Tema 1 El Amor de Dios
Tema 1 El Amor de Dios
Tema 1 El Amor de Dios
Dios-Amor es Dios-Perdón
El amor de Dios por cada uno de nosotros es algo innegable. Es un amor que no se aprende
sino que se conoce, y esto sólo a través de la experiencia personal. Precisamente, una de las
formas en que se manifiesta ese amor libre e incondicional de Dios por nosotros, es su
misericordia. Quien descubre el rostro misericordioso de Dios, que nos da mucho más de lo
que merecemos, puede decir que ha tenido una experiencia incuestionable del amor de Dios.
Hagamos entonces un breve ejercicio de nuestra memoria, y tratemos de recordar cuáles son
los momentos de nuestra vida en los que hemos experimentado con mayor fuerza el amor
misericordioso de Dios.
Los hechos o momentos vividos que más vendrán a nuestra mente, serán, no cabe duda,
aquellos en los que fuimos objeto del perdón de Dios, nuestro Padre. Mediante su perdón, es
quizás la manera más frecuente en que Dios nos muestra su misericordia infinita que va más
allá de todo cálculo de nuestra parte. Y decimos que es la manera más frecuente, pues es un
hecho el que necesitamos continuamente del perdón misericordioso de Dios.
Nuestras continuas faltas contra la justicia y la caridad nos hacen sentir lo muy necesitados que
estamos de esa misericordia divina.
Precisamente, este encuentro con Dios-Perdón, nos permite darnos cuenta de quiénes somos
y cuán alejados hemos estado de Él. Nos permite ver la raíz de nuestros problemas: el pecado
en sí.
La luz de Dios nos hace reaccionar; como cuando un ciego empieza a ver y con ello a reconocer
todo lo que hay a su alrededor. Así, nosotros, iluminados y sin vendas en los ojos, podemos ser
conscientes de quiénes somos, de nuestra realidad y de las miserias que llevamos dentro. El
ser conscientes de todo esto nos permite damos cuenta de todo lo que nos aleja de la
experiencia del amor de Dios, porque el pecado nos aleja de Dios.
“Pero el hombre, ya desde el comienzo, rechazó el amor de su Dios; no tuvo interés por la
comunión con Él. Quiso construir un reino en este mundo prescindiendo de Dios. En vez de
adorar al Dios verdadero, adoró ídolos, las obras de sus manos, las cosas del mun do, se adoró
a sí mismo. Por eso, el hombre se desgarró interiormente. Entraron en el mundo el mal, la
muerte, la violencia, el odio y el miedo. Se destruyó la convivencia fraterna” (Puebla 185).
El mal está tan extendido en el mundo, que al pecado le damos poca importancia. Inclusive,
para muchos simplemente no existe, habiendo esa palabra desaparecido de su conciencia. Lo
que es pecado, lo es aquí y en todas partes, ahora, hace dos mil años y dentro de tres mil. En
vez de perder nuestro tiempo buscando excusas que aparenten tener algún sentido y lógica,
reconozcamos la verdad: hemos rechazado a Dios, le hemos dado la espalda. Y este pecado es
rebeldía: “El que peca demuestra ser un rebelde; todo pecado es rebeldía” (1 Jn 3, 4).
Hasta nos hicimos una imagen de ser muy religiosos y devotos, y logramos engañar a muchos
que creían que éramos un ejemplo digno de seguir. Pero en realidad todo no era más que
apariencia, una máscara que encubría nuestra actitud de rebeldía hacia Dios. Decíamos que
Dios existe pero no le quisimos servir ni obedecer. Con los labios le decíamos “tú eres Dios “,
pero con nuestros hechos le decíamos “no te serviré “. Ni siquiera le quisimos agradecer por lo
que nos daba. Todo el amor que nos dio y todo lo que hizo nos pareció poco, y le respondimos
con nuestra cruel indiferencia.
Nos sentimos muy seguros de nosotros mismos, muy dueños de nuestras potencialidades, muy
fuertes, inteligentes… y sintiéndonos autosuficientes nos desligamos de él. No hubo de nuestra
parte interés por la comunión con Dios. No nos parecía “conveniente”.
En vez de adorar al Dios verdadero, adoramos ídolos que terminaron por empobrecemos.
Estos ídolos eran obras de nuestras manos, de nuestra inteligencia y técnica, que nos llenaron
de orgullo, y las adoramos. En fin, nos adoramos de esa forma a nosotros mismos, siendo
infieles a la alianza de amor con Dios.
Hoy encontramos personas que dicen que todo lo que tienen lo han logrado por sí mismos, por
su talento, inteligencia, creatividad, pensando que todo eso es muy suyo y que nadie se lo
puede quitar. No tienen nada de qué arrepentirse. Qué lejos están de pensar que en cualquier
momento, si Dios quiere, o como consecuencia de sus propios errores, lo pueden perder todo:
un infarto, un derrame cerebral, un fracaso económico, un accidente grave, la infidelidad o
alejamiento de quien más queríamos y poníamos nuestras esperanzas, una catástrofe de la
naturaleza… pueden hacer que todo se venga abajo como un castillo de arena, y con él, toda
nuestra seguridad.
Por esa desobediencia, “el hombre se desgarró interiormente “. Cuando examinas tu propio
corazón, descubres tu inclinación hacia el mal, y que esto no tiene su origen en tu Padre, que
es bueno.
Hay una lucha dramática dentro de ti, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, entre la
vida y la muerte.
El pecado no nos hace felices ni nos da la paz que necesitamos. Más bien nos somete, nos
pone fuertes cadenas de las que nos es cada vez más difícil libramos.
“Pensamos que podíamos vivir sin Dios, que podíamos hacerlo todo por nuestra cuenta sin
consultarle a él para nada” (Mt. 21, 33— 43).
Sufrimos cuando experimentamos cualquier mal. Y el peor mal que podemos sufrir es el
provocado por el pecado, pues nos aleja de Dios. Divididos e incapaces de resistir solos,
andamos sumisos y resignados por la senda que nos conduce a la esclavitud del pe cado. Se
cumplen entonces las palabras de Cristo: “El que vive en el pecado es esclavo del pecado” (Jn
8, 34).
Nada de lo que hemos logrado apartados de Dios nos da felicidad. Interiormente nos sentimos
insatisfechos con nosotros mismos y con lo que logramos, a pesar de la acumulación de bienes,
riquezas, fama, éxitos, etc. Después de todo, nos volvimos a enfrentar con nuestra miseria.
Finalmente, llegamos al momento de recibir nuestra paga por lo que hicimos. Y nuestro salario
justo y merecido, es la muerte:
“El pecado paga un salario, y es la muerte” (Rm. 6, 23). Cosechamos de lo que sembramos. Y
aprender esta ley en carne propia resulta a veces muy doloroso.
El pecado
Al meditar sobre el problema del mal en el mundo, encontramos que la causa primera, lo que
impide que en nosotros se manifieste el amor de Dios y se realice su plan de felicidad, es el PE-
CADO. Es como si el pecado fuera un paraguas que no nos permite mojamos con el agua viva
del amor de Dios. Cierra la puerta al amor y a la bendición de Dios, y no conforme con eso,
hace entrar por él en el mundo el mal, la muerte, la violencia, el odio y el miedo.
¿Qué es el pecado? Es una falta contra la justicia o el amor —o ambas a la vez—, hacia Dios,
nuestro prójimo o hacia nosotros mismos. Es seguir el camino equivocado, sabiendo o
suponiendo que lo es. Es preferir las tinieblas y aborrecer la luz (Cf. Jn 3, 19—20).
Es un acto humano voluntario que produce daño, no sólo contra la persona hacia la que va
dirigido el mal, sino contra el mismo que peca. Precisamente, por ser un acto voluntario, es
que decimos “por mi culpa, por mi gran culpa “.
Conozcamos lo que señala el Catecismo de nuestra Iglesia en su definición de pecado:
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor
verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes”
(Cal. N0 1849).
El pecado no está solamente en hacer algo evidentemente malo, también es pecado cuando
nos encerramos egoístamente en nuestros propios problemas sin abrimos a Dios y a los demás
hermanos.
El pecado destruye no sólo la dignidad humana, sino la vida divina en el hombre, lo cual es el
mayor daño que una persona puede inferirse a sí misma y a los demás. Lo rebaja, humilla, alie-
na y desintegra. Quiebra su dignidad e identidad, su realeza propia como hijo de Dios, y le
quita el sentido a su vida.
Lo grave está no tanto en los pecados aislados o crónicos que vamos cometiendo, sino en que
en la medida en que llevamos esa vida, nos vamos alejando del plan de Dios para nosotros. Su
proyecto para cada uno se deja de cumplir, porque nos salimos de su camino para escoger ir
solos por la senda que nos atraía más, y que finalmente nos conduce hacia la muerte y la
soledad. La gracia que dejamos de recibir y el bien que dejamos de hacer, es lo que más debe
entristecemos.
A menudo, apenas hemos cometido una falta, nos arrepentimos y sentimos haberla realizado;
en cambio, vivir en el pecado es vivir en la mentira, es guardar porfiadamente un orgullo, un
apego a nuestros criterios personales y egoístas que no nos permite entrar en los caminos de
Dios, aún cuando llevemos una vida exteriormente correcta.
En el Antiguo Testamento vemos el drama del amor de Dios que promete al hombre un nuevo
espíritu, una nueva alianza escrita, no sobre tablas de piedra, sino en su corazón de carne; es
decir, el Señor intenta vivir con su pueblo una bella relación de amor, la cual es rota una y otra
vez por el hombre por medio del pecado. El Señor se convierte entonces en el marido
engañado por su pueblo, que somos nosotros.
Para ser conscientes de ello tampoco necesitamos escarbar mucho en nuestra memoria. Sólo
nos basta con recordar nuestras malas acciones recientes. Cada vez que hemos sido injustos
con Dios, con los demás y con nosotros mismos, que no dimos a otros la ayuda que
necesitaban, cada ofensa, desprecio, maltrato, burla, cada vez que jugamos con los
sentimientos de quienes nos aman, cada acto violento, de palabra o de obra…
Algunos pueden sentirse a veces —o a menudo— muy “buenos”, pero precisamente estas
personas son las que con frecuencia caen en las seducciones del maligno, como son: el creerse
los mejores, el verse superiores a los demás; el estar muy seguros de uno mismo; el creer que
ya están convertidos del todo; el quedarse en las cosas, medios, instituciones, métodos,
reglamentos, y no ir a Dios.
La palabra de Dios en ese sentido es clara: “Pues todos pecaron y están faltos de la gloria de
Dios” (Rm 3, 23). No llamemos “pecado” sólo a aquello que nos parece muy feo y que los otros
hacen pero nosotros no. Dejemos de construimos una religión “a nuestra medida”, como si nos
estuviésemos haciendo un traje, tomando del Evangelio sólo lo que nos conviene. Si tenemos
una doble moral, complaciente con nosotros mismos, útil sólo para “tapar” nuestras
suciedades, pintándolas exteriormente con el barniz del cumplimiento, estaremos
consumando la obra del maligno en nosotros: no darnos cuenta ni de lo malo que hacemos. Y
lo peor no es el caer, sino el permanecer allí, en el suelo, sin querer levantarse.
Hemos pecado mucho, sí, pero eso significa -gloria a Dios por ello-, que necesitamos mucho de
la misericordia y del perdón de Dios. La gracia de Dios no está tan lejos. Como dice el Pregón
Pascual: “¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! “.
De pensamiento…
Cada uno tiene sus debilidades propias y por las que más frecuentemente cae en pecado. Y
eso, el diablo muy bien lo sabe. Algunos, pecan preferentemente con el pensamiento; otros,
de palabra; otros, de obra y también hay los que mayormente pecan por omisión.
Pecamos con el pensamiento cuando deseamos lo que es malo u opuesto al plan de Dios.
Cuando nos apegamos a los bienes materiales como el dinero y objetos; o a las personas, o
también hábitos nocivos, como algún vicio (alcohol, drogas, juego compulsivo). Cuando le
damos el corazón a algo o alguien que no es Dios, desplazándolo para poner en su lugar lo
temporal, pecamos con nuestro pensamiento.
También lo hacemos cuando le deseamos mal a alguien. Cuando quisiéramos que le vaya mal
en las cosas que hace; cuando disfrutamos imaginando a esa persona caída en la desgracia y
desesperación. ¿Cuántas veces alguien conversaba confiadamente con nosotros, sin
imaginarse que nosotros le estábamos deseando el mal?
Pecamos también con nuestro pensamiento cuando, arrastrados por nuestra malicia,
pensamos siempre lo peor de las demás personas. Cualquier cosa que los otros hacen, le
vemos el lado malo y perverso, la segunda intención. En vez de ver a los demás con corazón
limpio, nos decimos al ver pasar a alguien: “Ahí va fulanita, la que hace años hizo tal cosa… “, o
“allí está zutano, el borracho… o “ése es mengano, el que engaña a su mujer… “. De esta
forma, no vemos a las personas como tales, sino que les ponemos adjetivos, las calificamos, les
añadimos nuestro prejuicio y así quedan marcadas para nosotros.
Pecar con el pensamiento también es consideramos superiores a los demás, o dicho de otro
modo, creer —equivocadamente— que los demás tienen menos valor que nosotros. El
despreciar en nuestro corazón a alguien, así éste no se entere, es signo de vana soberbia y
orgullo.
En fin, ¿cuántos de nuestros conocidos nos ven “actuar” siempre tan correctamente, sin saber
lo que en realidad llevamos en mente?, pues muchos hemos desarrollado la habilidad de
aparentar virtudes que no tenemos y de camuflar nuestras verdaderas intenciones. Pidamos
perdón al Señor por ello.
De palabra…
La lengua puede servir para mucho bien, pues por el Bautismo fuimos llamados a anunciar el
Evangelio a toda la creación (Cf. Mc. 16, 15), pero también puede tomarse muy peligrosa y ser
capaz de iniciar un incendio de pasiones y divisiones.
La carta de Santiago es muy clara en ese sentido. Nos llega a decir que “el que no peca en
palabras es un hombre perfecto de verdad, pues es capaz de dominar toda su persona” (Stg. 3,
2). Y añade que con la lengua “bendecimos a nuestro Señor y Padre y con ella maldecimos a los
hombres, hechos a imagen de Dios. De la misma boca salen la bendición y la maldición.
Hermanos, esto no puede ser así. ¿Es que puede brotar de la misma fuente agua dulce y agua
amarga? (Stg 3, 9—11).
Las palabras hieren muchas veces más que los golpes. Cada vez que alguien esperaba quizás
una palabra de aliento o felicitación de nuestra parte, y recibió a cambio nuestro insulto, una
grosería, una injusta recriminación, o le hemos dicho a alguien, por un error cometido, que no
servía para nada, hemos pecado con la lengua.
La murmuración es otra debilidad de muchos y que el diablo también conoce muy bien. Es el
arma que más frecuentemente utiliza para dividir familias, amigos, grupos de oración o
comunidades de todo tipo. Sólo tiene que utilizar a quienes tienen esta debilidad y la división
está garantizada. Con nuestras palabras podemos sembrar la desconfianza de alguien ante
terceras personas, diciéndoles cosas falsas o parcialmente ciertas, pero que igualmente dañan
y dividen.
Sigamos el consejo de la palabra de Dios: “Sean prontos para escuchar, pero lentos para hablar
y enojarse” (Stg 1,19). Hagamos como nos pide Pablo: “Bendigan a quienes los persigan;
bendigan y no maldigan” (Rm 12, 14). “No salga de sus bocas ni una palabra mala, sino la
palabra que hacía falta y que deja algo a los oyentes” (Ef. 4, 29).
Pero pecar con las palabras no sólo es decir groserías. Es también decir palabras hirientes y
proponer cosas indecentes a los demás. Cada vez que tratamos de convencer a otro de hacer
lo malo, hablándole suavemente al oído, haciéndole creer que no es pecado, que es algo
“normal” o una debilidad sin importancia, le estamos conduciendo al pecado, y debemos pedir
perdón al Señor por ello.
Cada vez que formamos mal a un niño o un joven, que puede ser incluso un hijo o familiar
nuestro, y les dijimos: “Si alguien te hace algo malo, devuélveselo peor”, o “haz con tu vida lo
que quieras, y tú no te metas en la mía”, o trastocamos los valores en la mente de alguien que
es muy joven, haciéndole creer que eso es algo permitido e incluso aconsejable, hemos pecado
y debemos pedir perdón al Señor.
Debemos pedir perdón igualmente al Señor por las mentiras que decimos. Por las veces que
engañamos a los demás, incluso haciendo nacer en otras personas una ilusión, y luego las
defraudamos, haciéndoles luego perder la confianza en las palabras de las personas, pidamos
perdón al Señor.
De obra…
Es tanto lo que podemos hacer y que ofende a Dios, a nuestro prójimo como a nosotros
mismos, que la lista sería interminable.
Reflexionemos simplemente sobre la armonía que debe haber entre lo que creemos y lo que
hacemos. Si decimos que creemos en Dios, ¿por qué con nuestros hechos no lo demostramos
a los demás? ¿Acaso no nos hemos dado cuenta de la importancia del testimonio de vida, de
que nuestro comportamiento habla muchas veces más que mil palabras?
No desliguemos nuestra fe, nuestra “vida religiosa”, de nuestra vida diaria, de lo que hacemos
cotidianamente. No pongamos una frontera entre nuestra fe y nuestra vida, pues la fe debe
impregnar toda nuestra vida. No existe razón para este divorcio.
Recordemos que lo que es pecado siempre lo es. No creamos que porque otros también lo
hacen es menos malo, o llega Dios a aceptarlo “por mayoría de votos”.
Tampoco pensemos que por ejercer determinada profesión u oficio, estamos exentos de hacer
una valoración moral de lo que hacemos, como si estuviésemos más allá del bien y del mal.
Hay trabajadores de la salud, por citar un ejemplo, que dicen que cuando están en el
quirófano, ejercen la ciencia, y por tanto, no cabe emplear en ese caso la moral y la fe, por lo
que practican sin remordimientos abortos. No podernos decir en ningún caso:
“Ése es mi trabajo, mi profesión “, como si ello nos justificara para hacer cualquier tipo de
daño a los demás. No somos máquinas insensibles. Por el contrario, el trabajo debe dignificar
al hombre y conducirlo a su plena realización como persona y como cristiano.
Un pecado grave contra la fe es el acudir a fuentes ocultas. Hay quienes por ignorancia piensan
que no es malo consultar las cartas, ir donde los brujos para averiguar su “destino”, llevar
amuletos, participar de prácticas de hechicería, y lo hacen porque tienen quizás miedo al
futuro y ese temor no es otra cosa que el resultado de vivir lejos de Dios y sin confiar en él.
De omisión…
Pero no sólo hay pecados de acción, sino también de omisión, es el bien que voluntariamente
dejamos de hacer.
La mano que dejamos estirada, la persona desesperada que quedó sin nuestro consejo, el
testimonio que dejamos de dar, el error que no hicimos ver, la necesidad de otros que no
cubrimos pudiendo hacerlo, simplemente por mantenemos tranquilos y apacibles, lo cual
también indica temor de nuestra parte.
Recordemos la parábola de Lázaro y el rico (Cf. Lc. 16, 19—31). ¿Qué pecado cometió este rico
que fue a dar al infierno, mientras Lázaro estaba feliz cerca de Abraham? Fue el pecado de
omisión. El rico, según la parábola, fue indiferente a ese hombre que veía todos los días
delante de la puerta de su casa, pudiendo darle aunque sea unas migajas de pan. Ese es el gran
pecado de omisión, que podemos estar cometiendo al ser indiferentes, indolentes a las
necesidades de los demás, consintiendo el pecado y la injusticia en vez de luchar por cambiar
esa situación.
Sólo pensemos en la actual situación de nuestra Iglesia y nuestra sociedad, en las carencias
que hay. Pues esto se debe a nuestra injustificable pasividad, porque declinamos a nuestra
misión de ser luz del mundo y sal de la tierra, para “dejarle el problema a otros”.
Veamos también nuestra actual situación y preguntémonos si le hemos dicho “sí” a la voluntad
de Dios en nuestra vida, y sí le permitimos cumplir su proyecto en nosotros. Quizás por ello
muchas veces hemos preferido no escucharle cada vez que sentimos que nos hablaba y hasta
nos gritaba al corazón, y nos ocupamos en hacer cosas, incluso religiosas, y le dijimos de
alguna forma: “Disculpa, Señor, no me interrumpas; ¿no me ves que estoy rezando?”
No se puede dejar de considerar la dimensión social que tiene el pecado. Sabemos que
nuestras acciones, nuestras actitudes y criterios repercuten no sólo en nuestra vida personal,
sino en nuestra vida social y comunitaria, afectando a los demás, a nuestra familia, a nuestra
comunidad.
Así también el pecado afecta a todo el entorno social del hombre. Por eso, no podemos decir:
“Yo hago lo que quiero y porque quiero “.
El pecado hace que la familia y la sociedad entera paguen las consecuencias del drogadicto, del
borracho, del corrupto, del egoísta, del avaro, del usurero, del libertino, del machista que
abandonó a su familia, del empresario que paga mal a sus trabajadores, etc., cumpliendo así la
conocida frase: “Justos pagan por pecadores “.
La misericordia de Dios
El Señor nos dice en su palabra que donde abunda el pecado, sobreabunda también la gracia
de Dios (Cf. Rm 5, 20). La misericordia es una cualidad dominante de Dios, incluye en ella la
compasión, la ternura, la tolerancia, la paciencia, clemencia, piedad.
En Dios encontramos a ese Padre bondadoso que está esperando con los brazos abiertos
nuestro retomo a la casa paterna a través de la conversión. Pero para ello es necesario el
arrepentimiento de nuestra parte.
La prueba de que Dios nos ama es precisamente que envió a su Hijo Jesucristo, quien murió
por todos, no porque seamos santos, sino por todo lo contrario: “Dios nos ha mostrado su
amor ya que cuando aún éramos pecadores Cristo murió por nosotros” (Rm 5, 8).
El sentido de hacer todo este recuento de nuestras faltas, infidelidades y miserias no ha sido el
de culpamos de todo. Debemos, si, sentirnos culpables, pero de lo que realmente hemos
hecho. Y arrepintámonos de ello, porque ¿cómo podremos experimentar el perdón de Dios si
no nos arrepentimos? Así como el hijo pródigo tuvo que reaccionar y regresar humillado y sin
condiciones a la casa paterna arrepintámonos por lo malo que hemos hecho hasta el día de
hoy y volvamos a Dios nuestro Padre.
Por mucho que le hayamos fallado al Señor, no pensemos que Él nos rechazará; conozcamos
por ello las promesas que nos hace en su palabra:
“Aunque tus pecados sean de un rojo intenso, se volverán blancos como la nieve; aunque sean
rojos como la púrpura, quedarán como lana blanca”
Is. 1,18
“Pero si confesamos nuestros pecados, El que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y
nos limpiará de toda maldad… Hijitos míos, les he escrito esto para que no pequen, pero si uno
peca, tenemos un defensor ante el Padre, Jesucristo el Justo
1 Jn 1, 9; 2,1
Busquemos con fe el perdón y la misericordia de Dios, sobre todo a través del sacramento de
la Reconciliación y pidámosle en este momento que nos renueve y transforme totalmente.
• Debido a ello, terminamos esclavizados por el pecado y las cosas del mundo. La consecuencia
del pecado es la muerte.
• Arrepintámonos de corazón, para así vivir en gracia de Dios, como verdaderos hijos suyos.
Citas Bíblicas
[19]. De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. [20]. Por lo tanto, si hago
lo que no quiero, eso ya no es obra mía sino del pecado que habita en mí.
Rm 7, 19 – 20
Rm 3, 23
Sociedad.-
Personal.-
[13]. Doble falta ha cometido mi pueblo: me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas
vivas, y se han cavado pozos, pozos agrietados que no retendrán el agua.
Jr. 2, 13
El pecado.-
Sal 51,6
[14]. Jesús volvió a llamar a la gente y empezó a decirles: «Escúchenme todos y traten de
entender. [15]. Ninguna cosa que de fuera entra en la persona puede hacerla impura; lo que
hace impura a una persona es lo que sale de ella.
Mc 7, 14 – 15
[19].Del corazón proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad sexual, robos,
mentiras, chismes. [20].Estas son las cosas que hacen impuro al hombre; pero el comer sin
lavarse las manos, no hace impuro al hombre»
Mt 15, 19 – 20
[19].Es fácil reconocer lo que proviene de la carne: libertad sexual, impurezas y desvergüenzas;
[20].Culto de los ídolos y magia; odios, ira y violencias; celos, furores, ambiciones, divisiones,
sectarismo [21]. Y envidias; borracheras, orgías y cosas semejantes. Les he dicho, y se lo repito:
los que hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.
Gal 5, 19 – 21
[9] ¿No saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No se engañen: ni los que
tienen relaciones sexuales prohibidas, ni los que adoran a los ídolos, ni los adúlteros, ni los
homosexuales y los que sólo buscan el placer, [10].ni los ladrones, ni los que no tienen nunca
bastante, ni los borrachos, ni los chismosos, ni los que se aprovechan de los demás heredarán
el Reino de Dios.
1ª Cor 6, 9 – 10
[3].Y ya que son santos, no se hable de inmoralidad sexual, de codicia o de cualquier cosa fea;
ni siquiera se las nombre entre ustedes. [4].Lo mismo se diga de las palabras vergonzosas, de
los disparates y tonterías. Nada de todo eso les conviene, sino más bien dar gracias a Dios.
[5].Sépanlo bien: ni el corrompido, ni el impuro, ni el que se apega al dinero, que es servir a un
dios falso, tendrán parte en el reino de Cristo y de Dios.
Ef 5, 3 – 5
.Por tanto, hagan morir en ustedes lo que es «terrenal», es decir, libertinaje, impureza, pasión
desordenada, malos deseos y el amor al dinero, que es una manera de servir a los ídolos.
[6].Tales cosas atraen los castigos de Dios. [7].Ustedes siguieron un tiempo ese camino, y su
vida era así. [8].Pues bien, ahora rechacen todo eso: enojo, arrebatos, malas intenciones,
ofensas, y todas las palabras malas que se pueden decir.
Col 3, 5 – 8; [5]
[9].La Ley no fue instituida para los justos, sino para la gente sin ley, para los rebeldes, impíos y
pecadores, para los que no respetan a Dios ni la religión, para los corrompidos e impuros, para
los que matan a sus padres y para los asesinos; [10].para los adúlteros y los que tienen
relaciones sexuales entre hombres o con niños, para los mentirosos y para los que juran en
falso. Habría que añadir todos los demás pecados que van en contra de la sana doctrina,
1ª Tim 1, 9 – 10;
[19].Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas
falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre»
Mc 10, 19
[15]. Yavé Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo
cuidara.
Gn 2, 15 – 17
[7].Hijitos míos, no se dejen extraviar: el que actúa con toda rectitud es justo como él es justo.
[8].En cambio quienes pecan son del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio.
1 Jn 3, 7-8A
(7) Después hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles lucharon contra en dragón. El
dragón y sus ángeles pelearon (8) pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el
cielo. (9) Así que fue expulsado el gran dragón aquella serpiente antigua que se llama diablo y
satanás y que engaña a todo el mundo. El y sus ángeles fueron lanzados a la tierra.
Ap 12, 7-9
Pecado Original.-
(1)La serpiente era más astuta que todos los animales salvajes, que Dios el Señor había creado,
y le preguntó a la mujer: ¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del
jardín? (2) y la mujer le contestó: podemos comer del fruto de cualquier árbol, (3) menos del
árbol que está en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto
de ese árbol porque si lo hacemos, moriremos. (4) pero la serpiente le dijo a la mujer: no es
cierto. No morirán (5) Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol,
podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios. (6) La mujer
vio que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo, y de llegar a tener
entendimiento. Así que cortó uno de los frutos y se lo comió. Luego le dio a su esposo y él
también comió. (7) En ese momento se les abrieron los ojos, y los dos se dieron cuenta de que
estaban desnudos. Entonces cocieron hojas de higuera y se cubrieron con ellas.
Gn 3, 1-7
(16) A la mujer le dijo: aumentaré tus dolores cuando tengas hijos, y con dolor les darás a luz
pero tu deseo te llevará a tu marido, y él tendrá autoridad sobre ti (17) Al hombre le dijo:
como le hiciste caso a tu mujer, y comiste del fruto del árbol del que te dije que no comieras,
ahora la tierra, va a estar bajo maldición por tu culpa; con duro trabajo la harás producir tu
alimento durante toda tu vida. (18) La tierra te dará espinos y cardos, y tendrás que comer
plantas silvestres. (19) Te ganarás el pan con el sudor de tu frente hasta que vuelvas a la
misma tierra de la cual fuiste formado, pues tierra eres y en tierra te convertirás.
Gn 3, 16-19.
Principales pecados
Contra Dios
Idolatría.-
[31].Al volver Moisés donde Yavé le dijo: «Este pueblo ha cometido un gran pecado con estos
dioses de oro que se hicieron.
Ex 32.31
Soberbia.-
[5].Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos;
entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.»
Gn 3, 5
[21].El que desprecia a su prójimo comete un pecado; feliz el que tiene piedad de los
desgraciados.
Pr 14. 21
Envidia.-
(23) En verdad, Dios creó al hombre para que no muriera, y lo hizo a imagen de su propio ser;
(24) Sin embargo, por la envidia del Diablo entro la muerte en el mundo, y la sufre los que del
diablo son.
Sb 2, 23-24
Mentira–
Jn 8,44
Desobediencia.-
(8) El hombre y su mujer escucharon que Dios el Señor andaba por el jardín a la hora en que
sopla el viento de la tarde, y corrieron a esconderse de Él entre los árboles del jardín (9) Pero
Dios el Señor llamó al hombre y le preguntó: ¿Dónde estás? (10) El hombre contestó: Escuché
que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo, por eso me escondí. (11)
Entonces Dios le preguntó: ¿Y quien te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has comido del
fruto del árbol del que te dije que no comieras? (12) El hombre contestó, la mujer que me
diste por compañera me dio de ese fruto y yo lo comí. (13) Entonces Dios el Señor le preguntó
a la mujer: ¿Porque lo hiciste? Y ella respondió: la serpiente me engañó y por eso comí del
fruto (14) Entonces Dios el Señor dijo a la serpiente por esto que has hecho maldita serás entre
todos los demás animales. De hoy en adelante caminarás arrastrándote y comerás tierra.
Gn 3, 8-14
[32] Al que calumnie al Hijo del Hombre se le perdonará; pero al que calumnie al Espíritu
Santo, no se le perdonará, ni en este mundo, ni en el otro.
Mt 12, 32;
[29].En cambio el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con
un pecado que nunca lo dejará»
Mc 3, 29
[10].Para el que critique al Hijo del Hombre habrá perdón, pero no habrá perdón para el que
calumnie al Espíritu Santo.
Lc 12, 10;
Blasfemia.-
(15) Entonces dirás a los hijos de Israel: cualquier persona que maldiga a su Dios cargará con su
pecado; (16) El que blasfeme el nombre de YAHVEH será castigado de muerte, toda la
comunidad lo apedreará.
Lev 24, 16
Contra tu prójimo
Lujuria.-
(2) Una tarde al levantarse David de su cama, y pasearse por la azotea del palacio real, vio
desde ahí a una mujer muy hermosa que se estaba bañando. David mando que averiguaran
quien era ella, y le dijeron que era Betsabé hija de Eliam y esposa de Urías el itita. David
ordenó entonces a unos mensajeros que se la trajeran y se acostó con ella, después de lo cual
ella volvió a su casa (5) La mujer quedó embarazada y así se lo hizo saber a David.
(14) David escribió una carta a Joab y la envió por medio de Urías (15) en la carta decía pongan
a Urías en las primeras líneas donde sea mas dura la batalla, y luego déjenlo solo para que
caiga herido y muera (26) Cuando la mujer de Urías supo que su marido había muerto, guardó
luto por él (27) pero después que paso el luto, David mandó que la trajeran y la recibió en su
palacio, la hizo su mujer y ella le dio un hijo. Pero al Señor no le agradó lo que David había
hecho.
[13].David dijo a Natán: «Pequé contra Yavé.» Natán le respondió: «Yavé por su parte perdona
tu pecado y no morirás.
2º Sam 12.13
¿Acaso no saben ustedes que su cuerpo es parte del cuerpo de Cristo? ¿Y habré de tomar yo
esa parte del cuerpo de Cristo y hacerla parte del cuerpo de una prostituta? ¡Claro que no! (16)
¿No saben ustedes que cuando un hombre se une con una prostituta, se hacen los dos un solo
cuerpo? Pues la Escritura dice: Los dos serán como una sola persona (17) Pero cuando alguien
se une al Señor, se hace espiritualmente uno con Él.
1 Cor 6, 15
Ira y celos.-
(8) Un día Caín invitó a su hermano Abel a dar un paseo y cuando los dos estaban ya en el
campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató (9) Entonces el Señor le preguntó a Caín
¿Donde está tu hermano Abel? Y Caín contestó no lo sé ¿Acaso es mi obligación cuidar de él?
(10) El Señor le dijo ¿Porque has hecho esto? La sangre de tu hermano, que has derramado en
la tierra me pide a gritos que yo haga justicia. (11) Por eso quedarás maldito y expulsado de la
tierra que se ha bebido la sangre de tu hermano, a quien tú mataste.
Gen 4, 8-11
Avaricia.-
[19].Había un hombre rico que se vestía con ropa finísima y comía regiamente todos los días.
[20].Había también un pobre, llamado Lázaro, todo cubierto de llagas, que estaba tendido a la
puerta del rico. [21].Hubiera deseado saciarse con lo que caía de la mesa del rico, y hasta los
perros venían a lamerle las llagas. [22].Pues bien, murió el pobre y fue llevado por los ángeles
al cielo junto a Abraham. También murió el rico, y lo sepultaron. [23].Estando en el infierno, en
medio de los tormentos, el rico levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro con él en
su regazo. [24].Entonces gritó: «Padre Abraham, ten piedad de mí, y manda a Lázaro que moje
en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me atormentan estas llamas.»
[25].Abraham le respondió: «Hijo, recuerda que tú recibiste tus bienes durante la vida,
mientras que Lázaro recibió males. Ahora él encuentra aquí consuelo y tú, en cambio,
tormentos. [26].Además, mira que hay un abismo tremendo entre ustedes y nosotros, y los
que quieran cruzar desde aquí hasta ustedes no podrían hacerlo, ni tampoco lo podrían hacer
del lado de ustedes al nuestro.» [27].El otro replicó: «Entonces te ruego, padre Abraham, que
envíes a Lázaro a la casa de mi padre, [28]. A mis cinco hermanos: que vaya a darles su
testimonio para que no vengan también ellos a parar a este lugar de tormento.» [29].Abraham
le contestó: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.» [30].El rico insistió: «No lo
harán, padre Abraham; pero si alguno de entre los muertos fuera donde ellos, se
arrepentirían.» [31].Abraham le replicó: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque
resucite uno de entre los muertos, no se convencerán»
Lc 16, 19 – 31;
[10]. Que no haya en medio de ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego; que
nadie practique encantamientos o consulte a los astros; que no haya brujos ni hechiceros; [11].
Que no se halle a nadie que se dedique a supersticiones o consulte los espíritus; que no se
halle ningún adivino o quien pregunte a los muertos. [12]. Porque Yavé aborrece a los que se
dedican a todo esto, y los expulsa delante de ti a causa de estas abominaciones. [13]. Tú, en
cambio, te portarás bien en todo con Yavé, tu Dios. [14].Esos pueblos que vas a desalojar
escuchan a hechiceros y adivinos, pero a ti, Yavé, tu Dios, te dio algo diferente.
Dt 18, 10 – 14
Gula.-
(29) No abuses de todo lo que te gusta, no te abalances sobre la comida, (30) porque comer
demasiado enferma y la gula produce indigestión (31) mucha gente se ha muerto por estos
excesos, mientras que los que se moderan prolongan su vida.
Pereza.-
Jr 48,10
(10) Cuando estuvimos con ustedes les dimos esta regla: el que no quiera trabajar, que
tampoco coma (11) Pero hemos sabido que algunos de ustedes, llevan una conducta
indisciplinada, muy ocupados en no hacer nada (12) A tales personas, les mandamos y
encargamos, por la autoridad del Señor Jesucristo, que trabajen tranquilamente para ganarse
la vida.
2 Tes 3, 10-12
Impureza.-
[26].Por esto Dios dejó que fueran presa de pasiones vergonzosas: ahora sus mujeres cambian
las relaciones sexuales normales por relaciones contra la naturaleza. [27].Los hombres,
asimismo, dejan la relación natural con la mujer y se apasionan los unos por los otros;
practican torpezas varones con varones, y así reciben en su propia persona el castigo merecido
por su aberración
Ro 1. 26 – 27
(5) Así también la lengua es algo pequeño, pero puede mucho; aquí tienen una llama que
devora bosques (6) La lengua es un fuego, y es un mundo de maldad; rige nuestro organismo y
mancha a toda la persona: el fuego del infierno se mete en ella y lo trasmite a toda nuestra
vida (8) Pero nadie ha sido capaz de dominar la lengua. Es un azote que no se puede detener
un derrame de veneno mortal, con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre y con ella
maldecimos a los hombres hechos a imagen de Dios. (10) De la misma boca salen la bendición
y la maldición.
Stg 3, 5-10
(10) El que de veras quiera gozar la vida y vivir días felices, guarde su lengua del mal y que de
su boca no salgan palabras engañosas
1 Pe 3, 10
[19].Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas
falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre»
Mc 10, 19
Oprimir al prójimo.-
[20].No maltratarás, ni oprimirás a los extranjeros, ya que también ustedes fueron extranjeros
en tierra de Egipto. [21].No harán daño a la viuda ni al huérfano. [22].Si ustedes lo hacen, ellos
clamarán a mí, y yo escucharé su clamor,
Ex 22, 20 – 22
[14].No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un forastero
que se encuentre en tu tierra, en algunas de tus ciudades. [15].Le pagarás cada día, antes de la
puesta del sol, porque es pobre y está pendiente de su salario. No sea que clame a Yavé contra
ti, pues tú cargarías con un pecado.
Dt 24, 14 – 15
[34]. Jesús les contestó: «En verdad, en verdad les digo: el que vive en el pecado es esclavo del
pecado.
Jn 8, 34
[2]. Sino que las maldades de ustedes han cavado un abismo entre ustedes y su Dios. Sus
pecados han hecho que él vuelva su cara para no atenderlos.
Is 59, 2
Muerte.-
[36]. Pero el que me ofende atenta contra su vida, todos los que me odian eligieron la muerte»
Pr 8, 36
[23]. El pecado paga un salario y es la muerte. La vida eterna, en cambio, es el don de Dios en
Cristo Jesús, nuestro Señor.
Rm 6, 23
[20].Dijo entonces Yavé: «Las quejas contra Sodoma y Gomorra son enormes, y su pecado es
en verdad muy grande. 19. [13].Vamos a destruir esta ciudad, pues son enormes las quejas en
su contra que han llegado hasta Yavé, y él nos ha enviado a destruirla»
Gn 18, 20;
Evitarlo.-
[2]. Aunque pequemos, somos tuyos, pues reconocemos tu poder; pero, sabiendo que somos
tuyos, evitaremos el pecado.
Sb 15, 2
[1]. En cuanto a ti, hijo, que tu fuerza sea la gracia que tienes en Cristo Jesús. [3]. Soporta las
dificultades como un buen soldado de Cristo Jesús. [4]. El que se alista en el ejército trata de
complacer al que lo contrató, y no se mete en negocios civiles. [5]. El atleta no será premiado
si no ha competido según el reglamento.
2º Tim 2, 1.3 – 5
[41]. Jesús les contestó: «Si fueran ciegos, no tendrían pecado. Pero ustedes dicen: «Vemos», y
esa es la prueba de su pecado»
Jn 9, 41
[8]. Cuando Él venga, mostrará claramente a la gente del mundo quien es pecador, quien es
inocente, y quien recibe el juicio de Dios
Jn 16, 8
Respuesta de Dios frente al que confiesa su pecado
Te perdona y te da su Amor.-
[8]. El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor; [9] si se querella, no es
para siempre, si guarda rencor, es sólo por un rato. [10]. No nos trata según nuestros pecados
ni nos paga según nuestras ofensas.
Sal 103, 8 – 10
[9]. Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros
pecados y nos limpiará de toda maldad.
1º Jn 1, 9
[31].Vendrán a este lugar los que son acusados de algún crimen y juran que son inocentes.
Cuando se presenten en esta Casa ante tu Altar, [32]. Escucha tú desde los cielos y haz justicia.
Castiga al malo, haciendo recaer sobre él todo el mal que hizo; pero declara inocente al que
obró rectamente, premiándolo según tu justicia. [33].Si los israelitas son derrotados por sus
enemigos por haber pecado contra ti, pero luego vuelven a ti y confiesan su pecado, rogando y
suplicando en esta Casa, [34]. Escúchalos desde el cielo y perdona el pecado de Israel.
Devuélvelos a la tierra de sus padres.
1º R 8, 31 – 34
Confesión
Sal 51.4 51
Oración
Padre amado: Hoy me has dado la gracia de arrepentirme de todos los pecados que he
cometido a lo largo de mi vida.
Perdóname por haber sido rebelde y desagradecido contigo. Perdóname por rechazar tu amor
incondicional, por no tener interés en la comunión contigo, y construirme un reino meramente
terrenal del cual tú estabas excluido, haciendo entrar en mi vida, en mi familia y en el mundo:
el mal, la muerte, la violencia, el odio y el miedo.
Renuncio, por ello, a toda forma de pecado en mi vida, y a seguir siendo su instrumento para
dañar a los demás.
Líbrame, Señor de este mal, y concédeme la paz que necesito, para que ayudado por tu
misericordia viva siempre libre del pecado y de su esclavitud.
Por esto, Padre, hoy vuelvo a ti y me propongo no pecar más. Dame, Señor tu gracia y tu
fortaleza para cambiar todo aquello que debo cambiar Te entrego, Señor todas mis
debilidades, y me abandono en tus brazos de amor. Derrama sobre mí, Señor, la sangre
redentora de tu Hijo amado, para que así quede purificado de toda maldad.
Llena, Señor, todos los vacíos que hay en mi corazón y que vanamente he tratado de llenar con
todo lo malo que he hecho.
Gracias, Padre amado, porque tú me recibes con los brazos abiertos y te alegras con mi
regreso. Gracias, porque me amas tal como soy, y me das una nueva oportunidad.
Permite, Señor, que pueda vivir siempre en tu gracia y disfrutando de tu amistad, para que así
pueda alabarte y bendecirte sin cesar viviendo continuamente en tu presencia.
Gracias por todo lo que ya estás haciendo en mí. Gracias, Señor y bendito seas…, en el nombre
de Jesús,
Amén
Cuestionario
4.- Según lo que has escuchado en el tema, ¿cuáles son las cuatro maneras en que faltamos a
Dios?
9.- Une las dos columnas indicando a qué pecado corresponde la cita bíblica:
• De pensamiento Rm 1, 18
• De palabra Lc 6, 46
• De obra Jn 8, 15
• De omisión Ef 4, 29
10.- ¿Has puesto tu confianza alguna vez en la lectura de las cartas, curanderismo, brujería,
horóscopos, amuletos, adivinación o cualquier otra forma de ocultismo, aunque sea por
curiosidad o por juego?
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Dios es Amor
La primera carta de san Juan, capítulo cuatro, versículo ocho, es clara y afirma sin
rodeos: Dios es Amor.
Hoy todos hablan del amor. Es una palabra tan frecuente en el lenguaje de los
hombres, que corre el peligro de devaluarse. El amor no es algo que se hace, sino que
se entrega de una manera libre y total de una persona a otra. Es un don de sí, dádiva al
otro.
El amor es algo que no sólo se afirma con palabras y frases poéticas, sino que se
demuestra con hechos, porque es una decisión. Así lo entiende el Señor, y así nos lo
demostró dando a su Hijo Jesús por todos nosotros: “así amó Dios al mundo! Le dio al
Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,
16). Por amor a cada uno de nosotros entregó a la muerte a su Hijo amado en quien
tanto se complacía (Cf. Mc. 1, 11).
Para el Señor, el amor es darse, y darse totalmente, hasta el punto de dar la propia
vida por sus amigos, que es la forma más perfecta de amar (Cf. Jn 15, 13). Él nos amó
hasta el extremo (Jn 13, 1). Y amar es también ser alguien.
Dios es amor y todo cuanto ha hecho, en especial nosotros, como el culmen de su
creación, ha sido por Amor y para el Amor. Y notemos que es con imágenes humanas
con que el pensamiento del hombre ha visto encarnarse el amor de Dios.
Citemos algunos ejemplos:
Imagen del Padre: Sal 103, 13; 1 Co 8, 5—6
Imagen de la Madre: Is 49, 15—16
Imagen del Esposo: Is 62, 5
Imagen del Novio: Jr 2, 2
Imagen del Amigo: Jn 15,13
b) Es un amor INCONDICIONAL
“Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus
entrañas? Pues bien, aunque se encontrara alguna que lo olvidase, ¡yo nunca me
olvidaría de ti!” (Isaías 49, 16).
“Los cerros podrán correrse, y moverse las lomas; mas yo no retiraré mi amor…” (Isaías
54, 10).
La respuesta del Señor a nuestras buenas o malas obras no es el premio o el castigo; la
respuesta de Dios es siempre misericordia y amor. Examínate, cómo te encuentras
ahora, cómo has sido antes. No importa lo que hayas sido en el pasado o seas en el
presente: pecados, vicios o defectos. Él te ama incondicionalmente, porque su amor no
cambia por lo que hagamos ni por lo que nos ocurra en la vida.
Esto es de suma importancia para todos nosotros, pues en cuántas oportunidades nos
podemos haber sentido alejados del Señor luego de haber cometido un gran pecado o
falta, y hemos pensado que Él ya no quiere saber nada de nosotros porque le hemos
fallado, y que por lo tanto no merecemos ni siquiera invocarle porque estamos
“manchados”. Pues así le hayas fallado a Él y a los demás una y mil veces, el Señor
nunca dejará de amarte. Él no te ama por lo que haces, sino por lo que eres, y tú eres
su hijo.
En realidad, incluso todo fracaso, problema y hasta pecado en tu vida puede
convertirse en una oportunidad para ti a fin de que experimentes el amor que te tiene
Dios y que es siempre fiel.
No necesitas aparentar algo diferente de lo que tú eres para que Dios te ame. Él te
ama como eres. No te pide cambiar o ser santo para amarte. Es su amor el que te hará
cambiar y ser santo. Dios te ama con tus cualidades y defectos. Él no te ama o te deja
de amar por tus cualidades y defectos, por tus triunfos, o por tu santidad, sino con tus
cualidades y defectos, porque en su infinita omnipotencia, hay una sola cosa que Él no
puede hacer, y esa es dejar de amarte. Él es AMOR.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la
persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? (…) Pero no; en todo
esto saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la
vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas
espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán
apartamos del amor de Dios” (Romanos 8, 35.37—39).
c) Es un amor que busca LO MEJOR PARA TI
Dios ciertamente te ama como eres, pero porque te ama tanto, no te quiere dejar así.
Él quiere algo mucho mejor para ti.
“A Dios, cuya fuerza actúa en nosotros y que puede realizar mucho más de lo que
pedimos o imaginamos…” (Efesios 3, 20).
Porque te ama, Dios quiere lo mejor para ti y tiene un proyecto para tu vida que hizo
con toda sabiduría y amor.
¿Te has preguntado alguna vez qué es lo que el Señor espera de ti? ¿Cuál es la misión
que él te quiere dar?
La riqueza del amor de Dios por nosotros es tan grande que Él ya nos tiene preparado
para nosotros un camino lleno de bendiciones, porque en su misericordia no se ha
fijado en nuestras limitaciones, pecados e infidelidades, sino que nos ha tomado en
cuenta para realizar su obra en el mundo. No lo merecemos, pero Él ha decidido
llamamos a nosotros. Por eso es que estamos aquí.
Este plan supera ampliamente lo que tú te imaginas o puedas pensar para tu bien, y lo
irás descubriendo en la medida en que vayas caminando por esta nueva vida en el
espíritu, y que se inicia precisamente en el momento en que experimentamos el amor
de Dios.
Porque aquel que experimenta en su vida el amor de Dios, no puede ser ya la misma
persona. Su vida es transformada radicalmente. Ha nacido de nuevo, y descubre
entonces toda esa inmensa riqueza de gracias y bendiciones que el Señor le tiene
preparado en esta vida como anticipo de la gloria eterna que disfrutará en su
presencia.
d) Es un amor que toma siempre la INICIATIVA
“En esto está el amor: no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó
primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados” (1 Juan 4, 10).
“Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes…” (Juan 15, 16).
Dios te ama y lo único que te pide es que creas en Él, en su amor, y confíes en sus
proyectos más que en los tuyos.
Hasta hoy quizás has estado haciendo con tu vida lo que tú querías. Decidías hacer o
dejar de hacer esto y aquello. Y haciendo las cosas a tu manera has podido comprobar
los resultados.
Si tú le abres las puertas de tu corazón al Señor, tienes que dejarte conducir por El y
empezar a hacer las cosas a su manera, y Él, que te ama más que nadie, sabrá
conducirte mejor que nadie para que no vuelvas a vivir en la oscuridad.
Y lo primero que el Señor te pide no es que le ames, sino que te dejes amar por Él. No
tienes que hacer nada para ganarte su amor. Él ya te ama. Más bien, déjate amar por
el Señor para que ese amor empiece a transformarte.
Él es el Buen Pastor, es la Luz; Él es la resurrección y la vida. Él es el perdón, la
misericordia. Él es el Amor.
Creer en Dios y conocerlo en verdad
Hemos mencionado que el Señor desea, como nuestro Padre que es, tener una
relación personal con cada uno de nosotros. Y esto es fundamental para ti.
¿De qué te sirve tener un gran concepto de Dios, así sea el correcto y sin máscaras, si
él sigue siendo un gran Extraño en tu vida? Pues no te servirá de mucho.
Y es que lo más importante para el cristiano es tener una relación con el Señor; es
decir, que Él sea parte de tu diario vivir, que lo hagas partícipe de todo lo que haces y
vas a hacer. Eso es tener una auténtica relación con el Señor. Eso es hacerlo tu Señor.
Pero para que Dios, tu Padre, deje de ser ese «Extraño» —o «Gran Extraño»— de tu
vida, tiene que ocurrir algo indispensable, y es que lo conozcas. Y conocer a Dios es
mucho más importante que creer intelectualmente en él, pues su Palabra nos dice que
hasta “los demonios también creen, y tiemblan” (Stg 2, 19).
Conocer al Señor es lo necesario, conocerle es lo que hará cambiar tu vida. El que
conoce verdaderamente al Señor, deja de ser ya la misma persona de antes.
Por ello san Pablo rogaba al Señor “que sean capaces de comprender, con todos los
creyentes, cuán ancho, y cuán largo, y alto y profundo es, en una palabra, que
conozcan este amor de Cristo que supera todo conocimiento” (Ef 3, 18—19).
La pregunta que deberías hacerte en este momento es: ¿Y cómo puedo yo conocer a
Dios?
De lo que se trata aquí es de encontrar, no ya pruebas de que el Señor nos ama, sino
de encontrar el camino para recibir el Amor del Padre. Puede haber varias o muchas
formas de recibir este supremo, incondicional y personal Amor de Dios, pero todas pa-
san necesariamente por la experiencia personal.
Nadie puede conocer a Dios sin haber experimentado su amor. Por ello, bien nos dice
san Juan: “El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1 Jn 4, 8).
Busca tener esa experiencia propia del amor de Dios, de cuánto te ama el Señor, y ella
te convencerá más que mil palabras y testimonios. Y esa experiencia marcará tu vida
para siempre.
Conclusión del tema
Muchos de nosotros nos hemos ido formando, quizás durante años, una imagen
totalmente distorsionada de Dios. Pero debemos descubrir, a través de nuestra propia
experiencia el verdadero rostro de Dios, nuestro Padre: Dios nos ama personal e
incondicionalmente, no por nuestros méritos, sino porque Él es Amor.
Oración
Padre Santo, Tú eres mi Dios. Tú eres mi Creador, desde siempre Tú existes. Mi Dios,
Tú no tienes límites. ¡Qué maravilloso eres! Todo lo que existe me habla de ti. Gracias,
Padre, por tu Hijo Jesús que me muestra cuánto me amas.
Borra, Señor, todo lo que me obstaculiza para conocerte. Toca, Señor, mi mente tan
apegada a lo racional. Hazme más sencillo, para captar lo maravilloso de tu amor para
conmigo. Sana en mí, Padre amado, las ideas erradas que me dieron de ti o que yo me
fui formando durante todo este tiempo. Sana Señor esas imágenes erróneas que tengo
de ti.
Quiero conocerte realmente tal como eres Tú, Señor. Sana mis preocupaciones. Haz,
Señor que pueda estar siempre en tu presencia para adorarte en espíritu y en verdad.
Quiero experimentar en este momento el gran amor que Tú me tienes, para así poder
testificar a todos que Tú eres Amor. Lléname de ese Amor, Señor, y ámame como Tú
quieras. Dame todo ese Amor que tanto me ha faltado hasta el día de hoy, que pueda
sentirme en este momento realmente amado por ti. Señor, que tu Luz y tu calor fluyan
por todo mi interior, quitando todos mis temores y dudas…
Señor, quiero entregarte todo lo que soy. Rompe, Señor, todas las ataduras que no me
dejan ser la persona que Tú quieres que yo sea. Renueva en mí tu Vida, Señor Sé Tú mi
dueño y mi Señor.
Gracias, Señor, porque me amas y me aceptas tal como soy. Y gracias, Padre, por tu
Amor incondicional que quiere lo mejor para mí. Amén.
Reflexiones
1. ¿Cuáles son las imágenes equivocadas de Dios que más he notado en mí y en los
demás?
2. ¿En qué momento de mi vida he percibido más fuertemente que Dios me amaba
como Padre?
3. ¿Qué significa para mí que Dios es mi Padre?