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Manual de Ciencia Política y Relaciones Internacionales / Editores Fabio

Sánchez y Nicolás Liendo; autores Sergio Ángel … [et al.] – Bogotá: Universidad
Sergio Arboleda, 2020.
305 p.
ISBN: 978-958-5511-97-2 (.pdf )
1. CIENCIAS POLÍTICAS - MANUALES 2. RELACIONES INTERNACIONALES
– MANUALES I. Ángel, Sergio II. Sánchez, Fabio, comp. III. Liendo,
Nicolás, comp. IV. Título
320 ed. 22

MANUAL DE CIENCIA POLÍTICA Y RELACIONES INTERNACIONALES


© Universidad Sergio Arboleda Diseño y diagramación:
Editores Maruja Esther Flórez Jiménez
© Fabio Sánchez, Nicolás Liendo Fotografía de la Portada:
Autores Salón Libertador Simón Bolívar.
© Sergio Ángel, Rodrigo Losada, Créditos: Fotos Institucionales,
José Rivas, Diego Martínez, Organización de Estados Americanos
Patricia Muñoz, Marcela Valencia, (OEA) Washington D.C.
Fabio Sánchez, Clara Acosta, http://www.oas.org/OASpage/Photos/
Catherine Ortíz, César Niño, photo_institutional/MNBSBolivar.jpg
Mario Aller, Jaime Ariza, Universidad Sergio Arboleda
Alejandro Cardozo Calle 74 No. 14-14.
Asistente Editorial Teléfono: (571) 325 7500 ext. 2131/2260
Camilo González www.usergioarboleda.edu.co
ISBN: 978-958-5511-97-2 (.pdf) Bogotá, D.C.
doi: https://doi.org/10.22518/ Impresión:
book/9789585511972 DGP Editores.
Bogotá, D.C.
Primera edición: agosto de 2020
Fondo de Publicaciones de la
Universidad Sergio Arboleda
El contenido del libro no representa la opinión de la Universidad Sergio Arboleda y
es responsabilidad del autor.
Licencia de uso:
Esta licencia permite descargar y compartir las obras publicadas
en este libro, sin modificaciones ni uso comercial.
Capítulo II

LA REPRESENTACIÓN
POLÍTICA

Rodrigo Losada*
José Rivas**

Introducción
Desde el nacimiento del gobierno representativo en los
siglos XVII y XVIII, la representación política ha estado
estrechamente ligada a la democracia. El Parlamento in-
glés creado en el siglo XIII fue el primer órgano represen-
tativo, aunque no democrático, de la historia (Maddicott,
2010). Sin embargo, se podría decir que ya a finales del
siglo XVI comenzaron a celebrarse en Inglaterra las pri-
meras elecciones libres tras un acuerdo entre el Parlamen-
to y los aspirantes a la Corona; en este momento surgen los
primeros equipos de campaña o comités electorales que
son el germen de los partidos políticos y nace la represen-
tación política.
Todas las democracias modernas son, en la prácti-
ca, democracias representativas, es decir, cuentan con
instituciones, como el parlamento, el sistema electoral

*
Investigador Emérito. Grupo de Análisis Político (GAP), Escuela
de Política y Relaciones Internacionales, Universidad Sergio
Arboleda. Correo electrónico: rodrigo.losada@usa.edu.co
**
Profesor Asociado. Grupo de Análisis Político (GAP), Escuela
de Política y Relaciones Internacionales, Universidad Sergio
Arboleda. Correo electrónico: jose.rivas@usa.edu.co orcid.
org/0000-0002-5115-8022

47
Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

o los partidos políticos, ausentes en las democracias antiguas, sin las cuá-
les la Ciencia Política contemporánea no las llamaría democracias. Pero,
¿qué es la representación política? ¿Hay distintas concepciones de la
representación? ¿Cuáles son los principales enfoques teóricos en el estudio de
la representación? ¿Cómo es la relación entre democracia y representación?
¿A qué nos referimos cuándo hablamos de crisis de representación?
El objetivo de este capítulo es proporcionar al lector unos lineamientos
generales sobre la representación política a través de los cuáles sea capaz de
responder a todas estas cuestiones. Para ello, primero se realiza una revisión
de la literatura sobre este concepto, poniendo énfasis en su origen histórico y
en los distintos enfoques teóricos en el estudio de la representación; a continua-
ción, se profundiza en la compleja relación entre representación y democracia;
más adelante, a través del estudio de los casos de Chile y España, se aborda
la crisis de representación que experimentan las democracias actuales y que
está vinculada, en buena medida, con la crisis de los partidos políticos; por
último, siguiendo las opiniones mayoritarias de la disciplina, se plantean unas
reflexiones finales en las que se aboga por el fortalecimiento de los partidos con
el argumento de que estos llevan a cabo dos funciones esenciales para el buen
funcionamiento de la democracia representativa: de articulación de intereses
y demandas sociales, ya que ejercen de intermediarios entre la ciudadanía y
las instituciones políticas; y de salvaguardia del régimen democrático, porque
generalmente actúan como un filtro que complica la llegada de candidaturas
antidemocráticas a la competencia electoral. Cabe advertir no obstante que
en los últimos treinta años algunos autores (Cohen y Sabel, 1997; Wolff, 1998;
Elster, 2001; MacPherson, 2003) han cuestionado este punto de vista

Origen histórico de la representación política


La representación política es un elemento central de la democracia mo-
derna. Desde hace más de dos siglos, democracia hace referencia a un con-
junto de instituciones políticas representativas producto de las revoluciones
liberales que tuvieron lugar en Inglaterra, América del Norte y Francia.
Como señala Sartori (1999), “todas las democracias modernas son, sin duda
y en la práctica, democracias representativas” (p. 5). El actual modelo de de-
mocracia es el resultado de dos tradiciones políticas distintas y, en ocasiones,
contradictorias: la democracia y el liberalismo (Bobbio, 1993).

48
La representación política

La tradición democrática tiene su origen en el régimen político de Atenas


surgido en torno al siglo V a.C. En la democracia clásica los ciudadanos1,
reunidos en la asamblea popular (Ekklesía), participaban directamente en la
toma de decisiones públicas, mientras que los titulares de las magistraturas
(que ejecutaban las decisiones de la asamblea) y los tribunales, eran elegi-
dos por sorteo2 entre los ciudadanos que se presentaban como voluntarios
(Manin, 2017). Este modelo de democracia tuvo impacto en la constitución
mixta de la República de Roma (510 a.C. - 27 a.C.) y en las ciudades-repúbli-
cas italianas fundadas en los siglos VI y VII d.C., especialmente en Florencia
y Venecia.
Las revoluciones liberales de los siglos XVII y XVIII promovieron un
nuevo modelo de gobierno, el representativo, que fue resultado de la conso-
lidación del Estado moderno y contó, desde el comienzo, con instituciones
inspiradas en las asambleas estamentales de la Edad Media y en las propues-
tas de los teóricos ilustrados del derecho natural, sobre todo de John Locke
(1990). Estas revoluciones pusieron fin a formas de gobierno absolutistas en
las que el poder era hereditario y cuya legitimidad se derivaba de la tradi-
ción y de la creencia que Dios había dado a una determinada persona (el rey)
o a su linaje la condición de ser conductores del pueblo (Tilly, 1975). En esa
época la mayoría de la población europea vivía en zonas rurales y era anal-
fabeta, pero entre quienes tenían educación surgieron algunos intelectuales
que, en el marco del movimiento ilustrado, cuestionaron el absolutismo y a
través de sus obras escritas influyeron en los revolucionarios ingleses, ameri-
canos y franceses3. Asimismo, los ilustrados hicieron cuestionamientos más
o menos fuertes de la esclavitud y de la autoridad atribuida durante muchos
siglos atrás al Papa como máxima autoridad4.
El modelo representativo se fundó en cuatro principios: (1) quienes go-
biernan son nombrados por elección con intervalos regulares (elección), (2)

1
Se excluían a mujeres, extranjeros y esclavos (Manin, 2017).
2
Algunas pocas magistraturas también eran seleccionadas por elección.
3
Conviene señalar que gracias a la invención de la imprenta en el siglo XV se facilitó la
difusión de los libros, y que a partir del siglo siguiente la gente más ilustrada comenzó
a tener acceso a esos escritos.
4
La Reforma protestante en el siglo XVI y la conformación de la Iglesias nacionales en
el marco de los Estado absolutos un siglo después ya había mermado parcialmente el
importante papel que el Papado había tenido durante la Edad Media (Weber, 1998).

49
Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

la toma de decisiones por quienes gobiernan conserva un grado de indepen-


dencia respecto de los deseos del electorado (mandato representativo), (3)
los que son gobernados pueden expresar sus opiniones y deseos políticos sin
estar sujetos al control de los que gobiernan (derechos y libertades públicas)
y (4) las decisiones públicas se someten a un proceso de debate (deliberación
pública) (Manin, 2017, p. 17).
Gracias al primer principio, el poder político pasó de ser hereditario,
como en las monarquías medievales y absolutas, a sostenerse con base en
el consentimiento de los ciudadanos (Tabla 1), quienes adquirieron el de-
recho de seleccionar a sus representantes y gobernantes a través de la elec-
ción5 (Locke, 1990; Mill, 2007). En contraste con el sorteo, la elección no
solo servía para seleccionar a los cargos públicos sino que además otorgaba
legitimidad al régimen político, de ahí que este mecanismo esté presen-
te actualmente en todo tipo de sistemas políticos, incluidas las dictaduras
(Montero, Günther, Torcal y Cuéllar, 1998; Levitsky y Way, 2004; Rosan-
vallon, 2009).

Tabla 1
Formas de gobierno, criterios de selección y ejercicio del poder a lo largo de la historia

Antigüedad clásica Edad Media Edad moderna


Formas de Monarquía, aristocracia y Monarquía feudal Monarquía
gobierno democracia-república absoluta, gobierno
representativo

Criterios de Herencia, elección y Herencia Herencia y elección


selección sorteo

Ejercicio del Rey (monarquía), nobles Rey, señores feudales Rey, representantes
poder (aristocracia) o pueblo y Papa del pueblo
(democracia-república)

Fuente: Elaboración propia.

Al comienzo, este derecho al sufragio solo fue reconocido a una minoría de la


5

población de los Estados liberales y se fue extendiendo gradualmente desde finales del
siglo XIX.

50
La representación política

Concepto y dimensiones de la representación


El concepto de representación proviene del latín repraesentare que dignifi-
ca “hacer presente, en algún sentido, algo que literalmente no está presente”
(Pitkin, 1967, p. 241; Lifante, 2009, p. 498). El diccionario de la Real Aca-
demia Española (23ª Edición), en su tercera acepción, define representación
como “conjunto de personas que representan a una entidad, colectividad
o corporación”. Además, contempla un significado particular para la re-
presentación política, definiéndola como “representación que ejercen los
elegidos en votaciones democráticas que no está sometida al mandato im-
perativo” (DRAE, 2014).
En su trabajo El concepto de la representación, Hanna Pitkin (1967) dis-
tingue cinco dimensiones de la representación que coinciden con las cinco
acepciones que históricamente ha tenido el término: autorización, responsa-
bilidad (accountability), espejo, identificación simbólica y “actuación por otro”
(Tabla 2). En la primera de ellas el representado autoriza al representante a
actuar en su nombre a través del mandato de representación. Esta dimensión
es la base del gobierno representativo que se instauró por primera vez en
Inglaterra en el siglo XVII: mediante la elección el representado autoriza al
representante a actuar por él.

Tabla 2
Dimensiones de la representación

Dimensión Definición Realización práctica


Como El representado autoriza al representante a Voto
autorización actuar en su nombre a través del mandato de
representación sin necesidad de rendir cuentas
Como El representante debe rendir cuentas por sus Voto periódico
responsabilidad acciones ante el representado
Representación El representante actúa por el representado porque Cuotas de género y para
espejo comparte con él determinadas características minorías
sociodemográficas
Identificación El representante actúa por el representado porque Partidos políticos
simbólica comparte con él actitudes, valores y creencias
Actuación por El representante a actúa en interés del Mandato imperativo
otro representado
Fuente: Pitkin (1967).

51
Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

Como señala Burke (1997) en su célebre discurso a los electores de Bristol


de 1774, los parlamentarios británicos no respondían a un mandato impera-
tivo de los representados: “el parlamento no es un congreso de embajadores
de intereses diferentes y hostiles […] es una asamblea deliberativa de una
nación, con un interés, el de la totalidad, donde lo que debe guiar no son
los propósitos o prejuicios locales, sino el bien general resultado de la razón
general del todo”6 (p. 21). De este modo, en la representación como autori-
zación el representante no recibe instrucciones vinculantes de los electores ni
puede ser revocado salvo en momentos puntuales como una eventual reelec-
ción (Sartori, 1999, p. 3).
En segundo lugar, la representación como responsabilidad implica que el
representante, una vez que termine su mandato por autorización, debe ren-
dir cuentas por sus acciones ante el representado (Pitkin, 1967). La rendición
de cuentas es uno de los mecanismos con los que cuenta el gobierno repre-
sentativo para controlar el carácter elitista de la elección y generar efectos
democráticos (Sartori, 1995). Las dos primeras dimensiones examinadas por
Pitkin, autorización y responsabilidad, integran el mandato representativo
característico del primer modelo de gobierno revolucionario surgido en el
siglo XVII en Inglaterra, el parlamentarismo liberal.
En la tercera dimensión, la representación espejo, el representante actúa
por el representado porque comparte con él determinadas características
sociodemográficas (sexo, edad, etnia, nivel de estudios, profesión, clase so-
cial, etc.) (Pitkin, 1967). En esta dimensión lo relevante no es lo que hace el
representante sino quién es el representante. La representación espejo ha ido
ganando peso en las democracias de audiencia contemporáneas con la apro-
bación, en algunos países, de normas jurídicas que garantiza un porcentaje
mínimo de curules para mujeres, discapacitados o representantes de comu-
nidades étnico-culturales o religiosas.
La cuarta dimensión es la representación simbólica que tiene lugar cuan-
do el representante actúa por el representado porque comparte con él acti-
tudes, valores y creencias. Esta forma de entender la representación política

Tanto Burke como más adelante John Stuart Mill (2007) consideraron que, si bien el
6

representante tenía que tomar decisiones según el dictado de su propia conciencia,


debía hacerlo pensando en qué era lo mejor para la comunidad política a la que
representaba.

52
La representación política

entra en escena gracias a la extensión del sufragio universal y a la consolida-


ción de la democracia de partidos durante el siglo XX. Mediante la elección
el ciudadano autoriza un mandato representativo sometido a la rendición de
cuentas, pero además espera que la candidatura por la que ha votado actúe
de acuerdo a los principios y valores del partido político que integra. En esta
fase del gobierno representativo, los partidos se convierten en los principales
canales de transmisión entre los ciudadanos y el Estado porque conectan las
demandas de los individuos y grupos sociales con las instituciones represen-
tativas (Easton, 1979).
Por último, “actuación por otro” es la dimensión que retoma el signifi-
cado originario que tuvo y aún tiene el término representación en ámbito
del Derecho privado: “la actuación en nombre de otro en defensa de sus
intereses” (Sartori, 1999, p. 2). Sin embargo, se trata de la dimensión más
alejada de representación política moderna porque obliga al representante
a actuar en interés del representado, vulnerando así la prohibición del man-
dato imperativo (Pitkin, 1967). Esta forma de representación no es viable en
las democracias actuales porque exigiría a los representantes atender a una
cantidad y variedad de intereses individuales imposibles de abarcar por la
falta de disponibilidad de tiempo y de recursos (Matthews, 1960; Tacheron
y Udall, 1966; Toffler and Toffler, 1996; Losada, 2019).
En función de las dimensiones de la representación planteadas por Pitkin
se pueden distinguir dos concepciones distintas del mismo concepto: liberal
y sustantiva. La primera se nutre de dos de las dimensiones mencionadas
por Pitkin, autorización y responsabilidad, mientras que la segunda atiende
a la identificación simbólica y, en menor medida, a la representación espejo.
Asimismo, cada una de estas concepciones enlaza con una de las dos di-
mensiones de la democracia representativa: la representación liberal con la
dimensión procedimental de la democracia porque es el resultado del con-
junto de reglas de juego y los procesos democráticos, fundamentalmente de
la elección; la representación sustantiva con su dimensión sustancial ya que
depende de los resultados que los ciudadanos esperan del régimen político.
Estas dos formas de concebir la representación aparecieron por primera
vez en 1787, durante el debate de ratificación de la Constitución de Estados
Unidos que tuvo lugar en el seno de la Convención de Filadelfia. Al defender
sus posturas sobre el tamaño de los distritos electorales de la Cámara de

53
Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

Representantes, federalistas y anti-federalistas manifestaron en sus interven-


ciones dos maneras distintas de entender la representación. Los primeros
la veían “como la actividad independiente de un fideicomisario que debe
hacerse sus propios juicios sobre los intereses de su circunscripción y sobre
cómo servirlos mejor” (concepción liberal); mientras que los segundos, si bien
no negaban la libertad de acción de los representantes, defendían que estos
últimos debían ser parecidos sus electores (concepción sustantiva7) (Pitkin,
1967, p. 145).
La concepción liberal de la representación que sostuvieron los federa-
listas estadounidenses no se limitaba a la defensa de la elección para selec-
cionar a los representantes (autorización), sino que para que estos últimos
fueran virtuosos debían ser responsables ante el pueblo mediante la celebra-
ción de elecciones regulares (responsabilidad-rendición de cuentas vertical)
(Pitkin, 1967). En cambio, la concepción sustantiva de los anti-federalistas
“presupone que los representantes harán espontáneamente lo que el pueblo
haría, puesto que son reflejos del pueblo, comparten las circunstancias de sus
votantes y están próximos a ellos, en los dos sentidos del término, el metafó-
rico y el físico” (Manin, 2017, p. 140). Aquí, la similitud entre representantes
y representados no se funda en la aprobación de instrucciones o mandatos
imperativos de los segundos para los primeros (como ocurría en las cámaras
estamentales de la Edad Media o en algunos países socialistas del siglo XX),
sino que se apoya en una semejanza social tanto en términos ideológicos
(identificación simbólica) como sociodemográficos (espejo).
Aunque la visión de la representación que tenían los federalistas final-
mente se impuso en el texto constitucional estadounidense, la concepción
sustantiva se retomó a comienzos del siglo XX con el auge de los partidos de
masas y se mantiene en nuestros días8. Como señala Manin (2017, p. 162),
esta concepción de la representación hace compatible una de las ventajas del
gobierno representativo planteadas por Siéyès, la existencia de representan-


7
Esta idea de representación había sido formulada por John Adams en 1776: “La
principal dificultad estriba en la asamblea representativa, por lo que hay que poner
el máximo cuidado en su constitución. Deber ser un cuadro en miniatura exacto del
pueblo en su totalidad. Debe pensar, sentir, razonar y actual como él” (Adams, 1850,
p. 195).

8
Su principal defensor fue Carl Schmitt (2011), que definió la democracia como la
identidad entre gobernantes y gobernados.

54
La representación política

tes profesionalizados, con el principio democrático de la igualdad que, como


señala Rousseau (1988), forma parte del núcleo de la democracia9.

Enfoques teóricos en el estudio de la representación


Suzzane Dovi (2018) distingue tres grandes enfoques teóricos en el estu-
dio de la representación política: institucionalista, crítico y normativo (Tabla
3), cada uno de ellos centrado en un problema de investigación diferente. El
primero de ellos tiene como objeto el estudio del diseño institucional de los
regímenes políticos con el fin de comprobar las ventajas e inconvenientes
de los distintos tipos de instituciones representativas (Rehfeld, 2005; Smith,
2009; Lijphart y Waisman, 2018).

Tabla 3
Enfoques teóricos en el estudio de la representación

Enfoque Problema de investigación Finalidad


Institucionalista Diseño institucional del Analizar las ventajas e
régimen político representativo inconvenientes de los tipos de
instituciones representativas
Crítico Exclusión de sectores Interpretar las relaciones de
subalternos poder y proponer mecanismos
de representación sustantiva
Normativo Relación entre representación y Analizar la democracia
democracia representativa y proponer
modelos de democracia
Fuente: Elaboración propia.
El enfoque crítico examina la forma en la que algunos ciudadanos, por
su situación de opresión, son marginados por las instituciones representa-
tivas. Este segundo enfoque subraya que las instituciones tienen un sesgo
9
“Los antifederalistas expresaron con gran claridad una concepción plausible,
coherente y convincente de la representación. Aceptaron sin reservas la necesidad de
una diferenciación funcional entre gobernantes y gobernados, pero mantuvieron que
para que el gobierno representativo fuese genuinamente popular, los representantes
habrían de estar lo más cerca posible de sus electorados: vivir con ellos y compartir
sus circunstancias. Si se cumplían estas condiciones, argumentaban, los representantes
se sentirían, pensarían y actuarían como el pueblo al que representa. Esta visión de la
representación fue claramente derrotada en 1787” (Manin, 2017, p. 161).

55
Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

aristocrático en la medida en que, si bien agregan intereses, opiniones y de-


mandas de determinados grupos sociales, lo hacen a costa de marginar los
de otros (Dovi, 2018). Buena parte de estos autores sugieren que las institu-
ciones deben integrar mecanismos de representación sustantiva para mejo-
rar la representación de los intereses de los pobres, las mujeres o las minorías
étnico-culturales (Phillips, 1995; Strolovich, 2004, 2007).
El tercer enfoque, procedente de la teoría política, enfatiza en la com-
pleja relación entre representación y democracia (Dovi, 2018). Como se
dijo anteriormente, en la actualidad es difícil pensar en una democracia sin
instituciones representativas, pero durante mucho tiempo representación y
democracia fueron términos contrapuestos (Dahl, 1992). En su origen, el
gobierno representativo nació como un modelo político mixto que buscaba
limitar la participación del pueblo en la toma de decisiones públicas (Manin,
2017). De hecho, todavía hoy algunas manifestaciones propias de la repre-
sentación política, como la burocracia o la sociedad civil, son esencialmente
no democráticas (Richardson, 2002; Saward, 2008). En el siguiente epígrafe
se profundiza en este tercer enfoque y en el complejo debate sobre la natu-
raleza democrática del gobierno representativo, señalando las principales
diferencias entre representación y democracia.

Representación y democracia
A grandes rasgos se pueden identificar tres diferencias entre la democra-
cia clásica y el gobierno representativo (Tabla 4). La primera y más evidente
es la relativa al principio de representación: en Atenas el pueblo, reunido
en asamblea, participaba directamente en la toma de decisiones políticas10,
mientras que en el modelo propuesto por el liberalismo, como apunta Madi-
son (2010), el pueblo está totalmente excluido “de cualquier participación en
el gobierno” (p. 270) y son sus representantes los encargados de administrar-
lo. En otras palabras, en el gobierno representativo los representantes tienen
un mandato libre de los representados por lo que deben tomar las decisiones
Aunque, como advierte Manin (2017), “en la democracia ateniense (…) el pueblo no
10

ejercía todos los poderes; ciertos poderes importantes e incluso parte de los poderes
decisivos, pertenecían a instituciones que eran de hecho, y así eran percibidas, como
no identificables al pueblo” (p. 39). A diferencia de lo que ocurría en la asamblea,
en el consejo de magistrados (Boulé) y los tribunales los ciudadanos no participaban
directamente sino que sus miembros eran reclutados por sorteo.

56
La representación política

según su propio criterio. La prohibición del mandato imperativo, expresada


por Edmund Burke en su discurso antes mencionado y recogida en el artícu-
lo 7 de la Constitución Francesa de 179111, es uno de los elementos caracte-
rísticos de la democracia moderna (Gómez-Velásquez, 2017).

Tabla 4
Diferencias entre democracia clásica y gobierno representativo

Democracia clásica Gobierno representativo


Ejercicio del poder: Ciudadanos reunidos en Representantes en el
Asamblea Parlamento
Selección de cargos: Sorteo Elección
Prioridad frente al poder: Distribuir igualitariamente Limitar el poder
el poder
Fuente: Elaboración propia.
Otro elemento de disimilitud entre la democracia clásica y el gobierno
representativo es el procedimiento de selección de los cargos públicos: en
aquella se utilizaba el sorteo y en esta se recurre a la elección. No obstante,
en el segundo modelo los representantes electos tienen un papel mucho más
relevante que el que tenían los magistrados atenienses ya que, a diferencia de
estos últimos, toman decisiones cruciales, no están sometidos a la limitación
de mandato y la rotación obligatoria, y son seleccionados mediante un mé-
todo de selección, la elección, basado en el principio de distinción (Manin,
2017).
Conviene detenerse en este último punto. Según Manin (2017) el sorteo
es propio de la democracia mientras la elección es característica de la aris-
tocracia u oligarquía12. En Atenas el sorteo permitía la realización efectiva
del principio igualitario ya que daba la oportunidad de obtener un cargo
público a todos los ciudadanos que lo deseasen. Por el contrario, la elección,
que es la institución que hace posible la representación en el gobierno re-
presentativo, tiene naturaleza aristocrática y se fundamenta en el principio

11
El artículo 7 de la referida Constitución dispone: “Los representantes designados en
los departamentos no serán representantes de un determinado departamento, sino del
conjunto de la nación, no se les puede imponer mandato alguno”.
12
Como recuerda el propio Manin, esto ya lo habían advertido antes pensadores como
Aristóteles, Montesquieu y Rousseau, pero ninguno de ellos explicó por qué.

57
Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

de distinción. Para defender esta idea recurre a dos argumentos, uno filo-
sófico y otro de naturaleza histórica. Con relación al primero, este autor
sostiene que “hay ciertos elementos intrínsecos al método electivo que tie-
nen consecuencias no igualitarias y llevan a que los elegidos sean de algún
modo superiores a los electores” (Manin, 2017, p. 167). Los electores tienden
a elegir candidaturas que poseen características poco comunes y valoradas
positivamente por la comunidad; estas cualidades no son objetivas sino que
dependen de la percepción de los votantes y varían en función del contexto
espacial y temporal. Sin embargo, hay una característica que da ventaja a
unas candidaturas sobre otras: la riqueza. El proceso electoral favorece a los
sectores más pudientes económicamente bien porque la riqueza permite un
mayor desembolso en la campaña, o bien porque las candidaturas “están
más inclinadas a pedir a los ricos que a los pobres con el fin de financiar sus
gastos electorales”13 (Manin, 2017, p. 179).
En cuanto al argumento de tipo histórico, Manin señala que, en su ori-
gen, el gobierno representativo reconoció el sufragio a un porcentaje redu-
cido de la población. En el parlamentarismo liberal de los siglos XVII y
XVIII en Inglaterra, y en menor medida en Estados Unidos y Francia, los
artífices de las instituciones representativas establecieron el sufragio censi-
tario, condicionando el voto a atributos como la riqueza, la educación o la
propiedad de la tierra. La elección se utilizó como un mecanismo para selec-
cionar a un gobierno de notables (Thaa, 2016; Carballo, 2018). Es necesario
aclarar que en esa época los gobiernos prestaban escasos servicios públicos y
se ocupaban sobre todo de garantizar el orden interno, defender las fronteras
del país y apoyar con infraestructuras a los comerciantes (Anderson, 2013).
Con la extensión del sufragio universal y la aparición de los partidos de
masas a finales del siglo XIX nació la democracia de partidos que, si bien
no acabó con la naturaleza aristocrática de la elección, trasladó el foco de
atención de las candidaturas a los partidos y permitió el acceso a la política
de “facciones de clase tradicionalmente excluidas” (Carballo, 2018, p. 161).
Sin embargo, a partir de la década de 1960 se estableció el modelo de demo-
cracia de audiencia, que se consolidó a finales del siglo pasado, y en el que los

Manin (2017) sugiere que esta consecuencia oligárquica de la elección podría eludirse
13

mediante la financiación pública de las campañas y la regulación estricta de los gastos


electorales (p. 180).

58
La representación política

electores, como ocurría en el origen del gobierno representativo, seleccionan


sus preferencias políticas atendiendo a las candidaturas y sus características
sociales por encima de la identificación partidaria14. En este último modelo
los medios de comunicación y los expertos en marketing político juegan un
papel fundamental a la hora de resaltar la imagen de las candidaturas políti-
cas (Thaa, 2016; Carballo, 2018; Rivas, Bohigues y Miranda, 2019).
Retomando el argumento central, la tercera diferencia entre la demo-
cracia ateniense y el modelo representativo son las distintas prioridades que
tienen respecto al poder. El primero pone énfasis en cómo distribuir el poder
político de forma igualitaria entre los ciudadanos que deseen participar. Por
el contrario, el segundo se preocupa por cómo limitar al poder político, de
ahí que, tanto los teóricos liberales (Locke, Montesquieu, Stuart Mill) como
los arquitectos del gobierno representativo en Estados Unidos y Francia
(Madison y Siéyès), idearan mecanismos institucionales para proteger los de-
rechos naturales de los ciudadanos y garantizar el equilibrio y la separación
de los poderes. En este sentido, el modelo liberal pone al individuo en el cen-
tro del sistema político y, a través de las instituciones representativas, busca
proteger su libertad negativa, es decir, la ausencia de coacciones externas; en
la democracia clásica, en cambio, la comunidad es el sujeto político por exce-
lencia y los poderes públicos promueven el bien común y la libertad positiva,
esto es, la posibilidad que tiene cualquier ciudadano de participar en política
en condiciones de igualdad15 (Bobbio, 1993; Constant, 1995; Berlin, 2001).
El examen minucioso de las diferencias entre los modelos ateniense y
representativo pone sobre la mesa la cuestión de si el gobierno represen-
tativo surgido tras las revoluciones liberales es realmente democrático. El
crítico más célebre de la representación moderna fue Rousseau (1988), quien
censuró el parlamentarismo británico afirmando: “El pueblo inglés cree ser
libre, pero se equivoca, solo lo es durante la elección de los miembros del
parlamento; una vez elegidos, se convierte en esclavo, no es nada” (p. 94).
El filósofo ginebrino señala que el mandato libre del representante electo es
contrario a la tradición democrática y, frente a este, defiende la participación
14
Este modelo está en consonancia con la concepción que tiene Schumpeter (1984) de
la democracia, como un mecanismo de selección de élites.
15
El debate entre libertad negativa y libertad positiva ha sido abordado en la teoría
política en obras como Discurso sobre la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos
(1819) de Benjamin Constant y Dos conceptos de libertad (1958) de Isaiah Berlin.

59
Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

directa del Soberano (el pueblo) en la toma de decisiones. Posteriormente este


argumento ha sido asumido por dos corrientes políticas diferentes, pero críti-
cas con el gobierno representativo: el marxismo y el republicanismo. Por una
parte, Lenin (2012) rechazó el parlamentarismo liberal por considerar que se
trataba de una dictadura de la clase burguesa con apariencia democrática y
diseñó para la Unión Soviética la estructura piramidal por consejos (soviets),
un modelo que combinó la democracia directa de base con la existencia de
delegados con mandato imperativo, y que fue replicado después de la Se-
gunda Guerra Mundial en las denominadas “democracias populares”, que
entraron en crisis a finales de la década de 198016 (MacPherson, 2003). Por
otra parte, algunos teóricos republicanos como Habermas (1984), Cohen y
Sabel (1997), o Elster (2001), critican el funcionamiento individualista de la
democracia representativa que, mediante la elección, se centró en la agrega-
ción de intereses y preferencias personales en lugar de responder a la defensa
del bien común, como habían planteado sus teóricos clásicos (Locke, Burke,
Kant, Mill); como alternativa, proponen reforzar la deliberación pública
(uno de los principios democráticos del gobierno representativo señalados
por Manin) para procurar que la creación de opinión pública y/o la toma de
decisiones públicas se orienten hacia la consecución de interés general.
Frente a estas críticas, tres son las razones teóricas que justifican el ca-
rácter democrático del régimen representativo: la imposibilidad material de
la participación directa del pueblo, la búsqueda de bienestar colectivo y la
conveniencia de la especialización en las labores de gobierno (Gómez-Velás-
quez, 2017, p. 167). Por un lado, la razón teórica más utilizada es que el me-
canismo de la representación es necesario porque en las unidades políticas
modernas (los Estados-nación) es inviable que todos los ciudadanos puedan
participar directamente en la toma de decisiones (Montesquieu, 1985, p. 110;
Dahl, 1992, p. 213; Bobbio, 1992, p. 47; Mill, 2007, p. 68). Por otro lado, el
gobierno representativo es preferible a la democracia porque, a diferencia
de una asamblea popular, un órgano integrado por representantes electos
puede “discernir mejor los verdaderos intereses del país” y reduce las pro-
babilidades de que se tomen decisiones motivadas por intereses particulares
(Madison, 2010, p. 39). Finalmente, el tamaño y la complejidad de la comu-
En la práctica, la participación política en estos regímenes políticos estuvo muy
16

restringida por la restricción de los derechos y las libertades civiles y la preponderancia


del partido único, el Partido Comunista.

60
La representación política

nidad política moderna requieren que el gobierno quede en manos de unos


pocos ciudadanos especializados con el fin de que la profesionalización de la
clase dirigente produzca una buena administración (Siéyès, 2003).
Además de estas razones teóricas, algunos autores de la escuela pluralis-
ta sostienen que el diseño institucional del régimen representativo generan
dos efectos democráticos: facilita los acuerdos entre intereses opuestos (Dahl,
1992), y controla el funcionamiento elitista de la elección mediante la exis-
tencia de mecanismos de receptividad de los gobernantes a las demandas
sociales (responsiveness), rendición de cuentas (accountability), y destitución de los
representantes (removility) (Sartori, 1995).
Bernard Manin adopta una posición intermedia. Si bien reconoce que
el gobierno representativo es un sistema equilibrado que cuenta con “unos
innegables aspectos igualitarios y democráticos”, con principios tales como
el reconocimiento de derechos y libertades individuales y la deliberación pú-
blica, también señala que cuenta con una dimensión oligárquica encarnada
en el mandato representativo y la elección (Gómez Velásquez, 2017, p. 174).
En la misma línea, Bobbio (1993) considera que, a pesar de contar con una
combinación paradójica de elementos democráticos y aristocráticos, hoy es
difícil imaginar en la práctica una democracia sin liberalismo (como la Ate-
nas de los siglos V y IV a.C.) y un liberalismo sin democracia (como el par-
lamentarismo liberal de los siglos XVII y XVIII).

Reflexiones finales
La representación política, entendida como la elección de representan-
tes por la ciudadanía a cambio de que estos rindan cuentas ante ella, pero
también como identidad (ideológica y sociodemográfica) entre gobernantes
y gobernados, es el pilar de la democracia moderna. Durante mucho tiem-
po, sobre todo Occidente, la representación se sostuvo gracias a la relación
de confianza que hubo entre la ciudadanía y los partidos políticos. Estos
últimos jugaban un papel fundamental en el gobierno representativo ya
que, en palabras de David Easton (1979), ejercían como verdaderos canales
de transmisión entre la sociedad y el Estado. Sin embargo, actualmente
los partidos están experimentando una crisis de confianza a nivel global
debido al alejamiento recíproco entre estas organizaciones y la ciudada-
nía. Esto ha provocado cambios profundos en las democracias contempo-

61
Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

ráneas, como el declive de los partidos políticos tradicionales y la aparición


de nuevas fuerzas políticas, o la búsqueda de alternativas políticas más allá
de los partidos.
Algunas de estas alternativas son la representación política no electoral,
que considera como agentes de representación no solo a los gobernantes y
parlamentarios sino también a quienes asumen, por sí mismos o por encargo
de terceros, la tarea de defender los intereses ciudadanos sin ocupar un cargo
público representativo17; la renuncia a la posibilidad de la representación
política, que recupera la crítica roussoniana al gobierno representativo18; o
las posiciones intermedias que reconocen las limitaciones de las instituciones
representativas y abogan por reforzar los aspectos motivacionales y delibe-
rativos de las mismas19.
La primera de las alternativas es fundamental ya que, como señaló
Tocqueville (2017), el ejercicio de la representación se desarrolla también fuera
del ámbito electoral (partidos e instituciones) a través de las organizaciones
de la sociedad civil, que asumen causas sociales y las defienden ante las
instituciones y las élites políticas. En sociedades como las de hoy, cada vez
más complejas, donde el Estado ejerce su influencia en áreas muy diversas
y la ciudadanía se siente frustrada por el desempeño del gobierno, las
organizaciones sociales ganan peso como como agentes de representación.
Todos estos cambios han planteado el debate de si nos encontramos ante
un re-equilibrio de los sistemas de partidos o ante el fin de la era de los
partidos políticos dentro de las democracias representativas. En Europa la
crisis de los partidos se ha acentuado después de la Gran Recesión de 2008,
mientras que en América Latina estos experimentaron una profunda crisis
desde mediados de la década de 1990. Las políticas neoliberales implemen-
tadas por los gobiernos latinoamericanos durante estos años, orientadas a la
liberalización del mercado y al control de la inflación, no tuvieron el desem-
peño esperado, lo cual se tradujo en una mayor agitación del conflicto social
(Seoane, 2006), el incremento de la volatilidad y la fragmentación electoral
(Roberts, 2016; Wills-Otero, 2016), y la crisis partidos políticos tradiciona-
17
En este sentido, véase Chalmers (2000), Warren y Castiglione (2004), Saward (2008),
Urbinati y Warren (2008), Dovi (2018) y Losada (s/f).
18
Véase Abal (1996) y Salazar (2014).
19
Por ejemplo, véase los trabajos de Brennan y Hamlin (1999) y Mansbridge (2003).

62
La representación política

les, con el correspondiente surgimiento de nuevas alternativas políticas tanto


en el plano electoral como en el ámbito de la acción colectiva (Mainwaring,
Bejarano y Pizarro, 2008; Mainwaring, 2018).
La victoria por la vía electoral de fuerzas políticas iliberales en algunas
democracias que se creían consolidadas ha puesto sobre la mesa cuestio-
nes tales como si las instituciones representativas formales son necesarias y
suficientes para salvaguardar la democracia, o es necesario contar además
con prácticas democráticas informales sostenidas gracias a la cultura cívica
y al comportamiento de la ciudadanía y las élites políticas. Por ello, en los
últimos treinta años algunos teóricos han planteado la necesidad de refor-
mular el diseño institucional de los regímenes democráticos, introduciendo
mecanismos participativos y deliberativos que permitan a los ciudadanos
participar directamente en la toma de decisiones20. Frente a esta posición, la
corriente mayoritaria de la Ciencia Política considera que las instituciones
representativas, y en particular los partidos políticos, continúan siendo ele-
mentos esenciales para el funcionamiento de la democracia.
Más allá de este debate, lo cierto es que, a pesar de su mala prensa, los
partidos políticos son imprescindibles para articular la representación libe-
ral y sustantiva porque cumplen dos funciones fundamentales para el buen
desempeño democrático: por un lado, articulan los intereses y demandas so-
ciales, esto es, son el nexo entre la ciudadanía y las instituciones del Estado;
y por otro lado, protegen el régimen democrático porque eventualmente son
el primer filtro que obstaculiza (aunque no siempre evita) la llegada de can-
didaturas excesivamente personalistas o no democráticas a la competencia
electoral.

Estudio de caso sobre la crisis de representación: Chile y España

Palabras clave
Crisis de representación, democracia, partidos políticos, clivajes sociales,
sistema electoral

20
Véase Cohen y Sabel (1997), Wolff (1998), Elster (2001) y MacPherson (2003).

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Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

Preguntas
1. ¿Qué es la crisis de representación?
2. ¿Cómo afecta la crisis de representación al desempeño de los sistemas
democráticos?
3. ¿Qué es la desafección política?
4. ¿Cuáles son las consecuencias de la crisis de representación?

Estudio de caso
La crisis de la representación que experimentan las democracias con-
temporáneas se relaciona las concepciones liberal y sustantiva de la repre-
sentación política. Si bien es cierto que el procedimiento electoral como
mecanismo de selección de cargos políticos tiene hoy mucha aceptación so-
cial, tanto así que la elección es la fuente de legitimidad de la mayor parte
de los gobiernos contemporáneos (incluso de las dictaduras), la concepción
liberal de la representación, fundamentada en el mecanismo de la elección
no es suficiente para garantizar que la ciudadanía se sienta representada
ya que, como ya se dijo, el contexto de hoy es totalmente distinto al que
había en los siglo XVII y XVIII en Europa cuando nació el gobierno re-
presentativo.
Actualmente, los electores no se conforman con autorizar a través del
voto y esperar que sus representantes rindan cuentas ante ellos, sino que
exigen al régimen democrático resultados que se correspondan con sus
expectativas, y sienten que es más probable que esto ocurra cuando sus
representantes se parecen social o ideológicamente a ellos. No se trata de
un capricho, sino de una exigencia válida. A la hora de depositar el voto,
el ciudadano identifica al representante de su preferencia porque percibe
en él una serie de valores, principios, creencias y, en ocasiones, rasgos so-
ciodemográficos, y espera que estos se reflejen en su posterior conducta en
el seno de las instituciones. El incumplimiento de sus expectativas puede
provocar en ellos desafección política, falta de apoyo al régimen demo-
crático, insatisfacción con la democracia, descontento político, pérdida de
confianza en las instituciones (especialmente en los partidos políticos), o
percepción de no ser correctamente representado, todos ellos fenómenos
asociados a la crisis de representación (Montero, Günther y Linz, 2007;

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La representación política

Mainwaring et al., 2008; Torcal, 2014; Casal-Bértoa y Rama-Caamaño,


2017; Losada, s.f.).
Una de las consecuencias más comunes de la crisis de representación
en las democracias contemporáneas es la pérdida de apoyo electoral de los
partidos tradicionales y el surgimiento de nuevas fuerzas políticas que, a
medio plazo, puede dar lugar a un cambio en el sistema de partidos (Novaro,
1995; Müller-Rommel, 2016). En este sentido, Chile y España son dos casos
paradigmáticos. En los últimos años ambos países han vivido una transfor-
mación en el sistema de partidos.
En Chile, factores estructurales (como la crisis económica de 2009 y las
protestas sociales en defensa de la educación pública) e institucionales (como
las reformas electorales de 2012 y 2015) han transformado el sistema de par-
tidos: de un escenario político con dos grandes coaliciones, Concertación y
Alianza, que habían protagonizado la vida política desde la transición a la
democracia de 1989, se ha pasado a un multipartidismo moderado, donde
nuevos actores políticos, como el Frente Amplio, han conseguido importan-
tes espacios en los órganos de representación política.
España, por su parte, ha experimentado una transformación similar en
su sistema de partidos. A partir de 2015, los partidos tradicionales PSOE y
PP han ido cediendo espacio electoral en favor de nuevas fuerzas políticas
como Podemos, Ciudadanos y más recientemente Vox, pero, a diferencia de
Chile, el país europeo no ha implementado ninguna reforma electoral sino
que en este caso los cambios se deben únicamente a factores estructurales
como la crisis económica de 2008 y las posteriores crisis social, política y
territorial.
De acuerdo con lo anterior, responda a las siguientes preguntas:
1. ¿Qué explica el cambio en el sistema de partidos chileno a partir de
2015?
2. ¿A qué se debe el cambio en el sistema de partidos español en 2015?
3. ¿Por qué desde 2013 se han reducido drásticamente las tasas de par-
ticipación electoral en Chile?
4. ¿Qué oportunidades y riesgos tienen la inclusión de nuevos actores
políticos en las instituciones políticas representativas?

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Rodrigo Losada - José Manuel Rivas

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