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Clase 1

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TEOLOGÍA DE LA MISIÓN

CLASE 1
LA TEOLOGÍA DE LA MISIÓN: ORIGEN, NATURALEZA Y
SIGNIFICADO.

1. La Teología de la Misión: significado y origen

En la acción eclesial existen dos ramas autónomas que se encargan de estudiar


asuntos relativos a la misión de la Iglesia en el mundo… lo que da la Iglesia y como
se edifica a si misma… en palabras más cristianas… como se renueva…

1. La llamada teología pastoral surgió en el s. XVIII para instruir a los


pastores en sus responsabilidades prácticas.

2. La misionología surgió ya comenzado el s. XX para preparar a los


enviados a los llamados «territorios de misión».

Con la renovación eclesial querida por el Concilio Vaticano II estas dos disciplinas
pasaron de ser meramente pragmáticas, normativas… a ser una reflexión orgánica
de la acción eclesial y la realidad actual… abarcando a pastores y fieles como
miembros vivos de esta acción.

Por su parte la llamada a la participación activa de los fieles hace que la


misión de la iglesia pase a ser tarea de todos y no a limitarse a una acción
exclusiva de un grupo determinado.

Además, el Concilio Vaticano II tuvo una intensa conciencia de la tarea


ecuménica, como transversal a la Misión de una Iglesia que no puede permanecer
indiferente ante el drama de la separación de los cristianos.

Así pues, el «anuncio ad gentes», la acción «pastoral» y la «restauración de la


unidad», quedaban integradas en la única Misión.

La misionología como rama teológica intenta reflexionar sobre los fundamentos y


contenidos de la fe… en vistas a anunciarlos y comunicarlos, celebrarlos y vivirlos.

Su labor científica se refleja en la acción evangelizara… la realidad estudiada es el


campo al cual el evangelizador se dirige, realidad compleja y cambiante… cada
época posee sus luces y sus sombras, podríamos decir también posee sus puertas
abiertas y sus resistencias al plan de Dios.

Por lo que el estudio de esta rama de la teología prepara a los apóstoles para estar
dispuestos a dar razones se la fe en los ambientes concretos. La misionología no
toca la realidad y la estudia desde fuera, sino que se inserta en ella, partiendo del
propio apóstol. Quien recibe la riqueza del misterio de Cristo, para celebrarlo y
vivirlo y luego ser enviado a anunciarlo.

Origen

Esta disciplina nació en Alemania primero en el ámbito protestante, y


luego en el campo católico.

La misionología como disciplina teológica es de reciente aparición finales del XIX


y comienzos del XX. En el ámbito católico José Schmidlin (1876) fue el primer
profesor de esta área en Müster en 1914. Sin embargo, el ambiente protestante
tuvo una ventaja en este sentido… Gustavo Warneck (1834) destaca como
impulsador de la misionología moderna protestante.

a) En el ámbito protestante el interés por el estudio científico de las misiones


surgió en la segunda mitad del s. XIX, asociado al nombre de G. Warneck (1834-
1910). Según él, la ciencia de la «misión cristiana» se ocuparía del modo de
extender la fe mediante la conversión de los no cristianos. Siguieron esta
línea otros protestantes.

En 1902 aparece la primera «Introducción a la misionología», de W.


Bornemann (1858-1946). A partir del pasado (la historia de las misiones) exponía la
situación presente (estadística y geografía), y la doctrina y práctica misional.

b) En el ámbito católico, R. Streit (1875-1930) y José Schmidlin (1876-1944)


cultivaron la misionología dando origen a la llamada «Escuela de Münster»
(seguida por Th. Ohm y J. Glazik).
Streit fue director de la revista «Maria Immaculata», donde planteaba la
necesidad de sistematizar un cuerpo de doctrina misional. En 1916
publicó el primer volumen de la monumental «Bibliotheca
Missionum» iniciada por él.

Schmidlin dirigió la primera revista católica de misionología, y creó


un Instituto de Misionología. Consideraba que EL FIN DE LA
MISIÓN ES LA ENTRADA DE LOS NO CRISTIANOS EN LA
IGLESIA VISIBLE MEDIANTE LA CONVERSIÓN PERSONAL,
CON LOS CONSIGUIENTES EFECTOS SOCIALES Y
CULTURALES.

Desde sus orígenes la misionología surgieron diversas escuelas, identificadas por su


Objetivo concreto:
• Llamar a la fe y a la conversión (Alemana)
• Implantar la Iglesia (Belga)
• Llevar a una vida sobrenatural plena (Francesa)
• Extensión y crecimiento del cuerpo místico (Española)

Mientras la escuela de Münster (Alemana) se centraba en la salvación de los


no-cristianos, la llamada «Escuela de Lovaina» (Belga), representada por A.
Perbal, P. Charles y A. Seumois, sostenía que lo propio de la misión era la
«plantación de la Iglesia», es decir, la formación de Iglesias locales adaptadas
a la cultura de cada lugar.

“El fin propio de esta actividad misional es la evangelización e


implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía
no ha arraigado. De suerte que de lasemilla de la palabra de Dios
crezcan las Iglesias autóctonas particulares en todo el mundo
suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de
madurez, las cuales, provistas convenientemente de su propia Jerarquía
unida al pueblo fiel y de medios connaturales al plano desarrollo de la vida
cristiana, aportes su cooperación al bien de toda la Iglesia.” AG 6

El Concilio Vaticano II integró ambos objetivos –«conversión» y «plantación»– de


la actividad misionera, gracias también a las aportaciones de otros teólogos, como
H. de Lubac, J. Daniélou e Y. Congar, que habían trabajado esos temas en los
años previos.

LA MISIÓN EN EL CONCILIO VATICANO II

El Concilio Vaticano II despertó la responsabilidad «misionera» (o


evangelizadora) de todos los bautizados. La Misión, además, es una
realidad que unifica toda la vida y acción de la Iglesia.

A. La única Misión

Para el Concilio se desglosa la Misión en varias actividades: hacia los no


cristianos (misionera o misional), hacia los católicos (actividad pastoral) y hacia
los bautizados no católicos (actividad ecuménica) (cf. AG n. 6).

Además, la actividad «pastoral» no es la sola praxis propia de los


pastores, sino asunto de fieles y pastores: «Saben los Pastores (...) que su eminente
función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal
suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común» (LG
30). Los pastores tienen su propia tarea respecto de los fieles; pero la
responsabilidad de la Misión afecta a «todos los bautizados» (cf. AG 6).

“Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la


salvación de Cristo, tanto en virtud del mandato expreso, que de
los Apóstoles heredó el orden de los Obispos con la cooperación de
los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo Pastor de la
Iglesia, como en virtud de la vida que Cristo infundió en sus
miembros "de quien todo el cuerpo, coordinado y unido por los
ligamentos en virtud del apoyo, según la actividad propia de cada miembro
y obra el crecimiento del cuerpo en orden a su edificación en el amor" (Ef.,
4,16).”

En su conjunto se superaba, pues, una visión clerical de la Misión, tanto


en el anuncio ad extra a los no cristianos («misiones ad gentes»), como ad intra de la
Iglesia (atención a los bautizados católicos y a los no católicos que también
pertenecen, aunque «imperfectamente», al Pueblo de Dios).

B. El estilo «misionero» del Concilio

Acabamos de señalar que durante el Concilio el término «pastoral» tuvo un sentido


diferente del anterior (restringido a los pastores). Ahora el término ya no se refiere
a un objetivo (la atención de los fieles ad intra de la comunidad), sino a un modo del
anuncio del Evangelio que facilite su acogida en cada momento histórico.

a) En este sentido san Juan XXIII habló de la índole «pastoral» del


magisterio conciliar, lo que tenía dos implicaciones: 1) la necesidad de
guardar el depósito de la fe y, a la vez, transmitirlo eficazmente en los
diversos tiempos y lugares; y 2) la distinción entre el depósito de la fe
(inmutable) y el modo de expresarlo (variable).
«El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado
depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en
forma cada vez más eficaz. (...) Deber nuestro no es sólo estudiar ese
precioso tesoro, como si únicamente nos preocupara su antigüedad, sino
dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro
tiempo, prosiguiendo el camino que desde hace veinte siglos recorre la Iglesia.
(...) De la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las
enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, (...) el espíritu
cristiano y católico del mundo entero espera que se dé un paso adelante hacia
una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que
esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina,
estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las
fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la
antigua doctrina, del depositum fidei, y otra la manera de formular su expresión;
y de ello ha de tenerse gran cuenta –con paciencia, si necesario fuese–
ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter
predominantemente pastoral» (Alocución “Gaudet Mater Ecclesia” en la Apertura
del Concilio Vaticano II, 11-X-1962).
A este propósito cabe evocar cómo, durante el Concilio, Pablo VI afirmaba
que Juan XXIII había «reavivado en la conciencia del magisterio
eclesiástico la persuasión de que la doctrina cristiana no debe ser
solamente una verdad capaz de impulsar al estudio teórico sino
palabra creadora de vida y de acción, y que no solo se debe limitar la
disciplina de la fe a condenar los errores que la perjudican, sino que se debe
extender a proclamar las enseñanzas positivas y vitales que la fecundan»
(Discurso en la apertura de la segunda sesión conciliar, 29-IX-1963).

b) Después del Concilio, los Sínodos de los Obispos han sido instrumentos
eficaces para prolongar esa dinámica misionera.
El papa Francisco ha señalado que los Sínodos son «una expresión
eclesial, o sea, es la Iglesia que camina junta para leer la realidad
con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se
interroga sobre su fidelidad al depósito de la fe, que para ella no representa
un museo para mirar y mucho menos solo para salvaguardar, sino
que es una fuente viva en la que la Iglesia bebe para saciar la sed e iluminar el
depósito de la vida» (Discurso en la inauguración del Sínodo de 2015, 5-X-2015).

En efecto, la doctrina no es un depósito estático, sino que es como


la sedimentación de la Palabra de Dios que se ha encarnado en
nuestra historia y quiere prolongar en nosotros esa encarnación,
de modo que nos permita una mirada concreta a la realidad, «ahora» y
«aquí», desde la fe vivida. Y todo ello en orden a transformar la realidad con
el amor divino, único que puede saciar la sed del hombre. La misión de la
Iglesia, en ese sentido, es Tradición (de tradere, entregar), transmisión de
la revelación divina: «La Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto
perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo
lo que cree» (Concilio Vaticano II, const. Dei verbum, 8).

Porque la Tradición es una realidad viva, no se puede conservar la doctrina sin


hacerla progresar. «No es suficiente, pues, encontrar un lenguaje nuevo
para decir la fe de siempre; es necesario y urgente que, ante los nuevos
desafíos y perspectivas que se abren para la humanidad, la Iglesia pueda
expresar las novedades del Evangelio de Cristo que, aunque estén en
la Palabra de Dios, aún no han salido a la luz» (Francisco, Discurso, 11-X-
2017).

C. Sus características

El estilo misionero del Vaticano II se manifiesta de modo paradigmático en


algunos rasgos de la Constitución pastoral Gaudium et spes:
• La fidelidad renovada o dinámica («aggiornamento») a la Misión, que
valora, protege y cuida la tradición, y a la vez se sitúa en una actitud
abierta y positiva ante sus renovadas expresiones con los cambios
históricos.

• El discernimiento de los «signos de los tiempos», o lectura creyente


de los acontecimientos y de los cambios históricos, para indagar la
voluntad de Dios en orden a la Misión.

«Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la


época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que,
acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los
perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida
presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario
por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus
aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza» (GS 4. Ver
también los nn. 11 y 44).

• La actitud de diálogo que debe presidir el servicio salvífico que la


Iglesia presta al mundo (tema de la primera encíclica de Pablo VI, Ecclesiam
suam, 1964).

• El lenguaje y modo de presentar el Evangelio es importante para la


comunicación de la fe. Los cambios culturales reclaman que el Evangelio
ofrezca sunovedad permanente mediante un lenguaje
comprensible para el interlocutor.

El lenguaje habrá de poner de relieve el núcleo del mensaje


evangélico, donde resplandece la belleza del amor salvífico de Dios
manifestado en Jesucristo muerto y resucitado (cf. Exhort. Evangelii
gaudium, 2013, nn. 34-39, citada en adelante EG); de ese núcleo recibe
sentido y atractivo lo demás, especialmente la enseñanza moral.
De ese modo en el momento del anuncio se refleja lo que el Concilio Vaticano
II llamó orden o «jerarquía» de las verdades (UR 11), y nexo de los misterios (cf.
Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius).

«Vemos así que la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje
y de las circunstancias. Procura siempre comunicar mejor la verdad
del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la
verdad, al bien y a la luz que pueda aportar cuando la perfección
no es posible. Un corazón misionero sabe de esos límites y se hace “débil con
los débiles [...] todo para todos” (1 Co 9, 22). Nunca se encierra, nunca se repliega
en sus seguridades, nunca opta por la rigidez auto-defensiva. Sabe que él
mismo tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el
discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al
bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino»
(EG 45; vid. el contexto en los nn. 41-45).

Este estilo de evangelización responde a la toma de conciencia de algo sencillo,


pero decisivo: la Iglesia se encuentra en permanente «estado de misión»
para ofrecer el Evangelio en cada circunstancia histórica con actitud
de acercamiento a la humanidad, a sus gozos y esperanzas, sus anhelos
y sufrimientos (cf. Const. past. Gaudium et spes, 1).

D. La teología en «estado de misión»

La índole misionera del Concilio y de su enseñanza no podía dejar de proyectarse


sobre la teología. Esto que se refleja en dos puntos.

a) Recordemos primero que la fe tiene varios aspectos entre los que existe una
circularidad:
• la fe como fides qua: el don sobrenatural de la fe «mediante el cual» confiamos
en Dios que se revela; es objeto de estudio en la Teología fundamental.

• la fe como fides quae: el contenido objetivo, «lo que» se cree, que se resume
en el Símbolo de la Fe. Es objeto de estudio en la Teología dogmática.

• la fe como fides quae per caritatem operatur et vivit (cf. Ga 5, 6, Ef 4,


15; St 2, 14-17): la fe que vive y actúa mediante la caridad; es decir, la fe
vivida. Aquí se subraya la razón práctica. Este es el objeto tanto de la Teología
moral y de la Teología espiritual (partiendo de la vida cristiana personal)
como de la Teología de la misión o pastoral en el sentido aquí considerada
(estudio de la acción eclesial).

La fe viva u operativa es la fe que «se hace cultura» (Juan Pablo II) como
consecuencia de estar radicada en el encuentro con el Verbo
encarnado, que ha venido a salvar a todas las gentes.

Tanto la revelación como la fe se dan y acontecen en la historia. Esto


significa que no son una comunicación ni una respuesta en abstracto, sino que
comienzan como preparación a la venida de Cristo, continúan y acontecen
sobre todo en la presencia suya, en una historia y contexto cultural concretos,
y prolongan su eficacia en la vida de los cristianos y a través de esa vida, porque
Cristo vive en los cristianos y actúa a través de ellos.

En otras palabras, la fe tiene siempre como punto de partida el


encuentro con la Persona de Cristo, con todas sus consecuencias,
también para la acción de los cristianos. Como hemos visto, la acción eclesial
sigue la «ley (o el principio) de la Encarnación» en el sentido de que la
doctrina y la vida divina se nos han dado para que se hagan, gracias
a la acción del Espíritu Santo, carne de nuestra carne y vida del mundo, lo
que requiere la cercanía a las personas en sus contextos y circunstancias
concretas.

Siendo Cristo el «sacramento primordial» y la Iglesia el «sacramento general


de salvación» (cf. el estudio de la Eclesiología), es importante tener en cuenta
la sacramentalidad propia de la acción eclesial. Es decir, su capacidad
de ser signo e instrumento de la acción salvífica divina, como estudiaremos
detenidamente en el próximo tema.

b) La teología es fides quaerens intellectum, «fe que busca entender», con una doble
dimensión: una dimensión contemplativa y especulativa de Dios y de sus obras (cf.
S.Th. I, q. 1, a. 4); y una dimensión práctica, que aspira a entregar a otros lo
contemplado, al servicio de la vida y de la misión.
Esta segunda dimensión práctica de la teología se corresponde con la
fuerza «performativa» del Evangelio, que no es solo Palabra que «informa»,
sino que «transforma» la vida (cf. Enc. Spe salvi, n. 2). En ese sentido toda la
teología tiene una índole pastoral y misionera (evangelizadora) porque es reflexión
en orden a la vida y a la acción. La Teología de la Misión, como disciplina
propia, se corresponde con la decantación de la dimensión evangelizadora de
toda la teología.
Esto no quiere decir que la Teología de la Misión se identifique sin más con la
dimensión evangelizadora de la teología (lo que se ha llamado «pastoralidad»
de la teología) o se reduzca a ella, sino que es una disciplina que posee identidad,
objeto y método propios. Es lo que veremos a continuación.

LA TEOLOGÍA DE LA MISIÓN: IDENTIDAD, OBJETO Y MÉTODO

a) La Teología de la Misión manifiesta la dimensión práctica de la teología


como ciencia de la acción eclesial o reflexión sobre la acción eclesial en
cuanto colaboración salvífica con las misiones trinitarias (la misión del
Verbo y la del Espíritu Santo). Tal es su identidad.
Esta colaboración se realiza en el marco de la Iglesia «sacramento universal de
salvación» (LG 48), signo e instrumento vivo de la salvación de Jesucristo en la
Palabra, en los Sacramentos y en el servicio de la caridad.

La Teología de la Misión promueve el hábito de pensar teológicamente lo


que hacemos los cristianos: desde la actividad de los fieles laicos y la
predicación de los sacerdotes, pasando por la catequesis, la formación cristiana
y las clases de religión, hasta las celebraciones sacramentales y todo el amplio
campo del trabajo y de la vida familiar, cultural y social, como verdadero
«lugar» donde participamos en la misión. En ese sentido cabe hablar
también de una teología de la evangelización (en sentido amplio).

b) Su objeto son las acciones eclesiales o misión en acto (objeto material)


bajo la perspectiva espacio-temporal, del «aquí y ahora» de esas acciones
(objeto formal), en orden a mejorar su ejercicio.
Estas acciones, aunque no representen a la Iglesia «oficialmente», no son
acciones puramente individuales de un cristiano, «al margen» de la
Iglesia. En sentido amplio, eclesial es todo lo que hace un cristiano. No nos
referimos ahora a la Iglesia como institución, sino a la Iglesia en la totalidad de su
misterio. Conviene distinguir, por tanto, entre lo eclesiástico y lo eclesial.

En efecto, las acciones eclesiales deben realizarse y estudiarse no solamente


atendiendo a los fines e intenciones últimos, sino en atención a la
conformidad de cada una de esas acciones (según su finis operis), con la
santidad divina y el plan de salvación. Esto equivale a buscar realizar el
bien posible, aquí y ahora, en el marco y horizonte de la vocación y de la misión
cristianas.

c) Su método es analizar las condiciones y contextos que hacen posible


o dificultan esa acción. Esto supone tener en cuenta el vivir cristiano como
vocación y respuesta, como acción personal y eclesial.
Como venimos diciendo, este método subraya la razón práctica, cuyo
primer principio es «hacer el bien y evitar el mal». Mejorar la praxis
eclesial tiene que ver con la virtud de la prudencia, entendida aquí no solo
en relación con el juicio de la conciencia individual, sino referida
principalmente a las acciones eclesiales. En consecuencia, el método INDAGA
la acción eclesial no como mero quehacer humano, sino como signo e
instrumento del obrar de Cristo a través de la libertad del
cristiano y en el marco de la misión eclesial.
Cabe señalar tres dimensiones del método teológico-práctico, que se
derivan de la estructura antropológico-teológica de la persona del cristiano y de su
acción, de la misión de la Iglesia y de la naturaleza de la salvación:
• Dimensión teologal o teológica, pues la situación concreta en que se
encuentra un cristiano o un grupo de cristianos (en la familia, en el
trabajo, en los deberes sociales y eclesiales) nunca es un mero marco
externo para el obrar, que tendría solo un valor antropológico o sociológico
como ocasión para su actuar, sino que toda situación tiene un valor o significado
teológico, en la perspectiva de la fe.

Es decir: Dios, por medio de su libertad y las circunstancias de la vida, nos ha


situado ahí. De modo que «hay un algo santo, divino, escondido en las
situaciones más comunes que toca a cada uno de vosotros descubrir» (San
Josemaría); esto se da también a la hora de actuar, porque, si no hay ninguna
acción que no se relacione con la gloria de Dios y a la salvación (cf. 1 Co 10, 31),
menos aún las acciones formalmente eclesiales. Dicho brevemente, no se
puede pensar correctamente la acción eclesial sin plantearse
teologalmente la situación concreta. Esta dimensión se descubre en la
perspectiva de la fe, que es un «VER CON LOS OJOS DE CRISTO» (Enc.
Lumen fidei, n. 46). Se trata de lo que la espiritualidad cristiana denomina
contemplación, en el marco de la vida de la gracia como trasfondo de la existencia
cristiana.

• Dimensión operativa, porque, como estamos considerando, se trata de la


acción eclesial, y esta traduce, en la práctica de la Misión, el hecho
de que la fe vive por las obras de la caridad.

Aquí entra todo lo que tiene que ver con la experiencia cristiana (especialmente
con la oración y la liturgia), con la dimensión social y eclesial (Tradición) de las
acciones, y, por tanto, con las virtudes.

• Dimensión normativa, porque el proceso de la acción eclesial requiere


acudir a diversos criterios que proceden sea de la fe sea de la razón
(por eso interesan las ciencias humanas o sociales, cuyos datos han de ser
valorados siempre en la perspectiva de la fe, de la tradición y de las enseñanzas
de la Iglesia).

Cuando san Pedro escribe: «glorificad a Cristo en vuestros corazones, siempre


dispuestos a dar razón de nuestra esperanza» (1 Pe 3 15) apela a esos principios
o criterios («razones») que están en el trasfondo de la vida cristiana y que, por
tanto, alimentan la esperanza. Una esperanza que es siempre, para los
cristianos, esperanza activa al servicio de todos.

El método de la Teología de la Misión está pautado por el discernimiento


eclesial y la interdisciplinariedad, aspectos que analizamos a continuación.

4. Discernimiento e interdisciplinariedad

Como hemos evocado ya, el Concilio Vaticano II invitó a discernir los «signos de los tiempos»
(cf. Mt 16, 4; Lc 12, 54-56; cf. GS 4, 11 y 44), para «leer» los acontecimientos como señales
del designio de Dios.

a) El discernimiento eclesial corresponde a la comunidad (diócesis, parroquia,


grupo, escuela, familia, etc.).

Ante una acción determinada (sea una catequesis, un programa de formación, una
celebración, o la organización de un voluntariado), el discernimiento se presenta
en tres etapas distintas pero inseparables:
• Mirada analítica a la situación desde la fe, que valora esa situación desde la
identidad cristiana, teniendo en cuenta la realidad personal junto con la realidad sociocultural,
los «contenidos» y actitudes que se derivan de la fe vivida, las consecuencias
para la espiritualidad y la misión cristiana. Y todo ello, en orden a la acción,
considerando la situación como un tiempo de gracia (kairós) para colaborar con
Dios.

Hoy es preciso advertir la falta de coherencia o «unidad de vida», que lleva a


buscar espacios de autonomía y distensión al margen de la identidad o de la
misión cristiana. La Teología de la Misión puede contribuir a esclarecer las
motivaciones para un renovado impulso evangelizador (cf. EG 8-109 y 262-
281).

Para esto se requiere, en primer lugar, tener en cuenta una serie de criterios
que, como queda dicho, pueden proceder del ámbito de la fe o de la razón.
Estos criterios no son «recetas», sino principios que, por ejemplo, la doctrina
cristiana enseña por su tradición o por la experiencia cristiana: el principio de
la Encarnación, que implica la necesidad de que la fe se haga vida y se traduzca
en cercanía a las personas; la santificación de las realidades ordinarias, que
comienza por trabajar con competencia; las obras de misericordia para
atender a los más necesitados, etc. En segundo lugar hay que plantearse
algunos objetivos determinados.
• Decisión y proyección, que concreta los objetivos, el modo y el
tiempo, los lugares y los medios necesarios. La decisión incluye, pues,
un proyecto. Estas decisiones, en cuanto eclesiales, habrán de contar con la
autoridad en la Iglesia.

• Actuación, evaluación y verificación de la acción y sus resultados, pues es


inútil decidir un proyecto si no se lleva a cabo y no se sigue su desarrollo hasta
el final.

b) El discernimiento requiere actitudes fundamentales que desembocan en la


acción eclesial buena, como la oración, el estudio y el dialogo fraterno; y otras como la
disponibilidad y el desprendimiento de sí mismo, el afán de conversión, la
obediencia filial a los Pastores de la Iglesia y el compromiso fiel y creativo en los
planos espiritual, apostólico o misionero, cultural y social.
En cuanto a la conversión, el discernimiento precisa de la conversión
pastoral, evangelizadora o misionera por parte de todos, también de los
responsables de las comunidades, instituciones y estructuras eclesiales:
«En su peregrinación, la Iglesia experimenta también “hasta qué punto distan
entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a
quienes se confía el Evangelio” (GS 43, 6). Solo avanzando por el camino “de
la conversión y la renovación” (LG 8; cf. 15) y “por el estrecho sendero de
Dios” (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (cf.
RM 12-20). En efecto, “como Cristo realizó la obra de la redención en la
persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para
comunicar a los hombres los frutos de la salvación” (LG 8)» (CEC 853).
La conversión pastoral es un proceso que posibilita el acompañamiento y la
integración de las personas que están en dificultades, mediante la acogida y la
escucha, el diálogo y la misericordia (sobre la conversión pastoral, vid. EG 25-
33 y Documento de Aparecida, 365-372).
c) El discernimiento no es solo ejercicio del sentido común o de la prudencia
humana, sino un acto teologal, fruto del don del Espíritu Santo para secundar
la voluntad de Dios, y cuenta con la sabiduría de la cruz (cf. 1 Co 1, 23; 2, 6; 12,
2-10).
Se trata de impulsar el anuncio gozoso de Jesucristo, en quien se encuentra la
plenitud de sentido y de belleza. La acción del cristiano se inserta en una vida
de santidad y de crecimiento en la fe, en la esperanza y en la caridad (cf. 1 Ts, 1, 3) como
consecuencia de la oración y de los sacramentos, del compromiso en la Iglesia
y en el mundo.
Las actitudes y virtudes –que preceden, acompañan a la acción eclesial y son
fruto de ella– deben promoverse y manifestarse según los dones, condiciones y
carismas de los fieles.

d) LA TEOLOGÍA DE LA MISIÓN ES UNA CIENCIA TEOLÓGICA Y NO


PROPIAMENTE UNA CIENCIA «INTERDISCIPLINAR», sino que se
apoya en los datos –que sean asumibles por la fe– que proceden de las
ciencias, sobre todo las ciencias humanas y sociales (antropología y ética,
psicología, pedagogía, sociología, etc.), para mejorar las acciones eclesiales.
A las demás disciplinas que estudian alguna de estas acciones (como la homilética, la
catequética, etc.), les proporciona un marco teológico común.

TERMINOLOGÍA DEL CAMINO

Al adentrarse en el tratado de misionología, como ocurre en otros tratados


teológicos, el estudioso se encuentra con una terminología o nomenclatura
especial: «misión», «evangelización», misión ad gen-tes, comunicar o «propagar» la
fe, «plantar» la Iglesia, sectores o países de misión («las misiones»), «misionografía»
(descripción de la realidad y de las situaciones misioneras), pastoral y espiritualidad
misionera, etc. La terminología, aunque sea válida, es siempre per-feccionare. Lo
importante es no perder los contenidos, es decir, la realidad de la revelación que
ilumina y da una respuesta a la realidad humana y sociológica concreta.

Los términos básicos de la misionología son «misión» y «evangelización», como


términos análogos, cuyo significado refleja una complementariedad. La
«misión» es el acto de enviar o también el

Los términos básicos de la misionología son «misión» y «evangelización», como


términos análogos, cuyo significado refleja una complementariedad.

La «misión» es el acto de enviar o también el de recibir un encargo.

El término «misión», como sustantivo, se usa con san Ignacio de Loyola (s. xvi) y a
partir de la fundación de la Congregación de «Propaganda Fide» (s. XVI); en el
siglo XIX se usa en el contexto de la reflexión teológica.

En la evangelización lo importante es la realidad que se quiere expresar, la cual


pertenece a los contenidos de la revelación. Por ello se detiene en el modo de
expresar el contenido a la realidad concreta.

El sustantivo «evangelización» es del siglo XIX y tiene origen en los teólogos de la


reforma (que, a veces, usan el término evangelismo).

Pastoral… ad intra… tendió a ser exclusivo de los ministros, poco abierto a todo
el cuerpo de la Iglesia.
Ad Gentes es una vocación que tiene una específica referencia a la fundación
de Iglesias nuevas. Pero ésta no es una vocación diversa al lado de las tres
precedentes. Tanto los laicos, como los religiosos, como los ministros ordenados
pueden ser llamados a la misión "Ad Gentes", de manera que la condición
misionera se convierte en un modo concreto de vivir cada una de las
tres vocaciones específicas.

El Concilio las llamó: «actividad misionera entre las gentes», «actividad pastoral»
con los fieles, y «los medios que hay que usar para conseguir la unidad de los
cristianos»:
«La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual,
obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se
hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos
para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo
de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma
que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del
misterio de Cristo. (...)

Este deber que tiene que cumplir el Orden de los Obispos, presidido por el
sucesor de Pedro, con la oración y cooperación de toda la Iglesia, es único e
idéntico en todas partes y en todas las condiciones, aunque no se realice del
mismo modo según las circunstancias. Por consiguiente, las diferencias que hay
que reconocer en esta actividad de la Iglesia no proceden de la naturaleza
misma de la misión, sino de las circunstancias en que esta misión se ejerce.
Por ello la actividad misionera entre las gentes se diferencia tanto de la
actividad pastoral que hay que desarrollar con los fieles, cuanto de los medios
que hay que usar para conseguir la unidad de los cristianos» (Concilio
Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 6).

Ecumenismo en cuanto a busque de la unidad… camino de dialogo con los


cristianos no plenamente unidos a la Iglesia.

Dialogo interreligioso… es más amplio… se fía en la promesa de la semina


vervi…

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