Charles H Cooley El Yo Espejo
Charles H Cooley El Yo Espejo
Charles H Cooley El Yo Espejo
Cuadernos de Información y
Comunicación
ISSN: 1135-7991
cic@ccinf.ucm.es
Universidad Complutense de Madrid
España
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C.H.COOLEY (1864-1929) es uno de los pioneros del estudio de la comunicación social,
uno de los padres fundadores de las ciencias de la comunicación y la sociología. Perteneció a la
Escuela de Chicago, junto con otros nombres legendarios como Charles S. PEIRCE, George Herbert
MEAD o William I. THOMAS. Su obra principal, Human Nature and Social Order editada en 1902,
mostró la nueva sociología norteamericana, muy inspirada por el enfoque de SIMMEL, y en la
psicología de JAMES pero con su propio impulso creativo que la acercaba al análisis de la
comunicación interpersonal y que fructificaría en el interaccionismo y la visión psicológica de la
comunicación que tantos frutos ha dado en aquel continente. Su visión de la vida social como
dimensión cruzada a la vida cultural, y la influencia esencial de esta última en la formación de la
personalidad madura ha sido una idea clave para la propia consolidación de la reflexión social. El
autor es de una profunda modernidad, y llega más lejos que muchos otros autores posteriores en
cognición y comunicación social. Publicamos por primera vez a COOLEY en español, con este
fragmento crucial de su obra (New, York, Scribner, 1902, fragmentos del capítulo 3 (pp. 92-98 y
114-126, y del capítulo 4 pp. 179-185). Podemos rastrear en estas ideas las investigaciones
posteriores del interaccionismo sobre la construcción cognitiva del yo. La influencia del mundo
imaginario en la comunicación social, su teoría del yo espejo, así como su concepto del grupo
primario, fueron claves vitales para todas las teorías posteriores.
entre privacidad y mundo público. Sin duda que en THOREAU hay mucha y
muy sólida sociología.
Es necesario resaltar aquí que no hay diferencia entre las personas reales y
las imaginarias, y sin duda, ser imaginado es convertirse en real, en un sentido
social de la cuestión, como explicaré ahora. Para una mente imaginativa, una
persona invisible puede ser más real que una persona de carne y hueso, pues
la presencia sensible no es una cuestión de primera importancia
necesariamente. Una persona puede ser real para nosotros sólo en tanto la
imaginamos en una vida interior que existe en nosotros, en esa situación, y
que se refiere a ella. La presencia sensible es importante en cuanto nos
estimula para hacer precisamente eso. Todas las personas reales son
imaginarias en este sentido. Si por el contrario entendemos por imaginario lo
ilusorio, una imaginación que no se corresponde con los hechos, es fácil
comprobar que a dicho fenómeno no lo limita una presencia visible. Yo puedo
toparme, en el vapor, con un extraño que me arrincona y se pone a contarme
su historia privada, que a mí no me interesa, y puede que él intuya que es así,
y me utiliza simplemente como figura para sostener la agradable ilusión de la
simpatía, y en realidad está hablando con un compañero imaginario, el mismo
que yo represento y que cualquiera podría representar. Las buenas maneras
como éstas son así en gran medida un tributo al compañerismo imaginario, un
hacer creer la simpatía que es agradable aceptar como real, aunque sabemos,
cuando lo pensamos, que no es así. Concebir un compañero simpático y
aprobador es algo que involuntariamente intentamos, siguiendo ese instinto
hedonista que aparece en todos los procesos mentales autónomos, y mostrar
ante ello al menos la apariencia de un aprecio amistoso se considera parte de
la buena crianza. Ser siempre sincero supondría destruir brutalmente este
placentero y casi inofensivo producto de la imaginación.
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Concluyo, por tanto, que las imaginaciones que las personas tienen los
unos de los otros son los hechos sólidos de una sociedad, y que su estudio e
interpretación debe ser el objetivo principal de la sociología. No quiero decir
con ello que el estudio de la sociedad sólo se haga a través de la imaginación
–sin duda algo cierto para los más altos objetivos de todos los investigadores-
sino que el objeto de estudio es primariamente una idea imaginativa o grupo
de ideas alojadas en la mente, que nosotros usamos para crear nuestras
imaginaciones. La más certera garra del brazo social será aquella que requiera
la adivinación de lo que los hombres piensan los unos de los otros. La caridad,
por ejemplo, no se entenderá si no tenemos en mente la idea que el receptor y
el dador tienen cada uno del otro, para entender el homicidio debemos
concebir lo que el ofensor piensa de su víctima y de los administradores de la
ley, la relación entre trabajador y empresa es cuestión sobre todo de la actitud
personal que debemos intentar captar con simpatía para ambas partes, y así
sucesivamente. En otros términos, queremos llegar hasta los motivos, y los
motivos surgen de las ideas personales. De hecho, no hay nada nuevo
particularmente en esta perspectiva; los historiadores, por ejemplo, han
asumido siempre que entender e interpretar las relaciones personales era su
CIC (Cuadernos de Información y Comunicación)
2005, 10 19 ISSN: 1135
Charles Horton Cooley El yo espejo
Por otra parte, una persona corpórea existente no es real hasta que no es
imaginada socialmente. Si el noble no piensa en el sirviente como en un ser
humano que piensa y siente, sino que lo considera un mero animal, el siervo
no será real para él en el sentido de actuar con su consciencia y mente. Y si un
hombre emigra a un país extranjero y permanece oculto de todos, de modo
que nadie sabe que está allí, esa persona evidentemente no tendrá existencia
social para los habitantes de ese país.
Para muchas personas resultaría místico decir que los individuos, tal y
como los conocemos, no se pueden separar unos de otros ni son mutuamente
exclusivos, como los cuerpos físicos lo son, sino que lo que es parte de uno
puede también serlo de otro, y que se pueden interpenetrar de modo que el
mismo elemento pertenezca a diferentes personas en diferentes momentos, e
incluso al mismo tiempo, y sin embargo esto puede ser un hecho verificable y
no muy abstruso. Los sentimientos que conforman la parte más vívida y
grande de nuestra idea de una persona no son, por regla general, una parte
peculiar o exclusiva de esa persona, sino que pueden al tiempo formar parte
de otras personas también. Están, por decir así, en un punto de intersección de
muchas ideas personales, y pueden alcanzarse a través de cualquiera de ellas.
No solamente Philip SIDNEY, sino otras muchas personas nos evocan el sentido
del honor, e igual ocurre con la gentileza, la magnanimidad, etc etc. Quizás
esos sentimientos no sean exactamente los mismos en diversos casos, pero son
suficientemente cercanos como para actuar del mismo modo en nuestras
motivaciones, que es el elemento principal desde el punto de vista práctico.
Cualquier rostro amable despertará sentimientos amistosos, cualquier
sufrimiento de un niño despertará la lástima, y el gesto valiente inspirará
respeto. Un sentido de la justicia, como algo que el hombre tiene en su fondo,
forma parte potencialmente de la idea de cada hombre de los que yo conozco.
Todos estos sentimientos son el producto acumulativo de la experiencia social
y no pertenecen exclusivamente a ningún símbolo personal.
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y el sentimiento del yo es uno de los medios por los cuales esa diversidad se
logra.
Si una cosa no tiene relación con otras personas de las que somos
conscientes es poco probable que la consideremos con el pensamiento, y si
pensamos algo sobre una cosa no podemos, me parece a mí, considerarla
como claramente nuestra. El sentido apropiativo es siempre una sombra, por
así decir, de la vida común, y cuando tenemos tal sentido es siempre en
relación con la vida común. Así, si pensamos que una parte escondida del
bosque es “nuestra”, es porque creemos también que los demás no van hasta
allí. Con respecto al cuerpo, dudo que si tenemos un sentimiento de propiedad
fuerte de alguna parte del mismo no sea pensando precisamente, aunque sea
de forma vaga, en alguna referencia real o posible a alguien más. La auto-
conciencia más intensa surge siempre acompañada de experiencias o instintos
que la conectan con el pensamiento de los otros. Los órganos internos, como
el hígado, no los pensamos como peculiarmente nuestros a menos que
estemos intentando comunicarnos con alguien con respecto a ellos, como, por
ejemplo, cuando nos dan algún problema e intentamos compartirlo.
“Yo”, por tanto, no es una cosa exclusiva de la mente, sino una porción
central, vigorosa y bien urdida de ella, no separada del resto, sino que
gradualmente va fundiéndose con él, y que sin embargo tiene una cierta
distinción práctica, de modo que un hombre generalmente muestra bien con su
lenguaje y su conducta lo que su “yo” es, diferenciándolo de pensamientos de
los que no se apropia. Podemos pensar en él, como se ha sugerido, bajo la
analogía de un área central coloreada en una pared iluminada. Puede también,
quizá con más justicia, que lo comparemos con el núcleo de una célula viva,
no del todo separado de la materia que le rodea, de la cual se ha formado, pero
más activo y definitivamente organizado.
Debe ser evidente que las ideas que están asociadas con el sentimiento del
yo y que forman el contenido intelectual del yo no pueden verse cubiertas por
una simple descripción, como cuando decimos que en él, el cuerpo supone
una porción, los amigos otro tanto, los planes otra, etc, sino que existen
variaciones infinitas según los temperamentos y los entornos particulares. La
tendencia del yo, como todo aspecto de la personalidad, expresa factores
hereditarios de largo alcance y factores sociales, y no puede ser entendida o
predicha excepto en conexión con la vida general. Aunque especial, de ningún
modo se separa –la especialización y la separación no sólo son diferentes sino
contradictorias, pues la primera implica la conexión con un todo-. El objeto
del sentimiento del yo se ve afectado por el curso general de la historia, por el
particular desarrollo de las naciones, de las clases, de las profesiones, y por
otras condiciones de este tipo.
RESUMEN
El autor recorre los conceptos categoriales de la comunicación, el pensamiento y la formación de la
persona ofreciendo profundas meditaciones sobre los mismos. Establece la dependencia entre
pensamiento y comunicación, así como la influencia decisiva que la comunicación tiene en la
formación de la inteligencia. Muestra que el yo es un fenómeno imaginario y además su naturaleza es
especular.
ABSTRACT
The author analyses categories such as communication, thought, person-growth, offering deep
insights about them. He establishes the dependency between thought and communication, as well as
the decisive influence of communication in intelligence development. He shows the mirror-like
nature of the self and its imaginary nature.
Key words: communication and identity, the mirror self, primary groups and identity, thought and
society.
RÉSUMÉ
L’ auteur parcourt les catégories comme la communication, la pensée, la formation de la personne, en
offrérant des profondes réflexions. Il établit la dépendance entre la pensée et la communication, ainsi
que l’ influence décisive de la communication sur l’ intelligeance humaine. Il montre la nature
imaginaire du soi, et son essence spéculaire.
Mots clé: communication et identité, le moi-miroir, groups primaires et identité, pensée et société.