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Revista Quehacer

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Presentación

El tres de octubre de 2018 se cumplieron cincuenta años del inicio de lo que los militares peruanos llamaron el “Proceso
Revolucionario de las Fuerzas Armadas”. Se inició con un “golpe de Estado” muy propio de esos años.

En esa década en el Perú se dieron tres golpes de Estado, uno de ellos fue el del General Juan Velasco Alvarado, un militar de origen
piurano que había entrado a las Fuerzas Armadas como soldado raso para terminar siendo General y Presidente del país. La
orientación del golpe de Estado del tres de octubre fue a contracorriente de los otros golpes que en esa misma década y años después
se dieron en la región y que aplicaron una violencia indiscriminada, con un saldo de cientos de miles de muertos, desaparecidos y
exiliados.

El “velasquismo” fue, como se dijo, “una “revolución peculiar” en el Perú y América Latina. Mientras que los militares de otros países,
con apoyo de los gobiernos de Estados Unidos y las derechas nacionales, combatían el comunismo, perseguían a los sectores
progresistas, violaban los derechos humanos y buscaban, con éxito, liquidar la democracia, el golpe de los militares peruanos
caminaba en otro sentido. Un proceso autoritario que combinaba un conjunto de reformas radicales y la democratización de la
sociedad peruana.

Para pocos, en verdad para muy pocos, los años del proceso velasquista (1968-1975) fueron una desgracia. Para emplear las frases de
unos de sus críticos fueron “siete años de desvarío”. Para otros, diríamos una mayoría, este proceso puso fin al viejo sistema
oligárquico que había dominado la economía, la política y la sociedad, y que tenía como una de sus expresiones el latifundio y los
llamados “barones del azúcar”, y como contraparte la servidumbre y el “pongaje”, una suerte de dominación total que unía esclavitud
y racismo al mismo tiempo.

Este segundo número de Quehacer busca presentar y discutir, a partir de voces múltiples, diversas y distintas, qué fue realmente este
proceso, qué significó para el país y para los peruanos y peruanas. En este número tienen la palabra (o la pluma) los que colaboraron 
con este proceso y los que estaban en contra. También “hablan” lo hijos de los líderes del velasquismo, como los jóvenes de hoy que
no vivieron este proceso y que nos dan su versión sobre el significado que para ellos tiene y tuvo este proceso. Ello incluye una larga
entrevista a Francisco Guerra-García, uno de los más destacados intelectuales del “velasquismo”.

También se hace un análisis sobre las razones que permitieron el triunfo, en Brasil, del ex militar, militante evangélico y
ultraderechista Jair Bolsonaro y el impacto de su elección en América Latina. Asimismo, presentamos una mirada a las relaciones de
América Latina y Estados Unidos en la actualidad. Publicamos un artículo sobre el crecimiento de la extrema derecha en Europa,
tema que cobra actualidad en la región luego del triunfo de Bolsonaro en Brasil.

Agradecemos a todas y todos aquellos que contribuyeron a que este segundo número de Quehacer sea una realidad. En especial a
nuestros colaboradores que generosamente y de manera entusiasta aportaron textos de calidad. A ellas y ellos gracias.

Finalmente, esta revista expresa su rotundo apoyo a la lucha contra la corrupción y la impunidad que llevan a cabo diversos sectores
sociales y políticos desde el Estado como también desde de la sociedad. No podemos ni debemos permitir que malos políticos,
empresarios, funcionarios públicos, parlamentarios, etc. hagan de la democracia y de la política una suerte de parodia para beneficio
de una minoría. La corrupción, además de ser un delito, nos condena a ser un país pobre, atrasado y subdesarrollado.

De otro lado, estamos convencidos que esta lucha contra la corrupción nos hace mejores peruanos y peruanas y nos permite ver con
un poco más de optimismo el futuro del país. Construir un Estado social de derecho, una sociedad igualitaria, justa, tolerante y
democrática no es una tarea fácil, pero es una tarea que nos convierte en dueños de nuestro propio destino.

Alberto Adrianzén, director



Mural realizado por la artista plástica Fiorella Parvina, en el Centro de Comunicación Popular de Villa El Salvador. Detalle. Foto de Mario Zolezzi

Ayudar al viejo topo

HÉCTOR BÉJAR
Abogado y Sociólogo, Doctor en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Desde el 3 de octubre de 1968 hasta el 29 de agosto de 1975, las Fuerzas Armadas y sus aliados civiles, técnicos, intelectuales, artistas
y líderes populares, iniciaron una nueva estructura económica, social y cultural del Perú. Esa obra nacional, colectiva, quedó
frustrada.

Por su naturaleza institucional, el proceso de cambios tuvo contradicciones. Fue incomprendido, encontró sus propios límites y acabó
siendo víctima de una conspiración tejida por los enemigos de siempre. Pero dejó huella.

Crearon una base energética y minera.

La pesca harinera fue complementada por otra destinada al consumo interno.

Se mantuvo y desarrolló la industria ligera y manufacturera.



El Acuerdo de Cartagena y el Pacto Andino empezaron a crear un mercado común para la industria del Perú y los países miembros.
La cogestión en las empresas privadas y la autogestión en las empresas de trabajadores como sector prioritario de la economía,
democratizaron la producción.

La reforma agraria adjudicó más de seis millones de hectáreas a grandes empresas agroindustriales, sociedades agrícolas de interés
social y empresas comunales manejadas por los campesinos, que contaban con el Banco Agrario y la asistencia técnica del Estado.

Los Super Epsa [Empresa Pública de Servicios Agrícolas] mantuvieron precios básicos en beneficio de una economía urbana estable.

El Sistema de Planificación Nacional proyectó un desarrollo autónomo y equilibrado.

El Instituto Nacional de Administración Pública INAP empezó a formar cuadros técnicos para la nueva carrera pública.

Las divisas fueron administradas por un Banco Central nacionalizado en beneficio del país. La Corporación de Desarrollo COFIDE,
los bancos nacionalizados, la banca de fomento, las mutuales, el Banco Hipotecario, las cooperativas de crédito y la banca privada
regulada, formaron una poderosa red financiera para el desarrollo.

Fueron reconocidos los pueblos amazónicos, se empezó a demarcar sus territorios, respetando su cultura.

Miles de sindicatos fueron organizados. La Confederación General de Trabajadores del Perú CGTP, fue reconocida.

Surgieron la Comunidad Autogestionaria de Villa El Salvador y comités de desarrollo con millones de pobladores.

Consejos educativos comunales con participación de la sociedad fueron creados dentro de la Reforma Educativa. Fueron organizadas
las Escuelas Superiores de Educación Profesional, ESEP, para la formación de técnicos medios.

Se abrió paso una política exterior independiente y digna.

El SINAMOS, Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social, organizó al pueblo: comunidades campesinas, cooperativas
agrarias, sociedades agrarias de interés social, ligas agrarias, Confederación Nacional Agraria, comunidades industriales,
Confederación Nacional de Comunidades Industriales, CONACI. El objetivo era transferir el poder político asumido por las Fuerzas
Armadas a los trabajadores organizados. 
La socialización de los diarios de circulación nacional empezó a transferir poder mediático y educativo a las organizaciones populares.
En 1975 fueron promulgadas las Bases Ideológicas de la Revolución Peruana estableciendo que la economía del nuevo Perú estaría
compuesta por los sectores estatal, cooperativo, privado y de propiedad social, siendo este último el prioritario.

El Perú se encaminó hacia un socialismo sin calco ni copia, surgido de su propia realidad económica y social.

Sin embargo, se permitió que algunos latifundistas desmantelen los fundos antes de su adjudicación; a través de los controles de
precios se subordinó la economía campesina a la economía urbana; al iniciar la explotación de petróleo en la selva no hubo idea del
daño ecológico resultante; hubo una temprana burocratización del proceso al carecerse de cuadros revolucionarios; reflejos
represivos de algunos jefes militares causaron acontecimientos repudiables por falta de manejo de los conflictos sociales.

Luego de una conspiración y un golpe de estado, a partir de agosto de 1975 hasta 1979, Francisco Morales Bermúdez, Pedro Richter
Prada, Luis Cisneros Vizquerra y su grupo de militares conservadores, en coordinación con los Estados Unidos y las dictaduras de
Pinochet, Videla y Bánzer, paralizaron el proceso, desactivaron la transferencia del poder al pueblo y reorientaron su entrega hacia los
partidos de la oligarquía.

En la Constituyente de 1979, el Apra y el PPC llenaron la nueva Carta con un discurso hipócrita que dejó puertas legales abiertas para
la restauración oligárquica.

Elegido en 1980, Fernando Belaúnde entregó el Ministerio de Economía a Manuel Ulloa, que bloqueó créditos a las empresas
cooperativas y estatales y auspició la parcelación de las tierras.

Entre 1985 y 1990, Alan García entregó a sus cómplices, conocidos como los doce apóstoles, agua, electricidad, comunicaciones y
servicios prácticamente gratuitos, lo que generó la quiebra del aparato empresarial creado por la revolución de 1968. Gerentes y
ejecutivos corruptos, puestos por Morales, Belaúnde y García, dilapidaron las empresas públicas, quebraron la seguridad social y
presentaron la bancarrota como una supuesta incapacidad del Estado para administrar empresas.

No era el Estado el incapaz. Eran los ladrones que asaltaron el Estado.

Abimael Guzmán y Alberto Fujimori, hermanos gemelos en frialdad y crueldad, acabaron la destrucción mediante el terrorismo
subversivo y de estado.

Colonizadas las Fuerzas Armadas por los poderes fácticos, se las dejó imposibilitadas por ahora para ser un agente de cambio. Los
peruanos ya no somos dueños de nada, salvo de nuestra rabia o depresión.

Nuestro país es tributario de los poderes internacionales a los que entrega sus materias primas y permite exportar las utilidades de las
empresas saqueadoras o monopólicas. El ahorro forzoso de los pocos peruanos que disfrutan de un empleo estable ha sido confiscado
por los dueños del Perú a través de las AFP.

A todo esto se le llama neoliberalismo.

Son las viejas mañas de una oligarquía resurrecta que ni olvidó ni aprendió.

Una pobreza alucinante cubre los cerros, los arenales, las minas “informales”, las provincias abandonadas.

Hay dinero sucio abundante, que procede de todos los tráficos.

El Estado y sus instituciones han sido secuestrados por las mafias.

Pero la sombra de Velasco y sus compañeros persigue a los mafiosos de hoy.

El pueblo es seducido, engañado o manipulado por sus amos. Ha sido liberado del latifundio pero es prisionero del capitalismo; y está
sometido a las bandas criminales que han capturado el gobierno y los partidos políticos.

Una dictadura implacable que persigue, apresa, hiere o mata si es necesario, se ejerce sobre cualquier protesta.

Los disidentes son silenciados, ridiculizados, estigmatizados o linchados mediáticamente por los sicarios y sicarias de la pantalla y el
papel periódico. Los cómplices son premiados con el parlamento y la burocracia.

Los nietos o bisnietos de los siervos liberados son ahora millones de microempresarios que tienen el individualismo y el éxito como
valores y la solidaridad familiar como práctica cotidiana. Pero están condenados a la pobreza.

El malestar se expresa en la protesta y la elección de gobiernos alternativos en las regiones; pero esos gobiernos tienen gestiones
mediocres. 
Se detesta al Parlamento, al Poder Judicial, a la burocracia, a todo el sistema.

Los sectores marginales son habitados por el fujimorismo y las iglesias pentecostales que amenazan con el demonio y predican contra
las mujeres y los gays.

¿Se puede pensar en una guerra de posiciones, una sola estrategia que una a los pueblos que protestan, los intelectuales
contestatarios, los jóvenes que no quieren ser sometidos a la esclavitud y las izquierdas electorales?

Actuar contra el sistema, en el poder y desde fuera del poder. Actuar contra el sistema, en el sistema y fuera del sistema.

La parte honesta del Perú lucha contra el virus de la corrupción y trata de superar la inmuno deficiencia adquirida en cuarenta años
de ignominia.

La historia, como un viejo topo, sigue haciendo su trabajo. A pesar nuestro. Hay que ayudar al topo.


Velasco y Fidel. redh-cuba.org 
Las “reformas-vacuna” del velasquismo

Una retrospectiva
JORGE MORELLI
Periodista político

Este no es un ensayo político o económico. Es un paseo de Forrest Gump por una época de la que uno descubre el origen y comprende
el destino solo muchos años después. Han pasado 50 años. Es hora de poner en contexto al gobierno del golpe del 3 de octubre de
1968. Para eso hay que remontarse diez años antes, a 1959 y la captura por Fidel Castro del poder en Cuba.

Este es el epicentro cuyas repercusiones continúan hasta hoy en América Latina. La estrategia de exportación de la revolución
castrista a América del Sur ha durado 60 años. También su contrapartida, la estrategia de EEUU hacia América Latina, que
comenzara igualmente seis décadas atrás, en 1959.

Santo Domingo, 1959


En cierto modo, me tocó ser testigo involuntario de ello. En la República Dominicana, la isla vecina de Cuba, gobernaba en 1959 con
mano de hierro Rafael Leonidas Trujillo -“benefactor de la Patria y padre de la Patria Nueva”, según coreaban los niños en el Colegio
La Salle de Santo Domingo, entonces Ciudad Trujillo-, a quien alguna vez vi saludar con guantes blancos bajo el calor de cuarenta
grados. Ese primero de enero de 1959, mi padre, por entonces diplomático peruano en la isla, me despertó hacia la medianoche. Tenía
yo ocho años. Me llevó al fondo de la casa donde escondía un radio Zenith de onda corta. Me dijo: escucha bien esto, que no lo vas a
olvidar. En efecto, no lo he olvidado. Era Fidel Castro hablando desde La Habana la noche en que derrocó a Fulgencio Batista.

Meses después, vaga explicación mediante, mi padre me llevó al aeropuerto y me embarcó en un Constellation TWA de tres colas,
rumbo a Lima. Solo años más tarde me animé a preguntar qué ocasionó esa decisión. La respuesta solo abrió más preguntas. 
Semanas después del golpe de Castro, mi padre recibió un anónimo amenazante. Sabían que a diario iba yo al colegio en bicicleta. En
la isla, por aquel entonces, desaparecía la gente. Mi padre no se detuvo a averiguar. Y no supo más. Su respuesta cerró el tema por
décadas. Caía por su peso, sin embargo, la pregunta. ¿Qué podía haber causado que el por entonces primer secretario de la Embajada
del Perú en la República Dominicana recibiera de la dictadura de Trujillo una amenaza? Treinta años después, a raíz de una
conversación con un buen amigo, ex estudiante de la Universidad de Cornell, los cabos empezaron a atarse.

Los “hijos de perra”


Luego de la revolución castrista, el gobierno de EEUU llegó a la conclusión de que los dictadores como Batista, Trujillo o Somoza en
Nicaragua –por años considerados como “sus hijos de perra” por el gobierno americano, según la frase atribuida a Franklin D.
Roosevelt- incubaban revoluciones comunistas como la de Castro en Cuba. Se produjo entonces un giro estratégico. El gobierno del
partido demócrata que llevó a John Kennedy al poder tomó la decisión de deshacerse de ellos. Trujillo no temía a los comunistas, a
quienes tenía a raya hacía treinta años en la isla. Pero sí temía con razón a EEUU. Desestabilizado, moriría asesinado después en un
atentado que voló su automóvil, un Cadillac negro que vi pasar muchas veces por la avenida Nicolás Penson, ante la puerta de mi
casa.

Treinta años después, volví donde mi padre con este hallazgo a preguntarle si alguna vez en Santo Domingo en 1959 tuvo contacto
con la embajada americana. Dijo que, en efecto, tuvo como amigo a un funcionario que bien pudo ser de inteligencia ya que insistía en
conversar en el automóvil para no ser grabado. Probablemente lo fueron, en efecto, por el gobierno de Trujillo. Por eso la amenaza
anónima que terminó con mi salida de la isla, a la que no volví. La pequeña historia no es sino la minúscula cola del huracán de lo que
sería el giro estratégico de política exterior de EEUU hacia Latinoamérica.

Durante las décadas siguientes, las sociedades latinoamericanas tuvieron que dar paso a profundas reformas económicas y sociales
destinadas a reducir drásticamente la desigualdad. Eran “reformas-vacuna”, destinadas a crear anticuerpos para evitar el contagio del
castrismo cubano. Según el nuevo diagnóstico, la desigualdad incubaba las condiciones para la exportación de la revolución castrista
a Sudamérica. Por eso el Che Guevara iría a Bolivia. Por eso la Alianza para el Progreso de Kennedy. Por eso el proyecto de desarrollo
de Cornell en la comunidad andina de Vicus, en Ancash, el primero de su género. Por eso la reforma agraria del primer gobierno de
Belaúnde, cuyo fracaso incubó el golpe de Estado del “gobierno revolucionario de la Fuerza Armada”, que terminaría en el intento
fallido de arrastrar al Perú de la mano de Cuba a la órbita de la Unión Soviética.

La muerte de Castro fue la del mayor general del campo comunista, el que casi triunfó y finalmente fracasó. Por años trató de
exportar el comunismo a Sudamérica, con Allende en Chile, con Velasco en Perú, con Chávez en Venezuela. Se valió del petróleo
venezolano para comprar gobiernos desde Centroamérica hasta Brasil y Argentina. El giro estratégico originado en 1959 en Cuba -que 
tocaría las vidas de tanta gente y cambiaría profundamente para bien y para mal la historia de América Latina durante seis décadas-
no tuvo, sin embargo, su desenlace final con la muerte de Fidel Castro. No ha llegado a su término aún en Venezuela. Pero en el Perú,
entre 1968 y 1980, el primer experimento latinoamericano de una revolución de izquierda hecha por la Fuerza Armada, marcó al país
profundamente y dejó una huella que aún no se borra.

Expreso, 1961 y 1986


Menos de dos años después de la captura del poder en Cuba, el diario Expreso de Lima publicó en el día de su fundación, el 24 de
octubre de 1961, un editorial que recomendaba al Perú tres “reformas-vacuna” fundamentales: la política de sustitución de
importaciones de la CEPAL de Raúl Prebisch; la reforma agraria como instrumento para acabar con la desigualdad, y un papel para el
Estado en la actividad empresarial.

Veinticinco años más tarde, para su aniversario en octubre de 1986, recién elegido presidente Alan García, el diario publicó un ensayo
escrito por Jaime de Althaus y por mí, La estrategia del subdesarrollo. Argumentaba que lo que había llevado al Perú a la ruina
económica y a la violencia terrorista, por entonces ya manifiestas, era una estrategia fallida, una verdadera estrategia de
subdesarrollo, compuesta de 1) una fracasada política industrial sustitutiva de importaciones, 2) una reforma agraria que había hecho
retroceder siglos al agro peruano, y 3) una desbocada actividad empresarial del Estado que lo había llevado a la quiebra. Sin saberlo
pisábamos callos: era exactamente la misma receta que Expreso había recomendado en su editorial original -sustitución de
importaciones, reforma agraria, actividad empresarial del Estado–, a la que le habíamos atribuido, 25 años después, la ruina de la
Nación.

Aún 25 años después, sin embargo, el primer gobierno de Alan García aplicaría todavía la misma receta que desembocaría en la
hiperinflación y la violencia terrorista. La misma en la que Belaúnde había fracasado (en parte por responsabilidad del partido del
propio García). Tuvo que pasar mucho aún para que el Perú abandonara finalmente aquella fallida obsesión ya en sus estertores
finales, en los 90.

¿Cómo juzgar en su contexto histórico, en su antes y su después, la estrategia económica y política del “gobierno revolucionario de la
Fuerza Armada”? El hecho es que el velasquismo no se apartó mucho ni en su primera ni en su segunda fase de la receta de las
“reformas-vacuna” de los sesenta. Lo que hizo fue radicalizarlas hasta el límite de lo que la sociedad peruana podía procesar y más
allá de lo que la economía podía tolerar. Como otros experimentos latinoamericanos de izquierda antes y después, las “reformas
estructurales” del gobierno militar estaban económicamente condenadas desde un principio por lo que podríamos llamar su ángulo
ciego. El error fue el típico, el mismo que ya le había ocurrido entre 1970 y 1973 al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende
en Chile: el ahorcamiento de las divisas.

Archivo Quehacer


Ahorcado por las divisas
La propiedad y la gestión estatal no sólo de los recursos naturales, sino de los servicios públicos esenciales, destinados supuestamente
a una acumulación de capital en el país, trabó la capacidad de la oferta de responder a la demanda del mercado.

En la otra mano, un incremento masivo de la demanda por aumento de la capacidad adquisitiva -debido a la política salarial- condujo
progresivamente a la inflación, que alimentó la devaluación, que alimentó a su vez a la inflación en un espiral que ya no se detendría
hasta 1990.

Morales Bermúdez anunció al Perú en 1976, luego de la caída de Velasco, una inflación de dos dígitos, palabras que el Perú jamás
había escuchado y menos experimentado. Hoy ha sido harto estudiado el ciclo de la sustitución de importaciones proteccionista, que
genera un mercado cautivo para una industria dependiente de divisas. Basada en los cimientos falsos de unos aranceles altos y en el
ensamblaje de importaciones industriales, esta política mostraba inequívocas señales de agotamiento ya en el primer gobierno
belaundista, mucho antes de que el gobierno militar la relanzara hasta el delirio, prohibiendo del todo las importaciones de ciertos
bienes industriales producidos en el Perú.

Contrasta violentamente esta política de “encomienda” colonial con la apertura absoluta, sin límites, a las importaciones de alimentos
-trigo, leche- subsidiados por los países productores y vueltas a subsidiar en el país con dólar “MUC”. Esta terminaría por dejar sin
mercado a los productores nacionales de esos mismos alimentos. Todo con el objeto de mantener bajos los precios en beneficio del
consumidor por razones políticas. Al igual que en el caso de los recursos naturales y los servicios públicos del Estado, un mercado
cerrado para los industriales y completamente abierto para los comuneros del Perú terminó por desconectar el mecanismo que une a
la oferta con la demanda en el mercado.

El pecado original fue el desconocimiento de la realidad del mercado. Ninguna reforma agraria -no importa cómo fuera gestionada-
habría sobrevivido al despropósito de la política agraria del “gobierno revolucionario de la Fuerza Armada”.

Huarochirí, 1974
Otro testimonio personal puede ayudar a ilustrar en algo lo que esas políticas agrarias significaron para las comunidades andinas. Las
desventuras de los terratenientes latifundistas del Perú han sido por años harto publicitadas. La ironía es que nunca se eliminó el
latifundio. Fueron convertidos en “sociedades agrícolas de interés social” (SAIS) o en cooperativas. El punto de vista de las
comunidades, en cambio, es aún desconocido cuando se evalúa en retrospectiva la reforma agraria militar.

A San Damián en las alturas de Huarochirí, poblado fundado en el siglo XVI para la reducción de las comunidades de Checa y Concha 
del virrey Toledo -aún posee una campana de más de 400 años de antigüedad-, llegamos Jaime Althaus y yo en 1974 como
estudiantes de tesis de Antropología. Nos tocó un incidente difícil para novatos en el oficio, que resultó, sin embargo, la más
aleccionadora experiencia de lo que entonces sucedía con el régimen comunal de la tierra en la sierra del Perú, en plena reforma
agraria del gobierno militar.

El automóvil en que llegamos a San Damián, un pequeño escarabajo de mi propiedad, amaneció la mañana siguiente desbarrancado
por una alta pendiente que daba al río Lurín, al fondo de la quebrada. Afortunadamente, el vehículo quedó atascado y pude sacarlo
con una yunta de bueyes. La situación planteaba, sin embargo, preguntas perentorias. Descartando la investigación que nos había
llevado allí, lo profesional era convertir en foco de la investigación el por qué habían ocurrido esos hechos. El misterio no fue fácil de
resolver, pero la verdad se fue abriendo paso poco a poco a lo largo de meses.

El organismo del gobierno militar llamado Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (Sinamos) se presentaba con
frecuencia por entonces en las comunidades con el objeto de preparar la “reforma estructural” que vendría, que consistía en la
transformación de la comunidad en cooperativa de producción. Esto era el fruto de un prejuicio: que las comunidades andinas eran
supervivencias del ayllu -lo que es falso, tratándose de una institución del Virreynato-. Pero los funcionarios asumían de hecho que,
de alguna manera, la comunidad andina era el remanente de un imaginario comunismo primitivo. Esta era la prenoción ideológica
común a toda la burocracia que administró la reforma agraria militar. Debió sorprender a los funcionarios el rechazo y la cerrada
resistencia pasiva que los comuneros andinos opusieron a semejantes ideas en nombre de su derecho a la propiedad privada.

El gobierno militar nunca sospechó una verdad histórica que, por entonces, ya las facultades de Antropología conocían de sobra y
sobre la cual existía abundante literatura etnográfica: que la comunidad andina es un modelo complejo, sofisticado, en el que existen
no menos de tres tipos de tenencia de la tierra agrícola y de pastos: la propiedad privada en las tierras bajas, la concertación comunal
de cultivos en las tierras de secano regadas con lluvias; y el uso comunal de las tierras de pastos, sin que todo eso interfiera en modo
alguno con la propiedad privada de las semillas, de los animales y, desde luego, de sus frutos para el autoconsumo y la venta al
mercado.

El intento ideologizado, reaccionario, del gobierno militar de aislar la institución comunal fuera del tiempo, fuera de la historia, topó
con la resistencia formidable de los comuneros que jamás permitieron avanzar los planes de cooperativización de las comunidades.
Algunas lo aceptaron solo de nombre y años después, para sorpresa de desavisados, volvieron a ser comunidades. La lección: no se
puede congelar las instituciones fuera del tiempo. Y tampoco -como intentó Alan García veinte años después, cuando sus artículos del
Perro del Hortelano- forzar su evolución más allá de lo que la institución tolera. La violencia es el resultado, como el Perú debió
aprender en Bagua.

En la época de nuestro trabajo de campo en San Damián, la situación de violencia ya era álgida. El resto de la historia cae por su peso:
los comuneros asumieron que los visitantes no éramos estudiantes sino agentes del odiado Sinamos. La prueba: el organismo
utilizaba entonces vehículos del mismo tipo y color del que nos había llevado allí. La conclusión de la experiencia fue muy clara: las
comunidades andinas siempre fueron una combinación de propiedad privada y propiedad comunal, adaptada a las condiciones del
uso de la tierra y el agua. Desgraciadamente, los ecos de ese trágico malentendido aún perduran hoy.

Cañete y Pativilca, 1989


Transcurridos 20 años de la reforma agraria militar, hubo sinceros esfuerzos por comprender qué había quedado en claro de todo
ello, más allá del mito justiciero sobre “el patrón que no comería ya de la pobreza” del campesino. No debió sorprender a nadie, sin
embargo, que algunas cooperativas agrarias de producción del gobierno militar volvieran a ser comunidades, como tampoco debió
serlo que las cooperativas que habían sido haciendas se parcelaran siguiendo el mismo viejo modelo comunal.

Veinte años después de la reforma agraria militar, dos trabajos de campo sobre el tema, focalizados en la parcelación de las
cooperativas de producción permitieron comparar su evolución divergente. El visible contraste entre los casos demandaba una
explicación. ¿Por qué nunca se parcelaron las cooperativas azucareras?

Mientras en las cooperativas de producción de Cañete, de baja capitalización, hubo parcelación masiva, en Pativilca, la cooperativa
azucarera de Paramonga, la más moderna del Perú anterior a la reforma agraria, no llegó a parcelarse nunca, como tampoco lo
hicieron las demás cooperativas azucareras norteñas. En lugar de parcelación, lo que estas hicieron fue otorgar participación
accionaria a los socios, que venderían años después esas acciones, igual que los parceleros sus tierras, para dar paso a nuevos
compradores; es decir, a una nueva capitalización de la tierra.

La escala de la capitalización era el factor decisivo. La prueba ácida: en Cañete un caso de excepcional liderazgo empresarial, por
encima de la economía parcelaria familiar se eludió la parcelación en la cooperativa agraria Cerro Alegre. Son realidades mejor
iluminadas por el enfoque de la antropología económica “sustantivista” (Polanyi). A ello estuvieron dedicados informes publicados en
Expreso, escritos conjuntamente con el ingeniero agrónomo Luis Guillermo Novoa Soto.

Fue Novoa quien, habiendo estudiado en Cornell, me dio la pista sobre la estrategia de EEUU para América Latina en respuesta a la
revolución castrista, que fue el hilo de la madeja de la historia que ocupa las primeras líneas de este ensayo de la memoria. Vaya para
él mi agradecimiento de compañero de viaje y de amigo.

En cuanto a la memoria del general Juan Velasco Alvarado, en 1989 su fotografía colgaba aún de la pared del local de la cooperativa
agraria de Cerro Alegre en Cañete, como hasta 1983 continuaba en la pared del local comunal de Uchuraccay en Ayacucho la
fotografía del mariscal Oscar R. Benavides. Así es el Perú.


Reforma agraria e identidades

Notas sobre la experiencia peruana


RAMÓN PAJUELO TEVES
Investigador asociado del Instituto de Estudios Peruanos y director de la revista Ojo Zurdo


La reforma agraria puede ser vista como uno de los principales nudos críticos de la historia latinoamericana contemporánea.
Especialmente en la segunda posguerra, en varios países fue un elemento clave de amplios procesos de nacionalización y
democratización que tuvieron diferentes desenlaces. Esa historia aún no ha culminado. Vemos actualmente el regreso del tema como
punto clave de una agenda que vuelve a colocar la cuestión de la tierra -y otros recursos como el agua- en el centro del candelero
político.

Durante décadas, las disputas que rodearon a las reformas agrarias mostraron la férrea oposición de los sectores conservadores, así
como los sueños revolucionarios de partidos y movimientos sociales de izquierda. Esto en un contexto de acelerados y profundos
cambios sociales ocurridos en todos los países.

Con excepción de México y Bolivia, donde tuvieron lugar reformas radicales asociadas a las revoluciones de 1910 y 1952,
respectivamente, la transformación de las formas tradicionales de tenencia de tierra se hizo un asunto inaplazable. En un escenario
mundial en el cual se sacudían aceleradamente las certidumbres -especialmente luego de la revolución cubana y los sucesos de mayo
68-, la reforma agraria fue vista como problema central de una ola revolucionaria que debía tener uno de sus laboratorios más
importantes en Latinoamérica. Tal como destacó el historiador Eric Hobsbawm en sus memorias y escritos de la época, la esperanza
de la revolución tuvo como principal nudo a desatar el de la reforma agraria. 1

El nudo llegó a desatarse en varios lados, pero sin el resultado de una revolución como la esperada (la experiencia de Perú
corresponde en gran medida a esta primera situación). En otros casos, el nudo se desató a medias (como ocurrió en Ecuador y
algunos países de Centroamérica, por ejemplo). Otros países mostraron que el nudo permaneció o solo se desajustó un poco
(Colombia y en gran medida Brasil, con el resultado de una prolongada guerra civil y un ciclo de dictadura y fuerte movilización
social, respectivamente). En todo caso, la reforma agraria no fue el disparador de una revolución social subcontinental, que en cierto
momento parecía imparable. Pero tampoco fue un simple saludo a la bandera. En todos lados se asoció a una profunda
transformación social que hasta ahora no conocemos plenamente. El asunto de las identidades –los modos de nombrarse,
autodefinirse e identificar a los demás- entra a tallar en esta historia.

Para situarnos plenamente en el espacio andino, cabe mencionar sucintamente experiencias vecinas a las de Perú. En Bolivia, una
profunda reforma agraria posibilitada por la revolución de 1952, se asoció a un férreo control sindical estatal, que terminó
desmontado desde sus cimientos por el propio campesinado indígena movilizado. La recuperación de las instituciones étnico-
territoriales de base (ayllus, marqas, comunidades y otros) ocurrió junto a la expansión de una fuerte identificación originaria, con el
resultado de la formación de un extenso movimiento indígena. En Colombia, el nudo irresuelto de la reforma agraria condujo a una
fuerte situación de violencia, la cual se prolongó durante décadas, con centenares de miles de muertos. El problema de la 
concentración de tierras sigue planteado hasta la actualidad. Fue en Ecuador donde se implementaron varias reformas agrarias, que
sin embargo no desaparecieron del todo la presencia terrateniente. Por ello, mientras muchas haciendas se modernizaron con
rapidez, también se conformó un poderoso movimiento indígena basado en la revaloración de las comunas, el cual optó por la vía de
la lucha política no violenta, no armada.

En Colombia y Ecuador, a diferencia de lo ocurrido en Perú y Bolivia, las denominadas haciendas son hasta hoy un elemento
gravitante del paisaje rural. Cualquier visitante que recorra actualmente la sierra ecuatoriana, hallará muchas haciendas
transformadas en modernas empresas agropecuarias, junto a una dinámica actividad turística que incluye el recorrido u hospedaje en
las casas de hacienda. En Perú, en cambio, las haciendas fueron extirpadas casi completamente debido a la reforma agraria. El
reparto de las tierras a manos de los ex siervos o hacienda runas y comunidades adyacentes, se acompañó de la destrucción o cambio
de uso drástico de las propias casas de hacienda. La modificación de la tenencia de tierra y del paisaje rural (incluyendo la
arquitectura señorial hacendaria), tuvo lugar junto a un intenso cambio de tipo sociocultural, el cual desterró de la conciencia
colectiva la identificación de indio. Un nuevo horizonte de identidad basado en la idea de campesino, así como en la institución
comunidad campesina, aceleraron el descrédito de las identidades étnicas -indígena, indio- asociadas al dominio de los hacendados.
Sin embargo, ello no implicó la desaparición de todo el orden de dominación basado en la discriminación racial y étnica de larga data.
La reforma agraria peruana fue un sacudón social, no una revolución. Como resultado de ello, viejos problemas de poder, identidad y
conflictividad social se resituaron en un nuevo escenario de modernización y lucha sociopolítica. En Ayacucho y otras regiones, dicho
escenario siguió incubando una tragedia que se desató con toda fuerza en las dos décadas finales del siglo XX.

Un caso interesante es el de la comunidad de Lauramarca, ubicada en las alturas de Ocongate, Cusco, muy cerca al nevado Ausangate,
el apu tutelar de dicha región. Desde la colonia, Lauramarca fue el centro administrativo de una enorme hacienda que, luego de tener
varios propietarios, acabó bajo control de la iglesia. Con la reforma agraria, los diversos sectores de la hacienda se independizaron del
“centro”, convirtiéndose en comunidades campesinas independientes. En la propia Lauramarca, después del fracaso de una
experiencia cooperativa impulsada por el SINAMOS, los hacienda runas optaron por convertirse en comunidad.



Hacienda Lauramarca. Grabado

Con el fin de eliminar cualquier rastro del tiempo de los hacendados, y de proteger mejor las flamantes tierras de comunidad,
desmontaron una a una las enormes paredes de la casa hacienda, cuyos adobes fueron repartidos entre las familias, así como el
terreno, una parte del cual fue reservado para uso comunal. Los viajeros que llegan hoy a la zona atraídos por la leyenda de la famosa
hacienda Lauramarca, encuentran apenas los restos de un muro derruido en lo que debió haber sido una imponente casa de hacienda.
Al costado, en parte del antiguo patio señorial, los comuneros edificaron una plaza cívica sembrada de cascajo, en la cual se luce un
pedestal para la bandera. Rodean a la plaza una pequeña capilla en completo abandono (ahora la mayoría de la gente es evangélica),
así como el local de la escuela y las instalaciones del gobierno municipal de centro poblado menor (con mucho orgullo, los comuneros
destacan haber alcanzado ese status, recuperando de cierta forma el hecho de ser el “centro” de la vieja Lauramarca).

La transformación del paisaje ocurrió junto a un profundo cambio sociocultural, cuyas raíces se pueden rastrear con anterioridad a la
reforma agraria. Los padres y abuelos de los actuales pobladores de Lauramarca, sobrevivieron con base en la crianza de camélidos y
agricultura tradicional. Hoy la comunidad prácticamente no tiene camélidos, pues han sido reemplazados por vacunos para engorde y
producción lechera. Asimismo, muchas tierras dedicadas anteriormente al cultivo de papas de altura, ahora exhiben pastos para los
animales, así como fitotoldos para la producción de hortalizas. Todos los días, la leche producida es llevada a un reservorio instalado
en una comunidad vecina, lo cual permite a muchas familias contar con un ingreso fijo diario que es la base de su reproducción. Junto
a la comercialización de leche y productos agrícolas, se expanden diversos negocios, así como una creciente actividad de transporte
que refleja la mayor movilidad de la población en el territorio.

El ímpetu económico se deja ver también en aspectos como la transformación de las viviendas, en su gran mayoría de material noble,
así como en el incremento de automóviles. La gente de Lauramarca rechaza enfáticamente el uso de las palabras indio e indígena para
autodenominarse, por el hecho de estar asociadas al tiempo de hacienda y la servidumbre. Prefieren definirse como comuneros,
campesinos y hasta incas, con singular orgullo por sus orígenes e identidad ancestral. Defienden el quechua como idioma materno,
pero también usan con frecuencia el castellano. Asimismo, manifiestan que su identidad proviene de un origen propio, que se revela
entre otras cosas en el idioma, la vestimenta tradicional, así como en la misma condición de comuneros de Lauramarca. Ser
comunero es algo que no se agota en la sola inscripción al padrón de la comunidad, sino que es una denominación mucho más
significativa, que integra nociones de territorio, condición social, origen cultural y sentido cívico.

En Perú es común destacar que la aplicación de la reforma agraria trajo dos cambios fundamentales: la desaparición de los
terratenientes y la modificación de la propiedad de tierra. Prácticamente se dejan de lado sus implicancias en el ámbito de las
identidades, específicamente de aquellas asociadas a categorías étnicas como las de indio/indígena, mestizo y blanco. Dichas palabras 
hicieron parte de una taxonomía sociocultural de larga data que, debido al cambio de condiciones de dominación social que acarreó la
reforma agraria, también terminó profundamente modificada. La reforma agraria abrió las puertas a un proceso irreversible de
cambios de la clasificación social y autoidentificación.

Así, el derrumbe de dominación hacendaria abrió paso a nuevos discursos de identificación colectiva como campesinos, comuneros y
peruanos. El lenguaje orientado a esquivar cualquier resquicio de la dominación hacendaria, a través de la reivindicación de lo
campesino y el rechazo de las categorías raciales, acompañó la primacía de la comunidad campesina reconocida por el Estado.
Durante el velasquismo, ocurrió que la denominación oficial de “comunidades indígenas”, fue dejada de lado por el Estado, siendo
reemplazada por el uso de las denominaciones de “comunidades campesinas” en la costa y “comunidades nativas” en la Amazonía.
Este aspecto, que no se restringe al uso de denominaciones legales, sino que implica el cambio de profundas nociones de identidad
étnica, ha sido en gran medida ignorado en los debates sobre las implicancias de la reforma agraria.

En Perú lo étnico sigue visto como elemento exótico o extraño, prácticamente ajeno a la esfera de la ciudadanía. La diversidad
cultural y étnica del país, resulta colocada por fuera del ámbito de lo público-ciudadano, en el cual predomina un sentido común
colonial. En ese sentido, necesitamos avanzar a comprender el juego de lo étnico y lo ciudadano como vectores de un único tejido
sociocultural, el cual entremezcla históricamente formas de dominación y luchas por igualdad de los abajo, en su anhelo de llegar a
ser peruanos y ciudadanos de pleno derecho.2

Entretanto, aún resultan predominantes dos lecturas esencialistas: de un lado, se defiende la supuesta autenticidad y originalidad de
lo “indio” e “indígena”, como si se tratase de atributos naturales y no de identidades socio-históricas. De otro, se niega lo étnico y la
propia diversidad cultural, rechazando de plano la legitimidad de demandas y proyectos alternativos encarnados en las luchas y
esfuerzos de la gente, para engarzar dimensiones de identidad aparentemente dispares. El análisis de lo étnico no puede reducirse a
una perspectiva binaria, la cual no logra ir más allá de la distinción entre “indios” y “no indios”. Oposición a la cual se agregan o
insertan otras denominaciones, como las de “mestizo” y “blanco”. Incluso en censos estatales, como el último efectuado en Perú en
2017, se incluyó la novedad de la autoidentificación, pero a través de categorías culturales y raciales entremezcladas, que abonan a la
confusión existente.

Es clave recordar que la reforma agraria transformó las condiciones de identificación social en el conjunto de la sociedad peruana. En
ese sentido, recolocó identidades particulares tradicionales, facilitando el avance de nociones más amplias y democráticas de
derechos y pertenencia. Nociones que posteriormente han brindado piso a nuevas formas de identificación social y peruanidad.

En medio siglo, la reforma agraria no ha dejado de estar en el centro de agudas polémicas en torno a las posibilidades de desarrollo y
democratización en el país. Luego del derrocamiento de Velasco, pasó a ser rechazada por unos y defendida por otros. Morales 
Bermúdez y el resto de militares de la “segunda fase” no se atrevieron a eliminarla, pero allanaron el terreno para a una
contrarreforma agraria que tomó cuerpo en el segundo belaundismo (1980-1985, especialmente en las tierras de la Costa).
Posteriormente, desde la década de 1990, junto al proceso de neoliberalización que aún envuelve a la sociedad peruana, una leyenda
negra en torno a la reforma agraria busca presentarla como el peor de los males de nuestro pasado reciente. No es el punto de vista de
mucha gente. Por ejemplo, de los comuneros de Lauramarca y otras muchas comunidades en el país, para quienes significó una
auténtica liberación. La reforma agraria les abrió las puertas para seguir luchando por ser actores de su propio destino, como
campesinos, comuneros, quechuas, cusqueños o más precisamente peruanos verdaderamente iguales al resto.

1. Véase de Eric Hobsbawm: Años interesantes. Una vida en el siglo XX (Barcelona, Crítica, 2003) y ¡Viva la revolución! Sobre América Latina (Barcelona, Crítica,
2018).

2. En esa línea véase: Ramón Pajuelo, "Más allá de la ‘desgraciada raza indígena’ y la ‘violenta nación aymara’. Protestas indígenas y sentido común ciudadano en el
Perú de inicios de los siglos XX y XXI”. En: Christophe Giudicelli, Gilles Havard y Gilles Rivière (eds.) Des “révoltes indiennes” aux "émeutes autochtones". Sociétés
amérindiennes, autonomie et criminalisation des conflits (Amériques, XVIe-XXIe) (París, EHESS, Université Rennes, 2018, en prensa). También el libro: Un río
invisible. Ensayos sobre política, conflictos, memoria y movilización indígena en el Perú y los Andes (Lima: Ríos Profundos Editores, 2016).



Registro fotográfico de la expropiación de La Brea y Pariñas, serie publicada en el blog Memorias de El Tiempo | memoriasdeeltiempo.blogspot.com/2012/12/la-
expropiacion-de-la-brea-y-parinas.html

Velasco y los recursos naturales: Renta y soberanía

HUMBERTO CAMPODÓNICO

El 9 de octubre de 1968, seis días después del golpe militar presidido por el General Juan Velasco Alvarado, el Ejército tomó los pozos
petroleros y la Refinería de Talara, de propiedad de la International Petroleum Company (IPC), declarando su nacionalización como
también el Día de la Dignidad Nacional. Ese mismo día el presidente Velasco en su mensaje a la Nación declaró: “Hace más de 50
años que, como una dolorosa herida, el problema de La Brea y Pariñas ha constituido para la república un capítulo de oprobio y de
vergüenza, por representar un ultraje a la dignidad, al honor y a la soberanía de la nación”. Y ese mismo día flameaba en la refinería
de Talara, como dijo Velasco, “el emblema nacional como expresión de nuestra indiscutida soberanía”.

Había bastantes motivos para ello. Durante todo el siglo XX la IPC había tenido el cuasi monopolio de la producción, refinación y
comercialización del petróleo y había innumerables denuncias acerca de su comportamiento abusivo en materia de apropiación de
rentas, fijación precios elevados y, sobre todo, un impresionante poder político, apoyado por el régimen oligárquico gobernante.

Todo se origina con la firma del Acta de Talara entre el gobierno de Belaúnde y la IPC. El Acta contemplaba que la IPC podía seguir
operando la Refinería de Talara en forma de concesión por un lapso de 40 años. La empresa estatal le cobraría a la IPC un precio
acordado por la venta del crudo y el gas. Asimismo, se acordaba la condonación de los impuestos no pagados por la IPC, que sumaban
varias decenas de millones de dólares.

El problema central fue la denuncia, por parte del presidente de la empresa estatal de petróleo, la EPF, de que había desaparecido la
página 11 del Acta de Talara, que establecía el precio que la empresa estatal debía cobrarle a la IPC por el crudo producido.

La indignación fue mayúscula. El partido Acción Popular se dividió. Fernando Belaúnde había ganado las elecciones de 1963
enarbolando un programa reformista, que incluía varios temas claves como la reforma agraria de la tierra (base del poder económico
y político de la oligarquía) y la recuperación de la soberanía nacional sobre la industria petrolera, aunque no necesariamente la
nacionalización. Tras el escándalo, su gobierno cayó prácticamente en una crisis terminal.

El contexto internacional después de la II Guerra Mundial


La nacionalización de la IPC no fue un tema solamente “peruano”, sino que formó parte de un vasto movimiento internacional que
comenzó con el fin de la Segunda Guerra Mundial y que tuvo como eje la lucha por la independencia de los países africanos y
asiáticos, que eran colonias de las principales potencias europeas. Los puntos más altos de esta lucha fueron la independencia de casi
todos los países africanos y asiáticos (incluidas la China y la India) después de largas luchas por la independencia nacional, lo que
incluye la guerra de Vietnam que logró la unidad y la independencia de ese país, derrotando a EEUU.

Este vasto movimiento mundial se planteó importantes luchas por la recuperación de la soberanía nacional y la renta del petróleo,
principalmente, hasta ese entonces dominadas por empresas norteamericanas y británicas, llamadas las Siete Hermanas (Esso,
Mobil, Shell, British Petroleum, Chevron, Gulf y Texaco).

Este movimiento terminó con las concesiones petroleras, cuya duración era de 100 años y otorgaba la propiedad de los hidrocarburos
a las empresas. En su lugar, los gobiernos de estos países constituyeron empresas estatales, que tenían la propiedad de los
hidrocarburos. Los principales países petroleros formaron la Organización de Países Exportadores de Petróleo (la OPEP), con el
objetivo de participar en la generación y distribución de la renta petrolera mundial.

En América Latina este movimiento comenzó mucho antes y en casi todos los países hubo enfrentamientos políticos para recuperar la
soberanía sobre la renta petrolera. Argentina fue el país pionero: en 1922 se constituyó la estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales
(YPF). Le siguió Petróleos Mexicanos en 1938, bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas. Más adelante se formaría la Empresa Petrolera
Fiscal en el Perú (EPF, antecesora de Petroperú), Ecopetrol en Colombia, PDVSA en Venezuela, Petrobras en Brasil, CEPE en
Ecuador, ENAP en Chile, YPFB en Bolivia y ANCAP en Uruguay.

Fue también durante los años 60 que se formalizó un nuevo modelo de contrato con las empresas extranjeras, llamado también de
participación en la producción. Estos nuevos contratos fueron resistidos por las Siete Hermanas (en 1953 se dio un golpe de Estado
en Irán contra Mossadegh, poniendo en el poder al Sha de Irán), pero finalmente se adoptaron en muchos países en desarrollo y
también en el Perú. 
Las estrategias de desarrollo: teoría de la dependencia e industrialización por sustitución de
importaciones
El gobierno militar adoptó una estrategia de desarrollo que se sustentaba -por lo menos, en el discurso- en la teoría de la dependencia
y, también, en la necesidad de industrializar al país para superar el subdesarrollo. Veamos esto más de cerca.

En el Plan Nacional de Desarrollo 1971-75, se dice: “Desde comienzos de la época moderna algunas sociedades del Viejo Mundo
expandieron su acción hacia zonas que les eran periféricas, las dominaron económicamente y las incorporaron en condiciones de
subordinación al naciente sistema capitalista europeo. Nuevos centros de poder industrial surgieron posteriormente en otras
partes del mundo, pero la dinámica de su dominación sobre áreas periféricas fue básicamente la misma. Las relaciones de
subordinación serían más tarde denominadas relaciones de dependencia. El fenómeno de dependencia alude, por tanto, a las
relaciones de subordinación económica establecidas entre países económicamente poderosos y países económicamente débiles. Y
aunque la dependencia tiene otras dimensiones importantes, su connotación básica es de carácter económico. En este sentido,
dependencia alude al fenómeno imperialista, es decir, a la penetración de los intereses económicos de los centros industriales de
gran poder sobre área de economía menos diversificadas y de carácter pre-industrial”.

Como se aprecia, la relación de dependencia va mucho más lejos que los planteamientos de Raúl Prebisch, Secretario Ejecutivo de la
CEPAL, que desarrolló el concepto centro-periferia, donde el centro eran los países industrializados y la periferia los países del Tercer
Mundo. Vale la pena recalcar que el concepto centro-periferia no hace alusión al “fenómeno de la dependencia” ni, menos, al
fenómeno imperialista.

En el análisis de Prebisch, la falla fundamental es que las teorías económicas de especialización en las ventajas comparativas como
modelo para el desarrollo habían fracasado. Cada país debía especializarse en la producción de aquellos bienes y mercancías en los
que tiene una ventaja comparativa. Esta teoría dice que cuando se produce el intercambio de bienes entre los países, los precios de
todas las mercancías, tenderán a igualarse, ya sean estos bienes industrializados con alto valor agregado, o productos básicos, con
muy poco valor agregado, como el petróleo, el cobre, el banano y el azúcar.

La realidad ha determinado que eso no sea así, por diversos motivos, dice Prebisch, siendo uno de los más importantes el hecho de
que los sindicatos de obreros de los países industrializados se apropian, mediante la negociación colectiva y las luchas salariales, de la
“tajada” del aumento de la productividad que debía trasladarse al abaratamiento de los precios de las mercancías producidas en esos
países.

Por ello, América Latina debe dejar de lado la teoría de las ventajas comparativas y avanzar en un proceso de industrialización por
sustitución de importaciones, donde le cabe un rol preponderante a las políticas explícitas del Estado para su impulso: banca de
desarrollo, protección del mercado interno vía el alza de aranceles, tasa de interés diferenciado e incentivos tributarios.

Archivo Quehacer 
En los hechos, el gobierno de la Fuerza Armada adoptó un híbrido de las dos teorías. Impulsó reformas estructurales de fondo para
cambiar las relaciones de dependencia: expropiaciones de empresas imperialistas, reforma agraria, refuerzo de empresas públicas ya
creadas (como SiderPerú) y creación de nuevas empresas (como Petroperú, MineroPerú, SiderPerú, ElectroPerú, Induperú, entre
otras) así como un fuerte apoyo a las empresas de propiedad social.

Y también puso en marcha la industrialización por sustitución de importaciones, con muchas de las medidas reseñadas líneas arriba.
Pero fue mucho más lejos que lo expuesto por Prebisch al crear, dentro de las empresas, la Comunidad Industrial formada por todos
los estamentos de la empresa (incluidos los empleados y obreros), que poco a poco detentaría el 50% de las acciones de la empresa.

El rol de los recursos naturales: petróleo y minerales


En esta estrategia cumple un rol central la apropiación del Estado en la renta de los recursos naturales, componente central de la
soberanía y de la recuperación de la dignidad nacional.

El gobierno militar apoyó decididamente a Petroperú en todos los aspectos, destacando las inversiones en exploración de petróleo en
la Amazonía. Fue Petroperú el primero en descubrir petróleo en la Selva, con los pozos de Trompeteros, Capirona y Pavayacu. En esta
estrategia no se dejó de lado al capital extranjero, que también participó con 16 contratos en la selva amazónica. Solo uno de los
contratistas encontró petróleo: Occidental Petroleum en el Lote 1-AB 1

El gobierno militar llevó al Perú a formar parte del Consejo Intergubernamental de los países Exportadores del Cobre (CIPEC), junto
con Chile, Zambia y Zaire. Su objetivo era coordinar las políticas de los países miembros a fin de optimizar los ingresos provenientes
de la explotación del cobre emulando, de alguna manera, a la OPEP. Este intento no tuvo éxito y la organización llegó a su fin en
1988.

También debe destacarse que el gobierno militar permitió la actividad minera de empresas extranjeras, destacando
fundamentalmente la empresa Southern Perú Copper Corporation, filial de ASARCO, empresa de EEUU (en el 2004 el Grupo México
adquirió la mayoría accionaria que le permitió ser propietaria de la SPCC).

Un breve colofón: El “argumento final” de los militares reformistas


Es cierto que los militares querían que los recursos naturales sean los generadores de rentas importantes y de divisas para impulsar la
industrialización del país. Pero estos objetivos chocaron con problemas de tiempo de maduración de los proyectos y, más importante 
aún, con cambios en la coyuntura política.
En efecto, el oleoducto hasta Bayóvar recién entró plenamente en operaciones en 1978, por lo que solo en ese momento se pudo
valorizar el petróleo encontrado en la selva. De su lado, la mina Cuajone comenzó a producir en 1976, llegando a su máximo recién en
1978.

Sin embargo, la coyuntura política comenzó a cambiar en 1975, después de la salida del general Velasco, lo que coincidió con el inicio
de la crisis económica. Es en esos años que el gobierno del general Morales Bermúdez comienza la llamada “segunda fase”, que
desemboca en la salida de los militares reformistas a mediados de 1976.

Así las cosas, los objetivos iniciales del gobierno militar quedaron truncos. Es importante anotar que éstos eran parte de un plan
mayor, como afirma Fernando Sánchez Albavera en su libro “Minería, Capital Transnacional y Poder en el Perú” (DESCO, 1981), pues
se contemplaba que una vez que se llegará a cierta cantidad todo iba a ser nacionalizado: “Para los sectores progresistas era cuestión
de tiempo. Southern debía ser expropiada después de culminar la inversión de Cuajone. Sin embargo, se pecó de ingenuidad. Los
sectores progresistas de la FA fueron barridos y la Southern es hoy la empresa más importante y el símbolo del poder
transnacional en el Perú”.

Esta idea, de primero expropiar las empresas que explotaban nuestros recursos naturales para luego nacionalizarlas en su integridad,
es un buen ejemplo de la radicalidad de un proceso que no se quedaba en el mero estatismo, como se afirma muchas veces, sino que
aspiró a construir, como se decía en esos tiempos, una sociedad distinta, ya que estatización y nacionalización no es lo mismo.

1. Humberto Campodónico, La Política Petrolera 1970-1985, El Estado, las contratistas y PetroPerú, DESCO, 1986, 360 páginas



Foto: Quehacer

"El velasquismo cambió al Perú para siempre"

Una entrevista a Francisco Guerra García, por Alberto Adrianzén y Eduardo Ballón

A cincuenta años del inicio del gobierno militar, ¿cuál consideras que fue el cambio fundamental que generó el
velasquismo?

Para mí el gran cambio producido por Velasco fue la liquidación del régimen oligárquico en el país. Creo que esto ya muchos lo
aceptan, algo que no era así hace cincuenta años. El proceso velasquista entroncó, además, con un proceso histórico que se expresaba
en la crisis del régimen oligárquico que ya estaba bastante disminuido en esos años. El velasquismo, por ello, responde a un conjunto
de demandas y procesos que se inician a fines de los veinte. Sostengo que los programas del partido socialista y del partido aprista,
más allá que muchos los hayan querido enfrentar, se parecían más de lo que se cree. Tenían muchísimos elementos en común como
también sus diferencias importantes, pero creo que el proceso velasquista responde a esa problemática. Si me preguntas si ese
proceso fue una revolución, yo diría que sí en cuanto a la magnitud de los cambios estructurales que siempre se realizan a plazos.
Pero si me dices que toda revolución requiere la participación de las masas, entonces no lo fue. Por ahí va mi pensamiento.

En tu libro sobre el velasquismo afirmas que la democracia que se pensaba construir no se basaba únicamente en
votar cada cinco años ya que era una democracia participativa de todos los sectores sociales.

No he cambiado mis ideas; yo escribí mucho sobre el proceso de Velasco, en los diez años posteriores y quizá un poquito más. Sigo fiel
a mis convicciones; mis obras han sido muy testimoniales. Creo que el gobierno de Velasco y el proceso que lideró son los que
establecen el divorcio entre el viejo régimen oligárquico y el presente, sentando, de alguna manera, nuevas bases para el futuro del
país que no fueron completadas. Por eso muchas cosas siguen sin ser enfrentadas con la suficiente eficiencia.

En este ciclo en el que aludes al Apra, al Partido Socialista, a Belaúnde, como antecedentes del velasquismo, ¿qué
opinas de aquellos que, como Oscar Ugarteche, afirman que en sentido estricto el velasquismo va más allá del
belaundismo pero es comprensible a partir de éste?

Solo de Belaúnde, no creo. La reforma agraria en términos de transferencia de tierras, que es el punto importante, arranca con el
golpe militar de Pérez Godoy en el 62. Con el tiempo, he ido apreciando a Belaúnde más de lo que lo hacía en esos años; mi opinión
entonces era muy crítica. Si bien el Perú, en función de sus problemas más importantes, siguió igualito porque hubo muy pocas
transformaciones, creo que defendió la democracia. Pudo cerrar el congreso, y la gente lo hubiese aplaudido. Pero ese no era su
temperamento. Por eso respeto a Belaúnde como demócrata. Y si bien no enfrentó los problemas más gruesos del país, hay temas
importantes que sí fueron tratados como el tema municipal, el respeto por las normas o el respeto por la democracia y sus formas.

De todas las reformas de Velasco ¿cuál te parece la más importante?

La más importante para mí y para otros es la reforma agraria porque liquida el régimen oligárquico, algo que hoy se puede
comprobar. Después hay otras reformas significativas, algunas de ellas truncas, como la reforma educativa. Ese proceso fue muy bien
planteado. El núcleo de gente que tuvo a su cargo su dirección, era muy interesante: estaban Augusto Salazar Bondy, en primer
puesto, Emilio Barrantes y también Walter Peñaloza. Todos ellos tenían, como se dice, experiencia de aula, de clase, de universidad,
de dirección, de manejo. También hubieron otras reformas importantes. Una de ellas fue la apertura al mundo. La primera vez que
salí al extranjero fue en 1961; hasta ahora recuerdo que en mi pasaporte, en la página cuatro, decía que con ese documento no se
podía ir a China, Rusia, toda la Europa socialista, etcétera. El proceso velasquista nos abrió al mundo. Antes de ello no podías viajar a
Cuba, y sí lo hacías, tenías que hacerlo a través de otro país, como México, que no te sellaba el pasaporte. La comunidad laboral fue
otra reforma importante, más allá de que su viabilidad política y económica fueran dudosas en relación a su viabilidad. Hay que
recordar que el único partido de la izquierda que apoyó al velasquismo, fue el Partido Comunista, que veía en este proceso cosas muy
importantes. Durante el gobierno de Velasco se reconocieron más sindicatos que en toda la historia anterior; como eso, hubieron
muchas cosas importantes.

Cuando Velasco libera a los presos políticos en 1970, el único que no entra al proceso es Hugo Blanco. Blanco nunca apoyó y siempre 
mantuvo su distancia, inteligente y mesurado. Otros, como Héctor Béjar que venía de la guerrilla y antes del Partido Comunista, si lo
hicieron. Nosotros llamamos al proceso velasquista una revolución participatoria, porque queríamos una participación diferente. Mi
propia mirada, por cierto, se desprende de mi vínculo con el proceso. Yo no lo viví en su inicio; a mí me buscaron entre fines del 68 y
comienzos del 69; desde entonces fue un régimen que me sorprendió constantemente y que te planteaba la necesidad de profundizar
y ampliar las reformas. Esa es otra perspectiva que mantengo.

Da la impresión que tu mirada apunta a entender el velasquismo antes que como un proyecto político como un
proceso/ horizonte que permitía la confluencia, la agrupación, la participación de varios distintos que apostaban
por cambios: democracia cristiana, social progresismo, partido comunista, apristas radicales, etc.

Un dato importante son las distintas procedencias ideológicas y partidarias de aquellos que trabajamos en el gobierno y fuimos un
segmento importante. Un ejemplo fue Carlos Delgado, aprista y secretario privado de Haya, un intelectual importante y refinado.
Compartíamos varios puntos: participación con base económica, es decir los campesinos van a participar sí, pero con la tierra y así, en
otros campos; los obreros vía la comunidad industrial. Esa idea de una participación amplia, para nosotros, era parte constitutiva del
proceso. Yo desde chico siempre he creído que las cosas no cambian de un momento a otro, que todo es un proceso.

¿Cómo viviste la caída de Velasco?

Siempre que he tomado vacaciones, han sucedido cosas feas. Yo llegaba con mi mujer y mis hijos a Paracas a pasar cuatro días, y la
radio anunció su caída. Siempre he pensado que ese proceso, que esa revolución de cambios, solo era posible con Velasco. No he
conocido otro líder militar que tenga su fuerza, su voluntad. Nadie tenía el “punche” o su voluntad de manejo del ejército que era vital
porque su régimen fue en términos de ejercicio de los roles de poder, el más militar de los regímenes militares en el Perú. Sin
embargo -y esta es una infidencia de mi parte- el mal que él tenía y que motivó que le corten la pierna, era consecuencia… no puedo
ser tan preciso, de un proceso de arteriosclerosis… mantenía su cabeza impecable pero no el control de sus sentimientos. En esa
situación estaba a su caída.

Sus problemas de salud empezaron a mellar en su capacidad física y de control. Da la impresión que a partir de eso
empieza a desconfiar del escenario que tiene al frente, y hay quienes aprovechan y se debilita lo que él había
encabezado.

Primera cosa, ya había un desgaste entre las relaciones con y entre las Fuerzas Armadas. El primer enfrentamiento se dio cuando la
Marina saca la flota a altamar como una suerte de protesta y desafío al mismo tiempo. ¿Preguntan si la enfermedad, la edad, etc. no le
hizo volverse desconfiado? Yo creo que esa era una característica buena de un político para una situación de ese tipo. Velasco era un 
político muy astuto, y la astucia va con la desconfianza. Para un político que toma decisiones que otros ejecutan, siempre hay
desconfianza. En ese sentido era desconfiado. Además, tenía la mano muy dura. Cuando alguien importante no aceptaba una
propuesta, por ejemplo, ese alguien no era llamado a un cargo político; eso lo he visto. De otro lado, Velasco sufrió las consecuencias
del desgaste propio de un régimen que era muy intenso y que se agudizó en los últimos dos años. Era un régimen militar donde el
peso político personal de Velasco era importante. Por eso cuando el proceso se fatiga luego de varios años de gobierno, aparecen las
diferencias internas. Para mí, en un régimen autoritario -técnicamente desde la teoría democrática moderna el gobierno militar fue
un régimen autoritario, en eso no hay vuelta-, las mayores diferencias son siempre internas.


¿Tú dirías que el golpe de Morales fue decisión institucional?

Sí. Una de sus primeras expresiones fue cuando sacaron al general José Graham que en ese momento era el jefe del Comité de
Oficiales Asesores de la Presidencia (COAP). Graham era un hombre clave. Institucionalmente el COAP fue un espacio muy
importante donde se discutían abiertamente todos los problemas; no había una decisión que no sea discutida en ese espacio. Ahí
también estaban presentes los civiles, técnicos y profesionales. Por eso digo que la salida del general Graham fue una señal
importante.

¿Cuál es tu opinión sobre Morales Bermúdez? Él hizo un consenso sobre la contrarreforma, una correlación de los
militares que se van a la derecha, ¿cuál es tu visión?

Morales tenía una buena relación con Velasco, sin embargo, a nosotros no nos quería, pero esas cosas no cuentan en un proceso tan
grande. Además, era un hombre muy legitimado en el Ejército.

Se habla mucho de la famosa “aplanadora”. ¿Ustedes cuándo se autodefinen como grupo?

Yo me conocía con Carlos Franco de años y coincidíamos en todas las cosas importantes. Quien nos convoca, también éramos amigos,
fue Carlos Delgado, que había sido secretario privado de Haya de la Torre. Carlos era un líder fuerte. Todos teníamos experiencia
política, militancia y experiencia de trabajo. Se sumaba también una cosa generacional; nos entendíamos bien la mayor parte del
tiempo y eso nos cohesionó como grupo. En general, no creo que haya habido un régimen en el Perú que haya absorbido tanta gente
inteligente como el de Velasco.

Antes de la caída de Velasco, los dos sectores progresistas más visibles del gobierno militar -el diario Expreso y la
Aplanadora- fueron perdiendo peso, que pareció ganarlo coyunturalmente el grupo “La Misión”. El general
Rodríguez Figueroa dejó SINAMOS y optó por volver al fuero militar para ser jefe de la segunda región; fue
entonces que el general Zavaleta, que no era parte de ninguno de los dos grupos progresistas, entró a SINAMOS.
¿Se podría decir que el velasquismo progresista se empieza a desarmar desde ese momento?

Zavaleta era una buena persona, pero no tenía una presencia fuerte. El cambio de Leónidas Rodríguez y su retorno al ámbito
castrense, en mi opinión, indicaba una situación de bajada, de lo que fueron los cinco años primeros. Sin embargo, creo que la
denominada Misión ha sido sobreestimada en la crítica. Dos generales figuraban en sus filas, el general Javier Tantaleán, un militar
muy político y Pedro Richter.

¿Cuál es tu visión sobre los diplomáticos que aparecen en ese período? 


La mejor generación fue la de esa época, sin duda. García-Bedoya, Alzamora, Pérez de Cuellar, Marchand… Mucha experiencia e
inteligencia.

¿Cómo fueron las relaciones entre el gobierno de Velasco y Estados Unidos?

Los americanos nunca pudieron “entrar” al gobierno, nunca; ni siquiera sabían lo que pasaba y se decidía.

Tú harías una diferencia entre el velasquismo y los demás regímenes militares de la región en esa época.

Todos los libros dicen que sí. La primera diferencia es que los otros regímenes militares lo que hacían era perseguir a la izquierda y
meter presos a los comunistas.

Tú fuiste senador, te tocó investigar a Alan García. ¿Cuál es tu visión ahora de Alan García?

Yo hice un dictamen sobre la base de discusión que venía de diputados. Recibí muchas críticas y otros se quejaron y pusieron caras
duras por las acusaciones contra Alan García. Diez días fue el plazo para nuestro informe. En cualquier caso, García era un gran
orador, pero para mí un charlatán; yo hice un dictamen para que vaya preso por enriquecimiento ilícito.

¿Estamos frente al fin del APRA?

No, pero quiero que cada vez sean menos.



Detalle. Afiche de la serie Reforma Agraria, 1968 -1973. Jesús Ruiz Durand. Colección MALBA. malba.org.ar

“La mujer no era el sujeto principal de la reforma agraria”

Una conversación con Lourdes Huanca, por Lía Ramírez Caparó


Socióloga, licenciada de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), estudiante de maestría en el Programa de Estudios Andinos en Historia de la PUCP,
becaria del programa KAAD.

A 50 años del inicio del gobierno de Velasco Alvarado no existe un balance consensuado sobre su Reforma Agraria, reconocida como
una de las más radicales en la región. Las disputas sobre esta suelen centrarse en análisis económicos, dejando de lado los resultados
“inmateriales” tales como el sentido de ciudadanía que fortaleció al campesinado. Así, más allá de su repercusión económica efectiva,
esta significó la ruptura de un sistema que obviaba al campesinado de la propiedad, de la educación y de la representación política.1

Sin embargo, esta apreciación debe ser evaluada con matices, considerando los diferentes efectos entre hombres y mujeres. En un
país en donde autoridades locales “apuestan a sus esposas”2 es necesario revaluar en qué medida el empoderamiento, la
representación política, la propiedad y conciencia ciudadana, tuvo igual impacto en hombres y mujeres. Si bien existen algunos
trabajos académicos que muestran la revalorización de la mujer durante el velasquismo a través de programas de planificación
familiar,3 es notable la ausencia de un balance que observe de manera principal la posición de las mujeres campesinas en la Reforma
Agraria y sus repercusiones hoy.

Impulsada por estas cuestiones entrevisté a Lourdes Huanca, lideresa de la Federación Nacional de Mujeres Campesinas, Artesanas, 
Indígenas, Nativas y Asalariadas del Perú (FENMUCARINAP). Lourdes me dio a conocer las dificultades de las mujeres campesinas
en la representación política, así como las repercusiones de la reforma agraria para estas.

“Ser dirigenta, no es todo color de rosa”


Lourdes Huanca Atencio nació en 1968, en Tacna. Fue educada por su padre hasta los 8 años, cuando decidió vivir con su madre en
Moquegua. Allá la vida se hizo difícil. Se casó joven y a la llegada de su primer hijo se involucró en la organización local del vaso de
leche. “Soy una peleona”, me dijo, luego de contarme las críticas con las que arremetía en contra de las reparticiones injustas de
alimentos. A los 25 años ganó su primer cargo político en el Frente de Defensa Moqueguano, en la Secretaría de la Mujer. Su primera
experiencia como dirigente política le dejó un aprendizaje importante: cuando eres mujer, hacer política es un problema en la casa.
Recuerda cómo su esposo la cuestionaba después de haber aceptado su cargo dirigencial: “¿Quién te ha dado autorización para que
tú puedas asumir un cargo?”. Lourdes rememora: “Ahí recuerdo a mi padre que me decía “tú eres un ser humano y tienes derecho a
tomar decisiones”.

Lourdes es una mujer que habla con fuerza pero también con picardía y pasión. Ella me confirma que su primera experiencia política
fue en un contexto urbano. De cómo empezó su lucha como mujer campesina. Me habla de Coscore, una comunidad campesina cuyo
territorio se veía vulnerado desde la instalación de la minera Cuajone a mitad de los setentas. “Me quedó algo en el pecho, en mi
alma, en mi vida, de seguir luchando por el territorio, porque siguen quitando tierras”, dice al recordar que su madre había sido
despojada de sus tierras por esta mina. Las consecuencias de enfrentarse a “estos monstruos” fueron determinantes para que Lourdes
continúe. La minera había conseguido el apoyo de algunos miembros de la comunidad para empezar una campaña en su contra,
recurriendo incluso a quemar un muñeco con su nombre. “Pero eso me ha servido para continuar”, dice Lourdes y recuerda a su
amiga Cristal, que le decía “sigue luchando”. “Aprendí que al ser dirigenta no todo es color de rosa”, afirma.

Lourdes viajó a Lima por primera vez para la Reunión de Frentes de Defensa convocada por Gustavo Mohme en el contexto de la
recuperación democrática. Dado que el Frente de Defensa Moqueguano carecía de recursos, el viaje a Lima parecía inviable, pero, “si
te vas a detener por la plata estas jodida”, recuerda Lourdes, que llegó a la capital en un tráiler desde Moquegua. “Mi primer viaje a
Lima como dirigenta fue tirando dedo, en mi carterita tenía 5 soles”. En Lima se quedó hospedada en el local de la Confederación
Campesina del Perú (CCP) y desde entonces se involucró con la organización llegando a ser dirigenta de la Comisión Nacional.

“En la CCP he estado cinco años. Siempre buscando aprender”. Esta organización, siente ella, le dio una base para su desarrollo
político. Conoció a asesores como Gustavo Mohme y Javier Diez Canseco quienes le enseñaron a analizar la coyuntura política, “pero
no era fácil, recibía mis clases de 12 a las 3 de la mañana, porque quería aprender”. Lourdes se obligó a aprender cómo funciona la
computadora “yo he malogrado dos computadoras en la CCP”, me cuenta como revelando una travesura, “pero una vez sabiendo el 
Internet es como quitarse la venda, porque tienes el poder en ese momento”.
Sin embargo, la militancia en la CCP fue difícil, tanto por las condiciones de vida que implicaba quedarse en Lima, como por la
constante batalla política para ser reconocida en esta organización. Para Lourdes la desigualdad política entre hombres y mujeres se
reduce a la legitimidad que tiene el hombre cuando habla, a diferencia de la mujer. “En la CCP me puse brava […] Yo quería
participar en las reuniones y no me dejaban”. En los cinco años que militó en la CCP la lucha era hacer políticamente visibles a las
mujeres, y ante la impotencia que esto implicaba Lourdes encontró importantes aliadas, “no lloraba delante de los varones […] Flora
Tristán [ONG feminista] era mi paño de lágrimas”.

En 2005 decidió dejar la CCP para emprender una organización de y para mujeres. “La CCP es una organización muy buena
políticamente […] pero no ve el tema de la mujer”. Lourdes fue muy clara cuando me comentó que su deseo no era divisionista. Para
ella era necesario un espacio para transmitir su experiencia política y empoderar a otras mujeres “para poder trabajar de igual a
igual”. Esta decisión implicó fracturas con sus compañeros de la CCP que las tildaban de divisionistas. Lourdes ya no podía vivir en el
local de la CCP “me botaron un día a las 11 de la noche” y fue acogida en un refugio de mujeres, pero dada la lejanía de este lugar
muchas veces se quedaba a dormir en las calles del centro de la ciudad. “Aquí si yo he resistido es porque he tenido calle […] en la
Plaza Bolognesi hay una callecita, ahí dormía cuando no tenía donde dormir, ahí hay carros malogrados, ahí dormía”.

Esto le dio más fuerza para emprender el proyecto de mujeres que quería, logrando agrupar a mujeres de diferentes partes del país
como Ana Díaz, Gladis Campos, Susan Portocarrero, Rosa Ojeda. Uno de los temas más difíciles era la imposibilidad de las mujeres
de quedarse en Lima. Una de las compañeras, Celia Mansilla, ofreció su casa para ellas. “Esta casa que estamos acá es la primera
casa comunal que ha tenido la FENMUCARINAP […] todas nos veníamos acá. A mí me habían botado de la CCP y dije, 'voy a tener
que tener una casa y nunca más una mujer va a ser botada de esta manera’”.

“La reforma agraria no solucionó la vida de las mujeres”


“Cuando ponen la Reforma Agraria yo tenía un año de vida, ¿te das cuenta la historia del Perú…? uff qué sería”, me dice Lourdes
cuando le pido su opinión sobre la Reforma Agraria. Continúa: “la reforma agraria fue importante para un despertar de los
campesinos, para que estemos unidos, para que no seamos esclavizados […] [sin embargo] la mujer no era el sujeto principal [de la
reforma agraria] eran los machos, eran los varones”.

En efecto, la Ley de Reforma Agraria adjudicó la tierra a los hombres. Durante el belaundismo la Reforma Agraria estipuló como
requisito el trabajo directo de la tierra, imposibilitando a las mujeres la posesión de ésta al no ser consideradas como trabajadoras
directas. De manera que la posesión de las mujeres dependía de su esposo, y a su muerte o abandono, estas también eran expulsadas
de las tierras. Durante el velasquismo, esta situación no mejoró mucho. Si bien se permitió a las viudas conservar las tierras (Decreto 
Supremo 212-69-AP), la mujer no recibiría tierras en otras condiciones. En efecto, de acuerdo a la ley N° 17716, la adjudicación de
tierra estaba dirigida al “jefe del hogar” –no jefa– que de manera casi automática correspondía al varón. Problemas similares
ocurrían con las comunidades nativas regidas bajo la Ley de Comunidades Nativas decretada en 1974.4

Este modelo legal repercutió en otros beneficios de la reforma. Lourdes cuenta que las mujeres no podían acceder a un préstamo del
Banco Agrario por no ser consideradas trabajadoras “¿tú cómo vas a pagar? ¿Con que vas a pagar?”, recuerda haber escuchado.
Lourdes cuenta el caso de su hermana Teresa, cuya familia había sido beneficiada por la reforma en el distrito de La Yarada; si bien
ella logró sacar un préstamo, era su esposo el que decidía qué hacer con el dinero.

“Hasta ahora hay lugares que el esposo tiene el terreno y si se murió viene el hijo mayor, y si tú eres la que te has casado con el
campesino que se murió, bueno eres migrante, regrésate a tu tierra”, dice Lourdes, enfatizando la desposesión de las mujeres
campesinas aún después de la Reforma Agraria. En las comunidades campesinas el no reconocimiento de las mujeres como
propietarias restringe su representatividad política en las asambleas comunales, es decir, de ser empadronadas como “comuneras
calificadas”. Esto repercute en las posibilidades de las mujeres para asumir cargos. “¿Y si le dan el cargo?: secretaria, tesorera
¿porque no hay un secretario y hay una presidenta?”, cuestiona Lourdes, y menciona que actualmente se está peleando por el
cambio general de los estatutos de las comunidades campesinas para favorecer la representación política de las mujeres.

El escaso poder de las mujeres campesinas en sus asambleas resulta curioso, considerando la participación de estas en la lucha por la
tierra. En efecto, Lourdes afirma que la mujer siempre ha estado activa en la defensa de la tierra: “defienden [la tierra] con la vida
porque las abuelas les han dicho tienes que defender la tierra, tienes que defender el agua”. Para Lourdes el problema es que las
mujeres no se encuentran empoderadas en sus relaciones domésticas e íntimas, “dicen que han nacido para tener hijos”. Por eso
desde FENMUCARINAP plantean entender el cuidado y decisión del cuerpo como el de la tierra. Cuidar el territorio de tu cuerpo y
tener autonomía en ese territorio.

Para Lourdes la desigualdad en la posesión de la tierra y la participación política de la mujer es parte de una estructura en donde la
mujer es la segunda. Resulta claro que la Reforma Agraria no concibió a la mujer como el sujeto central de su revolución, las
concibieron como cónyuges. Por eso afirma “no queremos que nos miren como la segunda […] somos el sujeto principal […] que
también las mujeres queremos nuestros territorios, nuestras tierras” y termina mencionando “ya vamos a llegar al bicentenario y
seguimos con mujeres sin tierras, o sea yo, Lourdes Huanca, tengo que tener mi tierra, mi título como persona”.

Es claro, como dice Lourdes, que la reforma agraria transformó la vida de las mujeres, quienes tenían una posición de subordinación
–incluso peor que la de los hombres– al ser cercanas a espacios domésticos del mundo de las haciendas. Sin embargo, el sentido de
ciudadanía y empoderamiento para las mujeres campesinas tiene aún un largo camino. Lourdes es enfática mencionando que esta 
lucha debe realizarse de manera organizada. Por esta razón se creó FENMUCARINAP. “Tenemos que enseñar a dirigentes a luchar y
eso cuesta. […] Hemos visto compañeras que antes no podían hablar y ahora gritan, no importa con los motes encima”. La
consolidación de una plataforma de mujeres campesinas “ha costado sueño, hambre y sed” y dice orgullosa “¡hemos aguantado tanta
historia, carajo!”.

1. Zapata , A. (6 de Octubre de 2016). ¿Velasco jodió al Perú? (F. Durand, Entrevistador) Otra Mirada

2. Bueno, K. (7 de Noviembre de 2018). "Yo le voy a dar a mi mujer". NoticiasSer.pe

3. Barboza, M. (2013). La Liberación de la mujer en el Perú de los 70’s : una perspectiva de género y Estado. Lima.

4. Merino, B. (1997). “La mujer peruana en la legislación del siglo XX”. Lima: Congreso de la República


Afiche de la serie Reforma Agraria, 1968 -1973. Jesús Ruiz Durand. Colección MALBA. malba.org.ar

¿Es necesaria una nueva reforma agraria? 


FERNANDO EGUREN
Sociólogo. Fundador y presidente del Centro Peruano de Estudios Sociales – CEPES y Director de la Revista Agraria

Las reformas agrarias de los años sesenta y siguientes en América Latina fueron ejecutadas por razones tanto sociopolíticas –evitar
una revolución a la cubana– como económicas –facilitar el desarrollo económico, sobre todo industrial–. En el Perú, además, fueron
impulsadas por vigorosos movimientos campesinos desplegados entre las décadas de 1950 y 1960. Ya desde el segundo gobierno de
Manuel Prado (1956-1962) se anunciaba la necesidad de una reforma agraria en el país. Tanto el gobierno militar de 1962-1963 como
el gobierno de Fernando Belaúnde (1963-1968) aprobaron leyes de reforma agraria, aunque de alcance limitado.

Finalmente, el gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) ejecutó una reforma agraria radical. Sus impactos sobre la
sociedad peruana fueron enormes. Los hacendados –modernos y tradicionales– fueron barridos del campo. Alrededor de diez
millones de hectáreas de tierras agrícolas fueron redistribuidas, la mayor parte en forma asociativa (cooperativas agrarias de
producción y variantes), que en su mayoría se disolvieron en la década de 1980. Se aceleró la liquidación de las relaciones
semiserviles que caracterizaban las relaciones hacendado-trabajador en muchas partes del país y se amplió notablemente la
población que accedió a la condición ciudadana. Pero la producción se vio afectada, dada la complejidad, radicalidad y amplitud de la
reforma. Esto último ha sido el centro de las críticas de quienes se opusieron a la reforma, ignorando la trascendencia de las
transformaciones sociopolíticas. En suma, se democratizó y modernizó la sociedad rural, pero no ocurrió lo mismo con la economía
rural.

A mediados de los años noventa se da un impulso modernizador de la economía rural de una parte de la costa del país. Este impulso
fue el resultado de la confluencia de a) una economía global en expansión, b) la apertura de la economía peruana al mercado
internacional y la multiplicación de tratados de libre comercio, c) la sostenida voluntad política del Estado por promover la gran
inversión privada, d) los radicales cambios en la legislación agraria liberalizando el mercado de tierras, y e) el subsidio de miles de
millones de dólares de recursos fiscales a las corporaciones agroexportadoras que adquirieron inmensas extensiones de nuevas tierras
irrigadas gracias a inversiones públicas.

La visibilidad de los “indicadores de éxito” de esta modernización, como el incesante crecimiento del valor de las exportaciones, la 
transformación del paisaje agrario en algunos valles costeños, la introducción de tecnologías sofisticadas y un discurso que los exalta
permanentemente, ha terminado por convencer a buena parte de la opinión pública (los empresarios y los tomadores de decisión no
requieren ser convencidos) que ese es el camino que debe orientar el desarrollo de toda nuestra agricultura.

Pero esta modernización no solo deja fuera al 99% de los agricultores del país, que son pequeños y suman más de 2.2 millones de
familias. Su propia sostenibilidad está siendo cada vez más cuestionada internacionalmente pues va a contracorriente de dar
respuesta adecuada a los grandes desafíos de la humanidad: la inseguridad alimentaria, el cambio climático, el uso intensivo de
energía fósil, las externalidades ambientales negativas, la reducción de la biodiversidad, la extrema inequidad en la distribución de
activos (sobre todo de la tierra y el agua), la gran concentración de poder territorial ahí donde se instalan, el desplazamiento de la
agricultura familiar.

Hace cinco décadas el reclamo por una reforma agraria enfatizó en la redistribución de las tierras por ser un asunto de justicia.
Actualmente, una reforma agraria tendría que enfrentar y corregir no sólo la nueva concentración de las tierras agrícolas y del agua,
sobre todo en la costa, sino la necesidad de una reorientación del desarrollo hacia una agricultura social, económica y
ambientalmente sostenible.

Lamentablemente, una reforma agraria es un imposible en el corto y mediano plazo por la debilidad de las organizaciones del campo,
su falta de representación en la esfera política, la hegemonía de la ideología liberal, la indiferencia de la opinión pública urbana, la
ausencia de debate público y el sometimiento del Estado a los intereses corporativos.



Fernando Bryce. Atlas Perú (detalle)

Entre promesas e instituciones

El lado humanista del velasquismo


NARDA HENRÍQUEZ
Profesora principal de la Pontificia Universidad Católica del Perú

El proceso velasquista es un punto de quiebre en la construcción nacional y en la conformación del Estado. Gobierno de facto que
escapa al “signo” característico de las dictaduras militares y terrorismo de Estado de la época. Pone en marcha reformas estructurales,
pero también desde nuestro punto de vista, cambios institucionales y subjetivos, algunos de los cuales revierten y otros persisten y se
resignifican.

Los códigos de género presentes en la cultura política e institucional no formaban entonces parte ni del discurso ni de la academia.
Hubieron propuestas de cambio concretas, como la reforma agraria, pero orientaciones difusas y tensiones en torno a las libertades
individuales. Respecto de la situación de las mujeres, algunos lineamientos generales pero escasas medidas gubernamentales.
Podríamos apreciar entonces un Estado reformista duro con un lado humanista blando -sobre todo en torno a la reforma educativa-
que se nutre o es interpelado desde las mujeres organizadas, sobre todo las de clases medias urbanas, que se atrevían a tener una voz
pública.

La reforma agraria afecta el poder terrateniente, espina dorsal de la dominación nacional, e incide de modo directo en los brutales y
ominosos lazos de dominio sobre las personas tratadas como siervos así como en las bases materiales del poder oligarca y gamonal.
La reforma subvierte las representaciones que los campesinos tenían de sí mismos, no sólo en los lemas de la época, sino en la
memoria que preservan. Eso no ha desplazado la figura del patrón, bueno o perverso, ni el que la mujeres sigan siendo “más indias” o
sean las “cuidadoras” en el campo y en la ciudad.

En este proceso, la cuestión indígena fue subsumida en el problema de la tierra y se reelabora como símbolo en la figura de Túpac
Amaru. Las mujeres no fueron incluidas como beneficiarias a pesar de que participaron del trabajo familiar y de las relaciones de
servidumbre, incluso doméstica, en las haciendas. En el campo había altas tasas de analfabetismo entre mujeres, también altas tasas
de mortalidad materna e infantil, que constituían áreas del quehacer de las políticas públicas indiferenciadas por género. Esta
indiferenciación se produce tanto en el campo como en la ciudad, en las esferas partidarias como en las políticas públicas.

A lo largo de los setenta las mujeres más activas se involucraron en el trabajo gremial y en iniciativas organizativas en diversos
escenarios. Estas experiencias como la ampliación de la educación y la profesionalización de las mujeres favorecen la generación de
capacidades críticas desde donde se conforman agendas y demandas organizadas. El proceso velasquista coincide con los esfuerzos
pioneros de diversos sectores de mujeres que reflexionan sobre su propia situación; desde entonces serán activas interlocutoras de las
políticas públicas.

La ampliación de la educación, en marcha desde mediados de siglo veinte, llegó sobre todo a las mujeres de las ciudades incluyendo
un lento y sostenido proceso de incorporación al mercado de trabajo y a las universidades. Esto ocurría en medio de pautas y marcos
tradicionales, como la educación segregada para varones y mujeres, estereotipos de las ocupaciones femeninas, manteniendo los
temas de sexualidad y reproducción como un tabú, y marcos jurídicos que consagraban la dependencia económica y subordinación de
las mujeres. Las aspiraciones de progreso que la educación significa eran una promesa más que una realidad.

La reforma educativa del velasquismo insufló en el sistema educativo orientaciones modernizadoras e innovadoras para la época, que
abordan parcialmente algunos de los problemas arriba enunciados, y que se vinculaban a las ideas humanistas de su principal artífice,
el filósofo Augusto Salazar Bondy, quien atiende la sensibilidad de su entorno respecto de la situación de marginación de las mujeres
e incorpora los aportes de colectivos en que participaron Helen Orvig, Violeta Sara Lafosse, entre otras. La reforma educativa
estableció la coeducación, la educación bilingüe, oficializa el quechua, promueve la educación técnica. En 1972 se crea en el Ministerio
de Educación el Comité Técnico de revaloración de la Mujer (COTREM) que incide en diversos niveles del sistema educativo y en
textos escolares con criterios y contenidos referidos a la familia, la situación de la mujer y aspectos generales sobre la sexualidad. A
nivel administrativo, este proceso permea otros sectores y cuenta con la participación de algunas representantes de organizaciones de
mujeres.

Los lineamientos plasmados en la política educativa coexistieron con la “doble moral”, el disciplinamiento de las mujeres desde las
familias, y marcos jurídicos tradicionales, así como con la desvalorización de las lenguas nativas. A pesar de estos límites, la reforma
educativa abrió brecha en dinámicas institucionales que han perdurado, como la coeducación, suscitó entre funcionarios públicos y
maestros sensibilidades y responsabilidades respecto del abordaje sobre la situación de las mujeres y coadyuvó con otras iniciativas 
nacionales e internacionales, y, de la sociedad civil sobre el valor de la persona.
La creación de la Comisión Nacional de la Mujer Peruana (CONAMUP) en 1975 fue recibida con desconfianza; no obstante suscitó
gran expectativa y motivó un masivo registro de organizaciones de mujeres, nuevas y tradicionales, mostrando la efervescencia por
espacios colectivos y voz propia, así como la irrupción de nuevas generaciones de dirigentas de base y de sectores laborales; a pesar de
ello, la participación en las élites políticas era restringida. Los temas de agenda se centraron en educación, trabajo y en la
“incorporación de la mujer al desarrollo”; habrá todavía un largo trecho por recorrer hasta que surjan en la agenda enunciados sobre
derechos sexuales y reproductivos, la autonomía sobre el cuerpo y la sexualidad, la diversidad sexual, la perspectiva de género.

El proyecto velasquista encaró la necesidad histórica del conflicto redistributivo de la época en torno a la tierra y las aspiraciones de
progreso en torno a la educación, aunque no logró avanzar hacia la salud y la vivienda. Innovó en términos de una sociedad
autogestionaria y participativa, lo que en gran parte se revirtió, pero que a la vez lo condujo a incluir a las mujeres en algunas de sus
políticas. Para las nuevas generaciones, el legado velasquista es de los pocos – en la historia peruana - intentos de construcción de un
Estado social moderno, que buscó superar las taras del pasado y poner en marcha una economía planificada para una colectividad
solidaria. Para las organizaciones de mujeres fue un interlocutor dialogante que no rompe con la moral social de la época pero que
introduce en la función pública el discurso de la dignidad de las personas.


Archivo amigosdevilla.it 
Velasco y los trabajadores

ENRIQUE FERNÁNDEZ-MALDONADO
Sociólogo. Editor de TrabajoDigno.pe

Como muchos, crecí escuchando que el velasquismo fue la génesis de todos nuestros males. Que nos dejó un Estado elefantiásico,
intervencionista y burocrático. Que la Reforma Agraria fue un fracaso. Que las empresas públicas y de propiedad social fueron focos
de ineficacia y corrupción. Y así, como una letanía, asistí por años a una retahíla interminable de problemas y “errores” atribuidos al
corto gobierno de Velasco (1968–1975) que resulta ocioso enumerar en este artículo.

Más allá de esta visión simplista, parcial e intencionada del proceso militar, lo cierto es que durante el velasquismo se dieron
transformaciones fundamentales para ayudar a comprender el Perú actual. Una de ellas residió en la reforma laboral que impulsó
entre 1970 y 1975, expresada en la aprobación de una legislación garantista de los derechos de los trabajadores. Esta decisión
descolocó a la oligarquía y a la naciente burguesía local, que de pronto, como nunca antes, tuvieron que enfrentar a un proletariado
organizado y empoderado legalmente en crecimiento.

Velasco impulsó una revisión integral de la legislación laboral que cambió la orientación de un Estado que hasta entonces había
abdicado de su rol tutelar (Neves, 2016). En términos generales, durante su gobierno se impuso un modelo de intervención en el
mercado de trabajo y en las relaciones laborales. En lo individual, estableció mecanismos de protección al trabajador en la
contratación y despido. En lo colectivo, promovió el reconocimiento de sindicatos y también la negociación colectiva, ubicando al
Estado como árbitro de las convenciones colectivas (Verdera, 2000). Parte de estos principios fundamentales quedaron consagrados
en la Constitución de 1979.

De todos los derechos constituidos, el que mayor relevancia tuvo fue la estabilidad laboral. La ley N° 18471 de 1970 estableció que el
trabajador pasaba a gozar de estabilidad en el empleo a partir de su tercer mes de labores, es decir, era incorporado a un régimen de

contratación indeterminada que lo protegía del despido arbitrario (Mujica, 1987). Esta norma tendría una vigencia parcial hasta el
primer aprismo (1987), para desaparecer totalmente con la reforma neoliberal fujimorista (1991–1996). Cinco décadas después, hay
quienes siguen acusando al “proteccionismo laboral” de Velasco de ser la causa de la alta informalidad y subempleo de nuestros días.

Una segunda reforma fundamental, pero de menor duración, fue la creación de la Comunidad Industrial. Este sistema incorporaba la
participación de los trabajadores en la gestión y propiedad de las empresas. El modelo no llegó a cuajar, y el rápido final de la
“primera fase” del gobierno militar impidió que la masa laboral tuviera tiempo para asumir el reto de la administración empresarial.

El impacto de las reformas velasquistas sigue siendo hoy objeto de debates y polémica. Para la derecha el proteccionismo y rigidez de
su propuesta laboral estarían a la base del subempleo, informalidad y precariedad laboral. No consideran en su análisis los efectos de
la crisis e hiperinflación de fines de los ochenta, ni el impacto del shock económico y de la flexibilización laboral de inicios de los
noventa, en la calidad del empleo y sus indicadores paupérrimos.

Obvian deliberadamente que fue por esos años que la tasa de sindicalización y el número de sindicatos creció como nunca. Que los
cambios introducidos fomentaron la participación de los trabajadores en la distribución del ingreso y el crecimiento del empleo
asalariado estable. Que los salarios y remuneraciones alcanzaron su pico máximo (1974). Y que la participación de los ingresos
laborales como porcentaje del PBI logró su mayor proporción (Alarco, 2018).

Nada de eso importa. Velasco seguirá siendo el cuco que, al reconocer al trabajador como sujeto de derechos, le dio poder para pelear
por mejores condiciones de vida. Una herejía para el Perú oligárquico y, ahora, neoliberal.



Collage de Ivo Urrunaga @ivoteou

Velasco: ¿Política industrial o revolución industrial?

IGNACIO BASOMBRÍO ZENDER


Abogado, Estudio Flores-Aráoz

La política industrial durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado completó un ciclo que se había iniciado en 1940 y perfeccionado
en 1959, con la denominada Ley de Promoción Industrial. El propósito de las decisiones adoptadas en tales momentos de la historia
económica del Perú fue el de impulsar la transformación industrial manufacturera para superar la condición de economía primaria
que caracterizaba al Perú.

En 1970 se produce una profundización de la política industrial del país. Se incorporan diversos elementos orientados a superar la
estructura tradicional. El primer elemento considerado en esa nueva política fue el establecer prioridades, a partir del desarrollo de la
industria básica reservada para el Estado o, en determinados casos, en asociación con el sector privado.

Se establecieron cuatro prioridades dentro de las cuales se incorporaron las diferentes ramas de la actividad manufacturera. El
modelo desarrollado establecía estímulos diferenciados para permitir, mediante la reinversión de las utilidades, la capitalización
nacional y de las propias empresas. A menor prioridad menos incentivos. Pero en todos los casos existían porcentajes importantes de
las utilidades que podrían ser capitalizadas libres de impuestos en función de programas de ampliación y diversificación de la
actividad productiva.

Un segundo elemento de la política industrial estuvo referido a la reserva del mercado interno para la producción manufacturera 
nacional, dentro del marco de la política de sustitución de importaciones aplicada entonces por la casi totalidad de los países de
América Latina. Tal política, además, constituyó el factor que explicó en el siglo XIX el crecimiento de la industria en los países
centrales.

El desarrollo de la industria se complementó, en el caso peruano, con un novedoso instrumento: la promoción de la investigación y el
desarrollo de la tecnología. En un aporte importante en esta materia se estableció el derecho de las empresas para utilizar un
porcentaje de su renta neta para ejecutar programas de investigación y desarrollo tecnológico. Debe recordarse que, en la década de
los años 70, se otorgó importancia a tal política y, por tanto, buena parte de los países de la región impulsaron las tecnologías propias
y adecuadas a la realidad nacional. La política industrial peruana estableció un mecanismo financiero y con contenido en cuanto al
impacto de los proyectos para lograr tal objetivo. En ese marco, la política industrial incorporó nuevos elementos en materia de
protección del desarrollo de la propiedad industrial, armonizando el modelo peruano con los criterios adoptados en el Grupo Andino.

La integración subregional dentro de los alcances del Acuerdo de Cartagena constituyó un referente y un telón de fondo para las
acciones de desarrollo. De tal manera, el Perú participó activamente en los Programas Sectoriales de Desarrollo Industrial, cuyo
propósito era permitir, en un espacio económico mayor que el nacional, la captación de inversiones y de tecnologías para impulsar
áreas importantes y priorizadas de la actividad manufacturera.

Por otro lado, fue en el marco de la política andina, concordante con las decisiones del gobierno peruano, que se establecieron
términos y condiciones para la participación de la inversión extranjera, regulando las transferencias de utilidades y el porcentaje de
capital foráneo en las empresas, así como en lo relativo a la transferencia de tecnología y de su costo.

La política industrial protegió el mercado interno; se establecieron además las bases del desarrollo del mercado internacional para los
productos manufacturados y con valor agregado, mediante el régimen de promoción de exportaciones.

Finalmente, la política industrial tuvo un componente de reforma de la empresa. Se creó la Comunidad Industrial que tenía como
derecho participar progresivamente y con un límite en el capital de la empresa y en su dirección, mediante un sistema de cogestión
acotado al área de la dirección superior de las empresas, es decir en el Directorio.



Peisa. Detalle de tapa de "Velasco: la voz de la revolución: discursos del Presidente de la República, General de Division, Juan Velasco Alvarado, 1968-1970"

Apunte sobre la reforma educativa

TERESA TOVAR SAMANEZ


Magíster en Sociología por la PUCP y Máster en Democracia y educación en valores por la Universidad de Barcelona. Docente de la Maestría de gerencia social de la
PUCP.

El gobierno de Velasco Alvarado significó el fin del orden oligárquico, de los latifundios y la servidumbre de los indígenas. La frase “el
patrón no comerá más de tu pobreza”, eslogan de la Reforma Agraria, se perennizó. Pero pocos recuerdan la trascendencia de la
reforma educativa, la más importante de nuestra historia republicana.

Una Comisión integrada por reconocidos intelectuales (Emilio Barrantes, Wálter Peñaloza y Augusto Salazar Bondy) elaboró sus
fundamentos, que se plasmaron en el famoso “Libro Azul” (oficialmente “La educación del hombre nuevo. La Reforma educativa
peruana”) y en una Ley de Educación. El objetivo era construir “un hombre nuevo para una sociedad nueva”. La reforma educativa
era parte de la transformación del país e involucró un cambio total de la educación, desde sus enfoques hasta sus diversos
componentes, estructuras y procesos.

El signo más importante de estos cambios fue la igualdad. Pudimos verlo en aspectos muy concretos como el uniforme único, que los
colegios privados tuvieron que aceptar a regañadientes. Ya no era posible distinguir en la calle a un estudiante de una Gran Unidad
escolar de uno de un colegio privado como el Humboldt. El gobierno declaró el quechua como idioma oficial e instituyó la educación
bilingüe como parte de la reivindicación de la dignidad de la población indígena, que también se afirmó mediante el programa de
alfabetización ALFIN. En el plano cultural el huayno y la música afroperuana, que antes eran motivo de vergüenza, ingresaron a las
fiestas y a las escuelas, y allí se quedaron.

La filosofía de igualdad fue de la mano con la promoción de la “conciencia crítica”. La educación debía tener un signo de
“desalienación”, que desde un enfoque humanista hiciera posible la recuperación de la dignidad de todos los seres humanos y
provocara “una alteración substancial de la cultura de dominación” (Libro Azul). En las escuelas se leía por ejemplo el cuento Paco
Yunque de César Vallejo. Este muestra la humillación y vejámenes que Humberto Grieve, hijo del gerente inglés de los ferrocarriles
de la Peruvian Corporation, ocasiona a Paco, hijo de la empleada doméstica de su casa.

Se flexibilizó la estructura del sistema educativo desde una concepción de “educación permanente” y “educación para el trabajo”,
priorizando el contacto entre educación, contexto y comunidad e incluyendo nuevas formas de educación: la educación de adultos, los
programas educativos para áreas rurales, la educación comunitaria, la teleducación y las Escuelas Superiores de Educación
Profesional (formación pre-universitaria vinculada a una proyección laboral).

La reforma se implementó mediante una estrategia de descentralización afincada en los Núcleos Educativos Comunales que buscaban
vincular la escuela con la vida de la población, recuperando la tradición de cooperación campesina y rompiendo con el esquema de la
escuela ajena, cerrada y remota.

La contrarreforma de Morales Bermúdez y del segundo gobierno de Belaúnde terminó con los signos “radicales” de Velasco. El cuento
Paco Yunque fue retirado de los materiales educativos, se anuló la obligación de usar el uniforme único y se retornó a la vieja
estructura: inicial-primaria-secundaria-superior.

Algunos cambios trascendieron. Destaca la educación bilingüe y la reivindicación de la diversidad cultural, que hoy se fusiona en la
educación bilingüe intercultural como política nacional. Asimismo la flexibilidad del sistema educativo fue rescatada por La Ley de
Educación de 2003. Pero hay mucho más que reivindicar, pues varios de sus aportes y potencial se han debilitado o desdibujado,
como el vínculo escuela-comunidad, el sentido crítico y emancipatorio de la educación y la fuerza de la educación permanente en
todos los espacios de la vida.

También es preciso superar sus errores y límites, donde el más importante, a mi modo de ver, fue el desencuentro entre la reforma y
el movimiento magisterial.

La reforma educativa actual tiene mucho que aprender del Libro Azul.


Salvador Allende y Juan Velasco. Captura de "Salvador Allende: A 40 años del golpe de estado", en el canal de Youtube "Huellas Digitales"

Velasquismo y política exterior

ALBERTO ADRIANZÉN M.
Sociólogo de la PUCP. Egresado de la Maestría en Ciencias Políticas de El Colegio de México. Miembro de desco y Director de la revista Quehacer.


Antes de explicar en qué consistió la diplomacia en el velasquismo es necesario definir qué entendemos por política exterior y por
política internacional.

Como señala el desaparecido Embajador Carlos García-Bedoya en su libro “Política Exterior Peruana. Teoría y Práctica”, la política
exterior expresa los propósitos de un Estado en el ámbito externo. “Es decir, señala sus objetivos y los procedimientos mediante los
cuáles cree que puede alcanzarlos” (p.60). De otro lado, la política internacional, “vendría a ser el resultado de esa convergencia de
intereses distintos provenientes de centros autónomos de decisión y que compiten entre sí…” (p.60).

En ese sentido, toda política exterior es una “política interna” no solo porque la diseña y la concreta el Estado (y la sociedad) sino
también porque es parte de un proyecto que está definido, entre otros factores, por la geografía, la historia y por los que gobiernan.
De ahí que se pueda decir que la política exterior fue la “cara externa” del velasquismo y una pieza estratégica de un proyecto nacional
que buscó desarrollar y transformar el país, y que partía de la idea que “la lucha por la independencia del Perú no ha terminado”
(p.83). La política exterior de esos años fue moderna y progresista porque rompió con una vieja política exterior que daba prioridad a
las relaciones bilaterales (o fronterizas) con nuestros vecinos, mantenía relaciones especiales con Estados Unidos, y estaba al servicio
de la élite y del poder económico.

Podemos decir que la política exterior velasquista estaba orientada a “coadyuvar” el “establecimiento de esa independencia
definitiva”, es decir, alcanzar la “plenitud de la independencia” (p.83). Por lo tanto, había que dejar de ser un país dependiente, sin
identidad ni personalidad internacionales. Para ello era necesario una nueva política exterior. Dicho en palabras del Embajador
García-Bedoya: “Esa es la esencia de la política latinoamericana del Perú, de la política andina del Perú respecto al SELA [Sistema
Económico Latinoamericano] y al CECLA [Comisión Especial de Coordinación Latinoamericana]. Esta es básicamente la esencia de la
política exterior con respecto a lo que hemos llamado el nacionalismo latinoamericano; esto es buscar la propia identidad del Perú y
América Latina en el contexto de la política mundial. De un lado, tomar distancias frente a los Estados Unidos, cosa que es inevitable
para países como los nuestros, y, por otro, reforzar nuestra propia capacidad de negociación económica, de presencia internacional y
de identidad internacional. De manera que la acción unitaria de la política latinoamericana no tiene relación directa con problemas
de carácter bilateral…” (p. 132). Por eso no es nada extraño que diga que el máximo nivel de integración es el “político” y que el
mismo se fundamenta en la “participación del pueblo”.


El General Velasco con Salvador Allende, presidente chileno que saluda al alcalde de Lima Chachi Dibós, observa la escena el General Leonidas Rodríguez
Figueroa. Atrás el embajador Carlos García Bedoya. La Prensa. Lima, 3 de setiembre de 1971. Colección de Herman Schwarz

En este contexto podemos entender mejor porqué el distanciamiento con Estados Unidos. (o antimperialismo) en esos años; el
impulso a los procesos de integración subregional (andino) y regional; la apertura de relaciones con la Unión Soviética, la China
Popular, Cuba y con el llamado bloque socialista; así como la política multilateral, la presencia activa del Perú en el Movimiento de los
No Alineados, en el diálogo Norte-Sur, en el movimiento tercermundista. Todas estas políticas tenían como objetivos “la preservación
de la propia identidad nacional”, mejorar nuestra capacidad de negociación y alcanzar “la plenitud de la independencia”, en un

sistema internacional interdependiente al que era necesario democratizar. El último ejemplo de esta política exterior progresista fue
lograr, gracias a la intervención de los países andinos, que Nicaragua, en plena guerra civil en 1979, fuese declarado “país
beligerante”, lo que fue decisivo para el derrocamiento de la vieja dictadura somocista.

De más está decir que esta política exterior fue expresión de un grupo de militares encabezado por el general Juan Velasco, donde
destacó el general Edgardo Mercado Jarrín, que llevaron a cabo un “proceso revolucionario”, como ellos mismos lo calificaron; y de
un grupo de diplomáticos de carrera, nacionalistas, modernos, democráticos y al mismo tiempo progresistas, cuya figura principal fue
el Embajador Carlos García-Bedoya, quien ejerció como Canciller y fue el diplomático más importante del último tramo del siglo
pasado, fundador de una nueva política exterior. Murió en octubre de 1980 a la edad de 55 años.

Hoy nuestra política exterior ha tomado otro camino. Como en el pasado desarrolla un activo bilateralismo, sin integración
subregional y regional con nuestros vecinos; una mayor dependencia política con los Estados Unidos y una integración puramente
económica a un proceso globalizador vez más desigual.


Archivo Quehacer. desco


Velasco y la aparición del “tema mujer”
VIOLETA BARRIENTOS SILVA

El gobierno revolucionario del general Juan Velasco Alvarado coincidió en el tiempo con las demandas levantadas de la segunda ola
del feminismo desde 1968. Las reformas velasquistas no necesariamente contenían lo que luego vendría a llamarse “enfoque de
género”; hubo necesidad de que un grupo de mujeres llamara la atención al respecto. Estas demandas fueron recibidas en la medida
que el gobierno se orientaba por una doctrina humanista, de “liberación”, con el objetivo de crear el binomio nacionalista “Pueblo-
Fuerza Armada”.

En esa interacción se formaron grupos sin reconocerse como “feministas”, como el “Grupo Promoción de la Mujer”, de Helen Orvig,
Violeta y Elena Sara Lafosse en 1971, “Acción para la Liberación de la Mujer Peruana” de Cristina Portocarrero y Ana María Portugal
en 1972, Promoción Cultural “Creatividad y Cambio” de Rosa Dominga Trapasso y Timotea Galvín, y el Grupo de trabajo "Flora
Tristán“ con Lía Morales y Carmela Mayorga en 1973. Sus integrantes fueron activas en la formulación de políticas públicas relativas
a la igualdad de la mujer en el ámbito familiar, educativo, político y económico. Se trataba de una “revalorar” a la mujer que al igual
que la población campesina era un grupo que sufría opresión. Esta idea quedó expresada en el artículo 11 de la Ley General de
Educación de 1972, redactado por Helen Orvig, esposa de Augusto Salazar Bondy, ideólogo de la “filosofía de la liberación” y principal
asesor de la reforma educativa: “La Educación será reorientada hacia la revalorización de la mujer, ofreciéndole las mismas
oportunidades para su desarrollo personal, libre y pleno”.

Por primera vez, un instrumento de política pública como el Plan Inca publicado en 1974 describió la situación de las mujeres. En su
acápite 23 se reconocía que la mujer no ejercía sus derechos, ni tenía acceso a puestos directivos; que en el matrimonio el hombre
disponía de sus bienes sin su consentimiento, y que en los estratos más bajos se presentaba mayor violencia contra la mujer. Había
que lograr como objetivo la igualdad con el hombre en derechos y obligaciones.

1975 fue declarado Año Internacional de la Mujer por Naciones Unidas, y Año de la Mujer Peruana, por el gobierno revolucionario. Se
creó la Comisión Nacional de la Mujer Peruana encabezada por Consuelo Gonzales Posada, esposa del general Velasco, para
coordinar a las organizaciones “femeninas”; organizaciones campesinas, trabajadoras y barriales. Se instauraron las “Tribunas de
Opinión” en Lima, asambleas donde las organizaciones de base barrial planteaban sus demandas y críticas. Se incorporó a las mujeres 
en el servicio militar y se llevó a cabo un análisis de la situación de la empleada doméstica, que prolongaba en la práctica situaciones
de servidumbre colonial.

Se trataba sin duda de una “revolución desde arriba” llevada a cabo en conjunto por militares nacionalistas y cuadros provenientes
del catolicismo progresista bajo las ideas del Concilio Vaticano II, lo que hizo que se guardara distancia con los planteamientos de los
feminismos norteamericanos o europeos que también reivindicaban una autonomía sexual y reproductiva. De allí que muchas
asesoras del régimen no se autodenominaran “feministas”.

Luego de la dictadura, la agenda de liberación de las mujeres reclamando un lugar específico condujo a la formación por separado de
grupos feministas apoyados por la cooperación internacional, sin que se lleve a cabo la integración de las ideas feministas en las
organizaciones de derechos humanos o centros de estudio de la realidad social peruana mucho más influenciadas por sectores
progresistas de la iglesia. Las mujeres de sectores más populares debieron organizarse en torno a las crecientes necesidades de la
crisis económica y la violencia de los años ochenta.


Archivo Quehacer

Los militares y el vacío político de la revolución

EDUARDO TOCHE M.
Historiador. Vicepresidente del Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo – desco.

La fantasía de la derecha peruana es Juan Velasco, condensador de todos los males contemporáneos del país. También de una parte
importante de la izquierda peruana, para quien la persona encarna per se el sentimiento antioligárquico. En ambos casos, se pone de
lado la fórmula usada por los protagonistas del golpe de octubre de 1968 para autoidentificarse: gobierno revolucionario de la Fuerza
Armada. La decisión política tomada en 1968 fue un resultado de la experiencia institucional de los militares peruanos, que fue
acumulándose durante el siglo XX.

Primero, las guerras mundiales cambiaron radicalmente el concepto de las mismas. Exigían una inmensa movilización de recursos –
sobre todo, industriales- que países empobrecidos como el Perú no podía llevar a cabo. Para ello era indispensable la existencia de
una entidad articuladora, lo que requería una reorganización del Estado bajo la perspectiva de la seguridad. De esta manera, afirmaba
el general José del Carmen Marín, el Estado debía responsabilizarse de diseñar y llevar a cabo políticas destinadas a la libertad
económica, al progreso y el bienestar material del país, todos ellos factores íntimamente ligados a la defensa nacional.

Segundo, en esa línea el Estado debía ser entendido como “la sociedad organizada”, teniendo como finalidad suprema el bienestar de
sus miembros mediante el progreso y el crecimiento económico conseguidos con medios propios. En esta comprensión no quedó
espacio para la política y sólo se reconoció como propósito común el expresado por el interés del Estado, el cual reemplazaría los
procedimientos representativos con la planificación construida alrededor de una doctrina desarrollista que debería implementarse
“en nombre de la Nación”.

Tercero, esto significaba que los militares estuvieron convencidos de la superioridad de un planteamiento tecnocrático sobre los
procedimientos políticos y también de la extrema debilidad de las organizaciones políticas y sociales, que mostraban incapacidad

para formular un proyecto hegemónico. Esto acarreaba un problema: la inexistencia de los agentes públicos que debían llevar a cabo
la tarea, porque el derrotero histórico seguido por el Estado peruano no estuvo signado por la formación de un sector de funcionarios
que con el transcurso del tiempo fuera adquiriendo autonomía relativa y, a su vez, formulara sus propios objetivos proclives a
convertirse en políticas de Estado.

La ausencia de una burocracia civil debidamente articulada condujo a los militares desarrollistas a buscar conexiones con algunos
sectores intelectuales que sentían cercanos a sus planteamientos. La cooptación de profesionales con capacidades técnicas así como
una creciente influencia en la alta función pública fue decisivo para que el CAEM [Centro de Altos Estudios Militares del Perú]
incorpore a funcionarios públicos civiles entre sus alumnos, inicialmente provenientes del Ministerio de Relaciones Exteriores, para
ampliarse en los años posteriores a personas vinculadas a los ministerios de Agricultura, Educación, Fomento y Salud, así como
profesionales que ocasionalmente se desempeñaban como asesores.

Así, el fin del régimen militar mostró el agotamiento de los esquemas desarrollistas elaborados por sus gestores durante las décadas
previas. Aunque tuvo éxito en su instalación, en 1968, los problemas políticos que derivaron de la aplicación de su proyecto se
tornaron inmanejables y surgió un difícil trance cuando debieron institucionalizar los cambios para “consolidar el proceso”. Que no
sucediera así se debió a los factores coyunturales que aparecieron de modo imprevisto y, según Alfred Stepan, a la ausencia de
resolución cuando surgieron contradicciones entre la “relativa autonomía” con la que los militares condujeron el aparato estatal, y la
presión ejercida por los diversos grupos sociales que obligaba a una respuesta para asegurarse un indispensable respaldo. Como se
sabe, finalmente no ocurrió así.



La reforma de la prensa de Velasco

RAFAEL RONCAGLIOLO ORBEGOSO


Profesor Honorario de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ex Ministro de Relaciones Exteriores y Ex Embajador del Perú en España.

Primero, lo evidente: la reforma de la prensa de Velasco terminó siendo mero control gubernamental de los periódicos.

Segundo, lo paradójico: Se había formulado como democratización de las comunicaciones. Con este propósito, promesa o ilusión,
participamos en ella una generación de jóvenes de entonces, la mayoría de los cuales somos ahora críticos y autocríticos del
experimento.

Tercero, el diagnóstico de base para la reforma: los medios de comunicación son, de hecho, el “cuarto poder” del Estado.

Son de verdad, un poder. Reflejan la realidad y, al mismo tiempo, la producen. No son omnipotentes, pero tampoco impotentes. Fijan
en parte la agenda de la política e influyen sobre la educación de las personas tanto o más que la misma escuela. Alguien los llamó la
“escuela paralela”. Ahora, las redes sociales han modificado en algo esta situación, pero era tal cual en 1968.

Prueba de su poder es que no hay golpe militar exitoso en la historia republicana que no haya sido auspiciado por los grandes diarios.
También el de Velasco Alvarado. La oposición mediática a Velasco no empezó por el golpe sino por las reformas que vinieron después.

Todo esto era y sigue siendo verdad, pero no es toda la verdad. Los medios privados aseguran diversos grados de libertad frente a los
gobiernos. Los periodistas han cumplido y cumplen un papel fiscalizador realmente indispensable para la vida democrática.

Cuarto, la reforma misma: En el diseño, los grandes diarios pasaban a manos de sectores organizados de la sociedad: trabajadores
urbanos, campesinos, comunidad educativa, cooperativas, intelectuales, artistas, etc. Pero los sectores destinatarios o no existían o
eran muy débiles. No había una comunidad educativa. La Confederación Nacional Agraria representaba sólo a una parte del
campesinado. Las centrales sindicales realmente existentes quedaron fuera.

Y, sobre todo, este diseño, como otras reformas, entraba en contradicción con el carácter autoritario del régimen militar. Expropiar
los diarios era consistente con el autoritarismo y, por lo tanto, tenía consenso militar. Pero transferirlo a las organizaciones sociales
era otro cantar. Morales Bermúdez se deshizo de Velasco y, con despidos y persecuciones, acabó con el proyecto.

En el manejo de la televisión, el gobierno se entendió con Genaro Delgado Parker, quien previamente había separado la productora
de TV de su canal, para evadir la intervención estatal. El programa político “Quipu”, lanzado en 1972, no fue iniciativa del gobierno y
sólo duró nueve meses, con varias cancelaciones en ese lapso. También aquí lo autoritario predominó.

En general, no se puede entender el gobierno de Velasco sin asumir esta contradicción permanente entre el propósito de participación
y el carácter autoritario del régimen.

Es notable que, a pesar de ella, se realizaran cambios tan importantes para la historia del Perú, como la recuperación del petróleo, la
reforma agraria, el establecimiento de una genuina política exterior de apertura al mundo y la reivindicación de una identidad
popular, simbolizada en la figura de Túpac Amaru.



Archivo Quehacer. desco

El gobierno de Velasco y la autonomía reproductiva de las mujeres

SUSANA CHÁVEZ A.
Feminista Obstetra, maestra en salud pública, especialista en políticas públicas y salud sexual y reproductiva. Directora de PROMSEX

La llegada de Velasco al poder se produjo en un contexto de proceso migratorio que no se ha repetido en la historia y que solo fue
superado una década después a causa del conflicto armado interno. Dicho proceso llevó no solo a un crecimiento acelerado de
algunas ciudades del país, sino también al empobrecimiento rural, que parece mantenerse en el tiempo.

Los datos que se disponían en los sesenta ya no hacían referencia al despoblamiento de los cincuenta. Surgieron las primeras
instituciones privadas de planificación familiar, apoyadas por agencias internacionales y por la Agencia de Cooperación Internacional
del Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, USAID, bajo un enfoque sanitario (evitar la extensión de enfermedades) y de
seguridad (reducir la presión migratoria como escape de países pobres a países ricos). 1

Simultáneamente, se dio otro proceso: aparecieron las primeras demandas feministas que incluían políticas del cuerpo, enfocadas en
la autonomía reproductiva que, inspiradas en el movimiento feminista global y regional, proponían legalizar el aborto y erradicar la
violencia, ejes que fueron el preámbulo de las Conferencias de la Mujer de Naciones Unidas y de la Convención por la Eliminación de
todas Formas de Discriminación en Contra de la Mujer (CEDAW).

Aunque el Estado Peruano fue parte de este proceso, las políticas nacionales no incluyeron esta dimensión, aun cuando las reformas
apuntaban a transformaciones hacia la igualdad de las mujeres en el campo educativo, sindical y de participación social, pues tal 
como señala Cueto, Velasco “abrazó sin mayores elaboraciones una ideología pro natalista”, 2 prohibió todas las actividades referidas
a la planificación familiar, inclusive la educación sexual, y expulsó del país a organizaciones que trabajaban en planificación familiar.

Velasco rubricó el primer informe de población del país,3 en el que se recogieron evidencias de los desafíos del crecimiento
poblacional (por encima del promedio latinoamericano) y en el que se daba cuenta de la altísima tasa de fecundidad (6.8 hijos por
mujer). No obstante, la respuesta al problema fue opuesta al sentido común: se exhortó a las mujeres a que tuvieran más “soldados
para el pueblo”, se alineó al sector de la iglesia y con una mano se deshizo lo que la otra mano proponía. Se postergaron avances que,
de haberse concretado, hoy habrían producido una historia distinta tanto para las mujeres como para el Estado Laico y la modernidad
peruanas.

Hoy, a 50 años de la revolución velasquista, el avance en políticas del cuerpo continúa siendo limitado. Si bien la tasa de fecundidad
continúa en descenso, la posibilidad de que todas las mujeres ejerzan su autonomía reproductiva de forma libre y segura es un
pendiente, sobre todo cuando hablamos de mujeres jóvenes, indígenas, afrodescendientes o pobres.

Si bien los avances en derechos humanos y en tecnología son una realidad para muchas mujeres, especialmente para las que son
adultas, se encuentran informadas y forman parte de la clase media peruana, aún hay miles de mujeres que no disponen de métodos
anticonceptivos y mucho menos tienen acceso a un aborto legal y seguro. Y lo que es peor: su reproducción es definida por razones
ajenas a ellas, aun cuando esto se reconozca como una clara vulneración de sus derechos.

1. Cueto, M. La vocación por volver a empezar: las políticas de población en el Perú. Revista Peruana de Medicina Experimental Pública 23 (2), 2006.
2. Ibid.
3. Oficina Nacional de Estadística y Censos. La Población del Perú. CICRED, 1974.



Velasco en Villa El Salvador. Archivo de amigosdevilla.it

El ejemplo de Villa El Salvador

RAMIRO GARCÍA Y JAIME MIYASHIRO

El nacimiento de Villa El Salvador tiene como el antecedente más importante la toma de tierras en abril de 1971 en el distrito de San
Juan de Miraflores, duramente reprimida por las fuerzas policiales. Los pobladores resistieron, lograron llamar la atención de los
medios de comunicación y el apoyo abierto de la iglesia católica logrando así iniciar un proceso de negociación con el Gobierno
Revolucionario de las Fuerzas Armadas.

El contexto de cambio lo permitía. El gobierno militar vio en esa “invasión” una oportunidad para ofrecer, además de terrenos para
vivienda a los miles de pobres y a los migrantes que llegaban a Lima, un proyecto de nueva ciudad modelo, una comunidad
autogestionaria de inspiración socialista, que iba muy a tono con el llamado “proceso revolucionario de las Fuerzas Armadas”.

Las primeras familias en llegar ocuparon los terrenos demarcados por el gobierno. La ocupación fue de norte a sur y el proceso de
inscripción se daba en una dependencia del gobierno relacionada a los temas de vivienda. Cuando se ocupó parte significativa del

territorio y se habían conformado los grupos residenciales, eran las Juntas Directivas quienes reasignaban los lotes, sirviendo como
un mecanismo para controlar y evitar la especulación y el acaparamiento de la tierra.

Por ejemplo, si había un lote en abandono se procedía con el “blanqueo del lote” como se le denominaba a la acción de recuperación
del terreno para la comunidad y la Junta Directiva Central decidía su nueva asignación de acuerdo a algunos criterios: no poseer lote
en otro lugar, contar con familia y asumir el compromiso de participar y apoyar todas las actividades comunitarias, entre otros. El
lote entregado a la familia pasaba a ser propiedad individual. El principal criterio para validar la posesión era el habitar el terreno,
comenzar a construir la futura vivienda y hacer vida en la comunidad.

En 1973 en asamblea general de los dirigentes se acuerda que Villa El Salvador sería denominada como Cooperativa Integral Comunal
Autogestionaria - CICA. Luego de intensos debates sobre la naturaleza del modelo cooperativo, se acuerda el nombre de Comunidad
Urbana Autogestionaria de Villa El Salvador – CUAVES. Es esta entidad de autogobierno la que se encargaría por entonces de
gestionar los terrenos libres.

Ya en los años noventa la mayoría de terrenos destinados para vivienda habían sido ocupados y comenzaron a tomarse los terrenos
disponibles para los equipamientos urbanos previstos en la planificación original del asentamiento.

Es cierto que transcurridas varias décadas el proyecto socialista y comunitario de ciudad que representaba Villa El Salvador entró en
crisis. Sin embargo, su importancia radica en que logró construir un imaginario de que es posible crear y construir colectivamente
una ciudad por los propios pobladores. Figuras como María Elena Moyana, asesinada por Sendero Luminoso, o Michel Azcueta, su
primer alcalde, fueron parte de ese imaginario que en 1987 hizo a Villa El Salvador merecedora del premio Príncipe de Asturias por
“su práctica ejemplar para organizar una ciudad solidaria y económicamente productiva”.


Mural realizado por la artista plástica Fiorella Parvina, en el Centro de Comunicación Popular de Villa El Salvador. Foto de Mario Zolezzi.

Y si bien la promesa de construir una ciudad modelo autogestionaria quedó en el camino, Villa El Salvador es, acaso, el mejor ejemplo
de que es posible la autogestión y la superación de las lógicas de consumo y mercantilización de la vivienda. Villa nació como
consecuencia de un acuerdo social entre sus pobladores. Eso es precisamente lo que ahora necesitamos para que los pobres de la
ciudad no tengan que ocupar los terrenos residuales y de mala calidad. Es decir, lo que necesitamos para dejar de vivir en una ciudad
desigual y dividida.


Llegada del primer automóvil a Lircay, Huancavelica. Fuente: books.openedition.org/ifea

La reforma agraria: hacendados y campesinos en la Sierra Central

GISSELA OTTONE
Ingeniera de Industrias Alimentarias. Jefa del Programa Regional descocentro, del Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo – desco y Presidenta de la
Asociación Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo Andino Amazónico.


Después de casi cincuenta años, la Reforma Agraria llevada a cabo por el gobierno del General Velasco sigue generando agudas
controversias. En ese sentido, abundan los testimonios y análisis sobre su impacto en la población campesina. Sin embargo, muy
poco se habla de los hacendados, aquellos a quienes se les expropiaron las tierras.

Recordemos lo sucedido en la Sierra Central, especialmente los departamentos de Junín y Huancavelica. Junín fue un departamento
en donde surgieron fuertes y emblemáticos conflictos previos a la reforma de 1969, como resistencia a la expansión de la división
ganadera de la Cerro de Pasco Corporation. Como respuesta, en 1964 el gobierno de Belaúnde promulgó una ley de reforma agraria
que priorizó precisamente a Pasco y Junín.

Paralelamente a la concentración de tierras por parte de la minera, también estuvo la impulsada por la Sociedad Ganadera
Fernandini –llamada después Algolán– que luego de expropiarse se adjudicó inmediatamente 207 000 hectáreas de sus tierras. Esta
hacienda llegó a tener 309 090 hectáreas (llegando hasta la costa de Ica y selva de Huánuco), 352 264 cabezas de ganado ovino, 13
408 vacunos y 1105 equinos.

Estos fueron los antecedentes para la formación de las SAIS Túpac Amaru, integrada por quince comunidades campesinas y una
cooperativa de servicios, y Cahuide sindicada como la empresa campesina más extensa no solo del departamento de Junín sino del
país, pues sus 270 000 hectáreas abarcaron los distritos de Pariahuanca, Chongos Alto y Santo Domingo de Acobamba (provincia de
Huancayo), Yanacancha (distrito de Chupaca) y el distrito de Comas (provincia de Concepción) del departamento de Junín, además
del distrito de San Marcos de Rochac (provincia de Tayacaja), en Huancavelica. Sus unidades de producción se localizaron sobre las
antiguas ex haciendas Laive (37000 ha), Antapongo (36000 ha), Tucle-Río de la Virgen (18000 ha), Acopalca (37000 ha), Huari (3
000 ha), Runatullo (102000 ha) y Punto (20000 ha), ubicadas en ambas márgenes del río Mantaro.

En el caso de Huancavelica, aunque con una rentabilidad más cercana a la subsistencia, las haciendas poseían una gran importancia,
sobre todo, por el control de la mano de obra campesina que permitía la propiedad de la tierra. Entre las haciendas teníamos a Palcas
y Constancia, cuyo propietario era la familia Alarco; Rumichaca, de los Delgado; Pichoy y Ocopa de la familia Larrauri Vidalón;
Pampachacra de Fabriciano Salazar y su esposa Olinda Patiño, entre otras.

Como consta en los testimonios recopilados por Mercedes Crisóstomo, una experiencia que marcó la vida de muchos
huancavelicanos, fue haber servido como pongos: “los gamonales nos hacían sufrir”. Por eso, recuerdan nítidamente al patrón
huyendo, esquivando las piedras lanzadas con “huaracas” por los comuneros cuando empezó la reforma agraria por esos lares.

De la fusión de más de 54 haciendas se conformó la SAIS Huancavelica en 1974. Abarcaba por lo menos tres provincias del 
departamento de Huancavelica, pero fundamentalmente Angaraes, con más de 83000 hectáreas, incorporando a ex yanaconas de
esas haciendas así como a comuneros. Pero se impusieron los conflictos entre los socios y las comunidades que quedaron fuera de la
organización. La SAIS Huancavelica sería disuelta en 1980 por la presión de los campesinos. No siempre la reforma salió como lo
esperaban los tecnócratas del Gobierno Militar. Los comuneros se opusieron a que la SAIS se consolidara porque “eran ingenieros (…)
eran como los hacendados”.

Algunos ex hacendados pugnaron por recuperar sus haciendas a través del Poder Judicial, incluso violentamente como en
Colcabamba, Huancavelica. Otros pensaron en la autoparcelación y hubo quienes decidieron ceder a la propuesta de gobierno con la
finalidad de no poner en riesgo posibles futuros negocios. Otros se fueron a vivir a Lima a la espera del pago del “bono agrario”
prometido.


Guillermo Fernández-Maldonado, junto a su padre, el general Jorge Fernández-Maldonado. Archivo Familiar, 1999

El hijo del General Fernández-Maldonado

GUILLERMO FERNÁNDEZ-MALDONADO CASTRO 


Abogado por la PUCP. Doctor en Derecho de la Universidad Alcalá de Henares. Representante Adjunto de la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

El general Jorge Fernández-Maldonado fue Ministro de Energía y Minas en el gobierno de Juan Velasco, de 1969 a 1975; luego,
durante el gobierno de Morales Bermúdez fue Presidente del Consejo de Ministros, Ministro de Guerra y Comandante General del
Ejército. Se retiró en 1976. Fue uno de los fundadores del Partido Socialista Revolucionario y senador por Izquierda Unida entre
1985 y 1990. En esta nota, su hijo Guillermo comparte su mirada sobre aquellos años y su valoración del proceso velasquista

El gobierno del general Velasco Alvarado marcó la vida de mi familia y la mía. Soy el menor de cuatro hermanos y en 1968 tenía diez
años. Mi padre fue uno de los cuatro coroneles que acompañaron a Velasco desde la preparación del golpe de Estado. En los
siguientes ocho años mi padre desempeñará altos cargos en el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, desde Ministro de
Energía y Minas hasta Ministro de Guerra y Primer Ministro. En dicho período se convirtió en uno de los principales líderes e
ideólogos del sector revolucionario del gobierno, basándose en las encíclicas papales.

Conforme fui avanzando en edad, conocimiento y experiencia, mayor fue mi asombro por la audacia reformista del gobierno de
Velasco hace 50 años y mejor comprendía el compromiso de mi padre con dicha revolución. Y es que este grupo de militares rompió
la tradición militar golpista y conservadora de la región. No los movió la ambición ni se sublevaron contra un gobierno para poner
“orden”. Se rebelaron contra un sistema que hizo un Perú profundamente injusto y contra una clase dirigente indolente ante la vida
indigna de millones de peruanos. Intentaron cambiarlo con las ideas y medios de que disponían.

Yo hubiese deseado que un gobierno elegido haya intentado las reformas. De hecho, otros gobiernos en la región lo intentaron y hoy
sabemos que fueron derrocados debido a la intervención de potencias extranjeras. Los propios militares sabían de sus limitaciones.
Mi padre decía que la reforma agraria seguro fue deficiente en lo técnico, pero es que su objetivo era social y humano, no económico:
devolver la dignidad a los campesinos explotados. Pese al tiempo transcurrido, son pocos los juicios desapasionados sobre dicho
gobierno.

Mi etapa de “hijo del ministro” la pasé en el colegio Champagnat de Miraflores. Era un colegio de clase media y aunque no faltaban
las burlas contra los “cachacos” y el gobierno, nunca me sentí acosado ni discriminado. Ayudó mucho tener profesores y hermanos 
maristas que nos dieron una avanzada formación crítica de la realidad peruana, con lecturas que incluían textos como Los siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui o Guano y burguesía en el Perú de Heraclio Bonilla. Claro,
había de todo, como el profesor de trigonometría que solía exclamar ¡Maldito sea Velasco! cuando alguien fallaba en un examen. De
modo que mi adolescencia no fue “normal”. Tenía un padre militar, ministro y de izquierda, en tanto mi círculo social juvenil era anti
militar, reaccionario y racista.

Ya en la universidad, a mi padre no le agradó que eligiera estudiar derecho, pues decía que “los abogados son los profesionales para
mantener el statu quo y yo soy un revolucionario”. Desde joven tuve muchas presiones para entrar en el activismo político, pero,
aunque nunca lo hice, seguir la política siempre fue un foco de especial interés. Las mezquindades políticas que observé tras diez años
de trabajo en el congreso fortalecieron mi decisión. ¿Qué hacer entonces para contribuir a un cambio?

Alberto Fujimori abrió la puerta que cambió mi vida. En 1992, la disolución del congreso por Fujimori me dejó sin trabajo. Allí
empiezo a trabajar para la ONU en la Comisión de la Verdad de El Salvador. En los siguientes 25 años he seguido trabajando en la
ONU, en especial en países en conflicto, como El Salvador, Guatemala, Afganistán y actualmente en Colombia, para apoyar a
gobiernos y sociedades en su lucha por la vigencia de la paz y los derechos humanos. También hoy veo pocos juicios desapasionados
sobre los derechos humanos.



El general Oscar Vargas Prieto en familia, 1970. Archivo Gina Vargas.
La Hija del General

Sobre mi padre, el General Oscar Vargas Prieto


VIRGINIA VARGAS
Feminista, Socióloga. Socia fundadora del Centro Flora Tristán en Perú. Integrante del Programa Democracia y Transformación Global en Perú y de la Articulación
Feminista Marcosur en América Latina.

Durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado, el General Oscar Vargas Prieto fue Contralor de la República (de 1971 a 1972). A
inicios de 1975 fue nombrado presidente del Comando Conjunto de la Fuerza Armada y por un breve período continuó en ese cargo
ya en el gobierno de Morales Bermúdez. Pasó al retiro en 1976. Su hija Virginia trae a la memoria aquella época, apuntando a las
contradicciones entre el autoritarismo militar reformista y los proyectos de cambio truncos en la América Latina de esos años.

Como hija de militar, crecí rodeada de hijos, hijas, esposas de militares, además de los oficiales amigos de mi padre. Sí conocí a
Velasco, estudié primaria con su hija Pocha. Sabía que mi padre se había opuesto al golpe de la Junta Militar de 1962 y, por ello, fue
cambiado a Iquitos. Allí reconocí su sentido de justicia y su acercamiento a Mariátegui, moqueguano como él. Este fue el inicio de
largas conversaciones sobre el país y sus tremendos desbalances.

A mediados de 1968 me casé y fui a vivir a Chile. Mi matrimonio, solo por civil, estuvo rodeado de los amigos de mi padre: Richter,
Fernández Maldonado, Velasco y otros que a la distancia se me olvidan. Por mi lado, estaban el padre Gustavo Gutiérrez y todxs mis
amigxs de la universidad. Combinación rara avis.

Yo estaba en Santiago cuando el golpe en Perú. No me alegró, yo ya era una mujer de izquierda. Mi padre me explicaba que no era
una dictadura, sino una acción reformista que pretendía terminar con los privilegios de pocos contra la mayoría. Como sabiamente
dijo Bourricaud, era una “dictablanda” con reforma agraria incluida, iniciada con una frase histórica: Campesino, ¡el patrón no
comerá más de tu pobreza! 
El golpe de Estado en Chile fue en 1973. Una noche, con amigxs en casa, rodearon la casa 60 militares armados. Días antes habían
llegado fotos de Velasco Alvarado tomándole juramento a mi padre como Contralor de la República. Casi en broma, las habíamos
puesto a la vista, “por si acaso vengan los milicos”. Después de gritar, revisar, romper, apuntar con sus bayonetas, el Mayor a cargo
miró las fotos y mi amiga dijo: es el papá de la señora, un militar muy importante y está con el General Velasco Alvarado, presidente
del Perú… No se fueron inmediatamente, ¡pero bajaron el tono! ¡Habían reconocido quién era ese general!

Pasada esta terrorífica experiencia, escribí una larga carta a mi padre contándole lo que había pasado en nuestra casa, lo que estaba
pasando en Chile, con la represión, asesinatos, cuerpos flotando por el río Mapocho, toque de queda… y un embajador peruano
absolutamente insolidario. Mi padre leyó mi carta en el Consejo de Ministros y, junto con las gestiones del General Tejada, de la
aviación, cuyo hijo David también estaba en Chile, se decidió enviar dos aviones a Santiago, a recoger a los 400 asilados en la
embajada… y a “la hija del general”. Pinochet lo recibió, le puso un carro con chofer, le regaló unas espuelas (que aun las tiene mi hija,
Alejandra, pero ya hace rato que le hicimos una limpia milenaria). Mi padre conoció a mis amigxs militantes, que estaban buscando
formas de enfrentar la dictadura. Y con ellos fue muy generoso, en consejos y formas de evitar sospechas y ser más efectivos en las
tareas de “resistencia civil”.

Mi regreso a Lima significó un cambio total en mi vida. Inicialmente desadaptada, después de la experiencia chilena, ¡no me atraían
los golpes militares! En el momento del golpe de Morales Bermúdez mi padre era Comandante General del Ejército e,
institucionalmente, le correspondió ser Primer Ministro. Solo estuvo seis meses, pero en ese tiempo estableció un “consejo” de la
sociedad civil y me pidió nombres de gente democrática. Le di una lista y él los invitó (entre ellos, Enrique Bernales). Este golpe fue
inicialmente considerado “ambidextro”, por la presencia “progresista” de mi padre y de Fernández Maldonado, quien lo reemplazó en
el Premierato, también por pocos meses. Luego, se consumó la derechización.



Fabricio Franco al lado de su padre, Carlos Franco. Foto: Carla Franco Mayorga

Fueron años de mucha efervescencia

FABRICIO FRANCO
Sociólogo y cientista político, especializado en políticas y gestión pública. Profesor-investigador en Flacso-Chile.

Desde 1970 hasta 1975 Carlos Franco participó en el gobierno de Juan Velasco Alvarado como asesor político de la Alta Dirección
del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social, SINAMOS. En este breve apunte, su hijo Fabricio valora las principales
reformas impulsadas por el velasquismo y el impacto del proceso en un paralelo entre la vida nacional y la vida familiar.

Cincuenta años después, el Gobierno de Velasco sigue siendo ¨la bestia negra¨ de la derecha en el Perú y, ciertamente, esta tiene
razón para percibirlo de esta manera. Varias de sus reformas afectaron no solo la propiedad sobre las que se sustentaba el bienestar
de estos sectores sino también las formas de relacionamiento de campesinos, migrantes y obreros urbanos con el resto de la sociedad
y con el Estado.

Varias de los cambios que se llevan adelante entre 1968 y 1975, como la reforma agraria, la nacionalización del petróleo, el
fortalecimiento de sindicatos y una política exterior más autónoma, expresan un consenso reformista propio de los sesenta y setenta
al que adscribían no solo sectores de izquierda. Por ejemplo, los primeros dos puntos eran, con diversos grados de intensidad,
reconocidos como necesarios por sectores de centro y de derecha como el diario El Comercio.

Dimensiones que hoy son recusadas por diversos sectores, como una fuerte intervención estatal en la economía eran el enfoque
prevalente en sociedades como la israelí, la inglesa, la alemana o la chilena y, la apuesta por los más pobres y un énfasis mayor por el
gasto social estaban en la base de programas como el de Johnson en EE.UU o en el Concilio Vaticano II. En otras palabras y
paradójicamente, el programa de cambios que llevó adelante el gobierno que varios consideran el más radical de la historia del Perú
estaba dentro del marco de lo que hoy denominaríamos la centroizquierda.

Ciertamente, esto fue llevado adelante por un gobierno autoritario. Pero cierto es también que la democracia peruana entre los años
cuarenta y sesenta era un sistema político débil en buena medida porque el Perú no era una sociedad de ciudadanos. Una parte
importante de nuestra población rural, que alcanzaba en aquel momento cerca del 50%, estaba sometida a relaciones serviles y cerca
del 40% era analfabeta. Justamente uno de los principales legados del Gobierno de Velasco fue iniciar la transición hacia mayor
¨ciudadanización¨ de la sociedad peruana, incorporando nuevos actores populares al espacio de lo público, más conscientes de sus
derechos. Otro elemento clave cuyas bases sentó fue la construcción de identidad(es) peruana(s) más claramente identificada con sus
raíces andinas y mestizas modificando los ejes bajo los cuales nos percibimos y definimos. En ese sentido, el Perú contemporáneo es
tributario de estas transformaciones. Desde mi perspectiva, este rol emancipatorio es su principal legado y probablemente con el paso
de los años cobre un mayor reconocimiento, sin desconocer que errores de enfoque hubieron varios.

En términos personales para los hijos de padres en mitad de sus treintas comprometidos activamente en el gobierno fueron años de
mucha efervescencia, acompañándolos a actividades de entrega de tierras, marchas y mítines políticos y eventos culturales. Esto se
combinaba también con algunas ausencias, particularmente de nuestro padre y con reuniones multitudinarias en casa con gente
discutiendo y conversando de política, de las marchas y contramarchas de la gestión del gobierno. Si los años de infancia dicen que
son definitorios en varios sentidos, estos los fueron notoriamente para nosotros.



Faustina Salvatierra de Prado y Valerio Prado Sánchez. Foto: Lourdes Prado Salvatierra

Bodas de oro del Gobierno Revolucionario: la democratización de Velasco.

GELIN ESPINOZA PRADO


Politóloga e investigadora de la Pontificia Universidad Católica del Perú

“En nuestros tiempos pasados, nosotros éramos sirvientes de los hacendados […] No teníamos ni voz ni voto. No teníamos la
educación, ni derecho, éramos como esclavos" 1

Quien escribe estas líneas es nieta de campesinos que fueron testigos de algo que hubiese sido impensable para sus padres y abuelos:
ser dueños de su propia tierra y cultivarla. Las anécdotas sobre las luchas por las tierras han sido una constante en mi niñez. Mi
abuela, una mujer quechua hablante contaba orgullosa que las tierras que en el futuro nos pertenecerían a mí y a mis primos se las
había dado Velasco, que había sido Velasco quien los había liberado, que era por Velasco que ella ya no sentía vergüenza de hablar en
quechua y que era por Velasco que sus hijos e hijas habían podido ir al colegio, privilegio que ella no pudo tener.

A los 50 años del golpe militar encabezado por el General Juan Velasco Alvarado (1968), el debate sobre sus consecuencias políticas,
económicas y sociales vuelve a la palestra con opiniones a favor y en contra. Quienes lo defienden sostienen que su gobierno ejecutó
reformas redistributivas y necesarias para terminar con el dominio de los terratenientes. Por otro lado, quienes lo condenan resaltan
el carácter dictatorial de su gestión, al haber llegado al poder por medios no democráticos, además de haber sumido al país en un
fracaso económico. 
En el debate sobre las implicancias negativas del golpe militar de Velasco sobresalen figuras como José María Caballero 2 y Matos
Mar,3 para quienes la reforma únicamente había logrado terminar con el poder de los terratenientes. Desde un enfoque económico,
Caballero sostiene que la Reforma Agraria, más allá de la redistribución, habría sido un fracaso. Para Caballero, la reforma había sido
sesgada y había beneficiado especialmente a los trabajadores estables de las empresas, sobre todo de las costeñas. Desde un enfoque
político, Matos Mar sostiene que la reforma agraria peruana muestra los límites de los enfoques reformistas de transformación social.
Además, para el autor, la reforma solo agudizó las características estructurales del subdesarrollo capitalista, es decir, su dependencia,
descapitalización y desequilibrio regional. Ahora bien, las críticas presentadas por Caballero y Matos Mar pretendían ser una crítica
de izquierda hacia la reforma, sin embargo, estas críticas serían tomadas por los sectores conservadores para deslegitimar al gobierno
de Velasco y su reforma, críticas y argumentos que perduran hasta la actualidad.

Sostener que el gobierno de Velasco fracasó analizando la reforma agraria desde una visión únicamente económica sería un grave
error, ya que invisibiliza el impacto que tuvo la redistribución de la tierra en las relaciones sociales y políticas en las zonas rurales del
Perú. La reforma emprendida por Velasco fue democratizadora no solo por la repartición de tierras, sino también porque emprendió
un conjunto de medidas para revalorizar y empoderar a la población indígena, hasta entonces excluida.

Tres fueron las reformas más significativas emprendidas por Velasco Alvarado. En primer lugar, la implementación de la reforma
educativa que buscaba empoderar a los campesinos. Esta reforma es iniciada en 1972 y si bien no era exclusiva para las zonas rurales,
buscaba superar la reproducción de patrones de explotación y formar a un individuo independiente. Velasco era consciente que para
el éxito de la revolución la educación y la escuela eran elementos importantes. Esta iniciativa fue bien recibida por los pobladores
rurales, para los que la educación había sido un anhelo esquivo desde los años 20.4

En segundo lugar y vinculado al punto anterior, Velasco emprendió una revolución cultural, revalorizando la cultura quechua y
oficializándola como idioma nacional. Para su propagación impulsó el uso de lenguas indígenas en los colegios, empleó los medios
radiales y televisivos, promovió la creación de concursos regionales para que esta pueda ser expresada en la música, danza y
artesanía. Finalmente, la reforma agraria modificó el poder del ámbito local. La reforma cambió la estructura de poder y le quitó el
dominio a los grandes hacendados, que hasta antes de la reforma contaban con el control absoluto para recoger rentas y generar
alianzas.5

Pese a estos notorios avances, hay quienes dicen que nada de lo que hizo Velasco tiene legitimidad porque rompió con el orden
democrático, pero ¿podemos llamar democracia a un régimen donde la oligarquía mantenía un control sobre quiénes podían ser
ciudadanos, candidatos y quienes llegaban al poder? Recordemos que hasta antes de la Constitución de 1979, el sistema político
formal estaba bloqueado porque se exigía saber leer y escribir para ejercer el derecho de sufragio. Esto perjudicaba directamente a los 
campesinos, quienes en su gran mayoría no tenían acceso a la educación, eran analfabetos y por lo tanto no podía votar. En este
contexto de democracia para las élites y exclusión para los campesinos, el gobierno revolucionario era uno de los pocos caminos
viables para emprender los grandes cambios que el Perú necesitaba para romper con la tradición latifundista. Desde el gobierno
revolucionario, los campesinos y campesinas fueron ciudadanos y sujetos con derechos.

1. Testimonio aparecido en: Asensio, R. (2016). Los nuevos Incas. La Economía Política del Desarrollo Rural Andino en Quispicanchi 2000-2010. Lima: Instituto de
Estudios Peruanos.

2. Caballero, J. (1980). Agricultura, reforma agraria y pobreza campesina. Instituto de Estudios peruanos. Lima. Caballero, J. y N. Flores (1976). Algunos aportes para el
conocimiento de los problemas post-reforma agraria en ciertas zonas de Cajamarca y La Libertad. Cuadernos CEPES. Lima, mimeo.
3. Matos, M. (1976) "Comunidades indi?genas del a?rea andina". En: Hacienda, comunidad y campesinado en el Peru?, Peru? Problema 3. Instituto de Estudios
Peruanos. Lima (2a edicio?n).
4. Ascencio (2016) nos presenta los esfuerzos de la comunidad de Pacchanta (Cusco) por tener una escuela local. Esfuerzo y anhelo que no pudo materializarse por la
oposición de las autoridades locales, quienes desplegaron actos violentos para expulsar a los profesores que la comunidad había contratado.
5. Eguren, F. (2009). La reforma Agraria en el Perú. Debate Agrario, 44.



Tres generaciones de la familia Correa en sus tierras, en el anexo Tailin de la comunidad campesina de Marmas Foto: Valeria Acevedo Navarrete
Velasco y la diversidad musical que despegó con ayuda de la Reforma
Agraria

FERNANDO RÍOS CORREA


Bachiller en Antropología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Investigador del Instituto de Etnomusicología de la PUCP.

Perú está construyendo un modelo de industria musical muy particular en Sudamérica: mientras que en países vecinos, ahora mismo,
se masifican tendencias encabezadas por clases medias metropolitanas (y blancas), nuestras músicas más exitosas son campesinas,
regionales, de asentamientos humanos y se interpretan en lenguas indígenas. En YouTube, solo 10 videoclips estrenados en los
últimos dos años de agrupaciones de cumbia y géneros andinos como el huayno o la tunantada suman 180 millones de
visualizaciones, y propuestas de Juliaca, Tingo María, Jauja, Ayabaca, La Mar, Purús y Yurimaguas, en español, quechua, aimara y
asháninka, se perfilan para el 2019 como tendencias nacionales.

Probablemente no sea la mejor noticia para los grandes medios de comunicación, o para los interesados en industrias musicales que
entienden por música exitosa solo aquella que suena a rock y aparece en una cadena internacional de música pop, pero así es como
hemos construido nuestro consumo y producción cultural, y la responsabilidad de las ciencias sociales, además de sistematizar los
fenómenos, es explicar los procesos que permitieron construir estos entornos.

¿Qué tienen que ver las industrias musicales, las ciencias sociales y la importancia del velasquismo? Que no se puede explicar
ninguno de los entornos señalados en el párrafo anterior sin abordarlos desde la Reforma Agraria y los procesos revolucionarios
iniciados en 1968. No es fácil, varios de los que hemos sido formados en la última década en las aulas universitarias tenemos en
común haber “descubierto” la trayectoria de Juan Velasco Alvarado de forma tangencial, no necesariamente por las lecturas, sino por
el análisis de nuestras historias de vida. Aclaro esto porque debo enfatizar que mis investigaciones sí están influenciadas por mi
experiencia familiar. 
Llegué a Velasco cuando caí en la cuenta de que mis hermanos y yo éramos los primeros universitarios en ambas líneas familiares,
que nuestra madre -y sus hermanos- en Montero, Suyo y Piura eran los primeros letrados, y que alfabetizarlos solo había sido posible
por la aparición de escuelas elementales gestionadas por las comunidades, donde nuestras abuelas y bisabuelos estaban haciendo
tomas de tierras desde el gobierno de Bustamante, en contra de hacendados que robaban miles de tupus de tierra apelando a la
tortura, la pólvora y el subprefecto, situación que apenas desaparece con la caída de Belaúnde. Fui descubriendo que casi toda mi
promoción sanmarquina tenía una historia parecida, que siempre estaba relacionada con una hacienda y la Reforma Agraria. El
proceso había marcado a los que veníamos de áreas urbanas pobres y recién lo empezábamos a descubrir durante la educación
superior. Éramos pobres, pero íbamos a la escuela para ser profesionales, no a la hacienda para ser pongos del hacendado, como la
bisabuela.

Yo venía del mismo distrito que Corazón Serrano, Veintiséis de Octubre, y de hecho éramos casi vecinos por el mismo proceso:
nuestras familias habían migrado de la misma provincia, gracias a que los ancestros (el señor Guerrero y la señora Neira en el caso de
ellos, y el señor Correa y la señora Robledo en mi caso) habían podido acceder a tierras en el proceso de la Reforma Agraria, con cuyo
sustento, la cosecha de sus chacritas, lograron financiar el viaje de los hijos mayores, quienes a su vez trajeron a los últimos, para
asegurarles acceso educativo y laboral en la capital regional.

Esta dinámica no era exclusiva de la familia Neira ni de la mía, de hecho Pacaipampa, tierra de Corazón Serrano, vivió uno de los
procesos más dramáticos: según Karin Apel, once haciendas ocupaban más de 73 mil hectáreas, las que antes de la Reforma Agraria
fueron tomadas por 1313 pequeños propietarios, lo que generó la aparición de predios como Cachiaco, comunidad de los Guerrero
Neira. En diversas conversaciones con los fundadores de la agrupación, refieren que, si bien los hermanos mayores migraron, el
padre y la madre seguían apoyando con lo que generaban en sus chacras. Es evidente una relación entre la trayectoria de la
agrupación sanjuanera y los procesos de reforma agraria.

Pero no solo este grupo fue influenciado. Es notorio que en las regiones donde ocurrieron cambios más profundos en la tenencia de la
tierra a favor de yanaconas, indígenas o colonos, hubo luego de la década de 1990 enormes avances en la comunicación y producción
masiva de expresiones musicales rurales. Así, Cusco, donde según el Censo Agropecuario de 1961, 469 hacendados se repartían 1 420
905 hectáreas, es hoy un departamento que manufactura cientos de agrupaciones de huayno sureño, huayno con requinto, cumbia
sureña y huayno cusqueño. En esa comparativa, Puno es igual de sorprendente: la tierra de la cumbia sureña, cuyas productoras
multimedia manejan la carrera de agrupaciones campesinas e indígenas de Cochabamba, Iquique, Antofagasta, Tacna y El Alto,
contaba hasta 1961 con 84 sociedades mercantiles que concentraban 573 580 hectáreas, mientras que un total de 22 comunidades
apenas poseían 21 243. Ni una ni otra región tuvo antes de la Reforma Agraria algún movimiento musical campesino con el poder
interregional que tienen sus pares contemporáneos.

Para lograr que estas regiones se conviertan en clústeres musicales se requería movilidad social indígena y campesina. No era posible
generar grandes mercados para las diversas variantes de huayno sin músicos formados en escuelas y productores educados en
universidades públicas locales, algo que apenas comenzó a suceder a fines de la década de 1980. Lo que la Reforma Agraria y la
masificación del quechua permitió fue dotar de algo que puede sonar hasta básico: libertad. La seguridad sobre la tierra facilitó, a
partir de la década de 1980, que miles de familias rurales “expulsen” a sus hijas e hijos a las capitales regionales a trabajar y estudiar.
Existen decenas de testimonios que relatan los diversos mecanismos que las haciendas utilizaban para anular la capacidad de
movilidad educativa, cultural y económica de sus colonos y esclavos.

Los párrafos anteriores no describen una investigación completa ni apuntan a conclusiones, sino que se esbozan para narrar los
senderos por los que yo me moví en las investigaciones musicales a partir de reconocerme como un hijo de la Reforma Agraria de
Juan Velasco Alvarado, paisano mío. Considero que el velasquismo no solo es una postura política o de moda, sino que nos puede
ayudar a dibujar de manera más rica y compleja nuestras pesquisas, como en el caso de las músicas andinas y tropicales.

No veo factible construir una narración del Perú contemporáneo sin reconocer que nuestra república se refundó cuando se abolió el
latifundio, y que nuestra diversidad cultural, hoy en la cresta de nuestro reconocimiento como nación, solo ha sido posible con
indígenas y campesinos libres y dueños de su propia tierra.



Foto: Edilson Rodrigues/Agencia Senado

Bolsonaro presidente ¿Y ahora?

SILVIO CACCIA BAVA


Sociólogo. Director del periódico Le Monde Diplomatique Brasil.

Jair Messias Bolsonaro fue elegido como presidente de la República de Brasil, con 58 millones de votos, es decir 39% de los electores
brasileños. Bolsonaro, 63 años, capitán reformado del Ejército, de extrema derecha, tiene una larga lista de pronunciamientos que
defienden la tortura, el asesinato de opositores, la esterilización de mujeres pobres, la privación de los derechos laborales de las
empleadas domésticas, entre otros. Es racista, muestra desprecio o prejuicio contra mujeres y niñas, siente odio por homosexuales y
por toda la comunidad LGBT. Pretende extinguir todos los “quilombos” y las reservas indígenas para abrir espacio al agronegocio y la
minería. La cuestión ambiental simplemente es ignorada, habilitando al agronegocio a destruir las reservas forestales, así como las
riberas de los ríos y sus cabeceras.

Bolsonaro inició su trayectoria política como concejal en Río de Janeiro (1989-1990) y, a partir de entonces, como diputado federal,
con siete mandatos consecutivos, por 28 años, pasando por varios partidos políticos. Se presenta, sin embargo, como un outsider,
alguien que no es político y que vino para erradicar la corrupción y cambiar un sistema político necrosado.

Su campaña, basada en el combate a la izquierda, el estímulo al odio y en las fake news, enfocó como enemigo al Partido de los
Trabajadores y sus electores, calificados de ladrones y corruptos que necesitan ser eliminados de la vida política por todos los medios,
inclusive por la prisión y hasta por la eliminación física.

Hasta junio de 2018, Bolsonaro tenía una presencia discreta en las encuestas electorales, con 17% frente al 30% de Lula. Se convirtió
en la alternativa de las élites cuando el partido de centro-derecha, el PSDB, naufragó en las elecciones. En la primera vuelta, el PSDB
no consiguió ni siquiera el 5% de las preferencias de los electores. Lula, el candidato de mayor convocatoria popular, que se perfilaba 
a ganar la elección presidencial en la primera vuelta por el PT, fue preso y alejado de las elecciones el 7 de abril, sin ninguna prueba
que sustente su condena. A partir de ahí, la derecha – y todos los medios – pasó a atacar al PT, acusándolo de ser una banda de
ladrones liderado por un condenado en prisión.

Bolsonaro contó con el apoyo de la élite empresarial y financiera del país, de los principales canales de televisión y diarios de la gran
prensa (controlados por cinco de las familias más ricas del país), de las iglesias evangélicas, de sectores importantes de las clases
medias y de sectores populares en los cuales la Iglesia Evangélica Neopentecostal tiene una presencia importante. Estos sectores
sociales optaron por Bolsonaro principalmente para expresar su anti-petismo y la defensa de valores conservadores, algo cultivado en
los últimos cinco años por los medios dominantes, que, además, atribuían al PT la corrupción endémica, la recesión económica, el
desempleo y todos los problemas de la sociedad brasileña.

El desgaste, sin embargo, no fue solo del PT, sino que se extendió a todos los partidos, una vez que, de a pocos, fue comprobándose
que el uso de recursos ilícitos en las elecciones involucraba a todos.

Cabe señalar que el PT, a pesar de la masacre de los medios y las redes sociales, fue el que menos sufrió al fin de cuentas. Fueron
elegidos cuatro gobernadores en la región Nordeste y la mayor bancada de la Cámara de Diputados (56 diputados federales) y, como
partido, aún cuenta con la preferencia del 24% del electorado brasileño. El PSDB, su mayor adversario en las últimas elecciones,
obtuvo el 4% de las preferencias del electorado, consiguiendo el MDB, partido del presidente Temer, el mismo porcentaje. Los demás
partidos no lograron más que 1%.

Lo que se observa es la desintegración de la centro-derecha y la desaparición del discurso social-demócrata. La idea de un pacto
social, expresado en la Constitución de 1988, fue abandonada por las élites y por los partidos conservadores.

Sin embargo, el determinante para la elección de Bolsonaro fue su activismo en las redes sociales, con la utilización de un
impresionante aparato tecnológico y la difusión en escala industrial de fake news, falsedades y mentiras que, hasta absurdas, tuvieron
millones de views a lo largo de la campaña electoral.

Fueron miles de fake news creadas diariamente, como respuesta y resignificación de las movilizaciones y pronunciamientos de sus
opositores. Según una investigación realizada del 16 de agosto al 7 de octubre, sólo cuatro de las cincuenta imágenes más replicadas
en el WhatsApp eran verdaderas.1 Y las investigaciones demuestran que el 47% de las personas que visualizan los mensajes de
WhatsApp creen en ellas, no distinguiendo las mentiras de la información.

Un ejemplo es la difusión de una mamadera con un chupón de látex en forma de pene y los dichos de que su oponente, el candidato 
del PT, Fernando Haddad, pretendía implantar su uso en todas las guarderías del país, en una campaña contra la homofobia. Esta
noticia falsa fue vista por 3,6 millones de personas. Cabe recordar que Fernando Haddad fue ministro de Educación, con una
evaluación excelente de su trabajo.

Contando con el apoyo, declarado informal, de Cambridge Analytica y de Steve Bannon, el marketero norteamericano que utiliza
datos personales de los electores para dirigirles mensajes específicos de acuerdo a su perfil y que estuvo detrás de la campaña de
Trump, Bolsonaro transformó el modo de hacer política en estas elecciones, que llevaron la marca de una enorme manipulación del
electorado, bajo la complacencia del Tribunal Superior Electoral y del Supremo Tribunal Federal. Incluso después del video en el cual
el hijo de Jair Bolsonaro, Eduardo Bolsonaro, electo para el Senado con la mayor votación de la historia, afirma que para cerrar el
Supremo Tribunal Federal basta movilizar a un cabo y un soldado, el STF permaneció en silencio, amedrentado.

Según Steve Bannon, “si no fuese por Facebook, Twitter y otros medios sociales, habría sido cien veces más difícil para el populismo
ascender (…)” y Bolsonaro cuenta con un gran grupo, muy sofisticado, de brasileños expatriados trabajando en los Estados Unidos.
Según él, “hoy, la política es, en realidad, una narrativa mediática” 2

La demonización del adversario durante la campaña electoral fortaleció el antipetismo y llevó a un sinnúmero de agresiones físicas y
hasta asesinatos de electores de Haddad e integrantes de grupos minoritarios por bolsonaristas radicalizados.

En Porto Alegre, el día 8 de octubre, una joven con una camiseta que llevaba escrita la frase “Él no”, declarando que no vota por
Bolsonaro, al descender de un ómnibus fue agredida por tres hombres, que le dieron golpes y trazaron con una navaja en su barriga la
esvástica nazi, gritando “¡Bolsonaro! Él sí”. El delegado titular de la 1ª Delegación de Porto Alegre, Paulo Jardim, al comentar la
denuncia registrada en su Delegación, declaró que la esvástica marcada con una navaja no es un símbolo extremista y sí de amor, un
símbolo milenario budista.

La policía se muestra coludida con la radicalización y así estimula estos comportamientos criminales. El temor que se cierne sobre
todos es que la violencia política se propague por la sociedad, sin ningún control, al estilo del “modo filipino de gobernar”.

Electo por un partido minúsculo sin ninguna expresión, el Partido Social Liberal (PSL), Bolsonaro enfrenta el desafío de gobernar.
Sin experiencia administrativa, su equipo de campaña reúne seis generales de reserva y economistas ultraliberales, liderado por Paulo
Guedes, banquero, integrante y dirigente del Instituto Millenium, un think tank que propone, por ejemplo, la privatización de todo lo
que es público e interese al mercado, la destrucción de los derechos laborales, la reducción de las pensiones por jubilación y el recorte
de las políticas sociales.

El propio Bolsonaro y sus generales hacen declaraciones en defensa de la dictadura, poniendo en jaque a todas las instituciones de la
República y amenazando con gobernar sin el Congreso y hasta promover el impeachment y poner tras las rejas a los integrantes del
Supremo Tribunal Federal.

Sin planes de gobierno ni proyecto para el país, este grupo que se apropia del poder llevará a Brasil a una situación de crisis
económica, social y política sin precedentes, hará uso de la represión violenta para garantizar su gobernabilidad, promoverá la
persecución de sus opositores políticos y buscará destruir todas las organizaciones de la sociedad civil que representan a los sectores
más empobrecidos y defienden sus derechos.

Además de los militares, dirigentes del mercado financiero, del agronegocio, de bancos internacionales de inversiones, son
considerados para integrar los ministerios del gobierno Bolsonaro. Según Bolsonaro, será el fin de los sindicatos, de las ONG, de los
movimientos sociales. Al comparar la dictadura brasileña con la argentina, declaró que la dictadura brasileña debería haber matado a
30 mil opositores, como lo hicieron los militares en Argentina.

Con la ayuda de Temer, la ley antiterrorista está siendo regulada por el Congreso con vistas a endurecer las penas sobre cualquier
grupo que el gobierno desee calificar como terrorista. Y Jair Bolsonaro ya anunció su voluntad de clasificar a los movimientos sociales
como terroristas, especialmente al Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) y el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo
(MTST), los dos mayores movimientos sociales del país.

Lo que ahora se ve como posible coalición de gobierno es la articulación entre un radicalismo estúpido y rastrero – fruto de la
manipulación mediática que alienta a la clase media, la cual identifica al PT como la razón de todos los males, debiendo por eso ser
destruido – y un ultraliberalismo internacional que ve en la crisis brasileña el camino para apropiarse de las riquezas del país y acabar
con toda ilusión de soberanía nacional. Este ultraliberalismo reafirma el papel de colonia de Brasil y de América Latina, vista como
una plataforma de explotación depredadora por parte de las multinacionales, específicamente el sistema financiero internacional.

En un escenario de alto desempleo (13.1%), precarización e informalización de las relaciones de trabajo con la correspondiente
pérdida de los derechos laborales y rebajas salariales, empobrecimiento generalizado, población endeudada (40% de los adultos
integran el registro nacional de personas que no logran pagar sus deudas en la fecha prevista) y la reducción drástica de los recursos
destinados a las políticas sociales por la imposición de una enmienda constitucional que congela los gastos sociales del gobierno
federal por 20 años, el modelo de sobre-explotación que se pretende intensificar tiene un alto potencial conflictivo.

Sin intención de restaurar un pacto social en el cual las amplias mayorías puedan beneficiarse de una pequeña parte de la riqueza 
producida, el gobierno Bolsonaro debe hacer uso de la represión y el terror para contener las previsibles manifestaciones de protesta
y reivindicaciones.

Este escenario solo tiende a agravarse y debe también generar tensión en su propio equipo de gobierno, sus alianzas políticas y sus
relaciones con el Congreso. Por el perfil autoritario de Bolsonaro, que ya desautorizó a sus principales asesores en pronunciamientos
sobre lo que harán en el gobierno, no será sorpresa que el nuevo gobierno entre en crisis en un corto período de tiempo.

Los desenvolvimientos son imprevisibles, pero varias declaraciones de los generales señalan que, si la estabilidad política llegara a ser
amenazada por presiones sociales o por conflictos con el Congreso, ellos podrán asumir directamente el gobierno, en nombre de la
preservación del orden, de la Constitución y de la estabilidad.

Por otro lado, es importante observar que 89.5 millones de electores brasileños no votaron por Bolsonaro y, de ellos, 47 millones
votaron por el PT. Si las violencias contra las movilizaciones en defensa de los derechos se multiplican, es previsible la formación de
un frente antifascista y de un poderoso bloque de oposición.

1. Estudio realizado por la Universidad de Sao Paulo, Universidad Federal de Minas Gerais y Agencia Lupa, publicado en la Folha de Sao Paulo el 18 de octubre de 2018.
2. “Capitalismo esclarecido e populismo de Bolsonaro aproximarão o Brasil dos EUA, diz Steve Bannon”, Folha de SaoPaulo, 29 de octubre de 2018.



Gage Skidmore. flickr.com/photos/gageskidmore/

América Latina bajo la bota de Trump

JOSÉ F. CORNEJO
Licenciado en Filosofía. Analista internacional.

Cuando Donald Trump fue electo como presidente de los Estados Unidos hace dos años, la mayoría de gobiernos de la región
reaccionó con asombro y estupefacción. Como candidato, Trump se había expresado duramente frente al problema migratorio, con
desembozadas declaraciones racistas sobre los latinoamericanos y, además, había amenazado con retirarse de los tratados de libre
comercio, el TLCAN y el TPP. ¿Qué podía esperar América Latina del gobierno de Donald Trump?

Irrelevancia estratégica pero imprescindible retaguardia


Es un lugar común en los análisis sobre las relaciones entre los EEUU y Latinoamérica, afirmar que nuestra región carece de
relevancia estratégica para su política exterior. Esto, que es indiscutible, muchas veces se malinterpreta como un desinterés de los
EEUU sobre lo que ocurre en América Latina. Me parece un grave error. Efectivamente, en su último documento sobre Seguridad
Estratégica Nacional se afirma que los EEUU “han entrado en un período de competición con grandes potencias”. Que “China y Rusia
se han convertido en serios competidores que están construyendo las bases materiales e ideológicas para contestar la primacía y el
liderazgo de los EEUU en el siglo XXI”. Y que por tanto “el principal interés para la seguridad nacional de los EEUU es impedir la
dominación de la masa continental Euroasiática por potencias hostiles”.

Esto es un propósito descomunal. EEUU, que no es un país europeo ni asiático, quiere, ni más ni menos, manejar los destinos de esta 
inmensa masa continental de países y mantenerla bajo su dominación. Esta política exterior “unipolar” y de “dominación global” no
empieza con Trump, esta fue una política formulada por Brzezinski hace más de 25 años, luego del colapso de la URSS.
Desgraciadamente, en las élites americanas ha cristalizado una suerte de “hubris” imperial bajo la sensación de sentirse los
triunfadores de la Guerra Fría: el ganador se lo lleva todo, impone las reglas y se hace lo que él quiere en el sistema mundial. Como
hemos podido apreciar en varias ocasiones en los foros multilaterales, cada vez que no consigue imponer su posición, patea el tablero.
Defender a capa y espada un orden mundial unipolar en donde “América dirige”, es el norte de la política exterior americana, sean
Demócratas o Republicanos los que estén en el gobierno.

Pero volvamos a nuestros asuntos latinoamericanos. El hecho de no estar en las primeras filas de este combate de gigantes, no
significa que no seamos importantes. El aparente menosprecio de los EEUU hacia nuestra región esconde que en los presupuestos de
su estrategia mundial está claramente el objetivo de mantener un control firme y subordinado de América Latina a sus intereses
globales. De tal manera que, en la medida que tensa su confrontación estratégica con Rusia y China, más busca afirmar su dominio
sobre nuestra región, como retaguardia imprescindible a sus aspiraciones globales. Eso debemos tenerlo absolutamente claro.
Veamos ahora que ha significado para América Latina la llegada de Donald Trump.

El regreso al garrote y la zanahoria


La administración Obama había hecho gestos diplomáticos para endulzar las relaciones con América Latina, ante el auge del
regionalismo soberano que buscaba limitar la injerencia estadounidense en los asuntos latinoamericanos (CELAC, UNASUR). Junto
con la tímida apertura hacia Cuba, sorprendió el discurso de John Kerry al afirmar que para los EEUU “la era de la doctrina Monroe
ha terminado”. Pues bien, la tinta no estaba aún seca cuando la llegada de Donald Trump al grito de caballería “América primero”
resucitó esta vetusta doctrina imperialista del garrote y la zanahoria. Por la voz de su Secretario de Estado y magnate petrolero, Rex
Tillerson se nos anunció que la Doctrina Monroe es “tan relevante hoy como lo fue el día de su escritura”.

Esta desfachatada resurrección de la Doctrina Monroe por parte de la administración Trump se propone, en primer lugar, reforzar la
posición comercial de sus multinacionales con una política de acuerdos bilaterales, ya no multilaterales; luego, se plantea disminuir la
“influencia maligna” de Rusia y China en la región, reforzar la “seguridad hemisférica” con un mayor despliegue de su presencia
militar, así como derrotar a los “anacrónicos y autoritarios gobierno de izquierda” que perduran en América Latina.

Reforzar la dependencia económica


El desprecio por las instancias internacionales y los acuerdos firmados ha sido la marca de fábrica de la administración Trump desde
que asumió sus funciones. En el plano comercial, junto con el retiro del TTP, uno de sus objetivos era desconocer TCLAN, acuerdo de 
libre comercio entre Canadá, México y los EEUU. Aprovechando su posición de fuerza logró imponer la renegociación de un TCLAN2,
que puede servir de pauta para vaticinar las futuras iniciativas comerciales en la región. Según Ugarteche y Negrete (Alainet
16.10.2018), hay tres capítulos que generarán “profundas transformaciones económicas y políticas en América del Norte, y entre la
región y el mundo. Una se refiere a la continuidad en la guerra comercial económica de EEUU contra China y Cuba tomando como
aliados a Canadá y México; otro se refiere al deseo de sostener al dólar como moneda de reserva internacional; y el último se refiere a
la regulación de los derechos de autor y la propiedad intelectual”. Todos los retoques acordados se realizan en exclusivo beneficio del
socio mayor. La negociación del TCLAN2, ha sido solo una maniobra de Trump para reforzar la subordinación de las economías de
México y de Canadá a los intereses de los EEUU.

Luego de su triunfo obtenido con el TCLAN2, su próximo objetivo es el MERCOSUR, en particular Brasil. Recientemente, en una
conferencia de prensa, Trump se refirió al “injusto” déficit comercial que los EEUU tienen con Brasil. En el 2017 Brasil tuvo un
superávit de US$ 2,060 millones en su intercambio comercial con los EEUU. Esta iniciativa le será facilitada con el inminente triunfo
del denominado “Trump tropical”, el ex militar fascista Jair Bolsonaro, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil.
Con Mauricio Macri sometido al FMI en la Argentina y, Bolsonaro y su Chicago boy Paulo Guedes en Brasil, Trump podrá desarmar
fácilmente el frágil modelo proteccionista del MERCOSUR y subordinar completamente las economías de estos países al dominio
económico americano. Luego del triunfo del NO al ALCA, está sí que será una revancha del imperio muy amarga de tragar para la
región.

De más está decir que, la administración Trump buscará además entorpecer el aprovisionamiento de materias primas destinadas a
China, que se ha convertido en el principal socio comercial y destino de las exportaciones de Brasil y Argentina.

Despliegue continental y militarización de la ayuda


En materias de defensa y seguridad, como ha recordado recientemente Juan Gabriel Tokatlian (El Clarín, 4.09.2018) EEUU utiliza el
pretexto del “peligroso avance militar” de China, Rusia e Irán, para reforzar su despliegue militar en el subcontinente americano.
Cuenta con el Comando Sur con sede en Miami, la reactivación el 2008 de la IV Flota, bases militares en Aruba, Colombia, Cuba y
Honduras, así como bases operacionales secretas en otros países de la región incluido el Perú. Ha restablecido sus relaciones
militares con el Ecuador, con la presencia nuevamente de militares americanos en el país, cosa que está prohibida por la constitución.

En su reciente visita a Brasil, el secretario de Defensa James Mattis discutió los planes para una intervención militar contra
Venezuela, negoció la utilización de la base militar espacial de Alcántara y concretó diferentes contratos con la industria militar
brasileña que comprometen seriamente el proyecto de un complejo industrial militar brasileño soberano. Es decir, desde la frontera
con México hasta la Patagonia, los EEUU tienen una presencia militar incontestable por alguna potencia extra continental. Por otro
lado, en lo que se refiere a la ayuda de los EEUU a la región, en los presupuestos 2017 y 2018, constatamos nítidamente su creciente 
militarización al estar destinadas más del 60% de las partidas a ser manejadas directamente por el Pentágono. Esto significa que en
las embajadas americanas, serán los oficiales de inteligencia, los agregados militares, los agentes de la DEA, los encargados de
administrar el reparto de las zanahorias.

La nueva política del gran garrote


Como era de esperarse para un bravucón y sulfuroso presidente como Trump, que profiere amenazas de destrucción, sanciones y
represalias a diestra y siniestra, lo que no se pudo conseguir con los dólares se conseguirá por la fuerza. En el terreno político, la
administración Trump decide apoyar la elección fraudulenta, contestada incluso por la misión de observación de la OEA, de Juan
Orlando Hernández en Honduras. Es bueno recordar que es precisamente la política neoliberal y represiva de su lacayo en
Tegucigalpa la que está a la base de la ola migratoria de hondureños que en estos momentos ocupan los titulares de los medios.
Abandona el tímido acercamiento con Cuba con el pretexto de una “agresión acústica” contra sus funcionarios por parte de las
autoridades cubanas, y refuerza el bloqueo económico y las campañas de desestabilización en contra del gobierno castrista.

En Nicaragua ha desplegado acciones abiertas y encubiertas para conseguir un cambio de régimen, y amenaza de aplicar al gobierno
de Ortega draconianas sanciones económicas en la denominada Nica-Act, inspirada en la Magnitsky Act que instauró sanciones
económicas en contra de Rusia. Endurece y amplía las sanciones y la guerra económica iniciadas por Obama en contra de Venezuela,
amenazando incluso a Caracas de una intervención militar para “salvar al pueblo de la tiranía de Maduro y restablecer la democracia
en Venezuela”.

En la VIII Cumbre de las Américas se consagra el retorno a su liderazgo hegemónico sobre la región restableciendo a la OEA como el
ente articulador de su Doctrina Monroe, desmantelando los organismos regionales soberanos (UNASUR). Con la complicidad de los
países agrupados en el “Grupo de Lima” impone arbitrariamente la marginación del gobierno legítimo del Presidente Maduro y su
reemplazo por figuras de la oposición venezolana en el exterior. Burlándose de la voluntad popular, son los EEUU el que decide quien
debe gobernar en nuestros países.

Toda esta política de injerencia, desestabilización y guerra económica se trasviste ante la opinión pública como una defensa de los
DDHH y lo valores liberales que supuestamente inspira la política exterior de los EEUU. Pero en más de una ocasión, los EEUU han
dado muestras claras que no creen en la universalidad de los DDHH. Recientemente el asesor de seguridad, John Bolton, ha
declarado amenazadoramente que para los EEUU el Tribunal Penal Internacional “está muerto”, ante el intento del TPI de iniciar una
investigación de posibles crímenes de guerra cometidos por las tropas americanas en Afganistán. Los EEUU no son signatarios del
tratado internacional sobre los DDHH, como tampoco de la Convención Americana de DDHH conocida como el Pacto de San José.
Actualmente con su manejo cínico e hipócrita del cruel y salvaje asesinato del periodista disidente saudí Khashoggi, los EEUU y sus 
aliados de la OTAN, nos muestran el derrumbe moral en el que se basa su llamado “orden liberal internacional”. Por ello, no se puede
ser demócrata, progresista y muchos menos de izquierda, si se apoya las políticas ilegales, desestabilizadoras y belicistas de los EEUU
en nuestra región.

Para concluir debemos reconocer que se vienen tiempos difíciles y sombríos para América Latina, en tanto se mantenga la tenaz
voluntad de la política exterior estadounidense: dominar y subordinar nuestra región a su hegemonía.


Foto: Alessandro Valli

Europa: Las derechas duras y la antipolítica

LEYLA BARTET
Escritora, periodista y socióloga del Institut d’Etudes du Développement Économique et Social. Univ. Panthéon Sorbonne, Paris I.


Parafraseando a Marx podría decirse que un fantasma recorre Europa. Pero esta vez no se trata del comunismo, sino de lo que en su
reciente libro “Las nuevas caras de la derecha” (Siglo XXI Editores, 2018) el historiador Enzo Traverso llama post fascismo, es decir,
la nueva expresión de la derecha emancipada de la matriz histórica que la vio nacer. En efecto, a diferencia de los fascismos del siglo
XX, impregnados de un contenido ideológico fluctuante, los partidos post fascistas apuestan por la “normalidad” para intentar
transformar el sistema desde dentro y de alguna manera “naturalizar” una forma de pensamiento que destruye los principios básicos
de la democracia.

La crisis de los partidos políticos tradicionales ha sido precedida por otras manifestaciones que le dan origen: el incremento de las
asimetrías sociales, el desempleo y subempleo que afecta a los más vulnerables, las promesas incumplidas de la Unión Europea,
incapaz de oponerse a la concentración de la renta y la riqueza. Este cóctel explosivo alimenta fenómenos sociales concomitantes
como el rechazo a la inmigración y el anti islamismo primario que caracterizan al post fascismo.

Más allá de las diferencias de origen y de naturaleza que estas nuevas derechas extremas poseen, resultan evidentes sus rasgos
comunes y sus efectos en el paisaje político europeo. Tanto Alternativa para Alemania como el Frente Nacional francés, la Lega Nord
en Italia, Vox en España (que cuenta con las abiertas simpatías del Partido Popular), Alba Dorada en Grecia, Jobbik, el partido de
Viktor Orban en Hungría o Ley y Justicia del fallecido Lech Kaczynski en Polonia y las derechas de Europa Central (Austria,
República Checa, Eslovaquia) para no mencionar a aquellas de Bélgica y los Países Bajos y hasta el remanso socialdemócrata
escandinavo, todas han experimentado un crecimiento exponencial en los últimos tiempos. Y este peso político no sólo se ha reflejado
en las urnas. Ha determinado también una derechización del espacio público, obligando a los partidos de centro-derecha a endurecer
sus propuestas para no perder a su electorado tradicional que de otro modo prefiere los discursos más radicales.

Todos estos movimientos (y este sería uno de los rasgos comunes) despliegan una xenofobia que se ha renovado en el plano retórico.
Ya no se define con los viejos clichés del racismo clásico antisemita. Ahora apunta en especial a los inmigrantes o a las poblaciones
“provenientes de la inmigración”, es decir, de origen colonial incluidos los nacidos en suelo europeo. El eje estructural de ese nuevo
nacionalismo no es el antisemitismo sino la islamofobia. Y todos comparten otras afinidades como el nacionalismo proteccionista
contra la globalización y el repliegue contra la Unión Europea aprovechando los problemas que aquejan a este organismo regional.
Todo esto coronado por el autoritarismo y la apología de las políticas securitarias.

La crisis de los partidos tradicionales

¿A qué se debe la desafección creciente del electorado frente a los partidos “históricos”? Algunos especialistas como Régis Meyran 1 se
refieren al fenómeno como una forma de antipolítica. Por su parte, el historiador francés Pierre Rosanvallon, gran defensor de la 
autogestión y ex consejero del Presidente François Mitterrand, habla de una patología política, una enfermedad que aqueja a las
sociedades europeas. El filósofo italiano Roberto Espósito, miembro fundador del Centro de Investigación sobre el Léxico Político
Europeo y profesor de la Universidad de Nápoles, prefiere hablar de impolítica, un término que explica una actuación contraria a la
definición original del “hacer política”. 2

Todas estas expresiones (y la lista no es exhaustiva) presentan a la democracia representativa como paralizada y vampirizada por la
contrademocracia. Espósito evoca un enfoque desencantado de la política que la reduce a su facticidad, a su pura materialidad, sin
proyectos ni ideología. Por ello, presentarse como un empresario que gestiona bien resulta especialmente eficaz.

En el pasado, las fuerzas políticas encarnaban valores. La representación política tenía una connotación sacralizada y el pluralismo
político era la expresión del conflicto de ideas y de compromisos intelectuales fuertes. En la actualidad todos los hombres de Estado
(desde Emmanuel Macron, que trabajó para la Banca Rothschild, hasta el empresario mediático Berlusconi) se pretenden “buenos
administradores” pragmáticos y, sobre todo, post ideológicos. La política, según Traverso, ha dejado de encarnar valores para
tornarse un lugar de pura gobernabilidad y distribución del poder, de administración de los recursos públicos. En el campo político
tradicional, aquel de los partidos históricos europeos, ya no se combate por ideas: se construye carreras. Esta “anti política” surge de
la decadencia de la política convertida en un cascarón vacío. El electorado constata que en los últimos 30 años la alternancia de
gobiernos de centro derecha o de centro izquierda no ha generado modificaciones fundamentales en su calidad de vida. Ha sido un
simple cambio de personajes en la administración de los recursos públicos. Y la crítica y el debate están ausentes de la mayoría de los
medios monopólicos. En este contexto, los movimientos post fascistas llenan fácilmente el espacio desocupado por los “clásicos”.

Esta situación de desideologización de los partidos ocurre además dentro de una situación regional muy favorable, aquella del
desencanto de las promesas europeístas que se han convertido en objeto de críticas, tanto de la izquierda radical que acusa a la Unión
Europea de defender los intereses del gran capital, como de los post fascismos que propugnan la recuperación de la soberanía
nacional, el fin de la libre circulación y el proteccionismo económico.

El rapto de Europa
La mitología griega cuenta que la ninfa Europa fue secuestrada por Zeus, convertido en seductor toro blanco de brillantes cuernos. El
toro se acercó a ella con cariño y mansedumbre. Cuando Europa se decidió a montar sobre su lomo, el toro se incorporó, corrió a toda
velocidad y raptó a la asustada ninfa. El mito podría utilizarse como metáfora reemplazando al toro blanco por la Unión Europea. En
efecto, la crisis del modelo se hace visible con la quiebra de Lehman Brothers hace unos diez años. Las políticas de austeridad y
reforma estructural -propugnadas entonces por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea,
la “troika” a la que se refería el el ex ministro de economía griego Yanis Varoufakis- afectó a los países más frágiles: Irlanda, Portugal, 
Grecia y Chipre. Y dentro de ellos, a los más pobres. La fractura social se convirtió en el epicentro de la crisis.
Desde entonces la concentración de la riqueza no ha dejado de aumentar. Según datos del Global Wealth Data Group, en 2017 el 31
por ciento de la riqueza total europea pertenecía al 1% de la población adulta. Paralelamente, las instituciones y las políticas
redistributivas han sido objeto de una sistemática operación de acoso y derribo quedando muy mermada su capacidad financiera y su
legitimidad.

Para nadie es un secreto que el poder económico se traduce en poder político. Las grandes corporaciones y los grupos de presión que
los representan no dudan en hacer efectivo ese poder poniendo a su servicio a las instituciones. El resultado de esto es que la Unión
Europea representa cada vez más los intereses de las élites económicas y políticas. Esto ha generado una desafección creciente del
modelo de gobernanza neoliberal que se expresa en un voto de protesta centrado en opciones autoritarias de extrema derecha. Ante el
argumento “No hay suficiente para todos” que subyace a las políticas de ajuste draconianas, la extrema derecha propugna lo que en
“Ay Europa!” (Trotta. Madrid, 2009) Jürgen Habermas llama “el chovinismo del bienestar” expresado en la tensión latente entre el
estatuto de ciudadanía y la identidad nacional. Así, el malestar social y la polarización política se canalizan hacia el chivo expiatorio:
el inmigrante, el extranjero, el “otro”.

Los orígenes del post fascismo


Los medios de comunicación informaron en 2006 sobre la pugna entre derecha tradicional y movimientos post fascistas como el PVV
en los Países Bajos. En las elecciones europeas de 2009 el llamado Partido de la Libertad de Geert Wilders obtuvo 4 eurodiputados.
Este triunfo electoral trajo como consecuencia una radicalización del centro-derechista Partido Popular de Países Bajos (VVD) que, ya
para 2010, proponía en su programa excluir del Estado de Bienestar a los inmigrantes: sí a la redistribución de la riqueza, pero sólo
para los ciudadanos nacionales. De allí en adelante, la derecha ha ido ganado terreno en Holanda y algo semejante ha ocurrido
también en Bélgica, que además suma a su paisaje político el viejo conflicto irresuelto entre flamencos y valones.

Este fenómeno de radicalización de las derechas históricas se ha visto también en Austria, donde la llegada de una coalición derecha-
extrema derecha fue recibida con normalidad por la Unión Europea, ya que Viena cumplía con los objetivos económicos establecidos.
Algo parecido ha ocurrido en Suiza, Dinamarca y, desde hace poco, en Suecia donde su modélica socialdemocracia no dudó en
endurecer sus políticas sobre inmigración y acogida de refugiados frente al avance de la derecha.

Otro caso emblemático es el de España. Tras la moción de censura por corrupción que quitó a Mariano Rajoy (del centro derechista
Partido Popular) de la presidencia del Gobierno, fue reemplazado en el cargo por Pedro Sánchez, de la corriente de izquierda del
Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Desde entonces y frente al reto de un gobierno en minoría, los socialistas se esfuerzan por
encontrar consenso con los nacionalistas catalanes y vascos y con el partido Podemos, que no ha dudado en apoyarlo. El PP por su 
parte eligió como nuevo presidente al muy conservador Pablo Casado, delfín de José María Aznar. Y el centro derechista Ciudadanos
continúa su alianza táctica con el PP para acosar al gobierno socialista. Por otra parte, el hasta hace poco inexistente partido Vox,
paradigma del post fascismo español creado en 2013, reunió hace poco a más de 10 mil seguidores en Madrid. Ante una animada sala,
el exaltado secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, no dudó en proponer el fin de las autonomías, ilegalizar los partidos
independentistas y de izquierda, expulsar a los inmigrantes clandestinos, prohibir el aborto y el matrimonio gay, derogar la Ley de
Memoria Histórica y terminar con el Estado de Bienestar. Bajo el lema “España viva”, Ortega Smith exigió mano dura frente a los
independentistas catalanes. Copiando a Donald Trump, repitió muchas veces “España es lo primero” (America First). Vox no tiene
aún presencia parlamentaria en España pero su crecimiento ha sido grande desde su creación y nadie duda que ingrese al Parlamento
Europeo en las próximas elecciones.

Otro ejemplo del aggiornamento de la ultraderecha es el cambio del discurso del Frente Nacional en Francia. Durante mucho tiempo
y desde su creación en los años setenta, el FN de Jean Marie Le Pen había expresado un antisemitismo abierto que lo había llevado a
un revisionismo histórico escandaloso: “los campos de concentración son detalles de la historia”, llegó a decir. Su hija Marine ha roto
con el padre y ha establecido con él una distancia que pretende “normalizar” el partido, evitar confrontaciones con el sistema,
integrándose en los espacios políticos de la V República. Empieza a preocuparle su respetabilidad y practica una forma de “entrismo”.
Marine Le Pen dice ahora que los enemigos de la patria ya no son los judíos, sino los musulmanes que ponen en peligro la seguridad
nacional y la homogeneidad cultural europea. Su relativo éxito electoral -fue sin duda el partido más votado en las últimas elecciones-
se acompaña del hartazgo de las clases populares.

Felizmente todo parece indicar que por el momento las fuerzas que dominan la economía global no apuestan por las opciones tipo
Frente Nacional. No apoyaron en Francia a Marine Le Pen así como en EEUU, Wall Street sostuvo a Hillary Clinton y no a Donald
Trump. Pero en una Europa fragilizada y polarizada, nada garantiza la evolución que esto pueda tener.

1. Meyran, Régis. Le Mythe de l’identité nationale. Ed. Berg. Paris 2015

2. Esposito, Roberto. Catégories de l’impolitique. Ed. Le Seuil. Paris 2



Diario “Última hora” 15.12. 1969. Gracias a Archivo Sótano Beat

¿En qué momento jodió el rock a Velasco?

WILI JIMÉNEZ TORRES


Comunicador. Co-fundador y administrador de la plataforma ¡VUNP! ¡Vale un Perú! y colaborador de Rock Achorao’

Uno de los temas que siempre causa debate cuando se repasa la historia del rock hecho en el Perú, es la relación que tuvo el Gobierno
de Juan Velasco Alvarado con este género, y sus representantes locales. Es probable que ello nunca se agote. El principal protagonista
tendría que ser entrevistado y eso ya no es posible. Lo que sí se puede es acudir a colegas autores que se han referido al tema en libros
dedicados a la apasionante historia local de una música que nos hemos apropiado -como antes ocurrió con el vals- y que se ha
arraigado fuerte en nuestro medio. Nuestro rock.

El primer autor que trató el tema en un libro sobre rock es el filósofo y ex “gritante” de bandas de rock subterráneo Pedro Cornejo. En
la reedición de su libro “Alta Tensión. Breve historia del rock en el Perú” (Contracultura, 2018) escribe su visión final sobre el
particular: 
"Uno de los elementos centrales de la dictadura de Velasco fue su discurso ‘nacionalista’ y ‘antiimperialista’ que, en la práctica, se
tradujo en un enfrentamiento con las políticas implementadas hasta ese momento por los Estados Unidos en América Latina y en
un rechazo de la penetración cultural ‘yanqui’.

Desde esa perspectiva, el rock era un foco de ‘alienación’ juvenil que era necesario combatir. Y el gobierno militar lo hizo pero no de
una manera violenta… Por un lado, los medios masivos de comunicación fueron confiscados y, en consecuencia, dejaron de ser una
ventana para el rock local. Por otro lado, la importación de equipos e instrumentos se volvió virtualmente imposible. Por último, y
como resultado de su política de no alineamiento, el Perú quedaba fuera del eje anglosajón lo cual para el rock peruano significaba
quedar aislado de su conexión con la escena internacional.

Sería inexacto, sin embargo, explicar el declive del rock peruano únicamente por el acoso de la dictadura militar. No hay que
olvidar que en otros países -Argentina, por ejemplo- el rock enfrentó procesos autoritarios más duros y no sólo sobrevivió sino que
alcanzó una cohesión aún mayor. Hubo, pues, otros factores. Entre ellos habría que considerar, tal vez, el hecho de que el rock
peruano era, ante todo, una forma de entretenimiento, tanto para quienes lo hacían (los músicos) como para quienes lo escuchaban
(el público), y no un medio de expresión, una forma de vida o una fuente de valores alternativos a los que ofrecía la sociedad.
Seguramente había quienes lo asumían de esta segunda manera pero constituían un segmento minoritario dentro del circuito de
músicos y oyentes. Al respecto, es revelador observar que la mayoría de músicos peruanos de los sesentas concebían al rock como
un hobby o como un entretenimiento pasajero que debía ser dejado de lado cuando ya fueran adultos… Por ello, no es sorprendente
que la mayoría de músicos de rock en actividad a principios de los setenta se hayan ido del país o se hayan dedicado a otra cosa
cuando las condiciones existentes dejaron de ser propicias"

Hugo Lévano, uno de los más acuciosos investigadores de nuestras músicas contemporáneas de origen anglo, editor del libro “Sótano
Beat. Días felices” (Contracultura, 2012), ha hecho un interesante y extenso informe sobre el tema para la revista “Urbanoide” (2018),
donde responde a las preguntas recurrentes cuando se habla del rock en la época del gobierno velasquista. Revisemos algunas:

“¿Velasco prohibió las matinales?

No, no se conoce ningún decreto de la dictadura que haya afectado directamente a las matinales, esas presentaciones musicales
dirigidas al público adolescente brindadas por artistas de rock, nueva-ola y tropical, en los cines de Lima…

¿Se prohibió el rock en las radios? ¿Se desalentó a los grupos?



… se apoyó a los músicos locales con la Ley de Comunicaciones (1971), que estableció que un importante porcentaje de la
programación hertziana tenía que ser producida en el país. La ordenanza animó, indirectamente, a los sellos a fichar y grabar
artistas nacionales de todos los géneros, incluido el rock. Así, en 1972 se vivió un aumento de la producción de discos de 45 y 33
RPM, entre los cuales están los LP de los nacionales Pax, Traffic Sound, El Polen, We All Together, Los Belking’s, Tarkus y El
Álamo…

¿Se prohibió la importación de instrumentos eléctricos y equipos de música?

En 1969 se promulgó la ley que prohibió la importación de artículos de lujo… probablemente sí incluyó a instrumentos y equipos de
música de gama alta. Sin embargo, no provocó un desabastecimiento dramático, ya que los de gama media fueron periódicamente
ofertados por los medios… Vista en retrospectiva, la restricción incentivó la aparición de lutieres nacionales, cuyas guitarras, bajos
y órganos eléctricos, a precios populares, los colocaron al alcance de los jóvenes de Lima y las demás regiones, viviéndose en todo
el país un evidente aumento de los grupos eléctricos de rock y cumbia

¿La inestabilidad política afectó la producción de discos y la vida artística?

Testimonios de estos contratiempos los encontramos en la historia de la producción del LP Lux (Sono Radio, 1972), de Traffic
Sound: ‘Su salida al mercado se vio entorpecida por problemas sindicales en la casa discográfica, lo que a la larga causó la
desaparición de los masters

En conclusión, a fines de los años 60 el rock hecho por peruanos pasó de ser una manera de experimentar ser joven a ser una
incipiente industria, en tiempos convulsionados. Creo que si hubiera tenido la cohesión de un movimiento o los músicos rockeros
hubieran estado organizados, por ejemplo, con un sindicato, hubieran hecho frente a la situación de otra manera. El gobierno militar
no tenía una posición firme sobre el tema, lo que explica por ejemplo el funcionamiento de una radio como Atalaya que básicamente
estaba dedicada a emitir los éxitos del ranking norteamericano Billboard. Ni qué decir de la actuación de Gerardo Manuel -
considerado prócer de nuestro rock- y amigos en una fiesta del mismísimo Juan Velasco, o su presencia en el concierto de la banda
canadiense Marshmallow Soup Group en la inauguración de la Feria Internacional del Pacífico del año 1969. Esta historia le
sobrevive al general que se hizo presidente.



1973. Teatro rodante. Foto de Azucena Arrasco -Grupo "Amigos" de Chiclayo

Política en la escena teatral. Cincuenta años después

PERCY ENCINAS
Investigador, especialista en artes, educación y cultura. Universidad Nacional Mayor de San Marcos / Asociación Iberoamericana de Artes y Letras.

1968 es un hito en la historia socio política del mundo. También del Perú. No solo el mayo francés o la eclosión del hipismo. El
florecimiento de la primavera de Praga y su aplastamiento. También la masacre de My Lai, la de Tlatelolco, el asesinato de Memphis
nos recuerdan las cuentas pendientes por tantos otros crímenes en nuestra América. Y, aquí, Velasco. Ese personaje que ha devenido
mala palabra, blasfemia, una especie de invocación demoníaca para los sectores más nostálgicos de la oligarquía terrateniente.

Aún falta escribir una historia de la cultura peruana que evidencie la impronta de esta pretendida revolución. Lo cultural fue un
campo sobre el que operó con voluntad política expresa. Pero sobre todo, está pendiente analizar su influencia sobre el mapa teatral 
del país que, a partir de la década de los años setenta, en el cenit del velascato, produjeron los giros y transformaciones más
importantes no solo en Lima sino también, y quizás principalmente, en importantes plazas del interior. Yego, Yuyachkani y
Cuatrotablas en Lima, Barricada en Huancayo, Los Audaces en Arequipa, entre muchos otros grupos teatrales, no podrían explicarse
sin los fuertes vientos de progresismo que alentaban proyectos colectivistas ilusionados con la posibilidad de las utopías. Asimismo,
un nacionalismo de autorías que impulsó a Sara Joffré a crear las muestras nacionales y regionales desde 1974 para que se ofrezca
“teatro peruano”, revela una coincidencia con el discurso reivindicativo que imperaba en esos años desde la iniciativa gubernamental
que merece dilucidarse con cuidado.

Tampoco es casualidad que a partir de los años setenta, los emprendimientos teatrales utilicen casi siempre el sistema cooperativo de
puntos para la repartición de ingresos. Modelo consolidado hasta la actualidad, no solo entre los proyectos de teatro independiente,
que coincide con la tercera vía, alentada por el “Plan Inca” y que sobrevive entre la enorme mayoría de teatristas. El balance de ese
periodo es otra de las investigaciones pendientes que las universidades que forman profesionales del teatro siguen eludiendo.

Son tiempos de vertiginosa comunicación a través de tecnologías cada vez más omnipresentes, que nos ofrecen contactos electrónicos
inmediatos, acceso a bancos de contenidos inabarcables, babélicos e indigeribles que han convertido la gestión de big data en una
cuestión de necesidad estratégica para países, corporaciones y comunidades, además de haber facilitado la manipulación de opinión
pública más veloz de la historia en el fenómeno que ha dado en llamarse posverdad. Son tiempos donde lo inmaterial parece ser el
signo y la tendencia, donde las clases medias y ascendentes -cada vez más amplias en países como el nuestro, pero también más
saturadas bajo la presión de productividad que ellas mismas se autoimponen- siguen optando con más o menos culpa por el consumo
de entretenimiento. Cabe preguntarse ¿qué lugar ocupa el teatro?

Pensadores como el alemán Boris Groys o el coreano Byung Chul Han coinciden en señalar que la sociedad contemporánea,
urbanizada en su mayoría, vive entrampada en una hiperactividad que ya no se corresponde con la que describiera Guy Debord en La
sociedad del espectáculo, en la que el tiempo libre se asociaba con la pasividad y el escape de las condiciones ordinarias.

La gente hoy, por el contrario, elige programas de diversión hiperactiva, sean de consumo de fin de semana, sean tours vacacionales
con agendas rigurosas que planean al minuto hasta “los descansos”. Las personas se transforman en infatigables productores de
contenidos - fotografías, selfies, comentarios en redes, intercambio de mensajes con imágenes, opiniones impulsivas, pero sobre todo
simple exclamaciones- en lugar de receptores competentes de objetos o eventos de cultura. Del consumo pasivo a la producción
activa. Hiperactiva. Constituyendo sujetos que, conectados al internet, devienen compulsivos, incontinentes e inmediatistas. Respecto
a la cultura, son mucho menos contempladores y más perpetradores. Cada tweet, meme, publicación en Facebook, emoticon en
grupos de WhatsApp o Telegram, o post en Instagram es, en última instancia, una micro producción que delata su precariedad y
banalidad en la biósfera cultural. 
Les resultan más dadas a su actual necesidad las actividades y ficciones espectaculares pero de historia lineal. Se agudiza la tendencia
de los públicos a exigir formas (así sean fórmulas) que sacien su necesidad de mucha acción, terror o humor pero que permitan
seguirse a través de narratios claros y si fueran ordenados en secuencias lineales y consecutivas, mejor. Las sagas, de alguna manera,
en las series o el cine, ofrecen ese auxilio de referencia. Los espectáculos teatrales de gran formato, que requieren de numeroso
público que sostenga una taquilla tienen presente este requerimiento de su mercado: Nada muy “denso”, por favor, nada que exija
pensar mucho o acordarse de problemas. Sin embargo, el teatro de arte está.

En un contexto de ese tipo, sostengo que los teatros peruanos ofrecen su naturaleza disidente. Esto es, su dimensión política. Desde el
mismo hecho de existir y subir a escena. Intentemos visibilizar, al menos, dos perspectivas que sustentan lo dicho. Una: la
organizativa. Reunir las voluntades de un colectivo (el teatro siempre lo es, así se trate de un unipersonal) para poner una obra es,
desde el génesis del proyecto, algo casi imposible de ser rentable. Cuanto más artístico se pretende el montaje, más exploraciones,
desafíos, riesgos y problematizaciones debe asumir. Por lo tanto, más, muchas más horas de trabajo para idear, proponer, probar,
corregir, pulir. Ese costo no puede ser asumido casi nunca por la taquilla. Porque las innovaciones suelen inaugurar formas o
combinaciones y, por lo mismo, no coinciden con los gustos masivos, al menos no al inicio.

De eso se trata el arte. Otros proyectos que estén más atentos de la sintonía con amplios públicos –decisión legítima, por cierto—
clasifican dentro de otra naturaleza que puede contener elementos artísticos pero no prioriza ese carácter sino que lo instrumentaliza.
Usa el arte como un medio para alcanzar otras metas. Las económicas de una exitosa temporada comercial, por ejemplo. Pero el solo
hecho de que un equipo de artistas se reúna para idear y componer un proyecto teatral configura un acto de disidencia contra la lógica
rentabilista del capital. Esto no impide, por cierto, que en el teatro haya obras originales y taquilleras que, además, ofrecen una
experiencia que fomenta el espíritu crítico. Casos como Pataclaun en los noventa o como la inteligente Las chicas del 4° C (2018), de
César de María, dirigida por Adrián Galarcep, son excepciones que lo confirman.

Otra perspectiva: la temática. De qué se ocupan las dramaturgias de nuestro medio. Las formas de afrontar la política en nuestro
teatro han cambiado, su naturaleza es distinta a la que impulsó a los artistas escénicos del paradigma progresista setentero. Entonces
se creía en un teatro de agitación social y política explícita. Es indicativo que el original nombre del señero grupo de Lima, nacido del
ímpetu creativo de egresados de los colegios públicos Guadalupe y Rosa Santa María sea: “Yego, teatro comprometido”. Sus obras
entre 1969 y 1970, además de originales, eran iconoclastas: Fue entre nosotras; Alicia encuentra el amor en el maravilloso mundo de
sus quince años; El prejuicio universal, etc. Las iniciáticas de Yuyachkani: Puño de cobre (1972), Allpa Rayku (1978), Los hijos de
Sandino (1981) evidenciaban su vocación denunciadora, programática, casi proselitista hacia una lucha que debía contribuir a la
revolución (de inspiración castrista) y a la reivindicación política de los explotados.

Medio siglo después, el teatro no deja de emitir politicidad, incluso entre quienes no son conscientes de ella. Pero lo hace premunido
de una madurez artística mayor, sus banderas parecen ser otras. Se asienta en sus dominios –los del arte-- consecuente con sus
posibilidades y limitaciones para señalar, discutir, exponer los malestares de su tiempo.

Tres poéticas relevantes que conviven actualmente en nuestros escenarios serían: la poética teatral de la memoria, de las sexualidades
y la que podríamos llamar de la aspiración de autonomía. Que una obra se proponga parte de cierta poética, no impide que tenga en sí
características de otras. Se le propone en una por considerarse que es la predominante pero nunca que aplica a una sola, lo que sería
reduccionista.

La poética de la memoria podría llamarse también, siendo más explícitos, de la memoria del Conflicto Armado Interno (CAI). O
quizás, por lo representado en las más recientes, se trate de la Posmemoria. Aunque muchos despistados que asocian teatro peruano
con las salas del mainstream de la capital no lo sepan, hay una larga tradición de obras de esta poética que se remonta a la década del
ochenta. Quizás Carnaval por la vida (1987) del colectivo Vichama de Villa El Salvador, El caballo del Libertador (1986) y Pequeños
héroes (1988) de Alfonso Santistevan o Contraelviento (1989) de Yuyachkani sean hitos inaugurales del abordaje con otras tempranas
como Voz de tierra que llama (1992) del grupo Barricada de Huancayo o Entre dos luces (1992), de César Bravo.

Los concursos que fomentan la literatura dramática en este siglo han producido varias obras también con este tema central. El
concurso de dramaturgia del Ministerio de Cultura (que parece haber sido ya desactivado) incluyó una categoría precisamente
dedicada a fomentar la escritura de guiones sobre este periodo de nuestra historia contemporánea. Entre las más relevantes de años
recientes están La cautiva (2014), de la dupla creativa Luis León/Chela de Ferrari. Que además de su justa selección para distintos
festivales dentro y fuera del país, tuvo el impacto político de hacer reaccionar a un ministro del interior y a un procurador
antiterrorismo en uno de los mayores despropósitos y ridículos estatales de los últimos tiempos al iniciar una investigación a la obra
por posible apología. Otra obra fue La hija de Marcial (2015), escrita y dirigida por Héctor Gálvez que se anticipó en la fecha de su
escritura a una controversia política: la de los enterramientos del enemigo vencido. Una impactó la realidad, la otra la anticipó.
Ambas nacen de la dramaturgia literaria, pero hay otros modos de componer para el teatro que, como el caso de Sin título/Técnica
Mixta (Yuyachkani, 2004), ofrecen también relevantes trabajos inscritos en esta poética.

La poética de las sexualidades se propone también a partir de un eje temático. Estas propuestas exhiben una clara intención de
disentir de las representaciones que invisibilizan, marginan, estigmatizan o menosprecian a diversas sexualidades, al excluirlas de la
esfera del reconocimiento y de sus derechos. Desde la célebre adaptación (inconsulta) que hiciera Luis Felipe Ormeño de El beso de la
mujer araña de Puig en 1978 para Teatro del Sol han subido a los escenarios muchas obras sobre estos tópicos. Pero, especialmente
en los últimos años, su profusión es notoria, muy en consonancia con las preocupaciones de un sector letrado peruano que tiene que
ver menos con la izquierda y más con una posición de principios liberales. Otra vez podría pensarse que la literatura dramática es el
tipo de composición que, naciendo de un guion previamente escrito, genera montajes en esta poética. Sin embargo, una de las obras 
más relevantes de esta vertiente es una de teatro testimonial: Desde afuera (2014) del grupo No tengo miedo. Creada con los
materiales de vida de cuatro personas de distintas orientaciones sexuales, constituye uno de los trabajos escénicos más atrevidos e
impactantes de la escena reciente en el país.

Pero hay muchos otros creadores preocupados por estas cuestiones. Desde la dramaturgia literaria, Eduardo Adrianzén ha
investigado y escrito sobre personajes icónicos del arte poniendo énfasis en su condición homosexual: Demonios en la piel (2007),
basada en el trágico fin del cineasta Passolini; Sangre como flores (2009), basada en la vida de García Lorca; o Libertinos (2012)
donde explora el desenfreno del poeta francés del siglo XVII Claude Le Petit. La dramaturgia de Mario Vargas Llosa también recoge
un personaje o una relación homosexual en sus obras La chunga (1986); Ojos bonitos, cuadros feos (1996) y Al pie del Támesis
(2008). La lista de autores con esta inquietud en sus ficciones para la escena es mayor: Jaime Nieto, Diego La Hoz, Gonzalo
Rodríguez Risco, Daniel Dillon, Claudia Sacha, Daniel Fernández, entre otros.

Desde la performance escénica están el colectivo elgalpon.espacio que encabezan Jorge Baldeón y Diana Collazos (particularmente
expresas las escenas de Liliana Albornoz y Lucero Medina en Cuestión de Fe, en 2010). Un espectáculo auto clasificado como
“instalación performática” fue Goce carnal (2011) dirigido por Milagros Esquivel, Andrés León Geyer y Ricardo Ayala. Otros trabajos
individuales como los de Frau Diamanda, Samuel Dávalos, Fernando Flores, Toto Flores, entre otros, componen el panorama de esta
poética en nuestro medio.

La poética de la aspiración de autonomía reúne obras que directamente cuestionan el modelo vigente de sociedad en la que las
personas viven excesivamente dependientes, embridadas por imposiciones productivistas, sometidas bajo mandatos sociales que les
imponen roles y formas de realizarlos, así como dinámicas de consumo contra las que no tienen posibilidad de oponerse y mucho
menos de liberarse. Aquí pueden inscribirse algunas de Mariana de Althaus, como las de su trilogía sobre la maternidad: Entonces
Alicia cayó, La mujer espada, Criadero. También Padre nuestro. Vanessa Vizcarra vadea esta poética con Una historia original. Lo
mismo que Tirso Causillas con Financiamiento desaprobado (2016) o Renato Fernández con los personajes alegóricos de Ciudad
Cualquiera (2016). También Daniel Amaru Silva con Salir (2016) y la breve Pedido pendiente (2015) que, con otros matices en los
personajes, son pasibles de incluirse en esta poética.

Pero quienes más explícitamente ofrecen obras que dan forma a esta poética serían Cinthia Delgado con la hilarante Una pequeña
guerra de independencia (2017) y Carlos Gonzáles Villanueva con una exitosa trilogía ganadora de premios: Deshuesadero (2014),
Oda a la Luna (2015) y El hombre intempestivo (2018). Los protagonistas de estas obras son ambivalentes, parecen descolocados,
fuera de lugar –en el caso de los personajes de Delgado además exhiben una conmovedora e ingenua terquedad— pero a la vez los
signan destellos de lucidez que les otorgan un carácter especial. Dotados de honestidad, pesimismo e ironía, exponen su
inconformidad y disenso frente al mundo que los domina: un poder que se revela como un mecanismo implacable, capaz de 
devorarlos o, por lo menos, un absurdo asfixiante del que desearían (algunos hasta intentan) sacudirse para obtener una digna
autonomía.
Hay, sin duda, otras obras que bien pueden enriquecer esta propuesta. Hay, también posibilidad de identificar otras poéticas. Como
hay obras que desafían por sus cualidades insulares todo intento de clasificación. Uno de los casos más fascinantes es, quizás, el del
espectáculo Ino Moxo (2014), de Integro, dirigido por Oscar Naters. Esta obra de lenguajes interdisciplinarios, es un tejido sensorial
en el que confluyen los materiales plásticos de varias herencias pero con predominio de los amazónicos. Ofrece varios desafíos al
espectador actual: le exige atención, concentración, que acepte suspender la superficialidad del multitasking y desconectarse del
vértigo de su cotidianidad urbana para entregarse al goce estético que le asediará los sentidos, incluyendo el sentido crítico. Eso en sí
mismo, sostengo, es ya una acertada toma de posición. Es casi, si me permiten, junto con las otras poéticas señaladas, la tentativa,
cincuenta años después, de una nueva respuesta política, más propia y pertinente desde nuestros escenarios.


Polvo somos. Serie de apuntes de Renso Gonzáles aparecido en "Lecturas Urbanas - Polvos Azules 1" | rensogonzales.blogspot.com

Rimbaud en Polvos Azules

Nuevas representaciones sociales en la poesía del setenta


CARLOS VILLACORTA GONZÁLES 
Doctor en Literatura Latinoamericana. Profesor Asistente de español en la Universidad de Maine, USA.
“Atención, éste es el júbilo, éste es el júbilo / huyendo del silencio, viene, viene, se queda, / limpia, éste es el júbilo, el silencio le
huye”. Así comienza Un par de vueltas por la realidad (1971), el primer poemario de Juan Ramírez Ruiz, poeta chiclayano que migró
a Lima como tantos jóvenes en busca de educación y de trabajo. En su emblemático primer libro, Ramírez Ruiz capta la efervescencia
política y social del momento: las vivencias cotidianas, las relaciones amorosas, los desastres naturales, los abusos y las injusticias,
situaciones que con las que todo peruano debe lidiar día a día, y que la poesía peruana no había retratado con la urgencia necesaria.
“Se nos ha entregado una catástrofe para poetizarla” escribiría Ramírez Ruiz junto con el poeta Jorge Pimentel en 1970 en Palabras
Urgentes, texto fundador del movimiento Hora Zero. Así inicia la década del setenta, con la esperanza de un cambio que la poesía
buscó reflejar.

Fundado en 1970, el proyecto poético neovanguardista Hora Zero tuvo como objetivo romper con el status quo social y literario
peruano y refundarlo proponiendo una poesía nacional y latinoamericana: “Hemos nacido en el Perú, país latinoamericano y
sudamericano”. Contando entre sus filas con poetas como Enrique Verástegui, Mario Luna, Jorge Nájar, Julio Polar y José Carlos
Rodríguez, entre otros, Hora Zero recogió aquellas voces ignoradas, censuradas u olvidadas por la literatura, es decir la voz de los
sujetos populares, aquellas vivas que sonaban en la calle sin representación en la institución literaria peruana.

Esta renovación se valió del “Poema Integral”, propuesta poética que buscaba insertar la compleja y vasta experiencia de la realidad,
sus entramados tanto sociales, políticos como subjetivos, en el poema, a través de un lenguaje diferente: “ [un] lenguaje sencillo,
popular, directo, duro y sano [con] la capacidad de expresar toda la energía de una experiencia latinoamericana en un lenguaje
latinoamericano”. Estas ideas de cambiar la vida (siguiendo al poeta Arthur Rimbaud) y cambiar al mundo (siguiendo al pensador
Karl Marx) no eran nuevas: ya los cambios se anunciaban internacionalmente con el triunfo de la Revolución Cubana así como con las
protestas de mayo del 68; y en el plano local, con los cambios poéticos inaugurados por la generación del sesenta (Antonio Cisneros,
Rodolfo Hinostroza, Javier Heraud), así como con la instauración del gobierno militar con Juan Velasco Alvarado a la cabeza. La
aparición de una poesía conversacional en los años sesenta, una enfocada en una dicción coloquial, es clave para entender la tarea de
representar las nuevas voces urbanas. Hora Zero radicaliza este uso convirtiéndolo en arma poética para la representación de nuevas
voces.

Ramírez Ruiz

¿Pero quién era exactamente el nuevo sujeto peruano? Este es un asunto clave para el gobierno de turno. Las distintas reformas del
velascato desestabilizan en buena medida al sujeto peruano con el fin de crear uno nuevo así como de ampliar el concepto de
peruanidad. Velasco reemplaza al Día del Indio por el Día del Campesino, reconoce el quechua también como idioma oficial del Perú,
y lleva a cabo la tan postergada Reforma Agraria, con lo que busca incorporar al sujeto andino como pieza importante del programa
económico nacional. De esta manera, el grupo oligárquico, ya en decadencia, sufre un último golpe con el que se quiebra su
hegemonía. Al mismo tiempo, la búsqueda de la movilización social implicaba hacer más partícipe a otro grupo social: los 
trabajadores en la urbe. Este sujeto ya no se puede definir únicamente como un mestizo en cuanto sujeto hijo de dos razas diferentes
(la español y la indígena), sino también como ‘cholo’. Dice Julio Cotler: “El cholo se caracteriza por su situación incongruente: por su
origen social está cerca del indígena, pero por sus ingresos y la independencia que tiene frente al mestizo, se aleja de aquél. Sus
referencias culturales son igualmente ambiguos, al mantener rasgos indígenas y adoptar características de naturaleza mestiza, pero
otorgándoles un nuevo contenido urbano”.

El radical cambio aplicado por Velasco, entonces, no crea de la noche a la mañana a un “nuevo hombre” sino que intenta insertar una
nueva identidad en una nueva sociedad. Al desmantelar las obsoletas bases de la sociedad peruana, Velasco pone en jaque la
identidad nacional. La creación de Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS) en 1971 como una “manera de estimular la
intervención del pueblo peruano” debe entenderse también como la instauración de un aparato regulador y mediador de la
multiplicidad de voces que aparecen en el escenario político, un nuevo grupo que necesita ser escuchado y cuyas demandas debían ser
atendidas. Sin embargo, queda la pregunta ¿hasta qué punto se estableció un diálogo horizontal entre ellos y la verticalidad del poder
militar? En este contexto político, los poetas de Hora Zero intentarán, dentro de sus propias contradicciones, lograr ambos
cometidos: invitar a la participación poética, representar a los nuevos sujetos, y comenzar un nuevo diálogo.

Por supuesto, en esta primera mitad de la década de los setenta no hay que olvidar al grupo Estación Reunida, que reunía a los poetas
Elqui Burgos, Tulio Mora, Óscar Málaga, José Watanabe. Junto con Hora Zero definieron un estilo que tendría como resultado
poemarios emblemáticos como el ya mencionado Un par de vueltas por la realidad (1971), En los extramuros del mundo (1971) de
Enrique Verástegui, Kenacort y Valium 10 (1971) y Ave Soul (1973) de Jorge Pimentel, Álbum de Familia de José Watanabe (1971),
entre otros.

En estos libros aparecen personajes cuyas historias se han vuelto representativas de la nueva poesía peruana: la joven enfermera Irma
Gutiérrez; la destrucción de la casa del poeta Mario Luna por el terremoto de 1970; la joven Juana Cabrera, desalojada de su casa; la
terrible historia de Pedro Sifuentes Calderón mejor conocido como el sargento de las Aguas Verdes quien a sus 64 años rememora su
vida en algún bar de la ciudad: “Fui mozo de restaurante en La Victoria / cargador de bultos en La Parada / rencauchador de llantas
en un grifo perdido”. Además, en el 41 peleó en la guerra con el Ecuador, donde recibió el grado de sargento: “en Aguas Verdes agarré
un fusil por primera vez / pero más que matar cantábamos y escribíamos cartas / y componíamos valses dentro de una trinchera /
que nos salvaguardaba de una bala perdida / de una granada de la metralla que retumbaba / a diestra y siniestra”. Así mismo, se
recrean las calles de Lima, por donde deambulan y caminan los nuevos ciudadanos, entre ellos el poeta francés Arthur Rimbaud:
“Rimbaud apareció en Lima un 18 de julio de mil novecientos setenta y dos. / Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par de
botines marrones. / Se le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a la huelga de los maestros”.

No hay que olvidar las voces de poetas como Sonia Luz Carrillo, Enriqueta Beleván y especialmente María Emilia Cornejo cuyos 
primeros poemas escritos en las aulas de San Marcos demuestran no solo otra sensibilidad a tomar en cuenta sino el valor de la
poesía escrita por las mujeres. Versos como estos: “Soy / la muchacha mala de la historia/ la que fornicó con tres hombres / y le sacó
cuernos a su marido”, implicarían un nuevo camino en la poesía peruana que, pocos años después, será debidamente ampliado con la
publicación de Noches de Adrenalina de Carmen Ollé en 1981.

En cuanto a su participación política, los poetas de Hora Zero afirmaron en su manifiesto que ellos estaban “atentos a lo que se está
haciendo en el país”. Efectivamente, los poetas de Hora Zero y Estación Reunida no solo estaban atentos sino que varios participaron
directamente en el proceso de transformaciones estructurales. Poetas como Tulio Mora, Manuel Morales, José Watanabe trabajaron
en el SINAMOS; Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Enrique Verástegui, Vladimir Herrera en el diario ‘La Crónica’; Jorge Nájar, en
el Ministerio de Agricultura; José Rosas Ribeyro, Elqui Burgos, Sonia Luz Carrillo, Oscar Málaga y Ricardo Falla en el Ministerio de
Educación; Antonio Cillóniz, en el Instituto Nacional de Cultura. Si bien había suspicacia de los poetas hacia el gobierno, existió un
espíritu colaborador al menos a nivel personal entre ellos y el Estado. La confiscación de los medios de comunicación en el año de
1974 fue el punto de quiebre entre la sociedad peruana y el gobierno militar. Desde ese momento una continua represión social
significó el divorcio entre la poesía y el gobierno de turno.


Verástegui

A partir de 1975 y con el nuevo gobierno militar de Francisco Morales Bermúdez, la actitud de los poetas es claramente de mostrar el
fracaso y la represión del momento. En ese punto aparece la segunda etapa de Hora Zero, esta vez sin Ramírez Ruiz; también se crea
el grupo La Sagrada Familia (1977-1979) con los poetas Edgar O’Hara, Luis Alberto Castillo, Enrique Sánchez Hernani, Roger
Santiváñez y el narrador Guillermo Niño de Guzmán. La poesía representará, en mayor o menor medida, un espacio de represión y
muerte, donde la esperanza de un cambio social ha desaparecido dando lugar a uno de resistencia contra el orden autoritario. 
Entre estos libros podemos mencionar Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga) (1978) de Cesáreo Martínez quien
evalúa que los problemas sociales que el gobierno militar pensaba solucionar aún persisten: “En esta comarca, señores del poder,
hace siglos que la vida es imposible”; el poemario Mitología (1977) de Tulio Mora, que presenta el recorrido y muerte de cuatro
personajes mítico-marginales andinos por la ciudad capital; Tiro de Gracia (1979) de Feliciano Mejía, que también reconstruye las
muertes de ciudadanos en diversas marchas, huelgas y protestas durante el gobierno militar de Velasco y Francisco Morales
Bermúdez; Cruzando el Infierno (1978) de Jesús Cabel, que enfatiza la pérdida de la inocencia en una ciudad desamparada: y De la
vida y la muerte en el matadero (1978) de Rubén Urbizagástegui, donde Lima aparece como el espacio de la indiferencia: “Me pides
que te cuente de Lima / y no quieres creer / que Lima es solo 200 balcones donde 200 militares / quisieran tomar el sol / que existe
un río hablador que es mudo / y otro chillón que es sordo / que vivo y revivo en sus calles de ceniza / pero que mi corazón se
emborracha / y nace y muere y habita en Virunhuara”. Finalmente, frente a tanta represión, Enrique Verástegui hace un llamado a la
revolución en Praxis asalto y destrucción del infierno (1980): “luchar es de hecho el triunfo más hermoso”. Atrás ha quedado el
inicial júbilo del cambio y la esperanza de una sociedad más igualitaria.

Los años setenta, entonces, son primero la consagración de una diversidad de discursos que, al mismo tiempo, buscan construir la
ciudad utópica: la nueva Lima, promesa del cambio social. Al mismo tiempo, es el momento en el que confluyen distintas voces y
aproximaciones, algunas muy disímiles entre sí, pero todas bajo la sensibilidad (poética y social) de un tiempo de revolución. A pesar
de las contradicciones mismas de tan complejos y ambiciosos proyectos, tanto Hora Zero como Estación Reunida o La Sagrada
Familia son ejemplos de una renovación poética que es, sin duda, uno de los proyectos estéticos de democratización más importantes
de la segunda mitad del siglo XX. Si muchos de los poetas de la década de los años sesenta no pudieron reconocerse ni en la nueva
urbe ni en los sujetos que la habitaban, los poetas de los setenta buscarán crear, a partir de la diversidad social, los lazos necesarios
para la construcción de la nueva nación peruana.



Sobre “Sexualidades amazónicas…” de Luisa Elvira Belaúnde

MANUEL CALLA APOLAYA

Sexualidades amazónicas. Género, deseos y alteridades. 1ª ed.- Lima. La Siniestra Ensayos, 2018. BELAUNDE, Luisa Elvira

El libro “Sexualidades amazónicas…” es un conjunto de ensayos que abordan al género y la sexualidad de los pueblos de la Amazonía
desde su propio pensamiento, cosmología y prácticas socioculturales. En este sentido, y destacando la singular percepción de los
pueblos amazónicos a partir de diversos trabajos etnográficos, es que resulta una necesaria contribución a los debates que se
desarrollan en la actualidad sobre el género y la sexualidad.

La autora nos introduce al diverso mundo sexual amazónico, en primer lugar, mostrando un contraste básico entre la sexualidad
occidental y la amazónica: la primera se desenvuelve en relación al placer, la transgresión, al cuerpo como foco del goce y muy ligada
al sentido de culpa y pecado; la segunda, como un movimiento de relación y comunicación con el otro, con la alteridad. Así, se
distancia de los estudios de género que utilizan las teorías de poder y jerarquías y dominación (debido al carácter históricamente
construido en contextos y situaciones específicas), por el análisis social y antropológico que priorice el universo moral, los
significados y las relaciones entre las personas de un mismo género y de género distinto. Cabe mencionar que si bien los pueblos
amazónicos han sido y son parte de los procesos coloniales y políticos de hace más de 500 años -lo que indica que no es que sean un
“ente aparte”- las nociones de jerarquía y dominación que hayan podido absorber del mundo occidental no necesariamente se
equiparan con sus propias nociones o percepciones de la realidad. 
En segundo lugar, nos indica el vacío que existe en la actualidad respecto a estudios etnográficos que introduzcan a la mujer
amazónica no solo como un objeto de intercambio comercial (como las teorías de Lévi – Strauss), sino, y sobre todo, como agente de
acción con propias capacidades, puntos de vista y experiencias. Esto permitirá una mirada no constreñida solo a relaciones de
dominación entre géneros, sino, también, sujetos en constante dinámica y comunicación que resignifican su percepción de la
realidad.

De acuerdo a la autora, para visibilizar la diferencia entre los hombres y las mujeres, las relaciones de género desde una perspectiva
amazónica, es necesario comprender el espacio de la corporalidad desde una serie de nociones y prácticas, tales como: las
concepciones de género cruzada y paralela, la noción de sangre, la práctica del resguardo (dieta y reclusión), producción, depredación
y comunicación con los seres del cosmos.

La reproducción paralela es la idea de que lo femenino se adquiere por la madre y lo masculino por el padre; es decir, los hombres y
mujeres son dos tipos diferentes de seres humanos y llevan vidas paralelas, produciendo y manejando conocimientos propios. La
reproducción cruzada es la noción de que los hombres y las mujeres son un mismo ser humano, donde cada cual contribuye con sus
alimentos, sus artefactos y sus conocimientos en beneficio de una vida en común. Afirma la autora que estas dos concepciones de
género coexisten en el tejido social amazónico.

La noción de sangre, muy importante en el manejo etnográfico de la autora, es el principal vehículo tanto de la distinción como de la
unidad entre los géneros a lo largo de la historia y experiencias de las personas amazónicas. No solo se ciñe a una mirada biológica de
la sangre, sino, reúne a esta, lo mental y lo espiritual, lo cual indica que el manejo del flujo de la sangre en la historia de la vida es un
proceso constitutivo de la fertilidad, la salud, el trabajo, la creatividad, el bienestar, la religiosidad, la identidad personal y los
vínculos interétnicos. Así, para entender la dinámica de los géneros es necesario comprender que la sangre es el vehículo principal
que ejecuta tanto la diferenciación como la unidad de los géneros. La sangre está asociada al pensamiento porque circula en el cuerpo,
es decir, los pensamientos son estados de la sangre. Cuerpo, sangre y pensamiento son una tríada que detenta poder al ser nociones
que proyectan vida en el mundo amazónico. Asociado a ello, un elemento relevante de las relaciones de género es la transformación
de las personas por medio del manejo de la sangre asociado a prácticas de dieta y reclusión, lo que la autora señala como el
“resguardo”.

El resguardo es sinónimo de proteger, cubrir, asociado a momentos de dieta y reclusión donde se “fabrican personas”, se “hacen
personas”. Es el conjunto de los aspectos movilizados por las tecnologías corporales que incluyen una variedad de prácticas, tales
como restricciones alimenticias, reclusión, uso de sustancias vomitivas, plantas y la abstinencia sexual. Estas dietas o reclusiones se
dan en momentos en que los cuerpos están transformándose, están creciendo, adquiriendo habilidades o conocimientos en pos de 
llegar al estado deseado. Para que este transcurrir sea correcto, es necesario que el resguardo no sea quebrado, lo que generará el
riesgo de ser un “otro”, volverse un “otro”.
Los momentos de pasaje (liminales) como la pubertad, el parto o la muerte, deben ser protegidos, resguardados dada la importancia
del proceso de transformación que constituyen; la quiebra del mismo implica convertirse en otro ser, pudiendo ser percibido como
rabioso, no pariente o presa de “otredad”. La abstinencia sexual, en particular, es un instrumento esencial de transformación del
cuerpo y de la personalidad durante el cumplimiento estricto de los resguardos, especialmente en la pubertad. La abstinencia sexual
tiene un efecto de protección debido a que, para los pueblos amazónicos, el sexo es intrínsecamente una apertura al otro. Así, cuando
los cuerpos están transformándose, es importante evitar la exposición a los peligros provenientes de ese otro, de ahí el sentido de la
reclusión como forma de aislarse.

Podría asociarse el resguardo con una práctica de prohibición o represión. Sin embargo, esta asociación no es correcta. En primer
lugar, el resguardo no se centra en censurar el placer (noción europea), sino en la necesidad de generar un estado de protección
adecuado para posibilitar la transformación de los cuerpos y las personalidades durante las fases liminales de la vida.

Por último, la autora señala que los procesos de colonización amazónica, escolarización, la migración urbana de las poblaciones
indígenas, la ampliación de las expectativas de que los hijos accedan a educación, salud, y el consumo de mercancías, ha permitido
que aumenten las relaciones sexuales y amorosas entre personas de distintas proveniencias (sobre todo entre hombres mestizos y
mujeres indígenas). Agregado a ello, está el hecho de que los líderes políticos indígenas luchan por el reconocimiento étnico y la
legalización de sus tierras por parte del Estado, lo cual está vinculado con la decisión colectiva de crecimiento demográfico. Todo lo
anterior genera que se vayan dejando de lado las prácticas tradicionales de control de la natalidad y los rituales de dieta y reclusión
asociados al manejo de la sangre.



Sobre "La domesticación de las mujeres: patriarcado y género en la historia
peruana" de María Emma Mannarelli

NATALY VÁSQUEZ

“La domesticación de las mujeres: patriarcado y género en la historia peruana” reúne una serie de artículos de María Emma
Mannarelli que, escritos a lo largo de 15 años, tienen como hilo conductor la reflexión acerca de la regulación de los impulsos en las
sociedades jerárquicas, y su relación con la privatización de las funciones corporales, así como con el carácter de las instituciones.

El primer capítulo aborda la variación de los patrones matrimoniales en el área andina y el intercambio de mujeres en el marco de
alianzas matrimoniales, donde su apropiación era fuente de prestigio y autoridad. Mannarelli muestra cómo las pautas de
subordinación produjeron diversos posicionamientos de las mujeres: desde aquellas que permanecieron en sus comunidades
viviendo en los márgenes y manteniendo sus costumbres tradicionales hasta quienes renunciaron a su calidad de indias mitayas y se
emparejaron con hombres no indígenas; así como quienes se encaminaron a la resistencia abierta, adquiriendo papeles protagónicos.

La autora describe las relaciones de género durante la etapa de conquista, signadas por ideas de un honor masculino basado en la
virtud y uno femenino anclado en el recato sexual. Asimismo, revisa el papel jugado por las mujeres en la reproducción de valores
culturales hispanos, como responsables de la introducción de la cultura, los gustos culinarios, pautas de vestir y formas de cuidado
doméstico y difusión de los preceptos religiosos. En la tradición ibérica la mujer era considerada moral y mentalmente inferior al
hombre, y la idea de que era proclive al mal y débil frente a tentaciones justificaba que la Iglesia debía “velar” por ellas.

En cuanto a la relación entre la mujer y el ámbito público, la autora evidencia que la tutela masculina fue preeminente en la

configuración de su interacción social. En la medida en que para estadistas y filósofos doncella, casada, viuda y monja era los únicos
estados válidos para las mujeres, la reproducción familiar y el matrimonio era concebidos como pilares primordiales de la existencia
femenina, mandato que alcanzaba el cuerpo femenino, sobre el que el esposo tenía (más) derecho.

El concepto de Estado Patrimonial expresa el peso de los poderes privados en la historia del Perú durante la Colonia y la República.
Este Estado se resistió a tomar una postura que regule el comportamiento entre hombres y mujeres, por lo que se delegó esta
responsabilidad a la Iglesia. En un mundo en el que la identidad femenina se sustentaba en la maternidad, en el permanecer en casa y
no descuidar la descendencia, lo público está sostenido solo por el hombre y la prolongación de este estado de cosas ha sido una
condición para mantener sus privilegios.

En cuanto a la idea de domesticación, esta aparece asociada a la sexualidad de las mujeres, con la reproducción, el cuerpo y el deseo
de las hijas controlados por los padres y la monogamia como práctica casi exclusivamente femenina. Si el matrimonio trasladaba la
protección de las mujeres del padre al marido, el divorcio era impensable porque dejaba sin titular dicha protección. El significado
mismo del matrimonio quedó diferenciado por género: mientras el hombre se casaba por placer y para tener quien lo cuide, para la
mujer la unión significaba una mejora de posición o tener alguien para que administre sus bienes; es así como la liberación femenina
era la condición para poner en jaque al matrimonio por conveniencia.

De otro lado, Mannarelli diferencia entre la escritura como medio de comunicación y la escritura como medio de
distinción/exclusión, condición que señala como predominante en la historia del Perú. Si la Iglesia excluía explícitamente a la mujer
de cualquier instancia de poder, las mujeres no podían escribir públicamente y tribunales como el de la Inquisición fueron una
manera de ejercer control sobre la actividad literaria de las mujeres.

En la República, la educación secundaria posibilita para la mujer un espacio independiente de la prédica de la Iglesia Católica. Este
paso hacia la liberación trajo consigo actitudes castrantes por parte de los padres, con ideas como que las niñas no debían ir al colegio
porque solo aprenderían a "mandar cartas a muchachos", según testimonios de mujeres adultas presentados por la autora. Por el
contrario, escribiendo, las mujeres probaron su capacidad de elaborar un lenguaje propio y de producir conocimientos. Es así como el
acceso de las mujeres a la palabra escrita fue una señal de expansión de lo público y de la ciudadanía.



Metal (pop) y melancolía

Sobre "Buen viaje, Ikarus 10", poemario de Pablo Salazar-Calderón


TERESA CABRERA ESPINOZA
Escritora. Editora de Revista Quehacer

Breve genealogía
En 1974 la Administradora Paramunicipal de Transporte de Lima (APTL) adquirió 50 vehículos de transporte de pasajeros a la
Fábrica de Carrocería y Vehículos Ikarus, insignia de la economía socialista húngara. Suena hoy un poco exótico, pero por entonces
Ikarus estaba a solo un año de convertirse en uno de los cuatro mayores fabricantes de autobuses del mundo, compitiendo con
Mercedes Benz, Toyota y la checa LIAZ, también del poderoso bloque comunista. En Lima, estos buses del Este serían usados para
alcanzar los bordes de una ciudad que se iba de las manos: línea A a Villa El Salvador, línea B a Chorrillos, línea C a San Juan de
Lurigancho.

Poco después, el gobierno militar va a estatizar la APTL y fundar la inolvidable ENATRU Perú Lima-Callao, en 1976. Para 1977 los
húngaros de Ikarus se jactaban de haber producido 100 mil autobuses que recorrían las ciudades de todos los mundos: el capitalista,
el socialista, el estatista, el tercermundista. Para 1984 ya habían doblado la producción. Las existencias de Lima, por el contrario,
habían mermado. De la flota de 50 adquiridos en 1974 solo 11 están operativos a inicios de 1980 y recorren la ciudad junto a unas
cuantas docenas de Bussing y a algunos centenares de resistentes Volvo Vanhool, que a falta del cautivante diseño del Ikarus o del
nombre pegajoso de Bussing, tenían buenos repuestos, elemental verdad que permitió su supervivencia.

Así empezaban los ENATRU una década en la que diversificaron su uso: ya no solo transportaron pasajeros, también se afianzaron
como el escenario privilegiado para la oratoria popular y la venta ambulatoria. Un auténtico espacio público. Eventualmente se
convertirían en armas de guerra, como aquella vez en octubre del 86 cuando Sendero Luminoso secuestró uno para llenarlo de
explosivos, aunque antes de huir el comando tuviera la amabilidad de dejar a los asustados pasajeros en su paradero del Puente
Atocongo, o aquella otra vez en el verano del 87 cuando el MRTA incendió 3 destartaladas unidades luego de que el gobierno de
García anunciara una enésima alza de pasajes. Por entonces, la poderosa Ikarus de Hungría había llevado a la máxima potencia su
diseño modular y podía abastecer de carrocerías al fabricante canadiense de autobuses Orión.


Enatru. limasetentas.blogspot.com

Qué pronto acabaría todo esto, allá y acá. Tras el Muro, cayó Ikarus, privatizada en 1991. Ese mismo año, en el lejano Perú, el
Gobierno de Fujimori liberaliza el servicio de transporte. Ese mismo año, el ex policía desempleado José López, natural de Ayacucho,
compra en Chile una coaster de segunda que sería el inicio de su imperio interestelar: el consorcio Orión. En agosto de 1992 
ENATRU, ya un estegosaurio en tierra de combis velociraptor, fue vendida a sus trabajadores tras fracasar los intentos de una
privatización más lucrativa. Una de las empresas formadas por estos expulsados de la tierra del trabajo y lanzados al incierto aire del
emprendimiento fue Ikarus 10, un nombre tomado de un tiempo extraño para iniciar el recorrido de una nueva era.

Metal y melancolía
Para referirse a los materiales poéticos de los años 70 la poeta y profesora Sonia Luz Carrillo señala que la ciudad es un "estado de
ánimo, perspectiva hecha lenguaje".1 En un célebre artículo de 1985 titulado Lima, crónica de un deterioro, el historiador Tito Flores
Galindo afirma que “una ciudad es también la forma como la imaginan quienes la recorren”.2

Las poetas y los poetas de los años 70 definieron y actuaron la calle como una situación para el lenguaje. Para su lenguaje. Eso marcó
su vitalismo. En los 80 sus continuadores, herederos y desheredados encontraron y experimentaron de manera cruda que la ciudad, a
decir de la escritora Patricia de Souza, era también el lugar de los “enfrentamientos sociales y vejaciones, donde el lenguaje reproduce
los cortes sociales”.3

De una década a otra, la intensidad de la ciudad cobró otro signo. Las masas urbanas no son ya los migrantes que la asedian, con sus
cuerpos sobre los arenales tizados, ni son los cuerpos volcados a las calles bajo las banderas de la movilización, el paro y la revolución
a la salida de la fábrica, del local del partido, a la vuelta de la esquina. La experiencia de lo masivo en la ciudad es ahora raigal-
económica: la escasez material, la saturación de los bienes públicos, la determinación de ocupar la calle y hacerla producir.

En el imaginario sobre la ciudad de esa década anida una disputa. Unos ponen el énfasis en el desborde estructural, otros en la
experiencia del deterioro. Es en esta segunda vertiente donde encontramos el punto de partida del libro de Pablo Salazar-Calderón:
en un ir y venir que cruza una poética de la ciudad y una ética del recordar para producir una imaginería fantástica. Si el material-
deterioro, material-emblema, material-pasado son la ignición del proceso poético en Buen viaje, Ikarus 10 su destino no es la ciudad,
sino el espacio exterior.

Lima
Las lectoras y lectores de Buen viaje, Ikarus 10 (Paracaídas Editores, 2018) tendrán la impresión de estar en Lima. Encontrarán
sugerencias de estar en una ciudad abierta, en un desplazamiento en el que distinguimos Lima por sus promontorios, huacas y
descampados (Zorros,p.11; País Autobot, p.13). Para más certeza, se nos ofrecen algunos de sus hitos urbanos: Vía Expresa, Morro
Solar, Quebrada Armendariz. Pero Buen viaje, Ikarus 10 nos hace aparecer también y de pronto en lugares-restos, puntos
reconocibles producidos en el curso de una devastación que no se nos revela, pero que intuimos cuando notamos que la indefinición 
nominal se resuelve con la marca de un evento en la superficie: se nos sitúa en “cráteres” (¿qué es un cráter sino la marca de un gran
evento en la superficie?), o se nos señala “el punto conocido como crash” (La reaparición del piloto, p.35).

Enatru en febrero de 1982, publicada en “El Dominical” de El Comercio. szf.30796 en el thread los-antiguos-omnibus-limenos de forosperu

Estas tres dimensiones (lo desolado, lo conocido, lo misterioso) se integran únicamente porque en los textos subimos y bajamos de
enatrus y combis donde las relaciones sociales se reducen a las que son funcionalmente necesarias mientras subimos y bajamos de
estos vehículos: Vendedores, choferes, cobradores, pasajeros.

Poco a poco vamos a entender que no estamos en la ciudad. Quizá lo que vemos no es otra cosa que una proyección fantasmal de la
ciudad. Quizá somos Juan en el Libro de las Revelaciones y somos testigos de eventos fragmentarios de tiempos que no
comprendemos y que tratamos de aprehender con metáforas de otra época. O es que como ocurre ahora cada vez que pegamos la
vista en la pantalla del móvil, quizá solo estamos asomándonos a la experiencia de nuestros contemporáneos desde otra dimensión.

Pero no. Cuando nos alejamos de lo real, nuestra salida de Lima se produce por una elaboración fantástica que bebe de dos fuentes.
Una, el imaginario infantil y los guiños de una adolescencia pop: los autobots, el pimbol, la película Back to the future (1985). Otra, la
de una temprana conciencia del país (millones de intis, lamparines de kerosene y el misterioso asteroide AG1986). Y en nada de esto
el poeta resbala en la tentación de explotar la nostalgia. Es otro su uso.

Estos materiales son ofrecidos con cierto aire naive para orientarnos en una extraña secuencia temporal (pasan años, gobiernos de
facto) Estamos en la Lima de los años 80 moviéndonos en bestias motorizadas de los años 70, también estamos en los años 90, bajo
un nuevo contrato social y hemos pasado del potente frenazo al violento bocinazo. Del “rolls royce de los autobuses” y su innoble
decadencia ochentera a combis que ya estaban destartaladas en los primeros meses de su pobre servicio. Y también en el otro sentido,
de la irreductible combi al ómnibus de las ventanas enormes y el fascinante acordeón. Vehículos que ya no pudieron atender ni
contener nuestros millones de ineficaces viajes.

Combate interurbano interespacial


Todo este descalabramiento temporal nos conduce a la revisión histórica del combate militar del 11 de abril de 1980, entre la Fuerza
Aérea Peruana, representada por un Sukhoi 22 y fuerzas no humanas, representadas por un objeto volador no identificado. El
combate ocurrió en los cielos de La Joya, en Arequipa. Este es el despegue definitivo de Buen viaje, Ikarus 10. Se trata de la sección
ENATRUS A LA VELOCIDAD DE LA LUZ, en la que se resitúan todos los elementos del fresco en un sector indeterminado del
espacio o quizá en la frágil conciencia del piloto peruano que por primera, y hasta donde se sabe, única vez, enfrentó a fuerzas
extraterrestres.

Se trata de un hecho histórico, real, en el sentido en que son reales e históricas, documentadas, las experiencias de contacto
extraterrestre reportadas por un piloto de la aviación peruana en The History Channel. Es en esos nueve poemas de revisión histórica 
para-temporal en los que el lenguaje de Salazar-Calderón encuentra una ficción a la medida de su proyecto poético, el mismo que
desde Terrado de cuervos, su libro de 2008, no ha hecho sino expandirse, para bien de las lectoras y los lectores de poesía.

1. Carrillo, Sonia Luz. La ciudad poetizada. En: Socialismo y Participación N° 100. Edición especial. Lima, CEDEP, enero 2006 pp. 241-246
2. Flores Galindo, Alberto. Lima: crónica de un deterioro. Ensayo-reseña del libro “Memoria y Utopía de la Vieja Lima” de César Pacheco Vélez.En: Apuntes. Revista de
Ciencias Sociales N°17. Segundo semestre 1985. Centro de Investigación, Universidad del Pacífico, Lima Perú.
3. De Souza, Patricia. Escribir en tiempos de guerra. Reseña a Kloaka. Antología poética (2014). Publicada en Babelia, suplemento de El País el 18.03.15

desco
Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, es una institución no gubernamental del desarrollo que forma parte de la sociedad civil peruana, desde hace 52
años, dedicada al servicio de la promoción del desarrollo social y el fortalecimiento de las capacidades de los sectores menos favorecidos del país.
Jr. Huayna Cápac 1372 Jesús María, Lima - Perú. (51-1) 613-8300. 
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