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Dancing With The Devil Portada

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PROLOG 1955

O
El infante de unos seis añ os de edad jugaba tranquilamente a perseguir las hojas
que la brisa invernal se llevaba, pero se mantenía abundando aquel sitio, ya que
no tenía permitido ir má s Lejos.

No se encontraba en su hogar como para poder correr como usualmente lo hacía


en su patio trasero, fingiendo ser un avió n a punto de aterrizar catastró ficamente.
No, al menos por un mes. Todos los añ os, su familia y él pasaban la navidad en
una cabañ a de un campo que quedaba muy lejos de su pueblo, comprada por sus
tíos para reunirse en los días festivos. Aquello era una absurda costumbre,
porque fingían llevarse extraordinariamente cuando estaba muy claro que lo
ú nico que les unía era la religió n.

Mientras sus tres primos y hermana mayor estaban dentro de la casa, decorando
unos dibujos que habían hecho para sus padres, el niñ o continuaba corriendo en
la misma direcció n que el viento y las hojas, acomodando uno de los tirantes
negros que caían por uno de sus hombros. No quería a su madre regañ á ndolo,
diciéndole que no tendría permitido volver a jugar por haber arruinado su ropa al
hacerlo. O peor: Podría perder la cadena con el crucifijo que le había regalado su
tía en la anterior navidad. Ahí sí podrían matarlo. Sus pasos se detuvieron
abruptamente ante un extrañ o sonido que provenía del enorme bosque, el cual se
encontraba detrá s de la cabañ a, a unos centímetros de ésta. El pequeñ o observó a
su alrededor, confundido mientras mordía su labio inferior con sus dientes
delanteros, los cuales estaban separados por un pequeñ o centímetro. ¿Qué había
sido aquel sonido? No comprendía pero, nuevamente, se había hecho presente:
Eran unas pisadas sobre las hojas que caían de los viejos y altos á rboles. Le
pareció ver a alguien escondido detrá s de uno de los troncos, provocando que
frunciese su ceñ o de manera adorable.

— ¿Hola? —Preguntó con voz curiosa e infantil —. ¿Hay alguien allí?

Luego de aquella pregunta no evitó sobresaltarse un poco al notar como una


pá lida mano con extrañ os anillos de oro en sus dedos se hizo presente,
apoyá ndola sobre el tronco, visible para el pequeñ o. Decidió armarse de valor
mientras formaba pequeñ os puñ os con sus frías manos cubiertas por guantes
negros, dando dos pasos exagerados hacia adelante pero volviendo a retroceder
de manera torpe al notar la mano de aquella extrañ a persona oculta reafirmar el
agarre sobre el á rbol, como si hubiese sido sobresaltado.
— ¡No me está s asustando para nada! —Intentó ser valiente a pesar de que sus
ojos comenzaban a llenarse de lá grimas—. ¡Ni un poquito, así bien chiquito, me
asusta! Oh.

Se retractó de lo que había dicho cuando aquella mano volvió a esconderse detrá s
del tronco. ¿Le había asustado? ¡Pobre mano! El infante era alguien muy curioso
pero, mientras aferraba sus manos a su pecho y oía los acelerados latidos de su
corazó n, no estaba verdaderamente seguro de avanzar o retroceder.

¿Qué debería de hacer? Aquella era una situació n que debería dejarlo en un llanto
interminable, corriendo de vuelta a los brazos de su madre y explicá ndole todo lo
que había ocurrido. Sin embargo -y por algú n motivo desconocido-, sentía que
estaba completamente acostumbrado a aquel tipo de situaciones.

—Lo siento. ¿Yo te asusté? —Dio un pequeñ o paso, sintiéndose feliz cuando la
mano regresó a la posició n en la que anteriormente se encontraba, pero solo un
poco —. Yo no quise. ¿Eres tímido? ¡No te preocupes! Yo soy...bueno. —Dijo en
voz alta, sonriendo de oreja a oreja a pesar de sentir una cá lida sensació n
subiendo por su pecho, Miedo.

Por supuesto que lo tendría, y aú n má s al no saber que su futuro era lo que se


encontraba oculto allí detrá s. Mordió su labio inferior antes de aproximarse un
poco má s, con inseguridad, pero antes de siquiera poder llegar a estar frente al
á rbol, sus padres comenzaron a llamarlo desde la casa, a punto de ir a buscarlo.
Su mirada se dirigió hacia la cabañ a por un instante, volteando nuevamente hacia
el bosque, y sintió que el aire se iba de su pecho cuando una figura alta y oscura se
asomaba de entre las sombras, luciendo borrosa y terrorífica. Corrió en direcció n
contraria como si no hubiese mañ ana, sin siquiera voltear, con sus mejillas
empapadas de lá grimas y su rostro frío por la brisa que las secaba. Una vez estuvo
dentro de aquella cá lida y familiar sala, se sintió un poco má s a salvo, y no volvió
a salir, creyendo que aquella cosa que había presenciado podría cazarlo y
comérselo vivo. Nadie le preguntó qué le sucedía, y aquello lo hizo sentir como si
tuviese que guardar un gran secreto. No le gustaban los secretos. El malestar se
fue pronto pero, incluso en la protecció n de aquellas paredes bendecidas.
Comenzaba a sentirse observado, Muy observado.

ɪ"ɪɴᴠᴏᴄᴀᴄɪóɴ"
"Dominique-nique-nique era, simplemente, un pobre caminante que iba cantando.
En todos los caminos, en todas partes, solo hablaba del buen Dios. Solo hablaba
del buen Dios. Cierto día, un hereje le arrojó unas zarzas, pero nuestro padre
Dominique le convirtió con su alegría. Dominique-nique-ni..."La Francesa y
religiosa melodía resonaba en el comedor de aquel humilde y protegido hogar.
Estaba a todo volumen, y se había repetido tantas veces que la familia entera se la
sabía de memoria. Mi-Suk y Yi-Seul Jeon lavaban los platos sucios entre pequeñ os
tarareos algo desafinados mientras Jeon Seung bendecía el hogar entre
murmullos bajos. No era una sorpresa para absolutamente nadie el saber que
todos los días era la misma historia. Misma rutina, misma protecció n de
Dios...pero diferente bando. Pues Jeon Jungkook, el menor de la casa, se
encontraba encerrado en su habitació n, la cual era la ú nica que quedaba en el
só tano, y mientras todos creían que estaba estudiando, o tal vez orando y
repasando la biblia, lo que realmente estaba haciendo era totalmente inesperado,
hasta para él mismo. Se encontraba en el bañ o de su habitació n, con la tina llena
de agua caliente, cuatro velas rojas en cada esquina de ésta, encendidas y a
oscuras, completamente. É l estaba tan solo en ropa interior, dentro del agua y con
su suave y pá lida piel ardiendo como el infierno. Su respiració n se encontraba
algo entrecortada, pero intentaba calmarse a sí mismo mientras llevaba su trasero
a la punta del fondo de la tina. Se hizo hacia atrá s, sosteniéndose con sus manos
para que todo su cuerpo a excepció n de su cabeza estuviese hundido, cerrando
sus ojos e inhalando profundamente antes de exhalar con lentitud, repitiendo una
y otra vez aquel ritual que se había aprendido de memoria. "Eres el rey de las
tinieblas, y te entrego mi cuerpo, para que elijas mi destino hoy. Eres el rey de las
tinieblas, y te entrego mi vida, para que elijas mi destino hoy. Eres mi rey de las
tinieblas, y te entrego mi alma,
para que elijas su destino hoy”

Lo repitió seis veces antes de, sin tomar ni un poco de aire, llevar su mano a su
nariz y sumergirse completamente bajo el agua.

Soltó algunas burbujas cuando apartó la mano que bloqueaba sus fosas nasales,
dejá ndola a los lados de su cabeza e intentando ignorar los fuertes latidos de su
corazó n con el sonido del agua en sus oídos.

Intentando resistir ante la falta de aire, hizo lo posible para mantener su cuerpo
en el fondo de la tina, abriendo sus ojos entre dolorosos parpadeos e intentando
acostumbrarse al leve ardor mientras notaba como las luces de las velas
continuaban intactas. Su pecho ardía, le urgía tomar una gran bocanada de aire,
pero cuando estuvo a punto de creer que todo era una pérdida de tiempo y salir,
notó el fuego del pabilo parpadear antes de esfumarse, dejá ndolo completamente
a oscuras.

Estaba funcionando. Sintió su corazó n dar un vuelco a la par que el poco aire en
su pecho escapaba por su nariz, preso del pá nico. ¿Realmente estaba sucediendo?
¿Era real? Un cosquilleo se hizo presente en su pecho y, luego de contar hasta seis,
intentó salir de debajo del agua.
<< Tiene que funcionar, tiene qué. > Sin embargo, su cuerpo jamá s ascendió , y
sintió como si algo má s pesado y cá lido estuviese sobre sí, hundiéndolo
nuevamente hasta el fondo de la tina. Ni siquiera podía arquear su cuerpo, y el
terror provocó que sollozase en seco, soltando el poco aire que había estado
soportando en sus pulmones. Solo faltaba perder el conocimiento: Iba a morir, no
debió hacerlo. Cuando ya no pudo soportarlo má s, incluso antes de inhalar
profundamente bajo el agua, perdió la conciencia. Desgraciadamente y, al parecer,
murió .

Despertó lentamente, con su cuerpo adolorido, ardiendo en el -ahora- frío del


agua, y sintiéndose terriblemente mareado. El sonido lo dejaba un poco má s
torpe, su visió n volvía poco a poco, muy lentamente y, a pesar de la nubosidad del
agua, podía notar que la luz del bañ o estaba encendida....un momento.

¿Qué hacía aún debajo del agua?

La desesperació n provocó que saliera a la superficie de inmediato, sentado, y


apenas lo hizo no dudó en comenzar a toser histéricamente, escupiendo agua
entre dolorosas arcadas que provocaban fuertes espasmos en su pecho.

Incluso la primera inhalació n fue extrañ a. Se sentía como un profundo malestar


en su pecho, como un interminable vértigo, sumá ndole un pitido en su oído
izquierdo, el cual apenas le permitía escuchar con claridad algú n otro sonido.
Miró a su alrededor, notando las velas rojas apagadas y la luz del bañ o encendida.
No comprendía exactamente qué había sucedido, incluso si sabía lo que había
hecho. Se acurrucó por unos segundos, abrazando sus piernas y temblando
mientras observaba un punto fijo en el agua helada. Los pensamientos ya no eran
tan incoherentes, comenzaba a recordar lo que había ocurrido y ya no quería
permanecer allí. Asustado, salió rá pidamente de la bañ era, intentando procesar lo
ocurrido mientras eliminaba cualquier evidencia de lo que había hecho. Se
envolvió en una enorme toalla blanca y caminó como si estuviese ebrio hacia la
habitació n. Apenas pudo llegar a su cama cuando alguien golpeó la puerta de
manera urgente, seguido de un llamado. Era su madre. Envolvió mejor su cuerpo
para no revelar su ropa interior mojada y caminó a paso torpe hacia la puerta,
abriéndola Mí-Suk lo observó como si tuviese al mismísimo diablo frente a ella

—. ¡Jesú s! Hijo, ¿qué te pasó ? —Jungkook sintió vergü enza ante la posibilidad de
tener algo en su rostro y no lo notase; algo así como un moco

—. ¿Te sientes bien?


— ¿Qué? ¿Qué tengo? —Preguntó en un susurro, aclarando su voz al sentir que
aú n no era capaz de hablar con normalidad, tocando su propio rostro.

Se dirigió hacia el espejo que estaba ubicado en la esquina de su cuarto,


observando su reflejo mientras sus enormes ojos verdes se ampliaban un poco
má s, con las pupilas mucho má s dilatadas debido al susto. Lucía pá lido como una
servilleta, con sus gruesos labios -los cuales usualmente tenía de un color muy
rojizo- del mismo color, y secos. Sus ojos estaban irritados y debajo de éstos había
sombras muy oscuras. Estaba hecho un desastre y, no sabía si era debido al
espanto, pero sintió como su cuerpo se iba involuntariamente hacia un lado,
preparado para el desmayo.

— ¡Jungkook! Bebé —Mi-Suk lo sostuvo rá pidamente de la cintura, preocupada, y


lo ayudó a caminar hacia la cama, sentá ndolo con cuidado y posicioná ndose a su
lado—

¿Te sientes mal? ¿Has comido? —El chico de cabello castañ o se limitó a asentir,
retorciéndose en su lugar debido al dolor de estó mago ante los nervios que le
provocaba aquella situació n. Su madre torció un poco sus labios mientras llevaba
su cá lida y delicada mano a su frente, apartando el cabello de ésta. Suspiró antes
de ponerse lentamente de pie—. Voy a tomarte la temperatura, ponte có modo.

Cuando salió del cuarto, escaleras arriba, Jungkook no dudó en recostarse de


inmediato, suspirando de alivio al no sentir aquel mareo de manera intensa y
metiendo uno de sus dedos índice en su oreja izquierda, intentando destaparla,
sin éxito. ¿Siquiera tenía agua dentro de ésta? ¿No debería de oírse como si
estuviese dentro de un cubo y no como si alguien gritase de manera chillona?
Aunque, a decir verdad, sonaba como si un cruel ser humano estuviese tocando la
cuerda má s aguda de un muy desafinado violín. Estaba muy callado y,
eventualmente, su madre lo notaría si no asimilaba lo que había sucedido, incluso
siendo alguien de pocas palabras. Había hecho un ritual de invocació n, había
presenciado como las velas se apagaban por sí solas y había sentido el peso
muerto de un cá lido cuerpo sobre el suyo. Era lo suficientemente inteligente para
saber que podría desmayarse al aguantar la respiració n por mucho tiempo, pero
cuando despertó continuaba dentro del agua. ¡Aquello era imposible! ¿Có mo
había despertado de aquella manera? Eso no le ocurría a absolutamente nadie, y
aú n menos si lucía como si hubiese muerto. Su madre regresó en medio de su
colapso mental con un termó metro en su mano izquierda. Lo sacudió con fuerza
mientras le dedicaba una suave sonrisa y, por un momento, se sintió
verdaderamente relajado. Se puso frente a él y posicionó el objeto debajo de su
axila derecha, tocá ndole los brazos y mejillas, con su ceñ o frunciéndose
lentamente.

—Mamá , ¿qué sucede? —Preguntó en un débil susurro.


Mi-Suk lo observó a los ojos antes de, nuevamente, sonreír. La sonrisa de su
madre era la má s bonita que había visto en su vida —. Nada, cielo. No creo que
tengas fiebre porque está s...congelado. ¿Seguro que comiste?

—Tú me viste hoy. Todos comimos antes de ir a la iglesia.

— ¿No te sientes enfermo, cielo?

Nuevamente el chico negó , provocando que sus mechones mojados se peguen en


los lados de su rostro. Le estaba mintiendo, y se sentía pésimo por ello: él jamá s le
había mentido a su madre.

—Me voy a cambiar —Murmuró , sentá ndose lentamente, parpadeando con


lentitud e intentando acostumbrarse al vértigo.

Su madre se puso de pie, caminando hacia la puerta—. Intenta mantener tu brazo


quieto o la temperatura no saldrá bien —Advirtió antes de salir de la habitació n,
dá ndole espacio a su hijo. Jungkook suspiró , refregando sus ojos con sus débiles y
pá lidas manos antes de abrir los cajones de su mueble, buscando uno de sus
pijamas: una camiseta gris, un pantaló n holgado a cuadros del mismo color, y
unos largos calcetines blancos. Fue un poco difícil no mover el termó metro, pero
omitiría aquello a su madre. Finalmente secó su cabello con su toalla y dejó la
ropa sucia en el cesto de la esquina del cuarto, dirigiéndose nuevamente hacia la
cama y recostá ndose. Observó a su alrededor con paranoia cuando una silueta
oscura se hizo presente por el rabillo de su ojo, y no dudó en tomar el crucifijo
con rapidez, pasando la cadena por su cabeza. Su corazó n dio un vuelco cuando la
cruz de plata le provocó un fuerte ardor contra su piel, sobresaltá ndolo un poco y
obligá ndolo a usar el crucifijo fuera de la camiseta, má s visible para los demá s.
Suspiró entrecortadamente mientras sus ojos se humedecían. ¿Alguien podría
culparlo? Lucía como si su vida fuese perfecta; madre comprensiva, padre
cariñ oso, hermana mayor sobreprotectora, cató licos religiosos viviendo en un
humilde hogar y sin problemas, ¿verdad? Pero no era así. Cada uno de ellos tenía
un lado oscuro: su padre...era un buen padre, pero definitivamente era un muy
mal esposo. Hubo una vez, a sus catorce añ os, que no evitó entrar al cuarto de sus
padres cuando oyó un grito idéntico al de su madre. É sta lloraba mientras se
sostenía una de sus mejillas con ambas manos, acorralada contra una de las
esquinas del cuarto por su padre, el cual parecía querer privarle cualquier
espacio personal. Cuando ambos vieron al pequeñ o, no dudaron en alzar la voz
con rapidez, rogá ndole que saliese de aquel cuarto.

Sus padres siempre le repetían que cuando quisiese pedir algo a Dios
simplemente tenía que rezar, hacerlo, y se cumpliría. ¿Dó nde estaba Dios para
ayudarlo cuando rogó que Seung no volviese a lastimar a Mi-Suk? La segunda vez
que se preguntó a sí mismo algo similar fue cuando sus tíos visitaron a la pequeñ a
familia por segunda vez en el mes, llevando con ellos a sus tres hijos, los cuales no
parecían pensar en dejar en paz a Jungkook. Todos ellos eran miembros
importantes en la ú nica iglesia del pequeñ o pueblo, coristas con voces de á ngeles
caídos del cielo. Lucían como éstos, y no só lo por predicar o ayudar a personas
enfermas, sino porque lucían físicamente increíbles. Jungkook se lamentaba cada
día no ser como ellos: para un adolescente de su edad, era mucho má s bajo de
estatura, y bastante diminuto. No es que cantaba terriblemente, pero no sentía
que tuviese una voz estupenda, y tampoco una actitud que a la gente le resultase
genial. Se sentía la oveja negra de la familia...muy probablemente lo era. Sin
embargo, los primos de Jungkook también podían ser demonios disfrazados de
querubines, ya que le encantaban molestarlo de todas las maneras posibles: lo
empujaban cuando iba al frente, lo culpaban de malas actitudes que ellos tenían y
se burlaban, haciéndole sentir como si no fuese nada en la vida de nadie.

¿Dó nde estaba Dios cuando oraba minutos antes de que sus primos lo visitaran,
pidiéndole cambiar para agradarles y poder, al menos, tener un amigo?

Namjoon y Jimin eran unos torpes que lo molestaban en la escuela. Ellos eran
geniales -segú n las personas allí- por usar diferentes peinados y haber sido
adoptados por personas con mucho dinero. También les encantaba usar a
Jungkook como la descarga a sus diarias frustraciones, culpá ndolo de los
problemas que ninguno podía resolver.

¿Dó nde estaba Dios cuando las personas eran crueles con él?

Pero, sorprendentemente, aquello no era lo peor. No, no. Jungkook estaba


enfermo, y el saberlo lo enloquecía lo suficiente como para estallar en
hiperventilaciones dentro del bañ o de la escuela. ¿Qué tenía? Homosexualidad:
las mujeres no le atraían para nada, ni siquiera cuando su madre lo obligaba a
llevar al cine a Lee Ji-eun, la hija del sacerdote. Esa chica era perfecta y, oh,
Jungkook simplemente no sentía ni un poco de atracció n hacia ella. Sabía que
había algo malo con él, sabía que no podría darles a sus padres aquella familia
numerosa que tanto planeaban, y cada noche rogaba no tener que tocar a una
mujer sin sentir absolutamente nada. ¿Qué si algú n día sucedía? Un hijo no era
cualquier cosa y, definitivamente, no tendría una farsa de familia. No sería como
sus padres.

¿Dó nde estaba Dios cuando rogaba ser normal?

Fue allí cuando todo se volvió un enorme remolino de un ú nico problema: la


escuela, lo vulnerable que se sentía en ella, el có mo sus padres lucían
desesperados por no ser avergonzados ante las acciones de su hijo, "el maricó n"
y, aquellos disgustos siendo provocados por sus primos, los cuales no dejaban de
burlarse de su forma de ser, física y mental. Su padre revelando su otro rostro, su
hermana mayor fingiendo no notar el infierno que vivían cada vez que visitaba y,
por ú ltimo, el ú nico amigo que tenía, Dios, no parecía querer oír lo que tenía que
decir. Así que decidió tomar sus propias decisiones: pasarse al lado oscuro, y
probar má s allá de lo correcto. Iba a invocar al diablo, a probar que nada de lo que
decía aquel libro que había caído de una secció n oculta en la biblioteca de su
escuela era cierto, y que Dios sí estaba escuchando. ¡Notaría lo que hizo, y
solucionaría todo! Después de todo, segú n sus padres, el ser celestial planea que
uno no se pase al otro bando.

Sí, podría decirse que estaba intentando acorralar a Dios.

Pero le había ido mal: todo era real, y no podía estar má s asustado. Salió de sus
propios pensamientos cuando su madre volvió a entrar al cuarto luego de unos
leves golpecitos. Caminó entre tarareos hacia la cama, sentá ndose a un lado de su
hijo y quitá ndole con cuidado el termó metro de debajo de la axila.

—Dominique-nique-... —Detuvo su tarareo cuando notó el resultado de la


temperatura del rizado, frunciendo su ceñ o antes de abrir sus ojos de má s,
acercando un poco má s el objeto a rostro. Jungkook también frunció su ceñ o,
sintiendo calor subir desde su estó mago a su pecho y su cuerpo má s flojo de lo
normal. Estaba asustado, realmente lo estaba.

— ¿Mamá ? ¿T-Tengo fiebre?

Mi-Suk parpadeó rá pidamente antes de alzar su mirada a su pequeñ o. Lucía


asustada, algo ausente, pero no tardó ni cinco segundos en comenzar a reír
nerviosamente, sonriendo mientras sacudía el termó metro.

—Ah, qué extrañ o. Creo que esta cosa está rota o algo —Comentó con gracia—.
Me marcaba como si no tuvieses temperatura, amor —Nuevamente, posicionó el
aparato debajo de la axila de Jungkook, sosteniéndolo del brazo para que no lo
moviese—. Intenta no moverte, y mientras podríamos orar a Dios para que no
tengas fiebre, ¿no? Te hará sentir mejor

Jungkook amaba orar con su madre, era algo que lo tranquilizaba, pero el nudo en
su garganta era lo suficientemente fuerte como para siquiera poder pronunciar
palabra. Tragó saliva con fuerza—. No me moví... —Susurró , bajando la mirada a
las mantas y suspirando entrecortadamente. Sabía que algo andaba mal. Pasaron
los minutos y Mi-Suk se había mantenido orando a un Dios que, al parecer,
continuaba sin querer oír las plegarias de su hijo. Una vez lo sacó de debajo de la
axila de éste ú ltimo, observó la temperatura y, en tan só lo unos segundos,
palideció . Jungkook se inclinó e intentó ver cuá l era la temperatura que marcaba,
pero su madre fue má s rá pida, poniéndose de pie de manera brusca.
—Voy a buscar otro. — Y salió a pasos torpes de la habitació n de su hijo,
subiendo los escalones apresuradamente. Nuevamente estaba solo, y la paranoia
le carcomía la mente, al punto en el que cubrió sus ojos con ambas manos y
tarareó una canció n de Frank Sinatra, su cantante favorito. Se sobresaltó al oír
unos pasos, bajando sus manos y tranquilizá ndose un poco al notar que se trataba
de su madre, la cual tenía otro termó metro en su mano izquierda. Observó cada
movimiento de la mujer mayor hasta que posicionó el aparato nuevo debajo de su
axila. Se acercó y lo envolvió en sus brazos, comenzando a rezar en voz alta y con
los ojos cerrados. Jungkook hubiese sentido tranquilidad si no estuviese tan
nervioso. —...cura a Jungkook para que pueda tener fuerzas y sentirse mejor en
este hermoso día. Tu fuerza es increíble, señ or...

Se detuvo en cuanto el reloj de la pared marcó la hora exacta, apartá ndose y


tomando el termó metro de debajo de la axila de su hijo. Las manos de Mi-Suk
comenzaron a temblar a la par que su respiració n se entrecortaba y dejaba caer el
objeto. — ¿Mami? ¿Qué pasa? —Sollozó Jungkook secamente. Ya era normal en él
asustarse y comenzar a lagrimear; era muy sensible —. ¿Qué tienes? Ni siquiera
recibió una respuesta, luciendo perdido cuando su madre corrió fuera de la
habitació n a los gritos.

— ¡SEUNG! ¡SEUUUUUNG! ¡AL AUTO! ¡VE POR EL AUTO! ¡HAY ALGO MAL CON
JUNGKOOK!

—Bien. ¿Jeon Jungkook? —El nombrado asintió con timidez hacia el Doctor Choe
—. Tu temperatura está bien. Solo te ves un poco mal porque aú n no has ingerido
azú car, ¿verdad? —Se mantuvo callado ante aquella pregunta, porque sí lo había
hecho —. Te recomiendo comprar una caja de jugo de naranja y algú n dulce.
Chocolate, una paleta...lo que sea. Te sentirá s mejor y notará s que no es nada
grave —Le sonrió ampliamente. Daba un poco de miedo, incluso si era aquel
doctor con el cual se atendía desde pequeñ o.

— ¿E-está seguro que no tiene nada? —Su madre tartamudeó ante los nervios
—.Podría jurar que parecía...p-parecía muerto, incluso el termó metro lo demostró
—Se abrazó a su esposo, el cual la acunaba en su pecho. El doctor Choe los
observó de inmediato, viéndolos de arriba abajo mientras alzaba ambas cejas. Por
un instante, aquello hizo pensar a Jungkook que el hombre notaba la hipocresía
en el matrimonio pero, ¿Có mo podría saberlo?

—Señ or y señ ora Jeon, les aseguro que su hijo está bien. Es un caso extrañ o, lo
admito, pero está en perfectas condiciones. Para que se queden tranquilos, tienen
que saber que estamos aquí, y que si algo similar llega a suceder pueden venir. Lo
atenderemos de inmediato y le brindaremos una camilla para mantenerlo
veinticuatro horas en observació n, ¿está bien? —Asintió —. ¿Les parece justo?

Los Jeon estuvieron de acuerdo, incluso Jungkook. Cuando se despidieron del


hombre, pudo jurar que éste ú ltimo vio al azabache de manera fija, con sus ojos
volviéndose rojos, y sus pupilas dilatá ndose, pero ignoró aquello. ¡Estaba
paranoico! Solo era eso. Mientras caminaban por el pasillo del hospital, sus
padres decidieron que era buena idea el que comprase un jugo de naranja en una
pequeñ a tienda del edificio, y así no tendría malestar en cuanto estuviesen en la
casa. Mi-Suk le dio un billete y caminó rá pidamente hacia el puesto, pidiéndole a
una anciana lo que necesitaba. Le entregó su billete y tomó la cajita junto al
pequeñ o sorbete, agradeciendo antes de dar un sabroso trago. << Quítatelo.
Quítatelo ahora... >> Fue un susurro claro y escalofriante, como si alguien
estuviese realmente cerca de su cuerpo. Sin embargo, cuando observó a su
alrededor, no había má s que dos mujeres con niñ os inquietos, y su familia
esperá ndolo en una esquina, a la salida del hospital. Se sobresaltó un poco cuando
sintió a alguien jalar del pantaló n de su pijama, pero cuando llevó su mirada hacia
abajo no pudo evitar sonreír tímidamente hacia uno de los niñ os. ¡Amaba a los
niñ os! Y se lamentaba, porque no tenía a ninguno a su alrededor.

—El hombre de negro quiere que te quites eso —Dijo éste, apuntando hacia su
cuello.

Jungkook frunció el ceñ o, viendo a su alrededor antes de bajar la mirada a su


collar. Su sonrisa se borró de inmediato, y el miedo se reflejó en su rostro
mientras llevaba, nuevamente, la mirada al niñ o, el cual continuaba repitiendo la
misma frase, sin dejar de apuntar hacia el crucifijo sobre su camiseta. Giró sobre
sus talones y caminó apresuradamente hacia la salida del hospital, sin girarse ni
un momento a ver qué había detrá s suyo, o si aquel hombre de negro realmente
se encontraba allí. Lo ú nico que había notado y lo había dejado má s pá lido de lo
normal era una sombra oscura que seguía a la suya por las paredes: Alta y oscura.
Y aquello no era paranoia.
"ᴅɪᴏs ᴛᴇ ʙᴇɴᴅɪɢᴀ"

Había pasado un día de lo ocurrido, de aquel extrañ o accidente en donde Jungkook


no murió pero parecía como si así fue, y en el cual un niñ o le dijo que se deshiciese
del crucifijo. A ello se le sumaba el sentir una presencia observá ndolo fijamente, oír
pasos detrá s suyo y el molesto pitido en su oído izquierdo. ¿Qué podía decir en su
defensa? Absolutamente nada. É l se lo había buscado, él lo había querido y, si había
funcionado, aú n lo quería. Sin embargo, estaba asustado...y no se quitaría el collar.
Segú n investigó en el libro donde estaba la invocació n, una vez que se le ignoraba al
espíritu, éste se aburriría y, eventualmente, se iría por su cuenta. ¿Acaso el
mismísimo Diablo se iba? ¿Acaso Jungkook necesitaba recurrir a un curandero o
algo así? No. ¡Por supuesto que no! Iba a ser valiente, iba a acostumbrarse a vivir
con una mirada encima, con un irritante pitido en su oreja, e iba a olvidar toda esa
extrañ a resurrecció n. Fingiría que no vio el color sangre en los ojos de su doctor, y
que el niñ o del hospital tenía algú n tipo de enfermedad mental, la cual lo hacía
alucinar y ver cosas que no estaban allí. ¡Tal vez podría mentirse a sí mismo y
pensar en que estaba enfermo mentalmente, también! Y lo hizo. Fue entonces aquel
día, el segundo -para ser exactos-, al cual Jungkook maldijo/bendijo de por vida. Los
Jeon se dirigían a la iglesia en el Triumph Herald verde de Seung. El azabache
llevaba puesta su ropa casual: camiseta blanca, abotonada hasta el cuello y dentro
de unos pantalones cortos, negros. Unos calcetines blancos cubrían sus piernas
hasta sus rodillas, y los kickers negros con abrojo lo hacían ver elegante. Cualquiera
diría que tenía aspecto de niñ o de diez añ os para su edad, pero así era la ropa que
su madre compraba para él, y al ser de contextura pequeñ a era aú n má s confuso.
Estaba bien, porque la mayoría de las personas en Holmes Chapel vestían así,
incluso si en su escuela creían que lucía como un idiota por no llevar lo que la
mayoría de chicos de dieciocho añ os llevaban. Yi-Seul lucía muy bonita con su
vestido por las rodillas y zapatos planos; toda de blanco. Su madre iba exactamente
igual, con el cabello suelto de manera preciosa, y su padre iba de camisa blanca y
pantaló n negro, recién salido de la ducha.Todos oían una -obviamente religiosa-
melodía que le daba gusto oír a la familia, e incluso se la sabían, pero no eran lo
suficientemente exagerados como para cantarla al unísono. Bueno...un poco.

—Oh-oh —Jungkook murmuró mientras observaba por la ventana un accidente que


había a lo lejos, en un borde de la carretera la cual su padre conducía. Yi-Seul
intentaba observar por la ventana de su hermano mientras Mi-Suk tapaba sus ojos y
murmuraba en voz baja algo inentendible. Seung frunció su ceñ o y manejó a má s
velocidad, intentando pasar rá pidamente para que ninguno sintiese tristeza o
impresió n. Jungkook se acercó má s a la ventana, curioso, observando a través del
vidrio cuando estuvieron frente al desconocido auto hecho trizas, y el tiempo
pareció ir má s despacio mientras presenciaba una figura totalmente negra, alta, de
hombros anchos y con algo largo en su mano. Estaba de pie a un lado de uno de los
cuerpos en el suelo, e incluso si sus ojos no podían verse, el azabache sabía que, al
menos por un momento, tuvo aquella escalofriante mirada sobre él. Ningú n oficial o
enfermero pareció notarla, pasando de ella como si no estuviese allí, siendo
imposible de ocultar. ¿Aquella era la cosa que había llamado? Rá pidamente volvió
su vista al frente y tragó con fuerza la bilis que subía por su garganta, pretendiendo
que todo estaba bien. Nada ni nadie podría quitar aquella imagen de su mente: al
hombre ensangrentado, con su vista perdida y piel algo morada. A los enfermeros y
policías hablando entre ellos, mientras aquella figura estaba allí...como si nada.

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