Venezuela - Historia, Época Colonial (Siglos XVI-XVIII)
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Venezuela: Historia, Época colonial (Siglos XVI-XVIII).
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coadyuvar al funcionamiento y desarrollo de esas poblaciones que sólo podían lograrlo a Control del suelo y propiedad
de la tierra
través de una continua y estrecha conexión. Durante las cuatro primeras décadas del
siglo XVI, los asentamientos fueron concebidos, en función del carácter comercial y Demografía y composición
étnica de la población en el
expoliador de las empresas de conquista, como base de incursiones territorio adentro, de
siglo XVII
allí el carácter periférico. La conquista del territorio venezolano les costó a los españoles
Temas relacionados
más de un siglo de luchas, hecho que influyó grandemente en la evolución económica
Bibliografía del siglo XVII
venezolana; así, mientras los virreinatos de Nueva España y el Perú eran ya dominios
florecientes, los colonizadores en territorio venezolano no habían aún podido sobrepasar Siglo XVIII
la zona costera. De tal manera que durante el siglo XVI la economía tuvo un desarrollo Bibliografía del siglo XVIII
extremadamente lento, pasando de un ciclo de explotación intensiva de los ostrales y de
búsqueda de metales preciosos a un accidentado desarrollo de una agricultura de cultivos
autóctonos (maíz, tabaco, cacao, algodón) y foráneos (trigo) y la introducción de la
ganadería. A pesar de que el proceso de conquista y colonización tuvo la especificidad en Temas relacionados
este territorio de encontrar una muy fuerte resistencia indígena -de futuras
consecuencias para el desarrollo de la agricultura, el comercio, la cría y la industria-, América colonial Venezuela
siguió el mismo proceso que el resto de los territorios americanos: introducción de Venezuela: Arte
nuevas formas de organización económica, social, espacial y jurídica; de creencias Venezuela: Geografía
religiosas e iniciación del mestizaje cultural y racial.
Venezuela: Literatura
Viajes de descubrimiento y rescate Venezuela: Historia, Época
prehispánica
Entre 1498 y 1499, la costa de la actual Venezuela quedó descubierta. Cristóbal Colón en Venezuela: Historia, Época
la relación de su tercer viaje, le dio el nombre de Tierra de Gracia a la parte más oriental contemporánea
de Venezuela (península de Paria) cuando la avistó (2 agosto) desde de la parte
meridional de la recién descubierta isla de Trinidad (31 julio 1498); y cuando sus
hombres desembarcaron en esta península (probablemente en Puerto Macuro, 5 agosto),
pisaron por primera vez tierra continental. Durante diez días recorrieron sus costas hasta
la parte septentrional y avistaron las islas de Margarita, Coche y Cubagua. De ese
recorrido, partió con la certeza de estar frente a Tierra Firme debido a que pudo percibir
el volumen de la corriente del Orinoco, a pesar de la distancia que lo separaba del delta,
pero aún pensaba que se trataba de Asia; y enterado, a través de los indígenas, de la
existencia de riquezas en oro y perlas.
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Con la expedición del navegante Alonso de Ojeda, en compañía de Américo Vespucci y el
Management en
cosmógrafo Juan de la Cosa, se amplió el descubrimiento de la costa continental y se Economía y Finanzas
realizó el primer recorrido completo de la costa venezolana (junio-agosto 1499). Al seguir Puedes cursar a
la ruta de Colón más al sur, Vespucci, según su relato, penetró en un caudaloso río que distancia o presencial.
sería el Amazonas y, ya reunido con Ojeda, vieron la desembocadura del río Esequibo y la Inscríbete
del Orinoco, pasaron por Trinidad, recorrieron la costa sur de la península de Paria,
exploraron la isla de Margarita, reconocieron los islotes de Los Frailes, pasaron a cabo
Codera llegando hasta las costas de Chichiriviche, pasaron a la isla de Curazao y de allí al
cabo de San Román, entraron al actual golfo de Venezuela que llamaron Coquivacoa,
descubrieron el lago de Maracaibo (24 agosto) y de retorno por la costa occidental
llegaron hasta el cabo de La de la Vela en la península de la Guajira, desde donde se
dirigieron a La Española. Aunque los resultados económicos de la expedición fueron
escasos, según el historiador Eduardo Arcila Farías, la misma llegó a España (marzo
1500) con una "apreciable cantidad de perlas, granos de oro y piedras preciosas" e inició
las primeras operaciones de comercio, aunque primarias pues se trataba de trueque, Puntuación
entre Venezuela y España. Pero la importancia de esa expedición fue de otro orden:
geográfica, pues confirmó que Colón había descubierto un continente; y cartográfica,
pues a su regreso a España, Juan de la Cosa elaboró (1500) un mapamundi en el cual Puntuación
Para Venezuela en particular tuvo una significación especial, puesto que aparece
registrado por primera vez su nombre (Venezuela) en el mapamundi de la Cosa sobre la
zona del golfo situado entre las penínsulas de Paraguaná y de la Guajira. En el mismo año
de 1499, se realizaron tres expediciones que, siendo de carácter comercial, contribuyeron Envíe una sugerencia
al conocimiento geográfico y a fijar rutas para las futuras entradas. Poco después de
Ojeda partió la expedición de Pedro Alonso Niño -compañero de Colón en su tercer viaje-, Su comentario
capitaneada por Cristóbal Guerra y que recorrió la costa oriental y parte de la costa
central (de Ocumare a Puerto Cabello) en busca de perlas. Esa expedición fue la más
lucrativa realizada por aquel tiempo e incorporó un nuevo descubrimiento a la cartografía
de la península de Paria, las salinas de Araya.
Conquista y poblamiento
Desde el punto de vista jurídico, las expediciones de conquista, exploración y
poblamiento, que obedecieron a iniciativas particulares, fueron realizadas, en su mayoría,
con el aval de una capitulación ya fuese firmada con el rey o con las Audiencias de Santo
Domingo (creada en 1511) y Santafé de Bogotá (creada en 1549), cuando éstas fueron
autorizadas por la Corona para tales fines. Desde el punto de vista de su composición,
durante las primeras décadas el origen de los conquistadores, comerciantes y pobladores
fue fundamentalmente español, italiano y alemán; hacia mediados de siglo se
incorporaron mestizos nacidos en el Nuevo Mundo; y a partir de 1580, portugueses.
Compuestas en su mayoría por hombres, los hubo de diversos oficios, además de las
armas, entre otros canteros, herreros, toneleros, cordeleros, sastres, cuchilleros,
carpinteros, zapateros, albañiles y plateros. Desde el punto de vista de la conquista y
poblamiento del territorio, se siguió, puede decirse, varias etapas en diversos ejes de
penetración.
Con la primera concesión en territorio venezolano -otorgada por real cédula del 10 de
junio de 1501, a Alonso de Ojeda con el título de "Gobernador de la isla de Coquibacoa"
se estableció en la península de la Guajira el primer asentamiento "legal", el puerto de
Santa Cruz, en la región occidental de Tierra Firme. Sin embargo, su vida fue efímera y
no sobrevivió seis meses a la hostilidad indígena. Mientras, en la isla de Cubagua se
fueron formando, hacia 1514, las primeras rancherías sin autorización en el territorio
como consecuencia de la intensiva explotación de los ostrales iniciada desde 1499. Era
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una tierra árida deshabitada para el momento de su descubrimiento -pero donde hubo un
primer asentamiento prehispánico, como lo demuestran los restos arqueológicos
encontrados-, que debía ser abastecida en agua y provisiones desde Cumaná y la isla de
Margarita; de mano de obra esclava e indígena desde el continente y las islas Lucayas. En
1528, el asentamiento recibió por real cédula el título de ciudad con el nombre de Nueva
Cádiz, pero ya hacia 1534 sus pobladores comenzaron a buscar nuevos ostrales y en
1540 a establecerse en Cabo de La Vela. El ciclo de vida de Nueva Cádiz no sobrepasó el
agotamiento de la riqueza perlera, pues en 1545 sólo quedaban las ruinas. Pero ese
asentamiento sirvió para impulsar el proceso poblador de la isla de Margarita ligado al
abastecimiento de provisiones agrícolas europeas y autóctonas; y ganadera, apareciendo,
de esta forma, los primeros asentamientos hispanos permanentes más antiguos del país
que luego sirvieron de base exploratoria de otras zonas, sobre todo de la costa oriental.
El primero entre ellos, fue el Pueblo de La Mar (Porlamar) bautizado en 1535 con el
nombre de villa del Espíritu Santo.
En la costa oriental de Tierra Firme -habitada por aborígenes que practicaban la caza,
pesca y una agricultura errante, con asentamientos inestables-, los primeros intentos de
asentamiento, en Cumaná, nacieron como base de aprovisionamiento de Cubagua en
agua, madera, víveres y mano de obra. Durante los primeros quince años hubo una
intensa captura de indígenas a todo largo de la costa de Cumaná para el
aprovisionamiento de mano de obra, lo cual generó la hostilidad y la rebelión de éstos.
Además, como lo señala Arcila Farías, una fue la actitud de los indígenas cuando se
trataba de una relación de "trueque" con los nuevos llegados, y otra fue cuando éstos
intentaron asentarse en sus territorios. Los intentos de colonización pacífica emprendidos
por los misioneros franciscanos (1515-1521) a orillas del río Manzanares y de los
dominicos (1514-1520) en el golfete de Santafé, se vieron truncados por la rebelión de
cumanagotos y guaqueríes originada por el ataque de los traficantes de esclavos a los
asentamientos misionales (1520).
Sólo fue 20 años después del fracaso de Ojeda (1502) cuando se logró levantar pueblos
estables y fue con la fundación de Coro en 1527 por Juan de Ampiés hijo, por orden de su
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padre del mismo nombre. A pesar de que Ampiés padre, funcionario en La Española,
estuvo asociado a las "armadas de rescate", a la vez desarrolló desde sus cargos una
política "de protección" a los caquetíos capturados en las costas de Coro y en la isla de
Curazao mantenidos en La Española; además, mantuvo continuos contactos con los
caquetíos de Coro. Todo esto permitió que la fundación fuese el fruto de una política de
concertación con los caquetíos, en especial con el cacique Manaure. Aunque la fundación
de Ampiés no tuvo carácter oficial ya que carecía de mandato, marcó un viraje en el
proceso de penetración y conquista, pues se convirtió en la base de la conquista "tierra
adentro". Coro fue "refundada oficialmente" por Ambrosio Alfínger, primer gobernador y
capitán general de la recién creada provincia de Venezuela (27 marzo 1528). Con la
capitulación firmada en esa fecha entre los Welser, banqueros alemanes, y la Corona se
les concedió un territorio comprendido entre Cabo de La Vela y Maracapaná para su
explotación, poblamiento y gobierno. Aunque la llegada del primer gobernador alemán
marcó la instalación de las instituciones -cabildo, hacienda y administración pública-, la
actuación de los sucesivos gobernadores alemanes estuvo fundamentalmente asociada a
las expediciones en búsqueda de metales preciosos y a un de gobierno "de encargados".
Alfínger (1529-1531) en su primera expedición, llegó hasta la costa occidental del lago de
Maracaibo -tierra de etnias descendientes de arawacos y caribes- e hizo lo que se
considera la primera fundación de la ciudad de Maracaibo (septiembre 1529); y en la
segunda expedición (1531), siempre en la búsqueda de un paso hacia el Pacifico, llegó
hasta Valledupar (Colombia).
Tierra adentro, El Tocuyo fue fundada por Juan de Carvajal (1545) en un valle que,
irrigado por el río Turbio y ruta de paso a diversas regiones, sería la primera ciudad
perdurable ayudada por su geografía y por el establecimiento del régimen de
encomiendas que acompañó su nacimiento. Esta "ciudad" fue el nuevo centro de
expediciones que concluyeron en la fundación de nuevas "ciudades" que -a pesar de las
vicisitudes por las que atravesaron algunas de ellas-, llegaron a ser permanentes en su
gran mayoría. A pesar de que durante todo el siglo la ilusión de hacer fortuna rápida
siguió siendo motor de avance y de conquista del territorio -como lo fue el caso del
descubrimiento de minas de oro en Buría (1551) y posteriormente en el valle de
Caracas-, ya a mediados de siglo empezaba a aparecer una actividad económica ligada al
trabajo de la tierra. Por ello se ha afirmado que con El Tocuyo se inauguró una fase de
estructuración definitiva de la red de poblados estables con la que se inició la verdadera
colonización. De allí partieron las expediciones fundadoras de Borburata, fundada por
Juan de Villegas (1547), que se convirtió durante unos años en el puerto más importante
de la provincia, sede de la Real Hacienda y objeto de numerosos ataques de corsarios que
terminaron por despoblarla en 1567.
Nueva Segovia de Barquisimeto, fundada por Juan de Villegas (1552), de origen minero -
las minas de oro de Buría-, cambió varias veces de emplazamiento; el último fue en 1563
y se convirtió a su vez, a partir de segunda mitad de siglo, en punto de partida de
expediciones. En Barquisimeto concluyó el terror levantado por la expedición de Lope de
Aguirre y sus "marañones" -desembarcados en Margarita en julio de 1561 y en Borburata
en setiembre- con la muerte de Aguirre en el ataque a la ciudad. De Valencia (Arias de
Villasinda, 1553) partía la ruta hacia los valles centrales. La ciudad de Trujillo, fundada
por Diego García Paredes (1558), en el piedemonte andino, fue trasladada varias veces,
lo mismo que Carora, fundada en 1569 por Juan del Tejo. Guanare, por su parte, fue
fundada por Juan Fernández de León (1591) en los llanos.
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emplazamiento (1559). El encuentro entre la expedición de Maldonado en ruta al este en
la cordillera y la de los fundadores de Trujillo, dio pie a la delimitación de territorios entre
la jurisdicción de Real Audiencia de Santafé y la provincia de Venezuela.
Con la fundación de San Cristóbal por Maldonado (marzo 1561) se cerró ese primer ciclo
fundacional de las excursiones neogranadinas. Francisco de Cáceres -antiguo miembro de
la desafortunada expedición de Diego Fernández de Serpa en Cumaná (1570)-, fue
nombrado por la Audiencia de Santafé, gobernador y capitán general de la provincia de
Espíritu Santo (1575) con autorización para la conquista y poblamiento. En 1576, Cáceres
fundó oficialmente la "ciudad" de Espíritu Santo de La Grita en la región de los Andes
orientales, ya explorada por él en 1572 a partir de El Tocuyo. Por orden de Cáceres, Juan
Andrés Varela fundó Altamira de Cáceres (1577), tenida por origen de la ciudad de
Barinas, en la confluencia de vías que conducen a Mérida, Trujillo y los llanos.
Por su parte, en la región oriental, la fundación de Nueva Córdoba (Cumaná) por fray
dominico Francisco de Montesinos en 1562 y el nombramiento de alcaldes, regidores y
alguaciles, se dio una forma de gobierno oficial adscrito a la Audiencia de Santo Domingo.
Con la llegada, en 1569, de Diego Fernández de Serpa -nombrado por capitulación
gobernador de la provincia de Nueva Andalucía que abarcaba la región cumanesa, el
interior hacia Guayana y la costa del Orinoco al Amazonas-, con su hueste de pobladores,
el villorrio de origen franciscano fue reconstruido, pasó a llamarse definitivamente
Cumaná y entró en un proceso de lento y continuo desarrollo. Se habían repartido
encomiendas y ganado y se comenzó la explotación de las salinas de Araya. La
exploración de la región Orinoco-Guayana, objetivo exploratorio frustrado de Fernández
de Serpa, asociada desde su origen al mito de El Dorado, se llevó pasando por el Meta y
los llanos, desde Santafé de Bogotá, hasta el Orinoco. En 1591, Antonio de Berrío,
después de varios intentos desde 1584, fundó un fortín en la desembocadura del Caroní y
en 1592 su teniente, Domingo de Vera e Ibargoyen, fundó en la isla de Trinidad, San José
de Oruña. Después de recobrar la libertad tras la toma de posesión de Trinidad por el
inglés Walter Raleigh (1595), Berrío penetra por el Orinoco y fundó en 1595 Santo Tomé
de Guayana en la boca del río Caroní.
Economía
La actividad económica que se desarrolló durante este siglo, desde la extractiva -perlas y
minería- hasta la lenta implantación del trabajo de la tierra y de la ganadería, tuvo como
elemento clave para su desarrollo la mano de obra esclava. El indígena fue objeto de
captura y venta bajo pretexto de "rebeldía", con lo cual se convirtió en una preciada
mercancía de un comercio lucrativo. La mano de obra indígena, ya bajo la forma de
trabajo forzado (esclavo) -como fue el caso de la explotación de perlas en Cubagua o en
Coro cuando los Welser-, ya través del régimen de encomiendas, constituyó un pilar de la
actividad económica. Si bien la mano de obra esclava africana se introdujo desde los
primeros establecimientos españoles, adquirió mayor importancia a partir de mediados de
siglo cuando, además de las "arribadas forzosas", los grandes propietarios, por mandato
de los cabildos de la provincia de Venezuela, obtuvieron licencia para la importación de
esclavos. Por su parte, el sistema de encomiendas, se convirtió en un factor de primer
orden del desarrollo económico puesto que la mano de obra requerida podía
proporcionarla la población indígena. El régimen de encomiendas se estableció en
Venezuela cuando ya estaba en desuso en los grandes virreinatos. Hasta el momento de
su establecimiento con la fundación de El Tocuyo (1545) y a pesar de las disposiciones
reales, los indios habían sido objeto de maltratos y de depredaciones por parte de
tratantes de esclavos y piratas. Las primeras ordenanzas en Venezuela, hechas por Juan
de Carvajal en 1552, trataron de adaptar la institución de la encomienda a las
particularidades de la provincia. En la encomienda venezolana, Villegas prohibió el trabajo
indígena en la minería -ordenanza contestada por los encomenderos-, y estableció el
servicio personal como tributo salvo a los "indios salineros" que se les impuso el pago en
especies. Ese tipo de encomiendas, la de los servicios personales en pago de tributo, fue
la que prevaleció en Venezuela hasta su abolición.
Entre los primeros productos agrícolas introducidos por los conquistadores estuvo el trigo,
tanto por razones de dieta alimenticia como por razones de carácter religioso. Se
introdujo probablemente por la zona occidental -El Tocuyo-Barquisimeto, Trujillo-Mérida-
y de allí pasó a la zona central. La fabricación de la harina implicó una "implantación
tecnológica importante", la introducción de molinos hidráulicos. Se construyeron varios de
éstos a fines de siglo en diversas localidades en la cordillera de la costa y los Andes. La
producción de harina cubría fundamentalmente la demanda de cada zona y el sobrante
era exportado a las islas del Caribe y Cartagena de Indias, como era el caso de la
producción de Mérida que salía hacia esas destinaciones por el puerto de Maracaibo.
Hacia 1580 las cosechas de trigo habían comenzado a ser abundantes, además de
Mérida, en los valles del Tuy y Caracas y el producto procesado en harina llegó a
constituir un importante producto de exportación por un breve período, al tiempo que la
harina o el trigo se usaban como medio de pago. Por su parte, la caña de azúcar, aunque
introducida en el transcurso del siglo y con una rápida expansión de su cultivo en
distintas regiones, sólo aparece como producto de exportación a partir del siglo XVII.
Iglesia
Desde las Bulas Alejandrinas (1493) el derecho a la conquista de la Corona española de
los nuevos territorios descubiertos y por descubrir, nació ligado a un deber que se reveló
opuesto a los intereses de la empresa misma de la conquista: la evangelización. Ésta
nace en contradicción entre los intereses de la Iglesia y los intereses económicos
implícitos en una empresa financiada por particulares. La Corona tendría frente al
indígena una política que refleja ese carácter contradictorio. En 1495 se planteó la licitud
de la esclavitud de los indios y los reyes ordenaron suspender la venta de indios enviados
como esclavos por Colón; y en 1500 y 1501 se dictaron medidas proteccionistas que
fueron interpretadas como la simple prohibición del traslado de esclavos indígenas a
España. Sin embargo, en 1511 el rey adoptó una serie de medidas atentatorias contra los
indígenas: autorizó la extensión de tierras en la que podía apresarse a los caribes y
autorizó a que los indios capturados fuesen marcados como esclavos temporales y no
como esclavos plenos. En síntesis, la realidad económica y los intereses creados en los
nuevos territorios hacía que para el europeo "el indígena fuera la unidad fundamental de
producción y su servicio el precio que debía pagar la Corona para lograr la viabilidad de la
empresa hispana en América".
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carácter legal o ilegal, combinaban la cacería de caribes con rescate de perlas y partían
desde Santo Domingo en dirección de las costas de Venezuela y de las islas de Curazao,
Bonaire y Aruba. En 1511 el dominico Antonio Montesinos denunció en La Española la
explotación de los indígenas llevada a cabo por los encomenderos; los dominicos habían
llegado a la isla en un momento en el cual se puso en evidencia no sólo el abuso sino el
fracaso de una evangelización de los indígenas con el mero contacto con los españoles.
La primera evangelización en las costas venezolanas fue consecuencia directa de esa
toma de posición por parte de los dominicos. Los dominicos Pedro de Córdoba y Antonio
Montesinos hicieron una propuesta al rey en España: la puesta en obra de un sistema
misional que excluyese la presencia de españoles no religiosos y situara geográficamente
esa propuesta en "Tierra Firme, la de Paria y por allí abajo donde los españoles no
tractaban ni habian". Sin bien la Corona brindó los recursos económicos para la misión
apostólica, la intromisión esclavista de las armadas de La Española produjo el fracaso
estrepitoso de esa primera misión (marzo 1514-enero1515) llevada a cabo en las costas
de Cumaná. La segunda misión evangelizadora la llevaron a cabo conjuntamente
dominicos y franciscanos en octubre de 1515, a los cuales se unieron otros misioneros en
1516; los primeros se establecieron en el golfo de Santafé y los franciscanos en Cumaná.
Esa segunda misión acabó también en fracaso, como consecuencia de una incursión
armada contra los caribes autorizada en Santo Domingo (1520). Bartolomé de las Casas
no corrió distinta suerte en su experiencia de poblamiento mixto y pacificador en las
costas de Cumaná en 1521. Los dominicos, tras estos fracasos, no regresarían como
orden hasta 1528, como estipulaba la capitulación entre los Welser y Carlos V. Por su
parte, los franciscanos tomaron parte a partir de 1526 en la colonización del oriente; en
1587, formaron parte de la segunda expedición de Antonio de Berrío a Guayana y
fundaron el convento de San Antonio de Trinidad (1592) y San Bernardino de Guayana
(1595). Sin embargo, la evangelización sistemática e intensa en el oriente sólo se
realizará a mediados del siglo XVII, y sólo a partir de esa fecha se puede hablar de las
misiones como una realidad institucional en el territorio venezolano.
Bibliografía
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Díaz Legórburu, Raúl. La aventura pobladora: siglo XVI venezolano. Caracas: Edición del Banco
Central de Venezuela, 1986
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1985-1986
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Nectario María, Hermano. Historia de la conquista y fundación de Caracas. Caracas: Consejo
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Ojer, Pablo. Formación del oriente venezolano. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello,1966
Otte, Enrique. Las perlas del Caribe. Nueva Cádiz de Cubagua. Caracas: Fundacion John
Boulton, 1977
Pardo, Isaac. Esta tierra de gracia: imagen de Venezuela en el siglo XVI. Caracas: Monte Avila
Editores, 1988
Vila, Marco Aurelio. La geoeconomía de la Venezuela del siglo XVI. Caracas: Ediciones de la
Facultad de Humanidades, Universidad Central de Venezuela, 1976
Ojer, Pablo. Don Antonio de Berrío. Gobernador de El Dorado. Caracas: Universidad Catolica
Andres Bello, 1960
Astrid Avendaño
Siglo XVII
Geografía y Poblamiento
A principios de siglo, la mayoría de los asentamientos fundados por los españoles y sus
descendientes americanos estaban ubicados en una amplia faja territorial al norte del
paralelo 8º, sobre todo en los tres estados de la región andina, el sureste del lago de
Maracaibo, el Distrito Federal, los estados Vargas y Nueva Esparta, y las tierras bajas del
norte de los estados de Falcón, Lara, Yaracuy, Carabobo, Aragua, Anzoátegui y Sucre.
Eran escasas las fundaciones en la región de los Llanos, cuyo conocimiento geográfico
seguía siendo incipiente. Vista en su conjunto, la distribución de las poblaciones coincidía
con las tierras de mayor potencial económico, condiciones de salubridad o facilidades
para el comercio marítimo o terrestre. Hacia 1650 los poblados principales eran las
ciudades de Santiago de León de Caracas, Nueva Valencia del Rey, El Portillo de Carora,
El Tocuyo, Barquisimeto, Coro, San Sebastián de los Reyes, Nirgua y Guanaguanare y
Maracaibo. En términos económicos también destacaban La Guaira, Puerto Cabello y
Gibraltar. El actual territorio venezolano estaba distribuido en seis provincias: Venezuela o
Caracas, Margarita, Nueva Andalucía o Cumaná, Guayana, Trinidad, y La Grita, Mérida y
Maracaibo.
Estos materiales están presentes en el Camino Real entre las ciudades de Caracas y La
Guaira, en el Distrito Federal y estado de Vargas, en las playas de Obispos y Punta
Mosquito, estado de Nueva Esparta, en el Castillo de Araya y en la localidad de Tras de La
Vela, en el estado de Sucre, en Maurica, estado de Anzoátegui, en Santa María de
Arenales, estado de Lara, en Boconó, estado de Trujillo, y en Hato Nuevo, estado de
Zulia.
Otro factor que contribuyó a la gradual expansión tierra adentro fueron las campañas de
exploración hechas por iniciativa de algunos civiles, militares o religiosos, desde el norte
y el oriente del país o partiendo desde Nueva Granada, recorriendo parte de los Llanos
occidentales y la cuenca media del río Orinoco. Fruto de estas exploraciones fueron
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algunas relaciones geográficas y materiales cartográficos, entre los cuales destacan las
Jornadas Náuticas, de fray Jacinto de Carvajal, de 1648, una relación de los grupos
indígenas, poblados, ríos y recursos ambientales observados durante un viaje de
exploración en las cuencas de los ríos Apure y Orinoco.
(Véase América Colonial)
Religión y creencias
La Iglesia durante el siglo XVII
La iglesia jugó un papel destacado tanto en la exploración y colonización de los nuevos
territorios como en la asistencia espiritual a los pobladores. El clero operaba en las
parroquias correspondientes a centros urbanos, en los pueblos de doctrina, y en las
misiones.
Los capuchinos catalanes tuvieron como área de acción la cuenca del río Caroní, en el
sureño estado de Bolívar. Con una composición étnica en la cual predominaban los
pariagotos, fundaron los pueblos de Montecalvario (ca. 1687), Nuestra Señora de Belén
de las Totumas (ca. 1687), Parapara (ca. 1687) y Platanal (1692).
(Véase Misiones en América en la voz Misión)
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representantes de otras etnias del Occidente del país. Los capuchinos navarros fundaron
los poblados de Cocheima (1650) y Pueblo Viejo de Píritu (1651), en el estado de
Anzoátegui, con indígenas píritus y chacopatas.
Las manifestaciones del catolicismo en las comunidades de origen español del siglo XVII
se asemejaban a las que se observaban en España en ese tiempo. La devoción a la iglesia
se exteriorizaba participando en las misas y procesiones ordinarias, o en eventos sacros
convocados por las autoridades civiles y religiosas.
La organización de las celebraciones religiosas era llevada a cabo por los religiosos o por
grupos de vecinos asociados bajo la forma de cofradías. Éstas solían estar divididas por
grupos étnicos específicos: blancos, blancos de orilla (es decir pobres, dedicados a oficios
que no eran considerados nobles, o de ascendencia étnica no castellana), negros,
indígenas y mestizos. A las devociones católicas incorporadas por los españoles desde el
otro lado del Atlántico se sumó una de carácter autóctono y particularmente significativa
dentro del catolicismo venezolano: Nuestra Señora de la Coromota, advocación de la
virgen María que -según la tradición- se le había aparecido a indígenas cospes del estado
de Portuguesa, en el año 1652.
A lo largo de 1672 y 1673 se recibieron algunas quejas sobre conducta herética o mala
interpretación de la doctrina de la Iglesia entre varios blancos residentes en la ciudad de
El Tocuyo y en el Valle de Quíbor, en el estado de Lara, y en el Valle de Yaracuy, en el
estado de Yaracuy. Entre otros temas, se señalan numerosas dudas acerca del carácter
pecaminoso de los intercambios sexuales entre personas solteras, o entre aquellas unidas
por el vínculo espiritual del compadrazgo. En Cumaná, hacia 1638, se inició un proceso
contra una mujer acusada de llevar a cabo prácticas adivinatorias y rendirle culto al
ánima sola. Los procesos conocidos relacionados con idolatría tienen que ver con la
realización de ceremonias indígenas en comunidades de los estados de Mérida y Aragua,
en donde el adoctrinamiento cristiano no había logrado sustituir por completo al
chamanismo.
La minoría letrada y con posibilidades económicas de adquirir libros tendía a leer textos
de religión y moral cristiana, y en menor grado, autores greco-latinos (Virgilio, Cicerón,
Platón, Euclides, Plinio, Plutarco), comedias y autos sacramentales, gramáticas, manuales
de correspondencia y vocabularios (por ejemplo, los de Antonio de Nebrija), o tratados
científicos (de medicina, botánica, arquitectura o aritmética). Algunos personajes de la
época llegaron a tener una cultura bibliográfica notable. Un ejemplo de ello fue fray
Antonio González y Acuña, fallecido en 1682, cuya biblioteca poseía textos de todos los
géneros citados, incluyendo numerosos libros de carácter sospechoso para la Inquisición
(sobre alquimia, magia y astrología), y manuales u obras en idiomas tan disímiles como
el castellano, latín, italiano, griego, francés, portugués o guaraní.
Arte y arquitectura
La mayor parte de los artefactos manufacturados procedían de Europa y México y tenían
usos utilitarios cotidianos o religiosos. Entre los objetos que se podrían considerar
manifestaciones artísticas estaban los cuadros e imágenes religiosas, las cuales en
ocasiones fueron sustituidas por obras producidas en el país.
Los templos edificados durante esa centuria fueron construidos siguiendo un esquema
basilical, es decir, asemejando pequeñas basílicas con planta rectangular y tres naves que
se separaban por series de arcos de medio punto dispuestos sobre columnas. Cuando
poseían torre de campanario, solían estar divididas en tres cuerpos separados por una
cornisa sencilla, y terminar en un pináculo piramidal. La mayoría de las fortificaciones
proyectadas o ejecutadas durante el siglo XVII eran construcciones basadas en esquemas
de planta estelar o "estrellada". Destacan los fortines de Araya (1637), Santa María de la
Cabeza (construida entre 1669-1673), San Antonio de la Eminencia (1684-1684), San
Carlos Borromeo (1664-1684), Santa Rosa (1681), en el oriente del país, el castillo de
San Carlos (1682), en el lago de Maracaibo, o el de San Francisco de Guayana (1678-
1681), en el estado de Bolívar.
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aprovechamiento de la zarzaparrilla en las nacientes de algunos ríos, el corte de leña, o el
vertido de impurezas generadas por las talabarterías.
En la segunda mitad del siglo XVII el principal producto fue el cacao. Sus principales
destinos fueron México, con alrededor de 357.766 fanegas, y España, con 71.595. Los
principales centros de producción se situaban en las zonas bajas de la cordillera de la
Costa, en la cuenca del lago de Maracaibo, sobre todo en las húmedas costas del sur o
del oeste y en el valle del río Chama. Le seguían en importancia el tabaco y los cueros, y
la harina, el azúcar, zarzaparrilla, algodón (en lienzos), bizcochos y queso. El tabaco era
cultivado principalmente en los llanos occidentales, en territorio correspondiente a los
actuales estados de Barinas y Portuguesa.
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Durante la primera década de la centuria existían importantes centros de ganadería en la
jurisdicción de las ciudades de Caracas, San Sebastián, Valencia, Coro, Barquisimeto, El
Tocuyo, Carora, Guanare, San Carlos, Trujillo, Maracaibo, Mérida, La Grita, San Cristóbal,
Salazar, Pedraza y Barinas. Principalmente se trataba de ganado vacuno y caballar,
aunque también se producía ganado menor, caprino u ovino, para la elaboración de
artículos de lana y leche y queso. Ya a mediados del siglo la ganadería constituía la
principal actividad económica de la región de los Llanos, sobre todo en el norte del estado
de Cojedes, donde generaba un importante flujo comercial con las zonas costeras y los
valles de la región norcentral. Los productos más comunes eran las bestias vivas, el cuero
y el sebo. La importancia económica de esta región aumentó más avanzado el siglo,
estimulada por la progresiva sustitución de la ganadería por las actividades agrícolas en
la región norcentral. Tal como sucedió con la producción de cereales, ciudades como
Caracas y Valencia experimentaron periódicos momentos de escasez y carestía de la
carne vacuna, situación que impulsó a las autoridades a tomar medidas orientadas al
control de la cadena de comercialización y a la protección de los consumidores. Entre
otras decisiones, destacaron la normalización de las rutas de conducción del ganado para
evitar robos o evasión del control fiscal de la mercancía, la supervisión en los precios de
venta al público, el levantamiento de corrales y carnicerías (o el mejoramiento de las ya
existentes), y la adecuación en las normas de higiene y registro de los puntos de
expendio.
Al menos una parte de las actividades económicas era realizada por la comunidades
indígenas sujetas por el régimen de encomienda, frecuentemente violando legislación que
prohibía el servicio personal, en especial, aquellas que requerían trabajos excesivos y
peligrosos, como el procesamiento de caña en los trapiches. La eliminación del trabajo
personal al encomendero y su plena sustitución por el pago de tributos en moneda o
mercancías fue reprobada por los encomenderos (sobre todo hacia 1687), con el apoyo
de algunas autoridades locales, como es el caso del gobernador Sancho de Alquiza y el
obispo fray Antonio de Alcega. Más bien se procuró mejorar las condiciones bajo las
cuales operaba esta servidumbre, regulando el tipo de trabajo en el cual debían
participar, el tiempo que le debían dedicar a la actividad, la distribución de las tareas
según el sexo o la edad del encomendado, o la retribución por parte del encomendero de
excedencias en el tiempo dedicado al servicio, bajo la forma de tiempo libre adicional, el
pago en bienes tales como maíz, la sal o determinados productos manufacturados
(lienzos, vestidos, sombreros, cuchillos), o más raramente, en moneda. Los tributos en
especie que los indígenas debían dar al encomendero constituían una obligación para
todos los varones con edades comprendidas entre los doce y los setenta años, o para las
mujeres entre los diez y los sesenta. Hacia 1691, se hicieron algunas modificaciones
reduciendo los rangos de edad productiva para el encomendero, hecho que afectó
únicamente a los varones entre los dieciocho y sesenta, o las mujeres entre dieciocho y
cincuenta años. Teniendo en cuenta los altos índices de mortalidad de la época, el pago
de tributos les afectaba durante toda su vida productiva.
La alimentación diaria de los núcleos familiares era posible gracias al desarrollo de los
pequeños cultivos o conucos, o bien adquiriendo los productos por intercambio o en
centros de comercialización ubicados en los núcleos poblados, conocidos bajo los
nombres de alhóndigas, pulperías y mercados. A lo largo de la centuria, se
experimentaron varios períodos de escasez que debieron ser enfrentados mediante
medidas proteccionistas, vigilancia en los centros de producción de los alimentos, o
construyendo pósitos y almacenes públicos. Aunque el rey otorgó algunos privilegios
orientados a favorecer la explotación del oro -como por ejemplo, la reducción del quinto
real- a principios del siglo XVII, la producción aurífera fue muy escasa. En la zona norte y
noroccidental del país, en el año 1600, sólo se fundió la cantidad de 814 pesos,
notoriamente baja si se considera que hacia 1564 había sido de 42.605. De mayor
importancia fueron las minas de cobre, sobre todo las ubicadas en los alrededores de
Cocorote, estado de Yaracuy, y La Grita, estado de Táchira. En conjunto, ambos
yacimientos generaron alrededor de 800 quintales en 1649. En esa época circularon
informes referidos a la existencia de plata muy cerca de los filones cupríferos, y se
consideró la posibilidad de aprovechar también ese otro metal.
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Se estima que, a lo largo del siglo, alrededor de 10.147 negros esclavos fueron
introducidos legalmente, renovando la población de la centuria anterior, calculada en unos
6.595. La participación africana en las labores económicas progresivamente sustituyó al
servicio personal indígena, aunque con cierta frecuencia llegaron a coexistir ambas
comunidades.
(Véase Esclavitud negra en América en la voz Esclavitud)
Si bien la esclavitud indígena era prohibida por las leyes de la época, los aborígenes
rebeldes apresados durante las incursiones militares estaban obligados a trabajar para
sus captores o para otras personas recompensadas por participar en la sofocación de los
levantamientos. En 1692 esta potestad se extendió a los misioneros, quienes estaban
autorizados a organizar entradas de reducción forzosa en comunidades indígenas alzadas
o renuentes al control colonial, con apoyo armado. Al igual que en el sistema de
encomiendas, el servicio personal realizado por estos indígenas estaba sujeto a ciertas
regulaciones que establecían el tiempo de trabajo que debían realizar, ya que se
establecieron diferencias en cuanto a la situación de los indígenas cristianos fugitivos y
aquellos que nunca habían sido sometidos previamente a la sujeción española. La
rebeldía aborigen no fue el único problema militar que debieron enfrentar los colonos. A
lo largo del siglo se produjeron numerosas fugas y levantamientos armados
protagonizados por negros esclavos. Además fue preciso responder al acoso de las
naciones europeas que rivalizaban con España en el aprovechamiento de los recursos
americanos valiéndose de la piratería y el comercio ilícito.
Contrabando y piratería
La piratería y el comercio ilícito llevado a cabo por navegantes holandeses, franceses e
ingleses constituyó un problema en las poblaciones costeras, particularmente en la
cuenca del lago de Maracaibo, importante punto de concentración y flujo de mercaderías,
y en el nororiente de Venezuela, en las salinas de Araya. Sus actividades hicieron
necesario el desarrollo de sistemas de fortificaciones, alarmas y puestos de vigías. Fueron
especialmente notorias las incursiones de los ingleses Walter Raleigh (1616) y Henry
Morgan (1668), y de los franceses Juan David Nau, más conocido como El Olonés (1666)
y François de Grammont (1677-1679). En cuanto al contrabando, generó algunas
situaciones paradójicas. Aunque fue perjudicial para las finanzas globales de la colonia,
llegó a tener una influencia positiva en las comunidades locales, ya que garantizaba un
mercado alternativo para los productos agropecuarios, y una fuente alternativa y más
accesible de mercancías y productos manufacturados y esclavos. A cambio de estos
artículos, los contrabandistas holandeses recibían sal de las provincias orientales, y
cacao, ganado, cuero y tabaco de las centrales y occidentales. Para enfrentar ambos
problemas, las autoridades aplicaron varias estrategias. Por una parte, perfeccionaron el
sistema defensivo costero: ejecutaron varios proyectos de ingeniería militar en los
principales puertos y puntos de importancia económica a orillas del mar, y organizaron a
la población en planes de vigilancia y protección. Además, tomaron ciertas medidas de
carácter económico, como la prohibición del cultivo del tabaco en la franja norte,
restringiendo los beneficios a piratas y contrabandistas, especialmente a los navegantes
holandeses.
Una de las dificultades que se debía afrontar era la proliferación de bahías y pequeñas
ensenadas distribuidas a lo largo de la zona litoral e inmediatas a las zonas de mayor
producción agrícola. Con la complicidad o no de los propietarios -en la mayoría de los
casos, residentes lejos de sus propiedades- constituían un punto de embarque y
desembarque de mercancías ilícitas que competía con los principales puertos del país: La
Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. Tierra adentro, el comercio a través de las vías de
comunicación de la región noroccidental también experimentó algunos problemas, a raíz
del levantamiento de los indígenas Gayón y Camago del estado de Lara, y de los Jirajara,
en la Sierra de Nirgua, estado de Yaracuy.
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mitad de la población, 49,8 %, los negros y mestizos mulatos, libres o esclavos, 36,9 %,
y los indígenas alrededor de 13, 3 %.
La población africana que entró durante el siglo XVII puede ser diferenciada según las
clasificaciones propuestas por los lingüistas actuales: la mayor parte de ellos hablaban
idiomas bantú (por ejemplo, los angolas y luangos), seguidos por los hablantes de
idiomas mandé (los mandingas y cacheas), y en menor grado, idiomas kwa (los
carabalíes) o senegalo-guineanos (los bañones). También se introdujeron algunos
esclavos blancos norafricanos berberiscos, de ascendencia líbico-beréber, aunque su
número era insignificante.
Existían ciertas tendencias demográficas en los oficios. Con frecuencia, los blancos de
mayor ascendencia social (de origen español, descendientes de conquistadores y
fundadores) eran los propietarios de las haciendas, hatos y pesquerías. Blancos pobres de
origen peninsular solían desempeñarse como labriegos y en oficios artesanales
mayormente relacionados con los urbanos (zapateros, panaderos, talabarteros, sastres),
aunque la creciente población mestiza también estaba iniciándose en este tipo de
ocupaciones. Los blancos de origen canario comúnmente se desempeñaban como
labriegos, encargados de haciendas -especialmente de caña de azúcar-, o como pequeños
comerciantes. Indígenas y negros esclavos se ocupaban de labores como el servicio
doméstico, la producción agrícola y pecuaria, la pesquería y la minería. Se reservaban a
los africanos los trabajos más peligrosos o que requerían mayor esfuerzo físico, como la
explotación de las minas y el trabajo en la molienda de caña. En cada uno de esos grupos
sociales existía una clara diferenciación sexual. En el caso de las mujeres la cantidad y
variedad de los trabajos era mayor mientras más baja era su situación en la escala de
jerarquía social. A pesar de la aparente rigidez del papel de la mujer, se conocen varios
casos de mujeres que a la muerte de sus influyentes maridos ocuparon puestos de
liderazgo y poder social comparable al de los hombres como hacendadas y
encomenderas, o como "cacicas" de comunidades indígenas. La articulación de cada uno
de estos sectores en las actividades económicas cotidianas fue transformando
gradualmente a Venezuela en el importante centro de producción agropecuario descrito
en la documentación del siglo XVIII.
Temas relacionados
América colonial.
Venezuela.
Venezuela: Arte.
Venezuela: Geografía.
Venezuela: Literatura.
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21/2/2020 Venezuela: Historia, Época colonial (Siglos XVI-XVIII). » Enciclonet.com
BRITO FIGUEROA, Federico. Historia económica y social de Venezuela (una estructura para su
estudio), t. I, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, Colección Historia
III, 4ª ed.
Diccionario de Historia de Venezuela, t. I, II, III y IV, Caracas, 1997, Fundación Polar.
GOGGIN, John M. "Spanish majolica in the New World (types of the sixteenth to eighteenth
centuries)", Yale University Publications in Anthropology nº 72.
OVIEDO Y BAÑOS, Joseph de. Tesoro de Noticias, Caracas, Ministerio de Educación, Dirección
General, 1967.
RULL, Valentí. "Evidencia de una oscilación climática fría, contemporánea de la pequeña edad
de hielo, en los Andes venezolanos", en Boletín de la Asociación Venezolana de Arqueología, nº
4, pp. 13-27.
Pedro Rivas
Siglo XVIII
Desde la llegada de los españoles al Nuevo Mundo las provincias venezolanas
constituyeron un confuso y marginal entramado territorial, un conjunto de territorios
difíciles de administrar, ocupar e integrar a la estructura imperial española. Como
consecuencia de ello, Venezuela se relacionó con otras áreas mediante un sistema de
subsidios de regiones más ricas, el llamado situado. Asimismo, la corona española les
concedió diferentes incentivos económicos, como la reserva para su producción cacaotera
del importante mercado novohispano, además de diversas ventajas comerciales y
fiscales.
En la segunda mitad del siglo las circunstancias cambiaron radicalmente. Frente a la vieja
tradición del poder delegado y la negociación como base del gobierno, magistralmente
expresadas con la famosa frase "se acata, pero no se cumple", las reformas borbónicas
llevaron a la América española la idea de la centralización del poder por parte del Estado,
y por tanto, impusieron la desaparición de socios no deseados, como oligarquías
regionales, compañías comerciales o misioneros demasiado independientes, en la
administración política del Imperio. La antaño poderosa Compañía Guipuzcoana fue
alejada de los centros del poder regional, en los que a mediados de siglo parecía estar
tan formidablemente instalada. Pero ésta sólo fue una de las extraordinarias innovaciones
que las mencionadas reformas borbónicas, implantadas progresivamente desde 1754,
impondrían en las cada vez menos marginales provincias venezolanas. En 1777,
coronando una lenta pero continua acumulación de recursos y poder burocrático, tuvo
lugar la unificación de las viejas seis provincias, Maracaibo, Cumaná, Caracas, Margarita,
Guayana y Trinidad, en la Capitanía General de Venezuela, con Caracas como capital. El
año anterior se había establecido la intendencia, elemento básico de integración y
reforma fiscal y militar. En 1786 se fundó la audiencia, que garantizaba la autonomía
judicial venezolana, en 1793 el Consulado de Caracas como órgano de control y fomento
del comercio y en 1803 el arzobispado (véase Audiencia de Caracas). De modo
simultáneo, se otorgó nuevo impulso a la vida económica con la concesión del régimen de
comercio libre y protegido (1765 en el Caribe, 1778 en general, 1789, por último, en los
ricos territorios de Nueva España y Venezuela) y a partir de 1797, con el decreto que
permitía el intercambio con naciones "amigas y neutrales" se reconoció, de hecho, la
libertad comercial. Finalmente, la intendencia promovió una ambiciosa política de
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especialización productiva con la introducción de nuevos cultivos y técnicas de
explotación agrícola, la promoción de exploraciones en busca de nuevos recursos
naturales, etc.
La red urbana de Venezuela, que actuaba como sostén básico del sistema de control del
espacio, se caracterizaba a fines del período colonial por combinar estas diferentes
orientaciones mediante un sistema de transportes terrestres, marítimos y fluviales
desgraciadamente poco conocido. Su evolución y madurez a fines de la centuria ilustrada
no deja lugar a dudas. Por un lado, las ciudades y pueblos fundados en los siglos
anteriores contaban con una riqueza material y cultural alabada por viajeros,
expedicionarios y comerciantes. Por otro, tuvo lugar una verdadera explosión fundacional,
comparable a la del siglo XVI por su concentración en el tiempo y en el espacio y por su
efectividad como mecanismo de concentración de población y recursos. Junto al
tradicional poblamiento periférico y en tierras altas de clima agradable, se produjo una
expansión urbana en el piedemonte andino, los Llanos y el Orinoco, de acuerdo con los
nuevos estímulos económicos y las orientaciones territoriales ya mencionadas. Maracaibo,
gracias a la comercialización del cacao, vio crecer la importancia de su puerto, al tiempo
que la navegación por los ríos Catatumbo y Escalante hacía surgir de las riberas diversos
centros poblados como San Carlos, Santa Bárbara y Santa Cruz. Sinamaica, Cojoro y
Castites se ocuparon de asegurar los intereses administrativos y la influencia de
Maracaibo en dirección a la península de la Guajira. Hacia el oriente, una vez superada la
franja árida que rodea el Lago, surgieron localidades como Santa Clara, relacionada con
las rutas del contrabando, y las que hacían de fin y comienzo de etapa en el camino de
Coro a Altagracia, como Casigua y Capatárida. En la fachada coriana de Barlovento se
fundaron la Vela de Coro, Puerto Cumarebo y Tocópero. Al sur, en las sabanas de Carora,
aparecieron en las rutas comerciales Siquisique, Baragua y Agua Grandes, al tiempo que
en el valle de El Tocuyo se fundaron distintos núcleos urbanos, que extendían su
influencia hacia el sur. En Caracas y en sus alrededores se consolidaron los
establecimientos del litoral, como Chichirivichi y Caruao, mientras en los valles cacaoteros
de Aragua surgían lugares de posada y descanso y en la ruta de Valencia a Puerto Cabello
aparecían Las Trincheras y El Cambur. El extraordinario desarrollo de la economía
cacaotera también impulsó en los valles de Barlovento la formación de pueblos como
Guatire o Caucagua. Hacia el oriente del país, en la depresión del Unare, Aragua se
convirtió en el centro de una comarca ganadera y el poblamiento avanzó hacia la línea
divisoria de aguas de los ríos Unare y Orinoco con la fundación de Santa Clara y San
Mateo. El Pao y Pariaguán se convirtieron en puestos avanzados en el camino al Orinoco.
En la Nueva Andalucía se registró un avance de los núcleos urbanos en el valle de
Cumanacoa y en las proximidades de la propia capital, Cumaná, mientras en las fachadas
de la península de Paria el crecimiento económico regional apoyó la consolidación de
Carúpano y otros pueblos. A fines de siglo, el poblamiento se vería favorecido en esta
zona con la llegada de emigrantes procedentes de la isla de Trinidad, capturada por los
ingleses en 1797.
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Llanos por medio de "sitios de hato". En el bajo Llano debe mencionarse la fundación de
San Fernando de Apure, plaza comercial fundamental del eje Caracas-Barinas-Angostura,
así como la de Camaguán, La Unión y Guayabal. Finalmente, hay que hacer referencia a
la Guayana, en la que se fundó en 1764 una nueva capital, Angostura, y se consolidó una
sólida red de núcleos urbanos en la ruta fluvial del Orinoco, el Casiquiare y el Amazonas,
formada entre otros por Ciudad Real, Real Corona, San Fernando de Atabapo, La
Esmeralda y San Carlos de Rionegro, ya en la frontera con el Brasil portugués. Al mismo
tiempo, la gran expansión de las misiones dio lugar a la consolidación de diferentes
establecimientos, entre los cuales destacaron los fundados por los capuchinos catalanes
en Guayana, San Félix, Altagracia, Santa María, Copapuy, Carapo o, ya a final del siglo,
Tumeremo, los capuchinos aragoneses en la provincia de Caracas, Maracaibo y Cumaná
(extremo occidental de la costa de la península de Paria), los franciscanos en Píritu o los
jesuitas en el Orinoco, como Atures y Cabruta.
La acumulación de ciudades en las costas y las áreas montañosas puede producir una
impresión de desequilibrio de la red urbana venezolana. Sin embargo, el sistema
funcionaba de modo muy racional. A diferencia de lo ocurrido en los siglos XVI y XVII, la
tendencia a la autarquía local y, sobre todo, la irregular distribución de los núcleos
poblados, no implicó una fragmentación en espacios regionales demasiado heterogéneos
y aislados. Ciudades menores, villas, pueblos, caseríos, haciendas, plantaciones y hatos
sufrían la atracción de las urbes más grandes, como Caracas, Maracaibo, Mérida, Barinas,
Cumaná o Angostura, pero no llegaban a perder por completo el control estratégico de
sus recursos, actuando como escalones sucesivos y descendentes de la red urbana que
integraba a Venezuela. A este respecto, es importante hacer notar que las ciudades
funcionaban como plataformas de control y organización del espacio circundante, por lo
que su número de habitantes, con ser una gran magnitud, no guardaba una relación
proporcional con su capacidad de dominio del territorio que las rodeaba. Esta
circunstancia era especialmente notable en áreas fronterizas o misionales.
Que la Venezuela del siglo XVIII acumuló en sus urbes cada vez más riqueza y poder es
algo indiscutible. De acuerdo con esta apreciación, la capital de la Capitanía General de
Venezuela establecida en 1777 no podía estar en otro lugar que en Caracas. Su riqueza
material, la variedad de las instituciones que acogía, la habilidad de su burocracia, su
sistema de enseñanza, su comunidad mercantil, su impecable estructura urbana y su
crecimiento demográfico hacían que cualquier discusión al respecto careciera de sentido.
El primer factor que influye a favor de la elección de Caracas como capital y de su
provincia como la matriz de la Capitanía General es precisamente el de la población. En
1767 las provincias venezolanas debían contar con algo más de 200.000 habitantes. Tres
años antes Caracas se presenta en las Relaciones Geográficas como una ciudad, incluidos
los alrededores, de unos 26.000 habitantes, un clima "algo melancólico" que le da
abundancia de aguas, calles simétricas y una amplia plaza mayor con dos pórticos con
fuentes a sus lados. La Guaira, el puerto caraqueño por antonomasia, tiene poco más de
1.000 habitantes; San Sebastián de los Reyes cuenta con algo más de 200 vecinos que
"viven en doce o catorce casas medianas de teja y los demás en bohíos o casas de paja"
y mantienen un hospital; Valencia, con unos 7.000 habitantes, se caracteriza por su
"bello terreno" y su acequia; El Pao y su jurisdicción tienen unos 5.000 habitantes; Nirgua
posee "111 casas cubiertas de cogollo fabricadas de bahareque, con ruda y tosca traza";
San Carlos de Austria es, en cambio, ciudad de hermosa planta y edificios regulares; San
Jaime, ya "a los fines de la provincia de Venezuela" se compone de 59 manzanas, con
unos 400 habitantes; El Tocuyo, con unos 10.000 moradores, sobresale por su sano
temperamento, "de forma que hay muchos nonagenarios y octagenarios", mientras
Carora está rodeada de pueblos de indios a su alrededor y la vieja ciudad de Coro
mantiene "con decencia" un hospital, sus templos y sus ermitas. Comparativamente, la
capital de la Nueva Andalucía, Cumaná, apenas cuenta en 1761 con 4.372 habitantes,
mientras que Barcelona tiene 3.351, Maracaibo no llega a 9.000 y la capital de Guayana
apenas sobrepasaba los 500 moradores. La visita del obispo Mariano Martí a la provincia
caraqueña, que tuvo lugar en 1772, proporciona los siguientes datos:
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En las décadas siguientes se consolidó esta situación de predominio de población
caraqueña. En 1790, Maracaibo, con todo su partido, llegó a los 30.000 habitantes,
Mérida a los 12.000, Barinas a los 15.000 y Trujillo a los 9.000, pero al comenzar el siglo
XIX tan sólo la ciudad de Caracas, sin contar el poblado extrarradio, tenía ya 31.000
habitantes. En 1801, por fin, el viajero francés Francisco Depons anota que la Capitanía
cuenta con 728.000 habitantes, de los que medio millón vive en la provincia caraqueña y
Barinas, 100.000 en Maracaibo, 80.000 en Cumaná, 34.000 en Guayana y 14.000 en la
isla Margarita.
Aunque es difícil conocer con exactitud la estructura étnica de la Venezuela del siglo
XVIII, su rasgo distintivo entre los territorios españoles era su población mayoritaria de
gentes de "color quebrado", procedente de la mezcla entre la población. A mediados de
siglo se informa que la provincia caraqueña estaba poblada por un 64% de mestizos y
mulatos, un 34% de criollos (parte de los cuales seguramente también eran mestizos,
además de blancos pobres o "de orilla" e isleños de origen canario) y un 2% de españoles
peninsulares. En la provincia de Caracas, hacia 1785, la población total ascendía a algo
más de 333.000 personas, de las cuales un 44% eran pardos y mulatos, un 24% blancos,
un 16% esclavos y una cantidad casi igual indígenas. Este rompecabezas étnico debía de
tener más movilidad de la que se suele aceptar habitualmente y no coincidía,
necesariamente, con categorías sociales estrictas. Frente a la todopoderosa aristocracia
blanca caraqueña, el llamado mantuanaje, se alzaba un cada vez más importante grupo
de mestizos y pardos que pugnaba por un rápido ascenso social apoyado en nuevas
instituciones (como las milicias) e incluso recibía apoyo de la Corona, que llegó a expedir
en su favor el equivalente a certificados de blancura legal, las llamadas cédulas de
"gracias al sacar". En las áreas fronterizas, la situación era todavía más compleja; los
habitantes de "pueblos de españoles" eran considerados como tales aunque
frecuentemente eran pardos y mulatos; los blancos eran muy escasos y lo determinante
era la posición ante el mundo indígena circundante y el uso de la lengua española,
además de la conversión religiosa. Los indígenas, contra lo que se suele mantener, junto
a una estrategia de rechazo violento desarrollaron formas de adaptación al nuevo sistema
con creciente éxito. Fuera de las misiones, en las que la administración secular española
jamás logró introducirse, los indígenas también escaparon, con más frecuencia de lo que
se cree, a su situación de inferioridad social y étnica.
A finales del siglo XVII era evidente que Venezuela se había convertido en una importante
región exportadora de productos no mineros, especialmente cacao. Era una situación
novedosa, poco acorde con el orden económico tradicional del Imperio español,
acostumbrado al intercambio de mercaderías europeas por los metales preciosos
americanos. Durante las tres primeras décadas del siglo XVIII esta tendencia continuó sin
cambios, favoreciendo extraordinariamente el contrabando, que llegó a convertirse en la
vía fundamental del comercio. La actividad de Puerto Cabello, dirigida de manera
preferente a la vecina isla de Curaçao, verdadera factoría del contrabando holandés
destinado a Venezuela, llegó a superar la del puerto principal del tráfico legal, La Guaira.
En el caso del comercio ilegal, el cacao, el tabaco y las mulas venezolanas, muy
apreciadas en los trapiches de las Antillas, se intercambiaban por mercaderías europeas y
esclavos. En cuanto al tráfico legal, mucho mejor conocido, seguían las tendencias del
siglo anterior. A cambio de cacao y pequeñas cantidades de tabaco, azúcar, cueros,
cordobanes, sebo y ocasionalmente harina y palo de Brasil, Venezuela recibía de España
harina, aguardiente, vino tinto y blanco, aceite de oliva, aceitunas, almendras, papel, etc.
El más apreciado de los retornos, la plata acuñada, procedía de la Nueva España,
mercado reservado del cacao venezolano. Las cifras son elocuentes, ya que llegaron a un
promedio anual de 64.191 pesos entre 1701 y 1730, 238.968 de 1731 a 1748 y 281.273
de 1750 a 1763. También llegaban del Virreinato novohispano apreciada loza de Puebla y
Jalapa, jabón, sombreros y efectos de paja, dulces e instrumentos de labranza, artículos
de cuero y textiles.
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sostenida. Las regiones productoras, especialmente la costa oriental, los valles del Tuy,
Barlovento, Aragua y las cercanías del Lago de Maracaibo, cosecharon 67.123 fanegas en
1720, unas 86.000 antes de 1730 y más de 80.000 en 1749, aunque otras fuentes llegan
a hablar de 130.000. Sin embargo, las tensiones institucionales que generaba su
presencia en Venezuela eran evidentes. En 1731, ante la preocupación de los cosecheros
locales, la Compañía, que buscaba asegurar su posición de monopolio, logró del
gobernador la constitución de una junta de comercio que estableció las cantidades
exportables para los venezolanos y para la Guipuzcoana (de 15.000 a 16.000 fanegas a
Nueva España; de 19.000 a 20.000 a España; de 5.000 a 6.000 a Caracas; 3.000 para
los navíos ingleses a cambio de negros y 1.000 para las islas de Barlovento). Como
consecuencia de su actividad, en estos años las exportaciones a España ascendieron
hasta superar a las novohispanas, apuntando una tendencia que se haría definitiva en la
segunda mitad del siglo (507.064 fanegas exportadas de 1731 a 1740, de las cuales
fueron a Nueva España 188.954 y a la península 225.795). Entre 1741 y 1750,
especialmente a causa de la situación bélica, las exportaciones de la Compañía a España
bajaron, y ascendieron, en cambio, los envíos a Nueva España y las colonias extranjeras.
Acosada por los gastos defensivos y el colapso del comercio, la Guipuzcoana tuvo que
transferir el costo de sus funciones institucionales a los productores venezolanos. Entre
1739 y 1749 se exportaron solamente 417.667 fanegas de cacao (a México, 137.862; a
España, 158.558; a Canarias, 41.602; a las islas de Barlovento, 16.159, y a las colonias
extranjeras, 28.224). Los precios en origen resultaban ruinosos. En 1732, se pagaban
160 reales por la fanega de cacao; en 1747 solamente 64.
La pugna entre la Compañía y los productores venezolanos no era sólo una disputa entre
una gran empresa mercantil y un grupo de ricos plantadores, ya que del cacao vivían
también indios, pardos, isleños y mestizos, pequeños cosecheros que ejercían el
contrabando a modesta escala y el cultivo de subsistencia en pequeños conucos. Uno de
los momentos álgidos de las protestas se vivió en 1749, con la revuelta encabezada por
Juan Francisco de León. Aunque empezó siendo poco más que un motín local contra la
imposición de un subordinado de la Guipuzcoana en la localidad de Panaquire, pronto
mostró el grado de hostilidad que aquélla producía. León reunió un considerable grupo de
simpatizantes y marchó a Caracas a presentar su queja contra los abusos de los que eran
objeto, pidiendo la eliminación de los privilegios de la Compañía y la abolición de sus
funciones gubernativas. A pesar de que la rebelión fue derrotada militarmente, el apoyo
generalizado del que había gozado no pasó inadvertido en España. La Corona confirmó
sus privilegios de monopolio a la Guipuzcoana, pero jamás le otorgó el control del
fructífero mercado novohispano, permitió que los venezolanos fueran admitidos como
accionistas, concedió a los locales una sexta parte de los buques para el traslado a
España de cacao de su propiedad e instituyó una junta de productores, agentes de la
Compañía y el gobernador para regular los precios del cacao. La prosperidad económica
de Venezuela en las décadas siguientes, significativamente, no fue compartida por la
Guipuzcoana, que en medio de crecientes dificultades financieras cedió su monopolio en
1789. Los intentos de su sucesora, la Real Compañía de Filipinas, por mantener las
antiguas prerrogativas fracasaron por completo.
En realidad, más allá de las quejas elevadas por los plantadores y cosecheros, algunos de
los objetivos políticos perseguidos por la Corona con la creación de la Guipuzcoana como
socio temporal en el gobierno de Venezuela habían sido plenamente conseguidos. La
integración del territorio a la estructura imperial era una realidad y la actividad
económica (al menos en lo que se puede inferir de la recaudación fiscal) creció desde el
momento en que apareció la Guipuzcoana, de modo que ya no fueron necesarios los
situados remitidos desde México para pagar la administración colonial. Durante las
décadas siguientes, mientras la Compañía iba siendo relegada y se extendía el libre
comercio, el cacao venezolano se comercializaba en cada vez mayor proporción en el
mercado peninsular. En este sentido, como en otros, el legado del siglo XVIII no estaba
exento de ironía: Venezuela se había integrado exitosamente al Imperio español,
convirtiéndose en uno de sus dominios más preciados... a costa de hacerse
verdaderamente dependiente de la metrópoli.
Además del cacao, hubo toda una serie de productos cuyo comercio, legal e ilegal,
alcanzó considerables dimensiones. El tabaco era la segunda de las exportaciones
venezolanas. La variedad cura seca se destinaba al consumo interno y la "cura negra" se
exportaba. La principal zona de cultivo fue Barinas, aunque también se encontraba en
Caracas, La Guaira, Maracaibo, Valencia, Coro, Barquisimeto, Puerto Cabello, Guayana,
Carora y San Felipe. La producción de la provincia de Caracas hacia 1720 fue de 23.000
arrobas, de las que se consumieron 3.700 y el resto se exportó. En 1751, la producción
fue de 8.000 a 9.000 quintales y en 1757 de 6.000 a 7.000. En 1779 el tabaco fue
estancado por la corona, que obtuvo así una sustanciosa fuente de ingresos fiscales, ya
que sus recaudaciones pasaron de 200.000 pesos anuales hacia 1780 a 500.000 en 1795.
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El café, que ya se plantaba en el Orinoco en 1741, comenzó a extenderse por Venezuela
a finales del siglo XVIII. De unos pocos quintales al año exportados en 1780 se pasó a
60.000 en 1809. El cultivo del café pudo utilizar la infraestructura existente, tanto en la
organización local de la producción como en el sistema de comunicaciones. Si en un
principio era clara la vinculación de la producción cafetera con las haciendas cacaoteras
de la región central, posteriormente el cultivo se trasladaría a la zona andina. El café, sin
embargo, no fue un sustitutivo del cacao, ya que ambos requerían altitudes, tipos de
suelos y ciclos de comercialización diferentes.
Otro producto tropical relativamente abundante fue la caña de azúcar, que se encontraba
en El Tocuyo, Trujillo, la Nueva Andalucía y Guayana. Su cultivo fue en aumento a lo largo
del siglo; de 348 plantaciones azucareras que había en la provincia de Caracas en 1770
se pasó a 436 en 1787. En cuanto al añil, se convirtió en el segundo producto de
exportación de Caracas, tras el cacao, en los últimos años del siglo. Su producción estaba
concentrada especialmente en los valles de la Victoria y Aragua, empleaba
mayoritariamente mano de obra libre y se beneficiaba en tierras arrendadas. En 1787 se
produjo una crisis de superproducción que dejó a más de 20.000 operarios sin trabajo, lo
que es buena prueba de la importancia que había adquirido el sector.
El desarrollo ganadero venezolano durante el siglo XVIII fue extraordinario. Tras un ciclo
que podría llamar depredador, el del control y la caza del ganado cimarrón llanero,
aparecieron, ya desde el siglo XVI, estancias dedicadas a la cría de ganado vacuno, los
hatos. Una de las motivaciones más importantes para su crecimiento fue el
abastecimiento de carne a los centros urbanos y a las haciendas de la costa, además de
la demanda antillana de carne y ganado en pie para las plantaciones esclavistas. El
consumo de carne, especialmente en la provincia de Caracas, era muy elevado (unos 136
kilos al año de promedio). La exportación de algunos productos derivados, como los
cueros y la carne seca o "tasajo", constituyó una importante fuente adicional de ingresos.
Las regiones productoras fueron fundamentalmente los Llanos y la Guayana, donde los
misioneros capuchinos disponían de inmensos hatos. A principios del siglo XIX la cabaña
ganadera venezolana contaba con 1.200.000 cabezas de ganado bovino, 180.000 equinos
y 90.000 mulas, destinadas fundamentalmente al transporte de mercancías.
Finalmente, hay que hacer mención a las actividades de tipo industrial. A principios de
siglo los obrajes continuaban en funcionamiento en áreas andinas, Caracas, Guanare,
Trujillo, el Tocuyo, Barquisimeto y Acarigua, donde con mano de obra indígena se
producían lienzos ordinarios y alfombras. En Caracas la industria del azúcar tenía una
importancia considerable; para la elaboración de harina se utilizaban molinos en Mérida,
Trujillo y Barquisimeto. En El Tocuyo se fabricaban petacas de caña, que servían para
empaquetar el tabaco de las jurisdicciones vecinas y en Aragua se producían tintes y
colorantes a partir del añil y el palo de Brasil. El movimiento mercantil favoreció el
desarrollo de una cierta industria naval, especialmente en La Guaira y Puerto Cabello.
A medida que se acercaba el final del siglo XVIII se hacía evidente que el proyecto
reformista, que tan sustanciales efectos había producido en Venezuela, estaba en el límite
de sus posibilidades. En una Capitanía como la caraqueña, volcada al "Mediterráneo de
muchas bocas" que era el Mar de las Antillas, acontecimientos como la revolución
angloamericana, los sucesos de Haití o la cesión a los franceses de la parte española de
Santo Domingo en 1795 causaron gran conmoción. Caracas, descrita como una ciudad
"grande, limpia, elegante y bien construida", habitada por hombres graves y taciturnos y
mujeres de notable belleza, rico atavío, talento para la danza y la música y "la vivacidad
de una coquetería que sabía unir muy bien la alegría a la decencia", podía haberse
transformado extraordinariamente durante el siglo XVIII, pero sus habitantes
conservaban intacta la inquietud por el manejo de sus propios asuntos que les había
llevado en el pasado a nombrar y deponer gobernadores, repartir tierras y fundos y
aprovechar cualquier oportunidad para manejar su propio destino. Es la misma genuina
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preocupación por la política que hará a sus hombres, pocos años después, llevar adelante
una revolución de independencia no anunciada, pero sí prevista.
CORDOBA BELLO, E. Las reformas del despotismo ilustrado en América. Siglo XVIII
Hispanoamericano, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1975.
M. Lucena Giraldo
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