Consejos en Teresa
Consejos en Teresa
Consejos en Teresa
El proceso de amistad, que Teresa plasma en Vida con el símbolo de las cuatro formas
de regar el huerto, nos dirá que es fundamental comprenderlo “porque así se entienda mejor
lo que está por venir” (V 23, 1). Y lo que está por venir no es otra cosa sino todo el proceso que
culminará con la visión-experiencia del infierno y sus deseos grandes de hacer algo por el
Señor, que le llevará a la fundación de San José.
Así nos dice Teresa como conclusión de todo este proceso de amistad y de las diversas
gracias místicas experimentadas: “Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero
era seguir el llamamiento que Su Majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con
la mayor perfección que pudiese” (V 32, 9) Según el P. Tomás Álvarez (en nota a pie de página
en relación con este texto) piensa que esa “perfección” hace referencia a un posible voto que
ella hizo por esas fechas, y que reaparece en otros textos, pero bajo la palabra “consejos” (V
36, 5. 12. 27; Rel 1, 9; C 1, 2).
Es más que curioso que de las pocas veces que Teresa hace uso del término
“consejos”, esta alusión ocupa un lugar central en lo que consideramos el inicio de su obra
fundacional. Y ella sí lo manifiesta, tanto en el libro de la Vida como al inicio del Camino de
Perfección.
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En este mismo tono comenzará el Camino de perfección, pero haciendo aún más
hincapié en cuál ha de ser el contenido central de su vida y de la vida del Carmelo Teresiano:
“determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con
toda perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo
mismo, confiada en la gran bondad de Dios, que nunca falta de ayudar a quien por Él se
determina a dejarlo todo…, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor” (C 1, 2).
De este texto se deduce algo fundamental para comprender la visión que Teresa tiene
de la vida religiosa, y más concretamente de la vida del Carmelo: “seguir los consejos
evangélicos” y “ayudar al Señor”. Ambas afirmaciones remiten claramente a la persona de
Cristo. El proyecto teresiano es un proyecto claramente “apostólico”, y centrado en vivir al
estilo de Jesucristo. Esto es lo que, en el desarrollo de la obra, pondrá en evidencia Teresa.
En San José se plasma un ideal de vida concreto: -continuidad con el Carmelo (35, 2-3; 36, 12.
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27); -la oración al centro (36, 6; 32, 19; 36, 30);-vida en pobreza (33, 12-13; 35, 2. 3-4; 36, 27);
-en comunidad (32, 11; 35, 12; 36, 26); sólo 13 (36, 19. 30); -espíritu de alegría y suavidad (35,
12; 36, 30)
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Ya tenemos acá en síntesis los fundamentos del proyecto de vida que pretende
inculcar Teresa para forjar a sus monjas como verdaderas orantes y como seguidores-
servidoras de Cristo. Estoy convencido, y lo iremos analizando, de que Teresa asume en estos
tres principios los valores y contenidos centrales de los consejos evangélicos, si bien usa otra
terminología.
Creo que su manera de proceder nos da pautas muy importantes en lo que sería el
camino de la formación de los candidatos a la vida del Carmelo: hacerles comprender la
importancia de esas “virtudes” y sus valores de vida, antes que recalcar demasiado la
dimensión formal. Y cómo el todo del camino de la oración está en la vivencia de estos valores
evangélicos.
de vida de los discípulos de Jesús. Por eso en su reflexión doctrinal descubrimos estas
características:
-evangélico: radicalidad (C 1, 1)
-cristocéntrico: el Maestro en el centro (C 25)
-apostólico: dedicadas a la causa de Cristo (C 3)
reflexión con algunas notas características de cuanto implica cada uno de los consejos…
Genialidades teresianas:
a. Cristo modelo: “Oh precioso amor, que va imitando al capitán del amor,
Jesús nuestro bien” (C 6, 9)
Del mismo modo sería inexplicable el que Jesús se entregase en exclusividad a un sólo
ser humano: su ser-para-todos quedaría limitado y no tendría esa expresión universal de un
amor entregado a todos y por todos sin ninguna distinción. AL igual que el consagrado/a, que
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entrega su corazón indiviso a Dios. Para Teresa termina siendo esto el principio y fin dela vida
del carmelo: “para lo que aquí nos juntó el Señor”, “la gran empresa que tenemos que ganar” (C
4, 1) . Y aquí adquiere un mayor sentido la insistencia de Teresa en evitar las “amistades
particulares”.
principio o disposición para que, si cavan, hallarán oro en esta mina, si la tienen amor, no les
duele el trabajo; ninguna cosa se les pone por delante que de buena gana no la hiciesen por el
bien de aquel alma…” (C 6, 8)
Teresa en ningún momento parece congeniar con la visión, muchas veces negativa, que
se ha dado a los votos, ni insiste demasiado en la renuncia al matrimonio que implica el voto.
No entramos ahora a teorizar sobre las posibles causas o razones de ello..
No vamos a entrar en detalles de aquello que implica el voto de castidad en la vida del
hombre (sobre el desarrollo armónico de su sexualidad y afectividad, si bien es una de las
cuestiones que parece preocuparle fuertemente a Teresa al orientarnos hacia un auténtico amor
espiritual- Ella sufrió mucho personalmente su “debilidad afectiva- de la cual tuvo que ser
liberada por gracia especial (cf. V 24). Simplemente queremos subrayar la profunda unión
existente entre la realidad de este consejo y la vocación originaria del hombre. Por tanto, nuestra
atención es sobre todo antropológico-teológica. Sólo desde una comprensión teologal del ser
humano se puede comprender el valor y sentido de la castidad como camino de humanización.
Decimos que Cristo es el prototipo del ser humano. Ello implica necesariamente que el
“primer ser humano”, al que creemos perfecto en sus inicios, encerraba en sí la realización de
los valores que Cristo vino a ofrecernos. La reflexión bíblica sobre el origen del hombre la
descubrimos fundamentalmente en el libro del Génesis, aunque a lo largo de los diferentes
libros se va perfilando una visión y concepción unitaria del hombre.
Dentro de esta concepción “bíblica” del hombre parece que no hay lugar para hablar de
la virginidad como un valor. El mismo relato del origen del hombre nos estaría hablando en
contra de esta realidad. Como algo contrario a la naturaleza humana, y contrario al proyecto
creador de Dios: “Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: Sed fecundos y multiplicaos” (Gen 1, 28;
cfr. también Gen 2, 24). Esta es la vocación natural de todo ser humano en el orden de la
creación.
Sin embargo, la castidad como valor está muy presente, aunque todavía no comprendida
en clave de virginidad, sino en clave relacional. Nos lo dice claramente: “Por eso deja el hombre
a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gen 2, 24). Una
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castidad que implica, como valor, una unión de amor tan profunda que llega a realizar la unión
de dos en uno. Observamos en esta afirmación del Génesis un cierto parecido con las llamadas
vocacionales de Cristo (“quien no deja padre y madre...” Lc 14, 26). Observamos que en ambos
casos se exige un “abandono“ de lo anterior para que la entrega después pueda ser total y
radical. Ya descubrimos un valor que observa uno de los contenidos esenciales en la realización
del hombre maduro: un dejar para plenificarse en un amor total.
Podemos afirmar, entonces, que la castidad como valor, es algo inherente a la vocación
primera del hombre, cuyo fin no se ve reducido a lo “sexual”, sino que aparece ampliado, sí a la
procreación, pero sobre todo a la “unidad” de amor.
Tenemos que añadir que el valor de la paternidad y maternidad espiritual, que implica el
voto de castidad, se observa, en cierto sentido, preanunciado en el Génesis: cuando Eva es
llamada “madre de todos los vivientes” (Gen 3, 20) o cuando el Señor promete a Abraham una
descendencia incontable y “que será padre de una muchedumbre de pueblos” (Gen 17, 3-6).
Más sugestivo puede ser el texto de condena sobre la serpiente después del pecado: como si se
tratase de un nuevo cometido “vocacional” que Dios confía a raíz del pecado, y que muy bien
puede entenderse en la dinámica de lo que es la maternidad-paternidad espiritual a partir de
Cristo: “Enemistad pondré ente ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar” (Gen 3, 15).
Para Teresa es evidente la dimensión fecunda y apostólica del amor: “Torno otra vez a
decir, que se parece y va imitando este amor al que nos tuvo el buen amador Jesús; y así
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aprovechan tanto, porque no querrían ellos sino abrazar todos los trabajos y que los otros sin
trabajar se aprovechasen de ellos…” (C 7, 4)
c. Vida en plenitud:
El camino de la humanización-divinización del hombre es el mismo para todos: el
seguimiento de Cristo, porque él es el único que nos conduce al Padre y porque él es el modelo
de la perfección humana. En él tenemos nuestro origen, él es nuestra meta y, finalmente, él es
nuestro camino. Ahí radica la comprensión y realización de la espiritualidad cristiana, y también
de la espiritualidad del consagrado.
Todo cristiano está llamado a vivir los consejos evangélicos dentro de su estado
vocacional, sea el que fuere. Por eso cuanto podemos reflexionar ahora, aunque con sus matices
de radicalidad y de estado particular de vida, es válido para todo cristiano.
Quien opta por seguir al Cristo-virgen, está poniendo toda su vida al servicio de
Cristo, buscando imitarle en su vida y configurarse plenamente con él. Veíamos antes lo que
significaba el celibato de Cristo: amor y entrega total a Dios, ser-para-todos, y fecundidad
espiritual. En el fondo, y a la luz de la vocación original del hombre, veíamos cómo son los
valores esenciales de una de sus dimensiones vocacionales. Valores que en la medida en que se
realizan, plenifican la humanidad: el amor, la entrega a los otros y la fecundidad. En este sentido
la castidad consagrada se entiende como camino de realización del propio ser.
Aquí radica también, la comprensión del carácter esponsal de toda vida consagrada.
No se anula la entrega hacia la unidad que surge de la vocación natural del hombre, sino que se
supera y realiza en su contenido más esencial: la comunión trinitaria.
El Cristo Pascual es el signo más claro de lo que en sí significa el don total de sí a Dios:
entrega incondicional a la humanidad completa, sin división, ni particularismos. La castidad
consagrada se entiende desde esta misma perspectiva: una permanente disponibilidad hacia toda
la humanidad. Un amor que está allí por todos y para todos, dispuesto a la donación de la propia
vida, en favor de “todos”. Un amor que no se ata a nadie, que libera a la persona para dejarla
abierta a todos, especialmente a Dios.
El amor de Dios, con quien se configura la vida del religioso, es un amor que se abre
continuamente: es un amor fecundo. Cristo y su redención son el ejemplo más absoluto de lo
que significa este amor. Y de ese amor participa el religioso. Por eso tampoco renuncia a su
vocación paternal o maternal. Antes bien, tiene la oportunidad de realizarla de un modo siempre
nuevo y universal. Aquí, y no en las actividades, radica la eficacia apostólica del religioso. Es
llamado a realizar esa paternidad o maternidad espiritual desde el origen de la misma: el amor
de Dios manifestado en la muerte y resurrección de Cristo. La virginidad consagrada tiene, por
eso, un carácter pascual insustituible. La comunión con Dios es comunión con su obra de
redención -signo de su amor-. Y la redención de la humanidad se realiza en la cruz de Cristo:
sólo será redentivo el amor que nazca de esa comunión con el Crucificado. Desde aquí parte la
misión y el apostolado de cualquier forma de VC.
Un amor que se convierte en testimonio, sin el cual toda vida religiosa carece de
sentido. Por eso la misma Teresa se preocupa de dejar las cosas bien claras a sus monjas y a
todos. La falta de amor es sinónimo del mayor de los desastres: “… cuando esto hubiese, dense
por perdidas. Piensen y crean han echado a su esposo de casa….”.(C 7, 10).
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La vida de Jesucristo se distingue también por la pobreza. Una pobreza que es material
(-aunque nunca miseria-), pero que sobre todo se comprende como una gran pobreza espiritual,
en el sentido que siéndolo todo, siendo Dios, se anonadó a sí mismo y se hizo hombre. Cristo
haciéndose hombre, encarnándose, nos muestra el primer y fundamental sentido de la pobreza:
entrega sin reservas, disponibilidad a dejarlo y darlo todo para compartir la condición de
“pobreza” de los que ama. Cristo asume la naturaleza humana en su pobreza: en la fragilidad, en
la debilidad y en la limitación. Pero también porque su única riqueza es el Padre.
Pero hay una cuestión que a Teresa el preocupa más a fondo en relación con la vivencia
de la pobreza y que ella denomina como “desasimiento”, y que encuentra un respaldo
evangélico fundamental, si bien Teresa no siempre se hace eco explícito de ello. La predicación
de Jesús privilegia, también, el tema de la pobreza, donde subraya fundamentalmente la
necesidad de no apegar el corazón a los bienes materiales, para poder vivir libres y abiertos al
Reino (cfr. el joven rico en Mt 19, 16-22; el peligro de las riquezas en Mt 19, 23-26; el rico
insensato en Lc 12, 13-21; o la parábola del rico malo y de Lázaro en Lc 16, 19-31; o el
sugestivo gesto de la limosna de la viuda en el óbolo del templo en Mc 12, 41-44). Hay que
anotar, sin embargo, que Jesús no pide una renuncia total de los bienes a todos sus seguidores;
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La actitud de Cristo fue sin duda revolucionara en este aspecto: un hombre que no se
preocupa de almacenar bienes, sino que critica esa actitud (cfr. Lc 12, 13-21), y que se acerca a
los pecadores y enfermos, a todos los discriminados por el sistema. Con todo, su actitud ya
venía proclamada y exaltada en los cánticos del “siervo de Yahwé” de Isaías. La misma
percepción tiene Teresa dela pobreza como libertad, especialmente cuando toca los temas de la
honra y de los deudos, que tantos dolores de cabeza le produjo a Teresa y a la vida religiosa de
entonces. Quizás a la luz del valor de la “Pobreza como consejo de Cristo” se pueda entender
también lo que implicó realmente el proyecto fundador de Teresa, que se salía de todos los
arquetipos característicos de la época. NOrmalemnte no se inicabanucna un proyecto
fundacional si antes no estaba todo organizado: los bienhechores, el terreno, y el convento
prácticamente construido. Teres funda a la “buena de Dios”, y se conforma con una casa que
poder acomodar, eso sí con huerta… y si no para comenzar le sirve cualquier cosa, aunque
luego busque el cambio….
Puede resultar interesante acercarnos nuevamente al concepto que del hombre primero,
el hombre que aún no había caído en el pecado, manifiesta la Escritura, principalmente en los
relatos de la Creación.
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La pobreza entendida como un rechazo de los bienes naturales es una idea, no sólo
contraria a la más pura doctrina evangélica, sino totalmente en oposición con la obra de la
creación. Cristo es el primero que lucha contra la pobreza que degrada al hombre: la falta de lo
necesario para vivir, la falta de libertad personal o de medios para ser curados, la falta de amor,
etc... Pero también rechaza la riqueza como egoísmo, avaricia, esclavitud material,
endiosamiento del dinero. La pobreza evangélica que Cristo predica con su vida ataca los dos
extremos, porque deshumanizan al ser humano.
Si miramos el modo de actuar en este campo por parte de Teresa nos sorprende su
actitud y el cambio que se irá gestando a lo largo de las Fundaciones. Ciertamente Teresa ama la
sobriedad, y ni busca casas grandes, ni recargadas. NO obstante ella opta por un camino que,
visto en el contexto en que ella vive, ciertamente no se asemeja ni a la vida de los “pobres de
solemnidad”, pero tampoco a los extremos de la clase acomodada (la minoría). Incluso se puede
afirmar que la sobriedad teresiana generalmente está por encima de la media de cómo vivían los
ciudadanos de entonces. Teres reconoce, además, que era poco amiga de extremos y de
penitencias, y que su objetivo es “apretar y exigir” en la virtud: desasimiento de sí mismo C 10,
1; libres de la honra y de los afectos V 31, 18; C 12, 5; libres del propio cuerpo y de la propia
salud C 10, 5; 11, 5; libres de las cosas “espirituales” F 6, 22.
Por otro lado Teresa se preocupará siempre de que sus monasterios vivan sin la
preocupación de tener que angustiarse por el comer. Ahí entrarán los diversos debates sobre la
renta necesaria, especialmente en los lugares en los que ella preveía que difícilmente se podrían
sustentar con limosnas, práctica habitual en la sociedad de entonces. Por eso su gran
preocupación en este tema se orienta a la vivencia de la virtud del desasimiento, más en la línea
de favorecer el crecimiento en la libertad y en el testimonio de fe en la Providencia de Dios.
Sabemos que todo lo que Dios ha creado es bueno. La bondad de la creación es un valor
presente en ella desde los inicios, primer resultado de la imagen plasmada en ella por su
Creador: “y vio Dios que estaba bien” (cfr. Gen 1). Es más, Dios pone a disposición del hombre
todo lo creado:
Todo lo creado lo pone Dios en manos del hombre: un hombre que había nacido sin
nada y que desde el momento de su aparición es señor de todo lo creado. Es otra de las
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vocaciones que el hombre recibe de la mano de Dios: “henchid la tierra y sometedla”. Una
posesión que es dominio, pero no en el sentido de posesión exclusiva, sino comprendida como
don, como servicio, como libertad frente a lo creado que está ahí para el hombre, y éste no
necesita ‘atarse’ a ello. El hombre original es pobre, no porque no posee, sino porque sabe que
todo lo que tiene es don de Dios a su servicio. Dios, que le ha creado, pone en sus manos todo lo
necesario para que pueda vivir sin preocupaciones: aquí contemplamos el verdadero sentido de
la Providencia: Dios no abandona a su criatura si ésta confía en él.
(Esta misma dimensión parece subrayarla Teresa cuando invita a sus hijas a “confiar en Dios”,
cuya Providencia nunca nos falla si andamos preocupados de servirle.)
Indirectamente han ido quedando subrayados los aspectos esenciales de lo que significa
ser pobres en sentido evangélico y en sentido teresiano: libertad, confianza en Dios, entrega sin
reservas, compartir. Toda pobreza será auténtica si realiza estos tres valores: como meta y como
camino de conquista. Acentuar estos aspectos no significa olvidar la dimensión “material” de la
pobreza que viene exigida por el voto.
Necesariamente quien vive desde la libertad de espíritu frente a los bienes, y quien
comprende que todo es don para la humanidad, se empeñará en el compartir, y en el olvidarse
de todo aquello que no le es necesario para realizar la misión que Dios le encomienda y así
solidarizarse con los menos favorecidos o con los discriminados de la sociedad.
La pobreza no es sólo algo material, sino que es una realidad, -en su sentido negativo-,
que afecta en el fondo a todo hombre: necesitado de amor, de comprensión, de perdón... La
pobreza evangélica es todo lo contrario: es reconocer la propia realidad, pero viviéndola desde
la dimensión de un Dios que cubre todas las necesidades del ser humano. Ahí radica el
testimonio de la pobreza consagrada. Sí, comunión y solidaridad, pero sobre todo testimonio de
la dicha de ser los pobres de Yahwéh, a quienes no les falta nada porque poseen a Dios.
Jesús pide a los que le siguen de cerca que abandonen todo, precisamente para que
vivan esa misma libertad, para que experimenten el gozo de tenerlo todo, no apegando el
corazón a nada. Pobreza que es camino de liberación, de confianza en Dios, de don de la propia
vida. Es saber que se ha encontrado el mayor de los tesoros y que todo lo demás estorba si se
quiere adquirir. Claramente lo expresa en las parábolas del tesoro escondido y de la perla
preciosa.
Decíamos que la suma pobreza de Cristo se realiza en sus misterios de unión con el
género humano y de redención. En ellos aparece la kénosis como una de las claves de lectura.
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La pobreza de Cristo consistió en que poseyendo todo y siendo Dios, no hizo alarde de esa
condición, sino que por el amor se olvidó de sí mismo para entregarse por todos.
Cristo haciéndose pobre asume la “pobreza” de toda la humanidad, una pobreza que
viene a compartir para darla sentido. Es otro de los aspectos que han de cultivarse en la vivencia
de la pobreza religiosa. No se trata, como venimos diciendo, de una simple renuncia, sino de
una renuncia-conversión continua a la propia realidad. Es “cargar con la propia cruz”, sin la cual
no se puede ser discípulo de Jesús (cfr. Mt 16, 25-27, Mc 8, 35-38, Lc 9, 23-26); es decir,
aceptar la propia realidad de “pobreza” para comprender y asumir la “pobreza del otro”. Es
ofrecer a Dios esa pobreza para que él la transforme en riqueza: en la debilidad Dios manifiesta
su amor poderoso. Por eso él elige lo pobre y despreciable del mundo. No cabe duda que esta
idea subyace en el contenido de la pobreza evangélica.
Vamos a seguir el mismo esquema que en los votos de castidad y pobreza, para tratar de
clarificar el sentido teológico y espiritual de la obediencia como consejo evangélico y como
voto, y ver en qué medida es posible vivirlo desde el crecimiento en la humildad, tal como
Teresa lo entiende en comprende.
hombre, como la observancia estricta del sábado, de los ayunos, etc... Jesús rechaza la actitud de
esos hombres que creen conocer cuál es la voluntad de Dios.
Incluso en medio del sufrimiento más profundo, del abandono de Dios, sigue siendo la
voluntad del Padre, el único contenido que él pretende realizar: “que no se haga mi voluntad,
sino la tuya”. “Determinaos, hermanas, que venís a morir por Cristo y no a regalaros por Cristo”
(C 10, 5).
Son muchos más los textos evangélicos donde Jesús da constancia de la realidad de la
obediencia, como indispensable en su seguimiento, y como necesaria para la realización del
Reino de Dios.
“Esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra, para quién se contenta solo de contentar a
Dios y no hace caso de contentos suyo…” (V 13, 7)
Como afirma San Pablo, sólo por el camino de la obediencia se podía restaurar el
pecado de la “desobediencia”. ¿enque consistirá pues, desde un punto de vista teológico-
antropológico la obediencia? Fundamentalmente en el intento por reconquistar la imagen
original que Dios ha plasmado en el hombre; dejar que se haga efectiva en cada uno lo que la
“voluntad de Dios” ha querido que el hombre fuese. Y sólo hay un camino, el del seguimiento
de Cristo, porque sólo él reproduce la imagen perfecta del hombre, y porque sólo en él
descubrimos cuál es la voluntad de Dios, y como permanecer en ella. Por eso “obedecer a Dios”
es el camino único para conquistar el propio ser, para humanizarse en plenitud, y es el camino
para alcanzar la comunión perfecta con Dios. El hombre obediente es, por eso mismo, el
hombre perfecto y libre.
En gran parte alguno de los aspectos centrales han quedado subrayados: la obediencia
como camino de humanización y como camino de cristificación (véase el proceso de Moradas,
principalmente a la luz de la imagen del gusano de seda y de las implicaciones que conlleva la 7
M.). Sólo estas dos realidades nos hacen ver la importancia que tiene este tema, y que no puede
resolverse con una simple comprensión de la obediencia a nivel jurídico.
La obediencia no es sólo cosa de la “autoridad”; es algo muy personal, y que tiene que
ver con la libertad y responsabilidad del individuo (valores a los que hoy la sociedad y la
juventud parecen ser más sensibles). Por eso es fundamental que la persona se empeñe
seriamente en buscar cuál es esa voluntad de Dios. Y nadie puede suplirle en esa tarea. El que
quiera crecer como cristiano, como persona, como religioso, ha de imitar realmente a Cristo:
hacer de la voluntad de Dios el contenido, el proyecto de su vida. “Porque si quiere imitar al
Señor, ¿en qué mejor puede que en esto? Que aquí no son menester fuerzas corporales ni ayuda
de nadie, sino de Dios” (C 15, 2)
de obrar siempre y espontáneamente lo mejor y más perfecto. Esta capacidad que suponemos
poseía el primer hombre antes de la caída, no la posee ya el hombre después del pecado. Sólo a
través de la gracia puede conquistar esta libertad, y sólo en la configuración con la voluntad de
Dios se alcanza esa capacidad.
Obedecer, pues, es, ante todo, búsqueda continua de lo que Dios quiere de mí y del otro.
Sólo quien está dispuesto a aceptar la voluntad de Dios en todas sus consecuencias, será capaz
de obedecer y de ser un buen superior, que tratará de ayudar y orientar al hermano a seguir
buscando lo que Dios le pide.
La VC a través del voto de obediencia, podrá manifestar al mundo que Dios es grande,
que Dios ama a cada uno de un modo particular, y que Dios lo único que quiere, en definitiva,
es la salvación y la felicidad del hombre. Y que este camino lo podemos realizar en la medida
en que nos dejemos guiar por Aquel que sabe, qué es lo que nos conviene.
¿No es este el dinamismo que vivió Teresa y que plasma en todas sus obras? Teresa está
convencida de que solo en la verdad se llega a la unión de amor. Humildad es andar en
verdad. Para Teresa la humildad se vuelve virtud y fundamenta la obediencia porque es
el camino en el conocimiento de sí mismo y de Dios. Quién no se conoce –según
Teresa- nunca será verdaderamente obediente en el sentido evangélico del término.