3667 ABY La Tercera Leccion
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está gravemente herido, el temible Darth Malgus todavía no está listo para
seguir la orden de retirada. Mientras combate contra un Jedi, recuerda las
lecciones que años atrás recibiera de su padre.
La Antigua República
La Tercera Lección
Paul S. Kemp
Versión 1.1
04.01.13
Título original: The Old Republic: The Third Lesson
Relato publicado originalmente en la revista Star Wars Insider 124.
Cronología: 3667 años A.B.Y (Antes de la Batalla de Yavin)
Paul S. Kemp, marzo 2011.
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LSW 5
Paul S. Kemp
Una nube de humo flotaba en el aire, el residuo negro del bombardeo de la flota Imperial
sobre Alderaan previo al aterrizaje. La ira ardía en Malgus, y su semilla crecía ante la
palabra que seguía oyendo a través de los canales de comunicación imperiales: Retirada.
El Imperio había perdido Alderaan. Horas antes Malgus había caminado sobre su
superficie como un conquistador, pero ahora…
Ahora su superficie estaba moteada por hogueras de señalización, marcando los
puntos de las fuerzas de la República.
Se avecinaba un contraataque. Los informes indicaban una flota de la República de
camino a Alderaan.
Retirada.
Retirada.
Apretó los puños con tanta fuerza que hizo que le dolieran los dedos. Su respiración
sonaba como una escofina sobre la madera. La piel quemada le escocía. Un Comando de
la República había hecho estallar una granada en su cara, y combatir con una bruja Jedi
había dañado sus pulmones. Laceraciones y contusiones dibujaban un tétrico mosaico en
su carne.
Pero no sentía dolor. Sólo sentía rabia.
Odio.
Un sentimiento de frustración que le daba ganas de gritar.
Su lanzadera personal rugió a baja altura sobre el paisaje quemado. Debajo de él, los
edificios y los cadáveres ardían en las ruinas de una ciudad alderaani. A su alrededor,
naves imperiales patrullaban el cielo, volando de escolta. Trató de abrir los puños, y no
fue capaz. Quería…
La presencia de un usuario de la Fuerza del lado luminoso chocó contra su
sensibilidad a la Fuerza, un destello repentino en su percepción. Miró por la ventanilla al
exterior, hacia abajo. No vio nada salvo ruinas calcinadas, edificios derruidos, vehículos
quemados. Activó el comunicador que llevaba.
—Danos la vuelta.
—¿Mi señor? —le preguntó su piloto.
—Hazlo, reduce la velocidad a una cuarta parte, y reduce la altura en cien metros.
—Sí, mi señor.
Mientras el transbordador daba media vuelta y aminoraba, Malgus hizo caso omiso de
los dispositivos de seguridad y bajó la rampa de aterrizaje. El viento azotó en la cabina,
llevando el olor de un planeta carbonizado, un planeta que Malgus había intentado matar,
pero que sólo había herido.
Alguien tendría que pagar por ello.
Tomó la empuñadura de su sable de luz en la mano y se hundió en la Fuerza. Los
edificios incendiados de debajo sobresalían de la tierra quemada como dientes podridos,
retorcidos y negros.
—Más despacio —dijo al piloto.
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Star Wars: La Antigua República: La Tercera Lección
Extendió la mano a través de la Fuerza, sondeando para detectar la presencia del lado
luminoso que había sentido.
Al principio no notó nada, y se preguntó si se había equivocado, o si el usuario del
lado luminoso había percibido a Malgus y ocultado su poder. Pero entonces…
Allí.
Lo sintió como una irritación detrás de los ojos, una comezón que sólo la violencia
podría rascar. Se quitó la capa y se acercó al borde de la rampa de aterrizaje. El viento
tiraba de él. La ira creció en él, le mantuvo firme. La Fuerza le ancló en su lugar. Activó
de nuevo su comunicador.
—Planea sobre las ruinas hasta que yo vuelva.
—¿Hasta que vuelva, mi señor? ¿A dónde va? Está gravemente herido.
Malgus desactivó el comunicador y saltó de la rampa al aire libre. Activó su hoja
mientras la tierra se precipitaba a su encuentro. Usando la Fuerza para amortiguar el
impacto, cayó al suelo en cuclillas.
Se puso de pie en el centro de una calle salpicada de cráteres y cubierta de vidrios
rotos y deslizadores volcados. Un coche aéreo ardía a 10 metros de él, vomitando gotas
de humo negro hacia el cielo. En algún lugar, una campana sonó con furia en las rachas
de viento.
—¡Estoy aquí, Jedi! —gritó Malgus, su voz resonando sobre las ruinas.
Detrás de él, oyó el zumbido de un sable de luz al activarse, y luego otro.
Se volvió para ver a un zabrak, un Jedi, salir de uno de los edificios incendiados que
se alineaban en la calle. La línea azul de un sable de luz brillaba en cada una de sus
manos. Estudió a Malgus de reojo.
—Malgus —dijo el Jedi.
Malgus no sabía el nombre del Jedi, y no le importaba. El zabrak no era más que el
foco de su ira, un objetivo conveniente para su rabia.
Malgus se dejó caer en la Fuerza, rugió, y echó a correr por la calle, obteniendo
velocidad de su ira.
El Jedi se mantuvo firme. A los veinte metros, el Jedi levantó sus sables de luz en lo
alto a cada lado e hizo bajar a ambos hacia el suelo con una floritura.
El estruendo de los edificios al derrumbarse penetró demasiado tarde en la niebla de
la ira de Malgus. Una avalancha de duracemento y transpariacero se desplomó sobre él
desde ambos lados de la calle…
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Paul S. Kemp
Veradun siguió a su padre a la enorme casa de fieras que mantenían en los terrenos de
la finca de la familia. Su padre, un biólogo en el Cuerpo Científico Imperial, había
recogido animales de incontables mundos. La familia tenía su propio zoo privado,
financiado por el Imperio. Veradun había ayudado a atender a los animales desde que era
un niño pequeño.
Gritos, chirridos, aullidos, y un acre hedor animal les dieron la bienvenida. La voz de
su padre se hizo oír por encima del ruido.
—¿Sabes por qué me gustan tanto estos animales?
Veradun negó con la cabeza. Se vio reflejado en los cristales de las gafas de su padre.
—Debido a que podemos aprender de ellos.
—¿Aprender qué?
Su padre sonrió enigmáticamente.
—Vamos.
Su padre puso una mano sobre su hombro y lo condujo a través del laberinto de los
hábitats, jaulas y tanques, hasta que llegaron al cubo de transpariacero del tanque del
kouhun. Una gruesa capa de arena, salpicada de algunas rocas dispersas y algunas pieles
sueltas, era todo lo que podía verse. El artrópodo segmentado, con un cuerpo tan largo
como el brazo de Veradun, estaba escondido en algún lugar bajo la arena del tanque.
Veradun caminó alrededor del tanque, tratando de detectar cualquier signo del
kouhun. Nada.
Mientras tanto, su padre levantó una rata de una jaula cercana y la sostuvo sobre el
tanque del kouhun.
—Yo le he dado de comer antes —dijo Veradun.
—Lo sé.
Su padre dejó caer la rata en el tanque y esta se quedó inmóvil en el momento en que
golpeó la arena. Olisqueó el aire, agitando los bigotes.
Cerca de ella, la arena se abultó.
La rata chilló de miedo, pero antes de que pudiera moverse, el kouhun surgió de la
arena debajo de ella, atrapó al roedor en su mandíbula con forma de tijera, y la partió por
la mitad de un mordisco. La sangre derramada pintó la arena de rojo.
El kouhun reptó hasta salir por completo de la arena, con su cabeza toda ella
mandíbulas y ojos negros desprovistos de vida. Docenas de pares de patas impulsaron su
cuerpo segmentado sobre los pedazos sangrientos de la rata. Sin embargo, no comió, y
después de un momento volvió a enterrarse de nuevo en la arena, dejando intacto el
cadáver de la rata.
—¿Por qué crees que mató a la rata? —preguntó su padre—. No tenía hambre. Como
has dicho, le has dado de comer no hace mucho tiempo.
—Instinto —dijo Veradun—. Es una criatura salvaje.
—Bien, Veradun. Bien. En efecto, el kouhun mata sin razón. ¿Tiene eso sentido para
ti?
—No, pero… es un animal.
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Star Wars: La Antigua República: La Tercera Lección
Malgus estaba de pie en un hueco bajo una montaña de escombros, con las piernas
dobladas, el poder de sus manos alzadas evitando que varias toneladas de acero y
duracemento le aplastaran. El polvo dificultaba aún más su ya costosa respiración. Tosió
mientras las palabras de su padre resonaban en su mente.
Había sido descuidado, tan perdido en su necesidad de venganza que no había
evaluado adecuadamente el poder del Jedi. Había antepuesto su sed de sangre a su
raciocinio. Pero ya no. Con un esfuerzo de voluntad, contuvo su ira, la controló, la
convirtió en una piedra de afilar contra la que agudizó su poder. Usando la Fuerza, lanzó
los escombros por el aire, lejos de él. Cayeron con estrépito en los edificios adyacentes.
Un salto aumentado por la Fuerza le llevó fuera de ese lugar por encima del montón de
escombros. Los ojos del Jedi se abrieron como platos cuando Malgus aterrizó en la calle.
Malgus sonrió burlonamente y atacó.
Cubrió la distancia entre ellos rápidamente. La línea roja del sable de luz de Malgus
se movía tan rápido que se convertía en una borrosa mancha roja. El Jedi bloqueó el
ataque una y otra vez, el chisporroteo de hoja contra hoja resonando a través de las
ruinas. El ataque de Malgus —una tormenta de tajos, cortes y puñaladas— no daba
espacio al Jedi para un contraataque. El Jedi se retiró ante la ofensiva, interceptando
desesperadamente los golpes de Malgus.
Malgus podría haber acabado con el Jedi de cualquiera de las muchas maneras que
conocía, pero necesitaba la satisfacción de una muerte mediante sable de luz.
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Paul S. Kemp
El hábitat del viirsun —plantas nativas, un árbol solitario, algunas rocas— estaba
construido detrás de un muro de transpariacero. Mientras miraban, la madre regurgitaba
algunos insectos parcialmente digeridos en la boca de su cría casi adulta. Veradun había
visto lo mismo cientos de veces, pero su padre miraba fijamente, como si nunca antes lo
hubiera visto.
—¿Qué estás mirando? —preguntó Veradun. No veía nada inusual.
—Observa.
Después de devorar los insectos, la cría se levantó y caminó un poco por el hábitat,
probando sus patas. La madre miraba, acicalándose las plumas. Con el tiempo, la cría
volvió junto a la madre, se inclinó hacia ella, y comenzó a golpearla con su pico. Al
principio Veradun pensó que quería más alimentos, pero el picoteo se hizo más y más
violento. Las alas batían, las plumas volaban. La madre intentó retirarse pero la cría la
persiguió, la agarró del cuello con su pico y sacudió violentamente, una, dos veces. La
cría la dejó en el suelo y comenzó a comer.
Veradun nunca había visto nada igual.
—La cría no es un viirsun —explicó su padre—. Es un mimnil. En su estado
inmaduro, parece un viirsun juvenil. Mata a las crías originales y las reemplaza. Cuando
está listo para la muda, ataca a su madre adoptiva. He estado observando a éste durante
un tiempo.
Un mimnil. Veradun nunca lo habría sospechado.
—Yo… sigo sin entenderlo.
—A menudo cosas que fingen ser débiles sólo esperan el momento adecuado para
mostrar su fuerza. ¿Entiendes ahora?
Veradun lo pensó un instante y asintió con la cabeza.
—No debes confiar en nadie —dijo su padre—. Y menos en aquellos que parecen
débiles.
El sable de luz de Malgus trazó brillantes arcos de color rojo a través del aire. Giraba,
cortaba, apuñalaba, haciendo retroceder al Jedi. Pero el Jedi siempre bloqueaba el golpe.
Parecía estar esperando su momento.
Me está engatusando, se dio cuenta Malgus. Fingiendo debilidad.
Malgus ralentizó su ataque, retrocedió unos pasos, y se comunicó con la Fuerza.
Inmediatamente sintió la firma débil, deliberadamente oculta, de otro usuario del lado
luminoso a su derecha. El aliado del Jedi estaba oculto entre los escombros, acercándose.
Malgus desató una serie de furiosos ataques por encima de la cabeza que obligó al
zabrak a retirarse rápidamente. Esquivando una estocada del Jedi, Malgus aprovechó su
movimiento para lanzar una patada con giro lateral aumentada mediante la Fuerza que
golpeó al Jedi en las costillas y lo envió dando volteretas contra la pared de un edificio
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cercano. Al mismo tiempo, se extendió con la Fuerza hacia el usuario del lado luminoso
oculto, apartó la resistencia que se sentía, y sacó al Jedi de su escondite.
Un macho humano de veintitantos años salió de las ruinas, colgando como un pez en
el anzuelo del poder de Malgus. Sus piernas pataleaban en vano; la hoja verde de su sable
de luz cortaba en el vacío; jadeaba ahogadamente mientras el poder de Malgus apretaba
su garganta.
—¡Vorin! —gritó el zabrak.
—Hasta aquí vuestra emboscada —dijo Malgus, y cerró el puño, aplastando la
tráquea de Vorin. Dejó caer el cuerpo en la tierra quemada. Un destello de ira,
rápidamente reprimido, provino del zabrak mientras saltaba por encima de los escombros
hacia Malgus. Malgus lo vio venir, manteniendo su hoja roja apartada a un lado.
A los 10 metros, Malgus extendió su mano libre y desató zarcillos azules de
relámpago de la Fuerza. Estos golpearon al Jedi atacante: cruzaron sus defensas, se
arremolinaron a su alrededor, y empezaron a quemar la carne.
Gritando de dolor, el Jedi se inclinó hacia adelante en el relámpago —enseñando los
dientes, sosteniendo ante él sus hojas azules— y avanzó tambaleándose hacia Malgus. A
pesar de sus quemaduras, seguía avanzando. Un paso, otro, otro, pero estaba perdiendo
fuerzas, marchitándose bajo el calor de los rayos. Malgus canalizó más poder y el Jedi
cayó de rodillas, gritando. El relámpago giró en espiral alrededor del zabrak, quemando
negros agujeros en su cuerpo. Los sables de luz cayeron de sus manos y se retorció de
dolor, gritando al cielo su agonía.
Malgus puso fin a su ataque. El Jedi, acabado, cayó al suelo y rodó sobre su espalda.
Su respiración sonaba peor que la de Malgus.
Malgus caminó a su lado y se puso sobre él.
Se dio cuenta de que admiraba el temple del Jedi.
Desactivó su sable de luz.
Tras observar al mimnil devorar al viirsun, su padre lo había llevado a una nueva jaula
que debía ser una adición reciente al zoológico, porque Veradun nunca antes la había
visto. Una lona la cubría, ocultando su contenido.
—¿Qué hay ahí? —preguntó Veradun.
Su padre parecía sombrío.
—La tercera lección.
La mirada de Veradun fue de su padre a la jaula, y de nuevo a su padre.
—Creo que serás un gran guerrero, Veradun —dijo su padre—. Un recurso muy
valioso para el Imperio.
Veradun escuchó la tristeza en las palabras pero no las entendió.
—Tus profesores me dicen que han visto pocos con tu potencial en la Fuerza.
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Paul S. Kemp
El Jedi, con el rostro contraído de dolor, miró fijamente a Malgus. Uno de los cuernos de
su cabeza se había agrietado por el calor de los rayos de la Fuerza. Los ojos del Jedi
fueron a la espada de luz desactivada que Malgus sostenía en su puño cerrado, y ladeó la
cabeza.
Malgus leyó la pregunta en sus ojos. ¿Misericordia de un Sith? Malgus sonrió. Dio un
paso adelante, activó su espada, y apuñaló al Jedi atravesándole el pecho.
—Duerme —dijo.
Los ojos del Jedi mantuvieron la pregunta durante los breves instantes que se
demoraron en quedar en blanco. Malgus se irguió, desactivó su espada, respiró
profundamente, y se alejó. La pregunta en los ojos del Jedi era una que él mismo se había
hecho en innumerables ocasiones, la que su padre había tratado de ayudarle a responder
tantos años antes. La respuesta nunca le había satisfecho plenamente, pero suponía que
esa era precisamente la idea.
A veces, sólo había una jaula vacía.
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