses de-
cidieran brindar su ayuda a Mina?
Recuérdese que los patriotas hispanoamericanos desde 1790, en tiempos de
Francisco de Miranda, el precursor de las independencias iberoamericanas y
fundador de la Gran Logia Americana, más tarde conocida como Lautaro o de
Caballeros Racionales, habían encontrado apoyo y simpatía en sus planes eman-
cipadores en ministros y altos funcionarios ingleses, en militares, marinos, co-
merciantes y personajes destacados de Albión, como lord Nicholas Vansittart
(1766-1851), de la tesorería británica o el propio primer ministro William Pitt.
Xavier Mina no fue la excepción. Un joven aristócrata, de casi su misma edad,
John Russell (1792-1878), miembro de una de las familias más acaudaladas de In-
glaterra, se convirtió en su patrocinador y lo presentó a lord y lady Holland, en cuya
residencia situada en Holland Park, por cierto lamentablemente casi desaparecida
en la II Guerra Mundial, se daban cita la crema y nata de la sociedad británica. En
palabras de George Gordon, Lord Byron, invitado frecuente: “Benditos sean los
banquetes en Holland House, en donde los escoceses se alimentan y los críticos se
pueden divertir”. Lord Henry Vasall Holland (1773-1840), gran admirador de la li-
teratura española, era sobrino de Charles James Fox, jefe del Partido Whig.
En realidad Byron se refería con sarcasmo a los intelectuales que escribían
en The Edinburgh Review, publicación escocesa cercana a los Whigs y al cara-
queño Francisco de Miranda. Esta revista simpatizaba con los patriotas ameri-
canos (Dinwiddy: 1980, 380).
John Russell, siendo un adolescente de dieciséis años, había acompañado a
lord y lady Holland a España y Portugal en 1808. Al igual que los esposos Ho-

CAPÍTULO I. Estudio I 104


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

lland, se interesó por los asuntos españoles y vivió un tiempo en 1810 en la Isla
de León, con su hermano lord George William Russell, donde asistió a las se-
siones de las Cortes españolas y desde allí le escribió a lord Holland: “Después
de toda su ansiedad de ver las Cortes de Cádiz en España, ha perdido usted la
oportunidad de presenciar sus sesiones y yo, que no soy medio españolado, he
sido testigo de este gran acontecimiento… lo que vi ayer no puede suplirse con
nada que yo pueda escribir” (Holland Papers: Ms. 516777, ff. 8-13). Russell se
refiere a la apertura de las Cortes españolas el 24 de septiembre de 1810. En 1812
estudiaba en la Universidad de Edimburgo en Escocia y, al año siguiente, se le
eligió miembro del Parlamento por el Distrito de Tavistock. Russell sería más
tarde el primer ministro favorito de la reina Victoria. Para el escritor Charles
Dickens no existía en Inglaterra un hombre más respetado por su capacidad pú-
blica y más amado por su capacidad familiar (Holland: 2011).
Russell tenía veintitrés años cuando conoció a Xavier. La primera mención
a Mina por parte de Russell aparece en una carta de este último al doctor John
Allen, secretario de lord Holland, enviada desde Cowes donde el joven lord con-
valecía de una enfermedad: “He escrito una carta para presentar al general Mina
con lord Holland; Mina es un hombre inteligente, desea ir a México, siendo un re-
belde y un traidor [en España]. Siento decir que [Manuel] Quintana está entre las
rejas; esto es sumamente horrible” (Holland Papers: Ms. 52194, ff. 79-80). Con la
recomendación del joven Russell, Mina se reunió con lord Holland y de ello quedó
evidencia en los Holland House Dinner Books, en donde se registraban los invita-
dos a cenar. Su nombre aparece anotado los días 16 de septiembre y 20 de octubre
de 1815. En esos mismos días aparecen registrados para cenar sir Robert Wilson,
John Murphy, de la Casa Gordon y Murphy, el liberal español Álvaro Flórez de
Estrada, el patriota hispanoamericano Manuel de Sarratea y José Blanco White,
editor de El Español de Londres (Holland Papers: Ms. 51952). Todos estos perso-
najes están relacionados con la planeada expedición a Nueva España. Russell res-
paldó tempranamente el proyecto de Mina. Aún convaleciente en Cowes, escribió
a lord Holland: “El general Mina me manda decir que usted ha sido muy cortés
con él. ¿No cree usted que sería muy útil [Mina] para ayudar a los insurgentes
de México y para realizar su unión con los europeos establecidos allá? Yo no veo
oportunidad de nada bueno en España” (Holland Papers, Ms. Add. 51677, f. 220).
En otra carta de Russell a lord Holland, continúa tratando de ayudar a Mina y sus
proyectos: “El general Mina, pobre muchacho, se encuentra ahora sin recursos y
piensa organizar una suscripción en su favor y en el de sus oficiales. ¿Podría usted
decirme cuál sería la mejor manera, pública o privada de lograrlo?” (Holland Pa-
pers, Ms. Add. 51677, f. 219).
Los invitados a Holland House se caracterizaban por ser liberales y progre-
sistas. Estaban estrechamente relacionados con la publicación de vanguardia The
Edinburgh Review en donde colaboraban personajes como el propio John Russell,
Sidney Smith, Thomas Moore, Henry Brougham y sir John Mackintosh.

CAPÍTULO I. Estudio I 105


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Lord Holland, además de ser un hispanista destacado, era un notable polí-


tico Whig que defendía la libertad de la América española sin por ello dejar de
admirar los logros de España. Intercambiaba correspondencia con españoles y
americanos de todas las ideologías, entre ellos con el embajador español Fernán
Núñez, con el duque del Infantado, con los que fueron virreyes de la Nueva
España, Francisco Xavier Venegas y Juan Ruiz de Apodaca, con los españoles
José Blanco White, Gaspar de Jovellanos, el poeta y diputado a Cortes, Manuel
Quintana, y los patriotas hispanoamericanos Luis López Méndez, Juan Ger-
mán Roscio, Andrés Bello y muchos más.
Ciertamente el padre Mier había mencionado el apoyo de los “lores” ingleses
y de la oposición Whig al gobierno Tory como factores en la preparación de la ex-
pedición de 1815-1817. También declaró Mier en 1817 que “…el gobierno inglés
había puesto dinero en casa de [Gordon y] Murphy para socorrer a todos aquellos
españoles patriotas que se hallaban en Londres, esto es, todos aquellos que habían
servido a la causa de la patria…” y el propio Mier dice que él “estaba nombrado
para la mayor cantidad” (Hernández y Dávalos: 1877-82, 806). Estos datos se han
interpretado como si el gobierno inglés hubiera apoyado con dinero la expedición
de Mina y a la firma Gordon y Murphy como una de las casas comerciales que la
financiaron. Lo anterior requiere una explicación más profunda.
Como se mencionó líneas arriba, el gobierno Tory inglés no veía con buenos
ojos los planes de aquellos que se inclinaban a establecer repúblicas en los países
que intentaban independizarse de España. Ciertamente dio pensiones y algún
apoyo a los veteranos de la guerra contra Napoleón en España, pero por haber
combatido como aliados de los británicos contra el enemigo común y por ello
Mina, sus oficiales y el propio Mier, quien fuera capellán en Valencia durante el
conflicto, recibieron este auxilio en Inglaterra.
Queda claro que no fue el gobierno Tory quien destinó recursos para la ex-
pedición de Mina y sus oficiales. Fueron particulares, entre ellos nobles como
Russell y Holland, comerciantes y personajes de la oposición al gobierno Tory,
los llamados Whigs, es decir “liberales”. Lo que sí parece correcto es afirmar que
la Casa de Gordon y Murphy simpatizaba con los agentes de la independencia
hispanoamericana.
Según la declaración del padre Mier, lo que los Whigs esperaban de Mina y de
su expedición liberadora se encontraba en las siguientes palabras: “He aquí la ins-
trucción compendiosa que el jefe de la oposición en Inglaterra dio a Mina al des-
pedirlo para México: un Congreso, un Ejército que lo obedezca, un ministro en
Londres, y está reconocida la independencia de México” (Mier: 1821a). Entiendo
que este “jefe de la oposición” debe referirse a lord Henry Holland. Respecto a la
Casa Gordon y Murphy es necesario anotar que dicha firma comercial tenía ex-
periencia e intereses en Nueva España. Desde 1797 el comercio neutral permitido
por la Corona española abrió la América Española, en particular el reino novohis-
pano, a comerciantes de varios países. Debido a que el gobierno español requería

CAPÍTULO I. Estudio I 106


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

de un mayor número de recursos para financiarse, en diciembre de 1804 expidió el


Decreto de Consolidación de Vales Reales, en parte para hacer frente a la guerra
en contra de Inglaterra. ¿Pero cómo trasladar el dinero de la consolidación desde
Veracruz a España, en un Atlántico surcado por fragatas británicas? El gobier-
no español utilizó varias firmas comerciales con contactos en Gran Bretaña para
transportar dichos fondos. La Casa Gordon y Murphy fue una de las principales
compañías utilizadas por España ya que tenía agentes en Londres, Hamburgo,
Gibraltar, Ámsterdam, Burdeos, Cádiz, Málaga, Lisboa, Filadelfia, Kingston (Ja-
maica), Buenos Aires, La Habana, Campeche, Ciudad de México y el puerto de
Veracruz, entre otros sitios (Jiménez Codinach: 1991, 223-260).
De acuerdo con los documentos encontrados por la que esto escribe, pude
descubrir quiénes fueron los partidarios de Xavier Mina en Inglaterra, quiénes
lo alentaron y le proporcionaron recursos para armar su expedición. En primer
término están los dos aristócratas arriba mencionados, lord John Russell y lord
Henry Richard Vasall Holland, y los comerciantes Edward Ellice, Daniel Stewart,
John Bellingham Inglis, James Inglis, John Inglis, James Brusch, la firma Gordon
y Murphy, Haley, Iztúriz, Fermín de Tastet, mister Kinnel y mister Hader.
Fue el embajador de España en Inglaterra, Fernán Núñez, quien acusó direc-
tamente a lord Holland y a otras once personas de ser los que financiaron la expe-
dición del navarro a Nueva España. Núñez informaba que Iztúriz contribuía con
dos mil libras esterlinas, Haley con tres mil, lord Holland con tres mil, entre otras
cantidades (Archivo General de Simancas, núm. 1052, Estado 8177, f. 181). Son va-
rias las razones por las que se puede explicar este apoyo e interés en el éxito de los
planes de Mina. Quizá la explicación de cómo se convencieron estos particulares en
apoyar un expedición a Nueva España se encuentre parcialmente en documentos
como el que encontré entre los papeles de sir Robert Wilson con el título siguiente:
“Memorial dirigido a... [en blanco en el original] acerca de la conveniencia y polí-
tica de acondicionar una expedición en el presente período para apoyar la eman-
cipación del reino de México o Nueva España”. Dicho manuscrito no lleva firma
ni fecha y se encuentra en el BM Mss. Add 30141, ff. 2-4 y dice, entre otras cosas:
Finalmente, el gobierno de los patriotas ha quedado establecido sobre los más
liberales principios de política civil, religiosa y comercial, por lo que a quienes ayu-
den a tal causa les esperan privilegios comerciales exclusivos y una abundante y rica
remuneración los deberá compensar en su empresa.

Los vaivenes de la política británica

Xavier llegó a Inglaterra acompañado de su fama como heroico guerrillero en


la lucha contra el ejército napoleónico en la Península Ibérica, por lo tanto llegó
como aliado de las fuerzas británicas encabezadas por Sir Arthur Wellesley. The
Times, en su edición del 27 de octubre de 1814, hablaba del fracaso del pronun-
ciamiento de Mina y de su tío Francisco Espoz en Pamplona. Días antes, el 7 de

CAPÍTULO I. Estudio I 107


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

octubre de 1814, las autoridades españolas habían escrito a Félix María Calleja,
virrey de la Nueva España, para que tomara “…las medidas necesarias para des-
cubrir si llega [Francisco Espoz y Mina] a pueblo o ciudad de su mando y en su
caso lo pondrá preso inmediatamente como al coronel Mina su sobrino” (“Alerta
que fue enviada al virrey Calleja por José Quevedo, gobernador de Veracruz, el 31
de diciembre de 1814”. Citada por Gustavo Pérez Rodríguez en su manuscrito en
prensa). Al secretario de Estado y de Despacho Universal de Indias le parecía que
ambos personajes eran temibles.
De hecho, el arribo de Mina a Londres fue casi en secreto. Sería hasta el 21
de octubre de 1815 cuando The Times mencionara su presencia en la capital in-
glesa. A Xavier y a sus compañeros recién llegados los describía como “…vícti-
mas de la libertad civil de su país”.
Xavier había llegado a Inglaterra a finales de abril de 1815. Manuel Ortuño
anota que por el 29 de abril había desembarcado en el puerto de Bristol y habría
llegado a Londres a principios de mayo (Ortuño: 2003, 90-91). Lo cierto es que
el 6 de mayo el conde de Fernán Núñez escribía a Pedro Ceballos lo siguiente:
“Hace muy pocos días que ha llegado a esta capital [Londres] Dn. Fco. Espoz
y Mina: no he podido cerciorarme si viene con su sobrino” (Ortuño: 2003, 91).
Núñez confundía al tío con el sobrino. Sería por lo menos hasta el 17 de junio
de 1815 cuando se dio una comunicación de Mina con funcionarios del gobierno
británico. Xavier se hallaba hospedado en el Hotel Prince of Wales en Leicester
Square y desde ese domicilio escribió a Robert Stewart, lord Castlereagh, solici-
tándole su apoyo para dos de sus oficiales arrestados en la aduana a su llegada a
Inglaterra (Public Record Office: FO 72, 182).
La relación angloespañola, difícil y delicada desde 1808, había mejorado en
el año de 1815, pues España había llegado a la conclusión de “…que solamen-
te la Gran Bretaña se encontraba en condiciones de influir en los rebeldes de la
América española”. El 19 de julio de 1815, el Consejo de Indias tuvo que recono-
cer ante Fernando VII que “…únicamente la mediación de los ingleses podría
funcionar” (Jiménez Codinach: 1991, 143 y 268).
Era totalmente distinta a la posición española de 1811-1812, cuando las Cortes
de Cádiz rechazaron toda posibilidad de mediación de su aliada en América, par-
ticularmente en Nueva España. Había girado ciento ochenta grados. ¿Por qué? El
reino de Nueva España era el más preciado de los dominios españoles en América,
al grado de que, entre 1815 y 1818, se estudiaron en España diversos proyectos para
conceder cesiones territoriales a Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Rusia y Por-
tugal, a cambio de ayuda para conservar Nueva España (Jiménez Codinach: 1991,
268). Según el embajador de España en Estados Unidos, el diplomático Luis de
Onís, y José Álvarez de Toledo, exdiputado a Cortes por Santo Domingo (agente
secreto que servía a Inglaterra, a Estados Unidos, a la insurgencia novohispana y a
España), Río de la Plata podía pasar a Portugal; las Floridas a Inglaterra o a Esta-
dos Unidos y California a los rusos (Pizarro García de León: 1953).

CAPÍTULO I. Estudio I 108


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Pero tampoco la política británica era la misma de 1808-1812. Ya no le inte-


resaba conseguir la apertura comercial en América. Lord Castlereagh expresó al
embajador Fernán Núñez lo siguiente: “Jamás se había visto la Inglaterra con más
puntos libres en las Américas para poder enviar sus efectos” (Archivo General de
Simancas, Estado 8177). Para 1815 la opinión inglesa, aun la más conservadora,
era hostil al gobierno absolutista español. The Times, si bien no apoyaba con en-
tusiasmo la independencia americana, denunciaba cada vez más la conducta del
rey Fernando VII, ahora apodado “El Ingrato”, monarca que adeudaba millones a
Inglaterra, pero que prohibía la importación de manufacturas británicas de algo-
dón a España. El gobierno absolutista español y los españoles —escribían los edi-
tores del periódico antes mencionado— no podían subsistir sin la ayuda de Méxi-
co (The Times, 22 de noviembre de 1814). Para las ediciones de The Times del 4 de
enero y 5 de febrero de 1816, Fernando VII no solo era ya “El Ingrato” sino tam-
bién “El Odioso” por su persecución de los liberales españoles.
En este clima de opinión favorable a apoyar la independencia americana,
en el mes de julio de 1815, se observa que Mina ya planeaba una expedición a
Nueva España. Por unos informes que un oscuro personaje llamado J. D. R.
Gordon, militar inglés, enviaba a William Hamilton, funcionario del Ministe-
rio de Asuntos Exteriores británico, se tiene la evidencia de los primeros planes
de Mina: Xavier ya no residía en el Hotel Prince of Wales, ahora se encontra-
ba en 21 Montague St., Portman Square, en donde vivía o se alojaba también el
mismo Gordon. Este último informaba a Hamilton que Mina lo había invitado
a acompañarlo a México con el grado de coronel. El plan del joven navarro era
“reforzar y mejorar la organización de [José María] Morelos” e intentar la re-
conciliación entre los americanos y los peninsulares, idea que apoyaban los exi-
liados españoles refugiados en Inglaterra debido a la persecución sufrida por el
absolutismo de Fernando VII (Public Record Office: FO 72, 182). Gordon envia-
ba informes a lord Castlereagh desde 1808 y según estas comunicaciones había
vivido ocho años “en México” (Jiménez Codinach: 1991, 334, nota 20).
La información proporcionada por Gordon contradice la teoría de José Ma-
ría Miquel i Vergés, quien creía que Mina se había interesado en venir a Nueva
España después de la muerte de Morelos ocurrida el 22 de diciembre de 1815.
Mina no se enteró del fallecimiento de Morelos sino hasta abril de 1816, días an-
tes de zarpar con destino a América.

“México es el corazón del coloso”

¿Cómo explicar la decisión de Mina de embarcarse precisamente a Nueva


España y no a otro dominio español en América?
El padre Servando Teresa de Mier, capellán de la expedición de Mina, escri-
bió que todos los americanos que residían en Londres se estaban “muriendo” por
lograr la independencia novohispana. Al llegar a Inglaterra las noticias de que

CAPÍTULO I. Estudio I 109


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

existía un Congreso insurgente (Chilpancingo, 1813) y una Constitución (Apat­


zingán, 1814) y que los puertos de Boquilla de Piedras y Nautla estaban en poder
de los insurrectos, se produjo en Inglaterra una opinión favorable a la independen-
cia. “Los negociantes [ingleses] comenzaron a formar sus especulaciones. Los Es-
tados Unidos trataron de reconocer la independencia, el Parlamento de la nación
británica resolvió ayudarnos y el célebre general Mina, que ya hacía dos años tra-
bajaba por llevar a ustedes socorro, partió” (Carta de don Servando Teresa de Mier
a Antonio Sesma, Galveston a 14 de diciembre de 1816, en Hernández y Dáva-
los: 1877-82, 910). Meses antes, Servando Teresa de Mier había escrito: “El pueblo
de Inglaterra está tan a favor de nuestra causa que su despótico gabinete se vería
forzado a reconocer como potencias independientes a nuestra América si Méxi-
co estuviese libre. Este México es el que detiene a todos: el que obsta para que las
demás partes de América que tienen en Londres sus ministros obtengan su reco-
nocimiento” [Carta de Mier a los señores A. [lmanza] y P. [avón], Baltimore, 15 de
septiembre de 1816, en Archivo General de Indias, Estado 31 (60)].
He aquí el principal argumento de los agentes de la independencia america-
na en Inglaterra para convencer a Mina de dirigir su expedición a Nueva Espa-
ña: la independencia novohispana era vista como sine qua non para lograr la in-
dependencia de los restantes dominios americanos de España y lograr asimismo
la libertad de la propia Madre Patria. En consecuencia, de seguir fluyendo los
recursos novohispanos en apoyo de Fernando VII se impediría la emancipación
hispanoamericana y la obtención de la libertad dentro de España, por entonces
bajo un régimen absolutista.
Mina se hizo eco de esta postura: “México –declaró- es el corazón del colo-
so y es de quien debemos procurar con más ahínco la independencia. He jurado
morir o conseguirlo; vengo a realizar el voto de los buenos españoles así como de
los americanos” [Carta de Xavier Mina a [José Mariano] Almanza, Baltimore a
9 de septiembre de 1816, en Archivo General de Indias, Estado 31 (60)].
Estas últimas palabras parecen ser la clave para comprender la expedición y
la conducta de nuestro joven navarro. Era la encarnación de los deseos, objetivos
y proyectos de los “buenos” españoles; es decir, de aquellos que huyeron del ab-
solutismo de Fernando VII, quien había abolido la constitución gaditana y per-
seguido a los liberales que la defendían, y se habían refugiado en Inglaterra. Allí
se encontraban añorando a España José Blanco White (1775-1853), el poeta José
Manuel Quintana (1772-1857), Álvaro Florez de Estrada (1765-1853) entre otros.
Por lo que toca a los “buenos” americanos, esto es, los patriotas que llevaban años
defendiendo el derecho a emanciparse de sus respectivas patrias, como Luis Ló-
pez Méndez (1758-1831) y Andrés Bello (1781-1865) ambos de Venezuela; Carlos
Alvear (1789-1852), José de San Martín (1778-1850) y Manuel de Sarratea (1774-
1849), los tres de Río de la Plata; Bernardo O’Higgins (1778-1842), de Chile; y
otros más [Archivo General de Indias, Estado 31 (60)]. De Nueva España se en-
contraban en Inglaterra José Francisco de Fagoaga, segundo marqués del Aparta-

CAPÍTULO I. Estudio I 110


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

do, su hermano Francisco o “Frasquito”, como le llamaba el padre Mier, Wences-


lao de Villaurrutia, Lucas Alamán (1792-1853) y el propio Mier (1763-1827).
Esta alianza, esta comunión de objetivos unió a españoles peninsulares y a
americanos en un proyecto común. Se creó una coyuntura de fraternidad ibe-
roamericana, como Mina expresó certeramente en 1816: “La gran nación es-
pañola y la gran nación americana se unen a mí en esta demanda y esperan de
ustedes o su libertad o la más degradante esclavitud” [Carta de Mina a [José
Mariano] Almanza, Baltimore, 9 de septiembre de 1816, en Archivo General de
Indias, AGI, Estado 31 (60)]. A estos patriotas españoles y americanos los unían
objetivos comunes: libertad, una constitución, respeto a los derechos del hom-
bre, un sistema liberal de gobierno y, en algunos casos, como el de Mier y el pro-
pio Mina, una tendencia al sistema republicano.
Sobre este republicanismo es menester señalar que dicha postura no era del
agrado del gobierno inglés. J. D. R. Gordon, informante de las actividades de
Mina al Ministerio de Asuntos Exteriores, escribía a lord Castlereagh:
Hay circunstancias relacionadas con todo el conjunto de su sistema político
[de Mina] que considero tener el deber de descubrirlo ante su señoría y que han ido
tan lejos en contra del torrente de mis consejos que de otra manera yo me hubie-
ra ido con él como asistente militar con grado de coronel” (Public Record Office:
FO 172, 193, foja 94).
Según Gordon, las intenciones de Mina “…eran hostiles para los intereses
de la Gran Bretaña, si éste [Mina] logra desembarcar a salvo en la Nueva Espa-
ña” (Public Record Office: FO 172, 193, foja 183). Mier confirmó esta disparidad
de intereses entre el gobierno británico y Mina cuando desde Filadelfia escribió:
Europa deseaba imponer gobiernos monárquicos en el mundo e Inglaterra no
era diferente… especialmente desconfiaos de Inglaterra y no confundáis con su go-
bierno la filantropía de sus nacionales que aman la libertad por lo mismo que están
en guerra contra el despotismo de su ministerio. Se refería Mier a que una vez que
el gobierno Tory se dio cuenta de que “…propendíamos a república no ha cesado
de atravesar nuestros proyectos de independencia” (Mier: 1821b, citado en Ocam-
po: 1969, 201-202).

Hacia un puerto neutral (1816)

Otro tema que requiere aclaración es la decisión de Mina de tocar prime-


ro un puerto de los Estados Unidos en vez de proceder directamente a Nueva
España. Es menester señalar la difícil situación en que se encontraba Mina res-
pecto a la política ambivalente británica en su trato hacia España y hacia los do-
minios americanos: el gobierno inglés hacía la vista gorda respecto a los prepa-
rativos de los agentes de la insurgencia hispanoamericana en Inglaterra pero, a
la vez, oficialmente proclamaba su alianza con España. The Times admitía que,
donde la insurgencia avanzaba en América, los intereses comerciales de Gran
Bretaña se beneficiaban (The Times, 5 de agosto de 1817). Pero, por otro lado, el

CAPÍTULO I. Estudio I 111


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

príncipe regente de Gran Bretaña, futuro Jorge IV, prohibió el envío de armas y
pertrechos desde Inglaterra a cualquier punto de la América Española.
El 20 de abril de 1816, el embajador español Fernán Núñez escribió a lord
Castlereagh quejándose de la expedición que Mina tenía lista en Liverpool para
hacerse a la vela con cuatro mil mosquetes y bayonetas, piezas de artillería, pertre-
chos y municiones con destino al Puerto de Boquilla de Piedras en Nueva España.
Sin embargo, Núñez no pudo informar al ministro inglés el nombre del
barco cargado de armas para los insurgentes, por lo que lord Castlereagh en-
contró una excusa para zafar a su gobierno de toda responsabilidad y a la vez
permitir la salida de la expedición. Castlereagh contestó a Núñez que “…nada
podía hacer el gobierno de su Majestad Británica debido a la falta de pruebas de
los hechos denunciados y al no dar Núñez el nombre y la descripción del barco”
(Public Report Office: FO 72, 190, foja 196).
Núñez se indignó con tal respuesta, pero nada podía hacer. Desde el pun-
to de vista legal, la expedición se dirigía a Nueva Orleans, no a Nueva Espa-
ña. Mina no desobedecía las órdenes del príncipe regente al no dirigirse direc-
tamente a algún punto de la América Española. Es esta la verdadera razón de
que Mina decidiera arribar primero a los Estados Unidos. En segundo término,
Mina podía reclutar voluntarios en aquella joven república, toda vez que la gue-
rra de 1812-1814 entre Inglaterra y los Estados Unidos había terminado. Había
armas y pertrechos en las bodegas y militares sin trabajo.
No es posible detallar aquí los contratiempos que encontró Mina en los Es-
tados Unidos, en Haití, en Galveston y en Nueva Orleans. El colombiano Ma-
riano Montilla lo abandonó; los comerciantes de Veracruz no le enviaron los
fondos prometidos; José Álvarez de Toledo lo traicionó; el Congreso insurgente
de Nueva España no existía, pues había sido disuelto por Manuel Mier y Terán;
faltaba por lo tanto una autoridad que avalara los préstamos y gastos contraídos
por la expedición encabezada por el prócer navarro, gastos y préstamos que to-
davía en 1840 México independiente aún no pagaba y solo en parte fueron li-
quidados en 1841 (Statement of Claims on Mexico by the Citizens of the United
States under the last Convention with Mexico, 2 de febrero de 1848, en Jiménez
Codinach: 1991, 359). Los puertos de Boquilla de Piedras y Nautla habían sido
recuperados por las fuerzas realistas y no existía en Nueva España una pobla-
ción que apoyara el modelo republicano y el sistema constitucional, como inge-
nuamente había imaginado el joven exguerrillero. Si bien, para 1817, gran parte
de los novohispanos deseaban la independencia, no por ello luchaban para con-
vertirse en una república ni para defender la Constitución de 1812. Mina llegó
en cierta manera demasiado tarde y a la vez demasiado pronto. Llegó en 1817,
cuando la guerra civil estaba prácticamente ganada por las autoridades virreina-
les; arribó a un país donde no existían las condiciones requeridas para que una
expedición como la suya tuviese éxito. A pesar de que recorrió provincias y ob-
tuvo varias victorias contra las fuerzas realistas al dirigirse al interior de Nueva

CAPÍTULO I. Estudio I 112


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

España, tardó mucho en encontrar alguna partida insurgente con la cual unir-
se. Los rebeldes novohispanos estaban prácticamente vencidos y a la defensiva,
divididos entre sí y por lo tanto nada fáciles de organizar y dirigir. Era demasia-
do pronto para encontrar una opinión pública decidida por el sistema republica-
no en un reino mayoritariamente rural y tradicional en sus usos y costumbres.

Xavier Mina: ciudadano de la nación española en ambos hemisferios

Ciertamente Xavier Mina no era un extranjero que llegaba como filibus-


tero a Nueva España. Como español era ciudadano de la monarquía española,
al igual que sus hermanos novohispanos. No luchaba contra España, su patria.
Por el contrario, defendía la libertad de sus paisanos que consideraba hollada
por el absolutismo de Fernando VII. Poco antes de morir, Mina había escrito a
sus paisanos navarros:
Yo estoy resuelto a sacrificarme en obsequio de la humanidad afligida. He ve-
nido a socorrer a los americanos en la generosa lucha que sostienen por ser hom-
bres libres y sacudir el pesado yugo que los oprime… todos, europeos y america-
nos, contribuiremos a la felicidad de España, la arrancaremos de la servidumbre de
los Borbones y la pondremos en manos de nuestros compatriotas… juntad vuestros
brazos y vuestro espíritu con el de los americanos y entonces toda la Europa dirá
que sois hijos de la antigua España y que vuestro nombre debe ser verdaderamente
inmortal (Xavier Mina a los nobles navarros. Fortaleza de Xauxilla, 19 de octubre
de 1817, en Pérez Rodríguez, manuscrito en prensa).
Xavier murió cristianamente el 11 de noviembre de 1817. La gratitud mexica-
na al joven generoso que ofrendó su vida para dar a nuestros antepasados la anhe-
lada independencia se expresa en las palabras del poeta decimonónico Guillermo
Prieto, quien escribió un romance dedicado a este buen español y buen americano:
¿Quién es este que descuella
Grande como ígnea montaña
Como el sol resplandeciente
Bello como la esperanza
Gritando a los insurgentes
¡No desmayéis! ¡A las armas!
Cuando creen que todo muere
Y está expirando la patria?
A Mina aclama su tropa
Él cariñoso la halaga
Y pide lauros y flores
Para su segunda patria
Sólo un momento, uno sólo
Viéronse en sus ojos lágrimas
Que fue al llevarle el cadáver
De un noble amigo de su alma
Que dejó vida y ejemplo
En la sangrienta batalla…
(Prieto: 1885, en Acuña: 2010, 273-275).

CAPÍTULO I. Estudio I 113


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

¿Quisiera terminar este ensayo con las palabras del poeta Pablo Neruda en
la parte cuarta de su Canto general, dedicada a los libertadores de América:
Mina de las vertientes montañosas
Llegaste como un hilo de agua dura
España clara, España transparente
Te parió entre dolores, indomable
Y tienes la dureza luminosa
Del agua torrencial de las montañas
A América lo lleva el viento
De la libertad española.
(Neruda, en Mas: 2010)
El Reino de Navarra y el Reino de Nueva España comparten un prócer que
honró a su patria natal y a su segunda patria americana. Entre los caudillos y
dirigentes de las guerras de independencia hispanoamericana pocos pueden os-
tentar las cualidades que tanto los contemporáneos de Mina como los que es-
tudiamos esta época fundacional de nuestras patrias iberoamericanas encontra-
mos en la vida y obra de un joven que amó la libertad, que entregó su juventud a
la España invadida, que creyó en un sistema constitucional que acotara el poder
absoluto de un monarca, constitución que respetara los derechos del hombre,
que convirtiera al súbdito en ciudadano, que permitiera la libertad de prensa,
que promoviera la educación del pueblo y su bienestar. Un joven que fue mag-
nánimo con sus enemigos, muchos de los cuales desertaron y se le unieron, que
rechazaba el saqueo y el abuso en las poblaciones a donde llegaban sus tropas.
Joven de gallarda presencia, de valor y audacia, de finos modales y amable
en su trato, de carácter franco —como lo describe el escritor español Niceto de
Zamacois— y, sobre todo, “dominado por el vivo sentimiento de la patria” (Za-
macois: 1879, 243-244), hoy Xavier Mina puede ser un modelo para la juventud
tanto española como mexicana, ambas tan necesitadas de ejemplos de jóvenes
idealistas, serviciales, sensibles a las necesidades de otros, amantes de su terruño,
generosos, inteligentes, dispuestos a sufrir privaciones por alcanzar el bienestar
de su comunidad en vez de buscar el dinero fácil y el poder que, sin madurez en
la persona, solo la perjudican y la convierten en un ser egoísta y nocivo.

Epílogo

Como historiadora mexicana, especialista en nuestra Guerra de Indepen-


dencia, puedo afirmar que Mina fue y es uno de aquellos seres extraordinarios
que amaron la libertad, la justicia y entregaron su juventud y su vida para lograr
el bienestar de sus contemporáneos y de las futuras generaciones. Semilla de li-
bertad, su muerte dio fruto cuatro años después: Agustín de Iturbide, consuma-
dor de la independencia de México en 1821, logró lo que Mina en parte propuso:
la unión de españoles peninsulares y americanos, un sistema constitucional, la
ciudadanía para todos sin distinción por el color de la piel, la división de pode-

CAPÍTULO I. Estudio I 114


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

res y la independencia absoluta de Nueva España pero alcanzada sin una sepa-
ración violenta de España. Los sobrevivientes de la expedición de Mina como
Jean Aragó, John Davies Bradburn y otros se unieron al movimiento trigarante
de Iturbide, hijo también de padre navarro, quizá porque les recordaba los an-
helos de Mina y su intento de lograr la independencia invitando a todos los es-
pañoles de ambos hemisferios a defender la libertad y el establecimiento de un
gobierno constitucional. El Imperio mexicano de 1821-1823 mantuvo la vigencia
de la Constitución de Cádiz hasta la creación de una constitución propia, Car-
ta Magna que no fue posible hasta 1824. Un año antes, en 1823, Xavier Mina
y doce próceres de la Guerra de Independencia novohispana fueron declarados
“Beneméritos de la Patria” y trasladados sus restos a la Catedral Metropolitana
de Ciudad de Méjico. Hoy descansan en la Columna de la Independencia en el
Paseo de la Reforma de la capital mexicana.
Descanse en paz Xavier Mina, la gratitud de México espera que en Navarra
y en España, la Madre Patria que por siglos cobijara a novohispanos y españoles
peninsulares, se le recuerde con orgullo y se honre su memoria como represen-
tante de los valores hispánicos más caros y profundos: hidalguía, justicia, gene-
rosidad y amor a la libertad.

Archivos y bibliografía
Archivo General de Indias: Carta de Xavier Mina a [José Mariano] Almanza, Baltimore a
9 de septiembre de 1816, Estado 31 (60).
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CAPÍTULO I. Estudio I 115


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CAPÍTULO I. Estudio I 116


Estudio II

Xavier Mina, héroe de México y de España


en la obra de Antonio García Pérez

Manuel Ortuño Martínez


Doctor en Historia de América Contemporánea

Introducción

Xavier Mina, soldado voluntario en la campaña de Aragón del Ejército de la


Derecha en 1808, comandante guerrillero navarro entre 1809 y 1810, liberal for-
mado en el encierro del castillo de Vincennes (1810-1814), el exilio en Londres
(1815-1816) y la convivencia con los refugiados hispanoamericanos en la costa
este de los Estados Unidos (1816) se convirtió entre abril y noviembre de 1817 en
el general insurgente que luchó en México por la libertad de la Nueva España,
condición necesaria para el triunfo de la libertad en la propia España.
El príncipe Fernando, tras las rocambolescas renuncias y entronización de
Bayona en 1808, al regresar en 1814 de su exilio dorado en Francia, una vez li-
berado por Napoleón, se negó a acatar la Constitución de Cádiz de 1812 que lo
convertía en rey constitucional, e impuso la monarquía absoluta en la que reinó
como Fernando VII a partir de mayo de 1814. Fue una de las rupturas políticas e
institucionales más represivas e intolerantes en la historia del siglo XIX español.
Xavier Mina, teniente coronel reconocido tras su vuelta a Navarra en mayo
de 1814, se negó a aceptar el golpe de estado del rey Fernando, se enfrentó al rey
y a la camarilla recién formada a su alrededor y colaboró con su tío, el mariscal
Espoz y Mina, en el pronunciamiento frustrado de Pamplona de septiembre de
1814, que lo obligó a exiliarse primero en Francia y a partir de abril de 1815 en
Londres. Aquí se iniciaría en mayo de 1816 la famosa “expedición internaciona-

CAPÍTULO I. Estudio II 117


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

lista libertadora”, decidida, organizada y puesta en marcha en Londres, una de


las primeras intervenciones internacionalistas del siglo XIX, que pretendía apo-
yar el movimiento insurgente de México liderado entonces por el general José
María Morelos y el Congreso Mexicano.
La historia de la intervención exterior en la independencia mexicana y del
papel que en ella tuvo el que se llamó en México “general Mina”, y también
“Francisco Javier Mina”, es el hecho que suscitó a principios del siglo XX el in-
terés y la atención del capitán de infantería Antonio García Pérez, por entonces
profesor de la Academia de Infantería de Toledo. Fruto de este interés y de sus
reflexiones en torno al tema es el texto que escribió y fue publicado en 1909 en
la colección de los Estudios Militares, la revista mensual del Ejército, que tenía su
sede en la Escuela Superior de Guerra.
Hace veinte años, cuando decidí iniciar una investigación en torno a la partici-
pación de los liberales españoles en la independencia de México como tema de tesis
para la obtención del doctorado en Historia de América Contemporánea en la Uni-
versidad Complutense, en la búsqueda de materiales y antecedentes historiográficos
encontré en los fondos de la Biblioteca Nacional un libro del capitán García Pérez
titulado Javier Mina y la independencia mexicana. Me produjo una gran sorpresa y a
la vez la confirmación de que la tesis doctoral iba por buen camino.
Dispuesto a analizar críticamente la obra del capitán García Pérez, he podido
comprobar fehacientemente que el total de fichas que aparecen en el catálogo de
la renovada Biblioteca Central Militar, del Instituto de Historia y Cultura Militar
de Madrid, asciende a ciento cuatro. En la Biblioteca Nacional de España solo es-
tán catalogadas ochenta y cuatro de sus publicaciones. En la mayoría de los casos
se trata de folletos, conferencias, ensayos y artículos de extensión más reducida que
sus libros y, entre estos últimos, los seis dedicados a estudiar temas sobre México.
No debe resultar extraño que hace más de quince años, en la tesis doctoral
que estaba a punto de terminar, dedicara una mención especial al texto de Gar-
cía Pérez (Ortuño: 2006e, 43). Ahora que vuelvo sobre él, quiero señalar que me
siento fascinado por la personalidad del capitán que acabó su carrera militar con
el grado de coronel.

El autor, Antonio García Pérez

La búsqueda de datos sobre el coronel Antonio García Pérez no ha resulta-


do fácil. Encontré algunas referencias en sus propias obras, conseguí el ensayo
de Pedro Luis Pérez-Frías (Pérez-Frías: 2005), he podido leer su expediente en
el Archivo General del Ejército en Segovia y, a través de mis pesquisas en In-
ternet, he encontrado la obra de un historiador militar norteamericano (Jensen:
2002), especialmente reveladora no solo de la personalidad del propio García Pé-
rez sino también de otros tres distinguidos oficiales de la época (Ricardo Bur-
guete, Enrique Ruiz-Fornells y José Millán-Astray) y sobre la situación y las cir-

CAPÍTULO I. Estudio II 118


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

cunstancias que vivió el Ejército español a lo largo de ese largo periodo histórico
llamado la “Restauración”.

Periodos de su vida

Antonio García Pérez, hijo de militar y nacido en Cuba, se trasladó muy pron-
to a la península para iniciar su carrera militar, ingresando en la Academia General
Militar de Toledo en 1891, cuando había cumplido diecisiete años. Al desaparecer
la Academia, sustituida por la de Infantería, trasladó a esta su formación y sus es-
tudios como cadete, siendo promovido al cumplir veinte años a 2º teniente de In-
fantería en julio de 1894. Ordenado su traslado a Cuba participó en diversas accio-
nes militares hasta su regreso a Madrid, donde en 1896 se incorporó a la Escuela
Superior de Guerra para seguir su formación militar con el empleo de 1er teniente.
Cursó los estudios de Estado Mayor y fue promovido al empleo de capitán
en 1899, obteniendo en 1902 el Diploma de Estado Mayor. En estos años realizó
numerosas prácticas en diferentes destinos, que simultaneó con su dedicación al
estudio de distintos aspectos de la organización, la historia y las acciones mili-
tares del ejército español y de otros países. Entre septiembre de 1902 y julio de
1912, al firmar sus trabajos incluyó siempre la mención de “Capitán de Infante-
ría, Diplomado de Estado Mayor”. Los distintos periodos en que se puede ana-
lizar su vida se corresponden también con el despliegue de sus actividades inte-
lectuales como cronista, historiador, docente e ideólogo.
a) 1874-1896. Desde su nacimiento en Puerto Príncipe (Cuba) en 1874 hasta
su entrada en la Escuela Superior de Guerra en Madrid en 1896. García Pérez
regresó a Cuba en marzo de 1895, donde participó en varias acciones de guerra.
En el verano de 1896 retornó a Madrid, para iniciar un curso de seis años en la
Escuela Superior de Guerra.
b) 1896-1912. Desde el inicio de sus estudios en la Escuela Superior de Guerra
hasta 1912, fecha en la que alcanza el empleo de comandante y deja la Academia
de Infantería de Toledo. Entre 1900 y 1904 hizo prácticas en Burgos, Logroño y
Canarias; estuvo en Sevilla; y, una vez terminado el curso y obtenido el diploma de
Estado Mayor, en 1903 se le destinó a Córdoba donde permaneció hasta su incor-
poración a la Academia de Infantería de Toledo, como profesor, en agosto de 1905.
c) 1912-1931. Desde la salida de la Academia de Infantería de Toledo hasta
la proclamación de la República. En 1913 fue destinado a Badajoz. Sirvió más
tarde en Marruecos entre el 9 de julio y el 6 de septiembre de 1915, participan-
do en acciones de guerra y en puestos de enseñanza y regresó a la península en
1916, en plena Guerra Mundial, para ocuparse de aspectos administrativos y
otras actividades dentro del Arma de Infantería.
En noviembre de 1930, tras la caída de la Dictadura de Primo de Rivera, os-
tentando el empleo de coronel en la ciudad de Cáceres, fue separado del Ejército
por un tribunal de honor, a consecuencia de un incidente político. Entre las nu-
merosas personalidades que solicitaron la revisión de la sentencia —de acuerdo

CAPÍTULO I. Estudio II 119


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

con la información de Pérez-Frías (Pérez Frías: 2005, 319-324)— se encontra-


ban numerosos sacerdotes, el obispo de Coria y el general Millán-Astray.
d) 1931-1939. Coronel retirado durante el periodo republicano, al producirse
el golpe militar en la ciudad de Madrid en julio de 1936, con la victoria local de
las fuerzas que defendían al Gobierno, fue detenido y sufrió cárcel, al conside-
rársele “anti-republicano”, tal y como escribió el propio García Pérez al resumir
su vida en una publicación posterior.
e) 1939-1950. Terminada la Guerra Civil en 1939 publicó una veintena de tí-
tulos en la primera década del régimen franquista. Vivió en Madrid y posterior-
mente se trasladó a Córdoba, donde falleció.

Producción intelectual

El historiador Geoffrey Jensen (Jensen, 2002, 173) que establece un catálogo


parcial (solamente incluye ochenta y cuatro títulos) de la obra de García Pérez,
la divide en cinco periodos:
a) Entre 1896 y 1899, con el empleo de teniente.
b) Entre 1899 y 1912, con el empleo de capitán.
c) Entre 1912 y 1918 con el empleo de comandante.
d) Entre 1918 y 1931, con los empleos de teniente coronel y coronel.
e) Publicaciones posteriores a la Guerra Civil.
También incluye algunos prólogos de García Pérez a obras de otros com-
pañeros de armas.
Por mi parte, prefiero ajustarme a los cinco periodos de vida que he des-
crito antes.
a) El primer periodo corresponde a su etapa de formación militar y perso-
nal. Según las referencias anotadas, produjo un texto de carácter técnico sobre
un arma de guerra, Nomenclatura del fusil Mauser español de 1893, publicado en
1896, que puede ser considerado como un trabajo escolar o práctica escolar. En
estos años había continuado la guerra en Cuba y se produjo el enfrentamiento
militar de España con Estados Unidos, el llamado “desastre del 98”, hecho fun-
damental en el desarrollo de la historia española contemporánea. La pérdida de
las colonias produjo en las élites de los sectores militares y civiles de la sociedad
española una verdadera conmoción.
b) El segundo periodo, de quince años de extensión, es el de mayor intensi-
dad e incluso el de mayor importancia objetiva, tanto por el volumen de la obra
publicada como por la temática y el contenido de sus trabajos.
En este periodo tienen lugar la mayoría de edad del rey Alfonso XIII y su
acceso al trono en 1902, la Conferencia de Algeciras en 1906 por la que España
se hizo cargo de la zona norte de Marruecos, la Ley de Jurisdicciones militares
de 1906 que obligaba a pasar por juzgados militares cualquier ataque al Ejército
o la Patria, la boda y el atentado a los reyes en mayo de 1906, el reformismo de
Antonio Maura entre 1907 y 1909, la Semana Trágica de Barcelona en 1909, la

CAPÍTULO I. Estudio II 120


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

elección de Pablo Iglesias como primer diputado socialista en 1910, el asesinato


del presidente del gobierno José Canalejas en 1912, etc.
El periodo se puede subdividir en dos etapas, la primera entre 1900 y 1905,
que se puede llamar “etapa americanista” con una producción de veintitrés tí-
tulos, y la segunda, “etapa de madurez”, de 1906 a 1912, la época de mayor pro-
ducción editorial con cuarenta y cuatro títulos.
En la primera etapa (1900 – 1905) publicó la práctica totalidad de sus traba-
jos sobre las Fuerzas Armadas en América y sus libros sobre la intervención es-
pañola en México. El primero fue Reseña histórico militar de la campaña del Pa-
raguay (1884-1870), de ciento sesenta páginas, que apareció en 1900. Este mismo
año publicó Una campaña de ocho días en Chile de ciento ocho páginas y el im-
portante Estudio político-militar de la campaña de México (1861-1867) de cuatro-
cientos veinticinco páginas. Un año más tarde aparecieron Proyecto de nueva or-
ganización del Estado Mayor en la República oriental del Uruguay, de veintiocho
páginas y Guerra de Secesión. El general Pope, de treinta y ocho páginas. En 1902
publicó cinco obras bajo el título general de Organización militar de América, en
las que incluyó los estudios sobre Bolivia (cincuenta seis páginas), Guatemala
(cincuenta páginas), Brasil (setenta y tres páginas), Ecuador (cuarenta y nueve
páginas) y México (ciento setenta páginas). Las obras sobre Bolivia y México vol-
vieron a reeditarse al año siguiente. A continuación fueron apareciendo Guerra
de Secesión. Historia militar contemporánea de Norteamérica (1861-1865) en 1903,
que se conserva manuscrita en la Biblioteca Central Militar; Antecedentes políti-
co-diplomáticos de la expedición española a México (1836-1862) de ciento ochenta
páginas, publicado en 1904, y finalmente la conferencia Añoranzas Americanas
de cuarenta páginas, que se publicó en 1905. Todas las obras son anteriores a su
entrada en la Academia de Infantería de Toledo.
En la segunda etapa (1906-1912), ejerciendo como profesor en Toledo, apa-
recieron dos títulos de contenido americano: México y la invasión norteamerica-
na, de ciento catorce páginas, publicado en 1906 y finalmente Javier Mina y la
independencia mexicana, de cuarenta y siete páginas, publicado en 1909, con el
que cerraba su dedicación americanista.
El americanismo de García Pérez es consecuencia de su arraigo e interés por
los temas que resonaban en su interior desde su nacimiento, de sus lecturas juve-
niles, de sus estudios y prácticas en la Escuela Superior de Guerra y de sus contac-
tos con personalidades americanas y los representantes diplomáticos de algunos
países de América. Sus relaciones con México debieron ser relativamente intensas,
porque en 1906 recibió el nombramiento de socio honorario de la “Sociedad Mexi-
cana de Geografía y Estadística”, una institución de enorme prestigio en México.
Por estos mismos años adquirió la calidad de miembro de la “Real Sociedad Geo-
gráfica de Madrid” (1907), el de correspondiente de la “Real Academia de la His-
toria de España” (1909) y el de correspondiente de la “Real Academia Sevillana de
Buenas Letras” (1910). Se trata realmente de una auténtica “etapa de madurez”.

CAPÍTULO I. Estudio II 121


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Entre los títulos publicados en esta etapa se pueden destacar los siguientes:
Militarismo y socialismo (conferencia pronunciada en 1906, de sesenta y cuatro
páginas), Estudio político-social de la España del siglo XVI (1907, de doscientas
veinte páginas), La cuestión del norte de Marruecos (1908, de cincuenta y seis pá-
ginas), Derecho internacional público en colaboración con Manuel García Álva-
rez (1909, reeditado en 1912), España en Marruecos (conferencia pronunciada en
el círculo “La Peña” de Córdoba, el 11 de agosto de 1909), Ocho días en Melilla
(1909, de cuarenta y ocho páginas), Posesiones españolas en África (1909, de cua-
renta páginas), Leyes de la Guerra (1910, de cuarenta y ocho páginas), así como
varios títulos de contenido biográfico publicados entre 1909 y 1910, dedicados a
héroes y soldados de distintas épocas: Vicente Moreno, Pinto Palencia, Braulio
de la Portilla y el saguntino Romeu. Finalmente Siete años de mi vida (1912, de
cincuenta y siete páginas) puede considerarse como un compendio que resume
su actividad de profesor en la Academia de Infantería de Toledo.
c) El tercer periodo, también de intensa actividad, aunque algo más dispersa
y especialmente dedicada a la formación, la inspección, la promoción cultural,
la creación de “bibliotecas del soldado”, etc. transcurre entre 1913 y la proclama-
ción de la República. Se puede subdividir en dos épocas, la primera entre 1913 y
1923, que termina con el golpe de Estado de Primo de Rivera, en la que publicó
veintidós títulos y la segunda, a lo largo de la Dictadura de Primo de Rivera y el
año de transición hasta las elecciones del 14 de abril de 1931, en la que publicó
dieciocho títulos.
Es un periodo difícil en el que se producen, entre otros acontecimientos, el
enfrentamiento militar entre las grandes potencias europeas, lo que dio lugar a la
Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1918; la Revolución de Febrero de 1917 en
Rusia con el triunfo final del bolchevismo; y, en España, la grave crisis de 1917; la
creación de las Juntas de Defensa, formadas por los cuadros militares medios del
Ejército; la convocatoria de una Asamblea Nacional de Parlamentarios, que exigía
una reforma política en profundidad frente a la degeneración de la Monarquía y el
fracaso del sistema de partidos de la Restauración; el largo periodo de conflictivi-
dad social en Cataluña; la Huelga General de 1917 que fue duramente reprimida
y llevó a la cárcel a centenares de líderes obreros y al Comité de huelga; el asesina-
to del presidente del gobierno Eduardo Dato; el recrudecimiento de la guerra de
Marruecos y el Desastre de Annual en 1921; la formación del Expediente Picasso,
que trataba de establecer responsabilidades militares y civiles, en 1922; finalmente,
el golpe de estado del general Primo de Rivera y el inicio de la Dictadura en 1923.
Posteriormente, la caída del dictador en 1930 dio paso a un periodo intermedio, en
el que gobernó el general Dámaso Berenguer, hasta la convocatoria de elecciones
y el triunfo republicano del 14 de abril de 1931.
En esta larga y complicada época aparecieron, entre otros, los siguientes
títulos: Egregio historial de la 2ª Academia de Infantería (1915), Estela de gloria,
Historial de Guerra del Regimiento de Borbón 17º de Infantería, Los Reyes de

CAPÍTULO I. Estudio II 122


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

España (1915), Juan Soldado y Juan Obrero en la revista Nuestro Tiempo (1916),
Estudio geográfico militar de las posesiones españolas en Marruecos (1916), Com-
pendio histórico del Regimiento de Córdoba (1917), Flores de heroísmo, (Filipi-
nas Cuba, Marruecos) de ciento treinta y cinco páginas (1919), Condecoraciones
militares del siglo XIX (1919); cuatro obras en 1920: El Gran Capitán, Heroi-
cas ofrendas, Historial de Borbón XVII de Infantería (ciento cincuenta y ocho
páginas) e Historial del Regimiento de Infantería de Tarragona núm. 78 (ciento
once páginas); en 1921, Historial del regimiento de Extremadura núm. 15 (cien
páginas) y España en Marruecos; en 1922, Cervantes, soldado del regimiento de
Córdoba; dos obras en 1923: Fe y patriotismo en los campos de batalla y La Pa-
tria obra de la que se hicieron siete ediciones a lo largo de varios años, con un
prólogo de Gabriel Maura Gamazo (la primera de ochenta y seis páginas y a
partir de la quinta de ciento ochenta y dos páginas); Plumas y espadas en 1924;
Acción militar de España en África en 1925; Heroicos infantes de Marruecos en
1926, reeditada en 1927; Heroicos artilleros en 1927); y cinco títulos publica-
dos en 1928: Florilegio bélico, Gentilezas de la Reconquista, Heroicos infantes de
Marruecos, Marinos heroicos y Realeza y juventud. Finalmente, en 1930 apare-
cieron dos títulos: Miguel de Cervantes (cuarenta y tres páginas) y Patria y Ban-
dera (noventa y siete páginas).
d) A lo largo de ocho años, los que incluyen la II República y la Guerra Ci-
vil (1931-1939), no aparece en ninguna biblioteca o listado bibliográfico alguna
publicación de García Pérez. Es la dura época del alejamiento de la milicia, su
retiro obligado, la cárcel en Madrid y los tres años de Guerra Civil.
e) Terminada la guerra, reaparecen sus publicaciones y a partir de 1940
se encuentra la referencia de dieciocho títulos. En ellos rebosa la exaltación y
la glosa de carácter heroico y militar de los hechos de armas nacionalistas du-
rante y después de la Guerra Civil. En este periodo publica, entre otras obras:
Frases imperiales: Episodios de la Cruzada (ochenta y cuatro páginas), Ifni y el
Sahara español, La Marina en la Cruzada (ochenta y cuatro páginas), las tres
publicadas en 1940; en 1941, Jardines de España (ciento sesenta y tres páginas)
y Tánger; La bandera española (sesenta y cuatro páginas) en 1942; ¡Arriba Es-
paña! (cincuenta y nueve páginas) en 1943, conmemorando el centenario de
la bandera; en 1944 publicó en Ceuta Simancas glorioso, Banderas de España,
Cabos y soldados de la española infantería, Grandezas artilleras y un Historial del
Grupo de FRI de Infantería Alhucemas núm. 5 (ciento cincuenta y cinco pági-
nas). El año siguiente vuelve a ser fructífero en publicaciones: El Gran Capi-
tán, vencedor de Garellano (sesenta y cuatro páginas), Laureada Guardia Civil
en la Cruzada, Laureados heroísmos de regulares de Larache núm. 4, Laureados
infantes de la Cruzada, así como una segunda edición impresa en Canarias de
La Marina en la Cruzada. Finalmente, en 1946 publicó en Córdoba Vida Mili-
tar del Gran Capitán (ochenta y siete páginas) y en 1950 Ejemplos de moral mi-
litar (sesenta y siete páginas).

CAPÍTULO I. Estudio II 123


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

¿Quién fue el coronel García Pérez?

Para encontrar cierto sentido y significado a la personalidad y la obra de


García Pérez, sobre el que hay tan escasas referencias, he consultado el trabajo
de Pérez Frías, la obra del historiador Geoffrey Jensen y el expediente personal
que se encuentra en el Archivo Militar de Segovia, además de algunos textos
propios, aparecidos en prólogos o notas en varias de sus obras.
Es curioso el texto “Datos biográficos del autor”, que incluyó en Militarismo
y Socialismo, la conferencia que pronunció en el Círculo Militar de Madrid en
1906. Detalla sus estudios y acciones de guerra, los ascensos que iba recibiendo
así como las condecoraciones, menciones y premios que se le conceden y los car-
gos que ha desempeñado hasta su ingreso como profesor de la Academia de In-
fantería de Toledo. Añade: “En su hoja de servicios no figura correctivo alguno,
baja por enfermo ni uso de licencia”.
Pérez Frías en su ensayo sobre las élites militares (Pérez Frías, 2005) hace
un resumen de su actividad militar y dedica amplio espacio al interés de García
Pérez por la promoción del patronazgo de la Inmaculada Concepción para el
cuerpo de Infantería, y las obras que dedicó a este tema.
He encontrado referencias a las publicaciones de García Pérez en algunos
historiadores españoles, entre ellos el ensayo de Rafael Núñez Florencio (Núñez
Florencio: 1994, 130) que contiene un conciso análisis de las tesis del entonces
capitán sobre las relaciones entre militarismo y socialismo.
Por su parte el historiador Jensen (Jensen: 2002, 99-114) le dedica un amplio
capítulo titulado Fighting for God and King. Military Traditionalism, así como va-
rios comentarios en el prólogo, la introducción y los anexos de su obra, que es-
tudia con amplitud las figuras de los cuatro militares con formación intelectual
que dejaron su impronta en la mentalidad, el espíritu y la formación del ejérci-
to español en el primer tercio del siglo XX: Ricardo Burguete y Enrique Ruiz-
Fornells por un lado, pero también Antonio García Pérez y José Millán-Astray,
cuya influencia ideológica y personal se prolongó hasta la guerra civil y el régi-
men franquista.
De los cuatro, García Pérez resulta el más olvidado y sin embargo, visto
con la perspectiva del tiempo transcurrido, parece que bien merece una revisión
comprensiva de su amplia, variada, extensa y hasta cierto sentido apasionada en-
trega a la enseñanza y a la formación de oficiales y soldados. Se dedicó a incul-
car y motivar en ellos el interés por los valores, los sentimientos y las virtudes del
militar español, tal y como él lo entendía: católico, monárquico, tradicionalista,
valeroso, heroico, noble, generoso, justo y sobre todo cargado de motivaciones
históricas, de ejemplos y modelos de virtudes acumulados a lo largo de los siglos.
Su amor por lo americano era algo excepcional. México, como suele ser ha-
bitual entre los españoles que lo conocen, le penetró hasta lo más íntimo y le
entusiasmó ilimitadamente. En un trabajo que tituló “México, reveses y triun-
fos”, publicado en Reflejos militares de América (García Pérez: 1902) y dedicado

CAPÍTULO I. Estudio II 124


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

a Francisco A. de Icaza, primer secretario de la Legación de México en España,


parece que grita:
Me subyuga la guerra de 1846-48 y me encanta la de 1861-65 (…) y tanto en
una como en otra ¡México!, yo ante ti tributo mi entusiasta admiración, porque el
honor, el sacrificio, la gloria, el valor, el fanatismo de la Independencia, etc. etc. lo
heredaste de mi Patria, de tu hermana mayor, de España.
Es en este trabajo donde se refiere a Juárez, a la batalla de Puebla, al “in-
dómito Guerrero”, al “generoso Mina”, a “la hidalguía y el proceder caballeroso
del valiente Prim”.
García Pérez, apasionado en todo, militar de cuerpo entero, obsesionado
por la formación en los valores militares, historiador de convicciones, tradicio-
nalista y bastante romántico, católico integral, monárquico sin el menor titubeo,
etc. se sitúa en el quicio del tránsito de la tradición a la modernidad, dispuesto
a preservar lo más valioso del pasado para conformar utópicamente el porvenir.

El personaje, Xavier Mina Larrea

Xavier Mina es el personaje admirado al que el sorprendente García Pérez


dedica páginas de exaltado reconocimiento. Se trata del único español que figu-
ra en letras de oro en el frontispicio del salón de sesiones del Palacio del Congre-
so de México, declarado “héroe en grado heroico” (sic) en 1823, como uno de los
jefes insurgentes, que participó en la Guerra de la Independencia en su época
más difícil y cuya estatua en mármol blanco se encuentra, junto a las de More-
los, Guerrero y Bravo, rodeando el busto central del “padre de la patria”, Miguel
Hidalgo y Costilla en el monumento a la Independencia del Paseo de la Refor-
ma, en Ciudad de México.

Escasamente conocido

La segunda década del siglo XIX registra un hecho insólito, escasamente co-
nocido por los historiadores españoles, que nunca han sabido reconocer el protago-
nismo de Xavier Mina en los inicios del liberalismo español. Sin reconocer el papel
de Xavier Mina resulta desafortunado explicar los inicios y el desarrollo de las gue-
rrillas en Navarra; las contradicciones y el desacierto de algunas decisiones france-
sas en la Guerra de Independencia; la trayectoria política de su tío Francisco Espoz,
errónea y desafortunadamente conocido como “Espoz y Mina” o “general Mina”;
el levantamiento o “pronunciamiento” de Pamplona de 1814 contra el absolutismo
fernandino; los primeros conflictos diplomáticos entre las coronas francesa y espa-
ñola de 1815; el egocentrismo personalista de Espoz entre 1816 y 1824; etc.
Xavier Mina, al final de su corta vida, protagonizó y lideró la primera inter-
vención liberal de carácter internacional ocurrida en el mundo contemporáneo, al
organizar, dirigir y desarrollar, con un final ciertamente desgraciado, una famosa
expedición que parafraseando a Lord Byron se llegó a titular “Los 300 de Mina”,

CAPÍTULO I. Estudio II 125


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

un conjunto de cuadros y mandos militares formado por excombatientes de las


guerras napoleónicas, españoles, franceses, italianos e irlandeses a los que se unie-
ron oficiales norteamericanos y otros acompañantes haitianos y sudamericanos,
que desembarcaron en una playa de México, establecieron una cabeza de puente,
y se adentraron hasta el centro del país, básicamente la provincia de Guanajua-
to, en busca del grueso y los dirigentes de las fuerzas de la insurgencia mexicana.

Atractivo y valeroso joven liberal

Los retratos, estampas y cuadros de Xavier Mina, tan confusamente reprodu-


cidos en algunos libros españoles de historia, muestran a un joven y atractivo mili-
tar, a caballo o a pie, que gozó de la máxima popularidad en Madrid, a lo largo de
todo el mes de julio de 1814, cuando frecuentaba las tertulias y los clubs más o me-
nos clandestinos, que fomentaban la protesta y la disidencia frente a la grave tro-
pelía cometida por Fernando VII al desconocer y abolir la Constitución de 1812,
el texto “sagrado” de la juventud y de los políticos liberales y dirigentes del nuevo
régimen en proceso de formación. Para ellos Fernando era un redomado traidor,
que venía a destruir y romper todas las ilusiones forjadas por un amplio sector de
la sociedad emergente, a lo largo de cuatro años de lucha contra el invasor y por la
forja de un régimen de libertad, justicia y equidad en esta vieja monarquía.
Xavier Mina era el más atractivo de los guerrilleros, en un Madrid que aga-
sajaba diariamente a El Empecinado y a Espoz, se lamentaba por la prisión de
Porlier, enviado esos días de julio a un castillo de La Coruña y el extrañamiento
de Lacy a Cataluña, sin hablar de todos cuantos esos mismos días eran arrojados
en prisión, perseguidos u obligados a exiliarse en Inglaterra o Francia.
Había nacido en Otano (junto a Pamplona), el día 1 de julio de 1789, una fecha
ciertamente relevante; había estudiado en Pamplona y Zaragoza; organizó y dirigió
el “Corso Terrestre de Navarra” en 1809; estuvo encerrado como preso de Estado de
Napoleón de 1810 a 1814, en el castillo de Vincennes, donde fue discípulo predilec-
to del general revolucionario antibonapartista Victor Fanneau de Lahorie, amigo y
ayudante del general Moreau; y durante un año de estancia en Londres convivió,
estudió y trabajó por la libertad y contra el absolutismo con Blanco White, Flórez
Estrada, los hermanos Istúriz, Puigblanch, el Conde de Toreno y los españoles
“americanos” refugiados en Londres: Méndez López, Bello, Sarratea, Manuel Pa-
lacio Fajardo, Fray Servando Teresa de Mier, la familia Fagoaga, etc.

Preparación de la expedición

En Londres, gracias a Blanco White, Xavier Mina conoció a lord Russell, a


lord Holland y a su ayudante John Allen, un especialista en temas americanos,
pero sobre todo hizo amistad con lord Russell, el “amigo preferido” de los Ho-
lland, asiduo visitante del Cádiz de las Cortes. Fueron ellos, con un grupo de
comerciantes de la City, quienes lograron los recursos para contratar el “Caledo-
nia” que era un hermoso barco, los armamentos y demás pertrechos necesarios

CAPÍTULO I. Estudio II 126


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

para convertir en realidad los sueños que habían elaborado desde varios meses
con el grupo de nobles mexicanos que vivían en Londres, los hermanos Fagoaga
y sus amigos Lucas Alamán, Fray Servando Teresa de Mier, etc. La llegada de
Mina a Londres a finales de abril de 1815 pareció providencial a todos los com-
ponentes de la “Logia Lautaro” y del “Cuartel general de los patriotas insurgen-
tes”, que venían pretendiendo infructuosamente el apoyo del gobierno británico.
Con Mina a la cabeza y el apoyo del general estadounidense Winfield Scott,
que apareció por esos días en Europa y se entrevistó con Mina en la “Holland
House”, la expedición se hizo a la mar el 15 de mayo de 1816, llevando a unos
treinta pasajeros a bordo del “Caledonia”, fuertemente pertrechado y armado.
Las gestiones del embajador español conde de Fernán Núñez frente a lord Cast-
lereagh no surtieron ningún efecto, pero gracias a su correspondencia se cono-
cen los nombres del grupo británico que apoyó a Mina.
Al llegar a Estados Unidos, sin embargo, Mina se encontró con varios he-
chos muy negativos: Se confirmó desde México el fusilamiento del general Mo-
relos, presidente del gobierno insurgente y la dispersión del Congreso nacional,
perseguido por las tropas realistas. Desertaron algunos de los oficiales que lo
habían acompañado en la travesía del Atlántico y trasladaron cuanto sabían al
embajador español en Filadelfia Luis de Onís. El propio Onís tenía montada
una perfecta red de espionaje en las ciudades más importantes, sobre todo en
Nueva Orleans, basada en la figura del cura Antonio Sedella, que había recon-
vertido al campo realista al viejo republicano Mariano Picornell y al exdiputado
liberal en Cádiz José Álvarez de Toledo, que se autotitulaba “general del ejército
mexicano” en Estados Unidos.
No obstante, gracias al apoyo del general Winfield Scott, amigo de Monroe y
de los hispanoamericanos residentes en Filadelfia y Baltimore, como Manuel To-
rres o Pedro Gual, Xavier Mina logró reclutar a casi doscientos oficiales y técni-
cos militares, con los que formó una llamada “División Auxiliar de la República
Mexicana”, organizada en cuerpos y brigadas especializadas, capaces de integrar,
una vez en suelo mexicano, a una fuerza superior a los cien mil soldados. Durante
varios meses Mina se dedicó a buscar apoyo económico, comprar barcos, reclutar
oficiales y establecer una estrategia militar perfectamente estructurada.

Encuentro con Bolívar en Haití

Uno de los aspectos más llamativos de esta aventura es el encuentro de am-


bos personajes en Puerto Príncipe, en la mansión del comerciante británico Ro-
bert Sutherland, amigo del general Petión, presidente de Haití en esa época.
Bolívar había encontrado refugio junto a Petión después de sus fracasos de la
primavera de 1816 y cuando supo que Mina había llegado a Estados Unidos se
puso en contacto con él. A Baltimore había viajado Mariano Montilla, lugarte-
niente de Bolívar, y desde su encuentro con Mina se puso a su servicio y no lo
abandonó en los meses siguientes. Concertada la entrevista, Xavier Mina viajó a

CAPÍTULO I. Estudio II 127


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Haití y convivió durante casi un mes con Bolívar. Es una pena que García Pérez
desconociera este encuentro.
En la correspondencia del propio Bolívar aparecen sus dudas respecto del
futuro inmediato. Por aquellos días de octubre de 1816 lo tentó la idea de acom-
pañar a Mina hasta México, convencidos como estaban todos los “americanos”
de que si se lograba vencer al tirano rey Fernando en Nueva España, el resto de
América caería sin la menor dificultad. Hablaron, discutieron, surgió alguna di-
ficultad, quizá debido a la diferencia de edad entre los dos, y finalmente Mina
partió sin Bolívar, pero acompañado de varios de sus ayudantes, entre ellos Ma-
riano Montilla y Joaquín Infante que a partir de ese momento se convirtió en
secretario de Mina. Navegaron rumbo a Texas, donde en la bahía de Galveston
se encontraba una flotilla de barcos bajo bandera corsaria mexicana, mandada
por el comodoro Luis de Aury.

Se planea la intervención

En Galveston, a donde llegaron en noviembre de 1816, Xavier, después de


algunos tropiezos con Aury, dedicó varios meses a la preparación final de su
“División Auxiliar”. El esquema general de la organización era el siguiente:
En primer lugar, y a las órdenes directas del propio “General Mina” como le
llamaban todos, un cuerpo de oficiales titulado “Guardia de Honor del Congreso
Mexicano”. Estaba a su frente el coronel Young, estadounidense, amigo del general
Winfield Scott, reputado héroe en las guerras anglo-norteamericanas. Seguían a
continuación las siguientes brigadas: Artillería, al mando del coronel Myers; Caba-
llería, al mando del coronel conde de Ruuth; Primer regimiento de línea, al mando
del mayor Josep Sardá y otros cuerpos especializados, como Ingenieros, Comisaría
y Medicina y los departamentos de herreros, carpinteros, impresores y sastres.
Por otra parte, en un informe presentado al virrey en 1819 por J. M. Webb,
uno de los oficiales de Mina que se entregó a los realistas al final de la campa-
ña (Brush, Webb, Bradburn y Terrès: 2011, 145-146) se describe así a los compo-
nentes de la expedición:
Mina tenía 28 años de edad, cinco pies ocho pulgadas de alto, era poseedor de
una figura hermosa con un buen continente. Su fisonomía indicaba un espíritu
acerbo y enérgico. Era interesante su porte y empeñaba a primera vista, cualquie-
ra se disponía irresistiblemente a su favor. Era templado y razonable en todas las
cosas, excepto en punto a mujeres a cuyos halagos era muy afecto (...) El Brigadier
Young era oficial experimentado y de muchísimo fondo (...) En la última guerra
con Inglaterra se distinguió en muchas acciones (...) Noboa era español de naci-
miento, oficial joven de conocimientos en la táctica, gran disciplinario pero suma-
mente cobarde (...) El Coronel Mathiss (sic) nacido en España, oficial comandante
de los cazadores era uno de los más valientes y experimentados (...) El conde Mauro
era nativo de Italia y oficial de gran valor (...) Sardá era español y muy excelente ofi-
cial (...) El doctor Hennessy era nuestro cirujano mayor (...) Juan Bradburn, nativo
de los Estados Unidos, es un Dn Quixote en todo.

CAPÍTULO I. Estudio II 128


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Actuaciones más importantes

Finalmente, la flota de Aury, ampliada con los buques adquiridos por Mina
en Estados Unidos y en Nueva Orleans, se hizo a la mar a principios de abril de
1817, con destino a la costa mexicana, para desembarcar en Soto la Marina, en los
meandros del río Santander, un lugar alejado del puerto de Tampico donde los es-
taban esperando las tropas del virrey. Como no encontró ninguna resistencia, de-
cidió establecer un fuerte al mando del coronel Sardá y después de algunas esca-
ramuzas y de intercambiar cartas con algunos jefes realistas que lo perseguían, al
ver que no le llegaba ningún emisario de los insurgentes, decidió internarse hasta
Guanajuato, donde esperaba conectar con los dirigentes del movimiento.
Al llegar a México, Mina sufrió una gran decepción. Morelos muerto, el Con-
greso disperso, el general Guadalupe Victoria —posteriormente primer presidente
de México— que le había prometido esperarlo, escondido en las montañas, los lí-
deres supervivientes encerrados en fortalezas dispersas, solo quedaba en el centro
del país un pequeño núcleo guerrillero al mando del Padre Torres y una llamada
Junta de Jaujilla, en un lugar de difícil acceso. Entusiasmados los insurgentes con
su llegada, pronto empezaron las envidias, los recelos y los enfrentamientos. Por
otra parte, no existían los efectivos que se tenían que encuadrar en la “División
Auxiliar”. Los insurgentes eran más bien cuadrillas de campesinos a pie o a ca-
ballo, sin el menor espíritu de disciplina o de organización, indispuestos al some-
timiento militar. Así empezó un largo calvario para Mina que duró siete meses.
De todos modos, pudo realizar una marcha ejemplar, con un cuerpo de ejér-
cito de trescientos oficiales y soldados, desde las playas del Atlántico hasta las al-
turas de Guanajuato, venciendo en acciones brillantes —Valle del Maíz, Peotillos,
Los Pinos— a los batallones realistas que habían salido en su persecución. Llegó
al Fuerte del Sombrero, en el que se encontró con algunos insurgentes destacados
como Pedro Moreno y en donde recibió al Padre Torres y a otros representantes
del gobierno de Jaujilla. Ganó algunas acciones más —San Juan de los Lagos, El
Jaral—, pero cometió el error de encerrarse en El Sombrero, donde quedó sitiado
por el ejército realista al mando del mariscal Liñán, recién llegado de España. Ese
fue el comienzo del fin. En el fuerte murieron algunos de sus mejores soldados
por lo que decidió salir al campo, para operar en terreno abierto, en apoyo de To-
rres, que por su parte le negaba toda clase de ayudas. La divisa de Mina, que apa-
rece en todos sus partes militares, decía: “Salud y Libertad”.
Quiso conquistar la ciudad de Guanajuato, para tener un espacio urbano en
el que instalar el gobierno y abrir negociaciones con Estados Unidos, pero fraca-
só y fue hecho prisionero a traición. Se le fusiló el 11 de noviembre de 1817. Jus-
to Sierra dijo de Mina que fue como un relámpago “que brilló en lo más oscu-
ro de la noche mexicana”. Sus oficiales murieron en acciones de guerra, cayeron
presos o sobrevivieron en los ejércitos de Iturbide, unos años más tarde. México
proclamó su independencia en 1821.

CAPÍTULO I. Estudio II 129


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Sentido y significado de la expedición

Como ocurre con cualquier otro personaje histórico, Xavier Mina está car-
gado de contradicciones, claroscuros e interrogantes que a la vez que lo huma-
nizan parecen exigir aclaraciones y respuestas. Su figura ha sido objeto de un
extraño menosprecio y de cierto olvido por parte de la historiografía española.
Cuando, con la excepción de Navarra y Euskadi, se comprueba la ausencia de
interés por el personaje surge en el observador una extraña sensación cercana al
sentimiento de injusticia.
Conocedor de la actuación de Mina “el Mozo” o “el Estudiante” en el curso
de las primeras escaramuzas guerrilleras, hace algunos años me emocionó en-
contrar en México a Francisco Javier Mina convertido en héroe nacional, al que
se homenajeaba en las formas más diversas: Ciudades con su nombre —Mina
en San Luis Potosí y Minatitlán en Veracruz, aparte de otra docena más—, ave-
nidas y calles, incluso en la propia Ciudad de México, parques y jardines —tam-
bién en Texas cerca de Galveston—, centros culturales, colegios e institutos, el
aeropuerto internacional de Tamaulipas que lleva su nombre, un barco de la Ar-
mada mexicana, pero sobre todo su presencia y muy notoria en el “Monumen-
to de la Independencia”, en el Paseo de la Reforma, con una enorme estatua en
mármol de tres toneladas de peso, junto al cura Hidalgo, acompañado de Mo-
relos, Guerrero y Bravo.
Mina fue proclamado héroe nacional en 1823, con el nacimiento de la nueva
República y sus restos se depositaron en 1827, junto con los otros siete “padres de
la patria”, en la cripta que se construyó a los pies del altar mayor de la Catedral
Metropolitana, en la plaza del Zócalo. Pero en 1910, al celebrarse el primer Cen-
tenario del “Grito de Independencia”, sus restos y los de sus compañeros se tras-
ladaron al monumento del Paseo de la Reforma. La aventura y las hazañas de
Mina figuran en los libros de historia, escritos a lo largo de dos siglos, que son
los que utilizan todos los escolares de México como libros de texto.
No se debe olvidar, por otra parte, que la emigración republicana que empe-
zó a llegar a México en 1937, con un grupo de intelectuales y varios centenares de
niños, a los que siguieron más de veinte mil exiliados al final de la guerra civil,
encontraron en la figura de Xavier Mina el arquetipo de aquellos pocos españo-
les “no gachupines” que, en los comienzos del siglo XIX, convencidos liberales y
movidos por un impulso moral y patriótico, cruzaron los mares en busca de la li-
bertad, dispuestos a luchar contra el absolutismo y en defensa de la Constitución.
Recientemente, la Universidad Pública de Navarra ha editado La Expedición
a Nueva España de Xavier Mina (Ortuño: 2006) en cuya obra se pueden encon-
trar numerosos testimonios de primera mano —sus cartas y proclamas, los partes
militares salidos de su pluma, pero también los relatos y crónicas de sus contem-
poráneos y acompañantes— que demuestran y confirman unos principios mora-
les y una actitud política nada comunes. El conocimiento directo de los escritos
de Xavier, sus proclamas y cartas, permiten constatar que Mina comprendió des-

CAPÍTULO I. Estudio II 130


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

de el primer momento, cuando se iniciaba en España el proceso constituyente de


1810, que su lugar estaba en la defensa de la Constitución, a favor de los derechos
humanos y frente al despotismo y la injusticia. Sus declaraciones, pero sobre todo
su sacrificio personal, así lo avalan. Mina se adelantó en dos años al proceso re-
volucionario que impulsaría más tarde el general Riego en Cabezas de San Juan.
Porque desde el primer momento, al encontrarse en Londres con los libera-
les españoles en el exilio entendió que lo que se planteaba en América era el ini-
cio de una doble guerra civil —entre criollos mismos y entre criollos y peninsu-
lares— ante la que no se podía permanecer indiferente. Como todas las guerras
civiles, aquella iba a ser desgarradora y en ella se enfrentarían las familias y los
propios hermanos. Pero había que tomar partido, y Mina optó por la defensa en
América de la libertad y la Constitución, las que en ese momento, entre 1814 y
1817, estaban aherrojadas en España.
El breve periodo de actuación de Mina, segunda década del siglo XIX, tan-
to en el exilio londinense como en América —Estados Unidos, Haití, Texas y
Nueva España— se sitúa entre los años más turbulentos del desarrollo del an-
tiguo régimen de la Monarquía española y la conversión de los virreinatos de
América en naciones independientes, con diferentes procesos de consolidación.
Estos procesos fueron entrevistos en los inicios de aquella década especialmente
en los escritos de Blanco White y Flórez Estrada, que en cierto modo se hacían
eco de planes anteriores, elaborados por los políticos de la ilustración y olvida-
dos en el fragor de la Guerra de la Independencia. Pero el liberalismo temprano,
especialmente en la vertiente radical de Flórez Estrada como en el compromiso
militante de Xavier Mina, contiene paradigmas y ejemplos perdidos, cuando no
menospreciados, que convendría recuperar.
El caso de Xavier Mina, visto a la distancia de dos siglos, resulta sorpren-
dente. A pesar de haber sido, después de un breve periodo de actuación en los
ejércitos de Blake como ayudante de Carlos de Aréizaga, el primer comandan-
te en 1809 del “Corso Terrestre de Navarra” y un formidable movilizador de ju-
ventudes, se le sigue conociendo en la historiografía española casi en exclusiva
como “Mina el Estudiante” o “Mina el Mozo”, con olvido de su actividad políti-
ca y militar entre 1814 y 1817. Todavía hoy, en Navarra y en el resto de España,
se conoce mal su intervención en los foros del liberalismo hispanoamericano de
Londres y Estados Unidos, su expedición liberal internacional, su encuentro con
Bolívar y su participación en la Guerra de la Independencia de México.
Xavier Mina es el lazo más relevante que une a las revoluciones liberales de
España y América. Frente al desdén o la irrelevancia que el liberalismo modera-
do español ofreció, en general, con respecto a los levantamientos y la insurgencia
en las provincias americanas, Mina aparece como el militar apasionado, de for-
mación revolucionaria y liberal —conviene no olvidar su aprendizaje con Vic-
tor Lahorie en Vincennes— que en plena juventud decidió cruzar el Atlántico
para tomar parte en una actividad que, desde el primer momento, sobrepasaba

CAPÍTULO I. Estudio II 131


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

la simple insurgencia mexicana: “luchar por la libertad en América para conse-


guir la libertad en España”.
La aventura de Xavier Mina es el caso más notable de doble mala suerte:
llegó muy tarde a México, cuando había muerto el general Morelos y se había
disuelto el Congreso y se anticipó en dos años a “la revolución de Riego” en Ca-
bezas de San Juan. El plan tan cuidadosamente elaborado en Londres consistía
en movilizar un cuerpo de oficiales y especialistas. Su misión sería encuadrar
a las masas insurgentes mexicanas, que estaban a las órdenes de Morelos y del
Congreso, disponiéndolas para la derrota de las fuerzas realistas y el inicio del
desplome generalizado del sistema colonial español. Porque a un mismo tiem-
po, la liberación de América significaría el fracaso del absolutismo en España.
En el proyecto de los liberales reunidos en Londres, la libertad de América y de
España aparecía como un objetivo indisoluble.
Pero Mina tuvo que enfrentarse en Estados Unidos a los espías de la Corona,
a los traidores de su propio bando, a quienes envidiaban su capacidad de lideraz-
go y, aunque estuvo a punto de conseguir que Simón Bolívar se incorporase a la
expedición, llegó tarde a las playas de México para poner la “División Auxiliar” a
las órdenes del gobierno provisional y de los sucesores de Morelos, que estaban di-
vididos cuando no muertos, indultados o escondidos. Durante ocho meses ganó y
perdió batallas, logró algunos triunfos frente a fuerzas realistas superiores, planteó
estrategias novedosas y fue, en palabras de Lucas Alamán, como “un relámpago
que iluminó por poco tiempo el horizonte mexicano”.
En España, la memoria de Xavier Mina ha corrido una suerte muy distinta a
la que se le ha reconocido en México a lo largo de dos siglos. Enfrentado a su tío
Espoz, que en 1810 se apoderó de su apellido para llamarse a partir de entonces
“Espoz y Mina” o “general Mina”, le ha cubierto siempre una tupida cortina de
confusiones y silencios que ha impedido reconocer su pasión española, su lucha
por la libertad y contra el despotismo. Mina es un héroe de la aspiración española
por la libertad. Un héroe navarro y español que juró la Constitución de 1812, cuyo
restablecimiento le movió a trasladarse a América, por la libertad mexicana y espa-
ñola. Sin embargo, en la historiografía española su nombre solo aparece a medias.

Xavier Mina, entre México y España

A dos siglos de distancia desde el inicio del proceso emancipador insurgente,


la figura de (Francisco) Xavier Mina se ofrece como un poderoso atractivo para
introducir ciertos elementos de distensión y entendimiento entre la Península y
América, en el primer tercio del siglo XIX. La celebración del bicentenario per-
mite poner de relieve algunos aspectos de la participación de Xavier Mina en el
proceso insurgente de México.
“Francisco Javier Mina”, como se le conoce en México, es un apelativo que
no corresponde al nombre de pila con el que firmó siempre: “Xavier Mina”.
Así aparece en todos los documentos escritos que se han encontrado. Si bien es

CAPÍTULO I. Estudio II 132


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

cierto que en el bautismo se le impuso el de Martín Xavier, el primer Martín


se desechó pronto y quedó abandonado a partir de la infancia. Su firma, des-
de los primeros textos que se conocen, es la de Xavier Mina, con una “x” que
ha sido discutida en algún caso, pero que mantuvo personal y constantemente.
La indeterminación de las grafías “x” o “j” en euskera está resuelta a favor de
la preferencia del usuario. De todos modos, hay que reconocer que anteponer
“Francisco” a “Javier” se produjo muy pronto, aparece en documentos mexica-
nos inmediatos a su llegada por lo que Francisco Javier Mina se ha difundido,
arraigado e implantado en toda la república mexicana.
La confusión entre los dos Mina ha dado lugar a numerosas situaciones com-
plicadas, a veces divertidas y en la mayoría de los casos desgraciadas o confusas.
Ocurrió como consecuencia de la adopción por parte de su tío Francisco Espoz
Ilundáin, del sobre apellido “Mina”, al ser hecho preso Xavier por los franceses, en
marzo/abril de 1810, quedando huérfano el liderato de la “guerrilla de Mina”. Lo
hizo así al darse cuenta Francisco de la importancia que tenía mantener el nom-
bre del sobrino como banderín de enganche, marca de prestigio y símbolo de un
modelo de comportamiento. “¡Irse a Mina!”, “¡Que viene Mina!”, “¡Miná, Miná!”
fueron eslóganes de movilización o de pánico entre la juventud navarra y los sol-
dados franceses cuando se percataban de la llegada de los guerrilleros.
El liberalismo activo del joven militar español se comprueba en su interés
por la milicia desde muy joven. Fue un apasionado seguidor de las campañas
de Napoleón, al que admiraba como la mayoría de sus contemporáneos. Estu-
diante brillante y aventajado, inició los estudios de Derecho en la Universidad
de Zaragoza en el otoño de 1807, aunque la tempestad de los sucesos políticos de
la primavera de 1808 lo obligó a convertirse en líder estudiantil, promotor de las
revueltas populares contra el capitán general, a favor de José Palafox, el héroe de
los sitios de Zaragoza. En el invierno 1808-1809 tomó parte en la defensa exte-
rior y en las campañas del Ejército de la Derecha que trataba de liberar Zarago-
za, a las órdenes del general Juan Carlos de Aréizaga, que mandaba un cuerpo
de voluntarios, en cuyas filas se encontraba Fray Servando Teresa de Mier, cape-
llán del Regimiento de los Voluntarios de Valencia.
Mina fue el primer jefe del “Corso Terrestre de Navarra”, que actuó como
guerrilla en los territorios de Navarra y Aragón. Napoleón ordenó su persecu-
ción y fusilamiento pero, al caer preso en Labiano en marzo/abril de 1810, se
le conmutó la ejecución por la prisión como “preso de Estado” del Emperador,
siendo encerrado en la torre de Vincennes, en París.
Se impregnó de liberalismo en la misma cárcel, gracias a la convivencia y las
enseñanzas teórico-prácticas del general Victor Fanneau de Lahorie, revolucio-
nario de la primera época, apasionado de la libertad y el progreso, enemigo de
Napoleón, preso por su oposición a las políticas del Emperador. Lahorie se con-
virtió en maestro del joven guerrillero y lo instruyó en la lectura de los clásicos,
el arte militar y los fundamentos de la Revolución Francesa.

CAPÍTULO I. Estudio II 133


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Cuando Xavier Mina regresó a España en 1814 se enfrentó a Fernando VII y


tras exiliarse a Francia e Inglaterra, convivió durante un largo año en Londres con
lo más granado del liberalismo español y americano. El tema de la emancipación,
la insurgencia, la autonomía y la independencia de América fue la ocupación exclu-
siva de los emigrados liberales en Londres durante los años 1815 y 1816. Son los que
Mina pasó en la capital del Imperio, mientras recibía un subsidio del gobierno in-
glés. Profundizó en el conocimiento del liberalismo gracias a las tertulias a las que
asistió, el contacto frecuente con Flórez Estrada, la amistad con los whig ingleses,
el compañerismo de lord Russell y su aceptación en el círculo de la Holland House.
En Londres, agotada su misión inicial de apoyar el levantamiento de Díaz
Porlier en septiembre de 1815 en La Coruña, aceptó el ofrecimiento de los libe-
rales hispano americanos exiliados, que le propusieron encabezar una expedi-
ción militar que se estaba preparando desde el verano de 1815, para enviar a Mé-
xico un contingente de oficiales y especialistas en apoyo del ejército popular del
general Morelos y del Congreso mexicano. Habían acabado las guerras europeas
y existía un amplio contingente de oficiales licenciados, además de quienes hu-
yeron con rumbo a los EE. UU. por temor a la “Santa Alianza”.
Gracias al apoyo financiero de lord Holland y un grupo de comerciantes de
la City, además de los comerciantes españoles Tastet y los hermanos Istúriz, se
compró la fragata “Caledonia”, repleta de municiones y armas de todo tipo, ade-
más de una imprenta metálica de las primeras que salieron al mercado. La ex-
pedición se hizo a la mar el 15 de mayo de 1816 desde el puerto de Liverpool. Lo
acompañaba un grupo de militares de varias naciones, así como Servando Tere-
sa de Mier, a quien Mina designó capellán de la expedición. Flórez Estrada re-
nunció al viaje, porque acababa de llegarle la noticia de su condena a muerte en
España y tenía que preparar su defensa.
La expedición de apoyo a Morelos y el Congreso, planeada en Londres a me-
diados de 1815, se puso en marcha casi un año más tarde, coincidiendo con la lle-
gada de los primeros rumores del desastre de la insurgencia mexicana. Las prome-
sas de ayuda estadounidense que Mina recibió en febrero de 1816 lo decidieron a
preferir Baltimore como primer puerto en América, donde recibió el apoyo de los
grupos liberales refugiados en la costa este de los EE. UU. Se encontraban en Bal-
timore/Filadelfia Gual, Torres, Roscio, Revenga, Infante, Montilla y más al sur, en
Nueva Orleans, el doctor Juan Manuel Herrera, enviado plenipotenciario de Mo-
relos, pero también José Álvarez de Toledo, que estaba a punto de convertirse en
agente doble en la red de espionaje realista del cura Sedella.
La decisión de desembarcar en Boquilla de Piedras, que se creía en manos
de Guadalupe Victoria, tuvo que ser desechada al caer este puerto en poder de
las fuerzas realistas. La opción de Baltimore, por otra parte, favoreció el apoyo
del general Winfield Scott, que promovió la incorporación de un grupo de exce-
lentes oficiales estadounidenses, que engrosaron las filas de la expedición inicial.
En la costa este, Mina encontró la colaboración de un grupo de comerciantes

CAPÍTULO I. Estudio II 134


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

que le ofrecieron recursos a cambio de la promesa de cobro cuando el gobierno


de la nueva república alcanzara el poder.
Su peripecia personal a partir de 1808, las enseñanzas recibidas del general
Lahorie, el contacto con ideólogos y líderes de opinión como Blanco White y Fló-
rez Estrada, la convivencia con Servando Teresa de Mier durante más de un año
y el mes que pasó en Puerto Príncipe alojado en la casa de Simón Bolívar duran-
te octubre de 1816, al que trató de convencer para que lo acompañara a México, le
permitieron madurar un discurso político, plasmado inicialmente en la Proclama
que elaboró en Baltimore, pero que retocó y revisó en diciembre de 1816 en Gal-
veston y se publicó finalmente al desembarcar en Soto la Marina en abril de 1917.
Su formación inicial, el convencimiento radical y republicano de lo que se
debía entender por libertad, ciudadanía, patria y nación, lo llevaron a rechazar
el despotismo y la “tiranía” que encontró implantados en España al regresar de
la prisión de Vincennes.
En Londres, durante el verano de 1815, se produjo la conversión y confluen-
cia de los proyectos y experiencias personales de Xavier Mina con los que defen-
dían los exiliados americanos en Inglaterra: la lucha por la libertad, la Consti-
tución y los derechos ciudadanos de los españoles peninsulares convergían con
las aspiraciones de los criollos americanos por su autonomía, cuya deriva inde-
pendiente se iba haciendo cada vez más rotunda. El proceso de radicalización
en América fue la consecuencia necesaria por la reacción que habían producido
en la península los primeros levantamientos junteros en América y la represión
a las reclamaciones de autonomía y emancipación que puso en práctica Fernan-
do VII a partir de mayo de 1814.
¿Qué se podía hacer? Cuando Mina llegó a América habían pasado ocho
años desde el levantamiento de España y América frente al intento napoleónico
de conquistar, mediante un cambio de dinastía, el reino de España y de las In-
dias. Aquella loca aventura se había disipado. Pero con ella se demostró la crisis
profunda de la Monarquía hispánica, en la que desde hacía varias décadas se ve-
nían planteando las reformas necesarias. Los liberales españoles de Londres lo
tenían muy claro y Mina lo recogió en su Proclama de este modo:
Nuestros hermanos de América, en razón directa de la premura de España,
han de sufrir mayores vejaciones. Las cuantiosas sumas con que las provincias con-
tribuyeron voluntariamente para la guerra contra Napoleón y el grito universal con
que proclamaron al rey se les están satisfaciendo con la devastación de sus campos,
con el derramamiento de la sangre de sus hijos y con la bárbara resolución de no
escuchar el doloroso clamor de todos los pueblos.
En una síntesis en la que resuenan los textos de Mier y Flórez Estrada,
Mina escribió:
Conozcamos que ha llegado el tiempo de que las Américas se separen, como
las separó de Europa con un océano la naturaleza, como toda colonia del mundo
se separó de su metrópoli, luego que se bastó a sí misma, como los hijos mismos se

CAPÍTULO I. Estudio II 135


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

emancipan en llegando a su virilidad (…) La España misma, sí la España, cuanto


en ella hay de sensato, con los millares que están proscriptos o emigrados, gritan
por su independencia, los unos para tener un asilo y los demás para reconquistar
así la libertad de España (…) Sepárense las Américas y sucederá a España lo mis-
mo que a la Inglaterra, será más poderosa; su comercio más lucrativo con esas mis-
mas Américas, sus antiguas colonias, porque será más extenso y más libre, no te-
niendo ya el Rey que oprimirlo para su monopolio.
Pero en Londres ocurrió algo más. Los emigrados mexicanos que se encon-
traban en Londres habían elaborado un proyecto ambicioso: organizar una expe-
dición militar compuesta de oficiales y expertos militares, que acudieran en apoyo
del general Morelos y del Congreso Mexicano. La elección, el verano de 1815, fue
muy sencilla: Xavier Mina, llamado desde entonces “General Mina”, sería su jefe.
Desgraciadamente, la expedición no llegó a México sino hasta el 21 de abril
de 1817. Se habían perdido casi dos años y, entre tanto, en Nueva España se ha-
bían producido graves acontecimientos: La captura de Morelos y su fusilamiento
por orden del virrey Calleja, la huida y desintegración del Congreso, la estampi-
da de los pocos insurgentes que sobrevivieron a pesar de la represión y los cantos
de sirena del nuevo virrey Apodaca, etc.
Sin embargo, el empeño de Xavier Mina consistía en llevar a cabo su com-
promiso de Londres. Los inconvenientes lo obligaron a cambiar y reformar el
proyecto, pero nunca cedió al desánimo. En diciembre de 1816 se encontró en
las playas de Galveston con Cornelio Ortiz de Zárate, secretario de la embajada
extraordinaria que Morelos había enviado a los Estados Unidos, encabezada por
el doctor Juan Manuel de Herrera, en busca del apoyo del Congreso a la causa
mexicana. En ausencia de Herrera, que había regresado al país, Zárate se pre-
sentó con todas las acreditaciones en regla y Xavier Mina, respetuoso con la au-
toridad y las formas de protocolo, le explicó el objeto de la expedición y se puso,
disciplinadamente, a las órdenes del gobierno que Zárate representaba:
Desde Baltimore tuve el honor de comunicar al Exmo. S. Dr Dn J. Manuel de
Herrera mi llegada allí, mi devoción a la Causa de la Libertad y mi determinación
de ir a continuarle mis servicios en la Nueva España; y conforme a aquella carta y a
lo que luego escribí por medio de monseñor Mier, he llegado aquí con los oficiales
y otras clases que me acompañan; y con las armas, municiones y otros materiales
que traigo para el servicio de la República Mexicana (…) Tenga V. pues la bondad
de aceptarme a mí y a mis compañeros de armas como soldados defensores de la
Libertad Mexicana, de indicarme la dirección que debo tomar y de disponer con
respecto a mis materiales, lo que V. crea más a propósito y del beneplácito de nues-
tro Gobierno nacional. Dichosos nosotros si al obedecer las órdenes de V. podemos
dar pruebas de nuestro honor militar y de nuestra fidelidad a tan Santa Causa. Gal-
veston, Dbre 14 de 1816.
La respuesta de Ortiz de Zárate está redactada en términos muy similares:
Son sobremanera estimables los sacrificios que hasta ahora ha hecho V. con
las miras laudables de servir a nuestra República de México. Para ésta es un buen

CAPÍTULO I. Estudio II 136


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

agüero que desee incorporarse en su familia un caudillo que ha dado en Europa


tan re. conduce y aprecio sobre todo los servicios con que V. y sus compañeros pre-
tenden cooperar a nuestra emancipación de la antigua España.
Lisongéome de que no calificará el Gobierno de intempestivo el reconoci-
miento que interimariamente hago de V. como Xefe de la Expedición que ha for-
mado, ni desaprobará las operaciones que en consecuencia emprenda V. de acuerdo
conmigo, mientrapetidos testimonios de su amor a la Independencia y causa sagra-
da de la libertad.
Doy a V. por ello a nombre de la República las más expresivas gracias, acepto
desde luego a nombre de la misma las armas, municiones y demás pertrechos de
guerra que Vs que instruido de todo nuestro supremo Gobierno pueda dirigir a V.
sus órdenes directamente. 25 D.bre de 1816.
En su carta, Ortiz de Zárate titula a la fuerza reunida en Galveston “Ex-
pedición Auxiliar de la República Mexicana”. Xavier Mina la rebautizaría en-
seguida con ese mismo nombre. Al llegar los barcos que transportaban la Di-
visión auxiliar a la altura de Río Bravo, en aguas jurisdiccionales de México,
Xavier Mina se dirigió a los soldados con los que iba a encontrarse en las tierras
de América, en un texto que recoge en su totalidad el capitán García Pérez en
su obra (García Pérez: 1909c, 16).
En Mina aparece con toda claridad la diferenciación entre “buenos” y “ma-
los” españoles. No se trataba de una cuestión moral sino de intereses, concretos
y palpables. Lo aclarará en la Proclama que se publicó en Soto la Marina el 25
de abril de 1817 y se reproduce en su totalidad en la obra de García Pérez (Gar-
cía Pérez: 1909c, 17-21).
Lo había aprendido en sus conversaciones con Flórez Estrada y estaba de
acuerdo con sus planteamientos, que ahora alcanzaban una formulación muy
concreta. La Proclama de Soto la Marina era la más firme expresión de una es-
peranza: que la demostración de lo ocurrido en la península y la denuncia del
estado de opresión en Nueva España provocarían el cese de la lucha armada, el
final del estado de guerra civil entre los propios criollos y el reconocimiento de
la justicia de la causa americana por su independencia.
Antes de abandonar Soto la Marina, para internarse en México, y sabedor
de que el brigadier Joaquín Arredondo estaba al mando de la zona en la que ha-
bía desembarcado, encargado de impedir su llegada y su unión con los “rebel-
des”, le escribió el 27 de mayo de 1817 para volver a explicar las razones por las
que había tomado la decisión de apoyar la insurgencia:
Conozcamos que ha llegado el tiempo de que las Américas se separen, como
las separó de Europa con un océano la naturaleza, como toda colonia de mundo
se separó de su metrópoli, luego que se bastó a sí misma, como los hijos mismos se
emancipan en llegando a su virilidad de la sagrada y natural dependencia de sus
padres; es dar coces contra el aguijón obstinarse en impedirlo. La España misma,
sí, la España, cuanto en ella hay de sensato, con los millares que están proscriptos
o emigrados gritan por su independencia, los unos para tener un asilo y los demás
para reconquistar así la libertad de España.

CAPÍTULO I. Estudio II 137


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

(…) la esclavitud de España coincidió con la conquista de las Indias, porque


con su dinero los reyes se hicieron independientes de la Nación, a la cual oprimie-
ron luego con las aduanas y monopolios para monopolizar ellos más y más el dine-
ro; cesaron por eso de convocar las Cortes para pedirles subsidios (…) y asalariaron
bayonetas con que encorvaron la nación bajo el infame yugo en que yace después
de trescientos años. ¿Qué otro beneficio nos resultó con el oro de América?
Sepárense las Américas y sucederá a España lo mismo que a la Inglaterra, será
más poderosa; su comercio más lucrativo con esas mismas Américas, sus antiguas co-
lonias, porque será más extenso y más libre, no teniendo ya el rey que oprimirlo para
su monopolio. España tiene sus frutos propios con que siempre comercia (…) Los mis-
mos españoles de acá, más ricos con la prosperidad del país y libertad de comercio, en-
viarán a sus parientes dones más abundantes o se restituirán opulentos a España. Los
capitales de ella se consagrarán más a la agricultura, fuente de las verdaderas rique-
zas, la industria necesariamente seguirá su influjo y la fuerza moral y física de la Na-
ción más reconcentrada le restituirán su poderío, consideración y antigua influencia.
García Pérez no conoció este texto, como tampoco la última proclama que
Mina dirigió a sus compatriotas desde Jaujilla, poco antes de morir fusilado. En
ella les dice:
¡Nobles navarros, generosos paisanos míos, valientes españoles todos! Mis sen-
timientos son los mismos que tenía cuando merecí vuestra confianza peleando en
defensa de nuestra amada España y de los sagrados derechos del hombre. Nuestra
patria se sacrificó por sostener al ingrato Fernando de Borbón; consiguió su intento
con honor y bizarría, y cuando esperaba verlo en su seno como padre de un pueblo
ultrajado, se presentó en su corte como un tirano, multiplicando el infortunio de
las provincias y remachando los grillos de su esclavitud. Con su llegada, perdieron
los buenos españoles la esperanza de ser hombres libres: volvimos al deshonroso es-
tado servil, y sucumbimos al despotismo, á la arbitrariedad, á los caprichos de un
débil monarca y á la ambición de sus torpes favoritos.
Vosotros debéis renunciar la esperanza de volver a la destruida tiranizada Es-
paña: reputad a la América como a vuestro suelo natalicio; uníos con sus propios
hijos y dad con ellos la sonorosa vez de independencia. Esta justa resolución econo-
mizará la sangre de los hombres; asegurará vuestra vida e intereses; os dará el de-
recho de ciudadanos; acabará con los males de la guerra; abatirá el despotismo de
Fernando y, entonces todos, europeos y americanos contribuiremos a la felicidad
de España, la arrancaremos de la servidumbre de los Borbones y la pondremos en
manos de nuestros compatriotas.
Estas dos frases resumen magistralmente la actuación de Xavier Mina en el
terrible periodo de transición entre el levantamiento insurgente y la propuesta de
independencia que Guerrero e Iturbide formularon tres años más tarde en el Plan
de Iguala, poco antes de la llegada del último virrey Juan O’Donojú a México.
La intervención de Xavier Mina en el proceso insurgente mexicano demuestra
que, en aquel momento, existía un núcleo liberal español que trataba de conocer y
comprender la realidad americana y, como confirma la expedición de Mina, esta-
ba dispuesto a apoyar un proyecto de reformas, más o menos profundas y radica-
les, que facilitaran la reconstitución de la monarquía sobre bases constitucionales

CAPÍTULO I. Estudio II 138


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

innovadoras: El reconocimiento del “ciudadano”, la “libertad” y la “Nación”; la so-


beranía del pueblo; el sometimiento del rey a la Constitución y las leyes; la forma-
ción de una especie de comunidad de naciones, como la que planteó Blanco White.
Fue un proyecto frustrado, una posibilidad non nata que, durante muchos
años, permaneció en el imaginario español y americano conviviendo con plan-
teamientos diferentes, en un largo proceso político de enfrentamientos y guerras
civiles que se fueron plasmando en regímenes y sistemas lastrados de inestabili-
dad, inclinaciones totalitarias y luchas identitarias interminables.
La permanencia como héroe de (Francisco) Xavier Mina en México y su re-
cuperación historiográfica y memorística en España pueden permitir convertir-
lo en el modelo ejemplar de una manera de entender y reconocer la realidad de
un pasado común, entre México y España, plagado de similares aspiraciones a
la libertad, la justicia y la pluralidad.
Imágenes de Mina
La confusión que existe entre los historiadores españoles sobre “los dos Mi-
nas” se encuentra tanto en los textos escritos como en la reproducción de sus imá-
genes. Nadie mejor dispuesto para resolver este error que José María Iribarren, el
biógrafo de Espoz (Iribarren: 1965), que sin embargo cometió sin darse cuenta
una grave equivocación al atribuir a Espoz un retrato de Mina. Advertido poco
después, supo corregirlo insertando una amplia excusa en el segundo volumen de
esa biografía. Es un ejemplo de lo fácil que podía resultar la caída en este tipo de
errores, pero quizá también la fórmula explicativa que impide entender la ausen-
cia de rigor con que los historiadores han tratado la figura de Xavier Mina.
En lo que se refiere a su iconografía, el primer retrato de Xavier lo hizo en
1814 el dibujante Vicente Guerrero en Madrid, imagen que M. Albuerne grabó
para una colección de estampas de héroes de la independencia que se vendió
con gran éxito. Xavier había posado para el dibujante “luciendo su uniforme de
Húsares de Navarra y en la estampa aparece a caballo, con morrión y pelliza,
alzando el sable en su mano derecha”. Al pie del grabado había un texto escrito
que decía: “D. Francisco Xavier Mina, Teniente Coronel de los Reales Ejércitos
y Fundador de la División de Navarra”. Hay aquí, a poco que se fije la atención,
un cúmulo de errores: Xavier nunca se llamó Francisco, nombre que correspon-
día a su tío. En cambio, sí fue teniente coronel, mientras su tío alcanzó el grado
de mariscal. Fundó el “Corso Terrestre de Navarra”, pero no la “División de Na-
varra”, mandada en cambio por Francisco Espoz.
Iribarren dice que en Atalaya de la Mancha, periódico de Madrid, en el mes
de septiembre de 1814, había encontrado este anuncio:
Grabado de un retrato de D. Francisco Xavier Mina, a caballo, en medio
pliego, que hace colección con los de Juan Martín El Empecinado, el Barón de
Eroles, D. Juan de Tapia, D. Pedro de Villacampa, etc. En la librería de Quiro-
ga, calle de las Carretas y en el almacén nuevo de estampas, calle Mayor. A 8 rs.
Iluminado y a 4 en negro.

CAPÍTULO I. Estudio II 139


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Es una imagen que se ha reproducido en diversas ocasiones, la primera por


Martín Luis Guzmán (Guzmán: 1932). Aparece en el interior del libro, en blan-
co y negro, y al pie se incluye el nombre “Dn Francisco Xavier Mina”. Los edito-
res añadieron una de las firmas manuscritas de Xavier. En las ediciones mexica-
nas de esta obra, el grabado figura en la portada iluminado a color. No aparece
al pie su nombre pero sí la firma manuscrita, en tinta roja.
Las referencias sobre este grabado han sido muy desafortunadas. En la sec-
ción “Estampas” de la Biblioteca Nacional figura como retrato de Espoz. En la
obra Guerra de la Independencia. Retratos, publicada por la Junta de Iconografía
Nacional en 1935, está catalogado como retrato de Espoz y lo mismo ocurre en
el libro Conmemoración de la batalla de Vitoria en su 150 aniversario, publicado
por el Consejo de Cultura de la Diputación de Álava en 1963.
Durante la estancia de Xavier en Londres, antes de salir con destino a Esta-
dos Unidos, un pintor desconocido le hizo un retrato que al parecer quedó en po-
der de Tomás Broadwood, su corresponsal en la capital inglesa. Xavier aparece en
primer plano con el cuerpo casi completo, echando mano de la empuñadura de su
espada y sobre un paisaje que reproduce las murallas de Pamplona. Según Iriba-
rren, el personaje lleva casaca de general, dato que lo llevó a confundirlo con Es-
poz, lo que se repitió en varias obras históricas publicadas en España.
En esta pintura se basó el grabador Harrison para obtener el retrato del
guerrillero. Quien no lo confundió fue el primer biógrafo de Xavier Mina, el es-
tadounidense William Davis Robinson, que incluyó el grabado en la edición in-
glesa de su obra Memories of the Mexican Revolution, including a narrative of the
Expedition of General Xavier Mina, publicada en Baltimore, primero en inglés
en 1820 (Robinson: 1820) y más tarde traducida en Londres al español (Robin-
son: 1824). En realidad, el grabado estaba realizado por Harrison y Wright, so-
bre la pintura original de Broadwood, y aparece fechado el 20 de febrero de 1821.
Al pie del grabado figuraba la leyenda: “General Xavier Mina”.
Tres años más tarde, al aparecer la traducción española de esta misma obra,
el editor Ackermann reprodujo en el interior este mismo grabado con la figura de
Xavier Mina, pero añadió al pie una leyenda más amplia: “El General D. Fran-
cisco Javier Mina, copia del retrato original pintado pocos días antes de su salida
de Inglaterra, que existe en poder de Tomás Broadwood”. Conviene añadir que
Francisco Espoz se encontraba en 1824 en Londres, refugiado en Inglaterra a raíz
del regreso del absolutismo, tras la derrota del Trienio liberal, y poco después pu-
blicó una breve autobiografía, en español y en inglés, en la que no se dignó men-
cionar a su sobrino ni una sola vez. Pero tampoco elevó la menor protesta por la
edición de Ackermann.
En la primera parte de la biografía de Espoz, Iribarren (Iribarren: 1965,
128) reprodujo el grabado de Harrison e incluyó un texto al pie de la foto: “Este
grabado inglés de Harrison, hecho en 1821 es, a mi juicio, el que mejor refleja la
figura de Espoz en sus años de guerrillero…”. En realidad, aparecía una figura

CAPÍTULO I. Estudio II 140


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

de hombre joven que difícilmente podía identificarse con el maduro y avejen-


tado Espoz, por lo que Iribarren se vio obligado a pensar que se trataba de una
imagen retrospectiva de su héroe.
En México, tanto Carlos María de Bustamante como Lucas Alamán, en
sus historias de la “Revolución de Independencia”, reprodujeron el grabado de
Londres tomado de la obra de Robinson que conocían muy bien. Bustamante
indicaba: “El General Javier Mina. Copia del que se pintó antes de su salida de
Inglaterra”. Alamán escribió: “D. Francisco Javier Mina, sacado de un retrato
grabado en Londres”. Es la imagen que se repitió en numerosos libros mexica-
nos de historia, a lo largo de más de un siglo. Posteriormente lo reprodujo Ra-
fael Ramos Pedrueza en la portada de una obra que tituló Francisco Javier Mina,
combatiente clasista en Europa y América (Ramos: 1938). En cambio José María
Miquel i Vergés, el catalán exiliado en 1939 en México, en su biografía de Mina
(Miquel i Vergés: 1946) reprodujo un retrato distinto y una firma más antigua
de Xavier Mina. Como tenía por costumbre, no facilitó ninguna referencia sobre
la procedencia de ambos elementos.
La iconografía de Xavier Mina en México es mucho más extensa. Una es-
tatua en mármol, de tres metros y medio de altura y tres toneladas de peso, está
situada en la cornisa superior del gran cofre o zócalo de la Columna de la Inde-
pendencia, el popular “Ángel de Reforma”, junto a las de Morelos, Guerrero y
Bravo. Los cuatro héroes de la Independencia dan guardia a la gran estatua cen-
tral que reproduce al cura Miguel Hidalgo, el padre de la Independencia, cuyas
cenizas se guardan en un cofre situado en el interior de la base de la columna,
junto con los demás insurgentes, incluido Mina. Son los mismos restos que du-
rante setenta y cinco años estuvieron depositados en la Catedral Metropolitana.
La imagen de Xavier Mina fue recogida por los grandes muralistas mexica-
nos Diego Rivera y Juan O’Gorman, en los frescos monumentales sobre la in-
dependencia que se encuentran, respectivamente, en la escalinata del Palacio
Nacional y en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec. En
ambos casos aparece vestido de general, con casaca azul, blandiendo un enorme
sable en actitud guerrera.

La obra, Javier Mina y la independencia mexicana

Publicaciones de los “Estudios Militares”. Javier Mina y la independencia


mexicana por D. Antonio García Pérez. Capitán de Infantería. Con aptitud acre-
ditada de Oficial de Estado Mayor. Imprenta de Eduardo Arias. San Lorenzo 5,
bajo. Madrid, 1909.
Así reza la portada de la separata de los “Estudios Militares”, la revista men-
sual de la que “se consideran colaboradores a todos los oficiales del Ejército”. En
un largo aviso de la propia revista, inserto en las últimas páginas, se explican
sus características, advertencias sobre la redacción y la administración, así como

CAPÍTULO I. Estudio II 141


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

los precios de suscripción, tanto para “militares” como para “no militares”. Se
añade que toda la correspondencia debe dirigirse a D. Casto Barbasán, Escuela
Superior de Guerra, Madrid.
En referencia a los trabajos publicados, se advierte que la revista se reserva
el derecho de publicación, y que, en caso de producirse esta, “se hará una impre-
sión separada, de la que se entregará (sic) gratis al autor 100 ejemplares”.

Referencias

Cuando el capitán García Pérez escribió y publicó esta obra, llevaba más de
una década dedicado a conocer, estudiar y comentar numerosos temas de carác-
ter militar y contenido americano. Pero además y en concreto había publicado
varios títulos dedicados a México, lo que entre otros méritos le había supuesto el
reconocimiento de una de las instituciones de estudios históricos más antiguas
y notables de México: la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, que lo
había nombrado socio honorario en 1906. Sus contactos con historiadores e in-
telectuales mexicanos, además de los que debió tener con oficiales del ejército
del país hermano, tuvieron que ser frecuentes. En algunas de sus obras aparecen
dedicatorias a diplomáticos americanos en general y mexicanos en particular.
Las fuentes de información que García Pérez tenía a su disposición en Ma-
drid en aquella época eran varias: La Biblioteca Nacional, que se inauguró en
1892, con motivo de la celebración del cuarto centenario del Descubrimiento; el
Archivo Histórico Nacional; la Academia de la Historia de España, de la que
era miembro correspondiente; y además la biblioteca —según mis noticias bien
repleta de materiales— del Círculo Militar de Madrid.
Cumplidos los treinta y cuatro años y en esa época profesor de la Academia
de Infantería de Toledo, en la que enseñaba diversas materias y formaba a varias
generaciones de cadetes y oficiales a lo largo de tres cursos, su experiencia como
investigador, “ratón de biblioteca”, buceador de archivos, conferenciante y escri-
tor era conocida y estaba bien acreditada.
Los materiales que pudieron servirle de referencia eran muy variados y con-
sistían fundamentalmente en obras de historia, tanto española como americana
y mexicana, disponibles en Madrid. Una de las referencias concretas, que el au-
tor cita en la página doce de la obra, es la del historiador Modesto Lafuente, que
comenta la preocupación de los generales franceses durante los meses que estu-
vieron dedicados a la persecución del guerrillero navarro y la forma como este
se desenvolvía de un pueblo a otro y de una comarca a otra, dentro del Reino
de Navarra. Lafuente, que en algunos casos confunde a Xavier Mina con su tío
Francisco Espoz Ilundáin, dedica amplio espacio a relatar las actividades gue-
rrilleras en la zona al norte del río Ebro.
Pero además de Lafuente, García Pérez contaba en ese momento con otras
obras de consulta. Me refiero a la Historia de Méjico del historiador mexicano Lu-
cas Alamán, cuyo tomo IV se había publicado en 1851 y en el que se dedican va-

CAPÍTULO I. Estudio II 142


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

rios capítulos a Francisco Javier Mina. Otras referencias accesibles a García Pé-
rez fueron Francisco de Paula Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867, editada en
1871 en Madrid; la monumental Historia de Méjico desde sus tiempos más remo-
tos hasta nuestros días, de Niceto Zamacois, el historiador español que vivió largos
años en México, publicada en Barcelona en 1876; Compendio de Historia General
de México desde los tiempos prehistóricos hasta 1900, del historiador mexicano Nico-
lás León, publicada en Madrid en 1902; y desde luego el Diccionario Enciclopédico
Hispanoamericano, de la editorial Montaner y Simón, publicado en Barcelona en
1893, que dedica dos amplias páginas a la entrada “Javier Mina Larrea”.
Los autores que García Pérez cita expresamente y de los que recoge textos y
páginas de sus obras son en primer lugar William D. Robinson, al que cita seis
veces (Robinson: 1824b); el intelectual e historiador mexicano Riva Palacio, de
quien toma tres referencias (Riva Palacio: 1884); el historiador doctor Agustín
Rivera, de Lagos de Moreno (Jalisco), autor del Viaje a las ruinas del Fuerte del
Sombrero (Rivera: 1876) y Fray Servando Teresa de Mier, de quien reproduce
dos párrafos de una de sus cartas. Hay que hacer notar que, cuando García Pé-
rez se refiere a Riva Palacio, comete un error en el que se podía caer fácilmente.
Riva Palacio fue el director de la gran obra titulada México a través de los siglos,
cuyo tomo III, dedicado a la época de la Independencia redactó Julio Zárate. Se
puede atribuir a Riva Palacio la autoría general de la obra, pero los textos dedi-
cados a la expedición de Mina fueron escritos por el historiador Zárate.

Contenidos

La obra consta de dos amplios capítulos: el primero compuesto de dieciocho


puntos a lo largo de veinte páginas y el segundo que incluye treinta puntos en
dieciséis páginas. La notación en puntos está tomada sin duda alguna de la obra
México a través de los siglos, que además también dedica dos capítulos a la expe-
dición. En general, los historiadores mexicanos tratan el tema en dos apartados,
diferenciando a) la aventura mexicana de Mina hasta su llegada al Fuerte del
Sombrero y b) a partir de ese momento hasta su ejecución.
Para comentar el contenido de la obra voy a seguir su lectura punto por punto.
Capítulo primero
Punto 1. Se refiere a cómo Mina acoge la noticia del espíritu del “partido in-
dependiente” y el “ofrecimiento de su inteligencia y su valor” a los que “lucha-
ban contra el poder de España”. Su cabeza “que tantas veces había desafiado las
inclemencias del tiempo” y su corazón “tan templado en recios combates por la
libertad”, los pondrá Mina al servicio de México. En este punto aparecen refe-
rencias a Danton, Kleber, Bolívar y Sucre, como modelos comparables y valiosos
para explicar la decisión del navarro.
Punto 2. Consta de cuatro largos párrafos. El primero lo dedica a glosar los
escritos de Mina, que califica como “estrofas sonoras, dictados hermosos a los

CAPÍTULO I. Estudio II 143


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

pueblos libres, en estilo conciso y elegante, sus invocaciones a la libertad son un


canto sublime…”. Recoge los modelos de Cesar, Bonaparte, Pitt, Demóstenes,
Burke, Lucrecio, Sófocles, Esquilo, Cicerón, etc. El segundo párrafo se refiere
brevemente “al bizarro comportamiento de Mina en España”, añadiendo que no
lo va a relatar “porque su nombre brilla en la región de los héroes”. Solo se va a
referir a su participación “en la independencia de México”.
Y añade, con el estilo peculiar que García Pérez imprimía a sus textos:
Mina lleva a este pueblo todos sus entusiasmos y energías: con el valor del león
y la decisión del rayo, correrá dislocado por montes y veredas intrincadas, escalará
el muro, defenderá la trinchera, barrerá con oleadas de metralla las filas o defensas
contrarias, y con las inspiraciones de su genio encontrará la gloria, con todo lo de
divino que hay en esta aspiración grandiosa.
Le sigue un párrafo tomado de Robinson para describir la figura y el carác-
ter de Mina y termina con otro párrafo en el que dibuja con entusiasmo el papel
que desempeñó y el significado que se debe atribuir a su campaña mexicana:
“La presencia de Mina —escribe García Pérez— viene a infundir vigorosas
esperanzas en sus corazones, poniendo al servicio de los independientes su va-
lor, su audacia, su inteligencia y sus nobles sentimientos”. Aquí añade otro pá-
rrafo que permite descubrir las razones y los motivos que llevaron al autor a es-
cribir una obra tan positiva como elogiosa: “No me propongo juzgar la conducta
moral de Mina, sino estudiar militarmente su breve campaña de siete meses”. Y
como para tratar de excusarse por el tema sobre el que escribe añade que el lec-
tor “ofendería mis sentimientos suponiéndome defensor decidido de los princi-
pios que movieron aquella grandiosa lucha de emancipación, puesto que la pa-
sión del relator nunca debe restar méritos al contrario”. Es una frase ambigua y
de compleja interpretación, mediante la cual trata de situarse en una posición de
neutralidad y al mismo tiempo reconocimiento objetivo de las fuerzas en juego.
Punto 3. Narra la niñez y juventud de Mina en Pamplona y su traslado a Za-
ragoza para estudiar en la Universidad. Le atribuye “precoz inteligencia”, “brillan-
te comportamiento” y “nobleza de carácter”. Describe su incorporación en 1808 al
Ejército del Centro como voluntario, así como su regreso a Navarra para reunir
“numerosas guerrillas”, que “organiza, dirige, impulsa y conduce a la victoria”.
Afirma que fue nombrado comandante con grado de coronel de dichas partidas
por la Junta Central y jefe del Alto Aragón por la de Zaragoza y tras resumir sus
acciones contra los franceses se refiere a su captura y encierro en el castillo de Vin-
cennes, en París, donde “estudió detalladamente matemáticas y arte de la guerra”.
Al salir de la prisión y regresar a España “poseía grandes cualidades para mover
tropas regulares y para emplear las irregulares en la defensa de un país”.
Punto 4. Breve resumen de su regreso, del intento de “un movimiento re-
volucionario en Pamplona a favor del restablecimiento de la Constitución”, de
su traslado a Londres donde “trabó amistad con distinguidos personajes” y “co-
menzó a trabajar activamente para combatir el despotismo de Fernando VII”.

CAPÍTULO I. Estudio II 144


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Punto 5. Se refiere a la organización de su “brillante expedición”, decidida


a encontrar a un plenipotenciario del Congreso mexicano que se encontraba en
Baltimore o Nueva Orleans y dirigirse a desembarcar en México por el puerto
de Boquilla de Piedras. Se refiere a las primeras actividades de Mina en los Es-
tados Unidos.
Punto 6. Incluye cinco párrafos, en los que narra sus contactos en Balti-
more —Dennis Smith, Pedro Gual, Miguel Santa María, Revenga y Manuel
Torres—, la decisión de trasladar a los hombres y los barcos a Puerto Príncipe
(Haití), “punto de reunión de la expedición”, la traición de Álvarez de Toledo, la
crisis de confianza entre los comerciantes de la costa este y la reacción del señor
Smith, que reproduce del texto de una de las cartas de Mier. Finalmente reco-
ge la noticia de la ayuda del presidente Petión en Haití y el traslado de la flota a
Galveston, donde se encontraría con el “comodoro Aury”.
Punto 7. Resume el periodo que transcurre desde Galveston hasta que lle-
gan a la boca del río Bravo del Norte, en la frontera de México con Texas, donde
la flota repostó para reponer la falta de agua. Incluye la visita de Mina a Nueva
Orleans y reproduce la frase de respuesta de Mina a los comerciantes del gran
puerto del sur: “diciendo con altivez que él no hacía la guerra a los españoles,
sino a la tiranía”.
Punto 8. Incluye la “alocución a sus soldados, encareciéndoles la disciplina
y el respeto a la religión, a las personas y a las propiedades”, fechada en río Bra-
vo el 12 de abril de 1817.
Punto 9. Llegada a la desembocadura del río Santander, traslado al pueblo
de Soto la Marina, abandonado por sus habitantes cuando Felipe de la Garza,
que estaba al mando de la guarnición, avisó de la llegada de “una partida de he-
rejes”. La vanguardia de Mina llegó al pueblo, “nombró autoridades civiles” y se
ganó la voluntad de sus moradores que regresaron “convencidos de la disciplina
y respeto observado por las fuerzas ocupantes”. Añade que más de cien jinetes se
sumaron “al efectivo de los independientes”.
Punto 10. Reproduce íntegramente el texto de la Proclama de Soto la Mari-
na, dirigida “A los españoles y americanos”, fechada el 25 de abril de 1817.
Punto 11. Describe la reacción del virrey Apodaca al conocer el desembar-
co de Mina, la disposición y los movimientos de las tropas realistas para impe-
dir que penetrara al interior del país, el despliegue naval en busca de los barcos
insurgentes y el hundimiento y la quema de los dos barcos en mal estado que
habían quedado en la desembocadura del río, una vez que el comodoro Aury se
hubiera retirado de vuelta a Galveston.
Punto 12. Reproduce íntegramente el texto de la proclama de Mina a los
“soldados españoles y a los soldados americanos del rey Fernando”, fechada el
18 de mayo.
Punto 13. Se refiere a las primeras actuaciones en Soto la Marina, la cons-
trucción de un fuerte cerca de la playa, la defección del grupo de norteameri-

CAPÍTULO I. Estudio II 145


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

canos que estaba al mando del coronel Perry, la composición de la fuerza expe-
dicionaria, integrada por varios regimientos —infantería, caballería, artillería,
guardia de honor, etc.— y los planes estratégicos tanto de Mina como del coro-
nel realista Armiñán, encargado de impedirlos.
Punto 14. “El 24 de mayo de 1817 da comienzo Mina a su corta y brillan-
te campaña”. A continuación se narran las vicisitudes de la expedición, el avan-
ce hacia el interior despistando a las tropas realistas y el encuentro con estas al
acercarse a la ciudad de Valle de Maíz. La primera acción militar se desarrolló
poco antes de llegar a esta ciudad, propinando los expedicionarios una rotunda
derrota a las fuerzas realistas muy superiores en número, “tras brillante persecu-
ción”. García Pérez se refiere a Mina y sus soldados de este modo: “entusiasmo
y fe”, “probado valor”, “avance triunfal”, “triunfo de Mina”, “talento de Mina”,
“orden y disciplina”, etc.
Punto 15. Tras descansar un día en Valle de Maíz los expedicionarios si-
guieron su marcha hacia el interior, pero, al llegar a la altura de la hacienda de
Peotillos y ser alcanzados por un nuevo y reforzado contingente militar realista,
les hicieron frente y tuvo lugar la acción militar más comentada y elogiada por
los historiadores: la batalla de Peotillos, el 15 de junio de 1817. El relato de Gar-
cía Pérez es muy completo. En uno de los párrafos dice:
La vanguardia realista cargó impetuosamente, y poco después la infantería ba-
rría con sus fuegos las denodadas fuerzas enemigas; Mina alentó de nuevo sus tropas,
formó con ellas el cuadro, y la segunda fase de la lucha fue un espectáculo hermoso:
los jinetes realistas arremetían con tanta furia como decisión, en tanto que los solda-
dos de Mina demostraban con heroico valor toda la fiereza y energía de su corazón.
El desenlace llegó enseguida, al dar Mina la voz de ataque:
Batida la caballería de Río Verde, emprendió pronta retirada, arrastrando así
mismo a gran parte de la infantería; la persecución hízose entonces general y pocos
momentos después las tropas realistas huían despavoridas en varias direcciones.
Armiñán, sin embargo, redactó un parte al virrey atribuyéndose la victo-
ria, pero García Pérez comenta: “fue más que triunfo para los independientes
el aliento más grande que recibiera su iniciada empresa”. Y concluye: “Mina
demostró una vez más su generosidad, recogiendo cuidadosamente los heri-
dos enemigos, y trasladándolos a la hacienda de Peotillos, donde fueron solí-
citamente atendidos”.
Punto 16. Continúa el avance de la expedición, pasando por el pueblo de La
Hedionda y la hacienda del Espíritu Santo, para llegar el 19 de junio frente al
pueblo minero del Real de Pinos, empeñado en ofrecer resistencia. La toma de
Pinos se produjo gracias a “un golpe de audacia”, el de un escuadrón de soldados
de la expedición, que penetró por las azoteas y tomó por sorpresa a los que resis-
tían junto a los cinco cañones de la plaza. “Mina desvirtuó con su noble conduc-
ta las especies propaladas por sus enemigos; los prisioneros puestos en libertad
publicaron noblemente la generosidad de Mina y sus adeptos”.

CAPÍTULO I. Estudio II 146


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Punto 17. Entre Pinos y Fuerte del Sombrero, “recorrieron desoladas llanuras”
y al amanecer del día 24 de junio se reunieron con las guerrillas de Pedro Moreno.
Punto 18. Incluye el texto del primer oficio que Mina dirigió a la Junta de
Taujilla (sic por Jaujilla) el día 30 de junio, poniéndose a sus órdenes y avisan-
do que el coronel Ortiz de Zárate, que venía con él desde Galveston, salía hacia
Jaujilla, para informarles con más detalle de la situación. Se cierra el punto con
el comentario de que “los primeros triunfos de Mina causaron inmenso júbilo
entre los amantes de la independencia mexicana”. Y se incluye un largo párra-
fo, tomado de la obra México a través de los siglos, de Riva Palacio, según García
Pérez, todo un elogio hermosamente escrito, para destacar las virtudes y el va-
lor de Mina.
Capítulo segundo
Los puntos 1 a 9 están dedicados a narrar con todo detalle la llegada de las
fuerzas del brigadier Joaquín de Arredondo al fuerte de Soto la Marina, donde
había quedado una pequeña guarnición, al mando del coronel Josep Sardá, ca-
talán que en la expedición mandaba el primer regimiento de línea. Es un relato
detallado, bien documentado, que describe el asedio, la resistencia, los ataques
frustrados, la aceptación de una “honrosa capitulación”, la admiración por parte
de Arredondo de la “heroica resistencia” de los expedicionarios y finalmente la
negativa del virrey a aceptar los términos de la capitulación.
García Pérez relata los hechos y no ahorra adjetivos de admiración a unos y
otros contendientes: El 11 de junio, en el intercambio de fuego de artillería “pro-
bóse cuán grandes eran el valor y decisión que animaba a ambos combatientes”.
“Heróica resistencia”,”ardiente entusiasmo”, “puñado de valientes”. El día 14 “fue
fecundo en heroísmo por ambas partes”. Llama a los defensores del fuerte “deno-
dados admiradores de la independencia americana”, “almas grandes y corazones
generosos”. “Al grito de ¡viva el Rey! avanzaron los españoles…”. ¡Viva la libertad!,
¡viva Mina!, los detuvieron…”. En cuanto a los del interior “labraron hermosa le-
yenda” y “la tenacidad y abnegación de los defensores”. Sin embargo, “no menos
notable resulta el ímpetu y valor de los atacantes”.
Este tratamiento de los hechos, que denota la manera de ser y de compor-
tarse del autor, culmina con su opinión sobre el resultado final del combate:
Arredondo, militar generoso y caballero, al anunciar a Apodaca la toma del fuer-
te, dejó expresar su admiración a los enemigos de su patria, rindiendo culto a la justi-
cia y a la política de la guerra, pero Apodaca le amonestó por no haber pasado por las
armas a los capitulados (…) Arredondo, más generoso y compasivo que el virrey, no
quiere asociar su prestigioso nombre a una vil acción y para gloria de su vida militar
rechaza dignamente lo que podría empañar su alma y manchar su palabra.
Punto 10. Reanudando el relato del capítulo primero, describe la situación
del Fuerte del Sombrero al llegar Mina y las fuerzas y material de guerra de los
independientes.

CAPÍTULO I. Estudio II 147


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Punto 11. Seis párrafos dedicados a narrar el enfrentamiento del coronel Or-
dóñez (cuatrocientos cincuenta jinetes y doscientos infantes) con las fuerzas de
Mina (doscientos cuarenta infantes y ciento cuarenta jinetes) el día 28 de junio,
cerca de la hacienda de San Juan de los Llanos:
Ocho minutos duró tan solo esta encarnizada refriega, en que el partido inde-
pendiente cosechó uno de sus más brillantes laureles. En esta acción quedó destro-
zada la división Ordóñez, muriendo éste con más de 300 hombres y quedando en
poder de Mina 152 prisioneros (…) Las bajas de los independientes ascendieron a
8 muertos y 25 heridos.
Punto 12. Refiere el ataque a la hacienda del Jaral, abandonada por su due-
ño, en la que Mina encontró un tesoro, “incautándose de 140.000 pesos”. Añade
que “los triunfos de Mina fueron aclamados con entusiasmo; el gobierno provi-
sional (…) nombróle para el mando superior de las guerrillas que operaban por
el sur de la sierra de Comanja y provincia de Valladolid”. Incluye una larga cita
tomada de la obra del estadounidense William D. Robinson sobre las reacciones
que esos triunfos provocaban entre los españoles del virreinato:
Y lo único que sentían era verlo al frente de un número tan reducido de solda-
dos, pues nada podían llevar a cabo para auxiliarlo, sometidos como se hallaban a
un Gobierno absoluto, sin exponer a sus familias a todos los horrores de la perse-
cución y de la venganza.
Punto 13. Explica la reacción del virrey Apodaca, que ordenó formar “un cuer-
po de ejército al mando del mariscal de campo D. Pascual de Liñán”. Y añade:
El 12 de julio, Apodaca lanzaba una proclama declarando a Mina traidor a la
Patria y al Rey, sacrílego malvado, enemigo de la religión y perturbador de la tran-
quilidad del reino, y bajo pena de muerte y confiscación de bienes exigía que na-
die le auxiliase.
Punto 14. Ataque de Mina a la ciudad de León, en Guanajuato, fracasado
tras un durísimo encuentro, que García Pérez describe como una “noche tan
memorable para españoles e independientes”.
Puntos 15 a 18. Despliegue de las tropas del ejército de Liñán alrededor del
Fuerte del Sombrero y narración de los sucesivos ataques y de la resistencia de
los sitiados. Incluye las cartas que Mina escribió al general y cura Torres, en so-
licitud de apoyo exterior. Dice de Mina que “llevó la resistencia al límite del he-
roísmo”. Para explicar su estrategia añade:
Mina, que no solamente poseía la ardiente sangre del guerrero, sino la inspi-
ración para los trances críticos, comprendió que lo inmediato era que las guerrillas
volantes impidiesen el abastecimiento del enemigo y dividiesen la atención de éste.
Puntos 19 y 20. Reunión de la junta de oficiales de Mina para decidir sobre
la situación. Y añade: “después de una discusión en la que brilló el patriotismo
más ardiente”, se acordó la salida de Mina en busca del general Torres y sus gue-
rrilleros. Al no encontrarlos ni disponer de fuerzas de apoyo “Mina ordenó al
capitán D. Pedro Moreno evacuase el fuerte”.

CAPÍTULO I. Estudio II 148


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Puntos 21 a 24. Relata los ataques realistas, la desesperación de los resisten-


tes, cita un texto del historiador Agustín Rivera sobre la manera como los sitia-
dos trataban de escapar, el horror de la salida precedidos de mujeres y niños y
el acuchillamiento de cuantos se rezagaban. Comenta la crueldad del vencedor:
“Más de 450 hombres cayeron inocentemente asesinados por la bárbara orden de
Liñán”. Al referirse a Mina añade:
Al enterarse de tan inicuos atropellos se afligió sobremanera y gruesas lágri-
mas rodaron por sus mejillas, en su corazón hasta entonces noble y generoso sem-
bró la venganza sus efectos. El 3 de septiembre ataca y toma la hacienda fortificada
del Bizcocho, defendida por 70 españoles; 31 de éstos murieron fusilados y la ha-
cienda fue entregada a las llamas.
Puntos 25 y 26. Toma de la ciudad de San Luis de la Paz por Mina y ataque
infructuoso a San Miguel el Grande; reorganización del ejército de Liñán, que
se traslada al Fuerte de los Remedios donde se encontraba el cura Torres; y en-
frentamiento de Mina en la hacienda de La Caja con el coronel Orrantía, que lo
obligó a retirarse. “Ni el heroísmo ni las acertadas disposiciones de Mina pudie-
ron evitar tan tremenda derrota”.
Punto 27. Entrevista de Mina con el presidente y otros miembros de la Jun-
ta de Jaujilla, el día 12 de octubre. Mina logra que aprueben su plan de atacar la
ciudad de Guanajuato.
Punto 28. Ataque frustrado a Guanajuato el 24 de octubre. “Durante unas
horas Mina contempló orgulloso la abnegación de sus subordinados, compren-
diendo al mismo tiempo que su plan era irrealizable”. Ordenada la retirada
dispersó a sus huestes y se internó en el rancho del Venadito la mañana del 26
de octubre.
Punto 29. El coronel Orrantía, al conocer el paradero de Mina, ataca el ran-
cho con ciento veinte dragones de Frontera y hace preso a Mina, que se defendió
“con bravura”. Júbilo en el bando español. “Y al virrey Apodaca confirióle el Go-
bierno de Madrid el título de conde del Venadito”.
Punto 30. Fusilamiento de Mina el 11 de noviembre de 1817 en el Cerro del
Bellaco. García Pérez incluye este hecho citando un texto de Riva Palacio, que
califica a Mina de “ilustre, generoso y valiente joven, cuyo nombre y memoria
lucirán siempre en la historia de nuestra patria con vívido fulgor”.
El capitán García Pérez añade poniendo punto final a su obra: “Fue en
verdad ingrato Mina con su patria, pero su historia militar es de las que sub-
yugan y admiran”.

Análisis semántico

El análisis de los términos, palabras y conceptos que García Pérez utiliza a


lo largo de su obra, referido tanto a la expedición como a Xavier Mina y sus he-
chos de armas, es revelador del espíritu y del sentido con que redactó los textos.
García Pérez debió sentir una fuerte empatía por Mina y lo llevó a resaltar las

CAPÍTULO I. Estudio II 149


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

virtudes y valores del soldado español que, por una serie de circunstancias polí-
ticas y personales, se vio moralmente obligado a luchar por la libertad y por una
causa que siempre sintió la más justa.
El concepto más utilizado y repetido por el autor es el de “valor”, “valentía”
y “valeroso” que emplea dieciocho veces. Le siguen: “triunfo” y “victoria”, once
veces; “libertad” “gloria” y “gloriosa”, siete veces; “brillante”, “héroe” y “heroís-
mo”, cinco veces; “generoso”, cuatro veces; “disciplina”, “patria” “arrojo”, “res-
peto a la religión” y “patriotismo”, tres veces”; “audacia”, “inteligencia”, “nobles
sentimientos”, “fama”, “energía”, ”honor”, “independencia”, dos veces; así como
numerosas menciones de una sola vez referidas a “genio”, “dignidad”, “inspira-
ción”, “prudencia”, “grandeza”, firmeza”, “serenidad”, etc.
La lectura de la obra de García Pérez demuestra su interés y entusiasmo
ante la figura de un soldado español, revestido de todas esas características y vir-
tudes, lo que demostraba una línea ejemplar de conducta, que se podía apreciar
fuera cual fuese el campo en que se encontrara. Pero además y fundamental-
mente la persistencia de un modo de ser que se mantenía y resaltaba especial-
mente entre los americanos pertenecientes a “la estirpe española”.

Ausencias y erratas

La obra, admirablemente documentada con los materiales historiográficos


que existían en aquel momento, inicios del siglo XX, adolece de numerosas au-
sencias, cuya investigación y descubrimiento han ocurrido con posterioridad. En
el curso del siglo XX han aparecido, especialmente en México y Estados Uni-
dos, algunas obras importantes: En las mismas fechas que García Pérez publi-
caba en España, lo hacían en México Rafael Anzúrez y Alejandro Villaseñor y
Villaseñor, que escriben sendas biografías de héroes de la Independencia, entre
los que naturalmente incluyen a Mina. En 1917 Antonio Rivera de la Torre, so-
brino del doctor Agustín Rivera, retomando investigaciones anteriores, publicó
un notable libro titulado Francisco Javier Mina y Pedro Moreno, caudillos liberta-
dores (Rivera: 1917) que incluye numerosos documentos hasta entonces escasa-
mente conocidos.
En Madrid, exiliado de México, el novelista Martín Luis Guzmán acep-
tó la propuesta de Ortega y Gasset, que preparaba una colección de biogra-
fías hispanoamericanas y tras una larga investigación publicó en forma de
novela la obra Mina el Mozo, héroe de Navarra (Guzmán: 1932), reeditada va-
rias veces en México. En décadas posteriores se han publicado: The sword
was his passport, del historiador norteamericano Harris G. Warren (Warren:
1943); Mina, el español frente a España, del exiliado catalán José María Mi-
quel i Vergés (Miquel i Vergés: 1945); La expedición del general Mina a tra-
vés de la provincia de San Luis Potosí, de N. Rodríguez Barragán (Rodríguez:
1948); Francisco Javier Mina, héroe de México y de España, de Gloria Méndez
Mina (Méndez: 1967); Francisco Javier Mina de María Elena Galaviz (Gala-

CAPÍTULO I. Estudio II 150


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

viz: 1970); Mina y Fray Servando en Nuevo Santander, hoy Tamaulipas, de Juan
Fidel Zorrilla (Zorrilla: 1985); La Gran Bretaña y la Independencia de México,
de Guadalupe Jiménez Codinach (Jiménez: 1991) y Pedro Moreno, Francisco
Javier Mina y los fuertes del Sombrero y los Remedios, de Isauro Rionda (Rion-
da: 2000). Todos ellos publicados en México.
En España, aparte de algún artículo en revistas de Pamplona y Barcelona,
se publicó Espoz y Mina el guerrillero de José María Iribarren (Iribarren: 1965),
que contiene varios capítulos dedicados a Xavier Mina. En los últimos quince
años han aparecido El encuentro de Mina y Fray Servando en Alcañiz y Belchite
(Ortuño: 1995), más tarde reeditado en México (Ortuño: 1996), y la serie de pu-
blicaciones posteriores a la tesis doctoral que presenté en la Universidad Com-
plutense de Madrid en 1998 (Ortuño: 2000, 2003, 2006, 2008 y 2011).
Por citar tan solo las más importantes, entre las ausencias de personas y he-
chos en la obra de García Pérez, debo referirme a la influencia que ejercieron
sobre la vida y las actividades de Mina los españoles, como el coronel Carlos de
Aréizaga, en Navarra y Aragón; el general francés Lahorie, en el castillo de Vin-
cennes; los españoles y americanos residentes en Londres, entre ellos José María
Blanco White, Álvaro Flórez Estrada, Antoni Puigblanch y los hermanos Istú-
riz; los mexicanos Fagoaga y Fray Servando Teresa de Mier; los sudamericanos
López Méndez, Bello, Sarratea, Palacio Fajardo, etc; los ingleses lord Holland,
lord Russell y John Allen; y el norteamericano general Winfield Scott, a quien
volvería a encontrar en Nueva York.
En Estados Unidos resultó decisiva su convivencia con los hispanoamerica-
nos Pedro Gual, Mariano Montilla, Juan Germán Roscio, José Rafael Revenga,
Joaquín Infante y José Manuel Carrera. Tampoco aparece en las obra de García
Pérez el encuentro de Mina con Simón Bolívar, en la isla de Haití, donde con-
vivieron y discutieron sus planes a lo largo del mes de octubre de 1816. Una vez
en México fueron importantes sus encuentros con los insurgentes José María Li-
ceaga, miembro del triunvirato gobernante con Morelos, y con el miembro de la
Junta de Jaujilla, el obispo San Martín de Oaxaca, así como con su amigo Ma-
nuel Herrera, dueño del rancho del Venadito.
Las erratas que he reconocido en la obra son pocas y de escasa importan-
cia: “Taujilla” por “Jaujilla”, “Maifeller” por “Maylefer”, “Lilao” por “Silao” y
alguna más. Una errata grave aparece en el punto 18, al fechar un oficio a la
Junta de Jaujilla el 30 de junio de 1826, cuando el año exacto era 1817. Por se-
guir a los historiadores de que disponía en su época incluye el error de la fecha
y el lugar de nacimiento de Mina y la fecha del desembarco en Soto la Marina.
En cuanto al uso de Javier o de Francisco Javier en lugar de Xavier es bastan-
te normal en México y solo recientemente se está generalizando la grafía “x”
que fue la que Mina siempre utilizó al firmar sus escritos. Resulta grato que
al referirse a México no utilice en ningún caso la “j” habitual en los escrito-
res españoles.

CAPÍTULO I. Estudio II 151


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Originales y otros documentos de Mina

Llama fuertemente la atención que García Pérez reproduzca íntegros una


serie de documentos originales de Mina. Los pudo conocer en los libros de his-
toria mexicana y en las obras que cita como referencia:
En el punto 8 del capítulo primero incluye la Proclama que dirigió a los
componentes de la expedición y que está firmada frente a la desembocadu-
ra del Río Bravo, actual frontera norte de México. Contiene expresiones muy
concretas sobre la finalidad de su acción: “trabajar por la libertad e indepen-
dencia de México”, que entiende como defensa de “la mejor causa que puede
suscitarse sobre la tierra”. Está cargada de virtud y les proporcionará honor.
Aclara desde el principio que “al pisar suelo mexicano no vamos a conquistar,
sino a auxiliar a los ilustres defensores de los más sagrados deberes del hom-
bre en sociedad”. Y añade unos avisos muy importantes: “Os recomiendo el
respeto a la religión, a las personas y a las propiedades”. Está datada el 12 de
abril, en la desembocadura del Río Bravo del Norte, en la actual frontera entre
Texas (USA) y México.
El punto 10 lo dedica a la reproducción completa de la Proclama de Soto la
Marina, firmada al desembarcar en tierras de México, más de cuatro hojas del
libro, el día 25 de abril de 1817. Es uno de los textos más importantes de la pro-
ducción escrita de Mina, una proclama que repite, corrige y aclara algunos con-
ceptos de otra anterior redactada en Baltimore. Es uno de sus escritos más divul-
gado en México, pero muy poco conocido en España. Puede entenderse como la
memoria de sus actividades hasta ese momento, en la que cuenta su vida y sus
experiencias desde la infancia en Pamplona hasta la decisión de venir a México
a luchar por la libertad, tanto en México como en España.
Contiene una fuerte crítica del rey Fernando VII que rechazó la Constitu-
ción que los españoles le ofrecieron a su regreso de Francia y despreció y persi-
guió a quienes lucharon por su rescate y la independencia de la monarquía es-
pañola frente a Napoleón:
Las Cortes, esa égida de la libertad (…) las Cortes, que acababan de triunfar
sobre un enemigo colosal, se vieron disueltas y sus miembros huyendo en todas
direcciones de la persecución de los aduladores y serviles. Cadenas y presidios
fueron la recompensa (…) La Constitución fue abolida y el mismo a quien Es-
paña había rescatado con ríos de sangre y con inmensos sacrificios la hizo recaer
bajo la tiranía y el fanatismo de que la habían sacado los españoles ilustrados (…)
Animado siempre del amor a la libertad, pensé defender su causa en donde mis
esfuerzos fuesen sostenidos por la opinión y en donde pudiesen ser más benefi-
ciosos a mi patria oprimida y más fatales a su tirano (…) Desde ese momento la
causa de los americanos fue la mía.
El punto 12 reproduce otra Proclama destinada a los combatientes del
bando realista, las tropas a las que tenía que enfrentarse, a los “soldados espa-
ñoles del Rey Fernando” y a los “soldados americanos del Rey Fernando”, con

CAPÍTULO I. Estudio II 152


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

argumentos apropiados para explicarles el porqué de su intervención. Está da-


tada el 18 de mayo, cuando preparaba el inicio de su desplazamiento al inte-
rior del país.
El punto 18, último del primer capítulo, recoge el texto del oficio que
Mina dirigió desde el Fuerte del Sombrero al Gobierno de Jaujilla, fechado el
30 de junio de 1817, dando cuenta de su llegada a la fortaleza y puesta a dispo-
sición de la insurgencia. Envía toda la documentación concerniente a la expe-
dición y solicita la aprobación de la Junta a los nombramientos de los oficiales
que lo acompañan.
En los puntos 17 y 18 del segundo capítulo reproduce parte de los oficios di-
rigidos al padre Torres, para darle cuenta de la situación desesperada en que se
encontraba el fuerte y la estrategia que debería aplicarse desde el exterior para
desbaratar el cerco de las tropas realistas y ayudarles a defenderse y sobrevivir.

Comentarios

Al conocer en 1992 la existencia de la obra de García Pérez, sin tener más


referencias del autor que las que aparecían en el propio texto, mi reacción fue
de asombro y admiración. ¿Cómo era posible que un capitán del ejército espa-
ñol hubiera escrito una obra sobre Xavier Mina, en los comienzos del siglo XX,
que se publicó en una revista militar destinada a militares, en un tono y con
un contenido que resultaban tan positivos y favorables a la actuación de Mina
en Nueva España?
En la relación cronológico-bibliográfica que había elaborado al iniciar mi
investigación, relacionando todo cuanto se había escrito y publicado sobre Mina,
la obra de García Pérez aparecía como un alegato milagrosamente encontra-
do, que me permitía insistir en la idea inicial, previa a mi investigación, de que
Mina no fue ni pudo ser un traidor a España.
La lectura atenta del texto, la reproducción de las proclamas, los términos
tan elogiosos empleados por García Pérez, el tratamiento cuidadoso y equilibra-
do de las batallas y otras acciones militares, expresaban interés y admiración. La
expedición de Mina aparecía como un modelo de acción militar, llevado a cabo
por un oficial que conocía perfectamente las reglas de la guerra, que tenía un
recto entendimiento de la justicia y de los valores fundamentales del militar, su
sentido del honor, la disciplina, la formación, el respeto por los vencidos, la glo-
ria de la victoria, la resignación del fracaso, etc.
Obligado por la curiosidad a indagar sobre su personalidad, el hecho de ha-
ber nacido en Cuba, hijo de Bernardino García y García, comandante mayor del
Regimiento de Infantería de la Lealtad núm. 30, así como su interés por el estu-
dio de la organización militar de los países de América y su dedicación a la his-
toria de México y en especial a los conflictos que habían enfrentado militarmen-
te a España y México y las referencias americanas que iba encontrando en otras
obras suyas, confirmaron mis sospechas.

CAPÍTULO I. Estudio II 153


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

En Estudio político militar de la campaña de Méjico, 1861-1867 (García Pérez:


1900), cuando se presenta como “alumno en prácticas de la Escuela Superior de
Guerra”, aparece un prólogo del teniente coronel Antonio Díaz Benzo, profesor
de la Escuela, en el que entre otras cosas escribe:
García Pérez, que tantos desvelos dedica al estudio de la América Latina (…)
yo le induje a escribir las primeras cuartillas (…) nuestra desdichada política co-
lonial (…) figuras de tanto relieve como Cortés, Moctezuma, Guatimocín (sic), el
cura Hidalgo, el valiente Calleja, el traidor Iturbide, el mártir Maximiliano y el
discreto y arrojado Prim.
Está firmado el 14 de marzo de 1900. En la conciencia de los oficiales de
la época se agitaban las imágenes sombrías del desastre del 98 frente a los Es-
tados Unidos.
Su americanismo profundo y meditado aparece dolorosamente explicado en
el prólogo titulado “Al lector” que García Pérez incluye en las primeras páginas de
su obra Guerra de Secesión. El general Pope. Consta de siete páginas y en ellas la-
menta el desconocimiento y la falta de interés por las cuestiones de América (Gar-
cía Pérez: 1901, I-VII). Contiene párrafos que incluso en la actualidad parecen no-
vedosos, pero que seguramente responden también al corto pero intenso periodo
de acercamiento a Hispanoamérica que se produjo en España, con motivo de la
celebración del IV Centenario del Descubrimiento.
En las primeras páginas, García Pérez señala que “entre la variedad de
asuntos histórico-geográficos hay uno que nos debe interesar, tanto por ser con-
tinuación de nuestra Historia, cuanto por tratarse de combatientes que llevan
inoculado en sus venas todos los vicios y virtudes de nuestra raza”. Y a continua-
ción se queja amargamente del olvido y abandono que en España se tiene de la
historia y del acontecer de América, para añadir:
Y todo eso sucede porque a nosotros nos ha importado muy poco conocer aque-
llos países, esperando dormidos en ensueños de gloria, que las naciones americanas
acudiesen a rendirnos pleito homenaje; no, los hermanos americanos, viendo el aisla-
miento y hasta la frialdad de la hermana mayor nos contemplaron atónitos; (…) hoy,
el mundo nos contempla empequeñecidos por nuestros desastres (…) Cuanto más
ahondemos (en la historia militar de América) es seguro que terminaremos por pro-
clamar que en esas gloriosas epopeyas americanas existen rasgos tan heroicos, sacrifi-
cios tan enormes, resistencia tan sublime, patriotismo tan desinteresado y lealtad tan
acrisolada (...) América y la Península ibérica tienen una historia común; suyas son
nuestras glorias y nuestras son sus sublimes acciones; en nada se diferencia el guerre-
ro español del americano, el fanático de la independencia española y el ídolo de los
libertadores del Nuevo Mundo. Estudiemos pues, las campañas de América y consa-
gremos a ellas puesto preferente en nuestras Historias militares (…) Investiguemos
en aquellas luchas muchas causas a nosotros comunes y analicemos las guerras (…)
porque nos servirán de instructiva lección para el porvenir.
Está escrito el primer año del siglo XX. Y a partir de entonces y durante una
década se dedicó a estudiar las historias militares de los países hermanos y, entre
ellos, preferentemente México.

CAPÍTULO I. Estudio II 154


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Bibliografía
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CAPÍTULO I. Estudio II 155


156
Estudio III

Xavier Mina, un héroe para las Españas

Óscar González Azuela

 a hay un español que quiere


Y
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza
A ntonio Machado

Antonio García Pérez escribe a sus treinta y cinco años la obra Javier Mina
y la Independencia Mexicana; lo hace como capitán de infantería en el tiempo
que desempeña sus servicios militares entre las ciudades de Córdoba y Soria,
en España. Conocemos así el pensamiento de un hombre que habrá de obtener
los más grandes reconocimientos militares por acciones de campaña y de paz;
condecoraciones civiles, nacionales y extranjeras así como medallas conmemo-
rativas. Escribe sobre la historia de México próximo a iniciar la primera revolu-
ción social del siglo veinte, un país en que se habrá de dar actividad guerrillera
como la de Xavier Mina, quien dejó escuela en este tipo de acciones hacía casi
un siglo.
La obra de García Pérez cuenta con los suficientes elementos para seguir la
pista de Mina, tanto en la Guerra de Independencia de España como en la de
México; posteriores estudios incorporan una gran cantidad de información para
complementar la visión panorámica que hoy poseemos, valorando de manera
integral hechos, motivos y acciones de ese gran incomprendido, Xavier Mina,

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 157


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

dentro de su gran patria que es España e Iberoamérica, o sea, las Españas de


aquel tiempo.
La pluma del aquel joven militar elabora un texto ambivalente que va de la
admiración que mezcla con textos poéticos a la reciedumbre de su impecable for-
mación militar, escribiendo acerca del navarro que: “... lleva a este pueblo todos
sus entusiasmos y energías; con el valor del león y la decisión del rayo...” (García
Pérez: 1909, 10); el suyo será un estudio en que domine el aspecto militar.
Xavier Mina nace bajo el influjo de la libertad. Nace diez días antes del
estallido de la Revolución Francesa con la que da inicio la Edad Moderna; inte-
rrumpirá sus estudios de jurisprudencia para incorporarse a la defensa militar
de su patria en contra de la invasión francesa, ante la impavidez de la realeza,
convirtiéndose en el héroe que al paso del tiempo atraerá la atención lo mismo
del historiador que del poeta.
García Pérez, conocedor de los entreveros por los que transita el personaje
estudiado, ataca a los estados europeos dejando indemne el honor español a cuya
monarquía faltó lo que abiertamente critica: “la invasión napoleónica (...) hizo
que empuñara las armas para mostrar al coloso del siglo que su patria sabría
oponer todo el valor que faltó a la Europa Central” (García Pérez: 1909, 11).

Coincidencias extrañas y sugerentes

Las vivencias de Xavier Mina, lo mismo en Europa que en América, mues-


tran curiosos paralelismos que sirven para tomar idea de su recia personalidad
y valía, reconocidas por sus mismos enemigos.
Es el líder que hace mover ejércitos completos en pos de su captura, tanto
en España como en la Nueva España; en Pamplona, luego de la pretendida
anexión a Francia, la captura del navarro era la principal misión del gobernador
militar de la provincia (Guzmán: 2010, 284). En la Nueva España, el virrey
Apodaca reúne poderosísimo ejército que tiene como finalidad su aprehensión,
dado que el navarro había vuelto a encender la flama insurgente que estuvo casi
extinta, gracias a su política de indulto (Rivera, 1999, 49).
Al caer preso en Navarra, el Estudiante —como era llamado Xavier Mina—
“... es golpeado, destrozado su brazo izquierdo, por un sablazo, derribado por
numerosos enemigos” (Ramos: 1937, 19). Lo mismo le ocurrirá cuando es seña-
lado por Francisco Orrantia como traidor a España; este —desarmado y mania-
tado— (Davis: 2003, 254) le contesta altivo y con expresiones ofensivas al rey,
por lo que es golpeado con el plano de su espada.
Quienes logran la gloria de su captura reciben grandes recompensas por su
acción, dado el valor que representa. Napoleón Bonaparte ha de recompensar
con mil quinientos francos al comandante Schmitz, con ciento cincuenta a dos
gendarmes y un cazador y con sumas menores a los componentes de la columna
que lo captura (Guzmán: 2010, 294). En la Nueva España, Francisco Orrantia

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 158


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

es ascendido al grado de coronel; el dragón autor de su aprehensión lo es a cabo,


más la recompensa prometida por el virrey Apodaca de quinientos pesos y este
es premiado por Fernando VII con el título de conde del Venadito, nombre del
lugar en que se diera la aprehensión (Guzmán: 2010, 368).
Por otra parte, luego de su detención cerca de Pamplona, Napoleón Bona-
parte firma la orden de su ejecución, misma que será ignorada por el general
Dufour quien ha sido cautivado por la figura del navarro. Finalmente será en-
viado preso a Bayona (Guzmán: 2010, 296). De manera similar, en la Nueva
España, el mariscal de campo Pascual Liñán, indeciso, envía una carta al virrey
solicitándole instrucciones sobre el destino que debe dar a su prisionero. Este
contesta terminante que la única orden, como bien sabía, era “la muerte del
traidor” (Miquel: 1945, 195).
Es esta la recia personalidad de Xavier Mina, personaje que sabe sobreponer-
se a la tragedia y al dolor; idealista e intransigente. Las sentencias de muerte en su
contra fueron órdenes lejanas que no se atrevió a cumplir el francés. Solamente
un asustadizo virrey, a quien bien ajustó el título de conde del Venadito, hizo que
finalmente se cumpliese la sentencia a manos de sus propios compatriotas.

De Navarra a Londres, un largo trayecto

Sin entrar en detalles acerca de su inicial participación militar, el llamado


corso terrestre de Navarra es temible en su lucha guerrillera en contra de las tro-
pas napoleónicas invasoras; Mina, su líder, es finalmente atrapado. “Cuando se
le pregunta ‘si sabía la suerte que le esperaba’, responde que ‘seguramente se le
guardarán las mismas consideraciones que él había tenido siempre para los pri-
sioneros franceses” (Menéndez: 1967, 14). Luego, al ser consignado al célebre mi-
nistro de policía del imperio Joseph Fouché, va Mina precedido de una nota, que
seguramente influirá para que Bonaparte rectifique en cuanto a la orden de fusi-
lamiento, disponiendo sea considerado como prisionero de estado, no de guerra:
Este joven, fogoso de temperamento, procuró siempre conducirse en la guerra
de un modo que lo hiciera acreedor a la estimación de aquellos mismos a quienes
combatía. Los testimonios de todos los franceses que cayeron en su poder están de
acuerdo en el elogio que hacen de su carácter y del respaldo que sabía imponer a
sus subordinados a favor de los prisioneros (Menéndez: 1967, 14).
Luego de su apresamiento, su tío Francisco Espoz, hermano de su madre,
reinicia la lucha adhiriéndose de manera práctica el apellido de Xavier a fin de
ser fácilmente identificado con la causa, nombrándose a sí mismo Francisco
Espoz y Mina. Es así como da origen la confusión histórica que llama a uno
Francisco Xavier Mina y al otro Francisco Espoz y Mina; definitivamente Xa-
vier Mina no es Francisco, como tampoco Francisco Espoz es Mina.
Xavier Mina es enviado inicialmente a la prisión del Castillo Viejo de Ba-
yona y luego a París, al castillo de Vincennes. Como escribe García Pérez, gran

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 159


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

parte de su reclusión la pasa haciendo uso de la biblioteca del castillo, estudian-


do el arte de la guerra y las matemáticas. “Al salir, pues, de la prisión, poseía
grandes cualidades para mover tropas regulares y para emplear a las irregulares
en la defensa de un país” (García Pérez: 1909, 12).
De manera providencial, su compañero de celda en Vincennes será el ge-
neral Victor Fanneau Lahorie, recluido también como preso de estado. El Es-
tudiante se convertirá en el estudioso, al lado y bajo la guía de quien será el
maestro de su vida. Patriota francés, liberal ilustrado, convertido en enemigo
político de Napoleón Bonaparte al ver cómo se convierte este en ávido dictador,
mayor veintiún años que Mina. Fue antes Lahorie impulsor del general Joseph
Léopold Sigisbert Hugo, padre del inmortal Victor Hugo, gracias a la juvenil
relación que tuvo con Sophie Trebuchet, esposa de Joseph. Como padrino del
tercer hijo de esta pareja, llevará su ahijado su nombre de pila. Durante años
sería buscado por la policía secreta del emperador; Lahorie había encontrado
refugio en casa de Sophie.
El ministro Fouche mantenía la orden de arresto —por su negativa de aceptar
el imperio de Napoleón— y mientras la policía secreta lo buscaba por todas partes,
Lahorie permaneció refugiado en la casa de su amada, oculto bajo el seudónimo de
<Monsieur Courlandais>. Descubierto por los niños, a partir de aquel momento
compartió mesa y mantel con la familia y, obedeciendo a una vieja afición, se de-
dicó a practicar el recitado, la lectura y el latín, en especial con su ahijado Víctor.
Los biógrafos de Víctor Hugo cuentan que, sentado en las rodillas de su padrino,
alguna vez le oyó comentar en latín: “Si Roma hubiese conservado sus reyes, Roma
no hubiese sido Roma. ¡Hijo mío, la libertad ante todo” (Ortuño: http://www.mc-
nbiografias.com/ 2014).
Seguramente Victor Hugo habrá recordado a su amado padrino, quien fi-
nalmente sería descubierto y fusilado, al trasladar el horror de la interminable
persecución en su obra Los Miserables.
Son así Xavier Mina y Victor Hugo, afortunados pupilos del mismo tu-
tor, recibiendo el primero las más grandes lecciones que van del liberalismo a
filosofía y arte militar, que le harán llegar a combinar el manejo de la espada
con el peso de la palabra, transformándose el guerrillero en visionario. El estu-
diante de jurisprudencia, guerrillero, tendrá ahora la capacidad para asimilar
los conceptos contenidos en la Constitución política de la monarquía española,
por cuya vigencia acabará enfrentado a Fernando VII. Saldrá de su patria con
rumbo a una la lucha en la que empeñará sueños, palabra, acciones y la vida
misma, llevando en su equipaje el arte de la persuasión a manera de arengas y
proclamas con las que da a conocer sus motivos de lucha a su llegada a la Nueva
España.
A la caída de Napoleón Bonaparte, Xavier Mina sale de prisión, regresa
a Navarra presentándose luego en Madrid en donde el ministro universal de
Indias Miguel de Lardizábal y Uribe —novohispano— le ofrece la dirección

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 160


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

de las tropas realistas en la Nueva España para combatir a los insurgentes,


cargo que rechaza.
A la derogación de la Constitución de Cádiz por parte de Fernando VII,
vendrá la persecución en contra de los liberales españoles entre quienes se en-
cuentra Mina; luego de un fallido pronunciamiento en contra del rey, saldrá exi-
liado a Francia en donde recibe nuevamente la oferta para dirigir ahora tropas
napoleónicas, dado que este acaba de fugarse de la isla de Elba. Nuevamente la
rechaza, embarcándose de manera subrepticia con rumbo a Gran Bretaña, en
donde residirá de 1814 a 1816.
En la ciudad de Londres se encuentran residiendo reconocidos liberales
españoles que han huido de la persecución, así como patriotas americanos
que tienen relación con ilustrados ingleses simpatizantes de la independencia
americana por causas políticas e interés comercial; es así que conoce a Henry
Richard Vassal Fox, tercer barón de Holland, quien lo recibe en la llamada
Holland House, lugar al que acuden los más notables políticos, escritores y
artistas de aquel tiempo. El barón de Holland tiene como encargado de la
biblioteca de su palacio al sevillano José María Blanco Crespo, conocido po-
pularmente como Blanco White, con quien hace buena amistad, así como con
el doctor en teología y filosofía José Servando Teresa de Mier Noriega y Gue-
rra, antes sacerdote dominico, veterano escapista de varias prisiones, orador
de fuego, quien le pondrá al tanto de los asuntos relativos a la Nueva España,
la lucha por su independencia y los recursos que el reino aporta a la corona
española, contagiándole de una fiebre emancipadora y libertaria de la que el
navarro no se curaría jamás.
Xavier Mina planeará una expedición en la que enrola a expertos militares
de varias nacionalidades, así como a gente de las más diferentes actividades.
Estando ya en el puerto de Liverpool, manda elaborar un retrato —el más co-
nocido—, en donde aparece a punto de desenvainar la espada, con gesto deci-
dido, de frente al viento y dando la espalda a un mar embravecido, detallando
el grabado una entrepierna bastante generosa. No es ya el peninsular que viene
a violar, sino más bien a fecundar los reinos de ultramar; establece sin saberlo,
un puente con la figura de Gonzalo Guerrero, marinero español, quien nau-
fragara en las playas de la península de Yucatán en 1511, considerado padre del
mestizaje, por medio del amor a la mujer nativa. Como la de Colón, parte esta
expedición, con rumbo un tanto desconocido, de las playas de Liverpool un 15
de mayo de 1816.

 ú eres la otra España,


T
la que huele a caña, tabaco y brea;
eres la perezosa,
la de piel dorada, la marinera.
Juan Carlos Calderón

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 161


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Desembarco, triunfos y fracasos

La expedición peregrinará en búsqueda de apoyos económicos y militares;


Mina tendrá conferencias durante casi un año, que han dado paso a conjeturas
pendientes de ser aclaradas; conferencia con Simón Bolívar en Haití, publica en
Galveston un manifiesto en el que llama a combatir a Fernando VII haciendo
énfasis en que los españoles liberales y cultos ven con simpatía su lucha.
Es víctima de traiciones e indisciplina, sortea decenas de obstáculos entre
los que se le ofrece incluso incorporarse como corsario con su expedición para
atacar a las naves españolas, a lo que contesta indignado: “Vengo a hacer la
guerra a los esbirros de Fernando VII, no a mis inocentes compatriotas” (Davis:
2003, 30).
Finalmente desembarca en Soto la Marina, río arriba de las playas de aquel
Nuevo Santander, provincia interna de la Nueva España, el 21 de abril de 1817,
para realizar una brillante campaña militar plagada de triunfos, hasta el mo-
mento en que decida establecerse en el fuerte del Sombrero, ubicado en la sierra
de Comanja.
Como ilustrado que es, Xavier Mina trae consigo pesada máquina que
consta de muchas miles de piezas aún más mortíferas que su propio parque.
Son los tipos con que se armarán las proclamas que dan a conocer el motivo
de su lucha, obligando a los novohispanos y al propio ejército enemigo a la re-
flexión por medio de la palabra escrita que deja hasta la fecha constancia de su
ideal, encargando el manejo de la imprenta al doctor cubano Joaquín Infante,
responsable también del boletín de la llamada División auxiliar de la República
Mexicana.
Por medio del análisis de sus proclamas podemos visualizar al hombre que
combina pensamiento con acción y tendrá la suerte de conjuntar su lucha con
el líder insurgente novohispano, Pedro Moreno, de quien conocemos también
su manera de pensar e ideales libertarios gracias a las cartas que cruza con los
realistas que insistentemente le ofrecen el indulto incluso a cambio de su propia
hijita secuestrada, lo que siempre será rechazado.
Desde antes del desembarco de Mina en la Nueva España, destaca García
Pérez importante párrafo en el que podemos empezar a configurar la causa
toral de su lucha:
Trasladóse Mina a Nueva Orleans, y de las entrevistas que al efecto tuvo con
importantes personalidades, dedujo que esa expedición, más mercantil que políti-
ca, no influiría en la independencia de México; en consecuencia, rehusó el ofreci-
miento, “... diciendo con altivez que él no hacía la guerra a los españoles, sino a la
tiranía” (García Pérez: 1909, 15).
En la arenga que dirige a sus tropas expedicionarias trasciende la figura del
libertador sobre el conquistador, manifestando entre otras cosas:
Los hombres de bien sabrán apreciar vuestra virtud, y ahora vais a recibir su
premio, es decir, el triunfo del honor, que de él resulta. Vosotros sabéis que al pisar

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 162


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

el suelo mexicano no vamos a conquistar, sino a auxiliar a los defensores de los más
sagrados deberes del hombre en sociedad (García Pérez: 1909, 16).
A pesar de que, en su gran mayoría, la población hacia la que lanza este
manifiesto es analfabeta y poco sabe de los acontecimientos sucedidos en la
metrópoli, dirige una proclama a este pueblo novohispano:
El Ministro D. Manuel de Lardizábal, no conociendo los sentimientos de mi
corazón, me propuso el mando de una división contra México, como si la causa que
defienden los americanos fuese distinta de la que exaltó a la gloria al pueblo espa-
ñol... (García Pérez: 1909, 19).
Brinda la justificación por la que pretende quitar los medios económicos de
que dispone el tirano para su guerra en contra del pueblo: “De las provincias de
este lado del océano saca los medios de su dominación; en ellas se combate por
la libertad; así, desde el momento la causa de los americanos fue la mía” (García
Pérez: 1909, 20).
Encontramos en sus escritos la visión del hombre que supera las fronteras
por la hermandad de raza y sentimientos comunes:
La causa de los americanos es justa, es la causa de los hombres libres, es la de
los españoles no degenerados. La patria no está circunscrita al lugar en que hemos
nacido, sino más propiamente al que pone a cubierto nuestros derechos individua-
les (García Pérez: 1909, 21).
Esta proclama presagia el destino de la mayoría de los participantes de
aquella empresa que apenas iniciaba y contiene bellas líneas a manera de tes-
tamento de los hombres libres, en busca de redención, conscientes del tortuoso
pasado, aunque con visión desprendida y promisoria:
Entonces, en recompensa, decid a vuestros hijos: “Esta tierra fue dos veces
inundada en sangre; por españoles serviles, vasallos, abyectos de un Rey; pero hubo
también españoles liberales y patriotas que sacrificaron su reposo y su vida por
nuestro bien (García Pérez: 1909, 21).
A las tropas realistas dirige también una proclama que dispersa por las ve-
redas en que será seguido de cerca, a fin de que sea conocido por los soldados
a quienes trata de poner en sintonía con sus ideales: “Uníos a nosotros, que
venimos a libertaros, sin más fin que la gloria que resulta de las grandes accio-
nes. El suelo precioso que poseéis no debe ser eternamente el patrimonio del
despotismo y de la rapacidad” (García Pérez: 1909, 22).
Luego de desembarcar, Mina destaca una guarnición en Soto la Marina,
procediendo a internarse rumbo al centro de la Nueva España, iniciando ac-
ciones militares unos días después. La tropa expedicionaria está compuesta por
trescientos ocho hombres, por lo que serán llamados Los trescientos de Mina, en
recuerdo de aquellos bizarros espartanos que luchaban con más fe que recursos.
Joseph Davis Bradburn, citado por Manuel Ortuño, escribe:
El éxito de Mina fue el de una fuerza pequeña pero altamente eficiente, man-
dada con habilidad consumada y ayudada por la suerte, sobre efectivos diez veces

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 163


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

más numerosos y en parte sin valor y mandados por un inepto que parece planeó
su propia derrota... (Ortuño: 2003, 233).
Tiene un ligero encuentro con tropas realistas en la hacienda de Horcasitas,
en donde se hace de víveres y caballos para la tropa, partiendo rumbo a Valle del
Maíz, enfrentándose a tropas muy superiores en número que son totalmente
derrotadas; llama la atención la disciplina de esas tropas y el respeto hacia los
bienes de la población. Avanzarán luego sobre la hacienda de Peotillos en donde
triunfa ante las numerosas tropas de Armillán, logrando una de sus más sona-
das victorias, lo que hace escribir al virrey Apodaca la siguiente nota al calce de
un documento oficial dirigido a Orrantia:
... es un escándalo vergonzoso que un estudiante aventurero sin conocimientos mi-
litares, rodeado de pícaros sin crédito, sin dinero y sin recursos, con un puñado de
gente se esté paseando por las provincias de este reino haciendo la farsa del judío
errante... (López: 2005, 220).
En vez de ir sobre San Luis Potosí, se dirige rumbo al Bajío, corazón de
las conspiraciones e insurrección inicial, en busca de tropas insurgentes, por lo
que continúa hacia Real de Pinos, plaza que toma fácilmente dada su audaz
estrategia y débil defensa, siguiendo rumbo a los Altos de Ibarra, en donde hace
contacto ya con los primeros insurgentes que le hacen saber acerca del fuerte del
Sombrero, en donde se encuentra levantado en armas hace tres años don Pedro
Moreno, con quien unirá sus fuerzas.
El encuentro de Xavier Mina con Pedro Moreno se da la madrugada del 24
de junio ingresando las tropas expedicionarias al Sombrero; el abrazo y la rela-
ción entre ambos líderes será lazo indisoluble hasta la muerte que les aguarda
cuatro meses después, con pocos días de diferencia.
Para este momento, la guarnición de Soto la Marina había caído ya víctima
del asedio de las tropas realistas, con quienes firmaron una honrosa capitula-
ción ante los férreos defensores del sitio, a los que darían el trato de prisioneros
de guerra, con el pago correspondiente a cada grado, libertad bajo palabra de
honor a los oficiales y el respeto de propiedades particulares, pudiendo los no-
vohispanos volver a sus casas sin ser molestados y los extranjeros quedando en
libertad para regresar a los Estados Unidos de Norteamérica. La guarnición
saldría del lugar con todos los honores entregando luego sus armas —lo que sí
le sería concedido cuatro años más tarde al comandante José de la Cruz, quinto
y último intendente de Nueva Galicia, al capitular ante el Ejército Trigarante
a la consumación de la independencia de México. Saldrán así confiados los
treinta y siete sobrevivientes ante más de mil quinientos asombrados sitiadores
a quienes causaran más de seiscientas bajas. Diez días después serán encarce-
lados y conducidos a Veracruz por la contraorden del virrey Apodaca, quien
desaprueba la promesa del brigadier Joaquín Arredondo ordenándole pasarlos
por las armas, medida que este rechaza. Vemos en la figura de Antonio García
Pérez a un escrupuloso militar que ha leído la obra de William Davis Robinson,

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 164


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

atento siempre al inmaculado cumplimiento de la palabra y del honor militar


(Davis: 2003, 185).
La primera acción militar emprendida en conjunto entre las tropas de Mina
y Moreno se dará luego de cinco días de haber entrado al fuerte del Sombrero,
en San Juan de los Llanos, donde derrotarán totalmente a las fuerzas del co-
mandante militar de Guanajuato, Cristóbal Ordóñez y Rivera, quien muere en
la acción. Diez días después Xavier Mina, Pedro Moreno y Encarnación Ortiz
el Pachón, incursionan en la hacienda de El Jaral, una de las más prominentes
de la Nueva España, de donde tomarán para su causa ciento cuarenta mil pesos,
víveres y vestuario.
Se escuchaba entonces el grito de los ejércitos contendientes: por una parte
¡Viva el Rey!, y por la otra: ¡Viva la libertad, viva Mina! Tratando de detener la
estela victoriosa de Mina que hacía eco en toda Nueva España, el día doce de
julio, el virrey Apodaca emite un bando en el que lo declara traidor a la patria
y al rey; sacrílego, malvado, enemigo de la religión y perturbador de la tran-
quilidad del reino, amenazando bajo pena de muerte y confiscación de bienes
a quien llegara a auxiliarlo, prometiendo a su vez quinientos pesos a quien lo
capturase y cien pesos por la entrega de cada uno de los que combatían a su
lado; ofrecía el indulto al propio Mina si se presentaba, así como cincuenta
pesos y pasaporte para salir del país a los individuos que con armas o caballo se
acogiesen al indulto.
A su regreso de la hacienda de El Jaral, encontrará Mina a los comisionados
de la Junta de Jaujilla —representante del gobierno insurgente—, conviniendo
luego de varias reuniones que él queda bajo esta junta, con el mando de todas
las fuerzas que operaban en el Bajío: las fuerzas defensoras del fuerte del Som-
brero a cargo de Pedro Moreno; las del fuerte de los Remedios bajo el mando del
padre José Antonio Torres —quien será el principal obstáculo en la campaña de
Mina—; así como las de los lanceros de Encarnación Ortiz y de todos aquellos
que militaban en la zona.
Luego de estos acontecimientos dará inicio el declive de los integrantes de
las fuerzas expedicionarias de Mina, junto a quienes los acompañan en su lucha.
La Junta de Jaujilla somete a los líderes criollos bajo el mando de un penin-
sular, que es uno de los principales conflictos que viven estos y que da origen a
la Guerra de Independencia; la rivalidad entre peninsulares y criollos es añeja,
por tanto las tropas insurgentes desconfían o indirectamente rechazan ser con-
ducidas por un peninsular, de quien desconocen origen, lucha e ideas; en sínte-
sis, qué es lo que lo ha llevado hasta ese lugar a pelear bajo su misma bandera.
Luego de su nombramiento, Xavier Mina ataca la villa de León, en donde
es rechazado, perdiendo una cantidad importante de hombres; su tropa integra-
da por expedicionarios y novohispanos comienza a carecer de ímpetu. Se sabe
que poco a poco se concentran las tropas realistas en la ciudad de Querétaro,
bajo el mando del mariscal de campo Pascual Liñán. Mina pide refuerzos de

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 165


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

manera urgente a la Junta de Jaujilla, que nunca llegarán. Liñán pone cerco
al fuerte del Sombrero rompiendo fuego el primero de agosto, lo que impide a
partir de este momento la entrada de víveres y agua al lugar.
Al siguiente día Mina escribía al padre Torres para pedirle que se incorpo-
rara a la resistencia por medio de ataques aislados: “este movimiento les hará
ver que procedemos con unión...” (García Pérez: 1909, 40). Todo sería inútil en
cuanto a contar con su auxilio.
Pasados tres días de iniciado el sitio, Mina, al pie de un muro de la fortaleza,
tiene una conferencia con Pedro Pasos, oficial de Zaragoza, quien evita acercarse
como lo pedía el primero, por lo que la comunicación se hace “a grito abierto”.
Pasos recordó a Mina que era español, le afeó el militar a favor de los insur-
gentes y lo invitó a pasar a sus banderas. Mina contestó que no defendía la causa de
los independientes, sino la causa liberal de España, y que su pensamiento era hos-
tilizar indirectamente a Fernando VII, añadiendo: “yo no amo a los americanos, ni
mucho ni poco”, e invitó a Pasos a pasarse a su bandera (Rivera, 1999, 53).
Este punto es fundamental para entender la brecha que separará a un Xa-
vier Mina incapaz de explicar el motivo de su lucha de unas tropas insurgentes
que tampoco lo comprenden: “La falta de simpatía y de confianza que le tenían
muchos se hicieron generales. Callaron, disimularon por entonces su enojo y
siguieron militando a sus órdenes” (Rivera, 1999, 53).
Las órdenes de Mina serán constantemente saboteadas por el padre José
Antonio Torres, quien recibe dinero y promete ayuda en cuanto a víveres, que
nunca llegarán. Mina tratará inútilmente de romper el cerco ante la desespera-
ción de los sitiados, quienes veían correr el agua desde las alturas, aunado esto a
que ese año las lluvias no llegaron en tiempo como se esperaba.
Por otra parte, expedicionarios y criollos conforman tropas ajenas en cuanto
a experiencia, destreza, movimientos y disciplina. Mientras muchos de los ex-
pedicionarios son combatientes veteranos de las guerras napoleónicas por parte
de diferentes ejércitos, los insurgentes no se han caracterizado hasta entonces
en acciones de guerra en conjunto sino por su valor individual durante las bata-
llas en que han actuado. Robinson, integrante de las fuerzas expedicionarias de
Mina, anota en su obra rasgos innatos incluso para ser trasladados a la estampa
del combatiente chinaco de la Guerra de Reforma o del charro que participa en
la Revolución Mexicana:
El mexicano, montado en su caballo, de cuya rapidez y agilidad puede depen-
der, tiene en él una confianza sin límites. Ni las lluvias de balas ni el número de
sus oponentes lo desaniman. Los oficiales se lanzan entre los enemigos y, sin pre-
ocuparse en lo más mínimo de cómo actúan sus hombres, parecen dedicados so-
lamente a darles ejemplo de valor. Cuando se ve obligado a retirarse ante fuerzas
superiores, el mexicano, en vez de agotar a su caballo favorito, adecúa su fuga a la
velocidad de sus perseguidores, y si ve a uno o dos enemigos separados del cuerpo
principal da la vuelta y les da batalla en presencia de los demás. En suma, por ha-
berlo observado con frecuencia, sabemos que ningún hombre posee más valor in-

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 166


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

nato que el criollo mexicano. Tiene todas las cualidades necesarias para ser solda-
do, y montado en su gallardo caballo, con su espada y su lanza, es un oponente tan
formidable como el mejor del mundo. Pero, por la falta de disciplina y de orden mi-
litar, los criollos no sirven de mucho cuando forman un cuerpo y pueden ser pues-
tos en fuga con facilidad. A esto se debe que los realistas, cuyas tropas se componen
de artillería e infantería entrenadas, además de caballería, han podido obtener ven-
tajas sobre ellos, sobre todo durante el periodo que tratamos aquí, cuando los des-
tinos de la república se hallaban en manos de hombres como el padre Torres y sus
comandantes (Davis: 2003, 222).
Es así que Mina debe combinar sus tropas expedicionarias, perfectamente
entrenadas, con estas que:
... habían sido escogidos por sus compañeros por su intrepidez personal y por su ac-
tividad, cualidades que consideraban de esencial importancia y que la mayoría de
ellos poseía en muy alto grado. Es, pues, obvio que entre semejantes soldados y ofi-
ciales no podía haber ni disciplina ni orden militar. Incapaces de alinearse con pre-
cisión, sin estar acostumbrados a ninguna uniformidad en el lenguaje de mando o
siquiera a práctica de reducir o formar una columna, no eran más que una masa
desordenada, desprovistos tanto del conocimiento de llegar a —y el sentido de la
importancia de— hallarse unidos y formados en la acción. La confianza que un sol-
dado disciplinado deposita en el apoyo de sus compañeros, que resulta de efectuar
un movimiento simultáneo al recibir órdenes, les era desconocida (Davis: 2003, 222).
Ratificando lo escrito por Davis, muestro por ejemplo al coronel Encarna-
ción Ortiz el Pachón, considerado uno de los mandos principales de la fortaleza
del Sombrero; integrante de aquellas valientes pero a la vez indisciplinadas tro-
pas insurgentes aquí descritas, es el autor de la última proeza que cierra los once
años de la guerra de independencia. Cuando se libre en la ciudad de México la
batalla de Azcapotzalco el 19 de agosto de 1821, ante la nutrida metralla con
que son repelidos los insurgentes por las fuerzas realistas, sale presto a inutilizar
un cañón que les hacía grandes estragos, lo que logró cabalgando de manera in-
trépida entre las balas lazándolo y derribándolo, para caer después, atravesado
por las balas enemigas. Este es el tipo de acciones que describía Robinson en
párrafos anteriores (Riva Palacio: Cumbre, 1973).
Volviendo al sitio del Sombrero, el hambre y la sed precipitan los acon-
tecimientos. Luego de una junta de oficiales, decide Mina salir junto con los
coroneles Borja y Ortiz para efectuar acciones de guerrilla alrededor del cerco
impuesto el día ocho de agosto. Sin embargo, fracasa todo lo planeado. El secre-
tario de Mina, Noboa, no se presentará con los refuerzos en el punto acordado;
el padre Torres no se ha podido acercar al fuerte con ayuda y el convoy con
víveres conducido por Borja y Ortiz cae en manos de los realistas.
Después de rechazar la exigencia de una rendición incondicional, tras
una acometida feroz en la que son rechazadas las tropas realistas, se decide el
rompimiento del sitio para la noche del día diecinueve. Muy pocos lograrán
atravesarlo. Los sentimientos humanos de Antonio García Pérez afloran en las
siguientes líneas:

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 167


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Al amanecer del 20 de agosto, Liñán dirigió algunas fuerzas contra las posi-
ciones del Sombrero, de las que sin gran trabajo se hicieron dueños, acuchillando
antes a cuantos rezagados encontraban ocultos en aquel accidentado terreno. De
este modo, los españoles se posesionaron de tan temido fuerte.
El heroísmo de los defensores del fuerte del Sombrero debió merecer a Liñán
la humanidad del que va a sostener una causa basada en el cariño y en la justicia
más que en el horror y el exterminio, y si consideraciones políticas le impulsaron
a tomar cruel determinación, debió obrar subyugado por la grandeza de la defensa
(García Pérez: 1909, 43).

¡Que muerda y vocifere vengadora,


ya rodando en el polvo, tu cabeza
Pedro Bonifacio Palacios

Últimas acciones, captura y muerte

Cuando Xavier Mina se entera de la caída de la fortaleza y la matanza or-


denada por Liñán, llorará amargamente ejerciendo por primera y única ocasión
venganza en las acciones desarrolladas el tres de septiembre en la hacienda del
Bizcocho, que es incendiada, fusilando luego a treinta y uno de sus defensores,
todos españoles (Riva Palacio: 1973, 196).
Ya sin sus tropas expedicionarias, Mina se ve impotente de tomar de ma-
nera eficaz los lugares que ataca realizando un último intento sobre la ciudad
de Guanajuato, en donde se juega el todo por el todo. La falta de disciplina
hace que su acción se frustre, batiéndose en retirada, llegando con unos cuantos
hombres a la hacienda del Venadito, el día 26 de octubre, en donde decide per-
noctar con una pequeña guardia en compañía de Pedro Moreno, sobreviviente
del rompimiento del sitio del Sombrero, con quien se había reencontrado días
antes. Ahí serán emboscados por Francisco Orrantia. Pedro Moreno sube rum-
bo a unas peñas en donde es totalmente rodeado, atacando ferozmente con su
espada antes que rendirse. Muere al recibir un balazo en la cabeza que luego le
es cercenada para presentarla como trofeo de guerra a Orrantia.
Por su parte, Mina se defiende también, pero no cuenta con la suerte de
Moreno; será sometido y vejado. Miquel I. Vergés escribe acerca de Orrantia en
relación a la captura de Mina:
Lo tiene frente a sí y la victoria le emborracha. No sabe tratar al prisionero; el
vencedor no es digno del vencido. Las primeras palabras que salen de su boca son
insultos; le grita traidor a su rey y a su patria y a menudo rompe el hilo de su pero-
ración patriotera con dichos malsonantes.
Mina replica: no ha sido traidor a su patria; en cuanto al rey, está muy por de-
bajo de sus súbditos, siempre fieles a la tierra que renunciaba, injusto con los que,
como él, dieron la juventud para sostener en el trono al Borbón abyecto...
A Orrantia no le gusta que le contesten, está acostumbrado a mandar; ante la
serenidad de Mina, al percibir su desprecio, al constatar su orgullo, acude al triste

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 168


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

recurso de la espada, y con el arma que no supo blandir en el campo frente a él, le
pega. Mina, inmóvil, agigantando su dignidad ante el ultraje, dice:
“Siento haber caído prisionero; pero este infortunio me es mucho más amargo
por estar en manos de un hombre que no respeta el nombre español ni el carácter
de soldado” (Miquel: 1945, 184).
Por su parte, Martín Luis Guzmán escribe:
Ese mismo día Orrantia entró triunfalmente en Silao llevando preso a Mina
y la cabeza de Moreno en el hierro de una lanza. A Mina le echaron allí grillos.
Conforme se los ponían, dijo: “¡Bárbara costumbre española! Ninguna nación ci-
vilizada usa ya este género de prisiones. ¡Más horror me da verlas que cargarlas!”.
(Guzmán: 2010, 368).
Será entregado luego el prisionero a Pascual Liñán, quien le quita los gri-
llos de los pies y lo someterá por varios días a intensos interrogatorios. Gran
parte de esta historia se podrá reescribir cuando sean editadas las ciento sesenta
cartas transcritas ya por la doctora Begoña Cava, que revelan la comunicación
sostenida entre Pascual Liñán y José de la Cruz, intendente de la Nueva Galicia
—ambos peninsulares—, que escriben en tono reservado acerca de cuestiones
medulares: “... aquí tengo todavía a aquel picarón hasta recibir la contestación
del Virrey sobre lo que debo hacer con él...” (Gahete, Cava: 2012, 97). Esto lo
escribe Liñán a De la Cruz desde el campamento del Bellaco el seis de noviem-
bre. Luego recibirá la orden de proceder a “la muerte del traidor” (Miquel:
1945, 195), que será cumplida frente al fuerte de Los Remedios, sitiado por
Liñán, a fin de desmoralizar a sus defensores, entre quienes se encontraban
integrantes de las tropas expedicionarias de Mina.
Cinco años después que su maestro Victor Lahorie, morirá Xavier Mina,
fusilado también en aras de la libertad y sus ideales. Su ejecución se dispone
para el día once de noviembre, programando el espectáculo a la espera de que
asome el sol en plenitud, lo que sucede a las cuatro de la tarde.
En el crestón del cerro del Bellaco, a la vista de los defensores del fuerte de
Los Remedios, es conducido al patíbulo para ser fusilado como traidor: por la
espalda. El momento es solemne. El silencio de defensores y sitiadores sola-
mente es roto por los pasos del ajusticiado y las órdenes de quien dirige al pe-
lotón. Mina no pierde la voz de mando cuando ordena: “No me hagáis sufrir”,
petición que le es cumplida según el resultado de la certificación del cadáver.
Es así como: “¡El héroe navarro se desploma, con los brazos abiertos, como si
quisiera abrazar y fecundar con su sangre esta tierra mexicana que amó tanto!”
(Ramos: 1937, 59).
Sobre el cadáver de Pedro Moreno se envaneció la soldadesca miserable
que, escondiendo su impotencia, lo decapita. No será el caso de Mina, que es
respetado y sepultado en ese mismo lugar, frente al fuerte de Los Remedios,
que caería el primero de enero del siguiente año. El castigo a sus defensores,
según relata Robinson, será aún más despiadado que el llevado a cabo con los
del fuerte del Sombrero.

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 169


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

... los actos cometidos en El Sombrero, aunque tristes en extremo, no pueden com-
pararse con los de Los Remedios. Los enfermos y heridos del hospital esperaban
con tranquilidad la muerte, pero no en la forma tan espantosa en que se hallaban
destinados a encontrarla. Se prendió fuego al edificio donde estas infortunadas víc-
timas se encontraban apiñadas y cuando alguno de estos desgraciados infelices, a
quien le quedaban todavía fuerzas suficientes para intentar arrastrarse fuera de las
llamas, hacía su aparición, se le empujaba dentro o se le recibía a bayonetazos...
(Davis: 2003, 276).
Mientras tanto, el virrey Apodaca mandaba publicar en la Gaceta de México
un curioso texto que contiene una mentira por cada adjetivo y afirmación que
escribe:
La maldita revolución de independencia está vencida para siempre y que la
Nueva España pacificada borrará con su respeto y fidelidad al señor Fernando VII,
Rey por la gracia de Dios, los crímenes horrendos del traidor Mina y de sus infames
colaboradores. (Gaceta de México: 1817, 59).

Trascendencia

Para entender al héroe, por encima de ingratitudes, traiciones o impostu-


ras con las que tradicionalmente es prejuzgado, debemos retomar los aconte-
cimientos en la Nueva España, desde años antes de la llegada de Mina, re-
cordando que en 1808 hay un intento de dar forma a una junta de gobierno,
conato sometido con el apresamiento de sus líderes —incluyendo al virrey Itu-
rrigaray— y el asesinato de Francisco Primo de Verdad, por haber pronunciado
públicamente el eje jurídico de su propuesta: “al desaparecer el gobierno me-
tropolitano el pueblo, que es fuente y origen de la soberanía, debe reasumirla
y depositarla en un gobierno provisional”. Dos años después, el padre Miguel
Hidalgo encabezaría la insurrección armada bajo un grito de basta: “Muera el
mal gobierno”. Será el mismo principio con que Xavier Mina luchará de mane-
ra indirecta a favor de México: “nunca hizo la guerra a su patria sino a su mal
gobierno” (Gahete, Jiménez: 2012, 100).
Mina es fusilado a los veintiocho años de edad. Gran idealista, hombre que
pone en equilibrio pensamiento y acción. No es autor sino víctima de la traición
de aquellos a quienes defendió con su vida en Navarra; convencido de las bon-
dades de la Constitución de Cádiz, luchará por sus mismos principios fuera de
su terruño, aunque en su misma patria que son las Españas. Arma una expedi-
ción liberadora yendo en pos del sueño gaditano, por la patria cuya constitución
estipula que la nación española es la reunión de todos los españoles de ambos
hemisferios; libre e independiente, ajena a ser considerada patrimonio familiar
o personal, cuya soberanía radica en la propia nación; que considera como es-
pañoles a todos los hombres nacidos y avecindados en las Españas, obligados
todos a la obediencia de la constitución y autoridades emanadas de ella, con la
obligación de ir en su defensa en caso necesario; debiendo ser juramentada y

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 170


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

acatada antes que nadie por el propio rey. Luego de los levantamientos dados
en España en 1820 y posterior jura de la constitución, vemos que algo tenía de
razón Mina en su lucha e ideales.
Antonio Rivera de la Torre escribe para la conmemoración del centenario
de la muerte de Mina y Moreno una obra que contiene la siguiente reflexión en
torno al primero:
¿Traidor a España? Él no era español ni mexicano. Era un revolucionario
de carácter universal. Amaba la libertad y quería implantarla donde fuera. Como
Laffayette, como Garibaldi, como Bolívar, que fueron a otros países y lucharon
contra la tiranía que asolaba a su patria y a la de sus vecinos; está vindicado, sereno,
altivo, en depuración psicológica, ante la opinión de México, ante la opinión uni-
versal, libérrima y ante la Historia (Rivera: 1917, 229).
Con altura de miras debemos ascender para poder sancionar la conducta de
Mina en la Nueva España considerando que la soberanía popular radicaba en
el pueblo; que Fernando VII, al desconocer la Constitución de Cádiz, quedaba
al margen de la legalidad; que España estaba considerada como la unión de los
reinos de ambos hemisferios y que la nación era la reunión de todos los españo-
les nacidos y avecindados en las Españas.
Dado lo anterior, Mina no puede ser considerado ingrato con su patria,
ampliando nuestra visión hacia ambos hemisferios, como se le consideraba en
la Constitución de Cádiz bajo la que se ubicaba. Próximos a cumplir el bicente-
nario de los acontecimientos vividos por él y su grupo expedicionario, el mundo
globalizado del siglo XXI debe ponderar la visión de quienes no solamente
cruzan fronteras sino el mismo Atlántico para ponerse al servicio del ideal de
la libertad en favor de la humanidad. Como dignos alumnos de Victor Lahorie,
mientras Victor Hugo escribe conceptos universales, Mina cambia la figura de
héroe nacional, que tan bien ganada tenía, por la del hombre de talla interna-
cional, estableciendo el concepto de humanidad por encima del de patria. Re-
cordemos la proclama de Mina, citada inicialmente por García Pérez: “La pa-
tria no está circunscrita al lugar en que hemos nacido, sino más propiamente al
que pone a cubierto nuestros derechos individuales” (García Pérez: 1909, 21).
Escribe Rafael Estrada:
A Mina le cabe (...) el honor de haber encabezado la primera expedición de
la poco estudiada primera internacional liberal, movimiento mundial que lucha-
ba desde varios frentes contra el absolutismo en cualquiera de sus manifestaciones
(Estrada: 2004, 133).
Como afirma Rafael Ramos Pedrueza, Xavier Mina
anhela la ‘Patria Magna’, integrada por España, hermana de las colonias de Amé-
rica emancipada. Las valiosas afinidades de sangre, idioma, cultura y tradición de-
ben conjugarse con relaciones fraternas que han de madurar en una nacionalidad
fuerte y generosa. La aparente guerra habida entre México y España no era inter-
nacional sino fratricida (Ramos: 1937, 30).

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 171


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

México consuma su independencia en 1821, luego de trescientos años exac-


tos de formar parte del Imperio español, con la simbiosis propia que cumplen
ambos pueblos a cabalidad, dando origen a la nación que hoy somos. Es enton-
ces que la figura de Xavier Mina es rescatada por esta, que muchos consideran
como su patria adoptiva. Él y su compañero de suerte y batallas, lances, triunfos,
derrotas y muerte, Pedro Moreno, son reconocidos a la par como Beneméritos
de la Patria en grado heroico en 1823, siendo inscritos sus nombres en letras de
oro en el muro principal del Congreso mexicano, en donde a2go de oro sobra,
pues ya aparece desde entonces su nombre como Francisco Xavier. Sus cadá-
veres serán exhumados para recibir los más grandes homenajes, siendo depo-
sitados con gran solemnidad inicialmente en la catedral de México, hoy en el
mausoleo de la columna de la independencia, en donde reposan junto a los de
otros doce héroes iniciadores de la gesta libertaria.
La primera constitución del México independiente, dada en 1824, en su
preámbulo lo recuerda estableciendo que, con su buena aplicación, se evitarán
“los tristes destinos de los Hidalgos, de los Minas y Morelos”; y el maestro Justo
Sierra, en cuanto a Mina, habla de que la nación “confundió su memoria con la
de heroicos padres de la independencia y que la glorifica y la bendice” (Sierra:
1948, 260).
La patria adoptiva de Mina, cuya capital fuera Tenochtitlán, funda agrade-
cida en 1826 la ciudad de Minatitlán, en el estado de Veracruz; mientras que la
villa de Santa María de los Lagos queda, por acuerdo del Congreso del estado
de Jalisco, desde 1829, como Lagos de Moreno.
Ciento seis años hace que el entonces capitán de infantería don Antonio
García Pérez escribió su obra: Javier Mina y la independencia mexicana, que cie-
rra con este párrafo: “Fue en verdad ingrato Mina con su patria, pero su historia
militar es de las que subyugan y admiran” (García Pérez: 1909, 47).
Queda García Pérez subyugado al haber sido plenamente capturado por
el personaje a quien el recio militar admira, aunque sin llegarlo a comprender
del todo. Se resiste a entrar en el mundo del hombre de ideas y acción; vejado,
golpeado, recluido durante cuatro años en el extranjero por actuar en defensa
de la patria a la que regresa para ser desconocido y perseguido por el tirano que
no le reconoce grado, acciones ni valor, que por lo anterior no puede ser consi-
derado como ingrato, calificativo que damos a quien ignora el favor recibido,
que no es el caso de Mina, quien peleará en defensa de las Españas de acuerdo
con la constitución que, a cuatro años de su muerte, tendría que jurar el mismo
monarca que tan torpemente había derogado.
La visión de ingratitud y/o traición por parte de Mina hacia España debe
ser superada, estando próximos a conmemorar el bicentenario de su sacrificio,
por medio del estudio, entendimiento y valoración del personaje, lejos de una
apología; la historiografía moderna, ciencia desconocida en la época en que
García Pérez escribía su obra, nos llevará de la mano.

CAPÍTULO I. ESTUDIO III 172


JAVIER MINA Y LA INDEPENDENCIA MEXICANA

Antonio García Pérez se nutrió leyendo a William Davis Robinson, Lucas


Alamán, Agustín Rivera y Vicente Riva Palacio entre otros, haciendo gran aco-
pio de material para su época, si bien careció de la información y los medios de
los que hoy disponemos para entender al navarro, situándolo en el lugar que
un personaje como tal, visionario y adelantado a su tiempo, merece también ser
considerado en España; porque México hace ya mucho tiempo que lo honra
con esta categoría.
Considero que esta edición se sumará al rescate de Xavier Mina a través de
las afinidades de sangre, idioma, cultura y tradiciones —como subrayara Ramos
Pedrueza— de quienes aquí escribimos, estableciendo una mirada compartida
en torno a este personaje, de manera reflexiva y fraterna.

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CAPÍTULO I. ESTUDIO III 173


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CAPÍTULO I. ESTUDIO III 174


Capítulo II

MÉXICO

Y LA

I N VA S I Ó N

NORTEAMERICANA
Reproducción de la portada original

[PUBLICACIONES DE LOS “ESTUDIOS MILITARES”]


Por D. ANTONIO GARCÍA PÉREZ
CAPITÁN DE INFANTERÍA
Con aptitud acreditada de Oficial de Estado Mayor
MADRID
IMPRENTA DE EDUARDO ARIAS
San Lorenzo, 5, bajo
1909
Notas a la edición

México y la invasión norteamericana

Manuel Gahete Jurado


Doctor en Historia Moderna, Contemporánea y de América

Siendo ya alumno de la Escuela Superior de Guerra, Antonio García Pérez


sintió una especial atracción por los temas americanos. Con veinticuatro años re-
cién cumplidos, nuestro escritor mostraba una acuciante urgencia por estudiar la
geografía militar de los Estados Unidos, la gran república, la historia detallada de
sus campañas, las relaciones con México y el estudio de su riqueza y razas, cues-
tiones capitales que habían quedado relegadas al olvido: “Es necesario (…) ilus-
trar, enseñar, familiarizar entre todos nosotros en mayor o menor extensión el co-
nocimiento de la geografía e historia de los Estados Unidos” (García Pérez: 1898).
Hasta llegará a ocuparse de las formas establecidas por el Ejército de los Estados
Unidos en el juramento de fidelidad a la bandera (García Pérez: 1916, 82-83). En-
comiando la labor desarrollada por el Ateneo de Madrid para recuperar esta me-
moria histórica, García Pérez reclama como materia de estudio en las Academias
militares una disciplina destinada a estudiar el cúmulo de provechosas enseñan-
zas que la experiencia americana podía aportar a la milicia española.
En la consecución de este objetivo, García Pérez escribe México y la invasión
norteamericana, una obra de ciento catorce páginas, estructurada en nueve capí-
tulos, con abundante aportación documental y acreditadas fuentes bibliográfi-
cas (Tornel, Sosa, Morelos, Justo Sierra, Riva Palacio, Balboutín, Roa Bárcena,
Ramírez), donde narra los antecedentes históricos y hechos acaecidos entre Es-
tados Unidos y México que provocaron la separación de los territorios de Texas

CAPÍTULO II. Notas a la edición 177


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

convertidos en República independiente incorporada a la Unión, y el posterior


conflicto bélico que propició la invasión y llegada de las tropas norteamericanas
a Ciudad de México en 1848.
En el primer capítulo del libro, publicado en los Anales del Ejército y la
Armada, García Pérez bosqueja sucintamente “los datos históricos de México
y de Estados Unidos de Norte-América”. El autor recoge literalmente la infor-
mación referida a México (García Pérez: 1906, 7-11) del libro Antecedentes po-
lítico-diplomáticos de la expedición española á México [1836-62] (García Pérez:
1904, 5-9), publicado dos años antes en la misma colección. Destacable, sin
duda, el enardecido empeño de Antonio García Pérez por ensalzar el hecho
memorable de la solemne declaración de independencia de los Estados Uni-
dos, proclamada en el Congreso de Filadelfia, “uno de los documentos más
notables de la Historia Moderna, que fue aprobada por unanimidad el 4 de
julio de 1776” (García Pérez: 1906: 13). No será esta la única ocasión en que
García Pérez se ocupará de Norteamérica, escribiendo en esta línea temática
Guerra de Secesión: El general Pope y Guerra de Secesión. Historia militar con-
temporánea de Norteamérica (1861-1865).
Es curioso advertir cómo nuestro ilustrado oficial corrige manualmente en
la edición del libro que hemos consultado su grado en el escalafón, sustituyen-
do el antiguo rango de capitán por el de teniente coronel que no le fue otorgado
hasta enero de 1919 (La Correspondencia Militar, 23 de enero de 1919), fecha en
que tomó posesión de su nuevo destino en el regimiento de Infantería de Tarra-
gona donde fue inaugurada, por su iniciativa, la Biblioteca Museo del Soldado
(Vid. Mundo Gráfico, 15 de septiembre de 1920).
El libro México y la invasión norteamericana está dedicado “A los padres de
la Compañía de Jesús / Ignacio María Aramburu y Remigio Vilariño” como
“Testimonio de afecto de su amigo / El autor”.
Ignacio María Aramburu nació en Segura (Guipúzcoa) el 30 de enero de
1852. Entró en el noviciado de la Compañía de Jesús en el exilio de Poyanne, don-
de estudió también Humanidades y Filosofía (1871-1878). Tras hacer Magisterio
(1878-1881) en el recién fundado Colegio del Apóstol de las Guardias (Ponteve-
dra), cursó los estudios de Teología (1881-1885) en el nuevo Escolasticado de Oña
e hizo la tercera probación (1885-1886) en Loyola (Guipúzcoa). Nombrado admi-
nistrador de El Mensajero del Corazón de Jesús en Bilbao, fue operario en la resi-
dencia de Burgos desde 1891 hasta su muerte. Cuarenta y cuatro años de trabajo
apostólico dedicado a jóvenes en la congregación mariana, adultos en el Aposto-
lado de la Oración y Marías de los Sagrarios, y obreros con las catequesis de otras
asociaciones. Se decía que, en aquel Burgos de principios de siglo en el que habita-
ban alrededor de treinta mil almas, no había casa donde la caridad de Aramburu
no hubiera dejado su sello. Sus sermones, sencillos y elocuentes, causaban verda-
dero impacto. Disuelta la Compañía de Jesús en enero de 1932, fue alojado por
una familia de Burgos, muriendo tres años después en olor de santidad.

CAPÍTULO II. Notas a la edición 178


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Remigio Vilariño Ugarte nació en Guernica el 1 de octubre de 1865. Quin-


ce años más tarde (1880) ingresaba en la Compañía de Jesús. Su apostolado ha-
lló vía capital en la edición de revistas y la publicación de numerosas obras, de
variado interés, aunque siempre con un marcado carácter religioso. En 1902 fue
designado director de El Mensajero del Corazón de Jesús, revista donde había co-
menzado a colaborar un año antes. Más tarde iniciaría la publicación periódica
de las hojas doctrinales conocidas como “Rayos de Sol”; y en 1911 funda la re-
vista De broma y de veras. A su empeño se deben publicaciones tan perdurables
como Sal Terrae, ¡Hosanna! y Manresa, dedicada esta última al conocimiento y
divulgación de los ejercicios espirituales de San Ignacio. El padre Vilariño falle-
cía el 16 de abril de 1939. Un año después, el Ayuntamiento de Bilbao lo nom-
braba Hijo Adoptivo. Muy popular por ser uno de los iniciadores de la construc-
ción de casas baratas para los trabajadores, en el barrio de la Cruz, cerca de la
calle que lleva su nombre, este sacerdote jesuita será universalmente conocido
por la revisión del catecismo del padre Astete, artífice de la expansión católica en
la evangelización del Nuevo Mundo, publicada en Bilbao a principios del XX,
con un éxito que trascendería los océanos.
García Pérez traza un complejo y apasionado relato sobre las circunstancias
y causas que provocaron la segregación de Texas de la Unión mexicana, promo-
vida por las traiciones internas, la astucia maliciosa y la ambición incontrolable
de Norteamérica que vio en la insurrección texana un motivo ventajoso de in-
tervención armada.
Aunque por el Tratado de Washington, en 1819, la República de Estados
Unidos había renunciado al territorio de Texas, la sibilina fundación de una co-
lonia angloamericana, denominada Fredonia, por un ciudadano de Missouri,
llamado Moisés Austín, fue el comienzo de una lucha, con argucias primero y
finalmente sin recato, entre Norteamérica y México. En 1821, descuidado como
estaba el Gobierno español por la Guerra de Independencia mexicana, la colo-
nización norteña era un hecho. Este fue el principio de un largo litigio que, con
la invasión norteamericana de México entre 1846 y 1848, acabaría anexionando
Texas a los Estados Unidos, cuyo nefasto prólogo sería el felón apoyo del político
mexicano Lorenzo Zavala a la insurrección de los texanos.
El 22 de abril de 1836 fue hecho prisionero el presidente de la República, el
general Antonio López de Santa Anna, “peleando por salvar la integridad del
territorio nacional”, se decía en el decreto de la Orden diaria del ejército, pero
ciertamente no respondía a la realidad de los hechos subsecuentes. El armisti-
cio firmado entre Santa Anna y David G. Burget, presidente de los texanos, de
explícita no beligerancia y solapada independencia, confirmaba que el general
mexicano había vendido a su patria a cambio de la liberación. Era más que evi-
dente, para algún historiador mexicano, la infausta comparación entre Santa
Anna y Fernando VII, “pues la América siempre ha sido una fiel imitadora de
España hasta en sus desgracias” (García Pérez: 1906, 37). Aunque Santa Anna

CAPÍTULO II. Notas a la edición 179


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

llegó con la ladina apariencia del perdón en su rostro, las intenciones de Nor-
teamérica eran muy diferentes, porque solo a través del cuestionado general era
posible alcanzar sus aspiraciones de incorporar a los Estados Unidos el territorio
de Texas, circunstancia de la que se dieron cuenta demasiado tarde los buenos
hombres de la República mexicana. El gobierno de México exigió una restitu-
ción a los Estados Unidos por los continuos ultrajes y estos, sabiendo que eran
escasas entonces sus posibilidades de triunfo, concertaron un adventicio tratado
de paz, esperando pacientemente a que las guerras intestinas debilitasen al po-
deroso país vecino. Cuando comprendió Norteamérica que la situación era favo-
rable, recurrió a una estrategia engañosa para culpar a México de la inminente
contienda. El acuerdo que parecía resolver las diferencias no era más que una
cortina de humo para ocultar las verdaderas intenciones. Cuando la anexión de
Texas a los Estados Unidos era ya una realidad patente, el ministro mexicano en
Washington dio por terminada su misión diplomática, y las relaciones entre am-
bos países se rompieron. Norteamérica había conseguido lo que quería, culpar a
México de la guerra inevitable.
El general Zacarías Taylor, al frente del ejército norteamericano, estableció
un campamento en el fuerte Brown, al norte del río Bravo, perteneciente al esta-
do de Tamaulipas. Las escaramuzas entre soldados mexicanos y estadouniden-
ses se sucedieron hasta que, el 13 de mayo de 1846, el presidente James K. Polk,
ansioso por encontrar el pretexto más nimio, declaró la guerra a México, a lo
que el gobierno mexicano respondió de igual manera, enfrentándose a una con-
tienda para la que no estaba preparado ni militar ni económicamente, comen-
zando así la primera intervención estadounidense en México. El general Taylor
emprendió la campaña por oriente y avanzó hacia la ciudad de Monterrey que
capituló, tras valerosa resistencia, la noche del 24 de septiembre de 1846, hecho
descrito con todo lujo de detalles por el escritor (Vid. García Pérez: 1906, 78-87).
El 9 de marzo de 1947, el general Winfield Scott arribó en Veracruz con
una fuerza de trece mil efectivos. Al día siguiente, el cónsul de España se di-
rigía por escrito al general solicitando protección para las personas y propie-
dades de nacionalidad española, lo que Scott garantizaría en la medida de lo
posible. Tras incesantes bombardeos, el sábado, 27 de marzo, los aguerridos
defensores, extenuados y hambrientos, firmaban el acta de capitulación (Vid.
García Pérez: 1904, 89-104).
La ofensiva estadounidense siguió la ruta de Cortés hasta llegar a Ciudad
de México (Vid. García Pérez: 1906, 109-114), batiéndose sendas fuerzas mili-
tares en las batallas de Padierna, Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec,
donde García Pérez destaca el valor de los cadetes (los llamados Niños Héroes)
del Colegio Militar. A las siete de la mañana del día 14 de septiembre de 1847 se
izaba en la Plaza de la Constitución, conocida popularmente como El Zócalo,
la bandera estadounidense, que ondearía durante nueve meses; y Scott tomaba
posesión de la antigua residencia de los virreyes de Nueva España. Los resulta-

CAPÍTULO II. Notas a la edición 180


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

dos fueron ciertamente deplorables, como el estado en que quedó la República.


México tuvo que ceder a los Estados Unidos, mediante el Tratado de Guadalupe
Hidalgo, todos los territorios situados al norte del río Bravo, incluyendo el estado
de Texas: una de las lecciones más duras para la historia del pueblo mexicano.

Bibliografía
García Pérez, A., “Geografía y política colonial”, La Correspondencia de España, 13 de fe-
brero de 1898.
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Redacción, “Disposiciones oficiales [Disposición oficial del 23 de enero, núm. 18]”, La Co-
rrespondencia Militar, 23 de enero de 1919.

CAPÍTULO II. Notas a la edición 181


182
Preliminar

La proyección cultural de la Real Academia


Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras en México

Carmen de Cózar Navarro


Académica Directora

Fundación de la Real Academia


Hispano Americana de Ciencias y Artes

La creación en Cádiz de la Real Academia Hispanoamericana, en 1909, se


inscribe en el extenso movimiento cultural que se generó en España desde fi-
nales del siglo XIX, el Regeneracionismo, y simultáneamente al nacimiento del
Hispanoamericanismo en Ultramar. Esta corriente comenzará a fluir en la so-
ciedad española a raíz de la celebración, en Madrid en 1892, del IV Centenario
del Descubrimiento de América y se acentuará a raíz de la pérdida de las últi-
mas colonias, en el 98. Encontrará una gran acogida entre las Repúblicas hispa-
noamericanas frente al Panamericanismo que, inspirado en la Doctrina Monroe,
encubría los afanes expansionistas norteamericanos en el Hemisferio Occiden-
tal. Ante el riesgo de absorción cultural en el mundo anglosajón, que ello com-
portaba, surgió un sentimiento de identidad entre los pueblos de habla española
que cristalizaría en la idea de Hispanidad, o de la Raza, como fue identificado
al otro lado del Atlántico.
El movimiento de renovación cultural y científica será impulsado por una plé-
yade de intelectuales e instituciones culturales y educativas entre las que destaca
la Junta para Ampliación de Estudio por la extraordinaria proyección que tuvo
en Europa y América, al fomentar el intercambio académico con el exterior en el
campo de las Humanidades y de las Ciencias. En México, la labor de la JAE fue

CAPÍTULO II. Preliminar 183


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

apoyada por las colectividades de españoles inmigrantes residentes en dicho país y


por la Real Academia Hispano Americana de Ciencias y Artes de Cádiz, que sur-
gió con la misma finalidad de afianzar la conciencia hispanoamericana entre los
españoles y promover las relaciones culturales con los países hispanoamericanos.
En medio de la exaltación patriótica suscitada en Cádiz por la celebración
del Centenario de la Guerra de la Independencia, y transcurrido un decenio
desde el desastre del 98, el Hispanoamericanismo emergente prendió en un gru-
po de intelectuales gaditanos, que concibieron la idea de establecer en la ciudad
oceánica un centro de cultura y propaganda que denominaron Academia His-
pano Americana de Ciencias y Artes, cuya presidencia de honor ofrecieron a S.
M. el Rey, y la dirección, a un hijo ilustre de la población, Cayetano del Toro,
científico de reconocido prestigio y, a la sazón, alcalde de la ciudad.
Es evidente, que las ideas de Constitucionalismo y de Hispanidad se dan
cita en la fundación de la Hispano Americana y constituyen su columna verte-
bral. Las fuentes que hemos consultado ponen de manifiesto el denodado empe-
ño del director de ejercer la función americanista de la Real Academia naciente,
haciéndola presente en la Conmemoración del Centenario de la Constitución
doceañista. Así, como presidente que era de la Comisión Provincial de Monu-
mentos, dispuso que se incluyeran elementos americanos en el monumento a las
Cortes de Cádiz. Además, adquirió dos fincas para la creación del Museo Ico-
nográfico e Histórico de las Cortes y Sitio de Cádiz que fue inaugurado el 5 de
octubre de 1912 con motivo de la conmemoración que, poco tiempo después, ve-
remos que dirigiría la Academia y sería su sede.
La celebración del Centenario en Cádiz suponía para la Real Academia
Hispano Americana una oportunidad única para iniciar el acercamiento con
Hispanoamérica y promover las relaciones culturales entre ambas orillas del At-
lántico. De hecho, el alcalde gaditano, Cayetano del Toro, a la sazón director de
la Academia, había invitado a participar en tan importante evento a los delega-
dos de los países americanos. La elección de Piedad Iturbe, hija del distingui-
do diplomático Manuel Iturbe, como reina de los juegos florales en el certamen
científico literario que organizó la Academia en el Teatro Falla, en 1912, supo-
nía el afianzamiento de una relación cultural y académica con México, iniciada
dos años antes, en 1910, con el nombramiento de José de la Cruz Porfirio Díaz
Mori, presidente de la República, como académico de mérito. Era el reconoci-
miento a su labor diplomática en pro del restablecimiento de las relaciones entre
España y México, que llegaron a su plenitud en 1910, año en que México cele-
braba las fiestas del Primer Centenario de su Independencia.
Fue precisamente en esta conmemoración, según relata la doctora Mac Gre-
gor, cuando Porfirio Díaz reconoció públicamente, ante el dignatario español
Camilo García de Polavieja, los vínculos existentes entre las dos naciones, y a
España como la madre patria, porque “aunque tuvieran cada cual existencia li-
bre y soberana las maternidades nunca prescriben…”

CAPÍTULO II. Preliminar 184


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Es evidente que el afecto entre mexicanos y españoles era recíproco, según


se hacía eco el Boletín de la Academia de ese año al relatar la participación es-
pañola en las fiestas del Centenario en México con la exposición de arte español
e industrias que con tal propósito habían organizado. Según el articulista, los
españoles se sentían obligados a desempeñar un papel brillante, por los lazos de
afecto que los unían a la nación mejicana.
Era un acercamiento cultural que se incrementaría con el tiempo, pues la
Revolución en México, surgida tras la destitución de Porfirio Díaz, en 1911, no
paralizará las relaciones culturales entre ambos países, que continuarán reali-
zando un gran esfuerzo con la finalidad de universalizar las realizaciones cul-
turales, educativas y científicas de cada uno de los dos países.

Los años de expansión de la Real Academia

En 1915, había sido elegido director Pelayo Quintero de Atauri, a partir de ese
momento la figura más destacada del cuerpo académico. Humanista entusiasta y
arqueólogo de profesión —fue descubridor, entre otras cosas, del famoso sarcófago
púnico antropoide de Punta de Vaca—, era delegado en la Junta Superior de Ex-
cavaciones y gozaba de gran prestigio entre la intelectualidad española.
La especialización de Quintero en Bellas Artes, unida a su vocación ameri-
canista, motivará que el Ayuntamiento le encomiende la dirección y conservación
del Museo Iconográfico e Histórico de las Cortes y Sitio de Cádiz, oportunidad
que el director aprovechará para instalar allí el domicilio social de la Academia
y emprender la formación de un museo y de una biblioteca hispanoamericanos.
Con la toma de posesión de Pelayo Quintero, se abre una etapa que podría-
mos entender como de expansión de la Academia. Nacida de la sociedad civil, la
Academia se mueve con total independencia de la política exterior, pero no por
ello deja de prestar, con sus iniciativas de carácter cultural, una importante con-
tribución a la presencia de España en ultramar.
Por estas fechas existía en la Academia y en los institutos académicos ame-
ricanistas una gran preocupación por el avance que, desde el inicio de la Prime-
ra Guerra Mundial, estaban ejerciendo los norteamericanos en Centro América.
Esta inquietud era compartida por Francisco de Icaza, embajador de México en
Berlín quien, en 1916, en la velada hispanoamericana que la Academia organizó
en el gaditano Gran Teatro, manifestaba la inquietud existente en su país por el
avance norteamericano en aquella región. En su discurso, defendía la necesidad
del encuentro con la Madre Patria, ante los desafíos panamericanos de los Esta-
dos Unidos en Hispanoamérica.
Durante la Dictadura de Primo de Rivera, en septiembre de 1923, la Real
Academia Hispano Americana vivirá una época de esplendor. Como es sabido,
una de las preocupaciones de Primo de Rivera será impulsar la acción exterior
de España y, en particular, sus relaciones con las Repúblicas hispanoamericanas,

CAPÍTULO II. Preliminar 185


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

las cuales, aunque se habían venido intensificando desde la década anterior, aún
eran predominantemente retóricas. Con este fin, el Directorio dotará de recur-
sos adecuados a las embajadas, abrirá nuevos consulados y apoyará toda clase de
iniciativas públicas y privadas. Al servicio de esta idea, la Real Academia creó en
Madrid una Comisión de Honor bajo la Presidencia de la infanta doña Isabel,
académica de honor, en la que, entre otros miembros, figuraban como vocales
los embajadores y ministros de los países hispanoamericanos.
La estrecha colaboración que la Real Academia Hispano Americana pres-
tó al Gobierno no sería ajena a la cordial amistad de Primo de Rivera con José
María Pemán, ya a la sazón vicedirector primero. El Boletín de la Academia re-
gistra la importante e intensa actividad académica realizada en conferencias y
otros eventos culturales, que culminarían en la Exposición Iberoamericana de
Sevilla de 1929. En su inauguración, pronunciaría Pemán un resonante discur-
so acerca de las relaciones hispanoamericanas, que sería celebradísimo por el
cuerpo diplomático asistente al acto y traducido a varios idiomas por orden del
presidente del Consejo.
El apoyo institucional que la Real Academia recibió es evidente, hasta el
punto de tomar parte activa en las iniciativas del Gobierno, como por ejemplo
en el vuelo del Plus Ultra, en 1926, a través del Atlántico, hazaña realizada por
tres aviadores militares bajo el mando del capitán Ramón Franco. Enmarcado
en los actos conmemorativos de la Fiesta de la Raza, constituyó un éxito reso-
nante que realzó la imagen de España a uno y otro lado del océano, muy en la
línea de las vías de actuación de la Academia, que en el Palacio de Arte Antiguo
de la Plaza de América hizo entrega a los tripulantes del Plus Ultra de los títulos
de académico de mérito, en un acto presidido por el infante don Carlos.
La Academia estará presente en Europa, Estados Unidos, Asia, además de
Hispanoamérica, a través de sus académicos de honor, protectores, de mérito y
correspondientes. Todos ellos harán una labor de propaganda y difusión de la
cultura de España muy importante y, en muchos casos, auxiliaron a la corpora-
ción con sus recursos financieros, en unos años en los que la Academia solo con-
taba con recursos extrapresupuestarios.

Académicos de honor, protectores, correspondientes, de mérito

Sin lugar a duda, la Academia se había convertido en un referente científico


en el ámbito hispanoamericano, como resultado, en gran medida, de la política
de buenas relaciones con los medios que desde hacia tiempo venían practican-
do Pelayo Quintero de Atauri y su equipo de gobierno. Para garantizar la difu-
sión científica de los trabajos académicos, no dudarán en invitar a ingresar en
la corporación a sobresalientes redactores de los medios de comunicación, como
fueron Federico Gamboa, periodista, narrador y autor dramático mexicano, re-
presentante del naturalismo en México y Enrique González Martínez, también

CAPÍTULO II. Preliminar 186


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

mexicano y reconocido poeta y editorialista, miembro de la generación del Ate-


neo de la Juventud y miembro fundador de El Colegio Nacional. Destacados
diplomáticos, ambos fueron nombrados académicos de mérito de la Hispano
Americana en 1911 y 1924, respectivamente. Los académicos de la ilustre corpo-
ración aprovecharán estas tribunas para dar a conocer su labor cultural.
En el elenco de la Real Academia, encontramos una larga lista de persona-
lidades sobresalientes de la sociedad mejicana, políticos, empresarios, científicos.
Imposible citarlos a todos, comenzaré por los presidentes mexicanos, José de la
Cruz Porfirio Díaz Mori y Venustiano Carranza Garza, nombrados académicos
protectores en los años de su mandato. Entre los diplomáticos, citaremos a Arte-
mio de Valle Arizpe, que estuvo acreditado en España, Bélgica y Holanda, ade-
más de ser destacado escritor. Durante su estancia en España, formó parte de la
Comisión de Investigaciones y Estudios Históricos y, por su labor cultural, fue
nombrado académico de honor, en 1920. Amado Nervo (Juan Crisóstomo Ruiz),
ilustre poeta y prosista mexicano perteneciente al movimiento modernista, co-
menzó su carrera diplomática como secretario de la Embajada de México en Ma-
drid y fue académico de mérito desde 1917. En 1905, Francisco Castillo Nájera,
también diplomático, además de médico, ingresó como académico de mérito, en
1922. Durante la Revolución mexicana fue embajador de México en China. Ro-
dolfo Reyes Ochoa fue ministro de Justicia, presidente de la Cámara de Diputa-
dos y catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de México. Como
ilustre hispanista, se hallaba en posesión de la Gran Cruz de Isabel la Católica.
Entre los eclesiásticos destacaremos dos nombres ilustres. José Mora del Río
fue director del Colegio de San Luis Gonzaga, en Jacona (Michoacán). Su as-
cendente carrera eclesial culminó como arzobispo de México, en 1908. En 1921,
fue nombrado académico de mérito de la Hispano Americana. El segundo de
los prelados mexicanos miembros de la corporación fue Francisco Orozco y Ji-
ménez, arzobispo de Guadalajara. Defendió los intereses eclesiásticos durante
la revolución mexicana, por lo que fue desterrado de la diócesis. Durante su es-
tancia en Roma, S. S. el papa Pío XI le concedió celebrar una misa pontifical en
el altar de la Catedral de San Pedro, para conmemorar los veinticinco años de la
extensión del patronato guadalupano a toda Hispanoamérica. Fue miembro de
la Academia Mexicana de Historia, de la Hispano Americana desde 1922 y de la
Junta Auxiliar Jalisciense de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
Entre los hombres de negocios, merece particular mención Antonio Ba-
sagoiti y Arteta, nombrado académico correspondiente en 1917. Emigrante vas-
co, se trasladó a México, en 1866, donde emprende una carrera empresarial tan
dinámica y diversificada que lo llevó a convertirse en un gran banquero interna-
cional. Fue consejero del Banco Nacional de México y presidente de varias en-
tidades industriales. Por la labor realizada en ese puesto, en pro de los intereses
de España durante la última guerra de Cuba, le fue concedida la Gran Cruz del
Mérito Naval. A su regreso a España, fundó el Banco Hispano Americano de

CAPÍTULO II. Preliminar 187


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Madrid, institución que habría de convertirse en uno de los bancos comerciales


más poderosos de España. Cerramos este brillante elenco de personalidades con
una digna representante de la mujer, la mejicana María Enriqueta Camarillo
Roa. Fue una de las escritoras y poetisas más conocidas de su tiempo en Améri-
ca. Acompañó a su marido, Carlos Pereyra, en su carrera diplomática por lo que
viajó a países de Hispanoamérica y Europa. Fue nombrada académica corres-
pondiente en 1927, como reconocimiento de sus trabajos literarios.

La sección de México

Para hacer más eficaz la difusión cultural en Hispanoamérica, la Real Aca-


demia había proyectado organizar en los países americanos secciones académi-
cas. La dirección de Cádiz dejaba muy claro que estas secciones no eran corpo-
raciones dependientes de la Academia gaditana, sino parte integrante de ella,
por lo que estaban obligadas a regirse por los mismos estatutos y reglamento.
Concretamente, en México la revolución retrasó llevar a la práctica el pro-
yecto académico, pero este se hará realidad a partir de 1920, cuando accede a la
presidencia Álvaro Obregón, con quien se inicia un periodo de relativa calma.
Ya por esos años, había en México el número suficiente de académicos corres-
pondientes, españoles y mexicanos, para constituir la tan deseada sección aca-
démica, con el beneplácito del presidente de la República, mecenas de la corpo-
ración, nombrado académico protector en aquel año.
Para organizar su sección mexicana, la corporación había designado, en
Junta General, al académico correspondiente Modesto Álvarez Ribas, delega-
do especial en México. Jurisconsulto español, miembro de la Real Academia de
Legislación y Jurisprudencia y distinguido escritor, era la persona idónea, lleva-
ba varios años en Hispanoamérica y había recorrido gran parte de las repúbli-
cas americanas en una gira de acercamiento entre España e Hispanoamérica.
La colonia extranjera española en México era la más numerosa y tenía una gran
influencia social.
La sección quedó constituida oficialmente el 14 de febrero de 1922 e integrada
por quince académicos correspondientes de la central gaditana, mexicanos y es-
pañoles, personas relevantes en diversos ámbitos del saber. Recordemos sus nom-
bres ilustres: Alejandro Quijano Sánchez, director de la Academia Mexicana de la
Lengua y catedrático de la Universidad Central de México; Tomás Gutiérrez Pe-
rrín, catedrático de Histología en la misma Universidad; Francisco Javier Gaxiola
Castillo, catedrático en la Escuela del Instituto y la Escuela de Leyes del Estado de
México quien, como diplomático, había sido consejero de la Legación de México
en Madrid; Antonio Pérez Verdía, ilustre abogado y literato; Genaro Fernández
Mac Gregor, prestigioso abogado; Francisco Priani y González Guerra, famoso
odontólogo, director de la Facultad de Odontología de México y fundador de la
Asociación de la Cruz Roja de la Juventud, en 1928; José Joaquín Izquierdo Rau-

CAPÍTULO II. Preliminar 188


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

dón, médico; Jesús Rivero Quijano, empresario español; además de Manuel Gar-
cía Manilla, Pedro Serrano Rodríguez Vélez, Francisco Ballina, Miguel Soberón,
Jacinto Benavente y Manuel Quiroga Herklootz.
La primera Junta de Gobierno estuvo compuesta por Modesto Álvarez Ri-
bas como presidente, Alejandro Quijano Sánchez como vicepresidente y Manuel
Quiroga Herklootz como secretario, siendo consiliarios Tomás Gutiérrez Pe-
rrín e Inocencio Cuesta Antuñano, y tesorero Miguel Soberón Valdés. La inau­
guración, a juzgar por la información que nos proporciona el boletín, revistió
gran solemnidad. Se celebró el 12 de octubre, Fiesta de la Raza, en homenaje a
Isabel la Católica, en sesión pública celebrada en el Casino Español de México,
ante lo más selecto de la sociedad mexicana. Presidió el acto el presidente de la
República de México, general Álvaro Obregón, sentándose a su derecha el pre-
sidente de la sección, Alejandro Quijano, y a su izquierda el vicepresidente, To-
más Gutiérrez Perrín. En el estrado tomaron asiento, además de las autoridades,
los cónsules y otras personas prominentes, así como los académicos.
El programa de esta fiesta constó de numerosos musicales a cargo de la pia-
nista María Carreras, quién ejecutó, entre otros, el Nocturno en Fa sostenido, la
Mazurca en La menor y la Polonesa Triunfal de Chopin. Después de la recitación
del Romance de doña Isabel, del poeta José de Núñez Domínguez, el académico
Francisco Javier Gaxiola pronunció el discurso inaugural, en el que elogió a la
reina Isabel la Católica y a su empresa americana, a la vez que ponía de mani-
fiesto su rechazo a la leyenda negra.
Desde ese día, la academia mexicana continuó en la misma línea de impulsar
la aproximación efectiva entre los pueblos de habla hispana. Desplegó una gran
actividad, promoviendo la recepción de nuevos académicos de número de la sec-
ción y correspondientes de la central, organizando sesiones públicas y recepciones
solemnes para conmemorar los días de la Raza y del Idioma. Mención especial
merece la creación del Instituto Hispano Mexicano de intercambio universitario,
bajo la dirección del rector de la Universidad Nacional, con el apoyo de Alejandro
Quijano y Tomás Perrín, que destacarían por la inmensa labor que realizaron en
el Instituto para fomentar el intercambio universitario entre México y España.
Tomás Gutiérrez Perrín fue uno de los principales artífices en la consolida-
ción del acercamiento científico y cultural entre México y España. Vallisoletano
afincado en México, había estudiado la carrera de Medicina en Madrid, siendo
discípulo de Cajal y catedrático de Histología en la Escuela Nacional de Medi-
cina. Organizó numerosas actividades académicas tal como ha quedado recogi-
do en sus escritos.
La crisis de 1929 pondría fin a esta verdadera edad de oro de la Hispano
Americana, cuya financiación procedía de fuentes extrapresupuestarias. Acusa-
rá también la recesión económica mundial al padecerla sus protectores y, falta
de recursos, se verá obligada a reducir su actividad. Finalmente, la crisis daría al
traste con el régimen de Primo de Rivera, un año más tarde, abocando a la so-

CAPÍTULO II. Preliminar 189


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

ciedad española a una confrontación social sin precedentes que sacudiría los ci-
mientos de la vida académica.
La actividad académica de las secciones de América y Filipinas disminuye
entonces, hasta que prácticamente desaparece. La relación académica con Mé-
xico se pierde por completo, no volviéndose a recuperar hasta 1974, cuando el
entonces director, José María Pemán, se puso en contacto con Amerlinck, presi-
dente de la antigua sección mexicana, con la finalidad de retomarla.
La transición a la democracia en España y la entrada en vigor de la Consti-
tución de 1978 imprimieron nuevo impulso a la vida cultural española, haciendo
discurrir de nuevo las actividades académicas por cauces de libertad. De confor-
midad con los dichos estatutos, el 12 de febrero de 1980, su majestad el rey Juan
Carlos tuvo la deferencia de aceptar la presidencia de honor de la Real Acade-
mia, siguiendo con ello la tradición de la Corona que sus dos augustos antece-
sores habían establecido.
Al año siguiente, fallecía en su casa de la Plaza de San Antonio de Cádiz el
director perpetuo de la Real Academia, José Mª Pemán. Cumplidas las dispo-
siciones estatutarias, fue elegido director Antonio Orozco Acuaviva, catedrático
de Historia de la Medicina y académico de número de las Reales Academias de
Medicina y de Bellas Artes de Cádiz, con cuyo nombre entramos en la contem-
poraneidad que todos conocemos.

Epílogo

Y este es el legado que se ha depositado en nuestras manos. Nuestra sede


gaditana es una singularidad, casi diríamos una originalidad, en una entidad
vinculada a la personalidad hispana en toda su extensión e incardinada en la ac-
ción exterior de España. Lejos de ser una limitación, residir en Cádiz ha ayuda-
do a la Academia a mantenerse en el plano cultural que le corresponde y repre-
sentado un estímulo para su proyección social, de lo que es muestra el brillante
elenco de académicos correspondientes cuyos nombres, hoy como ayer, honran
nuestros escalafones.
Hoy seguimos apostando por Cádiz porque, a despecho de su crítica demo-
grafía y de su estrecha insularidad, en ella sigue alentando el espíritu liberal e
ilustrado que hizo grande su nombre a uno y otro lado de esta mar tan nuestra,
que une a las naciones que hablamos la lengua de Cervantes.
Prueba de que los lazos históricos y culturales son indestructibles, nuestra
querida sección mexicana, perdida por avatares que nada tienen que ver con su
empeño fundacional, sigue vinculada orgánicamente a la sede gaditana de la
corporación, custodiando la lumbre que un día recibiera, con el entrañable con-
curso de ilustres académicos que lucen las mismas insignias de antaño.
Dirigida por el doctor en Historia Manuel Ramos Medina, la Academia
Hispano Americana de México, correspondiente de la Real Española, reúne

CAPÍTULO II. Preliminar 190


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

a diecisiete ilustres miembros. Es fácil comprender que, cuando hace un año


echamos la mirada atrás para conmemorar nuestro Centenario, uno de nues-
tros primeros impulsos fuese promover un encuentro entre ambas corporacio-
nes, para lo cual se desplazó a Ciudad de México el magistrado y académico de
número Manuel de la Hera.
El 25 de enero de 2010, en sesión solemne celebrada en el Salón Regio de la
Corporación Provincial Gaditana, el mismo foro en el que, un siglo atrás, se in-
auguraba la Real Academia, el profesor mexicano Miguel León Portilla, miem-
bro de la Academia Hispano Americana de México y de esta Real Española,
pronunciaba un importante discurso conmemorativo de nuestro Centenario, en
el que hacía referencia a la resonancia en México de la Constitución de Cádiz
de 1812: Cádiz, escenario del primer encuentro hispanoamericano. España y Amé-
rica, Constitucionalismo e Hispanoamericanismo, he ahí nuestros emblemas.
Hago votos porque, de este rescoldo conservado con amor a través de los
años y de la inmensidad del océano, renazca vigorosa la llama que, hace una
centuria, brotó al calor de una común identidad hispanoamericana.

Bibliografía
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paña (1921-1930)”, en Centenario de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y
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Artes y Letras. Recuerdos de Cien Años de Historia. Cádiz, Edición Conmemorativa del I Centenario
1910-2010, Cádiz, 2010.

CAPÍTULO II. Preliminar 191


192
Estudio I

México y la invasión norteamericana

Luis Navarro García


Catedrático emérito de la Universidad de Sevilla

Algo más que “una espléndida guerrita”

Después de la guerra de 1898, en la que los Estados Unidos, ya por entonces


una de las primeras potencias militares y navales del Mundo, despojaron a Es-
paña de sus últimas colonias —Cuba, Puerto Rico y Filipinas, con sus depen-
dencias— al destruir la armada española en las batallas de Manila y Santiago
de Cuba, el embajador norteamericano en Londres, John Milton Hay, en carta
a Theodor Roosevelt, que había sido uno de los principales promotores de aque-
lla intervención imposible de justificar, la definió con despreciativa suficiencia
como a splendid little war, “una espléndida guerrita” (Morison: 1990, 599). Pudo
llamarla pequeña por su breve duración y espléndida por el botín que con ella
obtuvieron los norteamericanos.
En cambio, la guerra que medio siglo antes habían llevado a cabo los mis-
mos Estados Unidos contra México, con idénticos presupuestos —clara des-
proporción de fuerzas, siendo los norteamericanos en 1840 veinte millones de
habitantes, triple población que la de México— e iguales circunstancias —ais-
lamiento del débil, que no encuentra aliados—, no sería comparable con la de
Cuba, ante todo por su mayor duración, pero más aún por el mayor beneficio
logrado por los Estados Unidos, puesto que entre 1846-1848 adquirieron aproxi-
madamente un tercio de la extensión de lo que vino a ser su territorio funda-
mental, la franja de costa a costa, desde Nueva Inglaterra a California.

CAPÍTULO II. Estudio I 193


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

La contienda que enfrentó a los Estados Unidos contra México a media-


dos del siglo XIX, tema del que se ocupó Antonio García Pérez en una de sus
obras, fue, como la del 98, un suceso verdaderamente escandaloso por constituir
una inexcusable agresión, de la que se derivaron enormes consecuencias. Allí
fue despojado México de la mitad del territorio que había heredado de España,
y allí se hicieron definitivamente visibles —no por primera vez, puesto que Es-
paña las había sufrido desde finales del siglo XVIII— las insaciables apetencias
expansivas del gobierno de Washington, formuladas desde 1799 por Alexander
Hamilton (García Cantú: 1974, 125-162) y que habían sido reveladas por el pre-
sidente Jefferson ya en 1805, cuando manifestó al embajador inglés que, si los
Estados Unidos hubiesen de enfrentarse con España por la Florida —hasta ahí
habían llegado ya las cosas—, tomarían la isla de Cuba, que necesitarían para la
defensa de Florida y Luisiana (Guerra: 1975, 131-132). La de 1846-1848 fue una
primera y desembozada aplicación de lo que luego se llamó política del big stick,
del gran garrote, que tanto había de afligir a las naciones hispanoamericanas.
Para México, por otra parte, esta fue la primera de las tres gravísimas crisis
que hubo de experimentar en el primer siglo de su existencia como república. La
segunda fue la Guerra de la Reforma (1858-1861) prolongada por la intervención
francesa y el Imperio de Maximiliano (1861-1867), que también estudió nuestro
autor. La tercera, la Revolución iniciada en 1910, que imprimió carácter a todo
el siglo XX mexicano.
En realidad, García Pérez estudia bajo un mismo título dos series de he-
chos, dos guerras que siempre han de verse estrechamente relacionadas, aunque
separadas por una distancia de una década: una es la guerra de Texas (1836),
a modo de prólogo que anunciaba la fase siguiente por venir, y otra la invasión
de México por los norteamericanos (1846-1848), siendo aquella indudable an-
tecedente de esta. Pero la guerra de Texas no tuvo carácter internacional, sino
de movimiento separatista en el seno de la república mexicana (aunque movido
ocultamente desde Washington), en tanto que en la segunda los ejércitos de los
Estados Unidos invadieron y ocuparon gran parte del territorio nacional mexi-
cano y acabaron apoderándose de la mitad de él. En apretada síntesis, los hechos
esenciales de este ciclo de doce años fueron estos:
En 1836 la población mayoritariamente de origen norteamericano del de-
partamento de Texas, que formaba parte de México, se sublevó y proclamó su
independencia como república. El dictador mexicano general Santa Anna llevó
a cabo con éxito una expedición contra los alzados —entonces tuvo lugar el cé-
lebre episodio de El Álamo—, pero acabó cayendo prisionero en una sorpresa.
Entonces las tropas mexicanas, por orden suya, evacuaron el territorio. En 1845
los Estados Unidos aprobaron la anexión que Texas desde el principio había so-
licitado, lo que originó una situación de guerra con México.
Resuelto en 1846 el gobierno de Washington a imponer su ley a México y
apoderarse de todo el suroeste, un ejército norteamericano, partiendo de Texas,

CAPÍTULO II. Estudio I 194


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

invadió México apoderándose de las ciudades de Monterrey (Nuevo León) y


Saltillo, mientras que otros contingentes ocuparon Nuevo México y la Alta Ca-
lifornia. En 1847 los norteamericanos desembarcaron en Veracruz y penetraron
en el interior logrando ocupar la capital de la república en septiembre, con lo
que concluye la obra del autor que comentamos.
La guerra terminó en enero de 1848 con la firma del Tratado de Guadalupe
Hidalgo, por el que definitivamente México cedió a los Estados Unidos los terri-
torios de Texas, Nuevo México y la Alta California.
En todo este proceso de doce años tuvo gran protagonismo un personaje
singular: Antonio López de Santa Anna, el militar y político más destacado en
las primeras décadas de la historia de la república de México. Hombre de agita-
dísima existencia, por más que él prefiriera residir plácidamente en su hacien-
da de Manga de Clavo, cerca de Veracruz, participó en diversas conspiraciones e
intervino en varios golpes de estado; se mezcló ampliamente en las pugnas entre
liberales y conservadores, entre federalistas y centralistas, y cambió varias veces
de bando; llegó once veces a la presidencia de la república y conoció el exilio en
varias ocasiones (Lynch: 1993, 375-451).

Claves históricas de la invasión

Los antecedentes de un hecho de la magnitud de la invasión de México son


muy claros, aunque se remonten lejos en el tiempo, tanto que datan de las co-
lonizaciones española e inglesa en América del Norte: La española con centro
precisamente en México y expandiéndose gradualmente desde los días de Her-
nán Cortés hacia las regiones septentrionales, llegando a constituir el gigantesco
virreinato de Nueva España, extendido desde los límites de Guatemala hasta las
costas de Alaska, aunque con un foco secundario en la península de la Florida;
y la inglesa que, habiendo comenzado un siglo después en las costas del Atlán-
tico, llegó a cubrir hasta la orilla izquierda del Misisipi, siendo esta la extensión
con que nacieron los Estados Unidos de América.

Fronteras en expansión

Desde que los Estados Unidos lograron su independencia en 1783, se ha-


bían producido roces diplomáticos con España, de un lado por el derecho a la
navegación del río Misisipi, cuando este río fue frontera entre ambas naciones,
y del otro por la discutida fijación del límite septentrional de las dos provin-
cias de la Florida española —oriental o peninsular y occidental o continen-
tal—. Roces que parecieron resueltos al firmarse en 1795 el Tratado de San
Lorenzo (Armillas, 1977). El escenario cambió cuando en 1803 la provincia
de Luisiana, el inmenso territorio que constituye la orilla derecha del Misisipi
y se abre hacia el noroeste, por la cuenca del Misuri, hasta Las Rocosas, pasó
en poco tiempo de las manos de España a las de Francia (por concesión o re-

CAPÍTULO II. Estudio I 195


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

trocesión de Carlos IV a Napoleón) y de las de Francia, por compra, a los Es-


tados Unidos (a los que Napoleón, incumpliendo su compromiso con España,
se la vendió).
Desde ese momento el gobierno de Washington, aparte de formular pre-
tensiones sobre parte de la Florida Occidental, quiso suponer, sin fundamen-
to alguno, que el límite occidental de la Luisiana que había adquirido venía
marcado por el curso del río Grande o Bravo del norte, siendo así que al oeste
de Luisiana siempre se hallaron dos grandes provincias españolas: la de Texas,
ocupada y poblada desde principios del siglo XVIII, a orillas del Golfo de Mé-
xico, y la de Nuevo México, asentada precisamente sobre el curso superior del
río Grande, conquistada hacia el año 1600. Al mismo tiempo, el territorio de
la Texas española no alcanzaba al Grande, sino solo al río Nueces, que des-
emboca en el Golfo algo más al norte, pues el espacio entre ambos ríos corres-
pondía a las provincias mexicanas de Coahuila y Nuevo Santander. En esta
franja intermedia tenían sus agostaderos los ganaderos de Matamoros, Reino-
sa, Camargo, Mier, Guerrero y Laredo (Herrera Pérez: 1998). Pero ya estas
pretensiones causaron nuevos roces entre Washington y Madrid, y el gobierno
español encargó al virrey de México, José de Iturrigaray, llevar a cabo una in-
vestigación en sus archivos, tarea que inició el padre Talamantes (Lafuente:
1941, 91-92) y concluyó el padre Pichardo (Hackett: 1931) para probar docu-
mentalmente la antigua posesión en que se hallaba de estos territorios. Al fin,
el límite entre Texas y Luisiana en las proximidades del Golfo quedó estable-
cido en el río Sabine, o de las Sabinas (Navarro García: 1965, 26-38), no sin
que se hubieran producido roces entre las avanzadas militares de ambas partes
(Faulk: 1964, 121-123).
Posteriormente se trató de fijar todo el límite entre los Estados Unidos y
las posesiones españolas, desde el Golfo hasta el Pacífico, lo que supuso una
muy larga negociación que condujo por último a la firma en 1819 del Tratado
de Adams-Onís, siendo entonces John Quincy Adams secretario de Estado de
los Estados Unidos, y Luis de Onís el embajador español en Washington. El
tratado fue ratificado por ambos legislativos, requisito importante para su va-
lidez, en 1821. En virtud de este acuerdo, España cedía ambas Floridas a los
Estados Unidos, que de este modo legalizaban una nueva expansión —porque
de hecho ya habían invadido las Floridas con anterioridad—, y se establecían
los límites septentrionales de Nueva España en la costa del Pacífico en el pa-
ralelo 42º y desde allí por una línea semejante a un cuarto de circunferencia,
siguiendo en parte los ríos Arkansas y Rojo, que venía a concluir en el Sabinas
(Weber: 2000, 420). Ese mismo año de 1821 logró México la independencia de
España, pronto reconocida por el presidente norteamericano James Monroe,
y con ello las cuestiones de límites pasaron a ser tratadas entre México y los
Estados Unidos.

CAPÍTULO II. Estudio I 196


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Inmigración angloamericana y desorden político mexicano

El paso siguiente a recordar es el de la llegada a Texas de cientos de fami-


lias angloamericanas colonizadoras procedentes de la vecina Luisiana. El go-
bierno mexicano, siguiendo una política española de última hora, había auto-
rizado esta inmigración buscando el crecimiento poblacional de esta provincia
que, como todas las del norte mexicano, recorridas y hostilizadas por nume-
rosas tribus de indios insumisos, tenían poquísimos habitantes de origen eu-
ropeo, en tanto que al otro lado de la línea de Adams-Onís la población nor-
teamericana crecía velozmente tanto vegetativamente como por la afluencia de
una intensa inmigración procedente de la otra orilla del Atlántico. La política
colonizadora emprendida por la república mexicana permitió la instalación
de importantes núcleos de norteamericanos —puesto que lo eran por su ori-
gen— en las regiones orientales y septentrionales de Texas. El problema que
estos recién llegados plantearon muy pronto fue el de su diversidad respecto de
la población mexicana, de la que se diferenciaban por lengua, religión y cul-
tura, lo que hacía muy difícil su integración, que por otra parte no procuraban
—a pesar de que en 1834 se les autorizó el uso del inglés en asuntos adminis-
trativos y judiciales y el juicio por jurados (Vázquez: 1998), y se les disimuló
la posesión de esclavos, que traían de los Estados Unidos—, manteniéndo-
se generalmente apartados de los pobladores de origen hispanomexicano, de
modo que pronto dieron muestras de incomodidad. Les había convenido ins-
talarse en Texas, donde con facilidad habían conseguido abundantes tierras,
pero les desagradaba depender del gobierno de México, que por otra parte se
había desacreditado muy pronto por sus irregularidades y desórdenes (Weber:
1992, 276-305).
En efecto, tras un ensayo monárquico, el del libertador Agustín de Iturbide,
que se proclamó emperador con el nombre de Agustín I pero hubo de abdicar
en 1823, con la Constitución de 1824 se instauró una república federal, cuyo pri-
mer presidente fue Guadalupe Victoria. Pero en 1829 el segundo presidente, Gó-
mez Pedraza, fue víctima de un pronunciamiento, siendo sustituido por Vicente
Guerrero, a su vez desplazado en 1830 por el vicepresidente Anastasio Busta-
mante y luego asesinado. En 1832 se produjo un amplio levantamiento contra
Bustamante, que dio paso en 1833 a la elección presidencial del general Antonio
López de Santa Anna, y a partir de este momento se intensifica la pugna entre
los liberales radicales, o jacobinos, que tratan de llevar a cabo amplias reformas
sociales, y los conservadores que defienden “religión y fueros”, produciéndose
sucesivos pronunciamientos y sublevaciones. Para poner fin al desorden, el mis-
mo Santa Anna asumió poderes dictatoriales disolviendo las cámaras. En 1835
este gobierno abolió el sistema federal promulgando unas “Bases constitucio-
nales” con las que implantó el centralismo: los antiguos estados federales fue-
ron convertidos en departamentos, cuyos gobernadores no serían elegidos por

CAPÍTULO II. Estudio I 197


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

el pueblo sino designados por el presidente. De aquí nacería, o de aquí tomaría


pretexto, la protesta de los angloamericanos de Texas, que pudieron alegar sen-
tirse lesionados en su autonomía y sus derechos al anularse la Constitución fe-
deral de 1824.

La secesión de Texas y la política internacional

Los colonos de Texas de origen norteamericano —treinta y cinco mil entre


libres y esclavos, del total de cuarenta mil habitantes de la provincia— ya habían
dado pruebas de inquietud anteriormente, descontentos por el modo en que se
desenvolvía la política mexicana. Ahora, en octubre de 1835, se levantaron, con
el apoyo de algunos mexicanos federalistas —entre ellos el prestigioso liberal
Lorenzo de Zavala— supuestamente en defensa de la Constitución federal y,
después de someter en diciembre a las autoridades mexicanas de la provincia,
que tenían su capital en San Antonio de Béjar, proclamaron la independencia
el 2 de marzo de 1836. Seguidamente reunieron una convención, se dieron una
Constitución y el 16 de marzo nombraron presidente a David G. Burnet y vice-
presidente a Zavala.
Antes de que esto ocurriese, en diciembre de 1835 partió Santa Anna de
San Luis Potosí al frente de una fuerte expedición, de unos seis mil hombres,
que sometió a casi toda la provincia aplicando severos escarmientos, como el
del 6 de marzo en el asalto de El Álamo, donde no dio cuartel a sus ciento
ochenta y tres defensores, que aún no tenían noticia de la declaración de in-
dependencia. Su subordinado el general Urrea ordenó fusilamientos en Go-
liad, en la bahía del Espíritu Santo (Muñoz: 1936, 118-122). El jefe mexicano
continuó su marcha hacia el este, arrinconando a las fuerzas rebeldes contra
la frontera de Luisiana, pero el 21 de abril cayó prisionero del caudillo texa-
no Sam Houston en un ataque sorpresa junto al río San Jacinto. Santa Anna
firmó entonces los Tratados de Velasco, en los que prometía defender la inde-
pendencia de Texas, al tiempo que ordenaba a su ejército que evacuase la pro-
vincia sublevada, y para librarse de la cautividad buscó el apoyo del presidente
norteamericano Jackson, que le permitió pasar a Cuba, de donde luego volve-
ría a México (Valadés: 1951, 203-339).
El gobierno mexicano declaró nulos los documentos firmados por San-
ta Anna, pero no dio ningún paso efectivo para recuperar el dominio sobre
Texas. Así transcurrieron diez años de constantes alteraciones en México, du-
rante los cuales Texas, convertida en la república de la “estrella solitaria”, con-
siguió el reconocimiento de Inglaterra (1840), que a su vez intentaba lograr el
mismo reconocimiento por parte de México con tal de que Texas no se uniera
a los Estados Unidos.
En 1836 el presidente norteamericano Andrew Jackson pareció mantenerse
al margen de la sublevación de Texas, pero el expresidente John Quincy Adams
escribió de él:

CAPÍTULO II. Estudio I 198


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Sentía tal ambición por Texas que desde el primer año de su administra-
ción puso a trabajar una doble máquina: negociar con una mano a fin de comprar
Texas; instigar con la otra mano al pueblo de aquella provincia para que hiciera
una revolución en contra del gobierno de México. Houston era su agente para la re-
belión… (Carreño: 1961, I, 183).
El gobierno de Washington había rechazado la posible anexión desde el
primer momento porque Texas, cuyas tierras codiciaba, era, como coloniza-
da por emigrantes de Luisiana, territorio esclavista —lo había sido incluso
cuando pertenecía a México, a pesar de ser esta nación antiesclavista—, y los
estados norteamericanos del norte no querían que se fortaleciese y aumenta-
se el número de estados esclavistas en el Senado. Por su parte, Inglaterra, se-
cundada en cierto modo por Francia, estaba interesada en el mantenimiento
de la república texana para tener libre abastecimiento del algodón que pro-
ducía este país para su pujante industria textil, y para que Texas constituyese
un límite a la expansión territorial de los Estados Unidos que todos preveían
(Price: 1974, 205-216). Pero Inglaterra tenía puestos sus ojos en otros dos te-
rritorios: Oregón y California. Mientras, México esperaba que Inglaterra se
pusiese de su parte en el asunto de Texas para defender sus pretensiones so-
bre Oregón.

El “Destino manifiesto” norteamericano

A partir de 1840, en los Estados Unidos empieza a cobrar auge la idea de


que este gran país debe llegar a dominar toda una franja continental de mar
a mar. Se vive entonces una gran exaltación del magnífico sistema de gobier-
no que los norteamericanos se han dado, y de ahí se deriva la creencia popu-
lar de que la divina Providencia ha predestinado a la raza anglosajona al domi-
nio de todo el continente. A esta doctrina expansionista dio el periodista John
J. O’Sullivan el nombre de “Destino manifiesto”. Fenómeno curioso porque en
los Estados Unidos, tal como habían llegado a ser, sobraban tierras; pero sí ha-
bía quienes preveían que, puesto que la población norteamericana se duplicaba
cada veinticinco años, en siglo y medio llegarían a ser trescientos millones y en-
tonces no cabrían en sus actuales límites. Así se añadía una supuesta necesidad
vital a la conciencia de una especie de predestinación geográfica: toda América
del Norte, más aún, todo el continente americano debería pertenecer a los Esta-
dos Unidos (Weinberg: 1968).
Como otros pueblos anteriormente en la Historia, el estadounidense se sin-
tió a mediados del siglo XIX “pueblo elegido”, y este mesianismo impulsó y pro-
porcionó justificación a la política de directa exigencia y violencia que practica-
ron algunos de sus dirigentes, que tendrán a mano argumentos como el de la
superioridad de su raza libre, el de la misión autoimpuesta de difundir la civili-
zación cristiana o el de lograr una mejor explotación del territorio: fórmulas que
presuponen el desprecio de otros pueblos, considerados inferiores o semibárba-

CAPÍTULO II. Estudio I 199


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

ros. Y así se sumaba a la “bulimia territorial” de los Estados Unidos su racismo


o etnocentrismo anglosajón (Ricard: 1991, 411).
Por otra parte, el impulso expansivo fue acicateado por la sospecha de
que no eran solo los norteamericanos quienes codiciaban aquellas grandes
regiones vecinas, casi desérticas, solo recorridas al parecer por tribus indias
y manadas de búfalos. Inglaterra, la mayor potencia de la época, naval sobre
todo, parecía haber concebido proyectos sobre los mismos tres puntos que
desde hacía décadas atraían la ambición de los estadounidenses: Texas, Ore-
gón y California.

El oeste codiciado y disputado: tres regiones

En el corazón del inmenso Oeste que parece fascinar a los angloamerica-


nos se encuentra la provincia de Nuevo México, la primera y más avanzada de
todo el norte de México, y la más poblada —unos sesenta y cinco mil habitantes
contando los indios “pueblo” cristianizados—, pero que en la marcha de los es-
tadounidenses hacia el Pacífico solo será una escala. Los mismos neomexicanos
empiezan ahora a buscar mejores tierras en California. Por eso en el imaginario
de los inmigrantes solo hay tres focos de atracción: Texas y California en territo-
rio mexicano; Oregón en una tierra de nadie entre California y Canadá.

Texas, una precaria república

La primera de las tres, Texas, venía interesando a los norteamericanos des-


de principios del siglo XIX, como queda dicho, y desde 1836 se había converti-
do en una república segregada de la de México. El gobierno inglés esperaba que
México aceptase esta realidad y que Texas se convirtiese de este modo en un es-
tado-tapón que detuviese la expansión norteamericana, y por eso aconsejaba a
los mexicanos evitar cualquier motivo de ruptura. Pero los texanos, enteramen-
te ajenos a este propósito, desde la primera hora buscaron la incorporación a los
Estados Unidos.

Oregón en el noroeste

Oregón era la ancha franja costera occidental situada más al norte de Cali-
fornia, hasta enlazar con Alaska, a cuya posesión había renunciado España en
1794 al pactar con Inglaterra el Tratado de Nutka, conviniendo en que aquel te-
rritorio, al que también habían acudido embarcaciones rusas y norteamericanas,
fuese de libre navegación y comercio para todas las naciones sin que ninguna lo
ocupase. A principios del siglo XIX ese espacio inmediato al Pacífico vendría a
ser la última prolongación del gran territorio de Canadá que los ingleses habían
venido ocupando desde finales del siglo XVIII, expandiéndose muy lentamen-
te y con escasa población, pero estableciendo sucesivos puntos de apoyo hacia el
oeste; y junto a ellos aparecieron los comerciantes y tramperos norteamericanos

CAPÍTULO II. Estudio I 200


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

siguiendo a los exploradores Lewis y Clark, enviados por el presidente Jefferson


(1804-1806), para llegar al extremo noroccidental de Luisiana y atravesar las Ro-
cosas hasta alcanzar la costa del Pacífico, como lo hicieron. De entonces datan
las reclamaciones norteamericanas a este territorio, rico en pesca y en pieles de
nutria y de foca, cuya explotación durante un tiempo compartieron con los an-
glocanadienses (Cook: 1972, 397-433).

Alta California, la puerta hacia China

La Alta California, a su vez, fruto de la expansión fundamentalmente mi-


sional española en el último tercio del siglo XVIII, aunque muy débilmente
poblada por colonos y pequeñas guarniciones —en 1746 solo contaba siete mil
trescientos habitantes—, consistía en esencia en la cadena de misiones parale-
la a la costa; alcanzaba hasta algo más al norte de la bahía de San Francisco —
donde se fijó el límite en el Tratado de 1819—; y por el interior enlazaba con
Nuevo México a través del ancho vacío, escasamente explorado, que creaban
las altas cordilleras y mesetas de Las Rocosas. Pero conforme avanzaba el siglo
XIX, California había adquirido un nuevo valor, el de su producción ganadera,
que le permitía exportar caballos y cueros de vacuno, y el de sus puertos estra-
tégicamente situados para el comercio del Pacífico norte y con todo el Extremo
Oriente, donde florecían no solo Manila y las Filipinas españolas sino las gran-
des capitales meridionales de China e Indochina, en las que operaban activos
núcleos de mercaderes europeos, principalmente británicos. De ahí que Inglate-
rra, dueña de Australia, Nueva Zelanda, Singapur y la costa oeste del Canadá,
codiciase los puertos californianos: San Diego, Monterrey y, sobre todo, la gran
bahía de San Francisco. Y aquí, como en Oregón, encontró la rivalidad de los
Estados Unidos.

Comercio y poblamiento del Misisipi al Pacífico

Los norteamericanos de Luisiana, además de instalarse como colonos en


Texas, comerciaban desde sus territorios del oeste y del norte con Nuevo Mé-
xico y con todas las naciones indias de la región —apaches y comanches, entre
otras—, proporcionándoles armas que permitirían a estas tribus atacar los po-
blados del mismo Nuevo México y de Sonora, Chihuahua, Coahuila o Nuevo
Santander. Los mismos traficantes y tramperos norteamericanos empezaron a
aposentarse en Nuevo México y en California, suministrando mercancías a los
indios de la pradera y las montañas y a los pobladores a cambio de plata mexi-
cana, y estableciendo redes para el comercio peletero —pieles de castor, cueros
de búfalo— y la extracción de caballos que desde California surtían a todo el
Oeste. Hacia 1840 empezaba a crecer la emigración de norteamericanos a Nue-
vo México y, más aún, a California, donde esperaban conseguir tierras de gran
calidad. Así empezaron a llegar desde unas docenas hasta varios centenares cada
año (Weber: 1992, 307-349).

CAPÍTULO II. Estudio I 201


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

La ambición del presidente Polk

Hacia 1840, entre las posibles acciones que consideraba el gobierno nor-
teamericano, estaba la de anexionar la república de Texas, asegurar el dispu-
tado territorio de Oregón y, sobre todo, hacerse con el dominio de California.
Ya en 1835 el presidente Jackson había propuesto a México la compra de la ba-
hía de San Francisco, y en 1842 se produjo un desembarco de una escuadra
estadounidense en este puerto, lo que alarmó al gobierno mexicano ya alerta-
do por la experiencia habida en Texas. En Oregón el gobierno de Washington
tropezaba con Inglaterra, en California y en Texas tanto con Inglaterra como
con México. Pero las ideas del presidente James Polk eran claras, según cons-
tan en las instrucciones dadas el 10 de noviembre de 1845 al embajador Slidell
enviado a México:
La posesión de la bahía y puerto de San Francisco es muy importante para los
Estados Unidos. Las ventajas que para nosotros derivarían de su adquisición son
tan palpables que sería perder el tiempo en enumerarlas. Si todas estas se volvie-
ran contra nuestro país por virtud de la cesión de California a la Gran Bretaña, que
es nuestro principal rival mercantil, las consecuencias serían de lo más desastrosas
(Polk: 1948, II, 67).
Sería Texas, cuya incierta situación se arrastraba ya una década, el origen
del conflicto definitivo. México seguía sin reconocer su independencia, conside-
rándola un departamento insumiso, a sabiendas de la atracción mutua que sen-
tían Texas y los Estados Unidos. México hubiera querido contar con la alianza
de Inglaterra, motivada por la disputa de Oregón, frente a los norteamericanos,
pero Inglaterra, que deseaba la consolidación de la república texana, aconsejaba
a México reconocer su independencia a cambio de que no se uniese a los Esta-
dos Unidos. Estas fueron las negociaciones que se desarrollaron en 1845, pero,
aunque el presidente mexicano Herrera pareció conforme, los texanos rechaza-
ron la propuesta y aprobaron la anexión a la Unión. Ahora la decisión dependía
de Washington, donde inicialmente el Senado no la aceptó, pero sí la admitió
una sesión conjunta de ambas cámaras.
El presidente Polk, que había hecho de la incorporación de Oregón y Texas
el principal tema de su campaña electoral, se apresuró a enviar tropas desde
Nueva Orleans a la frontera del río Nueces, al tiempo que despachaba al em-
bajador Slidell para proponer a México la cancelación de las reclamaciones pe-
cuniarias —que se sabía que no podía satisfacer con dinero— a cambio de la
cesión de Nuevo México por cinco millones de dólares y la de California por
veinticinco millones más, buscando con esto anticiparse a las pretensiones de
Inglaterra. Preferiría evitar una guerra, si pudiera conseguir sus propósitos por
medio del soborno y la compra (Vázquez: 1998, 10). El rumor de esta negocia-
ción, que el gobierno mexicano se resistió a admitir, bastó como pretexto para
que el general Paredes, que se hallaba en San Luis de Potosí al frente del mejor
ejército mexicano, derrocase en diciembre de 1845 al presidente Herrera acusado

CAPÍTULO II. Estudio I 202


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

de traición, anunciando su propósito de ir a la recuperación de Texas. Su procla-


ma de 23 de abril de 1846 sostenía que los Estados Unidos habían iniciado las
hostilidades al ocupar Texas, territorio mexicano, por lo que él daba comienzo
a una “guerra defensiva”.
Pocos días después, en el territorio entre el Nueces y el Bravo, se produ-
jo una escaramuza entre tropas mexicanas y norteamericanas, en el que estas
sufrieron algunas bajas, lo que dio pie a Polk para decir ante el Congreso que
“México ha invadido nuestro territorio y ha derramado sangre americana en
suelo americano”, y el 13 de mayo de 1846 firmó la declaración de guerra. En-
tonces el ejército del general Taylor, que se había situado en Corpus Christi jun-
to al Nueces, se puso en marcha hacia Matamoros, a la orilla del río Grande.
El 15 de junio de 1846 se firmó en Washington el Tratado de Oregón (o
Tratado sobre los límites occidentales de Las Rocosas) por el que el disputado
territorio se dividía entre los Estados Unidos y Gran Bretaña siguiendo el para-
lelo de los 49º. A partir de aquí, Inglaterra, perdida toda fe en la independencia
de Texas, ya no lucharía por California. México se encontraba solo frente a su
poderoso vecino.

Una guerra de múltiples escenarios

La invasión norteamericana se realizó en dos fases. La de 1846 se desarro-


lló en el norte de México con dos direcciones: un ejército marchó desde Texas al
interior de la república, otro se dirigió al Pacífico, donde encontraría apoyo de la
armada. En 1847, prescindiendo de algunos episodios bélicos de menos entidad,
también se pelearía en dos frentes: uno, el espacio entre San Luis Potosí y Mon-
terrey; otro, el de la vieja ruta de Veracruz a la capital.

El primer año de la guerra

Entre el Nueces y el Bravo, donde había tenido lugar el primer derramamien-


to de sangre, se pelearon las primeras batallas de Palo Alto y la Resaca de Guerrero
(8 y 9 de mayo de 1846), después de las cuales el ejército mexicano se retiró a Ma-
tamoros, y de aquí a Linares y a Monterrey, donde se prepararon algunas fortifica-
ciones, insuficientes para contener a los enemigos, que penetraron en el interior de
la ciudad horadando las casas. El general Ampudia, figura de esta primera fase de
la guerra, tuvo que capitular en términos honrosos el 24 de septiembre. Poco an-
tes, en agosto el general Kearny había entrado en Santa Fe apoderándose de Nue-
vo México y a continuación, en diciembre, los norteamericanos se adueñaban de
la Alta California mientras que una columna entraba en El Paso desde donde, tras
vencer en la batalla de Sacramento el 27 de febrero de 1848, penetró en Chihuahua
y continuó hasta enlazar con Taylor en Saltillo.
Cosa sorprendente. Mientras Monterrey se preparaba para resistir, Santa
Anna, exiliado en La Habana, mantenía contactos con el presidente Polk, al

CAPÍTULO II. Estudio I 203


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

que propuso negociar un tratado de límites para conseguir la paz. Al parecer,


Polk fue en esto engañado por el ambiguo Santa Anna, quien de este modo
obtuvo un salvoconducto para que se le permitiera desembarcar en Veracruz
pasando la línea de bloqueo establecida por la armada estadounidense. El cau-
dillo mexicano fue recibido en agosto en este puerto como un héroe, y de allí
se trasladó a la capital de la nación, donde el gobierno fue entregado una vez
más. Entonces comenzó a preparar la lucha contra los invasores (Vázquez
Mantecón: 1997).

La guerra de 1847

Puesto Santa Anna al frente del ejército ahora concentrado en San Luis Po-
tosí, dispuso la partida en los últimos días de enero, de modo que el 22 de febre-
ro de 1847, después de una penosa marcha bajo lluvia y nieve a través de verda-
deros desiertos, que causó miles de bajas, se llegó al contacto con la fuerza de
Taylor en el lugar de la Angostura, que los norteamericanos llamaron Buena-
vista. Una terrible batalla de dos días concluyó en tablas, aunque los mexica-
nos se mostraron superiores: “hubo tres triunfos parciales, pero no una victoria
completa” (Alcaraz: 1974, 104). Fue la mejor oportunidad que tuvo Santa Anna,
pero la situación de la tropa exigía retroceder, y la retirada a San Luis Potosí se
hizo aún en peores condiciones, quedando aquel ejército reducido a la mitad. La
noticia de los disturbios ocurridos en esos días en México obligó a Santa Anna a
volver a la capital al tiempo que una escuadra norteamericana atacaba Veracruz.
Después de un duro asedio, Veracruz capituló ante el general Winfield Scott
el 27 de marzo de 1847. Cuando Santa Anna, con sus tropas mermadas y agota-
das, trató de detener la marcha de los invasores hacia el interior, sufrió un serio
descalabro en Cerro Gordo (18 de abril), perdiendo Puebla en mayo. La progre-
sión de Scott continúa con las batallas de Padierna y Churubusco (19 y 20 de
agosto), a las puertas de la capital, llegándose entonces a un armisticio y a las
primeras negociaciones de paz, que resultaron fallidas.
En dos días del mes siguiente realizó Scott el esfuerzo decisivo: batalla durí-
sima de Molino del Rey (8 de septiembre) y batalla de Chapultepec y ocupación
de la ciudad de México (13 y 14 de septiembre). El 16 de septiembre renunció
Santa Anna a la presidencia en la villa de Guadalupe, y el 12 de octubre el pre-
sidente interino Manuel Peña y Peña situó su gobierno en Querétaro. Siguieron
largas negociaciones de paz con el comisionado norteamericano Nicolás P. Trist
que culminarían el 2 de enero.

Incidencias en el curso de la invasión

La escueta narración que García Pérez hace de la invasión norteamericana


silencia deliberadamente algunos otros episodios de interés. No parece que tales
omisiones sean debidas a falta de información, sino al propósito de no aumen-

CAPÍTULO II. Estudio I 204


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

tar excesivamente la extensión de su escrito y de no desviarse del análisis de las


principales batallas. Son tres los episodios omitidos cuyo conocimiento permiti-
rá una mejor comprensión del curso de la guerra: la conspiración monárquica,
la ocupación de Nuevo México y California por los angloamericanos y la insu-
bordinación de los polkos.

La conspiración monárquica

En 1845, a la vista de la penosa situación que atravesaba México, cuan-


do un importante sector de la población daba por fracasada la república tanto
en su versión federalista como en la centralista, el gobierno español, presidido
entonces por el general Narváez, concibió la posibilidad de ensayar la fórmu-
la monárquica colocando en el trono del infortunado país a un miembro de la
familia real española. Con esto se pretendía llevar a la práctica la idea clave del
Plan de Iguala y del Tratado de Córdoba, de 1821, cuando se había convenido
que el mismo Fernando VII, o uno de los infantes de su familia, se convirtie-
se en emperador de México. Agente muy eficaz de este proyecto, desde marzo
de 1845, fue el joven embajador Salvador Bermúdez de Castro, quien, actuan-
do tan ocultamente que nadie pudiese sospechar la intervención española, en
agosto de ese año ya tenía concebido el plan para la instauración monárqui-
ca contando con un reducidísimo núcleo de personas, entre las que figuraban
el experimentado político e historiador Lucas Alamán y el general Mariano
Paredes, considerado el sucesor de Santa Anna y que a la sazón mandaba un
ejército situado en San Luis Potosí, listo para defender la frontera nordeste del
país. Al parecer solo se dudaba si el candidato al trono sería el infante Enri-
que, nieto de Carlos IV, o la infanta Luisa Fernanda, hija de Fernando VII y
hermana de la reina Isabel II.
El general Paredes se sublevó el 14 de diciembre de 1845 y marchó con su
ejército hacia México, donde otro movimiento obligó al general Herrera, de
quien se decía que estaba en negociaciones con los Estados Unidos para ven-
der Texas y California, a abandonar la presidencia. El 4 de enero siguiente Pa-
redes era presidente interino, contando aparentemente con la aceptación de todo
el país, y seguidamente convocó un Congreso que debía darle nueva organiza-
ción. Bermúdez era la mano oculta que lo movía todo: él redactó los manifies-
tos y la convocatoria del Congreso, y lanzó entre otros un periódico conserva-
dor, El Tiempo, partidario mal encubierto de la monarquía. Al mismo tiempo,
el Gobierno español maniobraba para obtener el apoyo de Inglaterra y Francia
en este asunto.
Pero el mismo Bermúdez sabía que el éxito de su plan dependía ante todo
de la marcha de la guerra en la frontera de Texas, de modo que, cuando en
mayo se produjeron las primeras derrotas junto al río Bravo y la evacuación de
Matamoros, pudo darlo por perdido y así lo reconoció en junio de 1846: “Las de-
rrotas del Bravo han sido un golpe de muerte para nuestro proyecto”. Al mes si-

CAPÍTULO II. Estudio I 205


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

guiente de renunciar Paredes, que embarcó para España, a la presidencia, toma-


ba impulso un movimiento federalista, partidario del retorno a la Constitución
de 1824, que pronto (24 de diciembre) sería dirigido por Santa Anna, llegado de
Cuba, con Gómez Farías como vicepresidente (Delgado: 1990).
Por las mismas fechas comenzaba la invasión norteamericana del septen-
trión mexicano. La conspiración monárquica, que no pudo introducir en el país
el importante cambio político previsto, solo había significado un entorpecimien-
to más de la defensa de México frente a su agresor.

La ocupación de Nuevo México y la Alta California

En realidad, fueron estos territorios, la enorme extensión de tierras que me-


dian desde el río Grande hasta el Pacífico, la causa misma de la guerra que
García Pérez narra. La pugna acerca de Texas solo daría a los Estados Unidos
la ocasión para iniciar las hostilidades pretextando haber sido atacados. Dando
por hecha la anexión de Texas, ya ocupada por el ejército norteamericano, era el
dominio de los puertos de San Francisco, Monterrey y San Diego lo que codi-
ciaba el presidente Polk. La invasión del corazón de la república mexicana sería
sencillamente la forma de obligar a su gobierno a ceder aquellos departamentos
septentrionales que de ningún modo podría defender, dados su lejanía y su es-
caso poblamiento.
Como en el caso de Texas, México había intentado con poco éxito en los
años posteriores a su independencia fomentar la colonización de aquellas re-
giones, para lo cual, visto el poco interés que suscitaban, llegó incluso a enviar
allí algunos delincuentes, no sin disgusto de los pobladores establecidos desde
los tiempos del dominio español. Recurrió entonces a la oferta de concesiones
de tierras para atraer colonos de otras procedencias que cumplieran determina-
das concesiones, tales como la instalación de familias y la puesta en explotación
de los suelos. Prácticamente lo que se intentaba era anticiparse a tomar posesión
de hecho de unos territorios que se sabían codiciados por los norteamericanos,
quienes fácilmente podrían infiltrarse en ellos. Por eso Manuel Armijo, gober-
nador de Nuevo México, adjudicó cuantiosas tierras hacia el extremo septen-
trional de su provincia y hacia el este de la misma, buscando consolidar el límite
con los Estados Unidos y Texas, así como contener las incursiones de los indios
del exterior, para lo que carecía de suficientes fuerzas militares. Grandes exten-
siones a orillas del río Grande, del Pecos y del Arkansas fueron así otorgadas a
pobladores de origen francocanadiense o angloamericano naturalizados o casa-
dos con mujeres mexicanas y asociados con mexicanos.
Simultáneamente, grupos de neomexicanos estaban abandonando la pro-
vincia para dirigirse al sur de California, buscando mejores climas, y así se ins-
talaron en la región de San Bernardino y el valle de Sacramento, pero sobre todo
numerosos aventureros procedentes del Canadá inglés o de los Estados Unidos,
o del disputado territorio de Oregón, después de recorrer penosos caminos a tra-

CAPÍTULO II. Estudio I 206


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

vés de Las Rocosas, fueron ocupando porciones de tierras en la costa y en el va-


lle central californiano, cuyas producciones agropecuarias ya poseían suficiente
atractivo, antes de que se descubriesen los yacimientos de oro. Esto alarmó a las
autoridades mexicanas, conocedoras de las apetencias del gobierno norteame-
ricano. En 1845 se dispuso el envío a California de un importante contingen-
te militar, pero debido al desorden que entonces reinaba en la república ni los
hombres ni las armas llegaron a su destino.
A partir de 1836, a semejanza de lo ocurrido en Texas, se habían produci-
do levantamientos federalistas no solo en Nuevo México y California, sino en
otros departamentos del norte como Sonora y Tamaulipas. La anarquía y pará-
lisis del México central, que dejaba desatendidas las provincias periféricas, dio
lugar a frecuentes sucesos de igual índole en las décadas siguientes. En Califor-
nia llegó a surgir un movimiento separatista que buscaba el apoyo de Inglaterra
para lograr su independencia bajo protectorado británico, a lo que el gobierno de
Londres siempre se negó. Pero ni californianos ni neomexicanos deseaban pa-
sar bajo el dominio de los Estados Unidos. Fue una ingrata sorpresa para ellos
ver aparecer los ejércitos y las naves angloamericanas en su tierra y en sus aguas.
La expedición invasora norteamericana, al mando del general Stephen
Kearny, partió de Fort Leavenworth (Kansas) a finales de junio de 1846 y se
presentó a principios de agosto ante Santa Fe de Nuevo México. El gobernador
Manuel Armijo rehuyó el combate dirigiéndose con sus efectivos hacia el sur de
la provincia, de modo que Kearny pudo ocupar la capital sin ninguna dificultad,
enviando luego al coronel Doniphan a ocupar las regiones meridionales, hasta
El Paso y Chihuahua. El mismo Kearny marchó en septiembre con un reducido
contingente desde Santa Fe a California.
En la Alta California convergieron entonces tres fuerzas invasoras: La del
mayor Fremont, procedente de Oregón, desde el norte; la de un escuadrón na-
val mandado por el comodoro John Sloat, que realizó un desembarco en Mon-
terrey sin encontrar resistencia; y el destacamento de Kearny, procedente del
este. La presencia angloamericana suscitó pronto un movimiento de rechazo
de los mexicanos, pero la batalla de San Pascual (6 de diciembre de 1846) re-
sultó finalmente victoriosa para los invasores. En los días 8 y 9 del siguiente
enero la menguada fuerza mexicana fue derrotada decisivamente en el río San
Gabriel y en La Mesa. Tras esta derrota, el 13 de enero de 1847 se firmó la ren-
dición en Cahuenga.

El pronunciamiento de los polkos

En diciembre de 1846, una vez desbaratada la conspiración monárquica,


Santa Anna —recién llegado de La Habana— y Gómez Farías se hicieron car-
go de la presidencia y vicepresidencia, respectivamente. El segundo quedó al
frente del gobierno mientras el general marchaba a tomar la dirección de las
operaciones militares.

CAPÍTULO II. Estudio I 207


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Para Gómez Farías, el principal problema a la sazón era el de obtener re-


cursos para sostener la guerra y, estando cegadas las aduanas, principal fuente
de ingresos, por el bloqueo norteamericano de los puertos, recurrió a la promul-
gación de una ley que autorizaba al ejecutivo a hipotecar o vender en subasta
bienes de manos muertas —es decir, de la Iglesia— por valor de quince millo-
nes de pesos. Tal medida provocó la inmediata protesta del cabildo del arzobis-
pado de México y poco después, a finales de febrero de 1847, la sublevación de
varias unidades de la milicia o guardia nacional de la capital constituidas por
individuos de los más elevados niveles sociales que, de este modo, se manifesta-
ban contra la política anticlerical del gobierno liberal y buscaban la destitución
de Gómez Farías.
Los jóvenes milicianos amotinados se divertían bailando la polca, entonces
de moda, y de ahí el mote de polkos —que también podría relacionarse con el
nombre del enemigo presidente Polk— con que fueron conocidos. Los p­ olkos to-
maron posiciones en la ciudad y estalló una verdadera guerra civil que duró va-
rias semanas e impidió el envío de socorros a la amenazada Veracruz.
A la vista de este conflicto, Santa Anna, después de la desgraciada batalla de
la Angostura (o de Buenavista, según la terminología de los norteamericanos),
volvió a la capital e hizo que el Congreso anulara la ley motivo de la protesta y
suprimiera la vicepresidencia, con lo que apartaba al radical Gómez Farías. A
cambio, negoció con las autoridades eclesiásticas la contribución de dos millones
de pesos para los gastos de la guerra.

El Tratado de Guadalupe Hidalgo, y después

En el capítulo noveno da cuenta García Pérez de cómo después de la batalla


de Chapultepec los norteamericanos lograron entrar en la capital, previamente
evacuada por el ejército mexicano. Un capítulo final inexistente debería haber
expuesto cómo entre el gobierno provisional mexicano —porque Santa Anna
renunció entonces una vez más—, residente en Querétaro, y el comisionado
Trist se iniciaron conversaciones en la villa de Guadalupe Hidalgo, donde se en-
cuentra la basílica de la patrona de América.

El premio de la agresión

En esa negociación se hizo patente la enorme ambición de los norteameri-


canos, que pretendían quedarse con las dos Californias y gran parte de Sono-
ra, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas, y asegurarse además el libre tránsito
por el istmo de Tehuantepec. En realidad, había entonces estadounidenses que
hubieran querido anexionarse todo México, aunque otros censuraban la agre-
sión realizada. El interés por Tehuantepec —como por Nicaragua o por Pana-
má— era consecuencia de la misma adquisición de California por los Estados
Unidos, que desde ese momento buscaban una ruta de la costa del Atlántico a la

CAPÍTULO II. Estudio I 208


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

del Pacífico más cómoda que la peligrosa travesía por tierra o la circunvalación
de América del Sur por el cabo de Hornos. Cruzar el continente por el istmo de
Tehuantepec podía ser una solución.
Los representantes mexicanos, sin embargo, rechazaron de plano esta de-
manda, así como la de la península de Baja California, aceptando en cambio
fijar el límite de Texas en el río Bravo y fijar el límite hacia el oeste en el río
Gila, cediendo los territorios de Nuevo México y la Alta California, unos dos
millones cuatrocientos mil kilómetros cuadrados. Los Estados Unidos abona-
rían a México una indemnización de quince millones de pesos. El Tratado,
que no podía satisfacer a Polk, se firmó el 2 de febrero de 1848, siendo después
ratificado por ambos Senados, con lo que las tropas angloamericanas invaso-
ras regresaron a su país. Pero se había hecho sensible el aislamiento del país
agredido: “México había logrado sobrevivir sin tener que agradecerlo al ampa-
ro británico” (Vázquez: 2002).
Con esta solución final, que después de todo salvaba una parte de los te-
rritorios amenazados, se arruinó en un instante toda la labor colonizadora de-
sarrollada por España en los siglos XVII y XVIII en el gran norte de México,
donde aquellas casi desérticas extensiones habían formado el coronamiento del
brillante virreinato, constituyendo unas enormes reservas de tierras que habían
dado poco fruto hasta el presente, pero de las que cabía esperar en el futuro
enormes riquezas que impulsasen el desarrollo de la joven nación, a la que —
hacia 1800— todos supusieron llamada a desempeñar un gran papel en la polí-
tica internacional. Como escribió la distinguida historiadora mexicana Josefina
Zoraida Vázquez, “México no solo perdió la mitad de su territorio, sino que vio
esfumarse el destino que parecía predecir la grandeza que había tenido la Nue-
va España dieciochesca” (Vázquez: 2005, 22).
Polk, en cambio, había alcanzado sus objetivos. Para ello, saltando sobre la
actitud prudente de sus antecesores en la Casa Blanca, que habían refrenado su
claro expansionismo para no poner en peligro la unidad de la nación, él dio vía
libre al apetito imperialista y con ello abrió la puerta al agravamiento de las ten-
siones entre el norte y el sur del país, regiones claramente diferenciadas por su
desarrollo económico y estructura social, lo que las llevaría al enfrentamiento
abierto en la Guerra Civil o de Secesión (1861-1865), en la que quedó zanjada
la posibilidad de que el esclavismo se propagara en los territorios arrebatados a
México (Velasco Márquez: 1998, 29).

La Mesilla y nuevas acciones expansionistas

De todos modos, el Tratado de Guadalupe Hidalgo no resolvió entera-


mente las tensiones desencadenadas en 1845. Graves desacuerdos surgieron in-
mediatamente después a la hora de trazar la nueva frontera internacional que
debía correr desde el río Bravo hasta el golfo de California. Los ánimos, sin
embargo, no estaban ya tan exaltados y propicios a la guerra cuando, en 30 de

CAPÍTULO II. Estudio I 209


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

diciembre de 1853, el presidente mexicano, que era una vez más Santa Anna,
regresado entonces del exilio de diez años en Venezuela y tras haber instaura-
do en México un gobierno de rasgos casi monárquicos atribuyéndose el título
de “alteza serenísima”, firmó un nuevo Tratado, llamado de La Mesilla o de
Gadsden (Gadsden Purchase, por el nombre del embajador norteamericano),
por el que, a cambio de una indemnización de quince millones de dólares, ce-
día una franja de terreno de setenta y ocho mil kilómetros cuadrados más al
sur del río Gila, comprendiendo partes de los estados de Chihuahua y Sonora,
con vistas al trazado de un ferrocarril que al cabo no se construyó. En virtud
de este acuerdo, una línea fronteriza quebrada uniría los ríos Bravo y Colora-
do dejando una franja en la desembocadura de este que permitiera el paso por
tierra de Sonora a Baja California.
Las tendencias expansionistas de los norteamericanos no se agotaron por
esto, y así en los años siguientes aún hubo otras tentativas de ocupar porciones
de Baja California o de Sonora. La más grave fue la dirigida por el “filibuste-
ro” William Walker, que desembarcó en la localidad californiana de La Paz en
1853, de donde sería expulsado. Después de otros intentos análogos hechos en
Cuba y Centroamérica, moriría fusilado en Honduras en 1860 (Vázquez Man-
tecón: 1986, 184-201).
El expansionismo norteamericano, de todos modos, aún se anotaría dos im-
portantes éxitos: la anexión de Alaska, por compra a Rusia, en 1867 y la del ar-
chipiélago de Hawaii en 1898. Ambos territorios, como los adquiridos en 1848,
se convertirían en estados de la Unión. Las adquisiciones derivadas de la guerra
con España —Cuba, Filipinas, Puerto Rico y las Marianas— han seguido un
curso distinto, así como la Zona del Canal de Panamá y las islas Vírgenes, obte-
nidas por otros medios.

Las fuentes de García Pérez y su juicio moral

Versiones mexicanas de la guerra

En los mismos días de la contienda se elaboraron en México dos obras de


carácter histórico que proporcionan amplio acceso al conocimiento de esta gue-
rra. La primera de estas obras, titulada Apuntes para la historia de la guerra entre
México y los Estados Unidos, fue confeccionada por un grupo de quince escritores
y políticos —encabezados alfabéticamente por Ramón Alcaraz y entre los que
se encontraban personalidades como las de Manuel Payno o Guillermo Prie-
to— a partir de las tertulias que celebraron en Querétaro en los días en que el
gobierno mexicano residía en esta ciudad mientras negociaba el tratado de paz.
El extenso volumen fue publicado en 1848 y sus capítulos van siguiendo las vi-
cisitudes de la contienda, examinando con detalle tanto las batallas, ilustradas
con planos y croquis, como las fluctuaciones de la política.

CAPÍTULO II. Estudio I 210


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

La segunda obra aludida es la del periodista y político Carlos María Busta-


mante llamada El nuevo Bernal Díaz del Castillo, o sea Historia de la Invasión de
los Anglo-Americanos en México, que en su origen fue una serie de crónicas pu-
blicadas por entregas, interrumpidas en 1847, antes de que la narración alcan-
zase el momento de la entrada de los invasores a la capital, por haber muerto el
autor en 1848, año en que apareció la obra truncada. Bustamante presenta esta
producción como un relato semejante al que el soldado cronista Bernal Díaz del
Castillo hizo de la conquista de México por Hernán Cortes.
Un tercer autor, José María Roa Bárcena, testigo de los sucesos, escribió
una obra importante, publicada años después. Se trata de los Recuerdos de la
invasión norteamericana (1846-1848) por un joven de entonces, que aparecieron
en 1883. Roa Bárcena completó sus recuerdos con una amplia consulta de pu-
blicaciones y documentos tanto mexicanos como norteamericanos, logrando
una exposición continuada desde los orígenes del conflicto hasta la retirada
de los invasores.
La cuarta y más extensa narración aparecida en el siglo XIX sobre esta gue-
rra, debida ya a un historiador profesional, es el volumen cuarto de la gran obra
colectiva titulada México a través de los siglos que dirigió el general Vicente Riva
Palacio y se publicó en Barcelona entre 1884 y 1889. Ese cuarto volumen fue ela-
borado casi en su totalidad por un historiador español, Enrique de Olavarría y
Ferrari, radicado tiempo atrás en México, y contiene una descripción muy por-
menorizada de los hechos, para la que Olavarría se sirvió de la tres antes men-
cionadas, más una cantidad ingente de otras memorias de políticos y militares, y
documentación oficial y crónicas periodísticas, tanto del bando mexicano como
del norteamericano, logrando una magnífica síntesis.
Antonio García Pérez se sirvió preferentemente de este volumen de Olava-
rría que le permitió conocer, muchas veces en largas transcripciones, todos los
textos oportunos para su objeto. Por haberse publicado México a través de los si-
glos en España, pudo tener fácil acceso a sus páginas y tal vez llegase a conocer
al general Riva Palacio, que en los últimos años de vida sirvió a su país como di-
plomático en Madrid, donde murió en 1896.

La guerra vista en perspectiva

Es importante señalar que el capitán García Pérez no se limita a reprodu-


cir las informaciones que recibe de sus fuentes. Por el contrario, nuestro au-
tor, a lo largo de la narración del conflicto entre mexicanos y norteamericanos,
emite frecuentemente opiniones o juicios sobre los hechos descritos, críticas
que sin duda muchas veces recoge de sus fuentes, pero que otras muchas re-
flejan su personal punto de vista. Ese punto de vista es desfavorable para los
Estados Unidos, cuya arrogante conducta hacia su débil vecino es siempre ca-
lificada de hipócrita, astuta, violenta y esencialmente injusta, y de inicuo pro-
ceder, cosa que buena parte de los dirigentes y los historiadores norteamerica-

CAPÍTULO II. Estudio I 211


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

nos han reconocido desde entonces —lo que por otra parte no ha servido para
que fueran devueltos a México los territorios violentamente anexionados—.
No debe carecer de significación el hecho de que los Estados Unidos no con-
memorasen de ningún modo en 1946-1948 el centenario de la invasión (Con-
nor & Faulk: 1975). El sesquicentenario de 1996-1998 dio lugar a algunas pu-
blicaciones de carácter histórico.
Pero no es extraña la hostilidad de García Pérez hacia los norteamericanos
teniendo en cuenta que, al escribir esta narración compendiada de la invasión
que llevaron a cabo contra México, aún no había transcurrido una década de
la intervención semejante realizada en 1898 en la española isla de Cuba, don-
de por cierto había nacido García Pérez, quien no guarda reservas al establecer
con toda crudeza la comparación: Washington había buscado “arrebatar a Mé-
xico glorias y provincias codiciadas, y lo que sucedió a los mexicanos ha ocurri-
do a España con el mismo enemigo de aquellos: las mismas causas produciendo
idénticos efectos” (García Pérez).
Pero la acusación de culpabilidad de los estadounidenses no impide que
al mismo tiempo se denuncie el desorden o desbarajuste de las autoridades
mexicanas que “vivían más de la política que del estudio y engrandecimiento
de su patria” (García Pérez). En un pasaje dice García Pérez que “México se
abisma en las miserias de la política y se debilita con las torpezas de sus go-
bernantes” (García Pérez), que conducen a la impreparación de su ejército así
descrito: “Urrea se encontró con una caballería sin caballos, con un infantería
descalza y con pingajos por uniforme, con una artillería incompleta, con los
armamentos destrozados” (García Pérez), etc., llegando a escribir que “desnu-
dos y muertos de hambre los soldados compartían su miseria con la de sus ofi-
ciales” (García Pérez). Información que confirma un investigador de finales
del siglo XX que asegura que el ejército mexicano estuvo formado por trein-
ta mil hombres, en su mayoría de leva, conducidos a veces encadenados (Váz-
quez: 1983), lo que, junto a las pésimas condiciones en que se vivía, explica las
frecuentes deserciones: “El gobierno mexicano no tenía recursos materiales ni
humanos; su artillería y armamento eran obsoletos; sus oficiales, poco profe-
sionales, y sus soldados, improvisados”, “ejército mal comido, mal armado y
sin salario” (Vázquez: 1998, 11).
Sin embargo, García Pérez no puede menos que recordar los vínculos his-
tóricos que unen a mexicanos y españoles y dice de aquellos que en una oca-
sión “se acordaron… de que por su sangre circulaba la de los que desdeñaron
y hundieron en Bailén y Vitoria la arrogancia del vencedor de Europa” (Gar-
cía Pérez); y algo después que “México unía al valor de la raza el espíritu agre-
sivo aún caliente de su independencia” (García Pérez), de modo que “la raza
latina pudo haber triunfado sobre la sajona y quizá esta sería hoy esclava de
aquella” (García Pérez), y elogia el comportamiento de los “niños héroes” del
Colegio Militar.

CAPÍTULO II. Estudio I 212


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Ahí mismo dice que México perdió la guerra “por ineptitud de sus genera-
les, no por falta de valor del pueblo” (García Pérez), y en varios lugares acusa al
general Santa Anna de ineptitud y falta de patriotismo y de tener más apego a
la vida que al honor, por lo que no supo “morir como buen mexicano entre los
enemigos de su patria” (García Pérez), si bien al final recoge un juicio del mis-
mo Santa Anna que atribuye la derrota a “la desobediencia de unos, la cobardía
de otros y la inmoralidad general de nuestro ejército…” (García Pérez).

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CAPÍTULO II. Estudio I 213


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

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CAPÍTULO II. Estudio I 214


Estudio II

Breve análisis de la guerra entre México


y Estados Unidos 1846-1848

Tomás Durán Nieto


Teniente coronel ingeniero constructor

Antecedentes

La declaración de independencia de la República mexicana el 21 de sep-


tiembre de 1821 marcó también el inicio de una serie de disputas políticas por el
ejercicio del poder, dando comienzo a un sistema de gobierno imperial a causa
de un golpe sorpresivo del criollo Agustín de Iturbide, tenaz combatiente realis-
ta, contrario al movimiento libertario; militar que adquirió enorme fama como
gran combatiente, sagaz estratega, oportunista de gran movilidad, pero de fero-
cidad implacable con sus enemigos insurgentes.
Originario de la antigua Valladolid, hoy Morelia, tuvo como principal cam-
po de acción el sureste del estado de Michoacán y la zona del Bajío, región que
mantuvo bajo un control casi absoluto después de haber apresado y ejecutado al
guerrillero Albino García, fuerte opositor al que decapitó y desmembró atando
sus brazos y piernas a cuatro caballos que, al ser fustigados, cumplieron su fatal
cometido. Los miembros fueron exhibidos en cuatro de las poblaciones de ma-
yor actividad del insurgente y la cabeza en Valle de Santiago del estado de Gua-
najuato, su lugar de origen.
Iturbide contará con un poderoso aliado, el general Antonio López de San-
ta Anna. Criollo también, Santa Anna inicia su carrera militar como alférez del
ejército realista en Veracruz, de donde fue originario. Más tarde será enviado
para su entrenamiento y educación militar a las regiones poco colonizadas del

CAPÍTULO II. Estudio II 215


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

norte de Nueva España. Su actividad principal consistía en combatir a las tri-


bus que habitaban esas regiones y constantemente atacaban a sus escasos pobla-
dores. Santa Anna debe regresar a su lugar de origen al resultar herido en un
hecho de armas. Continúa su desarrollo militar incorporándose a las fuerzas
de Agustín de Iturbide —en una etapa ya muy cercana a la declaración de in-
dependencia—, bajo cuya férula asciende rápidamente en el ejercicio del poder.
Una desavenencia entre Iturbide y Santa Anna enfría sus relaciones dando lugar
al Plan de Casamata, proclamado el 1 de febrero de 1823, que provocará el de-
rrocamiento del emperador y su exilio a Europa.
Tras la caída del Imperio, se modifica el sistema gubernamental, acor-
dando el Congreso la creación de una república, recayendo el nombramiento
de primer presidente en la persona de José Miguel Ramón Adaúcto Fernán-
dez Félix, oriundo de Tamazula, Nueva Vizcaya, mejor conocido como gene-
ral Guadalupe Victoria, nombre que adquirió en la Guerra de Independencia.
Después de Victoria, continúa el sistema de gobierno republicano, basado en
la constitución emanada del Congreso Constituyente de 1824, pero caracteri-
zado siempre por una lucha ideológica, y en ocasiones armada, de los parti-
dos liberal y conservador. Esta situación beligerante provocará la poca o nula
atención a la resolución de los grandes problemas nacionales, entre otros, un
comercio nacional e internacional en ruinas, la seguridad nacional precaria,
la demografía mal distribuida, así como el mal reparto de los bienes entre los
habitantes, la agricultura poco desarrollada y el bajo nivel de la industria con
una dependencia casi total de las importaciones.
A la disputa por el poder entre los dos partidos en apogeo, dependiendo
de la facción en funciones del régimen federalista o centralista que acentuaba
la división de la población, se agregaba la intervención del clero en los asuntos
del Estado y las limitaciones, por tanto, que tenían los poderes para gobernar.
Es evidente que México nace a la libertad en condiciones singulares. No surge
como una proclama de independencia contra España sino en apoyo del rey es-
pañol Fernando VII, secuestrado por el Imperio francés que había invadido el
territorio español casi en su totalidad a pesar de la bizarra defensa de sus ciuda-
danos. A este particular inicio sigue una larga lucha de insurgentes contra rea-
listas, consumada en conjunto por las dos facciones, con claro predominio de
los segundos. Así empieza a crecer una nación con grandes desavenencias que
resulta apetecible, a los ojos de otras naciones, para saciar su hambre de poder,
cuanto más si está al alcance de la mano, como es el caso de los Estados Unidos
de Norteamérica. Este país, ya independiente, con una mentalidad diametral-
mente opuesta a la de México, producto sin duda de la diferencias de raza, reli-
gión y costumbres, no tuvo empacho alguno en eliminar a la mayoría de los in-
dígenas pobladores de los territorios que fueron conquistando, haciendo famosa
la frase de que “el mejor indio es el indio muerto”. Al reconocerse la indepen-
dencia de México, Estados Unidos envía a su embajador o representante y, desde

CAPÍTULO II. Estudio II 216


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

el primer momento, principia una labor de intervención y espionaje que viene a


ser el sello que lo caracterizará por siempre. Derivada de esta somera reflexión,
podemos decir que aquí encaja debidamente una frase que fue pronunciada por
Miguel Lerdo de Tejada, presidente provisional de la República a la muerte de
Benito Juárez, treinta años después de la época que nos ocupa: “Pobre México
tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Bien podría decirse que
esta frase no tiene tiempo para estas dos naciones.
Permiten estas circunstancias hacer mención de la definición de guerra que
predominaba en el siglo XIX cuyo autor es el filósofo de la guerra Clausewitz:
La guerra es la continuación de la política por otros medios. La guerra es por
lo tanto el medio violento, la última razón que esgrime un país para imponer su vo-
luntad. En efecto, el propósito de toda guerra es vencer la resistencia del contrario
hasta obligarlo a aceptar las condiciones que se le quieren imponer.
Si además se analizan rápidamente los cuatro factores principales que in-
tervienen en el arte de la guerra (estrategia, táctica, orgánica y logística), pode-
mos determinar que México no tenía una estrategia de nación o, al menos, no
de nación agresora; y, por lo tanto, tampoco una estrategia militar, ya que una
estrategia militar incluye las innumerables actividades que un gobierno realiza
a fin de preparar, durante la paz y conducir en la guerra, todos los recursos dis-
ponibles para el logro de sus objetivos nacionales, fijando los objetivos políticos
adecuados y las tareas generales a cumplir para lograrlos. Lo que sí ocurría con
el país vecino. La táctica es la parte del arte de la guerra que trata sobre el em-
pleo de los medios de acción en el campo de batalla. Se refiere a la actuación de
los mandos y sus tropas en relación con el enemigo existente y con las misiones
a su cargo. La táctica se adquiere en la teoría y se aplica en la práctica. En 1821
se funda en la ciudad de México el Colegio Militar para la formación de inge-
nieros militares principalmente, y posteriormente las especialidades de las otras
Armas, institución que tuvo en sus primeros años un desarrollo muy pobre de-
bido a los avatares políticos de la época, la falta del personal docente adecuado
y el cambio continuo de instalaciones, además de inadecuadas. Entre los años
46-48 detentaban este centro educativo grados de baja o mediana jerarquía, con
algunas excepciones como la del general ingeniero Mora y Villamil y otros más,
por lo que la aplicación de este factor bélico recaía en mandos con experiencia
lírica que en la mayoría de los casos no era la adecuada. Los Estados Unidos
contaban con una academia militar denominada West Point, fundada en 1802
con un funcionamiento estable y recursos adecuados, y con la academia naval
de Anápolis que empezó a operar en 1845 con la tradición heredada de una gran
potencia naval como era Inglaterra; por ello, los cuadros de mando del Ejército
contaban en su mayoría con la preparación necesaria para el desempeño de sus
funciones y los de la Armada la práctica suficiente para operar con libertad, sin
la oposición de una fuerza naval adversaria que de hecho no existía. La orgánica
es la que se ocupa de la reunión y disposición de los medios de acción humanos

CAPÍTULO II. Estudio II 217


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

y materiales para constituir unidades, dependencias e instalaciones, con miras


a su eficaz empleo en la guerra. Para su desempeño, este factor requiere básica-
mente medios económicos, que en México no fluían adecuadamente al no exis-
tir una estrategia como país, y en consecuencia tampoco una estrategia militar.
Consideraciones que sí se daban en la otra parte, ya que los norteamericanos te-
nían dentro de sus miras inmediatas, a medio y largo plazo, la expansión de sus
dominios, con la pretensión de alcanzar como límite occidental el Océano Pa-
cífico, y no escatimaban recursos para lograrlo. La logística es la actividad que
comprende la planeación y ejecución de operaciones en relación con el abaste-
cimiento, evacuación y mantenimiento de materiales, así como la evacuación y
hospitalización del personal. Este factor depende mucho del anterior por lo que
las consideraciones señaladas pueden aplicarse a ambos. Resumiendo, podemos
concluir que existe un enlace muy estrecho entre los cuatro factores y que la fa-
lla de uno redunda en los demás y lo más grave, en el resultado de las operacio-
nes militares que se emprendan.
Ante estas circunstancias, las condiciones estaban establecidas favorable-
mente para la realización de los planes de los norteamericanos, faltando sola-
mente la justificación de la acción. Justificación ante sus ciudadanos para obte-
ner el convencimiento de que se trataba de una maniobra indispensable para la
seguridad de la nación y así despertar el espíritu de patriotismo, lo que facilita-
ría la movilización de la población para empuñar las armas contra un enemigo.
Justificación ante su congreso para lograr el visto bueno y, por lo tanto, el apoyo
político y económico requerido, porque no podemos olvidar que una parte del
Congreso y personalidades notables no estaban de acuerdo con esa política que
atentaba contra el derecho de las naciones. Justificación ante el concierto de las
potencias militares europeas, a fin de no despertar deseos de intervenir en de-
fensa de México que aun era visto como país susceptible de conquista o recon-
quista; pero, sobre todo, frenar el crecimiento de una potencia en el continente
americano, pues ya se conocía la Doctrina Monroe de “América para los ameri-
canos” que, sin equivocarnos, podríamos interpretar como “América para los
norteamericanos”.
El estado de Texas, vasto territorio poblado en 1820 por tres mil habitantes
aproximadamente, es motivo, desde las postrimerías de la colonia, de un ensayo
de colonización que tuvo funestos resultados, ya que la gran mayoría de los co-
lonos asentados en este estado —que, para fines de control, se había integrado
con el de Coahuila, formando el estado de Coahuila-Texas— eran ciudadanos
estadounidenses, hecho no fortuito porque empezaba a tomar forma la acción
justificativa mencionada anteriormente, siendo el promotor principal de esta co-
lonización Moisés Austin que obtuvo la autorización en 1820 para el estableci-
miento de trescientas familias provenientes del estado de Luisiana. A su muerte,
en 1821, le sucede su hijo Esteban quien atrae un continuo flujo de colonizado-
res, anglosajones principalmente. El cambio de sistema del Gobierno de la Re-

CAPÍTULO II. Estudio II 218


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

pública, al pasar de federal a central, presenta la oportunidad a los colonos texa-


nos de declararse en rebeldía, pidiendo la separación del gobierno central y por
lo tanto su independencia; declaración que no se acepta y, en respuesta, se pone
al frente del Ejército, el presidente de la República, general Antonio López de
Santa Anna, que parte hacia Texas a fin de sofocar la rebelión, lo que al princi-
pio logra con la victoria obtenida en la fortaleza de El Álamo, aunada a otras ac-
ciones sostenidas principalmente por el general Urrea quien derrota a otras fac-
ciones de rebeldes. Todo lo conseguido al inicio de la campaña se pierde con la
derrota y prisión de Santa Anna en la batalla de San Jacinto, consecuencia de no
cumplir con un principio básico de la guerra: la explotación del éxito después de
una victoria. Al no hacerlo, propiciará la reorganización del ejército rebelde y el
auxilio de los norteamericanos con pertrechos militares. A esto se añade el pleno
conocimiento que los insurgentes tenían de las debilidades de Santa Anna, en-
tre otras la de su afición a las mujeres, ofreciéndole a una hermosa mujer mulata
de nombre Emily West Morgan, mejor conocida como la Rosa Amarilla de Texas,
quien cumplió debidamente su comisión de distraerlo y dar aviso a las tropas
enemigas del momento preciso de su intervención.
Texas continuó considerándose independiente, sin el reconocimiento de
México, pero sí de otros países, entre ellos los Estados Unidos, aceptándolo
como estado integrante de la Unión el 12 de abril de 1844, mediante un tratado
celebrado por el presidente estadounidense y el presidente de Texas, aceptación
que no recibió el visto bueno del Senado, por lo que tuvieron que recurrir a otra
vía, la de la Diputación, obteniendo el 1 de marzo de l845 lo que habían maqui-
nado durante largo tiempo. Ambos firmantes procedieron a poner el punto final
de su estrategia bien provocando la declaración de guerra por parte de México,
bien incentivando alguna acción bélica de México en su contra. Resultó simple
crear un conflicto por cuestión de fronteras al considerar el río Bravo como lí-
mite entre los dos países aduciendo que el territorio de Texas tenía ese accidente
natural por demarcación en el sur, lo que contravenía el acuerdo celebrado entre
los propios Estados Unidos y el Reino Español en 1819 en el que se determinaba,
como límite de Texas, el río Nueces.

Desarrollo de las operaciones

A raíz de la anexión de Texas, el gobierno norteamericano principió a to-


mar medidas de seguridad por tener noticias de que México se preparaba para
la guerra, lo que no era del todo cierto porque, en esos momentos, era presidente
de México José Joaquín Herrera a quien catalogaban como muy poco dispuesto
a un enfrentamiento, imputándole debilidad, perfidia y hasta traición, aunque
en realidad él tenía una visión más real de la situación y comprendía que Méxi-
co no contaba con los medios necesarios para obtener éxito en una conflagración
que facilitaba a los americanos sus verdaderas intenciones. Herrera consideraba

CAPÍTULO II. Estudio II 219


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

que México había ya perdido el territorio texano para siempre y que por medio
de negociaciones se podrían obtener mejores resultados, lo que dio lugar al pro-
nunciamiento del general Paredes Arrillaga quien recibió la administración del
país de forma interina. Así, el ejecutivo norteamericano ordenó formar una línea
defensiva a lo largo del río Bravo por considerar que esa era su frontera, desig-
nando como jefe de las fuerzas al general Zacarías Taylor. Al mismo tiempo se
formaron otros dos cuerpos de ejércitos: el del Centro a las órdenes del general
Wool, cuyo mando se estableció en San Antonio de Béjar, y el de Occidente a las
órdenes del general Kearnay, con su cuartel general en el fuerte Leavenworth en
Missouri, con el general Winfield Scott como comandante en jefe. Con meses
de anticipación ordenó a la Armada el bloqueo virtual de los puertos mexicanos
más importantes tanto del Océano Pacífico como del Golfo de México, lo que
permite considerar que todas estas medidas no pudieron ser producto de una
improvisación sino de una estrategia ampliamente estudiada en tiempo y forma,
ya que fue una movilización terrestre y marítima de muy grandes proporciones
en acopio de personal, pues se escribe que el número de integrantes del ejército
regular rondaba los cincuenta mil hombres y los voluntarios en torno a los se-
tenta mil con contratos de duración de un año, tres años o por la duración del
conflicto. La Armada, integrada por siete mil quinientos marinos, acrecentó su
número a diez mil. Lo mismo puede decirse del material y armamentos, estima-
dos tan solo para el Ejército del Centro en un tren con mil quinientos cincuenta
y seis carros de transporte y catorce mil novecientos cuatro reses para la subsis-
tencia, lo que forma una idea del empeño y seriedad con que esta potencia en
ciernes tomaba sus acciones, derivadas de una estrategia nacional que solamente
tomaba en consideración la obtención de su meta, sin tener en cuenta los perjui-
cios y desgracias de otras naciones y pueblos.
En México, en cambio, se continuaba con las indecisiones, el enfrentamiento
ideológico de los partidos, la falta de continuidad de forma de gobierno; pero, so-
bre todo, la falta de unidad, provocada por la ausencia de una doctrina nacional
que solo podía oponerse al aparato militar del país vecino, lo que significa un gran
valor y virtudes tales como el sacrificio y la heroicidad, pero que no son suficientes
para la defensa de la libertad y la integridad territorial, hecho que se observa du-
rante todo el desarrollo del desigual enfrentamiento entre los dos países.
A Mariano Paredes y Arrillaga, presidente interino de México del 31 de di-
ciembre de 1845 al 28 de julio de 1846, le correspondió dictar las medidas para
afrontar el inicio de las hostilidades, nombrando como general en jefe al gene-
ral Arista, que sustituía al general Ampudia en el mando del Ejército del Nor-
te. Arista toma como primera providencia reunir las tropas de diferentes Armas
en número aproximado de tres mil elementos, para ejecutar el plan que previa-
mente había concebido y consistía en cortar las comunicaciones entre el fuerte
Brown y el frontón de Santa Isabel, evitando el suministro de pertrechos de gue-
rra y alimentos al grueso de las fuerzas de Taylor. La falta de embarcaciones su-

CAPÍTULO II. Estudio II 220


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

ficientes para el paso del río por las tropas de Arista provocó lentitud en la ma-
niobra, perdiéndose la sorpresa y permitiendo el paso de las tropas enemigas al
frontón de Santa Isabel, que pudieron enfrentarse a las tropas de Arista en con-
diciones de superioridad al disponer de mayores elementos de combate.
En estas condiciones se efectúa la primera batalla formal entre los dos ejér-
citos, en un lugar denominado Palo Alto, posicionándose el ejército de Arista en
una prominencia y un llano pantanoso. En una maniobra sorpresiva, Taylor or-
dena prender fuego a la llanura que estaba provista de un pasto de altura consi-
derable, con la finalidad —se supone— de ocultar sus movimientos y crear con-
fusión y malestar en el enemigo. Se consuma así la primera derrota del ejército
mexicano, en la que destaca principalmente el fallo de la logística.
Arista se desplaza hacia el sur sin ninguna oposición, con la intención de
concentrarse en Matamoros. En el trayecto pasa por un lugar que juzga adecua-
do para un nuevo enfrentamiento, lugar conocido como Resaca de Guerrero y al
que los norteamericanos identifican como Resaca de la Palma; la característica
principal del lugar lo constituye una barranca profunda y boscosa. Arista decide
esperar en ese punto a Taylor que venía en su seguimiento, pero comete el error
de creer que no se atacaría esa misma tarde y aún menos por la noche, dispo-
niendo el desenganche de las mulas de las piezas de artillería. Taylor aplica el
principio de movilidad y con un sorpresivo ataque infringe otra derrota al ejérci-
to mexicano, superando tácticamente al comandante enemigo. Había dispuesto
Arista que una fracción de sus fuerzas permaneciera atacando el fuerte estable-
cido frente a Matamoros, con el río por medio, logrando en el bombardeo, como
hecho notable, la muerte del comandante del fuerte, el mayor Brown, razón por
la que lleva desde entonces su nombre.
Estas fuerzas y las que venían en retirada cruzaron el río Bravo nuevamen-
te, pereciendo una ingente cantidad de hombres a causa del desorden y la fal-
ta de los medios adecuados para efectuar el cruce. Concentrados en Matamoros
permanecieron los sobrevivientes de las batallas y las tropas que custodiaban el
puerto. Una junta de guerra determinó que saliera el general Requena a solicitar
a Taylor la suspensión de las armas, a lo que se negó, avisando que esa misma
tarde cruzaría el río para ocupar la plaza.
A consecuencia de esta declaración, los mexicanos procedieron de inmedia-
to a desalojar el lugar, lo que permitió a Taylor tomar Matamoros el 18 de mayo
de 1846. Como consecuencia, se relevó del mando al general Arista, ocupan-
do su cargo el general Francisco Mejía. Antes de su relevo, Arista, previendo el
avance de las fuerzas norteamericanas, destinó a Monterrey la sección de inge-
nieros al mando del coronel Zuloaga y al batallón de zapadores a fin de que hi-
cieran algunas obras de fortificación, siendo principales las de la catedral nueva
y la tenería dentro de la ciudad. Fuera de la ciudad también se edificaron algu-
nas al margen del río Santa Catarina y en la parte baja del Cerro del Obispado.
Cuando se efectuaban los preparativos para la defensa de la ciudad de Monte-

CAPÍTULO II. Estudio II 221


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

rrey, en la ciudad de México se produjo un pronunciamiento que derribó al ge-


neral Paredes, promoviendo un nuevo cambio en la forma de gobierno del país,
con el regreso del sistema federal y la vuelta de Santa Anna al poder. Este nom-
bra de inmediato como nuevo jefe del Ejército del Norte a un hombre de su con-
fianza, el general Ampudia quien, al tomar el mando, dispone la modificación y
demolición de algunas partes de la fortificación, retractándose al aproximarse el
enemigo, teniendo que reconstruirlas a marchas forzadas la unidad de ingenie-
ros. Estas y otras órdenes y contraórdenes acusan la falta de un plan bien conce-
bido y firmemente adoptado.
Es de mucha importancia mencionar que, durante la ocupación de las tro-
pas de Taylor en Matamoros, comenzó la deserción de soldados norteamerica-
nos inmigrantes irlandeses o de origen, teniendo como razón principal el profe-
sar la religión católica al igual que el pueblo de México, aunque también se dice
que influyó la fuerte discriminación de que eran objeto los mexicanos por cues-
tiones raciales. El 21 de septiembre principia formalmente la batalla de Monte-
rrey, que se caracterizó por innumerables actos heroicos de los defensores quie-
nes en todo momento recibieron la ayuda de las autoridades civiles del Estado y
de la población de la ciudad. Cada fortaleza fue defendida bizarramente, vién-
dose el ejército invasor en la necesidad de ir horadando y tomando casa por casa
al no poder doblegar los bastiones establecidos. En esta batalla recibe su bautizo
de fuego el batallón de artillería San Patricio, conformado por los irlandeses al
mando de John Riley anteriormente teniente del ejército de los Estados Unidos,
que fue reconocido como su líder natural en todas las intervenciones del bata-
llón durante la guerra. Acusan el rechazo en dos ocasiones de ataques enemigos
en pleno centro de Monterrey.
La batalla de Monterrey nos muestra que, cuando se organiza la defensa
de un lugar, aun con ciertos errores e indecisiones, no representa una presa fá-
cil para el poderoso. Así se sucedieron una serie de hechos dignos de mencionar
como el asedio del reducto de la tenería defendida desde el cobertizo de una fá-
brica de aguardiente, atrincherada con sacos de tierra guarnecida de tropas que
disparaban sobre las compañías norteamericanas atacantes, hiriendo al capitán
Lamottel que iba al mando. Viéndose muy comprometidas estas unidades deci-
dieron retirarse y, a punto de hacerlo, llegaron refuerzos de Taylor, volviendo a
renovar el ataque a la tenería. El rápido avance de tres compañías, sin el apoyo
de la artillería y solo con los disparos de sus fusiles contra el reducto, fue contes-
tado con los cañones de los atrincherados, abatiendo a una tercera parte de los
oficiales y soldados norteamericanos en una sola descarga, huyendo y dispersán-
dose el resto. El general Butlen había mandado a la brigada de Quintana avan-
zar con el regimiento de Ohio al lugar de los hechos, siendo recibido también
con despiadado fuego desde el flanco de la ciudadela. Dándose cuenta Taylor de
la situación, ordena la inmediata retirada hacia el cuartel general. El capitán Ba-
crus, que ocupaba la parte superior del cobertizo, descubre entonces que, desde

CAPÍTULO II. Estudio II 222


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

el patio de la curtiduría podía atacar la espalda del reducto de la tenería, vién-


dose atacados los defensores del reducto al frente y por la retaguardia, teniendo
que retirarse, perdiendo cinco piezas de artillería con suficiente dotación de mu-
niciones. Los norteamericanos se apoderan también de la fábrica de aguardiente
capturando treinta prisioneros. Al darse la noticia, se desistió de la retirada. Esta
acción es la que prácticamente decidió el curso de la batalla. Enfrentamientos
similares se sucedieron en diferentes puntos del teatro de operaciones.
El día 24, a primera hora de la mañana, un ayudante del general Ampu-
dia se presentó ante el general Taylor con un comunicado proponiendo que se
les permitiera la desocupación de la ciudad con todas sus armas y municiones,
proposición que rechazó Taylor. Al mediodía se reunieron Ampudia, Taylor y
Worth, volviendo a rechazar Taylor la propuesta. A punto de fracasar la reunión
propuso el gobernador de Nuevo León la formación de una comisión mixta in-
tegrada por el general Worth, el coronel Davis y el gobernador Henderson por
los atacantes. Ampudia a su vez designó a los generales Ortega y Requena así
como al propio gobernador Llano. De los debates de esta comisión emanaron los
nueve artículos que dieron forma a la capitulación aceptada por ambas partes.
Se transcriben los más significativos:
Artículo 1.- Como legítimo resultado de las operaciones sobre este lugar, la
posición presente de los ejércitos beligerantes, se ha convenido que la ciudad, las
fortificaciones, las fuerzas de artillería, las municiones de guerra y toda cual-
quier propiedad pública, con las excepciones abajo estipuladas, serán entregadas
al general en jefe de las fuerzas de los Estados Unidos, que se hallan al presente
en Monterrey.
Artículo 2.- A las fuerzas mexicanas les será permitido retener las armas si-
guientes, los oficiales sus espadas, las infanterías sus armas y equipo, la caballería
sus armas y equipo, la artillería una batería de campaña que no exceda de 6 piezas
con 21 tiros.
Artículo 9.- Se hará un saludo por la misma batería de la catedral nueva nom-
brada ciudadela, al tiempo de bajar la bandera mexicana.
Resultan interesantes los partes rendidas por los comandantes a sus respec-
tivos jefes, pues nos permiten analizar las condiciones que guardaban ambas
fuerzas y el estado físico del lugar de desarrollo del combate. Ampudia informa-
ba el 25 de septiembre:
Después de una defensa brillante en que el enemigo fue rechazado con pérdi-
das de 1.500 hombres en varios hechos, logró posesionarse de los puestos dominan-
tes del obispado y otros al sur de él, así como de un baluarte destacado que se llama
tenería, y llevando sus ataques por entre las casas que horado con dirección centro
de la ciudad, consiguió situarse a medio tiro de fusil de la plaza principal en cuya
última línea estaban nuestras tropas, que recibían el daño de sus proyectiles hue-
cos. En estas circunstancias fui invitado por varios jefes para de tratar de un aco-
modamiento que economizase pérdidas, pues de abrirse paso a la bayoneta hallán-
donos cercados de enemigos atrincherados, era consiguiente se dispersase la tropa
y nada quedase del material.

CAPÍTULO II. Estudio II 223


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Pesadas por mí estas consideraciones, también tuve presente lo que padecía la


ciudad en los ataques comenzados y los que se emprendiesen horadando casas, no
menos que con el estrago de las bombas, la escasez que comenzaba a sentirse de
parque, los víveres perdidos, conformes adelantaban las líneas de enemigos hacia el
centro, lo distante de los recursos y por último que la prolongación de la batalla por
dos o tres días, en tal estado de cosas, no podría producir un triunfo, consentí en
abrir proposiciones que dieron por resultado el convenio de capitulación adjunto.
Taylor, a su vez, fue blanco de críticas muy severas en EE. UU. cuando se
recibieron noticias de los sucesos. Se vio que su ejército había estado a punto de
ser derrocado en Monterrey, y que sus triunfos se debieron tal vez a una simple
casualidad: el descubrimiento de la gola de la tenería hecha por el capitán Ba-
crus. Taylor en su informe expone las razones de la aceptación de la capitula-
ción por lo escaso de sus tropas que no le permitían la completa circunvalación
de la ciudad, así como la posibilidad de que, exigiendo condiciones más duras,
la guarnición de la ciudad se hubiera desbandado perdiéndose así armamento y
municiones, además del efecto moral de la capitulación; por último, lo grave del
peligro que para los mismos asaltantes resultaba la prolongación del ataque, a
causa del enorme depósito de pólvora que había en la catedral y que fácilmente
podía incendiarse haciendo volar la ciudad entera.
La defensa y la capitulación de Monterrey, según el testimonio y las aprecia-
ciones del enemigo, honran a México y salvan del olvido los nombres del general
Ampudia y sus compañeros de armas.
Una vez ocupadas la ciudades de Monterrey y Saltillo por los norteamerica-
nos, se produce un cambio en su estrategia, considerando su objetivo principal,
y quizá final, la ocupación de Ciudad de México, ya que sabían que esta ciudad
era el motor del país tanto por su desarrollo político como económico, cultural
y de otras actividades. Así pues, el desplazamiento desde el norte del país y la
ocupación de las diferentes regiones que tendrían que atravesar les significaría
mucho tiempo, desgaste económico de consideración, empleo de mayor cantidad
de personal y pertrechos militares, alargamiento de sus líneas de abastecimien-
to, exposición a ataques de guerrillas que principiaban a operar; razones todas
ellas que los inclinan a abrir un nuevo frente de ataque, por lo que deciden in-
crementar las fuerzas navales y terrestres en los puertos del Golfo de México con
el objeto de bloquearlos, ocuparlos y sentar bases de operaciones en Tampico y
Veracruz; principalmente Veracruz por ser el lugar más adecuado para avan-
zar sobre Ciudad de México cuya distancia es aproximadamente de cuatrocien-
tos kilómetros. Se designa al general Scott comandante general para operar las
maniobras conjuntas. Scott retira parte de sus efectivos al general Taylor, con el
consiguiente disgusto e inconformidad de este que, a su vez, solicita el auxilio
del Ejército del Centro, procediendo a efectuarlo el general Wool.
Después de la capitulación de Monterrey se lleva a cabo el repliegue de las
tropas mexicanas para asentar su base de operaciones en la ciudad de San Luis

CAPÍTULO II. Estudio II 224


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Potosí y proceder a la reorganización de sus fuerzas. En este punto, el general


Santa Anna decide en su carácter de comandante en jefe de las Fuerzas Arma-
das ponerse al frente del Ejército del Norte, llegando a la ciudad de San Luis
el 14 de octubre de 1846. La presidencia de la república queda en esas fechas al
mando del general Salas como presidente provisional, hasta diciembre en que
hubo elecciones presidenciales en el congreso, resultando electo el propio Santa
Anna y como vicepresidente Valentín Gómez Farías, quien se encarga del po-
der en ausencia del titular. Taylor por su parte movió sus fuerzas a la ciudad de
Saltillo. Santa Anna consideró que se preparaba para marchar sobre San Luis
por lo que procedió a fortificarla. Al mismo tiempo continuaba la reorganiza-
ción, sirviendo de base la división del general Paredes, unidad que se incorporó
a la de Santa Anna en San Luis, los restos del Ejército del Norte que quedaron
después de la capitulación y las fuerzas que aportaron otros estados de la fede-
ración, destacando Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Querétaro, Aguascalientes,
Distrito Federal y el mismo San Luis Potosí; en conjunto se estimaba un ejérci-
to de veinte y un mil hombres, de los que trece mil doscientos setenta y dos eran
de infantería, cinco mil ochocientos sesenta de caballería y quinientos artille-
ros. Por la escasez monetaria del gobierno federal, Santa Anna tuvo que aportar
para su mantenimiento dinero de su propio peculio, créditos de comerciantes y
préstamos forzosos principalmente del clero. El tiempo se empleaba para en-
trenar, equipar y armar debidamente al personal. Por ser invierno no era dable
el movimiento de las tropas, pues el terreno hacia Saltillo es desértico, de clima
extremoso, con escasos recursos naturales para el aprovisionamiento de alimen-
tos y agua, por lo que era recomendable esperar a la primavera; espera que po-
día utilizarse para continuar la instrucción militar del ejército, aprovechando el
poco o nulo movimiento del enemigo en esa junta. Sin embargo, la presión de
la prensa, la del partido conservador, la penuria económica que impedía pagar
a tiempo haberes, con retrasos de hasta un mes, pero sobretodo una deserción
muy fuerte, principalmente en el personal reclutado por el sistema de la leva,
influyeron en la decisión de iniciar el movimiento hacia Saltillo para enfrentar-
se al enemigo. A su salida, el contingente lo componían trece mil cuatrocien-
tos treinta y dos infantes, cuatro mil trescientos veintiocho dragones, un tren de
artillería de diecisiete piezas con cuatrocientos trece artilleros, para un total de
dieciocho mil ciento ochenta y tres hombres, aproximadamente tres mil solda-
dos menos en el término de un mes.
Las avanzadas del ejército mexicano localizaron en un lugar denominado
La Encarnación una fuerza aproximada de cien hombres a los que hacen pri-
sioneros, eligiendo este punto para su primera etapa. Al pasar revista se registra
una pérdida de mil hombres atribuida a enfermedades y deserción. Se tuvo co-
nocimiento de que el enemigo se encontraba en Agua Nueva, con objeto de de-
fender dos desfiladeros: el del Carnero y el de Agua Nueva, por lo que se decidió
cortarle las comunicaciones y desligarlo de Saltillo para obligarlo a un combate

CAPÍTULO II. Estudio II 225


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

desventajoso o, si no salía de su atrincheramiento, sitiarlo en ellos. Se elige la vía


directa de San Luis a Saltillo, pues los caminos laterales son más largos y no se
contaba con suficientes víveres y agua. Pretendían forzar las posiciones del ene-
migo y, después de pasado el último desfiladero, realizar un movimiento de con-
versión a la izquierda para ocupar el rancho de La Encantada y aprovisionarse
de agua, ya que no se encontraría en otro lugar en veinticinco kilómetros. Reci-
bieron raciones para tres días a base de carne seca, totopos y piloncillo. Principia
el movimiento el día 21 de febrero hacia el desfiladero del Carnero donde fue
hostigado por un ligero tiroteo enemigo. El 22 continuó su marcha, sabiendo
que tendría que forzar el desfiladero de Agua Nueva, que encontró abandonado.
Así lo había decidido Taylor debido a la fragilidad de la posición, factible de ser
flanqueada por ambos lados y a la superioridad numérica del ejército mexicano,
sobre todo la del Arma de caballería, por lo que levantó el campo la tarde del 21
acampando en una nueva posición frente a la hacienda de Buena Vista que con-
sideró adecuada para su base de operaciones, cercana al lugar estudiado y esco-
gido para presentar la batalla contra el Ejército nacional del Norte, lugar cono-
cido como El Paso por los norteamericanos o la Angostura para los mexicanos;
y que la historia mexicana registra como la batalla de la Angostura y los nor-
teamericanos como Buena Vista. La Angostura es un paso estrecho flanqueado
por dos cordilleras de la Sierra Madre oriental que el general ingeniero Mora y
Villa Mil describe de la siguiente manera:
El largo valle que desde Agua Nueva conduce a Saltillo entre dos cadenas de
montañas se estrecha en este paraje y los torrentes que bajan de ambas cordilleras
han formado varias ondulaciones paralelas que todas son perpendiculares a la di-
rección del camino; en el fondo de cada una de estas ondulaciones están situadas
las barrancas o torrenteras, algunas de ellas intransitables para la caballería y aun
para la infantería.
Taylor concibió que, si en la parte central de la llanura concentraba fuerza
de infantería para la defensa de El Paso, nulificaba en buena parte la superiori-
dad de número de las infanterías mexicanas, porque el terreno no permitía un
frente muy amplio lo que impedía además cualquier intento de envolvimiento
del enemigo. En su flanco derecho, en las faldas de la cordillera, se realizaron
obras de fortificación para proteger de forma natural la artillería colocada allí
en apoyo a su frente central, estando desde esa posición en condiciones de batir
a las fuerzas contrarias. Al llegar Santa Anna la mañana del 22 de febrero, re-
conoció las posiciones enemigas y mandó al general ingeniero Mora y Millamil,
director de ingenieros, y a dos jefes y dos oficiales de su unidad, efectuar un es-
tudio y proporcionar el asesoramiento correspondiente. Siguiendo la opinión de
los ingenieros, admite los inconvenientes que tendría si atacara de frente por lo
que se elabora un plan consistente en flanquearlos. Advirtieron que los contra-
rios habían descuidado ocupar una altura importante a la izquierda de su fren-
te, derecho del mexicano. Así dispuso que, de inmediato, la brigada de tropas

CAPÍTULO II. Estudio II 226


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

ligeras al mando de Ampudia la ocupara y conservara hasta nueva orden. A la


llegada de la infantería la situó en dos líneas. Estableció una batería de artillería
sostenida por el batallón de ingenieros en apoyo de su flanco izquierdo en con-
traposición a la del flanco derecho enemigo, una batería en el centro y otra en el
flanco derecho mexicano. Dejó en retaguardia por derecha e izquierda a la ca-
ballería y el cuerpo de húsares, en el centro de la retaguardia el parque general y
entre el parque y las líneas de batalla el cuartel general. Cumpliendo la orden de
Santa Anna de ocupar una altura a la izquierda del enemigo, dio inicio la bata-
lla de la Angostura. Al darse cuenta el enemigo del objetivo de las tropas ligeras
mexicanas trataron de impedirlo sin lograrlo, así que la tarde del día 22 de fe-
brero quedó en poder del ejército mexicano este importante promontorio, lo que
constituiría un factor muy importante en los sucesos subsecuentes. Continúa el
combate con el despliegue de las fuerzas ligeras hacia las faldas de las monta-
ñas, a la izquierda del enemigo, para franquearlas y estar en posición de apode-
rarse de otro lugar eminente situado a la izquierda de la batería emplazada por
el enemigo y abrir de esta manera paso hacia Saltillo. La reacción enemiga no
se hizo esperar, por lo que se estableció un tiroteo muy nutrido desde las dos de
la tarde hasta el anochecer, sostenido por dos columnas, una norteamericana y
otra mexicana, subiendo ambas en dos líneas paralelas hacia la cima principal
de la montaña, a la que llegaron primero los mexicanos quedando los norteame-
ricanos en las posiciones inferiores toda la noche del 22.
Las fuerzas nacionales aprovecharon la oscuridad para reforzar y extender las
posiciones de tal forma que al amanecer del 23 rompieron intenso fuego, inicián-
dose así la batalla del día. Observando Santa Anna las condiciones generales de
la situación, mandó atacar por el costado izquierdo y centro del frente de batalla,
aunque sin mucha intensidad tratándose más bien de una acción de distracción
para ocultar en parte su objetivo principal que, de acuerdo al plan de batalla, se-
guía siendo el de abrirse paso por su ala derecha para permitirse el paso hasta la
retaguardia de las posiciones enemigas y atacarlas por la retaguardia; y, al mismo
tiempo, lanzarse sobre su base de operaciones en Buena Vista para cortar los su-
ministros y así aislar a los combatientes enemigos, atrapándolos entre dos fuegos,
por el frente y la retaguardia, sin posibilidades de desplazamiento lateral por el
obstáculo de las cordilleras. Para ello se había dispuesto que una fuerza conside-
rable de caballería al mando del general Miñón se desplazara por la vía larga ha-
cia Saltillo, amagar a la población y dirigirse a Buena Vista para coincidir en el
ataque a esa base de operaciones y retaguardia enemigas. Sabedor Taylor de estas
intenciones aplicó con todo vigor sus fuerzas para impedir la apertura de la bre-
cha por su flanco izquierdo, pero sin descuidar su frente que era atacado a cada
momento con mayor intensidad. El avance de la caballería mexicana se inició por
el costado del flanco derecho aprovechando la brecha que le habían abierto las tro-
pas ligeras, infantería e ingenieros. Se logró, aunque con bastante más dificultad
por la anfractuosidad del terreno que por la oposición enemiga. El ejército mexi-

CAPÍTULO II. Estudio II 227


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

cano consigue llegar a corta distancia de Buena Vista por lo que Taylor envió toda
su caballería a impedir una mayor penetración; caballería que, a esas horas, debe-
ría estar ocupada en la defensa de Buena Vista si Miñón hubiera cumplido debi-
damente con su cometido, lo que no ocurrió por diversas circunstancias, tenien-
do que desandar su avance la caballería mexicana con sus acompañantes de otras
Armas. La batalla de ese día transcurrió con frenéticos enfrentamientos, avances y
retrocesos, tomas y desalojos de posiciones. Al caer la tarde Santa Anna determi-
na realizar un esfuerzo final lanzando vigorosos ataques sobre el frontal y el flan-
co izquierdo del enemigo, poniéndose él mismo al frente de sus tropas. El ataque,
realizado a bayoneta y con cargas de caballería, deja como resultado el desalojo de
las fuerzas norteamericanas de gran parte de sus posiciones. Este combate marca
el final de la batalla aunque continuaron intercambios de disparos de cañón has-
ta caída la noche, procediéndose de la forma siguiente: Taylor conservó su centro,
la fortificación levantada la noche del 21 en la Angostura y su tren de provisiones
en la hacienda de Buena Vista, o sea su retaguardia, no así el terreno comprendi-
do entre su centro y la cadena de montañas a su izquierda que fue el teatro prin-
cipal de la batalla.
Con esta victoria parcial de las fuerzas mexicanas cabe cuestionarse por qué
no se concluyó esta batalla para obtener la victoria completa, si ya se había lo-
grado lo más difícil. Se dan varias razones. Santa Anna lo atribuye a dos facto-
res: el primero es el incumplimiento de la misión encomendada a la caballería
comandada por el general Miñón, que consistía en atacar al enemigo por la re-
taguardia, ya que, de haberlo hecho, hubiera facilitado el paso del grueso de las
fuerzas por el costado derecho para tomar la base de operaciones, ignorando de
momento los emplazamientos centrales. El segundo fue la falta de provisiones y
el cansancio de la tropa al no haber tenido descanso al final de una larguísima
jornada y haber entrado a combate inmediatamente después. Se concluye que,
de haberse producido el ataque de la retaguardia, el día 24 se hubiera obtenido
la victoria total de contar con provisiones. Algunas expresiones de este hecho de
armas nos dan cuenta clara de la situación que se vivió. El general Pérez, co-
mandante de la caballería, dice que
la falta de ranchos y de leña motivó la orden de Santa Anna de retirar las tropas
extenuadas de hambre y sed; tiempo vendrá en que se reconozca el mérito de los
soldados que en el invierno, sin prest, sin más que carne algunos días, han comba-
tido con extraordinario denuedo, estando 48 horas sin rancho, por los sacrosantos
derechos de su patria.
Independientemente de la ayuda que el Ejército del Centro dio al Ejército
de Operaciones del río Bravo del general Taylor, otra facción marchó sobre Chi-
huahua, llegando a Paso del Norte a fines de diciembre de 1846, saliendo de esa
plaza en febrero de 1847, rumbo a la ciudad capital Chihuahua encontrando al-
guna resistencia en Bracitos y Sacramento, que no le impidieron el paso, ocu-
pando la plaza el primero de marzo.

CAPÍTULO II. Estudio II 228


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

En agosto de 1846, el Ejército del Oeste a su vez partió de Missouri con una
fuerza aproximada de dos mil elementos al mando del general Kearny rumbo a
Nuevo México, territorio que invadió declarándolo parte de la Unión Americana.
Una vez nombradas las autoridades, partió al frente de trescientos dragones rum-
bo a la Alta California. En el trayecto recibió información de que el coronel Fre-
mont ocupaba ya los principales lugares de la región por lo que regresó una parte
de su fuerza, continuando el resto para llegar a San Diego primero, Los Ánge-
les, posteriormente al puerto de Monterrey y finalmente a San Francisco. La ca-
racterística de esta campaña fue una rápida ocupación con maniobras encubier-
tas efectuadas antes de la declaración del estado de guerra entre los dos países y
la inmediata declaración de anexión a los Estados de la Unión Americana, con
una posterior reacción de patriotas que les permitió recuperar momentáneamen-
te lugares como Los Ángeles y San Diego, aunque finalmente fueron sometidos
no sin antes dejar asentada la oposición con acciones de gran valor que denotaron
la fidelidad a su país. Hay que anotar también que la población en esta zona era
aproximadamente de dieciocho mil habitantes. La marina de guerra estadouni-
dense desempeñó un papel preponderante al abastecer de personal combatiente y
material de guerra, manteniendo bloqueados además Mazatlán y La Paz, capital
de Baja California, para evitar cualquier envío de ayuda.
En la ciudad de México y con motivo de la amenaza del desembarco de tro-
pas invasoras en los puestos de Tuxpan y Veracruz, se constituyen dos cuerpos
de guardia nacional, integrados por obreros, empleados, comerciantes e indivi-
duos de estratos sociales medios y altos, que no comulgaban con las medidas
del gobierno en manos de Valentín Gómez Farías, por las requisas económicas
al comercio y al clero; además de que predominaban los partidarios del partido
conservador. Estas dos corporaciones se pronunciaron contra el gobierno, en el
momento de recibir órdenes de desplazamiento a Veracruz en cumplimiento del
objetivo de su creación; pronunciamiento que originó división en los cuerpos re-
gulares, ya que una parte apoyó a los polkos, denominación con la que se les co-
noció por la procedencia de los cabecillas, siempre de alta alcurnia, cuya princi-
pal ocupación era la asidua concurrencia a saraos donde se bailaba la polka. Este
pronunciamiento ocasiona que no se acuda en auxilio del puerto de Veracruz
bloqueado el mes de mayo de 1846 e intensificado su sitio en diciembre del mis-
mo año. A fines de febrero y principios de marzo, llegan tropas de desembarco y
material de guerra provenientes de Nuevo Orleans, Tampico e Isla de Lobos en
cantidades impresionantes. Se habla de ciento sesenta y tres buques de transpor-
tes; tan solo la solicitud de Scott habla de ochenta mil a cien mil bombas.
Veracruz cae después de una heroica resistencia de las autoridades civiles
y militares, pero sobre todo del pueblo, que soporta un bombardeo continúo
durante seis días hasta su capitulación ocurrida en el momento en que se ago-
tan los medios para seguir resistiendo. La descripción detallada de este hecho
de armas mostraría el patriotismo de una población con escasos medios de de-

CAPÍTULO II. Estudio II 229


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

fensa que se opuso a un enemigo poderosamente armado, lo que dio lugar a


múltiples sucesos de heroicidad.
Una vez tomado el puerto de Veracruz, y establecido un pie de playa sólido,
principia el avance sobre el objetivo principal: Ciudad de México. Santa Anna
a su vez, después de la retirada de la Angostura a San Luis Potosí, dispone que
una parte del Ejército del Norte permanezca en custodia de la plaza y la otra
marche a Cerro Gordo, en el estado de Veracruz, lugar predeterminado para en-
frentarse al ejército enemigo y detener su avance. Santa Anna se dirige a la ciu-
dad de México para formalizar la recepción del poder ejecutivo de la nación con
la toma de protesta ante el Congreso. Realizando el acto protocolario, solicita
autorización por parte del Congreso para salir a Cerro Gordo y ponerse al fren-
te de las fuerzas allí concentradas; lo que le fue concedido, dejando como presi-
dente interino al general Pedro María Anaya.
En Cerro Gordo tiene lugar el hecho de armas más desastroso de la guerra
méxico-norteamericana, producto de una mala coordinación entre el mando
y sus asesores, quienes recomendaban la fortificación y emplazamiento prin-
cipal de un cerro dominante del lugar llamado El Telégrafo. Se tomó la de-
terminación de que fuera Cerro Gordo, que entre otras cosas no contaba con
abastecimiento de agua y estaba rodeado de llanuras con zarzales, el lugar para
establecer el dispositivo; y en el cerro de El Telégrafo se emplazó una defen-
sa secundaria que con bastantes esfuerzos fue tomada por las tropas de Scott,
sirviéndole posteriormente de punto de apoyo a la sucesión de acciones contra
los emplazamientos defensivos mexicanos, resultando una derrota absoluta y la
posterior desbandada de los sobrevivientes. La toma de Veracruz y la derrota de
Cerro Gordo alertaron a los habitantes de la ciudad de México del peligro real
e inminente que se cernía sobre el lugar, entendiendo que eran el principal ob-
jetivo. Fue la ciudad de Puebla, tomada sin ninguna oposición, el lugar que sir-
vió al ejército estadounidense para la elaboración de su minucioso plan de ata-
que. Aparecido Santa Anna, después del desastre de Cerro Gordo, donde se le
dio por muerto, volvió a tomar sus funciones presidenciales y el mando supremo
del Ejército y, por lo tanto, la responsabilidad de la defensa de la capital del país.
Se inició la concentración de tropas, entre otras la fracción del Ejército del
Norte que había quedado en San Luis Potosí, los restos del Ejército de Orien-
te derrotado en Cerro Gordo y las fuerzas que quedaron como custodia de la
guarnición de la plaza. Considerando que la aproximación a la ciudad se efec-
tuaría por el camino principal Puebla-México en uso, se procedió a fortificar y
atrincherar el peñón, altura dominante en el área; y asimismo se envió al Ejér-
cito del Norte, al mando del general Valencia, a la población de Texcoco, situa-
da al noreste de la ciudad, en un lugar cercano al peñón, para actuar en forma
combinada con la caballería del general Álvarez, la encargada hasta el momento
de hostilizar las fuerzas enemigas. Enterado quizá de estos preparativos, Scott
decide su entrada al Valle de México por el camino menos esperado, la vía Chal-

CAPÍTULO II. Estudio II 230


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

co-Tlalpan, estrecha y pantanosa por estar rodeada de canales, y por esto muy
expuesta al quedar sin operación su artillería principalmente. Trastocados los
planes de defensa, se acuerda el regreso del Ejército del Norte a su cuartel situa-
do en Guadalupe y su posterior ubicación en San Ángel, situado al suroeste de
la ciudad. Reconocido el lugar por el comandante de la unidad, elabora su plan
de defensa, una vez enterado de la ubicación del enemigo en Tlalpan, inician-
do en esa dirección su desplazamiento. Eligió un paraje de nombre Padierna,
que se prestaba a sus consideraciones sobre un esperado ataque de Santa Anna
a Tlalpan y, en un momento comprometido, el auxilio de las fuerzas del general
Pérez. Ocurrió el ataque norteamericano el 19 de agosto de 1847, con una serie
de maniobras y enfrentamientos que requerían el auxilio de las reservas, auxilio
que le niega Santa Anna en respuesta a las controversias surgidas entre ambos.
En estas condiciones se pierde la batalla de Padierna.
Al iniciarse la ocupación de San Ángel por las tropas de Scott, Santa Anna
toma rumbo a Churubusco, perseguido por fuerzas norteamericanas que lo ba-
ten en retirada. A su paso por el puente de Churubusco, emplaza una batería de
artillería con apoyo de tropas y la orden de no permitir el paso. Una de las cor-
poraciones que presta apoyo es el batallón de San Patricio, compuesto de irlan-
deses-mexicanos que se habían distinguido por su bizarría, disciplina y prepa-
ración desde los combates acaecidos en la ciudad de Monterrey, la Angostura y
Cerro Gordo. Cae el puente de Churubusco, como también la hacienda de Por-
tales, y queda como único punto a defender al sur el convento de Churubusco,
lugar de una heroica acción, que hace merecedores de una recompensa honorí-
fica y la gratitud nacional a quienes participaron en ella al mando del general
Pedro María Anaya. El convento, por la solidez de su construcción, constituía
el lugar adecuado para retardar la ofensiva de los invasores, a fin de proporcio-
nar el tiempo necesario para la retirada del ejército en plena huida. No se trató
en ningún momento de una batalla con opción de éxito. Después de un fuer-
te asedio y el rechazo de varios embates, faltó el parque, pues el que les fue en-
viado no correspondía al calibre; solo el batallón de San Patricio resultó útil ya
que sus fusiles tenían el calibre correspondiente. Aunque sostuvieron por algún
tiempo el ataque con valor extraordinario, gran parte de ellos sucumbió. Los so-
brevivientes sufrieron tormentos y muerte cruel, salvándose únicamente los de-
sertores, huidos antes de la declaración de guerra, a quienes marcaron con hie-
rro candente con una D de desertores. Al preguntar el general Twiggs al general
Anaya por los pertrechos de guerra, sobre todo el parque, lacónicamente este
contestó: “si tuviera parque no estaría usted aquí”.
Con el objeto de iniciar negociaciones de paz, se establece un armisticio que
dura del 21 de agosto al 8 de septiembre de 1847. Negociaciones que no llegan a
buen fin, principalmente por las desmedidas condiciones del establecimiento de
límites entre ambos países con la pérdida de los estados de Nuevo México, una
parte importante de Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua y Sonora, la Alta y Baja

CAPÍTULO II. Estudio II 231


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

California; a lo que se sumaba el libre paso por medios terrestres o marítimos


del golfo de Tehuantepec, en aquel momento o en el futuro; y los pagos desme-
didos por partes de guerra y reclamos particulares.
El general Scott informa a su gobierno que el armisticio fue roto por parte de
México, al mandar fortificar algunos puntos de la ciudad y fuera de ella. Se reini-
cian las hostilidades, con la idea firme del general Scott de aniquilar los baluartes
que quedaban fuera de la ciudad y que, una vez destruidos, la ciudad sería presa
fácil, lo que sucedió. Se marcó como primer objetivo el Molino del Rey, en don-
de se estableció una fundición de cañones; este edificio de mampostería fue en
efecto un molino de harina que posteriormente cambió sus funciones, aunque a
la fecha de 8 de septiembre no tenía pertrechos de guerra, siendo el edificio conti-
guo, Casa-Mata, un almacén de pólvora. Un nutrido fuego de artillería respalda
una columna de asfalto que llega a las líneas mexicanas de fuego, se apoderan de
las piezas emplazadas por la defensa y se retiran victoriosos. El regimiento ligero
al mando del coronel Miguel Echegaray aparece en el momento menos esperado
para los contrarios, acomete con todo vigor y causa tremendos estragos en las fuer-
zas de asalto, recupera las piezas de artillería, continúa la persecución hasta aden-
trarse en las líneas enemigas e inexplicablemente no recibe apoyo de las fuerzas
que en ese momento podían y debían hacerlo, por lo que tiene que retirarse. Esta
acción levantó el ánimo de los defensores de Casa-Mata, que opusieron tenaz re-
sistencia a los siguientes embates sin más auxilio que el bombardeo de la artille-
ría emplazada en el cerro de Chapultepec. Finalmente, es ocupada la posición de
Molino del Rey y Casa-Mata, con gran decepción del mando enemigo que espe-
raba encontrar y apoderarse de un fuerte arsenal que dejaría sin suministros a las
fuerzas mexicanas y costó al ejército norteamericano la pérdida de unos ochocien-
tos hombres en la batalla, suceso que produjo una desavenencia entre los generales
Scott y Worth a quien fue retirado el mando. Es necesario mencionar que decayó
mucho el ánimo entre las tropas defensoras, al ver tan mal empleados los pocos
recursos de los que disponían y no ser aprovechadas debidamente las ventajas del
conocimiento del medio, como el terreno y el clima, pero sobre todo malograr el
respaldo de un ejército y un pueblo que en su mayoría estuvo dispuesto al sacrifi-
cio de vidas y bienes.
El día 12 de septiembre de 1847 se inició el ataque al castillo de Chapul-
tepec, ubicado en el cerro del mismo nombre, construido originalmente como
casa de descanso de los virreyes y que a la fecha servía de alojamiento al Cole-
gio Militar. Fue un bombardeo intenso que principió a las cinco de la mañana
terminando a las siete de la noche. El día 13 los norteamericanos se lanzaron al
ataque con tres columnas que arrollan a la poca infantería que defendía el pie
del cerro. Sin mucha dificultad se llevó a efecto el asalto al castillo; poco tenían
que oponer las unidades que entraron en defensa durante la culminación del
combate. Este hecho de armas fue significativo para el país; en él cayeron muer-
tos el teniente coronel Santiago Xicoténcatl y su batallón de San Blas, con el que

CAPÍTULO II. Estudio II 232


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

escribió páginas gloriosas durante el avance de una de las columnas por la ram-
pa, al pie del cerro. En el asalto final, es inolvidable el sacrificio de seis cadetes
de la institución educativa Colegio Militar que, por su edad y entrega en el com-
bate, reciben la honrosa distinción de Niños Héroes.
Tomada la llave de la ciudad, el resto de lugares preparados para resistir
dentro ya de la ciudad, a los que llamaron garitas (San Cosme, Niño Perdido
Belén, San Antonio, San Lázaro y Vallejo), fortificadas de buena manera y ar-
madas regularmente, no resistieron el embate y cayeron una a una, sin que pu-
dieran impedirlo los esfuerzos de los defensores ni el pueblo que se alineó con
más entusiasmo que efectividad al no contar con medios ni preparación, solo un
gran amor a su patria. Los restos de ejército, encabezado por Santa Anna, se di-
vidieron en dos columnas y abandonaron la ciudad para refugiarse en Queré-
taro y Puebla. Finalmente se firmaron los tratados de Guadalupe Hidalgo, ra-
tificado por el Congreso de México radicado en Querétaro, y el de los Estados
Unidos de Norteamérica que determinan la pérdida aproximada de dos millo-
nes de kilómetros cuadrados, el cincuenta por ciento de la totalidad del país.

Conclusiones

La figura central mexicana fue indiscutiblemente la del general Santa


Anna, el personaje más controvertido de la historia de México. La oficial lo
muestra como un traidor vendepatrias. Se habla de un tratado secreto con Polk,
el presidente de los EE. UU., durante su estancia en Washington, después de
ser liberado por los texanos, por el que se comprometía a cooperar en la realiza-
ción de los propósitos de los estadounidenses de extender sus dominios a costa
de las pérdidas territoriales de México. Lo anterior parece afirmarse con la co-
municación oficial que, al respecto, da a conocer el general Winfield Scott en
sus memorias (Vid. Apéndices 1 y 2). En contrapartida, tenemos pasajes de su
actuación en ciertos hechos que lo colocan como un soldado notable, abnegado
y con amor a su país. Difícil colocarlo en una posición bien definida o afirmar la
veracidad de las consejas; quizá lo aconsejable sea considerarlo un buen soldado
pero un mal dirigente de hombres, o sea un mal general.
Aunque no fue poca la pérdida de territorios, se lograron disminuir las pre-
tensiones demandadas en las conversaciones durante el armisticio de septiem-
bre de 1847. Cabe pensar que, con lo analíticos y pragmáticos que son los nor-
teamericanos, determinaron que no era el momento apropiado para exigir todos
los requerimientos, al no tener la demografía suficiente para ejercer un verdade-
ro control sobre estas tierras y quizás ni aceptable economía. Por otra parte, se
quedaban con lugares vírgenes, cuyos escasos habitantes no les suponían difi-
cultad alguna para su dominio e integración. Situación diferente se les habría de
presentar en lugares más al sur, con núcleos de población de mayor importancia
que, sin arrogarse México una idea muy clara de nacionalidad, se tendrían que

CAPÍTULO II. Estudio II 233


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

enfrentar a costumbres diferentes, etnias disímbolas, pero sobre todo a una re-
ligión católica que abarcaba a liberales, conservadores y apolíticos, aunque con
marcadas diferencias en su práctica; panorama que no auguraba dividendos óp-
timos y quizás sí un desgaste que los debilitaría poniendo en peligro su estabili-
dad pues ya se vislumbraba una fuerte discrepancia ideológica en su propio país.
Una corriente de historiadores afirma que si el resultado de la batalla de la
Angostura hubiera sido totalmente positivo para los mexicanos, el curso de la
Historia hubiera sido otro. De los breves análisis que se realizaron de cada ba-
talla, se dedicó mayor tiempo a la Angostura, porque nos da una idea clara de
los hechos y nos ubica en la posición que en ese tiempo nos correspondía. Nos
muestra en primer lugar que, en igualdad de circunstancias y acatando las re-
comendaciones de los auxiliares del mando, nada remoto hubiera sido resultado
diferente; en segundo lugar, la falta de medios económicos se reflejó en el mal
funcionamiento de la orgánica y la logística. Situaciones que se repitieron de ba-
talla en batalla. En conclusión, no existía la preparación ni se contaba con los
medios para un enfrentamiento de esa envergadura. Así pues se cumplió al pie
de la letra la definición de la guerra expresada líneas arriba. Posiblemente esta-
bleciendo un sistema de guerra irregular a la llamada también guerra de gue-
rrillas, les hubiera causado mayores daños por algún tiempo, pero al final se lle-
garía al mismo punto. “El propósito de toda guerra es vencer la resistencia del
contrario hasta obligarlo a aceptar las condiciones que se le quieran imponer”.

Apéndices

Número 1

ORDEN DE DEJAR PASAR A SANTA ANNA


Privado y confidencial.
Departamento de Marina, 13 de mayo de 1846.
Comodoro:
Si Santa Anna trata de entrar a puertos mexicanos, le permitirá usted pasar
libremente.
George Bancroft.
Al comodoro David Conner
Comandante de la Escuadra Nacional.
Quaife, M. M., Diario del Presidente Polk (1845 – 1849), Antigua Librería Ro-
bredo, México, 1948, T. II, Apéndice J., p. 302.

Número 2

COMUNICACIÓN DEL COMANDANTE CONNER AL SECRETA-


RIO DE MARINA, BANCROFT SOBRE EL DESEMBARQUE DE SANTA
ANNA
A/B del Princeton, sacrificios
Agosto 16 de 1846.

CAPÍTULO II. Estudio II 234


MÉXICO Y LA INVASIÓN NORTEAMERICANA

Señor:
El bergatín de guerra Daring, que está a punto de zarpar para Nueva Orleáns,
con despachos del ministro inglés en México para el señor Packenham en Was­
hington, me proporciona la oportunidad y me da tiempo para informar a usted que
el general Santa Anna y sus oficiales acaban de llegar a Veracruz en el vapor mer-
cante inglés Arab, procedente de la Habana. Le he permitido entrar sin molestias y
sin siquiera ponerme al habla con el barco, aunque estaba yo informado de su llega-
da por el oficial Naval Inglés en Jefe de aquí, Capitán Lambert; el barco no llevaba
carga ni debía permitírsele llevar ninguna de regreso. Habría yo podido fácilmen-
te abordar al Arab, pero creí más conveniente no hacerlo, permitiendo que apareciera
como si hubiese entrado sin mi permiso. Es ya casi seguro que todo el país —esto es,
las guarniciones de todas las ciudades y fortalezas— se han declarado en su favor.
Pero al menos que haya aprendido algo útil en la adversidad y se haya convertido en
otro hombre, lo único que hará es aumentar el desorden del país y será echado del poder
en menos de tres meses.
Por fin el esfuerzo está para llegar. No han llegado ningunos barcos con car-
bón. Se necesitan aquí barcos con carbón para abastecer a los pequeños vapores,
pues sin él serán de muy poca utilidad.
Respetuosamente, su obediente servidor,
D. Conner.
Comandante de la Escuadra Nacional.
Al H. George Bancroft.
Secretario de Marina.
n. del t. – La prensa de aquel entonces aseguraba que Santa Anna había bur-
lado el bloqueo naval.
Quaife, M. M., Diario del Presidente Polk (1845 – 1849), Antigua librería Ro-
bredo, México, 1948, T. ll, Apéndice J, pp. 303-310.

Bibliografía
aa. vv. (Ramón Alcaraz, Alejo Barreiro, José María Castillo, Félix María Escalante, José Ma-
ría Iglesias, Manuel Muñoz, Ramón Ortiz, Manuel Payno, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez,
Napoleón Saborio, Francisco Schiafino, Francisco Segura, Pablo María Torrescano, Francisco Ur-
guidi), La guerra entre México y los Estados Unidos (edición facsimilar de la de 1848), Siglo XXI
Editores S. A. de C. V., 1920.
Filisola, V., Historia de la Guerra de Texas, Secretaria de la Defensa Nacional, Universidad
del Ejército y Fuerza Aérea, 1987.
Manual de operaciones en campaña, tomo I, Manual del Ejército y Fuerza Aérea Mexicana, 1990.
Roa Bárcena, J. M., Recuerdos de la invasión norteamericana (1946-1948), tomos I y II, Edi-
torial Porrúa S. A., 1971.
Scott, W., Las memorias del general Winfield Scott, traducción, notas y apéndices Gral. Clever
Alfonso Chávez Marín. Glosario onomástico del Dr. Michael W. Matches, Seminario de Cultura
Mexicana, corresponsalía Guadalajara A. C.

CAPÍTULO II. Estudio II 235


236
Capítulo III

ANTECEDENTES

POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS

DE LA EXPEDICIÓN

E S PA Ñ O L A

A MÉXICO (1836-62)
Reproducción de la portada original

[ANALES DEL EJÉRCITO DE LA ARMADA]


Por D. ANTONIO GARCÍA PÉREZ
CAPITÁN DE INFANTERÍA
Condecorado con Diploma de Estado Mayor, cruz del Cristo de Portugal
y otras varias acciones de guerra y trabajos profesionales
MADRID
IMPRENTA A CARGO DE EDUARDO ARIAS
San Lorenzo, 5, bajo
1904
Notas a la edición

Antecedentes político-diplomáticos
de la expedición española á México (1836-62)

Manuel Gahete Jurado


Doctor en Historia Moderna, Contemporánea y de América

La obra Antecedentes político-diplomáticos de la expedición española á México


(1836-62), del capitán de Infantería Antonio García Pérez, recoge una sucinta
historia de las relaciones entre España y México, a partir de su independencia;
y el papel de España en la crisis que se suscita por el rechazo de la República
mexicana a sus reclamaciones. Consta de ciento diecinueve páginas que se am-
plían hasta ciento ochenta para incluir un interesante dossier, de extraordinario
interés histórico, compuesto por un apéndice de trece documentos administrati-
vos y varias adendas complementarias sobre personajes, biografías y bibliografía
consultada, mostrando una ambición científica ciertamente ponderable. Por esta
obra, y otras de similar carácter, se le concede la Cruz de 1ª clase del Mérito Na-
val con distintivo blanco por Real Orden de 5 de agosto de 1906.
La edición presenta curiosas peculiaridades: La más significativa es el salto
que se produce en la numeración, pasando del capítulo XIII a XV, soslayando
el XIV y llegando hasta el XVI, omisión que se corrige en el índice final donde
la ordenación es correcta. Advertimos los mismos usos obsolescentes que apare-
cen en el resto de las obras del autor: nombres de los meses en mayúscula, tildes
sobre la preposición “á” y la conjunciones “ó” y “ú”; o la incorrecta acentuación
de diptongos (destruída, concluídas). Es reseñable también el uso de las comi-
llas bajas para las citas textuales, la alteración de grafías (“Veracurz” por “Vera-
cruz”) y el uso indebido de algunos signos prosódicos que interrumpen sirremas

CAPÍTULO III. Notas a la edición 239


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

inseparables: “El territorio donde labró inmortal fama Hernán Cortés, recibió
el nombre de Nueva España”; “Las pérdidas y quebrantos de algunos españoles
y la avaricia de otros, originaron constantes reclamaciones”; “Los productos del
fondo a que se refieren los artículos anteriores, no podrán distraerse de su objeto
con pretexto de ninguna clase”.
Aunque el libro no está dedicado a nadie en particular, el ejemplar que hemos
manejado para este estudio tiene una dedicatoria manuscrita que reza: “Al excelso
patriota, escritor don José María Salaverria, su devoto amigo // AGarcía Pérez (ru-
bricado) // Córdoba mayo 21/18”. Salaverría nació en la localidad castellonense de
Vinaroz el 8 de mayo de 1873, donde su padre trabajaba como farero. Cuando con-
taba cuatro años se trasladó a San Sebastián, ciudad de la que era oriunda su mo-
desta familia. Estudió sus primeras letras en las escuelas públicas que entonces ha-
bía en la calle Peñaflorida, pero su afán por la cultura lo llevó a leer cuanto caía en
sus manos. Siempre que podía visitaba la biblioteca municipal y allí pasaba horas y
horas. Hubiera querido acudir con más frecuencia, pero debía ayudar a su padre. A
los quince años empezó a escribir y, aunque intentó varias veces dedicarse exclusi-
vamente a la escritura, no lo logró y tuvo que trabajar como delineante y empleado
de la Diputación de Guipúzcoa. Expresó sus frustraciones por no poder dedicar-
se profesionalmente a lo que deseaba en un largo epistolario dirigido a Miguel de
Unamuno entre 1904 y 1908. Sus primeros artículos los publicó en Euskal Erria y
otras revistas del País Vasco. Publicista infatigable, colaboró en ABC, La Vanguar-
dia y Diario Vasco, y especialmente en La Voz de Guipúzcoa de San Sebastián. Fue-
ron sus temas preferidos la política desde un punto de vista liberal, pero también
escribió crónicas de guerra (México, Europa, Marruecos) y ejerció la crítica litera-
ria y la crónica viajera. Parte de su famoso libro Vieja España (1907), en la órbita
del Regeneracionismo, apareció en Los Lunes de El Imparcial (octubre-noviembre
de 1906). Fue, sobre todo, un infatigable viajero: España, Europa, América. Emi-
gró a Argentina en 1911, consiguiendo el puesto de redactor en La Nación de Bue-
nos Aires en 1912, logrando su sueño de dedicarse solamente a escribir. Estuvo allí
hasta 1913. La República argentina le inspiró libros como Tierra Argentina, El poe-
ma de la pampa y Paisajes Argentinos. El pensamiento de Friedrich Nietzsche influ-
yó poderosamente en la personalidad de este escritor regeneracionista y lo distanció
de muchos de los hombres del 98, con los que cronológicamente coincide, aunque
posteriormente su obra evolucionara hacia un discurso más conservador. El pesi-
mismo que dominaba su pensamiento devino con el paso del tiempo, sus constan-
tes lecturas y el conocimiento de países lejanos hacia un optimismo renovador. Fue
un hombre probo e indomable. Enamorado de la tierra de sus mayores, en cientos
de artículos cantó el paisaje cantábrico, sus gentes y costumbres. Durante los vera-
nos en San Sebastián solía pasear solitario, encerrado en la torre de su sordera, por
los lugares que le recordaban sus años de juventud. Aunque falleció en Madrid el
28 de marzo de 1940, su cuerpo fue enterrado en Polloe, el más célebre cementerio
de Guipúzcoa y de todo el Estado.

CAPÍTULO III. Notas a la edición 240


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

Salaverría y García Pérez participaron de idéntico aliento patriótico. No hay


más que leerlos para comprender el encendido espíritu patriótico que los anima-
ba a defender España sobre cualquier otra realidad privada o pública:
García Pérez es de los escritores que remozan con su entusiasmo las cuestiones
militares que tratan, saturándolas de amor por el Rey, de adoración por la Patria, de
afecto para el Ejército; y tan hermosas cualidades se robustecen por la lozana y briosa
literatura que campea en sus escritos (El Día de Madrid, 18 de mayo de 1906).
Y de igual modo que Salaverría por San Sebastián, García Pérez sentirá
una especial predilección emocional por la ciudad de Córdoba, donde vivirá
muchos años y visitará con frecuencia, participando intensamente en su vida so-
cial y cultural. Es notable su preocupación por las cuestiones de la ciudad, de lo
que dan patente muestra algunas de sus publicaciones: Por el Proyecto para ex-
tinción de la mendicidad en Córdoba, una severa reglamentación para erradicar
esa lacra social que aún pervive, se le concedió el primer premio en los juegos
florales de Córdoba del 20 de mayo de 1904; y del año 1921 consta la publicación
titulada Compendio histórico del Regimiento de Córdoba.
El inestable estado de salud de Bernardino Pérez, padre de Antonio, debi-
litado desde su estancia en Cuba, llevará a la familia a fijar su residencia en la
capital cordobesa, buscando un clima más propicio que el de Burgos. Por su so-
licitud, el comandante Bernardino García será destinado a la Comisión Liqui-
dadora del 1er Batallón Expedicionario del Regimiento de Infantería la Reina
núm. 2, de guarnición en Córdoba (Real Orden de 27 de diciembre de 1902),
ciudad donde se encontraba destinado Antonio, lo que posiblemente decidiría la
elección. Dos meses antes, el 25 de octubre de 1902, Antonio García Pérez había
tomado posesión de su destino en el Regimiento de Infantería Reserva de Ra-
males núm. 73 de Córdoba, donde a inicios de 1903 es nombrado cajero. En esta
fecha se incorpora su padre al Regimiento de Infantería la Reina núm. 2, donde
un año más tarde ingresará Fausto, el hermano menor, quedando la familia reu-
nida en el número 3 de la calle Rey Heredia (entonces José Rey), vivienda que,
en octubre de 1905, adquirirá el patriarca.
En marzo de 1903, García Pérez atenderá en la ciudad andaluza dos asun-
tos importantes: formará parte del jurado que debía entregar el Premio del Mi-
nisterio de la Guerra, sobre el tema “La instrucción militar teórica y práctica en
España”, en el Certamen Científico, Literario y Artístico de los Juegos Florales
organizados por la Real Sociedad Económica Cordobesa de Amigos del País de
acuerdo con el Ayuntamiento (Vid. Diario de Córdoba, 28 de marzo de 1903); e
impartirá una conferencia sobre temas americanos en el Círculo de la Amistad
de Córdoba, el día 21. La disertación del ilustre militar habría de iniciarse con
un correcto exordio en que ensalzaba, con cumplidos elogios, la totalidad de las
Armas españolas, aunque más tarde se centrara en México, por la notoria rela-
ción con España y el ingente acervo de historia y cultura de “aquel continente
donde se respira nuestro aliento y corre sangre hispana” (Diario de Córdoba, 23

CAPÍTULO III. Notas a la edición 241


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

de marzo de 1903. La noticia fue igualmente recogida en La Correspondencia


Militar de Madrid, con fecha 1 de abril de 1903):
En este estado se encontraba México a la llegada de los españoles. Nada diré
de las hazañas portentosas de los guerreros y del esfuerzo gigantesco de los misio-
neros españoles; ¡tan grande y tan admirable es su labor con la espada y con el cru-
cifijo, que seguramente ofendería al lector indicando paso a paso la conquista rea-
lizada por los preclaros hijos de España! (García Pérez: 1904, 6).
García Pérez explica, con singular elocuencia, la Guerra de Secesión en la
que surge la nueva nacionalidad militar de los Estados Unidos, la desgraciada
campaña de México en la que sucumbieron ejércitos numerosos, la del Para-
guay, la del Pacífico y la más notable de América, la balmacedista (“valmase-
dista” en las publicaciones citadas) o guerra civil chilena de 1891. Trazó un ágil
bosquejo de los periodos de conquista y colonización de México, entrando de
lleno en un documentado discurso que llevaba por título “Intervención de Es-
paña en México desde 1836 a 1862”. Explicó los convenios celebrados por ambas
naciones y las diferencias surgidas entre ellas. Hizo justicia de los méritos, no
por todos reconocidos, del embajador español en tierras mexicanas, Miguel de
los Santos Álvarez. Trató de los desmanes cometidos contra algunos españoles
(los crímenes de San Vicente) en el distrito de Cuernavaca, que abrieron nuevas
grietas entre los dos países; y se refirió a las conferencias de Lafragua y el Mar-
qués de Pidal, no tan halagüeñas para el primero como esperaba. Se ocupó de la
espinosa destitución del ministro plenipotenciario Pacheco que, junto a las re-
clamaciones del pago de créditos y a la capitulación de la fragata Concepción, sir-
vió de pretexto a España para romper sus relaciones con México. Habló sobre el
Convenio de Londres, firmado por Francia, España e Inglaterra; el desembarco
de las tropas españolas en Veracruz; la llegada a México de la expedición espa-
ñola; y, por último, la Convención de La Soledad, rubricada de mutuo acuerdo
por los representantes de Inglaterra y el general Prim, cuya retirada, después de
la ruptura del convenio, fue la página más brillante de aquella empresa:
Tan sólo hubo un hombre que levantó su voz en favor de México, y que una
vez en territorio mexicano supo retirarse a tiempo para no llevar a su patria por la
pendiente de la desgracia: ese hombre fue Prim, insigne político, experto diplomá-
tico, inteligente general y valiente soldado; figura la más grandiosa de España en el
siglo XIX (García Pérez: 1904, 65).
La resolución de Prim no fue comprendida en La Habana donde recibieron
con frialdad e indiferencia al insigne general; y tampoco bien entendida por to-
dos en España, teniendo que refrenar el rey con diplomacia las opiniones adver-
sas. Solo México comprendió y elogió “la hidalguía y el proceder caballeresco
del valiente General español, que no quiso mancillarse ni doblegar la cabeza en
aquellas circunstancias. Ha hecho un servicio a México, y á su Patria otro más
grande todavía...” (Congreso de los Estados-Unidos mexicanos, 25 de octubre de
1862. Apud García Pérez: 1904, 118). Hasta el propio “Juárez se conceptuó tran-

CAPÍTULO III. Notas a la edición 242


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

quilo frente a Prim, porque comprendió sin vacilación que nunca la hidalguía
española se halló a mayor altura, conteniendo las egoístas de la Francia y la cal-
culista indiferencia de la Gran Bretaña” (García Pérez: 1904, 98).
Es notable el conocimiento de García Pérez sobre aquellas lejanas tierras, lo
que demuestra en el preliminar de la obra que titula “Datos históricos de la Re-
pública mexicana”, recreando con ágil pluma los diferentes pueblos que poblaron
el territorio: Toltecas, chichimecas, xuchimilcas, tepanecas, texcocanos, tlahuicas,
tlaxcaltecas (olmecas y jicalancas), aztecas o mexicanos; y asimismo su admira-
ción por ellos, lo que demostrará en sucesivas ocasiones, tal vez motivado por ha-
ber sido Puerto Príncipe (Cuba) cuna de su nacimiento. Y siendo así, no es me-
nor el afecto demostrado por Córdoba. A las razones familiares se han unido las
encomiendas profesionales. Desde 1902 a 1905, a excepción de unos meses que
residió en Madrid para ejercer como defensor ante el Consejo Supremo de Gue-
rra y Marina (19 de octubre al 30 de diciembre de 1904), García Pérez permane-
cerá en Córdoba, cumpliendo con sus diferentes encomiendas, sin olvidarse de
sus aficiones históricas y literarias. El 1 de enero de 1905 es destinado al Batallón
2º Reserva de Córdoba núm. 22, siendo nombrado juez instructor de parte de los
procedimientos que tenían a su cargo los jueces eventuales. A los cuatro meses, el
30 de abril de 1905, se incorpora a la Zona de Reclutamiento y Reserva de Soria
núm. 42, pasando ese mismo día, por orden del coronel, a auxiliar los trabajos de
la Caja de Recluta. Unos meses más tarde, “según oficio de 4 de julio del Excmo.
Sr. General del 6º Cuerpo del Ejército fue destinado a prestar sus servicios como
Secretario interino del Gobierno Militar de Soria” (Hoja de Servicios), cargo en el
que cesó el 22 de agosto, al ser nombrado profesor de la Academia de Infantería de
Toledo (Real Orden de 14 de agosto de 1905), primero en comisión (desde el 1 de
septiembre) y, en diciembre, incorporado definitivamente a la plantilla.
En diferentes periódicos de la época se refleja esta poderosa atracción que lo
llevaba a regresar a Córdoba, donde su familia vivía. En La Correspondencia Mili-
tar del 29 de julio de 1908 se recoge la siguiente noticia: “El entusiasta y laureado
escritor, profesor de la Academia de Infantería, D. Antonio García Pérez, después
de descansar unos días en Córdoba, emprenderá un viaje por Granada”. Con el tí-
tulo “España en Marruecos”, García Pérez pronunciará una conferencia, el 11 de
agosto de 1909, en el círculo “La Peña” de Córdoba, cuya publicación se conserva
en la Biblioteca Nacional de España. En noviembre de 1916, la Real Academia de
Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba lo nombra académico corres-
pondiente. Durante un mes permanecerá en la ciudad, asistiendo a su madre tras
el penoso fallecimiento del padre de familia en 1915; y está documentado que sa-
tisfizo, el 6 de noviembre de 1917, en la depositaría del Ayuntamiento de la capital
cordobesa, la tarifa general del reglamento del ramo para dar cristiana sepultura
al cuerpo de su madre, Amalia Pérez Barrientos, en la bovedilla de adulto número
veinticuatro y fila quinta, propiedad perpetua de la familia, del departamento de
San Hipólito del Cementerio de la Salud. En 1940 regresa a Córdoba, donde vive

CAPÍTULO III. Notas a la edición 243


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

discretamente junto a su hermana Amalia en su domicilio situado en el centro de


la ciudad, acompañados por un sobrino al que, según el testimonio de Pilar y Au-
xiliadora García García, allegadas a la familia, habían prohijado. En estos últimos
años, Antonio se dedicará con fervor a la escritura. Dieciocho títulos de enardecida
exaltación a los hechos de armas se contabilizan durante este periodo.
Falleció el 27 de septiembre, rodeado de sus seres queridos, después de ha-
ber recibido los sagrados sacramentos. Según consta en el Registro Civil de Cór-
doba, a las once horas se procedió a inscribir la defunción de Antonio García Pé-
rez, de setenta y seis años de edad, domiciliado en la calle General Argote núm.
1, coronel del Estado Mayor retirado, ante el juez municipal Francisco Perea
Blasco y el secretario Rafael Pesquero Sánchez. En este mismo documento se
indica que falleció en la clínica de oficiales del Hospital Militar, a las diecisiete
horas, a consecuencia de la uremia, según resulta del certificado expedido por el
médico forense Nicolás Saint-Gerons, recibiendo santa sepultura en el Cemen-
terio de la Salud. La inscripción se realizó en el Juzgado Municipal núm. 2 por
instancia de Manuel Luna Luque, mayor de edad, empleado, con domicilio en
la calle Bailén núm. 11, siendo testigos Emilio Cano León y Manuel Enríquez
Montilla, vecinos de la capital.
Durante toda su vida, y por muy graves que fueran los hechos narrados, Gar-
cía Pérez nunca optará por la reconvención sino por el acuerdo. Ciertamente no
hay victoria sin lucha. Bastará recordar las palabras del conquistador Pizarro
cuando, trazando una línea con su espada, proclamaba que en un lado se hallaba
la gloria y en otro el sufrimiento. Y, porque ambos designios integran inexorable-
mente el destino del hombre, deben regirse siempre por el respeto y la dignidad.

Bibliografía
García Pérez, A., Antecedentes político-diplomáticos de la expedición española á México [1836-
62] [Anales del Ejército de la Armada], Madrid, Imprenta a cargo de Eduardo Arias, 1904.
— “Militarismo y socialismo”. Conferencia pronunciada el 27 de enero de 1906 [Centro del
Ejército y de la Armada], Madrid, 1906, [s. n.] 63 páginas.
— “España en Marruecos”. Conferencia pronunciada en el círculo “La Peña” de Córdoba el
11 de agosto de 1909, Barcelona, imprenta de la Revista Científico-Militar, 1909.
Redacción, “En el Círculo de la Amistad: Conferencia de D. Antonio García Pérez”, Diario
de Córdoba, 23 de marzo de 1903.
— “Fuegos florales”, Diario de Córdoba, 28 de marzo de 1903.
Redacción, “Conferencia notable”, La Correspondencia Militar de Madrid, 1 de abril de 1903.
— “La vida militar”, La Correspondencia Militar, 29 de julio de 1908.
Redacción, “Militarismo y socialismo”, El Día de Madrid, 18 de mayo de 1906.

CAPÍTULO III. Notas a la edición 244


Preliminar

El americanismo en Sevilla: El caso de México

Enriqueta Vila Vilar


Directora de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras

En 1926, Mario Méndez Bejarano, escritor sevillano y autor del muy conocido
y usado Diccionario de Escritores, Oradores y Maestros de Sevilla y su actual provin-
cia (Sevilla, 1922-25), que se trasladó a Madrid y fue nombrado consejero real de
Instrucción Pública, escribió lo siguiente: “Sevilla es una ciudad plenamente ame-
ricana sin dejar de ser la más típica española; de tal suerte que América no apare-
ce a primera vista una continuación de España, sino una prolongación de Andalu-
cía”. Esta cita del conocido regionalista e ilustre literato —que no ha sido tomada
al azar, que podría subrayar cualquiera que conozca distintos países del continente
hermano y que se ha repetido en numerosas ocasiones— es un hecho incontrover-
tible, resultado de la emigración de los primeros años. He querido comenzar con
ella porque contiene tres elementos que van a servir de base a estas líneas: uno que
aparece en la frase transcrita y dos inherentes a su autor. El primero de ellos es la
afirmación —de la que no hay duda— que Sevilla es una ciudad plenamente ame-
ricana; los otros dos se refieren a la personalidad de Méndez Bejarano que no solo
fue uno de los más brillantes mantenedores de los juegos florales del Ateneo sevi-
llano —en cuyos certámenes brilló con luz propia un americanismo bastante ac-
tivo— sino también académico de la Real Sevillana de Buenas Letras. Estos tres
elementos definen, de cierta manera, algunos de los perfiles de la figura de Antonio
García Pérez, al que este texto quiere rendir un pequeño homenaje por su obra mo-
numental sobre temas muy variados, preferentemente el de México.

CAPÍTULO III. Preliminar 245


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

Sevilla ha sido siempre una ciudad con vocación americanista. Desde que,
a principios del siglo XVI, se configurara como la cabecera del comercio con
las Indias al establecerse en ella la Casa de la Contratación, fundada en 1503,
numerosos hitos la han mantenido como la meca del americanismo, siendo el
más importante de todos el establecimiento del Archivo General de Indias, en
el siglo XVIII, en la antigua Casa Lonja, propiedad del Consulado sevillano.
A partir de entonces, los personajes más destacados de la historiografía ameri-
cana han trabajado entre sus muros que albergan el único archivo continental
del mundo. Y además la presencia de la América de los siglos XVI al XVIII se
refleja igualmente en la mayoría de los ricos archivos sevillanos: notarial, judi-
cial, municipal, arzobispal, parroquiales y, cómo no, en la riquísima Biblioteca
Capitular y Colombina.
No debe extrañar por tanto que, a partir de la celebración del IV Centena-
rio del Descubrimiento de América en 1892, se despertara en Sevilla el interés
por el estudio del pasado americano y comenzaran a aparecer en nuestra ciudad
instituciones públicas y privadas dedicadas a estos estudios tales como el Centro
de Estudios Americanistas, el Centro de Estudios de Historia de América, ins-
talado en la Universidad de Sevilla y dirigido por José María Ots Capdequí, o el
Instituto Hispano-Cubano, fundado por Rafael González Abreu. Porque, a par-
tir de este momento, el sentimiento de mantener conexiones profundas con los
países americanos, hondamente reforzado tras el desastre de 1898, fue avivado,
sin duda, con la celebración de una Exposición Iberoamericana que, aunque no
se inauguró hasta 1929, fue propuesta y diseñada en los primeros años del siglo.
Todo esto iba unido al fuerte espíritu regeneracionista que se iba gestando
en España en general, y en Sevilla en particular, alentado por hombres com-
prometidos con su futuro que se fueron aglutinando en dos instituciones se-
ñeras de esos años: el Ateneo y la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.
Casi todos los que destacaron en el fuerte movimiento intelectual que se iba
generando en el primero fueron miembros numerarios de la segunda. Y en
ambas corporaciones, el americanismo como objeto de estudio y como senti-
miento patrio estuvo presente.
Fue precisamente la Real Academia, junto con la Universidad, la primera en
organizar, en 1880, unos juegos florales, especie de certamen literario y cultural,
que ya se venían celebrando en otras ciudades como Córdoba, Valencia o Bar-
celona entre otras, y que no tuvieron mucho eco popular, pero que a partir de
1896 se asentaron como primera actividad del Ateneo, que los organizó durante
más de veinte años. El primer mantenedor de estos juegos fue un gran ameri-
cano y americanista, Rafael María de Labra y Cadrana, cubano de nacimiento
pero formado en Madrid, destacado político y publicista, defensor acérrimo de la
abolición de la esclavitud. Con este comienzo no es de extrañar la categoría que
adquirieron los juegos en los que uno de los temas más destacados, como se ha
dicho, fue precisamente el americanismo.

CAPÍTULO III. Preliminar 246


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

La idea de la Exposición Universal, con más o menos dificultades, iba to-


mando fuerza; y ya en 1909 se incluyó en el certamen de los juegos florales un
tema sobre “El plan de reformas urbanas que conviene realizar en Sevilla”, que
quedó desierto. El terreno no estaba aún suficientemente abonado, pero la idea
había calado hondo en todos los sectores de la sociedad que se movilizó hasta el
punto de conseguir al año siguiente, a pesar de la rivalidad con Bilbao, arrancar
del presidente del gobierno, señor Canalejas, la promesa de que la Exposición
Iberoamericana se celebraría en Sevilla y, en un primer momento, se fijó para
1914. En este ambiente era obligado celebrar unos juegos florales que tuvieran
un marcado carácter americanista y efectivamente, en 1911, se invita como man-
tenedor a Rafael Altamira y Crevea, eminente historiador de España y América
de donde había regresado el año anterior después de un largo viaje recorriendo
varios países. Un gran intelectual que precisamente terminó sus días en México
adonde llegó exiliado ya octogenario y dejó numerosos discípulos.
La fiesta se celebró el día 1 de mayo y el mantenedor, después de unos elo-
gios a Gustavo Adolfo Bécquer a quien ese año estaban dedicados los juegos,
entró de lleno en el discurso americanista que de él se esperaba por su expe-
riencia y dedicación; y habló de la fraternidad existente entre España y Amé-
rica, fraternidad que vendría a estrechar, sin duda, la próxima Exposición. En
la presentación del mantenedor, el presidente del Ateneo, señor Cañal, hizo
alusión al proyecto del señor Altamira de crear en Sevilla, al amparo de la
atracción que ejercía el Archivo de Indias, un centro de estudios americanis-
tas. Hubo ocasión de profundizar en esa idea en el tradicional banquete que el
Ateneo ofrecía al conferenciante. En él, el señor Altamira pudo abundar en la
idea de un centro de esas características que, con el esfuerzo de todos, podría
ser único en el mundo por la atracción que ejercería en todos los pueblos ame-
ricanos. La idea no cayó en el vacío, gracias al entusiasmo de otro de nuestros
mantenedores americanistas, Rafael María de Labra y el apoyo del propio rey
Alfonso XIII; y así, en noviembre de ese mismo año 1911, se creó el Instituto de
Estudios Americanistas que, junto con otros que habrían de surgir, ya mencio-
nados, ha mantenido vigente el interés de los estudios americanistas en nuestra
ciudad hasta la actualidad.
No es casualidad que, en la Academia de Buenas Letras, comenzaran a
leerse discursos sobre Cristóbal Colón desde finales del siglo XIX; y que, en los
primeros años del XX, se hicieran varias propuestas para crear centros de estu-
dios americanistas y hasta se redactó, años más tarde, la más completa de ellas
para crear una Universidad Iberoamericana inspirada por un gran americanis-
ta tan activo como poco conocido: Ramón Manjares y Pérez de Junguito, que
publicaba asiduamente sobre temas americanos en la revista Bética —órgano
regionalista donde escribían las plumas más destacadas de la ciudad—, ilus-
trada por los grandes pintores de unos años conocidos como La Edad de Plata.
Ramón Manjares en su larga moción decía entre otras cosas:

CAPÍTULO III. Preliminar 247


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

Puede suponerse que lo que se intenta es crear una Universidad en que, es-
tudiando españoles y americanos, se apliquen conjuntamente a las diversas dis-
ciplinas. Esto en primer término. Cabe también que se haya pensado en que esta
convivencia y unidad de enseñanza, dé por resultado no solo una camaradería inol-
vidable, sino también una semejanza en el abordar y comprender las verdades cien-
tíficas y las cuestiones literarias
Y proponía que la Academia abriera un debate en que sus numerarios apor-
tasen sus puntos de vista y su criterio con relación al tema. Hecho indiscutible
que demuestra el interés de la Academia de Buenas Letras por la idea del ame-
ricanismo. Nada más fácil. Desde principios de siglo varios numerarios fueron
leyendo sus discursos de ingreso sobre temas americanistas: En 1907, el señor Ji-
ménez Placer y Cabral lo dedicó a “La Casa de la Contratación de Sevilla”; en
1916, el señor Abaurrea Cuadrado a “El cosmógrafo Rodríguez Zamorano”; en
1917, el señor Manjares y Pérez Junguito a “Los Ulloa y los Bucarellis”; en 1924,
el señor Torres Lanzas a la “Independencia de América”; en 1930, Fernando de
los Ríos Guzmán a “El idioma español nexo entre dos mundos”; en 1931, Cristó-
bal Bermúdez Plata, director del Archivo General de Indias a “Cartagena de In-
dias en el ataque de los ingleses, año 1741” y por último, para finalizar esta rela-
ción en los años antes de la contienda civil, el 26 de enero de 1936, José Gastalver
Gimeno —que había sido presidente del Ateneo y un notario que había puesto
todo su empeño en poner al servicio de los investigadores el riquísimo Archivo
de Protocolos, en el que se guardan numerosos papeles imprescindibles para la
historia del comercio americano— dedicó su discurso precisamente a describir
la importancia de este archivo. Como se puede ver, había entendidos para deba-
tir la importante proposición, nunca llevada a cabo, del señor Manjares.
Pues bien, en ese círculo y en esas instituciones aparece por estos años An-
tonio García Pérez. Militar ilustre y hombre de pluma brillante, como se ve in-
mediatamente leyendo sus obras, fue dado a participar en los certámenes de los
juegos florales. Ya en 1904 recibió dos premios en distintas ciudades: en los de
Sevilla, celebrados el 19 de mayo, por su trabajo “Determinación de las materias
que deben entrar en los programas de la enseñanza primaria y de las que deben
eliminarse por no estar en armonía con el desarrollo de las facultades del niño”;
en los de Córdoba, al día siguiente, por el tema “Reglamentación de la mendi-
cidad en Córdoba”. Dos materias bien distintas que dan idea de la diversidad de
temas que tocaba y de su capacidad literaria. Años más tarde, el 8 de abril de
1910 fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia Sevillana de
Buenas Letras, según consta en un certificado que presenta en su hoja de servi-
cios. Pero debo confesar que es el único dato que se conserva de este hecho. En
los archivos de la Real Academia Sevillana faltan, inexplicablemente, en el Libro
de Actas de esos años, las correspondientes a las celebradas entre 1910 y 1911; y,
en las carpetas de propuestas de correspondientes de esos años, tampoco aparece
la de Antonio García Pérez. Pero está claro que, si en su poder constaba el nom-

CAPÍTULO III. Preliminar 248


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

bramiento y la fecha expresa del día que se votó, desde luego tuvo que produ-
cirse. Y no puede extrañarnos la elección de una persona como él. La Academia
de Buenas Letras tiene una larga tradición y una amplia nómina de distingui-
dos miliares y, en 1910, plena época de efervescencia americanista como se ha
visto, don Antonio había escrito ya sus grandes obras histórico-militares sobre
Paragüay, Chile, campaña de Pacífico y las más conocidas sobre México; méri-
tos más que suficientes para haber sido admitido en aquel selecto cenáculo en el
que brillaría con luz propia, hecho del que desafortunadamente no quedan —o
al menos yo no he podido encontrarlos— vestigios documentales.
De todos los países hispanoamericanos ha sido México con el que las rela-
ciones han resultado más difíciles a pesar de que ha sido, sin duda, el que ha
dado más brillantes hispanistas y el primer virreinato establecido en América.
No en vano llevó el nombre de Nueva España. Fue el primero en alzar la voz
independentista en 1810, en plena Guerra de la Independencia española; y, aun-
que aquel primer conato de rebeldía fue prontamente abortado o precisamen-
te por eso, desde 1821 las relaciones entre México y España, y por tanto entre
México y Sevilla, se han desarrollado en medio de una serie de altibajos y des-
encuentros que son un capítulo muy interesante de la historia diplomática en-
tre ambos países, lo que queda recogido ampliamente en el trabajo de Antonio
García Pérez, Antecedentes políticos-diplomáticos de la expedición española á Mé-
xico(1836-1862), al que preceden estas líneas. No voy a detenerme en algo que,
con toda autoridad, relata el autor de este libro, pero sí deseo resaltar unos he-
chos posteriores que, no por conocidos, dejan de ser significativos para explicar
nuestra mirada reciente a una nación que todos consideramos la hermana más
destacada de una familia bien avenida y que debería serlo aún más.
A pesar de las tensiones anteriores, en los festejos organizados para la con-
memoración del IV Centenario del Descubrimiento, México contribuyó con la
delegación más numerosa de todos los países hispanoamericanos, encabezada
por el escritor y embajador Vicente Riva Palacios. La componían arqueólogos,
juristas, escritores, pintores, músicos, artistas, médicos, etc. Toda una serie de
intelectuales que mantuvieron un debate cultural con sus colegas españoles has-
ta demostrar que México se había convertido en un país fuerte y sólido, que ha-
bía dejado atrás los problemas políticos pasados. Se inician entonces unas flui-
das relaciones que fortalecen el incipiente panamericanismo y que enriquecen a
los estudiosos de ambas orillas. Sin embargo, el apoyo abierto prestado por Mé-
xico a la derrotada Segunda República y la acogida calurosa al gobierno republi-
cano en el exilio, así como a los gobiernos vasco y catalán, produjo una ruptura
diplomática que duró toda la dictadura y se hizo más profunda por la influencia
de los intelectuales exiliados que paradójicamente fueron los que pusieron los
cimientos de un hispanismo sólido y avanzado al reunirse todos en lo que hoy es
el Colegio de México, una de las instituciones más sólidas del mundo en el estu-
dio de humanidades y ciencias sociales en el ámbito hispanoamericano.

CAPÍTULO III. Preliminar 249


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

En 1938, el presidente Lázaro Cárdenas, para acoger a los investigadores e


intelectuales que iban llegando huidos de la guerra civil y de la dictadura, creó
lo que entonces se llamó la Casa de España, en la que, dirigida por los mexi-
canos Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, fue germinando el espíritu de la
Institución Libre de Enseñanza en el que se habían educado la mayoría de los
exiliados. Poco después, bajo la dirección de Silvio Zavala, ilustre hispanista,
premio Príncipe de Asturias en 1993 y feliz nonagenario, al que el año pasado
se le homenajeó en el Archivo General de Indias con la colocación de un bus-
to, se transformó en Centro de Estudios Históricos y su órgano de difusión fue
la revista Historia Mexicana, que desde los primeros números fue seguida por
los americanistas y mexicanistas españoles. Más adelante, ya convertido en el
Colegio de México, donde además de investigación se imparten clases y cursos
de doctorados, es sede de obligada cita para cualquier investigador español que
pase por aquella bella capital.
Pero hay que reconocer que el mundo de los americanistas e hispanistas era
uno y el mundo real, otro. Las relaciones diplomáticas mientras vivió Franco
nunca pudieron reanudarse y solo a su muerte, con el comienzo de la transición
democrática en España, pudieron establecerse unos lazos políticos y diplomáti-
cos que nunca debieron romperse. En frase feliz de Octavio Paz, las relaciones
diplomáticas entre España y México eran el esperado reencuentro de dos viejas
amigas que tenían mucho que contarse. Aunque en verdad, en el terreno cultu-
ral, pocas veces habían interrumpido su conversación. En efecto, a pesar de la
tensión diplomática, los intelectuales siempre se sintieron atraídos por la cultura
de ese inmenso país. Es necesario destacar como elemento clave de los estudios
mexicanistas en Sevilla a Diego Angulo Íñiguez, una de las figuras más sobre-
salientes en la España de la segunda mitad del siglo XX, quien a finales de los
años cuarenta hizo un largo viaje por México y reunió una ingente colección
de libros que luego donó a la Escuela de Estudios Hispano-Americanos y hoy
constituye el mayor y más rico fondo de su biblioteca. Su conocimiento de ese
país lo empujó a interesar en su estudio a su discípulo José Antonio Calderón
Quijano que, nacido en Puebla pero radicado en Sevilla con pocos meses, dedi-
có su vida a la investigación sobre distintas facetas de la historia mexicana y for-
mó una escuela entre los que me parece justo destacar a Luis Navarro García,
Ramón María Serrera Contreras y Justina Sarabia Viejo, cuya amplia obra está
casi toda centrada en diversas materias de la historia mexicana.
De ellos, el profesor Calderón Quijano y el profesor Serrera forman parte
de la nómina de numerarios de nuestra Academia y el segundo de ellos es hijo
adoptivo de Guadalajara por sus brillantes trabajos sobre aquella región. La
que suscribe estas líneas ha publicado, junto con la doctora Justina Sarabia,
dos tomos sobre “Cartas de Cabildo de México” y, en el año 2002, fue elegida
correspondiente de la Academia de la Historia Mexicana, institución con la
que tenemos un convenio de colaboración firmado por su anterior presiden-

CAPÍTULO III. Preliminar 250


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

ta, la doctora Gisela von Boweser, que a su vez es correspondiente de nuestra


Academia. Además, existe otro convenio entre nuestra Academia, Universidad
Nacional Autónoma de México y la Universidad de Sevilla, mediante el que
las tres instituciones mantenemos e impulsamos la “Cátedra Luis Cernuda”
que organiza cada año actividades en México o Sevilla y fomenta el intercam-
bio de estudiosos de uno y otro lado.
Unas relaciones intensas con el americanismo en general y con la na-
ción mexicana en particular, mantenidas secularmente en Sevilla a las que no
pudo ni quiso permanecer ajena la Real Academia Sevillana de Buenas letras,
siempre atenta a servir a la comunidad para la que fue fundada. Un lugar que
acogió a Antonio García Pérez con todos los honores que merecía su extensa
y brillante obra.

CAPÍTULO III. Preliminar 251


252
Estudio I

Entre diplomáticos y militares:


España y la intervención en México de 1862

Patricia Galeana
Doctora en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

En 1904, el general presidente Porfirio Díaz declaraba que en el mundo


entero existía la convicción generalizada de que México había “entrado franca-
mente en la vía de un progreso incuestionable” (Galeana: 1991, 264). Ese mismo
año, apareció en España la obra del capitán de infantería, diplomado de Estado
Mayor, Antonio García Pérez, sobre la expedición española a México de 1862.
Habían quedado atrás los días en que las potencias internacionales querían
intervenir en México y ocupar el lugar de su antigua metrópoli. Se había supe-
rado la bancarrota en que vivió el erario nacional desde la independencia hasta
finales del siglo XIX. Otras convulsiones estaban por venir, debidas a la concen-
tración del poder y la riqueza, pero en el año 1904 el dictador mexicano no las
vislumbraba; por su avanzada edad había nombrado un vicepresidente y se dis-
ponía a acabar sus días en el poder.
Don Porfirio, como le decían sus allegados, vivía satisfecho de sus victo-
rias. Había estado junto al general Ignacio Zaragoza en el triunfo de Puebla el
5 de mayo de 1862, había tomado esa misma ciudad en 1867 al frente del ejérci-
to mexicano y le había entregado la ciudad de México al presidente Benito Juá-
rez. Después Díaz le disputó el poder a Juárez y a su sucesor, Sebastián Lerdo
de Tejada, hasta obtenerlo. La estabilidad política, que se buscó durante todo el
proceso de construcción del Estado Nacional, al fin se había logrado, pero, al
hacerlo por medio de una dictadura, provocaría la primera revolución social del

CAPÍTULO III. Estudio I 253


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

siglo XX. Aunque Antonio García Pérez lo aprehendería desde España, ya no


nos escribiría sus comentarios.
Nos encontramos frente a la obra de un autor experimentado, interesado en
Iberoamérica. Antes de escribir sobre México había escrito memorias de accio-
nes militares como su Reseña histórico-militar de la campaña del Paraguay [1864
á 1870] (1900) y Campaña del Pacífico entre las Repúblicas de Chile, Perú y Boli-
via (1900).
García Pérez argumentó su obra sobre la expedición española a México en
1862, basándose en documentos de la época, algunos de los cuales incluye como
anexo de su estudio. Antes de entrar en materia, traza un esbozo de la historia
mexicana en los momentos culminantes de su relación con España. Describe la
situación del Imperio azteca anterior a la conquista española y la historia de las
relaciones entre México y España a partir del reconocimiento de la independen-
cia de México por la Corona española, en 1836.
El autor manifiesta su admiración por las grandes empresas realizadas por
Hernán Cortés y los misioneros españoles, a las que califica de “hazañas por-
tentosas” (García Pérez: 1904, 6). Al abordar la independencia y el acontecer
mexicano hasta la expedición española de 1862, lo hace con una actitud respe-
tuosa hacia todos los dirigentes mexicanos, en particular los de ideas liberales.
Destaca la abolición de la esclavitud en 1810 e identifica a los federalistas
como liberales y a los centralistas como los que buscaban mantener la supervi-
vencia del antiguo régimen colonial.
Tiene algunas imprecisiones, propias de su desconocimiento de la historia
mexicana, como considerar que los liberales no gobernaron México únicamen-
te en los periodos en que el general Antonio López de Santa Anna estuvo en el
poder. Desconoce que Santa Anna fue un caudillo militar sin ideología, que lo
mismo gobernó con federalistas que centralistas, con liberales que conservado-
res; era ante todo santanista (García Pérez: 1904, 8).
García Pérez también confunde la proclamación de la Constitución mexica-
na de 1857 con la expedición de las Leyes de Reforma de 1859. Lo anterior se debe
seguramente a que la Constitución de 1857 fue la primera en superar la intoleran-
cia religiosa y en facultar al Estado para legislar en materia religiosa. Por ambas ra-
zones la Iglesia católica la condenó y excomulgó a todos los que la juraban, provo-
cando la guerra civil. En medio de esa guerra se proclamaron las cuatro leyes y los
cuatro decretos que se conocen como Leyes de Reforma. Dos fueron disposiciones
de guerra, como la ley de nacionalización de los bienes del clero y el decreto de su-
presión de las corporaciones religiosas; otros fundaron el Estado laico mexicano: las
leyes del matrimonio y registro civil, la libertad de cultos y los decretos de seculari-
zación de cementerios, hospitales y días festivos (Cf. Galeana: 2007, 17–25).
Por otra parte, hace una acertada interpretación de cómo la intervención
napoleónica despertó los sentimientos patrióticos en el pueblo mexicano. Mani-
fiesta su admiración por la resistencia republicana encabezada por Benito Juá-

CAPÍTULO III. Estudio I 254


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

rez, a la que califica como “hermosa epopeya”. Y también muestra simpatía por
Porfirio Díaz, al que llama uno de los “mandos supremos de América” (García
Pérez: 1904, 8-9).
En su recorrido por la historia mexicana omite hacer comentarios sobre los
once años de guerra insurgente; y también sobre los quince años que España
tardó para reconocer la independencia de México. Tampoco menciona el falli-
do intento de reconquista de 1829. Solo destaca la aprobación del tratado de paz
y amistad entre España y México de 1863, con el que finalmente la Corona es-
pañola reconoció a la “República mexicana como una nación libre” y “renuncia
(…) á toda pretensión de Gobierno, propiedad y derecho territorial” (García Pé-
rez: 1904, 11). Todo ello a cambio de que México reconociera su deuda con Es-
paña y de que se diera marcha atrás en la confiscación de bienes a españoles (Cf.
García Pérez: 1904, 12).
García Pérez destaca que se olvida lo pasado y se establecen relaciones co-
merciales, garantizándose el libre tránsito de los nacionales de ambos países.
En el segundo capítulo, el autor se adentra en la adversa situación econó-
mica de México, que vivió en bancarrota constante hasta finales del siglo XIX.
A las ya críticas finanzas de las postrimerías de la Nueva España, debidas a las
constantes demandas de la metrópoli, se añadieron los estragos de la guerra, que
paralizaron la economía. García Pérez destaca cómo la frágil hacienda mexica-
na beneficiaba a los prestamistas extranjeros, quienes acudían a sus represen-
tantes diplomáticos para exigir sus pagos, convirtiendo los asuntos particulares
en conflictos de Estado.
Pasarían muchos años antes de que se establecieran en el Derecho internacio-
nal las doctrinas Calvo (1868) y Drago (1902). La primera es una doctrina latinoa-
mericana sobre Derecho internacional de la autoría de Carlos Calvo, que proscribe
el uso de la fuerza para el cobro de deudas; establece que quienes viven en un país
extranjero deben realizar sus demandas, reclamaciones y quejas, sometiéndose a
la jurisdicción de los tribunales locales, evitando recurrir a las presiones diplomá-
ticas o intervenciones armadas de su propio Estado o gobierno. La segunda nos
remite a la doctrina de Luis María Drago, ministro argentino de Relaciones Exte-
riores, para que los extranjeros respetaran las leyes del país donde efectuaban sus
negocios; establece que ningún Estado extranjero puede utilizar la fuerza contra
una nación americana a fin de cobrar una deuda financiera.
El autor da cuenta de los diversos convenios que se negociaron para satisfa-
cer las reclamaciones de España. Entre ellas la de 1851, en la que se incluían las
deudas de la Nueva España. Refiere los conflictos que tales demandas genera-
ron y la oposición de la opinión pública mexicana a reconocer deudas injustas.
El autor también narra la tensión que se produjo por la suspensión del pago
de la deuda española para revisar los créditos contraídos. Con este pretexto el
representante español, Juan Antonio de Zayas, pidió la presencia de buques de
guerra para exhibir una demostración de fuerza.

CAPÍTULO III. Estudio I 255


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

La situación se complicó con los asesinatos de hacendados españoles en San


Vicente, Chiconcuac (Diario de Avisos: 1857, 2), y San Dimas, Durango (El Mo-
nitor Republicano: 1856, 1). Se culpó de estos actos a fuerzas del general Juan Ál-
varez, quien acababa de llegar al poder tras encabezar la Revolución de Ayutla
y poner fin a la era santanista. El representante de España consideró que el go-
bierno liberal establecía una política antiespañola.
El gobierno de Álvarez se deslindó de semejantes hechos y hubo nueve de-
tenidos, procesados y sentenciados por su responsabilidad en estas acciones. No
obstante Pedro Sorela, encargado de Negocios de España, declaró rotas las rela-
ciones sin esperar instrucciones de su gobierno.
El presidente Álvarez publicó el Manifiesto a los pueblos cultos de Europa
y América en 1857 con una amplia explicación sobre los hechos. El embajador
mexicano en España, José María Lafragua, precisó que no podían prevenirse
los actos de bandidos, que el gobierno los había castigado. Dio la seguridad de
que no había ninguna política contra los españoles (García Pérez: 1904, 52).
En esos años los representantes de España tenían simpatía por los conser-
vadores y eran partidarios de establecer en México una monarquía. Los repre-
sentantes españoles en México durante este periodo fueron Salvador Bermúdez
de Castro (1846-1848), Juan de Antoine y Zayas (1849-1853), Juan Jiménez de
Sandoval (1853-1854), José López Bustamante (1854), Ramón Lozano y Armen-
ta (1854-1855), Juan de Antoine y Sayas (1855-1856), Miguel de los Santos Álva-
rez (1856) y Joaquín Francisco Pacheco (1860-1861) [Galeana: 1990, 410-413].
En 1846 Salvador Bermúdez de Castro había reunido en su casa a monar-
quistas mexicanos para firmar el compromiso de aceptar a un príncipe espa-
ñol. Encabezados por Lucas Alamán, quien había sido ministro de Relaciones
Exteriores en varias ocasiones, la conspiración quería instaurar una monar-
quía que diera estabilidad al país. Bermúdez de Castro propuso al infante
Enrique, cuñado de Isabel II, para ocupar el trono de México. El gobierno
mexicano reprobó la actitud injerencista del embajador y pidió su retiro. Pero,
como vimos, quien quedó como encargado de la representación diplomática,
Zayas, tampoco simpatizaba con el gobierno mexicano. Otro tanto sucedería
con Joaquín Francisco Pacheco, quien fue el embajador durante la Guerra ci-
vil de Reforma e, igual que sus antecesores, partidario de los conservadores
monarquistas.
Durante una década, el país estuvo dividido por dos gobiernos (1857-1867).
El constitucional tuvo que establecerse en el puerto de Veracruz, al haber sido
desalojado de la capital por el gobierno conservador, que contaba con el apoyo
de los militares de carrera y la Iglesia. En este escenario el gobierno conservador
firmó el Tratado de Mon-Almonte con España para lograr su alianza. Median-
te este tratado se reconocieron todas las reclamaciones anteriores, incluyendo la
indemnización a los familiares de los hacendados españoles asesinados en San
Dimas y Chiconcuac:

CAPÍTULO III. Estudio I 256


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

Artículo 2º. El Gobierno mexicano, aunque está convencido de que no ha ha-


bido responsabilidad de parte de las autoridades, funcionarios y empleados, en los
crímenes cometidos en las haciendas de San Vicente y Chiconcuaque, guiado, sin
embargo, del deseo que le anima de que se corten de una vez las diferencias que
se han suscitado entre la República y España, y por el común y bien entendido in-
terés de ambas naciones, á fin de que caminen siempre unidas y afianzadas en los
lazos de una amistad duradera, consiente en indemnizar á los súbditos españoles á
quienes corresponda, de los daños y perjuicios que se les haya ocasionado por con-
secuencia de los crímenes cometidos en las haciendas de San Vicente y Chiconcua-
que (García Pérez: 1904, 54-55).
Al triunfar los liberales en la guerra civil, desconocieron dicho tratado y
expulsaron al representante español, igual que al de Guatemala y al delegado
apostólico, por haber intervenido en los asuntos internos del país. García Pérez
destaca que tanto el ministro Calderón Collantes como el general Juan Prim lo
consideraron “un acto justo” (García Pérez: 1904, 57).
A pesar de haber recuperado la capital, el gobierno constitucional se encon-
traba en una situación crítica. Carecía de los recursos más elementales y, para
seguir adelante, tuvo que declarar una moratoria de dos años. Ante esta situa-
ción las potencias acreedoras decidieron intervenir. La deuda mayor que México
había contraído era con Inglaterra. Sin embargo, los ingleses eran los menos in-
teresados en intervenir en los asuntos internos del país para cambiar su forma de
gobierno; solo demandaban que hubiera libertad de cultos. En cambio Francia
tenía el proyecto de establecer un imperio subsidiario del suyo y abrir un canal
interoceánico en Nicaragua o Tehuantepec. España, por su parte, se considera-
ba con más derechos sobre México, por haber sido su antigua colonia.
Entre los candidatos españoles que fueron considerados para ocupar el tro-
no de México se encontraban el duque de Montpensier, el duque de Parma y el
conde de Flandes, todos Borbones.
España exigía a México el cumplimiento del Tratado de Mon-Almonte y la
indemnización por la captura del buque mercante Concepción, durante la gue-
rra civil. Este buque había sido contratado por el conservador Tomás Morín
para atacar al gobierno constitucional (Cf. Tamayo: 2006). La deuda menor era
la francesa, que además de estar inflada, incluía los fraudulentos bonos del ban-
quero suizo Jecker, quien contaba con el apoyo del medio hermano de Napoleón
III, el duque de Morny. La deuda con Inglaterra ascendía a cincuenta y siete mi-
llones quinientos tres mil ochocientos veintidós dólares; con España, a ocho mi-
llones cuatrocientos cuarenta y ocho mil seiscientos cincuenta y nueve dólares;
y con Francia, a un millón treinta y cinco mil quinientos veintisiete dólares. El
adeudo de los bonos Jecker era de quinces millones de dólares. En total, la deu-
da mexicana equivalía a ochenta y un millones novecientos ochenta y ocho mil
ocho dólares (Cf. Bazant: 1968, 84-91).
El autor narra las negociaciones para la Convención de Londres y cómo fue
invitado el gobierno de Estados Unidos, cuya respuesta no se esperó para echar

CAPÍTULO III. Estudio I 257


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

a andar la maquinaria intervencionista, en la seguridad de que los norteameri-


canos no podrían oponerse por encontrarse en guerra civil.
Los españoles competían con los franceses para intervenir primero. Vio-
lentando la Convención de Londres, España ordenó al capitán de Cuba enviar
efectivos para posesionarse del puerto de Veracruz como garantía, hasta que-
dar satisfechas todas las reclamaciones mencionadas, a las que se unía la ex-
pulsión de Pacheco. No mediaba declaración de guerra, por lo que el gobier-
no mexicano evitó un conflicto frontal y evacuó el puerto y la fortaleza de San
Juan de Ulúa, donde desembarcaron seis mil doscientos noventa y tres espa-
ñoles (Cf. Noix: 1874).
Aunque las autoridades mexicanas no presentaron batalla, la situación de
las tropas españolas era lamentable por el clima y la falta de víveres.
García Pérez destaca el conflicto diplomático que generó la anticipación de
España a lo convenido en Londres. Napoleón decidió enviar de tres mil a cuatro
mil efectivos más, con el claro objetivo de establecer una monarquía en México
(Cf. García Pérez: 1904, 81). Mientras, los ingleses enviaron solo a ochocientos
marinos y exigieron que se respetara al gobierno mexicano.
La obra de García Pérez culmina con los pormenores de la actuación de
Juan Prim al frente de la expedición española de 1862. El autor destaca que tan-
to Prim como Milans del Bosch se oponían a una intervención, mientras Du-
bois de Saligny, el representante de Francia, redactó un agresivo ultimátum al
gobierno mexicano. En él señala que las constantes revoluciones del país lo ha-
bían sumido en el caos, y que ellos venían a regenerar a México.
El presidente Juárez respondió que sobraba la acción civilizadora, cuando el
país contaba con un gobierno legalmente constituido.
España e Inglaterra reconocieron al gobierno constitucional de Benito Juá-
rez y firmaron los preliminares de La Soledad, por los que se permitió el paso
de las tropas aliadas a las poblaciones de Córdoba y Orizaba, mientras se llegaba
a un acuerdo. Aunque Francia también firmó dichos acuerdos, los violó inme-
diatamente, protegiendo a los enemigos del gobierno.
En un principio los tres gobiernos reprobaron los Convenios de La Soledad
y Prim fue censurado. Se dijo que tenía intereses en México. No solo estaba ca-
sado con una mexicana, sino que Saligny se atrevió a afirmar que Prim censura-
ba a Maximiliano porque él mismo quería ceñirse la Corona de México.
Prim consideró que no era posible el establecimiento de una monarquía en
México. Desde su punto de vista no podía haber tradición monárquica donde no
se conocía más que a los “virreyes” y no había “nobleza secular” (García Pérez:
1904, 85-86). Reprobó que los franceses se empeñaran en destruir al gobierno de
Juárez, que era el “gobierno constituido de hecho y de derecho” (García Pérez:
1904, 105). Sus afirmaciones fueron premonitorias. Aseguró que los efectivos
franceses que había en ese momento en México no podrían tomar Puebla, que
“los vencedores en cien batallas serían vencidos” (García Pérez: 1904, 106). Gar-

CAPÍTULO III. Estudio I 258


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

cía Pérez añade que no consideraron que México podría derrotarlos igual que
había hecho España con el primero de los Bonaparte.
El conde de Reus vaticinó que la monarquía existiría en México el tiempo
que durara la ocupación. Decidió retirarse. Ante las críticas a su actuación, res-
pondió que “la historia juzgará” (García Pérez: 1904, 117). Como senador pudo
defenderse y demostrar que obró bien. Finalmente el gobierno español aprobó
su conducta. García Pérez refiere que en la corte se comentaba: “suponemos que
vendrás á felicitarnos por el gran acontecimiento de México. Prim se ha portado
como un hombre. (…) la Reina está loca de contento” (García Pérez: 1904, 118).
Nuestro autor concluye: “Prim dejó la tierra mexicana salvando el honor
español y evitando caer en las redes de la astuta política de las Tullerías” (Gar-
cía Pérez: 1904, 117). “Prim sin derramamiento de sangre, labró gloriosa página
para su historia patria” (García Pérez: 1904, 118). Califica a la invasión napoleó-
nica de injusta y criminal y a Prim como “la más bella figura militar del siglo
XIX” (García Pérez: 1904, 119).
A todo lo largo de la obra, destaca la simpatía que García Pérez tiene a Mé-
xico, al que llama “patria querida y venerada”, y “porta-estandarte de la raza la-
tina en el continente americano” (García Pérez: 1904, 65).
Coincidimos con el autor en su simpatía por Prim y por los liberales re-
publicanos mexicanos. Solo tenemos que aclarar que su afirmación de que la
mayoría del país era liberal no es exacta, la mayoría era conservadora y esta-
ba adoctrinada por una Iglesia ultramontana que tenía el monopolio religioso
y educativo de la sociedad, lo que hizo más admirable la acción de los liberales
republicanos.
En el apéndice documental, el autor transcribe documentos interesantes,
como los informes del embajador mexicano en España, José María Lafragua,
quien a su vez reproduce los comentarios de un diario de Madrid cuando esta-
ban tensas las relaciones con México, donde el periódico hace la terrible pregun-
ta: “¿como cuánta sangre se necesita para satisfacer á España?” (García Pérez:
1904, 129). Traslada también la respuesta de Estados Unidos a las tres potencias
aliadas, advirtiéndoles que no traten de obtener territorio ni otra ventaja de Mé-
xico sin la participación de Estados Unidos, que el pueblo mexicano debe deci-
dir libremente su forma de gobierno y que su país prefiere no contraer alianzas
con naciones extranjeras.
El autor incluye también el manifiesto del presidente Juárez al pueblo de
México, tras la ocupación española de Veracruz, donde hace un llamado para
defender la independencia de la nación. Asimismo, en el apéndice figuran los
preliminares de La Soledad.
Además del anexo documental, la obra cuenta con breves semblanzas bio-
gráficas. Lamentablemente el autor sufre una confusión con la biografía de Juan
Álvarez, da la semblanza de un homónimo, historiador argentino (1878-1954),
vicepresidente honorario del Instituto de África en Francia y socio corresponsal

CAPÍTULO III. Estudio I 259


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

de diversas sociedades científicas y literarias, en vez de la biografía del que fuera


el presidente de México (1790-1867).
Incluye también las semblanzas de Antonio López de Santa Anna y de Be-
nito Juárez. Del primero afirma que Maximiliano lo nombró gran mariscal del
Imperio (Cf. García Pérez: 1904, 175), lo que es inexacto. Santa Anna había es-
crito primero a Juárez ofreciendo su espada para luchar contra la intervención y
fue rechazado por el presidente. Después escribió a Maximiliano ofreciéndole su
adhesión sin límites pero Bazaine desconfió de él y lo aprehendió al llegar a Ve-
racruz, por lo que Santa Anna lanzó un manifiesto en contra de la intervención.
Después ofreció sus servicios a Estados Unidos, presentándose como una tercera
opción entre Juárez y Maximiliano. Finalmente, al triunfo de la República, in-
tentó regresar al país; y Juárez se lo prohibió so pena de fusilamiento.
Respecto a Benito Juárez, la semblanza de Pérez García subraya que se vio
obligado a suspender el pago de la deuda. Señala que fue “el alma de la defensa
nacional” y que “humilló a las águilas napoleónicas salvando a la democracia
mexicana de las intervenciones europeas”. Por todo ello concluye que es una “fi-
gura grandiosa del continente americano” (García Pérez: 1904, 166-167).
Por nuestra parte, podemos concluir estas páginas afirmando que la obra de
Antonio García Pérez, Antecedentes político-diplomáticos de la expedición españo-
la á México (1836-62), es un enriquecedor trabajo que aborda la historia común
entre España y México.

Bibliografía
Bazant, J., Historia de la deuda exterior de México (1823-1946), México, El Colegio de Mé-
xico, 1968.
Diario de Avisos, Distrito Federal, 14 de febrero de 1857, núm. 87, p. 2.
El Monitor Republicano, 10 de octubre de 1856, núm. 3331, p. 1.
Galeana, P. (coord.), Juárez jurista, México, III – UNAM, 2007.
— México y el Mundo. Historia de sus relaciones exteriores, tomo III, Senado de la República,
Colegio de México, 1990.
— México y el Mundo. Historia de sus relaciones exteriores, tomo III, La disputa por la soberanía,
Colegio de México, 2010.
— Los Siglos de México, Editorial Nueva Imagen, México, 1991.
García Pérez, A., Antecedentes político-diplomáticos de la expedición española a México (1836-
62), [Anales del Ejército y de la Armada], Imprenta a cargo de Eduardo Arias, Madrid, 1904.
Noix, G., Expédition du Mexique. 1861-1867, Paris, Libraire Militaire de J. Dumaine, 1874.
Tamayo, J. L., (Selección y notas) Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia, Edi-
ción digital coordinada por Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. Versión electrónica para su
consulta: Aurelio López López, CD editado por la Universidad Autónoma Metropolitana, Azca-
potzalco, primera edición electrónica, México, 2006.

CAPÍTULO III. Estudio I 260


Estudio II

El marco europeo y español


de la intervención tripartita en México

Antonio García-Abásolo
Catedrático de Historia de América de la Universidad de Córdoba

La situación política en Europa


a mediados del siglo XIX

En la primera mitad del siglo XIX Europa se fue transformando desde la si-
tuación de equilibrio entre las potencias que había salido del Congreso de Viena
(1815), sobre todo, con motivo del avance de los nacionalismos, que dieron lugar
a las unificaciones de Italia y Alemania.
En los años treinta quedaron perfilados dos grupos de potencias en el es-
cenario europeo. Por un lado, Austria, Rusia y Prusia, representantes del orden
postulado en el Congreso de Viena y del espíritu de la Santa Alianza. Del otro,
Inglaterra y Francia, que conformaron una alianza tácita de buen entendimien-
to en la que Inglaterra dominaba el contexto mundial y Francia el europeo. El
equilibrio entre los dos grupos se rompió a causa de las revoluciones de 1848, la
caída del Segundo Imperio francés y la unificación de Alemania, dirigida por el
canciller Bismarck, una Alemania que acabó convirtiéndose en la potencia do-
minante en Europa hasta 1914.
Los enfrentamientos de mayores repercusiones entre los dos bandos fueron
la guerra de Crimea, los procesos de unificación de Italia y Alemania, la Guerra
de Secesión norteamericana —que es necesario tener presente aunque sucediera
en otro continente— y la guerra entre Francia y Prusia.

CAPÍTULO III. Estudio II 261


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

La guerra de Crimea 1854-1856

Este conflicto se produjo por el intento del zar Nicolás I de extender el Im-
perio ruso hacia el Mediterráneo mediante el dominio del estrecho del Bósforo,
que le permitiría extender su zona de influencia a Grecia y los Balcanes. Con
ello, continuaba una línea política que habían comenzado Pedro I, que consi-
guió una salida al mar Báltico, y Catalina II, que la obtuvo al mar Negro. En
ambos mares, Rusia había establecido su hegemonía naval, y Nicolás I veía la
oportunidad de llegar por los Dardanelos y el Bósforo a dominar también en el
Mediterráneo. Con una excusa menor, relacionada con la protección de los San-
tos Lugares, el zar declaró la guerra al Imperio otomano, derrotó con suma faci-
lidad a los ejércitos turcos y acabó con su armada en la batalla de Sinope.
El fracaso de las potencias que no habían entrado en el conflicto por solu-
cionar el asunto mediante la vía diplomática y la alteración de la situación que
implicaba el asentamiento ruso en el Mediterráneo hicieron que Francia e In-
glaterra entraran en la guerra. Austria se alineaba con Rusia, pero se mantuvo
neutral a pesar de que Rusia había acudido en su ayuda para sofocar las revolu-
ciones italianas en 1848. Aunque los aliados proporcionaron ayuda al Imperio
otomano para recuperar las posiciones que había perdido, la acción decisiva se
produjo con el asalto a la península rusa de Crimea por la flota francobritánica
y el sitio de Sebastopol, su capital, que fue entregada a fines de 1855 después de
un largo asedio. Nicolás I tuvo que renunciar a su salida al mar Mediterráneo y
los aliados consiguieron convertir los restos del Imperio otomano en un área de
influencia, pero el precio que pagaron fue muy alto: las bajas de los contendien-
tes, vencedores y derrotados, pasaron de doscientos mil.
Desde el punto de vista de la situación en Europa, Crimea marca el fin de
los postulados de Viena, de manera que el flanco que comprendían Austria,
Prusia y Rusia se deshizo y estas potencias comenzaron a recorrer un camino se-
parado. El emperador Francisco José de Austria se quedó políticamente aislado
por haber asumido una posición de neutralidad, en lugar de acudir en ayuda de
Nicolás I. Cinco años después tendría que afrontar en solitario las revueltas na-
cionalistas dirigidas por Víctor Manuel II de Piamonte, que avanzaron mucho
en el proceso de unificación italiana y fueron una muestra más del desmorona-
miento del Imperio austríaco.
El dominio internacional lo asumieron Inglaterra y Francia, con las que Es-
paña encontró un vínculo de entendimiento buscando la seguridad del mante-
nimiento de la españolidad del Caribe español. Se podría decir que mantener
Cuba fue la única cuestión claramente asumida por la política exterior españo-
la en estos años. Tanto Francia como Inglaterra presionaron a España para que
participara a su lado en Crimea, pero España mantuvo su neutralidad, proba-
blemente para la propia defensa de Cuba, porque Rusia negoció con los Estados
Unidos un ataque a la isla si España entraba en Crimea con los aliados. El mun-
do pudo tener información de los episodios de esta guerra, porque fue la prime-

CAPÍTULO III. Estudio II 262


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

ra en la que intervinieron corresponsales y se pudo usar material fotográfico y


comunicación telegráfica. Además, España envió equipos de observadores mili-
tares —entre ellos el general Prim— que escribieron memorias utilizadas des-
pués para los proyectos de mejora del Ejército y la Armada, fundamentados en
la modernización de la marina de guerra con buques blindados de hélice, el ree-
quipamiento del ejército, la adaptación de la infantería de marina a las tácticas
de la época y la reforma de las enseñanzas en las escuelas militares. En conjun-
to, suponía una experiencia y unas transformaciones que serían de gran utilidad
para un país como España, con territorios coloniales en el Caribe y el Pacífico.
De estos esfuerzos salió el ejército que pudo utilizar O’Donnell durante el go-
bierno de la Unión Liberal: los gastos de Ejército, Guerra y Marina absorbieron
entre 1850 y 1870 alrededor del sesenta por ciento de los presupuestos del Esta-
do. Habría que añadir que la falta de un programa coherente de política exte-
rior y los recursos limitados de esa Armada —aunque moderna— hicieron que
los resultados no siempre fueran los mejores. Tal vez esa falta de política exte-
rior provocó que España se viera envuelta simultáneamente en varios frentes, y
se puso en evidencia que su flota no tenía el número de buques adecuado para
afrontar tales operaciones de poderío.

Los procesos de unificación de Italia y Alemania

Se trató de procesos dilatados, pero aquí interesa considerarlos en su fase fi-


nal, que se produjo entre los años cincuenta y setenta del siglo XIX. En Italia, la
situación tenía toda la complejidad de su división, con el reino de Piamonte, los
territorios de las Dos Sicilias de los Borbones, los estados pontificios, los estados
de Lombardía y Venecia del Imperio austríaco y los ducados de Parma, Módena
y Toscana, gobernados por príncipes austríacos.
Los intentos unificadores de 1830 y 1848 fracasaron, pero sirvieron para
mostrar la situación de los Estados interesados en el proceso. Por una parte,
Francia aspiraba a sustituir el dominio de Austria en Italia por el suyo, a través
de una especie de recuperación de las antiguas alianzas de familia de los Bor-
bones europeos de España, Francia e Italia. Esto lo planificó Guizot en tiempos
de Luis Felipe de Orleans y lo recuperó, al menos en cierto modo, Napoleón III,
que buscó habitualmente la colaboración de España para sus proyectos. De he-
cho, las cortes de Madrid y París tuvieron estrecho contacto en los años del rei-
nado de Isabel II; no en vano, en la corte advenediza del emperador Napoleón
III, estaba como figura estelar la emperatriz Eugenia de Montijo.
En el fracaso intervinieron también otros factores, como la eficacia del gene-
ral Radetzky para derrotar sistemática e implacablemente a los revolucionarios,
y la conciencia de que no había en ese momento una nación lo bastante prepara-
da y aceptada por todos como para servir de elemento aglutinante y estimulante
de los esfuerzos de las partes interesadas. Al menos, la experiencia de 1848 ha-
bía mostrado que la unificación no se iba a efectuar con el liderazgo de la Santa

CAPÍTULO III. Estudio II 263


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

Sede ni con el de las ideas democráticas y republicanas de Mazzini; en el hori-


zonte se perfiló para encabezar y mantener los proyectos de unidad el reino de
Piamonte con la fórmula política de la monarquía constitucional.
El artífice de la unidad italiana fue Camilo Benso, conde de Cavour, pri-
mer ministro de Víctor Manuel II de Piamonte. Antes de entrar en el gobierno,
Cavour dirigió el periódico Il Risorgimento, que fue plataforma para defender
el sistema monárquico constitucional y para acabar con el dominio del Imperio
austríaco en Italia. Como primer ministro tuvo la habilidad de mantenerse en
el poder el tiempo necesario para aplicar su programa de unificación de la Ita-
lia del norte, preparando la proyección europea de Piamonte para conseguir los
apoyos políticos necesarios en el conflicto inevitable con el Imperio. Con ideas
tomadas de sus viajes por distintos países de Europa, especialmente de Inglate-
rra, consiguió impulsar el desarrollo agrícola, industrial y financiero del reino,
y ponerlo en condiciones de generar los recursos necesarios para su proyección
exterior y para conseguir la difusión entre las potencias europeas de su proyecto
unificador de Italia.
Siguió una política exterior de acercamiento a Francia y aprovechó el con-
flicto entre Rusia y el Imperio otomano, que dio lugar a la guerra de Crimea,
para participar con los aliados atendiendo a la llamada de Inglaterra y Francia.
Podía haberse producido un enfrentamiento entre el reino de Piamonte y Aus-
tria, pero el emperador Francisco José no apoyó a su aliado natural, el zar Ni-
colás I de Rusia, que lo había ayudado a sofocar las revueltas independentistas
de Hungría. Por tanto, desde principios de la década de los cincuenta, Piamonte
tuvo formalmente como aliados a Francia y a Inglaterra y, al final de la guerra,
participó en la conferencia de París de 1856, señalándose como el estado de Ita-
lia de mayor proyección internacional.
En 1858 se establecieron acuerdos entre Francia y Piamonte en Plombières,
en los que Napoleón III se determinó a colaborar en el proyecto de unificación
de Italia, alentado por la moderación que representaba Cavour frente a las ape-
tencias democráticas y republicanas de Mazzini. Parece que un estímulo decisi-
vo para el acercamiento a Piamonte fue el atentado sufrido por Napoleón III en
París, provocado por un italiano exaltado llamado Felice Orsini, que puso arte-
factos explosivos al paso del carruaje del emperador. Los acuerdos entre Francia
y Piamonte se establecieron sobre la base de la futura estructuración de Italia en
cuatro estados: en el norte Piamonte más Lombardía y Venecia, que dejarían de
ser posesiones de Austria; en el centro un reino encabezado por Toscana; otro
con los estados pontificios y Roma; y el reino de las Dos Sicilias en el sur. Pia-
monte cedía a Francia Saboya y Niza y el tratado se ratificaba con un enlace di-
nástico entre los Bonaparte y los Saboya mediante el matrimonio de Jerónimo,
sobrino de Napoleón III, y Clotilde, hija de Víctor Manuel II. Este pacto generó
una considerable tensión con Austria que trató de resolver, sin éxito, Inglaterra
por la vía diplomática.

CAPÍTULO III. Estudio II 264


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

Desde el Congreso de Viena, la situación del Imperio austríaco había ex-


perimentado una serie de transformaciones que lo llevaron, en último término,
a adoptar la fórmula de la monarquía dual (Austria-Hungría) en 1867. El Im-
perio era un conglomerado heterogéneo de reinos, integrados a su vez por enti-
dades nacionales diversas, y en la primera mitad del siglo XIX tuvo que hacer
frente a constantes amenazas de independencia (húngaros, bohemios, serbios,
lombardos…). En líneas generales, Austria mantuvo su condición de potencia
defensora de los ideales absolutistas de la Santa Alianza, pero tuvo que adoptar
medidas modernizadoras, presionada por el desarrollo socio-económico y el cre-
cimiento de la burguesía en detrimento del régimen señorial, de manera que las
bases que habían servido para edificar el Imperio fueron dejando paso a otras
con ideales distintos. En cierto modo, el Imperio mantuvo la cohesión debido
a que su dilatada historia había contribuido a integrar las economías de las na-
ciones que lo componían en una especie de gran mercado, lo bastante armónico
en este aspecto como para ser capaz de superar las singularidades étnicas de sus
componentes. No obstante, en las fronteras sur y norte del Imperio, Piamonte y
Prusia se fueron desvelando como dos naciones dinámicas que alentaron y cul-
minaron proyectos de independencia, la primera en 1859 y la segunda en 1870.
Austria declaró la guerra a Piamonte el 23 de abril de 1859, apremiada por
problemas económicos y confiando en que su ejército podría hacer una campa-
ña rápida de gastos controlados. Realmente la campaña fue rápida, pero los ven-
cedores fueron Francia y Piamonte, tal vez porque las necesidades militares del
Imperio obligaron a Francisco José a mantener abiertos varios frentes simultá-
neos. Las tropas del mariscal Gyulai invadieron Piamonte, pero fueron derro-
tadas en Magenta el 4 de junio de 1859; como consecuencia del desastre Gyu-
lai fue destituido. La batalla definitiva del conflicto tuvo lugar el 24 de junio en
Solferino, en donde los ejércitos aliados de Napoleón III y Víctor Manuel II de-
rrotaron de nuevo a los austríacos, entonces mandados por el propio emperador
Francisco José. A fines de 1859 se acordó la paz, que supuso para Austria, entre
otras cosas, la pérdida de Lombardía.
Al considerar esta situación, la historiografía no suele reparar en la figura de
Maximiliano de Austria, hermano del emperador, pero en estas páginas parece
necesario que nos ocupemos de él por dos motivos: porque en esos momentos
era gobernador de Lombardía y Venecia y, sobre todo, porque su manera de en-
tender la solución de los problemas en ese gobierno fue completamente distin-
ta a la de su hermano, y es muy interesante tenerla en cuenta para ver con otra
perspectiva la marcha de Maximiliano a México y su aceptación del Imperio.
Maximiliano había tenido la educación adecuada a un archiduque de la casa de
Habsburgo, pero había adquirido un cierto tono liberal muy distinto de los mo-
dos políticos de su hermano. Tuvo una gran afición por la literatura, la historia
y, en particular, por viajar, de manera que recorrió los países de Europa e inclu-
so llegó a hacer un viaje a Brasil. Es posible que los conocimientos adquiridos

CAPÍTULO III. Estudio II 265


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

por estas vías contribuyeran a hacerlo hombre de mente abierta y con unas com-
ponentes “progresistas” en su personalidad que contrastaban con las posiciones
políticas que en esos momentos defendía el Imperio.
En 1854 ocupó el cargo de comandante de la Marina imperial y en 1857
contrajo matrimonio con Carlota de Sajonia-Coburgo, hija de Leopoldo I de
Bélgica, miembro de la nobleza de Baviera, al que los belgas habían elegido
rey en 1831, tras independizarse de los Países Bajos. La habilidad de Leopol-
do I y los recursos de sus colonias africanas lo habían convertido en el rey más
rico de Europa y en uno de los consejeros obligados para las casas reales rei-
nantes en el continente. Después de su matrimonio, Maximiliano recibió el
gobierno de Lombardía y Venecia y se estableció con Carlota en Milán, mien-
tras se concluían las obras del Castillo de Miramar, en Trieste, donde habían
fijado su residencia definitiva.
Apenas había tenido tiempo de contactar con sus nuevos gobernados, cuan-
do comenzó a generarse el ambiente de revuelta nacionalista que llevó a la gue-
rra en 1859. Maximiliano y Carlota afrontaron la tarea de gobierno con un deci-
dido empeño de acercamiento a los italianos, mediante una política tolerante y
comprensiva que posibilitara la aproximación a los sectores más moderados en-
tre los nacionalistas. Giovanni Luigi Fontana enumera los valores renovadores
y liberales de Maximiliano como gobernador de Lombardía–Venecia de la si-
guiente forma: intentó cambiar la estructura del gobierno y la administrativa, el
ordenamiento fiscal, impulsó la instrucción pública y el desarrollo de la infraes-
tructura más moderna del periodo (ferrocarril). Era una política tan contraria
a los planes del emperador, que no es extraño que optara por destituirlo y dejar
el poder civil y el militar en manos del mariscal Gyulai, partidario de contener
a los milaneses sacando el ejército a la calle. Estima Fontana que la historiogra-
fía no ha valorado adecuadamente a Maximiliano, porque en la visión ideológi-
ca del resurgimiento italiano fue un personaje que representó un peligro y era
mejor marginarlo.
Al parecer, las relaciones entre Francisco José y Maximiliano nunca fueron
fáciles. Es posible que, en buena parte, el cargo de gobernador de Lombardía–
Venecia correspondiera a las presiones de Leopoldo I para conseguir que su hija
Carlota tuviera un marido con funciones administrativas dentro del Imperio.
De todas formas, teniendo en cuenta el ambiente hostil al dominio de Austria
en Italia, se debe entender que no fue un regalo demasiado apetecible. El pro-
pio Francisco José y la emperatriz Isabel habían podido experimentarlo a fines
de 1856 de manera muy real con ocasión de una visita a Milán. Asistieron en La
Scala a la representación de la ópera Nabucco, compuesta por Verdi con ingre-
dientes que reflejaban la situación de opresión; sobre todo el coro “Va, pensiero”,
del tercer acto, en el que los prisioneros piden la libertad y que, en esa ocasión,
los asistentes al teatro cantaron mirando al palco imperial, identificando las es-
peranzas del pueblo hebreo con sus aspiraciones nacionalistas.

CAPÍTULO III. Estudio II 266


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

No fue un regalo de gusto el nombramiento, pero todo hace indicar que


Maximiliano supo ganarse a los milaneses. Cavour consideró al archiduque un
enemigo temible, en cuanto que fue capaz de ganarse a los milaneses con una
política que hizo prósperas a las provincias lombardas. Resulta coherente, por
tanto, que las primeras medidas de Maximiliano como emperador de México,
manteniendo en vigor leyes liberales del gobierno Juárez, sorprendieran a los
propios conservadores que lo habían apoyado. En esta línea, viene bien recordar
que la historiografía mexicana está revisando la labor de Maximiliano, que va
desvelando como menos extranjerizante a la vez que destaca las características
mexicanas del Segundo Imperio (Pani: 2001).
Por otra parte, y para seguir considerando elementos que propiciaron la
aceptación por Maximiliano del Imperio mexicano, la derrota de Austria su-
puso la retirada de sus funciones como comandante de la armada imperial. Te-
niendo en cuenta las malas relaciones con su hermano y la diversidad del idea-
rio político de ambos, Maximiliano se perfilaba como un archiduque sin futuro,
sin esperanzas de ocupar funciones de gobierno en el Imperio. Es más, también
circunstancias azarosas de estos años italianos facilitaron el acercamiento de los
mexicanos promotores de la candidatura de Maximiliano a la corte de Milán y
a Trieste. Las operaciones primeras se habían trazado en París con el amparo de
Napoleón III, pero la propuesta formal la recibió el archiduque en el Castillo de
Miramar, de manos de José María Gutiérrez Estrada.
El proceso de unificación de Alemania afectó a la cuestión mexicana en su
fase final, en cuanto que las necesidades de la guerra franco-prusiana obliga-
ron a Napoleón III a concentrar efectivos militares en Europa retirándolos de
México. El constructor de Alemania fue Otto von Bismarck y para ello empleó
—según sus propias palabras— la sangre y el hierro. Antes de dirigir el gobier-
no de Prusia, Bismarck había desarrollado una interesante carrera diplomática,
que lo llevó, entre otros destinos, a las embajadas de San Petersburgo y París,
en las que se fue nutriendo de la información que necesitaría después para sus
proyectos. En París pudo conocer a fondo a Napoleón III y los entresijos de la
política del Segundo Imperio francés hasta que, en septiembre de 1862, Gui-
llermo I lo nombró primer ministro de Prusia. Desde ese momento, Bismarck
trabajó para preparar a Prusia como cabeza de la Confederación de Alemania
del Norte primero y de toda Alemania después.
Fundamentó su labor de gobierno en la formación de una administración
eficaz y en la creación del mejor ejército de su tiempo, para lo que pudo con-
tar con la ayuda de Bernhard Von Moltke. La ocasión para formar la Confede-
ración llegó por medio del conflicto suscitado por la anexión a Dinamarca de
los ducados de Schleswig y Holstein. Prusia y Austria intervinieron, derrotaron
a Dinamarca y se apropiaron de los ducados, en principio en depósito hasta la
llegada de un acuerdo. Lo que sucedió, en realidad, fue que las dos naciones
terminaron resolviendo el asunto en una nueva guerra, en la que Von Moltke

CAPÍTULO III. Estudio II 267


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

derrotó a los ejércitos austríacos en Sadowa. Después de esta victoria, que mar-
có la pérdida del predominio de Austria en el Imperio en beneficio de Prusia,
se fundó la Confederación de Alemania del Norte, con Guillermo I de Prusia
como presidente. En esta guerra, Bismarck contó con la neutralidad de Francia
y la ayuda de Italia, que pudo completar su propia unificación con la cesión de
Venecia (1866).
Para incorporar los estados alemanes en poder de Francia, Bismarck apro-
vechó la oportunidad que le ofreció un motivo tan aparentemente poco bélico
como la candidatura de Leopoldo de Honhenzollern al trono de España, des-
pués del derrocamiento de Isabel II. Napoleón III se oponía a ese candidato
y pretendía que Guillermo I lo rechazara también formalmente, pero las ne-
gociaciones se llevaron de manera tal –pretendidamente por Bismarck– que
Napoleón III se vio abocado a declarar la guerra a Prusia. Fue el fin del Se-
gundo Imperio francés, porque de nuevo Von Moltke mostró la eficacia de la
máquina militar prusiana y derrotó por completo al ejército francés en Sedán,
en 1870.

Factores compartidos por España y Mexico


en la agitación política de la primera mitad del siglo XIX

Jaime Delgado señalaba que la historia de España en el siglo XIX fue en


muchos aspectos modelo para el proceso histórico de los pueblos hispanoame-
ricanos a lo largo de esa centuria. Analizando la historia de México, en su re-
lación con España, nos encontramos con similitudes históricas y con diferen-
cias historiográficas. Las similitudes se refieren a la situación política caótica
de la era isabelina (1834-1868); también México estuvo sumido en una con-
vulsión política permanente en la primera mitad del siglo XIX, especialmente
desde el logro de la independencia en 1821 hasta 1867, con el triunfo del go-
bierno liberal de Benito Juárez y el establecimiento algo más duradero de la
Constitución de 1857.
La diferencia historiográfica reside en que la primera mitad del siglo XIX
español no ha sido tan atractiva para los historiadores como las épocas que la
precedieron y la continuaron, mientras que la historia de México en ese tiempo
es objeto de atención constante, hasta el punto de que parece imponerse a los
que se acercan a ella de manera inevitable.
En España fue la época del liberalismo doctrinario, un liberalismo conser-
vador y pragmático, cuyo oficio político fue la centralización del Estado y man-
tener el orden dentro del gobierno representativo, y que afrontó la necesidad de
construir el Estado y la Administración. Se trataba de conseguir la moderación
necesaria del liberalismo revolucionario francés, mediante la inclusión de unas
garantías fundamentales destinadas a proteger los derechos de las personas, y en
especial de las élites de poder. Frente a este liberalismo exaltado se alzó el mode-

CAPÍTULO III. Estudio II 268


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

rantismo, con los objetivos del mantenimiento del orden y el fortalecimiento del
poder real. El modelo se estableció en torno a la Constitución de 1837, un siste-
ma constitucional y parlamentario que ponía al día el contenido de la Constitu-
ción de 1812 y que era fruto del consenso entre los seguidores de las posiciones
moderada y progresista. Existía el convencimiento de partida de que era nece-
sario armonizar los derechos de la Corona con las aspiraciones de soberanía del
pueblo para conseguir la paz.
Entre las bases de la organización política había principios que se barajaron
también por los gobiernos mexicanos y que quedaron establecidos en la Consti-
tución de 1857, como la separación de las atribuciones de la autoridad espiritual
y temporal, de manera que terminaba la consideración del Derecho Canónico
como ley civil y anunciaba la tolerancia religiosa con la libertad de culto. Sin ob-
viar la modificación de la legislación penal para llegar de manera progresiva a la
abolición de la pena de muerte.
Las viejas fórmulas de los doceañistas ya no servían para dirigir la nación,
pero entendiendo que no renunciaron al liberalismo en nombre de la religión,
ni a la religión en nombre del liberalismo anticlerical. Tanto en España como en
México se aplicaron leyes desamortizadoras y se tomaron medidas para apartar
al clero de la acción política, pero se respetó el sentimiento religioso. En Méxi-
co, la capacidad de los gobiernos de legislar en materia religiosa y la adopción de
medidas como el control oficial sobre el matrimonio civil y el registro, o la secu-
larización de los cementerios fueron tomadas erróneamente como una persecu-
ción religiosa y provocaron notables alteraciones sociales.
El fin de la guerra carlista en 1839 generó unas expectativas de esperan-
za de orden en España, fundamentadas en la reconstrucción material del país
y de la administración y en el establecimiento del orden constitucional con la
aceptación de todos. Fue una vana ilusión porque la agitación política conti-
nuó con el pronunciamiento del general Baldomero Espartero y los ayacuchos,
aunque los moderados continuaron su labor de renovación, tomando mode-
los de sus partidos colegas de Inglaterra y Francia, en los que se destacaba la
tolerancia religiosa, la abolición de la pena de muerte por delitos políticos, la
posibilidad real, en último término, de hacer políticas reformadoras desde el
partido conservador, manteniendo la convivencia política dentro de los límites
de la ley y del orden constitucional.
En 1843, con la llegada de los moderados al poder, se pudo comprobar que
también en el sector de los moderados había elementos dispuestos a utilizar
prácticas no arregladas al orden político establecido —o a modificarlo— para
conseguir sus fines. De hecho, promovieron la Constitución de 1845 sobre la re-
forma de la anterior de 1837 y de acuerdo con unos criterios destinados a favore-
cer el poder de la Corona frente a la soberanía nacional, incuestionable para los
progresistas. Es decir, que cuestiones tan fundamentales como el marco consti-
tucional y las leyes —y también el panorama institucional y administrativo—

CAPÍTULO III. Estudio II 269


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

dependían al fin del partido que ocupara el poder. Otro tanto estaba sucedien-
do en México y, como en España, los disidentes terminaban en el destierro: los
mexicanos en Estados Unidos y en Europa y los españoles mediante exilios for-
zosos en Filipinas. En los dos países la fuerza se impuso a la política y tal vez
esa singularidad ayuda a entender que también en los dos países la política fue-
ra cosa de generales. Las consecuencias de vivir en condiciones de permanente
excepcionalidad y violencia fueron una Administración precaria y una Hacien-
da ruinosa.
En cierto modo, también se pueden encontrar algunos puntos de simili-
tud entre los objetivos del gobierno de Benito Juárez y los de la Unión Libe-
ral, porque ambos se enfrentaron a gestionar países castigados por guerras ci-
viles, ambos centraron sus esfuerzos políticos en conseguir el acatamiento de
todos a una Constitución y ambos lucharon por acabar sus conflictos median-
te la generación de leyes que depuraran tanto las tendencias radicales libera-
les como las reaccionarias. Aunque, como era obligado, para conseguir llevar
estos planes a un gobierno estable fue necesario otro general. En España fue
Leopoldo O’Donnell, buen conocedor del ámbito colonial español porque ha-
bía sido capitán general de Cuba entre 1843 y 1848; ocupó la presidencia del
gobierno por primera vez en 1856, por segunda en 1858 y por tercera en 1865.
Tal vez se pueda llevar el paralelismo entre las situaciones políticas en Espa-
ña y México, sin forzar demasiado las cosas, a la propia animadversión por
la monarquía, si se tiene en cuenta que, incluso el sustrato monárquico de la
Unión Liberal, bien expresado por la lealtad de O’Donnell a Isabel II, que-
dó completamente aniquilado por la preferencia posterior de la reina hacia los
moderados. Desde 1867, los unionistas fueron un elemento activo en las cons-
piraciones que terminaron con el destronamiento de Isabel II. En realidad, no
era tanto una posición contra la monarquía como contra la propia Isabel II,
porque en 1870, por la vía de la elección en el Parlamento —¡curioso procedi-
miento!—, se ofreció el trono de España a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor
Manuel II. Hasta esta búsqueda de candidatos no Borbones para un trono en-
tre las casas reales europeas viene a añadir otro elemento común entre España
y México en esos años.

Una época de desarrollo económico para España

El gobierno largo de O’Donnell, entre 1858 y 1863, fue campo propicio para
llevar a la práctica las ideas de la Unión Liberal, aglutinando las fuerzas políti-
cas liberales con la colaboración de un valioso sector progresista, los puritanos,
del que formaba parte el general Juan Prim. Como resultado se produjo la mejor
época del reinado de Isabel II, con una economía en crecimiento, la generación
de infraestructuras modernas por el impulso del ferrocarril y el establecimiento
de un sistema financiero renovado y eficaz. Los datos no dejan lugar a dudas: se

CAPÍTULO III. Estudio II 270


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

fundaron alrededor de sesenta bancos, se produjo un incremento en la construc-


ción de carreteras de primer orden de seis mil seiscientos ochenta y siete kilóme-
tros en 1855 a nueve mil ochocientos noventa y siete en 1863 y el tendido tele-
gráfico pasó de seis mil seiscientos treinta a diez mil un kilómetros. El comercio
exterior se duplicó entre 1852 y 1867, la industria se desarrolló con gran vitali-
dad, especialmente en el norte de España, en Cataluña y en Andalucía, y toda
España fue objeto de la atención de capitales extranjeros atraídos por las atracti-
vas inversiones que generaba este desarrollo general. Infraestructuras y minería
necesitaban no solo capitales, sino también técnicos cualificados y maquinaria
adecuada de los que España carecía. Se explotaron minas de carbón en el norte
y de cobre en el sur de España.
España se dotó rápidamente de una infraestructura de ferrocarriles eficaz,
a pesar de inconvenientes como el establecimiento de un ancho de vía distinto
del europeo: entre 1848 y 1868 se construyeron cinco mil ciento ocho kilóme-
tros de vía. En esta labor se emplearon capitales franceses, ingleses y belgas,
especialmente los de las familias Pereire y Rotschild, que fueron secundados
por destacadas figuras españolas que brillaron con luz propia en el manejo de
las finanzas, la especulación y las inversiones en bolsa. El ferrocarril fue con-
siderado elemento básico para el desarrollo económico y el Estado lo apoyó
decididamente construyendo la infraestructura, concediendo subvenciones y
apoyando la creación de sociedades de inversión, así como dando un trato fis-
cal beneficioso para la adquisición de locomotoras, vagones y maquinaria que
llegaron de Francia y de Inglaterra. El ferrocarril cumplía una doble función,
porque resolvía el problema de la demanda de transporte generada por la in-
dustrialización y era, a su vez, un estímulo para el desarrollo de la industria
siderúrgica, la explotación del carbón y la actividad minera en general, así
como fomentó el transporte de personas dentro y fuera de España. Los años
de mayor actividad fueron los del gobierno de la Unión Liberal, también los
de mayor apertura a Europa.
En el ámbito financiero, una de las personas más fascinantes fue José de
Salamanca, abogado, hijo de un médico de Málaga que llegó a ser el hombre
más rico de España. Cuenta también con la secuela de extravagancias que
suele acompañar a estos personajes: parece ser que se llevó a Madrid a un co-
cinero de Napoleón III ofreciéndole mejor sueldo. Manejó un patrimonio es-
pectacular, contribuyó a incrementar el de la reina Isabel II y el de otras per-
sonas de la corte y fue el financiero por excelencia de su época. Participó en la
construcción de la red ferroviaria española con el tendido Madrid-Aranjuez y
también invirtió en la red de otros países —como Estados Unidos— con no-
table éxito, como en casi todas las operaciones que emprendió, aunque al final
de su vida terminó su buena estrella financiera en la construcción del barrio
de Salamanca de Madrid. Fue un miembro muy activo en la política española
dentro de la Unión Liberal, llegando a ocupar el Ministerio de Hacienda y un

CAPÍTULO III. Estudio II 271


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

puesto en el Senado. Isabel II le concedió los títulos de marqués de Salaman-


ca y conde de los Llanos.
No está de más recordar que en este mundo de inversiones y especulacio-
nes financieras intervino Juan Prim y, a tenor de las noticias que han llegado
hasta nosotros, con menos habilidad que en la política. Su espíritu empren-
dedor e impulsivo, que no le había funcionado mal en la guerra y en la polí-
tica, parece que no le valió en los temas financieros. Prim llegó a proponer al
gobierno en 1858 un proyecto de ferrocarril desde Vigo a Córdoba, que pasa-
ría por Oporto, Lisboa y Badajoz, en un momento en que el marqués de Sa-
lamanca se atrevía con el tendido Madrid-Aranjuez y otros se esforzaban por
sacar adelante la línea Langreo-Gijón, unas auténticas minucias si se compa-
ran con la majestuosidad de la línea del general. No tengo noticia de que el
gobierno aprobara la propuesta, aunque es claro que no llegó a convertirse en
realidad.
En cartas a su madre menciona deudas considerables que intervinieron en
su decisión de contraer matrimonio con Francisca Agüero, mexicana y sobrina
de González Echevarría, ministro de Hacienda en el primer gobierno de Beni-
to Juárez, es decir, del gobierno con el que Prim tuvo que negociar la reclama-
ción de la deuda de México con España. Como señala Antonia Pi-Suñer, Prim
no podía ser indiferente ante la situación política y económica de México debi-
do a un doble motivo: esperaba recomponer su patrimonio con lo que su espo-
sa pudiera mover en México —de hecho, Francisca Agüero y el hijo del matri-
monio acompañaron al conde de Reus a México— y era consciente de que la
deuda con España afectaba directamente a los bienes de la familia de su esposa,
porque la Casa Agüero González tenía algunos créditos que reclamaba al go-
bierno mexicano.

La política exterior del gobierno O’Donnell

Centro la atención en el gobierno de la Unión Liberal porque fue entonces


cuando se produjo la intervención española en México, en realidad, solo uno de
los episodios internacionales que España emprendió entonces. En política exte-
rior fueron unos años sorprendentes, caracterizados por la acción de España en
el norte de África, en Asia —en colaboración con la Francia de Napoleón III—
, en Guinea, en Santo Domingo y en México, por medio del Tratado de Lon-
dres de 1861, al lado de Francia y de Gran Bretaña. También el gobierno de la
Unión Liberal mantuvo un conflicto bélico en el Pacífico americano con Perú
y Chile, en el que se vieron envueltos, aunque con menor implicación, Bolivia
y Ecuador.
En la mayor parte de estas intervenciones militares, las causas fueron re-
clamaciones solicitadas por el gobierno español y no satisfechas. Solo la gue-
rra de África tuvo implicaciones territoriales, pero se limitaron a la cesión por

CAPÍTULO III. Estudio II 272


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

Marruecos de unas pequeñas franjas de terreno para asegurar la soberanía de


las plazas españolas de Ceuta y Melilla. En conjunto, se trató de acciones des-
tinadas a recuperar el prestigio de España en el mundo y a incentivar la con-
solidación del gobierno en el interior del país, porque España carecía de re-
cursos suficientes para haber emprendido operaciones de mayor envergadura.
Tampoco estaban destinadas a alterar la situación internacional, entre otras
cosas porque Inglaterra y Francia lo habrían impedido.

Intervención en la guerra de Cochinchina

La primera en el tiempo fue la de Indochina, que tuvo lugar entre 1857


y 1862. El motivo que la causó fueron las muertes violentas de algunos nati-
vos cristianos y de misioneros españoles, entre ellos el vicario apostólico de
Tonkín, el dominico José María Díaz Sanjurjo, en 1857. También habían
muerto algunos misioneros franceses, lo que dio pie a Napoleón III a plan-
tear la intervención como una defensa de la civilización occidental y pidió la
incorporación de España. Francia tenía una posición estable en el reino de
Annam (Vietnam) para comerciar y deseaba aumentar su presencia en la re-
gión, a las puertas de China. España tenía las islas Filipinas desde el siglo
XVI, pero rara vez se había planteado en tres siglos de historia realizar una
política de expansión desde Manila. En realidad, la política preferente había
sido la de ocuparse de las propias islas, que, además, siempre presentaron la
dificultad de la colonización efectiva de Mindanao y Joló, las islas musulma-
nas del sur. Con todo, tanto a Francia como a España les interesaba tomar
posiciones que pudieran frenar el expansionismo inglés en la zona. En cierto
modo, en sus planes imperialistas para Francia, Napoleón III pretendía recu-
perar la alianza tradicional con España, la de los antiguos pactos de familia
de los Borbones, en la que asumiría un liderazgo seguro porque España era
una potencia marginal en clara decadencia, que se esforzaba por mantener
los restos de su Imperio.
España aportó a esta expedición la base de operaciones de Manila y un con-
tingente de soldados formado en su mayor parte por tagalos filipinos; en la es-
cuadra conjunta solo hubo un barco español porque España tenía los demás en
otros frentes abiertos en estos mismos años. Las tropas españolas tomaron Sai-
gón en 1858 y lo retuvieron hasta la firma de los tratados de paz en 1862, por los
que se garantizó la libertad de actuación para los misioneros católicos y se con-
cedieron a Francia y a España algunos privilegios comerciales. Francia consi-
guió el dominio de tres provincias y España solo la promesa de una indemniza-
ción pequeña y pagada tardíamente. Pero tampoco España pretendió más: había
acudido a la llamada de Napoleón III sin una planificación previa y rompiendo
la tradición de no intervención que había caracterizado a la política colonial es-
pañola en Filipinas.

CAPÍTULO III. Estudio II 273


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

La guerra de África

El conflicto con Marruecos, conocido como guerra de África, fue moti-


vado por los problemas con las cabilas en las fronteras de Ceuta. Estas si-
tuaciones eran habituales y habitualmente se habían resuelto sin demasiadas
complicaciones, hasta que el gobierno de O’Donnell tomó la decisión de in-
tervenir en 1859 porque estimaba que sería una actuación rápida que no ofre-
cería grandes operaciones militares. Además, serviría para desviar la atención
de la opinión pública española desde los problemas internos hacia el exterior, y
tampoco estaba de más una actuación de fuerza frente al expansionismo fran-
cés desde Argelia. La guerra no tuvo mayores planteamientos tácticos que una
marcha desde Ceuta a Tetuán, con un contingente de cuarenta y cinco mil
soldados al mando de O’Donnell. El objetivo se consiguió pero con un coste
mayor del previsto, porque la marcha se hizo en invierno por un terreno muy
difícil y con un deficiente sistema de aprovisionamiento y por la eficacia de la
resistencia marroquí, con el añadido de las bajas de soldados españoles a cau-
sa de epidemias. El 28 de abril de 1860 se firmó la paz de Tetuán, en la que
Marruecos reconoció la soberanía española en sus plazas africanas y concedió
unas pequeñas franjas de terreno frente a Canarias, además de una indem-
nización de guerra. Unos resultados que no se correspondían con el esfuerzo
realizado, aunque fueron interpretados por la propaganda patriótica como un
gran éxito.
De todas formas, el gobierno de O’Donnell consiguió que esta guerra sir-
viera para unir al país, así como para aumentar el prestigio del ejército y la au-
reola mítica de algunos de sus generales, como el propio O’Donnell y Prim. La
popularidad del conflicto entre los españoles fue tal que de la obra de Pedro An-
tonio de Alarcón, Diario de un testigo de la guerra de África, se vendieron cin-
cuenta mil ejemplares en la primera edición. La actuación de Juan Prim en esta
guerra, y en particular en las batallas de Castillejos y Wad Ras, lo convirtió en
un héroe nacional aclamado por todos; la reina Isabel le concedió el título de
marqués de Castillejos.

Anexión de Santo Domingo

La intervención en Santo Domingo y la llamada guerra del Pacífico fueron


dos actuaciones dirigidas a reafirmar la condición de España como potencia a
considerar internacionalmente en América, así como la manifestación de la vo-
cación de España, todavía difusa en sus contenidos, a liderar el ámbito de la his-
panidad con las naciones que habían constituido su Imperio colonial. En estas
ocasiones, como en las intervenciones en Cochinchina y en la guerra de África, se
pusieron en juego los nuevos medios en buques, equipamiento y tácticas militares
del ejército español, en particular una Armada modernizada con barcos de hélice
blindados construida según los últimos avances técnicos de la época.

CAPÍTULO III. Estudio II 274


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

Siendo Prim gobernador de Puerto Rico (1847-1848), propuso al ministro


de la guerra español Ramón Narváez la conveniencia de que España consi-
guiera el control sobre la isla, atendiendo a su posición clave para la seguridad
del Caribe español. Las estimaciones de Prim fueron que la presencia de un
buque de guerra español sería suficiente para que los dominicanos decidieran
reincorporarse a España. Después —siempre en la opinión de Prim— una
guarnición de quinientos hombres bastaría, sin que hubiera necesidad de do-
tar a la isla de una administración propia, porque podría pasar a depender de
Cuba o Puerto Rico.
Parece que no estaba mal encaminado porque el retorno de Santo Do-
mingo a la Corona de España fue una iniciativa del gobierno dominicano
proclamada el 18 de marzo de 1861. Con ello buscaban la protección del peli-
gro que suponía la presión de Haití, con una población mayoritaria, distinta
e inquieta. El acercamiento a España en busca de protección venía de largo:
siendo O´Donnell gobernador de Cuba en los años cuarenta accedió a pres-
tar ayuda al gobierno de Santo Domingo para sofocar una revuelta apoyada
por Haití. No obstante, en los años sesenta el gobierno de O’Donnell se man-
tuvo indeciso sobre la conveniencia de la reincorporación, según el programa
que el propio parlamento de Santo Domingo había propuesto: primero ayu-
da, después protectorado y por último anexión. Las dudas de Madrid fueron
tales que los dominicanos llegaron a hacer una propuesta de anexión a Fran-
cia, menos aceptable en el escenario internacional. La decisión final la tomó el
parlamento de Santo Domingo al declarar la anexión a España, y el gobierno
de O’Donnell la aceptó de inmediato. El temor a la reacción de Estados Uni-
dos era entonces menor porque estaban ocupados con la Guerra de Secesión,
de manera que no fueron más allá de protestar y aceptar los hechos consuma-
dos, como hicieron las demás potencias.
La realidad mostró que las dudas del gobierno español no eran infundadas
porque Santo Domingo se convirtió en una fuente de problemas. Como los do-
minicanos que apoyaron y declararon la anexión no eran la mayoría de los is-
leños, los grupos secesionistas continuaron su actividad guerrillera obligando
a España a mantener en la isla una guarnición de treinta mil hombres y a cu-
brir los gastos correspondientes a la nueva administración. En el gobierno y en
la opinión pública española se generó un ambiente poco favorable al manteni-
miento de esta situación, que duró hasta 1865, dos años después de la salida de
O’Donnell del gobierno de la Unión Liberal.
La intervención en los asuntos internos de la república de Santo Domin-
go, aunque se hubiera producido en las singulares circunstancias de este caso,
es decir, por iniciativa de los dominicanos, no fue contemplada con agrado
por el resto de las repúblicas americanas, sobre todo por Estados Unidos que,
a pesar de su grave situación interna, ayudó en lo que pudo a los insurgentes
de Santo Domingo.

CAPÍTULO III. Estudio II 275


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

La guerra del Pacífico (1864-1866)

Fue un conflicto de España con Chile y Perú provocado por asuntos pen-
dientes. España había reconocido la independencia de Chile en 1844, pero no
había resuelto el reconocimiento de la independencia del Perú. Con todo, el
objetivo fundamental de la expedición fue el acompañamiento a la Comisión
Científica del Pacífico, con la que Isabel II continuaba la tradición de protección
de la actividad científica que sus predecesores habían realizado en América en
el siglo XVIII. Se destinaron dos de las nuevas fragatas de la Armada, blindadas
y de hélice, para el traslado de los expedicionarios y de paso también para hacer
una demostración del poder naval de España en la zona y resolver las reclama-
ciones pendientes mediante negociaciones con los países respectivos. La Comi-
sión Científica salió de Cádiz en 1862.
Las deficiencias diplomáticas de los negociadores españoles dieron lugar a
un enfrentamiento armado entre Perú y España, cuyos episodios fundamentales
fueron los ataques de Méndez Núñez a Valparaíso y El Callao. Esta interven-
ción de España se destacó igualmente por la falta de previsión y por lo reducido
de los objetivos: Méndez Núñez no pudo hacer más porque no tuvo el aprovisio-
namiento necesario. Antes de que se declararan las hostilidades, los científicos
españoles fueron amablemente recibidos en Chile y en Perú, y se trasladaron a
América Central, México y California para hacer un reconocimiento de las cos-
tas. Estaba previsto continuar el estudio adentrándose en Perú, pero cuando re-
gresaron a Perú se encontraron con el conflicto armado. Algunos regresaron a
España y cuatro permanecieron en Perú bajo la dirección de Marcos Jiménez de
la Espada para completar el programa de la Comisión hasta diciembre de 1865.
Esta expedición, y las anteriores en Cochinchina, África y Santo Domin-
go, no implicaron nuevas adquisiciones de territorio para España, y no siem-
pre procuraron el prestigio internacional que el gobierno de la Unión Liberal
buscó: todo se realizó según la línea de dependencia de Francia y de Inglate-
rra. Aunque algunas tuvieron el efecto de galvanizar la unidad nacional y el
sentimiento patriótico, tampoco puede decirse que el balance político fuera
positivo en cuanto al uso de las aventuras exteriores para desviar la atención
de los problemas internos. Al final del gobierno de O’Donnell, la diferencia
entre los recursos empleados en hombres, equipamiento y dinero sobrepasó en
mucho a los resultados.

La intervención española en México

Es un buen ejemplo de los condicionantes de la política exterior de España,


durante el gobierno de la Unión Liberal, la dependencia de Francia e Inglaterra,
a cambio de una hipotética defensa de la españolidad de Cuba y las demás po-
sesiones caribeñas. El apoyo a Francia se funda en una vaga política romántica
consistente en la alianza de potencias latinas civilizadoras, frente al avance an-

CAPÍTULO III. Estudio II 276


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA Á MÉXICO (1836-62)

glosajón de los Estados Unidos, que se habían anexionado más de la mitad de


México en 1848 (Tratado de Guadalupe Hidalgo) y parecían ambicionar el res-
to. En los años de la intervención, los Estados Unidos estaban demasiado ocupa-
dos con su propio conflicto entre el norte y el sur como para atender las posibles
implicaciones de la deuda mexicana.
El motivo de la intervención de España, Francia e Inglaterra en México fue
la suspensión del pago de la deuda, decretada por el gobierno de Benito Juárez
el 17 de julio de 1861. España había considerado también una afrenta la expul-
sión del embajador español Francisco Pacheco, aunque difícilmente podía haber
continuado su labor con el gobierno de Juárez después de haber favorecido a los
conservadores en la Guerra de Reforma. En lo que afectaba a España, las discu-
siones sobre el pago de la deuda habían ocupado una posición de primer orden
en las relaciones con México desde el reconocimiento de la independencia en
1836. La posición de los gobiernos mexicanos había sido habitualmente genero-
sa, responsabilizándose de deudas contraídas en época colonial y permitiendo
que un asunto interno, relativo a deudas del Estado mexicano con particulares,
se convirtiera en una cuestión externa y fuera tratada por la vía diplomática.
Aunque los distintos gobiernos mexicanos siempre reconocieron la deuda y se
comprometieron a pagarla, algunos gobiernos conservadores asumieron com-
promisos internacionales que otros gobiernos liberales consideraron excesivos.
La historia de la deuda estuvo sometida casi necesariamente a estos vaivenes po-
líticos en una progresión cada vez más dramática, en cuanto que la situación de
permanente conflicto no permitía a México obtener recursos, sino más bien ge-
nerar más deuda.
En cuanto a las intenciones de las potencias del Tratado de Londres, pa-
rece que Inglaterra se contentaba con asegurar el cobro de la deuda, pero Na-
poleón III utilizó la ocasión para formar su proyecto de Imperio latino con
Maximiliano de Austria, con el apoyo de los conservadores mexicanos y —
quizá en su opinión— la posible ayuda de España. Además, en el entorno
inmediato de Napoleón III hubo también una corriente de interés menos su-
til, porque su hermanastro, el duque de Morny, estaba metido de lleno como
beneficiario de la deuda contraída por el gobierno mexicano con el banquero
suizo Jean Baptiste Jecker.
La fuerza expedicionaria de nueve mil setecientos hombres desembarcó
en diciembre de 1861 en Veracruz, en donde el comisionado español, el ge-
neral Juan Prim, asumió el liderazgo de las operaciones y pudo negociar, con
acuerdo de las partes, una solución satisfactoria de la deuda con el gobierno
Juárez. Parecía que el problema se había solucionado por la vía pacífica, pero
el comisionado francés se opuso a que su ejército saliera de México. Al con-
trario, incrementándolo con nuevos envíos de refuerzo, mostró su intención
de favorecer la causa conservadora y entronizar a Maximiliano, contravinien-
do con ello lo acordado en Londres. Ingleses y españoles dieron por bueno el

CAPÍTULO III. Estudio II 277


ANTECEDENTES POLÍTICO-DIPLOMÁTICOS DE LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA A MÉXICO (1836-62)

arreglo de La Soledad, en el que el gobierno mexicano, representado por Ma-


nuel Doblado, garantizaba el cobro de la deuda, y abandonaron México con
las fuerzas correspondientes. En España, el general Prim fue criticado por ha-
ber tomado esa resolución sin consultar al gobierno, aunque al fin se recono-
ció, con el apoyo de Isabel II, que su actitud fue la más conveniente para Es-
paña. El mismo Prim había advertido por carta a Napoleón III de los riesgos
de asumir una operación de ocupación militar de México, destinada, en su
opinión, al desastre, como realmente sucedió.
Tal vez convenga tener en cuenta que Prim había manifestado en el Sena-
do español, en un discurso de finales de 1858, su posición contraria al parecer
del gobierno y de la mayor parte de la opinión pública española sobre la inter-
vención militar en México. Sorprende que en el tratamiento del problema que
—como aseguró el ministro de Estado Calderón Collantes—, al estar en vía di-
plomática correspondía al gobierno decidir mostrar o no la documentación per-
tinente, Prim pudiera hacer gala de una información exhaustiva para evidenciar
que el gobierno mexicano había dado todas las satisfacciones posibles que se le
habían pedido y que España no podía sentirse deshonrada. Dejando sentado el
espíritu liberal de Prim, parece que en el asunto de la deuda mexicana tenía más
intereses que los demás senadores y que los seguía a través de una fuente de in-
formación tan fiable como la de la familia de Francisca Agüero.
En todo caso, aunque su acierto político en el ejercicio de la comisión mexi-
cana fue grande y libró a España de un problema que podría haber alcanzado
proporciones de desastre, tampoco por esta vía pudo Prim solventar las esperan-
zas que había puesto —si realmente fue así— en asear su maltrecho patrimonio
con la recuperación del que tenía Francisca en México. Además, las aspiraciones
de hispanoamericanismo quedaban a salvo en esta ocasión, aunque se pusiera
en peligro en otras partes, como en la anexión de Santo Domingo o en la gue-
rra con Perú y Chile.

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CAPÍTULO III. Estudio II 279


280
Capítulo IV

ESTUDIO

P O L Í T I C O M I L I TA R

D E L A C A M PA Ñ A

DE MÉJICO

(1861-1867)
Reproducción de la portada original

[PUBLICACIONES DE LOS “ESTUDIOS MILITARES”]


Por D. ANTONIO GARCÍA PÉREZ
CAPITÁN DE INFANTERÍA
Alumno en prácticas de la Escuela Superior de Guerra
Con un prólogo de D. Antonio Díaz Benzo.
Teniente Coronel de E.M., Profesor en dicha escuela
MADRID
AVRIAL, IMPRESOR
San Bernardo, 92, teléf. 3022
1900
Notas a la edición

Estudio político militar de la campaña de Méjico 1861-1867

Manuel Gahete Jurado


Doctor en Historia Moderna, Contemporánea y de América

En La Nación Militar del 24 de diciembre de 1899 se anuncia la publicación


del Estudio político militar de la campaña de Méjico 1861-1867, escrito por Anto-
nio García Pérez. Esta edición forma parte de un conjunto de cinco folletines
ilustrados que debían ver la luz editorial a lo largo del año 1900, dirigido a los
subscriptores, quienes venían mostrando un ávido interés por estas publicacio-
nes periódicas. El Heraldo de Madrid, con fecha de 30 de junio de 1901, recogerá
con notable tono laudatorio la noticia:
El distinguido escritor militar D. Antonio García Pérez, capitán de infan-
tería y alumno en prácticas de la Escuela Superior de Guerra, acaba de publicar
una obra muy curiosa, titulada Estudio político-militar de la campaña de México
(1861-1867).
El interesante trabajo del ilustrado capitán, que tantos desvelos dedica al es-
tudio de la América Latina, merece un aplauso, y su autor un puesto entre las au-
toridades en la historia de aquellos pueblos, como muy bien dice el prologuista de
la obra D. Antonio Díaz Benzo, teniente coronel de Estado Mayor y profesor de la
Escuela de que es alumno el Sr. García Pérez.
Hay también en la obra de que venimos hablando documentos muy importan-
tes, dignos de ser conocidos, y consideraciones y juicios muy oportunos acerca de la
referida campaña mejicana.
Por todos estos conceptos, pues, será á todos los militares muy útil la lectura
del Estudio político-militar de que es autor el brillante oficial de infantería.

CAPÍTULO IV. Notas a la edición 283


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

El prologuista de la obra, Antonio Díaz Benzo, propietario y director de La


Nación Militar, ya advierte sobre el aplicado interés de su alumno por investi-
gar las relaciones entre España y la América latina; y cómo por tantos desvelos
“merece un puesto entre las autoridades en la historia de aquellos pueblos, que
hoy todavía, aunque desprendidos de nuestro poder, importan, y no poco, á Es-
paña” (Díaz Benzo, apud García Pérez: 1900, 5). El denuedo por investigar las
circunstancias y causas de estas interesantes relaciones, en las que cobra capi-
tal sentido el subyugante atractivo de México, no será desatendido por la Socie-
dad Mexicana de Geografía y Estadística que nombrará a Antonio García Pérez
socio honorario en el año 1906, a propuesta del vicepresidente, licenciado Félix
Romero, y los señores socios, el profesor Carlos S. Breker, el doctor José de la
Fuente, el canónigo Emeterio Valverde Téllez, y los licenciados Manuel Brioso
y Candiani, Isidro Rojas y Manuel Fernández Villareal, quienes habrían de pre-
sentar una convincente propuesta:
El Capitán español D. Antonio García Pérez, escritor distinguido, hace algún
tiempo que viene ocupándose de los asuntos de México, pues son conocidas ya en
el mundo científico sus obras Campaña de México, desde 1861 á 1867, y Organiza-
ción Militar de México. Últimamente ha recibido nuestro Vicepresidente, otra del
mismo autor, intitulada Antecedentes político-diplomáticos de la expedición españo-
la a México.
Laborioso y benévolo como es el autor matritense, al ocuparse dando prefe-
rencia en sus trabajos a los asuntos más trascendentales de nuestra República, será
también digno de las inteligencias que ocupan sus energías en tales labores, y par-
ticularmente de los miembros de esta Sociedad, dar al escritor español y amigo una
muestra de estimación y alta simpatía. Y ¿cuál puede ser mejor, que traerlo a for-
mar parte en el seno de nuestra familia?
Los subscritos pedimos, pues, para llenar este deseo, que la Sociedad se sirva
aprobar la siguiente proposición:
Se nombra Socio honorario de esta Corporación al escritor Capitán español D.
Antonio García Pérez.
Salón de Sesiones, México, 14 de Febrero de 1906.
En la sesión del 15 de febrero celebrada por el pleno corporativo de la Socie-
dad Mexicana de Geografía y Estadística, la postulación fue aprobada por una-
nimidad de votos, sin discusión,
en debida correspondencia á los levantados propósitos en que se ha inspirado el
Sr. García Pérez al redactar hasta ahora las muchas y brillantes páginas que de su
pluma han salido y en las cuales el nombre de México aparece rodeado de los más
enaltecedores atributos
comunicándose al nuevo miembro su calidad de socio honorario por carta regla-
mentaria, firmada por F. Rojas en México el 22 de febrero de 1906, acompañada
de diploma acreditativo, fechado el 16 de febrero, y un ejemplar del Reglamento
de la ilustre Sociedad.
La prensa española se hacía eco de este nombramiento, publicando la noti-
cia al mes siguiente:

CAPÍTULO IV. Notas a la edición 284


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

En atención á los meritísimos trabajos del capitán diplomado de Estado Ma-


yor, profesor de la Academia de Infantería, don Antonio García Pérez, la respetable
<Sociedad Mexicana de de Geografía y Estadística>, en su última sesión de 15 de
Febrero último, nombró á dicho oficial socio honorario de la misma, por acuerdo
unánime, y en especial prueba del singular aprecio de México al militar español
(El Día de Madrid, 22 de marzo de 1906).
No será esta la única distinción que recibirá de los países de América por la
intensa dedicación del militar ilustrado a poner en valor las gestas de sus pobla-
dores. En la relación de “Servicios y méritos del Coronel retirado, Diplomado de
Estado Mayor, Ilmo. Sr. Don Antonio García Pérez” consta la concesión, en 1925,
de la Medalla de plata de Ultramar “por su sólida cooperación a los trabajos de
aproximación hispano-americana” (Orden del 4 de mayo de 1925); y la condeco-
ración del Mérito Militar de Chile con fecha 8 de enero del mismo año. Sobre este
país, García Pérez había publicado, en agosto de 1891, la obra Una campaña de
ocho días en Chile. Con esta permanente perspectiva publicará asimismo la Reseña
histórico-militar de la campaña de Paraguay (1864 á 1870), en colaboración con el
oficial uruguayo Rafael Howard y Arrien, obra premiada con la Cruz de prime-
ra clase del Mérito Militar con distintivo blanco por Real Orden de 3 de mayo de
1901 (Diario oficial núm. 97, reconocimiento publicado en La Correspondencia Mi-
litar y en El País en la misma fecha de 6 de mayo de 1901); Proyecto de una nueva
organización del Estado Mayor en la República del Uruguay; y Campaña del Pacífico
(1879-81), acaecida entre las Repúblicas de Chile, Perú y Bolivia, premiada con la
Cruz de primera clase del Mérito Militar con distintivo blanco por Real Orden de
8 de octubre de 1903 (Diario oficial núm. 219).
El Estudio político militar de la campaña de México (1861-67) consta de cuatro-
cientas veinticinco páginas, de las que cincuenta y dos de texto y cuarenta y ocho
de documentos tratan sobre la intervención de España. Nos hallamos ante una
pormenorizada descripción histórica, dividida en diez capítulos, con abundante
aportación documental, de la intervención exterior en México de España, Inglate-
rra y Francia, protestando contra la segregación que venían soportando los colonos
de las tres potencias en tierras mexicanas. La Convención de Londres, firmada el
31 de octubre de 1861 por la alianza tripartita para exigir la protección de sus súb-
ditos, el pago de la deuda y la creación de un régimen estable en el país americano,
se vio truncada por la segunda intervención de Francia, comandada primero por
el general Latrille y más tarde por el general Élie-Frédéric Forey. La arribada a
México de Maximiliano I, archiduque de Austria, favorecida por el gobierno fran-
cés y los conservadores mexicanos enfrentados con los liberales, abocará en una si-
tuación extrema que culminará con el fusilamiento del emperador y el triunfo de
Benito Pablo Juárez García como nuevo presidente de la República. El hombre,
conocido como el “Benemérito de las Américas”, acuñó la frase inmortal que pos-
tula como forma de vida, en todas sus obras, Antonio García Pérez: “Entre los in-
dividuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

CAPÍTULO IV. Notas a la edición 285


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

La obra está dedicada “A su padre D. Bernardino García y García, Coman-


dante Mayor del Regimiento de Infantería de la Lealtad, núm. 30”. Este aguerri-
do militar nació el día 20 de mayo de 1844 en Rollamienta, un pequeño pueblo de
Soria de donde era natural su madre, Teresa García de la Cámara, casada con Es-
teban García Blázquez (en algunos documentos aparece Márquez), de la vecina
localidad de Villar de Ala. Bernardino García casó con Amalia Pérez Barrientos y
de esta unión nacieron sus cinco hijos: Antonio, Amalia, Fausto, Teresa y Carmen.
La vida del matrimonio transcurre en un periodo álgido de la historia de España,
sometido a duras confrontaciones bélicas. El 14 de octubre de 1865, con veintiún
años de edad, el joven soriano se alistará en el ejército para servir como soldado en
el Primer Regimiento de Infantería de la Constitución núm. 29, donde permane-
cerá hasta el 15 de septiembre de 1870 en que pasa al Ejército de Cuba, con el em-
pleo de sargento 1º, para participar en la Guerra de los Diez Años —también co-
nocida como Guerra de Cuba, Guerra del 68 o Guerra Grande—. Condecorado y
ascendido por sus valerosas acciones de guerra, en las que fue herido de gravedad,
debió regresar a España. A su llegada, el 21 de agosto de 1877, se incorpora en si-
tuación de reemplazo en Rollamienta (Soria), su pueblo natal, hasta que, tras di-
ferentes destinos, culmina sus servicios en el Ejército con el cargo de comandante
mayor (con nombramiento de 1 de febrero de 1896) en el Regimiento de la Lealtad
núm. 30 en Burgos, donde cesa al ser trasladado a Córdoba, con destino en la Co-
misión Liquidadora del Primer Batallón del Regimiento de Infantería de la Reina
n. 2, (16 de enero de 1903 hasta finales de mayo de 1904), quizás porque allí se en-
contraba destinado entonces su hijo Antonio. El día 19 de marzo de 1915, a causa
de la gripe epidémica que asoló la ciudad, don Bernardino fallecía en paz de Dios
rodeado por los miembros de su familia en la casa núm. 3 de la calle Rey Heredia
(entonces José Rey), donde aún se conservan en la reja de entrada las iniciales de
su nombre (BGG). Iba a cumplir setenta y dos años.
Antonio Díaz Benzo expone con sentenciosa argumentación las razones
de esta obra:
El estudio (…) de nuestra dominación en América es vasto archivo que encie-
rra los añejos, sucios y empolvados testimonios de nuestra desdichada política co-
lonial; es voluminosa enciclopedia de aberraciones administrativas defendidas con
hechos heroicos, dignos de más elevados ideales; y es también variado arsenal de
escenas y episodios que pintan, con fuertes colores, las crisis violentas y difíciles por
que pasan los Estados Unidos, mientras cimentan (sic) bien sus códigos y territo-
rios independientes En tan complejo é interesante panorama descuella y se destaca
(…) la historia de México, ricos anales de política americana y europea, de empre-
sas militares, de ambiciones y sacrificios, que se personifican gallardamente en fi-
guras de tanto relieve, como Cortés. Moctezuma, Guatimocín, el cura Hidalgo, el
valiente Calleja, el traidor Itúrbide, el mártir Maximiliano y el discreto y arrojado
Prim” (Díaz Benzo, apud García Pérez: 1900, 4).
La Correspondencia de España reseñará en estos términos la conferencia ex-
traordinaria pronunciada por García Pérez en el Centro del Ejército y la Ar-

CAPÍTULO IV. Notas a la edición 286


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

mada de Madrid el 21 de diciembre de 1904, con el título “Añoranzas america-


nas”: “Un precioso trabajo salpicado de hermosas imágenes poéticas en que se
condensan las glorias militares de todos los pueblos latinoamericanos” (23 de
diciembre de 1904). Comentando esta conferencia, Jiménez Tejeda acredita el
vasto conocimiento del autor y transcribe sus palabras al “referirse á sacrificios
sin esperanzas, á figuras imponentes aun no grabadas en bronces y á luchado-
res caídos en el espinoso camino de la gloria” (Jiménez Tejada: 1905, 295-296):
Mis entusiasmos convergerán (…) á reflejar el alma de la gran familia latino-
americana, que en su intenso amor patrio supo convertir la derrota en epopeya y la
catástrofe en apoteosis. Bien quisiera que mi pluma poseyese vívidos colores y to-
nalidades imborrables para esculpir en vuestra imaginación recuerdos de aconteci-
mientos donde van asociados la magnanimidad con la rectitud, el valor con la mo-
destia y el heroísmo con la nobleza (Jiménez Tejada: 1905, 296).
La Correspondencia Militar también recogerá la noticia, señalando que en el
trabajo de García Pérez “campea una erudición vastísima, un gran sentido críti-
co de la historia y un […] amor a la patria, madre de dieciocho nacionalidades,
cuya generosidad no olvidan sus hijos de América” (4 de marzo de 1905). Anto-
nio García Pérez tuvo siempre la clara convicción de que todos los seres huma-
nos, fueran cuales fueran sus enseñas, debían ser respetados. Sin renunciar a la
objetividad histórica que siempre pretendió, tampoco tuvo nunca prejuicios ni
reservas para defender, cuando así lo creía, el heroísmo de los hombres litigando
por la salvaguarda de sus libertades y derechos.

Bibliografía
Díaz Benzo, A., “Prólogo”, en Antonio García Pérez, Estudio político militar de la campaña
de México 1861-1867, Madrid, Avrial impresor, 1900, pp. 3-5.
García Pérez, A., Estudio político militar de la campaña de México 1861-1867, Madrid, Avrial
impresor, 1900.
— Reseña histórico-militar de la campaña de Paraguay (1864 á 1870), en colaboración con el ofi-
cial uruguayo Rafael Howard y Arrien, Burgos, [s. n.], imprenta de Agapito Díez y Compañía, 1900.
— “Añoranzas americanas”: conferencia extraordinaria pronunciada en el Centro del Ejér-
cito y la Armada de Madrid el 21 de diciembre de 1904, Madrid, imprenta de R. Velasco, 1905.
— “Servicios y méritos del Coronel retirado, Diplomado de Estado Mayor, Ilmo. Sr. Don
Antonio García Pérez”.
Jiménez Tejada, T., “Añoranzas americanas”, Revista Católica de las Cuestiones Sociales, 5 de
enero de 1905, pp. 295-296.
Redacción, “Cinco folletines ilustrados”, en La Nación Militar, Semanario independiente de
Ciencias Sociales y Militares, Literatura y Artes, núm. 52, 24 de diciembre de 1899.
Redacción, “Movimiento de personal”, La Correspondencia Militar, 6 de mayo de 1901.
— La Correspondencia Militar, 4 de marzo de 1905.
Redacción, “Escuela de Estudios Militares”, La Correspondencia de España, 23 de diciem-
bre de 1904.
Redacción, “Noticias de guerra”, El País, 6 de mayo de 1901.
Redacción, “Libro nuevo interesante y útil”, El Heraldo de Madrid, 30 de junio de 1901.
Redacción, “Merecida distinción”, El Día de Madrid, 22 de marzo de1906.

CAPÍTULO IV. Notas a la edición 287


288
Preliminar

La Real Academia de Ciencias, Bellas Letras


y Nobles Artes de Córdoba y su mirada a América

Joaquín Criado Costa


Director de la Real Academia de Córdoba

La Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, que


es hoy “una Corporación de Derecho Público de naturaleza esencialmente cultu-
ral, cuya finalidad principal es fomentar los trabajos de investigación en todas las
ramas que su título comprende y estimular la difusión pública de toda clase de
conocimientos y actividades científicas, históricas, literarias y artísticas”, se crea o
funda en 1810 con el nombre de Academia General de Ciencias, Bellas Letras y
Nobles Artes de Córdoba. El 11 de noviembre de ese año celebra la primera sesión.
Se había desprendido o desgajado de la Sociedad Patriótica Cordobesa o de Ami-
gos del País a través de su Sección de Letras y fue obra del canónigo penitenciario
de la catedral cordobesa Manuel María de Arjona y Cubas, que había nacido en
la villa ducal de Osuna y había estudiado y enseñado en aquella universidad y en
la hispalense, habiendo sido doctor en Cánones y catedrático de Vísperas de Cá-
nones. Autorizó los primeros estatutos de la Academia el prefecto Domingo Badía
Leblich, que anteriormente fue un conocido aventurero por países árabes.
Cuando la monarquía borbónica se implanta en España, llegan a ella o se
calcan las instituciones de todo tipo del vecino país francés. La prestigiosa Aca-
demia Francesa tuvo su réplica en la Real Academia Española y a partir de en-
tonces se crearon desde la Corona o desde el pueblo múltiples academias de
carácter general (Ciencias, Letras y Artes) o específico (Historia, Lengua, Me-
dicina, Buenas Letras, Bellas Artes, Jurisprudencia y Legislación, Farmacia, Ve-

CAPÍTULO IV. Preliminar 289


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

terinaria, Ciencias Morales y Políticas, Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas


y Naturales, etc.), debido en gran parte al propicio caldo de cultivo de las co-
rrientes renovadoras de los ilustrados españoles, que en el siglo XVIII hicieron
posible la creación de las Reales Sociedades Económicas —o Patrióticas— de
Amigos del País, algunas de las cuales continúan existiendo con cierta vitalidad,
aunque no nos atreveríamos a decir que con notable pujanza.
Volviendo a la Real Academia cordobesa, única que ha existido y existe en
la provincia, esta se estructuró inicialmente en tres secciones, recogidas en su
denominación: Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes. Años después y en di-
ferentes fechas se crearon en su seno dos nuevas secciones: Ciencias Morales y
Políticas y Ciencias Históricas. El título de “Real”, que vino a ser un refrendo
de la importante labor que llevaba a cabo, le fue concedido por Real Decreto de
Alfonso XIII, de 9 de julio de 1915, ciento cinco años después de su fundación.
Poco después de la creación del Consejo Superior de Investigaciones Cien-
tíficas (CSIC), el 28 de enero de 1947, la Academia se incorporó al mismo a tra-
vés del Patronato “José María Quadrado” de Estudios Locales. Desaparecido
este hacia 1978 en una de las reestructuraciones del organismo, sigue vinculada
al CSIC a través de la Confederación Española de Centros de Estudios Locales.
La Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba está
integrada en el Instituto de Academias de Andalucía desde su creación por la Ley
7/1985, de 6 de diciembre de 1985, del Parlamento de Andalucía (BOJA del 14 de
diciembre de 1985) y pertenece al Instituto de España como Academia Asociada.
Desde su creación, la Real Academia tuvo una clara vocación americanista,
como veremos más adelante.
Publica la Academia, desde el año 1922, un Boletín cuya periodicidad ha
ido variando según las circunstancias (trimestral, anual, semestral), actual-
mente de unas quinientas páginas cada número, siendo el ciento sesenta el úl-
timo aparecido. Con anterioridad habían visto la luz desde la imprenta varias
publicaciones de orden interno y de divulgación. En el Boletín se refleja la vida
de la Academia y se inserta una parte de los trabajos de sus miembros —sería
imposible hacerlo con todos—, además de recogerse los trabajos de otros in-
vestigadores que aporten artículos de interés. Al día de hoy son alrededor de
cuarenta mil páginas de ciencia y de cultura que reflejan el trabajo bien hecho
de los académicos.
La vocación americanista de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y
Nobles Artes de Córdoba, que conviene resaltar en relación con el militar y es-
critor Antonio García Pérez, ha estado presente a lo largo de su historia —que
ha llegado recientemente a los dos siglos— en una doble vertiente: con la inclu-
sión en su nómina de miembros procedentes de países americanos y con la pu-
blicación de temas relacionados con el Nuevo Continente.
Por lo que respecta a los últimos cien años, consta en la Academia que no-
venta y cuatro han sido los miembros —académicos correspondientes— proce-

CAPÍTULO IV. Preliminar 290


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

dentes de países americanos: veintinueve de Argentina, dos de Bolivia, tres de


Brasil, siete de Chile, seis de Colombia, uno de Costa Rica, cuatro de Cuba, tres
de Ecuador, veintidós de Estados Unidos, ocho de Méjico, dos de Paraguay, tres
de Perú, tres de Puerto Rico y uno de Uruguay.
Concretamente los ocho mejicanos son Alfonso Reyes Ochoa (elegido en el
año 1928), Roberto Prudencio (elegido en 1946 por San Luis de Potosí), monse-
ñor Luis María Martínez, monseñor José Castillo y Piña y Andrés de Quintana
y Fernández Somerella (los tres elegidos en 1948), María Rosa Lida de Malkiel
(en 1952), Ricardo Lancaster-Jones y Varea (elegido en 1966 por Jalisco) y Carlos
Alberto Vega Cárdenas (elegido en 2004 por la ciudad estadounidense de Bos-
ton). De ellos, son universalmente conocidos Alfonso Reyes Ochoa y María Rosa
Lida de Malkiel.
Alfonso Reyes Ochoa fue un gramático, escritor, crítico literario y diplomá-
tico mejicano que nació en Monterrey (Nuevo León) en 1889 y murió en México
en 1959. Fue director del Colegio de México. Vivió unos años en España —has-
ta 1924— y fue uno de los grandes estudiosos y críticos de la literatura española,
con valiosas obras como Cuestiones gongorianas (1927).
María Rosa Lida de Malkiel, discípula aventajada del filólogo Amado Alon-
so, nació en Buenos Aires en 1910 y murió en Oakland —California (Estados
Unidos)—, en 1962. Estudió a los escritores clásicos y la literatura medieval y
renacentista y ejerció la docencia en universidades norteamericanas. De su ext-
ensísima bibliografía conviene destacar en relación con Córdoba Juan de Mena,
poeta del prerrenacimiento español (1950). Fue elegida en 1952 académica corres-
pondiente por México por su vinculación con este país.
De los restantes, monseñor Luis María Martínez y monseñor José Castillo
y Pina fueron figuras relevantes del episcopado mejicano y Ricardo Lancaster-
Jones y Varea, un ilustre diplomático.
Mención especial merece el profesor Carlos Alberto Vega Cárdenas, mexi-
cano de nacimiento y catedrático de Literatura Española Medieval en el Welles-
ley College, en Boston (Estados Unidos). Director durante años del Programa de
Estudios Hispánicos en Córdoba (PRESHCO), en el que participan seis uni-
versidades norteamericanas, es un enamorado de la cultura española en general
y cordobesa en particular y en Córdoba pasa frecuentes y largas temporadas en
el desarrollo de su ejercicio profesional. Fue elegido académico correspondiente
en al año 2004 y a su ingreso en la Real Academia asistieron representantes de
una decena de universidades estadounidenses.
El espíritu americanista del que hablábamos al principio ha llevado a la
Real Academia de Córdoba a incorporar a sus filas a ilustres hispanistas que
han tenido relación con la cultura cordobesa, como es el caso de Cyrus C. de
Coster —estudioso de la figura de Juan Valera, que fue elegido académico co-
rrespondiente en Estados Unidos en 1967— o de Roberto M. Tisnés Jiménez,
que lo fue en Colombia en 1989. Y a otros que por diversas razones pasaron de

CAPÍTULO IV. Preliminar 291


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

España a algún país americano y en él siguieron cultivando lo cordobés o lo es-


pañol, como es el caso de Odón Betanzos Palacios, onubense que llegó a pre-
sidente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española y fue un estu-
dioso de la figura y de la obra del cordobés Eloy Vaquero —elegido académico
correspondiente en Estados Unidos en 1988— o el del abogado y empresario
Manuel García Jaén —académico correspondiente en Ecuador desde 1975—,
nieto del catedrático Antonio Jaén Morente, que ejerció la docencia en Córdoba
y se exilió por razones políticas en aquellas latitudes.
De igual manera, el Boletín que la Real Academia cordobesa de Ciencias,
Bellas Letras y Nobles Artes viene publicando ininterrumpidamente desde el
año 1922 ha dedicado muchas de sus páginas a temas americanos de autores de
ambos lados del Atlántico. Cabe citar algunos artículos y sus autores:
Capel Margarito, M., “Las ideas y la acción en Olavide en la obra colonizadora
de Carlos III”, 88 (1968), pp. 143-171.
Casartelli, M. A., “Córdoba de la Nueva Andalucía”, 74 (1956), pp. 99-113.
Cobos Jiménez, J., “El Inca, historiador”, 86 (1964), pp. 5-24.
Cuenca Toribio, J. M., “Antonio Jaén Morente (1879-1964)”, 100 (1979), pp.
299-301.
Delgado Gallego, G., “Notas para la biografía de don Sebastián de Belalcá-
zar”, 19 (1927), pp. 55 / 383-410; 20 (1927), pp. 45 / 489-504; 21 (1928), pp. 63-72;
22 (1928), pp. 47 / 139-144; 23 (1928), pp. 71 /233-244; 24 (1928), pp. 73 /319-335; 28
(1930), págs. 31 /219-239; y 29 (1930), pp. 35 /327-361.
Fitz-Gerald, J. D., “La enseñanza pública y la religión en los Estados Unidos
de América”, 10 (1924), pp. 349-357.
Gómez de Espinosa, M., “Francisco Hernández de Córdoba, fundador de Ni-
caragua”, 98 (1978), pp. 103-106.
González Moreno, J., “Influencia espiritual y artística de Córdoba en los paí-
ses sudamericanos”, 70 (1954), pp. 140-141.
Lea Navas, J., “La expedición Iglesias al Amazonas”, 40 (1934), pp. 51-52.
Mapelli López, L., “Calificación ética de Olavide”, 88 (1968), pp. 173-180.
Miró Quesada, A., “El testamento de la madre del Inca Garcilaso”, 54 (1945),
pp. 21 /261-280.
— “El hijo del Inca Garcilaso”, 54 (1945), pp. 41 /281-300.
Moreno Manzano, J., “La marcha por la Jungla del capitán cordobés Gonzalo
Ximénez de Quesada”, 100 (1979), pp. 169-179.
Orti Belmonte, V., “¿Fue América conocida por los asiáticos antes de su descu-
brimiento por Colón?”, 24 (1928), pp. 12 /259-264.
— “¿Hubo influencias chinas búdicas y cristianas en las culturas americanas
precolombinas?”, 87 (1967), pp. 54-64.
Ortiz Juárez, J. M., “El Obispo del Libro, defensor de los indios”, 97 (1977),
pp. 165-169.
Porras Barrenechea, R., “Montilla y el Perú”, 62 (1949), pp. 5/139-142.
— “Investigaciones en Montilla sobre el Inca Garcilaso, San Francisco Solano
y Cervantes”, 63 (1950), pp. 15-44.
Ranchal Cobos, A., “Fray Juan de los Barrios y Toledo y su obra, primer Arzo-
bispo de Santa Fe de Bogotá”, 89 (1969), pp. 55-154.

CAPÍTULO IV. Preliminar 292


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Rey Díaz, J. M., “Don Antonio Caballero y Góngora (Arzobispo-Virrey de


Nueva Granada)”, 4 (1923), pp. 63-83; 5 (1923), pp. 5-38; 6 (1923), pp. 53-76; y 7
(1924), pp. 101-113.
Rodríguez de la Torre, M., “Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba
(Argentina)”, 97 (1977), pp. 215-218.
Rubio y Moreno, L., “Algo más del Arzobispo Virrey Caballero Góngora”, 13
(1925), pp., 309-313.
Sanz y Díaz, J., “El capitán don Francisco de Godoy en Chile”, 62 (1949), pp.
51/185-186.
Torre y del Cerro, J. de la, “Cordobeses que intervinieron en el descubrimien-
to, conquista y colonización del Perú”, 28 (1933), pp. 13/77-124.
— “Los fundadores de las Córdobas de América”, 48 (1944), pp. 51-63.
Torre y Vasconi, J. R. de la, “Gonzalo Jiménez de Quesada”, 61 (1949),
pp. 125-128.
Valverde Madrid, J., “El Virrey de Colombia, Messía de la Cerda”, 97 (1977),
pp. 131-136.
— “En el centenario del descubridor del Yucatán, Francisco Fernández de
Córdoba”, 98 (1978), pp. 107-109.
— “IV Centenario del Virrey y Marqués de Guadalcázar”, 98 (1978), pp. 111-126.
— “El Virrey Ceballos”, 98 (1978), pp. 111-126.
Ciñéndonos ahora a la figura del militar Antonio García Pérez, autor del li-
bro Estudio político-militar de la campaña de Méjico 1861-1867 (Madrid, 1900),
Pedro Luis Pérez Frías, de la Universidad de Málaga, hace una sucinta pero in-
teresante biografía suya en el artículo titulado “Las élites militares de Alfonso
XIII y la Inmaculada Concepción: el caso de Antonio García Pérez”.
Nacido García Pérez en Puerto Príncipe (Cuba) el 3 de enero de 1874, se
formó como militar en España y alcanzó el grado de coronel. Aficionado a la
investigación y a las letras, prestó atención, entre otros puntos, a la Inmaculada
como patrona del Arma de Infantería y a la figura del Gran Capitán —cordobés
de Montilla— proponiendo, cuando era capitán y profesor de la Academia de
Infantería de Toledo, la erección de un monumento a este personaje en la capi-
tal cordobesa con motivo del cuarto centenario de su muerte, lo que llevó a cabo
el insigne escultor Mateo Inurria.
Al parecer, en la hoja de servicios de García Pérez consta que había sido nom-
brado académico correspondiente de la Real Academia de la Historia e igualmen-
te de la de Córdoba. Como miembro de igual clase que soy de la primera, he po-
dido comprobar que, en efecto, la Real Academia de la Historia lo eligió el 29 de
noviembre de 1909. No he corrido la misma suerte con lo que se refiere al nom-
bramiento de esta Real Academia de Córdoba. En la hoja de servicios del militar
consta que el 1 de diciembre de 1916 presentó certificado expedido con fecha 20 de
noviembre por el que se le nombraba correspondiente de la corporación cordobesa.
Pues bien, ni la elección ni el nombramiento constan en las actas de ese año 1916,
lo cual no quiere decir que no fuera elegido y nombrado, sino que quizá lo fue-
ra pero no se reflejó en el acta de la sesión, lo que no era infrecuente en la época.

CAPÍTULO IV. Preliminar 293


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Años después, en 1922, en la página diez del periódico ABC del 30 de no-
viembre, aparece la concesión de la “Encomienda de la Orden Civil de Alfon-
so XII al coronel del Estado Mayor Central, Gentilhombre de Su Majestad, D.
Antonio García Pérez”. No era la primera vez que recibía una importante con-
decoración, sino que con anterioridad y en diferentes años había recibido otras
de no menos categoría.
Vivió en Córdoba de 1902 a 1905. Terminada la guerra civil española de
1936 a 1939, vivió de nuevo en Córdoba de 1940 a 1950, donde murió en este úl-
timo año. Parecería lógico que en esos años frecuentara la Real Academia y asis-
tiera a algunas de las sesiones, pero en las actas de ese decenio no figura en nin-
guna ocasión como asistente a las reuniones.
Sea lo que fuere, Antonio García Pérez merecería un estudio en profundidad
de su figura y de su obra como un enlace que fue entre lo español y lo americano.

CAPÍTULO IV. Preliminar 294


Estudio I

Revisión a la luz de la historia sobre el libro


Estudio político-militar de la campaña de Méjico 1861-1867

Raquel Barceló Quintal


Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo

Introducción

El capitán de Infantería, Antonio García Pérez (1874-1950), en las doscientas


ochenta y tres páginas de su obra Estudio político militar de la campaña de Méjico,
escrita en 1900, narra la etapa de la historia de México de 1861 a 1867, años que
corresponden al inicio de la intervención tripartita hasta el triunfo de la Repúbli-
ca. Su libro es un interesante estudio de la historia militar. Su formación profe-
sional le permitió dar una visión amplia y detallada de los distintos aspectos de
la milicia que, para un historiador sin dicha formación, pasan desapercibidos. En
los hechos las instituciones militares, los regimientos, los estados mayores, las es-
trategias de guerra son importantes y prioritarias durante la intervención france-
sa; así mismo, percibe el ethos que motiva a las instituciones estatales y militares.
El objetivo esencial de su historia, además de las políticas nacionales e inter-
nacionales, es la guerra, narrada como acontecimientos “verdaderos” que le per-
miten comprender el dinamismo de la campaña militar en los años estudiados,
aportando razones y argumentos deducidos. En la trama de su obra, los aconte-
cimientos son narrados como itinerarios ordenados de una forma que le permite
organizar sus ideas para explicar mejor lo que pasó. Con la mirada tradicional
del historiador de fines del siglo XIX, muestra los hechos donde el papel pro-
tagónico lo tienen los líderes militares; los soldados, en cambio, están presentes
con un papel menor que se resume a su valentía. Sin embargo, a la hora de ex-

CAPÍTULO IV. Estudio I 295


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

plicar no todo se debe a la acción sino se basa en un conjunto de elementos di-


versos que van desde la geografía del espacio de las batallas hasta el desarrollo
tecnológico de las armas.
El libro consta de diez capítulos, que no llevan título y que siguen una se-
cuencia cronológica. Los primeros cinco tratan de las batallas entre los france-
ses y las tropas liberales de 1861 hasta 1864, terminando el capítulo cinco con el
Convenio de Miramar. Los otros cinco abordan el Segundo Imperio en Méxi-
co, las batallas de la defensa del territorio por los liberales, la salida de las tropas
francesas, la caída de Maximiliano y su fusilamiento.
A petición del autor, el prólogo lo escribe el coronel del Estado Mayor, Anto-
nio Díaz Benzo, autor de la obra Pequeñeces de la guerra de Cuba, publicada en
1897, quien describe la época a que se refiere en su trabajo García Pérez como
un atentado contra la libertad obtenida en 1810:
[…] se iniciaron esas intervenciones caritativas con que las potencias simulan al
que sostiene á un herido para sustraerle cuanto lleva y vale, y precisamente en Mé-
jico dióse un ejemplo claro y concreto de lo que puede esperarse de las simpatías
internacionales (García Pérez: 1900, 5).

Las fuentes utilizadas por el autor

García Pérez dentro de su texto transcribe documentos, como planes,


acuerdos, disposiciones, reglamentos, convenios, proclamas y manifiestos, mu-
chos de ellos publicados en 1869, tanto para la intervención como para el Se-
gundo Imperio (Colección de documentos para formar la historia de la inter-
vención, 1869 y Colección de documentos para la historia del Segundo Imperio
mexicano, 1869).
El autor emplea una fuente importante: la prensa. Entre los periódicos
citados en su obra se encuentran El Eco de Europa, El Clamor Público, el Dia-
rio Oficial del Gobierno de la Republica de Méjico, Boletín de los Actos Oficiales
de la Intervención y La Patria. El primer periódico fue fundado en Veracruz,
en 1861, por el español Anselmo de la Portilla, quien viajó a México con el
fin de convencer al general Juan Prim de no participar en la intervención.
Creía que si España disparaba un cañonazo en Veracruz y derramaba una
gota de sangre mexicana acababa para siempre el prestigio del nombre espa-
ñol, no solo en México sino en toda América (Henestrosa: 1975). El segun-
do, El Clamor Público, fue un periódico político, literario e industrial, fun-
dado en Madrid por Fernando Corradi, para la difusión del Partido Liberal
de Madrid, durante los años 1861 a 1864. El tercero, el Diario Oficial de la
República de Méjico, fue el órgano oficial del gobierno del licenciado Benito
Juárez, que se editó en los años 1863 a 1867, en la ciudad de San Luis Poto-
sí; mientras que el Imperio contaba como prensa oficial, en la capital, con el
Periódico Oficial del Imperio Mexicano, que más tarde cambió su denomina-
ción a Diario del Imperio. Y el último, La Patria, fue otro periódico oficial, la

CAPÍTULO IV. Estudio I 296


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

del partido conservador, que circuló solamente durante los años 1864 a 1867
(Ross: 1965, 362-363).
García Pérez revisó la correspondencia entre los principales actores de la
intervención francesa recopilada por el gobierno juarista y publicada, en 1870,
con el título Correspondencia durante la Intervención extranjera, 1860-1868. (Co-
rrespondencia…: 1870). Para la deuda externa de México —hizo una revisión de
la historiografía del siglo XIX—, de gran utilidad fue la obra de Manuel Pay-
no, México y sus cuestiones financieras con la Inglaterra, la España y la Francia
(Payno: 1862); para estudiar el papel de Estados Unidos durante la interven-
ción francesa consultó la obra de Matías Romero, Correspondencia de la Legación
Mexicana en Washington durante la intervención Extrajera. 1860-1868 (Romero:
1870-1892); y para los últimos días del Imperio acudió a la obra Últimas horas del
Imperio de Manuel Ramírez Arellano (Ramírez de Arellano: 1869).

La Convención de Londres y la intervención francesa

En los dos primeros capítulos, García Pérez analizó las coordenadas inter-
nacionales del período estudiado. Su punto de partida fue la firma del Conve-
nio de Londres, donde Francia, Inglaterra y España se unieron para establecer
en México un gobierno estable que conservase las relaciones de paz y amistad
con las potencias extranjeras. La causa de este convenio se derivó cuando, el 17
de julio de 1861, el presidente Benito Juárez decretó la suspensión de pagos de
la deuda externa, como una acción temporal, que provocó el enfado de Francia,
España e Inglaterra. Estos países
fundándose en la conducta arbitraria y vejatoria de las autoridades de la Repú-
blica de Méjico, en la necesidad de exigir de esas autoridades una eficaz protec-
ción para las personas y propiedades de sus súbditos y en la obligación de hacer
cumplir con ellos los deberes contraídos por la República mejicana, acordaron un
convenio para unificar sus aspiraciones y lograr el propósito común (García Pé-
rez: 1900, 10).
La Convención de Londres fue firmada en octubre de 1861 por el general
Charles de Flahuat, embajador extraordinario de Francia; Francisco Javier de Is-
túriz y Montero, ministro plenipotenciario de España en las Cortes de Londres,
enviado extraordinario de la reina de España, Isabel II; y por lord John Rusell,
vizconde de Amberley y Artzalla, secretario de Estado para Negocios Extranje-
ros, como representante de la reina Victoria (Ramos: 1968). En esta convención se
tomó la decisión, entre los tres países, de emprender una acción militar para blo-
quear los puertos mexicanos, principal fuente de ingresos del gobierno mexicano.
Aunque Juárez derogó, el 23 de diciembre, el decreto de suspensión de pagos, esta
medida fue demasiado tardía, porque el 8 de diciembre llegó la flota española a
Veracruz y, a inicios de enero de 1862, arribaron las escuadras inglesa y francesa.
Inglaterra y Francia, afectadas por idéntica medida, decidieron tomar las
aduanas de Veracruz y Tampico para cobrarse la deuda con sus ingresos. Las

CAPÍTULO IV. Estudio I 297


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

fuerzas inglesas estaban bajo el mando del contraalmirante de la Marina Real,


Alexander Milne; la fuerza expedicionaria española se encomendó al general
Juan Prim, quién salió hacia La Habana, donde al llegar se enteró de que las
fuerzas españolas ya habían partido y se habían apoderado de San Juan de Ulúa
y Veracruz, aparentemente por decisión del general Francisco Serrano y Domín-
guez, capitán general de Cuba. Aceptadas las excusas que se le ofrecieron por
no esperarle, llegó a Veracruz el 7 de enero de 1862. Los refuerzos franceses al
mando del general Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez, partieron de
Cherbourg el 28 de enero y arribaron a Veracruz el 6 de marzo; el día 20 salen
de Veracruz y llegaron a Tehuacán el 26.
La presencia de España en la Convención de Londres tiene sus anteceden-
tes en la primera convención sobre el pago de las reclamaciones españolas, ce-
lebrada el 17 de julio de 1847, donde se estableció la creación de un fondo in-
tegrado por el tres por ciento de los derechos de importación de las aduanas
marítimas; con él se pagarían los créditos que hubiere aprobado la legación es-
pañola, reconocidos por el gobierno mexicano. Esta convención se firmó sien-
do ministro plenipotenciario en México Salvador Bermúdez de Castro, quién
aceptó que la deuda interna se convirtiera en externa, pero por no ser presenta-
da al Congreso no adquirió validez oficial (Pi-Suñer: 2006, 73-74). Sin embar-
go, España lo consideró un “compromiso adquirido por un gobierno soberano
en sus actos, por lo que no cejaría, de allí en adelante, en insistir acerca de su
cumplimiento” (Pi-Suñer y Sánchez: 2002, 83). A esta convención le siguieron
dos más, una en 1851 y otra en 1853, ambas fueron polémicas sobre su legitimi-
dad y crearon tensión en las relaciones diplomáticas, al grado que el ministro de
Relaciones Exteriores de México, José Fernando Ramírez, dimitió en marzo de
1852. Durante el último gobierno del general Antonio López de Santa Anna, el
ministro plenipotenciario español, Juan Antoine Zayas, manifestó su descon-
tento al Ministerio de Estado español por la situación y sugirió que era necesa-
ria la presencia en Veracruz de las fuerzas españolas estacionadas en Cuba para
proteger a los súbditos españoles y sus intereses. Más tarde, en 1855, el gobierno
emanado de la Revolución de Ayutla se negó a cumplir con lo estipulado en la
tercera convención en tanto no se realizara una revisión exhaustiva de todas las
reclamaciones (Pi-Suñer: 2006, 100-103).
El desembarco de los españoles, adelantándose a las fuerzas inglesas y fran-
cesas, despertó suspicacias entre ambos gobiernos pretendiendo que “obedecía
algún plan especial o secreto” y exigieron explicaciones. Esta precipitación pro-
pició que el gobierno francés aumentara sus tropas, considerada “una actitud
digna e independiente, si las aspiraciones de España no coincidían con las su-
yas”, el gobierno inglés aprobó la medida pero no creyó conveniente incrementar
sus tropas (García Pérez: 1900, 34).
Los tres comisionados serían los encargados de distribuir las cantidades re-
caudadas en México, según los derechos de cada país aliado. El acuerdo estipu-

CAPÍTULO IV. Estudio I 298


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

laba que no se incorporaría ningún territorio mexicano (García Pérez: 1900, 11).
Había razones por las que Napoleón III debía de preocuparse por la suerte de
la colonia francesa integrada por dos mil residentes repartidos entre Veracruz,
México y algunas otras ciudades de provincia. Sin embargo, como se revelaría
más tarde, exceptuando algunos casos aislados, los franceses no fueron particu-
larmente afectados por el ambiente de inseguridad que reinaba en México, des-
pués de la Guerra de Independencia.
Los años que estudia García Pérez fueron significativos en la historia de las
relaciones internacionales de México, como lo asevera el historiador Ernesto Qui-
rarte Villicaña quién comentó en el prólogo del libro México desde 1808 hasta 1867:
No puede comprenderse la historia de México de 1861 a 1867 si no se analiza
con perspectiva universal. Sin consultar los archivos de Estados Unidos, Francia,
Gran Bretaña, Bélgica, Italia, Austria y España, es imposible lograr un conoci-
miento pleno de la época. Precisa conocer además, por lo menos a grandes rasgos,
la historia social, política y económica de estos pueblos para explicar la influencia
que ejercieron en los destinos de México (Quirarte: 1969, V).
La zona elegida para acampar por las tropas invasoras, en el estado de Vera-
cruz, era insalubre y el llamado “vómito negro” empezó a hacer estragos en las
tropas. En el caso del ejército español, el 19 de enero de 1862 habían enferma-
do veintidós oficiales y seiscientos tres soldados (García Pérez: 1900, 20). El 2 de
febrero, el general Prim tuvo que enviar a ochocientos enfermos a La Habana,
y se vio en la necesidad de avanzar hacia Santa Fe, entre San Juan y Veracruz,
por ser un lugar más salubre, lo que motivó una enérgica protesta del general
Ignacio Zaragoza que lo consideró un acto de agresión (García Pérez: 1900, 24).
Las ventajas que ofrecía México eran fuertemente destacadas por tres de los
consejeros más próximos el emperador Luis Napoleón Bonaparte, Charles de Fla-
haut —presidente de la Asamblea—, Eugène Rouher —ministro de Comercio y
de Agricultura— y Alexandre Walewski —ministro de Relaciones Exteriores—,
quienes veían a México como un país con una gran capacidad agrícola para suplir
el algodón procedente de los Estados Unidos a causa de la Guerra de Secesión.
Desde la caída del régimen del general Miguel Miramón, Napoleón III fue
informado por su representante plenipotenciario en México, Alphonse Dubois
de Saligny, de las dificultades del gobierno liberal del licenciado Benito Juárez
para restablecer el orden del país. Por su simpatía con los conservadores, Sa­
ligny apoyó sin reservas el proyecto de invasión. Sus informaciones transmitidas
al emperador, con quien mantenía correspondencia directa, fueron tendencio-
sas para orientar las decisiones del gobierno francés. Su insistencia acerca de los
riesgos de los súbditos franceses residentes en México tuvo sin duda alguna al-
gún efecto en la intervención.
El 9 de febrero respondió Juárez a los aliados, invitándolos a una conferen-
cia que debía celebrarse en Córdoba para discutir ampliamente las bases pro-
puestas. La reunión se celebró el día 19, en el cuartel de La Soledad, por lo que

CAPÍTULO IV. Estudio I 299


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

se conoce como el Convenio de La Soledad. El representante de Juárez, el gene-


ral Zaragoza, solicitó a los franceses la desaprobación de los proyectos monár-
quicos que se les atribuían; a los españoles que renunciasen al ideal de restaurar
la dominación hispana que se atribuía al gabinete del general Francisco Lama-
drid; y a las tres potencias aliadas el reconocimiento al gobierno actual de Mé-
xico y la administración de las aduanas de Veracruz por los mexicanos. En este
convenio las fuerzas aliadas consiguieron establecerse en lugares más salubres:
Córdoba, Orizaba y Tehuacán, para evitar la mortandad de las tropas por el vó-
mito negro (García Pérez: 1900, 26).
La acogida que los franceses dieron al general Juan Nepomuceno Almonte
irritó profundamente a los liberales; y a los comisarios de España e Inglaterra les
pareció un acto de violación del Convenio de La Soledad. Desde ese momento la
alianza se resquebrajaba. El 23 de marzo de 1862, el general Prim y sir Charles
Lennox Wyke dirigieron una nota al almirante francés Saligny solicitando una
reunión para discutir dicha actitud contraria al Convenio de Londres. El ultimá-
tum enérgico de Saligny, aunado a la mortandad de las tropas, el recelo de Estados
Unidos y la exagerada política de Napoleón III, propició la ruptura de la alianza.
Las tropas inglesas y españolas se retiraron de México el 15 de abril de dicho año.
Rota la alianza, el gobierno mexicano estaba dispuesto a hacer justicia a las recla-
maciones de Francia con la condición del destierro del general Almonte de Mé-
xico. Al rechazo de esta última petición, Saligny continuó con su proyecto: 1) el
pronto pago con intereses de la deuda; 2) el control total de las aduanas y la inter-
vención directa en la política económica; y 3) la imposición de un gobierno mo-
nárquico. Asimismo decidió avanzar hacia Orizaba, mientras que Almonte publi-
caba un manifiesto, el Plan de Córdoba, donde exhortaba a los mexicanos a unir
esfuerzos y a depositar la confianza en Napoleón III para establecer el orden. Se
nombró a Almonte jefe supremo del Estado y se le otorgó libertad para tratar con
las potencias. La guerra había empezado con Francia, sin España ni Inglaterra.

La batalla del 5 de mayo y el sitio de Puebla

García Pérez dedica los capítulos III, IV y V a narrar la batalla del 5 de


mayo y el sitio de Puebla. Presenta las estrategias de ambos ejércitos durante la
batalla de Puebla con detalle resaltando acciones tan importantes como la com-
posición del cuerpo expedicionario a las órdenes del general Forey, la avanzada
de Lorencez hacia la ciudad o la organización de la defensa del general Ignacio
Zaragoza para contener el avance del ejército francés. Como militar, García Pé-
rez describe la trama de ese día, desde el inició con un cañonazo, acompañado
por los repiques de las campanas de las iglesias de Puebla. El ejército francés se
dividió en dos columnas de ataque: la primera, compuesta aproximadamente
por cuatro mil hombres, se dirigió hacia los cerros de Loreto y Guadalupe, am-
bos protegidos por la artillería del bando mexicano; mientras que la segunda co-

CAPÍTULO IV. Estudio I 300


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

lumna, compuesta del resto de la infantería, quedaba como reserva. Acerca del
ejército mexicano dice el autor:
El general Zaragoza, que desde los primeros momentos pudo observar cual
iba a ser el objetivo de los contrarios, apresuradamente reforzó los fuertes Gua-
dalupe y Loreto con las brigadas Berriozábal y el cuerpo de caballería respecti-
vamente; apoyó en su derecha en la iglesia de los Remedios —arrabal de la ciu-
dad— con la división [Porfirio] Díaz; la izquierda en cerro Guadalupe, con la
brigada [Francisco] Lamadrid y la caballería la sitió en el flanco derecho (García
Pérez: 1900, 58).
La estrategia del conde de Lorencez consistió en organizar su ejército de
la siguiente manera: el batallón de marinos, la infantería de marina, el pri-
mer batallón de zuavos y la batería de la montaña se resguardaron del fuego
del fuerte de Loreto; dos compañías del batallón de cazadores quedaron en la
llanura para contener la izquierda enemiga, mientras que dos batallones de la
columna de ataque cumplían su misión; cuatro compañías de cazadores ama-
garían por la izquierda de estos batallones con objeto de dividir la atención del
contrario. Cuando el primer batallón de zuavos inició su movimiento de avan-
ce, fue recibido por el fuego de los batallones mexicanos colocados entre los
fuertes de Loreto y Guadalupe, quedando aniquilados. Mientras, las dos com-
pañías de la llanura fueron arrolladas por la caballería mexicana. Los cazado-
res, en combinación con dos batallones de zuavos, hicieron el intento de apo-
derarse del fuerte Guadalupe, pero les fue imposible; a los que llegaron hasta
el foso este les sirvió de sepultura.
Las pérdidas de los franceses fueron de cuatrocientos setenta y seis hombres.
El segundo regimiento de zuavos fue el más dañado, fallecieron seis oficiales y
ochenta soldados, y resultaron heridos seis oficiales y ciento veintidós soldados.
El Ejército de Oriente perdió ochenta y tres hombres y doscientos cincuenta he-
ridos. Para colmo de desdichas la naturaleza estuvo en contra del ejército fran-
cés, un fuerte aguacero cayó sobre el campo reblandeciendo el terreno y las pen-
dientes se pusieron resbaladizas lo que impedía el ascenso de los soldados. A las
cuatro de la tarde terminó la batalla, con el retiro de las tropas francesas (García
Pérez: 1900, 59). Es importante señalar que, en la ciudad de Puebla, la mayo-
ría de la población era conservadora y partidaria de la intervención; una parte
se encerró en su casa y otra se mostró insolente con el ejército mexicano. Pese a
ello había que defender la ciudad:
Numerosas barricadas en las calles —trazadas a cordel, como todas las de
América— conventos fortificados sirviendo de apoyo, comunicaciones cubiertas
enlazando las líneas interiores de defensa, un reducto central y otros trabajos ac-
cesorios, formaban un serio obstáculo para el atacante; una fuerte guarnición, un
escogido y abundante material de guerra y una población dispuesta al sacrificio por
su patria, completaban el conjunto de la resistencia que denodadamente opondrían
los mejicanos a los franceses (García Pérez: 1900, 56-57).

CAPÍTULO IV. Estudio I 301


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

García Pérez analiza la derrota de los franceses como un ejemplo de las cir-
cunstancias y estrategias militares. Según él se debió a la falta de preparación
del combate por la artillería, no porque sus fuegos estuvieran mal dirigidos sino
por la distancia, dos mil metros, que los cañones fueron disparados e impidie-
ron abrir brecha. Mientras, la mayor parte de los soldados mexicanos estuvieron
atrincherados en dos fuertes.
Cabe mencionar que el ejército mexicano no estaba en las condiciones ópti-
mas para ganar la batalla. Dos meses atrás, en la noche del 6 de marzo ocurrió
una explosión en el cuartel de San Andrés Chalchicomula de Puebla, en el que
perecieron mil trescientos veintidós soldados, veinticinco oficiales, cuatrocientas
sesenta soldaderas y más de quinientas víctimas civiles; además de un número
considerable de heridos. Los soldados fallecidos eran de los batallones Patria y el
1º y 2º de Oaxaca. Cuando el ejército francés desembarcó en Veracruz para im-
pedir que se apoderaran de los pertrechos de guerra, ubicados en la fortaleza de
San Carlos, estos fueron desalojados y trasladados al de San Andrés. Una chispa
saltó al depósito de pólvora y la explosión privó al ejército mexicano de un veinte
por ciento del contingente de hombres y de pertrechos que ya no participaron en
la batalla del 5 de mayo (Báez: 1907).
El día 6 de mayo, con los refuerzos de Guanajuato en los fortines, el gene-
ral Zaragoza esperaba un nuevo ataque de Lorencez, que desde luego no se dio,
retirándose dos días después a San Agustín del Palmar. El 12 de junio, después
de haber trasladado Zaragoza su campamento a Tecamalucán, dirigió a Salig-
ny un ofrecimiento de un armisticio. Haciendo caso omiso los franceses, en los
siguientes meses, de junio a agosto, se produjeron encuentros como el del Cerro
del Borrego y la garita de la Angostura. Mientras, Napoleón III enviaba refuer-
zos y al general Élie-Frédéric Forey para sustituir a Lorencez. El 5 de septiem-
bre el general Zaragoza contrajo fiebre tifoidea, falleciendo el día 8, dejando va-
cío el liderazgo de las Fuerzas Armadas de México, hasta que el general Jesús
González Ortega asumió el mando del Ejército de Oriente.
En Francia la derrota del 5 de mayo se vivió como una humillación; en Mé-
xico el júbilo fue relativo. El presidente Juárez, al no tener noticias de la bata-
lla de Puebla, dio al general Florencio Antillón la orden de salir de la ciudad al
mando de varios batallones de Guanajuato hacia Puebla, quedando en la capital
solamente dos mil hombres del Regimiento de Coraceros y algunos centenares
de militares pobremente armados.
Saligny defendió al ejército ante el emperador para continuar la campaña
hasta el fin y alcanzar la ciudad de México; mientras que Lorencez fue desti-
tuido de su puesto de jefe de expedición y reemplazado por el general Forey.
A partir de entonces, la expedición de México dio un giro diferente; lo que
al principio fue una acción militar limitada a recuperar un crédito, ahora se
convirtió en una operación de amplitud, donde se confundieron los objetivos
de conquista y la necesidad de desquite. Las instrucciones de Napoleón III al

CAPÍTULO IV. Estudio I 302


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

general Forey fueron contundentes, derribar a Juárez e instalar en México un


gobierno conservador.
Francia envió refuerzos al cuerpo expedicionario, veintitrés mil soldados y
una armada de barcos con motores de vapor. El general Forey llegó a México en
septiembre de 1862. Su primer acto fue tomar Jalapa e instalar su estado mayor
en Orizaba. Su segundo acto, el asedio de Puebla, que inició el 16 de marzo y
finalizó el 17 de mayo de 1863.
Al comienzo de las operaciones, y tras consolidar su línea de ataque, el ejér-
cito francés, dirigido por el general Bazaine, logró abatir la defensa del Fuerte
Iturbide, conocido también como San Xavier; sin embargo, los franceses no con-
templaron la decidida resistencia del ejército mexicano en las manzanas aledañas
al Paseo Bravo. Tras tomar con dificultad la manzana de la Guadalupita, avanza-
ron con dirección a la Plaza Principal, siendo repelidos por la batería comandada
por Porfirio Díaz, ubicada en la calle del Hospicio. El ejército francés intentó ac-
ceder al centro de la ciudad atacando el Convento de San Agustín, incendiándolo
y entablando una feroz lucha cuerpo a cuerpo sin que la victoria fuera definitiva
para ningún bando, ya que aunque los franceses tomaban una manzana, esta era
inmediatamente recuperada por las fuerzas mexicanas, obligando a los primeros
a retroceder y enfocar su ataque por otro lado (Chávez Orozco: 2007)
Durante el sitio de Puebla, la defensa del Convento de Santa Inés fue un
episodio notable para el ejército mexicano. El general Miguel Auza logró derro-
tar a los franceses que pretendían apoderarse del patio del convento (Del Paso
y Troncoso: 1909). Agotado el ejército galo planteó seriamente levantar el sitio
y tomar directamente la ciudad de México; pese a ello, el general Forey decidió
mantener el sitio a toda costa.
Ignacio Comonfort fue derrotado en la batalla de San Lorenzo Almecatla,
en las cercanías de Puebla, tras intentar ayudar al ejército mexicano con víve-
res y municiones. Ante tan apremiante situación González Ortega convocó a un
Consejo de Guerra, compuesto por los generales Porfirio Díaz, Miguel Negrete,
Juan Crisóstomo Bonilla, Miguel Auza, entre otros. Finalmente tras dos meses
de resistencia, el general González Ortega ordenó la rendición de la ciudad el
17 de mayo de 1863. No sin antes ordenar la destrucción de todo el armamento
existente en la plaza y de disolver simbólicamente el Ejército de Oriente. Al fi-
nalizar el sitio, cayeron prisioneros los principales dirigentes de este último. Al-
gunos como Porfirio Díaz lograron escapar, para así reunirse con el licenciado
Benito Juárez en defensa de la República y hostigar posteriormente al Imperio
de Maximiliano (Krauze: 1991).
Las primeras disposiciones del general Forey al entrar en la ciudad de Mé-
xico fueron dar a la invasión un tinte de legalidad. Propuso la formación de una
Junta Superior de Gobierno que a su vez elegiría a tres personas que ejercerían
el poder ejecutivo. Esta Junta, apoyada por doscientas quince personas, formaría
la Asamblea de Notables que de inmediato signó un documento encaminado a

CAPÍTULO IV. Estudio I 303


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

dar forma al gobierno intervencionista que estaba apoyado por una considera-
ble, aunque no mayoritaria, parte de la población. En él se disponía que Méxi-
co adoptara una monarquía moderada y al mando de un emperador. Este títu-
lo, según se estipulaba, sería ofrecido al archiduque de Austria, Maximiliano de
Habsburgo. Mientras tanto se nombró un Poder Ejecutivo provisional que llevó
el nombre de Regencia.
El capítulo V concluye con el Convenio de Miramar. Eugenia de Montijo,
esposa española de Napoleón III, fue la mediadora entre los mexicanos conser-
vadores y Maximiliano de Habsburgo. El 3 de octubre de 1863, una delegación
ofreció la Corona de México al archiduque austríaco. Para convencerlo, esta ar-
gumentó que el pueblo de México, en general, estaba en desacuerdo con el go-
bierno de la República. Maximiliano mostró agrado en la empresa y, después de
obtener el beneplácito del emperador francés, se embarcó, el 14 de abril de 1864,
con su esposa, la emperatriz Carlota, en la fragata Novara escoltada por la fraga-
ta francesa Themis. Primero pasaron por Roma para visitar al papa Pío IX con
el fin de arreglar la cuestión religiosa de México. El 28 de mayo el Novara entra
en la rada de Veracruz, desembarcando sus tripulantes el 29, siendo recibidos en
medio de la mayor indiferencia; esa mañana, el emperador pronunció su primer
manifiesto al pueblo mexicano:
¡Mejicanos! El porvenir de nuestro hermoso país, en vuestras manos se en-
cuentra. Por mi parte os ofrezco una sincera voluntad, leal y firme intención de
respetar las leyes y hacerlas cumplir con autoridad inviolable. Mi poder reside en
la protección de Dios y en vuestra confianza; la bandera de la independencia es
mi símbolo; mi lema ya los conocéis: Equidad en la Justicia
(García Pérez: 1900, 126).
Ese mismo día la comitiva imperial abandonó Veracruz para dirigirse a la
capital, pasando por Córdoba. La recepción en la ciudad de México fue diferen-
te lo esperaban ovaciones, arcos de flores y aclamaciones.

Los dos gobiernos: la república itinerante y el Segundo Imperio

En los siguientes capítulos, del VI al IX, el autor aborda los acontecimien-


tos militares para derrocar al gobierno itinerante de Juárez y la organización del
gobierno imperial, al frente del emperador Maximiliano. El 31 de mayo de 1863,
Juárez clausuró las sesiones de Congreso y, junto con su gobierno, abandonó la
capital rumbo a San Luis Potosí. Llegó allí el 9 de junio de 1863 para organizar
la resistencia republicana a través de una guerra de guerrillas. Durante los siete
meses que permaneció en San Luis normalizó las funciones de gobierno emi-
tiendo cargos militares y políticos, integró su gabinete y se encargó de la publi-
cación del Diario Oficial del Supremo Gobierno, y Francisco Zarco del periódico
La independencia mexicana. Su estrategia más importante consistió en no prote-
gerse de caer en manos del enemigo, ya que encarnaba la republica.

CAPÍTULO IV. Estudio I 304


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

La republica itinerante funcionó con altibajos debido al clima político y mi-


litar, pese a ello logró hacer de San Luis Potosí el refugio de las tropas derrota-
das en Puebla así como de otras fuerzas liberales. Los principales jefes militares
que acompañaban al presidente Juárez abandonaron San Luis para encaminar-
se a las localidades, desde donde organizarían la resistencia: González Ortega
en Zacatecas y el general José María Patoni en Durango. El general Comon-
fort murió en una emboscada en Molino de Soria, camino a Guanajuato. Por
su parte, los conservadores, con el apoyo del mariscal Forey, establecieron una
junta suprema de gobierno en la ciudad de México. Las fuerzas militares con-
servadoras, con ayuda del ejército francés, se organizaron en cuatro divisiones
a las órdenes de los generales Miramón, Márquez, Mejía y Adrián Woll; Mira-
món se situó en México, Márquez se dirigió a Michoacán, Mejía a San Luis y
Woll a Jalisco.
El avance de los ejércitos de Mejía obligó a que Juárez y su gobierno deja-
ran San Luis para trasladarse hacia el norte, rumbo a los territorios de influen-
cia del general Santiago Vidaurri. A cinco días de la salida del presidente, el 27
de diciembre de 1863, un regimiento de cuatro mil soldados, comandados por
el general Miguel Negrete, ministro de Guerra, y el general Francisco Alcalde,
intentó infructuosamente recuperar la ciudad. La batalla tuvo lugar en el centro
de San Luis y, tras la derrota de los liberales, la ciudad quedó bajo el dominio
conservador. El general Tomás Mejía, cuya esfera de influencia se había mante-
nido en la demarcación de la Sierra Gorda, ampliaba su espacio de poder a todo
el estado. Juárez y los liberales mexicanos fueron perseguidos por todo el país,
hasta ser arrinconados en El Paso del Norte. La resistencia guerrillera contra el
imperio de Maximiliano fue una constante en varias partes del país, especial-
mente en el centro y norte.
En los meses de mayo y junio de 1864, Maximiliano visitó iglesias, escuelas,
hospitales y prisiones; otorgó pensiones, atendió instancias e hizo justicias. Un
aspecto político a resolver fue la cuestión religiosa. Las instrucciones del sumo
pontífice eran la anulación de las Leyes de Reforma, declarar la religión católica
como oficial con exclusión de otro culto, restablecer las órdenes religiosas, res-
tituir el patrimonio eclesiástico y la intervención de la Iglesia en la instrucción
pública. En el mes de agosto, Maximiliano recorrió el interior del país con la fi-
nalidad de adquirir prosélitos y borrar las malas impresiones. Visitó Queréta-
ro, Guanajuato, Dolores, León, Morelia, Toluca, Pachuca, entre otras ciudades.
El nuncio papal, Pedro Francisco Meglia, llegó a México en diciembre de
1864 para exigir la devolución de los bienes eclesiásticos desamortizados por el
gobierno liberal; ante las respuestas insatisfactorias para la Iglesia, el nuncio pa-
pal pidió sus pasaportes y abandonó México sin el Concordato (García Gutié-
rrez: 1955). Maximiliano dio muestras de una posición liberal con respecto a al-
gunos asuntos, se mostró conservador en unos y en otros liberal; por ejemplo,
reabrió la Universidad que Juárez había clausurado por considerarla reacciona-

CAPÍTULO IV. Estudio I 305


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

ria. Sin embargo, no dio marcha atrás respecto a los bienes del clero que fueron
nacionalizados y sus rentas entregadas al gobierno; dispuso que los curas apli-
caran los sacramentos, pero no debían exigir remuneración alguna. Los matri-
monios, nacimientos y defunciones, así como los cementerios, quedarían bajo el
control del Estado. Una de sus primeras disposiciones fue conceder la libertad
de prensa, para que todos pudieran emitir sus opiniones, aventajando en este
derecho al propio Juárez. También emitió la primera ley de trabajo, ya que esta-
blecía, avanzadas para su tiempo, jornadas de doce horas con dos de descanso y
un día de descanso a la semana; se prohibía el castigo corporal y las cárceles pri-
vadas; se establecía la libertad para escoger dónde trabajar y el libre acceso de los
comerciantes a los centros de trabajo, así como la obligación de los patrones de
pagar en efectivo. Estas disposiciones no agradaron a los conservadores y mucho
menos a la Iglesia, que de inmediato presionó al emperador para que eliminara
todas las leyes reformistas.
Durante los años de 1865 y 1866, Maximiliano tuvo desacuerdos con los con-
servadores mexicanos y la Iglesia católica, que lo habían traído a México; las
amenazas por parte de Francia de retirar sus tropas finalmente se materializaron
a principios del año 1866, lo que inició el avance republicano hacía el centro del
país con ayuda de los Estados Unidos, puesto que el ejército imperial no contaba
con las tropas necesarias para contener su avance. Pese a ello, Maximiliano reor-
ganizó el ejército imperial, designando a los generales Miguel Miramón, Tomás
Mejía y Manuel Ramírez de Arellano para altos puestos militares. Al acercarse
las tropas republicanas a la ciudad de México, Maximiliano se refugió en la ciu-
dad de Querétaro. Todo esto facilitó la derrota definitiva de las tropas imperiales.

Sitio de Querétaro y muerte de Maximiliano

En el último capítulo, el X, el autor narra el fin del Imperio con el sitio


de Querétaro al frente del general Mariano Escobedo; mientras tanto el ge-
neral Porfirio Díaz sitió la ciudad de México, impidiendo a Santiago Vidau-
rari reforzar las tropas imperiales en Querétaro. El sitio duró setenta y un
días. La plaza fue entregada el 15 de mayo, después de numerosos combates.
Cayeron prisioneros Maximiliano, Miramón, Mejía y otros importantes jefes
imperialistas.
Ese año acontecieron dos hechos cruciales para la derrota del Segundo Im-
perio mexicano: los federalistas de la Unión Americana ganaron la Guerra de
Secesión, y el gobierno norteamericano estuvo en mejor posición para ayudar
con armas y logística a Juárez, quien se encontraba con un gobierno paralelo
instaurado en la población del Paso del Norte. El Imperio francés se encontra-
ba amenazado por Prusia en la inminente guerra francoprusiana y, con ello, a
Francia se le dificultaba cada vez más el enviar refuerzos a México para ayudar
a Maximiliano. A lo anterior se sumaba una Austria devastada por la pérdida de

CAPÍTULO IV. Estudio I 306


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

la guerra austroprusiana, por lo que tampoco el emperador Francisco José esta-


ba en posición de ayudar a su propio hermano.
Se formó un Consejo de Guerra, de acuerdo a la Ley de 25 de enero de 1862,
para juzgar a Maximiliano, Mejía y Miramón. Defendieron a Maximiliano los
abogados Rafael Martínez de la Torre y Mariano Riva Palacio. El 14 de junio
el Consejo de Guerra los sentenció a muerte y el 19 de junio, en el Cerro de las
Campanas, fueron fusilados. El 15 de julio de 1867, el licenciado Benito Juárez
entró en la ciudad de México. La República había triunfado.

La obra de García Pérez como documento histórico

El libro Estudio político-militar de la campaña de Méjico 1861-1867 es un li-


bro imprescindible pues nos da una visión militar de los hechos ocurridos en el
periodo que estudia; su trabajo no deja de ser un documento histórico que nos
permite comprender el dinamismo de una actividad humana, la militar. Como
cronista posterior de los hechos, trata de ir junto a los acontecimientos analiza-
dos desde la posición de un observador posterior, escuchando las voces diversas
y opuestas de los muertos, para que se oigan de nuevo.
La historia militar por tener una visión básica y selectiva del pasado, la gue-
rra, generó un distanciamiento entre los escritores militares y los académicos.
Desde el mundo de estos últimos se estableció la noción de que la guerra y lo
militar no constituían la realidad tal como se pintaba, sino que estaban narra-
das para servir a otros fines, concretamente el nacionalismo. Con todo, la labor
del historiador militar es descubrir y registrar todo lo complicado y desagradable
que las realidades de la guerra conllevan. Sin embargo, hay que acercarse a este
tipo de estudio con una mirada crítica para no conformar valores ni partidos en
la guerra, para poder centrarse en verificar la evidencia a fin de establecer los he-
chos y, luego, ordenarlos en su conexión de causa y efecto.
Llama la atención el número de hechos relevantes que seleccionó el autor. No
cabe la menor duda de que después de escoger, ordenar e interpretarlos, encontra-
mos detrás de ellos a un historiador. Todavía, en los años que escribió la obra, a
finales del siglo XIX, las evidencias con las que contó resultaban confusas y con-
tradictorias. Los testigos, normalmente, no quedaron en las mejores condiciones
psicológicas para dar testimonios confiables de sus experiencias. A lo anterior, se
agregan las dificultades propias que imponen la lealtad y la discreción que, a ve-
ces, pueden llevar a suprimir evidencias. Así que hay que reconocer que la tarea
del autor de poner en orden la información, haciéndola racional, fue titánica.

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CAPÍTULO IV. Estudio I 307


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CAPÍTULO IV. Estudio I 308


Estudio II

La campaña de México. 1861-1867

Antonio Ángel Acosta Rodríguez


Catedrático de Historia de la Universidad de Sevilla

Los elementos de partida

La historia de la presencia francesa y del intento de establecer un imperio en


México en la década de 1860 tiene varios componentes iniciales sin los cuales no
es posible comprenderla. Antes de proceder a analizar el proceso de su desarro-
llo parece oportuno revisar brevemente dichos elementos que facilitan la com-
prensión de los hechos posteriores.
El primero de ellos era la profunda división social de México en 1860 tras
la reciente Guerra civil de la Reforma entre conservadores y liberales. La guerra
había comenzado en 1858 después de la aprobación por estos últimos de las co-
nocidas como la ley Juárez y la ley Lerdo, en 1855 y 1856 respectivamente, en-
tre otras. La primera abolía las jurisdicciones eclesiástica y militar y la segun-
da prohibía la propiedad colectiva de fincas o inmuebles, afectando a la Iglesia,
a corporaciones municipales y a comunidades indígenas. Tras ello se aprobó la
constitución liberal de 1857 y, como reacción a estas y otras medidas, se produjo
un golpe de estado que dio inicio a la guerra. En ella los conservadores conta-
ban con el apoyo de la Iglesia, con los mejores militares de país y con un respal-
do popular mayor que el de los liberales en la zona central, entre los hacenda-
dos del valle de México, los comerciantes e industriales, las masas urbanas de
Puebla y Ciudad de México y en los poblados indios. Su presidente era Miguel
Miramón, un militar joven y con brillantes antecedentes profesionales. Los libe-

CAPÍTULO IV. Estudio II 309


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

rales, cuyo presidente era el indio zapoteco Benito Juárez, controlaban el puer-
to más importante de México, Veracruz, que les proporcionaba los ingresos que
producía la recaudación de los derechos aduaneros. Contaban con el favor de los
empresarios que apoyaban el libre comercio así como otros muchos que veían
la posibilidad de obtener beneficios de la venta forzosa de las propiedades de la
Iglesia y de los ejidos. Asimismo contaban con muchos hacendados de la peri-
feria del país tradicionalmente federalistas, los indígenas no enmarcados en co-
munidades y los mestizos (Scholes: 1972, 71 y ss.).
A fines de 1860, después de tres años de enfrentamientos, el conflicto pare-
cía haber terminado con la conquista por los liberales de Oaxaca, el último bas-
tión de los conservadores. El presidente liberal, Benito Juárez, se encontraba ce-
lebrando la Navidad en San Juan de Ulúa, junto a Veracruz, cuando recibió la
noticia. Entonces se interrumpió la cena y la orquesta interpretó La Marsellesa
que se había convertido en el himno de los liberales republicanos, aunque estu-
viera prohibida en Francia por Napoleón III (Ridley: 1994, 54).
Durante la guerra, el gobierno liberal había seguido aprobando decretos
que afectaban aún más a los intereses conservadores con lo que se agudizaron
las tensiones sociales. Por otra parte, en 1859, el ministro liberal Melchor Ocam-
po había llegado a negociar un acuerdo con el enviado norteamericano Robert
McLane para vender a Estados Unidos por dos millones de dólares una zona de
tránsito por el istmo de Tehuantepec y, aunque el senado norteamericano recha-
zó el tratado, los liberales fueron acusados de que, después de haber saqueado a
la Iglesia, estaban dispuestos a vender el país a los protestantes extranjeros. Pero
los conservadores también llegaron a acuerdos financieros con los extranjeros:
los banqueros europeos, entre ellos el suizo De Jecker, compraron con gran-
des descuentos los bonos del gobierno. Además, durante la guerra ambos ban-
dos impusieron préstamos forzosos a los extranjeros residentes en México. En
cualquier caso el fin de la guerra celebrado por Juárez en diciembre de 1860 no
significó que hubiesen acabado los problemas. Aunque el presidente conserva-
dor Miramón partió para Europa en un buque de guerra francés, los generales
conservadores Tomás Mejía y Leonardo Márquez se refugiaron en las monta-
ñas para llevar a cabo una guerra de guerrillas contra el gobierno liberal que se
instaló en la capital en enero de 1861. La inestabilidad continuaba en un México
profundamente dividido (Bushnell: 1989, 203).
El segundo elemento previo a la intervención francesa se desarrollaba
poco antes en el tablero de ajedrez de las relaciones internacionales y era fun-
damental para el posterior curso de los acontecimientos. El 20 de diciembre
de 1860, tres días antes de la victoria liberal en México, Carolina del Sur se
separaba de los Estados Unidos en vista de que Abraham Lincoln había sido
declarado presidente. Diez estados más acompañarían a Carolina del Sur para
formar los Estados Confederados de América y en aquellos momentos la po-
sibilidad de una próxima guerra civil norteamericana se daba por desconta-

CAPÍTULO IV. Estudio II 310


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

da. Lejos de allí, el primer ministro británico Lord Palmerston se sentía com-
placido ante tal perspectiva. El 1 de enero envió una carta felicitando el Año
Nuevo a la reina Victoria y congratulándose de “la inminente y casi definiti-
va disolución en América de la Gran Federación del Norte”. Palmerston no
dudaba de que los Estados Unidos dejarían de existir como nación, lo que
era una buena noticia para él pero representaba un desastre para los liberales
mexicanos (Ridley: 1994, 54).
Pero quien más se alegraba de esta noticia era Napoleón III. Para el sobri-
no de Napoleón Bonaparte, la secesión de Carolina del Sur pero, sobre todo, el
inicio de la guerra civil en abril de 1861 con el primer ataque de los estados con-
federados anunciaba la caída del poderoso y agresivo país republicano del nor-
te, y es que Napoleón III concebía al gran país norteamericano como un riesgo
para las monarquías europeas. Por otra parte, en julio del mismo año 1861 el
Congreso mexicano, con el país asfixiado económicamente tras la guerra, deci-
dió suspender el pago de la deuda pública de México, una parte de la cual era
con Francia. Al mismo tiempo, los conservadores mexicanos, en el exilio tras la
guerra, reiteraban la oferta a Napoleón para que aceptara intervenir en México
y ocupar un trono en el país. Por todo ello, en el contexto de su política interna-
cional, con Inglaterra como aliada después de la guerra de Crimea y proyectan-
do su poder en Europa, a Napoleón parecía abrírsele la puerta para emprender
una gran operación imperial en América. Así podría detener la influencia de los
Estados Unidos y difundir monarquías en lugar de repúblicas. Era el Gran De-
signio americano de Napoleón III (Hanna: 1973, 13).
La ocasión la brindaba México. Había reclamaciones de deuda contra este
país, ¿por qué no exigirlas con las armas, pensaba Napoleón, y en lugar de resol-
verlo con un tratado, como otras veces, se aprovechaba para instalar allí el tro-
no de un nuevo imperio? No tendría que ser una operación costosa, aumentaría
el prestigio y la influencia de su gobierno, y contribuiría a regenerar la raza y la
cultura latinas en el Nuevo Mundo, creando una barrera a la raza anglosajona.
Pero ¿sobre qué frente se ceñiría la corona? La idea de aprovecharla para sí mis-
mo era tentadora pero quizá se trataba de una aventura muy arriesgada y, por el
contrario, conseguirla para otro y mejorar las relaciones internacionales podía
ser el máximo de la grandeza humana (Keratry: 1953, X).
El tercer componente de este cuadro sería, pues, el candidato al trono. Los
conservadores mexicanos siempre habían sido partidarios de la monarquía y,
por otra parte, desde fines del siglo XVIII también se mostraban hostiles a la in-
fluencia anglosajona. De hecho creían que la turbulencia que estaba cambian-
do a América de un continente satisfecho, dominado por España, a una región
desordenada llena de revolucionarios y extremistas había comenzado en Nueva
Inglaterra en 1775. Así, además de la experiencia de Agustín I, los conservado-
res habían ofrecido un trono en México a Austria por dos veces, a Inglaterra, a
España y repetidamente a Francia. Ya Napoleón III había declinado tal oferta,

CAPÍTULO IV. Estudio II 311


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

pero la confluencia de circunstancias que coincidieron en 1861 lo hizo cambiar


de opinión y aceleró los acontecimientos. Entonces fue cuando Napoleón pen-
só en la posibilidad de enviar fuerzas a México, junto con Inglaterra, para tratar
de cobrar la deuda de aquel país ocupando las aduanas de Veracruz y aprove-
char para colocar a un emperador en México. El candidato elegido fue Fernan-
do Maximiliano, el hermano del Francisco José, emperador de Austria. Francia
y Austria se habían enfrentado en relación con la unidad de Italia y, aunque ya
habían firmado la paz, Napoleón pensó que un gesto como el que imaginaba
mejoraría las relaciones entre ambos países. Maximiliano era conocido en la
corte de París y parecía reunir las condiciones necesarias para tal empresa a los
ojos de Napoleón y de la emperatriz Eugenia (Ridley: 1994, 43).
Maximiliano era un soñador a quien la fortuna hasta entonces no había fa-
vorecido. Había nacido a los pies de un trono, era un apasionado de la grandeza
monárquica, estaba casado con la hija de un rey, el de Bélgica, y había llegado a
ser gobernador general de Lombardía y Venecia, aunque debió dejar su posición
a causa de los enfrentamientos entre Austria y Francia, y debido a su débil perso-
nalidad política. De hecho Maximiliano soñaba con la Corona. En 1851, de visita
en Nápoles, escribía refiriéndose al extraordinario palacio de Caserta: “La escali-
nata monumental es digna de majestad. ¡Nada hay tan bello como figurarse al so-
berano colocado en aquella altura, como resplandeciendo en el brillo del mármol
que le rodea, y dejando llegar hasta sí a los humanos!” (Keratry: 1953, XI). Entre
la impotencia y la represión, estaba convencido de que la fortuna le reservaba una
gran sorpresa y esta llegó cuando en octubre de 1861 el ministro de Asuntos Exte-
riores de Austria fue a su palacio en Miramar y le preguntó si quería ser emperador
de México. Pero Maximiliano dudó mucho antes de dar el sí definitivo. El moti-
vo no fue solo su desconfianza y el intento de blindarse con ciertas garantías fren-
te a un reto tan extraordinario, sino también el ritmo del plan que había trazado
Napoleón III. En total transcurrieron casi tres años desde octubre de 1861, en que
recibió la noticia, hasta abril de 1864 en que se embarcó con dirección a México.
El cuarto y último componente del marco en el que tuvo lugar la campa-
ña francesa era la deuda pública mexicana y, especialmente, la deuda externa.
Como sucedió con los otros países iberoamericanos, puede decirse que México
nació endeudado. Las minorías que hicieron las independencias no previeron
que harían falta recursos para poner en marcha el funcionamiento de los nue-
vos estados y desde luego no estaban dispuestas a contribuir fiscalmente a ello.
Por esa razón, con sistemas fiscales regresivos e insuficientes, con impuestos que
eran sobre todo indirectos y recaían en las capas más humildes de la población,
las Haciendas públicas como la de México incurrieron en déficits y a las mino-
rías gobernantes solo se les ocurrió pedir dinero prestado en el extranjero. Des-
de la década de 1820 Gran Bretaña fue el principal país acreedor de México y de
otras naciones del continente, pero tras él y por diferentes razones otros países,
como Francia y España, también acumularon diferentes cantidades que recla-

CAPÍTULO IV. Estudio II 312


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

mar a México. Con estos antecedentes y después de una guerra, en 1860 México
se encontraba económicamente arruinado y sin posibilidad de hacer frente a su
deuda. Por eso, no es sorprendente que, al final de la guerra, con las arcas fede-
rales vacías y con los acreedores europeos exigiendo la satisfacción de sus recla-
maciones, el Congreso mexicano declarase en junio de 1861 la suspensión del
pago de la deuda por un plazo de dos años (Scholes: 1972, 108).
En cuanto al monto de la deuda externa de México, existen cifras oficiales
aunque no siempre coincidentes en las distintas fuentes disponibles. En princi-
pio se puede aceptar que México debía a Gran Bretaña alrededor de sesenta y
siete millones de pesos en parte procedentes del primer préstamo de 1824; a Es-
paña, nueve millones cuatrocientos sesenta mil pesos y a Francia dos millones
cuatrocientos treinta mil pesos, todo ello incluyendo capital e intereses. Por otra
parte existían más de cincuenta y dos millones en bonos emitidos por los go-
biernos conservadores. En total, más de ciento treinta millones de pesos (Ridley:
1994, 95; Senado/6: s. f., 29; Torre: 1968, 83). Sin embargo, la realidad era más
compleja y, en cuanto a Gran Bretaña, el gobierno de Benito Juárez se tenía que
hacer cargo también de las deudas generadas por abusos sobre súbditos y sobre
la legación británicos cometidos por el gobierno de Miramón. Por lo que res-
pecta al caso de España, la deuda se había ido acumulando desde el año 1830 y
arrastraba una historia contable y diplomática ciertamente complicada. El mon-
to total tampoco estaba del todo cerrado porque, a lo que se puede considerar la
cifra base, había que añadir reclamaciones por daños reales o supuestos sufri-
dos por ciudadanos españoles en los sucesivos conflictos armados. España había
firmado varios convenios con los gobiernos mexicanos para asegurar el pago de
todo el monto de la deuda, de los cuales el más importante fue el de 1853, des-
pués del cual la deuda siguió creciendo.
El final de la Guerra de la Reforma había sorprendido a España alineada
con el gobierno conservador de México. En París el plenipotenciario español,
Alejandro Mon, y el destacado exiliado mexicano Juan N. Almonte habían fir-
mado en septiembre de 1859 el Tratado Mon-Almonte que tenía por objeto com-
prometer al gobierno de México al pago de la deuda que tenía con España. Pero
tras la victoria liberal, Juárez no solo no reconoció el tratado sino que en enero
de 1861 rompió las relaciones diplomáticas con España, si bien en los meses si-
guientes se mantuvieron conversaciones entre representantes de los dos países en
París (Pi-Suñer: 1999, 49).

La presencia extranjera antes de Maximiliano

El comienzo de la campaña planificada por Napoleón III que debía condu-


cir a la implantación del Segundo Imperio en México comenzó previamente a
la llegada al país del nuevo emperador. Este capítulo aborda los preparativos de
dicha intervención, los aspectos militares y los primeros pasos políticos del ejér-

CAPÍTULO IV. Estudio II 313


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

cito francés en territorio mexicano. Ello sin perder de vista el desarrollo de los
acontecimientos en Europa antes de la partida de Maximiliano.
En octubre de 1861 representantes de los gobiernos de Inglaterra, España y
Francia comenzaron a negociar un acuerdo mediante el cual actuarían con-
juntamente para enviar tropas a México. La idea era intervenir la gestión de la
aduana del puerto de Veracruz y destinar parte de sus ingresos a la amortización
de la deuda que México tenía con cada uno de ellos. Durante las conversaciones
las relaciones diplomáticas fueron cautelosas, sobre todo por parte de Francia
que no quería desvelar de antemano sus intenciones de ocupar México e instalar
un emperador allí. Napoleón no quería que España e Inglaterra creyeran que su
interés por cobrar la deuda estaba vinculado con colocar un paniaguado en Mé-
xico, lo que era cierto (Ridley: 1994, 83).
Finalmente el 31 de octubre se firmó el convenio tripartito en Londres. Se
trataba de un acuerdo vago y ambiguo que encerraba una diversidad de objetivos
ocultos por parte de cada firmante, lo que quedaría en evidencia pocos meses des-
pués, cuando comenzaran las actuaciones en México. Frente a la decisión ya to-
mada, aunque no confesada, por Napoleón III de ocupar México, en España ha-
bía quienes también pensaban en la posibilidad de instalar un candidato Borbón
en un trono mexicano y quienes, como el general Francisco Serrano desde Cuba,
esperaban una actitud agresiva de España que compensara la presión norteameri-
cana sobre el Caribe español en las décadas anteriores (Sánchez: 1999, 113).
Antes de la firma del convenio, cuando en Estados Unidos se supo que los
tres países planeaban apoderarse de los ingresos de la aduana de Veracruz, el
nuevo secretario de Estado de Abraham Lincoln, William Seward, envió una
protesta y ofreció pagar todas las deudas que México tenía con los acreedores, lo
que México devolvería posteriormente hipotecando sus tierras públicas y minas
en el norte del país. Los tres países rechazaron la oferta y, en cambio, invitaron a
los Estados Unidos a que se uniese a la intervención de México. Pero, tanto por
interés propio como a petición de México, Estados Unidos rehusó tal propuesta.
Por otra parte, más adelante, a fines de noviembre de 1861 el Congreso de Méxi-
co llegó a derogar la ley de suspensión de pagos de la deuda, sin embargo los fir-
mantes del convenio tripartido no modificaron sus planes y siguieron adelante
con el proyecto de intervención en México (Senado/6: s. f., 30).
Desde España, el gobierno de Isabel II decidió nombrar como jefe de expe-
dición al general Juan Prim y Prats, conde de Reus, quien, debido a que tenía re-
laciones familiares e intereses económicos en México, era un buen conocedor del
problema de la deuda mexicana. Cuando Prim llegó a México se encontró con
que se había adelantado un contingente enviado por el general Francisco Serra-
no desde Cuba y ya había ocupado la aduana de Veracruz, situación que hubo
que modificar en virtud del convenio tripartito (Pi-Suñer: 1999, 50). Las tropas
españolas ocuparon el puerto en diciembre de 1861 y allí se les unieron al mes
siguiente las fuerzas expedicionarias británicas y francesas (Ridley: 1994, 78).

CAPÍTULO IV. Estudio II 314


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

En conjunto se trataba de más de seis mil españoles, dos mil cuatrocientos fran-
ceses y setecientos británicos que comenzaron a sufrir bajas por el clima y las
enfermedades tropicales. En poco tiempo, Prim tuvo que enviar a ochocientos
soldados enfermos a Cuba y los franceses tenían trescientas treinta y cinco bajas.
De todas formas Benito Juárez no podía enfrentarse a una fuerza combi-
nada extranjera y autorizó el desplazamiento de las tropas a tierras más altas
del interior al mismo tiempo que aprobaba una ley estableciendo penas contra
quienes cometieran delitos armados contra la nación y a quienes colaborasen
con ellos. Era precisamente la ley por la que sería juzgado y ejecutado Maxi-
miliano en junio de 1867. Pero Juárez también declaró estar dispuesto a llegar
a arreglos sobre todas las reclamaciones de las potencias extranjeras. Sobre esta
base se firmaron en febrero los llamados acuerdos preliminares en La Soledad,
en los que México reconocía todas las demandas extranjeras, permitía a las tro-
pas ocupantes avanzar solo para evitar las enfermedades y se establecía que, si
se rompían las conversaciones, las tropas regresarían a la línea de las fortifica-
ciones de Veracruz (Scholes: 1972, 122).
Mientras se consideraba si ratificar o no dichos acuerdos, en marzo desem-
barcaban en México otros cuatro mil setecientos soldados franceses comanda-
dos por el conde de Lorencez, un destacado militar del ejército de Napoleón III.
Con ellos venía Juan Almonte, el representante conservador en Francia, y Juárez
protestó porque llegara bajo el amparo de la bandera francesa, lo que constituía
una flagrante violación de los acuerdos de La Soledad. Era evidente que Fran-
cia mantenía una actitud agresiva con México. El 9 de abril se reunieron los tres
representantes extranjeros. Gran Bretaña y España, que no estaban de acuerdo
con los planes de Napoleón III, decidieron retirarse del compromiso triparti-
to y negociar por separado con México. Francia, por su parte, consideró que los
acuerdos de La Soledad perjudicaban a sus intereses nacionales, no los ratificó y
continuó su operación de ocupación de México con sus efectivos ahora reforza-
dos (Ridley: 1994, 94). La decisión de Prim de retirar las tropas de México pro-
vocó un fuerte debate en la política española. Hubo quienes pensaron que había
sido precipitada y que debía haber llevado a cabo la retirada de forma escalo-
nada, pero también había quienes lo criticaron desde posiciones más interven-
cionistas, como algunos grupos militares y los más agresivos cubanos. En todo
caso, el presidente del Consejo de Ministros, Leopoldo O’Donnell, consideró
que Prim se había quedado sin margen de maniobra tras la ruptura de la uni-
dad del tripartito por parte de Francia, y apoyó su decisión frente a la oposición.
En Europa, Maximiliano se había instalado en Miramar, un palacio barro-
co construido en un promontorio cerca de Trieste dominando el Adriático, frus-
trado por su aventura política como gobernador de Lombardía-Venecia y dudan-
do de conseguir otra oportunidad (Hanna: 1973, 88). Apenas un mes después
de haber recibido la pregunta de si aceptaría un trono en México, en noviembre
de 1861 Napoleón III ya tenía previstos los pasos para llevar a cabo la operación

CAPÍTULO IV. Estudio II 315


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

de su instalación como emperador de México y se los comunicó al embajador


austriaco en París, el príncipe Metternich. Entre otros, Napoleón ya había pre-
visto la creación de un Consejo de Notables en México que le ofrecería formal-
mente la Corona a Maximiliano, lo que efectivamente ocurriría. Maximiliano
no se había pronunciado abiertamente sobre su aceptación a la oferta recibida,
pero escribió directamente a Napoleón III manifestando su agradecimiento por
el honor que le otorgaba y mencionando condiciones para su aceptación. Su en-
tusiasmo era tal que, antes de que las tropas del tripartito llevasen siquiera un
mes en México, se reunió con Juan Almonte y el reaccionario obispo de Puebla,
Pelagio Antonio Labastida, que estaba expulsado de México por Juárez, para re-
dactar un protocolo que firmaron en enero de 1862. El documento abarcaba la
futura organización monárquica y otras cláusulas para las que ninguno de los
firmantes tenía autoridad, como la disposición definitiva de las tropas francesas.
Otras se referían a la asignación de fondos a Almonte para el soborno de mexi-
canos importantes y para elegir candidatos a títulos de nobleza.
Pero las naciones europeas no estaban tan entusiasmadas con la operación.
El gobierno inglés tuvo que hacer gestiones para descubrir y confirmar el plan
que estaba diseñando Napoleón a sus espaldas y dejó claro pronto que estaba
decidido a no asociarse de ninguna manera a él. Este pronunciamiento afectó
seriamente a la posición del emperador Francisco José en Viena, por contrapo-
sición a la casi euforia que manifestaba Maximiliano. Y en cuanto a España, el
gobierno declaró que no propondría ni apoyaría a Maximiliano como gobernan-
te y que, si los mexicanos deseaban un monarca, España no había olvidado sus
“derechos históricos” (Sánchez: 1999, 116).
Una vez deshecho el tripartito, en abril de 1862 los franceses comenzaron a
avanzar hacia el interior en dirección a la capital dejando un buen número de
enfermos en Orizaba, adentrándose en un país sobre el que tenían un profundo
desconocimiento y con un total de efectivos claramente insuficiente para el reto
que se les presentaba. Lorencez se encontraba mal informado por parte de los
conservadores en el sentido de que las tropas francesas serían bien recibidas en
Puebla, que era un bastión conservador en el camino hacia la ciudad de Méxi-
co. El ministro francés en México, Dubois de Saligny, propuso a Lorencez que
rebasara Puebla y siguiera hacia la capital como habían hecho las fuerzas de los
Estados Unidos en 1847. Además, el 4 de mayo el general conservador Leonardo
Márquez, que se había retirado a organizar la guerrilla al fin de la Guerra de la
Reforma y que iba a auxiliar a los franceses con dos mil quinientos hombres, fue
derrotado por el general liberal Tomás O’Horan en Atlixco, en el mismo estado
de Puebla. La capital del Estado disponía de una importante guarnición pero
el general Lorencez finalmente decidió atacarla el 5 de mayo de 1862. Tras un
día de combate, al caer la noche, la ancha fosa que protegía Puebla estaba lle-
na de soldados franceses muertos o agonizantes en cantidad superior a mil. Era
una humillante derrota para el prestigioso ejército francés tras la cual se retiró a

CAPÍTULO IV. Estudio II 316


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Orizaba. Lorencez se quejó a Napoleón de Almonte (Hanna: 1973, 79, Ridley:


1994, 110) e incluso de Saligny. Por su parte, el presidente Juárez se mostró ge-
neroso con los cautivos y heridos franceses, devolviéndolos a Orizaba. Además
intentó una negociación con Lorencez, aunque este remitió a la autoridad políti-
ca que era Saligny, con lo que se derrumbaban las últimas esperanzas de Juárez
de intentar detener la invasión francesa.
Frente a la victoria conseguida sobre los franceses, a comienzos de 1862 en
Estados Unidos el presidente Abraham Lincoln manifestaba hacia los sucesos de
México una aparente indiferencia, que era sufrida en primer lugar por el agente
republicano en Washington, Matías Romero. Pero se trataba más de una necesi-
dad que de una elección, porque cualquier ayuda a Juárez en aquellos momen-
tos podía llevar a Francia o a Inglaterra a apoyar a los confederados en la guerra
civil norteamericana. Así pues, se trataba en realidad de cautela diplomática. Ya
a fines de 1861 el ministro norteamericano en México, Thomas Corwin, ha-
bía propuesto al gobierno de Washington el pago total en diez años de la deuda
mexicana que estimó en noventa millones de pesos. La garantía sería una hipo-
teca sobre tierras de propiedad nacional no vendidas más el veinticinco por ciento
de los ingresos de las aduana pero, después de ser debatido en Estados Unidos, el
proyecto fue descartado.
Un golpe muy duro recibido por México mientras se preparaba para hacer
frente a los franceses fue la negativa de los Estados Unidos a la venta de armas
y municiones al gobierno liberal. En agosto de 1862 un agente americano había
comprado miles de fusiles, sables, pistolas y gran cantidad de municiones pero,
aunque no eran de los tipos utilizados por las fuerzas de la Unión en la Guerra
de Secesión, las autoridades norteamericanas impidieron la operación. Mientras
tanto, por el contrario, las tropas francesas recibían desde el norte grandes em-
barques de mulas, carretas y provisiones en Veracruz que facilitaban el empuje
francés hacia el interior de México. De todos modos, el secretario de Estado de
la Unión, Henry Seward, había escrito en marzo a las potencias europeas inte-
resándose por los planes desde Europa en relación con una posible monarquía
en México y pronunciándose a favor de la República en aquel país. Pero esto no
era suficiente y Juárez parecía resignado a contar solo con sus propias fuerzas,
que no eran muchas ni militares ni financieras.
Con el gran golpe de la victoria en Puebla, los juaristas colocaron a los fran-
ceses en una posición complicada y estos empezaron a poner en duda la pru-
dencia de la aventura mexicana, en un país desconocido, con enfermedades tro-
picales como la fiebre amarilla y una geografía muy difícil de dominar. Tenían
que demostrar la superioridad militar francesa con una victoria en el campo de
batalla, pero esto implicaba no sólo más tropas, sino también más dinero. Por el
momento el emperador consiguió en París ambas cosas, aunque lo que no pudo
hacer fue evitar que se desencadenase un debate sobre el problema de México en
la Asamblea Nacional así como entre la población. Napoleón III intentó resol-

CAPÍTULO IV. Estudio II 317


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

ver esta crisis enviando a su amigo el general Elie Frederic Forey a triunfar en
el mismo lugar donde el vicealmirante Jurien, el general Lorencez y el ministro
Dubois de Saligny habían fracasado. Ya no habría división de autoridad. Forey,
que había peleado contra los rusos en Crimea y los austriacos en Italia, llegó a
México el 25 de septiembre de 1862 con treinta mil hombres, con lo que la pre-
sencia militar francesa superaba los cuarenta mil efectivos. Entre las instruccio-
nes que recibió Forey al partir a México se decía que todos los mexicanos que se
unieran a los franceses serían bienvenidos y que las fuerzas auxiliares de México
serían pagadas, vestidas y alimentadas, así como que no se adoptaría la causa de
ningún partido (Keratry: 1953, 23).
El primer objetivo de Forey tras su llegada era la conquista de Puebla pero,
ante el temor de una segunda derrota que Napoleón no toleraría, permane-
ció en Orizaba varios meses preparando concienzudamente su expedición. En
marzo de 1863 finalmente Forey se dirigió a Puebla donde el general juarista
Jesús González Ortega resistió duramente hasta que el 17 de mayo entregó la
plaza a los franceses. A partir de la victoria en Puebla quedaba expedito el ca-
mino hacia la capital adonde se dirigieron las tropas de Forey. Desde entonces,
la expedición militar francesa vivió dos fases distintas relacionadas con los dos
generales en jefe que se sucedieron al frente de las tropas. La primera etapa cu-
brió el período en el que todavía el general Forey se mantuvo al mando, aun-
que con un protagonismo creciente del general Achille François Bazaine que
entró en primer lugar en la capital mexicana a comienzos de junio de 1863. La
segunda etapa comenzó cuando en el mes de octubre de 1863 Forey fue lla-
mado a Francia. Forey no había cumplido a satisfacción el papel que le había
reservado Napoleón, no solo en el aspecto militar, lo que contrastaba con su
brillantísima carrera anterior, sino también en el político. Entonces el mando
supremo pasó al general Bazaine que lo mantendría hasta el final de la ocupa-
ción (Keratry: 1953, 27).
Antes de llegar los franceses a México, Juárez había abandonado la ciudad
ante la imposibilidad de resistir militarmente el avance francés. Previamente a su
partida el Congreso le concedió facultades extraordinarias para todo el período
de la ocupación francesa y a continuación estableció su gobierno en San Luis Po-
tosí. Era la primera escala de una retirada gradual hacia el norte, provocada por
la creciente expansión de las tropas franco-mexicanas. El gobierno se desplazaba
en una caravana de carros con familiares y funcionarios, escoltados por militares,
que incluía además once carretas cargadas con todo el archivo nacional de México.
Para organizar la resistencia, Juárez necesitaba armamento y se dirigió de nuevo a
los Estados Unidos para conseguirlo, pero el gobierno norteamericano insistió en
su teórica neutralidad respecto a los asuntos de México, condicionado por la po-
lítica internacional en medio de la guerra civil. No obstante encontró el apoyo de
mexicanos residentes en San Francisco quienes ofrecieron enviar armas y personas
para ayudar a la República (Senado…/6: s. f., 174).

CAPÍTULO IV. Estudio II 318


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Pero el problema con el que ahora se enfrentaba Napoleón III y los fran-
ceses en México no era tanto militar sino político. Una vez llegados a la capital
los franceses tenían que afrontar la puesta en marcha de una estructura políti-
ca y tomar decisiones en este terreno, y esto comenzó a producir problemas más
graves y de más larga duración que cualquier enfrentamiento militar. En pri-
mer lugar Napoleón III había ordenado al general Forey que, cuando alcanza-
se la capital, organizara ante todo un gobierno y que, una vez que este estuviese
consolidado y gozase del apoyo popular, procediera a realizar una consulta en
la que el pueblo mexicano se pronunciara sobre su opción política. Lógicamen-
te se esperaba que esta opción fuera el imperio. Sin embargo Forey nombró en
junio de 1863 un comité de treinta y cinco notables para iniciar el gobierno pro-
visional. Acto seguido este comité nombró a un triunvirato de ejecutivos: Juan
Almonte, el general Mariano Salas y el arzobispo electo de México, P. A. Labas-
tida que estaba todavía en Europa. A su vez el comité se amplió más tarde hasta
doscientos cincuenta miembros que, después, se declararon asamblea constitu-
yente, la cual votó en julio el establecimiento de una monarquía. El triunvirato
inicial se constituyó en Consejo de Regencia y enseguida envió una delegación
a Europa para ofrecer oficialmente el trono de México a Maximiliano. Y todo
ello en apenas un mes. Napoleón III estaba indignado con el orden y la rapidez
de los acontecimientos básicamente porque quería evitar que Francia aparecie-
se como queriendo imponer al pueblo mexicano un tipo de gobierno y un can-
didato. Esta actuación de Forey tuvo que ver también con el hecho de que se le
ordenase regresar a Francia (Ridley: 1994, 146).
Por otro lado, se comenzaba a plantear ahora en la práctica el choque de po-
siciones políticas entre Napoleón III y los franceses, por una parte, y los conserva-
dores, sus socios en la operación que estaba en marcha, por otra. Napoleón había
ordenado a Forey que, para organizar el gobierno provisional, se rodeara de hom-
bres moderados de todos los partidos. Sin embargo, las personas en las que tenía
que apoyarse estaban lejos de encajar en tal tipo ideológico. Al margen de algunos
choques en el terreno personal, algunas actuaciones provocaron la apertura de di-
ferencias. Así, Forey autorizó la continuación de la venta de tierras expropiadas a
la Iglesia antes de la Guerra de la Reforma, algo que los conservadores, como el
padre Francisco Xavier Miranda, no aceptaban de ninguna manera. Sin embargo,
cediendo a las presiones clericales, Forey decretó al mismo tiempo la confiscación
de bienes de los partidarios liberales que no depusiesen las armas, una acción de
escaso tacto político que equivalía a dar a Juárez el derecho de represalia (Keratry:
1953, 90; Hanna: 1972, 81). Por otra parte, las tendencias clericales de Forey pro-
vocaron el distanciamiento de muchos liberales moderados, lo que impidió poder
abrir y enriquecer el arco político de las primeras instituciones que se organizaron.
Las cuestiones relacionadas con la Iglesia estaban en el centro de cualquier gestión
política, como tendrían ocasión de comprobar tanto los franceses como Maximi-
liano en los meses y los años siguientes.

CAPÍTULO IV. Estudio II 319


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Al mismo tiempo que a Forey, Napoleón también había hecho regresar a


Francia a Saligny, un buen conocedor de México, y ahora no tenía quien le in-
formara fielmente del desarrollo de la ocupación. Bazaine, mientras que elo-
giaba a sus soldados y prometía dominar México en tres meses, se quejaba de
dificultades y reveses en la administración. Napoleón nunca había querido fa-
vorecer a la reacción, sino trabajar con hombres de buena voluntad de cualquier
partido, y es que el partido liberal que estaba al margen del nuevo orden no era
tan débil y convenía contar con él. La política francesa, según Napoleón, debía
consistir en que el nuevo gobierno mexicano adoptara el conjunto de ideas li-
berales y progresistas que los estados modernos europeos habían aceptado. Los
franceses pretendían que se aceptara la libertad de cultos y el clero no formara
un estado dentro del Estado. Pero estos planteamientos se oponían diametral-
mente a la convicción conservadora. Cuando Bazaine puso en práctica una or-
den de Napoleón para investigar las ventas fraudulentas de los bienes del clero,
tropezó con una rebelión abierta. Labastida, que había regresado como arzobis-
po de México y era también regente, se opuso desafiante a la confirmación im-
plícita de la venta de las tierras. El arzobispo puso en marcha un poderoso mo-
vimiento obstruccionista con el clero amenazando con no dar la absolución ni
los últimos sacramentos. Al mismo tiempo estalló un choque entre la Corte Su-
prema y la Regencia, y Labastida fue expulsado de esta última. Ahora declara-
ba que la Iglesia volvía a padecer los mismos ataques que había sufrido durante
el gobierno de Juárez. Y esto hacía que muchos se retrajeran de colaborar con el
nuevo gobierno porque, en caso de que los franceses desaparecieran, ningún po-
lítico mexicano quería quedar incapacitado para hacer la paz el día de mañana
con el régimen siguiente (Hanna: 1972, 84).
Ante estos conflictos Napoleón comenzaba a sentirse inquieto por lo que
parecía convertirse en una creciente frialdad en México hacia la regeneración
cultural que estaba intentado. Y a ello se unía el altísimo nivel de gasto que
Francia ya había efectuado en México y que en septiembre de 1863 ascendía a
ciento setenta y dos millones de francos, es decir, unos treinta y cuatro millones
de pesos, por lo que Napoleón ordenó proponer a la Regencia un convenio para
el reembolso a Francia de dicha suma. Pero el problema fiscal en México era
muy grave por la escasez de ingresos en la tesorería de Hacienda y, además, con-
fuso por la existencia de diferentes administraciones desarticuladas, de manera
que Napoleón decidió enviar agentes financieros para tratar de desenmarañar la
situación (Hanna: 1973, 93).
Algunos de los problemas políticos se reproducían en el terreno militar. Du-
rante las acciones preparatorias del asalto a Puebla en mayo 1863, la necesidad
de abastecerse de víveres y de remonta había llevado a los franceses a los centros
más ricos y populosos. Se había ocupado San Andrés, Tehuacán y hasta Tam-
pico invitando a habitantes a proporcionarles granos y animales, pero aquellos
solo accedían bajo la promesa de que los franceses no evacuaran las tropas y los

CAPÍTULO IV. Estudio II 320


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

dejaran expuestos a la venganza de los liberales. En efecto esto ocurrió en varios


casos y, donde se había ayudado al ejército imperial, las guerrillas juaristas pro-
cedieron a fusilar y ahorcar a vecinos, lo que no ayudaba en última instancia a
las tropas de la Regencia (Keratry: 1952, 27).
De todas formas, a partir de octubre de 1863, Bazaine decidió internarse
hacia el norte donde los liberales estaban tratando de reforzarse. No era una
operación fácil aunque los franceses habían comenzado con algunas acciones
contra los grupos de bandoleros y guerrilleros que actuaban por los caminos e
incluso en los alrededores de la capital. La operación militar fue bien coordina-
da y aunque los generales juaristas José López Uraga, Manuel Doblado, Miguel
Negrete e Ignacio Comonfort habían reformado sus cuerpos de ejército para la
defensa del territorio controlado por la república, la actuación franco-mexicana
los derrotó en seis semanas. Las tropas de la Regencia recorrieron los altos va-
lles desde Morelia hasta San Luis, ciudades que fueron conquistadas por los ge-
nerales Leonardo Márquez y Tomás Mejía. Por su parte, Bazaine llegó hasta
Guadalajara donde entró sin disparar un solo tiro. Fue una campaña rápida y,
en opinión de los vencedores, bien concluida. En todas las ciudades del interior,
las tropas francesas fueron recibidas con frialdad, pero poco a poco sus autorida-
des se fueron pronunciando a favor del archiduque Maximiliano, cuyo nombre
ignoraban muchos. Esto hacía pensar a las tropas imperiales que con la misma
facilidad habrían apoyado a cualquier otro candidato que los franceses hubieran
propuesto con el mismo aparato de fuerza (Keratry: 1953, 36).
La Regencia controlaba ahora gran parte del oriente del país y, aunque los
liberales conservaban territorio, estaban retrocediendo lentamente. Empujado
por el avance del ejército francés que en agosto había tomado el puerto de Tam-
pico controlando sus ingresos fiscales, el presidente Juárez se retiró hacia el nor-
te del país. De San Luis se refugió en Monterrey en diciembre de 1863, pero
manteniéndose firme para resistir la ocupación. Mientras tanto las tropas fran-
cesas seguían ocupando más plazas en distintas direcciones. Desde enero de
1864 ocuparon Campeche y otras zonas de Yucatán. La República parecía des-
vanecerse, reduciéndose su estructura política por sus propias luchas internas,
así como sus precarios recursos (Ridley: 1994, 170). Al final de la campaña de
invierno los franceses organizaron un referéndum en los pueblos y ciudades que
habían ocupado para decidir si la población deseaba como emperador a Maxi-
miliano. Juárez intentó boicotearlo pero la mayoría de los habitantes acudió a
las urnas y votó por Maximiliano. Los propagandistas liberales dijeron que el
pueblo había votado forzado por las bayonetas francesas y esto fue asumido en
los Estados Unidos.
Mientras tanto, en Europa, en octubre de 1863 la comisión mexicana envia-
da por la Regencia llegó a Miramar a ofrecer oficialmente el trono de México a
Maximiliano y, aunque este estaba dispuesto a aceptarlo, todavía deseaba hacer
algunas gestiones previas a su marcha. Poco después Maximiliano recibió la vi-

CAPÍTULO IV. Estudio II 321


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

sita de Jesús Terán, amigo de Benito Juárez y ministro plenipotenciario del go-
bierno republicano de México ante Inglaterra y España. Terán explicó al archi-
duque cuál era la situación de México, los objetivos de la revolución liberal y la
imposibilidad de que triunfara en México un gobierno como el que él pretendía
encabezar. Por todo ello le recomendó la renuncia. Sin embargo, Maximiliano
siguió adelante y, en primer lugar, fue a entrevistarse con Napoleón III. La re-
cepción en París fue ostentosa y el resultado de la visita supuso un triunfo mi-
litar pero una catástrofe financiera para el futuro emperador de México. Según
acordó con Napoleón, Maximiliano mantendría la ayuda militar francesa, aun-
que en disminución hasta veinte mil efectivos, hasta que se organizara un ejér-
cito imperial. Y si en algún momento hubieran de actuar conjuntamente tropas
mexicanas y francesas, el mando recaería en estas últimas. Además Napoleón
prometía no abandonar al nuevo Imperio fueran cuales fuesen las circunstan-
cias en Europa. Sin embargo el acuerdo financiero era más propio de un enemi-
go que de un aliado. Maximiliano aceptó rembolsar a Francia doscientos setenta
millones de francos (unos cincuenta y cuatro millones de pesos) por gastos hasta
el 1 de julio de 1864, más mil francos anuales por cada soldado francés que per-
maneciera en México. Todas las reclamaciones que se presentaron a México en
1862 también fueron aceptadas y el banquero suizo De Jecker recibió satisfac-
ción igualmente por su crédito al gobierno conservador. Por otro lado Maximi-
liano gestionó la obtención de algunos créditos de hasta doscientos veinte millo-
nes de los que la mayor parte se fue en pagar intereses de deudas, comisiones y
garantías de los propios préstamos (Hanna: 1973, 111). No es seguro que Maxi-
miliano se hiciese cargo de que la carga económica que había adquirido era im-
posible de abordar con la situación financiera por la que atravesaba México, pero
probablemente la respuesta es negativa.
No le fue mejor a Maximiliano en la reunión con su hermano el empera-
dor, antes de su partida. Básicamente Francisco José, al margen de ofrecerle al-
guna ayuda económica y militar, le planteó que, si aceptaba definitivamente el
trono de México, debía firmar la renuncia a sus derechos sucesorios al trono de
Austria y a sus derechos económicos como archiduque austriaco en caso de que
algún día dejase México y regresara a Europa. Maximiliano consideró intolera-
ble esta condición y estuvo a punto de dar marcha atrás a su aceptación a Méxi-
co. Su reacción provocó un problema por los compromisos adquiridos con Na-
poleón III, el Papa y los mexicanos pero, en el último momento, Maximiliano
aceptó las condiciones tras una agria conversación con su hermano que le causó
un fortísimo disgusto personal. Firmó el Pacto de Familia el 8 de abril de 1864
y el día 10, en Miramar, fue proclamado emperador de México. Maximiliano no
estaba en absoluto satisfecho. En fin, el 13 de abril se embarcó con destino a Mé-
xico (Ridley: 1994, 172 y ss).
Solo unos quince días antes, a fines de marzo de 1864 en vísperas de la últi-
ma ofensiva de las tropas del norte contra las confederadas, en un lujoso hotel de

CAPÍTULO IV. Estudio II 322


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Nueva York, un nutrido grupo de distinguidos políticos y hombres de negocios


norteamericanos celebraban una opípara cena. El huésped de honor era Matías
Romero, ministro de la República de México en Estados Unidos. Los dieciséis
discursos que se pronunciaron al final del banquete tuvieron, todos, el mismo
tema: el pueblo de los Estados Unidos aplaudía la lucha de México por la liber-
tad contra el despotismo monárquico europeo. No sin ironía, se aseguraba que
los Estados Unidos ofrecerían al pueblo de México todo el apoyo que podía ofre-
cer una nación neutral (Ridley: 1994, 176). Las perspectivas del futuro Imperio
mexicano no eran del todo prometedoras.

República frente a monarquía: el desenlace del conflicto

La presencia de Maximiliano de Austria en México fue de algo más de tres


años. En ese tiempo se produjo, en primer lugar, la puesta en marcha de su go-
bierno acompañada de la expansión de las tropas franco-mexicanas por la mayor
parte del país, mientras que el gobierno republicano de Benito Juárez se batía en
retirada hacia el norte. Sin embargo, en una segunda fase las condiciones tanto
internacionales como internas se modificaron y se invirtió la relación de fuerzas.
El gobierno de la República comenzó a recuperar todo el terreno perdido y ter-
minó derrotando al Imperio y a los conservadores mexicanos, restableciendo el
régimen liberal constituyente que existía en 1861.
Maximiliano y su esposa Carlota llegaron al puerto de Veracruz el 28 de mayo
de 1864. A partir de entonces se enfrentaban a un gran reto. No se trataba solo de
poner en marcha una monarquía en un país republicano como México, sino que,
además, en los tres años anteriores a su llegada ya se habían iniciado procesos po-
líticos, militares y económicos que habían desencadenado reacciones conflictivas
con las que tenían que enfrentarse. Ese era el sustrato sobre el que tenía que ac-
tuar la imperial pareja, que había venido trabajando durante el viaje en el barco
estudiando una nueva constitución y redactando reglamentos de todo tipo para el
nuevo gobierno. El ambiente a su llegada fue relativamente frío y hasta deprimen-
te en Veracruz, donde vieron al pasar un cementerio de soldados franceses, pero
mejoró en Puebla y en la capital, con la recepción que se les ofreció. Una vez ins-
talada la corte, las relaciones sociales no eran hostiles, pero tampoco lo entusias-
tas que podrían esperar, lo cual tenía que ver con la actitud de parte de la socie-
dad mexicana, pero también con las costumbres centroeuropeas de Maximiliano y
Carlota. Por su parte, la emperatriz resultó ser de una gran ayuda para su marido
incluso en el terreno político. Cuando Maximiliano estaba ausente, ella actuaba de
regenta presidiendo el consejo de gobierno. Así ocurrió por ejemplo cuando, a los
pocos meses de llegar el emperador quiso conocer mejor el país y viajó al interior,
al turbulento Michoacán y algunas de las regiones de las que los liberales habían
sido expulsados en el invierno anterior, donde en general fue acogido cálidamente
aunque enfermó de malaria (Ridley: 1994, 178-181).

CAPÍTULO IV. Estudio II 323


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Una vinculación especial era la que tuvo que mantener Maximiliano con el
jefe militar francés. Aunque había un ministro plenipotenciario nombrado des-
de Francia, Achille Bazaine era en cierto modo el máximo representante de Na-
poleón III en México. No se puede decir que las relaciones entre ambos fueran
malas al principio. En general Maximiliano tuvo gestos de deferencia con Ba-
zaine, algunos muy especiales, pero en el desarrollo de la política que el nuevo
emperador puso en práctica llegó a tomar decisiones contrarias a las que había
tomado Bazaine y llegaron a producirse importantes faltas de coordinación. Al-
gunas de ellas afectaban a la organización y el funcionamiento de las Fuerzas
Armadas francomexicanas, y otras tenían que ver con destituciones de personas
nombradas anteriormente por Bazaine, por lo que no fue extraño que circula-
ran rumores de un mal entendimiento entre ambos (Keratry: 1953, 40, 45, 54).
En todo caso, es cierto que sus relaciones empeoraron hacia 1866 cuando el Im-
perio se derrumbaba.
En el terreno económico Maximiliano tenía planes para México que no
pudo desarrollar plenamente tanto por dificultades financieras como por las
surgidas al organizar su nueva burocracia en la administración (Keratry:
1953, 77). Aun así, en una línea que ya se había iniciado antes de la invasión
francesa, se pudo expandir la red del telégrafo y, en cierta medida, también
el ferrocarril aunque con un gran obstáculo que se sumaba a los anteriores y
que constituían las guerrillas. En efecto, estas, que eran cada vez más nume-
rosas y activas, mataban obreros y volaban vías pese a lo cual, modestamente,
se avanzó en el trazado del ferrocarril. Y es que muchos miles de mexicanos
apoyaban a Maximiliano. Esto era lo que explicaba que, en el terreno de las
comunicaciones, los franceses pudieran mantener las líneas de comunicación
abiertas a través de territorios muy dilatados, prolongando las líneas telegrá-
ficas de Querétaro a Veracruz, construido el ferrocarril de Veracruz a Paso
Ancho, manteniendo los caminos y administrando un eficaz servicio pos-
tal. Otro aspecto en el que la economía mexicana creció, pese al ambiente de
guerra, fue el de la producción textil, con la creación de un número aprecia-
ble de nuevas empresas coincidiendo con la crisis del algodón provocada por
la guerra en los Estados Unidos (Cárdenas: 2003, 138). En realidad, mientras
que las tropas francesas avanzaron en la conquista del territorio, se alentaron
las inversiones tanto nacionales como extranjeras (Hanna: 1973, 118). Maxi-
miliano impulsó asimismo el establecimiento del sistema métrico y, en otro
sentido, trató de modernizar el ejército. En este último terreno, fueron de
nuevo problemas administrativos, de descoordinación a veces con el mando
militar francés, de costumbres nacionales y, sobre todo, financieros, los que
lo dificultaron. Sin embargo, Bazaine hizo grandes avances en la reorganiza-
ción del ejército mexicano, si bien no pudo eliminar ciertas costumbres arrai-
gadas como, por ejemplo, que las mujeres acompañaran a los soldados en las
operaciones.

CAPÍTULO IV. Estudio II 324


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Pero el mayor problema tanto en la cuestión militar como en los otros te-
mas referidos era el financiero. Durante el Segundo Imperio los ingresos tota-
les fiscales se redujeron drásticamente. El principal motivo era que el gobierno
de Maximiliano no tenía control sobre todas las aduanas pero, además, que no
existía una regular comunicación entre los diferentes territorios del país que se
encontraba todavía económicamente muy segmentado (Cárdenas: 2003, 135).
Por añadidura los técnicos de Hacienda que habían sido enviados desde París
estuvieron durante mucho tiempo inactivos por falta de instrucciones del go-
bierno de Maximiliano, lo que provocó las protestas de Bazaine y del propio
Napoleón en otoño de 1864. La falta de recursos comenzó a repercutir, pese a
los esfuerzos de Bazaine, en el retraso o la inexistencia de paga a la tropa mexi-
cana, lo que trajo como consecuencia una creciente resistencia al alistamiento y
la necesidad de recurrir a la leva obligatoria. Sin embargo esta forma de reclu-
tamiento además de impopular era arriesgada porque no garantizaba la fideli-
dad de los soldados a los mandos militares. Esta situación se hacía más difícil
cuando se sabía que Maximiliano estaba invirtiendo recursos no solo en refor-
mar el castillo de Chapultepec, que había adoptado como residencia real, sino
que también remitía fondos para mejoras en su palacio de Miramar, en Trieste
(Keratry: 1953, 54).
Del lado republicano, el presidente Benito Juárez lógicamente tenía tam-
bién preocupaciones por modernizar su país, pero si el gobierno de Maximi-
liano tenía dificultades, la situación financiera del gobierno de la República las
tenía mayores conforme fue perdiendo control sobre territorio nacional a un
ritmo acelerado durante 1864 y 1865. Las condiciones sociales y políticas, así
como la ocupación extranjera, le impedían por completo cualquier iniciativa
de promoción económica. Parte de sus problemas procedían de la propia ad-
ministración de la República y así Juárez seguía sufriendo presiones por parte
del general González Ortega para desalojarlo de la presidencia, aunque se se-
guía manteniendo firme en su puesto. Por otra parte, en diciembre de 1863 y
como consecuencia de la expansión militar francesa hacia el interior, el gobier-
no itinerante tuvo que abandonar San Luis Potosí. En enero de 1864 Juárez y
su gobierno se encontraban más al norte, en Saltillo, y posteriormente se des-
plazaron a Monterrey en un éxodo político que parecía no tener fin. Juárez se
movió entre Saltillo y Monterrey durante los meses de enero a agosto de 1864,
teniendo que afrontar allí otra seria dificultad: el enfrentamiento y los proble-
mas causados por el gobernador de Nuevo León y Coahuila, Santiago Vidaurri,
quien tenía un importante poder en la estratégica región del nordeste. Desde
allí se controlaban los puertos marítimos del norte, sobre todo el más impor-
tante, Matamoros, que tenía un comercio floreciente y por donde se exporta-
ban, entre otros productos, grandes cantidades de algodón de los confederados
norteamericanos durante la Guerra Civil. Vidaurri, que llegó a atentar contra
la vida de Juárez, fue finalmente declarado traidor y terminó pasándose al ban-

CAPÍTULO IV. Estudio II 325


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

do francés. En general, por todo este cúmulo de circunstancias, la situación de


la República era cada vez más preocupante, el poder del gobierno estaba muy
limitado y, por momentos, parecía que los liberales cederían ante los franceses
que continuaban avanzando hacia el norte así como hacia otras direcciones.
Pero Juárez seguía firme (Scholes: 1972, 126).
Mientras tanto para Maximiliano las relaciones políticas eran un foco de
problemas tanto o más preocupantes que las militares. Maximiliano coincidía
con Napoleón en el plan de gobernar México con lo que se podría denominar
una dictadura liberal con el mayor apoyo posible de los mexicanos, pero el pro-
blema era que esto despertaba la oposición de todas las posiciones políticas. Por
una parte, en el ámbito de su propio gobierno, no solo el hecho de ser rey sino
también el estar sostenido por la ocupación francesa, lo alejaba de los liberales.
Tan solo tuvo algún éxito al atraerse a algunos liberales moderados, como el
destacado intelectual José Fernando Ramírez, pero con ello provocó la irritación
de los conservadores, que creían que Ramírez era un traidor y un espía de Juá-
rez. Y, por supuesto, en relación con la República, el rechazo que causaba era
aún mayor, como ocurría con el presidente Benito Juárez. Todas las ocasiones en
que Maximiliano intentó atraerse a Juárez y a los liberales, terminaron en fraca-
so. Para Juárez, Maximiliano era simplemente un usurpador.
Por su parte, los conservadores se encontraban desilusionados por diversos
motivos. Uno no poco importante era el hecho de que Maximiliano no hubiese
elegido a suficientes miembros de esta facción para componer su gobierno y los
cargos de su administración. En esta línea, por ejemplo, el emperador se des-
hizo de dos de los generales más significados para los conservadores y el clero,
Leonardo Márquez y Miguel Miramón, enviándolos en misiones diplomáticas
a Europa. Pero los problemas tenían que ver sobre todo con la actitud del empe-
rador en relación con la Iglesia. Era motivo de rechazo que Maximiliano no hu-
biese incorporado a su corona una cruz y que no usase la expresión “por la gra-
cia de Dios” en su título. Pero las dificultades eran más graves cuando se negaba
a aplicar las políticas reaccionarias de los conservadores y del clero. El problema
estalló cuando su política de tolerancia religiosa y de protección de las tierras de
la Iglesia ya secularizadas se enfrentó con la postura de Roma a través del nun-
cio papal que visitó México muy tarde, en diciembre de 1864. Esta herida abierta
con la Iglesia dejaba pocas esperanzas al éxito de la Monarquía impuesta a Mé-
xico (Hanna: 1973, 124). Hacia la primavera de 1865 el clero estaba convencido
de que Maximiliano era masón y se había iniciado en Milán, cuando fue gober-
nador de Lombardía y Venecia (Ridley: 1994, 192).
En medio de todas estas dificultades Maximiliano se esforzaba en que su
gobierno fuese reconocido en el extranjero. Naturalmente Francia, Austria y
Bélgica ya habían reconocido la Regencia. Después, en un plazo relativamen-
te corto y con la ayuda de Francia, otras naciones también lo hicieron, como
Suecia, Italia, Rusia e Inglaterra, que creía que sería Maximiliano quien ten-

CAPÍTULO IV. Estudio II 326


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

dría que pagar sus reclamaciones económicas. Las relaciones más complicadas
siguieron siendo con la Confederación y, sobre todo, con la Unión en el norte.
Con todo, la relación se mantuvo como al principio: ninguno de los dos go-
biernos norteamericanos reconoció a Maximiliano. Napoleón III siguió man-
teniendo el equilibrio con Washington jugando con el no reconocimiento de
Francia a la Confederación. En cuanto a España, los gobiernos que se sucedie-
ron entre 1863 y 1864 rehusaron reconocer tanto a la Regencia como a Maxi-
miliano. Y, cuando por fin en 1864 se decidió reconocer el Imperio, se tardó en
concretarlo oficialmente, lo que molestó a Maximiliano. Por ello, al establecer-
se las relaciones entre México y España, estas fueron durante un tiempo frías
aunque, a medida que la situación de Maximiliano se fue haciendo más débil,
el emperador manifestó más interés en mejorarlas. España envió en 1864 un
nuevo representante, Juan José Jiménez de Sandoval, para reactivar la reclama-
ción de la deuda pero, dadas las condiciones económicas y políticas de México,
así como la debilidad española, este asunto mantuvo un proceso largo y no muy
exitoso (Pi-Suñer: 1999, 58).
Un problema especial en las relaciones exteriores se produjo cuando el her-
mano de Maximiliano, el emperador Francisco José de Austria hizo público el
Pacto de Familia que habían firmado ambos antes de la partida del primero a
México, sin ni siquiera informarle. Maximiliano se puso furioso, denunció el
Pacto y dijo que lo había firmado bajo presión. Entonces se produjo una crisis
diplomática entre Austria, Francia y México, en la que Francisco José consideró
olvidarse de su protección a Maximiliano en caso de que tuviese que abandonar
México. El asunto se calmó pero fue perjudicial para Maximiliano porque los
mexicanos entendieron que se preocupaba más de sus derechos en Austria que
de su permanencia en México.
Después de su éxito desde Yucatán hasta San Luis Potosí y Guadalajara en
el norte antes de la llegada de Maximiliano, las tropas franco-mexicanas se si-
guieron desplegando por el país. Como ya se ha indicado, esto provocó en direc-
ción nordeste más presión y un nuevo desplazamiento del gobierno de Juárez,
esta vez hasta Chihuahua, setecientos veinte kilómetros más al norte, adonde
llegó el 12 de octubre de 1864 solo protegido por la guerrilla. Dada la gran dis-
tancia de este desplazamiento y los múltiples riesgos que implicaba, Juárez de-
cidió dejar depositados los once carros con la documentación de los archivos na-
cionales en una hacienda de propietarios de confianza. La documentación sería
recuperada intacta tres años después al finalizar la guerra. En el mismo mes de
octubre el avance de las tropas imperiales por tierra bajo el mando de general
Tomás Mejía, con dos mil soldados se combinó con otro por mar y la flota fran-
cesa tomó el puerto de Matamoros, con lo que en otoño la República perdía el
control de la importante región de Nueva León-Coahuila (Hanna: 1973, 142;
Ridley: 1994, 193). Casi al mismo tiempo, hacia diciembre, los soldados del Im-
perio dominaban las provincias centrales y, en el norte, los generales Armand

CAPÍTULO IV. Estudio II 327


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

Castagny y Tomás Mejía y la contraguerrilla empujaban a los liberales hasta la


frontera con los Estados Unidos (Keratry: 1953, 57).
Mientras tanto, en junio de 1864, Bazaine decidió organizar una operación
militar en el sur donde hasta el momento los franceses habían avanzado rela-
tivamente menos. Oaxaca y su estado estaba dominada por Porfirio Díaz con
varios miles de hombres, desde donde hacía incursiones al estado de Guerrero.
La ciudad de Oaxaca, rodeada de montañas, tenía un acceso muy difícil desde
cualquier origen. Los carros solo podían cruzar las montañas que la rodeaban
con bastante dificultad por lo que no resultaba fácil un asalto a la ciudad, a pe-
sar de que muchos de sus habitantes eran conservadores. Bazaine decidió cons-
truir entre Puebla y Oaxaca un camino que soportara el peso de los cañones.
Con el trabajo de ocho mil hombres de Bazaine más la ayuda de población indí-
gena el camino se fue construyendo lentamente. A comienzos de enero de 1865
todo el ejército francés con artillería estaba frente a Oaxaca. Bazaine asumió el
mando de las operaciones. Díaz resistió un mes pero estaba falto de alimentos
y municiones. Sus hombres desertaban y en tres semanas solo se quedó con mil
efectivos. A comienzos de febrero tras un duro bombardeo y un ataque de la in-
fantería, Díaz se rindió. Él y sus hombres fueron tratados como prisioneros de
guerra y no como guerrilleros o bandoleros. Al poco tiempo, aprovechando un
descuido de los soldados que lo vigilaban, Porfirio Díaz se fugó y se unió a las
tropas de Juárez. Pero las fuerzas juaristas estaban desorganizadas y disemina-
das (Ridley: 1994, 188).
Todavía las tropas francesas hicieron otra incursión en una de las zonas más
extremas del país: Sonora. Un exsenador sudista, William M. Gwin, había lle-
gado a interesar a Napoleón III por Sonora antes de la llegada de Maximiliano a
México, diciéndole que había grandes minas de plata y de platino, y que podría
ser una recompensa para Francia por la ayuda prestada para derrotar a los libera-
les. Una empresa sudista podría explotar las minas para Francia. En 1864 Gwin
creía que el norte vencería la guerra y que muchos sudistas podrían refugiarse en
Sonora que no sería tocada por Estados Unidos si estaba allí el ejército francés.
Pero Napoleón no veía claro el plan, no quería problemas con Estados Unidos, y
a lo más que llegó fue a enviar tropas al puerto de Guaymas, en el Golfo de Cali-
fornia, para impedir que Juárez recibiera armas de contrabando desde San Fran-
cisco y para dificultar las relaciones de los liberales con Acapulco. Ahora tanto
la recepción de armas como las comunicaciones de Juárez con su representante,
Matías Romero, en el país del norte se hicieron mucho más difíciles. Finalmente
Napoleón perdió interés por Sonora y envió a Gwin a México para dejar el asun-
to en manos de Maximiliano, aunque la toma de Guaymas le sirvió como propa-
ganda de que el ejército francés era el mejor del mundo y, precisamente por eso,
en Francia se pedía el regreso de las tropas (Hanna: 1973, 146).
Pero los restos revolucionarios no habían acabado en México. El nordeste se
había convertido en una de las muchas regiones del país donde se había inten-

CAPÍTULO IV. Estudio II 328


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

sificado la acción de las guerrillas republicanas. En México había guerrillas y,


desde luego, grupos de bandoleros, antes de la ocupación francesa, pero debido
a la inferioridad militar de los liberales con respecto a los franceses, desde 1862
las guerrillas republicanas se multiplicaron y se convirtieron en un componente
fundamental del proceso de la campaña. La independencia, la gran movilidad y
la sorpresa con que actuaban hacían que los grupos guerrilleros causaran daños
y bajas muy importantes en las fuerzas francomexicanas. Hubo cabecillas muy
famosos, como Pedro José Méndez, en el noroeste, pero el más conocido fue
probablemente Nicolás Romero, una figura legendaria que actuaba en Guerre-
ro, México y Michoacán. Pero, para combatir sus ataques, los franceses organi-
zaron una contraguerrilla con características similares a las de aquellas, de una
gran violencia y con resultados devastadores entre la población, tanto civil como
armada. La contraguerrilla actuó bajo varios mandos, pero el más importante
fue el coronel Achille Charles Dupin, y sus componentes eran elementos de di-
versas nacionalidades reclutados entre la tropa francesa (Moloeznick: 2008, 124).
Dupin consiguió que disminuyera la fuerte guerrilla que había actuado origi-
nalmente en Veracruz y Orizaba, pero la actividad creció después en Tamauli-
pas, entre otras regiones, por lo que la contraguerrilla dejó su base en Camarón
y ayudó a las tropas regulares a tomar Tuxpan, Tampico y Matamoros, como se
vio arriba. Entonces las guerrillas republicanas se movieron más al interior, im-
pidiendo el suministro de alimentos y hostigando a las tropas francesas cuando
se alejaban de la costa (Ridley: 1994, 201; Hanna: 1973, 118).
Sin embargo, a pesar de que la violencia no llegó a desaparecer nunca, en
términos generales a fines de 1864 y comienzos de 1865 la sensación era que el
orden había vencido a la anarquía. Ahora México tenía un Segundo Imperio
para confundir a Estados Unidos y desmontar la doctrina Monroe. En el sur el
general liberal Juan Álvarez resistía en Acapulco y las tropas franco-mexicanas
no controlaban completamente el norte, pero habían avanzado tanto que teóri-
camente Maximiliano había extendido su autoridad a todo el territorio mexica-
no salvo cuatro estados que ahora eran consideradas provincias: Guerrero, Chi-
huahua, Sonora y Baja California, el siete por ciento de los ocho millones de
habitantes del país. Solo dos hombres no creían que Maximiliano hubiese venci-
do ni que pudiese vencer: Juárez y Napoleón III. Este creía que se había metido
en un embrollo en México y que debía salir de allí cuanto antes.
El año 1865 fue clave en la evolución de la campaña francesa en Méxi-
co. Frente a la aparente realidad del control imperial de casi toda la geografía
mexicana, durante buena parte de 1865 los republicanos vivían sus días más
amargos. No contaban con fuerzas suficientes para organizar un ejército e in-
tensificaron la táctica de guerrillas para seguir luchando. Los franceses avan-
zaron más al norte aún y obligaron a Juárez a huir hasta El Paso, en la fron-
tera con Estados Unidos, adonde llegó en agosto de ese año solo con sus pocos
ministros y una pequeña escolta. Finalmente los franceses tomaron Chihua-

CAPÍTULO IV. Estudio II 329


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

hua. Pero conforme las tropas alcanzaban puntos más distantes de la geogra-
fía mexicana, la cohesión y el auténtico control del territorio se hacía más dé-
bil. Cada vez era más cierta la frase de Prim de que “los franceses sólo eran
dueños del terreno que pisaban” (Senado…7: s. f., 189). Benito Juárez expresa-
ba la misma idea desde otra perspectiva cuando decía: “A mayor territorio que
cuidar [por los franceses], mejores condiciones para atacar”, y aquí la guerrilla
jugaba un papel decisivo (Saldaña: 1967, 404).
Pero la situación general comenzaba a cambiar; lo hacía lentamente y a fa-
vor de la República. En Estados Unidos, en abril de 1865 la guerra civil había
terminado. El norte industrial, la Unión, había vencido al sur agrario, la Confe-
deración, como era previsible y en contra de los cálculos iniciales de Napoleón
III. Es cierto que ni Abraham Lincoln hasta su asesinato ni su sucesor Andrew
Johnson eran entusiastas favorecedores de la causa de la República en México,
pero desde Washington se presionó cada vez más a Francia en contra del Impe-
rio, y, en noviembre de 1865, el Gobierno norteamericano nombró un ministro
representante ante el gobierno de Benito Juárez, lo que supuso un golpe político
para Francia y para el imperio de Maximiliano.
Por otro lado si, pese a la prohibición oficial, el gobierno de Juárez había es-
tado recibiendo armas desde los Estados Unidos incluso durante la Guerra de
Secesión, el abastecimiento y el apoyo aumentaron una vez concluido el conflic-
to. Hubo soldados licenciados sudistas pero también del norte que se unieron a
las tropas republicanas de manera creciente por distintas vías e iniciativas; hubo
ayudas privadas facilitando armas y hubo también importantes asistencias es-
tratégicas, como las que prestaron los generales Ulises Grant y Philip Sheridan,
simpatizantes con la causa de la República. Grant, el gran héroe y el general
más influyente tras la Guerra de Secesión, movilizó cuarenta y dos mil hombres
en el Río Grande a las órdenes de Sheridan aun a espaldas del presidente Jo-
hnson, para hacer creer a los franceses que los Estados Unidos invadirían Méxi-
co, teniendo así ocupadas a las tropas imperiales y permitiendo mayor movilidad
a las fuerzas del gobierno de Juárez. De hecho los franceses llegaron a creerlo
(Scholes: 1972, 150; Ridley: 1994, 234). Por eso, aunque la situación militar di-
fícilmente podría considerarse todavía favorable para la causa liberal en 1865, a
lo largo de 1866 fue el gobierno de Maximiliano el que se fue colocando poco a
poco en una posición perdedora.
Este cambio de coyuntura militar se agravó para Maximiliano cuando en
enero de 1866 Napoleón III decidió repatriar sus tropas de México que eran
más de cuarenta mil hombres. Oficialmente podía argumentar que los solda-
dos franceses habían expandido la presencia del imperio de Maximiliano por
todo México, pero en realidad las causas eran otras. En primer lugar la situación
política se complicaba en Europa entre Prusia y Austria, y Napoleón necesita-
ba reforzar su ejército en sus fronteras. Pero además, había perdido fe en que su
Gran Designio para América pudiera salir adelante dada la modificación de las

CAPÍTULO IV. Estudio II 330


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

circunstancias, una de las cuales era que ahora los Estados Unidos reforzados le
exigían que las tropas francesas abandonaran México (Keratry: 1953, 108). Por
todo ello, Napoleón III ordenó a Bazaine que, de acuerdo con Maximiliano,
preparase la evacuación del ejército francés. El emperador se indignó y protestó
a Napoleón por lo que consideraba una violación de los acuerdos firmados en
Europa, pero Bazaine planeó comenzar una salida escalonada entre noviembre
de 1866 y otoño del año siguiente.
Maximiliano soportaba mal la presión que suponía esta evolución de los
acontecimientos y comenzó a tomar decisiones que reflejaban su falta de com-
prensión de la realidad y que contribuyeron a agravarla. En septiembre de 1865,
en línea con la veta liberal de su pensamiento, Maximiliano decretó la emancipa-
ción de los indios peones y anuló las deudas que los mantenían vinculados a una
gran diversidad de propietarios agrarios desde la época colonial española. Por
una parte esta medida, que tenía un fondo humanitario, era inútil porque no so-
lucionaba el problema de la propiedad de la tierra y dejaba a los indios desampa-
rados económicamente. Y, por otro lado, Maximiliano no disponía del poder real
para aplicar una medida tan radical, que afectaba gravemente a fuertes intereses
económicos en el contexto mexicano. El resultado fue un rechazo frontal y una
mayor oposición a la monarquía por parte de hacendados y del partido clerical.
El mes siguiente, basándose en unas informaciones infundadas, Maximi-
liano creyó que Juárez había pasado a los Estados Unidos desde El Paso. Pensó
que con ello la República estaba ya derrotada y que disminuirían las hostilida-
des por parte de los liberales. Sintiéndose generoso, ofreció a Juárez la presiden-
cia de la Suprema Corte de Justicia pero, al mismo tiempo, decretó fuera de la
ley a los guerrilleros que seguían combatiendo al Imperio y que todo hombre
sorprendido con armas sería remitido a las cortes marciales y ejecutado den-
tro de las veinticuatro horas posteriores a su captura. Esta decisión era del todo
ofensiva, imprudente e innecesaria. El presidente Juárez había tenido cuidado
de no pasar a los Estados Unidos y había rechazado anteriormente todos los in-
tentos de aproximación de Maximiliano, de manera que la oferta de este último
era una ofensa. Además, en el desarrollo de la guerra las ejecuciones sumarias
no eran del todo una novedad, pero explicitarlas en un decreto era una especie
de provocación. En suma, el efecto de tal medida en aquella coyuntura produjo
una agudización aún mayor de la lucha contra el Imperio.
Desde todos los frentes la situación se agravaba para Maximiliano a fines
de 1865 y daba inicio su larga agonía política a lo largo de 1866. Se producían
desafecciones políticas y deserciones en el ejército. Surgían insurrecciones en
distintos puntos del país. La situación financiera era desesperada y las arcas de
la Hacienda estaban vacías. Aumentaban los retrasos en la paga a las tropas y
hasta llegaba a faltar el forraje para los caballos. En estas circunstancias Bazai-
ne efectuó un préstamo al emperador, lo que le fue censurado desde París por
Napoleón III. Mientras tanto los liberales, cuyas tropas no cesaban de crecer en

CAPÍTULO IV. Estudio II 331


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

número, comenzaron a recuperar territorio, pero Maximiliano seguía actuando


como si no tuviera una idea estratégica de la situación (Keratry: 1953, 93 y ss).
Se decidió a pedir ayuda financiera y militar tanto a Francia como a Austria.
Napoleón, por su parte, se negó a prolongar su apoyo al Imperio y desde Vie-
na se anunció el envío de una pequeña fuerza militar, lo que provocó la pro-
testa de Washington. En julio de 1865, a la desesperada, la emperatriz Carlota
partió de viaje a París para implorar a Napoleón que no abandonara a Maxi-
miliano, pero su intentó no tuvo ningún éxito y el fracaso afectó gravemente
a su salud (Ridley: 1994, 257). La situación del Imperio era insalvable y Maxi-
miliano reprochaba a Napoleón el abandono al que lo estaba sometiendo, vio-
lando el pacto a que habían llegado a comienzos de 1864. Pero además estaba
desconcertado.
Desde diciembre de 1866 los hechos se aceleraron. Las tropas de la Repúbli-
ca avanzaban conquistando territorio a gran velocidad. Por entonces se comenzó
a hablar de la posibilidad de que Maximiliano abdicara. Desde su gobierno se
sospechaba que había un plan para una intervención conjunta francoamericana
que suprimiría el Imperio, lo que despertó la ira de Napoleón. Por el contrario,
desde París se animaba a Maximiliano a abdicar y, en todo caso, Bazaine seguía
con el plan de evacuación de las tropas francesas que efectivamente salieron de
México en febrero de 1867. Maximiliano no quiso embarcarse hacia Europa, al
contrario que muchas personas que quisieron salir del país. Casi terminaban
cinco años de cruel derramamiento de sangre y destrucción, resultado del vano
intento de Napoleón de regenerar México y de su Gran Designio para América
(Hanna: 1973, 250).
Los conservadores hacían creer a Maximiliano que el Imperio todavía po-
día salvarse. Se realizaron intentos de negociar con Juárez y, con este objetivo,
el emperador se dirigió a Querétaro. Pero fue inútil. Los republicanos, que au-
mentaban a diario sus fuerzas, iniciaron el asedio a la ciudad. Sin el apoyo mi-
litar de los franceses, tras sesenta y siete días, el sitio concluyó el 15 de mayo,
cuando el emperador fue capturado por la traición de un militar de su ejérci-
to. En el juicio, Maximiliano fue acusado de erigir un imperio, ayudado por un
ejército extranjero, sobre la subversión de un gobierno constitucional. Pese a las
peticiones de clemencia, Maximiliano fue fusilado el 19 de junio de 1867 a las
afueras de Querétaro (Hanna: 1973, 253). La República, que, con Benito Juárez
al frente, había resistido el desafío de la monarquía, recuperaba así la jurisdic-
ción sobre todo el territorio nacional.

Bibliografía
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CAPÍTULO IV. Estudio II 332


ESTUDIO POLÍTICO MILITAR DE LA CAMPAÑA DE MÉJICO 1861-1867

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CAPÍTULO IV. Estudio II 333


334
Capítulo V

ORGANIZACIÓN

M I L I TA R

DE MÉXICO
Reproducción de la portada original

[PUBLICACIONES DE LOS “ESTUDIOS MILITARES”]


Por D. ANTONIO GARCÍA PÉREZ
CAPITÁN DE INFANTERÍA
en prácticas de la Escuela Superior de Guerra
MADRID
IMPRENTA DE LOS HIJOS DE M. G. HERNÁNDEZ
1902
Notas a la edición

Organización militar de México

Manuel Gahete Jurado


Doctor en Historia Moderna, Contemporánea y de América

El libro Organización militar de México (1902), publicado asimismo por


entregas, entre los años 1902 y 1903, en Revista Contemporánea, propiedad y
dirección de don José de Cárdenas, senador del Reino y consejero de Instruc-
ción Pública, será reeditado en la misma imprenta de los Hijos de M. G. Her-
nández (Libertad, 16 duplicado, bajo), en 1903, con el nuevo título Organi-
zación Militar de América: México. En esta segunda edición, que comprende
la organización militar de México hasta el 30 de abril de 1903, García Pérez
adopta la atribución de capitán de Infantería, con diploma de Estado Mayor.
Este estudio técnico, magistralmente estructurado (Cuerpos de ejército, di-
visión territorial, instituciones militares, servicio de administración, instruc-
ción, armamento, conferencias regimentales, distintivos, banderas, escudos de
armas, prensa y heráldica militar), forma parte de un conjunto de obras agru-
padas con paritario epígrafe: Organización militar de Ecuador, Guatemala, Bo-
livia, Brasil y México, por el que le fue concedida la Cruz de la Orden de Cris-
to de Portugal, según Real Orden de 18 de julio de 1903 (Diario Oficial, núm.
158. Al ser una condecoración extranjera, esta Real Orden se limita a autori-
zar su uso sobre el uniforme, a solicitud del interesado y una vez comprobado
que le ha sido otorgada por la documentación que este aporte). La obra, com-
puesta de ciento setenta y dos páginas, con prólogo del autor, está dedicada “Al
Excmo. Sr. Ministro de Guerra y Marina de la República Mexicana, General

CAPÍTULO V. Notas a la edición 337


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

de División, D. Bernardo Reyes. Respetuoso ofrecimiento de gratitud. Su su-


bordinado. El Autor. 30 de Julio de 1902”.
García Pérez ofrece este libro al militar y político mexicano Bernardo Reyes
Ogazón (Guadalajara, Jalisco, 20 de agosto de 1850 - México, D. F., 9 de febre-
ro de 1913) durante el periodo en que este desempeña el Ministerio de Guerra
y Marina (1900-1903) en la república de México. El complejo general Reyes es
una de las figuras más polémicas de la historia mexicana y sus actuaciones si-
guen siendo controvertidas. Bernardo, hijo del coronel Domingo Reyes y Juana
Ogazón, proviene de una familia influyente en el seno del partido liberal. Es-
tudia en la escuela pública de Guadalajara y realiza un curso de leyes hasta los
14 años, edad en que inicia su carrera militar. Su valor, tachonado de múltiples
heridas, permitió acuñar la frase de que vencía solo con su voz y su presencia.
Siendo ya general, contrae matrimonio con Aurelia Ochoa, de diecisiete años,
originaria de Zapotlán el Grande, el 4 de noviembre de 1872. Uno de sus doce
hijos será el famoso escritor regiomontano Alfonso Reyes, nombrado académi-
co correspondiente de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Ar-
tes de Córdoba en 1928, a la que ya pertenecía García Pérez desde el año 1916.
Para algunos, Bernardo Reyes es un estadista ejemplar: joven jurista, sol-
dado heroico durante la segunda intervención francesa en México, gobernador
de Nuevo León durante más de veinte años y promotor de la exitosa industria-
lización de Monterrey. Cuando en diciembre de 1898 el general y presidente de
México Porfirio Díaz visitó la ciudad, manifestó públicamente la admiración y
confianza por el hombre que era uno de sus más cercanos y leales consejeros:
“Gral. Reyes, así se gobierna ¡Así se corresponde al soberano mandato del pue-
blo!”. Esta lealtad favoreció notoriamente sus ascensos militares y cimentó estre-
chas relaciones con los medios administrativos del país, pero fue ciertamente el
buen ejercicio de la diplomacia y su energía política lo que permitió al militar
la Gobernación del Estado de Monterrey, cosechando notables éxitos en los dos
periodos que ocupó este cargo: En su primera administración (1885-87), desple-
gó una intensa actividad para nivelar la hacienda pública y organizó un conjun-
to de importantes mejoras materiales, sofocó el bandolerismo, reabrió la Escue-
la Normal e impulsó el Colegio Civil. Durante el segundo periodo (1889-1909),
Reyes añadió exenciones a las nuevas empresas y a los inductores de servicios
públicos, otorgó concesiones a los inversionistas extranjeros que acudieron ávi-
dos a esta llamada y promovió la gran industria: fundiciones, vidrio, cemento,
cerveza. Legisló sobre educación y dictó medidas de sanidad pública. Sus actua-
ciones fueron decisivas en el avance económico y social del Estado.
Sin embargo, para otros muchos, se convirtió en un traidor: Forzado a re-
nunciar a su cargo al frente del Ministerio de Guerra y Marina por el propio
presidente, tuvo que exiliarse a Europa, regresando a México tras la caída de
Porfirio Díaz. Contrario a la Revolución mexicana, conspiró y se levantó en ar-
mas contra el sucesor de Díaz, Francisco Ignacio Madero González, por lo que

CAPÍTULO V. Notas a la edición 338


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

fue encarcelado en la prisión de Santiago Tlatelolco en Ciudad de México y de-


clarado culpable de sedición por el tribunal de guerra que habría de juzgarlo.
Liberado por las tropas rebeldes a Madero, participó activamente en la subleva-
ción militar que desembocaría en la sangrienta Decena Trágica, donde moriría
abatido por las balas hostiles.
Ya en el prólogo del libro, García Pérez expresa el deseo de exponer ante
sus compañeros “el reputado concepto de Ejército mexicano, presentando de
relieve las glorias logradas por sus soldados a fuerza de cruentos sacrificios”
(García Pérez: 1902, 7). En su obra, García Pérez agradece de manera muy es-
pecial al ilustrado ministro de Guerra y Marina, general Reyes, la provisión de
datos que le han permitido la ordenación de tan exhaustivo y —según el au-
tor— “modesto” trabajo. No iba muy descaminado García Pérez en esta soli-
citud. Según señala Alicia Hernández Chávez, profesora del Colegio de Mé-
xico, el trabajo de Bernardo Reyes sobre “El Ejército Mexicano” es la síntesis
más clara acerca de la organización de las Fuerzas Armadas de México (Re-
yes: 1901, 72-74). Hernández Chávez afirma que “México ha sido eminente-
mente un país no militarista (…) Con excepción de la primera mitad del siglo
XIX y en el periodo 1910-1920 (…), el ejército no asumió el papel de actor o
represor principal” (Hernández Chávez: 257). La profesora mexicana relata
que fue este general, durante el tiempo de su mandato al frente del Ministerio
de Guerra y Marina, quien emprendió la reestructuración del ejército, mejo-
rando en dos años notablemente sus condiciones materiales. Se compró arma-
mento moderno y se puso en vigor una nueva ordenanza militar. Consideran-
do insuficiente el cuerpo del ejército, Reyes organizó la Segunda Reserva, una
organización que integraba a más de veinte mil ciudadanos armados, repre-
sentantes de la pujante clase media porfiriana, con semejantes características
a lo que fue la Guardia Nacional de mediados de siglo. Reyes había coordina-
do en poco tiempo a todos los estados de la República, superando en poder al
propio presidente. La amenaza de una organización nacional de políticos de
oposición bajo la coordinación de militares produjo una situación inaceptable
para el gobierno, llevando a Porfirio Díaz a provocar el descrédito de su líder
Bernardo Reyes, obligándolo a renunciar de su puesto como ministro y des-
mantelando su organización (Cf. Hernández Chávez: 283-284); “lo que oca-
sionó que persistieran los abusos, la corrupción y la baja moral de aquellos
cuerpos, así como la inconformidad y descontento de la sociedad en general”
(Sánchez Rojas: 271).
García Pérez transcribirá literalmente, en el prólogo de Organización militar
de México, las palabras del general Reyes, extraídas de su obra El Ejército Mexi-
cano. En ellas, apreciamos varios aspectos significativos. En primer lugar, la im-
periosa voluntad del escritor mexicano por adornar con profusa adjetivación y
solemne retórica, al modo del locus belli clásico, un texto que pretende ser nor-
mativo e histórico:

CAPÍTULO V. Notas a la edición 339


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Se esboza el campo con su maleza bravía, su arboleda sombrosa, sus montañas


y sus torrentes salvajes; el flechero cazador allí es el guerrero que disputa la pre-
sa ensangrentada, y alza el chuzo con nervioso empuje y lo hunde en el pecho del
contrario (Reyes, apud García Pérez: 1902, 8).
(…)
Tropas chorreando sangre, que se miran entre el fuego y el humo; brillos de
armas, fragor de bronces, toques de cornetas y tambores, flamear de banderas ven-
cedoras ó vencidas (Reyes, apud García Pérez: 1902, 9).
En segundo lugar, el tono grandilocuente, de militar arenga, con el que se
construye el discurso:
(…) Se mira la Nación, la raza, que reúne sus contingentes, y que forma las
falanges guerreras, que defienden la tierra en que se extiende y se sustenta, la tie-
rra en que su vida desarrolla, ó que se lanzan á dar más amplitud á las fronteras, á
buscar para su acción nuevos países.
Es la raza azteca esa raza (Reyes, apud García Pérez: 1902, 8).
Y en tercer lugar, la consideración hacia España, a la que no nombra, cuan-
do se refiere a los invasores:
Y así, despedazados por ellas, nos agobia las invasión anglo-sajona, y luego, más
tarde, viene el galo á nuestro festín sangriento; pero nada nos agota: ruedan institucio-
nes envejecidas, ruedan cabezas con coronas, y al fin, tras tanto padecer, tras brega tan-
ta, se alza nuestra República gloriosa; se yergue al cielo, por nuestro Ejército sostenida,
la nacional bandera mexicana (Reyes, apud García Pérez: 1902, 9).
Pero describe, recurriendo al recurso de la fértil metonimia, con especial én-
fasis y sin un nimio atisbo de ambigüedad:
Hombres extraordinarios, cubiertos de hierro, invulnerables á las armas de los
aborígenes, y que disponen del fuego y del rayo, (el arcabuz y el cañón), aparecen
por el Oriente, aliados en sus innúmeros y antes vencidos enemigos, y ahogan á sus
guerreros en su sangre, y sujetan al pueblo subyugado á largo cautiverio.
De la mezcla de conquistadores y cautivas, nace una nueva y ardorosa raza,
que arroja al fin á los advenedizos, que, siempre engreídos, conservar quisieron su
dominio, cansándolos, venciéndolos en cruenta, prolongada guerra; y entonces se
forma una nacionalidad heterogénea, la nacionalidad mexicana (Reyes, apud Gar-
cía Pérez: 1902, 8-9).
Porque en este libro García Pérez se muestra esencialmente sistematizador
y pedagogo, estas tres características (profusa adjetivación, tono grandilocuente
y exaltación nacional) quedarán visiblemente atenuadas, lo que no obvia para
llevarnos a comprender que, como en gran parte de su producción, la fertilidad
literaria es fruto de semejantes ideales patrióticos y una identitaria visión de la
realidad. De la probidad de García Pérez son razones probatorias sus fervientes
palabras de gratitud a las personas que le permitieron culminar con éxito este
monumental trabajo de compilación taxonómica. En primer lugar al muy dis-
tinguido comandante del Estado Mayor, Antonio Gavala, jefe de la Comisión
del Mapa militar de Sevilla, durante los cuatro meses que conllevó la prepara-
ción del estudio. Y en segundo, como se ha reseñado, al general Bernardo Reyes,

CAPÍTULO V. Notas a la edición 340


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

hombre renacentista, prestigiosa figura de las armas y las letras de México. En


palabras de Luis de Góngora, se ha de evocar la memoria de Antonio García Pé-
rez porque fue glorioso y noble “tanto por plumas cuanto por espadas”.

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CAPÍTULO V. Notas a la edición 341


342
Preliminar

La organización militar de México

José Marcelino León Santiago


General Brigada I.C.D.E.M.

La historia del mundo estará siempre descrita en términos de confrontacio-


nes bélicas que han orillado a la humanidad por senderos de disputas. Con la
aparición del concepto de Estado, la vindicación de intereses ha sido cada vez
más acentuada.
No sería útil una referencia como esta si no tuviera la garantía de ser un do-
cumento obtenido directamente de los archivos de la Secretaría de Guerra y Ma-
rina de principios del siglo XX.
Un trabajo de esta naturaleza permite revivir los esquemas de la organiza-
ción más querida del México actual, cuyas formas de vivir no son diferentes en
esencia y sus cambios se han dado en el contexto de su propia realidad, acordes
con los momentos históricos, solo unos cuantos años antes de estallar la primera
revolución social de ese siglo: la Revolución mexicana.
Sin duda el rescate de una obra como esta tiene su mérito atendiendo a los
datos que pueden encontrarse en ella, cuya veracidad no da lugar a cuestiona-
mientos por la seriedad de su autor y por la fuente de donde procede la informa-
ción registrada.
La investigación documental realizada y el momento histórico permiten
una referencia exacta de la conformación de las Fuerzas Armadas mexicanas,
cuya organización refleja un entorno de guerra, herencia del propio movimiento
de independencia, la invasión americana y la intervención francesa, sin dejar de

CAPÍTULO V. Preliminar 343


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

lado los movimientos intestinos durante la reforma y más adelante los levanta-
mientos de facciones en apoyo de personajes para hacerse con el poder.
Muy oportuno es también el trabajo, pues la organización binaria, usada
durante las guerras de la época como doctrina, habría durado solo hasta bien
adentrado el siglo XX con el inicio de la I Guerra Mundial.
El territorio nacional se instaura sobre una división territorial concebida
para mantener el orden interno en una época afectada por las secuelas de la in-
tervención francesa que hacían sentir la existencia de facciones, combatiendo a
favor de las fuerzas intervencionistas.
El ejército permanente, compuesto de plana mayor, cuerpos tácticos, téc-
nicos y servicios especiales, constituye la muestra de la existencia de un orga-
nismo cuya estructura es digna de reconocerse por su solidez y sus cuadros de
oficiales bien definidos. En cada arma, los grados, situaciones y procedencia
tanto para los jefes y oficiales como para las clases de tropa significan una de-
finición precisa para la estructuración de fuerzas armadas a la altura de las
existentes en la época.
Los reconocimientos en numerario se hacían de manera frecuente en el per-
sonal de tropa, adoptando diferentes modalidades: cumplidos, reenganchados
y sobresueldos. No obstante, las unidades tenían la flexibilidad de pasar con
facilidad de pie de paz al de guerra y, dado que ya se tenía un procedimiento
sistematizado, cada unidad contaba con los suficientes efectivos para confor-
mar diferentes unidades con capacidades superiores que le permitieran entrar
en combate de inmediato.
Los semovientes, como elemento motor durante todo ese siglo y gran par-
te del siglo XX, destacan e influyen directamente en todo tipo de organizacio-
nes. En los organismos de caballería, de artillería y de ingenieros, los caballos
junto con las mulas juegan un papel determinante en el arrastre y carga de la
impedimenta para la vida y operación de las unidades, tanto en la paz como
en la guerra.
Es un gran acierto del autor no dejar de lado los cuerpos técnicos que ope-
raban en el ejército mexicano. Así en el Estado Mayor, artilleros constructores e
ingenieros constructores conforman los grupos facultativos como bien se expre-
sa en el documento. Sin embargo, para pertenecer a alguno de ellos, era obliga-
torio permanecer bajo la observación de los superiores a fin de determinar las
capacidades, es decir, no era suficiente la calificación, mas la clasificación era
determinante.
Los cuerpos y servicios especiales incluyen el servicio de sanidad militar, sus
cuerpos auxiliares y la transición inevitable al pie de guerra. Es digno de men-
cionarse el cuerpo de inválidos que se encontraba en la capital del país y el dere-
cho que adquirían los militares para ingresar en este organismo. De vital impor-
tancia sería el Cuerpo de Administración, cuya constitución en tiempo de paz
no era diferente en tiempo de guerra.

CAPÍTULO V. Preliminar 344


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Un tema polémico a lo largo de la historia de los ejércitos es la justicia mili-


tar. Günter Kahle se expresa en los siguientes términos: “De acuerdo con la re-
copilación de leyes, las ventajas de la jurisdicción militar se concedían no solo a
los oficiales y soldados del ejército regular, sino también a sus esposas e hijos o
a sus viudas y huérfanos”.
En el caso que nos ocupa, nuestro autor hace referencia a la estructura y
funciones que estuvieron acordes al despliegue militar en el territorio nacional y
que figuraba en la orgánica de la época.
En el mismo contexto, la gendarmería militar cumplía una función muy es-
pecial como policía, sin importar que fuera en tiempo de paz o en guerra, por
ello los participantes debían cumplir requisitos muy especiales en complexión y
estatura como también buena conducta. De manera similar ocurría con la com-
pañía de guardias presidenciales cuyos integrantes participaban en la seguridad
del presidente de la Republica.
Existen algunos organismos que se describen en la obra por ser necesarios
para la vida y operación de las fuerzas armadas. Así, se trata tanto del depósito
de oficiales y tropa, zonas y mandos militares, como de los Estados Mayores del
presidente de la República y del secretario de Guerra y Marina.
Mención aparte merece la Secretaría de Guerra y Marina, con su organiza-
ción y las funciones de cada uno de los departamentos, considerando que esta
Secretaría era parte del Ejecutivo Federal, al mismo tiempo que el cuartel gene-
ral superior de las Fuerzas Armadas de la República.
Nada está de más, nada. Se habla de las reservas porque las Fuerzas Armadas
habían estado durante mas de ochenta años en guerra, por eso se necesitaba a las
reservas. Las había en primera y en segunda categorías y para las diferentes armas
y en los cuerpos técnicos. De la misma manera, las grandes unidades tuvieron un
procedimiento definido para su integración al pasar de pie de paz a pie de gue-
rra, donde eran incluidas cada una de las armas de combate y cuerpos especiales.
Tal vez pudiera parecer ocioso hablar de los ascensos, postergaciones y li-
cencias, así como de los retiros; sin embargo, la redacción permite al lector ubi-
carse en el tiempo a fin de conocer los procedimientos empleados en la época
para que las Fuerzas Armadas otorgaran una licencia al personal que deseaba
separarse del servicio con esta condición.
Es impresionante el estilo de Antonio García Pérez para describir los uni-
formes y distintivos de cada agrupación de las Fuerzas Armadas, con lo que se
manifiesta el hecho de que México contaba con una estructura militar sólida,
cuyo armamento y herramientas de combate, acorde a la época, permiten ver la
capacidad inventiva de los ingenieros militares mexicanos, cuestión que se com-
plementaba con la preparación constante de los cuadros de oficiales en las uni-
dades de combate.
La prensa militar oficial recogía los eventos más importantes que se registra-
ban en las filas de las Fuerzas Armadas en forma de boletín, donde se publicaban

CAPÍTULO V. Preliminar 345


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

los cambios de adscripción de los personajes importantes, de la misma manera que


las disposiciones cuya divulgación era del interés de todos sus miembros.
Las condecoraciones de los generales, jefes, oficiales y tropa son el reflejo de
las convulsiones bélicas sufridas por el México del siglo XIX posterior a la inde-
pendencia. Esto es, cada cruz o medalla fue creada en recuerdo de las operacio-
nes y la recibía quien hubiera participado en ellas. Destacan las concedidas a los
participantes en la guerra contra los Estados Unidos de América y a los defenso-
res de la patria durante la intervención francesa.
No cabe duda de que las fuentes informativas permitieron escudriñar cuan-
ta información hubiera, y con el paso del tiempo se ha tornado valiosa. La refe-
rencia a los sueldos de los militares de la época muestra claramente lo que gas-
taba la nación mexicana en sus soldados, siempre leales en todos aquellos años
de guerras contra invasores y traidores a la patria.
Mención especial merece, en la obra, la instrucción militar. Antonio García
Pérez describe de manera detallada el ingreso al Colegio Militar y a la elección
de carreras, fueran de armas generales o facultativas; la manera de permanecer
en el Colegio Militar a lo largo de siete años para los cadetes de las armas facul-
tativas y cuatro para las armas generales; los premios que se otorgaban a los ca-
detes y la forma en que se desempeñaban los servicios, con una tendencia mar-
cada hacia los horarios de la cultura americana.
La obra se presenta en un contexto histórico en que las Fuerzas Armadas de
mar tenían la exigencia de viajar por el mundo, lo que obligaba al Colegio Naval
Militar a incluir en sus planes de estudio lenguas extranjeras, francés al princi-
pio y en el resto de la carrera inglés.
No podía faltar, en esta obra tan especial, un emblema de todos los mexi-
canos, la bandera nacional mexicana cuya descripción breve y concisa permite
encontrar toda la admiración que por nuestra patria expresa a lo largo de toda
la obra Antonio García Pérez, cuyo agradecimiento al titular de la Secretaría de
Guerra y Marina, general Bernardo Reyes, y al propio presidente de México, ge-
neral Porfirio Díaz, manifiesta una honda gratitud que no habría sido necesa-
ria, porque el trabajo logrado lo representa todo.
Para terminar, debo reconocer que esta obra puede ser un referente histó-
rico muy confiable para todos los militares de México, cuyas tradiciones y valo-
res proceden del ejército descrito en este documento. Solo un movimiento so-
cial como la Revolución mexicana pudo modificar su imagen, mas sus valores y
virtudes han quedado como herencia para las generaciones actuales y futuras.

CAPÍTULO V. Preliminar 346


Estudio I

Desde mi cuartel de invierno.


México y España: Evolución del ejército mexicano

Jesús Esquinca Gurrusquieta


General

Introducción

Como cadete en el Heroico Colegio Militar (1951-1954), la lectura de


obras que trataban de la orgánica de las unidades, funcionamiento, distribu-
ción y descripción de actividades, motivo de estudio, resultaba tediosa y ári-
da; por lo que me sentí sorprendido al consultar esta obra con más de cien
años de antigüedad (1902) del capitán de Infantería Antonio García Pérez,
obra que me mantuvo atento a su lectura, como decimos en mi país, “de una
sola leída”. La descripción que realiza del “Ejército mexicano”, además del
agradecimiento como militar, merece mi especial atención; ya que, con el res-
peto y admiración que nos profesa, nos concita en el mismo espíritu de cuer-
po de soldado.
Nuestras Fuerzas Armadas están conformadas por la gente del pueblo, que
crearon un vasto y poderoso imperio, basado en un gran ejército, donde se ha-
lla el germen de su organismo. Los propios avatares del destino van a ocasio-
nar que, con el paso de los años, una y otra vez, el ejército mexicano aparezca y
desaparezca de la estructura militar, definida por la época en que se desarrolla,
pero perdurable porque toda sociedad siente la necesidad de contar con los ele-
mentos humanos que coadyuvan a mantener un estado potencialmente estable
y seguro, tareas inherentes a su diario quehacer.

CAPÍTULO V. Estudio I 347


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

El ejército mexicano surge para guiar a los actuales guerreros que se ali-
mentan del conocimiento, capacitándolos para el desempeño de sus funciones
tácticas y estratégicas.
La obra de Antonio García Pérez consigna por escrito el valor de las tra-
diciones de aquellos tenaces y valerosos soldados que forjaron nuestra institu-
ción. Al escudriñar los orígenes y evolución de cada uno de los procesos des-
critos, nos alecciona con datos precisos sobre la orgánica de las unidades, su
vigencia y funcionamiento.
Su trabajo se remonta a la etapa post-revolucionaria que tiene sus bases en
el adiestramiento en las academias así como los conceptos doctrinales que dina-
mizan la organización de los recursos humanos, materiales y económicos; con
la aportación de conocimiento y sabiduría a los modernos militares, quienes ac-
túan conforme a los principios emanados por las misiones que nos señala nues-
tra Carta Magna.
Tratando de encontrar los orígenes y evolución del ejército mexicano a través
de la obra de Antonio García Pérez, es necesario acudir al origen de nuestra pro-
pia cultura; ya que conocer cuanto al ejército se refiere es saber más y entender
mejor a México. Escudriñar acerca de cómo hemos sido nos alecciona acerca de
cual es nuestro rumbo hacia el porvenir. Enfrentar los aciertos y errores cometi-
dos seguramente nos centra más en la realidad, es la vertiente que nutre nuestros
principios y esencia, y nos provee con su virtud inmanente: la lealtad institucional.
El desarrollo del ejército debió tener su momento de partida en la época
pre-colonial, donde se ubica la actual cultura indígena-mestiza, durante la épo-
ca denominada horizonte postclásico, a finales del milenio pasado, simultánea-
mente al desarrollo de las culturas tolteca y chinameca, en el área central de
nuestro país y de la maya en esa época, en el sureste, donde por primera vez en-
contramos manifestaciones de actividad bélica, sin embargo la carencia de obras
arquitectónicas con propósito de contienda nos da cuenta de un pacifismo ele-
mental y primitivo, con vestigios más bien de adoración.
La Federación del Anáhuac, lejos de ser un imperio mexicano, constituía
una hermandad o amistad de gobernantes, Tlahtoanis, en ejercicio de autoridad
suprema, que no gobernaban sin el beneplácito del Tlahtocan (Consejo Supre-
mo) ni tomaban decisión alguna sin contar con la Asamblea de Ancianos. En
esto consistía prácticamente el Gobierno Máximo de la Federación de Anáhuac,
y es aquí donde por primera vez aparece el ejército mexicatl, con la opción del
ejercicio del mando en empleo de operaciones bélicas.
Los calpulli (ahora escuadrones), o barrios, estaban constituidos por los
hombres más capacitados, variando el efectivo de la unidad con la importancia
del barrio, y bajo el mando de un Tepochtlato. Varios grupos de escuadrones
quedaban bajo la autoridad suprema del Tlacochcalcatl o Tlacatecuhtli; de tal
manera que el ejército mexicatl estaba constituido aproximadamente por unos
seis mil infantes, reforzados con mil flecheros y mil boteros que combatían en

CAPÍTULO V. Estudio I 348


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

canoas cuando las operaciones se llevaban a cabo en lagos, islas, márgenes o


riberas cercanas.
Tres ejércitos similares —Tenochtitlán, Tacuba y Texcoco— formaron la
Tlatocaichiuhyotl o Triple Alianza del Anáhuac. Este ejército confederado (die-
ciocho mil hombres aproximadamente) es considerada como la primera potencia
militar de Mesoamérica; no obstante tuvieron enemigos poderosos en los pue-
blos de Tlaxcala, Zapotecos, Mixtecos y Michoacanos que se oponían al pode-
roso Ejército del Anáhuac.
Cuauhtémoc, último emperador azteca, sucumbió ante el embate prolonga-
do, cruento y violento de los españoles, el 13 de agosto de 1521, fecha que es con-
siderada también como la aniquilación del ejército mexicatl, raíz del actual ejér-
cito mexicano, que trajo como consecuencia la destrucción inmediata de aquella
civilización y los demás países del área, aun siendo aliados de los conquistadores
e ingenuos ejecutores de los propósitos de colonialismo de la entonces potencia
peninsular europea. Los efectos de este exterminio también se habrían de hacer
sentir en los aspectos psicológicos y económicos; así como en el empleo de todos
los medios de ataque y defensa conocidos por los vencedores que los llevó a la to-
tal ocupación del Continente.
Los guerreros mexicatl recibían de los Tepuchtlato (instructores) el entrena-
miento físico, manejo de las armas y todas aquellas materias del arte de la gue-
rra en las escuelas que entonces impartían los conocimientos militares; eran los
centros de adiestramiento denominados calmécac. El elitista calmécac de ayer se
ha convertido en un orgulloso semillero de guerrilleros extraídos del pueblo. En
estas casas de estudio, el conocimiento del arte y la ciencia militar tiene el solo
objetivo de sembrar su ponderosa simiente en las instituciones educativas mo-
dernas: Escuelas de formación, Heroico Colegio Militar, Colegio del Aire, Es-
cuela Militar Naval, Escuela Superior de Guerra, Colegio de Defensa y Seguri-
dad Nacional, entre otras, que configuran hoy una orgullosa realidad.

Símbolo patrio

La llegada de los mexicatl al islote del lago de Texcoco constituye el origen


básico de nuestra nacionalidad, la fundación de Tenochtitlán, donde se encon-
tró el águila sobre un nopal devorando una serpiente, el símbolo que ha que-
dado grabado en nuestro lábaro patrio. En Tenochtitlán se funde la unidad y el
ímpetu en múltiples actividades y disciplinas que permitieron la solidez de una
civilización, geográficamente amplia, con características culturales propias; el
ámbito primicial de nuestros ancestros que, en lo político, económico, científico,
cultural, militar y religioso, nos dieron un origen sublime.
La organización militar de la expedición que comandó Hernán Cortés,
cuando zarpó de Cuba el 18 de febrero de 1519, se integró con once embarca-
ciones y quinientos ocho soldados, entre ellos treinta y dos ballesteros, trece es-

CAPÍTULO V. Estudio I 349


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

copeteros y dieciséis hombres de caballería, además de ciento nueve marineros;


su artillería contaba con diez cañones de bronce y cuatro falconetes. Comple-
mentaban tales efectivos doscientos indios y negros, obreros y cargadores, dispo-
niendo de tres armas clásicas y servicios elementales. La infantería estaba cons-
tituida por once tercios, una compañía de ballesteros y otra de escopeteros y
arcabuceros. La caballería la formaban once caballeros con armadura, escudo,
lanza y espada. La artillería con sus catorce piezas se dividía en tres baterías. El
comandante en jefe Hernán Cortés era asistido como cuartel maestre por Cris-
tóbal de Olid. Cada tercio y compañía iba a las órdenes de un capitán y tenía
como segundo a un alférez. El armamento de los conquistadores, de mayor po-
tencia y técnica que el de los indígenas, era ofensivo y defensivo. El primero lo
constituían armas de fuego y el segundo se componía de armaduras completas
de hierro y acero, con las que se cubrían el jinete y el caballo, además de cascos,
corazas y cotas de malla.
El Nuevo Mundo, la casa nueva, empieza a habitarse. Nuevos inquilinos
aparecen en otros territorios e inician nuevos colonizadores la formación de nue-
vos estados. Los focos de resistencia armada que habían encontrado los conquis-
tadores hispanos se multiplican en nuevas guerras de dominación sobre el Nue-
vo Continente; para entonces nuevas naciones ya nos acechaban, en sus anhelos
de expansión o de gobierno.
La consumación de los invasores —el sojuzgamiento y la penetración en
el territorio mexicatl— encuentra lo que sería más tarde la más rica y vasta de
las colonias. Está claro —y la historia lo consigna— que unidos la ambición,
el valor y la tenacidad de los conquistadores, el ardor evangelizador de frailes
y misioneros y el anhelo de engrandecer la colonia de algunos gobernantes en-
sancharon los dominios de la monarquía española; y, a partir del Anáhuac, con-
tinuaron las múltiples expediciones así como la llegada a los confines más remo-
tos de nuevos exploradores adelantados y pobladores peninsulares.
A lo largo de trescientos años que tuvo la existencia de la Nueva España, el
sojuzgamiento y la pacificación hicieron que, en la capital del virreinato, se en-
contraran las máximas autoridades y la fuerza militar con mayor potencia, así
como la mayor densidad de la población hispánica criolla y mestiza. A finales
del siglo XVIII la Nueva España se extendería desde las Californias por el no-
roeste; Nuevo México al norte; Nacogdoches, en Texas, al noreste y con inter-
mitencias hasta la Florida; de oriente a occidente, desde el Golfo de México, casi
en su totalidad, al Océano Pacifico; y hacia el sureste abarcaba la mayor parte de
América Central y la península yucateca.
A tres centurias de sumisión de la población colonial a la metrópoli espa-
ñola, se inician los primeros brotes de insurrección que son abortados, hasta
que la insurgencia culmina su movimiento después de una prolongada lucha
de independencia de lo que fue la Nueva España, que tiene su origen en cau-
sas relativas a los órdenes político, social y económico, entre las que destacan

CAPÍTULO V. Estudio I 350


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

la independencia de las colonias inglesas de Norteamérica, la influencia de


las doctrinas democráticas y liberales difundidas por filósofos como Voltaire,
Montesquieu, Rousseau y los enciclopedistas franceses y el triunfo de la Re-
volución Francesa, que destierra el sistema feudal prevaleciente desde la Edad
Media. El factor final fue la abdicación de Carlos IV de España en favor de
Napoleón I y el entronizamiento de su hermano José Bonaparte como monar-
ca español, lo que traerá como consecuencia la conformación de nuevas lu-
chas, nuevos ejércitos y estructuras orgánicas, nuevas acciones de guerra, nue-
vas técnicas y tácticas de operaciones.

Evolución del ejército mexicano en la lucha por la emancipación

No podemos apartarnos de las luchas del pueblo por su emancipación sin


que observemos los cambios que el ejército sufre y cómo cambia su orgánica por
la posición en tiempo y espacio; nuevo nombre y nuevas especialidades atendien-
do a la región donde trabaja: tierra, mar y posteriormente aire. Las acciones se
multiplican. Ejemplos notables son las conspiraciones de Valladolid y Queréta-
ro y los nombres de los grandes insurgentes: Hidalgo, Allende, Calleja, Mata-
moros, Galeana, Josefa Ortiz de Domínguez, Morelos, Iturbide, hombres au-
daces, con pericia, estrategas, estadistas, arrojados, excomulgados, con vocación
emancipadora, liberal y progresista. En estos hechos y hombres encontramos los
inicios de la guerra irregular, considerada como una forma de lucha armada y
también de oposición activa o pasiva, realizada generalmente por un pueblo in-
vadido o reprimido, con falta de recursos, ágil y disperso, débil contra el invasor,
concentrado y tardo. Sus operaciones no aspiran a la conquista del terreno, son
acciones auxiliares, de pica y huye, pero muy importantes en el éxito de una mi-
sión; y sus precursores son los hombres del campo, lo que llamamos orgullosa-
mente nuestras defensas rurales.

El ejército mexicano 1821-1825

A partir de estas acciones se consuman nuevos periodos de la lucha del pue-


blo de México, destinadas en sus evoluciones internas a la consolidación del
ejército, una vez consumada la independencia el 27 de septiembre de 1821. Se-
rán cruciales en este proceso hitos como la presencia del Ejército Trigarante que
ocupa la ciudad de México y se convierte en el Ejército Imperial Mexicano, la
defensa de Veracruz el 27 de octubre de 1823, la creación del ejército mexicano
y su intervención en los asuntos políticos del país y el asedio al Castillo de San
Juan de Ulúa hasta su ocupación en 1825. Empezamos a encontrar los cuadros
formados ya por los Estados Mayores y la constitución de las Unidades de Infan-
tería, Caballería, Artillería y algunos Cuerpos Especiales. Se dice que, en esta
etapa, el ejército es organizado a la española; pues conserva la escala jerárquica,
modificada únicamente con el aumento del grado de generalísimo, el corte del

CAPÍTULO V. Estudio I 351


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

uniforme, el armamento, la organización y aun las leyes de su funcionamiento,


y solo se modifican las divisas, el escudo de armas y las banderas.
La escala jerárquica continuó comprendiendo los escalones de soldado,
cabo, sargento, subteniente, teniente, capitán, sargento mayor, teniente coronel,
coronel, brigadier, mariscal de campo, teniente general y capitán general. El
uniforme fue el mismo que el español, ya con la escarapela mexicana, ornada
por círculos concéntricos verde, blanco y rojo.
El 7 de enero de 1822, se adopta por decreto para el Ejército el escudo de ar-
mas del Imperio, un nopal nacido de una peña que sale de la laguna y sobre él,
posada en el pie izquierdo, un águila con corona imperial. Además se establece
que el pabellón nacional y la bandera del ejército deberían ser tricolores, tres fa-
jas verticales con los colores verde, blanco y encarnado, dibujándose en el blanco
central un águila coronada. El día 24 de febrero, el Soberano Congreso decretó
que se adoptaba también para el Gobierno de la Nación Mexicana.

El ejército mexicano 1826-1829

En este periodo destaca la participación del ejército en la lucha por alcanzar la


verdadera libertad, la reafirmación de la independencia política y la invasión espa-
ñola en 1829. Como uno de los logros en esta época, tenemos la creación del Arma
de Ingenieros, con fecha 5 de noviembre de 1827. Esta nueva arma debería estar
conformada por un cuerpo de jefes y oficiales facultativos, que serían el órgano de
dirección; un Colegio Militar para formar a los oficiales subalternos de todas las
armas; y un Cuerpo de tropa, de esta especialidad, como órgano de ejecución, que
se denominará Brigada de Zapadores, confirmada como arma hasta julio de 1828.

El ejército mexicano 1830-1836

Este periodo se caracteriza por la participación del ejército en las luchas in-
ternas y externas por la estructura política del país, el Plan de Jalapa y la revo-
lución que acaudilló el General Guerrero, la revolución política de 1832, la re-
vuelta de Arista y Durán, la campaña contra los milicianos cívicos de Zacatecas
y la primera campaña de Texas. Es igualmente significativa la creación de varios
batallones cívicos en la capital de México, cuando se sembró el rumor de que se-
ría abolido el ejército y se produce la sublevación de las tropas por los desórde-
nes provocados que pretendían reformas trascendentales de carácter religioso.
En esta confrontación, los texanos celebraron una convención en Austin, don-
de, con fecha 3 de noviembre de 1835, se lanzó un manifiesto declarando que
Texas sostenía los principios de la Constitución Federal de 1824, que se separaba
de la Unión, que no reconocía ningún derecho a las autoridades nominales de la
República Mexicana para gobernar dentro de los límites de Texas y que no cesaría
de hacer la guerra a esas autoridades mientras sus tropas permanecieran en territo-
rio texano. Las ambiciones expansionistas de los Estados Unidos siempre presen-
tes implicaban al ejército mexicano en nuevas acciones bélicas.

CAPÍTULO V. Estudio I 352


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

En la acción bélica en Texas, la orden de ataque del general Juan Valentín


Amador, como general mayor del Ejército de Operaciones en El Álamo, terminó
con el párrafo siguiente:
Interesándose como se interesa el honor de la Nación y del Ejército, contra los
osados extranjeros que tenemos al frente, espera S. E. el General en Jefe que cada
individuo llenara sus deberes, haciendo esfuerzos para contribuir a dar un día de
gloria a la Patria y de satisfacción al Supremo Gobierno, que sabrá recompensar las
acciones distinguidas de los valientes que componen el Ejército de Operaciones.
Las intervenciones extranjeras dejan huellas que nunca sanarán y perma-
necen en lo más interno del soldado mexicano a través de generaciones de forma
directa y permanente; pero debemos aceptar que la organización militar actual
se modificó de forma sustentable por todas estas operaciones bélicas en lo mate-
rial, humano y táctico-estratégico.

El ejército mexicano bajo el régimen centralista


del general Anastasio Bustamante 1837-1841

En este periodo se desarrollan las operaciones de la llamada Guerra de los Pas-


teles, la revolución de las Villas del Norte y la revuelta de julio de 1840; así como la
organización del ejército en 1838, 1839 y 1840; y la regeneración política de la Re-
pública y el Ejército. Este periodo es de suma importancia para las relaciones entre
México y España, ya que siendo presidente el general Anastasio Bustamante, con-
servador y del partido republicano centralista, firmó el tratado por el que España
reconocía la independencia de México el 27 de mayo de 1837, que no fue ratificado
por la reina Isabel II de España hasta el 14 de noviembre, tras haber cesado el esta-
do de guerra entre ambas naciones, hecho que ocurrió a mediados de 1837.
Como resultado de estas operaciones habrán de producirse notables trans-
formaciones en las Unidades de Infantería, Caballería, Artillería, Ingenieros y
en las escuelas de formación; así como en el armamento, vestuario y equipo. En
el adiestramiento se incorporan los servicios de salud, alimentación, zapadores y
nuevas técnicas y tácticas en el combate.

El ejército mexicano 1842-1850

En este periodo se desarrollan las operaciones siguientes: La segunda cam-


paña de Texas (1842-1844), la campaña contra Yucatán (1842-1843), la guerra
México-Estados Unidos de América (1846-1848), la reorganización del ejército
después de esta guerra y la campaña de la Sierra Gorda. Asimismo se hizo notar
el escaso poder bélico del ejército mexicano ante el poder de la Unión America-
na. El presidente Polk ponía como pretexto de la invasión, en el mensaje del 4 de
mayo de 1846 que dirigió al Senado de su país, el comienzo de las hostilidades
por parte de México. En él afirmaba que, después de reiteradas amenazas, Mé-
xico había traspasado los límites de los Estados Unidos, había invadido su terri-
torio y había derramado sangre americana en territorio americano.

CAPÍTULO V. Estudio I 353


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

La contundente invasión no se hizo esperar y el plan de guerra se llevó a


cabo. Consistía en bloquear las costas mexicanas; apoderarse de inmediato de
los estados de Nuevo México y Alta California como indemnización por origi-
nar la guerra; cubrir la frontera sur de Texas y, tomando como base de operacio-
nes el río Bravo, invadir la región noroeste de México; y alejar así las posibilida-
des de una invasión mexicana al territorio texano. Los repetidos triunfos de los
norteamericanos se hicieron sentir en todos los frentes. La derrota de las tropas
nacionales era evidente y, después de la epopeya de los niños héroes de Chapul-
tepec, las operaciones tuvieron poca importancia, iniciándose las conversaciones
para la firma del Tratado de Paz de Guadalupe (2 de febrero de 1848), cuyo cos-
to para México fue la pérdida de más de la mitad de su territorio.

El ejército mexicano desde 1852 hasta su extinción en 1860

Este periodo comprende la revuelta del Plan del Hospicio (1852), la revuelta
de Zacapoaxtla (1856) y la Guerra de Reforma (1858-1860).

Hitos en la historia del ejército mexicano

El Ejército Conservador

A partir del año 1821 podemos conceder al Ejército Nacional mexicano


su calidad de permanente. En este momento se crea una clase militar que fue
alcanzando en sucesivos años ascensos y privilegios, permitiéndole influir de
forma preponderante en la vida política del país, mediante pronunciamientos
y asonadas. Al haber estado constituido por militares profesionales, que siem-
pre trataron de conservar sus privilegios de clase oponiéndose de manera sis-
temática al progreso social del pueblo, se le conoce en la historia como Ejér-
cito Conservador.
El conservador era un militar católico recalcitrante, de carácter duro y áspe-
ro, porque tenía conciencia de pertenecer a una clase privilegiada hasta el punto
de que gozaba de un fuero particular. Era valiente, altanero y autócrata, pues en
aquel tiempo se pensaba que el valor y la audacia eran las cualidades necesarias
y suficientes para el militar. El prototipo de esta clase de militares estuvo cla-
ramente representado por la figura del general Antonio López de Santa Anna,
personaje cuyo retrato pudiera ser el que sigue: valiente como soldado, pero tor-
pe e inepto como general. Jugador y pendenciero, su nombre se pronunció en to-
das las revueltas que hubo desde 1821 hasta 1855. Fue el primero que se levan-
tó en armas a favor del sistema republicano y en contra del imperio iturbidista.
En 1829 alcanzó una victoria espectacular contra los españoles que invadieron
el país para reconquistarlo. En 1835 obtuvo un triunfo resonante sobre los mi-
licianos zacatecanos y, al año siguiente, después de capturar a sangre y fuego la
misión de El Álamo, en la ciudad de San Antonio de Béjar, persiguió al general

CAPÍTULO V. Estudio I 354


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Houston y, cuando estaba a punto de acabar con él, su negligencia y hábitos de


inseguridad lo convirtieron en derrotado y prisionero. En la Guerra de los Pas-
teles, perdió una pierna peleando contra los franceses, lo que aumentó su pres-
tigio. En la guerra contra los norteamericanos no logró ningún triunfo (se esti-
ma que pactó con el enemigo, por lo que fue protegido). En su última gestión
presidencial se convirtió en uno de los tiranos más odiados de México, estando
siempre a disposición del clero.
Se puede decir que, en el curso de nuestras luchas con enemigos extranje-
ros, los militares conservadores protagonizaron muchas acciones de heroísmo,
en las que destacaron por su valor desmedido, su serenidad y su desprecio al pe-
ligro al que estuvieron expuestos; y, en algunos casos, fueron reconocidos con
honores por el pueblo americano. El coronel de Ingenieros Rómulo Díaz de la
Vega fue un ejemplo significativo, honrado con izar el lábaro patrio en el Pala-
cio Nacional después de arriar la bandera norteamericana.

El Ejército Constitucionalista

El general de División Jesús González Ortega, con fecha 27 de diciembre


de 1860, declaró el licenciamiento del Ejército Nacional mexicano por conside-
rar que “había sido una rémora de todo adelanto social de nuestra Patria, desde
nuestra emancipación política de la metrópoli española y porque no había servi-
do, en el largo periodo de cuarenta años, sino para trastornar constantemente el
orden público”. Con lo que el Gobierno Conservador que presidía el general Mi-
ramón desapareció y la mayor parte de los generales, jefes y oficiales del ejército
acataron la disposición anterior retirándose a sus casas, aunque algunos conti-
nuaron como constitucionalistas. Así concluyó oficialmente su existencia, siendo
sustituido a partir de esa fecha por el Ejército Constitucionalista que sostenía el
gobierno del presidente Benito Juárez.
La lucha fue real. Por ello México debe un tributo de admiración y respeto
a los individuos de tropa que, con abnegación y disciplina, soportaron en silen-
cio todas las penalidades propias de la vida de campaña durante el desarrollo de
nuestras luchas propias y externas. A “Juan Soldado” que, medianamente arma-
do y pertrechado, realizó marchas notables para combatir con valor e intrepidez
y convertirse en el héroe anónimo de todas las batallas. Y a la mujer inseparable
de “Juan Soldado”, sufrida y abnegada, nuestra revolucionaria “soldadera” con
su imagen de heroína, como Leona Vicario, Josefa Ortiz de Domínguez, Maria-
na Rodríguez del Toro; o las fantásticas creaciones de la emoción artística como
“la Marieta”, “la Valentina”, “la Rielera”, “Jesusita en Chihuahua” y, en su cul-
minación, “la Adelita”:
Y si Adelita se fuera con otro,
la seguiría por tierra y por mar,
si por mar en un buque de guerra,
si por tierra en un tren militar.

CAPÍTULO V. Estudio I 355


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

El ejército mexicano 1860-1867

Este periodo corresponde a las operaciones de la Triple Alianza: Gran Bre-


taña, España y Francia; los fusilamientos de Maximiliano, Miramón y Mejía; y
la caída de México (1867).
Una de las más cruentas campañas entre compatriotas y extranjeros, vivi-
da por el ejército mexicano, fue la que se suscitó al asumir la Presidencia Benito
Juárez y haber tomado una de las más difíciles y equivocadas decisiones, la de
declarar, en Decreto de 17 de julio de 1861, la suspensión del pago de la deuda
extranjera. Esta actitud fue el pretexto que sirvió a los gobiernos de Inglaterra,
Francia y España para intervenir en México. Ante tal actitud, el Gobierno de
México tomo dos medidas: una revocar la suspensión temporal de pago de deu-
das y la otra convocar a todos los estados y grupos disidentes para que se unie-
ran al Supremo Gobierno, en defensa de la Patria. La movilización en defensa
de la Nación y del Gobierno se hizo de inmediato. A fin de organizar el mayor
número de fuerzas a la mayor brevedad, los disidentes guerrilleros suspendie-
ron sus actividades reaccionarias y ofrecieron sus servicios a la defensa del país.
Se llevaron a cabo las gestiones para los tratados diplomáticos y se logró que se
aprobaran los siguientes puntos favorables a México:
— El reconocimiento del gobierno de Juárez.
— La declaración de que las potencias respetarían la integridad y la inde-
pendencia nacionales.
— Que la negociaciones se llevaran a cabo en Orizaba y entre tanto las
fuerzas aliadas establecerían sus cuarteles en las ciudades de Córdoba, Orizaba
y Tehuacán, para escapar de las zonas del clima peligroso.
— Que, en caso de declararse rotas las relaciones, las tropas aliadas volve-
rían a los puntos que inicialmente ocupaban en la costa de Veracruz.
Para entonces ya los conservadores habían convenido y unido sus fuerzas a
la protección de las bayonetas francesas y a los deseos y ambiciones de Napoleón
III, con la seguridad de obtener un triunfo fácil.
Los representantes de Gran Bretaña y España se dieron cuenta de las ver-
daderas intenciones de los franceses, muy distintas a las estipuladas en el Tra-
tado de Londres —además de considerar que el comisario galo solapaba a
los jefes conservadores o mochos—, por lo que declararon la alianza rota; y,
al arreglarse satisfactoriamente sus respectivas reclamaciones, procedieron a
reembarcar sus tropas. Las intenciones de Napoleón III de imponer en México
una monarquía estaban abiertas y las acciones bélicas no se hicieron esperar.
La batalla del 5 de mayo abortó la predicción del conde de Lorencez a su
ministro de Guerra:
Tenemos sobre los mexicanos una tal superioridad de raza, de organización,
de disciplina, de moral y de elevación de sentimientos que pido a Vuestra Excelen-
cia que tenga a bien decir al Emperador que, desde ahora a la cabeza de sus seis mil
soldados, soy dueño de México.

CAPÍTULO V. Estudio I 356


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

En las cercanías de Puebla, el ejército francés, superior en preparación y nú-


mero, perdió la batalla. El pronóstico del presidente Juárez, publicado en el ma-
nifiesto donde se desarrollaría la defensa nacional, fue más certero:
Reconcentrado el enemigo en un punto como ahora, será débil en los demás y
diseminado será débil en todas partes. Él se vera obligado a reconocer que la Repúbli-
ca no esta encerrada en México y Zaragoza (Puebla)… Ahora se engañan lisonjeán-
dose con dominar el país, cuando apenas empiezan a palpar las enormes dificultades
de su desatentada expedición. ¿Qué pueden esperar cuando les opongamos por ejér-
cito, nuestro pueblo todo y por campo de batalla nuestro dilatado país?
El 15 de julio de 1867, previo consejo de guerra, fueron fusilados el archidu-
que Maximiliano y los generales Miguel Miramón y Tomas Mejía. Los gestos
heroicos son reconocidos. En el momento final, Maximiliano cedió el centro al
incorrupto general Miramón en reconocimiento a su valentía.
El 20 de junio de 1867, se rindió la capital al general Díaz. Fue el desenlace
de este sangriento, heroico y glorioso capítulo de la Historia del ejército mexica-
no. Restaurada la República por el triunfo definitivo de las fuerzas liberales sobre
las tropas imperialistas y el partido conservador (los mochos y el clero), que tantos
trastornos políticos, sociales, económicos y militares había causado al país, per-
mitió al presidente Benito Juárez la entrada triunfal en la capital de la República.

El Ejército mexicano 1867-1911

Esta etapa de la Historia del ejército mexicano, comprendida entre los go-
biernos del licenciado Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada (1867-1876) y
el gobierno del general Porfirio Díaz (1884-1911), no solo se dedica a la organi-
zación de la Administración de la Nación sino muy especialmente al Ejército,
cuyos efectivos —según lo expuesto por el Congreso— habían ascendido a la
cantidad de setenta mil hombres, cuyo licenciamiento se había ordenado con fe-
cha 23 de julio de 1867. En la misma sesión del Congreso se reconocieron como
beneméritos de la Patria a los generales Alejandro García, Vicente Riva Palacio,
Nicolás Regules, Ramón Corona, Mariano Escobedo y Porfirio Díaz, de quie-
nes se exaltó que jamás dudaron de las finalidades de la causa del Gobierno,
considerándolos un modelo de fidelidad a las instituciones y de obediencia al
presidente de la República. Habiendo cesado las graves y críticas circunstancias
por las que la Nación tuvo que atravesar para repeler la injusta invasión extran-
jera, en la que, para hacer eficaz defensa, se delegaron facultades discrecionales
a los generales en acción, con esta misma fecha quedaban derogadas.
La disolución del ejército fue vista por la opinión pública como una determina-
ción trascendente en el futuro de la Nación. A fin de moderar los efectos del licen-
ciamiento de tan numerosos elementos se ordenó a los gobiernos de los estados que
se abocaran al reclutamiento de estos en la organización de la Policía y la Guardia
Nacional. Se dedicó especial atención a la reorganización de las fuerzas que queda-
ron en activo, las que con verdadera lealtad se dedicaron a consolidar la paz.

CAPÍTULO V. Estudio I 357


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Durante el gobierno del general Porfirio Díaz, se advirtió la necesidad de


una adecuada composición del ejército en función primordial de las condiciones
económicas y financieras de la Nación así en sus efectivos como en su distribu-
ción en el territorio nacional con el fin de conservar el orden interno y externo
de la Nación. En esta época se hizo posible la creación de la Comisión Geográ-
fico-Exploradora, el Cuerpo Especial de Estado Mayor, la Escuela Práctico-Mé-
dica Militar y la transformación del Colegio Militar.
En el largo periodo de gobierno del presidente general Porfirio Díaz, el
Ejército tuvo el apoyo total en la conformación de los cimientos de una estruc-
tura moral, intelectual y material. Así mismo puede afirmarse que la composi-
ción de las Fuerzas Armadas fue objeto de una intensa búsqueda científica en
la época y una acuciosa superación en los aspectos de disposición reglamentaria
para lograr una sólida disciplina militar, un profundo sentido de obediencia y
una entrega espiritual absoluta a los fines del Ejército.
Se hicieron prácticas las prevenciones en la ordenanza general del Ejército
y los códigos de Justicia Penal Militar, como basamentos esenciales para erigir
el Cuerpo Físico del Instituto Armado. En el aspecto intelectual se procedió al
cuidadoso mantenimiento y elevación de la preparación profesional del Cuerpo
de Estado Mayor, el de Ingenieros y Técnicos de Artillería. Se creó el Servicio
Militar Obligatorio en el año 1903. A efecto de establecer los cuadros del pie de
guerra, previos a los requisitos constitucionales, esta disposición hubo que de-
jarse pendiente por motivos ajenos al Ejército. Apareció el primer ejemplar de la
Revista del Ejército y la Marina, publicación que llenó un vacío de no escasa im-
portancia y trascendencia para aquella época.
La distribución del Ejército en 1891 era la siguiente:
— Cuerpo Especial de Estado Mayor.
— Cuerpo de Ingenieros y Colegio Militar.
— Cuerpo de Artillería. Establecimientos de fabricación de material de guerra.
— Armada Nacional.
— Infantería.
— Caballería.
— Tribunales y Policía Militar.
— Servicio Médico Militar.
— Batallón de inválidos y depósito de jefes y oficiales en disponibilidad.
Para las Fuerzas Armadas actuales, el general Porfirio Díaz, en su gestión
como presidente de México y mando supremo del Ejército, es el gran precur-
sor de los grandes adelantos. Aseguró el control del Estado, con la resolución
de vitales problemas nacionales, centralizó el poder y logró la paz y estabili-
dad de la Nación durante un dilatado periodo. Nuestro respeto y admiración
por su conducta de guerra al evitar el enfrentamiento entre compatriotas, to-
mar la decisión de renunciar a su mandato y aceptar el exilio evitando una
nueva lucha.

CAPÍTULO V. Estudio I 358


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

El capitán Antonio García Pérez

La obra del Antonio García está inspirada en el concierto de la gran estruc-


tura del Ejército que nos legó el gran general Porfirio Díaz. En el ofrecimiento
de su obra al general de División Bernardo Reyes manifiesta que, como secreta-
rio de Guerra y Marina, logró grandes ventajas. Su personalidad se hizo sentir
en lo administrativo y en lo técnico. Contaba tanto con la simpatía de los sol-
dados como de los altos mandos. Entre sus logros se encuentran el aumento del
sueldo de la tropa; se mejoró la calidad de la comida (rancho) y las condiciones
de los cuarteles; se humanizó el trato personal hacia los subordinados, con el
debido respeto a la disciplina; se multiplicaron los ejercicios de instrucción, las
maniobras y las academias a los oficiales; se moralizó la administración militar
y se hicieron efectivas las visitas de inspección. Asimismo se organizó la segunda
reserva con objeto de formar oficiales en caso de guerra, sin perjuicio de apro-
vecharla en tiempo de paz. Esto despertó gran entusiasmo en las nuevas gene-
raciones de intelectuales. Los empleados públicos, los profesionistas y un buen
número de gente de la clase media se alistaron en esta “segunda reserva” con-
tando con más de veinte mil reservistas tan solo en la capital. Y con Bernardo
Reyes compartió su estadía el capitán de Infantería, con diploma de Estado Ma-
yor, Antonio García Pérez.
El Ejército ha de continuar su lucha popular con un veredicto inapelable:
no descansar hasta que no se logre la plena reivindicación social. Para ello, crea
instituciones. Con responsabilidades elevadas y una visión integrada de las aris-
tas militares en la vida nacional, el conjunto de hombres que lo integran forjan
la historia con honor y gallardía. El proceso de transformación del ejército mexi-
cano continúa desarrollándose en una nueva etapa: la Revolución de México, la
gran gesta del pueblo mexicano hasta nuestros días, otra epopeya que merece
atención especial y aparte.

CAPÍTULO V. Estudio I 359


360
Estudio II

Soldados de Méjico:
Estampas militares de España y América

José Manuel Guerrero Acosta


Teniente coronel. Instituto de Historia y Cultura Militar del Ejército español

El mundo cede y se desploma


como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto
y quedo frente a ti,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
contra invisibles huestes...
Octavio Paz

Introducción

A partir del último tercio del XIX, Antonio García Pérez desarrolló una
extensa obra literaria, que comprende, entre otros muchos, ocho trabajos rela-
cionados con la historia de América y tres sobre la de Méjico. Una muestra de
la sensibilidad del autor, como puede comprobarse leyendo estos y otras de sus
publicaciones, es su interés por la figura del soldado y por su formación, moral y
bienestar. En sus publicaciones se aprecia su afán por proporcionar datos deta-
llados de las operaciones, las bajas, los enfermos y otras vicisitudes de los comba-
tientes. También se palpa esta inquietud en sus artículos que tratan de la mejora
de las condiciones de vida y moral del soldado, inquietud compartida con algu-

CAPÍTULO V. Estudio II 361


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

nos oficiales del ejército de fines del novecientos y otros tratadistas militares de la
época. Esta sensibilidad humana, social y cultural se aprecia también repasando
su trayectoria militar, y se demostraría especialmente durante sus años docentes
y su estancia en Cáceres ostentando el cargo de coronel jefe del Regimiento de
Infantería Segovia núm. 7.
Nuestro prolífico escritor publicó un estudio sobre la invasión norteamerica-
na de 1846 y la consiguiente guerra que ensangrentó el suelo mejicano durante dos
largos años. Así mismo, publicó un par de detallados estudios sobre la intervención
hispano-anglo-francesa de 1861, que desembocaría en la creación del fugaz impe-
rio de Maximiliano de Habsburgo. Uno de ellos trata en detalle de las operaciones
político militares desarrolladas por el general Prim y las tropas españolas desde su
desembarco en Veracruz hasta su retirada en 1862. Otro de sus trabajos, publicado
en forma de opúsculo o folleto, trató sobre la organización del ejército de finales del
siglo XIX, gracias a los datos que recogió del historiador mejicano Bernardo Reyes,
ministro de Guerra y Marina en 1902 y autor de El Ejército Mexicano.
Sin embargo, la obra de García Pérez relativa a Méjico carece completamen-
te de iconografía. En realidad, las imágenes de tipos militares de esa nación son
muy poco conocidas en Europa. Solo gracias a algunos modernos trabajos, como
los de Hefter o Chartrand, la del grupo de investigadores “Company of military
historians” o la más reciente de Báez, es posible contemplar el rostro y la apa-
riencia de aquellos sufridos soldados. Eran campesinos mestizos e indígenas en
su mayor parte, que lucharon, sufrieron y llevaron sobre sus hombros el peso de
los numerosos conflictos que durante el convulso siglo XIX configuraron lo que
hoy conocemos como los Estados Unidos Mexicanos. Muchos fueron, como ve-
remos, los puntos comunes tanto en la organización, como en el aspecto, de los
ejércitos de España y Méjico durante el siglo XIX.

Del héroe aristocrático al héroe nacional

La historiografía y las artes en general en la cultura occidental han relega-


do tradicionalmente al elemento humano de los ejércitos al papel de mera figura
secundaria en los grandes relatos épicos o en la historia de las batallas. Solamen-
te a partir del primer tercio del siglo XIX, con el auge del romanticismo en todas
las expresiones de la cultura, comienza a aparecer la figura del héroe del pueblo,
en contraposición con el héroe aristocrático que hasta entonces ocupaba el pri-
mer plano en los lienzos y en las páginas de los relatos de historia.
La revolución francesa produjo una nueva élite de líderes populares que los
artistas se apresuraron a representar gráficamente. Al lado de figuras como la
de Napoleón Bonaparte, empiezan a cobrar mayor protagonismo en cuadros y
grabados las figuras de los hombres y las mujeres que, con su sacrificio, los ayu-
daron a encumbrarse en el poder. Así, en la obra de los grandes pintores del Im-
perio francés —David, Gerard, Lejeune o Gros— podemos contemplar a los

CAPÍTULO V. Estudio II 362


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

granaderos, los húsares o los soldados rasos de la infantería, glorificados en la


lucha, venciendo y muriendo junto a su emperador.
En esa misma época, pero en el bando contrario, en las estampas patrióticas
que representan la lucha de los españoles contra el invasor francés, los protagonis-
tas indiscutibles son el pueblo, los chisperos y manolas de los barrios madrileños
del dos de mayo o los zaragozanos que combaten entre las ruinas de su ciudad.
Otro tanto cabe decir de las geniales pinturas o grabados realizados por Goya para
denunciar las miserias y los horrores de la guerra o para reivindicar el valor del
pueblo madrileño en la Puerta del Sol o en la montaña del Príncipe Pío en 1808.
La toma de conciencia del hecho trascendental que significó para miles de
mujeres y hombres el paso de súbditos a ciudadanos, una vez que se había de-
rribado el poder absoluto de los monarcas, se produjo en España en el primer
tercio del siglo XIX. En nuestro país se fraguó en las Cortes de Cádiz, en ple-
na guerra contra la invasión napoleónica, y sus ecos pronto se hicieron sentir en
las provincias de América. Sin embargo, para grandes sectores de la población,
en ambas orillas del Océano, nada cambió sustancialmente. Las condiciones de
vida siguieron siendo paupérrimas y solo algunos lentos avances sociales fueron
consiguiéndose gradualmente a finales del siglo XIX. Pero el nuevo concepto de
nación, sobre todo con el triunfo de las ideas liberales o reformistas de la década
de los sesenta, no podía ni quería ignorar más a aquellos a los que debía servir y
que constituían la esencia misma de la nación y de sus instituciones. Aparecie-
ron las grandes pinturas de historia, con creaciones que se enmarcaron dentro
de alguna de las corrientes en boga en la época, el romanticismo y el neoclasicis-
mo, en las que definitivamente, bien representados en solitario en algunas oca-
siones, como junto a los líderes nacionales en otras, protagonistas indiscutibles
serían ya el ciudadano en armas y el soldado del Ejército Nacional.
En este trabajo trataremos de aproximarnos a la imagen de aquellos solda-
dos y las circunstancias en que vivieron, combatieron y entraron a formar parte
de la historia.

El ejército virreinal

Los soldados presidiales son del país, más aptos que el Europeo para esa gue-
rra, siendo preocupación de estos últimos creer que a los Americanos les falta el es-
píritu y la generosidad para las armas, atendiendo a que en todas las épocas y na-
ciones la guerra ha hecho valientes, y la inacción cobardes….
Bernardo de Gálvez, Virrey de Nueva España, 1785.
Para aproximarnos a la imagen y la cultura material de aquel ejército es
preciso acercarnos también a sus orígenes. Y estos se encuentran indefectible-
mente unidos desde el siglo XVI a la presencia española. Durante más de tres
siglos, España primero exploró y conquistó, y administró y evangelizó después,
los inmensos dominios que constituían lo que se llamó el virreinato de Nueva
España. Con el declive del poder de la Corona, y la pujanza de otras potencias

CAPÍTULO V. Estudio II 363


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

europeas, las posesiones americanas fueron objeto cada vez de un mayor núme-
ro de incursiones de los enemigos de la monarquía hispánica. En el escenario
marítimo, estos fueron Holanda y principalmente Inglaterra, mientras que por
la frontera norte —la única amenazada por tierra— lo constituyeron, en un pri-
mer tiempo, Francia y, más tarde, los colonos angloamericanos. Mención aparte
merecen las tribus de indios hostiles que nomadeaban por aquellos lejanos terri-
torios y que mantuvieron en constante alerta a las tropas de la frontera, los pre-
sidiales, denominados así por vivir en la línea de fuertes o presidios que guarne-
cían la frontera y protegían rancherías y misiones.
La defensa de las Yndias —según lenguaje de la época— recayó inicial-
mente en pequeños destacamentos de hombres de armas que custodiaban las
primeras ciudades, puertos y establecimientos comerciales. Méjico, Veracruz,
Portobelo, Cartagena de Indias o La Habana contaban con reducidas guarni-
ciones y escasas defensas. Con el auge de los ataques de piratas y corsarios, la
Corona y sus representantes en ultramar —los virreyes— fueron profesiona-
lizando sus fuerzas militares. Desde mediados del siglo XVII hasta mediados
del XVIII tuvieron lugar graves ataques que produjeron la pérdida de algunas
de las plazas más importantes de las posesiones españolas en el Nuevo Mundo,
unas veces de forma definitiva, como la de Jamaica en 1665, o temporalmente
como el caso de La Habana en 1762. A partir de entonces, la Corona realizó un
gigantesco esfuerzo para organizar un sistema defensivo que pudiera evitar fu-
turas pérdidas territoriales y los saqueos y depredaciones de bucaneros y de los
corsarios británicos.
Este sistema defensivo constaba de tres pilares fundamentales: los navíos de
la Armada, las fortificaciones de las plazas importantes para el tráfico marítimo
—las denominadas Llaves de la América hispana— y las tropas del ejército. El
intenso programa de reformas borbónicas comprendió tanto la administración
civil como la militar. La parte política estuvo a cargo del ministro José de Gál-
vez, mientras que la defensiva se llevó a cabo por destacados militares, como los
generales O’Reilly en Cuba o Cisneros en Nueva España, quienes se ocuparon
de la reorganización de tropas y guarniciones y de dotarlas de reglamentos mo-
dernos. Por su parte los miembros del Real Cuerpo de Ingenieros Militares crea-
ron imponentes fortificaciones abaluartadas, que hoy día constituyen un impre-
sionante patrimonio cultural, único en el mundo.
En cuanto a las tropas del ejército, estaban constituidas por tres tipos di-
ferentes de unidades: Los cuerpos fijos o veteranos, las milicias y los cuerpos de
refuerzo que se enviaban desde la metrópoli periódicamente. Los efectivos de
los fijos eran todos profesionales. En un primer tiempo, europeos y enseguida
criollos, mientras que los oficiales y sargentos fueron mayoritariamente euro-
peos. En las milicias había oficiales criollos y europeos, muchos no profesiona-
les, mientras que la tropa era americana, incluyendo pardos (mestizos) o negros,
pero en unidades separadas, y que solo actuaban en caso de alarma para apoyar

CAPÍTULO V. Estudio II 364


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

a los fijos. Los cuerpos de refuerzo estaban constituidos por europeos, eran ba-
tallones o regimientos completos del Real Ejército, que se transportaban al otro
lado del océano a bordo de navíos mercantes o de la propia Real Armada, que
zarpaban generalmente del puerto de Cádiz.
Esta organización defensiva hubo de afrontar muchos problemas. Por su-
puesto, uno de los más importantes sería su financiación, tanto del personal
como de las armas y los equipamientos, siempre insuficientemente dotados.
Otro sería el relativo al enorme complejo burocrático que requería. Otro no
menos importante fue la escasa calidad de los soldados, pues las duras condi-
ciones de la vida militar nunca resultaron atractivas ni para europeos ni ame-
ricanos: Sueldos escasos y siempre atrasados, corrupción administrativa —
consustancial a todos los sectores de la administración de la época, pero más
acusada en Ultramar— equipo y vestuario inapropiado para el servicio, disci-
plina rígida, incomodidad de las guardias y destacamentos, y el omnipresente
riesgo de morir, o caer herido o enfermo en combate. A pesar de los beneficios
que otorgaba el fuero militar, que concedía a oficiales y soldados el derecho
a una justicia y a una serie de prerrogativas especiales, el reclutamiento fue
siempre insuficiente. Enseguida hubo de abrirse las puertas a todas las castas,
especialmente en las milicias, que habían cobrado un importante papel en la
protección de las extensas fronteras y de las múltiples plazas fuertes. En cuan-
to a la oficialidad, contaría cada vez con mayor número de criollos, pues tener
un grado militar traía aparejado un innegable prestigio en la sociedad esta-
mental europea del dieciocho y más en la americana, lo que lo hacía deseable
para muchos americanos.
No obstante todas las dificultades, el sistema se demostró eficaz pues, desde
su implantación hasta los conflictos independentistas, las posesiones de la Co-
rona no sufrieron pérdidas territoriales por la fuerza reseñables. Se rechazaron
ataques a Puerto Rico y Cuba. Se recuperaron a los ingleses las plazas de Flori-
da y Luisiana, y se les expulsó de las Bahamas y Centroamérica durante la Gue-
rra de Independencia de los EE.UU.
Mientras tanto, en la frontera norte, las tropas que guarnecían la línea de
presidios fronterizos, los soldados de cuera, llevaron con abnegación un combate
incesante contra los esquivos chichimecas, como llamaban los aztecas a los apa-
ches y comanches de la zona norte, así como contra los intentos de establecerse
en el territorio que llevaban a cabo aventureros norteamericanos. Estos soldados
y sus familias, junto con los indios y los misioneros, formaron la base social de
los estados mexicanos de Sonora, Coahuila, Nuevo León y los estadounidenses
de Nuevo México o Texas y son muchas las familias actuales que descienden de
ellos. En los manuscritos de relatos de los siglos pasados se pueden encontrar
apellidos como Ramón, Galán, Villarreal, Menchaca, Valdés, Garza, Múzquiz,
Maldonado, Rodríguez, Burciaga, Cadena, Fuentes, Orozco, Delgado, etc., muy
comunes en toda esta región.

CAPÍTULO V. Estudio II 365


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Dibujos para el rey

Las representaciones gráficas de los soldados del virreinato mejicano son


abundantes, en consonancia con la importancia de lo que España en 1810 consi-
deraba “en aquel vasto imperio el más opulento de sus dominios” (Regencia de Es-
paña: julio de 1810). Tanto en el Archivo General de Indias de Sevilla como en los
archivos americanos se conserva un elevado número de dibujos con los diseños de
los uniformes americanos. Estos se enviaban a la corte por los capitanes generales
para su aprobación por S. M. el Rey, como comandante en jefe que era del Ejér-
cito. En el caso del Archivo General de la Nación de México, D. F., se conservan
tanto dibujos de las tropas de los cuerpos fijos como de las de las milicias de Nueva
España. Los diseños correspondientes a estas últimas sobre todo conforman una
iconografía única y diferenciadora, y da idea de lo que fue la riqueza y la originali-
dad cultural del traje militar mejicano antes y después de la independencia.
Un signo que diferenciaba el uniforme de ultramar del europeo era que para
su confección se utilizaban tejidos ligeros —algodón o lino— para las zonas tro-
picales, mientras que la hechura de las casacas, calzones, sombreros y demás pren-
das eran prácticamente idénticas a las utilizadas en la Península. Aunque el solda-
do de los cuerpos fijos, y generalmente también el de las unidades peninsulares de
refuerzo, recibía una casaca de lienzo blanco para el calor, también debía vestir otra
de paño para formaciones de gala o en las ocasiones solemnes (Guerrero: 1998). En
cuanto al colorido de las casacas de paño, de sus bocamangas, solapas, vivos, etc.,
seguía exactamente la ordenanza correspondiente. En el caso de la milicia provin-
cial peninsular, y lo mismo para la de ultramar, se unificó a finales del siglo XVIII,
decretándose que debían vestir casaca de color azul con vueltas encarnadas. En
cuanto a las milicias urbanas o las numerosísimas unidades de milicias de caballería
o infantería repartidas por todo el territorio mejicano, se demostró imposible, logís-
tica y financieramente, dotar a todos los soldados de uniforme, por lo que era muy
común que vistiesen para servicio el traje del país, adornado de algún signo iden-
tificativo. Por ejemplo, el Archivo General de la Nación, en México D. F., conserva
una ilustración del uniforme de un artillero miliciano a caballo, en el que el solda-
do, sobre el traje del país, viste una capa de paño azul con curiosos adornos y con
la leyenda Artillería a Caballo pintada en una cartela situada en su tercio superior.
Uno de los regimientos más importantes por su actuación en la historia del
virreinato fue el Regimiento de la Corona de Nueva España, del que se con-
servan en el Archivo General de Indias todos los diseños de sus uniformes y su
bandera. Esta unidad estuvo de guarnición en los puntos más importantes del
virreinato y combatió incesantemente desde su creación hasta las campañas de
la independencia. Su uniforme azul con vueltas encarnadas fue adoptado pro-
bablemente como modelo por el ejército de George Washington en 1780, al que
la Corona española ayudó en su lucha contra los británicos suministrando, entre
otros efectos, miles de uniformes de manera encubierta (Guerrero: 2003).

CAPÍTULO V. Estudio II 366


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Los soldados presidiales de las Provincias Internas -la frontera norte- ves-
tían con unas prendas muy características, diseñadas para facilitar la vida del
soldado y defenderlo de las lanzas y flechas de los apaches durante sus frecuen-
tes cabalgadas por aquellos territorios. Utilizaban la cuera y la adarga. La prime-
ra era una especie de chaleco largo confeccionado en cuero de vaca o de buey,
mientras que la segunda era un escudo que se construía prensando y cosiendo
varias capas también de cuero. Parece que el origen de ambas se debe a los ára-
bes, aunque fue adoptado por los guerreros cristianos peninsulares. Los coletos
o chaquetas de cuero y las adargas se llevaban por infantes y jinetes respectiva-
mente, aunque caerían en desuso a finales del siglo XVII, con el predominio de
las armas de fuego que acabó con el soldado renacentista. En aquellos hostiles
territorios de Nueva España se demostraría muy eficaz contra lo que fue el más
peligroso y más persistente enemigo indígena del Nuevo Mundo, que utilizaba
fundamentalmente armas blancas. De ahí surgió el nombre de estas tropas, sol-
dados de cuera, o simplemente los cuera. El reglamento de 1772 estableció como
uniforme de estas tropas una casaca corta de paño azul con cuello y bocaman-
gas encarnadas —el mismo colorido que las casacas de las milicias— que se
vestía para solemnidades o debajo de la cuera, y dio continuidad al uso de un
sombrero de ala ancha y copa corta, de uso tradicional en Méjico, que se venía
empleando tradicionalmente por ser muy práctico para defenderse de las incle-
mencias del tiempo. La cuera se iría acortando en longitud, entrando gradual-
mente en desuso a medida que entre los indios aumentó el uso de armas de fue-
go. Esta imagen sería la típica de muchas de las tropas de caballería mejicana
durante largos años, como puede verse en las estampas y pinturas realizadas en
Méjico durante la primera mitad del siglo XIX.

La transición hacia la independencia

La importancia del virreinato de Nueva España no la constituía solo su eleva-


da demografía sino su economía. El país era una fuente de riqueza para la Coro-
na, que se enviaba periódicamente hacia la Península, tanto en forma de materias
primas o manufacturadas como en monedas de plata y oro. De hecho, en plena
guerra contra la invasión napoleónica de España, la Junta Central que actuaba en
nombre del secuestrado rey Fernando VII desde octubre de 1808 —sustituida a
partir de marzo de 1810 por la Regencia y las Cortes— consiguió financiar los gas-
tos de guerra en una gran parte gracias a los envíos de caudales de América. Como
había ocurrido en otros momentos históricos, se recolectaron donativos volunta-
rios entre todas las clases sociales y castas americanas, y se enviaron en forma de
pesos, de alhajas, de sacos de cacao, de azúcar, de zapatos o de añil. Curiosamente
en marzo de 1809 las fragatas de la Armada británica, ahora convertida en aliada
de España, HMS Diamante y HMS Melpómene, transportaron desde Veracruz tres
millones y medio de pesos hacia Cádiz (Lucena: 2010, 78).

CAPÍTULO V. Estudio II 367


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Las circunstancias en que se desarrolló el proceso político militar que des-


embocaría en la independencia de México fueron completamente diferentes a
las del resto de los virreinatos que dieron lugar a la emancipación de la Améri-
ca española. Podría hablarse básicamente de un proceso menos traumático en
sus orígenes, aunque no exento de violencia, del experimentado por ejemplo en
Nueva Granada o en el Perú.
En el año 1810, Nueva España contaba con una población de unos siete mi-
llones de almas, un número notable si se tiene en cuenta que la metrópoli con-
taba con algo más de diez millones según los datos del censo de Godoy de prin-
cipios de siglo. De estos, sesenta mil eran europeos, ochocientos mil criollos de
todas las castas y el resto, es decir, más del ochenta por ciento de la población,
eran indios y mestizos (Regencia de España: 5 de mayo de 1810).
Como en todas las sociedades americanas de principios del siglo XIX, los
criollos habían ido escalando lentamente puestos en la estructura administrati-
va, social y económica a la par que en el nivel cultural. Su acceso a la oficialidad
en las unidades fijas y veteranas, a pesar del escaso atractivo de la vida militar,
les permitió escalar posiciones en el ámbito social. Las nuevas ideas procedentes
de la revolución norteamericana o la francesa impregnaron la ideología de los
más políticamente inquietos. Pronto el deseo de ocupar los puestos, hasta ahora
reservados a la elite europea en el Nuevo Mundo, aunó las voluntades de la ma-
yoría de los criollos, a los que el vacío de poder que produjo la invasión napoleó-
nica dio una oportunidad de oro.
Curiosamente en Nueva España sería un grupo de españoles europeos o ga-
chupines quienes obligaron a dejar el trono al virrey Iturrigaray acusándolo de falta
de resolución ante los movimientos criollos en 1808. Sectores del bajo clero se mo-
vilizaron contra la Corona por el miedo a la pérdida de sus privilegios que habían
introducido las medidas desamortizadoras de Godoy de 1805. La caída de la Junta
Central al completar los franceses la invasión de prácticamente toda la península
en 1810, salvo la plaza de Cádiz y la Isla de León, creó un nuevo vacío de poder. El
establecimiento de la Regencia ese mismo año y las medidas liberales de las Cortes
de Cádiz poco después tuvieron en América hondas repercusiones. A continua-
ción, se sucederían los acontecimientos a un ritmo vertiginoso para lo acostum-
brado en unos territorios donde la estabilidad era la norma. Un intento de junta de
gobierno compuesta por criollos, que se había autoproclamado en Valladolid, fue
disuelta por las autoridades. Otra conspiración formada en Querétaro por un gru-
po de oficiales, hacendados y clérigos en su mayoría también criollos, fue descu-
bierta, precipitando el llamado “Grito de Dolores” el 16 de septiembre de 1810, por
el que el cura Hidalgo llamó a la sublevación abierta contra los gachupines. Bajo el
estandarte de la Virgen de Guadalupe, y apoyado por algunos criollos como el co-
mandante de milicias Allende o el jurista Aldama, Hidalgo reunió a unos seiscien-
tos indios y avanzó hacia Valladolid. Se le unieron algunos cuerpos de milicias,
como las de Valladolid o Celaya, y los Dragones de la Reina y de Michoacán. Sus

CAPÍTULO V. Estudio II 368


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

efectivos fueron creciendo hasta llegar entorno a los ochenta mil hombres a finales
de octubre, de los cuales apenas cuatro mil eran tropas regulares. El resto iba ar-
mado con machetes, piedras, palos y flechas. Avanzaron hacia la capital, saquean-
do e incendiando propiedades de criollos o gachupines indiscriminadamente. Esta
violencia desatada por los indígenas alertó y movilizó a una mayoría de los criollos
que cerrarían filas en torno a las autoridades realistas para oponerse a Hidalgo.
A pesar de batir a las unidades realistas que el virrey Venegas envió contra él,
la perspectiva de nuevos combates contra las unidades que defendían la capital
y las que se aproximaban a marchas forzadas hizo decidir la retirada a Hidalgo,
tras un combate indeciso en el Monte de las Cruces, cerca de México. Los subleva-
dos se retiraron hacia Valladolid y Guadalajara. El virrey envió entonces todas las
fuerzas disponibles bajo el mando de Félix María Calleja, un brigadier nacido en
la península y curtido en las campañas europeas, y en la lucha contra indios y fili-
busteros en Tejas. Calleja derrotó a Hidalgo primero en Aculco, en noviembre de
1810, a pesar de que su ejército se componía de solo unos ocho mil hombres, con
una mayoría de mestizos y criollos con apenas instrucción y experiencia. La mejor
disciplina, armamento, equipamiento y táctica, unida a la competencia militar de
algunos de sus mandos y el liderazgo de Calleja, proporcionaron al llamado “Ejér-
cito de operaciones del Centro” la superioridad en campo abierto ante los suble-
vados. Avanzando hacia Valladolid aplastó definitivamente al inmenso ejército de
Hidalgo y Allende —más de veinte mil jinetes y sesenta mil infantes con casi un
centenar de piezas de artillería— en Puente de Calderón, el 17 de enero de 1811.
Otro tanto ocurrió con su sucesor, el también sacerdote José María Morelos.
En unión de algunos líderes criollos, movilizó a gran número de indios, aprove-
chando su ascendiente religioso ante ellos, como había hecho también Hidalgo.
Supo atizar convenientemente el descontento de unas castas que sufrían desde ha-
cía años penurias causadas por las malas cosechas —sobre todo la de 1809—, las
arbitrariedades de administradores y hacendados, las privaciones de sus tierras y
el declive de la actividad minera y textil, prometiéndoles la abolición de la escla-
vitud y el aborrecido tributo indígena. Aprovechando que en el sur apenas había
tropas de milicias, durante los dos años siguientes deambuló por aquellas provin-
cias y Tierra Caliente, practicando la guerra irregular. A mediados de 1814, More-
los ocupó Acapulco y constituyó un congreso rebelde en Chipalcingo, que elabo-
ró una constitución. Pero las tropas realistas, ahora al mando del teniente coronel
criollo Agustín de Iturbide, combatirían sin tregua contra él y provocarían a larga
que lo fueran abandonando gran parte de sus seguidores, algunos de los cuales se
pasaron al bando realista. Fue derrotado finalmente en noviembre de 1815 y ajus-
ticiado, como había ocurrido con Hidalgo, Aldama y Allende cuatro años antes.
El siguiente intento serio de sublevación sería el protagonizado por Javier
Mina Larrea, guerrillero navarro, sobrino del famoso Espoz y Mina, y que había
creado el Corso Terrestre de Navarra bajo el mando del general Areizaga para
luchar contra los franceses, aunque fue prontamente tomado prisionero por es-

CAPÍTULO V. Estudio II 369


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

tos. Mina el Mozo, como era también conocido, llegó a nueva España en abril
de 1817, procedente de Inglaterra, con financiación británica y de comercian-
tes norteamericanos, desembarcando cerca de un lugar recurrente en la historia
mejicana, Tamaulipas, para combatir el absolutismo del repuesto Fernando VII.
Su campaña fue corta, pues sus exiguas fuerzas fueron aplastadas por el maris-
cal Liñán, mientras que Mina fue capturado por el coronel Orrantia y después
fusilado el 11 de noviembre de 1817.
Guerrero, uno de los seguidores de Morelos, recogió a la muerte de este el tes-
tigo de la sublevación y, fiel a los principios del congreso de Chipalcingo, desarro-
lló una guerra de guerrillas que siempre se había demostrado más eficaz que unos
combates a campo abierto librados con tropas sin apenas preparación y equipa-
miento. Desde 1816 hasta 1821 mantuvo la resistencia en las montañas del sur, de-
rrotando en varias ocasiones a los realistas, pero sin conseguir resultados decisivos.
Pero la situación daría un vuelco inesperado en 1821, cuando como conse-
cuencia del levantamiento en la Península de Riego y del ejército preparado para
ser enviado a combatir las insurrecciones suramericanas, se instauró un régimen
liberal que restauró la Constitución de 1812. Las élites criollas y europeas de Nue-
va España se movilizaron una vez más, ahora decididos a lograr un autogobier-
no independiente de la metrópoli que les permitiera conservar sus privilegios, esta
vez amenazados por el liberalismo. De nuevo entró en escena Iturbide, converti-
do en el principal líder militar nombrado por el virrey Apodaca. Tras una serie de
movimientos por ambos bandos, Iturbide convenció a Guerrero para que firmara
el 24 de febrero de 1821 un tratado de paz, el Plan de Iguala, cuyo trasfondo era
conseguir el control de todas las fuerzas militares y avanzar hacia el autogobier-
no, teóricamente bajo la monarquía de Fernando VII o un príncipe de la dinas-
tía. Continuando con un doble juego, Iturbide consiguió el refrendo del virrey. De
esta manera obtuvo el mando de todas las fuerzas militares insurrectas y realis-
tas, denominadas ahora el Ejército de las tres garantías —religión, independencia y
unión— salvo un puñado de unidades del ejército de refuerzo que se hallaban en
torno a la capital. Poco después llegaba desde Cádiz como nuevo virrey el general
O’Donojú, partidario del liberalismo, quién apenas traía un puñado de soldados y
que ni por ideología ni en la práctica podía cambiar demasiado la situación. Con
las últimas tropas realistas en franca desmoralización, O’Donojú aceptó el Plan
de Iguala, y el Ejército Trigarante entró en la capital el 27 de julio de 1821. Ter-
minaba así oficialmente el dominio de España y comenzaba la existencia del Mé-
jico independiente. Su primer mandatario sería el propio Iturbide, coronado em-
perador de México. Como todos los movimientos independentistas americanos, la
independencia en realidad supuso el ascenso de una élite social, los criollos, para
sustituir a la élite anterior, los españoles.
Pero la situación social y política distaba mucho de estabilizarse, producién-
dose el primer sobresalto en marzo de 1823, cuando el general Antonio López
de Santa Anna se levantaba en Veracruz proclamando la república.

CAPÍTULO V. Estudio II 370


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Imágenes de los soldados de la independencia

No contamos con demasiadas representaciones coetáneas de las fuerzas mi-


litares de la época de la independencia. En el Archivo General de México se
conservan algunos diseños de unidades realistas vestidas y equipadas en el vi-
rreinato, como las del Regimiento de Infantería de Lobera o de los Patriotas de
Michoacán, así como los diseños de un par de escudos de distinción concedidos
a las fuerzas realistas por acciones de combate. En la Biblioteca del Palacio Real
de Madrid se conserva un espléndido álbum manuscrito, obra del coronel suizo
Theubet de Beauchamp, quien dibujó paisajes y tipos de la sociedad mejicana
entre 1810 y 1827. Probablemente es el testimonio iconográfico más valioso sobre
el aspecto de civiles y militares del México de la época y recoge detalladas imá-
genes, tanto de tipos de soldados realistas como indígenas e independentistas.
Junto a los soldados de Iturbide o de la División de Guerrero, lujosamente uni-
formados, se aprecian rancheros en su traje de campo envueltos en frazadas azu-
les o pardas, a los jinetes vaqueros, los chinacos, o a los indios descalzos vistien-
do camisa, calzón y sombrero de ala ancha. Los soldados realistas visten según
el reglamento de 1815 o con las simplificadas casaquillas de color azul o blanco
que muchos años después seguirían siendo la imagen típica del soldado mejica-
no. Observando estos, vemos que, en realidad, mejicanos y españoles siguieron
usando durante años uniformes y distintivos muy similares.
Tan solo un año más tarde se publicaba en Bruselas el libro Costumes ci-
vils, militaires et religieux du Mexique, dessinés d’après nature, obra que recoge
las acuarelas del italiano Claudio Linati. El libro, reimpreso en Londres años
después, contiene cuarenta y ocho litografías con una serie de trajes típicos y
escenas costumbristas, acompañadas de textos explicativos. Linati estuvo en
Méjico entre 1825 y 1827, y fue el introductor de la técnica de la litografía en
el país. También dejó dibujado un plano de la provincia de Texas, hoy en día
conservado en EE. UU. Entre sus conocidos dibujos, destacan los retratos de
Hidalgo y Morelos, o los de soldados de infantería y de caballería de aquel pri-
mer ejército mejicano.
Para completar la imagen de los sucesos que desembocaron en la indepen-
dencia, resta citar los varios óleos anónimos del Museo Nacional de Historia
del castillo de Chapultepec, que recogen la entrada del Ejército Trigarante en la
capital mejicana o la entrevista del virrey O’Donojú con Iturbide. En el mismo
museo, una fuente iconográfica de la mayor importancia es la excelente gale-
ría de retratos de los virreyes, sin olvidar el retrato original de Morelos, devuelto
por España en 1910, al celebrarse el primer Centenario del Grito de la Indepen-
dencia. En el Archivo General Militar de Madrid se conserva también el diseño
del uniforme del Regimiento ligero de Tarragona, según el reglamento español
de 1815, una de las unidades que defendió del castillo de Ulúa, el último punto
ocupado por España hasta su evacuación el 23 de noviembre de 1825.

CAPÍTULO V. Estudio II 371


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Años convulsos: desencuentros internos e invasiones

El ejército había vivido una década contemplando los bandazos de la auto-


ridad política, combatiendo en una lucha sin cuartel que hizo habitual la ines-
tabilidad y la violencia, y bajo el mando de unas autoridades regionales que se
comportaban como sátrapas en un extenso país con difíciles comunicaciones.
Por otro lado, el aglomerado de diferentes personajes con ideas y fines contra-
puestos que habían conseguido el nacimiento de la nueva nación no tardaría
mucho en demostrarse muy frágil. El levantamiento del general Santa Anna en
Veracruz fue secundado por Guerrero, Bravo, Victoria y otros líderes de origen
insurgente y provocó la abdicación de Iturbide el 19 de marzo de 1823.
A continuación siguieron tres décadas de conflictos civiles, en los que los líde-
res político-militares se alinearon en dos bandos opuestos: conservadores o parti-
darios del centralismo y moderados o liberales, más proclives a la república federa-
lista. Aparte existía una facción radical, que se unía a uno u otro bando según las
circunstancias. El recién nacido Ejército Nacional fue utilizado como herramienta
para acabar con el enemigo político, y se fomentó su regionalización a la par que
se incrementaba el caciquismo y el regionalismo sobre la base de la administración
descentralizada en cada uno de los estados. Bajo la presidencia de Guadalupe Vic-
toria, el ejército se dividió en permanente y milicia activa, siguiendo lo establecido
en la Constitución Española de 1812, de unas tropas de continuo servicio, situadas
normalmente en las plazas principales, costas y fronteras, y otras de milicianos,
cuya misión era reforzar a estas y guarnecer ciudades y territorios periféricos. Ade-
más existía también la milicia cívica, los cívicos, que guarnecían ciudades y pueblos,
pero que fueron utilizados frecuentemente en operaciones fuera de sus localidades.
Para formar a la oficialidad se estableció en 1823 un colegio militar en el cas-
tillo de San Carlos de Perote, y también un reducido Cuerpo de Estado Mayor. El
territorio se dividió en veinticuatro comandancias generales. En 1821 se crearon
ocho regimientos de infantería permanente compuesto por dos batallones. Un de-
creto del Supremo Poder Ejecutivo de 11 de octubre de 1823 reformó la infante-
ría creando trece batallones. El 19 de noviembre de 1833 otro decreto disminuyó
la fuerza a diez batallones que perdieron la numeración y adoptaron los nombres
de los primeros caudillos de la Independencia. En 1829, los efectivos totales eran
de unos cuarenta y cinco mil ciento veinticinco hombres, de los que veintitrés mil
cuarenta y uno eran permanentes, según el informe del Ministro de la Guerra (De
Palo: 1997, 37). Pero a pesar de todos los esfuerzos por profesionalizar el ejército, el
servicio militar siguió siendo considerado como una pena de prisión por la pobla-
ción, en unas décadas donde los conflictos internos y externos obligaron a mante-
ner sobre las armas o a reclutar apresuradamente miles de hombres que vivían en
condiciones miserables. Los índices de deserción eran alarmantes, pues como pa-
saba en todos los países con sistema de reclutamiento obligatorio, ya fuera en Eu-
ropa o América, la leva privaba a unas empobrecidas familias de la mano de obra
necesaria para su subsistencia.

CAPÍTULO V. Estudio II 372


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Los conservadores tendieron siempre a servirse del Ejército Permanente para


sus fines, mientras que los liberales se apoyaron en la descentralizada organiza-
ción de los activos o de los cívicos. Desde 1827 la milicia pasaría al control de los
gobernadores de cada estado para su financiación y reclutamiento, lo que facilitó
el que pudieran ser utilizados por los caudillos regionales para sus fines políticos.
En estos años de enfrentamientos entre facciones encontradas, tuvieron gran im-
portancia dos logias masónicas opuestas, la yorkina y la escocesa, a las que per-
tenecían los personajes más importantes, quienes actuaron en muchas ocasiones
influenciados por ellas. En esos años de incertidumbre de la nueva nación, se sen-
tía la amenaza de una posible invasión española y algunos sectores políticos agita-
ron a la sociedad con ideas y sentimientos hispanófobos. En mayo de 1827 se privó
a los españoles de cualquier cargo público; y en los meses de diciembre, marzo y
mayo de 1829, se decretó la expulsión de todos los españoles que aún vivían en el
país. En gran parte eran comerciantes, que todavía gozaban de una situación aco-
modada y de cierta influencia social, a los que se utilizó como chivo expiatorio de
una situación económica cada vez más deteriorada.

Intento de reconquista español: la expedición Barradas

Como consecuencia de estos acontecimientos, Fernando VII cedió finalmen-


te a las presiones de aquellos que venían abogando dentro y fuera de España por
intentar la recuperación del antiguo virreinato. En cumplimiento de una Real Or-
den de agosto del año 1828, se preparó una expedición para desembarcar en las
costas de Nueva España (Ruiz de Gordejuela: 2011, 49). La fuerza se puso al man-
do del brigadier Isidro Barradas, antiguo capitán tinerfeño de milicias, que se ha-
bía distinguido en las campañas de emancipación de Venezuela y Colombia y ha-
bía sido gobernador de Cuba. Barradas desembarcó en Punta Jerez, al sur de la
ciudad de Tampico, con tres mil ciento ochenta y tres hombres, el 27 de julio de
1829, iniciando de inmediato una penosa marcha por la playa hacia dicha ciudad.
Tan solo unas leguas algo más al norte, había desembarcado once años antes el
guerrillero Mina, aunque con intenciones bien diferentes.
La noticia del desembarco español llegó a oídos del general La Garza, coman-
dante general de las Provincias Orientales, así como del general Santa Anna, rele-
gado al puesto de gobernador de Veracruz desde su caída en desgracia unos años
antes. Reuniendo rápidamente una fuerza de unos mil setecientos hombres, Santa
Anna se dirigió al norte al encuentro de los españoles por mar y por tierra, mien-
tras La Garza intentaba con su División de milicianos de Tamaulipas retrasar sin
éxito el avance español. Barradas ocupaba Tampico el 3 de agosto. Pero el objetivo
de las tropas borbónicas no era ocupar Méjico por la fuerza, sino conseguir el apo-
yo de elementos afines, sublevándolos a favor de la causa española. Si a Barradas no
puede negársele el valor, si carecía de las dotes de mando y de organización necesa-
rias para la empresa. Su denominada División de Vanguardia transportaba consi-

CAPÍTULO V. Estudio II 373


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

go caudales para financiar un levantamiento, pero no tenía ni efectivos suficientes


ni medios para sostenerse en un país enemigo mucho tiempo. Como muestra de
la equivocada apreciación con que se evaluó la verdadera situación social y política
del país, los esperados apoyos locales nunca se materializaron. Tras varios combates
menores contra los cívicos de La Garza, al que tomó prisionero junto con un millar
de sus hombres, Barradas se fortificó en la ciudad y algunas posiciones exteriores
ocupadas a los mejicanos y organizadas por sus tropas. La más importante de ellas
era el fortín de La Barra, situado al sur de la ciudad. Pidió refuerzos a Cuba, pero
estos nunca llegarían. Liberó a todos los prisioneros mejicanos de los combates pre-
vios, en un intento fallido de ganarse el partido del mayor número de mejicanos.
Santa Anna, nombrado comandante en jefe mejicano, sustituyó a La Garza
por Mier y Terán, y atacó las posiciones españolas del fortín de La Barra el 21 de
agosto, siendo rechazados este y otros ataques menores los días siguientes. Ante
la resistencia de las tropas españolas, Santa Anna decidió esperar a que el asedio
diera sus frutos. El día 8 de septiembre un fuerte temporal anegó las posiciones de
ambos ejércitos y decidió a Santa Anna a pasar a la ofensiva, lanzando un nuevo
ataque la noche del 10 de septiembre y, aunque los mejicanos sufrieron pérdidas
cuantiosas, la situación de la división española, con sus soldados agotados y ham-
brientos y muchos enfermos, obligó a Barradas a la capitulación. Los términos de
la misma incluían la entrega de las armas, las cajas de guerra y las tres banderas y
el estandarte españoles. Cabe apuntar que dos de estas banderas fueron objeto de
un acuerdo entre el Reino de España y los Estados Unidos de México, intercam-
biándose en el año 2011 por las dos banderas capturadas a Hidalgo en 1810.
Solo la mitad de los soldados desembarcados regresarían a Cuba, haciéndolo
los últimos supervivientes españoles a primeros de diciembre de 1829. La inva-
sión sirvió para unir momentáneamente a la nación contra un enemigo exterior.
Pero una vez desparecida la amenaza, se reanudó la lucha entre facciones polí-
ticas. El antiguo líder independentista Vicente Guerrero, que ostentaba la pre-
sidencia desde 1828, un jacobino honrado —como diría el historiador mejicano
Bulnes—, acabó enemistado con todas las facciones políticas y fue desalojado
del poder a finales de 1829. Tras una corta guerra civil en 1832, Antonio López
de Santa Anna, cuyo prestigio se debía en gran medida a su papel ante la inva-
sión de Barradas, llegaba a la presidencia de México en 1833, una de las once
ocasiones en las que repetiría en el cargo, esta vez gracias en gran parte a contar
con el apoyo de la poderosa milicia activa del estado de Zacatecas.

La imagen del Ejército Nacional durante sus tres primeras décadas

En 1839 la organización territorial del ejército cambió, al crearse seis divisio-


nes que agrupaban a las tropas de varios estados y cuatro comandancias generales
(México, Yucatán, Chiapas y las Californias). En marzo y julio de 1839 sendos de-
cretos organizaban la infantería en doce regimientos compuestos por dos batallo-

CAPÍTULO V. Estudio II 374


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

nes, refundiéndose en ellos los de la milicia activa, que dejaron de existir momen-
táneamente. En 1843 pasó a haber tres regimientos ligeros y doce de línea, más
los batallones fijo de México y fijo de California. Entre 1840 y 1842 se reorganizó
de nuevo la milicia activa, en seis regimientos y veintisiete batallones independien-
tes. En 1845 la caballería permanente estaba compuesta por nueve regimientos, un
escuadrón de húsares y otro de coraceros. La activa por veinticuatro escuadrones,
situados en las ciudades más importantes. Además subsistían las compañías pre-
sidiales. Al menos hasta 1833 continuaron en vigor las ordenanzas militares y los
reglamentos de táctica del ejército virreinal español.
En los años 1825 y 1832 se adquirieron miles de fusiles, carabinas, rifles, pis-
tolas, espadas y uniformes a Gran Bretaña (Chartrand: 2004, 7). Tanto el soldado
de los regimientos permanentes como el de los de la milicia activa o cívica debían
vestir teóricamente el mismo uniforme: casaca azul con bocamangas y cuello en-
carnados, pantalón blanco y chacó. Las dificultades económicas y el hecho de que
los cívicos debían costearse sus propias prendas, hicieron que muchas unidades de
activos y otras auxiliares jamás vistieran uniforme. Para clima cálido se utiliza-
ban también casaquillas de lienzo blanco, que a veces llevaban también las boca-
mangas encarnadas. Este uniforme, con apenas ligeras variaciones, de inspiración
hispano-francesa, pero con singularidades mejicanas, fue el que daría su aspecto
característico a la infantería mejicana desde el reglamento del 20 de septiembre de
1821, hasta las reformas de los años 1839-40. Curiosamente, los españoles de Ba-
rradas llevaban un uniforme muy similar durante su intento de invasión en 1829.
No existen apenas imágenes coetáneas del soldado mejicano de estos años.
Aparte de las acuarelas litografiadas de Linati ya comentadas, que muestran la
uniformidad de unos años antes, pero que sin muchos cambios aún continuaba en
vigor, tenemos los retratos de los presidentes conservados en el Museo Nacional.
El óleo del francés Carlos París, Batalla de Tampico realizado en 1830, hoy des-
aparecido, pero del que se conserva un boceto en el Museo de Chapultepec, es una
excelente fuente iconográfica sobre ese hecho histórico. Presenta una muestra de
los uniformes verdes y rojos vestidos por los jinetes de los regimientos permanentes
y los de milicia. A la derecha puede observarse un grupo de soldados de infantería
con casaquillas azules y vueltas rojas, que se cubren con chacós o bien con gorros
de cuartel. Se aprecia entre ellos un tambor que, como era costumbre en la época,
lleva los colores trocados respecto de sus compañeros, esto es, casaca roja con bo-
camangas azules. Este mismo artista realizó también un retrato del general Ló-
pez de Santa Anna en un óleo que se conserva en el Museo Nacional de Historia.
No hemos encontrado datos fidedignos sobre los uniformes que vestían los es-
pañoles. En el Estado Militar de América del año 1829, consta que el Regimien-
to de la Albuera, 7º ligero, que llegó a Cuba con Barradas desde las islas Cana-
rias para formar el grueso de la expedición, vestía casaca azul con cuello, vueltas
y portezuela de bocamanga color limón. La mayoría de los regimientos de línea y
ligeros vestían de esa forma. Por otros documentos del Archivo Nacional de Cuba

CAPÍTULO V. Estudio II 375


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

(Ruiz de Gordejuela: 2011, 80) sabemos que en el día del desembarco en Méjico,
llevaban casaquillas de lienzo y chacós, dándoles un aspecto muy similar al de sus
oponentes mejicanos uniformados. Existen imágenes de los soldados peninsulares
españoles de 1829 en unas láminas conservadas en el Archivo General Militar de
Madrid, con la signatura Ejército de Fernando VII, donde se aprecian las casacas
azules de la infantería de línea o las color verde oscuro de la ligera.

Décadas de reformas frustradas

Para Méjico, los años comprendidos entre las décadas de los cuarenta y sesen-
ta del siglo XIX continuaron siendo de gran agitación interna. Varias potencias
extranjeras intentaron pescar en aquel río revuelto de inestabilidad política. Pri-
mero llegó la anexión de Texas por los EE. UU., intentada ya en 1836 y culminada
en 1845, seguida de la invasión del país por el ejército de aquella nación, que causó
un conflicto armado cuyo desarrollo se extendió hasta 1847, y cuya consecuencia
fue la sustracción de una enorme parte del territorio del norte de Méjico.
En 1839 se produjo un ataque armado de una fuerza naval francesa contra
la aduana de Veracruz, cuya defensa militar hizo de nuevo a Santa Anna en-
trar en la escena pública. El general accedería a la presidencia sucesivamente en
1839, 1841 y 1844, viéndose forzado a renunciar este último año ante el descré-
dito en que se encontraba por su errática gestión, que incluía el fiasco de la ane-
xión norteamericana de Tejas.
En diciembre de 1844, el Congreso nombró presidente interino a José Joaquín
de Herrera, antiguo oficial del regimiento de la Corona, que se había unido al
Ejército Trigarante y había sido ministro de la guerra en dos ocasiones. Su gabine-
te impulsó una serie de reformas militares. En un esfuerzo por agrupar las guar-
niciones y puestos aislados que favorecían los cuartelazos, se sustituyeron las vein-
tidós comandancias generales por cinco divisiones militares y cinco comandancias
generales (los estados del norte y sur en conflicto con los indios). Se intentó así
mejorar también la instrucción y reducir el papel policial que ejercía mayoritaria-
mente el ejército. Ante la amenaza constante del vecino del norte, se creó la Guar-
dia Nacional, en 1845, que se formó con voluntarios sin derecho a paga, a quienes
podía movilizarse por orden federal, en caso de emergencia nacional. Se moderni-
zaron los estudios en el Colegio Militar y se reformó el Estado Mayor. Pero las re-
formas no pudieron culminar ante la resistencia de los caciques regionales, la crisis
económica, y sobre todo debido a la invasión norteamericana.
La figura de López de Santa Anna cobró nuevamente un papel destacado en
la guerra contra los EE. UU. Santa Anna volvió de su exilio en Cuba engañan-
do a los estadounidenses sobre sus verdaderas intenciones en septiembre de 1846.
Tras reunir todas las tropas disponibles, se dirigió contra los invasores, atacándo-
los el 23 de febrero de 1847, en lo que se denominó la batalla de Buena Vista o de
Angostura. En el Museo Nacional de Chapultepec se conserva una bandera cap-

CAPÍTULO V. Estudio II 376


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

turada a los yanquis, que pudiera tal vez corresponder al Regimiento de Volunta-
rios de Indiana, unidad derrotada en los primeros momentos de esta batalla. Sin
embargo, Santa Anna no sabría aprovechar el éxito alcanzado, retirándose inexpli-
cablemente del campo de batalla. Tampoco tuvo éxito en la defensa de la capital.
La superioridad en artillería ligera de los yanquis fue decisiva en la mayo-
ría de los enfrentamientos de la guerra. Además, muchos de los oficiales de EE.
UU. llevaban años de lucha contra los indios de las praderas y poseían una for-
mación y una iniciativa en el mando de pequeñas unidades en combate, de la
que carecían la mayor parte de sus contrarios mejicanos. Sin embargo, el solda-
do indígena fue capaz de comportarse con coraje en aquellas ocasiones en que
fue mandado correctamente. Pero las décadas en las que los caudillos militares
y civiles se habían servido del ejército para sus luchas políticas y la poca motiva-
ción de unos soldados reclutados por la fuerza, mal instruidos y a los que se les
privaba de las necesidades básicas, se demostraron insalvables. Faltaba la cohe-
sión; el armamento y equipo eran obsoletos; no existía logística ni apenas capa-
cidad de combate para enfrentarse con éxito ante una nación de gobierno estable
y con grandes recursos económicos.
Tras la guerra, Herrera volvió a su programa de reformas, nombrando al di-
námico general Mariano Arista para llevarlas a cabo. En noviembre de 1848 la
fuerza militar quedó establecida en unos efectivos de diez mil hombres y, en un
esfuerzo por atraer a voluntarios, se abolió la leva universal, se incrementaron
los salarios y mejoraron las condiciones de vida en los cuarteles. Sin embargo,
en 1850 la fuerza efectiva era de tan solo cinco mil seiscientos cuarenta y nueve
hombres (De Palo: 2004, 148), pero su calidad y su motivación como soldados
había experimentado una apreciable mejoría. Se mejoró el plan de estudios de
los oficiales cuya academia, que había empezado a mudarse en 1841, se insta-
ló definitivamente en el Castillo de Chapultepec, una vez restaurados los daños
sufridos durante la guerra. Se tomó como ejemplo al ejército francés para la tác-
tica, uniformidad y armamento. La Guardia Nacional se reorganizó en unida-
des de milicia local y milicia móvil. Compuestas por ciudadanos de todas clases
sociales reclutados por sorteo, unas estaban al mando de los gobernadores de los
Estados, y otras a las del Gobierno Federal. Para continuar la lucha contra las
incesantes incursiones de los indios en la frontera norte, se crearon treinta y cua-
tro compañías de milicias móviles. Aunque ya existía un precedente en los años
cuarenta, el 5 de mayo de 1861 se creó el cuerpo de rurales, con unos efectivos de
dos mil doscientos hombres y misiones de policía. Este cuerpo aumentaría en
efectivos e importancia durante la guerra contra la Intervención Francesa, lle-
gando a cobrar un importante papel como fuerza político-militar en las décadas
siguientes. Pero este esfuerzo reformista por profesionalizar la institución se ve-
ría de nuevo truncado por las rivalidades entre conservadores y moderados, y un
rosario de nuevas insurrecciones y pronunciamientos, que provocarían la caída
de Herrera, primero, y de su sucesor Arista, en abril de 1853.

CAPÍTULO V. Estudio II 377


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

Entre 1853 y 1855 rigió de nuevo Santa Anna como presidente conservador,
aunque sería la última vez que el caudillo ejercería la presidencia. El carácter dic-
tatorial de su mandato fue una de las causas que favorecieron el triunfo en todo
el país del movimiento liberal originado por el Plan de Ayutla. Por vez primera
accedió al gobierno el movimiento reformista entre cuyos líderes se encontraba el
exseminarista y abogado de origen indio zapoteca Benito Juárez, que había sido
capitán de la milicia cívica. Instaurándose en 1856 el primer gabinete liberal con
Juárez como presidente de la suprema corte de justicia, se iniciaría una reorgani-
zación del Estado y del ejército mejicano, que no pudo culminarse debido al es-
tallido de la llamada Guerra de Reforma (1857-1861), entre los conservadores y los
liberales o reformistas. Dimitido el presidente, Juárez ocupó interinamente el si-
llón presidencial, pero hubo de refugiarse en Veracruz, mientras los conservado-
res ocupaban la capital. El ejército y la población mejicanos continuaron divididos
ideológicamente. La inestabilidad aumentó con las luchas internas entre facciones
de los partidos estatales y federales. Un hecho determinante para el fin del conflic-
to llegaría en 1860, cuando el Gobierno de los Estados Unidos reconoció oficial-
mente como legítimo el gobierno de Juárez, lo que proporcionaría a este los me-
dios para lograr la derrota de los conservadores en diciembre de dicho año.
En enero de 1861 Juárez hizo su entrada en México, pero la situación aún dis-
taba mucho de estar bajo control y las medidas secularizadoras y reformistas de su
gabinete provocaron nuevos levantamientos conservadores. Agobiado por la falta
de fondos para financiar la lucha contra estos, el Gobierno decretó la cancelación
de la deuda externa y las obligaciones extranjeras en julio de 1861. Ello provocó la
intervención de Francia, donde el emperador Napoleón III llevaba largo tiempo
acariciando la idea de anexionarse el país azteca. Tras conseguir el apoyo de Es-
paña y Gran Bretaña, una flotilla naval de las tres potencias aparecería frente al
puerto de Veracruz entre los primeros días de diciembre de 1861 y enero de 1862.
Pero incluso, con el corto lapso de tiempo que las reformas militares estuvieron
en vigor, los soldados y los oficiales del ejército republicano de Méjico ya no eran
las huestes carentes de instrucción que habían sido derrotadas por los estadouni-
denses en 1847. Su equipo y armamento también habían mejorado tímidamente,
y se había creado la base para una movilización rápida. Durante las fases finales
de la guerra civil norteamericana, miles de armas y equipamiento fluyeron desde
los EE. UU. hacia los republicanos, haciendo que en ocasiones estuvieran mejor
armados que sus oponentes del ejército imperial de Maximiliano de Habsburgo.

Milicianos y guardias. Estampas militares de las décadas centralistas

Las reformas militares liberales alcanzaron también a los uniformes del


ejército. En la Ordenanza Militar para el régimen disciplina, subordinación y ser-
vicio del Ejército editada en México en 1852, se establecieron como prendas del
soldado de infantería tanto permanente como –teóricamente– de la milicia acti-

CAPÍTULO V. Estudio II 378


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

va o provincial las siguientes: una casaca de paño, otra de lienzo, dos pantalones
de lienzo, dos chaquetas o guácaros de lienzo, un capote o levita una manta de
jerga, una mochila de piel y una cantimplora, dos pares de zapatos, dos camisas
de lienzo y un moral de lienzo para las raciones. Para la caballería: dos camisas
de lienzo, dos pares de pantalones de paño gris y azul, vestido de lienzo para
cuartel, una casaca de paño, un capote, una manta para el caballo, dos pares de
zapatos, una maleta, un morral, un par de guantes, una cantimplora y diversos
útiles de limpieza. De este modo se dotaba al soldado mejicano de un vestuario
muy sobrio, anulándose toda la diversidad de prendas que se habían utilizado
anteriormente, incluida la levita azul con que se había dotado a algunas unida-
des a finales de los años cuarenta.
Un Decreto Federal, fechado el 29 de abril de 1856, estableció un uniforme de
diario y otro para guarnición y campaña para el ejército. El primero se componía
de una guerrera corta con botones dorados y un pantalón azul oscuro con cuello y
bocamangas rojos, y un képi (quepis o quepí), de estilo francés. El de campaña lo
componían una blusa y pantalón de algodón blanco con vivos azules y botones do-
rados, con el quepis cubierto con una funda blanca. La caballería llevaba guerre-
ras y pantalones grises con cuellos verdes y quepis. Los rurales vestían chaquetas
grises con cuello rojo, sombrero de ala ancha con una cinta blanca con el número
del escuadrón de policía. Estas sencillas prendas fueron las más comunes que el
soldado mejicano vestiría hasta los años ochenta del siglo XIX.
Toda esta reglamentación era teórica y en la realidad, se utilizaban pren-
das del país mezcladas con las de cualquier tipo de uniformes. Los soldados lle-
vaban frecuentemente los uniformes hechos jirones como consecuencia de los
meses continuos de campaña y la imposibilidad de su reposición, problema que
solo comenzó a mitigarse a partir de 1863. Muchas unidades de la Guardia Na-
cional y de la milicia llevaron uniformes muy simples, en algunos casos —como
el batallón de Morelia en 1863— blusas encarnadas; y muy frecuentemente,
ninguna uniformidad. Las prendas de lienzo eran las más comunes.
Así describía el historiador Niceto Zamacois (Zamacois: 1855) el vestuario
de los soldados de las montañas del sur, dibujado por el mejicano Casimiro Cas-
tro a su entrada en la capital tras la caída del gobierno de Santa Anna en 1855:
Calzoncillo ancho de tela ordinaria de algodón, que denominan manta; ca-
misa de lo mismo; sombrero de petate o paja ordinaria y zapatos de un cuero ex-
quisito, fino y particular (…) el arma favorita de tales hombres es el machete (…)
encima de la camisa llevan una fornitura, al hombro el fusil, y en el sombrero un
letrero [con el nombre de la localidad].
El notable artista Primitivo Miranda fue autor de El Libro Rojo, álbum edita-
do con textos de Riva Palacio en forma de entregas entre 1869 y 1870. Dicho tra-
bajo está dedicado a los patriotas que lucharon por la independencia y la Cons-
titución de 1857. En él encontramos una abundante iconografía militar de este
periodo, especialmente interesante en aquellas estampas correspondientes a la

CAPÍTULO V. Estudio II 379


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

época inmediatamente anterior a su edición, destacando por sus tipos militares


las litografías Mártires de Tacubaya o Los generales Arteaga y Salazar. Miranda cul-
tivó tanto la pintura como la litografía y la escultura. Fechado en el año 1858, se
conserva en el Museo de las Intervenciones un interesante óleo del artista citado
titulado La venta. En él puede observarse un grupo de soldados de infantería y ca-
ballería en marcha llegando a una pulquería. Es de destacar la representación de
los soldados, casi todos de origen indígena, con sus blusas de lienzo, capotes azu-
les con esclavina y quepis con funda blanca, así como el oficial de caballería del
primer plano. Las mujeres recreadas en el lienzo recuerdan la figura de la solda-
dera, característica tanto del ejército de Méjico como el de otros lugares de Amé-
rica. Mujeres que, como tantas veces, la historia olvidó injustamente; y, que desde
la época española, ejercían de compañera, atendiendo al soldado cuando caía en-
fermo o herido, o proporcionándole alimento en los descansos. Pudiendo estar li-
gadas o no a él por lazos afectivos, representaron durante largos años una solución
peculiar al problema de la inexistente logística de campaña.

La expedición del General Prim. La aventura mejicana de Maximiliano

El día 17 de diciembre de 1861 desembarcaban en Veracruz sin encontrar nin-


guna resistencia seis mil trescientos treinta y cuatro hombres del ejército español al
mando del general Gasset, transportados desde Cuba a bordo de quince barcos y
buques de escolta. Francia pretendía instaurar en Méjico al príncipe Maximiliano
de Habsburgo, hijo del emperador Napoleón III, y había recabado la ayuda polí-
tica y militar de España y del Reino Unido. Apenas establecidos los españoles, el
general mejicano Uraga, con fuerzas numerosas, estableció alrededor de Veracruz
una fuerte línea de puestos avanzados para bloquear la ciudad. Amenazó con se-
veras penas a los que ofrecieran víveres y se comunicaran con los españoles; alejó
de la zona a rebaños, caballos y mulos que pudieran ser utilizados por la División
Gasset, logrando que en unos días la situación de esta fuera crítica. Desde la capi-
tal, el presidente Juárez ante la amenaza de invasión, movilizaba todas las tropas
disponibles, a la par que ordenaba el cierre al comercio del puerto de Veracruz.
La situación de las tropas españolas se fue haciendo insostenible, pues por
tierra no se podía obtener ningún recurso. En aquel mes de enero el Gobierno
español nombró al general Juan Prim y Prats, conde de Reus, para ponerse al
mando de una expedición que comenzaba a tener connotaciones diplomáticas
importantes. La llegada, el 7 de enero, de los navíos de Gran Bretaña y Francia,
y el desembarco de tres mil soldados franceses, un reducido destacamento inglés
y otro del general Prim obligó a replegarse a los mejicanos.
Tras las conversaciones de Prim con el comodoro Dunlop y el almirante Jurien
de la Gravière, se decidió ocupar la villa de Tejería, situada a diecinueve kilómetros
de Veracruz. Mientras tanto, el clima produjo considerables bajas en las tropas eu-
ropeas. El día 19 de enero ya había seiscientos tres soldados y veintidós oficiales en-
fermos. Prim ordenó sacar las fuerzas de Veracruz y establecerlas en Medellín, si-

CAPÍTULO V. Estudio II 380


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

tuado a unos veinticinco kilómetros junto a la desembocadura del Río Jamapa. Los
franceses se ubicaron en Tejería. Pero lo malsano del clima de la costa mejicana si-
guió causando bajas; el día 2 de febrero eran evacuados a La Habana ochocientos
enfermos españoles. Por ello, Prim dio orden a sus tropas de avanzar hacia el inte-
rior, ocupando Santa Fe. Los mejicanos consideraron este movimiento un acto de
agresión, no obstante abrieron conversaciones en un intento de ganar tiempo.
El día 19 de febrero se firmaba la Convención de La Soledad, por la cual Juá-
rez se veía obligado a permitir a los aliados la ocupación de posiciones más salu-
bres y en mejores condiciones estratégicas: españoles e ingleses en las ciudades de
Córdoba y Orizaba, y los franceses en Tehuacán. Las tropas españolas, pocos días
después de partir las francesas, se ponían en marcha. Divididas en dos columnas,
avanzaron por caminos intransitables, con elevadas temperaturas y alta humedad,
en una zona endémica del llamado vómito negro —la fiebre amarilla— cargan-
do el peso de las municiones y cuatro días de raciones. Tras varios días de penosa
marcha por la zona de las Tierras Calientes, de exuberante vegetación, la prime-
ra columna llegaba el día 7 de marzo a Córdoba, mientras la segunda columna
lo hacía a Orizaba dos días después. En Veracruz quedaron un centenar de hom-
bres de cada nación. Las enfermedades diezmaron esta guarnición, que a finales
de febrero tenía ya veintinueve muertos y ciento cincuenta y nueve convalecientes.
Tras varios días de negociaciones infructuosas, y juzgando las pretensiones
francesas como exageradas, el general Prim decidió evacuar a las tropas españo-
las. Los ingleses también decidieron hacer lo propio. El 18 de abril se desalojó
Orizaba, a la par que la ocupaban las tropas mejicanas del general Zaragoza.
El 24 de abril de 1862, los últimos destacamentos españoles abandonan la Repú-
blica de Méjico. Prim fue despedido con todos los honores por las autoridades,
como consecuencia de la conducta digna y respetuosa que los soldados españoles
mostraron con el pueblo mejicano.
Francia quedaba sola y a sus anchas en el país. Comenzaba La Aventura
Mejicana, que le costaría cinco largos años de cruenta guerra, y terminaría trá-
gicamente en 1867 con el fusilamiento del frustrado emperador Maximiliano.

La imagen de las últimas tropas españolas en Méjico

El ejército español permanente de Cuba se reorganizó por Real Orden del 31


de marzo de 1857 en ocho regimientos de línea, a dos batallones cada uno, y tres
batallones de cazadores. Cada batallón de línea tenía ocho compañías —seis de
fusileros, una de granaderos y una de cazadores—. La fuerza en tiempo de paz
era de seiscientos cincuenta hombres, que podían aumentarse hasta mil cien en
caso necesario.
Los soldados de la Cuba española tenían uniformes de diario compuestos por
casaca azul y pantalón blanco. Por otra parte, desde 1852, se suministraba a los
hombres destinados a ultramar de dos casaquillas de lienzo con botones de hueso,

CAPÍTULO V. Estudio II 381


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dos pares de pantalones de lienzo, una gorra de cuartel, un corbatín, dos pares de
zapatos abotinados y un morral. El aspecto que presentaban estos soldados tam-
poco distaba mucho del de sus homólogos mejicanos. En 1860, justo antes de la
expedición de Prim, se estableció un traje de campaña, compuesto por blusa, pan-
talón y polainas de coleta azul, como se denominaba en la isla una tela de algodón
azul con listas blancas, separadas un ancho de dos hilos. Como cubrecabezas se
reglamentó en 1855 el sombrero de jipijapa o de palma, con escarapela encarnada.
El soldado llevaba una cantimplora de hojalata barnizada de negro, una fiambre-
ra y un morral de lona. En 1854 se cambiaron los viejos fusiles de chispa por los de
percusión, como solía ocurrir, con varios años de retraso respecto de la Península.
En España, en el período que nos ocupa, estaba en vigor el reclutamiento
de Quintos, que incluía el sistema de Redención, es decir, pagar para librarse de
entrar en las filas del ejército. De esta forma se recaudaron fondos para pagar los
casi cincuenta mil hombres que se alistaron como voluntarios entre 1852 y 1868,
que cobraban ocho mil reales de enganche. La mayoría de ellos decían ser labra-
dores y jornaleros y tenían una edad media de veinte años. Junto con sus com-
pañeros forzosos, formaron las filas de las unidades españolas que participaron
en las expediciones ultramarinas de la época. La sangría producida en estas fue
causa del descontento de las clases populares contra el sistema que, junto con
otros factores sociales y políticos, produciría numerosas algaradas e insurreccio-
nes en España. Sin embargo, ajenos a todo ello, y como escribía el corresponsal
del Times de Londres refiriéndose al soldado de 1859:
No ha faltado nunca a la disciplina, hallándose siempre obediente, satisfecho
y de buen humor, en medio de duras circunstancias; satisfecho con poco, y duro
para la fatiga, tiene un fondo de indiferencia y buen humor que le sostiene allí don-
de muchos murmurarían y proferirían quejas; la embriaguez es desconocida en el
campamento, y por lo tanto, el crimen raro en él...
Por su parte, un general de Maximiliano dejaría escrito lo siguiente sobre
los soldados mejicanos del ejército republicano que se enfrentaron a la interven-
ción imperialista francesa:
Hemos combatido en Rusia, en Italia, en África; no conocemos soldados más
sobrios, más modestos y más valientes que los vuestros. Cuando la generalidad de
vuestros oficiales se instruya y sepa conducirlos al combate, tendréis un hermoso y
temible ejército…

Las tropas mejicanas durante la intervención francesa

El periodo de la historia mejicana de la intervención o el imperio de Maxi-


miliano es rico en iconografía. Coincidiendo con la explosión de la técnica fo-
tográfica, existen no pocos retratos de oficiales y soldados republicanos o impe-
riales. Se conserva, por ejemplo, una notable colección en el Museo Militar de
Bruselas. El auge de las revistas ilustradas facilitó la difusión de estampas basa-
das en apuntes al natural. Hay así mismo, una abundantísima producción pictó-

CAPÍTULO V. Estudio II 382


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rica. En diversos museos mejicanos —Museo Nacional de Historia de Chapul-


tepec, Palacio Nacional, Museo Nacional de las intervenciones de Churubusco,
Museo casa del Alfeñique, Museo regional de Puebla, etc.—, se conservan mu-
chas pinturas relativas a este periodo, como las de batallas de Francisco de Pau-
la Mendoza, padre e hijo, Patricio Ramos Ortega, Primitivo Miranda y otros.
En el Museo Nacional de Chapultepec se conserva un interesante óleo de
un tal J. Gómez, artista sobre el que no podemos ofrecer dato alguno, que lleva
por título Pelotón de fusilamiento de Maximiliano, en el que aparecen seis hara-
pientos soldados cuyo aspecto contrasta con lo reluciente de su armamento. Aun-
que, como apunta Báez en su excelente trabajo sobre la pintura militar de Méji-
co (Báez: 1992, 154), una famosa fotografía de época del pelotón de ejecución de
Maximiliano presenta unos soldados con un aspecto aseado y vistiendo las casacas
reglamentarias; el óleo de Gómez transmite una sensación de autenticidad, como
realizado sobre un apunte del natural. La imagen de esos soldados no sería extra-
ña en ningún ejército de la época, sometido a los rigores de una campaña como la
de Querétaro. Otro artista, Constantino Escalante, dejó una serie de magníficas
estampas sobre la contienda de 1862-1867, editadas en el Álbum de las glorias na-
cionales, Álbum de la guerra, en las que aparecen representados con maestría los
soldados de los dos bandos enfrentados. Las representaciones gráficas de este pe-
riodo de la historia militar de Méjico, ya sean grabados, óleos o fotografías, recuer-
dan al espectador curioso a las más conocidas y divulgadas imágenes de la Guerra
de Secesión de los EE. UU., que tuvo lugar coincidiendo en el tiempo, entre los
años 1861 y 1865, así como de las últimas guerras carlistas en España.
Otro artista que nos legó imágenes del ejército mejicano de este periodo es
el español José Cusachs y Cusachs. El Museo de Chapultepec guarda dos de sus
obras menos conocidas en Europa, Batalla del 2 de abril y Batalla del cerro de
Guadalupe, sobre dos hechos correspondientes a la guerra contra la intervención:
El asalto de la ciudad de Puebla, el 2 de abril de 1867, y la batalla del 5 de mayo
de 1862, ganada por las fuerzas republicanas al ejército francés. Son dos óleos de
grandes dimensiones, de casi siete por cuatro metros, que el artista realizó en su
estudio de Barcelona durante 1902, como consecuencia de un encargo oficial reci-
bido del gobierno mejicano. Para el citado encargo, Cusachs firmó un contrato en
diciembre de 1901, y recibió informes y detalles sobre los paisajes, uniformes, etc.
Un nuevo reglamento de uniformidad del ejército mejicano se publicó el 25
de junio de 1869, aunque sin cambiar nada sustancial en relación al ya mencio-
nado de 1859. Se mantuvieron las sobrias casacas azules desprovistas de todo
tipo de adorno, los trajes de lienzo blanco para campaña y el quepis.

El ejército de finales del siglo XIX. El régimen de Porfirio Díaz

Y así despedazados por nuestras luchas intestinas, nos agobia la invasión an-
glosajona, y luego, más tarde, viene el galo a nuestro festín sangriento; pero nada
nos agota: ruedan instituciones envejecidas, ruedan cabezas con coronas, y al fin,

CAPÍTULO V. Estudio II 383


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

tras tanto padecer, tras brega tanta, se alza nuestra República gloriosa; se yergue al
cielo, por nuestro Ejército sostenida, la nacional bandera mexicana…
Bernardo R eyes, El Ejército Mexicano, México, 1901
Tras los últimos gobiernos liberales de Juárez y su sucesor, Sebastián Lerdo
de Tejada, que realizaron diversas reformas para profesionalizar el ejército, llegó
al poder en 1876 el general Porfirio Díaz mediante una nueva asonada armada,
la Revuelta de Tuxtepec. Díaz había labrado su reputación en algunas de las accio-
nes militares de la guerra contra la intervención de 1861-1867. Su largo mandato
de carácter dictatorial redujo la autonomía militar que tenían los estados, desmo-
vilizó la Guardia Nacional y dividió el territorio en doce zonas militares y treinta
comandancias, todo ello en un esfuerzo para conseguir el control efectivo y cen-
tralizado de las Fuerzas Armadas. El cuerpo de rurales cobró gran importancia en
la lucha contra el bandolerismo, pero fue utilizado también ampliamente como
brazo armado del régimen para reprimir a sus enemigos políticos.
Las fuerzas se dividieron en tres bloques: ejército permanente, reserva del
ejército permanente y reserva general. El porfiriato optó por desarrollar un Ejér-
cito Federal centralizado, profesionalizado y reducido en efectivos. De forma
paralela se procedió a una serie de reformas con el objetivo de pacificar el país
y estabilizarlo, y conseguir el reconocimiento de las potencias occidentales eu-
ropeas y atraer inversiones internacionales para mejorar la maltrecha econo-
mía. Se refundió el Cuerpo de Estado Mayor en 1879, se creó la Gendarme-
ría Militar, se reformaron los estudios militares tomando ejemplo en Francia
y Alemania y se crearon academias militares de especialidades y fábricas de
armas. Ningún militar tuvo acceso a cargos políticos y se fortaleció la forma-
ción moral y técnica de los oficiales, a veces en detrimento de la táctica. Pero
la reducción de efectivos, en torno a un veinticinco por ciento, y de oficiales
subalternos, en torno al cincuenta por ciento, impediría a largo plazo la movi-
lización al surgir una emergencia nacional, y facilitaría la derrota del Ejército
Federal ante las fuerzas revolucionarias.
A pesar de que el régimen de Porfirio Díaz consiguió notables avances en
la industria y las comunicaciones —se instalaron miles de kilómetros de líneas
férreas y telegráficas— y mejoró la enseñanza superior, por el contrario toleró la
creación de extensos latifundios, dejó importantes sectores comerciales y econó-
micos en manos extranjeras y, sobre todo, permitió la explotación del campesi-
nado y de la clase trabajadora, que fue reprimida por la fuerza cuando exigió sus
derechos. De este modo, pasadas las convulsas décadas entorno a la mitad del si-
glo XIX, a pesar de entrar en una época de relativa estabilidad política, los mu-
chos conflictos sin solucionar y la injusticia social ante la arbitrariedad y prác-
ticas extra institucionales del régimen mostraron de nuevo la cara más amarga
de la realidad nacional. En las primeras décadas del siglo XX se entraría en un
nuevo ciclo de inestabilidad con la llegada de un nuevo movimiento revolucio-
nario y otra intervención norteamericana.

CAPÍTULO V. Estudio II 384


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Durante esta época de nuevas reformas y modernización de la institución cas-


trense, se promulgaron numerosos reglamentos que afectaron a la organización,
la táctica, la enseñanza y, por supuesto, también al aspecto del soldado mejicano.
En 1880 se decretó un nuevo Reglamento de uniformes para generales, jefes, oficia-
les y tropa del ejército, que se publicó acompañado de grandes láminas explicativas
(Hefter: 1968). En ellas se dibuja al soldado de infantería con una nueva prenda:
la guerrera. Era color azul oscuro con dos filas de botones dorados. Los pantalones
eran también color azul oscuro, el correaje negro y continuaba el quepis. En el año
1898 se editó un detallado reglamento (Secretaría de Guerra y Marina: 1898) que
recogía y ampliaba toda la normativa anterior. Como prenda de cabeza para todos
los cuerpos del ejército se daba continuidad al uso de un schakot (chacó), que como
ya vimos era llamado en época juarista quepis y que fue prenda de cabeza del sol-
dado mejicano durante más de setenta años, de 1843 hasta que se eliminó su uso en
1913. Era de cuero negro y llevaba un pompón en su parte superior. También se es-
tablecía un chaquetín —que era como se denominaba la guerrera entallada de paño
azul oscuro, con dos filas de botones dorados citada antes— así como un uniforme
de lienzo compuesto de chaqueta, blusa y pantalón de ese material, y otro schakot
fabricado de corcho y forrado de paño con funda de lienzo, para campaña. Además
se dotaba al soldado de un par de huaraches o sandalias —término de la lengua ta-
rasco precolombina—, otro par de zapatos, una frazada o manta, una caramañola o
cantimplora rectangular de lata, un saco de ración, una mochila de lona, una tien-
da de campaña, la fornitura o correaje y cananas o cartucheras para el fusil modelo
Remington, a partir de ese año, también del modelo Máuser o sus derivados fabrica-
dos en Méjico o España. La infantería y caballería llevaba las chaquetas y pantalo-
nes de paño con vivos rojos, así como el pompón del quepis, mientras que para la
artillería e ingenieros era carmesí. Los botones de la caballería eran plateados y los
quepis, ligeramente de mayor altura que los de la infantería. En su parte frontal se
llevaba en metal el número del batallón o bien los dos cañones cruzados con la gra-
nada en llamas, que como en la española, fue siempre el emblema de la artillería
mejicana. Los ingenieros llevaban como emblema el pico, la pala y la antorcha so-
bre el frente del quepis y también en el brazo derecho del chaquetín.

Fréderic Remington y José Cusachs, dos trayectorias paralelas.


Imágenes del soldado mejicano de finales del XIX

Hubo dos artistas, uno español y el otro norteamericano, que cultivaron la


ilustración y la pintura durante el cambio de siglo. Es interesante comparar su
trayectoria vital y artística. Ambos mostraron un extraordinario dominio del
arte ecuestre, de la luz y de los paisajes a campo abierto en que se desarrollaban
la mayor parte de sus escenas, dedicadas extensamente a la vida militar en Es-
paña y América. No obstante, sus estilos pictóricos son diferentes, pues mientras
que el español cultivó el realismo y el naturalismo, el norteamericano pasó del
naturalismo hacia un incipiente impresionismo.

CAPÍTULO V. Estudio II 385


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El español José Cusachs y Cusachs (1851-1908) estuvo siempre afincado en


Cataluña. Artista de cierta notoriedad ya en su época, cuyas obras tienen hoy
una elevada cotización, se formó en París en el taller de Edouard Detaillé y es
sobre todo conocido en Europa por sus innumerables retratos y composiciones al
óleo, y dibujos e ilustraciones, de tipos militares españoles. Realizó los dos lien-
zos citados en el capítulo anterior sobre la guerra contra la intervención france-
sa. El encargo se realizó a instancias del presidente Porfirio Díaz, quien durante
su mandato se empeñó en dejar una extensa lista de obras pictóricas ensalzando
su figura como caudillo militar. Sin embargo, aun situando al citado personaje
en primer plano, el lugar destacado de la composición lo ocupan los soldados y
oficiales comunes en su combate contra las tropas invasoras. En 1902, una vez
concluidas las obras citadas, el propio artista viajó a Méjico para entregarlas.
En ellas, el pintor hace gala de su habitual maestría para la composición y em-
plea su dominio del naturalismo pictórico para homenajear, como fue común en
toda su obra, a su protagonista favorito: el soldado anónimo.
Durante su estancia en Méjico, Cusachs conoció al presidente Díaz, quien
lo honró con su amistad y le hizo varios encargos personales, como un extraor-
dinario retrato ecuestre. También recibió numerosos encargos de particulares,
entre los que solo podemos dar noticias de algunos. Un óleo titulado Burro, fe-
chado en 1902 y firmado en “Xalapa, Estado de Veracruz”, dedicado a “mi muy
estimado amigo Espinosa”, así como Paisaje de Orizaba fechado el mismo año,
que fue recientemente subastado en la galería Morton.
Cusachs dibujó también varias acuarelas de soldados mejicanos, casi desco-
nocidas, correspondientes a diversas épocas históricas de la nación, al objeto de
acompañar los textos de la publicación El ejército Mejicano, una edición especial
publicada en 1901 y que ilustraba la monografía del mismo título realizada por
el general Bernardo Reyes cuatro años antes que, como ya apuntamos, fue la
base utilizada por Antonio García Pérez para uno de sus artículos. Los dibujos
de Cusachs, muy poco conocidos, están firmados y fechados en 1900 y, aunque
contiene algunos errores uniformológicos, ofrecen una fresca e interesante pers-
pectiva de la evolución del traje militar mejicano.
El norteamericano Fréderic Sackrider Remington (1861-1909), que residió
casi siempre en el estado de Nueva York, nos legó también las que quizás sean
mejores representaciones de los soldados mejicanos de esa época. A diferencia de
Cusachs, que sirvió en el ejército hasta el grado de capitán de artillería, Reming-
ton nunca fue militar, aunque sí lo había sido su padre; pero, al igual que Cu­
sachs, el protagonista indiscutible de su extensa obra es el soldado o el oficial anó-
nimo, con el que compartió no pocas jornadas en campaña tomando apuntes para
sus obras. Nunca llegaron a conocerse, pero tuvieron muchos puntos comunes y
ambos gozaron tanto de una gran popularidad entre el público como del menos-
precio de los especialistas. Tanto Cusachs como Remington aprovecharon el auge
de las revistas ilustradas que florecieron a finales del siglo XIX a ambos lados del

CAPÍTULO V. Estudio II 386


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Atlántico. Remington publicó centenares de ilustraciones en blanco y negro o en


color en las revistas Harper’s Weekly, The Century y Collier’s, mientras que Cusa-
chs trabajó para la Ilustración Artística, Álbum Salón o la Ilustración Catalana. El
español realizó también las ilustraciones para el libro Nuestros soldados así como
para La vida militar en España, dos de las obras más destacadas que sobre temas
militares se editaron en España por aquella época. Pintó así mismo varios cuadros
sobre la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) en la que combatió personalmente,
además de decenas de óleos e ilustraciones de estampas militares del ejército espa-
ñol de finales del XIX. Pero lo que le proporcionaron mayores ingresos fueron los
encargos de la burguesía catalana de la época y, quizás por ello, se dedicó casi por
entero en el último periodo de su producción a realizar numerosos retratos civiles
y lienzos con escenas costumbristas.
En cuanto al norteamericano, ilustró también varios libros de novelas con
textos propios o ajenos, la más famosa sería The Virginian, así como artículos
sobre la caballería norteamericana en operaciones, destacando la última cam-
paña contra los apaches. Remington cruzó muchas veces la frontera suroeste de
los EE. UU. para pasar cortas estancias en tierras mejicanas, especialmente en-
tre los años 1881 y 1891, aprovechando para profundizar su conocimiento de las
gentes del país, de los vaqueros de las rancherías y los paisajes de la zona fron-
teriza. A principios del año 1889 pasó seis meses visitando diferentes unidades
mejicanas, por invitación de la Secretaría de la Guerra, fruto de lo cual fue una
serie de óleos e ilustraciones. Estas últimas aparecieron junto a un artículo de
Thomas A. Janvier, escrito en la revista Harper’s Weekly de noviembre de aquel
año. En 1898 cubrió como corresponsal gráfico la guerra hispanonorteamerica-
na en la isla de Cuba, quedando impresionado por los horrores de la guerra. A
partir de entonces fueron escasas sus obras dedicadas a lo militar. Los dibujos
y pinturas de Remington desprenden un sereno homenaje a aquellos indíge-
nas curtidos por el sol que seguían formando en esos años mayoritariamente el
elemento humano de las filas del ejército mejicano. Janvier escribió sobre ellos:
Habían ganado en la pasada guerra una tranquilidad, una frialdad bajo el
fuego y una resolución en la derrota tanto como en la victoria, la cual, habiendo
constituido ahora por tradición y por entrenamiento una característica de todo el
ejército, aumenta la eficacia de las tropas mejicanas como fuerza de combate. En
su capacidad para las marchas rápidas, y en su capacidad para sobrevivir con pocas
raciones de agua y alimentos no son superados por ningunas tropas del mundo…
Remington pagó a varios soldados para que posaran bajo un sol cegador. Sus
dibujos muestran de manera respetuosa a la infantería con los ya típicos unifor-
mes blancos de campaña, calzados con los huaraches; a la caballería con los unifor-
mes de corte francés, montados en pequeños caballos, resistentes, ligeros de manos
y muy apropiados para una cabalgada rápida, en palabras del pintor; o al uniforme
de diario de los zapadores: todos ellos acordes a lo establecido en los citados regla-
mentos de 1880 y 1898. Dos de los originales que pintó Remington para después

CAPÍTULO V. Estudio II 387


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ser publicados en la revista Harper’s se conservan en el Amon Carter Museum de


Fort Worth, Texas. Otro, el de la caballería de línea en la R. W. Norton Art Ga-
llery, de Shreveport, Louisiana. De la misma época es un extraordinario retrato
de un curtido soldado de infantería vistiendo traje de lienzo, firmado por el artis-
ta en 1888 en Hermosillo (estado de Sonora), que conserva el Miwaukee Art Mu-
seum de Wisconsin. El Art Institute de Chicago también posee en su colección un
lienzo fechado en 1889 titulado El Mayor Mejicano, en el que se ve a un oficial de
los rurales al frente de una formación de caballería de línea. Remington regresó a
Méjico acompañando a su amigo el general Nelson Miles en una visita oficial que
el militar realizó al vecino país en 1891, produciendo varias ilustraciones y dejan-
do anotado: “Los mejicanos desfilan con cierta falta de precisión, pero son mucho
más rápidos que los nuestros…”. Fue el ejército de esa época sobre el que escribió
Antonio García Pérez en 1903.
Estos dos artistas, español y norteamericano, nos legaron las estampas de lo
que fue la última imagen de aquellos sufridos hombres, vestidos aún a la moda de
la Belle Epoque de finales del siglo XIX. En 1913 se sustituirían por otros moder-
nos uniformes de color verde oliva. Con ellos, el ejército mejicano entró en la si-
guiente centuria, en la que llegarían nuevas pruebas de fuego para unos soldados
siempre envueltos en el torbellino de la violencia interna y externa, y que aún hoy
día se baten en primera línea ante la compleja realidad de su nación.
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CAPÍTULO V. Estudio II 389


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Anexo

Órdenes de batalla españoles y mejicanos, siglo XIX


1. EJÉRCITOS CONTENDIENTES EN LA BATALLA DE PUENTE
CALDERÓN 17/I/1812
EJÉRCITO REALISTA (Ejército de Operaciones del Centro).
Comandante en jefe, brigadier Félix María Calleja.
Cuartel maestre: Ramón Díaz de Ortega.
Ayudante general: teniente coronel Bernardo Villaamil.
INFANTERÍA:
— Columna de granaderos (Compañías de granaderos de milicia de Toluca,
Valladolid, Oxaca, Guanaxuato y Celaya).
— Regimiento de infantería de la Corona de Nueva España.
— Batallón de patriotas de infantería ligera de San Luis.
— Compañía de escopeteros.
— Compañía de gastadores.
CABALLERÍA: comandante Miguel de Emparán.
— Dragones de España.
— Dragones de México.
— Dragones de Querétaro.
— Dragones de Puebla.
— Dragones de San Luis.
— Dragones de San Carlos.
— Cuerpo de la Frontera de Río Verde.
— Cuerpo de lanceros.
— Compañía de la Guardia del General.
— Voluntarios de varias compañías de milicias.
ARTILLERÍA: Ramón Díaz de Ortega.
— Diez (¿?) piezas de a pie y a caballo.
Muertos: cuarenta y uno; heridos: setenta y uno; extraviados: diez. Ciento cua-
tro caballos muertos.
EJÉRCITO INSURGENTE DE MÉXICO
Comandante en jefe: generalísimo Miguel Hidalgo Costilla.
2º jefe: Ignacio Allende (excapitán del Regimiento de la Reina).
— Unos ochenta mil combatientes, divididos en dos cuerpos de vanguardia
(Allende) y una reserva (Hidalgo).
— Noventa y cinco piezas de varios calibres, algunas improvisadas.
— Mil doscientos muertos. Capturadas cinco banderas (una azul con la virgen
de Guadalupe capturada por el granadero de San Carlos Sixto Zabala), tres estan-
dartes y numerosas piezas de artillería.
2. INVASIÓN DEL BRIGADIER BARRADAS, 27 DE JULIO A 11 DE
SEPTIEMBRE 1829
EJÉRCITO ESPAÑOL:
Brigada de Infantería de la Corona (a partir del 29-7-1829 División de Van-
guardia).
Comandante general: brigadier Isidro Barradas.
Teniente coronel mayor, comandante Antonio Vázquez.
— 1er batallón “Rey Fernando”, coronel Luis Antonio Fleire.

CAPÍTULO V. Estudio II 390


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

— 2º batallón “Reina Amalia”, coronel Manuel de los Santos Guzmán.


— 3er batallón “Real Borbón”, coronel Elías Iturriza.
Trece jefes y ayudantes, treinta y un capitanes, cinco ayudantes, cuarenta y
nueve tenientes, cincuenta y cuatro subtenientes y alféreces, tres abanderados, tres
capellanes, tres cirujanos, treinta cadetes, veinticuatro sargentos 1º, sesenta y siete
sargentos 2º, cuarenta y seis cornetas, veinte tambores, seis pífanos, ciento treinta
y siete cabos 1º, ciento treinta y dos cabos 2º, dos mil quinientos quince soldados.
— Escuadrón de lanceros (desmontados) “Cazadores del Rey”: dos jefes, seis
capitanes, cuatro tenientes, cuatro subtenientes, un abanderado, un cirujano, dos
cadetes, dos sargentos 1º, cuatro sargentos 2º, dos cornetas, siete cabos 1º, cuatro ca-
bos 2º, cuarenta y nueve soldados.
— Compañía de artillería: un capitán, un teniente, un subteniente, cinco sar-
gentos, tres tambores, ocho cabos, sesenta soldados.
¿Cinco piezas de artillería ligera?
— Compañía de guías: un capitán, un sargento 1º, un corneta, ocho cabos,
cincuenta y cinco soldados.
TOTAL: tres mil ciento ochenta y tres (Según una carta de Barradas al capi-
tán general la fuerza en el momento del embarque era de dos mil novecientos se-
tenta y siete hombres).
Fuente: AGI, documentos de Cuba, 2.144. Estadillo de la Brigada de la Corona
el 3 de julio de 1829. Estado Militar de América de 1829. Ruiz de Gordejuela, 2009.
EJÉRCITO MEXICANO:
División de operaciones. Comandante en jefe (desde 29-VII-1829): general de
división Antonio López de Santa Anna.
Mayor general: coronel Pedro Landero.
División del estado de Tamaulipas (general Felipe de La Garza, luego gene-
ral Mier y Terán):
— Batallón de milicias de Tamaulipas, setecientos diez hombres.
— Regimiento de milicias de Tamaulipas, quinientas catorce horas.
— Trescientos treinta y dos infantes y doscientos treinta y ocho jinetes proce-
dentes del estado de Nuevo León.
Cincuenta jinetes de la milicia cívica de Tantoyuca y Pueblo Viejo.
— Milicia cívica de Pueblo Viejo de Tampico.
— Batallón milicia activa de guardacostas de Tampico: trescientas horas.
— Compañía veterana de caballería de Tampico: cuarenta y ocho horas.
División de San Luis de Potosí: general Juan Zenón Fernández.
— 11º Regimiento de infantería.
— Compañía de cazadores del 1º batallón de San Luis.
— Compañía de granaderos de cívicos de San Luis.
— 2ª compañía de preferencia de milicias de San Luis.
— 2ª compañía de Tamaulipas.
— (¿?) piezas de artillería.
(Quedaron en Altamira si intervenir en las operaciones: batallones de milicia
activa de Querétaro, 1º y 2º de San Luis, Guanajuato, Milicia Cívica de San Luis,
9º de caballería, compañías de caballería del valle de San Francisco).
División del estado de Veracruz (general Antonio López de Santa Anna):
— Batallones 2°, 3°, 5º y 9º de línea.

CAPÍTULO V. Estudio II 391


ORGANIZACIÓN MILITAR DE MÉXICO

— Dos escuadrones de caballería de milicias de Jalapa, Orizaba y Veracruz.


— Cuarenta artilleros, ¿cinco piezas?
Total: unos mil doscientos hombres.
Total general: unos cinco hombres con unas quince piezas de artillería.
Fuentes: Bibliografía (BULNES: 1903, Historia de San Luis, p. 496).
3. EJÉRCITO EXPEDICIONARIO ESPAÑOL EN MÉJICO, DICIEM-
BRE 1861
Comandante en jefe y plenipotenciario del Reino de España: teniente general
Juan Prim y Prats, conde de Reus.
Jefe de las fuerzas terrestres: general Gasset.
— Primera Brigada: Regimiento del Rey (dos batallones).
Batallón de Cazadores de la Unión.
— Segunda Brigada: Regimiento de Cuba (1er. Batallón).
Regimiento de Nápoles (1er. Batallón).
Batallón de Cazadores de Bailén.
— Caballería: Regimiento del Rey, 11º de Lanceros (un escuadrón).
-Artillería: una batería de montaña (seis piezas), una nadería (ocho piezas de
ocho), tres compañías a pie (quince piezas y morteros).
-Ingenieros: dos compañías.
-Guardia Civil: treinta y dos hombres.
-Administración: cien obreros.
Total: seis mil trescientos treinta y cuatro hombres embarcaron el día 1 de di-
ciembre de 1861, en quince barcos y buques de escolta.
Fuente: Antonio García Pérez, Estudio político militar de la campaña de Mé-
jico 1861-1867.

CAPÍTULO V. Estudio II 392


Ilustraciones

Soldados de Méjico: Estampas militares

de España y América

Selección de imágenes: José Manuel Guerrero Acosta


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Uniforme del Regimiento de la Corona de Nueva España en 1789.


Cortesía del Archivo General de Indias, Sevilla

Con este diseño y colores fueron diseñados los uniformes de las tropas
del ejército de George Washington

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 395


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 396


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Diseño de la bandera, cajas de guerra y uniforme del Regimiento


de la Corona de Nueva España en el momento de su creación en 1763.
Cortesía del Archivo General de Indias, Sevilla

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 397


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Uniforme de las tropas presidiales de la frontera de Nueva España, 1802.


Cortesía del Archivo General de Indias, Sevilla

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 398


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 399


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 400


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Claudio Linati. Milicianos Provinciales de Caballería, circa 1820

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 401


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Diseño del uniforme del regimiento peninsular de Lobera


confeccionado para el servicio en campaña.
Cortesía del Archivo Histórico de la Nación-INAH, México

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 402


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Diseño del uniforme del regimiento peninsular de Lobera


a su llegada a Nueva España (dorso y anverso).
Cortesía del Archivo Histórico de la Nación-INAH, México

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 403


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Diseño del uniforme del regimiento de patriotas de Mixcoac.


Cortesía de Archivo Histórico de la Nación-INAH, México

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 404


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 405


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 406


CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES
407
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Soldados independentistas mejicanos del ejército de Hidalgo y sus soldaderas


manejan un cañón improvisado, circa 1811.
Cortesía de la Real Biblioteca, Madrid
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Uniforme de los soldados realistas de 1821, del regimiento de peninsulares Castilla.


Cortesía de la Real Biblioteca, Madrid

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 408


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 409


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Uniforme de los soldados realistas de 1821, del regimiento de peninsulares Asturias.


Cortesía de la Real Biblioteca, Madrid

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 410


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Granadero de la Guardia Imperial de Iturbide, circa 1821.


Cortesía de la Real Biblioteca, Madrid

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 411


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Soldado independentista mexicano, circa 1821.


Cortesía de la Real Biblioteca, Madrid

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 412


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Soldado independentista mexicano, circa 1821.


Cortesía de la Real Biblioteca, Madrid

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 413


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 414


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Infantería de Línea según el Reglamento de 1828.


Cortesía del Archivo General Militar de Madrid, Instituto de Historia y Cultura Militar (IHCM)

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 415


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 416


CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES
417
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Carlos París. Batalla de Tampico, ganada contra la expedición Barradas, 1829.


Museo Nacional de Historia – Castillo de Chapultepec, México
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Claudio Linati. Lancero, circa 1820

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 418


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Claudio Linati. Miliciano en uniforme de lienzo, circa 1820

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 419


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Bandera de las tropas independentistas capturada a Hidalgo


en la batalla de Puente Calderón, el 17 de enero de 1811.
Museo Nacional de Historia - Castillo de Chapultepec, México

Bandera de la División de Vanguardia que, al mando de Barradas,


fue derrotada en Tampico. Fue devuelta a España en el año 2010.
Cortesía del Museo del Ejército de Toledo

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 420


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 421


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 422


CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES
423
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Primitivo Miranda. La Venta, 1858.


Museo Nacional de las Intervenciones, Churubusco, México
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Litografía de Mauricio Rugendas, 1854-1855

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 424


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 425


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 426


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

José Cusachs y Cusachs. Dibujo para la publicación El Ejército, 1908

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 427


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

José Cusachs y Cusachs. Dibujo para la publicación El Ejército, 1908

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 428


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 429


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

José Cusachs y Cusachs. Dibujo para la publicación El Ejército, 1908

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 430


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

José Cusachs y Cusachs. Dibujo para la publicación El Ejército, 1908

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 431


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 432


CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES
433
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

José Cusachs y Cusachs. Batalla de Puebla, 1902.


Museo Nacional de Historia – Castillo de Chapultepec, México
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 434


CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES
435
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

José Cusachs y Cusachs. Batalla del 2 de abril, 1902.


Museo Nacional de Historia – Castillo de Chapultepec, México
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Fréderic Remington. Jinete de caballería de Línea, 1889.


Cortesía de R. W. Norton Art Foundation, EE.UU.

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 436


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 437


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 438


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Fréderic Remington. Ilustración realizada sobre apuntes al natural


para Harper’s New Montly Magazine (mayo, 1892)

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 439


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Fréderic Remington. Ilustración realizada sobre apuntes al natural


para Harper’s New Montly Magazine (diciembre, 1893)

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 440


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 441


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 442


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Fréderic Remington. Soldado mexicano, 1888.


Cortesía de Milwaukee Museum, EE. UU.

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 443


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 444


CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES
445
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Agustín Arrieta. Portales de la Plaza Principal de Puebla, 1840.


Museo Nacional de Historia – Castillo de Chapultepec, México
SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 446


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Fréderic Remington. Bugler of Cavalry, 1889.


Ilustración realizada sobre apuntes al natural para
Harper’s New Montly Magazine (número 474, noviembre 1889)

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 447


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Fréderic Remington. Drum Corps, 1889.


Ilustración realizada sobre apuntes al natural para
Harper’s New Montly Magazine (número 474, noviembre 1889)

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 448


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Fréderic Remington. Full-dress engineer, 1889.


Ilustración realizada sobre apuntes al natural
para Harper’s New Montly Magazine (número 474, noviembre 1889)

Fréderic Remington. Undress engineer, 1889.


Ilustración realizada sobre apuntes al natural
para Harper’s New Montly Magazine (número 474, noviembre 1889)

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 449


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

Fréderic Remington. Infantry of the line, 1889.


Ilustración realizada sobre apuntes al natural para
Harper’s New Montly Magazine (número 474, noviembre 1889)

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 450


SOLDADOS DE MÉJICO: ESTAMPAS MILITARES DE ESPAÑA Y AMÉRICA

CAPÍTULO V. ILUSTRACIONES 451


Edición
Manuel Gahete Jurado
Coordinación editorial
Montse Barbé Capdevila y Guillermo Paneque Macias
Diseño
Ena Cardenal de la Nuez
Maquetación
Antonio Rubio Nistal
Impresión y fotomecánica
Tf. Artes Gráficas
Encuadernación
Ramos

Edita
Iberdrola. Plaza Euskadi, 5, 48009 Bilbao

© de la primera edición: Iberdrola y Ánfora Nova


© de la segunda edición: Iberdrola
© de los textos: sus autores

Todos los derechos reservados. Sin la autorización expresa del titular de los derechos, queda prohibida
cualquier utilización del contenido de esta publicación, que incluye la reproducción, modificación,
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ISBN: 978-88617-90-3
Depósito legal: BI-53-2015

Impreso en España / Printed in Spain

Créditos fotográficos
Cubierta: © Archivo Oronoz.
Pág. 17: Cortesía del Fondo Antonio García Pérez. Pág. 78: Cortesía de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
Pág. 379: © Archivo General de Indias, Sevilla. Pág. 380: © Archivo General de Indias, Sevilla. Pág. 383: © Archivo General de Indias,
Sevilla. Pág. 384: Imagen extraída del libro: Costumes civils, militaires et religieux du Méxique / dessinés d’après nature par C. Linati;
Bruxelles : Ch. Sattanino, [1828]. Pág. 386: © Archivo Histórico de la Nación - INAH, México. Pág. 387: © Archivo Histórico de la Nación
- INAH, México. Pág. 389: © Archivo Histórico de la Nación - INAH, México. Págs. 390,393, 394,395, 396 y 397: Imágenes extraídas del
libro: México y sus alrededores: colección de monumentos, trajes y paisajes dibujados al natural y litografiados / por los artistas mexicanos C.
Castro, J. Campillo, L. Auda y G. Rodríquez ; bajo la dirección de Decaen; los artículos descriptivos son de los señores Arroniz Márcos... [et
al.], 1855. Pág. 398: © Archivo General Militar de Madrid (IHCM). Pág. 400: © Museo Nacional de Historia - Castillo de Chapultepec,
México. Págs. 402 y 403: Imagen extraída del libro: Costumes civils, militaires et religieux du Méxique / dessinés d’après nature par C.
Linati; Bruxelles : Ch. Sattanino, [1828]. Pág. 405: © Museo Nacional de Historia - Castillo de Chapultepec, México. Pág. 405: © Museo
del Ejército de Toledo. Pág. 406: © Museo Nacional de las Intervenciones, Churubusco, México. Pág. 409: Imagen extraída del libro: Los
mexicanos pintados por sí mismos / Niceto de Zamacois. [México, D.F.] : M. Murguía, [1855]. Págs. 410 a 415: Imágenes extraídas de la
publicación El Ejército, 1908. Pág. 416: © Museo Nacional de Historia – Castillo de Chapultepec, México. Pág. 418: © Museo Nacional
de Historia – Castillo de Chapultepec, México. Pág. 421: © R. W. Norton Art Foundation, EE.UU. Pág. 422: Imagen extraída de la
publicación Harper’s New Montly Magazine (mayo, 1892). Pág. 425: Imagen extraída de la publicación Harper’s New Montly Magazine
(diciembre, 1893). Pág. 426: © Milwaukee Museum, EE. UU. Pág. 428: © Museo Nacional de Historia – Castillo de Chapultepec, México.
Págs. 430, 432, 433 y 435: Imágenes extraídas de la publicación Harper’s New Montly Magazine (número 474, noviembre 1889).
Contraportada: Cortesía del Fondo Antonio García Pérez.
El 11 de marzo de 2015 se cumple el centenario de la entrada en Ciudad de México,
asolada por una severa hambruna, de las tropas convencionistas encabezadas por el general Emiliano Zapata.
Pasados diez años, el 25 de marzo de 1925, se instala la Suprema Corte de Justicia de la Nación
de acuerdo al título quinto de la Constitución Federal de 1824, que integra plenamente
los Poderes de la Unión. Y diez años más tarde, el 3 de marzo de 1935,
se funda la Universidad Autónoma de Guadalajara,
primera universidad privada de México.
Manuel Gahete Jurado
(Fuente Obejuna —Córdoba— 1957) Doctor en Historia Moderna,
Contemporánea y de América (UCO). Licenciado en Filología Románica
(UGR). Catedrático de Lengua y Literatura. Miembro numerario y
director del Instituto de Estudios Gongorinos de la Real Academia de
Córdoba. Cronista oficial de Fuente Obejuna. Miembro numerario y
bibliotecario de la Ilustre Sociedad de Estudios Histórico-Jurídicos.
Adjunto a la Presidencia de la Junta Directiva de la Asociación
Andaluza de Escritores y Críticos Literarios (AAEC). Presidente de
la Asociación Colegial de Escritores de España, sección de Andalucía
(ACE-A). Obras de investigación histórica: La cofradía de la Santa
Caridad de Jesucristo y la hermandad del Santísimo Cristo de la Misericordia
de Fuente Obejuna: Tradición y actualidad (1997); Alonso Muñoz,
el Santo. Un franciscano de Fuente Obejuna 1512-1572 (1999);
Córdoba en el siglo xx (1929-2002): Poder económico y humanismo ético.
Comunión y controversia (2005); Miguel Castillejo: La acción y la
palabra (2006); Madrid del Cacho: Más allá del Derecho (2009). 
Antonio García Pérez
retratado en Toledo, mayo de 1910.
© Archivo Martínez-Simancas.

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