Clase 1
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CLASE 1
LA TEOLOGÍA DE LA MISIÓN: ORIGEN, NATURALEZA Y
SIGNIFICADO.
Con la renovación eclesial querida por el Concilio Vaticano II estas dos disciplinas
pasaron de ser meramente pragmáticas, normativas… a ser una reflexión orgánica
de la acción eclesial y la realidad actual… abarcando a pastores y fieles como
miembros vivos de esta acción.
Por lo que el estudio de esta rama de la teología prepara a los apóstoles para estar
dispuestos a dar razones se la fe en los ambientes concretos. La misionología no
toca la realidad y la estudia desde fuera, sino que se inserta en ella, partiendo del
propio apóstol. Quien recibe la riqueza del misterio de Cristo, para celebrarlo y
vivirlo y luego ser enviado a anunciarlo.
Origen
A. La única Misión
b) Después del Concilio, los Sínodos de los Obispos han sido instrumentos
eficaces para prolongar esa dinámica misionera.
El papa Francisco ha señalado que los Sínodos son «una expresión
eclesial, o sea, es la Iglesia que camina junta para leer la realidad
con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se
interroga sobre su fidelidad al depósito de la fe, que para ella no representa
un museo para mirar y mucho menos solo para salvaguardar, sino
que es una fuente viva en la que la Iglesia bebe para saciar la sed e iluminar el
depósito de la vida» (Discurso en la inauguración del Sínodo de 2015, 5-X-2015).
C. Sus características
«Vemos así que la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje
y de las circunstancias. Procura siempre comunicar mejor la verdad
del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la
verdad, al bien y a la luz que pueda aportar cuando la perfección
no es posible. Un corazón misionero sabe de esos límites y se hace “débil con
los débiles [...] todo para todos” (1 Co 9, 22). Nunca se encierra, nunca se repliega
en sus seguridades, nunca opta por la rigidez auto-defensiva. Sabe que él
mismo tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el
discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al
bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino»
(EG 45; vid. el contexto en los nn. 41-45).
a) Recordemos primero que la fe tiene varios aspectos entre los que existe una
circularidad:
• la fe como fides qua: el don sobrenatural de la fe «mediante el cual» confiamos
en Dios que se revela; es objeto de estudio en la Teología fundamental.
• la fe como fides quae: el contenido objetivo, «lo que» se cree, que se resume
en el Símbolo de la Fe. Es objeto de estudio en la Teología dogmática.
La fe viva u operativa es la fe que «se hace cultura» (Juan Pablo II) como
consecuencia de estar radicada en el encuentro con el Verbo
encarnado, que ha venido a salvar a todas las gentes.
b) La teología es fides quaerens intellectum, «fe que busca entender», con una doble
dimensión: una dimensión contemplativa y especulativa de Dios y de sus obras (cf.
S.Th. I, q. 1, a. 4); y una dimensión práctica, que aspira a entregar a otros lo
contemplado, al servicio de la vida y de la misión.
Esta segunda dimensión práctica de la teología se corresponde con la
fuerza «performativa» del Evangelio, que no es solo Palabra que «informa»,
sino que «transforma» la vida (cf. Enc. Spe salvi, n. 2). En ese sentido toda la
teología tiene una índole pastoral y misionera (evangelizadora) porque es reflexión
en orden a la vida y a la acción. La Teología de la Misión, como disciplina
propia, se corresponde con la decantación de la dimensión evangelizadora de
toda la teología.
Esto no quiere decir que la Teología de la Misión se identifique sin más con la
dimensión evangelizadora de la teología (lo que se ha llamado «pastoralidad»
de la teología) o se reduzca a ella, sino que es una disciplina que posee identidad,
objeto y método propios. Es lo que veremos a continuación.
Aquí entra todo lo que tiene que ver con la experiencia cristiana (especialmente
con la oración y la liturgia), con la dimensión social y eclesial (Tradición) de las
acciones, y, por tanto, con las virtudes.
4. Discernimiento e interdisciplinariedad
Como hemos evocado ya, el Concilio Vaticano II invitó a discernir los «signos de los tiempos»
(cf. Mt 16, 4; Lc 12, 54-56; cf. GS 4, 11 y 44), para «leer» los acontecimientos como señales
del designio de Dios.
Ante una acción determinada (sea una catequesis, un programa de formación, una
celebración, o la organización de un voluntariado), el discernimiento se presenta
en tres etapas distintas pero inseparables:
• Mirada analítica a la situación desde la fe, que valora esa situación desde la
identidad cristiana, teniendo en cuenta la realidad personal junto con la realidad sociocultural,
los «contenidos» y actitudes que se derivan de la fe vivida, las consecuencias
para la espiritualidad y la misión cristiana. Y todo ello, en orden a la acción,
considerando la situación como un tiempo de gracia (kairós) para colaborar con
Dios.
Para esto se requiere, en primer lugar, tener en cuenta una serie de criterios
que, como queda dicho, pueden proceder del ámbito de la fe o de la razón.
Estos criterios no son «recetas», sino principios que, por ejemplo, la doctrina
cristiana enseña por su tradición o por la experiencia cristiana: el principio de
la Encarnación, que implica la necesidad de que la fe se haga vida y se traduzca
en cercanía a las personas; la santificación de las realidades ordinarias, que
comienza por trabajar con competencia; las obras de misericordia para
atender a los más necesitados, etc. En segundo lugar hay que plantearse
algunos objetivos determinados.
• Decisión y proyección, que concreta los objetivos, el modo y el
tiempo, los lugares y los medios necesarios. La decisión incluye, pues,
un proyecto. Estas decisiones, en cuanto eclesiales, habrán de contar con la
autoridad en la Iglesia.
El término «misión», como sustantivo, se usa con san Ignacio de Loyola (s. xvi) y a
partir de la fundación de la Congregación de «Propaganda Fide» (s. XVI); en el
siglo XIX se usa en el contexto de la reflexión teológica.
Pastoral… ad intra… tendió a ser exclusivo de los ministros, poco abierto a todo
el cuerpo de la Iglesia.
Ad Gentes es una vocación que tiene una específica referencia a la fundación
de Iglesias nuevas. Pero ésta no es una vocación diversa al lado de las tres
precedentes. Tanto los laicos, como los religiosos, como los ministros ordenados
pueden ser llamados a la misión "Ad Gentes", de manera que la condición
misionera se convierte en un modo concreto de vivir cada una de las
tres vocaciones específicas.
El Concilio las llamó: «actividad misionera entre las gentes», «actividad pastoral»
con los fieles, y «los medios que hay que usar para conseguir la unidad de los
cristianos»:
«La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual,
obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se
hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos
para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo
de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma
que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del
misterio de Cristo. (...)
Este deber que tiene que cumplir el Orden de los Obispos, presidido por el
sucesor de Pedro, con la oración y cooperación de toda la Iglesia, es único e
idéntico en todas partes y en todas las condiciones, aunque no se realice del
mismo modo según las circunstancias. Por consiguiente, las diferencias que hay
que reconocer en esta actividad de la Iglesia no proceden de la naturaleza
misma de la misión, sino de las circunstancias en que esta misión se ejerce.
Por ello la actividad misionera entre las gentes se diferencia tanto de la
actividad pastoral que hay que desarrollar con los fieles, cuanto de los medios
que hay que usar para conseguir la unidad de los cristianos» (Concilio
Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 6).