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Reseña (II) en La Gama de Los Grises

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(II) En La Gama De Los Grises

El otoño ya se había asentado esa tarde de fin de mayo, con sus


temperaturas rondando los 18° y los días mezquinos de luz. Todavía no
se había instalado en mi cabeza la idea de escribir estas páginas, para lo
cual faltaban un par de tardes de cinéfilas decepciones. De hecho, todavía
me encontraba optimista a encontrar alguna trama que me devolviera un
poco la esperanza en que la soledad sentida fuera causada por el
distanciamiento social y no por una realidad más antigua,
sistemáticamente determinada a no dejar pensarnos acompañadxs. Creí
entonces que mis ilusiones serían bien representadas por artistas
latinoamericanxs. Tal vez, alejandome de los ideales capitalistas de
Hollywood resolviera mi búsqueda de una imagen en la que nos podamos
ver sin que la propuesta sea que antes tenemos que comprarla. Google
respondió a mi petición y recomendó esta película chilena y galardonada
múltiples veces en festivales norteamericanos. Me dispuse a verla con las
más altas expectativas, esperando encontrarme la cruda realidad que,
según los portales de internet, se ve expuesta en el filme.
El problema es que al sacarle las etiquetas de extraordinarias, de
espectaculares, de fabulosas o fantásticas, las ficciones se vuelven más
del orden de lo ordinario, lo normal, lo cotidiano o lo realista; incluso
sabiendo que no hay nada más intenso y fuertemente movilizante que el
amor o la vida misma. Incluso sabiendo que nuestra lucha históricamente
fue que reconozcan el abanico de nuestros colores, sigue habiendo
películas que nos colocan en la gama de los grises.
Si todavía no viste la película te invito a que lo hagas y sigas leyendo.

Comencemos por lo obvio. El argumento de la historia se basa en cómo el


personaje principal vive una relación sexoafectiva con otro hombre, luego
de que se separa de su mujer con la que tiene un hijo y forma pareja
desde hace ya unos 15 años. El título de la obra sirve de metáfora para
pensar la bisexualidad como algo que se encuentra en el medio de la
heterosexualidad y la homosexualidad, lo cual es una mirada bastante
superficial de pensar el (o los) deseo(s). Empero, le voy a dejar la
discusión a quienes puedan suscribirse completamente al colectivo bi y
sean capaces de traducir esta metáfora en experiencias que la validen o
la hagan caducar. A mí lo que me interpela de este título poco feliz es,
más allá de los grises, los blancos y los negros. Digo, para que haya una
gama, tiene que haber dos colores opuestos.
Es muy, pero muy raro encontrar alguna cultura que no tenga la base de
su pensamiento filosófico construida sobre la idea de la
complementariedad de algún opuesto. El Yin y el Yang es sólo un ejemplo
de dualidad que se fusiona para formar algo mucho mejor que las dos
cosas por separado. Sin embargo, los discursos que milenariamente
llamaron más la atención y que captaron a mayor número de seguidores
son los que hablan de opuestos que no se mezclan. Partiendo desde el
nacionalismo en todas sus formas podemos mencionar, también, la
discriminación racial o religiosa, la segregación política o cualquier otro
par de grupos que se puedan catalogarse como los unos y los otros,
nosotros y aquellos.
Más allá de esta forma particular de discurso (de odio) en general las
narrativas ficcionales parten de la oposición de ideas o escenarios para
validar el camino del héroe. A cualquier historia podemos encontrarle un
opuesto desde el cual se formula la trama, incluso si fuera de lo más
conceptual y metafórico, como decir “lo conocido y lo desconocido”. En
este sentido me parece interesante notar que en las ficciones LGTBQ+
esta dualidad está planteada siempre desde el “¿Heteronormatividad o no
heteronormatividad?”. En términos superficiales, nuestros héroes trolos
sólo pasan por la odisea de salir del clóset; al único monstruo que han de
enfrentarse es al monstruo de sus deseos.
Sin querer romper esta estructura característica del modo de contar
nuestras historias, En la gama de los grises, muestra desde el título la
poca originalidad de su trama; siendo su único objetivo en términos de
disruptividad el de contar la historia desde una perspectiva más real, más
cotidiana “mostrando los grises de la vida”, en palabras del director.
Como fanático de las diversas formas que adopta el amor, no pude evitar
preguntarme: ¿Son nuestros romances categóricamente diferentes y
opuestos a los del amor heteroconforme?
Cabe destacar que en ningún momento Bruno, el personaje de Francisco
Celhay, se plantea como problemático su deseo bisexual. De hecho, en
varias conversaciones con su nuevo romance Fer, llevado a cabo por
Emilio Edwards, comenta que p

ara él siempre fue una posibilidad válida estar con hombres como con
mujeres y que lo tenía muy en claro. No obstante, si bien la trama no gira
en torno al deseo homosexual sí orbita alrededor de lo que pasa más allá
del deseo sexual en una relación; el argumento plantea la dualidad no en
la sexualidad pulsional sino más en el plano de lo romántico. Bruno, a lo
largo de la película se plantea volver a su matrimonio heteronormado o
animarse a una relación de compromisos sexoafectivos con otro hombre.
Por ambos personajes, se supone, tiene sentimientos de equiparable
peso.
En consonancia, vale la pena mencionar algunas díadas del orden de lo
romántico que suelen ser arquetipos que dan forma a las tramas: la
elección de dos pretendientes; la elección entre dos pretendidxs que de
alguna manera responden al protagonista al mismo tiempo; la elección
entre la pareja y un sueño no romántico; el animarse a una pareja que
cambia el paradigma del héroe, entre otros. El más común, a mi criterio,
es el de la pareja establecida y el otrx. La idea del amante o la amante
que le hace temblar el piso al protagonista es súper cautivadora para la
audiencia, y sobre todo para los espectadores de ficciones queers.
Pareciera de lo más lógico que el romance homosexual que se plantee
comience estando en las sombras de un matrimonio o una pareja
convencional. Sin embargo, en esta ficción en particular, el romance
entre los dos hombres protagonistas comienza meses después de que el
matrimonio se separe. Además, como dijimos antes, no es la sexualidad
de Bruno la causa de la separación.
¿Por qué hago hincapié en éstos arquetipos? Porque son esos escenarios
planteados los que complican la vida amorosa de los protagonistas y son
esas situaciones especiales, de amores imposibles y enredados, los que
dificultan la tarea de elegir. Por otro lado, en este caso no veo una razón
real por la que el protagonista deba plantearse tan dramáticamente la
elección, por lo menos no en los términos en los que entiendo que lo
plantea la obra. A mi criterio, la elección más clara y noble es la de volver
a su familia. Y lo escribo sin que me tiemble el pulso. Lo mejor para el
personaje, en ese momento y en ese contexto, era darle una oportunidad
a la familia que formó años atrás. ¿Por qué? Porque pensar que nuestro
amor es más intenso o más valioso sólo porque es disidente, también es
una forma de prejuicio y algo sobre lo que no debemos formular nuestros
deseos. No nos vamos a querer más porque seamos del mismo sexo, sólo
nos vamos a coger diferente.

Una historia de amor bien clásica que habla justamente de esta situación
de matrimonio y posibilidad de otro amor, es Los puentes de Madison. En
ésta película uno contempla una situación de elección planteada con una
profundidad de tal magnitud, que la obra anteriormente mencionada no
puede ni compararse (tal vez, por pretender que la profundidad del
argumento no pase los límites de lo cotidiano).
Los puentes de Madison cuenta la historia de una ama de casa de un área
rural de los Estados Unidos que se dispone a reposar de las tareas
domésticas y del peso de ser la madre modelo por unos días, mientras
sus hijos y su marido se encuentran fuera. En ese contexto de
distanciamiento con lo cotidiano, comienza un romance platónico (y no
tanto) con un fotógrafo que, perdido en la vasta zona cercana a la casa
de la protagonista, le pide indicaciones. Luego de varios días de flashar
amor, el personaje de Clint Estwood (Robert) que representa
básicamente todo lo que el de Meryl Streep (Francesca) necesitaba en su
vida, le propone a la protagonista una vida juntos, propuesta que se
rechaza.

Sin ánimos de juzgar el tinte machista que tiene la historia y las razones
que llevan a Francesa a negarse ese amor de ensueño, creo que hablo
por todxs al decir que la decisión tomada en ese momento era la que
mejor le convenía a largo plazo. Digo, durante las casi dos horas que
dura el filme el personaje se construye alrededor de esta imagen de
madre impoluta y esposa modelo; si se fugara con su amante, ella no
hubiera sido del todo feliz sabiendo que sus hijos se sentirían de algún
modo abandonados y que la vida del que fuera su marido se derrumbaría.
Incluso cuando se plantea que no siente culpa por haberlo engañado, que
estaba contenta de que lo que pasó, pasó. Sabemos que el peso que
tenía ese romance era que la intensidad vivida no podría mantenerse en
el tiempo.
En un planteo diametralmente opuesto, En la gama no nos propone
intensidad, sino un puñado de sentimientos vividos desde una posición
realista, despojados de todo lo que pudiera marcarlos de extraordinarios.
¿Cómo puede ponerse en el mismo nivel de prioridades un romance de
pocos meses que no iba a ningún lado y un matrimonio de años por el
cual todavía se tienen sentimientos? ¿Puede la excentricidad del deseo
homosexual cubrir la cuota que le faltase a los amores queer para llegar a
ser igual de valioso que el heteronormado?
Al recordar la película norteamericana lo primero que se me viene a la
mente es que Robert era todo lo que Francesca quería, de alguna forma u
otra, materializado. Pero no podemos pensar lo mismo de Fer. También si
pensamos en lo que le proponen estos hombres a sus respectivos
compañeros de ficción encontramos diferencias. Fer, más que plantear
una vida juntos plantea un “vamos a ver qué pasa”, mientras que la
pareja anterior de Bruno claramente puede proponer algo más valioso
para él como una vida familiar (que de hecho ya tenía).
Aclaro que uno podría decir muchas cosas respecto a la familia
tradicional, las imposiciones sociales y la normatividad reproductiva. Pero
no voy a hacerlo, el deseo del protagonista era ese y es igual de válido
que si no lo hubiera querido así. Por supuesto, desde estas entradas se
motivará siempre a que se muestren otras maneras de pensar proyectos
de vida que no sean únicamente el ya conocido modelo de familia
nuclear. Pero en este posteo, no se le dedicará muchos más caracteres.
Habiendo hecho la comparación de las dos películas debo admitir que tal
vez no fue la más justa. En ningún momento la película chilena pretende
apelar a la emocionalidad para generar catarsis en el espectador, no está
contemplada desde el vamos. En este sentido las dos películas son
diferentes y deberían mirarse de manera diferenciada. No obstante, en
ambas se plantea una elección romántica, sólo que en En la gama las
relaciones que se disputan no están cargadas de sentimientos o
significaciones extraordinarias como si es el caso de Los puentes.
Es absolutamente coherente pensar que esa falta de emocionalidad
agregada se deba a que se busca hablar de posiciones menos extremistas
y más cotidianas respecto a los sentimientos, más acordes a lo que
podría sentir el ciudadano de a pie. Al margen de que el hecho de que la
vida es complicada es ampliamente conocido, no hacía falta que hagan
una película para mostrarlo. En este sentido, ¿Qué es lo que hace
interesante a la historia si sólo habla de la realidad? ¿Sería igual de
pertinente la realización de ésta obra si el tema de la bisexualidad
estuviera fuera de foco? Además, ¿Estaríamos de acuerdo con la decisión
de Francesca si el personaje de Robert fuera una femineidad? ¿O nos
molestaría que no eligiera a su amante mujer por considerar ese acto
como aún más represivo de sus deseos?
Hasta ahora, me lamento al pensar que nuestro amor es objeto de fetiche
para muchos espectadores. Que nuestras historias sean sólo interesantes
no por lo que hacemos o decimos sino por a quién querernos cogernos, o
por los problemas que nos trae querer hacerlo. Porque no nos
engañemos, si fuera el caso que nuestras relaciones sexoafectivas son
verdaderamente más intensas, no es una cuestión de nuestro deseo
como tal, sino de un contexto que sistemáticamente se encapricha con
prohibirnos no estar solxs. Las situaciones de secretismo, de
imposibilidad, de estar contra el mundo, de no tener paz son las que
llenan nuestros amores de un romanticismo que es en alguna medida
artificial o por lo menos no innato.
Diciendo esto parece que estoy argumentando en contra de la
representatividad LGTBQ+ en las ficciones. Pero no es así. No es que
quiera que no estén nuestras tramas, simplemente quiero que no estén
más esas tramas donde lo que vale no es nuestra historia de amor y lo
que atravesamos al construirlas sino exclusivamente el deseo no
heteroconforme que le da el génesis.

Y así estamos. Haciendo presencias en historias donde sufrimos


intensamente por los amores que no pudimos tener (justamente por
intensos) o desapareciendo en tramas donde pudimos haber amado pero
no lo hacemos porque no valía la pena amar sin intensidad. Así estamos,
sin que se muestren los colores que nos pueden dar un final feliz.
En la escena final de la película Bruno persigue en bicicleta a Fer por todo
Santiago de Chile. La escena está musicalizada por Carla Morrison y su
tema Disfruto. Fer se rehúsa a hablar con Bruno, quien finalmente lo
alcanza y le dice que necesita más tiempo para tomar su decisión.
–Vos sabés cómo pienso, Bruno. O es blanco o es negro –le responde Fer.
–¿Cómo pedirme que elija entre una cosa así?
–Algún día te va a tocar decidir. Elige Bruno, tenés el privilegio de
hacerlo.
Para que sea el diálogo final de la historia debo reconocer que son frases
muy del orden del “HABLA MARICA HABLA” que dio origen al nombre de
este blog. Pero la fuerza de las palabras de Fer no es suficiente como
para que quede claro a quién elige el protagonista. Termina en final
abierto, queda a criterio nuestro la decisión. Yo ya comenté la mía.
Ustedes, ¿Cuál prefieren? ¿Blanco o negro?

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