Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

CHARLE

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 26

CAHRLE, Christophe: “Ser historiador en Francia: ¿una nueva

profesión?” (en BÉDARIDA, François (dir.) L’ histoire et le métier


d’historien en France 1945-1995, Paris, Éditions de la Masion des sciences
de l’homme, 1995)

Traducción: Vanina Broda (Universidad Nacional de Rosario) y Cecilia Gil Marino


(Universidad de Buenos Aires). Versión preliminar

En el transcurso del último medio siglo, la profesión de historiador ha sufrido en


Francia un cambio cualitativo. Esta transformación tuvo sus orígenes tanto en las
modificaciones producidas en las estructuras universitarias y de investigación, como en las
nuevas relaciones establecidas entre la historia, parte importante de la cultura francesa, y la
sociedad contemporánea. Los dos asuntos remiten a una tercera cuestión más delicada aún:
¿cuáles son los factores explicativos de la especificidad de la profesión del historiador y de
la función de la historia en Francia? En pocas palabras, ¿en qué medida el curso particular
de la historia de Francia en nuestro siglo trágico le ha conferido, más que en los otros países
europeos, una responsabilidad específica a la disciplina histórica? Y puesto en otros
términos, ¿cómo se opera la articulación entre la historia en tanto actividad científica y la
memoria colectiva de los Franceses, parcialmente formada y organizada por el Estado
central desde el advenimiento de la República?

Los historiadores han jugado desde hace largo tiempo –por lo menos desde la
Revolución- en estos dos escenarios. Por un lado, apoyados en las reglas de la profesión
poco a poco elaboradas desde el siglo XVII, han procurado criticar y destruir las leyendas
piadosas producidas en forma permanente por las instituciones o la memoria colectiva de
los grupos; por el otro, les ha sido preciso responder, bien o mal, a la necesidad que la
sociedad tiene de contar con un género literario que ponga en escena las pasiones políticas
y humanas y se esfuerce por otorgar sentido al presente. La contradicción contenida en este
doble juego ha sido resuelta de maneras diversas en el transcurso del tiempo, pero
permanece todavía en el centro del trabajo histórico en Francia. Ella fue incluso agravada
por los traumatismos que sufrió la sociedad francesa en los años cuarenta, por los dramas
de la descolonización y, más solapadamente, en los años que van de 1950 a 1970, por el

1
cambio rápido de una sociedad que estaba todavía marcada por sus raíces rurales del siglo
XIX.

El entrecruzamiento de los diversos factores mencionados indica que este capítulo


no puede ser más que el esbozo de un tema que demandaría por sí solo un libro y sobre el
cual muchas informaciones de base no están aún disponibles. Partimos de lo más simple y
de lo más fácil de acotar –los historiadores como grupo cambiante en una sociedad ella
misma en transformación-, para luego considerarlos en su rol social (¿nuevo? estará por
verse), buscar las causas más profundas de su éxito social como guardianes de la memoria
(¿nacional? esto también será discutido) y evaluar los riesgos que corren en esta función
que puede hacerles perder su razón de ser.

Los historiadores: ¿un nuevo grupo social?


Medida de un crecimiento

El historiador debe ser el más capacitado para saber que el uso de las mismas
palabras aplicadas a períodos históricos diferentes induce a ilusiones nominalistas y a
anacronismos. ¿ A qué alude la palabra “historiador” a principios del período considerado
en este trabajo, alrededor de 1950? Excluimos por comodidad, ya que en el fondo este es
el sector que menos cambió durante el período, a todos los historiadores no universitarios,
no académicos, vulgarizadores o proveedores de pequeños relatos o ensayos históricos,
modelos de los que encontramos antecedentes ya desde la Restauración y cuya prosperidad
no se ha puesto en duda.

Los historiadores profesionales, es decir pagados por el Estado 1, profesores de


enseñanza secundaria (más excepcionalmente, maestros 2), docentes de las universidades,

1
Esta definición estatutaria es asimismo aproximativa, ya que existen algunos buenos historiadores fuera de
la enseñanza secundaria y superior. A diferencia de los escritores de historia citados precedentemente, ellos
aplican en realidad las reglas consagradas por la corporación oficial y algunas veces obtienen incluso,
después de un recorrido atípico, el reconocimiento parcial del Alma Mater de la profesión: así Philippe Ariès,
“historiador de domingo”, elegido por la École des hautes études en sciences sociales después de una carrera
en el estudio de asuntos sociales y algunos libros destacados (Ariès, 1980).
2
El más ilustre de este grupo es Jean Maitron, más tarde profesor-asistente en la Sorbonne luego de su clásica
tesis sobre el movimiento anarquista.

2
investigadores de CNRS* o de los grandes organismos y escuelas eruditas, eran menos de
3000. En 1967, fecha para la que se dispone de datos más detallados, esta cifra es más del
doble (alrededor de 8000), luego de la expansión de la enseñanza secundaria y, más
adelante, de la universitaria3. A comienzos de los años 1990, tras una coyuntura difícil
(estancamiento del reclutamiento en la segunda mitad de la década abierta en 1970 y en la
primera parte de los años ochenta), se retornó a la expansión, hasta renovar un cuerpo
donde las partidas por jubilaciones masivas de miembros de las generaciones de la década
de 1960 habían abierto huecos, al mismo tiempo que la extensión de los estudios
secundarios y superiores promovía una ampliación del reclutamiento.

Si nos limitamos a la enseñanza superior y a la investigación 4, hacia 1991 se registra


la presencia de 1155 docentes-investigadores titulares, a los que deben agregarse algunos
cientos más, que ocupan puestos en otros establecimientos de educación superior y de
investigación (CNRS, EPHE, EHESS, etc.), así como el personal temporario (pero con sus
tesis en curso o ya doctorados), apartados o no de la enseñanza secundaria (Langlois 1992).
En otra palabras: se puede estimar que hoy en día los historiadores más profesionalizados y
“académicos” en sentido anglosajón son tan numerosos como lo eran, en conjunto, todas las
categorías de docentes de historia inmediatamente después de la Segundo Guerra.

Este cambio cuantitativo está en la base de algunas transformaciones cualitativas


notorias: la creciente dispersión en sub-especialidades para delimitar “territorios” propios;
la distancia, cada vez más notable, entre la enseñanza ofrecida como profesor a los alumnos
principiantes y el terreno específico de investigación de cada historiador, lo que fue
provocando, a lo largo del período, una diferenciación entre los ciclos de estudios; la
separación también cada vez más neta entre un sector casi autónomo dedicado a la

3
Obtuve esta cifra sumando a los 7173 docentes de historia en secundarios (públicos), los 527 docentes en
nivel superior (todos los niveles jerárquicos) y los aproximadamente 200 investigadores o docentes de las
IVe, Ve y VIe secciones de la EPHE, en la Escuela Nacional de Archiveros Paleográficos y en las dos
comisiones de historia de la CNRS (Tableaux de l’Education nationale 1968; Roche 1986: 9; CNRS 1967).
4
Aproximación injusta puesto que numerosos investigadores en formación, a falta de puestos en la enseñanza
superior, han debido redactar sus trabajos (especialmente en los años 1970 y 1980) enseñando paralelamente
en el secundario. Desgraciadamente, las estadísticas disponibles no permiten distinguir, dentro de la
enseñanza secundaria, los diversos tipos de docentes.
* Nota del Traductor: Centro Nacional de Investigación Científica.

3
investigación, por una parte, y un sector volcado a la enseñanza y al entrenamiento inicial
de los estudiantes, por otra, entre los cuales la comunicación se establece mal.

Contra lo que indican los estatutos oficiales, los historiadores actuales no tienen en
Francia dos misiones (enseñanza e investigación): tienen al menos tres, en verdad cuatro,
que intentan equilibrar con dificultad.

Si son universitarios clásicos, deben en primer lugar proporcionar una cultura


general a estudiantes cuya mayor parte no elige la historia más que como una opción
secundaria; en efecto, prolongan aquello que, en principio, ya se había hecho en el nivel del
liceo*. Esta función que algunos desdeñan, por encontrarla muy elemental, es sin embargo
esencial para el futuro de la historia y para el mantenimiento de la posición de esta
disciplina en el centro de las ciencias humanas. En comparación con sus colegas de otras
ciencias sociales, los historiadores tienen el privilegio de dar clases desde el principio a
jóvenes portadores, al menos en teoría, de una cultura histórica no desdeñable en relación a
los conocimientos de sociología, etnología o economía de un alumno secundario medio
(excepto que haya elegido esta opción para la universidad). El éxito, medido por diversas
encuestas realizadas entre los estudiantes, de la historia como asignatura dominante o como
disciplina de apoyo de otros DEUG5 marca la importancia de esta continuidad pedagógica
entre la enseñanza secundaria y la superior, que la mayor parte de los otros sistemas de
enseñanza en Europa no garantizan.

En segundo lugar, una función antigua e insoslayable en razón del peso de los
concursos para obtener empleo en nuestro país: los historiadores universitarios forman a los
futuros docentes de secundario en su especialidad.

En tercer lugar, se cuenta función nueva que no existía en los comienzos del período
bajo la forma organizada que reviste ahora con la creación de DEA** y de las escuelas

5
DEUG: Diploma de estudios universitarios generales, marca el final del primer ciclo universitario (dos
años).
* N. del T.: Instituto de Segunda Enseñanza.
** N. del T.: Diploma de Estudios y Aptitudes.

4
doctorales; los historiadores se encargan de hacer florecer y afirmar las vocaciones de
docentes-investigadores, para asegurar su propia reproducción en tanto grupo.

Por último, deben comunicarse con una “academia invisible”, constituida por sus
pares en la especialidad, que son cada vez en menor medida sus colegas inmediatos. Esa
comunicación asume la forma de seminarios de investigación, coloquios, congresos,
grupos de trabajo, redes y conferencias.

A estas cuatro funciones de base (que existen en proporciones variables en la mayor


parte de las comunidades universitarias nacionales, tal vez con excepción de la segunda,
por el hecho de la menor autonomía de la historia como disciplina de enseñanza secundaria
en muchos países europeos) se añade otra. Ella es específica de Francia y de la situación de
la historia en el contexto de la cultura de nuestro país: una función mediática, por largo
tiempo descuidada en el período precedente, que los universitarios disputan cada vez con
más éxito a los profesionales de los medios (periodistas, escritores no “académicos” de
historia, etc.) desde fines de los años 19606.

Otra forma de evaluar la función social de un grupo intelectual es examinar su


producción. El crecimiento de la producción historiográfica, ¿es consecuencia de la
multiplicación de los historiadores? Nos limitaremos a trabajar con indicadores
bibliográficos sumarios e imperfectos, ante la ausencia de datos elaborados. El primer
indicador registrado concierne a la producción científica recogida por la Bibliographie
annuelle de l´histoire de France, en forma casi exhaustiva después de 1953 (Albert-
Samuel 1953-1993). Se nos escapan evidentemente los trabajos de los historiadores
franceses sobre el exterior, sobre la Antigüedad y sobre el período más reciente (después
de 1958, según el recorte escogido por la fuente). Pero, como se verá más adelante, se trata
de una minoría.

Las grandes tendencias visibles para la historia de Francia tienen todas las
posibilidades de ser válidas para las otras especialidades no recogidas en la fuente utilizada.

6
Cf., infra, la contribución de Rémy Rieffel.

5
Para los años 1953 y 1954, la obra citada incluye 16063 referencias, es decir 8031 artículos
de revistas o libros por año. Diez años más tarde, la producción sobre la historia de Francia
no ha aumentado más del 10%, alcanzando las 8909 referencias. Será necesario esperar a
las décadas siguientes para que la expansión del cuerpo universitario se refleje en el
aumento de las obras. En 1992, último año disponible, se llega a 15486 referencias, casi el
doble del primer año considerado (aunque debe tenerse en cuenta que el grupo de autores
potenciales se ha triplicado). Más significativo aún de la especialización creciente de los
historiadores franceses es la cantidad de periódicos revisados para obtener estas cifras. De
alrededor de 1200 en los comienzos del período se ha pasado a 2151, a los cuales se deben
añadir 400 volúmenes de compilaciones (actas de coloquio, obras colectivas), lo que refleja
el cambio de los soportes de transmisión de conocimientos.

Como en todas las disciplinas científicas, el libro, obra de un autor único, deviene
minoritario en relación a los artículos y a las recopilaciones colectivas. Cuando publica, el
historiador es cada vez menos una persona sola, y debe pensarse en relación a un campo
especializado o, en cambio, a una problemática más amplia. Se notará así que el ritmo de
crecimiento de la población de autores potenciales –que no se limitará aquí a aquellos en
ejercicio en la universidad o la investigación- es mucho más elevado que el de la
producción científica ya citada. Refuerza esa impresión el hecho de que en tal producción
están incluidos los trabajos de los “amateurs” publicados en las revistas locales y los
trabajos extranjeros, que son por cierto menos de un tercio del total. Esta indicación
confirma bien la disociación de las diversas funciones de los historiadores enunciada más
arriba; en este caso, ella se da entre una minoría que publica regularmente y una mayoría
que no publica más que esporádicamente o no publica, ocupada en sus múltiples y diversas
tareas.

Para esta circunstancia se puede ofrecer otra explicación. Una parte creciente de la
producción científica escapa al examen, a pesar del excelente trabajo realizado por los
bibliógrafos. Se trata de todas las obras inéditas, tesis de maestría –algunas de las cuales
llegan a transformarse en artículos-, memorias de DEA, tesis de tercer ciclo, tesis llamadas
de nuevo régimen y una parte no desdeñable de las actas de coloquios, dada la expansión de

6
esa práctica en los años recientes. El aumento de los créditos de ayuda a la publicación
(subvenciones a revistas, subvenciones a editores y a editoriales universitarias) no
acompaña en efecto la multiplicación de las tesis defendidas y de los encuentros
organizados. La competencia por la visibilidad, incluso mínima, se encuentra en aumento.
Los malthusianos verían allí un factor positivo de selección de los mejores trabajos. Pero
los pesimistas los corregirían recordando que lo que es vendible para un editor no se
relaciona solamente con la calidad del trabajo científico, sino también con el período y con
el tema tratados, como lo muestran hasta la caricatura los años de conmemoración del
Bicentenario de la Revolución.

Los “territorios” de los historiadores franceses


Esta primera conclusión, menos optimista que la usual cuando se habla de la escuela
historiográfica francesa, debe ser afinada para encarar un análisis más profundo de las
temáticas y de las prácticas de los historiadores franceses, capaz de esclarecer su relación
con el entorno social y con el presente. No se trata de negar que estos cincuenta años han
sido un período glorioso, durante el cual algunas “estrellas” de primer nivel fueron
inspiradores de grupos y asimismo –hecho raro en ciencias humanas- conquistaron una
audiencia internacional. Pero un balance no es un premio y es peligroso transformar un
momento excepcional en una ley histórica eterna. Desde hace algunos años, los
historiadores franceses se preguntan por las disfuncionalidades crecientes que conciernen a
su disciplina. Algunas no son específicas de la historia; remiten a los ritmos inestables del
reclutamiento universitario y a las múltiples funciones ya evocadas que deben asumir los
universitarios, historiadores o no (Roche 1986). Pero otras, las más importantes, obedecen a
los tropos culturales y las elecciones científicas, que reducen y amenazan con poner coto a
la expansión de la “escuela histórica francesa”, si es que esta expresión guarda otro sentido
que no sea “estenográfico”. Para poner en evidencia estas tendencias, analizaremos a la vez
las reflexiones hechas por los organismos de evaluación desde la década abierta en 1960 y
los resultados de una encuesta sobre los historiadores de la época moderna y
contemporánea (Charle 1992).

7
La lectura de los trabajos de coyuntura del CNRS producidos en los años sesenta
arroja luz sobre algunas elecciones intelectuales de la comunidad historiográfica que
presentan una cierta continuidad en el tiempo hasta hoy. A lo largo de toda la década, los
informantes deploraban la polarización excesiva de las investigaciones sobre la historia de
Francia, que representaba las tres cuartas partes del total (CNRS 1960: 373). Los estudios
sobre varios países extranjeros estaban abandonados y más particularmente los Estados
Unidos, Gran Bretaña, la Europa danubiana y balcánica, Polonia y el Extremo Oriente; sólo
Rusia era estudiada en un número significativo de tesis (ibid.: 375). Este leitmotiv que
alude al francocentrismo es retomado en los informes siguientes (CNRS 1963 y 1969). Más
de treinta años después, a pesar del enorme crecimiento de los recursos y de la desaparición
de la tesis como marco obligatorio, debemos constatar que esta concentración sobre el
territorio francés no ha declinado. En 1985, sobre 102 investigadores de la comisión de
historia moderna y contemporánea del CNRS, teóricamente los mejor ubicados para hacer
opciones audaces puesto que están liberados de la mayoría de las coacciones geográficas
ligadas a la enseñanza universitaria, 53, o sea un poco más de la mitad, trabajan únicamente
sobre la historia de Francia (Roche 1986: 10). La proporción se aproxima al 55% en las
noticias del Répertoire des historiens de l’époque moderne et contemporaine , tanto en
1982 como en 1991 (Charle 1992).

Comprobación poco asombrosa, pero paradójica cuando, en la misma época, el


prestigio de la escuela francesa era sostenido por grandes tesis que atravesaron las
fronteras, producidas por algunos de sus miembros más destacados: del Mediterráneo de
Braudel al Atlántico de Chaunu, pasando por la Cataluña de Vilar. La historia comparativa
alabada por Marc Bloch, la historia sin orillas ilustrada por Lucien Febvre y Fernand
Braudel, y reclamada por las comisiones del CNRS, ha quedado como una expresión de
deseo. Las circunstancias institucionales lo explican en gran parte. El rito de la tesis se
practica más fácilmente a domicilio, a menos de disponer de condiciones de trabajo algo
excepcionales, o de un espíritu de perseverancia y de una vocación poco comunes. La lista
de países extranjeros más frecuentados por los historiadores franceses dedicados a la época
moderna y contemporánea no se funda en el azar; por el contrario, la lista de naciones más
estudiadas se explica más por la existencia de estructuras de relaciones afinadas y por la

8
implantación de institutos franceses en el extranjero que por la proximidad objetiva o la
importancia intrínseca del país en cuestión.

TABLA I
Las zonas geográficas de estudio elegidas por los historiadores de la época moderna
y contemporánea

Zona geográfica * 1982 1991


Europa 623 rango 1 685 rango 1
América del Norte 94 rango 3 107 rango 2
América del Sur 73 rango 5 64 rango 5
África del Norte y del Oeste 110 rango 2 103 rango 3
África del Sur y del Este 6 rango 8 3 rango 8
Asia 75 rango 4 86 rango 4
Océano Índico 26 rango 6 16 rango 6
Océano Pacífico; Oceanía 9 rango 7 8 rango 7

Países de Europa 1982 1991


Italia 138 rango 1 158 rango 1
Alemania; Austria 133 rango 2 150 rango 2
Islas Británicas 79 rango 3 98 rango 3
Países Ibéricos 78 rango 4 95 rango 4
Europa del Nor-Oeste 72 rango 5 83 rango 5
Mundo eslavo; Rusia 58 rango 6 53 rango 6
Países balcánicos 41 rango 7 29 rango 7
Escandinavia 24 rango 8 19 rango 8

Fuente: Charle 1992 * Sin Francia

Europa, e inclusive la pequeña Europa del tratado de Roma, pesa por sí misma, en las
elecciones de los historiadores, más que todas las otras partes del mundo reunidas. En el

9
interior de Europa, los historiadores franceses son más bien “continentales”: pasan el Rhin
o los Alpes como máximo, pero el Canal de la Mancha es todavía más que un obstáculo
geográfico. La hermana latina va a la cabeza: la existencia de la École de Rome contribuye
a ello (Italia: 158 menciones); Alemania la sigue de cerca (150); las islas Británicas se
encuentran ya lejos del grupo (98), seguidas por los países ibéricos –España especialmente,
gracias a la Casa Velázquez. Los países del Benelux atraen todavía un poco (83). Pasada la
línea Oder-Neisse y los contrafuertes de los montes de Bohême, ya estamos en territorio de
misioneros (53 menciones para el mundo eslavo, pero en primer lugar la ex-URSS; 29 para
las países balcánicos), mientras que las tierras heladas del Norte paralizan a los audaces (los
países escandinavos no son citados más que 19 veces, menos que Asia del Sud-Este o las
Antillas y Guayana).

Fuera de Europa, América del Norte –principalmente Estados Unidos- es la única


zona que tiene un peso significativo, ya que llega al mismo nivel de popularidad que las
islas Británicas. Asimismo, los africanistas obedecen sin mayor imaginación al antiguo
impulso de los tiempos coloniales; el Maghreb, África negra (del oeste) y el Sahara siguen
siendo los únicos verdaderos terrenos de estudio bien cubiertos. Las mismas huellas de los
viejos compromisos de Francia funcionan para Asia, donde el Próximo Oriente (¿herencia
de los mandatos de la Sociedad de las Naciones?) y el Sud-Este asiático son las únicas
zonas del continente que atraen a los investigadores. Hay, por ejemplo, menos menciones
acumuladas de China y Japón que de elecciones por las Antillas y Guayana: la distancia
cultural más que la visibilidad objetiva de las zonas referidas es aquello que,
evidentemente, está detrás de estas orientaciones.

¿Debe esta observación limitarse a una constatación autodenigratoria? Esto sería


demasiado fácil. Es probable que un mapa análogo, realizado para los historiadores de otros
países de Europa, dejara también ver la huella de los imperios pasados: antiguo Imperio
británico para los Ingleses, Mitteleuropa y Ostforschung para los Alemanes. Está claro que
este calco realizado por los historiadores franceses de un mundo que hemos perdido (en
sentido político estricto) apenas prepara las vías del porvenir, que son abandonadas a las
investigaciones a cargo de otras ciencias humanas, en la menos sombría de las hipótesis.

10
Si se restringe el análisis al espacio nacional, pueden hallarse inclinaciones de larga
duración análogas a las anteriores en las elecciones de las regiones de estudio realizadas por
los historiadores franceses. La centralidad de la parte del territorio en cuestión, pero
también la desigualdad del equipamiento universitario, así como la presencia de equipos de
investigación, permanecen como los factores esenciales de las elecciones intelectuales. La
dominación parisina perdura como en los tiempos de la Tercera República (Dumoulin 1983
y Charle 1994), ya que la mayoría de los historiadores registrados residen o trabajan en Ile-
de-France; París y su región ( tanto en las investigaciones referidas a la época
contemporánea como a la época moderna) son las zonas de Francia más estudiadas. El
fenómeno se acentúa en último período, puesto que la Ile-de-France, región ubicada en
quinto lugar en 1982 en las elecciones de los modernistas, alcanza el segundo puesto nueve
años más tarde.

Nos encontramos con el mismo fenómeno para los historiadores de la época


contemporánea, lo que confirma la explicación por el dispositivo de investigación y los
cambios temáticos. Por el contrario, si no se considera la región parisina, la jerarquización
de las elecciones de otras regiones no es idéntica para los dos períodos. Para la época
contemporánea, se destaca, para los nueve primeros lugares, una línea Le Havre-Marseille
que, a excepción de Bretaña, cubre la Francia urbana, la Francia de la línea Saint-Malo-
Géneve y la Francia industrial de los siglos XIX y XX, temas dominantes de los
historiadores contemporáneos, como se verá. Los investigadores dedicados a la historia
moderna seleccionan sus regiones más bien en función de lo acusado de su personalidad y
de la autonomía provincial mantenida por ellas. Así, las provincias periféricas del Sur, aún
no aniquiladas por el poder central, ocupan un rango honorable en las elecciones de estudio.
Al contrario, las regiones del Mediodía que tienen seguidores para la época contemporánea
están superadas netamente por el triángulo de la Francia de la modernidad económica, si se
exceptúa en este caso a Bretaña.

Esta cartografía de las elecciones geográficas no es sin embargo constante en el


tiempo. Nueve años antes, el fenómeno era menos acusado, lo que remite a los cambios en

11
las investigaciones: de lo rural a lo urbano, de lo económico a lo social y cultural, de lo
popular a lo burgués. En efecto, las regiones del Sur estaban mucho mejor ubicadas en
1982. Ile-de-France, segunda en 1991, estaba quinta en 1982. Es necesario en esto ver el
efecto de la multiplicación de los trabajos sobre la periferia parisina, particularmente sobre
los alrededores. En cambio, las regiones meridionales han perdido terreno con respecto a
los comienzos de la década. El Languedoc-Roussillon y la Provence-Côte d’Azur, situadas
en el grupo principal a comienzos de los años 1980, retroceden al quinto y octavo lugares
respectivamente. ¿No será esto el efecto de la caída del “occitanismo” como motor de las
elecciones intelectuales en los historiadores y una ilustración de la ley de los rendimientos
decrecientes? Una vez explorada la vida política, la vida rural, las mentalidades
tradicionales y los movimientos populares, las investigaciones han reorientado sus estudios
hacia otros terrenos u otros recortes, a menos que algunos, atraídos hacia el norte por
universidades situadas más alto en la jerarquía académica, hayan cambiado por este hecho
sus zonas de exploración. Tenemos allí la primera manifestación de un fenómeno con el
que habremos de reencontrarnos: el de la ósmosis entre las elecciones intelectuales de los
historiadores franceses y las características dominantes de sus objetos, ya sean geográficas,
cronológicas o temáticas.

TABLA II
La lentitud de los deslizamientos temáticos

Tipología 1982 1991


Historia de las instituciones 453 429
Vida política 558 556
Historia económica 392 435
Historia social 1321 1400
Historia religiosa 365 344
Historia de la civilización 936 790
Historia del arte 435 486
Ciencias auxiliares 273 279
Historia de las ciencias 14 41

12
Sub-temas: Historia social 1982 1991
(grupos sociales)
Clero 76 78
Nobleza 73 77
Burguesía 78 113
Mundo obrero 101 62
Artesanado 26 32
Sindicalismo 48 56
Campesinado 98 91

La repartición global de los grandes conjuntos temáticos es constante en el tiempo y


se alinea con los dos últimos términos que acompañan el título de la revista fetiche de los
historiadores, los Annales: sociedades y civilizaciones. Sin duda, la historia de las
instituciones y la vida política, si se las suma, constituyen un área equivalente a la historia
de la civilización. La historia económica, la rama más dinámica en otro tiempo, queda un
poco retraída en relación a esas tres grandes orientaciones, lo que es más evidente si se
tiene en cuenta que, como se verá, el acoplamiento con la historia social es cada vez más
raro. Contrariamente a lo que algunos, no hace mucho y algo apresuradamente, anunciaban,
el retorno de la historia política no puede verse con claridad en las elecciones preferenciales
de los historiadores; los temas que se refieren a ella están estancados. Por el contrario, la
historia económica, sobre la cual ciertos especialistas sostienen que ha declinado
relativamente entre las generaciones jóvenes, se mantiene e incluso progresa, aún cuando
la población encuestada es un poco menos numerosa. Es cierto que esta constancia se debe,
en gran parte, a una rama subsidiaria que hace de puente con la historia intelectual, a saber
la historia del pensamiento económico. El paralelismo con el progreso de las menciones de
la historia de las ciencias permite pensar que se trata de uno de los fenómenos del período
reciente: el interés por la historia de las disciplinas como una especie de epistemología
preparatoria. La casi cuadruplicación de la cantidad de referencias a la historia de la
enseñanza y de los cuerpos eruditos en la Bibliographie annuelle de l’histoire de France es

13
una confirmación indirecta7. Pero el área dominante sigue siendo la historia social,
entendida en su acepción más amplia, esto es, no solamente como la historia de diversos
grupos sociales y de sus relaciones, sino también como una que incluye todos los
acercamientos temáticos que se vienen multiplicando desde hace tres décadas: historia
urbana, demografía histórica, historia de la familia, historia de las relaciones entre los
sexos, etc8.

La historia social, en este caso entendida en el sentido restringido de historia de los


grupos sociales, conoce una gran estabilidad a pesar de las inflexiones significativas de la
coyuntura en la sociedad y en la cultura. Dominada aún, en los comienzos de la década
abierta en 1980, por una orientación mayoritaria hacia las clases populares (campesinos,
mundo obrero, sindicalismo y artesanado: 273 menciones), la historia social “se aburguesa”
(241 menciones solamente para los temas precedentes en 1991). Si el clero y la nobleza se
mantienen estables o un poco más citados, la burguesía vuelve a ser la clase ascendente el
año de la “tercera revolución rusa”! El corte de estos sub-temas, según el período, indica
que la burguesía es la clase ascendente entre las investigaciones de los historiadores
dedicados al período contemporáneo, con 62 menciones sobre 113. La convergencia entre
el indicador citado y el conocimiento de los trabajos en curso ratifica la fiabilidad de esta
interpretación9.

TABLA III
El declive de las mentalidades

Historia de la civilización 1982 1991


Mentalidades 430 355
Historia de las ideas 257 216

7
Albert-Samuel 1988: X (+ 354,3% exactamente en relación a 1958).
8
Según la fuente citada en la nota precedente, la cantidad de referencias a la historia social ha crecido 318,8%
en relación a 1958 en la BAHF.
9
Cf. mi ensayo de balance: Charle 1991.

14
Filosofía 34 25
Prensa, imprenta 104 90
Lingüística, literatura 65 46
Teatro, danza 24 20
Cine, audiovisual 22 22
Musicología 23 16

Otro reflujo temático constatado es el de las mentalidades, que resulta relativo y más
paradojal. Cuestión principal dentro de la categroría “historia de la civilización”, las
mentalidades han perdido partidarios con el debilitamiento de la moda, y principalmente
con la duda creciente sobre la pertinencia del propio término. Hoy, son muchos, quizás
inlcuso más numerosos que antes, los historiadores que practican aquello que llamábamos
generosamente “historia de las mentalidades”, pero lo pregonan menos. Esta es, al menos,
la hipótesis más compatible con lo que se ve en el conjunto de la producción impresa.
Conforme a sus orígenes, esta temática encuentra la mayor parte de sus practicantes entre
los investigadores de la historia moderna, que la han inventado: 205 menciones en historia
moderna contra 150 en historia contemporánea. El retroceso de la moda “mentalidades” no
ha engrosado sin embargo la historia religiosa, cuyas posiciones tienen mayor tendencia a
desmoronarse, particularmente en lo que concierne al mundo católico, mientras que el
estudio del protestantismo se encuentra netamente sobrerepresentado en relación a su peso
demográfico objetivo.

¿Un “ efecto bicentenario”?


Para definir el equilibrio entre los períodos de predilección de los historiadores
encuestados, se podría retomar la célebre frase de Michelet: “¿El gran siglo? El siglo
XVIII”. Con 548 registros para los dos años observados, el siglo de las Luces se distancia
de todos los otros períodos y asimismo profundiza la diferencia, en 1991, con respecto al
siglo XIX. Hay allí un dato estructural que se explica sólo parcialmente por el “efecto
bicentenario”, ya que se habían alcanzado cifras altas ya siete años antes del comienzo de la
gran celebración. Más inquietante que esta acumulación alrededor del siglo de Voltaire es
el debilitamiento continuo del interés por otros grandes perídos, entre ellos el siglo XVII;

15
este hecho es reflejo de la dificultad de incentivar las vocaciones cuando la especificidad de
los documentos reclama un tecnicismo mayor en el trabajo en los archivos. El efecto
bicentenario actúa también para la primera mitad del siglo XIX, ya que la época romántica
parece reencontrar una audiencia tras la atracción privilegiada ejercida por el fin de siglo
XIX en los comienzos de la década de 1980. ¿Fervor efímero alentado por las tendencias
celebratorias que se desborda más allá de Brumario o reconversión progresiva de los
modernistas tardíos hacia el período posterior a la Revolución? El estancamiento global de
las menciones a la Tercera República –hasta 1914- y el descenso de los especialistas en el
siglo XX, nos inclinan hacia la segunda hipótesis, así como el registro del importante
porcentaje del universo total (27 %) que trabaja sobre los dos grandes períodos
convencionales10.

Por otra parte, si bien los historiadores analizados se han alejado progresivamente de
los dos ídolos que denunciaba Simiand a comienzos del siglo XX, el ídolo político y el
ídolo del período, han retornado al ídolo biográfico. La moda biográfica crece después de
un largo purgatorio: 109 menciones en 1991 contra 75 en 1982, y esto de manera
equilibrada tanto en los estudios sobre historia moderna como en los dedicados a historia
contemporánea. Dos interpretaciones son posibles. Una pesimista: los historiadores-
investigadores son arrastrados por la corriente de la edición destinada al gran público. Otra,
optimista: la moda etnográfica y el éxito de las historias de vida, de la historia oral y de la
prosopografía devuelven sus letras de nobleza a este género en otro tiempo deshonrado por
la escuela de Annales.

El deseo de historia

La demanda social

Así, entre los historiadores universitarios especialistas en los períodos temporalmente más
próximos, se pueden localizar, durante la última década, cambios temáticos que evidencian

10
El detalle de las informaciones enumeradas se encuentra en Charle 1992.

16
su enlace con los interrogantes sociales de nuestro tiempo. La demostración sería aún más
convincente si se dispusiese de una muestra comparable de mayor antiguedad. Para dar
cuenta de esta presión social indirecta que se ejerce sobre la historia en Francia, se recurre
en general a explicaciones simples que aluden a la acción de los medios, al encargo de los
editores o a la demanda política. Esas explicaciones tan generales tienen el defecto de
trabajar a un plazo demasiado largo o a uno demasiado corto. Y, sobre todo, ellas acaban en
una visión excesivamente maquiavélica de la organización del éxito de la historia (Coutau
– Bégarie 1983). Un puñado de quienes toman las decisiones (directores de coleción,
periodistas, hombres políticos, “estrellas” de la historia) tendrían programado el éxito de la
“nouvelle histoire” como se fabrica un best-seller para el verano. La explicación sólo puede
ser valedera una vez que se abrió la primera brecha, cuando se producen remakes o
imitaciones de los primeros libros que tuvieron éxito. El punto de desencadenamiento
procede, como en el viejo análisis labrousiano de las revoluciones, del entrelazamiento de
causalidades parcialmente independientes11.

El momento de cambio se sitúa en los años cercanos a 1970, con algunos signos
premonitorios alrededor de 1968 (Ory 1983). Antes de esa fecha, la historia-ciencia y la
historia-relato destinada al “gran público” estaban claramente divididas. Los dos grupos de
practicantes se encontraban diferenciados, las redes de difusión y de edición estaban
separadas, los temas y las problemáticas no tenían gran relación. En el transcurso de la
década de 1970, todo cambió: relativa confusión de los roles y de los públicos,
mediatización de la historia universitaria, modificación de la jerarquía de las temáticas. Esta
recomposición, habirualmente atribuida al fin de ciertas interdicciones entre los
historiadores universitarios que habría sido promovido, en parte, por la impugnación de
mayo de 1968, se explica sobre todo, según mi opinión –aquí sólo se pueden arriesgar
hipótesis por analogía- por una recomposición del público de la historia.

11
Si varias nuevas historias colectivas de Francia fueron programadas en los años ochentas por las grandes
editoriales, ello animó la competencia y el marketing. Que la primera lanzada con un formato temático
(Histoire de la France rurale) haya resultado un éxito –70.000 ejemplares para el primer tomo- que
sorprendió al mismo editor, remite a una coyuntura y a un público específico, en cruce con una generación de
historiadores que ha llegado al momento de la síntesis. Cf. La entrevista de Michel Winock en Préfaces,
número 6, 1988: 76-79)

17
La producción histórica ocupa desde hace mucho tiempo una posición envidiable en la
jerarquía de los géneros literarios (en general la segunda, detrás de la literatura con la cual
se confunde parcialmente, dando lugar a géneros mixtos como las memorias, la novela
histórica o la historia novelada) (Carbonell 1976). Por esta razón, dispone desde hace
tiempo de un público de masas como el de las novelas. La novedad no es pues el fenómeno
del best-seller histórico, del cual se pueden citar buenos ejemplos en el siglo XIX o en el
período de entreguerras. Lo que cambia en de los años que van de 1960 a 1970, es la
intelectualización de ese público de masas. Ese público masivo lee, a partir de esos años, lo
que en otro tiempo estaba reservado a un público erudito o cautivo de las universidades
(Pinto 1985; Dosse 1987). La masificación del público universitario, a corto y mediano
plazo, es el primer motor de esta transformación de la audiencia de ciertos trabajos, antes
reservados a los happy few. En el otro extremo de la escala generacional, hay que recordar
también el crecimiento del número de los jubilados, cuyo nivel de vida mejoró
considerablemente y del cual conocemos su gusto particular por la historia, como lectores o
como investigadores (por ejemplo, la fiebre genealogista) (Les pratiques culturelles des
Francais 1990: 128 – 130).

Si se deja de lado el orgullo de los “nuevos historiadores”, debe reconocerse que tal vez
no fueron ellos quienes tuvieron las primeras señales de existencia de este nuevo “horizonte
de expectativas”. Los primeros best-sellers inesperados de esas décadas agitadas no fueron
Les dimanches de Bouvines de Georges Duby (1973) ni Montaillou, village occitane (1975)
de Emmanuel Le Roy Ladurie, sino más bien Tristes tropiques de Claude Lévi-Strauss
(1955, edición de bolsillo en los años sesenta) o Les mots et les choses de Michel Foucault
(1966). Ahora bien: esos libros, englobados en la época por el periodismo bajo el rótulo de
“estructuralismo”, pusieron en cuestión las convenciones del relato clásico, impugnadas a
partir de la etnología y de la filosofía, así como la relación del autor con su objeto histórico
o científico, y lo hicieron de manera más radical aún que las teorías de Braudel y
Labrousse sobre la temporalidad histórica12, que tenían por entonces una circulación muy
estrecha.

12
Los Écrites sur l´histoire de Braudel, con el famoso artículo sobre la larga duración, no se reeditó como
libro de bolsillo hasta 1977 (Braudel 1977); las reflexiones teóricas de Labrousse no pasaron jamás el circulo
de las publicaciones eruditas o la reproducción de cursos dictados, inhallables en bibliotecas (Labrousse 1980)

18
Una vez producida esta brecha en las representaciones tradicionales de la historia, los
historiadores que habían promovido una ruptura semejante frente sus pares podían, gracias
a los nuevos medios a su disposición (nuevas colecciones, libros de bolsillo, radio,
televisión, etc.), proponerla más allá del círculo de los especialistas. No sólo podían hacerlo
sino que debían hacerlo, pues la “moda estructuralista” había pretendido poner nuevamente
a prueba la función central de la historia en el seno de las ciencias humanas (Dosse 1991 –
1992). La retracción de aquella moda y el eclipse relativamente rápido de sus promotores
más notorios ayudaron incontestablemente a los “nuevos historiadores”, tanto como el
cambio de horizonte histórico con el fin de la gesta gaullista y de los pretendidos “treinta
años gloriosos”.

El gran público de la historia, más exigente y más advertido gracias al comienzo de la


masificación de la enseñanza secundaria y superior y del cual una parte no desdeñable
militó políticamente entre los años 1960 y 1970, estaba en busca de nuevos esquemas de
comprensión, luego del debilitamiento de la moda marxista, del estructuralismo o del
economicismo antes dominante. Pudo reencontrar entre los historiadores universitarios
temáticas que serían existosas (fascinación por la Edad Media y por las raíces rurales que
no dejan de tener relación con el avance de la ecología y del regionalismo), nuevas
revisiones (transgresión de las fronteras entre disciplinas y períodos) y aperturas (moda de
las mentalidades después del economicismo de los años sesenta), que se hallaban en
concordancia con los aires de la época.

Esta hipótesis de la existencia de un nuevo público específico que, por sus aspiraciones
sociales y culturales, quiebra los antiguos recortes de audiencias propios de los años que
van de 1920 a 1960, resulta confirmada por el éxito de una revista como L´Histoire en una
empresa que había sido siempre difícil: la de la divulgación. Lanzada en 1978 por Editions
du Seuil tomando como modelo La Recherche –una revista de alta divulgación científica-,
esta publicación mensual apelaba no a las viejas celebridades de la historia que cautivaba al

19
gran público en la etapa previa sino más bien a los universitarios, para dirigirse un público
amplio pero más ilustrado que el de las antiguas revistas como Historia.13

Demanda política
La recomposición que mencionamos no habría exhibido, sin embargo, tales
características sin un segundo orden de transformaciones, que para abreviar llamaremos la
diversificación de la función política de la historia en Francia. Este dato no parece
conducirnos hacia lo nuevo, sino hacia el arcaísmo – término que jugó un cierto rol en el
debate político de la época -. Sin acceder a un cierto número de conocimientos históricos, el
ciudadano francés no puede, en rigor, participar en el debate político tal como se lo libra.
En efecto, ese debate aparece sobrecargado permanentemente de alusiones, de referencias,
de ecos o de analogías históricas14. Periódicamente, los analistas anuncian que se trata de
una peculiar inclinación francesa, en vías de desaparición, pero perjudicial para la
renovación y también para la buena marcha de la democracia.

Sin ser exageradamente parcial a favor de la historia, es menester constatar que la mayor
parte de esas predicciones fallaron. Las críticas a la “historiomanía francesa”, como las
críticas de quienes interpretan el éxito de la “nouvelle histoire” como una maniobra
maquiavélica, no tienen razón al plantear que este culto a la referencia histórica sólo es un
reflejo del elitismo intelectual de la “clase política”. Sin duda, los distintos regímenes
políticos plantean a la historia una demanda de legitimación, pero esto no es específico de
Francia (Ferro 1985). Por otra parte, es en Frnacia mucho más llamativa la necesidad que
tienen las fuerzas contestarias de elaborar un contra-discurso histórico, y de compartirlo
con los electores, con los grupos a los cuales dicen pertenecer o con aquellos que quieren
sumar a su causa. El período de fuerte crecimiento de la demanda social hacia la historia no
correspondió a una desaparición de esos discursos históricos partidistas, sino a su
reformulación en función de los cambios culturales y de la modificación de las relaciones
de fuerza políticas (por un lado, el ascenso de la unión de la izquierda; por otro, el

13
Según Pascal Ory (1983: 145), las tiradas de ambas se mantienen notoriamente diferenciadas, lo que indica
las características socioculturales distintas de esos públicos de historia: 154.000 para Historia en 1980,
alrededor de 50.000 para L´Histoire
14
Lo revela la vivacidad de las polémicas sostenidas por los políticos alrededor de la cuestión de la enseñanza
de la historia (Cf. Infra, la contribución de P. Joutard).

20
debilitamiento del discurso jacobino y revolucionario; finalmente, la resurrección de un
discurso contra-revolucionario) (Kaplan 1993).

El surgimiento de nuevas fuerzas políticas o sociales ( lo que se englobó en la época


bajo la denominación de “minorías”) no rompió con la tradición de reclamar un discurso
histórico que las acompañara. Por el contrario, aquel surgimiento ha multiplicado esa
tradición, en interacción con las nuevas temáticas de la microhistoria o de la etnología
histórica: historia de las mujeres, historia de las identidades locales, historia de los
marginados y las marginaciones, etc. Así, ciertos historiadores universitarios reencontraron
un rol militante o, en el caso de los más jóvenes, conciliaron sus opciones ideológicas con
una función social más general, como habían hecho sus antecesores asociando la historia
social u obrera y el compromiso comunista o para-comunista (Agulhon y Perrot, en Nora
1987).

Sin embargo, hay que reconocer que esas “nouvelles histoires” no tuvieron el impacto
social de la “nouvelle histoire”, en el sentido comercial del fenómeno –aunque quizás sea
éste el destino de todas las vanguardias–. Aquí, podemos invocar varias razones de desigual
importancia. En primer lugar, dado el desfase temporal entre el trabajo histórico y el trabajo
político, las investigaciones realizadas aparecieron durante la década siguiente, en el mismo
momento en que el declive de las luchas de las minorías estaba en función del nuevo clima
político y social (llegada de la izquierda al poder y profundizaicón de la crisis económica
que aceleró la declinación de estos movimientos sociales). Se agregó a ello el
envejecimiento social de una generación de historiadores, que fueron impulsados a la
prudencia académica por un clima universitario mucho menos dinámico y renovador que el
de los años sesenta y comienzos de la década de 1970 15. Finalmente, el escaso éxito de las
“historias alternativas” – quizás con excepción de la historia de las mujeres, que se
encuentra de todas formas en una posición frágil comparada con la que tiene en el mundo
anglosajón– procede sin duda de su situación de disidencia parcial frente al Estado, garante
de la mayor parte de las empresas culturales en Francia después de la guerra.

21
En cualquier caso, es necesario comprobar que esta nueva demanda política no dio
nacimiento a fenómenos intelectuales y sociales comparables a la Alltagsgeschichte en
Alemania, cercana al movimiento ecologista, o a los History workshops de Gran Bretaña,
ligados al mundo obrero y sindical. Sólo las fuerzas sociales más organizadas (grandes
confederaciones sindicales, grandes empresas) plantearon un reclamo de historia que
hiciera salir a la comunidad de los historiadores de su vínculo exclusivo con el Estado
central. Hay que reconocer que el tipo de historia que resulta de esos movimientos apenas
se diferencia de los géneros canónicos ya frecuentados por los propios cuerpos oficiales.

Demanda del Estado


Las dos demandas que mencionamos con anterioridad son parcialmente independientes
del reclamo tradicional al cual los historiadores fueron sometidos desde el nacimiento de su
profesión: la demanda estatal. Lejos de implicar un retroceso de esta última, el
renacimiento de las demandas que emanaron de la “sociedad civil”, término de moda en
esos años, no hizo más que ampliar la gama de las estrechas relaciones sostenidas entre el
Estado y la historia, como disciplina y como actividad social. La coyuntura nacida de la
Quinta República fue en este caso completamente decisiva; su fundador fue siempre
definidio por su legitimidad histórica y por su relación privilegiada con la representación
histórica que él mismo se hacía de la “Francia eterna”, que se mantenía igual a sí misma
más allá de los avatares políticos. Las nuevas instituciones puestas en escena, en primer
lugar el Ministerio de Asuntos Culturales confiado a André Malraux, un escritor
obsesionado por la Historia, dio a los historiadores, profesionales o no, una tutela potencial
suplementaria.

Hasta aquel momento, los docentes sólo dependían del sistema de educación nacional,
mientra que los historiadores-escritores dependían de las decisiones del mercado.
Actualmente, una administración especializada tiene a su cargo de manera mucho más
precisa toda una serie de dominios que influyen en la práctica de los historiadores: archivos
y bibliotecas –mejor administrados después de su liberación del ministro gigante de la
Educación-, estructuras de apoyo a la edición, animación cultural, festivales, excavaciones

15
Cf. La evolución de las temáticas analizadas y las intervenciones desatadas en Vintième Siècle por el

22
arqueológicas, conmemoraciones relanzadas espectacularmente por las oraciones fúnebres
de las figuras de referencia del régimen, pronunciadas por el mismo Malraux. Todo ocurre
como si ese régimen que se pretendía fundado en la ruptura con el arcaísmo político y
económico propio de la Tercera República, recuperara en profundidad la fiebre republicana
fundadora, pero también con los fastos históricos monárquicos. Un vocabulario, en otro
tiempo aislado a la gestión doméstica o a las fiestas de familia, fue así transformado en
léxico de Estado: patrimonio, memoria, aniversario.

Se ha criticado mucho este propósito de invención de una religión laica que podía
entenederse necesaria frente al desencantamiento del mundo y a la pérdida de las raíces. La
invención, en tal caso, no sería muy grande, ya que sólo retomaba los procedimientos
inaugurados por la Tercera República en su fase inaugural. Otros, lo han visto como una
ilusión simbólica imprescindible para enmascarar la decadencia relativa del mensaje
universal de la vieja “gran Francia” después de la descolonización. Esta interpretación
olvida los cambios notables sufridos por la política conmemorativa de acuerdo con quien
ocupara la presidencia de la República; hubo dos momentos intensos, bajo de Gaulle y bajo
Mitterrand, ambos jefes de Estados alimentados por la Historia, marcados y obsesionados
por las guerras, mientras que Pompidou y Giscard d´Estaing apostaban más bien al olvido.

Avanzaremos pues con una interpretación más política. Una nación desgarrada, una
nación problemática después de su azarosa fundación, vieja y siempre joven, Francia, para
sus dos presidentes historiadores, necesita de la historia y de la memoria para no ceder a
nuevas crisis mediante el recurso de hacerse cargo de sus crisis pasadas. Las ceremonias del
recuerdo, en principio, deben estar dentro de los factores de unidad y apaciguamiento; así
al menos las practican en otros países. Por el contrario, en Francia, más conmemoramos,
más multiplicamos las relaciones posibles con las luchas pasadas y con dolores aún vivos.
Como la solución propuesta por varios –planteada en ocasión del bicentenario de la
Revolución – de no conmemorar, llevaría a suprimir el espacio mismo de las referencias
políticas contemporáneas, es necesario para el Estado administrar esas contradicciones que
lo legitiman y al mismo tiempo lo ponen en peligro. Esto, evidentemente, confiere a los

artículo de Daniel Roche ya citado (“L´avenir de l´histoire”, 1987)

23
historiadores una función completamente distinta, que deben asumir por sí mismos, más
allá de su voluntad.

¿Podemos por ello hablar de una nueva función social, que vuelve a poner a prueba la
autonomía conquistada a lo largo del siglo XIX y el paradigma de la historia como ciencia
social propuesto por los fundadores de Annales? El ejemplo del bicentenario de la
Revolución francesa cuando, durante unos diez años, los historiadores de todo tipo y
dedicados a casi todos los períodos se vieron llamados, u obligados, a ingresar a la arena,
fuera la del gran público o la más restringida de las controversias entre especialistas,
muestra bien la profunda ambivalencia de los historiadores. Las “stars”, en este caso,
rejuvenecieron, con el riesgo de extinguirse en el camino; los menos conocidos, hallaron
una ocasión para salir del relativo anonimato.

Pero las leyes de la conmemoración y las que rigen los medios masivos de
comunicación que la acompañan son inexorables: ¿cómo no estar en una trampa ante
debates preconstruídos , donde cada uno debe jugar un rol ya determinado por el espacio
político global, más que por el campo de las problemáticas científicas? Los más proclives
a jugar este juego peligroso fueron finalmente los menos especializados, o los especialistas
en otras cosas que entraban de contrabando en la escena. Aquellos con posiciones más
matizadas debieron más bien interpretar el papel de gestores, y a veces, ocupar roles contra
unos adversarios sin deontología. El Estado mismo tuvo muchas dificultades para presentar
una demanda clara, dados los avatares sucesivos de la Misión del bicentenario, los roces
entre las autoridades y los combates políticos que se libraban alrededor de lo que estaba en
juego en la conmemoración. En la manifestación pública más espectacular – el desfile del
14 de julio-, exhibida al mundo entero como un mensaje de unidad de Francia, se
eliminaron en los hechos, y en la mayor medida posible, las referencias históricas, que
fueron desplazadas por una perspectiva humanista e internacional general donde el
acontecimiento fundador, la justificación de la ceremonia, desaparecía en un nuevo
carnaval planetario, rehistorizado a pesar de sí mismo por las revueltas en el Este. Fueron
finalmente las instituciones o los grupos más tradicionales quienes recurrieron a la
referencia histórica fechada para rendir homenaje a la Revolución o para denunciarla: el

24
desfile de los Estados generales en Versailles, la reconstitución de Valmy por el ministro de
Defensa, diversas manifestaciones contra-revolucionarias en Vendée o en París (Kaplan
1993). En otras conmemoraciones, los historiadores lograban defender mejor su
especificidad, pero el ejemplo precedente muestra bien que la función conmemorativa tiene
el riesgo de instrumentalizar la historia, aun si al mismo tiempo ofrece a los historiadores
una ocasión para ejemplificar la utilidad social de su disciplina ante un público ampliado,
ocasión que se da en pocos países .

¿Renovación o restauración?
De ser precisos estos análisis, vemos pues que las transformaciones del oficio del
historiador en la segunda mitad del siglo XX ciertamente marcaron rupturas, pero que
paralelamente, tanto las demandas emanadas de la sociedad y del Estado como las
respuestas ambiguas de los historiadores ante ellas, contribuyeron en parte a hacerlos
retornar a comportamientos que nos remiten, mutatis mutandis, a períodos mucho más
antiguos, cuando los historiadores no había conquistado completamente su “territorio”.
Estas nuevas cadenas de dependencia, tan seductoras como peligrosas, sólo involucran a
una fracción menor del cuerpo de historiadores, del cual la mayor parte se mantiene fiel a la
deontología de la profesión, como en los otros países. Pero está claro que el público se ve
atraído hacia la historia por la lectura de la obra de los historiadores más visibles, y que las
nuevas generaciones desean practicarla en función de modelos actuales prestigiosos,
mediadores privilegiados entre un pasado resucitado y un presente angustiante.
Responsabilidad temible para los que tomaron esta carga. Si como dice Pierre Nora, hoy “el
historiador es el que impide que la historia sea sólo historia” (Nora 1984: XXXIV), él
puede ser también quien, al influenciar el imaginario colectivo, haga – voluntariamente o
no – que ocurra una historia en desmedro de otra.

Referencias bibliográficas
Albert-Samuel, Colette. 1953-1993. Bibliographie annuelle de l’histoire de France. Paris, Éd. de CNRS, 39
vol.
Ariès, Philippe (con la colaboración de Michel Winock). 1980. Un historien du dimanche. Paris, Seuil.
“L’avenir de l’histoire”, Vingtième siècle, revue d’histoire, nº 15, julio-setiembre 1987: 93-131.
Braudel, Fernand. 1977. Écrits sur l’histoire. Paris, Flammarion (colección “Champs”).

25
Carbonell, Charles-Oliver. 1976. Histoire et historiens, une mutation idéologique des historiens francais Comentario [BV1]: Código ASCII
1865-1885. Toulouse, Privat. VER
Charle, Christophe. 1991. “Où en est l’histoire sociale des élites et de la bourgeoisie? Essai de bilan critique
de l’historiographie contemporaine”, Francia, série contemporaine, 18-3: 123-134.
_ 1992. “Les historiens francais de l’époque moderne et contemporaine, essai d’autoportrait”, Lettre
d’information de l’IHMC, nº 19: 8-18.
_ 1994. La République des universitaires (1870-1940). Paris, Seuil.
CNRS. 1960. Rapport national de conjoncture. Paris.
_ 1963-1964. Rapport national de conjoncture. Paris.
_ 1967. Rapport national de conjoncture. Paris.
_ 1969. Rapport national de conjoncture. Paris.
Coutau-Bégarie, Hervé. 1983. Le phénomène “nouvelle histoire”: stratégie et idéologie des nouveaux
historiens. Paris, Economica.
Dosse, Francois. 1987. L’histoire en miettes. Des “Annales” à la “nouvelle histoire”. Paris, La Découverte.
_ 1991-1992. Histoire du structuralisme. Paris, La Découverte, 2 vol.
Dumoulin, Olivier. 1983. “Profession “historien”, 1919-1939: un “métier” en crise”, Tesis de tercer ciclo,
EHESS, Paris.
Faugères, Arlette. 1991. Les historiens francais de la période moderne et contemporaine. Annuaire 1991.
Instituto de historia moderna y contemporánea. Paris, Éd. de CNRS.
Faugères, Arlette et Ferré, Régine. 1982. Les historiens francais de la période moderne et contemporaine.
Annuaire 1982. Instituto de historia moderna y contemporánea. Paris, Éd. de CNRS.
Ferro, Marc. 1985. L’histoire sous surveillance. Paris, Calmann-Lévy.
Girault, René. 1983. L’histoire et la géographie en question. Rapport au ministre de l’Éducation nationale.
Paris, Ministère de l’Éducation nationale, service d’information.
Kaplan, Steven L. 1993. Adieu 89. Traduit de l’américain par André Charpentier et Rémy Lambrechts. Paris,
Fayard.
Labrousse, Ernest. 1980. “Entretiens”, Actes de la recherche en sciences sociales, 32-33: 11-27 (presentada y
anotada por Christophe Charle).
Langlois, Claude. 1992. “Les historiens: un corps en voie de renouvellement”, Association des historiens
contemporanéistes de l’enseignement supérieur et de la recherche, Bulletin d’information, nº 8: 9-18.
Nora, Pierre (éd.). 1984. Les lieux de mémoire. I. La République. Paris, Gallimard.
_ 1987. Essais d’ego-histoire. Paris, Gallimard.
Ory, Pascal. 1983. L’entre-deux-mai. Histoire culturelle de la France, mai 1968-mai 1981. Paris, Seuil.
Pinto, Louis. 1985. L’intelligence en action, “Le Nouvel Observateur”. Paris, A.-M. Métailié.
Les pratiques culturelles des Francais. Enquête 1988-1989. 1990. Paris, La Documentation francaise.
Les pratiques culturelles des Francais 1973-1981. 1983. Paris, Dalloz.
Préfaces. 1988. “La France historique et ses livres”, dossier nº 6: 69-97.
Roche, Daniel. 1986. “Les historiens aujourd’hui. Remarques pour un débat”, Vingtième siécle, revue
d’histoire, nº 12, octubre-diciembre: 3-20.
Tableaux de l’Éducation nationale. 1968. Paris, Ministère de l’Éducation nationale.
UNESCO. 1981. La politique culturelle de la France. Paris, UNESCO.

26

También podría gustarte