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Antonio Buero Vallejo

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ANTONIO BUERO VALLEJO

Formalmente, aunque comenzó con un teatro aparentemente convencional, pronto demostró


un enorme espíritu renovador. Tal vez lo más llamativo sea la que él denominó técnica de
inmersión, mediante la que intentaba implicar al espectador en el interior de la trama (Las
escenas que se desarrollan a oscuras en En la ardiente oscuridad o el escenario que va
cambiando en La Fundación), pero Buero también experimenta con los escenarios múltiples y
en diversos niveles (El tragaluz) o con los efectos de luz o sonido. (ESTO SE VERÁ EN LAS
ACOTACIONES).

Otro rasgo muy relevante es el carácter simbólico de muchas de sus obras. Los espacios o las
taras físicas de muchos de sus personajes (locura, ceguera, daltonismo) trascienden su
significado. Por ejemplo, a través de la tara física de la ceguera (En la ardiente oscuridad),
Buero simboliza las limitaciones humanas. Así, es símbolo de la imperfección, de la carencia de
libertad para comprender el misterio de nuestro ser y de nuestro destino en el mundo. El
hombre no es libre porque no puede conocer el misterio que le rodea. El tema del misterio
predomina en otras obras, también de corte simbolista: La tejedora de sueños, recreación del
mito de Ulises y Penélope; Irene, o el tesoro, análisis del desdoblamiento de la realidad.

Las características principales de los personajes que aparecen en la mayoría de las obras de
Antonio Buero Vallejo se pueden resumir en las siguientes:

1. Presentan algún defecto físico o psíquico.


2. No se reducen a simples esquemas o símbolos.
3. Son personajes complejos que van evolucionando a lo largo de la obra.
4. La crítica distingue en ellos entre personajes activos y contemplativos.

Los activos no tienen escrúpulos y actúan movidos por el egoísmo o por sus bajos instintos, y,
cuando llega el caso, son crueles y violentos sin dudarlo si con ello consiguen sus objetivos. No
son personajes malos; la distinción maniquea entre buenos y malos no tiene cabida en el
teatro de Buero.

Los contemplativos se sienten angustiados. El mundo en que viven es demasiado pequeño. Se


mueven en un universo cerrado a la esperanza. A pesar de ser conscientes de sus limitaciones,
sueñan un imposible, están irremediablemente abocados al fracaso. Nunca ven materializados
sus deseos.

Su teatro es un teatro realista, social y crítico, que se enfrenta a los conflictos del ser humano y
de España como país, a su presente y a su pasado. Tiene algunas obras históricas, que le sirven
para reflexionar no solo sobre ese pasado, sino, como metáfora, sobre el presente ( Un
soñador para un pueblo, El sueño de la razón…)

El teatro de Buero suele ser una defensa de la dignidad humana, un teatro humanista en el
que aparecen los grandes temas humanos: la libertad, la esperanza, la opresión, el destino, la
violencia, la traición, la compasión, la amistad… El teatro de Buero es, finalmente, una
búsqueda constante de la verdad, y por esta razón no son raros los finales purificadores, a
modo de catarsis. Buero Vallejo, ante todo, es un trágico, pero para él la tragedia tiene
una doble función: inquietar (plasmando problemas sin imponer soluciones al
espectador) y curar (invitándonos a una superación individual y colectiva).

La temática de sus obras gira en torno al anhelo de realización humana y a sus


dolorosas limitaciones: la búsqueda de la felicidad, de la verdad, de la libertad se ve
obstaculizada -a menudo rota- por el mundo concreto en que el hombre vive. Esa es la
tragedia en Buero. Dicha temática se articula en un doble plano: el existencial
(meditación metafísica -pero situada en contextos concretos- sobre el sentido de la vida
y la condición humana, sus ilusiones, sus fracasos, la soledad) y el social (denuncia de
las injusticias e iniquidades desde un sentido moral y político). A veces estos planos
aparecen entremezclados. En su trayectoria como autor dramático puede señalarse una
primera etapa donde es más patente el enfoque existencial y una segunda donde
prevalece el social.

Otra característica relacionada con los temas de sus obras es que, a veces, tienen una
ambientación histórica -es decir, Buero sitúa la acción dramática en un momento del
pasado: el siglo XVII, el XVIII o el XIX, por ejemplo- pero en realidad de lo que habla
en ellas es de cuestiones problemáticas de su presente. Esta estratagema de proyectarlas
sobre un fondo histórico le sirve para intentar sortear la censura franquista.

Por lo que tiene que ver con los personajes de sus obras, las características que los
definen se pueden resumir en las siguientes:

Presentan con frecuencia algún defecto físico o psíquico (con evidente significado
simbólico: la ceguera, por ejemplo, simboliza las limitaciones humanas; o la locura
pasajera que simboliza la “alienación”).

Pero son personajes complejos, no se resumen a simples estereotipos. Son complejos


también porque van evolucionando a lo largo de la obra.

Podemos dividirlos en personajes activos (no tienen escrúpulos y actúan movidos por
el egoísmo o por sus bajos instintos, y, cuando llega el caso, son crueles y violentos sin
dudarlo si con ello consiguen sus objetivos. No son personajes malos: la distinción
maniquea entre “buenos” y “malos” no tiene cabida en el teatro de Buero) y
contemplativos (el mundo en que viven es demasiado pequeño, se mueven en un
universo cerrado a la esperanza; a pesar de ser conscientes de sus limitaciones, sueñan
un imposible y están abocados al fracaso. Nunca ven materializados sus deseos. Por
todo ello son personajes angustiados).

Desde un punto de vista escénico, el teatro de Buero presenta novedades técnicas, como
ciertos recursos de luminotecnia o de tramoya, para obligar al espectador a “ver” la
realidad desde el punto de vista de determinados personajes e incrementar así su
participación en el drama: son los llamados efectos de inmersión (en este aspecto las
acotaciones tienen una evidente importancia).

Podemos encontrar también en sus obras la mezcla de lo real y de lo imaginario, o la


ruptura del desarrollo cronológico habitual.

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