Ciencia, Clase y Sociedad - Goran Therborn
Ciencia, Clase y Sociedad - Goran Therborn
Ciencia, Clase y Sociedad - Goran Therborn
ePub r1.0
Titivillus 17.03.2018
Título original: Science, Class and society
Göran Therborn, 1976
Traducción: Santos Juliá Díaz
Göran Therborn
Gotemburgo, septiembre de 1975
1. SOCIOLOGÍA DE LA SOCIOLOGÍA,
MARXISMO DEL MARXISMO
Las ciencias sociales constituyen una parte importante del mundo en que
vivimos. Las podemos encontrar en la administración social, el cálculo
empresarial y la intervención militar, en la dirección de hospitales y
prisiones, empresas y escuelas, familias cultas y medios de comunicación
social. Si observamos con atención, encontraremos también algo que quizá
merezca con más razón el nombre de ciencia social, no en las manos de los
ricos y poderosos, sino en las organizaciones de los marginados,
oprimidos y explotados.
Las ciencias sociales están en el mundo para decir algo acerca de él.
De forma creciente las ciencias sociales proporcionan las lentes a través
de las cuales percibimos el mundo en el que vivimos. Sus marcos de
referencia sustituyen, de modo desigual pero significativo, el éter irreflejo
de la tradición antigua, las revelaciones de la religión, las escalas de la
moral interior y las cumbres de la cultura literaria. Quizá la forma más
evidente de percibir estos cambios sean los planes de los sistemas
educativos y los contenidos de la prensa radical.
Cubriéndose a sí mismas con el manto de la ciencia, las ciencias
sociales pretenden ser no sólo una forma de experimentar el mundo y de
hablar acerca de él, sino algo que produce un conocimiento sistemático de
ese mundo. Al mismo tiempo, las ciencias sociales son parte del mundo y,
como tal, están relacionadas con los sufrimientos, las alegrías y las luchas
de sus pueblos, y con las diversas sociedades y clases sociales.
La verdad de una ciencia y su situación y función social son
mutuamente irreductibles, pero, al mismo tiempo, la relación entre lo que
se produce y dónde se produce nunca es una mera contingencia. Esto es así
en todas las empresas científicas y, por supuesto, es particularmente
importante en el caso de aquellas disciplinas cuyo objeto es el mundo
social del que ellas forman parte. La crisis contemporánea de las
disciplinas sociales ha tenido su origen en las mutaciones sociales que
cuestionan, más o menos seriamente, tanto su verdad como su relación con
las diferentes clases e instituciones sociales.
El «desarrollo del subdesarrollo» (según la acertada expresión de
Gunder Frank[1(ref)]), y la situación actual del capitalismo avanzado, en la
que se combina una inflación sin precedentes con altos niveles de
desempleo, han socavado algunos de los axiomas básicos de la economía
liberal. El desarrollo reciente ha destrozado la presunción keynesiana de
resolver las crisis, y ha empujado incluso a las burguesías metropolitanas
a cuestionar la utilidad de la economía liberal. Los trastornos sociales del
mundo occidental —el movimiento contra la guerra, la rebelión estudiantil
y el poco sublime malestar de las capas medias— han sacudido hasta sus
cimientos el frágil edificio de la sociología. La integración social de los
valores se ha resquebrajado dentro del conjunto de la sociedad y en el seno
del pequeño mundo académico de la propia sociología. Las ironías de la
historia no han perdonado tampoco a la ciencia del materialismo histórico.
El marxismo ha tenido que hacer frente a sus éxitos y a sus fracasos: el
holocausto estalinista, la división chino-soviética, el fracaso hasta hoy de
la revolución proletaria en los países capitalistas avanzados, y el auge de
nuevos movimientos de rebelión entre las mujeres, los estudiantes y otros.
En las últimas décadas, el avance de los discursos teóricos sobre la
sociedad que pretendían una superioridad científica sobre otros discursos
ha constituido, pues, un proceso que contenía en su propio seno diversas
contradicciones, las cuales han quedado ahora al descubierto con la actual
crisis de las ciencias sociales. En esta coyuntura de crecimiento,
contradicción y crisis se sitúa el presente estudio. Su objetivo es contribuir
a la solución de la crisis social y científica. Sin embargo, este libro no
pretende ser un estudio de la actual situación en cuanto tal, sino más bien
elucidar ciertas materias entrelazadas en ella: las disciplinas sociales y su
relación constitutiva con las diferentes fuerzas sociales. En este sentido,
esperamos determinar con toda claridad cuál es el núcleo de la crisis
actual e identificar así un punto desde el que puedan adoptarse posiciones
racionales y realizarse nuevos avances.
Nuestro estudio intenta examinar la formación de los discursos
científicos sobre la sociedad, su formación como sistemas de conceptos,
de proposiciones e investigaciones, y las relaciones entre esta práctica y
otras prácticas sociales. Aunque se centra en la sociología y en el
materialismo histórico, este estudio comienza con una perspectiva de la
primera ciencia social, la economía, e intenta asimismo indicar que el
análisis propuesto es pertinente para la llamada ciencia política. El estudio
avanza analíticamente a partir de dos áreas que ya han sido exploradas en
las recientes revisiones y reanálisis de la sociología y del materialismo
histórico, iniciativas cuyo paralelismo en la teoría económica sería la
crítica neoricardiana del marginalismo.
El marxismo pretende ser una ciencia y una guía para la acción socialista.
Como fenómeno histórico, el marxismo no es simplemente un corpus
teórico que reclame la fidelidad y la atención de cierto grupo de
intelectuales, sino la unión de una teoría materialista de la historia y de
un movimiento revolucionario, de carácter primordialmente (pero no
exclusivamente) proletario. Esta relación, que ha adoptado varias formas,
siempre ha sido complicada, pero para bien o para mal (depende de la
posición de cada cual) ofrece una clave para la historia del mundo durante
este siglo, una historia que incluye la aparición de los partidos proletarios
de masas y de los movimientos de liberación nacional guiados o influidos
por el marxismo, la revolución de Octubre, el ascenso de la Unión
Soviética, la subida y la caída del fascismo alemán e italiano, la
revolución en China, Cuba e Indochina, y ahora, a medida que nos
adentramos en el último cuarto del siglo, el fantasma de la revolución en
la Europa suroccidental.
La importancia histórica del marxismo es, por tanto, muy superior a la
de la sociología o la economía. Y en consecuencia es sorprendente que no
haya ningún marxismo del marxismo que se parangone con la floreciente
sociología de la sociología. Esta ausencia apenas puede justificarse por la
propia historia del marxismo, que en modo alguno ha sido una historia
triunfal, libre de obstáculos y reveses. Algunos aspectos fundamentales de
la teoría marxista se han visto cuestionados tanto por sus derrotas
históricas —hasta ahora— en Norteamérica y en Europa occidental como
por los resultados de sus éxitos: el estalinismo, la escisión chino-soviética,
la presente condición social y política de esa tercera parte del mundo que
pretende estar gobernada por la teoría marxista. Estos y otros desarrollos
contradictorios y a menudo inesperados de la unión de la teoría y práctica
marxistas permiten hablar también de una crisis del marxismo.
Paradójicamente, sin embargo, mientras la sociología de la sociología
se sostiene en la crisis de la sociología, la crisis del marxismo sé
manifiesta, sobre todo, en la ausencia de un esfuerzo similar de
autoanálisis. En la última década se ha producido una revitalización de
gran calidad de los análisis marxistas: el imperialismo y el subdesarrollo,
el capitalismo contemporáneo de las metrópolis, el fascismo, las
estructuras sociales y políticas de países concretos. Todos ellos son temas
fundamentales, y al renovar la investigación sobre ellos la teoría marxista
pone de manifiesto su propia vitalidad. Sin embargo, y aunque la historia
del marxismo tenga idéntica o quizá mayor importancia, muchos
marxistas tienden todavía a no enfrentarse con ella. A pesar de todo, esta
insólita circunstancia —la falta de un marxismo del marxismo— puede
explicarse a su vez por medio del análisis marxista. Sus razones tienen que
buscarse en la trayectoria de la lucha de clases y en la forma en que se ha
desarrollado dentro de ella la unión de la teoría y la práctica marxistas.
Uno de los aspectos más notables de esa unión es que los hitos
fundamentales de la teoría han sido marcados, prácticamente sin
excepción, por pensadores que fueron también dirigentes políticos: Marx y
Engels (dirigentes de la Liga de los Comunistas y de la I Internacional),
Lenin, Gramsci, Mao Zedong. Esta fusión de la actividad teórica y política
alcanzó su punto culminante con los bolcheviques: casi todos sus
principales políticos —Stalin, Trotski, Bujarin, quizá el más intelectual de
todos ellos— hicieron importantes contribuciones a la teoría y al análisis
social. Esta hazaña formidable es sólo una expresión de la enorme
fertilidad e importancia de la unión de la teoría y la práctica en el
marxismo revolucionario. Sin embargo, no han sido muchos los dotados
de lucidez para analizar sus propias experiencias, sus propios errores y los
efectos reales de sus propias intenciones. Las tentativas dirigidas en este
sentido pecan muy a menudo de triunfalismo o de denuncia fraccional
(ejemplificada en diferentes formas por los escritos de Trotski sobre la
teoría y la política de su enemigo, Stalin, y por los actuales escritos chinos
de inspiración maoísta sobre la Unión Soviética). Y así, los problemas de
un marxismo del marxismo llevan de la mano a la cuestión de las
relaciones entre los intelectuales marxistas y el movimiento
revolucionario.
Los intelectuales están unidos a su clase por medio de la fuerza
cohesiva de un interés común que reúne experiencias, prácticas y
problemas más o menos divergentes. En este sentido, la relación nunca es
sencilla ni carece de complicaciones. El hecho de que en la historia del
marxismo se haya alcanzado la unión de teoría y práctica es un logro
histórico notable, aunque el marxismo no se haya visto libre de sus
dificultades intrínsecas. En un breve y crudo resumen de una larga y
trágica historia, podría decirse que al menos desde finales de la década de
1920 —cuando el marxismo tuvo que ajustarse, de una u otra forma, a la
inesperada fuerza de sus enemigos, a pesar de la nueva depresión
económica— las relaciones entre los intelectuales marxistas y el
movimiento obrero marxista se han caracterizado bien por una total
sumersión de los primeros en el segundo o bien por una grave atenuación
del vínculo existente entre ambos. En el primer caso, el análisis marxista
quedó supeditado a las necesidades prácticas e inmediatas de una
dirección en pie de guerra y, durante mucho tiempo, profundamente
autoritaria. En esta situación, los mismos dirigentes podían hacer, en
algunos casos, importantes contribuciones, como muestran los escritos de
Mao desde los años treinta y cuarenta, pero un producto más característico
es, probablemente, la distorsionada y triunfalista Historia del Partido
Comunista (bolchevique) de la URSS, que ha servido a cientos de miles de
militantes como introducción a un marxismo del marxismo. El otro caso,
tipificado principalmente por la tradición del «marxismo occidental», se
ha extendido progresivamente a la Unión Soviética y a Europa oriental
desde la muerte de Stalin, alcanzando a menudo altos niveles intelectuales.
En este caso, el análisis científico se divorcia de los problemas políticos
fundamentales, o se enfrenta a ellos sólo en la medida en que tuvieron
lugar en otras épocas o en otros continentes. El papel de un marxismo del
marxismo fue asumido por una filosofía del marxismo, una serie de sutiles
y esotéricas discusiones metodológicas y epistemológicas en las que los
intelectuales libraron sotto voce históricas batallas políticas.
Por razones que habrán de explicarse, esta situación de polarización,
que entraña una pérdida de perspectiva intelectual o de conexión con la
experiencia, no se ha visto fundamentalmente cambiada por el XX
Congreso del PCUS, ni por la revolución cultural china, ni por las
recientes sacudidas sociales de Occidente —movimientos de solidaridad
antiimperialista, resurgimiento de la militancia obrera de masas,
movimientos revolucionarios de estudiantes y mujeres—. La crisis
ideológica del capitalismo de las metrópolis se ha librado en términos de
los ideales burgueses y pequeñoburgueses traicionados. En esta coyuntura,
el marxismo se ha visto cortejado por casi todas las ideologías no
marxistas concebibles: por el existencialismo, la fenomenología, la
sociología crítica académica y por diversas variantes de la teología.
Plantear la cuestión de un marxismo del marxismo significa adoptar una
decidida actitud contra todos los intentos de capturar y explotar a Marx
con fines no marxistas, tomando como principio guía (cuyos fundamentos
y desarrollo tendrán que ser investigados) la afirmación que Marx hizo
sobre su propia obra: que el marxismo es una ciencia específica,
relacionada con la clase obrera como guía para la revolución socialista.
Por el momento sólo nos interesa la primera etapa de un marxismo del
marxismo, esto es, el análisis de la formación del marxismo por Marx y
Engels, lo que entraña la doble tarea de elucidar las bases de la pretensión
de cientificidad del materialismo histórico y de relacionar su producción
con las luchas de clases en las que participaron Marx y Engels.
Anticipando la posición epistemológica que se adopta más adelante,
podríamos definir como primera tarea el intento de dar cuenta del objeto
del materialismo histórico en cuanto ciencia, esto es, el intento de
descubrir qué es lo que estudia científicamente el materialismo histórico,
en su búsqueda de un auténtico conocimiento de la sociedad y de su
historia. Además, una investigación sobre el fundamento científico del
materialismo histórico entraña otra responsabilidad. El materialismo
histórico no sólo pretende ser una ciencia entre otras, sino también
emplear un modo particular de análisis y explicación científicos, una
forma particular de tratamiento de su objeto. En consecuencia, es preciso
aclarar también el significado básico de la dialéctica.
Aunque en el ámbito del marxismo no haya casi nada que corresponda
a la sociología, un marxismo del marxismo no está obligado a partir de
cero, sino que deberá contar con la inmensa literatura que existe sobre
Marx, con las biografías y los tratamientos especializados de los
conceptos, las teorías y los métodos marxistas. En especial, un marxismo
de la formación del marxismo tendrá que dirigir su atención a los primeros
esfuerzos iniciados a partir de las mismas premisas, y principalmente
filosóficos, por captar las propiedades esenciales del materialismo
histórico.
Entre los principales esfuerzos por aclarar las bases científicas del
materialismo histórico hay tres, todos ellos recientes, que merecen una
especial atención: dos procedentes de Europa occidental, los de Galvano
della Volpe y Louis Althusser, y uno del sector oriental, el de Jindrich
Zelený. Este conjunto de obras han creado importantes «escuelas» de
marxismo en sus respectivos países, Italia, Francia y Checoslovaquia, y el
modo de análisis de Zelený ha tenido una importancia crucial, quizá
superior a la de todos, para el desarrollo de una importante escuela en
Alemania Occidental. Todos ellos se sitúan explícitamente en la tradición
marxista-leninista, y todos ellos aportaron sus contribuciones como
miembros de los partidos comunistas de sus respectivas naciones, aunque,
a diferencia de los principales teóricos bolcheviques, los tres han sido
políticamente periféricos. Su esfuerzo común se ha dirigido a defender,
aclarar y desarrollar la cientificidad del marxismo: Della Volpe (m. 1968)
se consagró en especial a resistir las incursiones de las poderosas
tradiciones idealistas e histórico-filosóficas de su país, procedentes de
Vico y Croce, en el marxismo italiano, mientras que Althusser ha
combatido los numerosos intentos de explotar los primeros escritos de
Marx con el propósito de transformar el marxismo en una filosofía del
hombre. Althusser, Della Volpe y Zelený son filósofos, y el enfoque de sus
proyectos difiere, por tanto, del de este estudio. No son discursos rivales
(en el mismo sentido en que lo son las diversas sociologías de la
sociología), sino más bien diferentes puntos de partida posibles para un
análisis de este tipo. Nuestro estudio se inspira principalmente en la obra
de Louis Althusser, y es lógico, por tanto, explicar esta opción y ofrecer un
breve resumen de la amplitud y los resultados de la obra escogida. La tarea
inmediata consiste, pues, en relacionar este estudio con los análisis de
Althusser, Della Volpe y Zelený, y no para efectuar un análisis comparado
de sus concepciones del marxismo, lo cual, aunque sería ciertamente
interesante, queda fuera del alcance del presente estudio. Aquí no es
posible expresar toda la riqueza de estas obras, que sólo se analizarán en
su directa relación con los problemas de un análisis marxista de la
formación del marxismo.
1. La hora de la metodología
2. Un concepto de sociedad
Hasta aquí sólo hemos tratado, sin embargo, del comienzo de la era de la
sociología. Pero la sociología está todavía con nosotros, y, a pesar de la
creciente frecuencia con la que la palabra «crisis» se le ha asignado, su fin
no está a la vista. Con todo, hay un conjunto limitado de problemas por los
que la sociología se ha preocupado de forma dominante y que nos ofrecen
la posibilidad de delimitar una «era de la sociología». Para dar con ellos,
tenemos que definir los objetivos por los que la sociología luchó desde un
principio.
Sus preocupaciones fundamentales fueron los problemas políticos y de
reconstrucción política, pero también estuvo presente la «cuestión social»
o, como se decía a menudo en Estados Unidos, los «problemas sociales».
La cuestión social forma parte de la tradición sociológica desde su
comienzo, y tiene una importancia transcendental en su establecimiento
como disciplina institucionalizada.
Una preocupación característica de la sociología a lo largo de todo su
desarrollo ha sido la condición de las clases bajas de la sociedad: su
pobreza, su trabajo o falta de trabajo, su ocio, su vivienda, su salud, su
moralidad, su delincuencia, etcétera. Este fue también el caso en el
establecimiento de la sociología americana, a pesar de la influencia del
laissez faire de Spencer.
«El único departamento de sociología que no surgió en relación con la
caridad, la filantropía y la reforma fue el de Yale, debido a las
concepciones negativas de Sumner sobre estos temas», escribe Anthony
Oberschall en un penetrante ensayo sobre la primera historia de la
sociología americana. Oberschall también deja en claro que la sociología
filantrópica tampoco estaba ausente de Yale. «La filantropía, la economía
social y la reforma social se enseñaban en el Departamento de Sociología
Cristiana de la Divinity School de Yale»[45(ref)].
La investigación de la situación del proletariado y de otras capas
sociales empobrecidas siempre ha sido una de las principales materias de
la investigación social empírica y de la sociología, aunque su larga
historia ha sido generalmente olvidada hasta fecha reciente. Desde fecha
muy temprana aparecieron libros importantes en esta tradición, aparte del
estudio de Charles Booth sobre los pobres de Londres a finales del pasado
siglo y los estudios de Le Play sobre los obreros europeos de medio siglo
antes, aproximadamente. Podrían señalarse, por ejemplo, la obra de las
sociedades estadísticas británicas de los años 1830, el estudio de Parent-
Duchatelet sobre la prostitución en París, el estudio de Villermé sobre los
obreros durante la monarquía de julio en Francia, e incluso el libro de sir
Frederick Morton Eden, The state of the poor, de 1797[46].
Esta tradición de investigación empírica no conectó hasta más tarde
con el desarrollo de la teoría sociológica. Ambas compartieron desde el
principio, sin embargo, un interés y una preocupación comunes. La
cuestión social se convirtió para Saint-Simon en el principal problema
durante los últimos años de su vida. Saint-Simon anunció que su objetivo
era «mejorar la suerte de esta clase [la clase obrera] no sólo en Francia,
sino en Inglaterra […], en el resto de Europa y en el mundo entero»[47(ref)].
Escribió una carta abierta a «Messieurs les ouvriers»[48(ref)], y en su última
obra, Le nouveau christianisme, afirmó: «toda la sociedad debe trabajar
para mejorar la existencia moral y física de la clase más pobre; la sociedad
debe organizarse de la forma más adecuada para alcanzar esta gran
meta»[49(ref)]. El Manifiesto comunista lo incluye, con respeto, entre los
socialistas crítico-utópicos, y mucho después Engels llegó a escribir que
«casi todas las ideas no estrictamente económicas de los socialistas
posteriores» se encuentran en él en germen[50].
Comte, por su parte, también se percató de que «el crecimiento de la
industria […] pone naturalmente en primer plano la gran cuestión de los
tiempos modernos, la incorporación del proletariado a la sociedad, que se
ha ignorado mientras ha durado el anómalo intervalo guerrero (la
anomalie guerrière)»[51(ref)]. Comte manifestó su simpatía hacia algunos
objetivos del socialismo y del comunismo, y afirmó que su positivismo se
adhería al «principio espontáneo del comunismo, a saber, que la propiedad
es social por su naturaleza y que necesita un control». Comte criticó a los
economistas por prohibir la regulación de la propiedad[52(ref)].
Spencer, como ultrapartidario del laissez faire está de más en
compañía de tales reformadores sociales, por más que en sus escritos
sobre el Estado y la sociedad también debiera tratar de la existencia real
de la cuestión social, aunque sólo fuera para desarrollar una reacción cada
vez más extrema contra las soluciones propuestas para resolverla[53]. El
marqués de Tocqueville, muchos de cuyos familiares fueron guillotinados
durante la revolución francesa, estaba demasiado obsesionado, a pesar de
su perspicacia, por la revolución antiaristocrática para poder dedicar una
atención sistemática a lo que Comte llamaba «la cuestión moderna»[54].
Durkheim, figura clave en la posterior institucionalización de la
sociología en Francia, fue plenamente consciente de los problemas
sociales encerrados en las «formas anormales» de la moderna división
capitalista del trabajo. La última parte de su primera obra importante, La
división del trabajo social, está dedicada a una exposición crítica de esas
formas aberrantes, cuyos efectos negativos en la situación de los obreros
hacían peligrar y socavaban la solidaridad social. En su prefacio a la
segunda edición, Durkheim —a pesar de todo su cientifismo— llegó a
defender una concreta —si bien utópica— solución del problema social en
la forma de un sistema corporativo de grupos ocupacionales.
En Alemania, la organización central durante el período en que se
estableció la sociología fue la Verein für Sozialpolitik (Asociación para la
Política Social), fundada en 1873. La agrupación patrocinó un amplio
número de estudios sobre problemas económicos y sociales y actuó como
foro intelectual, y más tarde sobre todo académico, de la reforma social.
La Sociedad Alemana de Sociología se formó a partir de ella, en 1909,
como sociedad exclusivamente científica, aunque no como organización
competidora u hostil. Destacados sociólogos alemanes, como Ferdinand
Tönnies y Max Weber, fueron miembros de ambas[55].
«Nuestra era ha destrozado de una vez por todas las antiguas y rígidas
formas de aristocracia, o al menos las ha destrozado en algunas zonas
importantes de la vida política constitucional.» Este proceso —la llegada
de la revolución burguesa— es el punto de partida de la investigación de
Robert Michels en Los partidos políticos[238(ref)]. La cuestión es saber qué
sucede después; su respuesta no es ambigua: «La aparición de fenómenos
oligárquicos en el mismo seno de los partidos revolucionarios es una
prueba concluyente de la existencia de tendencias oligárquicas inmanentes
en todo tipo de organización humana que lucha por la consecución de fines
definidos». «Los socialistas pueden vencer, pero no el socialismo, que
perecerá en el momento del triunfo de sus adherentes»[239(ref)]. No es nada
extraño, pues, que la obra de Michels fuera después tan admirada por
sociólogos de la política y la organización de exradicales y conservadores,
tales como Seymour Lipset y Philip Selznick[240].
El libro de Michels contribuyó poco al desarrollo de la teoría social
general, y su posterior y más ambiciosa sociología, elaborada bajo el
fascismo, está ahora casi olvidada. Los partidos políticos, sin embargo,
señalan dos problemas muy importantes, uno expresamente y el otro por
implicación.
El libro se ocupa, en primer lugar, de las relaciones entre dirigentes y
masas en las formas modernas de organización. La sustancia empírica del
estudio de Michels es el movimiento obrero de la II Internacional. Michels
tenía de él una experiencia directa como delegado en los congresos de
1903 y 1905 de la socialdemocracia alemana, y como delegado de los
socialistas italianos en el congreso de la Internacional de Stuttgart, en
1907. (Michels se había trasladado por entonces a Italia, que, en esta
época, parece haber sido el único país del mundo en el que los marxistas y
socialistas podían obtener puestos de profesores universitarios y presentar
tesis doctorales, quizá con la excepción de Francia, en la que, sin embargo,
apenas había algún marxista.) Una gran parte de Los partidos políticos es
una fascinante historia interna de la Internacional, llena de material
sistematizado y erudito, en la que resuenan las polémicas de la tendencia
sindicalista de la Internacional, a cuyo favor había luchado Michels con
poco éxito. Michels aportó, pues, una valiosa contribución al estudio de
las organizaciones políticas modernas. Los procesos de distanciamiento
entre dirigentes y masas, en los que se centró, constituyen todavía hoy un
problema analítico y práctico fundamental.
El segundo problema, que Michels planteó sólo implícitamente, es
éste: admitidas las tendencias oligárquicas inherentes a las grandes
organizaciones sociales, ¿qué determina el tipo de dirección y adónde
llevan los oligarcas a las masas? Y aquí, el estudio de Michels, tal como
aparece en Los partidos políticos, se hunde como teoría específicamente
sociológica y cae en un determinismo psicológico, incapaz de enfrentarse
con la variedad social e histórica. Incluso en su propio terreno específico
de la organización obrera, la «ley de hierro de la oligarquía» de Michels
no puede ofrecer una explicación de las opuestas reacciones ante la guerra
de los partidos socialdemócratas en agosto de 1914 y de los partidos
comunistas en septiembre de 1939.
Para Michels, las masas son intrínsecamente incapaces de regirse a sí
mismas, por razones fundamentalmente psicológicas. Michels conocía
muy bien la extensa literatura contemporánea sobre la inevitable
incompetencia de las masas, y cita a Gumplowicz, Mosca, Pareto y Sorel,
así como a otros críticos de las masas y de la democracia menos conocidos
hoy, como Gustave Le Bon, Scipio Sighele y Gabriel Tarde. Los dirigentes
políticos, superiores por lo general en todos los sentidos, se guían
básicamente por su avaricia y su ansia de poder. «La apatía de las masas y
su necesidad de guía tienen como contrapartida en los dirigentes un ansia
natural de poder. Así, el desarrollo de la oligarquía democrática se acelera
por las características generales de la naturaleza humana. Lo que se inicia
por necesidades de organización, administración y estrategia se completa
por el determinismo psicológico»[241(ref)]. El gran error de los socialistas
es consecuencia, por tanto, de «su falta de un adecuado conocimiento
psicológico». «Una visión realista de la condición de las masas muestra,
sin duda alguna, que, incluso si admitimos la posibilidad de mejora moral
de la humanidad, los materiales humanos, de cuyo uso no pueden
prescindir los políticos y filósofos en sus planes de reconstrucción social,
no son de tal naturaleza que justifiquen un excesivo optimismo»[242(ref)].
Diferenciados de las masas, los dirigentes políticos desarrollan
inevitablemente sus propios intereses[243(ref)].
En un sentido, todo esto nos lleva de nuevo hasta Hobbes; por una
parte, está la naturaleza humana y los conflictos que de ella se siguen; por
otra, el soberano, cuyo poder es una necesidad, pero cuyo uso de ese poder
depende sólo de él. Como ciencia de la política, esto no nos lleva
demasiado lejos, ni siquiera en lo que tiene de estudio de las relaciones
entre dirigentes y dirigidos.
Michels habría de considerar después al Duce como supremo
determinante de la política, pero a pesar de la experiencia que Michels
compartió con Mussolini (que también fue durante un tiempo socialista
radical, influido por Pareto y Sorel, antes de convertirse en nacionalista e
imperialista) Los Partidos políticos no apuntan hacia la Marcha sobre
Roma en el mismo sentido en que lo hacían las obras de Pareto. La
posición adoptada por Michels en la época en que escribe su libro es de
aceptación estoica de la democracia oligárquica como lo mejor dentro de
lo que hay, junto con un desprecio hacia las masas, pero no sin cierta
simpatía por el utópico movimiento obrero de su rebelde juventud[244].
El segundo problema de Michels pone de relieve una diferencia
fundamental entre Marx y los teóricos de las élites. Estos habían leído a
Marx, y Pareto y Michels pretendían haber aceptado y extendido la teoría
marxista en la lucha de clases. Rechazaban la teoría económica de Marx
pero la distinguían de la «parte sociológica» científica de su obra (Pareto)
o de su «filosofía de la historia» (Michels)[245(ref)]. Obviamente, supone
una gran diferencia sustituir la lucha de clases por una lucha de élites en la
que unas masas intrínsecamente incompetentes se convierten en material
pasivo de explotación y manipulación por medio de fórmulas políticas o
de derivaciones demagógicas.
Más importante, sin embargo, es otra diferencia que existe entre Marx
y estos autores. El concepto marxiano de clase se deriva de una teoría de la
determinación social definida por los conceptos de relaciones y fuerzas de
producción. Los teóricos de las élites, por el contrario, interpretan las
clase como individuos que luchan por sus intereses materiales. Los
teóricos de las élites convierten, por tanto, una teoría social en una
concepción psicologista y biologista de la existencia humana, e incluso de
la vida de los organismos en general. De esta forma, la teoría marxista de
la lucha de clases puede «extenderse», naturalmente, más allá del
capitalismo. Así, Pareto pudo escribir: «La lucha por la vida y el bienestar
es un fenómeno general de los seres vivos»[246(ref)]. Michels se refería a la
lucha entre los obreros organizados y los rompedores de huelgas con el
término ergomachia, tomado de un fisiólogo italiano y cuyo significado es
«lucha por el alimento»[247(ref)].
«Este libro es, por encima de todo, un intento de tratar los hechos de la
vida moral de acuerdo con el método de las ciencias positivas […] No
pretendemos extraer la ética de la ciencia, sino establecer la ciencia de la
ética», escribió Durkheim en el prefacio de su tesis sobre La división del
trabajo social. Algunos años antes ya había señalado que mientras en
Francia sólo existían prácticamente las filosofías de la ética kantiana-
espiritualista y utilitaria, en Alemania se estaba desarrollando una ciencia
positiva de la ética[73(ref)]. Esa empresa ya había producido la obra de
Wilhelm Wund, Ethik, en la que la ética se basaba en los estudios de la
Völkerpsychologie sobre la evolución de la religion, las costumbres, el
medio físico y la civilización en general[74(ref)]. Sin embargo, señalaba
Durkheim, «todo el movimiento ha partido de la economía
política»[75(ref)].
Durkheim comenzó, pues, su estudio de la incipiente ciencia de la ética
en Alemania con los economistas éticos Schmoller y Wagner. Durkheim se
refirió con aprobación a su crítica de la economía utilitaria, a su
concepción de la sociedad como una realidad sui generis, a su
interpretación del hombre como ser determinado por su medio histórico, a
su vinculación de la economía y la moral social como forma y materia o
como contenido y continente, y a su concepción histórica de las
cambiantes normas sociales[76(ref)].
Durkheim no dejó de criticar a los economistas éticos, especialmente
por su excesivo voluntarismo y su confianza exagerada en la acción
legislativa. Aunque estaba de acuerdo en su hostilidad hacia el fatalismo
económico de los economistas liberales, la sociología de Durkheim
desarrolló una crítica de la economía que conducía en una dirección
diferente a la del intervencionismo estatal. A este respecto, Durkheim se
encontraba más cerca de Albert Schäffle, que era también un economista
de la escuela ética y un sociólogo inspirado por la biología, pero que por
complejas razones políticas estaba marginado del mundo académico
alemán y no era miembro del Verein[77].
Durkheim simpatizaba con la orientación más naturalista de Schäffle y
con su visión de la cuestión social, que era más comunitaria que estatista,
pero ni siquiera Schäffle era bastante naturalista, en opinión de Durkheim.
Schäffle sostenía que los fenómenos sociales y morales se caracterizaban
por su naturaleza consciente y refleja, y estaba de acuerdo con la común
tendencia alemana a considerar el ámbito humano como algo
absolutamente aparte de la naturaleza y regido por sus propias y
específicas leyes[78(ref)].
La economía política fue, por dos razones, un importante punto de
partida para Durkheim. En primer lugar, si la ética pretendía convertirse
en ciencia, tendría que ser una ciencia social, en cuyo caso su relación con
la economía sería crítica, pues la economía era la primera ciencia social a
constituir[79(ref)]. En segundo lugar, los problemas sociales que
preocupaban a Durkheim se derivaban específicamente de la situación
económica de su tiempo, pues Durkheim estaba preocupado por el
desequilibrio social generado por las actividades económicas egoístas y
por una división del trabajo forzada y anómica. La principal propuesta
práctica de Durkheim, la formación de grupos ocupacionales públicos, que
desarrolló en El suicidio, en el prefacio a la segunda edición de La división
del trabajo social, y, sobre todo, en su curso sobre Ética profesional y
moral pública, era pues, lógicamente, un intento para enfrentarse con la
situación de la economía.
En 1896, Durkheim escribió a su amigo y colega Bouglé: «Cuando
comencé hace quince años, creí que iba a encontrar [entre los
economistas] la respuesta a las cuestiones que me preocupaban. He
perdido varios años y no he sacado nada de ellos excepto lo que se puede
aprender de una experiencia negativa»[80]. ¿Cuál habría de ser, en este
caso, la naturaleza de la nueva ciencia social de la sociología tal como
surgió de la crítica sociológica de la economía política?
Max Weber es, sin duda, uno de los más grandes intelectuales occidentales
del siglo. En combinación poco común, Weber unía una enorme erudición,
gran poder teórico y sutileza de pensamiento, e interés por algunos de los
problemas políticos y culturales fundamentales de su tiempo. A menudo,
se considera a Weber como un «Marx burgués», en acertada
caracterización tanto por lo que respecta a su altura intelectual como a su
posición de clase. Weber fue un burgués muy consciente de su clase. Al
oponerse a las ideas social-reformistas y algo ingenuas de su amigo
Friedrich Naumann, Weber se refirió a su propia posición diciendo
«nosotros, los burgueses»[154(ref)]. En el congreso de la Asociación
Evangélico-Social de Naumann —celebrado en Erfurt cinco años después
de que la socialdemocracia alemana hubiera adoptado allí, en 1891, su
propio «programa de Erfurt» marxista— Weber había declarado: «Sólo es
posible optar entre el apoyo a la clase burguesa o a la clase agrario-feudal.
La socialdemocracia, con su campaña contra la sociedad burguesa, sólo ha
preparado el camino a la reacción»[155(ref)].
Weber y Marx dedicaron la mayor parte de su energía intelectual al
estudio del capitalismo, y ambos se dedicaron políticamente a elevar la
autoconciencia de sus clases respectivas y a combatir las ilusiones de
armonía y conciliación, aunque al mismo tiempo respetaron a los
representantes convencidos de la clase enemiga[156(ref)].
La yuxtaposición de Marx y Weber podría llevarse todavía algo más
lejos, si se consideran los diferentes tiempos en que vivieron. Al contrario
que Ricardo y que Marx, Weber vio que la economía capitalista conducía a
la lucha por el poder mundial (Weltmachststellung[157(ref)]). A diferencia
de Saint-Simon y de Marx, Weber estaba enormemente preocupado por la
relación entre la acción y el liderazgo político concretos y las tendencias
generales de la evolución social. En estos dos importantes aspectos, Weber
puede compararse a Lenin. En cierto sentido podría decirse que Weber y
Lenin son «el Marx burgués y el proletario» de la era del imperialismo. El
imperialismo fue para ambos un rasgo central de su tiempo: para Weber,
en cuanto defensor del imperialismo alemán; para Lenin, en cuanto
combatiente contra el imperialismo, «fase superior del capitalismo»[158].
Los problemas que Weber intentó encauzar con su noción de liderazgo
carismático, Lenin los abordó con su teoría del partido revolucionario y de
la coyuntura política[159(ref)]. Que el estudioso de El desarrollo del
capitalismo en Rusia se convirtiera después en el organizador de una
revolución, mientras el estudioso del desarrollo del capitalismo en Prusia
Oriental terminaba por escribir un tratado de sociología, se debe sin duda a
la diferencia entre un intelectual burgués y otro proletarizado.
Max Weber puede estudiarse en un marco comparativo muy amplio, no
sólo en relación con Marx o Lenin, sino también en relación, por ejemplo,
con el liberalismo y el nacionalismo alemán, con la Kulturkritik
contemporánea, con Nietzsche, y se le ha estudiado desde todos esos
ángulos[160(ref)]. Ante la amplitud de las preocupaciones de Weber y del
interés que a Weber se ha dedicado, es preciso insistir desde ahora en el
limitadísimo objetivo del análisis que sigue. Su finalidad no es dar cuenta
de la formación del pensamiento de Weber, y ni siquiera de la formación
de su pensamiento social. Lo único que nos interesa aquí es la formación
de la concepción de sociología de Weber.
¿Qué hizo de Weber específicamente un sociólogo, aparte de ser un
brillante historiador, un destacado intelectual de la Alemania guillermina,
etc.? A pesar de la inmensa literatura que existe sobre Weber y del gran
interés que se le ha dedicado en las actuales revisiones y reorientaciones
de la sociología, la respuesta todavía no está nada clara. Ese es el
problema que abordaremos aquí.
9. La reacción historicista
Una vez que hubieron roto con el mundo teórico heredado del idealismo
hegeliano, el humanismo feuebarchiano y el utilitarismo anglofrancés,
Marx y Engels comenzaron a desarrollar su nueva teoría de la sociedad. El
nuevo patrón de determinación social, el sistema de regularidades en el
mundo real que descubrieron y captaron con la producción de su nuevo
sistema conceptual, está sucintamente resumido en el famoso prefacio de
Marx a la Contribución a la crítica de la economía política: «En la
producción social de su vida, los hombres contraen determinadas
relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de
producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus
fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de
producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real
sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que
corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de
producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social,
política y espiritual en general»[114(ref)].
¿Qué significan estos nuevos conceptos de fuerzas y relaciones de
producción? ¿A qué se refieren? La respuesta no es sencilla ni fácil de
encontrar. Marx y Engels no definieron sistemáticamente sus conceptos ni
los utilizaron de forma continua, ni siquiera después de que la nueva teoría
hubiera madurado. En un sentido amplio, su significado es claro. «Fuerzas
de producción» designa el nivel de desarrollo económico, y «relaciones de
producción» incluye, al menos, la distribución de los medios de
producción. Pero ¿qué quiere decir Marx cuando subraya que el capital es
una relación de producción? ¿Cómo se relaciona el concepto de fuerza de
producción con la productividad? ¿Cómo se explica que las fuerzas de
producción puedan tener un carácter más o menos social, y de qué forma
están ligadas las relaciones de producción a la explotación y a la propiedad
jurídica? En la medida en que el marxismo pretende ser una teoría
científica surgen inevitablemente cuestiones de este tipo. En este apartado
intentaremos contribuir a la clarificación de los conceptos fundamentales
del materialismo histórico y de su interrelación sistemática.
Aunque la inmensa literatura secundaria sobre Marx y Engels ha
concedido, en general, escasa atención a este problema de la clarificación
conceptual, en la serie de trabajos inspirados por Althusser ha ocupado un
lugar prioritario. Aparte del propio Althusser[115(ref)], han aportado
importantes contribuciones, sobre todo, Etienne Balibar, Charles
Bettelheim, Nicos Poulantzas y Pierre-Philippe Rey[116(ref)]. A pesar de su
gran importancia (también para el presente estudio) estas contribuciones
plantean, sin embargo, ciertas dificultades para una comprensión de Marx
y Engels. La mayoría de ellas intentan también desarrollar, a menudo en
contextos de controversia actual, los conceptos básicos del materialismo
histórico, sin distinguir claramente entre esta tarea y la más modesta de
clarificación. Aquí nos limitaremos a esta última. Y como nuestro estudio
se centra en la formación del materialismo histórico, se dedicará una
atención considerable a la aparición de los nuevos conceptos en el discurso
marxiano. De esta forma esperamos aclarar ciertas ambigüedades y
cambios de sentido, y presentar la unidad característica del discurso sin
liquidar por decreto los problemas de interpretación. Este estudio también
se diferencia de las obras antes mencionadas en su marco del análisis, que
postula la búsqueda de un patrón de determinación social como objeto de
las investigaciones científicas de Marx y Engels, y en los resultados
esenciales de su clarificación conceptual, sobre todo en el caso de las
relaciones de producción. No entraremos, sin embargo, salvo en casos
contados, en una crítica de la literatura interpretativa existente. Una vez
dadas las referencias, queda al alcance de todos comparar y criticar las
diferencias.
introducción: «En vista de que, según su fantasía, las relaciones entre los
hombres […], sus trabas y sus barreras, son otros tantos productos de su
conciencia, los neohegelianos formulan consecuentemente ante ellos el
postulado moral de que deben trocar su conciencia actual por la conciencia
humana, crítica o egoísta [esta última se refiere a Max Stirner], derribando
con ello sus barreras. Este postulado de cambiar de conciencia viene a ser
lo mismo que el de interpretar de otro modo lo existente […] Pero se
olvidan de añadir que a esas frases por ellos combatidas no saben oponer
más que otras frases y que, al combatir solamente las frases de este
mundo, no combaten en modo alguno el mundo real existente»[124(ref)]. La
«sociedad civil» comprende ahora «todo el intercambio material de los
individuos en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas
productivas»[125(ref)]. En el Manifiesto comunista las bases del capitalismo
competitivo se definen expresamente de acuerdo con la nueva teoría: «los
medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la
burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto
grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las
condiciones en las que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la
organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en
una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder
a las fuerzas productivas ya desarrolladas […]. Era preciso romper esas
trabas, y se rompieron. En su lugar se estableció la libre concurrencia con
una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación
económica y política de la clase burguesa»[126(ref)].
El concepto de fuerzas de producción forma parte de una pareja
conceptual: fuerzas y relaciones de producción. Estas corresponden a
aquéllas o bien están en contradicción con ellas. Las fuerzas de producción
no se consideran, pues, directamente relacionadas con las relaciones
sociales en general, sino sobre todo con las relaciones económicas de
producción, a las que están consagrados principalmente los estudios de
Marx. El concepto designa la base objetiva —no arbitrariamente subjetiva
o voluntarista— de ciertas relaciones de producción y de ciertas
transformaciones de las relaciones de producción dominantes. Ya hemos
señalado que, para Marx, el fundamento de las relaciones de producción
correspondía a un determinado nivel de desarrollo de las fuerzas de
producción. La aparición de una contradicción entre ambas ofrece la base
para los cambios de la estructura fundamental de la sociedad. Por emplear
de nuevo las palabras del famoso prefacio: «Al llegar a una determinada
fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad
chocan con las relaciones de producción existentes […]. De formas de
desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en
trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social»[127].
Como nuestro estudio trata de sociología y de materialismo histórico,
es preciso señalar en este momento que esta teoría de la fundamentación
tecnológica de las relaciones sociales y del cambio social fundamental es
completamente distinta de la teoría sociológica del «retraso cultural», que
durante varias décadas desarrolló el sociólogo americano William
Ogbum[128(ref)]. Ogburn había leído a Marx y afirmaba que su teoría
procedía de lo que podría denominarse una lectura utilitario-freudiana de
Marx. En su interpretación, la fuerza que dirigía la historia era el interés
económico disfrazado; sin embargo, para Ogburn, «en la causación social,
el factor disfraz […] [se revela muy pronto] menos importante que el
factor tiempo»[129(ref)]. Así, pues, Ogburn se centró en los diferentes
tempos del cambio y en los desajustes que causaban en las diferentes
partes del mundo de la «cultura», construido por el hombre. En la sociedad
moderna, los inventos tecnológicos se producían habitualmente antes que
los cambios en las demás áreas de la cultura, que se quedaban atrás, y esto
desembocaba en un creciente desajuste cultural, hasta que la cultura se
adaptaba al cambio tecnológico. Estas adaptaciones o reajustes tardíos
constituían «retrasos culturales».
La teoría del retraso cultural se refiere al orden cronológico de los
acontecimientos y concibe la tecnología como una serie de «inventos». La
teoría marxista, de la que forma parte el concepto de fuerzas productivas,
se ocupa sobre todo de la interrelación de las diferentes estructuras y
procesos de la sociedad humana, y trata a la tecnología principalmente
como un proceso de producción material, que permite y exige (con objeto
de funcionar eficazmente) determinadas relaciones económicas y de otro
tipo[130]. Las fuerzas de producción constituyen, pues, las condiciones de
existencia de las correspondientes relaciones de producción. Los análisis
económicos de El capital están directamente relacionados con los análisis
de los procesos de trabajo. Marx presenta, por ejemplo, una detallada
exposición de la forma en que el dominio del capital se relaciona con la
tecnología de la máquina por oposición a la artesanía[131(ref)].
Sin la subordinación del obrero a la maquinaria fabril, «la subsunción
del trabajo al capital» sólo es «formal» y no «real»[132(ref)].
Las fuerzas de producción no tienen, por sí mismas, un ritmo de
desarrollo independiente y más rápido que las convierta en punta de lanza
del desarrollo histórico. Al contrario, uno de los puntos fundamentales del
análisis marxiano es que el ritmo de las fuerzas de producción depende de
las relaciones de producción. Las relaciones capitalistas de producción se
distinguen por empujar hacia el desarrollo de las fuerzas productivas[133].
Las contradicciones entre las fuerzas y las relaciones de producción, su
creciente desajuste mutuo, no surgen a causa del desarrollo más rápido de
las primeras, sino porque, más allá de cierto punto, el específico desarrollo
de las fuerzas productivas inducido por las relaciones de producción
dominantes comienza a ser autodestructivo. En el capitalismo, el resultado
son las crisis periódicas de superproducción. El desarrollo posterior de las
fuerzas productivas se hace cada vez más dependiente de condiciones
exteriores a la empresa capitalista individual, y el volumen de la
producción exige unos recursos crecientes que exceden los del capitalista
privado, aunque la elasticidad del capitalismo se extienda con el desarrollo
del sistema de crédito y de las sociedades anónimas y con el apoyo del
Estado a la empresa privada[134(ref)].
Hay, finalmente, una tercera diferencia básica entre la teoría del
retraso cultural, elaborada en términos de «causalidad lineal» e interesada
por el orden cronológico de los inventos, y el materialismo histórico, con
su «causalidad estructural» que, en este caso, pone de manifiesto los
modos en que las estructuras tecnológica y económica se determinan
mutuamente. Ogburn ha resumido su teoría de la evolución de la siguiente
forma: «¿Cuáles son los factores que explican la evolución social? Son
cuatro: el invento, la acumulación, la difusión y el ajuste». Y en una nota
al pie añade: «De esos cuatro factores, el más importante es el
invento…»[135(ref)]. La lacónica réplica marxista a esta afirmación es: «La
historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la
historia de las luchas de clases»[136(ref)]. Esto es, el nivel y el desarrollo de
las fuerzas productivas son eficaces en la medida en que, junto con las
relaciones de producción, proporcionan el escenario y los actores del
drama de la vida social (en las sociedades de clases, el teatro de la lucha
de clases). La distinción de Marx entre base y superestructura no entraña
una base que avanza autónomamente y a la que se ajusta de forma tardía la
superestructura, sino, por una parte, la contradicción estructural o falta de
ajuste dentro de la base —entre las relaciones y las fuerzas de producción
— y, por otra parte, las formas en las que el hombre se hace consciente de
ello y lucha por resolverlo: «Cuando se estudian esas revoluciones, hay
que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las
condiciones económicas de producción, y que pueden apreciarse con la
exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas
en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por
resolverlo»[137(ref)].
El específico desarrollo de las fuerzas de producción por las relaciones
capitalistas de producción afecta, por ejemplo, a las relaciones de fuerza y
poder, tanto ideológicas como materiales, entre la burguesía y el
proletariado. Contra una clase capitalista que aumenta en riqueza y
disminuye en número, se afirma la clase obrera explotada, «una clase cuyo
número aumenta de manera constante y que es disciplinada, unida y
organizada por el mecanismo mismo del proceso capitalista de
producción»[138(ref)].
La importancia que Marx concedía a la tecnología y a las relaciones
técnicas estaba relacionada, como él mismo señaló, con su «concepción
del hombre»: «la tecnología pone al descubierto el comportamiento activo
del hombre con respecto a la naturaleza, el proceso de producción
inmediato de su existencia, y con esto, asimismo, sus relaciones sociales
de vida y las representaciones intelectuales que surgen de ellas»[139(ref)].
El abismo que existe entre el marxismo y la concepción tecnomática
de la evolución, de Ogbum, que también expresa «la conducta activa del
hombre hacia la naturaleza» es una advertencia acerca de las limitaciones
y azares que resultan de analizar la teoría social en términos tan generales.
3. La transformación de un concepto
Hasta ahora sólo hemos presentado los conceptos más fundamentales del
nuevo patrón de determinación social; pero ¿cómo funciona ese patrón en
cuanto teoría explicativa? Esta pregunta plantea el complicadísimo
problema de la dialéctica. Las cuestiones de filosofía quedan básicamente
fuera del alcance de este estudio. Sin embargo, es oportuno investigar el
papel que el método dialéctico y la interpretación del carácter dialéctico
de la realidad han desempeñado en la constitución del materialismo
histórico. ¿Cuál es la relación entre la dialéctica y la fundación de esta
nueva ciencia? Dado su carácter central en la tradición marxista, desde
Marx y Engels en adelante, la cuestión no puede eludirse, por más que
aquí no se pretenda entrar en un estudio de la filosofía dialéctica y no
dialéctica.
La cuestión de la dialéctica se ha tratado de muchas y conflictivas
maneras que podrían reducirse a dos clases principales, cada una de ellas
con un gran número de diferentes subgrupos e individuos. De acuerdo con
una de ellas, la ciencia y la dialéctica, de una u otra forma, se oponen,
mientras que, para la otra, el materialismo histórico como ciencia es
precisamente un ejemplo o una aplicación de la dialéctica. En la primera
clase de respuestas hay lógicamente tres posiciones principales. Una de
ellas, representada sobre todo por la socialdemocracia revisionista,
rechaza la dialéctica por ser un obstáculo metafísico para una ciencia de la
sociedad y la historia[207(ref)]. En el polo opuesto, la ciencia se suprime y
se mantiene la dialéctica. La llamada Escuda de Francfort ha sido un
destacado exponente de esta posición anticientífica, especialmente en
obras como La dialéctica de la Ilustración, de Horkheimer y Adorno, y
más recientemente, El hombre unidimensional, de Marcuse[208(ref)]. Dentro
de la primera clase, también es posible defender que la ciencia y la
dialéctica tienen idéntico valor. La idea de que la teoría marxista de la
sociedad comprende dos discursos diferentes, pero de igual importancia,
uno científico y otro dialéctico, ha encontrado quizá en el filósofo
marxista italiano, Lucio Colletti, su defensor más sólido[209(ref)]. Por otra
parte, en la tradición marxista-leninista, de Lenin a Mao Tse-tung, en la
actual filosofía soviética y del Este de Europa y en el comunismo
occidental, la ciencia se considera como dialéctica aplicada[210]. Un
subplanteamiento de esta segunda clase, común en la filosofía gauchiste y
gauchisant de Europa continental, es la posición de que la dialéctica sólo
existe en las ciencias humanistas, históricas, en cuanto opuestas a los
estudios naturalistas de la sociedad y de la naturaleza. Lukács tomó esta
posición en Historia y consciencia de clase[211(ref)], y en fecha más
reciente ha sido adoptada, entre otros, por Sartre[212(ref)].
No puede haber duda de que, por lo que se refiere al discurso explícito
de Marx y Engels, el segundo tipo, en su variante marxista-leninista, es la
única interpretación correcta de los fundadores. Marx dejó claro, en su
epílogo a la segunda edición de El capital, que consideraba su análisis
científico del capitalismo como un ejemplo de método dialéctico. También
es evidente que nunca lo consideró como algo opuesto al análisis
científico-natural. Marx citó con aprobación la siguiente frase como una
«certera» exposición de su propio método dialéctico: «Marx concibe el
movimiento social como un proceso de historia natural, regido por leyes
que no sólo son independientes de la voluntad, la conciencia y la intención
de los hombres, sino que, por el contrario, determinan su querer,
conciencia e intenciones»[213]. Ciertamente, esto está muy lejos de, por
ejemplo, la antropología dialéctica verstehende del proyecto humano de
Sartre.
¿Qué se pretende al decir que el materialismo histórico en cuanto
ciencia es la dialéctica en acción? La dialéctica de Hegel fue una de las
coordenadas teóricas en el desarrollo del materialismo histórico. Merece
la pena destacar, sin embargo, que la importancia de Hegel a este respecto
no es que ofreciera el punto del que partió el nuevo análisis materialista de
la historia y del que después se distanció cada vez más. La dialéctica de
Hegel no es tan importante en las primeras anticipaciones de la nueva
teoría social en La ideología alemana como en el detallado desarrollo que
hace Marx, a partir de finales de la década de 1850, de su nuevo método de
explicación y análisis científicos. En enero de 1858, Marx escribió a
Engels: «En el método del tratamiento el hecho de que, por mero
accidente, volviese a ojear la Lógica de Hegel, me ha sido de gran
utilidad»[214(ref)]. La dialéctica de Marx, sin embargo, es naturalista y se
emplea en el estudio de las leyes del movimiento histórico, mientras que
para Hegel, «el reino de las leyes contiene sólo el contenido simple,
carente de variaciones, pero vario, del mundo existente», cuyo
movimiento y cambio sólo podría comprenderse por medio del
pensamiento dialéctico no sujeto a las leyes[215(ref)].
El autor de El capital consideraba, ciertamente, «la contradicción
hegeliana [como] fuente de toda dialéctica»[216(ref)]. La constitución de
una ciencia dialéctica habría de ser, sin embargo, algo muy diferente a la
mera aplicación de las famosas proposiciones de Hegel: «Todas las cosas
son contradictorias en sí mismas»; «la contradicción es […] la raíz de todo
movimiento y de toda vida; sólo en la medida en que una contradicción es
intrínseca a una cosa, ésta se mueve, tiene impulso y actividad»[217(ref)].
En sí misma, la tesis de la universalidad de la contradicción y él
movimiento es una mera Weltanschauung apriorista y externa a la
investigación científica a la que, en el peor de los casos, se asigna el
simple papel de proporcionar ilustraciones arbitrarias al filósofo
dialéctico, mientras que, en él mejor, la dialéctica puede funcionar como
un provechoso instrumento heurístico: en la investigación científica hay
que salir a la búsqueda de las contradicciones y el cambio. En este último
sentido, la dialéctica puede servir también como una guía útil y práctica
para la vida diaria, pero todavía queda por demostrar la función de la
dialéctica en la constitución del materialismo histórico como ciencia, en
su sistema de conceptos y proposiciones. Para hacer esto, es necesario
explicar de qué forma puede decirse que el patrón de determinación social
descubierto y producido por el materialismo histórico tiene un carácter
dialéctico y —si la dialéctica no ha de reducirse a una vacía
generalización— de qué forma el materialismo histórico difiere de las
ciencias sociales no dialécticas, de la economía y la sociología.
A partir del epílogo a la segunda edición de El capital podemos
alcanzar una concepción mínima de lo que significaba la dialéctica, para el
fundador del materialismo histórico, en cuanto contribución a la
constitución de la nueva ciencia. Recordemos antes, sin embargo, el
párrafo de la recensión de El capital escrita por Illarion Kaufmann[218] y
que el propio Marx certificó como una certera presentación de su método
dialéctico: «Para Marx, sólo una cosa es importante: encontrar la ley de
los fenómenos en cuya investigación se ocupa. Y no sólo le resulta
importante la ley que los rige cuando han adquirido una forma acabada y
se hallan en la interrelación que se observa en un período determinado.
Para él es importante, además, y sobre todo, la ley que gobierna su
transformación, su desarrollo, vale decir, la transición de una forma a otra
forma, de un orden de interrelación a otro […] Pero, se dirá, las leyes
generales de la vida económicas son unas, siempre las mismas, siendo de
todo punto indiferente que se las aplique al pasado o al presente. Es esto,
precisamente, lo que niega Marx […] En su opinión, por el contrario, cada
período histórico tiene sus propias leyes […] Es más: exactamente el
mismo fenómeno está sometido a leyes por entero diferentes debido a la
distinta estructura general de aquellos organismos (sociales), a la
diferenciación de sus diversos órganos, a la diversidad de las condiciones
en que funcionan […] El valor científico de tal investigación radica en la
elucidación de las leyes particulares que rigen el surgimiento, existencia,
desarrollo y muerte de un organismo social determinado y su reemplazo
por otro, superior al primero»[219(ref)].
Es preciso señalar, a continuación, lo que el propio Marx dice de la
dialéctica en su forma desmistificada y racional, esto es, no hegeliana: «en
la intelección positiva de lo existente incluye también, al propio tiempo, la
inteligencia de su negación, de su necesaria ruina; porque concibe toda
forma desarrollada en el fluir de su movimiento, y por tanto sin perder de
vista su lado perecedero». Este reconocimiento se impone a aquellos a
quienes la dialéctica escandaliza por «el movimiento contradictorio de la
sociedad capitalista […] [a través de las crisis que] por la universalidad de
su escenario y la intensidad de sus efectos atiborrará[n] de dialéctica hasta
a los afortunados advenedizos del nuevo Sacro Imperio prusiano-
germánico»[220(ref)].
Aquí no se dice nada en torno al hombre, el sujeto-objeto, la
totalización, la praxis y otros conceptos tan queridos a los dialécticos de
última hora. En lugar de ello encontramos: contexto o totalidad,
contradicción y negación, movimiento o proceso, cambio cualitativo y
también procedimiento científico en general, búsqueda de leyes y estudio
de su actuación por medio de la investigación empírica. («No bien ha
descubierto esa ley, [Marx] investiga circunstanciadamente los efectos a
través de los cuales se manifiesta en la vida social. Conforme a ello, Marx
sólo se empeña en una cosa: en […] comprobar, de manera inobjetable, los
hechos que le sirven de puntos de partida y de apoyo […] La crítica habrá
de reducirse a cotejar o confrontar un hecho no con la idea sino con otro
hecho»[221]). ¿Cómo caracteriza, pues, la dialéctica, en este sentido
mínimo, la combinación de relaciones y fuerzas de producción como
patrón de determinación social?
El principio de totalidad significa ante todo que el materialismo
histórico estudia a los hombres en sociedad, entendida ésta como entidad
siempre ya dada, a diferencia de todas las «robinsonadas» individualistas
que intentan «fundamentar» una teoría social en las reflexiones sobre la
conducta, el cambio, la elección, etc., individuales. «Individuos que
producen en sociedad, o sea, la producción de los individuos socialmente
determinada: este es naturalmente el punto de partida. El cazador o el
pescador solos y aislados, con los que comienzan Smith y Ricardo,
pertenecen a las imaginaciones desprovistas de fantasía que produjeron las
robinsonadas dieciochescas»[222(ref)]. Pero «totalidad» en el discurso
marxista significa mucho más que esto. Marx hace un uso muy específico
de esta categoría, que aquí está destinada a aclarar no sólo la
determinación de las partes por el todo, sino también y sobre todo, la
mutua determinación e interacción de las diferentes partes del todo. «En
todas las formas de sociedad existe una determinada producción que
asigna a todas las otras su correspondiente rasgo e influencia, y cuyas
relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el rango y la influencia».
Mientras que en la Edad Media feudal, por ejemplo, el capital no sólo
estaba dominado por la propiedad de la tierra sino que él mismo tenía un
«carácter de propiedad de la tierra», en la sociedad burguesa ocurre todo lo
contrario. «El capital es la potencia económica, que lo domina todo, de la
sociedad burguesa. Debe constituir el punto de partida y el punto de
llegada, y debe considerársele antes que la propiedad de la tierra. Una vez
que ambos hayan sido considerados separadamente, deberá examinarse su
relación recíproca»[223(ref)].
Este concepto específicamente marxista de totalidad se desarrolla con
más amplitud en el análisis que hace Marx de la producción, da
distribución, el intercambio y el consumo como «las articulaciones de una
totalidad», mutuamente interrelacionados, y cuyo elemento determinante
es la producción[224(ref)] y, de forma más general, en la relación entre base
y superestructura, esto es, entre las fuerzas y relaciones de producción y
las estructuras políticas e ideológicas de la sociedad (véase más adelante).
Como los anteriores ejemplos de una totalidad determinante están
desarrollados más clara y explícitamente por el propio Marx, es
importante observar que el tipo de determinación de que se trata es
idéntico al del problema más complejo de base y superestructura.
ABREVIATURAS
REVISTAS
American Journal of Sociology
L’Année Sociologique
Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik
Revue Internationale de Sociologie
Rivista Italiana di Sociología
ÍNDICE DE NOMBRES
Addams, Jane
Adorno, Theodor
Alberti, Leon Battista
Althoff (Secretario prusiano de Enseñanza Superior)
Althusser, Louis
American Economic Association
American Journal of Sociology
American Social Science Association
American Sociological Association
American Sociological Society
Anderson, Perry
L’Année Sociologique
Annenkov, P. V.
Aquino, Tomás de
Archiv für Sozialwissenschaft und Socialpolitik
Aristarco de Samos
Aristóteles
Aron, Raymond
Aruga, Nagao
Babeuf, François Noël
Bachelard, Gaston
Bakunin, Mijail
Balibar, Etienne
Balzac, Honoré de
Barbon, Nicholas
Barnard, F. M.
Bauer, Bruno
Becker, Carl Heinrich
Beesly, Edward
Beetham, David
Belgian Society of Sociology
Ben-David, Joseph
Benes, Eduard
Bentham, Jeremy
Berelson, Bernard
Bernal, J. D.
Bernard, Claude
Bernstein, Eduard
Bettelheim, Charles
Bichat, Xavier
Black, Joseph
Blanqui, Adolfo
Blau, Peter
Blaug, Mark
Bodin, Jean
Boisguillebert, Pierre Le Pesant, señor de
Boite, Frederic
Bonald, A-G. de
Booth, Charles
Borkenau, Franz
Bossuet, Jacques Bénigne
Bouglé, Célestin
Bourgin, Hubert
Bousquet, G. H.
Bramson, I.
Brecht, Bertolt
Brentano, Lugo
Brinton, Crane
Broglie, duque de
Buckle, George Earle
Bujarin L.
Bunge, Mario
Burckhardt, Jacob
Burgess, E.
Burke, Edmund
Bums, Robert
Butterfield, Herbert
Cabanais, George
Cabet, Etienne
Canguilhem, George
Cannan, E.
Cantillon, Richard
Carlyle, Thomas
Carnegie, Andrew
Casimir-Périer, Jacques
Cavaillès, Jean, cartismo
Child, Josiah
Cicerón, Marco Tulio
Cipolla, Carlo
Clarke, John Bates
Cochrane, Andrew
Colletti, Lucio
Commons, John
Communist Correspondence Committees
Comte, Auguste
Concordia
Condorcet, Marqués de
Cooley, Charles
Coser, Lewis
Court, Pieter de la
Croce, Benedetto
Cuvier, Georges
Dahlmann, historiador
Dahrendorf, Ralf
Dalton, John
Darwin, Charles
De Roberty, Evgeni
Deila Volpe, Galvano
Deutsche Gesellschaft für Soziologie
Dezami (communista francés)
Dilthey, Wilhelm
Disraeli, Benjamin, conde de Beaconsfield
Dobb, Maurice
Downs, Anthony
Dreyfus, asunto
Droz, Jacques
Du Pont de Nemours, Pierre Samuel
Durkheim, Émile
Eden, Sir Frederich Morton
Edgeworth
Eichhorn, Johann Gottfried
Einstein, Albert
Ellwood, Charles
Ely, Richard
Encyclopaedia of the Social Sciences
Engels, Friedrich
Escuela de Francfort
Escuela Histórica del Derecho
Espinas, A.
Fabian Society
Federico Guillermo IV, rey de Prusia
Ferguson, Adam
Ferri, Enrico
Ferry, Jules
Feuerbach, Ludwig
Feyerabend, Paul
Fichte, Johann Gottlieb
Filmer, Sir Robert
Finley, M. I.
Fletcher, Ronald
Foucault, Michel
Frank, A. Gunder
Franklin, Benjamin
Freud, Sigmund
Friedrichs, Robert
Frisch, R.
Galbraith, John Kenneth
Galiani, Fernando
Galileo
Gans, F.
Garegnam, P.
Gay, Peter
George, Stefan
Gerth, Hans
Gibbon, Edward
Giddings, Franklyn
Gierke, Otto
Gillespie, Charles
Giolitti, Millerand
Gladstone, William Ewart
Gobineau, Joseph Arthur, conde de
Goethe, Johann Wolfgang von
Goffman, Erving
Goodfield, June
Gouldner, Alvin
Graduate Sociological League of the University of Chicago
Gramsci, Antonio
Gravina (filósofo napolitano)
Greef, Guillaume de
Grimm, hermanos
Guillemin, Henri
Guizot, P.-G.
Gumplowicz, Ludwig
Gurvitch, George
Häckel, Ernst Heinrich
Haller, Paul
Hardie, Keir
Harrington, James
Harrison, Frederick
Hegel, Friedrich
Heidegger, Martin
Heinzen, Karl
Helvetius, Claude Adrien
Henderson, Lawrence
Herder, Johann Gottfried
Herkner, Heinrich
Hertz, Robert
Herwegh, Georg
Hess, Moses
Hildebrand, Bruno
Hill, Christopher
Hobbes, Thomas
Hobhouse, T.
Hodgskin, Thomas
Hofstadter, Richard
d’Holbach, Baron
Homans, George
Honigsheim, Paul
Horkheimer, Max
Horner, Francis
Hughes, Stuart
Hugo, Gustavo
L’Humanité
Hume, David
Husserl, Edmund
Hutcheson, Francis
Huxley, T. H.
Hyndman, H. E.
Institut International de Sociologie
The Insurgent Sociologist
Introduction to the Science of Technology
Jaffé, W.
Jaspers, Karl
Jaurès, Jean, Jevons, Stanley
Johansson, Ingvar
Jóvenes hegelianos
Juan de Salisbury
Junta de Sociólogos Chicanos
Kant, Immanuel
Kaufman, Illarion
Kaufmann, Walter
Kautsky, Karl
Keynes, John Maynard
Knies, Karl
Knight, Frank
Korsch, Karl
Kovalevsky, Maxim
Koyré, Alexandre
Kraepelin, Emil
Kuhn, Thomas
Kuznets, Simon
La Follette, Robert Marion
Laffitte, Jacques
Lakatos, L.
Lalande, A.
Lamarck, Jean Batiptes
Lavoisier, Antoine Laurent
Lazarsfeld, Paul
Le Bon, Gustave
Le Play, Frédéric
Lecourt, Dominique
Lenin. V. I.
Lenski, Gerhard
Lévi-Strauss, Claude
Lichtenberger, André
Liga de Comunistas
Liga de los Justos (emigrados alemanes)
Lilienfeld, Paul von
Linné, Carl von
Lipset, Seymour
Locke, John
Lombroso, Cesare
Loria, Achille
Luis Bonaparte, Emperador de Francia
Luis Felipe, rey de Francia
Luis XVI, rey de Francia
Lubbock, John
Lukács, George
Lyell, G.
Mably, Gabriel Bonnet, de
Machado, B.
McPherson, C. B.
Maine, Sir Henry
Maistre, Joseph de
Malesherbes, Chrétien Guillaume de Lamoignon de
Malon, Benoit
Malthus, Thomas Robert
Malynes, Gerald
Mandel, Ernest
Mannheim, Karl
Mao Zedong
Maquiavelo, Niccolo
Marcuse, Herbert
Marshall, Alfred
Marx, Karl
Masaryk, Thomas
Mauss, Marcel
Mayo, Elton
Médicis, Lorenzo de
Meisel, James
Mendel, Gregor Johann
Menger, Carl,
Meslier (sacerdote revolucionario)
Meyer, Eduard
Michels, Robert
Mijailovski, K. N.
Mill, James
Mill, John Stuart
Millar, John
Mills, C. Wright
Mirabeau, Victor Riqueti, marqués de
Misseiden, Edward
Mommsen, Wolfgang
Montesquieu, Charles de Secondat
Morelly
Mosca, Gaetano
Mun, Thomas
Mussolini, Benito
Napoleón Bonaparte
Nasse, Profesor
National Caucus of Black Sociologists
Naumann, Friedrich
Nemours, Dupont de
Die Neue Zeit,
New Moral World,
Newsletter,
Newton, Isaac
Nicholas, Zar
Niebuhr, Barthold Georg
Nietzsche, Friedrich
Nisbet, Robert
North, Dudley
Northern Star,
Novikov, J.
Nuti
Oberschall, Anthony
Ogburn, William
Olson, Marcur
Oppenheimer, Franz
Ostrogorsky, Moisei
Ostwald, Wilhelm
Owen, Robert
Parent-Duchatelet, Alexandre
Pareto, Vilfredo
Paris, Robert
Park, Robert
Parsons, Talcott
Pasinetti, L. L.
Patten, Simon
Pecheux, M.
Périer, Casimir
Petry, Frank
Petty, William
Pigou, Charles
Platon
Plejánov, G.
Poincaré, Raymond
Polanyi, Karl
Political Economy Club, London
Pompadour, Mme. de
Popper, Karl
Poulantzas, Nicos
Priestley, Joseph
Primer Congreso Internacional de Sociología (1894)
Primera Internacional
Proudhon, Pierre Joseph
Quesnay, François
Ranke, Leopold von
Rapaport, David
Rashid Pasha
Ratzenhofer, Gustav
Rex, John
Rey, Pierre Philippe
Reynolds, Larry y Janice
Ricardo, David
Rickert, Heinrich
Rivière, Mercier de la
Robbins, Lionel
Robertson, William
Robespierre, Maximilien de
Robinson, Joan
Roethlisberger, Fritz
Roscher, Wilhelm
Ross, Edward
Roth, Guenther
Rousseau, Jean Jacques
Rowntree, Seebohm
Royal Economic Society
Ruge, Arnold
Rutenberg, Adolph
Rutherford, Ernest
Sage, Russel
Saint-Simon, Henri de Rouvroy, conde de
Samuelson, Paul
Sartre, Jean-Paul,
Savigny, Friedrich Carl von
Say, Jean-Baptiste
Say, Léon
Schafer, Dietrich
Schäffle, Albert
Scheele, Karl Wilhelm
Schlegel hermanos
Schmidt, Gustav
Schmoller, Gustave
Schulz, Wilhelm
Schumpeter, Joseph
Schwarzschild, Leopold
Schwendinger, Hermand y Julia
Scott, Walter
Seeman, Melvin
Select Society Edinburgh
Selznick, Philip
Senior, Nassau
Shaw, George Bernard
Shils, Edward
Sieyès, Abbé
Sighele, Scipio
Simiand, François
Simmel, Georg
Sinclair, Upton
Sismondi, Jean Charles Simonde de
Small, Albion
Smelser, Neil
Smith, Adam
Sociologists for Women in Society
Sociology Liberation Movement
Sombart, Werner
Sonnenfels, Joseph von
Sorel, George
Sorokin, P.
Spann, Othmar
Spencer, Herbert
Spengler, Oswald
Spinoza, Baruch
Sraffa, Piero
Stalin, Joseph
Stammler, Rudolf
Stein, Lorenz von
Stendhal, Marie Henri Beyle
Steuart, Sir James
Stigler, George
Stirner, Max
Strauss, David
Strindberg, Johan August
Struik, Dirk
Summer, Williams Graham
Sweezy, Paul
Sybel, Heinrich von
Taine, Hippolyte Adolphe
Tekebe, Tongo
Tarde, Gabriel
Ternaux, Guillaume
Thierry, Augustine
Timasheff, Nicholas
Tinbergen, Jan
Tocqueville, Alexis de
Tönnies, Ferdinand
Tooke, Thomas
Toulmin, Stephen
Treitschke, Heinrich von
Trotsky, Leon
Tyler, Ralph
Veblen, Thorstein
Velly, Paul François
Verri, Pietro
Vico, Giambattista
Vicq d’Azyn, Félix
Villermé, Louis
Vincent, George
Virchow, Rudolf
Voltaire, François Marie Arouet
Von Below, Georg
Von Böhm, Bawerk Eugen
Von Haller, Albrecht
Von Hayek, F. A.
Von Mises, Ludwig
Von Wiese, Leopold
Von Wieser, Baron Friedrich
Vorwärts
Wagner, Adolph
Walras, Léon
Ward, Lester
Warner, Lloyd
Washington, Booker T.
Webb, Beatrice (nacida Potter)
Webb, Sidney
Weber, Max
«Weber-Fechner Law»
Weitling, Wilhelm
Wells, G. A.
Westermarck, Edward
Wickseil, Knut
Wicksteed, Philip
Wilson, Woodrow
Windelband, Wilhelm
Worms, René
Wrong, Dennis
Wundt, Wilhelm
Zeitlin, I.
Zeleny, Jindrich
INDICE DE OBRAS