Cuento Fantástico El Firme Soldadito de Plomo
Cuento Fantástico El Firme Soldadito de Plomo
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LENGUA
Área LENGUAJE Asignatura
CASTELLANA
EJES TEMÁTICOS:
Texto Narrativo:
•Cuentos fantásticos.
-Plan Lector “El ruiseñor y otros cuentos” del escritor danés Hans Christian
Andersen.
- ACTIVIDAD MOTIVACIONAL.
Hoy quiero que disfrutes de este fragmento musical de Shostakovinch, que te ayudará a
armonizar tu espíritu creador. Posteriormente leerás la historia en tu Plan Lector
- OBSERVA Y ESCUCHA…
http://www.auladeelena.com/2014/10/el-soldadito-de-plomo.html
- VAMOS A LEER…
El soldadito de plomo
Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían
fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como
estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que
oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: “¡Soldaditos
de plomo!” Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su
regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.
Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba una
pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el
plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única
pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la
historia.
En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el
que más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas
ventanas podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos
arbolitos que rodeaban un pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el
que se reflejaban, nadando, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy
hermoso, pero lo más bonito de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta
del castillo. Ella también estaba hecha de papel, vestida con un vestido de clara y
vaporosa muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera
de banda, en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara. La damisela
tenía los dos brazos en alto, pues han de saber ustedes que era bailarina, y había
alzado tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y
creyó que, como él, sólo tenía una.
“Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta vive
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en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya habitamos
veinticinco: no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré
de conocerla.”
Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa.
Desde allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola pierna
sin perder el equilibrio.
Ya avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda
la gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron sus juegos,
recibiendo visitas, peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo, que también
querían participar de aquel alboroto, se esforzaron ruidosamente dentro de su caja,
pero no consiguieron levantar la tapa. Los cascanueces daban saltos mortales, y la tiza
se divertía escribiendo bromas en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes, que el
canario se despertó y contribuyó al escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que
ni pestañearon siquiera fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía
erguida sobre la punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba menos firme
sobre su única pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.
De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y -¡crac!- se abrió la tapa
de la caja de rapé… Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que allí había era
un duende negro, algo así como un muñeco de resorte.
Al otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en la
ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se abrió de
repente y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible.
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Quedó con su única pierna en alto, descansando sobre el casco y con la bayoneta
clavada entre dos adoquines de la calle.
La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó poco
para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera gritado: “¡Aquí
estoy!”, lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos, porque vestía
uniforme militar.
Luego empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en un
aguacero torrencial. Cuando escampó, pasaron dos muchachos por la calle.
-¡Qué suerte! -exclamó uno-. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo
navegar.
“Me gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la
culpa. Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no me
importaría que esto fuese dos veces más oscuro.”
Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la
alcantarilla.
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Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra, sino que apretó su fusil con más
fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por la rata. ¡Ah!
Había que ver cómo rechinaban los dientes y cómo les gritaba a las estaquitas y pajas
que pasaban por allí.
La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir
la luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido
atronador, capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes!
Justamente donde terminaba la alcantarilla, el agua se precipitaba en un inmenso
canal. Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros el
arriesgarnos en un bote por una gigantesca catarata.
Por entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al
canal. El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie diría
nunca de él que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de
agua hasta los bordes; se hallaba a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al
cuello; el barquito se hundía más y más; el papel, de tan empapado, comenzaba a
deshacerse. El agua se iba cerrando sobre la cabeza del soldadito de plomo… Y éste
pensó en la linda bailarina, a la que no vería más, y una antigua canción resonó en sus
oídos:
Súbitamente el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas
vueltas terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un
relámpago lo atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba:
Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir
en esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado
antes. Allí estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el
mismo hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre
una sola pierna y mantenía la otra extendida, muy alto, en los aires, pues ella había
sido tan firme como él. Esto conmovió tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar
lágrimas de plomo, pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado
llorase. La contempló y ella le devolvió la mirada; pero ninguno dijo una palabra.
https://www.youtube.com/watch?v=t91D-OvQwaM
A partir de la lectura del cuento o la observación del video responde las preguntas tipo
Prueba Saber de la 1 a la 7, la respuesta 8 es diferente.
A. dos docenas.
B. una centena.
C. veinticinco unidades.
D. una decena.
A. el fusil
B. un brazo.
C. una pierna.
D. el corazón.
A. la ventana.
B. la chimenea.
C. el balcón.
D. la puerta.
B. en un barco de papel.
C. en lo alto de un árbol.
D. en un armario.
A. el pez.
B. el niño.
C. la bailarina.
D. la rata.
A. en un corazón.
B. en un rombo.
C. en una esfera.
D. en un cofre.
7. ¿Qué valor es el que se resalta en la narración del cuento “El firme soldado de
plomo”?
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A. la justicia.
B. el respeto.
C. el amor.
D. la equidad.