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Malvinas frente al Brexit y la disputa geopolítica mundial:

amenazas y oportunidades para el reclamo argentino1

Julián Bilmes (IdIHCS-UNLP-CONICET)

Resumen
La Cuestión Malvinas enfrenta un escenario geopolítico por demás dinámico y convulsionado,
ante la crisis y transición del sistema mundial en creciente profundización, desde la fase
Brexit-Trump pos 2016 y la nueva fase que se abre en la actualidad, a raíz de la pandemia
de COVID-19. Se aborda en este trabajo cómo se sitúa el sistema Malvinas, Atlántico Sur y
Antártida en este marco, y en particular frente a la salida británica de la Unión Europea. Bajo
una perspectiva geopolítica y valiéndose de un enfoque sistémico mundial, se analizan ciertas
fuerzas en disputa y posibles escenarios futuros para la Cuestión Malvinas. Se concluye que
el Brexit puede implicar tanto una amenaza como una oportunidad para el histórico reclamo
argentino de soberanía sobre las islas del Atlántico Sur y espacios marítimos circundantes,
según cómo se lo afronte desde el lado argentino.

Palabras clave: Caos sistémico – Sistema Malvinas, Atlántico Sur y Antártida – Salida
británica de la Unión Europea – Gran Bretaña Global – Transición histórica.

“…de prodigiosa importancia podría resultar una base conveniente, situada tan al sur, y tan cerca del
Cabo de Hornos... Esto, incluso en tiempos de paz, podría ser de gran consecuencia para esta Nación,
y en tiempos de guerra, nos haría dueños de esos mares.”

George Anson, comodoro de la Marina Real británica (nombrado luego Primer Lord del
Almirantazgo), en su libro de 1748, Un viaje alrededor del mundo (Brown, 1987)

“El Reino Unido es una potencia global con intereses verdaderamente globales. Una nación con la
quinta economía más grande del planeta... con el quinto mayor presupuesto de defensa del mundo y
el segundo mayor exportador en materia de defensa. Y dado que el nuevo Gran Juego Global se jugará
en un campo de juego global, debemos estar preparados para competir por nuestros intereses y
nuestros valores lejos, lejos de casa… Brexit nos ha traído a un gran momento en nuestra historia. Un
momento en el que debemos fortalecer nuestra presencia global, aumentar nuestra letalidad y
aumentar nuestra masa.”

Gavin Williamson, Secretario de Defensa británico en el período 2017-2019, en su discurso en el


tanque de pensamiento sobre defensa y seguridad internacional RUSI (Royal United Services
Institute) (Williamson, 2019).

1
Este trabajo constituye la versión corregida y actualizada para su presentación en el Simposio “La
Cuestión Malvinas. A 55 años de la resolución 2065”, organizado por la Secretaría Malvinas, Antártida
y Atlántico Sur de la Nación, 16 y 17 de diciembre de 2020, con respecto a la ponencia presentada en
las II Jornadas sobre la Cuestión Malvinas en la UNLP, organizado por el Equipo de Investigación
Cuestión Malvinas (EdICMa) el 28 de noviembre de 2019. Una versión con mayor desarrollo y
extensión, y actualizada a 2021, se encuentra en prensa para ser publicada en Geograficando –
Revista de Estudios Geográficos, Vol. 17, N° 1, CIG-FaHCE-UNLP, titulada “La Cuestión Malvinas ante
la crisis y transición del sistema mundial: perspectivas frente al Brexit”.

1
Introducción
La actual situación mundial se presenta altamente convulsionada y dinámica. Este
siglo en curso ha dado luz a grandes cambios en el ordenamiento mundial, los cuales han
horadado muy profundamente las bases de sustentación tanto del régimen de acumulación
neoliberal, con comando del capital financiero y las transnacionales occidentales, como de la
hegemonía estadounidense, angloamericana y occidental. La emergencia y creciente
relevancia de polos de poder alternativos, principalmente en Asia-Pacífico, nuevo polo
dinámico de acumulación a nivel mundial, ha dado lugar a importantes reconfiguraciones del
mundo desde fines de siglo pasado y principios del actual. La crisis en curso desatada por la
pandemia de COVID-19 no ha hecho más profundizar estas tendencias, actuando como una
suerte de catalizador de las mismas (Ramonet, 2020; Bilmes, Dubin & Liaudat, 2020).
Diversas nociones se han propuesto para caracterizar este proceso: “caos sistémico”,
“transición histórico-espacial”, “transición geopolítica” o “transición hegemónica” son algunas
de ellas (Grosfoguel, 2016; Gandarilla, Jalife-Rahme, Ceceña, Borón & Bruckmann, 2016;
Merino & Narodowski, 2019, entre otros), en que se remarca la situación de crisis y transición
del sistema mundial constituido por las potencias occidentales pos Revolución Industrial de
siglos XVIII y XIX, bajo hegemonía británica, y pos Bretton Woods, luego de la Segunda
Guerra Mundial, bajo hegemonía estadounidense. Someramente, podemos destacar un
conjunto de dimensiones de este proceso: a) tendencia al desplazamiento del “centro de
gravedad” de la economía y el poder mundial de Oeste (u “Occidente”) a Este (u “Oriente”),
esto es, del Atlántico Norte a la zona Asia Pacífico (las raíces de este desplazamiento se
remontan a los años setenta del siglo pasado, y se han acentuada en este siglo XXI); b)
declive de la hegemonía angloamericana occidental y emergencia de una creciente
multipolaridad relativa, con alianzas internacionales (siendo China-Rusia la principal) que
tienden a desplazar a Estados Unidos (EEUU) como líder y a Occidente como centro del
mundo; c) crisis de la economía-mundo capitalista, luego del estallido financiero de 2007-
2008, en tanto crisis de sobreacumulación y realización resuelta con financiarización y
creación de burbujas especulativas (hoy día, a raíz de la pandemia se asiste a una nueva
gran crisis económica, con una gran recesión y a las puertas de una crisis de deuda a nivel
global); d) crisis civilizatoria, que se expresa en un conjunto de aspectos que van desde las
enormes y crecientes disparidades mundiales de riqueza y poder, procesos crecientes de
precarización, pauperización y exclusión de amplias masas de trabajadores, la crisis
migratoria y de refugiados, la crisis ecológica o ambiental, la sucesión creciente de brotes de
epidemias, etc.; e) proliferación de resistencias y proyectos alternativos, tanto en el Sur como
en el mismo Norte global, habiendo sido América Latina uno de los baluartes de este proceso
en la primera década y media de este siglo.
Si bien se puede periodizar el desenvolvimiento de esta transición geopolítica mundial
desde fines de siglo pasado, nos interesa destacar la fase que se abre hacia 2016, a raíz de
las victorias del Brexit (acrónimo que refiere a la salida del Reino Unido de la Unión Europea)
y de Donald Trump en EEUU –en junio y noviembre de tal año, respectivamente. Si en los
años ochenta la “contrarrevolución neoconservadora ” comandada por la alianza Thatcher-
Reagan había sido decisiva para restaurar la primacía capitalista occidental en un mundo en
crisis, impulsando el programa neoliberal y el régimen de acumulación flexible bajo comando
del capital transnacional, la dupla Brexit-Trump parece apuntar a lograr lo mismo, pero con
contenido inverso. Acontecidos también en el seno del polo de poder angloamericano, estos
fenómenos expresaban fuerzas y articulaciones político-sociales de signo antiglobalista y
nacionalista conservador (también denominados como “populismos de derecha” por ciertos
sectores intelectuales) que propugnaban recuperar el antiguo esplendor imperial de sus

2
naciones, debilitadas –paradójicamente– por el avance globalizador. Y es que las clásicas
“soluciones espacio-temporales” de la sobreacumulación de capital (Harvey, 2014) habían
golpeado fuertemente sobre diversas regiones anteriormente centrales y ahora
periferializadas en las cadenas globales de valor (el ejemplo célebre es el “cinturón del óxido”
en EEUU), dando lugar a desindustrialización y pérdida de nivel de vida en amplias capas de
trabajadores. De este modo, la globalización era puesta muy fuertemente en cuestión desde
el seno de las mismas potencias que la habían impulsado.
En todo este marco, se ha agudizado la disputa por la hegemonía y la reconfiguración
del orden mundial. Las islas y espacios marítimos del Atlántico Sur Occidental y la Antártida
no son ajenas a este proceso, dada su gran relevancia geoestratégica, por lo cual la Cuestión
Malvinas presenta extraordinaria vigencia e importancia para Argentina y América Latina
(entendiendo que la misma incluye también la cuestión del Atlántico Sur y la Antártida, como
complejo sistémico o “todo geopolítico” -Caplan & Eissa, 2015-). De este modo, la Cuestión
Malvinas constituye una “mirilla” para observar las relaciones de poder mundial en que se
inscriben Argentina y Sur/Latinoamérica, así como también un “rostro visible” de la
dependencia, al expresar en forma explícita y desnuda tanto la pervivencia de colonialismo
en pleno siglo XXI como la vigencia de las disputas geoestratégicas que atraviesan al país y
la región en el escenario global (Dupuy, 2018; Cisilino, 2020).
Si bien se podía observar con el correr de este siglo que el conflicto por Malvinas no
implicaba sólo a Reino Unido y Argentina, sino también a la Unión Europea (UE) y la OTAN
frente a los organismos de integración regional autónoma sur/latinoamericanos como la Unión
de Naciones Suramericanas (UNASUR) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC), ello se complejiza en la actualidad. El caos sistémico en curso ha
gestado tanto la salida británica de la UE, una latente crisis de la OTAN a raíz de las políticas
trumpistas y la paralización o desmembramiento de organismos como UNASUR y CELAC a
raíz del giro conservador neoliberal en la región suramericana. Es así que la revitalización del
reclamo soberano sobre Malvinas y las islas del Atlántico Sur por parte del gobierno argentino
del Frente de Todos enfrenta un escenario geopolítico por demás dinámico y convulsionado.
El 31 de enero de 2020 se efectuó finalmente la solicitud formal de salida británica del
bloque europeo, luego de años de crisis política y empate hegemónico desatados en Reino
Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (RU) a raíz del referéndum de junio de 2016. Al
momento de escribir este trabajo, nos encontramos en lo que se denomina “período de
transición”, hasta el 31 de diciembre de 2020, en que ambas partes deben alcanzar un nuevo
acuerdo sobre las futuras relaciones bilaterales, fundamentalmente en materia comercial.
Ante ello, si bien aparece la posibilidad de fuertes impactos del Brexit sobre la economía
isleña y sobre el mismo RU, además de ponerse en cuestión la relación de este último con la
Unión Europea, el nacionalismo conservador británico que conduce el Brexit apuesta por
redefinir su rol mundial -Gran Bretaña Global es su lema- y resulta central para ello afianzar
sus relaciones con sus históricas áreas de influencia, como sus territorios de ultramar y el
Commonwealth.
En este marco, son enormes los desafíos del nuevo gobierno argentino para recuperar
autonomía y márgenes de maniobra geoestratégicos, revertir la política desmalvinizadora y
la cesión de soberanía del gobierno anterior (concebidas en pos de “reinsertarse en el mundo”
-occidental-), aprovechar las oportunidades que brinda la transición histórica en curso y hacer
frente a las pretensiones británicas de afianzar su proyección de poder sobre Malvinas,
Atlántico Sur y Antártida.
Se aborda en este trabajo cómo se sitúa la Cuestión Malvinas ante esta crisis y
transición del sistema mundial, en particular frente al Brexit. Bajo una perspectiva geopolítica

3
y valiéndose de un enfoque sistémico mundial, se analizan ciertas fuerzas en disputa y
posibles escenarios futuros para la Cuestión Malvinas. Se ha trabajado con bibliografía
especializada sobre el tema como también con un conjunto de fuentes primarias y
secundarias: informes y documentos gubernamentales del Reino Unido, Malvinas y el
Commonwealth, indicadores socioeconómicos, notas periodísticas y de portales
especializados. Se concluye que el Brexit puede implicar tanto una amenaza como una
oportunidad para el histórico reclamo argentino de soberanía sobre las islas del Atlántico Sur
y espacios marítimos circundantes, según cómo se lo afronte desde el lado argentino.

Brexit: disputa intestina y perspectivas sobre el futuro rol mundial británico


El 23 de junio de 2016 se llevó a cabo el referéndum consultivo para decidir por la
salida o permanencia del Reino Unido con respecto a la Unión Europea, en donde la posición
de salida se impuso ajustadamente (52 a 48%). El Brexit representó un acontecimiento de
primer orden en la geopolítica mundial, leído como la primera resistencia seria y en pleno
centro del mundo al proceso de globalización (Bilmes, 2018).
Este nacionalismo británico antieuropeísta no era algo nuevo, sino que encontraba
importantes raíces en la idea de la “excepcionalidad inglesa” (Escocia se hallaba al margen
de ello, como en el proceso actual) nacida al calor de la ruptura del Rey Enrique VIII con
Roma y creación del anglicanismo en el siglo XVI (Ramos, 2019). Si bien Reino Unido se
integró a la Comunidad Económica Europea en 1973, agrupamiento que nació luego de la
Segunda Guerra Mundial, a instancias de la iniciativa franco-germana, los británicos han
mantenido un rol excepcional en el bloque. Es así que nunca se unió al Tratado de Schengen,
de libre circulación de personas en territorio europeo (creado en 1985), mientras que ante el
Tratado de Maastricht que dio nacimiento a la Unión Europea, en 1993, se unió al mercado
común, pero conservando su moneda, la libra esterlina. Luego, ante la oleada de
"euroescepticismo" que recorrió la Unión Europea al calor del impacto de la crisis financiera
global en su territorio, hacia 2009-2012, y el ahogo desplegado por el núcleo de conducción
germano-francés sobre las periferias europeas con crisis de deuda, los brexiters vieron su
oportunidad. Así, los sectores políticos y sociales que renegaban de la integración británica a
Europa aprovecharon para imponer la realización del referéndum. Este conjunto de fuerzas
se ha coaligado detrás de las banderas de “volver a tomar el control”, en referencia a la
capacidad de definir políticas migratorias, laborales, sanitarias, educativas, etc. frente a lo
que se percibía como una pérdida de soberanía con respecto a Bruselas (capital política de
la Unión Europea).
De este modo, según la lectura que aquí se sostiene, ante las crecientes fracturas en
los bloques de poder occidentales a raíz de la crisis y transición del sistema mundial, el
nacionalismo conservador británico que ha impulsado el Brexit busca recuperar grados de
soberanía y margen de maniobra geoestratégica, según esta visión geopolítica, enfrentado
tanto con el núcleo de conducción germano-francés de la UE como con las fuerzas globalistas
con fuerte peso en la city de Londres, nodo fundamental del capital financiero global2. Esto

2
Mientras que el Brexit implicó un fuerte golpe sobre la UE, alentando un cuestionamiento a su
pervivencia como bloque continental de poder, también puso en juego la preminencia de la city
londinense como principal centro financiero europeo (debido al peligro de perder el denominado
“pasaporte financiero”). Ello dio lugar a una disputa del poder financiero global para suceder ese lugar,
principalmente entre Frankfurt y París. Sobre la disputa de modelos de acumulación y desarrollo en
Reino Unido, se puede consultar el cuerpo de investigaciones económicas sobre la “maldición
financiera”, que afirma que la sobredimensionada y desmedida magnitud de la city de Londres ha
empobrecido la economía real británica (Shaxson, 2018).

4
último refiere a la disputa intestina existente dentro del Reino Unido entre los actores que han
venido impulsando el proceso de globalización y financiarización y aquéllos que se ven
perjudicados por tal proceso. Se entienden así los posicionamientos ante la votación del
Brexit: contrarios al mismo las mayores bancas, empresas, medios de comunicación, centros
de ideas, políticos afines, tanto "por izquierda" como "por derecha", y favorables al mismo
amplias capas de trabajadores junto con sectores del poder económico, político y mediático
más conservadores y nacionalistas3.
Se debe señalar también el tendencial declive geoeconómico británico, ante el
desplazamiento en curso del “centro de gravedad” de la economía -y el poder- mundial desde
el Atlántico Norte hacia Asia-Pacífico. Según datos del Banco Mundial, a 2016 Reino Unido
se ubicaba en el quinto lugar según su producto bruto interno (PBI) nominal (luego de EEUU,
China, Japón y Alemania), pero en el noveno lugar si se mide a valores de paridad de poder
adquisitivo (PPA), siendo superado en esta medición por India, Rusia, Brasil e Indonesia. Los
análisis prospectivos de los organismos internacionales y principales tanques de pensamiento
identifican ya desde principios de siglo este auge de las “economías emergentes”, motorizado
principalmente por el enorme crecimiento desde hace décadas de China e India. Tales
tendencias geoeconómicas parecían desfavorables para la histórica primacía británica (y
también angloamericana y occidental) de no mediar grandes cambios. Ello se sumaba al
importante déficit comercial británico (durante 2019 éste se situó en 197 mil millones de euros,
siendo hacia 2015 el país con mayor déficit en el comercio intra-UE), que dificultaba los
equilibrios macroeconómicos, y, sobre todo, demostraba su retraso en el mercado europeo
en la competencia por desarrollar productos de mayor complejidad y contenido tecnológico.
En este marco, el Brexit resultó una de las formas de “patear el tablero” por parte del
establishment británico en pos de sostener las bases de su poderío.
El Reino Unido entró en una profunda crisis política a causa de las disputas en torno
a su salida de la Unión Europea, una situación que bien podía ser caracterizada de acuerdo
con la fórmula gramsciana de “empate hegemónico”, esto es: cada grupo social en pugna
tenía la suficiente fuerza como para vetar los proyectos elaborados por los otros, pero ninguno
lograba reunir las fuerzas necesarias para dirigir el país del modo deseado. Ello se evidenció
en la sucesión de gobiernos del Partido Conservador (tories) que no pudieron sortear las
disputas intestinas de su propio partido, y en el país en su conjunto, para definir un rumbo en
torno a la salida (o no) de la UE. El actual primer ministro Boris Johnson, el político más similar
a Donald Trump en cuanto a sus posturas radicalmente nacionalistas, antieuropeas y
antiglobalistas, logró sortear esta crisis política y empate hegemónico británico, alcanzando
un acuerdo parlamentario y apoyo de la Reina Isabel II para solicitar formalmente la salida
británica de la Unión Europea el 31 de enero de 2020.
Más allá de estas disputas políticas internas y como uno de los trasfondos de las pujas
de poder de todo este proceso, se han puesto de manifiesto las pretensiones de una fracción
del poder británico de efectuar un realineamiento geopolítico del Reino Unido, buscando
asumir un nuevo lugar en la economía y política mundial pos Brexit. El lema tory de Global

3
Se puede rastrear la génesis de este conflicto al menos hasta el siglo XIX, luego de la batalla de
Waterloo, en 1815, en que el Imperio británico se impuso a Napoleón. Ante su nuevo lugar de potencia
hegemónica, la city de Londres desplazó a Ámsterdam como principal centro financiero y se gestaron
en ella dos “almas”: uno nativista, de carácter conservador, patriótico e insular, de menor poder relativo
en la actualidad, y otro de carácter cosmopolita y globalista, que ha sido el sector dominante (Otero
Iglesias, 2016). En la actualidad, este conflicto entre globalistas y nacionalistas recorre todo el polo de
poder angloamericano, es decir, tanto EEUU como RU, siendo predominantemente multilateralistas y
neoliberales los primeros, y unilateralistas y neoconservadores los segundos (Merino, 2016).

5
Britain (Gran Bretaña Global) que se puede observar en las declaraciones y publicaciones
gubernamentales (HM Government, 2018a) expresa estas pretensiones y este horizonte.
Según documentos gubernamentales que revisan la estrategia nacional de seguridad de
2010, ello significa: un “poder global que juega un papel de liderazgo en el escenario mundial ”
(HM Government, 2018b). Ello comprende, también, un componente expansionista, como se
puede apreciar en el segundo epígrafe de este trabajo, en el discurso del entonces Secretario
de Defensa británico Williamson (2019), a fines de 2018. Se habló en ese entonces del
establecimiento de dos nuevas bases militares británicas, que podrían emplazarse en el
sudeste asiático y en el Caribe.
En ese marco, aparecen opciones abiertas para el nuevo papel mundial británico. Por
un lado, se encuentra la perspectiva de estrechar la alianza estratégica con EEUU, con quien
comparte raíces culturales anglosajonas. Se trata ésta de una relación muy cercana, con
antecedentes desde principios de siglo XX y cristalizada como tal desde la Carta del Atlántico
de 1941, en plena guerra mundial, la cual estableció una asociación transatlántica entre
ambos países (y fue, además, un antecedente para la creación de la OTAN en 1949 y la
alianza de inteligencia anglosajona de los “cinco ojos” luego -Meyssan, 2016-). De hecho, los
documentos oficiales reconocen a EEUU como la “asociación estratégica más vital” de su
nación, y sobre la cual llaman a profundizar sus lazos en materia comercial (UK Parliament,
2018). En un momento en que ambos países se encontraban conducidos por proyectos
político-estratégicos nacionalistas conservadores y antiglobalistas, se avanzó en la búsqueda
de establecer un gran acuerdo de libre comercio entre estos países. Sin embargo, la victoria
de Biden en EEUU puede poner un freno a estas perspectivas.
Por otro lado, el nacionalismo conservador británico ha entablado hace algunos años
una relación muy cercana con China, estrechando las profundas interconexiones entre ambos
países existentes desde las “guerras del opio” del siglo XIX. Desde 2013 comenzaron a
manifestarse pretensiones de firmar un Tratado de Libre Comercio entre ambas partes,
mientras que en 2015 el RU aparecía como el primer miembro del G-7 en asociarse al
estratégico Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, puntal de la propuesta de nueva
arquitectura financiera mundial propuesta por China (Jalife-Rahme, 2015). A la par, ambos
venían entablando firmas de tratados y acuerdos de cooperación (como la “abarcadora
alianza estratégica para el siglo XXI” en 2015), por lo cual la entonces primera ministra
Theresa May calificó como “relaciones doradas” entre ambos países ante la llegada del primer
tren chino a Londres, parte de la “Nueva Ruta de la Seda”.
Aquel aparente oscilamiento británico entre su acercamiento con su aliado anglosajón
(que fue primero colonia británica, independizada en 1776 y desde las dos guerras mundiales
del siglo XX la desplazó como potencia hegemónica del mundo occidental) y su nuevo aliado
oriental, potencia económica en ascenso, puede ser leído como una clásica jugada
geopolítica británica “a dos puntas” (Jalife-Rahme, 2016a): manteniendo un pie en la alianza
noratlántica que conduce EEUU mientras quita su otro pie de Europa para colocarlo en China
e India. Sin embargo, durante 2020 Johnson se plegó a la campaña antichina de Trump en
ciertos temas (5G, Hong Kong, etc.), poniendo cierto freno a este acercamiento.
Mientras tanto, lo central para las pretensiones nacionalistas británicas constituye su
propia proyección de poder en pos de vigorizar sus complejos exportadores, industrial-militar
y científico-tecnológico sobre otros territorios, para conservar su rol de “jugador global” ante
la transición geopolítica de este siglo XXI, apuntando sobre sus históricas esferas de
influencia. He ahí el rol esencial de los 14 territorios británicos de ultramar (BOT por sus siglas
en inglés: British Overseas Territories), las dependencias de la Corona Británica (Crown
Dependencies), y la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth). A continuación, se puede

6
apreciar la compleja urdimbre organizativa del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del
Norte y sus vestigios imperialistas y coloniales4.
Figura 1

Nota: en color violeta figuran los Estados soberanos; en dorado, los países (no soberanos) pertenecientes al
Estado Reino Unido; en color salmón, las dependencias de la Corona (“jurisdicciones independientes”) y en celeste
los BOT (“territorios dependientes”).
Fuente: Metrocosm https://i0.wp.com/metrocosm.com/wp-content/uploads/2016/06/commonwealth-realms-6.png
(acceso: 3/7/20).

En cuanto a los BOT, se trata de territorios no incorporados bajo jurisdicción y


soberanía del RU, que reconocen a la monarca británica como jefe de Estado. Salvo los
territorios sin población permanente, cuentan con diversos grados de autonomía interna, y al
menos la defensa y las relaciones internacionales son responsabilidad del gobierno británico
mediante el Foreign and Commonwealth Office. En el documento gubernamental de 2012,
denominado Libro Blanco de los Territorios de Ultramar, se definía el carácter estratégico que
éstos presentan para RU y la voluntad de fortalecer los vínculos con ellos, a todo nivel
(Foreign and Commonwealth Office, 2012). Las posesiones en toda la zona del Atlántico Sur
representan activos estratégicos para las perspectivas británicas, como reconocen tanto sus
sectores militares y políticos como también académicos (Dodd, 2012). A continuación, se
puede apreciar el “collar de perlas” con que cuenta Reino Unido en el Atlántico Sur (De los

4
Reino Unido es la potencia con mayor cantidad de colonias en la actualidad, sosteniendo 10 de los
17 territorios “no autónomos” que reconoce la Organización de las Naciones Unidas a través de su
Comité de Descolonización (esos 10 están incluidos en los BOT). No obstante, más allá de ello, Dupuy
(2019) identifica un total aproximado de 70 territorios coloniales, con diversas particularidades
institucionales y relaciones con sus respectivas metrópolis (algunos de ellos contabilizados
separadamente y otros agrupados por estructuras institucionales metropolitanas).

7
Reyes, 2016): islas Ascensión (compartida con EEUU), Santa Helena y Tristán da Cunha;
Malvinas; Georgias del Sur y Sándwich del Sur; y Sector Antártico Británico.

Figura 2. Territorios Británicos de Ultramar

Fuente: Mapas Owje http://mapas.owje.com/maps/10917_territorios-britanicos-de-ultramar.html (acceso: 3/7/20)

Por otro lado, la Mancomunidad de Naciones consta de 53 países en 6 continentes,


agrupando un tercio de la población mundial (2400 millones de personas) y comprendiendo
un 25% del comercio internacional. Si bien muchas de esas naciones fueron descolonizadas
pos Bretton Woods, siguen sosteniendo a la Reina Isabel II del RU como cabeza de la
organización. La habilidad de la diplomacia británica ha llevado a que, lo que fuera una
organización nucleada en torno a un imperio colonial, se adaptara a los nuevos tiempos y se
redefiniera, con flexibilidad y pragmatismo, como una asociación (Esteban, 2017). A
continuación, se puede apreciar la magnitud de esta organización.

Figura 3. Países miembros del Commonwealth, o Mancomunidad de Naciones

8
Fuente: thecommonwealth.org (acceso: 3/7/20)

Se puede apreciar una apuesta británica por el Commonwealth desde el referéndum


de 2016, con crecientes avances. No se trata esto de un secreto, sino que los mismos
documentos gubernamentales de política exterior denominan a la Mancomunidad como una
“red global única” de carácter estratégico para Reino Unido (HM Government, 2018c). Ello se
pudo observar con claridad en la Cumbre de Jefes de Gobierno de la organización en abril
de 2018, realizada en Londres, donde se firmaron un conjunto de acuerdos de cooperación
que preveían cuadriplicar el comercio intra-bloque, de 560 millones de dólares en la
actualidad a 2 billones de dólares para 2030 (The Commonwealth, 2018a y 2018b).
La proyección estratégica del Reino Unido pos Brexit sobre el Commonwealth se basa
en una serie de ventajas para el nuevo rol global que aspira a desempeñar el nacionalismo
británico, entre las cuales sobresale el idioma (inglés) y el sistema legal (de raíz británico)
común a muchos de estos países, junto con el poderío británico en I+D+i (Investigación,
desarrollo e innovación) en materia científico-tecnológica -claramente el de mayor fuerza del
bloque y ya sin la competencia de otros jugadores de primer nivel como Alemania en la UE-.
Un dato fundamental para estas perspectivas británicas de despliegue de su poderío
exportador, industrial-militar y científico-tecnológico sobre el Commonwealth está dado en la
participación del bloque en el PIB mundial, en comparación con el de la Eurozona: si en 1970
ésta última se encontraba por encima del 20% y el primero en 10%, hacia 2009 ambos
convergen, y en 2016 ya se invierte la tendencia, habiendo bajado al 15% los europeos
mientras que la Mancomunidad se encontraba arañando el 20% (GEAB, 2018). Ello está en
concordancia con la tendencia de desplazamiento del centro de la economía mundial hacia
“economías emergentes” con eje en Asia -Pacífico, desde la crisis de acumulación y
hegemonía de los años setenta del siglo XX.
Cabe señalar, sin embargo, que se trata de un grupo heterogéneo el de las naciones
pertenecientes a la Mancomunidad. Por ejemplo, algunas de ellas son miembros históricos
en la proyección geopolítica unipolar de la “angloesfera”, como Canadá, Australia y Nueva
Zelanda, mientras que otras tienen un juego geopolítico particular, como el caso de India:
ésta pivotea entre su pertenencia al BRICS (bloque que ha mermado su rol pujante en los
últimos años) y a la Organización de Cooperación de Shanghái, y su pertenencia al Diálogo
de Cooperación Cuadrilateral junto a EEUU, Japón y Australia, cooperando con la estrategia
occidental de contención de China en el sudeste asiático. Es por ello que se proyecta a futuro

9
una disputa por el control sobre esos territorios, en cuanto a cooperación internacional,
comercio e inversiones, representando una prioridad fundamental para el nacionalismo
oligárquico-imperial británico pos Brexit.

Impacto potencial del Brexit sobre Malvinas: ¿oportunidad o amenaza?


Existe todo un debate acerca de si el Brexit representa una oportunidad o una
amenaza para la posición argentina y suramericana. Presentaremos aquí, sintéticamente,
algunas aristas de los posibles impactos e implicancias de la salida británica del bloque
europeo sobre la Cuestión Malvinas.

Oportunidades
Según señalan diversos analistas, la concreción de la salida británica de la Unión
Europea ocasionaría fuertes impactos en la economía de las islas (Verdoia, 2019; Padinger,
2019). Un “Brexit duro” o “a la australiana”, el escenario más radical de salida del Reino Unido
sin acuerdo con la UE representaría el peor escenario para los isleños, mientras que un
“Brexit desventajoso” (sin acuerdos de libre comercio específicos para los productos
pesqueros y cárnicos de las islas) sería también un mal escenario. Según estimaciones del
gobierno kelper a 2019, un Brexit duro implicaría una caída del 16% en las ganancias
pesqueras y hasta un 30% en el sector de la carne (Mercopress, 2019a -citado en Ortega et
al., 2019). Las principales actividades económicas isleñas son fuertemente dependientes del
mercado común europeo: en el caso de la pesca, que representó el 43% del PIB isleño entre
2007 y 2016, el 88% de sus exportaciones tiene como destino ese mercado, mientras que el
47% de la carne, su segunda mayor actividad, se destina a la UE (Falkland Isl. Gov., 2019).
Actualmente, al ser parte del mercado común europeo, tales exportaciones están
exentas de aranceles y cuotas, lo cual peligra en caso de producirse alguno de aquellos
escenarios de Brexit. En esos casos se impondrían tarifas a las importaciones por parte de la
UE. En caso de un Brexit duro, los intercambios comerciales pasarían a regirse por las reglas
de la Organización Mundial del Comercio (tarifas “nación más favorecida”: MFN, según sus
siglas en inglés), que van del 6 al 18% dependiendo del producto. A su vez, según se anuncia,
tales actividades sufrirían mayores costos de comercialización, menor o nulo acceso al
financiamiento para el desarrollo que la UE destina a sus territorios de ultramar en la
actualidad (como el programa BEST, de protección de ecosistemas, por el cual Malvinas
recibió unos 600.000 euros en años recientes), crecerían las trabas y demoras en los puertos
de acceso, se perdería competitividad, y, por ende, también empleos.
Previendo tales situaciones, las autoridades gubernamentales del RU y de Malvinas
han comenzado a diseñar políticas para contrarrestar tales consecuencias. El gobierno
británico ya ha anunciado algunas cuestiones, con miras de tranquilizar las preocupaciones
de los isleños. Sobresalen entre ellas el sostenimiento para sus territorios de ultramar de los
proyectos europeos (Fondo Europeo de Desarrollo, el mencionado BEST, Programa de
financiamiento en ciencia, tecnología e innovación -Horizon 2020- y Programa de movilidad
estudiantil -Erasmus+-), haciéndose cargo del financiamiento, y la igualdad de condiciones
para acceder a la UE a ciudadanos de los BOT con respecto a ciudadanos británicos
(Mercopress, 2019b). A la par, se aseguró que se buscará negociar el mejor acceso posible
al mercado europeo para los productos pesqueros y cárnicos de la economía isleña. A su
vez, los intereses españoles ligados al sector pesquero, que tienen en Vigo el puerto por
donde ingresan los productos del Atlántico Sur al mercado europeo y están fuertemente
asociados con intereses pesqueros británicos, tienen muy activo el lobby para mantener el
acuerdo de libre comercio entre RU y UE, el mutuo acceso a las aguas, el reparto de las

10
cuotas de pesca y la gestión compartida, acompañados incluso por la European Fisheries
Alliance (Lerena, 2020b). Se ha sugerido también que se le podría “hacer trampa” a un
eventual Brexit duro o desventajoso utilizando vacíos legales en el gobierno isleño, pudiendo
identificarse como españoles barcos pesqueros de las Malvinas y evitando así pagar las
tarifas a la importación (Ortega et al., 2019).
Por otro lado, un Brexit sin acuerdo podría implicar una fuerte contracción de la
economía británica (cuyas estimaciones varían desde 5 a 10% del PIB), siendo que la misma
había quedado golpeada de la crisis de 2008, y que la pandemia actual ya le ocasionó en
pocos meses una caída de más del 25% de su PIB. En tal situación, los costos de mantener
una base de la magnitud de Mount Pleasant serían más difíciles de afrontar. Se trataría ésta
de una situación afín al período 1966-1982, en que el RU accedió a negociar con Argentina
diversas fórmulas para el traspaso de la soberanía, debido a un costo de sostenimiento de
esas dependencias coloniales que se percibía como demasiado elevado. Sin embargo, la
dimensión económica entraría en tensión aquí claramente con la geopolítica, dada la
relevancia de las islas del Atlántico Sur para las pretensiones británicas de volver a ser (o
conservar su estatus de) un “jugador global”, según se ha mencionado.
A su vez, en materia diplomática, al salir el RU de la UE, el bloque europeo podría
quitar su respaldo en la ONU en el conflicto por Malvinas. Algunos hechos dan la pauta de
esta posibilidad, dada su afinidad (relativa, claro está) con el caso de las islas del Atlántico
Sur: en junio de 2017, una abstención inesperada permitió referir para consulta a la Corte
Internacional de Justicia (CIJ) en La Haya el estatus de las islas Chagos, archipiélago de más
de 50 islas en el Océano Índico que la República de Mauricio reclama como parte de su
territorio (Elias, 2018). Se encuentra ubicada en tal archipiélago la isla Diego García, la cual
constituye un punto geoestratégico en el Océano Índico y que había sido cedida en 1966 por
RU a su socio estadounidense para que instalase allí una base militar, previa expulsión de la
población nativa. La CIJ se pronunció en febrero de 2019, mediante una opinión consultiva,
a favor de la devolución de tal archipiélago a Mauricio. Ese mismo mes, la UE publicó un
documento en que califica a Gibraltar como una colonia británica, lo cual podría llevarla a
decidir respaldar los reclamos de España sobre ese peñón, otro de los territorios británicos
de ultramar (Red Voltaire, 2019). Luego, en mayo la Asamblea General (AG) de la ONU
aprobó una resolución en la que insta al gobierno británico a retirarse de Chagos en un lapso
de 6 meses, denotando un quiebre en el histórico alineamiento del bloque europeo. Al mes
siguiente, el gobierno británico desconoció el fallo y afirmó que continuaría con la
administración.
Un año más tarde, en junio de 2020, se produjo un hecho por demás relevante e
inesperado, con la presentación por parte de un grupo de 30 parlamentarios ingleses de
distintos bloques de una carta al primer ministro, exhortándolo a respetar lo establecido por
las instancias de la ONU sobre la devolución del archipiélago de Chagos a Mauricio (UK
Parliament, 2020). Se expresa en la carta que la no aceptación de la CIJ y la AG dañaría la
credibilidad internacional británica, y que si se quiere lograr la ambición de una Gran Bretaña
Global se debe demostrar el apego a la legalidad internacional y el respeto de los DDHH.
Como se puede apreciar en estos hechos, constituyen oportunidades para la posición
argentina y suramericana las fracturas en los bloques de poder occidentales que se producen
en este marco de caos sistémico y transición geopolítica mundial. Aunque, claro está, ello
puede ser aprovechado sólo si se logra desplegar desde el lado argentino toda una política
integral en la materia (exterior, diplomática, legislativa, económica y tecnocientífica, cultural,
etc.) para construir escenarios favorables. En este sentido, se ha comenzado a buscar un
acercamiento con la Unión Europea para negociar su apoyo diplomático al reclamo argentino

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por Malvinas, así como también el restablecimiento de alianzas internacionales con China,
Rusia y demás actores que pujan por acrecentar la situación de multipolaridad relativa, junto
con una política de presión no sólo diplomática sino también económica para obstaculizar los
negocios británicos en el Atlántico Sur, aprovechando los posibles impactos económicos
adversos que se han detallado.

Amenazas
Luego, por el lado de las amenazas para la posición argentina y suramericana,
aparece en primer lugar el giro nacionalista, territorialista y expansionista británico que ha
sido descrito. El sistema Malvinas, Atlántico Sur y Antártida representa una zona de carácter
estratégico para la proyección de poder -actual y futura- del Reino Unido.
Un escenario posible que señalar constituye la independización formal de Malvinas
para constituir a las islas como un Estado independiente, Falklands, que pudiera integrarse
como nación soberana al Commonwealth, bajo protección militar británica (Lualdi, 2019). Ya
en los últimos años podían advertirse indicios de esa posibilidad, a raíz de la estrategia
británica para hacer frente a la ofensiva diplomática kirchnerista por la soberanía argentina
sobre Malvinas, en pleno período posneoliberal latinoamericano en la primera década y media
del siglo XXI. En efecto, en base a sus usos e interpretaciones del derecho a la
autodeterminación de los pueblos (en clara contradicción con el abordaje que realizan en el
caso mencionado de Chagos), el RU impulsó el ilegítimo referéndum “kelper” de 2013, que
plebiscitaba si se deseaba conservar el estatus político de territorio británico de ultramar y
que se impuso casi por unanimidad. Ello se sumaba a la “Orden de la Constitución de las
Islas Falklands 2008”, definida por la monarca británica. Tales factores podrían dar indicios
de una búsqueda de sentar las bases jurídicas y políticas para la constitución de ese Estado
independiente. Este escenario podría encontrar condiciones de posibilidad a futuro, ante el
creciente papel de la Mancomunidad en la proyección de poder global británica a que se ha
hecho referencia.
En el “Libro Blanco” se expresan consideraciones sobre este tipo de posibilidad. Se
afirma allí que “donde la independencia es una opción y es el deseo claro y
constitucionalmente expresado del pueblo de buscar la independencia, el Gobierno del Reino
Unido cumplirá con sus obligaciones de ayudar al Territorio a lograrlo” (Foreign and
Commonwealth Office, 2012: 15). En caso de que la economía isleña avanzara en su
autonomía financiera, a través del desarrollo pesquero, hidrocarburífero y del resto de sus
abundantes recursos, esta posibilidad podría tomar mayor carnadura. Aunque se presenta
éste como un escenario complejo, no debería dejar de tomarse en consideración a futuro.
Por otro lado, se debe señalar también que, en el marco de la apuesta británica por
fortalecer el Commonwealth, se ha venido desplegando una política de mostrarse receptivos
y líderes de la transición energética global en curso, en favor de fuentes renovables y no
contaminantes del ambiente y del cuidado de este último. En ese marco se lanzó la
denominada Carta Azul del Commonwealth (2018c), anunciada como un compromiso para
proteger y gestionar de forma sostenible los océanos. El peligro radica, en este punto, en que,
mediante esta iniciativa e instrumento, el RU podría buscar dotar de legitimidad su control
sobre los espacios marítimos del Atlántico Sur y el Océano Antártico. En este sentido, en
2016 habían dado a conocer lo que denominaron Cinturón Azul (Blue Belt para ellos), el cual
buscaba trazar una zona de exclusividad de 4 millones de km 2 entre Malvinas, Georgias del
Sur, Sándwich del Sur y el territorio antártico. Cuatro años antes, en 2012, de forma también
unilateral y evadiendo el marco de la Convención para la Conservación de Recursos Vivos
Marinos Antárticos (la cual es parte del Sistema del Tratado Antártico), el RU había creado

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un Área Marítima de Protección alrededor de las islas Georgias del Sur y Sándwich del Sur,
que abarca más de 1 millón de km2 y buscaba proteger la riqueza en biodiversidad de la
región. De este modo, mediante argumentos “políticamente correctos” se busca ocul tar sus
intereses geoestratégicos en la región. Frente a ello resultan fundamentales, por el lado
argentino, iniciativas que avancen en la soberanía efectiva de todo el complejo sistémico
Malvinas, Atlántico Sur y Antártida a través de la investigación científica con fines de
protección y uso responsable del ambiente, buscando impedir aquella proyección británica.
La creación del Área Marina Protegida Namuncurá –Banco Burdwood, en 2013, en el sur del
Mar Argentino, y la iniciativa Pampa Azul, en 2015, se inscriben en este marco y se vislumbran
como fundamentales sus roles a futuro.
En último lugar, se debe señalar que, en todo el marco que se describía anteriormente
de posibles impactos económicos adversos del Brexit con respecto a Malvinas, cobró una
gran importancia para RU reestablecer una buena relación con Argentina. Un conjunto de
acuerdos bilaterales de carácter desmalvinizador entre ambos países ha constituido una
necesidad estratégica británica en el Atlántico Sur, lo cual lograron en el período 2016-2019,
en asociación con el gobierno argentino de Macri, en una serie de actividades:
restablecimiento de la cooperación en materia de pesca, hidrocarburos, comercio y
navegación; apertura de vuelos comerciales a las islas; cooperación científica en la Antártida;
abandono del control aéreo argentino sobre el Atlántico Sur a través de radares; intento de
adjudicación de áreas offshore hidrocarburíferas de la Plataforma Continental Argentina a
empresas ligadas a intereses británicos, fundamentalmente y entre otras (Sánchez, 2018).

Reflexiones finales: desafíos para la soberanía integral


El gobierno de Alberto Fernández ha revitalizado, desde su asunción, el histórico
reclamo de soberanía argentino en torno a la Cuestión Malvinas. Se ha comenzado a avanzar
en importantes medidas con miras a la constitución de una política de Estado: conformación
de un Consejo Nacional asesor en la materia, demarcación de los límites de la Plataforma
Continental Argentina (a tono con la presentación argentina ante la CONVEMAR, que fue
recomendada en 2016), endurecimiento de sanciones a la pesca ilegal en los espacios
marítimos argentinos, suspensión de las investigaciones pesqueras conjuntas en el Atlántico
Sur, reimpulso a la iniciativa interministerial Pampa Azul, fundamentalmente y entre otras.
La situación actual en que ha colocado la pandemia de COVID-19 al mundo es muy
delicada, pero como toda crisis, abre también una oportunidad. En este caso, oportunidad de
afianzar la presencia del Estado nacional, como representación de la colectividad, en áreas
estratégicas para la vida común, con el fin de hacer frente a los nuevos peligros y amenazas
que asedian a la humanidad. En este marco, y en un mundo que profundiza su caos sistémico
y las disputas por la reconfiguración de su ordenamiento, se hace patente la necesidad
imperiosa de sostener y fortalecer el reclamo soberano argentino sobre el sistema Malvinas,
Atlántico Sur y Antártida. Para lo cual resultará fundamental, en el frente externo, recuperar
el estatus de Malvinas como una causa regional y global, en el marco de una política exterior
altiva y soberana. La situación de multipolaridad relativa y declive angloamericano y
occidental constituye todo un factor por demás favorable para ello, pudiendo apuntarse,
nuevamente, a contar con los respaldos para el reclamo diplomático por parte de polos de
poder mundial de signo multipolar.
Por su parte, en el frente interno, proyectar la recuperación de la soberanía argentina
sobre Malvinas, Georgias del Sur, Sándwich del Sur y los espacios marítimos circundantes
implica toda una estrategia mayor por revertir los mecanismos de dependencia para con las
grandes potencias y los intereses transnacionales, en la búsqueda por ampliar los márgenes

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de autonomía y fortalecer los resortes de poder nacionales. Ello demanda una concepción
integral de la soberanía, de carácter multidimensional. Se pueden mencionar, sintéticamente
y para señalar ciertos trazos gruesos en este sentido, las siguientes aristas:
En materia política, es preciso contar con una amplia coalición de fuerzas políticas y
sociales que respalden las necesarias políticas efectivas de recuperación del poder y
desarrollo nacional, así como de defensa soberana, bajo una estrategia nacionalista
productivista de un proyecto “nacional y popular” lo más amplio posible.
En materia tecno-económica, es imprescindible la recuperación de capacidades
estatales para hacer frente al despliegue británico y de otras potencias en el Mar Argentino,
la Patagonia, el Atlántico Sur y la Antártida: marina mercante, astilleros navales, medios
aeronavales, radares, industria para la defensa y otros sectores que brinden instrumentos
que posibiliten desplegar control, supervisión y regulación de las regiones más descuidadas
del territorio nacional.
En materia cultural, se advierte la necesidad de difundir e instalar en la población
(sectores populares, académicos, científicos, gremiales, educativos, políticos, etc.) una
identidad nacional de país marítimo, bicontinental y antártico; situado, pensado y proyectado
desde el Sur: regional, global y austral (Recce, 2012; Patronelli, 2017).
En todo este marco, y según se ha señalado, el Brexit puede representar tanto una
oportunidad como una amenaza para la posición argentina y suramericana, dependiendo
fundamentalmente de las políticas con que se le haga frente. Una posible fórmula para ello
podría consistir en: “arte de la diplomacia más resortes de poder”. Aparecen escenarios
complejos, en un mundo en profunda y creciente crisis, descomposición y reconfiguración,
pero que a su vez pueden generar un margen para la recuperación de una estrategia de
unidad continental suramericana, en pos de constituir el umbral de poder necesario para
hacer frente a los desafíos del siglo XXI, y de recuperación de capacidades nacionales con
miras a la soberanía integral. Todo lo cual puede ir cimentando el camino para forzar al Reino
Unido a volver a las mesas de negociación y acatar las resoluciones de la ONU que lo
conminan a desprenderse de sus dependencias coloniales.

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