La Organización Anal
La Organización Anal
La Organización Anal
La organización anal
Desde Freud en adelante los psicoanalistas han teorizado sobre la fase anal.
La organización anal aparece en la teoría psicoanalítica como una encrucijada
importante, como un punto crucial en la organización psíquica, en tanto liga
pulsiones, narcisismo y defensas, constitución del yo e interiorización de
normas.
Así, en Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), dice Freud: “También la
zona anal es, como la zona bucolabial, muy apropiada por su situación para
permitir el apoyo de la sexualidad en otras funciones fisiológicas. La
importancia erógena originaria de esta zona ha de suponerse muy
considerable”.
En “De la historia de una neurosis infantil” (El Hombre de los Lobos) (1918)
liga la renuncia de las heces a la castración y establece la ecuación heces-
niño-pene: “Una nueva signifi cación del excremento nos abrirá ahora camino
hacia la investigación del complejo de la castración. Al excitar la mucosa
intestinal erógena, la masa fecal desempeña el papel de un órgano activo,
conduciéndose como el pene con respecto a la mucosa vaginal, y constituye
como un antecedente del mismo en la época de la cloaca. Por su parte, la
excreción del contenido intestinal en favor de otra persona (por cariño a ella)
constituye el prototipo de la castración, siendo el primer caso de renuncia a
una parte del propio cuerpo con el fin de conquistar el favor de una persona
querida. El amor narcisista al propio pene no carece, pues, de una aportación
del erotismo anal. El excremento, el niño y el pene forman así una unidad, un
concepto inconsciente –sitvenia verbo–: el del ‘pequeño’ separable del cuerpo.
Por estos caminos de enlace pueden desarrollarse desplazamientos e
intensificaciones de la carga de líbido, muy importantes para la patología, y
que el análisis descubre.”
Y en tanto las heces salen “por atrás”, fuera del alcance de la mirada propia, se
puede quedar sujeto a un ser mirado por otro y suponer que el propio
producto se constituye en esa mirada, es decir, es ajeno.
Los dos aspectos salientes de la organización anal son: el sadismo procedente
de la pulsión de dominio y el erotismo de la mucosa de la ampolla rectal.
La ligazón entre defecar y atacar aparece claro en las palabras de una niña de
cuatro años que, para contar una escena de mucha violencia de la que había
sido testigo, dice: “El señor le hizo caca encima”.
Podemos observar en la clínica que muchos niños son ubicados por sus
padres como productos-heces, valorados en tanto dominables, en el límite
entre lo propio y lo extraño y denigrados en tanto se ha perdido todo poder
sobre ellos.
La norma del control de esfínteres es, para el niño, la primer norma cultural y,
desde la sociedad, una norma cultural imprescindible para la incorporación del
niño al ámbito escolar. Implica una renuncia a un placer pulsional y, por ende,
sólo se realiza a cambio de algún otro placer.
Pero el control esfinteriano puede no ser vivido como un logro, como una
adquisición cultural, sino como una pérdida narcisista.
Tipos de encopresis
Por otra parte, Kreisler y Fain (2) hablan de tres tipos de encopréticos: a) el
“vagabundo” o pasivo, dependiente; b) el “delincuente”, activo, transgresor; y
c) el “perverso”, que realiza un juego autoerótico con sus heces,
diferenciándolos del niño cuya perturbación para defecar tiene origen
orgánico.
Considero que, entre los expulsivos, hay dos grupos: a) el de los niños que
“pierden” indiscriminadamente, que no tienen registro de sensaciones, en los
que el cuerpo es un extraño no registrado, y b) el de aquellos a los que
podríamos denominar “tira-bombas”, que anuncian de diferentes formas que
van a defecar, que hacen heces “bien moldeadas” y que parecen estar en pelea
con las normas.
Viñetas clínicas:
F. llega a la consulta cuando tiene ocho años. Sus padres se casan, siendo
ambos adolescentes, como consecuencia del embarazo de F. Cuando éste
tiene dos años, se separan y el niño pasa a vivir con los abuelos paternos. F.
no parece haber registrado nunca la necesidad de defecar, sino que se hace
encima, sin registro alguno, y no avisa ni antes ni después. No se ha detectado
ningún problema orgánico. Suele estar sucio, como en un estado de
indigencia. Los padres casi no tienen contacto con él. Ambos han armado
nuevas parejas y tienen otros hijos. La abuela, que es la que se ocupa de él,
cae en estados de depresión importantes. ¿F. llora con el cuerpo lo que no
puede poner en palabras? ¿Y desfallece?
A. llega a la consulta a los diez años. Sus padres están en plena separación y
su madre ha decidido irse a vivir al extranjero con una nueva pareja. Él queda
en Buenos Aires con su padre, con el que tiene una mala relación. En ese
momento comienza a “hacerse en los pantalones”. A. …¿se dio por muerto y
deja caer sus heces como supone que fue “dado por muerto” por la madre?;
¿es el vínculo con ella, y la difícil relación con el padre (que lo denigra) lo que
expresa a través de su incontinencia? A. no puede quejarse ni sentir odio. Se
calla, entra en un estado de “depresión corporal” y repite con el cuerpo la
vivencia traumática.
En ambos casos son niños que no pueden realizar el duelo. Quedan repitiendo
compulsivamente un estado en el que el objeto se va sin que se pueda hacer
nada para retenerlo. Así como la madre, un pedazo de él mismo se le escapa
cotidianamente a A. presentificando la situación misma de la desaparición del
otro, como aquello que al perderse deja un estado de vacío imposible de ser
acotado.
Hay un estado hemorrágico: se pierde sin poder detener ni controlar la
pérdida. Son casos en los que no hay control alguno de las propias heces. Es
una suerte de desfallecimiento psíquico, de situación de muerte en la que todo
se escapa y el orificio anal queda como lugar de puro pasaje, en una suerte de
drenaje permanente. La hemorragia narcisista se despliega como diarrea
permanente. En el punto mismo en el que debería constituirse el objeto en la
expulsión, se mantiene una indiferenciación absoluta.
A diferencia de los niños que “pierden”, otros niños que “se hacen encima”
registran la necesidad de evacuar y eligen un lugar y un modo para
satisfacerla.
Viñetas clínicas:
La madre afirma que él es muy rebelde, que no quiere obedecer, que fastidia a
toda hora y que miente. Le resulta difícil la convivencia con este niño. Pero
aclara que tiene miedo de perderlo, que teme que apenas crezca se vaya, que
no sabe cómo retenerlo. Durante las frecuentes peleas madre-hijo, éste
amenaza con escaparse de la casa. ¿Es un movimiento autoexpulsivo frente a
los deseos expulsivos supuestos en el otro? ¿En qué juego retención-
expulsión está instalado este niño, siendo él las “heces” que la madre retiene-
expulsa sin intervención alguna de la cultura? ¿En qué relación “por fuera de
toda norma” queda el niño? El padre viaja con frecuencia y, cuando está,
fluctúa entre la desconexión y episodios de violencia con E., dejándolo
centrado aún en este universo de estallidos y arbitrariedades, sin legalidad
alguna.
Ser alguien, poseer un yo, implica para estos niños un armado rígido de
oposición a las normas culturales, vividas como intrusión de un otro
omnipotente. Oposición al otro que se torna oposición a la propia pulsión, a la
vida fantasmática y a toda transacción.
En los niños que presentan encopresis por rebalsamiento, es decir, los que
son fundamentalmente constipados y a los que “se les escapan” las heces,
podemos encontrar otra confl ictiva predominante: el placer en la retención (lo
que prima es lo sensual) y la investidura de las heces como objeto hipervalioso
al que no se puede renunciar.
Viñetas clínicas:
Algunas conclusiones
G. Haag dice que una parte del cuerpo del niño podría dar cuenta de ciertos
aspectos del funcionamiento parental, mientras que otra parte de su cuerpo
podría dar cuenta de ciertos aspectos del funcionamiento del bebé mismo. Y
habla de “identificaciones intra-corporales” en el límite entre el psiquismo y el
cuerpo.
Describimos tres tipos de encopresis: los que “pierden” sus heces, los que
utilizan sus heces como proyectiles y los constipados que “se desbordan”. Y
precisamos diferencias en los mecanismos que predominan en cada uno de
estos grupos.
También hay que tener en cuenta que las diferencias no son siempre nítidas y
que hay niños que pueden fluctuar entre las diferentes formas de encopresis.
A la vez, hay situaciones que se reiteran, en los tres grupos, con matices
diferentes. Abandonos, violencias, secretos, decepciones, humillaciones,
duelos no tramitados sufridos por el niño o por las generaciones precedentes
inciden en el aquí y ahora. Y, si bien hay un predominio de situaciones de
abandono en el primer grupo, de violencia en el segundo y de decepciones y
humillaciones en el tercero, la diferencia fundamental parece estar dada por el
modo en que estos niños procesan esas situaciones traumáticas.