Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Francisco I Madero

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 8

(Francisco Ignacio Madero, llamado erróneamente Francisco

Indalecio Madero; Parras de la Fuente, Coahuila, 1873 -


México, 1913) Político mexicano cuyo pronunciamiento contra
el régimen de Porfirio Díaz desencadenó la Revolución
mexicana. Hombre sencillo e idealista, de firmes convicciones
democráticas y sincera preocupación social, Francisco I.
Madero quiso superar mediante las urnas la anquilosada
dictadura de Porfirio Díaz, presentando su candidatura como
cabeza del Partido Antirreeleccionista en los comicios de
1910. Sin embargo, tras ser detenido en plena campaña
electoral y verse forzado al exilio, entendió que sólo un
levantamiento popular podía traer un verdadero cambio.

Francisco I. Madero

Redactó entonces desde el exilio el Plan de San Luis, un


programa político que incluía un llamamiento a alzarse en
armas contra el régimen dictatorial de Díaz el 20 de
noviembre de 1910, fecha de inicio de la Revolución
mexicana. El triunfo revolucionario lo elevó a la presidencia
(1911-1913), pero, incapaz de contentar a los líderes
agraristas radicales y presionado a la vez por los sectores
conservadores y por los Estados Unidos, acabó siendo
traicionado y asesinado por Victoriano Huerta, uno de sus
generales de confianza. De este trágico modo terminaron los
empeños reformadores de un hombre honesto; un final que,
por desgracia, no fue infrecuente en los turbulentos inicios de
la Revolución.

Biografía

Miembro de una acaudalada familia de terratenientes e


industriales, Francisco Ignacio Madero recibió una esmerada
educación en Francia y en Estados Unidos. A su regreso a
México (1892), se estableció en San Pedro de las Colonias y
se hizo cargo de parte de la hacienda familiar, etapa en que
se puso de manifiesto su espíritu progresista y emprendedor:
modernizó los sistemas de cultivo y de riego y se esforzó en
mejorar la situación de sus trabajadores. Aunque ya por
aquellos años albergaba ideales democráticos y de reforma
social, así como una preocupación por las condiciones de
vida de los campesinos, no empezó a participar activamente
en la vida política hasta muchos años después.

La larga dictadura paternalista de Porfirio Díaz (1876-1910)


había supuesto la consolidación del principio del orden frente
al de las libertades públicas como instrumento para conseguir
el desarrollo económico de México. Benefactor de la
oligarquía agraria y protector de los privilegios de la Iglesia y
de las inversiones anglosajonas, Porfirio Díaz se había
eternizado en el poder gracias a la anulación del principio de
no reelección, recogido en la Constitución de 1857. El
gobierno del dictador descansaba sobre una triple alianza:
hacienda, sacristía y cuartel, sectores en que se concentraba
todo el poder y todas las tierras.

Francisco I. Madero

La estabilidad política y las mejoras económicas que logró


Díaz, sin embargo, no fueron a la par con la situación que
vivía la mayoría de la población, que no se beneficiaba por
igual de las ventajas de la industrialización y del comercio.
Los desequilibrios sociales se agudizaron, y se extendió el
deterioro de las condiciones de vida entre el campesinado y
el proletariado urbano. La inactividad del Parlamento impidió
la puesta en marcha de los cauces apropiados para corregir
los desequilibrios.

En los últimos años del Porfiriato, el descontento no se


limitaba a las clases más desfavorecidas; surgieron voces
críticas entre las mismas élites, se gestaron nuevos partidos
políticos y aparecieron nuevos líderes, entre ellos Francisco
Madero. Hacia 1905, los abusos de poder del gobernador de
Coahuila, Miguel Cárdenas, determinaron el inicio de su
activismo político: fundó el Partido Democrático
Independiente y empezó a exponer sus ideas en el rotativo El
Demócrata.
De la elección a la Revolución
En 1908, en una célebre entrevista concedida a un medio
norteamericano, Porfirio Díaz declaró que el país había
alcanzado suficiente madurez para iniciar un proceso
aperturista; anunció asimismo su propósito de no presentarse
a la reelección y de permitir la participación de nuevas
formaciones políticas. Madero aprovechó esta efímera
ventana de esperanza para publicar, en octubre del mismo
año, La sucesión presidencial de 1910, obra de talante
moderado en defensa de las libertades civiles y de la
democratización real del país que tuvo un amplio eco.

Pero un repentino cambio de opinión de Díaz, que volvió a


postularse candidato, dio al traste con las expectativas y
causó gran indignación. Todo ello no hizo sino intensificar el
activismo de Madero. En 1909 fundó el Centro
Antirreeleccionista de México, al frente del cual difundió sus
ideas por todo el país. En la convención celebrada en abril de
1910, el Partido Nacional Antirreeleccionista designó a
Madero candidato a la presidencia. Temeroso de su
popularidad, Porfirio Díaz ordenó el acoso a Madero, que fue
detenido en Monterrey el 7 de junio, en plena campaña
electoral, y trasladado a San Luis Potosí; con su rival bajo
libertad vigilada, el Congreso reeligió a Díaz para un nuevo
sexenio.

Para Madero, esta manifiesta imposibilidad de acceder al


poder por la vía democrática evidenciaba que sólo el
levantamiento armado podía llevar a un verdadero cambio.
En octubre de 1910, tras lograr eludir la vigilancia, Francisco
Madero huyó a Estados Unidos y, desde su exilio en San
Antonio (Texas), hizo público el programa político llamado
Plan de San Luis (en alusión a San Luis Potosí, donde fue
fechado el documento pese a hallarse ya en el país vecino).

Madero denunció en aquel manifiesto los abusos de la


dictadura y expuso, entre otros proyectos, la intención de
favorecer a los sectores agrarios restituyendo a los
campesinos los terrenos que el porfirismo les ha arrebatado
arbitrariamente (Ley sobre terrenos baldíos de 1894). Se
señaló el 20 de noviembre de 1910 como fecha del
alzamiento, y, gracias a aquella apelación al apoyo rural, el
campesinado terminaría por responder al levantamiento en
armas de manera unánime: era el inicio de la Revolución
mexicana.

Entre los insurrectos figuraban, junto a otros caudillos locales,


algunos de los líderes destinados a jugar un papel
trascendental en la Revolución: Pascual Orozco, Emiliano
Zapata y Pancho Villa. Pese a los fracasos iniciales, entre la
redacción del manifiesto y el triunfo de Madero mediaron tan
sólo seis meses. El desgaste del sistema había convertido al
ejército de Porfirio Díaz en una fuerza escasamente
articulada y debilitada, y, ante la impotencia del ejército y la
incapacidad del Gobierno, la Revolución no tardó en
extenderse por todo México. La toma de Ciudad Juárez por
los rebeldes, a fines de mayo de 1911, supuso la renuncia de
Porfirio Díaz y el fin de la dictadura. El 7 de junio Madero
entró triunfalmente en la capital mexicana.

La presidencia de Madero

La destitución de Porfirio Díaz dejó el camino despejado para


la formación de un sistema político democrático que aspiraba
a la puesta en marcha de sustanciales reformas sociales. Una
vez formado el gobierno provisional, Madero presentó su
dimisión, a la espera de acceder al poder por la vía
democrática. El anterior ministro de Relaciones, Francisco
León de la Barra, asumió mientras tanto la presidencia
interina del país.

Este gobierno de transición pronto hubo de hacer frente a las


exigencias sobre la puesta en marcha inmediata del Plan de
San Luis: las tropas revolucionarias reclamaban la restitución
efectiva de las tierras a los campesinos como condición
previa a la entrega de las armas. La tensión y el descontento
forzaron la convocatoria de elecciones. Los comicios,
celebrados en octubre de 1911, permitieron que, al siguiente
mes, Francisco I. Madero accediera al poder al frente del
recién creado Partido Constitucional Progresista.

En sus quince meses de gobierno, Francisco Madero quiso


reconciliar a la Revolución con los restos del antiguo régimen,
pero la división del movimiento revolucionario pondría fin a
sus planes. Aunque llegó a establecer un régimen de
libertades y de democracia parlamentaria, no lograría
satisfacer las aspiraciones de cambio social que latían en las
masas revolucionarias. El principal problema de la nueva
presidencia era la descomposición del bloque social que la
había conducido a la victoria: frente a la solidez del bloque
reaccionario, la alianza entre el campesinado y las clases
urbanas iba perdiendo cohesión.

Madero promovió medidas para redistribuir la tierra, pero a


los campesinos les parecieron demasiado tibias; los sectores
más radicales exigían expropiaciones. En otros ámbitos de la
producción, como el textil y la minería, se inició una campaña
de huelgas para reclamar mejoras laborales. Entretanto, el
gobierno de Madero puso en marcha acciones para mejorar
la atención sanitaria y educativa de la población, y aprobó la
reducción de la jornada laboral, que pasó de doce a diez
horas. Intentó también racionalizar la recaudación de
impuestos y evitar el encarecimiento de los artículos de
primera necesidad.

Pero, a la postre, los esfuerzos de Madero resultaron


infructuosos. Desde el principio hubo de enfrentarse, por un
lado, a los líderes revolucionarios agraristas, descontentos
con su tibieza reformista, y, por otro, a las fuerzas
contrarrevolucionarias conservadoras. Emiliano Zapata fue el
primero en levantarse en armas contra Madero. El llamado
Plan de Ayala (redactado por Zapata el 25 de noviembre de
1911 en la Villa de Ayala) acusaba a Madero de traidor,
desconocía su autoridad y proponía como jefe de la
Revolución a Pascual Orozco o, en caso de que éste no
aceptara, al propio Zapata. Pero lo más importante de aquel
documento, pieza clave de la ideología de la Revolución
mexicana, era su contenido social: se establecía la reforma
agraria y la distribución de tierras como eje de la política e
ideología revolucionarias.

Los zapatistas, en definitiva, se levantaron contra el gobierno


porque Madero no había cumplido la promesa de devolver las
tierras comunales. Durante los doce meses siguientes, las
fuerzas gubernamentales fueron incapaces de sofocar
completamente el levantamiento zapatista. Algunas mentes
lúcidas, como Luis Cabrera, comprendían que era necesario
encontrar una solución jurídica a las demandas campesinas.
En diciembre de 1912, Cabrera elaboró una iniciativa de ley
para una reforma agraria que no pudo concretarse. A ello
hubo de añadir diversas insurrecciones de signo
contrarrevolucionario. Tan temprana como la de Zapata fue la
del general Bernardo Reyes, antiguo secretario de Guerra y
Marina de Porfirio Díaz; aunque fue pronto sofocada, nuevas
rebeliones y pronunciamientos tomaron el relevo.

En medio de esta luchas fue ganando relevancia el


general Victoriano Huerta; gozaba de la confianza de Madero
y había logrado derrotar a Pascual Orozco. Comandante de
las fuerzas que debían defender al gobierno, Huerta
protagonizó una célebre e ignominiosa traición durante la
llamada Decena Trágica, nombre con que son conocidos los
violentos sucesos acaecidos en la capital mexicana del 9 al
19 febrero de 1913; con el beneplácito de Estados Unidos,
Victoriano Huerta depuso a Madero y mandó fusilarlo
alegando que había intentado escapar. De este modo
Francisco I. Madero, que no había conseguido en vida
mantener unidos a los revolucionarios, se convirtió tras su
muerte en un símbolo de la unidad de la Revolución contra el
usurpador Huerta.

También podría gustarte