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El Silencio de Dios

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Posible título: ¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

A veces en el camino me confundo. Interpreto mal las voces que escucho. Creo que me llama Dios
y me pide algo. Pero tal vez no es Él. O creo que son otras invitaciones las que cuentan. Y sigo
otros caminos confundido. Samuel tardó en comprender. Y al final fue Elí quien comprendió lo que
sucedía y le explicó todo: Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a
Samuel: – Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: – Habla, Señor, que tu siervo te
escucha.

«Dios tiene un lenguaje secreto, a muchos les habla al corazón. Y hay un potente sonido en el
silencio del corazón: – Yo soy tu salvación». (Libro La fuerza del silencio del cardenal Robert Sarah.
Me callo para intentar oír su voz. Para intentar saber qué dicen sus palabras.

Este modo de hablar de Dios nos resulta, sin embargo, difícil. Los salmos lo manifiestan con
elocuencia: «¡Dios mío! No estés callado, no guardes silencio, no te quedes quieto, ¡Dios mío!»
(Sal 83,2). «¿Por qué escondes tu rostro?» (Sal 44,25) «¿Por qué han de decir las naciones: “Dónde
está su Dios”?» (Sal 115,2). A través del texto sagrado, Dios mismo pone estas preguntas en
nuestros labios y en nuestro corazón: quiere que se las digamos, que las meditemos en la forja de
la oración. Son preguntas importantes. Por un lado, porque apuntan directamente al modo en que
Él se revela habitualmente, a su lógica: nos ayudan a entender cómo buscar su Rostro, cómo
escuchar su voz. Por otro, porque muestran que la dificultad para captar la cercanía de Dios,
especialmente en las situaciones difíciles de la vida, es una experiencia común a creyentes y a no
creyentes, aunque adquiera formas diversas en unos y otros. La fe y la vida de la gracia no hacen
evidente a Dios; también el creyente puede experimentar la aparente ausencia de Dios.

Tampoco deja de asombrar que Jesús rece en la Cruz con estas palabras del salmo 22: «¡Dios mío,
Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Lejos estás de mi salvación, de mis palabras suplicantes»
(Sal 22,2). El hecho de que quien no conoció pecado (2 Cor 5,21) haya experimentado de este
modo el sufrimiento pone de manifiesto cómo los dolores que marcan a veces de manera
dramática la vida de los hombres no pueden ser interpretados como signos de reprobación por
parte de Dios, ni su silencio como ausencia o lejanía.

La ausencia de revelación o de comunicación de su parte, para algún momento especial o para


alguna cosa en particular, tendrá por lo menos cuatro razones de ser, a saber. Porque:

1. Él entiende que hay cosas que podemos decidir por nuestra propia cuenta.
El silencio de Dios, el hecho de que no intervenga siempre de un modo inmediato para
resolver las cosas del modo en que querríamos, despierta el dinamismo de la libertad
humana;
si Dios hablara e interviniera continuamente en nuestra vida para resolver problemas, ¿no
debemos admitir que fácilmente trivializaríamos su presencia? ¿No acabaríamos, como los
dos hijos de la parábola (cfr. Lc 15,11-32), prefiriendo nuestros beneficios a la alegría de
vivir con Él?

Aún cuando Él, no nos guíe para cada paso de nuestras vidas, igual nosotros deberíamos
pedir discernimiento, sabiduría y entendimiento. Tal vez Dios no nos diga exactamente
qué hacer pero sí podrá ayudarnos a tomar decisiones sabias y prudentes. ¿Cómo?
Llenándonos de su sabiduría.
2. Nuestra fe está siendo probada.
cuando Dios entiende que es el momento oportuno para esta prueba, es porque ya nos ve
con la madurez suficiente como para poder afrontarla. Ésto debe dejarnos un poco más
tranquilos y con mayor confianza; ya que para cuando llega este momento, de seguro ya
habremos estado mucho tiempo en sus brazos y será hora de bajarnos para dar nuestros
primeros pasos de madurez.
Para esto hay que:
- Ponte a orar y a obrar con prudencia.
- no te inquietes más de lo necesario recuerda que tu paciencia, fe y fortaleza están
siendo probadas..

Dios permanece a veces en silencio, aparentemente inactivo e indiferente a nuestra suerte,


porque quiere abrirse camino en nuestra alma. Solo así se entiende, por ejemplo, que permitiera
el sufrimiento de san José, en la incertidumbre acerca de la maternidad inesperada de Santa María
(cfr. Mt 1,18-20), pudiendo haber «programado» las cosas de otro modo. Dios estaba preparando
a José para algo grande. Él «no perturba nunca la alegría de sus hijos, si no es para prepararles un
gozo más seguro y grande.

dichos momentos no serán de largo plazo, aunque pese a eso, nos serán dolorosos e implicarán
una dura etapa de prueba para nuestra fe. Será en aquél momento en que deberemos demostrar
cuánto hemos crecido, cuán sólida es nuestra confianza en Dios y cuán decididos estamos a
seguirle.

Con sus silencios, Dios hace crecer la fe y la esperanza de los suyos: les hace nuevos, y hace con
ellos «nuevas todas las cosas». A cada uno y cada una toca responder al silencio suave de Dios con
un silencio atento, un silencio que escucha, para descubrir «cómo obra misteriosamente el Señor»
en nuestro corazón, «y cuál es la nube, (…) el estilo del Espíritu Santo para cubrir nuestro misterio.
Esta nube en nosotros, en nuestra vida, se llama silencio. El silencio es precisamente la nube que
cubre el misterio de nuestra relación con el Señor, de nuestra santidad y nuestros pecados»[17].
Francisco, Homilía en Santa Marta, 20-XII-2013.

3. Todavía no es tiempo de recibir una respuesta de parte de Él.


“Hay que esperar los tiempos de Dios”, pero la mayoría de nosotros estamos tan aferrados
a nuestra ansiedad que en la mayoría de los casos, el “aquí y ahora” nos resulta más
importante que el hecho de lograr esperar de buena gana.
esperar, sabiendo que no todo es ya y ahora, y por lo tanto esperamos confiados en Él, y
apoyados en la fortaleza que solo Él puede darnos, hasta que por fin, con el tiempo, la
ansiedad se calma, y al final, la respuesta llega. Para cuándo esto sucede, la esperanza se
ve acrecentada, la fe aumenta, y como resultado, salimos fortalecidos. Podemos entonces
decir a los cuatro vientos que Dios responde, y que lo hace: “en sus propios tiempos”
4. La más triste de todas, porque después de mucho mostrarnos el camino a seguir, nosotros
permanecemos en nuestras posturas y/o pecados sin escucharle u obedecerle.
Dios siempre quiere hablarnos pero si no estamos dispuestos a escuchar, si rechazamos su
mensaje, si no estamos dispuestos a abandonar nuestros pecados, llegará un momento en
el que ya no podremos oír su voz.
cuándo Jesús no es el rey en nuestras vidas, difícilmente entenderemos lo que Él pueda
decirnos. Entonces, ya no es que Dios no nos quiera hablar, sino que lo más probable es,
que no estemos preparados para entender, o interpretar, lo que nos está diciendo.
En cuanto le manifiestes tu arrepentimiento y tu decisión de comenzar nuevamente una
relación con Él, su presencia se hará manifiesta, y su palabra volverá a ti.

No me es tan sencillo a veces escuchar a Dios porque no hago silencio. El corazón de los jóvenes
tal vez está demasiado atado a la tierra y a sus propios planes. Hay demasiado ruido. Tal vez
prefieren no escuchar. Además hay poca capacidad para la renuncia y la entrega de la vida.

RECOMENDACIONES:
PERSEVERAR EN LA ORACIÓN Y PEDIR SU SABIDURÍA.

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