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Cabanchik Damiani Cap 2

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2.

El problema del sentido de la vida

El hombre no es más que un junco pensante, el más débil de la naturaleza;


pero es un junco pensante. (…) Aun cuando el universo lo aniquilara, el
hombre sería todavía más noble que lo que lo mata, porque él sabe que
muere y conoce la ventaja que el universo tiene sobre él; el universo no
sabe nada.

Blaise Pascal, Pensamientos.

La elección de sí mismo

En su uso más habitual, la idea de elección se aplica a las situaciones


en las que una persona está frente a una alternativa en la que se le presentan
dos o más acciones posibles. En tales circunstancias, el objeto de elección es
una acción o aquello sobre lo que la acción se ejerce. Ejemplo: cuando alguien
elige si ir o no a una fiesta, o si ha decidido ir, si se va a poner tal o cual ropa.
En el primer caso, se elige entre realizar o no una acción; en el segundo, la
elección recae en un objeto en lugar de otro. Pero los dos casos son similares,
pues ambos pueden describirse como una elección entre diferentes cursos de
acción.
Muy diferente es la situación en la que la posibilidad de elección se
plantea ante una actividad que se prolongará en el tiempo y que nos
comprometerá con todo un modo de vida determinado. El caso más evidente
es cuando elegimos una carrera, un trabajo o una profesión: muchas
consecuencias se derivan de estas elecciones y esas consecuencias nos llevan
a asumir un papel social con el que nos identificamos, al menos parcialmente,
cuando decimos «soy profesor» o «soy músico», en lugar de decir «trabajo de
profesor» o «trabajo como músico». En estos casos, la elección recae sobre un
papel que otorgará a quien opta por él un modo de comportamiento con el que
se identifica; es decir, un modo de ser que formará parte de su identidad frente
a sí mismo y frente a los demás.
Finalmente, hay un sentido aún más amplio y profundo en el que cabe
hablar de elección, pero en un sentido menos evidente y más problemático.

El problema del sentido de la vida Cabanchik/Damiani 1


Para introducirnos en el problema, debemos considerar la siguiente pregunta:
¿son nuestro modo de ser, carácter, personalidad y estilo de vida objeto de
nuestra elección? La expresión «elección de sí mismo» supone que también
acerca de todo esto somos libres y que incluso el sentido mismo de nuestra
vida forma parte de lo que está en nuestras manos definir como seres libres. Lo
que se desarrollara a continuación pretende explicar esta idea.

Personas y cosas

Comenzaremos por describir algunas relaciones entre los conceptos de


persona y de cosa, tal como se manifiestan en nuestra experiencia común. Hay
un contraste bastante nítido entre cosas y personas, y este contraste tiene
mucho que ver con los problemas existenciales que se trataran en este
capítulo.
Un primer contraste entre personas y cosas es que la relación entre las
personas es recíproca, mientras que la relación entre cosas y personas no lo
es. En efecto, las cosas son tales que no nos devuelven ninguna de nuestras
actitudes hacia ellas. Las miramos y no nos ven; nos interesamos por ellas
pero ellas «se desentienden» de nosotros. No ocurre lo mismo cuando
dirigimos nuestra atención hacia esos otros seres a los que llamamos
«personas», pues tal como las percibimos, también ellas nos perciben. La
mirada de cada persona no es la única en el mundo; hay otras personas cuya
sola existencia nos otorga la posibilidad permanente se sentirnos vistos y, en
este sentido, de tener la ocasión de sentirnos «objetos» para otras personas.
Un segundo contraste es que una persona tiene la capacidad de
tomarse a sí misma como objeto de consideración, mientras que a las cosas,
así como no les endosamos la potencialidad de ejercer alguna acción
intencional sobre nosotros, tampoco les atribuimos condición reflexiva alguna.
Sin embargo, hay una diferencia importante entre ser objeto de la propia
reflexión y ser objeto de la percepción de otro, pues en la reflexión cada
persona se constituye en objeto para sí mismo, por lo que dicha objetivación se
queda a mitad de camino; es decir, quien reflexiona permanece siempre
«detrás» de su acto de reflexión.

El problema del sentido de la vida Cabanchik/Damiani 2


El filósofo Jean Paul Sartre describe bien el fracaso de tomarse
plenamente a sí mismo como objeto, en la experiencia del espejo. Cuando nos
miramos a un espejo, por más que nos esforcemos por sentirnos vistos no lo
logramos, pues lo que encontramos como objeto de nuestra mirada es esa
mirada misma que mira sin poder verse. En consecuencia, la única oportunidad
que tenemos de experimentarnos como objetos es ante la presencia de otras
personas o, al menos, ante la posibilidad de dicha presencia.
Hay una tercera diferencia: las cosas son pero no existen; es decir,
tienen un ser en sí, pero n o existen para sí ni fuera de sí. En un mundo de
puras cosas, cada una permanecería aislada en su ser sin que ninguna de las
otras fuera para ella. Esto significa que una cosa no puede constituirse en
centro o punto de vista para el cual hay un mundo. En un mundo en el que no
hubiera personas, nada tendría un lugar central desde el cual el conjunto se
ordenara con algún sentido determinado. No se distinguirá entre medios y
fines, y no habría ninguna perspectiva desde la cual un conjunto de cosas
aparecería dentro de una orientación. Sólo las personas tienen fines y
organizan medios para alcanzar dichos fines. Podemos decir que «las
personas hacen mundo» al ordenar el conjunto de los seres según una
orientación; esto es, según un sentido o una finalidad determinados.
Un cuarto contraste es que Las cosas no tienen interior; en el sentido de
«mundo interior». Una persona, en cambio, cuenta con un punto de vista que
es el suyo y que reviste cierta importancias para él; independientemente de la
calidad de ese punto de vista. Debido a esto, hay un sentido en el cual toda
persona es irreemplazable de un modo diferente del que cualquier cosa pudiera
ser irremplazable. Es más, si una cosa es irremplazable, lo será de en forma
derivada, a partir de la elección, expectativa o necesidad de una o más
personas, pero aun cuando nadie me considere irremplazable, al menos soy
irremplazable para mí, y este es un sentimiento que presumiblemente toda
persona tiene respecto de sí misma.
Una última y quinta diferencia se destaca cuando se atiende a la reunión
de cosas y a la reunión de personas. Las cosas pueden estar juntas o
separadas y esto, ciertamente, no será indiferente para sus estados o
comportamientos. Pero hay un modo característico en que las personas
pueden estar juntas y que es exclusivo de ellas. Se trata de la posibilidad de las

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diferentes personas de constituir un «nosotros», una existencia colectiva, una
sociedad. En cuanto a las cosas, se admite que pueden aparecer en
estructuras complejas que denotan una organización natural, pero no por eso le
atribuiríamos a esas organizaciones el sentido de un «nosotros». Esto es algo
bastante obvio, aunque no completamente obvio. En efecto, si cada cosa
tomada individualmente no es una persona o un sujeto, mal podrían serlo
reunidas.
En el caso de los animales, si se considerara que para muchas especies
vale la descripción dada de las personas, como para los perros o monos, no
habría más que extender el uso de la categoría utilizada más allá de los
humanos, de modo se cubriera el campo de seres que se desee. Así, si se
quisiera afirmar que también los monos, los perros y algunos otros animales
caen dentro de la descripción de lo que estamos llamando «personas» y no
dentro de lo que aquí llamamos «cosas», podemos simplemente afirmar que,
en todo caso, de cualquier ser que se considera, si tiene capacidad de
reciprocidad, reflexividad, trascendencia, interioridad y vida social, cabe decir
que es una persona.
Las diferencias señaladas entre cosas y personas facilitan la
comprensión de las reflexiones existenciales que analizaremos a continuación.
Con el concepto de existencia se pretende mostrar la complejidad de la
situación humana, en la que el ser humano se descubre en un mundo de cosas
y de personas, participando de la naturaleza de unas y de otras. De cara a las
cosas, se afirma como un ser diferente de ellas y, hasta cierto punto, ajeno a
ellas; de cara a las personas, descubre la oportunidad de un universo de
alianzas, afectos y reciprocidad, pero también de lucha y de conflicto. En este
universo, permanentemente los vínculos con el prójimo lo ponen en posición de
objeto, ya en la de su sujeto, sin posibilidad de asumirse complemente ni como
un puro sujeto ni como un puro objeto, pues en las relaciones entre las
personas, unas y otras son para los demás tanto objetos de sus deseos,
acciones y muchas otras manifestaciones como sujetos de esas mismas
manifestaciones. Un ejemplo muy claro de esta duplicidad sujeto-objeto se da
en la caricia, a la que nos hemos referido en la actividad del otro día. Cuando
acariciamos a otra persona, somos sujetos pero, al mismo tiempo, la persona
acariciada puede volvernos objeto de sus propias caricias. En la caricia, la

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polaridad sujeto-objeto que aparece en la polaridad acariciar-ser acariciado es
su condición ideal de realización, pues si siempre fuéramos sujetos o siempre
objetos de la caricia, casi podría decirse que no estaríamos experimentando
verdaderamente la caricia. (…)

Extraido del libro Filosofia y formación ética y ciudadana/Polimodal, vol. 5: Antropología


filosófica y estética. Autores: Samuel Cabanchik y Alberto Damiani, Editorial Longseller, Buenos
Aires, 2003, pp. 37-39

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