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Dato Curioso San Pedro

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Callejones angostos de trazo irregular, construcciones de un solo piso y

casi sin ventanas, una atractiva parroquia y relatos orales sobrenaturales


caracterizan a San Pedro, el primer barrio de Potosí, casi tan antiguo
como la historia misma de esta ciudad.
Llegar al barrio San Pedro, ubicado al pie del Cerro Chico, nos transporta al
pasado colonial temprano de la Villa Imperial.
Las descripciones de cronistas como Pedro Vicente Cañete refieren que, al
iniciarse el asentamiento urbano en Potosí, cada persona se situó donde quiso,
formándose así curiosas calles, demasiado angostas y largas para asegurar el
tráfico y abrigarse de los gélidos fríos de la sierra.
Barrio de yanaconas huayradores
Amílcar Velasco es un inquieto investigador, apasionado de la historia de su
tierra: Potosí. Él cuenta a ECOS interesantes datos sobre el barrio San Pedro.
Por ejemplo, que tras los primeros asentamientos en Potosí, según el padrón
de 1575, albergaba a 264 yanaconas huayradores (indígenas semilibres, la
mayoría del Cuzco), expertos en la fundición de plata por medio de hornos de
viento o huayras.
Esta formación se mantiene hasta 1600, cuando el padre Diego de Ocaña
señala que el barrio albergaba a 1.200 indígenas.
Esta característica se siguió manteniendo con el transcurso del tiempo. En el
siglo XX albergó a trabajadores mineros de las empresas Soux, Bebín
Hermanos, Hochschild y de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol),
quienes a su turno trabajaron las minas del Cerro Rico.
“Sus calles fueron testigos de las luchas sindicales mineras; allí está el
tradicional centro de reunión de los trabajadores para iniciar las marchas: la
famosa plaza El Minero”, detalla Velasco.
San Pedro aún cobija a los mineros cooperativistas, pero también a un conjunto
heterogéneo de ciudadanos que desarrollan sus actividades en diferentes
rubros.
La parroquia de San Pedro
La iglesia se construyó exclusivamente para los indígenas, pero en 1600
arropaba a pacajes y españoles; la fecha de su edificación quedó perdida en el
tiempo. Fuentes primarias como Bartolomé Arzans señalan a 1581 como el año
de su fundación y se tiene constancia de que en 1585 ya funcionaba como
parroquia.
El lugar conserva un patio con dos pozos de agua limitado con una verja de
piedra. En 1655 un incendio en esta parroquia afectó el artesonado, que fue
restaurado por el carpintero Pedro de Ávila.
La torre original se rehízo en 1725 conservando su estructura original, que
continúa incólume, junto a sus dos portadas, explica el estudioso.
En la actualidad se ingresa a la nave central en crucero, por la puerta lateral.
Quedan como testigos el coro central y el retablo mayor; en tiempos coloniales,
la imagen milagrosa y preferida por españoles e indígenas era la Virgen de la
Candelaria, obra del escultor Juan de Miranda, citada en 1616.
Hoy en día la devoción principal es por San Pedro y San Pablo. “Ambas fiestas
se celebran el mismo día y en la misma parroquia; no obstante, la más
importante es San Pedro”, aclara Velasco.
El profesor Jhonny Llanos, vecino del barrio hace 57 años, explica que las
actividades comienzan el 20 de junio con la procesión, misa y velada. Se
prolongan hasta el 28 de ese mes y en la noche de ese día se realiza la
entrada de ceras.
“Hace años los pasantes ingresaban con un grupo de sicuris y banda, se hacía
verbena en la plazuela del barrio, concursos populares, publicación de bandos,
y se quemaba muñecos de los vecinos menos cooperativos. Hoy, las
costumbres han cambiado”, relata Llanos.
Sin embargo, el  día central es el 29, cuando se oficia una misa y una
procesión recorre las calles de San Pedro, por el sector de Cachirrancho y la
calle Manquiri.
La costumbre era rodear con masitas a los encargados de armar los arcos de
plata y cargamentos; los pasantes los agasajaban con un almuerzo tradicional
que consistía en cazuela de maní y rebosado de panza. Después, los pasantes
se reunían en la mesa de once y allí, los actuales y los antiguos entregaban la
fiesta a los nuevos responsables.
Hoy, algunas cosas han cambiado. Según Llanos, la fiesta perdió la capacidad
de cohesionar al barrio, pero lo rescatable es que los devotos que pasaron la
fiesta este año cumplieron las costumbres con la cooperación de los grupos de
jóvenes y catequistas de la iglesia San Pedro.
Wawitas, almas y callejones…
De acuerdo con el relato de Velasco, en el barrio más antiguo de la Villa
Imperial se conservan las tradiciones orales —algunas— en forma de leyendas.
El profesor Llanos refiere, por ejemplo, al callejón de la chola del charango;
está a un lado de la plazuela San Pedro, es largo y angosto y va rumbo al
Cerro Rico. Los vecinos dicen que pasadas las 12 de la noche, en el fondo del
callejón, se ve a una chola que atrae a los que pasan por el lugar cantando con
un charango. Aseguran que quienes caen en su artimaña aparecen turbados y
repitiendo frases incoherentes.
Afirman que en la intersección de las calles Millares y San Pedro, a tan solo
unos pasos de la iglesia, desde la 1 de la mañana los noctámbulos pueden
toparse con las q’ala wawitas (niños desnudos), que salen de los pozos de la
parroquia a bailar en las calles.
Según Llanos, por la calle San Pedro bajan las almas. En una ocasión, cuando
una costurera se desvelaba en su trabajo, unas personas tocaron su  puerta y
le pidieron el favor de dejar unas velas para recogerlas al día siguiente.
Al otro día, según la leyenda, la mujer vio que las velas eran en realidad
huesos humanos. Espantada, consultó con una comadre qué debería hacer.
Entonces, esperó que retornaran quienes le habían dejado el encargo, sin abrir
las puertas, e hizo llorar a los niños de su casa para que escapen las almas.. •

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