Dancing With The Devil Portada
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O
El infante de unos seis añ os de edad jugaba tranquilamente a perseguir las hojas
que la brisa invernal se llevaba, pero se mantenía abundando aquel sitio, ya que
no tenía permitido ir má s Lejos.
Mientras sus tres primos y hermana mayor estaban dentro de la casa, decorando
unos dibujos que habían hecho para sus padres, el niñ o continuaba corriendo en
la misma direcció n que el viento y las hojas, acomodando uno de los tirantes
negros que caían por uno de sus hombros. No quería a su madre regañ á ndolo,
diciéndole que no tendría permitido volver a jugar por haber arruinado su ropa al
hacerlo. O peor: Podría perder la cadena con el crucifijo que le había regalado su
tía en la anterior navidad. Ahí sí podrían matarlo. Sus pasos se detuvieron
abruptamente ante un extrañ o sonido que provenía del enorme bosque, el cual se
encontraba detrá s de la cabañ a, a unos centímetros de ésta. El pequeñ o observó a
su alrededor, confundido mientras mordía su labio inferior con sus dientes
delanteros, los cuales estaban separados por un pequeñ o centímetro. ¿Qué había
sido aquel sonido? No comprendía pero, nuevamente, se había hecho presente:
Eran unas pisadas sobre las hojas que caían de los viejos y altos á rboles. Le
pareció ver a alguien escondido detrá s de uno de los troncos, provocando que
frunciese su ceñ o de manera adorable.
Se retractó de lo que había dicho cuando aquella mano volvió a esconderse detrá s
del tronco. ¿Le había asustado? ¡Pobre mano! El infante era alguien muy curioso
pero, mientras aferraba sus manos a su pecho y oía los acelerados latidos de su
corazó n, no estaba verdaderamente seguro de avanzar o retroceder.
¿Qué debería de hacer? Aquella era una situació n que debería dejarlo en un llanto
interminable, corriendo de vuelta a los brazos de su madre y explicá ndole todo lo
que había ocurrido. Sin embargo -y por algú n motivo desconocido-, sentía que
estaba completamente acostumbrado a aquel tipo de situaciones.
—Lo siento. ¿Yo te asusté? —Dio un pequeñ o paso, sintiéndose feliz cuando la
mano regresó a la posició n en la que anteriormente se encontraba, pero solo un
poco —. Yo no quise. ¿Eres tímido? ¡No te preocupes! Yo soy...bueno. —Dijo en
voz alta, sonriendo de oreja a oreja a pesar de sentir una cá lida sensació n
subiendo por su pecho, Miedo.
ɪ"ɪɴᴠᴏᴄᴀᴄɪóɴ"
"Dominique-nique-nique era, simplemente, un pobre caminante que iba cantando.
En todos los caminos, en todas partes, solo hablaba del buen Dios. Solo hablaba
del buen Dios. Cierto día, un hereje le arrojó unas zarzas, pero nuestro padre
Dominique le convirtió con su alegría. Dominique-nique-ni..."La Francesa y
religiosa melodía resonaba en el comedor de aquel humilde y protegido hogar.
Estaba a todo volumen, y se había repetido tantas veces que la familia entera se la
sabía de memoria. Mi-Suk y Yi-Seul Jeon lavaban los platos sucios entre pequeñ os
tarareos algo desafinados mientras Jeon Seung bendecía el hogar entre
murmullos bajos. No era una sorpresa para absolutamente nadie el saber que
todos los días era la misma historia. Misma rutina, misma protecció n de
Dios...pero diferente bando. Pues Jeon Jungkook, el menor de la casa, se
encontraba encerrado en su habitació n, la cual era la ú nica que quedaba en el
só tano, y mientras todos creían que estaba estudiando, o tal vez orando y
repasando la biblia, lo que realmente estaba haciendo era totalmente inesperado,
hasta para él mismo. Se encontraba en el bañ o de su habitació n, con la tina llena
de agua caliente, cuatro velas rojas en cada esquina de ésta, encendidas y a
oscuras, completamente. É l estaba tan solo en ropa interior, dentro del agua y con
su suave y pá lida piel ardiendo como el infierno. Su respiració n se encontraba
algo entrecortada, pero intentaba calmarse a sí mismo mientras llevaba su trasero
a la punta del fondo de la tina. Se hizo hacia atrá s, sosteniéndose con sus manos
para que todo su cuerpo a excepció n de su cabeza estuviese hundido, cerrando
sus ojos e inhalando profundamente antes de exhalar con lentitud, repitiendo una
y otra vez aquel ritual que se había aprendido de memoria. "Eres el rey de las
tinieblas, y te entrego mi cuerpo, para que elijas mi destino hoy. Eres el rey de las
tinieblas, y te entrego mi vida, para que elijas mi destino hoy. Eres mi rey de las
tinieblas, y te entrego mi alma,
para que elijas su destino hoy”
Lo repitió seis veces antes de, sin tomar ni un poco de aire, llevar su mano a su
nariz y sumergirse completamente bajo el agua.
Soltó algunas burbujas cuando apartó la mano que bloqueaba sus fosas nasales,
dejá ndola a los lados de su cabeza e intentando ignorar los fuertes latidos de su
corazó n con el sonido del agua en sus oídos.
Intentando resistir ante la falta de aire, hizo lo posible para mantener su cuerpo
en el fondo de la tina, abriendo sus ojos entre dolorosos parpadeos e intentando
acostumbrarse al leve ardor mientras notaba como las luces de las velas
continuaban intactas. Su pecho ardía, le urgía tomar una gran bocanada de aire,
pero cuando estuvo a punto de creer que todo era una pérdida de tiempo y salir,
notó el fuego del pabilo parpadear antes de esfumarse, dejá ndolo completamente
a oscuras.
Estaba funcionando. Sintió su corazó n dar un vuelco a la par que el poco aire en
su pecho escapaba por su nariz, preso del pá nico. ¿Realmente estaba sucediendo?
¿Era real? Un cosquilleo se hizo presente en su pecho y, luego de contar hasta seis,
intentó salir de debajo del agua.
<< Tiene que funcionar, tiene qué. > Sin embargo, su cuerpo jamá s ascendió , y
sintió como si algo má s pesado y cá lido estuviese sobre sí, hundiéndolo
nuevamente hasta el fondo de la tina. Ni siquiera podía arquear su cuerpo, y el
terror provocó que sollozase en seco, soltando el poco aire que había estado
soportando en sus pulmones. Solo faltaba perder el conocimiento: Iba a morir, no
debió hacerlo. Cuando ya no pudo soportarlo má s, incluso antes de inhalar
profundamente bajo el agua, perdió la conciencia. Desgraciadamente y, al parecer,
murió .
—. ¡Jesú s! Hijo, ¿qué te pasó ? —Jungkook sintió vergü enza ante la posibilidad de
tener algo en su rostro y no lo notase; algo así como un moco
¿Te sientes mal? ¿Has comido? —El chico de cabello castañ o se limitó a asentir,
retorciéndose en su lugar debido al dolor de estó mago ante los nervios que le
provocaba aquella situació n. Su madre torció un poco sus labios mientras llevaba
su cá lida y delicada mano a su frente, apartando el cabello de ésta. Suspiró antes
de ponerse lentamente de pie—. Voy a tomarte la temperatura, ponte có modo.
Sus padres siempre le repetían que cuando quisiese pedir algo a Dios
simplemente tenía que rezar, hacerlo, y se cumpliría. ¿Dó nde estaba Dios para
ayudarlo cuando rogó que Seung no volviese a lastimar a Mi-Suk? La segunda vez
que se preguntó a sí mismo algo similar fue cuando sus tíos visitaron a la pequeñ a
familia por segunda vez en el mes, llevando con ellos a sus tres hijos, los cuales no
parecían pensar en dejar en paz a Jungkook. Todos ellos eran miembros
importantes en la ú nica iglesia del pequeñ o pueblo, coristas con voces de á ngeles
caídos del cielo. Lucían como éstos, y no só lo por predicar o ayudar a personas
enfermas, sino porque lucían físicamente increíbles. Jungkook se lamentaba cada
día no ser como ellos: para un adolescente de su edad, era mucho má s bajo de
estatura, y bastante diminuto. No es que cantaba terriblemente, pero no sentía
que tuviese una voz estupenda, y tampoco una actitud que a la gente le resultase
genial. Se sentía la oveja negra de la familia...muy probablemente lo era. Sin
embargo, los primos de Jungkook también podían ser demonios disfrazados de
querubines, ya que le encantaban molestarlo de todas las maneras posibles: lo
empujaban cuando iba al frente, lo culpaban de malas actitudes que ellos tenían y
se burlaban, haciéndole sentir como si no fuese nada en la vida de nadie.
¿Dó nde estaba Dios cuando oraba minutos antes de que sus primos lo visitaran,
pidiéndole cambiar para agradarles y poder, al menos, tener un amigo?
Namjoon y Jimin eran unos torpes que lo molestaban en la escuela. Ellos eran
geniales -segú n las personas allí- por usar diferentes peinados y haber sido
adoptados por personas con mucho dinero. También les encantaba usar a
Jungkook como la descarga a sus diarias frustraciones, culpá ndolo de los
problemas que ninguno podía resolver.
¿Dó nde estaba Dios cuando las personas eran crueles con él?
Pero le había ido mal: todo era real, y no podía estar má s asustado. Salió de sus
propios pensamientos cuando su madre volvió a entrar al cuarto luego de unos
leves golpecitos. Caminó entre tarareos hacia la cama, sentá ndose a un lado de su
hijo y quitá ndole con cuidado el termó metro de debajo de la axila.
—Ah, qué extrañ o. Creo que esta cosa está rota o algo —Comentó con gracia—.
Me marcaba como si no tuvieses temperatura, amor —Nuevamente, posicionó el
aparato debajo de la axila de Jungkook, sosteniéndolo del brazo para que no lo
moviese—. Intenta no moverte, y mientras podríamos orar a Dios para que no
tengas fiebre, ¿no? Te hará sentir mejor
Jungkook amaba orar con su madre, era algo que lo tranquilizaba, pero el nudo en
su garganta era lo suficientemente fuerte como para siquiera poder pronunciar
palabra. Tragó saliva con fuerza—. No me moví... —Susurró , bajando la mirada a
las mantas y suspirando entrecortadamente. Sabía que algo andaba mal. Pasaron
los minutos y Mi-Suk se había mantenido orando a un Dios que, al parecer,
continuaba sin querer oír las plegarias de su hijo. Una vez lo sacó de debajo de la
axila de éste ú ltimo, observó la temperatura y, en tan só lo unos segundos,
palideció . Jungkook se inclinó e intentó ver cuá l era la temperatura que marcaba,
pero su madre fue má s rá pida, poniéndose de pie de manera brusca.
—Voy a buscar otro. — Y salió a pasos torpes de la habitació n de su hijo,
subiendo los escalones apresuradamente. Nuevamente estaba solo, y la paranoia
le carcomía la mente, al punto en el que cubrió sus ojos con ambas manos y
tarareó una canció n de Frank Sinatra, su cantante favorito. Se sobresaltó al oír
unos pasos, bajando sus manos y tranquilizá ndose un poco al notar que se trataba
de su madre, la cual tenía otro termó metro en su mano izquierda. Observó cada
movimiento de la mujer mayor hasta que posicionó el aparato nuevo debajo de su
axila. Se acercó y lo envolvió en sus brazos, comenzando a rezar en voz alta y con
los ojos cerrados. Jungkook hubiese sentido tranquilidad si no estuviese tan
nervioso. —...cura a Jungkook para que pueda tener fuerzas y sentirse mejor en
este hermoso día. Tu fuerza es increíble, señ or...
— ¡SEUNG! ¡SEUUUUUNG! ¡AL AUTO! ¡VE POR EL AUTO! ¡HAY ALGO MAL CON
JUNGKOOK!
—Bien. ¿Jeon Jungkook? —El nombrado asintió con timidez hacia el Doctor Choe
—. Tu temperatura está bien. Solo te ves un poco mal porque aú n no has ingerido
azú car, ¿verdad? —Se mantuvo callado ante aquella pregunta, porque sí lo había
hecho —. Te recomiendo comprar una caja de jugo de naranja y algú n dulce.
Chocolate, una paleta...lo que sea. Te sentirá s mejor y notará s que no es nada
grave —Le sonrió ampliamente. Daba un poco de miedo, incluso si era aquel
doctor con el cual se atendía desde pequeñ o.
— ¿E-está seguro que no tiene nada? —Su madre tartamudeó ante los nervios
—.Podría jurar que parecía...p-parecía muerto, incluso el termó metro lo demostró
—Se abrazó a su esposo, el cual la acunaba en su pecho. El doctor Choe los
observó de inmediato, viéndolos de arriba abajo mientras alzaba ambas cejas. Por
un instante, aquello hizo pensar a Jungkook que el hombre notaba la hipocresía
en el matrimonio pero, ¿Có mo podría saberlo?
—Señ or y señ ora Jeon, les aseguro que su hijo está bien. Es un caso extrañ o, lo
admito, pero está en perfectas condiciones. Para que se queden tranquilos, tienen
que saber que estamos aquí, y que si algo similar llega a suceder pueden venir. Lo
atenderemos de inmediato y le brindaremos una camilla para mantenerlo
veinticuatro horas en observació n, ¿está bien? —Asintió —. ¿Les parece justo?
—El hombre de negro quiere que te quites eso —Dijo éste, apuntando hacia su
cuello.