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¹ Tzvetan Todorov, Memoria del mal, tentación del bien: indagación sobre el siglo xx (Barcelona:
Ediciones Península s.a., 2002), 145.
² Todorov, Memoria del mal, 145.
³ Todorov, Memoria del mal, 145.
⁴ Todorov, Memoria del mal, 211.
De la actualización del paradigma autobiográfico en la literatura cubana 39
Estos son algunos de los problemas a los que se enfrenta el culto de la me-
moria, del recuerdo. En el caso cubano de hoy, el pasado se le busca y se le
buscará con especial relieve. Acaso el día en que la Revolución Cubana sea co-
sa del pasado, todos los que han participado en ella, sea a favor o en contra,
o resistiendo desde la neutralidad, sigan manteniendo sus particulares for-
mas de mirar el pasado, aun cuando desde hoy un escritor cubano anuncie
que será causa perdida:
No es difícil prever que dentro de unas décadas tocará a los cubanos hacer
memoria, y que también entonces el orgullo podrá más que un recuento fiel
de los hechos que hoy avergüenzan su presente. […] Me atrevo a vaticinar que
después del fin del régimen actual la mayoría de los cubanos preferirá tomar
distancia de la memoria, un detallado recuento de nuestras miserias pasa-
das sólo conseguiría deprimirnos. Vendrán entonces los tiempos del orgullo,
un fenómeno para el cual el exilio sirve de exitoso campo de pruebas. Aquí
también se recuerda mientras se fabula. Se embellece con la nostalgia. Y se
entrega el poder definitivo a esa voz que reclama: “No, yo no pude haber he-
cho esto”.⁵
⁂
Tras el cambio revolucionario de 1959, se fue imponiendo en la isla una cons-
tante testimonial que, con el paso del tiempo y de las transformaciones al in-
terior de la Revolución, marcaría en el panorama literario un género: el testi-
monio. La literatura del yo realizó, en un momento significativo como el de
la “institucionalización del Estado socialista”, es decir, sobre los años seten-
ta, un giro semántico. Lo que antes habría sido considerado un subgénero,
una rama entre las ramas de lo literario, pasó a ocupar un lugar prominente
cuando en 1970 la Casa de las Américas lo institucionalizara al incluirlo en-
tre los géneros canónicos a los cuales convocaba su Premio Literario: poesía,
novela, cuento, ensayo y teatro.
Hubo en la primera década de la Revolución el imperativo de volcar la me-
moria hacia la escritura, de modo que los testigos dejaran testimonio del pro-
ceso que se había vivido en el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio
Batista, pero también del que se estaba viviendo y que estaba implicando a
toda la sociedad cubana. Detrás estaba la tarea consciente de abrirle cauce a
una escritura que resolviera los problemas de la memoria (reciente) en rela-
ción con lo vivido antes de 1959, pero también en relación con lo que se estaba
viviendo.
⁵ Ernesto Hernández Busto, “Orgullo y memoria,” Penúltimos Días, 24 de julio del 2010, con-
sultado el 06/11/2014, http://www.penultimosdias.com/2010/07/24/orgullo-y-memoria.
40 Reinier Pérez-Hernández
⁶ Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón (La Habana: Instituto de Etnología y Folklore, 1966)
y Elena Poniatowska, Hasta no verte Jesús mío (México, D.F.: Ediciones Era, 1969).
⁷ Acerca de los problemas críticos y teóricos del testimonio en latinoamericano, véase el do-
cumentado estudio de Elzbieta Sklodowska, Testimonio hispanoamericano: historia, teoría, poéti-
ca (New York: Peter Lang, 1992).
⁸ Diría Dilthey en relación con la autobiografía de Goethe: “En Poesía y verdad se relaciona el
hombre histórico-universal con su propia existencia. Él se ve a sí mismo en relación con el mo-
vimiento literario de su época”. (“In Dichtung und Wahrheit verhält sich ein Mensch universal-
historisch zu einer eigenen Existenz. Er sieht sich durchaus im Zusammenhang mit der li-
terarischen Bewegung seiner Epoche”.) Wilhelm Dilthey, “Das Erleben und die Selbstbiogra-
phie”, en Die Autobiographie: zu Form und Geschichte einer literarischen Gattung, ed. Günter Niggl
(Darmstadt: Wiss. Buchgesellschaft, 1998), 28; (traducción mía). Y agrega: “La autobiografía
es la mejor y más alta forma instructiva, en la cual se nos muestra la compresión de la vi-
da”. (“Die Selbstbiographie ist die höchste und am meisten instruktive Form, in welcher uns
das Verstehen des Lebens entgegentritt”, Wilhelm Dilthey, “Selbstbiographie,” 28; traduccion
mía).
⁹ George Gusdorf, “Conditions et limits de l’autobiographie” (Berlín: Duncker & Humlot,
1956); el clásico estudio de Philippe Lejeune, Le Pacte autobiographique (París: Seuil, 1975); Jean
Starobinski, “Le style de l’autobiographie,” Poétique 3 (1970); no menos importante: Elizabeth
Bruss, Actos autobiográficos (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1976).
De la actualización del paradigma autobiográfico en la literatura cubana 41
crítica en 1997, “la autobiografía es el discurso del YO, de esta manera úni-
ca, singular, auto-centrado, egocéntrico”, mientras que en el testimonio, que
privilegia voces subalternas, historias marginadas, “un mediador […] escu-
cha y organiza la narración del informante, transformando su texto oral en
escrito”,¹⁶ delimitándose los campos del narrador (el yo de la historia) y el
autor (el que escribe la historia que ha escuchado), como lo hicieron Barnet
o Poniatowska.
No se podían aceptar contemplaciones privadas. La vida de uno, el yo, de-
bía de estar al servicio de una causa precisa, debía ser contada como forma
de militancia y activismo. Los testimonios personales brindarían armas pa-
ra la lucha antiimperialista, por la soberanía nacional o la liberación de los
pueblos o de ese sujeto oprimido y colonizado por espacio de siglos.
⁂
Parecería que el “sujeto autobiográfico”, ese que deja a ver su intimidad en el
espacio público de la escritura, hubiera estado a punto de desaparecer ante
los imperativos militantes y la construcción de un “hombre nuevo” y de una
colectividad socialista que eliminara el pernicioso pasado de egoísmo bur-
gués. Institucionalizado el testimonio, de repente las historias de vida, los
relatos del yo parecían tener que venir por vía de la mediación testimonial,
a través del “editor”, “gestor”, “entrevistador”, como ocurren con las memo-
rias de la profesora universitaria Rosario Novoa o del intelectual Juan Mari-
nello, quienes hacen sus relatos autobiográficos a través de intermediarios,
es decir, a partir de entrevistas preparadas por otros autores, que luego la
trabajan, la organizan y la presentan en forma de relatos retrospectivos, si-
guiendo la definición de Philippe Lejeune,¹⁷ con la salvedad de que entre el
yo firmante y lo (a)firmado intercede un agente, que también firma el relato,
pues es quien lo ordena y lo lleva a la grafía.¹⁸
¹⁶ Livia de Freitas Reis, “Autobiografía, testimonio, ficción: una relación delicada,” Unión IX,
núm. 26 (1997): 44.
¹⁷ “Relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, ponien-
do énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad”, Philippe
Lejeune, “El pacto autobiográfico,” en Anthropos 123 (1991): 48, Suplementos Anthropos: “La
autobiografía y sus problemas teóricos: estudios e investigación documental”.
¹⁸ Rosario Novoa, Una memoria de elefante (La Habana: Editora Abril, 1991) y Juan Marine-
llo, Memoria inédita (La Habana: Editorial Si-Mar S.A., 1995). La autobiografía de Novoa viene
mediada por la narradora Mirta Yáñez; la de Marinello, por el periodista Luis Báez. De he-
cho, son estos los autores de los libros, y no los autobiógrafos (o los sujetos autobiografiados,
convertidos de tal forma en objetos autobiografiados). Esta forma de diseñar el bío de una
persona a través de un intermediario, con grabadora o libreta de notas en mano, siguiendo
De la actualización del paradigma autobiográfico en la literatura cubana 43
otro” del abismo. El yo está ahí, sí, al filo de la muerte, o tal vez ya desapa-
recido, por lo que el sujeto aparece diluido en (la) nada, en un “no sé qué”,
interrogándose por el yo y su precisa circunstancia, por su ser y su estado.
Mas por el reverso del poema –y pienso en las fechas en que apareció– uno
puede imaginar, también, por qué no, una suerte de reacción ante las reduc-
ciones que lo testimonial fue proyectando en relación con el sujeto autobio-
gráfico de cualquier escrito de carácter testimonial, porque este estaba enfo-
cado no en la individualidad del yo, ni en la redacción de los eventos biográ-
ficos, sino en determinado acontecimiento social, político, el contexto en el
que se encontraba, como lo es, por ejemplo, En el año 61, de la escritora Dora
Alonso.²⁰ Publicado a principios de los años ochenta, la autora ‘testimonia’ y
rescata históricamente los hechos que marcaron el año (revolucionario) de
1961 en toda una nación, en toda una colectividad, antes que en el yo de quien
escribe o de quienes vivieron ese año.
Aunque disminuido a los mínimos decibeles posibles, el yo se mantenía,
y la escritura autobiográfica se resistía a desaparecer.²¹ La capacidad narra-
tiva del sujeto autobiográfico hubo de sobrevivir. También la autobiografía
hubo de sobrevivir, ya sea desde la ficción autobiográfica o siendo etiqueta-
da bajo el nombre del testimonio. No de otro modo uno puede explicarse la
razón por la cual las memorias del actor Enrique Arredondo aparecieran en
los años 80 catalogadas dentro de la colección Testimonio de la editorial que
las publicó.²² Incluso el significativo cambio de título de unas memorias de
autobiográfico como forma discursiva y como género, algo que para la críti-
ca cubana dentro de la isla no se daría hasta los años noventa y de la mano
de mujeres dedicadas a los estudios de género y a rescatar la literatura es-
crita por mujeres, cuando investigadoras como Nara Araújo o Zaida Capote
Cruz trabajaran sobre las formas en que se determinaba la voz femenina en
la autobiografía cubana.³²
Y si bien el llamado género testimonio no ha dejado de publicarse ni de ser
convocado a través de concursos literarios,³³ justamente a partir de los años
noventa ha venido cambiando –al menos terminológicamente hablando– el
paradigma de la literatura del yo, y lo autobiográfico –y no solo el aspecto
testimonial– ha ido ocupando un significativo espacio dentro del campo lite-
rario cubano.
⁂
Hay un aspecto en cierta “memoria” cubana de los últimos años que se man-
tiene constante: la Revolución. Y en numerosos escritos autobiográficos el
sujeto ha sido precisado, pensado, (casi) siempre en relación con lo que ha
generado el acontecimiento de 1959. Como diría González Echevarría, “[i]t
should be obvious that this sudden efflorescence of autobiography in Cuban
letters is related to the revolution”.³⁴ Esta es la forma en que se ven, con ra-
zón, no pocas de esas escrituras del yo, en la medida en que la historia de la
isla desde el 1 de enero de 1959 hasta hoy, ha girado, o se ha construido, en
términos generales, sobre el acontecimiento “Revolución”.
Estas escrituras del yo cuentan con títulos que marcan la tendencia a im-
bricar Revolución y vida personal en el apartado de “memorias”, donde el yo
íntimo se neutraliza en el contexto de las personalidades que lo rodean y que
³⁵ Heberto Padilla, La mala memoria (Barcelona: Plaza y Janés Editores, S.A., 1989) y Lisandro
Otero, Llover sobre mojado: una historia personal sobre la historia (La Habana: Editorial Letras
Cubanas, 1997).
³⁶ Cuando hablo de héroe, no pienso en el constructo clásico, ni romántico ni ideológico,
sino en la entidad protagónica de los relatos épicos, estructuras culturales que forman parte
de una narratividad y que se ven implicadas en un conjunto determinado de acciones que
hacen avanzar o retroceder la historia narrada.
³⁷ La “historia”, la narración, comienza en Nueva York en 1958, donde el poeta se hallaba
exilado, y acaba en esa misma ciudad, veintidós años después, también en el exilio.
³⁸ Apresamiento, libertad y autocrítica que tuvo lugar en 1971 y que, junto con el antecedente
del Premio UNEAC de su poemario Fuera del juego (1968), acusado él y su autor de “contrarre-
volucionarios”, generaron el llamado caso Padilla, que, entre otros efectos, dividió a la intelec-
tualidad latinoamericana y europea en relación con la Revolución Cubana. Para más detalles,
véase Lourdes Casal, El caso Padilla: literatura y Revolución en Cuba. Documentos (Miami: Edicio-
nes Universal, 1971). También puede consultarse Jorge Fornet, El 71: anatomía de una crisis (La
Habana: Editorial Letras Cubanas, 2013), que contextualiza el caso Padilla.
³⁹ Otero, Llover sobre mojado.
⁴⁰ En declaraciones a un diario mexicano, Lisandro Otero dijo que quiso conservar el sub-
título de “reflexión personal” en la edición mexicana, pero sus editores lo cambiaron sin su
consentimiento. Enrico Mario Santí, “Mi reino por el caballo: las dos memorias de Lisandro
Otero,” Estudios Públicos 76 (1999): 4. Las dedicatorias, por cierto, son las únicas marcas del yo
privado e íntimo que se cuelan en la obra. Su autor quiso delimitar la historia como intelec-
De la actualización del paradigma autobiográfico en la literatura cubana 49
tual y testigo de época y dejar al margen todo lo relativo a su vida íntima: “Yo quise borrar
todo lo referente a matrimonios, hijos, encuentros personales, no obstante que hay muchas
vivencias personales, pero todas en relación a la historia, las cuales ayudan a reflexionar sobre
el momento histórico determinado”. Santí, “Mi reino por el caballo,” 43.
⁴¹ Y sin duda alguna marcando el clima incierto que se abría ante (el fin de) la historia con la
desarticulación y desaparición del sistema soviético y socialista de los países de Este de Euro-
pa, razón por la cual se paralizó y se vino abajo la economía y el comercio cubanos, hundiendo
en los años noventa a la isla en una de las peores crisis que haya conocido y que desajustó a
toda la sociedad.
⁴² Para una lectura más detallada de los cambios que se operan en las memorias de este
intelectual, véase Santí, “Mi reino por el caballo”.
50 Reinier Pérez-Hernández
⁴³ Fidel Castro, La historia me absolverá (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2007), 90.
Cursivas mías.
⁴⁴ “Die Richter dieses Staates mögen uns ruhig ob unseres damaligen Handelns verurteilen,
die Geschichte als Göttin einer höheren Wahrheit und eines besseren Rechtes, sie wird den-
noch dereinst dieses Urteil lächelnd zerreißen, um uns alle freizusprechen von Schuld und Sühne”,
Adolf Hitler, Mein Kampf (Múnich: Verlag Franz Eher Nachfolger, t. II, 1933), 780; traducción
mía.
⁴⁵ Todorov, Memoria del mal, 198.
De la actualización del paradigma autobiográfico en la literatura cubana 51
⁵² Algunas son de autores que viven y publican fuera de Cuba, en el exilio o no, como las del
pintor Hugo Consuegra, el bailarín Carlos Acosta, los poetas Manuel Díaz Martínez, César
Leante, Nivaria Tejera, José Lorenzo Fuentes, Octavio Armand y el cineasta Fausto Canel. Ra-
fael Rojas, por cierto, ha escrito sobre el desarrollo de la autobiografía de la diáspora post 59
y sus diversos estadios, algo que no toco en estas páginas pero que no puede olvidarse. Él dis-
tingue y señala las formas que toman las memorias de los que se fueron a raíz de 1959, luego la
de aquellos que rompieron con la Revolución y se marcharon al exilio en los 70 (como Cabrera
Infante), luego la de la llamada generación del Mariel o de la que se exilió en o después de los
80, más tarde la de la diáspora del 90, para cerrar con los cubanoamericanos, es decir, aque-
llos que nacieron en Cuba pero que emigraron con sus padres, siendo muy niños, en los años
60 y formaron su identidad entre lo cubano y lo estadounidense. Rafael Rojas, “Los nudos de
la memoria. Cultura, reconciliación y democracia en Cuba,” Encuentro de la Cultura Cubana 32
(2004): 88–101.
De la actualización del paradigma autobiográfico en la literatura cubana 53
“Creo que tendré que ponerme a escribir mis memorias”, escribe Raúl Mar-
tínez un viernes 21 de agosto de 1988, y agrega: “Son las 5:00 a.m. Desperté
hace media hora. No he podido dormirme, preparo un trago. Fumo. Tenía un
sueño que podría convertirse en una novela. Un sueño de enredos amoroso-
sexuales en la edad media, salido de la picaresca española, lleno de ingenui-
dad y malicia”.⁵³
Escritas estas notas en Moscú, durante un viaje de trabajo, aparecen inser-
tadas en su autobiografía Yo, Publio: confesiones, una de las joyas literarias con
que tenga que contar para siempre el género cubano. Ese mismo día anotaba,
de su visita al museo Pushkin, las observaciones hechas de una muestra de
impresionistas, que veía con el mismo entusiasmo que si tuviera veinte años,
“como si me pudieran inspirar de nuevo en el caso de que quisiera encontrar-
me a mí mismo”.⁵⁴ En especial Renoir, que seguía siendo para Martínez “el
deleitado aristócrata sensual de esa época. Se ‘viene’ cuando pinta sus des-
nudos. Eso se siente”. Y a continuación acota: “Si no fuera que físicamente
me siento mal, esta experiencia que remonta a mis veinte hubiera resultado
más saludable. Me ha hecho volver atrás, y el pasado lo considero eso: pasado. Lo
que está por pasar es lo importante”.⁵⁵ Pero es entonces, bajo esta especie de
crisis, que señala su necesidad o su deseo de escribir sus memorias.
El hecho se da justamente durante un viaje a Europa. Tras lo anotado por el
pintor hay un tono burlesco, irónico. No podemos olvidar que Raúl Martínez
había sido víctima de la política cultural represiva cubana de los años seten-
ta: fue expulsado de las escuelas donde impartía clases y no pudo exponer en
galerías su obra. Entonces, estando en Rusia, habiendo salido ya del “aisla-
miento” al que estuvo condenado por homosexual, pero también por salirse
de los cánones con que el realismo socialista cubano quería pintar el héroe,
se entera de que La Habana le ha entregado una de esas medallas que glori-
fican a las personalidades. Aquí se cruza la conciencia civil con la conciencia
del hombre, aquí se cruzan lo político y lo privado, algo que no deja de tener
peso, pues será un momento clave que definirá la decisión del sujeto en su
objetivo de, como diría el investigador Jean Molino, hacer público lo privado
⁵³ Raúl Martínez, Yo, Publio: confesiones (La Habana: Artecubano Ediciones/Editorial Letras
Cubanas, 2007), 442.
⁵⁴ Martínez, Yo, Publio, 441.
⁵⁵ Martínez, Yo, Publio, 442, énfasis mío.
54 Reinier Pérez-Hernández
(la vida de uno), hablar de “sí mismo” y “retornar sobre sí mismo” e intentar
“dar coherencia, unidad y sentido a la infinita riqueza de sus experiencias”.⁵⁶
Vista como un documento histórico que testimonia la política cultural cu-
bana en la Revolución, “tiene la virtud de completar visiones, de atender in-
tersticios y recodos de la Historia [cubana] que conocemos hasta hoy”,⁵⁷ desa-
rrolla una compleja estructura de voces y personajes que la hacen un docu-
mento con alcances literarios sorprendentes.
Pero también se trata –y ese es mi interés– de la estructura novelada del
relato del yo, yo que es otro, que no es Raúl sino Publio. En este proceso na-
rrativo el héroe (autobiográfico) se va haciendo historia a partir del origen
primigenio de una caída. Se trata, en un final, de un relato en cuyo proceso
narrativo el héroe autobiográfico se va descubriendo por medio de los con-
flictos vitales y a partir de ese origen único: el de la caída en el “pecado”, una
especie de pecado original que lo marcará por el resto de su vida.
Este relato, estas “confesiones”, comienzan con la imagen mítica de un
paraíso perdido, una Edad de Oro desaparecida. Se trata del caserío en el
campo donde vivió su primera infancia. La casa “quedó grabada para siem-
pre en mi memoria y nunca he vuelto a ver otra como aquella”,⁵⁸ que asocia
en su memoria con castillos, palacios, mansiones de cuentos de hadas. En
esa especie de Edén, el niño Raúl Martínez tiene la primera imagen erótica:
un muchachito desnudo, en un sembrado de maíz y con el sexo en erección,
que el niño Publio toma entre sus manos. Sorprendidos por una campesina,
el acontecimiento se interrumpe y lo que ocurre más adelante, el incendio
de la casa del muchachito –que imagina como “castigo” ¿divino? –, marcará
la entrada del héroe en la historia: “A partir de este momento”, afirma el na-
rrador, “comienzan mis recuerdos y a desarrollarse mi vida”,⁵⁹ de la misma
forma en que, para la mitología judeocristiana, la expulsión de Adán y Eva
del Paraíso marca el comienzo de la historia del hombre en la tierra.
Este relato “genésico”, cuasi mitológico, va a delinearse más adelante a tra-
vés de una polifonía de voces que relacionan diversos personajes que forma-
ron parte de su vida familiar. Ya no solo habla el sujeto autobiógrafo, sino
también otros personajes. El autor construye otras voces que identifica con
las de sus hermanos. Está el Loco, quien no solo lo inicia en el sexo, en el co-
nocimiento del cuerpo sexual, sino también describe las estrategias de con-
quistas sexuales del héroe. Está el Malo, que “aspiraba a ser escritor o poe-
ta”⁶⁰ y quiere evitar que el héroe caiga en “‘aquel mundo’ en que se temía que
yo cayera”,⁶¹ es decir, el mundo de la homosexualidad, que para el imagina-
rio heterosexual y represivo significa depravación, humillación, ausencia de
valores. Ellos son voces privilegiadas, que no son la del narrador autobiográ-
fico y que introducen una pluralidad de voces en la narración autobiográfica
y demarcan distintos espacios en que el héroe actúa.
Varias interrogantes giran alrededor de este héroe, y que el narrador va
disponiendo en su relato: “¿Para qué serviría yo?”, “¿Cuál sería mi talento?”,
“¿Tengo o no talento?”.⁶² Este conflicto en torno al yo se va a imbricar a algo
esencial para su personalidad: la condición de homosexual y la asunción de
esa condición, primero sobre su familia, luego sobre su conciencia, más tar-
de sobre la sociedad y, finalmente, sobre el contexto de la Revolución Cubana,
que en los años setenta la declaró oficialmente una “patología social” y desató
una cruda homofobia oficial que no sería superada hasta finales de los años
80 y comienzo de los 90. En ese sentido, la autobiografía de Martínez, que él
llama “confesiones”, ofrecerá un paradigma autobiográfico que marcará una
singular actualización del género en la isla. Si desde el punto de vista testi-
monial rescata la perspectiva personal de un actor fundamental de la escena
cultural cubana de la Revolución y muestra no pocas de sus intra-historias,
de sus personajes, desde el punto de vista literario asume una visión comple-
ja del mundo del héroe autobiográfico que no se reduce a la concatenación
de anécdotas, sino que amplifica la bío por medio de una escritura compleja
en cuanto a los temas y la estructuración.
⁂
No hay que pensar solo en la diáspora para buscar ese proceso de “recons-
trucción de la identidad personal que se experimenta en todo exilio”.⁶³ Las
memorias de Graziella Pogolotti¸ Dinosauria soy, escrutan una identidad en
conflicto y las heridas de una “biografía fracturada”.⁶⁴
Hay que precisar que la autora nació en Francia, vivió hasta los ocho años en
Italia, hasta que la Segunda Guerra Mundial obligó a la familia a escapar de
una Europa en crisis. Este “movimiento espacial” de Europa a América será
clave en el relato de la heroína, cuando aparezca luego otro viaje, esta vez de
regreso a Europa, dado por la crisis política que atravesaba Cuba con el golpe
de Estado de 1952. “Para mí había llegado”, dice la autora, “el momento de
saldar cuentas con el pasado, […], de redefinir el paisaje de mi propia exis-
tencia”.⁶⁹ La importancia de este viaje a Europa –en especial París– radica
no solo en que se convierte en un viaje de aprendizaje, sino en que resume
la clásica toma de conciencia que provocan las distancias. Este será el espacio
donde la heroína del relato asuma ya la identificación con aquel país al que
había llegado como “extranjera”, donde finalmente se reconoce ya no perte-
necer más a él, sino a la isla.
Resulta interesante que la autora destaque un detalle de su memoria que
hace trabajar activamente estas relaciones espaciales de ida y vuelta en el re-
lato de la heroína autobiográfica, como si en esa relación se estableciera una
especial coordenada para encontrar el lugar que conforma la trayectoria vi-
tal y que ella apela como el regreso al país de la infancia “rusa”. Dice: “Cuando
mucho más tarde viajé a la URSS, la melodía de un idioma indescifrable en su
léxico despertó abruptamente la evocación de un mundo que solo perduraba en lo más
recóndito de mi memoria afectiva”.⁷⁰ A través del idioma, de las remembranzas
que este queda en la memoria, la heroína autobiográfica reconstruye uno de
los lugares de su infancia, que no es cubano, sino europeo, y que no es físico,
sino inmaterial. El habla es un índice reflexivo que señala esta distancia. Pre-
cisamente en ese viaje a Europa se cuenta que recupera el francés, “pero una
resistencia interna, irracional, [le] impedía mostrar los residuos del italiano
–mi lengua tanto tiempo atrás”.⁷¹ Y concluye: “Esa incapacidad revelaba que
[…] el pasado subsistía tan solo como fragmentos de una memoria deshila-
chada”.⁷² Perdida la lengua, perdido el espacio original, el viaje de retorno a
Europa se muestra como lo contrario, o, mejor dicho, el regreso a su “tierra
natal” acaba por indicar un retorno a la isla que alguna vez fue solo puerto,
tránsito.
Ante tanta errancia (suya y familiar), se lee como trasfondo la necesidad
de reconstruir el lugar al que (se) pertenece por elección. La vida de la heroí-
⁶⁹ Pogolotti, Dinosauria soy, 64.
⁷⁰ Pogolotti, Dinosauria soy, 36, cursivas mías.
⁷¹ Pogolotti, Dinosauria soy, 73.
⁷² Pogolotti, Dinosauria soy, 73.
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