Galatas Cap. 4
Galatas Cap. 4
Galatas Cap. 4
4
Procure dominar este capítulo, ¡sea como sea! Explica
cómo Dios justifica (declara justo) a los impíos
mediante la muerte y la resurrección de Jesucristo.
«Salvación» es un término amplio e incluye todo lo que
Dios hace por el creyente en Cristo: «justificación» es
un término legal que describe nuestra perfecta posición
ante Dios en la justicia de Cristo. En este capítulo
Pablo usa el ejemplo de Abraham para ilustrar tres
grandes hechos respecto a la justificación por fe.
I. La justificación es por fe, no por obras (4.1–8
Todos los judíos reverenciaban al «padre Abraham» y
por Génesis 15.6 sabemos que Abraham fue justificado
ante Dios. La aceptación de Abraham por Dios era tan
cierta que se referían al cielo como «el seno de
Abraham». Sabiendo esto, Pablo apunta a Abraham y
pregunta: «¿Cómo fue Abraham, nuestro padre en la
carne, justificado?» ¿Por sus obras? No, porque
entonces pudiera haberse gloriado de sus éxitos y no
tenemos ningún registro de tal acción en el AT. ¿Qué
dice la Escritura? «Abraham creyó a Dios» (véase Gn
15.1–6.) El don de la justicia vino, no por obras, sino
por la fe en la Palabra revelada de Dios.
Nótese que en su argumento Pablo usa las palabras
«considerar», «imputar» y «contar» (vv. 3–6, 8–11;
22–24). Todas significan lo mismo: poner a cuenta de
una persona. La justificación significa justicia
imputada (puesta a nuestra cuenta) y nos da el derecho
de estar ante Dios. Santificación significa justicia
impartida (hecha parte de nuestra vida) y nos da una
posición correcta ante los hombres, de modo que crean
que somos cristianos. Ambas cosas son parte de la
salvación, como argumenta Santiago 2.14–26. ¿De qué
sirve decir que tengo fe en Dios si mi vida no revela
fidelidad a Él?
La salvación es o bien una recompensa por obras, o un
regalo mediante la gracia; no puede ser ambas cosas. El
versículo 5 afirma que Dios justifica al impío (no al
justo) por fe y no por obras. Los judíos pensaban que
Dios se basaba en las obras para justificar a los
religiosos; sin embargo, Pablo ha demostrado que el
«padre Abraham» se salvó sólo por fe. Luego Pablo se
refiere a David y cita el Salmo 32.1–2, demostrando
que el gran rey de Israel enseñó la justificación por la
fe, aparte de las obras. Dios no imputa el pecado a
nuestra cuenta, porque eso se cargó a la cuenta de
Cristo (2 Co 5.21 y véase Flm 18). Antes bien, ¡Él
imputa la justicia de Cristo a nuestra cuenta puramente
sobre la base de la gracia! ¡Qué maravillosa salvación
tenemos!
II. La justificación es por gracia, no por la ley (4.9–
17)
Ahora surge una importante pregunta: «Si la salvación
es por fe, ¿qué sucede con la ley? ¿Qué hay con el
pacto que Dios hizo con Abraham? Pablo responde
señalando que la fe de Abraham y su salvación data de
¡catorce años antes de ser circuncidado! La
circuncisión fue el sello del pacto, el rito que hacía del
niño judío una parte del sistema de la ley. Sin embargo
Abraham, el «padre» de los judíos, ¡fue en efecto un
gentil (o sea, incircunciso) cuando fue salvado! La
circuncisión fue sólo una señal externa de una relación
espiritual, como lo es el bautismo hoy. Ninguna
ceremonia física puede producir cambios espirituales;
no obstante, los judíos de los días de Pablo (como
muchos «religiosos» de hoy) confiaban en las
ceremonias (las señales externas) e ignoraban la fe
salvadora que se les demandaba. Abraham es
verdaderamente el «padre» de todos los creyentes,
todos los que pertenecen a la «familia de la fe» (véase
Gl 3.7, 29). Como Pablo destacó en Romanos 2.27–29,
no todos los «judíos» son en realidad «el Israel de
Dios».
En los versículos 13–17 Pablo contrasta la ley y la
gracia, así como en los versículos 1– 8 contrastó la fe y
las obras. La palabra clave aquí es «promesa» (vv. 13,
14, 16). La promesa de Dios a Abraham de que sería
«heredero del mundo» (v. 13: indicando el glorioso
reino bajo el gobierno de la Simiente Prometida: Cristo)
no se dio en conexión con la ley o la circuncisión, sino
por la sola gracia de Dios. Léase de nuevo Génesis 15 y
nótese
cómo Abraham estaba «al final de su cuerda» cuando
Dios intervino y le dio su promesa de gracia. ¡Todo lo
que tenía que hacer era creer a Dios! La ley nunca fue
dada para salvar a nadie; la ley nada más trae ira y
revela el pecado. Anula por completo la gracia, así
como las obras abrogarían la fe; las dos cosas no
pueden existir juntas (vv. 14–15). ¿Cómo podía
Abraham salvarse por una ley que aún no se había
dado? Pablo concluye en el versículo 16 que la
justificación viene por gracia, por medio de la fe; y así
todas las personas, judíos o gentiles, pueden ser salvos.
Abraham no sólo es el padre de los judíos, sino que es
el «padre de todos nosotros», todos los que seguimos
en sus pasos de fe. (Léase Gl 3.)
III. La justificación es por el poder de la
resurrección, no por esfuerzo humano (4.18– 25)
La primera sección (vv. 1–8) contrastó la fe y las obras;
la segunda (vv. 9–17) la ley y la gracia; y ahora la
tercera (vv. 18–25) contrasta la vida y la muerte. Nótese
que Pablo, en el versículo 17, identifica a Dios como el
que «da vida a los muertos». Abraham y Sara estaban
«muertos», ya que sus cuerpos habían pasado con
mucho la edad de procrear (véase Heb 11.11, 12).
¿Cómo podrían dos personas, una de noventa años de
edad y la otra con más de cien, esperanzarse con tener
un hijo? Pero cuando la carne está muerta, ¡el poder de
la resurrección del Espíritu puede obrar!
Debemos asombrarnos de la fe de Abraham. Todo lo
que tenía era la promesa de Dios de que sería el padre
de muchas naciones; sin embargo, creyó la promesa, dio
la gloria a Dios y recibió la bendición. Qué perfecta
ilustración del milagro de la salvación. En tanto y en
cuanto la gente dependa de la carne y sienta que todavía
tiene suficiente fuerza como para agradar a Dios, nunca
será justificada. Pero cuando llegamos al final de
nuestros recursos, admitimos que estamos muertos y
cesamos de bregar con nuestros esfuerzos, Dios puede
«darnos vida de entre los muertos» y una nueva vida y
una perfecta posición delante de Él. Fue la simple fe de
Abraham a la Palabra de Dios lo que le justificó y así es
como los pecadores son justificados hoy.
Pero tal vez Abraham era alguien importante. El
versículo 24 dice que no; Dios escribió esa declaración
en su Palabra por causa nuestra, no por Abraham.
Somos salvos de la misma manera que él se salvó: por
fe. Nótese cuán importante es en Romanos la palabra
«creer»: aparece en 1.16; 3.22, 26; 4.3, 24; 5.1; 10.4, 9–
10; etc. Cuando un pecador cree la promesa de Dios en
la Palabra, el mismo poder de resurrección entra en su
vida y llega a ser cristiano, un hijo de Dios, así como
Abraham lo fue. Debemos confesar que estamos
muertos y creer que Cristo está vivo y nos salvará.
El versículo 25 explica la base para la justificación: la
muerte y resurrección de Cristo. Pablo entrará en
detalle en este asunto en el capítulo 5. El versículo dice:
«El cual [Jesús nuestro Señor] fue entregado por
nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra
justificación». El hecho de que Él murió prueba que
fuimos pecadores; el hecho de que Dios le levantó de
los muertos prueba que hemos sido justificados por su
sangre. Esto pone
de manifiesto de nuevo que la justificación es asunto
del poder de la resurrección y no del débil esfuerzo
humano.